jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego

 Introducción:


Hizo una floritura con la varita y un libro se materializó frente a él, flotando en el aire. Las miradas de todos estaban fijas en ese nuevo tomo, que parecía resplandecer ante sus ojos.

Dumbledore esperó unos segundos antes de decir:

— Se titula: Harry Potter y el Cáliz de Fuego. Cuenta el cuarto año de Harry en Hogwarts, es decir, el año pasado.

Se hizo el silencio. A Harry le dio un escalofrío. De entre todos los libros que habían leído... este sería el más difícil.

En tono solemne, Dumbledore dijo:

— Espero que estéis preparados. Mañana continuaremos con la lectura.

El comedor se llenó de voces mientras tanto alumnos como profesores se levantaban de sus asientos. Harry, sin embargo, se mantuvo quieto y en silencio. Notaba una sensación punzante en la boca del estómago.

En menos de veinticuatro horas comenzarían a leer todo lo que había sucedido el año anterior. ¿Cuánto tiempo les tomaría llegar hasta la noche de la tercera prueba? ¿Un día? ¿Dos? ¿Tres?

¿Era ese el tiempo que faltaba para que el regreso de Voldemort se hiciera público de forma oficial? ¿Para que Fudge y Umbridge no pudieran negarlo más?

¿O solo era el tiempo que faltaba para que Harry estuviera obligado a revivir la muerte de Cedric Diggory?

No, su muerte no. Su asesinato.

¿Es que no era suficiente con tener que verlo morir cada noche, en sus pesadillas?

Una mano en su hombro lo sacó de sus pensamientos, haciendo que se sobresaltara.

— ¿Vamos?

Era Ron, que se había puesto en pie y estaba esperándolo. A su lado, Hermione lo miraba fijamente con el ceño fruncido.

Harry se levantó tan rápido como pudo, rezando internamente para que Hermione no decidiera hacerle preguntas sobre su estado de ánimo otra vez.

— Salgamos de aquí — dijo Ron, mirando de reojo a un grupo de Hufflepuff que parecían pretender acercarse a ellos.

El comedor se fue vaciando y Harry, Ron y Hermione salieron, seguidos de toda la familia Weasley, Sirius, el profesor Lupin y Tonks. Muchos les lanzaban miradas llenas de curiosidad, pero Harry hizo un esfuerzo por ignorarlas. Al menos la gente parecía haber asimilado la inocencia de Sirius, a juzgar por la falta de expresiones aterrorizadas entre el alumnado que se cruzaba con ellos.

Sin embargo, si bien no había miradas de terror que se dirigieran hacia Sirius, Harry no tardó en notar que era otra persona quien estaba recibiendo miradas llenas de desconfianza. El profesor Lupin caminaba con la cabeza gacha, tratando de ignorar a la media docena de alumnos que parecían pensar que podía convertirse en un monstruo en cualquier momento.

— Subid vosotros. Nosotros tenemos cosas de las que encargarnos — dijo Sirius cuando llegaron al comienzo de las escaleras.

Viendo las ojeras de Lupin y su expresión demacrada, quedaba claro que esas "cosas de las que encargarse" implicaban llevar al profesor a un lugar tranquilo hasta que llegara el amanecer.

El señor Weasley asintió y le hizo a Lupin un gesto de ánimo que no pareció surtir efecto. Sirius, Lupin y Tonks se despidieron de ellos (no sin que antes Sirius le prometiera a Harry que luego lo buscaría para celebrar que la verdad sobre su inocencia había salido a la luz) y el resto de la comitiva se encaminó directamente hacia la habitación en la que los Weasley se estaban hospedando esos días.

Cuando la puerta se hubo cerrado tras ellos, Harry casi se dejó caer en uno de los sillones. Estaba totalmente agotado.

