miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, pausa

 Respira: 


Dumbledore se puso en pie.

— Creo que va siendo hora de tomar un pequeño descanso. Continuaremos la lectura dentro de media hora.

Harry no esperó a que se lo dijeran dos veces. Se puso en pie y se dirigió hacia las puertas del comedor, que acababan de abrirse por sí solas. Ron, Hermione, Ginny y los gemelos iban detrás de él.

Echó a correr en cuanto puso un pie fuera del comedor, dirigiéndose hacia el baño de chicos más cercano. Abrió la puerta de un golpe y fue directo al primer cubículo que vio, donde cerró la puerta con manos temblorosas.

Sentía los latidos de su corazón retumbarle en los oídos. Cerrando la puerta tras de sí, se quedó de pie, temblando y preguntándose si vomitaría o no. Tras unos segundos interminables, determinó que su estómago se había asentado tras la carrera hacia el baño y decidió sentarse en el suelo.

Cerró los ojos y trató de respirar hondo. Podía oír la voz de Ron diciéndoles a las chicas que esperaran fuera. Unos momentos después, la puerta del baño se abrió y se oyeron ruidos de pisadas. Debían ser Ron, Fred y George.

Harry no tenía ganas de hablar con ellos. Ni con ellos ni con nadie, a decir verdad.

— ¿Harry?

Harry no respondió. Sabía que sus amigos estaban preocupados y podía entenderlo, porque hasta él se sentía así. No era la primera vez que se ponía tan nervioso que el estómago se le cerraba, ni la primera vez que notaba su corazón latir con tanta fuerza y le faltaba el aire, pero sí era la primera vez que le pasaba todo al mismo tiempo. Y, lo más preocupante, era que nunca le había sucedido sin motivo. ¿Qué rayos le estaba sucediendo?

— ¿Estás bien? — Se volvió a escuchar la voz de Ron. Harry podía ver sus pies por el resquicio bajo la puerta del cubículo.

— Sí — respondió finalmente. — No pasa nada. Ve yendo al comedor, iré enseguida.

Oyó murmullos al otro lado de la puerta y, segundos después, Ron volvió a hablar:

— ¿Puedo entrar?

Harry quería responder que no, que no tenía ganas de hablar con nadie, pero estaba bastante seguro de que decir eso solo preocuparía más a los otros. Sin embargo, antes de que consiguiera pensar algo que responder, Ron trató de abrir la puerta, sin éxito.

— La ha cerrado — se escuchó murmurar a uno de los gemelos.

— Espera, te ayudamos — dijo el otro. Harry pensó que debía ser Fred.

Harry no tuvo tiempo ni para preguntarse de qué hablaban. Tras unos segundos, la cabeza de Ron se asomó por encima de la puerta.

— ¿Qué…?

Escuchó a los gemelos gruñir, a la vez que empujaban a Ron hacia arriba para que pudiera entrar al cubículo.

— ¿Qué haces? — exclamó Harry. — Te vas a…

— Ya casi…

Ron trató de apoyar el pie en la papelera, con tan mala suerte que ésta se volcó y Ron cayó al suelo, soltando un gruñido de dolor.

— ¿Estás bien? — preguntó uno de los gemelos.

— Sí — gruñó Ron, incorporándose.

Harry no podía creer lo que estaba viendo. Parte de él quería reprocharle a Ron que hubiera entrado cuando Harry claramente no quería que lo hiciera.

— ¿Estás bien? — preguntó Ron, como si no acabara de saltar sobre la puerta.

— Eso ya me lo has preguntado desde ahí fuera— replicó Harry. No sabía si sentirse molesto o no.

— Ya, pero desde fuera me has mentido. Seguro que no eres capaz de mentirme a la cara.

Harry abrió y cerró la boca varias veces, sin saber qué decir.

Ron resopló y se sentó justo delante de él, con algo de dificultad. Los baños no estaban diseñados para que cupieran dos alumnos dentro de forma cómoda, y mucho menos si uno de ellos era tan alto como Ron.

— ¿Qué te ha pasado? — lo intentó otra vez Ron. — No hemos leído nada fuerte en ese capítulo.

— Ya lo sé — gruñó Harry, sintiéndose estúpido. Se aclaró la garganta al notar que su voz sonaba algo inestable. — No sé qué ha pasado.

