jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 1

 La mansión de los Ryddle:


Hizo los ejercicios de respiración que había escrito el encapuchado y se sintió muy tonto en el proceso. Luego, trató de dejar la mente en blanco, pero parecía que su cerebro se negaba a relajarse. Sus pensamientos iban de un lado para otro y, antes de que se diera cuenta, se quedó profundamente dormido.

A la mañana siguiente, lo despertaron las risas estridentes de Dean y Seamus.

Soltando un gruñido, Harry se incorporó, cogió las gafas de la mesita de noche y se las puso. No tenía reloj, así que no podía estar seguro, pero sospechaba que todavía podría haber dormido media hora más si sus compañeros se hubieran quedado en silencio.

Abrió las cortinas y vio que Ron hacía lo mismo, con cara de estar de muy mal humor.

— ¿Se puede saber qué os pasa? — gruñó Ron. Pero Seamus y Dean no parecían notar el peligro que suponía despertar a un Weasley antes de hora, porque seguían riendo sin parar.

De mala gana, Harry se puso en pie y comenzó a vestirse. Sabía que no podría volver a dormir aunque lo intentara.

Había tenido un sueño extraño. Volvía a ser un niño y los Dursley le obligaban a ir al colegio con un jersey horrible y desgastado que tía Marge les había regalado. Había llegado al colegio muerto de la vergüenza y se había encontrado con que, en lugar de dar clases, su profesora había decidido dedicar el día entero a contar cuentos a los más pequeños. Pero no eran los cuentos que Harry recordaba de su infancia, sino que en ellos habían calderos, sapos y capas de invisibilidad. Harry sentía que había pasado algo más en el sueño, pero ya no era capaz de recordarlo.

Ron y él bajaron a desayunar temprano, aunque ninguno se sorprendió al ver allí a Hermione. Ginny aún no había llegado, pero sí el señor y la señora Weasley, que conversaban apaciblemente con Moody y Kingsley.

— ¿Sirius aún no ha llegado? — preguntó Harry al tomar asiento. Ni su padrino ni el profesor Lupin estaban allí.

Hermione negó con la cabeza.

— Supongo que el profesor Lupin aún debe estar recuperándose de la noche de luna llena — dijo Hermione. — Me pregunto si vendrá hoy al comedor… No me sorprendería que necesitara quedarse en cama todo el día.

La respuesta llegó a ellos menos de diez minutos después, cuando tanto Sirius como Lupin entraron en el comedor, seguidos de Tonks. Solo hacía falta mirar a la cara demacrada de Lupin para saber que la noche anterior había sido difícil.

— Buenos días a todos — dijo Sirius alegremente mientras tomaba asiento al lado de Harry. — Perdona por no haber ido a buscarte ayer, Harry. El problemilla peludo de Lupin fue… bastante intenso ayer.

Ron soltó una risita y Hermione lo miró mal. Sin embargo, Harry vio a Lupin sonreír levemente.

— ¿Cómo se encuentra, profesor? — preguntó Harry.

— Cansado, pero bien. Gracias por preguntar — sonrió Lupin.

Sirius soltó un bufido.

— Yo estaría mejor si esa perra de Umbridge se metiera en sus asuntos.

— ¡Sirius! — exclamó Hermione, escandalizada. Harry miró de reojo y vio que, por suerte, la señora Weasley no había escuchado el insulto.

— ¿Qué? Es lo que es — se defendió Sirius. — ¿Sabes lo que ha hecho? Se ha presentado en nuestra habitación al amanecer para echarle en cara a Remus que haya pasado la luna llena dentro del colegio. ¡Quería que la pasara en los terrenos del colegio, con el frío que hace!

— Eso no es lo peor — interrumpió Tonks, que estaba sentada al otro lado de Lupin. — Lo peor es que, cuando le hemos dicho que Remus es totalmente inofensivo cuando toma la poción, nos ha acusado de mentir. Parece que ni leer los libros del futuro sirve para ablandar a esa cabezota.

Harry hizo una mueca. Esperaba que los próximos libros obligaran a Umbridge a reconocer sus errores… y que sirvieran para echarla del colegio.

Hermione, que parecía pensativa, dijo de pronto:

— Tonks… ¿por qué estabas en la habitación de Sirius y el profesor Lupin? ¿También has pasado allí la noche?

Tonks negó con la cabeza.

— Qué va, no he dormido allí. Solo me he acercado cuando ha amanecido para ver cómo estaban y me los he encontrado discutiendo con Umbridge en la puerta.

Justo en ese momento, la profesora Umbridge entró en el comedor. A Harry le hizo gracia notar que varios alumnos cambiaban su trayectoria para evitar cruzarse con ella. Ni siquiera los Slytherin parecían querer acercarse mucho.

Pasaron los minutos y el comedor se fue llenando cada vez más y más. Y, cuando todo el mundo hubo terminado de desayunar, el profesor Dumbledore se puso en pie.

— Buenos días a todos — dijo, y el alumnado al competo se quedó en silencio. — Como sabéis, hoy vamos a comenzar la lectura del cuarto libro, que cuenta el cuarto año de Harry Potter en Hogwarts.

El silencio se hizo más profundo, más solemne. A Harry se le comenzó a formar un nudo en el estómago.

— Todos sois conscientes de lo sucedido el año pasado aquí, en el colegio — continuó Dumbledore. — La celebración del Torneo de los Tres Magos y todo lo que conllevó sigue reciente en vuestros recuerdos. Por ello, estoy seguro de que comprendéis que, durante los próximos días, vamos a leer momentos que desearíamos no tener que recordar nunca más. Y por ello, os pido una disculpa.

Eso pilló por sorpresa a Harry. De entre todas las cosas que esperaba que Dumbledore dijera, una disculpa no entraba entre ellas.

— Sé lo duro que va a ser esto para muchos de vosotros — prosiguió Dumbledore. — Pero, por desgracia, la lectura debe continuar y este libro es crucial.

El silencio continuó y a Harry se le puso la piel de gallina.

— Por favor, en pie.

Haciendo caso a Dumbledore, todos los alumnos y los invitados se levantaron de sus asientos, que inmediatamente fueron reconvertidos en sofás, sillones, almohadas y demás mobiliario. Harry notó que los colores también habían cambiado hoy: vio montones de almohadas naranjas, sofás tapizados con intensos tonos verdes y enormes sillones blancos con mullidos cojines de colores verdosos y anaranjados. En comparación con el día anterior, cuando la gama de colores había sido de tonos tierra, blancos y verdes oscuros, la decoración de hoy parecía una explosión de color.

Harry tomó asiento en un sofá verde, junto a Ron, Hermione, Ginny y los demás Weasley, que se repartieron entre los sillones y cojines cercanos. Sirius, Lupin y Tonks también se sentaron muy cerca, tanto que Harry podía tocar a Sirius si estiraba la mano.

— Antes de comenzar, tengo una última cosa que decir — anunció Dumbledore cuando todo el mundo se hubo sentado. — Hoy, dos nuevos invitados se unirán a nosotros.

El comedor se llenó de murmullos. Harry intercambió miradas confusas con Ron y Hermione.