Ron y Hermione se habían sentado en el sofá que estaba a su derecha. Ginny, por otro lado, se había apoderado del diván de la esquina y se encontraba recostada sobre él, con cara de estar tan cansada como él se sentía. Fred y George intercambiaron unas palabras con sus padres y enseguida se despidieron, alegando que iban a dar una vuelta con Lee. Harry sabía por su tono de voz que algo debían estar planeando esos tres, pero, a decir verdad, no tenía energías para interesarse por ello.

— ¿Estás bien? — preguntó Hermione, al tiempo que se inclinaba para coger una galleta del plato que acababa de materializarse ante ellos.

Harry asintió y cerró los ojos. Tiró la cabeza hacia atrás para reposarla en la parte superior de la butaca y se quedó así unos momentos, disfrutando de la diferencia de ambiente entre el abarrotado comedor y la pequeña sala de estar en la que se encontraban. Sin los gemelos, apenas había ruido en la estancia. Solo podía escuchar el crujir de las galletas que Ron y Hermione estaban comiendo y el susurro de las voces de los padres de Ron, quienes habían entrado en la estancia contigua y parecían estar hablando de algo serio.

Bill, Charlie y Percy también debían estar allí, aunque Harry no los escuchaba hablar. Se preguntó vagamente de qué estarían conversando, pero la pereza provocada por el cansancio ganó la batalla contra su curiosidad y decidió quedarse donde estaba.

— Hoy ha sido un día interesante — volvió a hablar Hermione. — Al fin todos saben la verdad sobre Sirius.

— Su nombre ha sido limpiado — dijo Ron, y Harry pudo escuchar la sonrisa en su tono de voz. — Después de lo que hemos leído, yo creo que Fudge va a tener que dimitir.

— Yo no soy tan positiva — admitió Hermione. — No creo que le obliguen a dejar el cargo por lo de Sirius, pero espero que sí lo hagan por lo que ha estado haciendo durante todos estos meses. El nombre de Sirius no es el único que hay que limpiar.

Harry comprendía a qué se refería. Durante meses, Fudge había estado utilizando El Profeta para difundir propaganda contra Dumbledore y contra el propio Harry. Los había tachado de locos públicamente y había negado el regreso de Voldemort a toda costa, dándole tiempo a éste para que se reagrupara y tomara fuerza. Eso, más que nada, era lo que Harry le resentía a Fudge. Cada día que el regreso de Voldemort continuaba siendo un secreto era un día más que Voldemort tenía para hacer planes y hacerse poderoso.

De pronto, escuchó un ruido en la ventana y abrió los ojos. Intercambió miradas con Ron, Hermione y Ginny, quien se puso en pie y corrió las cortinas.

Una lechuza del colegio se encontraba fuera, dando picotazos contra el cristal con cara de estar muy enfadada. Ginny abrió la ventana y la lechuza entró de un salto, removiendo las plumas y mirándolos a todos con indignación, como si el hecho de que hubieran tenido la ventana cerrada fuera una falta de respeto.

A pesar de su enfado, estiró la pata para que Ginny le retirara la carta que traía.

— Es de la profesora McGonagall — anunció en voz alta. Recorrió el pergamino con la mirada y se lo tendió a Ron. — Es sobre vuestros castigos.

— ¿Qué? — exclamó Ron. — ¿Hoy también?

— Claro que sí — replicó Hermione. — Todavía nos quedan un montón de castigos que cumplir.

Ron soltó un bufido.

— Si lo llego a saber, habría arrancado las páginas sobre la poción multijugos para que nadie las leyera — gruñó.

— Tendrías que haber arrancado medio libro — apuntó Ginny.

— Llevamos días sin hacer otra cosa más que leer y ser castigados — volvió a quejarse Ron, pasándole la carta a Hermione. — Pero bueno, al menos hoy a mí no me toca con Snape.

Eso llamó la atención de Harry, que se puso en pie y se asomó sobre el hombro de Hermione para leer la carta.

Señor Weasley,

Diríjase hacia mi despacho a las seis y media de la tarde para cumplir con su castigo. Traiga pluma y pergamino.