Se oyeron voces. A juzgar por lo poco que podían escuchar, Fred y George estaban impidiendo que otros chicos entraran en el baño. Harry contuvo las ganas de taparse la cara con las manos. Todo el mundo iba a saber lo que le acababa de pasar.

— Quizá te has puesto así por lo que hemos leído justo antes — sugirió Ron en un tono casual, como si estuviera comentando el tiempo. Harry supuso que estaba intentando ser sutil.

— No quiero hablar de ello — le cortó Harry.

Se sentía agradecido de que Ron quisiera ayudar, pero ahora mismo lo que necesitaba era estar solo. Lo último que quería era contarle a alguien todo lo que había estado rondando en su cabeza.

— Según Hermione, tienes que hacerlo.

Harry bufó.

— ¿Desde cuando le haces caso? Además, Hermione no está aquí.

— No, tienes razón. Solo está ahí fuera, muriéndose de preocupación por ti y ayudando a vigilar la puerta para darte privacidad — respondió Ron en tono irónico.

Harry no pudo evitar sentirse algo culpable, pero no tenía ganas de disculparse.

— ¿Es por Sirius? — preguntó Ron. Harry se tensó.

— ¿Qué te hace pensar eso?

— No parabas de mirarlo, justo antes de agobiarte.

Harry se quedó en silencio. No había sido consciente de que Ron lo estuviera observando, pero, a decir verdad, no había sido consciente de nada una vez que los nervios habían tomado el control.

Todavía los sentía en su cuerpo. El frio de la pared contra su espalda era agradable, pero le hacía dudar de si seguía temblando por los nervios o por la temperatura.

Sirius no había sido la causa de lo que fuera que le acababa de pasar. Al menos no directamente. Había sido todo lo demás: la lectura, el tener que renunciar a su privacidad de una forma brutal, de manera que ya ni sus pensamientos eran privados. La gente juzgando absolutamente todo lo que hacía, decía y pensaba. Saber que no podía hacer nada para cambiar el contenido de esos libros ni para evitar su lectura, y que Sirius leería las cosas que Harry más se arrepentía de haber pensado en toda su vida.

Le aterraba pensar cómo iban a cambiar las cosas después de que todo se leyera. Parte de él deseaba llegar a los libros que hablaban del futuro, pero había otra parte, más pequeña, que se encontraba atemorizada ante la idea de no saber lo que contenían. Escucharía sus propios pensamientos a la vez que el resto del colegio. Esa injusticia todavía le dolía.

Y luego estaba lo de Cedric. Y lo de la tercera prueba y el cementerio y los dementores y Umbridge. En comparación, derrotar a Quirrell en primero no fue nada. Cada año, las cosas se complicaban más y más, y la idea de que Sirius pudiera darle la espalda antes de que lo peor llegara era aterradora.

— Respira…

La voz de Ron le sacó de sus pensamientos y se dio cuenta de que volvía a respirar con dificultad. Tomó aire despacio, deseando enormemente estar solo para que nadie lo viera así. Le pilló por sorpresa que Ron se moviera para sentarse justo a su lado, apartando la papelera de un manotazo.

— Estás siendo un idiota.

Harry abrió la boca para replicar, pero Ron pasó un brazo alrededor de sus hombros y dijo:

— ¿A qué le tienes miedo? Sirius te adora.

Harry resopló.

— A que deje de hacerlo.

— ¿Estás loco? ¿Por qué haría eso?

— Porque le deseé la muerte — estalló Harry. — Porque vamos a leer cómo me planteé matarlo y es imposible que quiera vivir conmigo sabiendo eso.

— Pensabas que había traicionado a tus padres — contestó Ron. — No puede culparte por pensar esas cosas.

— Eso no lo sabes — replicó Harry. Por muchas ganas que tuviera de creer a Ron, era innegable que ninguno de ellos dos sabía cómo reaccionaría Sirius. No era precisamente la persona más predecible del mundo.

— ¿Y por qué no se lo dices a él?

Harry se tensó.

— ¿Qué?

— Dile que pensaste esas cosas — sugirió Ron. — Avísalo antes de que las leamos. Creo que se lo tomara mejor así.