En ese momento, se abrieron las puertas del comedor y tres figuras entraron por ellas. Una era un encapuchado, y las otras dos hicieron que Harry jadeara.

A la derecha, Viktor Krum observaba el comedor con el ceño fruncido. A la izquierda, Amos Diggory miraba directamente a Dumbledore con expresión impasible.

— Bienvenidos — dijo Dumbledore en tono alegre. —Creo que todos conocéis a Viktor Krum y a Amos Diggory. Por favor, tomad asiento — dijo, haciéndoles una seña amable con el brazo. Diggory caminó directamente hacia uno de los laterales del comedor y se sentó allí, apartado de todos. Krum, por otro lado, echó un vistazo rápido al alumnado y enseguida cruzó miradas con Harry.

Se dirigió directamente hacia él, y tanto Harry como Ron y Hermione se pusieron en pie.

— Me alegra verte de nuevo, Potter — dijo Krum, extendiéndole la mano. Harry aceptó el apretón de manos.

— Lo mismo digo — respondió.

Krum miró entonces a Hermione.

— Un placer volver a verte, Herrmione.

— Igualmente — sonrió ella. A Ron no pareció hacerle mucha gracia.

Harry notaba las miradas de todo el comedor sobre ellos. En ese momento, Fleur le hizo una seña a Krum con el brazo.

— Viktor, puedes sentagte aquí — dijo, señalando un asiento vacío que había a su izquierda. Krum asintió con la cabeza y se dirigió allí directamente, donde también saludó a Fleur y Bill.

— Bien, bien — siguió hablando Dumbledore cuando todo el mundo se hubo sentado. — Sin más demora, comencemos la lectura. ¿Algún voluntario?

Nadie levantó la mano y, sinceramente, Harry entendía perfectamente por qué. Suponía que conseguir voluntarios para este libro iba a ser mucho más difícil que para todos los anteriores.

Viendo que nadie se ofrecía, Dumbledore se giró para mirar hacia la mesa de profesores.

— Cornelius, ¿te importaría?

Fudge dio un brinco en su asiento.

— ¿Yo? No, yo preferiría…

— Supongo que alguien acostumbrado a dar ruedas de prensa no debe sentirse intimidado al hablar delante de colegiales. Aunque, si es así, no me importa pedírselo a otra persona.

— ¡No me siento intimidado! — farfulló Fudge. — Trae, dame ese dichoso libro.

Fudge se puso en pie y Dumbledore le tendió el tomo con gesto amable, aunque a Harry le pareció que se estaba divirtiendo.

Fudge se aclaró la garganta y leyó:

— La Mansión de los Ryddle.

A Harry le dio un vuelco el corazón.

Los aldeanos de Pequeño Hangleton seguían llamándola «la Mansión de los Ryddle» aunque hacía ya muchos años que los Ryddle no vivían en ella. Erigida sobre una colina que dominaba la aldea, tenía cegadas con tablas algunas ventanas, al tejado le faltaban tejas y la hiedra se extendía a sus anchas por la fachada. En otro tiempo había sido una mansión hermosa y, con diferencia, el edificio más señorial y de mayor tamaño en un radio de varios kilómetros, pero ahora estaba abandonada y ruinosa, y nadie vivía en ella.

Todos en el comedor escuchaban con atención, aunque Harry pudo ver las expresiones confundidas de más de uno.

Por su parte, sentía el corazón latirle con fuerza. Durante unos momentos había pensado que iban a empezar a leer directamente lo que sucedió en el cementerio, frente a la tumba de Ryddle.

En Pequeño Hangleton todos coincidían en que la vieja mansión era siniestra. Medio siglo antes había ocurrido en ella algo extraño y horrible, algo de lo que todavía gustaban hablar los habitantes de la aldea cuando los temas de chismorreo se agotaban. Habían relatado tantas veces la historia y le habían añadido tantas cosas, que nadie estaba ya muy seguro de cuál era la verdad.

— Suele pasar — se oyó murmurar a Susan Bones.

Todas las versiones, no obstante, comenzaban en el mismo punto: cincuenta años antes, en el amanecer de una soleada mañana de verano, cuando la Mansión de los Ryddle aún conservaba su imponente apariencia, la criada había entrado en la sala y había hallado muertos a los tres Ryddle.

— Me están dado escalofríos — se quejó Angelina. — ¿Esto es una historia de miedo? Porque lo parece.

La mujer había bajado corriendo y gritando por la colina hasta llegar a la aldea, despertando a todos los que había podido.

¡Están allí echados con los ojos muy abiertos! ¡Están fríos como el hielo! ¡Y llevan todavía la ropa de la cena!

— Yo creo que se han equivocado de libro y nos están leyendo historias de terror — dijo una chica de tercero, cuyo rostro estaba algo pálido.

Llamaron a la policía, y toda la aldea se convirtió en un hervidero de curiosidad, de espanto y de emoción mal disimulada. Nadie hizo el menor esfuerzo en fingir que le apenaba la muerte de los Ryddle, porque nadie los quería. El señor y la señora Ryddle eran ricos, esnobs y groseros, aunque no tanto como Tom, su hijo ya crecido. Los aldeanos se preguntaban por la identidad del asesino, porque era evidente que tres personas que gozan, aparentemente, de buena salud no se mueren la misma noche de muerte natural.

— Bueno, eso es obvio — dijo Ernie Macmillan.

A pesar de que el comienzo del libro estaba siendo muy diferente a los anteriores, muchos alumnos parecían muy metidos en la "historia de terror".

El Ahorcado, que era como se llamaba la taberna de la aldea, hizo su agosto aquella noche, ya que todo el mundo acudió para comentar el triple asesinato. Para ello habían dejado el calor de sus hogares, pero se vieron recompensados con la llegada de la cocinera de los Ryddle, que entró en la taberna con un golpe de efecto y anunció a la concurrencia, repentinamente callada, que acababan de arrestar a un hombre llamado Frank Bryce.

— ¿Qué tiene que ver todo esto con Potter? — se escuchó preguntar a un chico de segundo. Alguien bufó y replicó:

— ¿Es que no te acuerdas? Ryddle era el apellido de Quien-Tú-Sabes. ¡Es su casa!

Se oyeron jadeos y Harry tuvo que resistir las ganas de rodar los ojos. ¿Cómo se les podía olvidar un detalle tan importante?

¡Frank! —gritaron algunos—. ¡No puede ser!

Frank Bryce era el jardinero de los Ryddle y vivía solo en una humilde casita en la finca de sus amos. Había regresado de la guerra con la pierna rígida y una clara aversión a las multitudes y a los ruidos fuertes. Desde entonces, había trabajado para los Ryddle.

— Pobre hombre. Parece que debió pasarlo bastante mal — se lamentó Tonks.

Varios de los presentes se apresuraron a pedir una bebida para la cocinera, y todos se dispusieron a oír los detalles.

Siempre pensé que era un tipo raro —explicó la mujer a los lugareños, que la escuchaban expectantes, después de apurar la cuarta copa de jerez—. Era muy huraño. Debo de haberlo invitado cien veces a una copa, pero no le gustaba el trato con la gente, no señor.