Advierta también al señor Potter y la señorita Granger de que el profesor Snape los espera en las mazmorras a la misma hora. Les aconsejo que sean puntuales.

Minerva McGonagall

— ¿A las seis y media? — dijo Hermione, mirando el reloj. — Eso es dentro de nada.

Harry aguantó las ganas de gemir. Lo último que le apetecía en esos momentos era ir a las mazmorras a verle la cara a Snape, quien debía estar de un humor de perros. Seguro que utilizaría el castigo para vengarse por todo lo que habían leído durante el día. ¿Qué momento de la lectura le habría molestado más? ¿Cuándo Harry, Ron y Hermione lo habían dejado inconsciente, o el escape de Sirius y la consiguiente pérdida de la Orden de Merlín que se le iba a otorgar? Fuera como fuera, Harry estaba condenado. Ese castigo iba a ser un infierno.

Sintiéndose como si estuviera yendo a un matadero, Harry se despidió de los Weasley (la señora Weasley pareció algo decepcionada al verlos marchar) y se dirigió hacia las mazmorras junto a Hermione.

Tocaron a la puerta y Snape les ordenó que entraran. Un vistazo alrededor le mostró a Harry que hoy no había más calderos que limpiar. También notó que Malfoy no estaba allí y se preguntó si el Slytherin ya habría terminado de cumplir todos sus castigos o si estaría allá arriba, con Ron, en el despacho de McGonagall.

— Ahí tenéis vuestro trabajo. Empezad. Y que no oiga ni una sola palabra — gruñó Snape. Señaló hacia una mesa y Harry vio que, al igual que en días anteriores, había preparado algunos de los ingredientes más asquerosos que había encontrado para que Hermione y él los cortaran y separaran en grupos.

Se pusieron manos a la obra. Harry habría dado lo que fuera por poder usar guantes. Cogió lo que parecía un gusarajo muy gordo y lo troceó con la navaja, tratando de que todos los trozos quedaran iguales. No era una tarea fácil: la consistencia viscosa de ese bicho (fuera lo que fuera) impedía que Harry pudiera cortarlo bien, por lo que le tomó mucho tiempo conseguir que todos los pedazos fueran similares. Era consciente de que estaba tardando mucho tiempo con cada uno de los gusarajos (a falta de otro nombre): cuando él terminaba uno, Hermione ya había cortado tres.

Temió que Snape lo notara y le humillara como solía hacer, pero el profesor apenas les miró durante todo el castigo. Se hallaba sentado en su escritorio, leyendo unos papeles con el ceño fruncido. A veces se levantaba y salía de la estancia con aspecto frustrado, solo para volver unos minutos después y volver a repetir el proceso.

Harry no podía negar que le daba curiosidad, pero no iba a ser tan estúpido como para preguntar.

Debían llevar unas tres horas trabajando en silencio cuando alguien tocó a la puerta. Harry no se molestó en mirar quién era hasta que escuchó una voz hechizada hablar a sus espaldas:

— Ya es la hora.

Tratando de disimular, Harry colocó la navaja en posición de corte y aguzó el oído. Miró de reojo y cruzó miradas con Hermione, cuyos movimientos también se habían vuelto algo mecánicos de pronto.

Sin poder contenerlo más, Harry giró la cabeza y confirmó sus sospechas: uno de los desconocidos del futuro se hallaba allí de pie, con la capucha negra ocultando su identidad.

— ¡Potter! ¡Granger! — ladró Snape. Harry dio un salto y casi se cortó con el cuchillo. — El castigo ha terminado. Salid inmediatamente.

Harry y Hermione recogieron todo tan rápido como pudieron y salieron pitando de allí. Tuvieron que pasar al lado del encapuchado para hacerlo y Harry sintió unas ganas tremendas de aprovechar la cercanía y arrancarle la capucha al desconocido para averiguar quién era.

Pero no se atrevió y lo último que vieron él y Hermione antes de cerrar la puerta de la mazmorra fue la espalda del encapuchado y la cara lívida de Snape.