— No, no puedo…

La idea de tener esa conversación con Sirius le daba nauseas.

— ¿Por qué no?

Harry pegó un salto. No era Ron quien le había respondido.

La voz había venido desde el otro lado de la puerta, pero no pertenecía a ninguno de los gemelos.

— ¿Sirius? — casi gritó Harry, entrando en pánico.

Ron se puso en pie (tropezando con la papelera otra vez) y deshizo el cerrojo para abrir la puerta. Con la mano libre, despeinó a Harry (quien bufó y trató de apartarse) antes de salir, dejando espacio para que Sirius entrara. La puerta se cerró con suavidad, aunque para Harry ese sonido era casi como una sentencia de muerte.

Sirius trató de sentarse en el hueco que Ron había dejado junto a Harry, pero, tras pegarle una patada a la papelera y que esta rodara de nuevo hacia él, la cogió con las manos y la lanzó sobre la pared hacia el cubículo de al lado.

— Mejor así — gruñó, tomando asiento en el suelo, al lado de Harry.

— ¿Qué has oído? — preguntó Harry inmediatamente. Había conseguido calmarse un poco con Ron, pero ahora todos sus nervios estaban regresando con fuerza.

— Todo — respondió Sirius con calma. — Así que ya no tienes de qué preocuparte. Puedes contarme cualquier cosa.

— ¿Todo? — exclamó Harry. De pronto, la bola en su estómago se hizo tan pesada que Harry apenas tuvo tiempo de levantar la tapa del retrete antes de que las náuseas ganaran la batalla.

De rodillas en el suelo, aferrándose al inodoro como si le fuera la vida en ello, soportó las arcadas como pudo, evitando vomitar. Le lloraban los ojos, aunque no estaba seguro de si se debía a las náuseas o no. Sirius le daba palmaditas en la espalda.

Tras unos minutos, Harry se dejó caer en el suelo, temblando de pies a la cabeza. Sirius le pasó un brazo sobre los hombros. Vagamente, Harry notó que algo flotaba frente a él, y tardó unos segundos en darse cuenta de que era un vaso de agua. Sin embargo, no era Sirius quien lo hacía flotar. Debía ser uno de los gemelos, o quizá Ron.

En cualquier caso, Harry tomó el vaso y bebió un par de tragos, sintiéndose aterrado y avergonzado a partes iguales.

— ¿Estás mejor? — preguntó Sirius.

Harry asintió sin mirarlo a los ojos.

— Sé que no quieres hablar, pero creo que deberías contarme lo que te pasa — dijo Sirius. — No me creo que estés así solo por lo que yo pueda pensar de ti. Hay algo más, ¿verdad?

Harry dudó. Estaba agotado, a pesar de que todavía era bastante temprano y tenían todo el día por delante. La idea de volver al comedor y seguir leyendo durante horas le parecía imposible.

— Supongo — respondió finalmente.

— Y… ¿me lo vas a contar?

No quería hacerlo. No se sentía capaz, por estúpido que pudiera parecer.

— Quizá te sería más fácil contárselo todo a Canuto — sugirió Sirius. Eso provocó que Harry volviera a mirarlo, escéptico.

— No creo. Canuto eres tú, por mucho que parezcas un perro.

— Podemos intentarlo.

Sin perder ni un segundo, Sirius se transformó en Canuto y se dejó caer sobre las piernas de Harry, a quien le parecía muy ridículo pensar que eso pudiera ayudarle.

Sin embargo, sí tenía un lado bueno. Como Sirius ahora era un perro, ya no podía hablar y, por tanto, no podía hacerle preguntas. Harry no podía negar que eso le hacía sentirse mucho mejor.

Cerró los ojos y aprovechó el momento de silencio para tratar de calmarse. El peso de Canuto sobre sus piernas era reconfortante, por extraño que pudiera parecer.

¿Por qué Sirius estaba allí con él? Si había escuchado lo de que había deseado matarlo, ¿por qué no le gritaba o le ignoraba o le decía lo decepcionado que estaba con él? ¿De verdad estaba siendo un idiota, como había dicho Ron?

En cualquier caso, ya era tarde. Sirius lo había escuchado todo y en unas horas leería esos pensamientos. Quizá lo único que podía hacer ahora era tratar de explicarse.