— ¿Qué nos importa todo esto? — se quejó Nott. — ¿Podemos pasar directamente a la parte interesante?

Varias personas lo miraron mal.

Bueno —dijo una aldeana que estaba junto a la barra—, el pobre Frank lo pasó mal en la guerra, y le gusta la tranquilidad. Ése no es motivo para...

¿Y quién aparte de él tenía la llave de la puerta de atrás? —la interrumpió la cocinera levantando la voz—. ¡Siempre ha habido un duplicado de la llave colgado en la casita del jardinero, que yo recuerde! ¡Y anoche nadie forzó la puerta! ¡No hay ninguna ventana rota! Frank no tuvo más que subir hasta la mansión mientras todos dormíamos...

— O pudo haber sido un mago — sugirió Terry Boot. — Con un simple Alohomora habría bastado.

Varios murmuraron su acuerdo.

Los aldeanos intercambiaron miradas sombrías.

Siempre pensé que había algo desagradable en él, desde luego —dijo, gruñendo, un hombre sentado a la barra.

La guerra lo convirtió en un tipo raro, si os interesa mi opinión —añadió el dueño de la taberna.

Harry frunció el ceño. Recordaba el rostro de Frank Bryce, tanto por su sueño como por el momento en el que lo había visto salir de la varita de Voldemort la noche de la tercera prueba. No le había parecido una mala persona. Era algo desagradable escuchar a los aldeanos volverse en su contra tan fácilmente.

Te dije que no me gustaría tener a Frank de enemigo. ¿A que te lo dije, Dot? —apuntó, nerviosa, una mujer desde el rincón.

Horroroso carácter —corroboró Dot, moviendo con brío la cabeza de arriba abajo—. Recuerdo que cuando era niño...

A la mañana siguiente, en Pequeño Hangleton, a nadie le cabía ninguna duda de que Frank Bryce había matado a los Ryddle.

— Pues yo no creo que fuera él — se oyó decir a una chica de cuarto.

— ¿Es que no es obvio? Debió ser Quien-Vosotros-Sabéis — dijo Fred en voz alta.

Algunas personas jadearon y Harry soltó un bufido al oírlo.

Pero en la vecina ciudad de Gran Hangleton, en la oscura y sórdida comisaría, Frank repetía tercamente, una y otra vez, que era inocente y que la única persona a la que había visto cerca de la mansión el día de la muerte de los Ryddle había sido un adolescente, un forastero de piel clara y pelo oscuro. Nadie más en la aldea había visto a semejante muchacho, y la policía tenía la convicción de que eran invenciones de Frank.

— ¿Habéis oído? Adolescente de piel clara y pelo oscuro — repitió Fred. — Debió ser Quien-Vosotros-Sabéis cuando era joven.

Dumbledore sonrió discretamente al escucharlo, sobre todo porque las palabras de Fred provocaron que Fudge comenzara a sudar.

— Todavía no… — el ministro volvió a aclararse la garganta. — No hay pruebas. No se sabe quién… Sigo leyendo.

Y eso hizo.

Entonces, cuando las cosas se estaban poniendo peor para él, llegó el informe forense y todo cambió.

La policía no había leído nunca un informe tan extraño. Un equipo de médicos había examinado los cuerpos y llegado a la conclusión de que ninguno de los Ryddle había sido envenenado, ahogado, estrangulado, apuñalado ni herido con arma de fuego y, por lo que ellos podían ver, ni siquiera había sufrido daño alguno. De hecho, proseguía el informe con manifiesta perplejidad, los tres Ryddle parecían hallarse en perfecto estado de salud, pasando por alto el hecho de que estaban muertos.

— Ese es un detalle importante — ironizó Sirius.

Decididos a encontrar en los cadáveres alguna anormalidad, los médicos notaron que los Ryddle tenían una expresión de terror en la cara; pero, como dijeron los frustrados policías, ¿quién había oído nunca que se pudiera aterrorizar a tres personas hasta matarlas?

— Quien fuera el asesino, debió usar la maldición asesina — dijo Dean. — Moody nos dijo que no deja huellas en el cuerpo.

— Yo no os dije nada — gruñó Moody, haciendo que Dean saltara.

Como no había la más leve prueba de que los Ryddle hubieran sido asesinados, la policía no tuvo más remedio que dejar libre a Frank. Se enterró a los Ryddle en el cementerio de Pequeño Hangleton, y durante una temporada sus tumbas siguieron siendo objeto de curiosidad. Para sorpresa de todos y en medio de un ambiente de desconfianza, Frank Bryce volvió a su casita en la mansión.

— ¿En serio? Yo me habría mudado — dijo Parvati, sorprendida.

— Yo también — asintió Lavender. — ¿Por qué querría quedarse en un pueblo lleno de gente que lo odia?

— Y no solo eso — intervino Alicia Spinnet. — ¿Por qué se quedaría en la mansión Ryddle sabiendo lo que pasó allí? Yo no podría vivir tranquila.

Harry estaba totalmente de acuerdo. Frank Bryce debía haber sido muy valiente o haber estado muy loco para quedarse en esa casa después de que encontraran los cuerpos de los Ryddle.

Para mí él fue el que los mató, y me da igual lo que diga la policía —sentenció Dot en El Ahorcado—. Y, sabiendo que sabemos que fue él, si tuviera un poco de vergüenza se iría de aquí.

Pero Frank no se fue. Se quedó cuidando el jardín para la familia que habitó a continuación en la Mansión de los Ryddle, y luego para los siguientes inquilinos, porque nadie permaneció mucho tiempo allí.

— Quizá la casa estaba embrujada — sugirió Colin.

— ¿Se puede maldecir una casa para que nadie pueda vivir en ella mucho tiempo? — preguntó un niño de primero.

Ningún alumno supo responder, y los profesores se negaron a hacerlo.

Quizá era en parte a causa de Frank por lo que cada nuevo propietario aseguró que se percibía algo horrendo en aquel lugar, el cual, al quedar deshabitado, fue cayendo en el abandono.

— Es una pena — se oyó decir a una chica de segundo de Slytherin. — La mansión debió ser preciosa en su momento. Vaya desperdicio.

El potentado que en aquellos días poseía la Mansión de los Ryddle no vivía en ella ni le daba uso alguno; en el pueblo se comentaba que la había adquirido por «motivos fiscales», aunque nadie sabía muy bien cuáles podían ser esos motivos. Sin embargo, el potentado continuó pagando a Frank para que se encargara del jardín. A punto de cumplir los setenta y siete años, Frank estaba bastante sordo y su pierna rígida se había vuelto más rígida que nunca, pero todavía, cuando hacía buen tiempo, se lo veía entre los macizos de flores haciendo un poco de esto y un poco de aquello, si bien la mala hierba le iba ganando la partida.

— No lo entiendo — volvió a hablar Angelina. — Ese hombre se quedó en un pueblo lleno de gente que le odiaba, cuidando la casa en la que habían muerto tres personas en extrañas circunstancias, y ni siquiera tenía amigos o familiares que le ataran a ese lugar. ¿Por qué no se fue?

— Quizá le tenía cariño al pueblo — sugirió Katie. Angelina no pareció muy convencida.