Casi corrieron por el pasillo y, cuando estuvieron seguros de que se hallaban lo suficientemente lejos, Hermione exclamó:

— ¿Es la hora? ¿De qué?

— Quizá tenga que ver con lo que estuvieron hablando ayer — dijo Harry haciendo memoria. El día anterior, había presenciado sin querer una conversación entre Snape y uno de los encapuchados. ¿Qué era lo que habían estado diciendo?

— Solo digo que deberías escucharme.

— ¿Acaso no he sido lo suficientemente claro? — replicó Snape, furioso. — No me interesa lo que tengas que decirme. Si tanto me necesitáis, ya sabes lo que pido a cambio.

— No puedo decirte quién soy — respondió el desconocido. — Al menos no ahora. Te lo explicaré todo esta noche, cuando acabe la lectura.

Harry lo había olvidado por completo. El encapuchado debió haber hablado con Snape la noche anterior y, al parecer, habían llegado a un acuerdo. Pero, ¿qué podía querer de Snape la gente del futuro? ¿Para qué lo necesitaban?

— Han hecho algún tipo de trato — dijo Harry finalmente. Se quedó en silencio cuando él y Hermione pasaron junto a una pareja de Ravenclaw que fingía observar uno de los cuadros, aunque Harry estaba seguro de que, antes de que Hermione y él entraran en el pasillo, habían estado dándose el lote. — La gente del futuro necesita a Snape para algo.

Hermione frenó en seco y Harry casi se tropezó al imitarla. La chica se había puesto pálida.

— Harry… Crees que… — bajó la voz hasta que casi era un susurro. — ¿Necesitan hablar con Voldemort?

Harry tragó saliva. No se le ocurría ningún motivo por el que los encapuchados necesitaran comunicarse con Voldemort. Además, por mucho que Dumbledore confiara en Snape y lo mantuviera en la Orden, Harry no se fiaba de él. ¿Por qué la gente del futuro sí?

Le empezaba a doler la cabeza.

Llegaron a la habitación de los Weasley y Harry se alegró mucho al ver que Ron ya se encontraba allí.

— Tenemos que hablar — dijo, cerrando la puerta a sus espaldas.

Ron, que estaba en el sofá jugando a gobstones con Fred, inmediatamente se puso serio. Por otro lado, tanto George como Percy, quien estaba leyendo en una butaca, parecieron algo confusos. Ginny estaba en el suelo, observando la partida entre sus hermanos, y ahora miraba a Harry con curiosidad. Ni Bill, ni Charlie ni los señores Weasley se encontraban en la habitación.

Harry se sentó en el suelo junto a Ginny, mientras Hermione tomaba un hueco libre en una de las butacas.

— Hemos visto a uno de los encapuchados — dijo Harry rápidamente. Notó cómo el resto de Weasleys se erguían en el asiento y prestaban atención.

— ¿Sin capucha? — preguntó Ron, ansioso.

— No, no sabemos quién era. Pero entró en la mazmorra y le dijo a Snape "Ya es la hora".

Ron frunció el ceño y Harry notó que los gemelos intercambiaban miradas.

— ¿La hora de qué? — dijo Ron.

— Ni idea.

— Creemos que puede tener que ver con lo que escuchamos ayer, ¿lo recuerdas? — intervino Hermione. Estaba nerviosa y se retorcía las manos, gesto que a Harry siempre le recordaba a Dobby.

— ¿Qué escuchasteis? — preguntó George.

Fue Ginny quien respondió:

— Vimos a Snape hablando con uno de ellos en el pasillo. Le estaba pidiendo… algo. Creo que quería que Snape le ayudara con algo, pero él se negaba a hacerlo si el desconocido no revelaba su identidad.

Fred soltó un bufido.

— ¿Para qué quieren ayuda de Snape?

— Eso mismo me pregunto yo — replicó Harry. — Hermione ha pensado que quizá lo que necesitan es usar la posición de espía de Snape para comunicarse con Voldemort.