Canuto le pegó un lametón en la mano y Harry comenzó a hablar, todavía con los ojos cerrados.

— No es solo por ti — admitió. — Es por todo. Leer mi vida delante de todo el mundo es…

Harry calló y Canuto gimió, instándole a que siguiera hablando.

— No solo estamos leyendo lo que he hecho en Hogwarts. Estamos leyendo todo lo que he pensado. ¿Sabes lo incómodo que es que cientos de personas juzguen tus pensamientos?

Canuto volvió a hacer un ruido, demostrando que estaba escuchándole.

— Y todo lo de los Dursley sobra — dijo en tono serio. — Si pudiera evitar que se leyeran todos los momentos en los que aparecen, lo haría. Y todavía tenemos que leer un montón de cosas, no solo sobre ellos. El año pasado fue el peor de toda mi vida. Tendremos que leer todo lo del torneo, la tercera prueba, Cedric… — se le quebró la voz, por lo que tuvo que aclararse la garganta antes de continuar. — Y tendremos que leer lo que pasó en la casa de los gritos en tercero. Y lo de los dementores. Y todo lo que pensé sobre ti, aunque eso ya lo has oído.

Harry abrió los ojos al notar que Canuto se movía y, segundos después, Canuto le pegó un lametón en toda la mejilla.

— Puaj — se quejó Harry, quitándose las babas con la manga de la túnica y sorprendiéndose al notar que se mojaban más de lo esperado. ¿Desde cuándo estaba llorando? Ni siquiera lo había notado, aunque, a decir verdad, hacía rato que sentía gran parte del cuerpo entumecido. Notaba como si tuviera electricidad en la punta de los dedos, pero solo eran nervios.

Canuto volvió a transformarse en Sirius y se sentó de nuevo junto a Harry.

— No te voy a decir que va a ser fácil leer todas esas cosas, pero creo que te estas preocupando de más — dijo Sirius.

Harry no estaba muy seguro de ello.

— Para empezar — siguió hablando Sirius, — por mí no tienes que preocuparte. No me ofende que pensaras en matarme, Harry. La noche que nos conocimos, yo mismo estaba dispuesto a asesinar a Peter, a pesar de todos los años que fuimos amigos. Tú ni siquiera me habías conocido. Solo sabias de mí un puñado de mentiras. ¿No es irónico? — Sirius soltó una risa amarga. — Tú me querías ver muerto porque lo único que sabias de mí era que había traicionado a tus padres. Yo quería ver muerto a Peter porque los había traicionado, aunque había sido su amigo años antes de que eso sucediera. Y, al final, tú evitaste que yo matara a Peter. Dime, Harry. ¿Acaso no te hace eso mejor persona que yo?

— ¿Y de qué sirvió que salvara a Peter? — replicó Harry. — No debí hacerlo.

— ¿Por qué?— dijo Sirius.

— Piénsalo. Quise matarte cuando supe que habías traicionado a mis padres. Y, cuando descubrí que la persona que lo había hecho era otra, decidí salvarle la vida. ¿No me guardas nada de rencor?

Sirius sonrió.

— Harry… Estoy bastante seguro de que no me habrías matado aunque hubiera sido yo el verdadero culpable. No eres así.

— Eso no lo sabes.

— Mira, da igual — dijo Sirius. — Lo que importa es el presente. Y en el presente, te estoy diciendo que no me importa lo que pensaras o lo que te plantearas hacer. Las cosas han cambiado y todos hemos hecho cosas de las que nos arrepentimos.

¿Significaba eso que Sirius lo perdonaba? Harry comenzó a sentir algo de esperanza.

— ¿Entonces no estás enfadado? ¿No me guardas rencor?

— Claro que no.

Sirius volvió a pasar el brazo sobre sus hombros y lo despeinó, de la misma forma que Ron lo había hecho hacía unos minutos. Y cuando Sirius se inclinó para darle un abrazo, Harry no se apartó.


— Está cerrado — le dijo Hermione a un chico de segundo.

— ¿Por qué?

— Porque sí — respondió Ginny. — Ve a otro.

El chico se fue refunfuñando.

— Llevan ahí mucho tiempo — dijo Hermione, mordiéndose el labio. — ¿Cómo crees que esté Harry?