Pero la mala hierba no era lo único contra lo que tenía que bregar Frank. Los niños de la aldea habían tomado la costumbre de tirar piedras a las ventanas de la Mansión de los Ryddle, y pasaban con las bicicletas por encima del césped que con tanto esfuerzo Frank mantenía en buen estado. En una o dos ocasiones habían entrado en la casa a raíz de una apuesta. Sabían que el viejo jardinero profesaba veneración a la casa y a la finca, y les divertía verlo por el jardín cojeando, blandiendo su cayado y gritándoles con su ronca voz.

— ¿Cómo pueden divertirse con eso? — dijo Hermione escandalizada. — Es cruel.

— Los niños pueden ser muy crueles — replicó Ron, y a Harry le pareció que estaba recordando alguna trastada que Fred y George le habían hecho durante la infancia, a juzgar por su expresión.

Frank, por su parte, pensaba que los niños querían castigarlo porque, como sus padres y abuelos, creían que era un asesino. Así que cuando se despertó una noche de agosto y vio algo raro arriba en la vieja casa, dio por supuesto que los niños habían ido un poco más lejos que otras veces en su intento de mortificarlo.

A Harry le dio un escalofrío. Él sabía que esa vez no habían sido los niños.

Ginny le lanzó una mirada llena de curiosidad y Harry señaló hacia el libro como respuesta.

Lo que lo había despertado era su pierna mala, que en su vejez le dolía más que nunca. Se levantó y bajó cojeando por la escalera hasta la cocina, con la idea de rellenar la botella de agua caliente para aliviar la rigidez de la rodilla. De pie ante la pila, mientras llenaba de agua la tetera, levantó la vista hacia la Mansión de los Ryddle y vio luz en las ventanas superiores. Frank entendió de inmediato lo que sucedía: los niños habían vuelto a entrar en la Mansión de los Ryddle y, a juzgar por el titileo de la luz, habían encendido fuego.

— Eso es peligroso — se oyó decir a alguien de Hufflepuff.

Varias personas replicaron a la vez:

— Yo creo que no eran los niños.

— ¡Seguro que era el asesino!

— ¡Es como una película! Seguro que ahora va solo a investigar y se lo cargan.

— ¡Jason! ¡No seas bestia!

— ¡Pero seguro que tengo razón!

Fudge tuvo que esperar unos momentos hasta que todo el mundo se hubo callado.

Frank no tenía teléfono y, de todas maneras, desconfiaba de la policía desde que se lo habían llevado para interrogarlo por la muerte de los Ryddle. Así que dejó la tetera y volvió a subir la escalera tan rápido como le permitía la pierna mala; regresó completamente vestido a la cocina, y cogió una llave vieja y herrumbrosa del gancho que había junto a la entrada. Tomó su cayado, que estaba apoyado contra la pared, y salió de la casita en medio de la noche.

— ¿Ves? — dijo el tal Jason, de Hufflepuff. — Primer paso: ir solo a investigar. Segundo paso: verá algo o escuchará algo que no debía y se lo cargarán. Pasa en todas las películas de miedo.

— Nunca he visto una película — dijo la chica que estaba sentada justo frente a él.

— Si vienes a mi casa en verano, te invito al cine — replicó el chico, guiñándole un ojo. La chica se puso roja como un tomate y se escucharon risitas a lo largo de todo el comedor.

Fudge, con cara de hastío, siguió leyendo.

La puerta principal de la Mansión de los Ryddle no mostraba signo alguno de haber sido forzada, ni tampoco ninguna de las ventanas. Frank fue cojeando hacia la parte de atrás de la casa hasta llegar a una entrada casi completamente cubierta por la hiedra, sacó la vieja llave, la introdujo en la cerradura y abrió la puerta sigilosamente.

Varias personas se inclinaron hacia delante en sus asientos, llenas de emoción y nervios.

Penetró en la cavernosa cocina. A pesar de que hacia años que Frank no pisaba en ella y de que la oscuridad era casi total, recordaba dónde se hallaba la puerta que daba al vestíbulo y se abrió camino hacia ella a tientas, mientras percibía el olor a decrepitud y aguzaba el oído para captar cualquier sonido de pasos o de voces que viniera de arriba. Llegó al vestíbulo, un poco más iluminado gracias a las amplias ventanas divididas por parteluces que flanqueaban la puerta principal, y comenzó a subir por la escalera, dando gracias a la espesa capa de polvo que cubría los escalones porque amortiguaba el ruido de los pies y del cayado.

— ¿Cuánto polvo debía haber en esa casa para que amortiguara los pasos? — murmuró Ron.

— Llevaba años sin limpiarla — replicó Hermione, quien parecía sentir algo de pena por Frank Bryce.

En el rellano, Frank torció a la derecha y vio de inmediato dónde se hallaban los intrusos: al final del corredor había una puerta entornada, y una luz titilante brillaba a través del resquicio, proyectando sobre el negro suelo una línea dorada. Frank se fue acercando pegado a la pared, con el cayado firmemente asido. Cuando se hallaba a un metro de la entrada distinguió una estrecha franja de la estancia que había al otro lado.

Harry tragó saliva. Había sido un sueño bastante desagradable…

Y de pronto comprendió lo que estaba a punto de suceder.

Si leían el sueño completo, leerían la conversación que Voldemort había tenido con Colagusano. Por tanto, ¡estaban a punto de leer la primera prueba irrefutable del regreso de Voldemort!

Pudo ver entonces que estaba encendido el fuego en la chimenea, cosa que lo sorprendió. Se quedó inmóvil y escuchó con toda atención, porque del interior de la estancia llegaba la voz de un hombre que parecía tímido y acobardado.

Queda un poco más en la botella, señor, si seguís hambriento.

Hubo muchas muecas de confusión.

Luego —dijo una segunda voz. También ésta era de hombre, pero extrañamente aguda y tan fría como una repentina ráfaga de viento helado. Algo tenía aquella voz que erizó los escasos pelos de la nuca de Frank—. Acércame más al fuego, Colagusano.

— ¡Colagusano! — exclamó Angelina.

— ¡Es Pettigrew! — varias personas gritaron al mismo tiempo.

Fudge se había puesto blanco como el papel. Umbridge, por otro lado, tenía cara de haber chupado algo muy amargo.

— Cornelius, si no te importa…

— ¿Eh? Eh, sí — replicó Fudge, nervioso, lo que contrastaba mucho con la visible tranquilidad de Dumbledore.

Frank volvió hacia la puerta su oreja derecha, que era la buena. Oyó que posaban una botella en una superficie dura, y luego el ruido sordo que hacía un mueble pesado al ser arrastrado por el suelo. Frank vislumbró a un hombre pequeño que, de espaldas a la puerta, empujaba una butaca para acercarla a la chimenea. Vestía una capa larga y negra, y tenía la coronilla calva. Enseguida volvió a desaparecer de la vista.

De reojo, Harry vio la cara de asco de Sirius.

¿Dónde está Nagini? —dijo la voz fría.

No... no lo sé, señor —respondió temblorosa la primera voz—. Creo que ha ido a explorar la casa...