— ¿Y por qué querrían hacer eso? — bufó Ron, cuyo tono sonaba más agudo que antes a causa de los nervios. — Quien-Vosotros-Sabéis no puede enterarse de que estamos leyendo estos libros. ¡No tiene sentido que se lo cuenten!

— No creo que pretendan contarle lo de los libros — respondió Hermione. — Pero debe haber algo que se nos escapa… Tienen que tener algún motivo.

— Puede ser — dijo Ron. — O puede que nos quieran traicionar.

— ¡Ron!

— Piénsalo, Hermione. No sabemos quiénes son. ¿Para qué otra cosa pueden querer a Snape más que para mandarle mensajes a Quien-Tú-Sabes?

— No lo sé, pero no puede ser eso — replicó Hermione. — Son de fiar. Estoy segura de que podemos confiar en ellos.

— Yo… — Percy se aclaró la garganta, llamando la atención de todos. — Eh… Me acabo de acordar. Yo vi algo un poco raro el primer día que empezamos a leer.

— ¿Viste algo? — le instó George, con el ceño fruncido.

— Hubo una pelea — dijo Percy. — Creo — añadió. Viendo las caras de confusión de todos, siguió explicando: — Fue cuando impusieron la norma de que no podían salir más de cuatro grupos de personas al mismo tiempo. Salí con el ministro y los profesores a una importante reunión de emergencia — Fred rodó los ojos al escuchar eso — y después… Bueno, decidí quedarme fuera.

Miró a Ron, quien pareció comprender algo.

— Fue el día que hablamos, ¿no? Cuando fuiste a buscarme a la sala común de Hufflepuff — dijo tras unos segundos. Percy asintió.

— Sí. Cuando estaba en la puerta, sonó un estallido. Fue como si… No sé, como si dos personas se lanzaran maleficios de una punta del pasillo a la otra. Sé que uno de los encapuchados había estado siguiéndome, pero no tengo ni idea de qué fue lo que pasó ahí.

Se hizo el silencio. Ron tragó saliva.

— ¿Estás diciendo que los encapuchados estaban peleando entre ellos?

— Puede ser — admitió Percy. — Ni idea. Pasó todo muy rápido.

— ¿Por qué no se lo contaste a nadie? — preguntó Hermione, que se había quedado pálida.

Percy se encogió de hombros, muy incómodo.

— Se me olvidó. Tenía otras cosas en las que pensar.

Todos comprendieron a qué se refería. En aquel momento, todavía estaba peleado con el resto de su familia.

— Quizá eso es lo que ha pasado — dijo Ron con un hilo de voz. — Vino gente del futuro a traernos los libros. Gente de fiar. Y entonces... ¿y si vino más gente? ¿O y si se pelearon y resultó que alguno de ellos no estaba de su bando? ¿Y si alguno era un mortífago disfrazado o algo así?

— Podría ser. Puede que aquel día se dieran cuenta de que había un traidor — continuó Fred, con tono preocupado. — O quizá no había un traidor, puede que fueran varios. Debió haber una pelea. Y si los traidores ganaron la pelea…

— Si ganaron, tendría sentido que le pidan ayuda a Snape para hablar con Quien-Vosotros-Sabéis — dijo Ron. Estaba blanco como el papel. — Querrían hablar con él. Advertirle de que estamos leyendo el futuro.

Volvieron a quedarse en silencio. A Harry le daba vueltas la cabeza. Odiaba que lo que Ron estaba diciendo tuviera sentido.

— No, Ron — se obligó a decir. — Ya decidimos que los encapuchados están de nuestro lado.

Le lanzó una mirada significativa, esperando que recordara la conversación que habían tenido al respecto. Uno de los desconocidos había hablado con una voz muy similar a la de George… Y George jamás los traicionaría. Además, el encapuchado que lo había encerrado con Malfoy en aquella aula parecía tener buenas intenciones. ¿Acaso no pretendía conseguir que Malfoy cambiara de bando? ¿Por qué un mortífago haría eso?