— Ni idea — respondió Ginny. —Nunca lo había visto así.

— Yo tampoco.

Las puertas se abrieron en ese momento y salieron Fred, George, Sirius, Ron y Harry. Harry no tuvo que preguntar si se notaba que había llorado, ya que la forma en la que ambas chicas lo miraron demostraba cuál era la respuesta.

— ¿Cómo estás?

— Mejor — respondió Harry. Las mejillas le ardían de lo avergonzado que se sentía.

— ¿Seguro? Si necesitas cualquier cosa…

— Ha dicho que está mejor, Hermione — dijo Fred, pasando un brazo sobre los hombros de Harry, quien se preguntaba por qué todo el mundo hacía eso últimamente.— Vamos al comedor, seguro que están almorzando sin nosotros.

— Espera.

Ginny dio un paso adelante y se plantó justo frente a Harry, quien frenó en seco. Ginny levantó la varita y apuntó a los ojos de Harry, que tuvo que luchar contra su instinto de apartarse y sacar su propia varita. Pronunció un encantamiento que Harry nunca había oído e, inmediatamente, el chico notó una sensación húmeda en los ojos.

— ¿Qué…? — Parpadeó varias veces, confundido.

— Oh, Ginny. Buena idea — dijo Hermione.

— ¿Qué ha sido eso? — preguntó Harry. Ron lo miraba con el ceño fruncido, buscando qué había hecho el conjuro de Ginny.

— Es un hechizo para aliviar los ojos irritados — explicó la chica. — Ya no están rojos.

Harry se ruborizó aún más. Probablemente sintiendo la vergüenza que estaba pasando Harry, Fred repitió en voz más alta de la habitual:

— ¿Vamos ya al comedor? Me muero de hambre.

Harry lo siguió sin dudar ni un momento. Los siete regresaron al comedor, donde todo el mundo charlaba animadamente. Nadie les prestó atención al entrar, cosa que hizo sentir muy aliviado a Harry.

Se sentaron en los mismos lugares de antes y vieron que, para su sorpresa, habían aparecido varias mesas con aperitivos.

Los Weasley se lanzaron a por galletas en cuanto tomaron asiento. Harry, tras examinar mentalmente el estado de su estómago, cogió una y la mordió a modo de prueba. Cuando vio que su estómago no protestaba, tomó algunas más.

— ¿Todo bien? — preguntó la señora Weasley cuando se hubieron sentado. Todos asintieron, si bien Harry evitó mirarla a los ojos mientras lo hacía.

De reojo, notó que Angelina se inclinaba para decirle algo a Fred. Sin embargo, la chica se dio cuenta de que Harry la miraba y se dirigió directamente a él.

— ¿Estás bien? Antes me ha parecido…

— Estoy bien — le aseguró Harry, metiéndose otra galleta en la boca como si eso demostrara algo. Angelina asintió, aunque no parecía muy convencida.

Pasó un rato. Harry aún notaba en su cuerpo los restos de lo que Hermione había denominado "ataque de ansiedad", pero se encontraba mucho mejor. Sirius reía y bromeaba con Lupin y los gemelos. Se había sentado a los pies de Harry y no parecía tener intención de moverse de allí en mucho tiempo.

Esos minutos de tranquilidad le vinieron muy bien. No sabía si era porque sus amigos lo rodeaban y actuaban como barrera protectora, pero nadie se acercó a comentarle nada sobre la lectura. Durante un rato, pudo hablar con sus amigos y comer dulces como si no hubiera pasado nada y, para cuando Dumbledore se puso en pie y las puertas del comedor se cerraron, se sentía mucho más preparado para seguir leyendo.

— Bien, bien — dijo Dumbledore en voz alta, consiguiendo que todo el mundo se callara. Las mesas con dulces desaparecieron, para el disgusto de muchos. — Creo que ya hemos descansado lo suficiente, ¿verdad?

Les guiñó un ojo. Tenía la vista fija en un punto a un metro de Harry, quien no pudo evitar preguntarse si quizá Dumbledore había notado que algo le pasaba y por eso había ordenado que hicieran una pausa.

En cualquier caso, nunca lo sabría.

— El siguiente capítulo se titula: El Caldero Chorreante. ¿Quién quiere leer?


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: luxerii 

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