— ¿Quién es Nagini? — preguntó una niña de primero de Ravenclaw.

— Ni idea — replicó una amiga suya.

Tendrás que ordeñarla antes de que nos retiremos a dormir, Colagusano —dijo la segunda voz—. Necesito tomar algo de alimento por la noche. El viaje me ha fatigado mucho.

— ¡Ah! — exclamó la niña de antes. — ¡Nagini es una vaca!

— O una oveja — sugirió su amiga. — O una cabra.

Harry no pudo evitar dejar escapar una sonrisita al escuchar eso. Le habría encantado ver la cara de Voldemort al escuchar a alguien llamar vaca a su querida Nagini.

Frunciendo el entrecejo, Frank acercó más la oreja buena a la puerta. Hubo una pausa, y tras ella volvió a hablar el hombre llamado Colagusano.

Señor, ¿puedo preguntar cuánto tiempo permaneceremos aquí?

Una semana —contestó la fría voz—. O tal vez más. Este lugar es cómodo dentro de lo que cabe, y todavía no podemos llevar a cabo el plan. Sería una locura hacer algo antes de que acaben los Mundiales de Quidditch.

— ¿Pero quién es? ¿De quién es la voz fría? — preguntó un chico de segundo.

Esta vez, Harry no pudo contenerse:

— ¿Tú que crees? ¿Quién era el señor de Colagusano? ¿A quién le era leal?

Todo el comedor se quedó en silencio y Harry casi se arrepintió de haber hablado, porque la mirada que le echó Umbridge prometía horas de castigo con su estúpida pluma.

Luego pensó que, si todo iba bien, quizá despidieran a Umbridge antes de que comenzaran de nuevo las clases, y eso lo animó.

Frank se hurgó la oreja con uno de sus nudosos dedos. Sin duda debido a un tapón de cera, había oído la palabra «quidditch», que no existía.

— Menudo muggle — se quejó Pansy Parkinson.

Algunos hijos de muggles la miraron muy mal.

¿Los... los Mundiales de Quidditch, señor? —preguntó Colagusano. Frank se hurgó aún con más fuerza—. Perdonadme, pero... no comprendo. ¿Por qué tenemos que esperar a que acaben los Mundiales?

Porque en este mismo momento están llegando al país magos provenientes del mundo entero, idiota, y todos los

Fudge se atragantó. Tras unos segundos, leyó:

todos los mangoneadores del Ministerio de Magia estarán al acecho de cualquier signo de actividad anormal, comprobando y volviendo a comprobar la identidad de todo el mundo. Estarán obsesionados con la seguridad, para evitar que los muggles se den cuenta de algo. Por eso tenemos que esperar.

El ministro parecía más incómodo con cada palabra que leía. Harry no podía negar que le alegraba verlo así.

Frank desistió de intentar destaponarse el oído. Le habían llegado con toda claridad las palabras «magos», «muggles» y «Ministerio de Magia». Evidentemente, cada una de aquellas expresiones tenía un significado secreto, y Frank pensó que sólo había dos tipos de personas que hablaran en clave: los espías y los criminales. Así pues, aferró el cayado y aguzó el oído.

— Ese tío está paranoico — se quejó Cormac McLaggen.

— Bueno, la realidad era todavía más increíble que lo que estaba imaginando — lo defendió una chica de séptimo a la que Harry no conocía. No parecía llevarse muy bien con McLaggen, a juzgar por la mirada irritada que él le echó.

¿Debo entender que Su Señoría está decidido? —preguntó Colagusano en voz baja.

Desde luego que estoy decidido, Colagusano. —Ahora había un tono de amenaza en la fría voz.

A Harry se le volvió a erizar la piel.

Siguió una ligera pausa, y luego habló Colagusano. Las palabras se le amontonaron por la prisa, como si quisiera acabar de decir la frase antes de que los nervios se lo impidieran:

Se podría hacer sin Harry Potter, señor.

Se oyeron jadeos y al menos media docena de personas se giró para mirar a Harry, quien trató de mantener el rostro tan neutral como pudo.

Hubo otra pausa, ahora más prolongada, y luego se escuchó musitar a la segunda voz:

¿Sin Harry Potter? Ya veo...

¡Señor, no lo digo porque me preocupe el muchacho! —exclamó Colagusano, alzando la voz hasta convertirla en un chillido—. El chico no significa nada para mí, ¡nada en absoluto! Sólo lo digo porque si empleáramos a otro mago o bruja, el que fuera, se podría llevar a cabo con más rapidez. Si me permitierais ausentarme brevemente (ya sabéis que se me da muy bien disfrazarme), podría regresar dentro de dos días con alguien apropiado.

— ¿Qué pretenden hacerle a Harry? — dijo Hannah Abbott con aspecto aterrado.

— Usar su sangre para un ritual de magia oscura y después matarlo — replicó Ron.

Hannah lo miró como si le hubiera salido una segunda cabeza.

— No, en serio.

— Lo digo en serio.

Pero ni Hannah ni ningún otro alumno se lo creyó. Esta vez, a Harry no le importó que no se lo creyeran: ya lo leerían cuando llegara el momento… Aunque no tenía ningunas ganas de llegar a esa parte del libro.

Y eso le llevó a pensar: ¿qué diantres tenían en la cabeza los dichosos encapuchados? Si a él le iba a costar leer la muerte de Cedric, no quería ni imaginarse lo mucho que le dolería a Amos Diggory. ¿Por qué lo habían traído?

Podía entender que invitaran a Krum. Después de todo, había tenido un rol bastante importante durante el año anterior, especialmente en la tercera prueba. Krum merecía saber toda la verdad sobre lo que había sucedido. ¿Pero Diggory? ¿Qué pintaba él aquí? Esto solo podía hacerle daño.

Harry era consciente de que estaba siendo un poco hipócrita. Si Krum merecía saber toda la verdad, Amos Diggory la merecía aún más. ¡Pero esta no era la manera! ¿Le iban a obligar a leer la muerte de su único hijo?

Fudge seguía leyendo.

Podría utilizar a cualquier otro mago —dijo con suavidad la segunda voz—, es cierto...

Muy sensato, señor —añadió Colagusano, que parecía sensiblemente aliviado —. Echarle la mano encima a Harry Potter resultaría muy difícil. Está tan bien protegido...

— No sé yo — murmuró Ron por lo bajo. — Yo creo que deberíamos llevarlo con correa. A lo mejor así deja de jugarse la vida cada año.

Harry soltó un bufido, pero Hermione asintió solemnemente.

— Hay encantamientos de alarma que pueden modificarse para usarse en personas. Podríamos ponerle una alarma para que nos avise si está en peligro.

— Hay libros en la biblioteca sobre hechizos de ese tipo — les informó Ginny. — Podemos ir después a echar un vistazo.

Viendo la expresión horrorizada de Harry, los tres se echaron a reír.

— Era broma, era broma — le aseguró Ron entre risas. — Aunque tampoco es mala idea…

Harry le dio un golpe en el brazo y con eso zanjó la discusión.