La respuesta vino a Harry casi sin esfuerzo: para vengarse de Lucius Malfoy. Si alguno de los mortífagos tenía enemistad con Malfoy, ¿qué mejor forma de vengarse que hacer que su hijo se pasara al lado de Dumbledore? ¿Qué mejor forma de hacer daño a Lucius Malfoy que hacer que Draco se convirtiera en un "traidor a la sangre", en el tipo de persona que Voldemort despreciaba? ¿Qué mejor forma de destrozar a los Malfoy que convertir a Draco en enemigo de Voldemort?

George soltó un sonoro resoplido.

— Estáis siendo idiotas. No hay de qué preocuparse, estoy seguro de que la gente del futuro es de fiar.

— ¿Cómo puedes estarlo? — dijo Hermione. Harry notó el deje de histeria en su tono de voz.

George rodó los ojos.

— Pensadlo. Si los encapuchados fueran mortífagos, ¿por qué nos dejarían leer los libros?

— Porque los libros fueron traídos por gente de nuestro bando — replicó Ron. — Y ahora los tiene Dumbledore y no pueden quitárselos. Seguro que los tienen muy bien protegidos.

Ginny frunció el ceño.

— Creo que estamos siendo muy retorcidos.

— Yo creo que no — dijo Ron. — Más bien, hemos estado siendo muy confiados. ¡Ni siquiera sabemos quiénes son!

George volvió a bufar.

— Ron, piensa esto. Si los encapuchados estuvieran de parte de Quien-Tú-Sabes, jamás nos habrían dejado leer el escape de Peter Pettigrew.

— Si los libros los tiene Dumbledore, ya no pueden evitar…

— Usa la cabeza — lo interrumpió George. — Tienen a todo el colegio reunido en el comedor. ¿Sabes lo fácil que sería matarnos a todos? Solo tienen que cerrar las puertas y dejarnos morir de hambre. O mejor, pueden soltar a las hijitas de Aragog allí dentro y dejar que nos convirtamos en su cena.

Ron se puso verde al oír eso.

— Es incluso más fácil que eso — siguió George, sin piedad. — Hay venenos que se transmiten por el aire. Los estudiamos en clase de defensa hace años, ¿recuerdas, Fred?

— Sí, con Quirrell — dijo Fred con una mueca.

— Exacto. Sería tan fácil como cerrar las puertas y soltar uno de esos venenos allí dentro. Antes de que nos diéramos cuenta estaríamos todos muertos.

— Basta ya — se quejó Hermione.

George suspiró.

— Lo que quiero decir es que nos tienen a su merced. Si quisieran hacernos daño, ya lo habrían hecho. No necesitan a Snape para ello.

Harry seguía hecho un lío, pero veía el sentido en las palabras de George y eso le reconfortaba.

— Vale, digamos que son de fiar — dijo Harry. — Pero eso nos deja con la pregunta: ¿qué quieren de Snape?

Se hizo el silencio.

— Algo que se nos escapa — repitió Hermione.


Las velas que iluminaban la estancia eran insuficientes y provocaban sombras que le habrían causado pesadillas a cualquier alumno de Hogwarts.

Pero quien estaba allí postrado no era un alumno, sino un profesor.

— ¿Por qué querías verme con tanta urgencia, Severus?

La voz que habló lo hizo con suavidad, en un tono casi paternal, pero Snape tenía demasiada experiencia como para caer en esa trampa.

— Tengo información, mi señor — dijo, manteniendo la cabeza gacha y la vista fija en el suelo. Podía ver los pies de Voldemort caminar de un lado a otro, como si estuviera sopesando cuál sería el castigo de Severus por hacerle perder el tiempo.

— Habla.

— Es sobre su varita, mi señor, y sobre lo que sucedió en el cementerio hace unos meses — respondió Snape inmediatamente. Los pasos de Voldemort pararon en seco. Viendo que no lo interrumpía, Snape prosiguió: — Hay una conexión entre su varita y la de Potter, mi señor. Comparten el mismo núcleo.

— Eso es imposible — interrumpió Voldemort. Snape se tensó, esperando la maldición cruciatus, pero ésta no llegó. — No hay dos varitas iguales.

— No son exactamente iguales, mi señor. Son hermanas. Ambas contienen plumas provenientes del mismo fénix.

Voldemort se quedó en silencio y, por tanto, Snape siguió hablando:

— Lo que sucedió en el cementerio se conoce como Priori Incantatem. Se produjo debido a que la varita de Potter y la suya no pueden luchar debido a esa conexión que comparten. Por lo tanto… — Snape levantó la mirada y la dirigió directamente hacia el rostro blanquecino del monstruo que estaba de pie frente a él. — Mi señor, jamás podrá hacerle daño a Harry Potter mientras utilice su varita.

Notó la presencia de Voldemort en su mente y fingió no darse cuenta. Tras unos segundos, Voldemort debió darse por satisfecho.

— ¿Quieres decir que debo conseguir una varita nueva? — dijo.

Snape sintió el peligro. A Voldemort no le había gustado esa noticia.

— Sería una solución, mi señor. Si pudiera conseguir una varita poderosa…

Voldemort comenzó a andar de nuevo y Snape tomó eso como la señal de que debía cerrar la boca.

— Severus, mírame.

Hizo lo que le ordenaban. Miró fijamente a los ojos rojos de su interlocutor y mantuvo el rostro impasible. Notaba de nuevo esa sensación en su mente. Tras unos segundos, Voldemort no encontró nada más que lealtad en Severus Snape.


Snape entró en el castillo y no se sorprendió al ver a Dumbledore en el vestíbulo, esperándole.

— ¿Todo bien?

Snape asintió.

Ya era tarde, todos los alumnos se debían encontrar en sus respectivas salas comunes, y por eso nadie vio al encapuchado que se acercó a Dumbledore y Snape.

— Me alegro de que haya ido bien — dijo. Su voz seguía hechizada. — Muchas gracias.

Snape hizo una mueca de desprecio.

— No lo he hecho por ti. El único motivo por el que he accedido es porque el profesor Dumbledore me lo ha pedido. Sigo sin confiar en ti.

— Lo entiendo — replicó el encapuchado. — Por suerte, yo sí confío en ti.


Tras despedirse de los Weasley, con quienes habían cenado, Harry, Ron, Hermione, Ginny y los gemelos se habían dirigido a la sala común. Sin embargo, no habían estado allí ni diez minutos antes de agobiarse al estar rodeados de gente haciendo preguntas innecesarias. Fred y George parecían disfrutar contestando las cosas más disparatadas, pero a Harry le dolía demasiado la cabeza como para disfrutarlo. Por ello, los cuatro habían decidido subir al dormitorio para disfrutar de un poco de tranquilidad.

Dean, Seamus y Neville parecían haber entendido que querían privacidad, porque ninguno de ellos había subido todavía. Estaban allí Harry, Ron, Hermione y Ginny, a quien habían atosigado a preguntas sobre la cámara hasta el punto de que Ron casi había hechizado a un chico de tercero.

Ahora, los cuatro se encontraban en silencio, cada uno pensando en sus cosas. Con una punzada, Harry se dio cuenta de que al final no había podido celebrar con Sirius el haber probado su inocencia frente a todos. Pero claro, era luna llena. No habría sido muy apropiado ponerse a celebrar cosas mientras Lupin estaba sufriendo.

Harry fue a mover la almohada para acomodarse mejor y, para su sorpresa, notó que había algo debajo. Lo sacó y vio que era un pergamino.

Se incorporó de un salto, haciendo que Hermione se sobresaltara. Reconocía esa tinta y ese tipo de pergamino: eran como los de la nota que había encontrado diciéndole que ya no tenía el mapa del merodeador y regalándole esa extraña piedra. ¡Esta nota también la debía haber escrito uno de los encapuchados!