¿O sea que te prestas a ir a buscar un sustituto? Me pregunto si tal vez... la tarea de cuidarme se te ha llegado a hacer demasiado penosa, Colagusano. ¡Quién sabe si tu propuesta de abandonar el plan no será en realidad un intento de desertar de mi bando!

— Su bando — repitió Lee Jordan. — Así que sí que es él.

— Eso es solo una suposición — intervino Umbridge de mal humor.

Fudge siguió leyendo. Le caían gotas de sudor por la frente.

¡Señor! Yo... yo no tengo ningún deseo de abandonaros, en absoluto.

¡No me mientas! —dijo la segunda voz entre dientes—. ¡Sé lo que digo, Colagusano! Lamentas haber vuelto conmigo. Te doy asco. Veo cómo te estremeces cada vez que me miras, noto el escalofrío que te recorre cuando me tocas...

— Eh… — Fred arqueó una ceja. — ¿Es cosa mía o eso suena muy mal?

— Suena fatal — confirmó George.

Varios los miraron con expresiones horrorizadas.

— No hagáis bromas con eso — se quejó un chico de tercero de Slytherin. — Si de verdad es Quien-Vosotros-Sabéis… — le dio un escalofrío.

— Yo solo he dicho la verdad — se defendió Fred. — Suena muy, muy mal. ¿Te lo demuestro?

Se inclinó hacia Angelina.

— Veo cómo te estremeces cada vez que me miras — dijo, tratando de utilizar un tono seductor. Se oyeron muchas risitas. Fred se inclinó un poco más, tomó un mechón de pelo y se lo colocó a Angelina detrás de la oreja. — Noto el escalofrío que te recorre cuando me tocas…

Angelina soltó una risotada, al igual que buena parte del comedor.

— Sería muy sexy si no fueran las palabras de un asesino — ironizó la chica.

¡No! Mi devoción a Su Señoría...

Tu devoción no es otra cosa que cobardía. No estarías aquí si tuvieras otro lugar al que ir. ¿Cómo voy a sobrevivir sin ti, cuando necesito alimentarme cada pocas horas? ¿Quién ordeñará a Nagini?

— Siempre puede comprar leche y utilizar un encantamiento de preservación — sugirió un chico de cuarto.

Varios le dieron la razón y Harry no se molestó en corregirlos. Le hacía gracia que todos asumieran que Nagini era una vaca.

Pero ya estáis mucho más fuerte, señor.

Mentiroso —musitó la segunda voz—. No me encuentro más fuerte, y unos pocos días bastarían para hacerme perder la escasa salud que he recuperado con tus torpes atenciones. ¡Silencio!

— Debe ser muy triste traicionar a tus amigos para acabar sirviendo a alguien que te trata de ese modo — dijo Tonks.

Sirius hizo una mueca.

— Se lo merece.

Colagusano, que había estado barbotando incoherentemente, se calló al instante. Durante unos segundos, Frank no pudo oír otra cosa que el crepitar de la hoguera. Luego volvió a hablar el segundo hombre en un siseo que era casi un silbido.

Tengo mis motivos para utilizar a ese chico, como te he explicado, y no usaré a ningún otro. He aguardado trece años. Unos meses más darán lo mismo.

Varios miraron a Harry con preocupación. Él tuvo que aguantar las ganas de decirles dónde podían meterse esas miraditas. La preocupación llegaba con varios meses de retraso.

Por lo que respecta a la protección que lo rodea, estoy convencido de que mi plan dará resultado. Lo único que se necesita es un poco de valor por tu parte... Un valor que estoy seguro de que encontrarás, a menos que quieras sufrir la ira de

Fudge jadeó. Soltó el libro, que cayó al suelo, y se giró para mirar a Dumbledore.

— No voy a leer eso.

El ministro se había puesto pálido, de un tono casi grisáceo.

— ¿Por qué no? — preguntó Dumbledore tranquilamente.

— ¡Porque no!

— No puedo obligarte, Cornelius. Pero, si no lo lees, lo haré yo.

Fudge dio un paso atrás, como si las palabras de Dumbledore hubieran sido una bofetada invisible.

— Es tu decisión. Puedes echarle valor y leer toda la frase, o sentarte y escucharla de boca de otro.

Harry casi podía ver el proceso mental por el que estaba pasando Fudge. Su dignidad estaba en juego. Si no leía, quedaría como un cobarde delante de todo el mundo, además de un incompetente.

Tomó una decisión. Recogió el libro del suelo, muy despacio, y volvió a abrirlo por la página adecuada.

Lo único que se necesita es un poco de valor por tu parte... Un valor que estoy seguro de que encontrarás, a menos que quieras sufrir la ira de lord Voldemort.

Se escucharon jadeos y gritos ahogados.

— ¡Sí que es él! — exclamó un alumno de sexto. Una niña de primero se echó a llorar. Y otra la siguió. Y otro niño se levantó y echó a correr hacia una zona llena de Ravenclaws de sexto, donde se abrazó a uno de ellos. Harry supuso que era su hermano mayor.

El resto del comedor se quedó en un silencio total. Harry no podía negar que sentía cierta satisfacción al ver las caras aterradas de tantos alumnos. Ya era hora de que asumieran la realidad.

— Todavía no es seguro — resopló Fudge al cabo de unos instantes. — No sabemos cuándo se dio esta conversación. Puede ser antigua…

— Pero Pettigrew ya había escapado de Azkaban — le recordó McGonagall. — Y se acercaban los mundiales. Creo que no cabe duda de la fecha aproximada de la conversación.

Fudge volvía a sudar. Umbridge, por otro lado, parecía haberse quedado sin palabras.

— No sabemos siquiera si esta conversación fue real. Puede ser inventada — siguió Fudge. — ¿No se supone que estos libros están escritos desde el punto de vista de Potter? ¿Dónde estaba Potter en esta escena, eh? No, no, algo no encaja…

Muchos alumnos parecieron más tranquilos al escuchar eso y Harry casi gruñó en voz alta debido a la frustración

Tras soltar un suspiro, Dumbledore invitó a Fudge a seguir leyendo.

¡Señor, dejadme hablar! —dijo Colagusano con una nota de pánico en la voz —. Durante el viaje le he dado vueltas en la cabeza al plan... Señor, no tardarán en darse cuenta de la desaparición de Bertha Jorkins. Y, si seguimos adelante, si yo echo la maldición...

— Bertha Jorkins — repitió Fudge. Entre la palidez de su rostro y el sudor, Harry empezaba a pensar que iba a desmayarse. — Oh, Merlín. Bertha Jorkins.

No hizo falta que Dumbledore le pidiera que siguiera leyendo. Fudge parecía estar entrando en pánico a pesar de sus palabras de antes, porque cada vez leía con más rapidez.

¿«Si»? —susurró la otra voz—. Si sigues el plan, Colagusano, el Ministerio no tendrá que enterarse de que ha desaparecido nadie más. Lo harás discretamente, sin alboroto. Ya me gustaría poder hacerlo por mí mismo, pero en estas condiciones... Vamos, Colagusano, otro obstáculo menos y tendremos despejado el camino hacia Harry Potter. No te estoy pidiendo que lo hagas solo. Para entonces, mi fiel vasallo se habrá unido a nosotros.

Moody soltó un bufido al escuchar eso. Varias personas saltaron en sus asientos.

Yo también soy un vasallo fiel —repuso Colagusano con una levísima nota de resentimiento en la voz.

— Está celoso —se oyó murmurar a Fred, y Harry casi soltó una risotada. La ridiculez de la broma contrastaba tanto con el ambiente tenso del comedor que resultaba hasta cómico.

Colagusano, necesito a alguien con cerebro, alguien cuya lealtad no haya flaqueado nunca. Y tú, por desgracia, no cumples ninguno de esos requisitos.

— Uf. Eso ha tenido que doler — dijo Sirius. Su tono demostraba que en realidad le importaba un pimiento si los sentimientos de Colagusano habían sido heridos.

Yo os encontré —contestó Colagusano, y esta vez había un claro tono de aspereza en su voz—. Fui el que os encontró, y os traje a Bertha Jorkins.

Eso es verdad —admitió el segundo hombre, aparentemente divertido—. Un golpe brillante del que no te hubiera creído capaz, Colagusano. Aunque, a decir verdad, ni te imaginabas lo útil que nos sería cuando la atrapaste, ¿a que no?

Pen... pensaba que podía serlo, señor.

Mentiroso —dijo de nuevo la otra voz con un regocijo cruel más evidente que nunca—. Sin embargo, no niego que su información resultó enormemente valiosa.

— No sé quién es Bertha Jorkins, pero pobre mujer — dijo Lavender con una mueca. — Suena a que le hicieron mucho daño.

Sin ella, yo nunca habría podido maquinar nuestro plan, y por eso recibirás tu recompensa, Colagusano. Te permitiré llevar a cabo una labor esencial para mí; muchos de mis seguidores darían su mano derecha por tener el honor de desempeñarla...

Harry jadeó. Varias personas se giraron para mirarlo, pero él no dijo nada. Lo único que podía pensar era que la crueldad de Voldemort era tal que, durante un segundo, hasta había sentido pena por Colagusano.

¿De... de verdad, señor? —Colagusano parecía de nuevo aterrorizado—. ¿Y qué...?

¡Ah, Colagusano, no querrás que te lo descubra y eche a perder la sorpresa! Tu parte llegará al final de todo... pero te lo prometo: tendrás el honor de resultar tan útil como Bertha Jorkins.

— ¿Eso es que lo va a matar, no? — dijo Colin Creevey. Tenía los ojos como platos.

— No creo — replicó Sirius. — No mientras pueda serle útil.

Vos... Vos... —La voz de Colagusano sonó repentinamente ronca, como si se le hubiera quedado la boca completamente seca—. Vos... ¿vais a matarme... también a mí?

Colagusano, Colagusano —dijo la voz fría, que ahora había adquirido una gran suavidad—, ¿por qué tendría que matarte? Maté a Bertha porque tenía que hacerlo. Después de mi interrogatorio ya no servía para nada, absolutamente para nada. Y, sin duda, si hubiera vuelto al Ministerio con la noticia de que te había conocido durante las vacaciones, le habrían hecho unas preguntas muy embarazosas. Los magos que han sido dados por muertos deberían evitar encontrarse con brujas del Ministerio de Magia en las posadas del camino...

Muy a su pesar, Harry comenzaba a preocuparse por Fudge. La rapidez con la que leía hace unos momentos se había transformado en una extraña monotonía. Era como si se le estuviera escapando el alma del cuerpo con cada palabra de Voldemort que leía.

Colagusano murmuró algo en voz tan baja que Frank no pudo oírlo, pero lo que fuera hizo reír al segundo hombre: una risa completamente amarga, y tan fría como su voz.

¿Que podríamos haber modificado su memoria? Es verdad, pero un mago con grandes poderes puede romper los encantamientos desmemorizantes, como te demostré al interrogarla. Sería un insulto a su recuerdo no dar uso a la información que le sonsaqué, Colagusano.

— Encima se creerá que está siendo amable — bufó Hermione por lo bajo. — Ese maldito… cruel y despiadado…

Ron la miró de reojo, con cara de alarma.

Fuera, en el corredor, Frank se dio cuenta de que la mano que agarraba el cayado estaba empapada en sudor. El hombre de la voz fría había matado a una mujer, y hablaba de ello sin ningún tipo de remordimiento, con regocijo. Era peligroso, un loco. Y planeaba más asesinatos: aquel muchacho, Harry Potter, quienquiera que fuese, se hallaba en peligro.

De nuevo, varias personas miraron a Harry, quien tuvo que hacer el esfuerzo de ignorarlas.

Frank supo lo que tenía que hacer. Aquél era, sin duda, el momento de ir a la policía. Saldría sigilosamente de la casa e iría directo a la cabina telefónica de la aldea. Pero la voz fría había vuelto a hablar, y Frank permaneció donde estaba, inmóvil, escuchando con toda su atención.

Una maldición más... mi fiel vasallo en Hogwarts... Harry Potter es prácticamente mío, Colagusano. Está decidido. No lo discutiremos más. Silencio... Creo que oigo a Nagini...

— ¿En Hogwarts? — repitió un niño de primero. — ¿Había un mortífago en Hogwarts el año pasado?

Dumbledore asintió y el comedor se llenó de murmullos. No todos sabían que Moody no había sido realmente Moody.

Y la voz del segundo hombre cambió. Comenzó a emitir unos sonidos que Frank no había oído nunca; silbaba y escupía sin tomar aliento. Frank supuso que le estaba dando un ataque.

— Ojala — murmuró Sirius.

Y entonces Frank oyó que algo se movía detrás de él, en el oscuro corredor. Se volvió a mirar, y el terror lo paralizó.

Algo se arrastraba hacia él por el suelo y, cuando se acercó a la línea de luz, vio, estremecido de pavor, que se trataba de una serpiente gigante de al menos cuatro metros de longitud.

Se escucharon grititos ahogados y más de una palabrota.

Horrorizado, Frank observó cómo su cuerpo sinuoso trazaba un sendero a través de la espesa capa de polvo del suelo, aproximándose cada vez más. ¿Qué podía hacer? El único lugar al que podía escapar era la habitación en la que dos hombres tramaban un asesinato, y, si se quedaba donde estaba, sin duda la serpiente lo mataría.

— Sal de ahí. ¡Huye! — exclamó Hannah Abbott.

Antes de que hubiera tomado una decisión, la serpiente había llegado al punto del corredor en que él se encontraba e, increíble, milagrosamente, pasó de largo; iba siguiendo los sonido siseantes, como escupitajos, que emitía la voz al otro lado de la puerta y, al cabo de unos segundos, la punta de su cola adornada con rombos había desaparecido por el resquicio de la puerta.

— Tiene que aprovechar ahora — dijo Lee Jordan. — Mientras la serpiente está ocupada. Tiene que irse al pueblo y despertar a tanta gente como pueda, para que haya testigos.

— No creo que nadie le hubiera abierto la puerta — dijo Katie Bell con tristeza.