— ¿Qué pasa? — preguntó Hermione, alarmada. Ron y Ginny también se incorporaron, llenos de curiosidad.

Harry abrió la nota y leyó:

No pienses que se me había olvidado lo que hablamos. Te prometí lecciones de Oclumancia y las tendrás. Aquí te dejo tu primera lección: lee los dos primeros capítulos de este libro y trata de hacer los ejercicios que encontrarás al final de ellos.

La nota acababa ahí.

Miró debajo de la almohada y vio que alguien había dejado un enorme tomo forrado en piel.

— ¿Qué es eso? — insistió Hermione.

Harry jadeó.

— Tienen que estar de broma. ¡Me han puesto deberes!

Indignado, les contó a los demás la conversación que había tenido con Dumbledore y el encapuchado. Le habían dicho que tenía una conexión extraña con Voldemort y que era probable que las barreras protectoras de Hogwarts no pudieran cerrarla del todo. Voldemort podría incluso plantar imágenes falsas en su mente, o eso le habían dicho.

Hermione y Ginny parecieron horrorizadas al escuchar eso, pero no tanto como Ron, quien se puso blanco como el papel.

— Bueno, eso explica por qué sueñas tanto con él — dijo con un hilo de voz.

Harry les explicó entonces lo que le habían dicho sobre la Oclumancia: el arte de cerrar la mente y protegerla de invasiones.

— Tienes que aprender — dijo Hermione inmediatamente. — ¿Ese libro te lo han dejado ellos? ¿Puedo verlo?

Harry se lo tendió y, al abrirlo, dos hojas sobresalieron por la parte de abajo. Hermione les echó un vistazo antes de decir:

— Vale, creo que lo que tienes que hacer hoy es relativamente sencillo.

— ¿Qué es? — pregunto Ginny con curiosidad.

— Los dos primeros capítulos parecen ser más teóricos que otra cosa — replicó Hermione, pasando las páginas. — Son para que entiendas qué es la Oclumancia y qué es lo que pretende conseguir. Y mira, estos son los ejercicios.

Le tendió el pergamino que casi se había caído del libro. No era una página, como Harry había pensado, sino unos apuntes hechos a mano. Tardó unos segundos en darse cuenta de que era una lista de instrucciones sobre cómo respirar hondo, vaciar la mente y dejarla en blanco.

— Solo tienes que hacer esos ejercicios de respiración y tratar de poner la mente en blanco — dijo Hermione. — Como si estuvieras meditando.

Harry se sentía un poco frustrado. Cuando le habían ofrecido lecciones, había imaginado que aprendería a hacer algo con la varita, no a respirar. Se sentía un poco estúpido.

— Creo que te vendrá bien aprender esto — dijo Hermione, poniéndose en pie. — Es tarde. ¿Vamos?

Ginny también se levantó y se despidió de ellos. Cuando Harry y Ron se quedaron solos, Harry dejó escapar un bufido.

— ¿Se supone que tengo que hacer esto ahora? — dijo, mirando la hoja de ejercicios con desgana.

— Bueno, al menos es fácil — dijo Ron para intentar animarle. — Yo de ti me leía esos capítulos. No creo que Hermione se tome muy bien que no lo hagas.

Harry gimió y se puso manos a la obra. Leyó los dos capítulos (con dificultad, porque su mente no dejaba de divagar) y, cuando Dean, Neville y Seamus finalmente subieron al dormitorio, se puso el pijama, corrió las cortinas y se metió en la cama.

Hizo los ejercicios de respiración que había escrito el encapuchado y se sintió muy tonto en el proceso. Luego, trató de dejar la mente en blanco, pero parecía que su cerebro se negaba a relajarse. Sus pensamientos iban de un lado para otro y, antes de que se diera cuenta, se quedó profundamente dormido.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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