Frank tenía la frente empapada en sudor, y la mano con que sostenía el cayado le temblaba. Dentro de la habitación, la fría voz seguía silbando, y a Frank se le ocurrió una idea extraña, una idea imposible: que aquel hombre era capaz de hablar con las serpientes.

De nuevo, unas diez personas miraron a Harry, como esperando una reacción. ¿Qué querían que hiciera? ¿Que se pusiera a hablar pársel para darles un show?

No comprendía lo que pasaba. Hubiera querido, más que nada en el mundo, hallarse en su cama con la botella de agua caliente. El problema era que sus piernas no parecían querer moverse. De repente, mientras seguía allí temblando e intentando dominarse, la fría voz volvió a utilizar el idioma de Frank.

Nagini tiene interesantes noticias, Colagusano —dijo.

— ¿Nagini es la serpiente? — dijo Justin Finch-Fletchley con cara de asco. — Puaj.

— No, no puede ser — replicó Lavender. — Ha dicho que tenía que ordeñarla. No se puede ordeñar una serpiente.

— ¿Las serpientes dan leche? — preguntó un Slytherin de primero con aspecto confundido.

— No. A lo mejor estaba bromeando — sugirió Padma Patil.

— ¿Quién-Tú-Sabes? ¿Bromeando? — dijo Zabini con desprecio. — Por supuesto que no.

Pero Harry había pillado la pequeña broma que había hecho sobre la mano de Colagusano. Puede que fuera un comentario de mal gusto y extremadamente cruel, pero no había duda de que Voldemort se había divertido al decirlo.

— Yo creo que se refería a sacarle el veneno — dijo Bill en voz alta. — Supongo que lo necesitaría para algo.

Como era la opción más sensata, nadie se lo discutió.

— ¿De... de verdad, señor?

Sí, de verdad —afirmó la voz—. Según Nagini, hay un muggle viejo al otro lado de la puerta, escuchando todo lo que decimos.

— Oh, no — gimió Hermione.

Frank no tuvo posibilidad de ocultarse. Oyó primero unos pasos, y luego la puerta de la habitación se abrió de golpe.

Un hombre bajo y calvo con algo de pelo gris, nariz puntiaguda y ojos pequeños y llorosos apareció ante él con una expresión en la que se mezclaban el miedo y la alarma.

Sirius hizo una mueca al escuchar la descripción. Lupin, por otro lado, se mantuvo tan neutral como pudo.

Invítalo a entrar, Colagusano. ¿Dónde está tu buena educación?

La fría voz provenía de la vieja butaca que había delante de la chimenea, pero Frank no pudo ver al que hablaba. La serpiente estaba enrollada sobre la podrida alfombra que había al lado del fuego, como una horrible parodia de perro hogareño.

— Qué mal rollo — dijo Dean en voz baja. A su lado, Seamus asintió con ganas.

Con una seña, Colagusano ordenó a Frank que entrara. Aunque todavía profundamente conmocionado, éste agarró el cayado con más fuerza y pasó el umbral cojeando.

La lumbre era la única fuente de luz en la habitación, y proyectaba sobre las paredes largas sombras en forma de araña. Frank dirigió la vista al respaldo de la butaca: el hombre que estaba sentado en ella debía de ser aún más pequeño que su vasallo, porque Frank ni siquiera podía vislumbrar la parte de atrás de su cabeza.

Recordando la forma pequeña y horripilante que había visto en el sueño, Harry se estremeció.

Ron lo miró con curiosidad, al igual que Ginny. Harry hizo una seña con la mano que quería decir "No pasa nada", aunque ninguno de los dos pareció muy convencido.

¿Lo has oído todo, muggle? —dijo la fría voz.

¿Cómo me ha llamado? —preguntó Frank desafiante, porque, una vez dentro y llegado el momento de hacer algo, se sentía más valiente. Así le había ocurrido siempre en la guerra.

Te he llamado muggle —explicó la voz con serenidad—. Quiere decir que no eres mago.

— Me sorprende que se lo explicara con tanta calma — admitió Hermione en voz baja.

No sé qué quiere decir con eso de mago —dijo Frank, con la voz cada vez más firme—. Todo lo que sé es que he oído cosas que merecerían el interés de la policía. ¡Usted ha cometido un asesinato y planea otros! Y le diré otra cosa —añadió, en un rapto de inspiración—: mi mujer sabe que estoy aquí, y si no he vuelto...

Tú no tienes mujer —cortó la fría voz, muy suave—. Nadie sabe que estás aquí. No le has dicho a nadie que venías. No mientas a lord Voldemort, muggle, porque él sabe... él siempre sabe...

Todo el comedor se había sumido en un profundo silencio. Todos se imaginaban lo que estaba a punto de suceder. Algunas personas se encogieron un poco en sus asientos, como si esos centímetros menos les otorgaran protección contra Voldemort.

¿Es verdad eso? —respondió Frank bruscamente—. ¿Es usted un lord? Bien, no es que sus modales me parezcan muy refinados, milord. Vuélvase y dé la cara como un hombre. ¿Por qué no lo hace?

— Ese muggle los tiene bien puestos — dijo Lee Jordan. McGonagall le lanzó una mirada severa por su lenguaje y Lee agachó la cabeza, intentando no hacer contacto visual.

Pero es que yo no soy un hombre, muggle —dijo la fría voz, apenas audible por encima del crepitar de las llamas—. Soy mucho, mucho más que un hombre. Sin embargo... ¿por qué no? Daré la cara... Colagusano, ven a girar mi butaca.

El vasallo profirió un quejido.

Ya me has oído, Colagusano.

— Yo preferiría que no la girara — dijo Neville con un hilo de voz.

Harry no podía estar más de acuerdo.

Lentamente, con el rostro crispado como si prefiriera hacer cualquier cosa antes que aproximarse a su señor y a la alfombra en que descansaba la serpiente, el hombrecillo dio unos pasos hacia delante y comenzó a girar la butaca. La serpiente levantó su fea cabeza triangular y profirió un silbido cuando las patas del asiento se engancharon en la alfombra.

— No me habría gustado ser Colagusano en ese momento — dijo Tonks con una mueca.

Fudge tomó aire antes de leer:

Y entonces Frank tuvo la parte delantera de la butaca ante sí y vio lo que había sentado en ella. El cayado se le resbaló al suelo con estrépito. Abrió la boca y profirió un grito. Gritó tan alto que no oyó lo que decía la cosa que había en el sillón mientras levantaba una varita. Vio un resplandor de luz verde y oyó un chasquido antes de desplomarse. Cuando llegó al suelo, Frank Bryce ya había muerto.

No se podía oír ni un suspiro. A pesar de que todos se lo habían esperado, la muerte de Frank Bryce había causado un impacto.

Sin embargo, el silencio abrumador del comedor fue roto por un grito de euforia.

Fudge soltó una risotada y miró a Dumbledore, con los ojos desorbitados.

— ¡Yo tenía razón! ¡La conversación no era real!

— ¿Qué quiere decir? — preguntó Umbridge inmediatamente.

Fudge, cuyo rostro estaba recuperando su color con cada segundo que pasaba, sonrió y leyó:

A trescientos kilómetros de distancia, un muchacho llamado Harry Potter se despertó sobresaltado.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

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