jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 6

 Posos de té y garras de hipogrifo:


— Qué bonito — dijo Luna, sonriendo.

— Ya está — anunció Hannah, marcando la página y dejando el libro en la tarima.

— Bien, bien —. Dumbledore se puso en pie y, como de costumbre, tomó el libro. — Creo que podemos leer un capítulo más antes de comer. El siguiente se titula: Posos de té y garras de hipogrifo.

Harry hizo una mueca. No hacía falta ser un genio para saber que iban a leer la infame clase de Hagrid en la que Buckbeak atacó a Malfoy.

Muchos alumnos, aquellos que no estaban al corriente de lo que había pasado aquel día, parecieron algo confundidos ante el título del capítulo. Sin embargo, varios alumnos de quinto intercambiaron miradas o dirigieron su atención hacia Malfoy, quien estaba cruzado de brazos en un sillón y no daba señales de estar preocupado por lo que se iba a leer.

Harry pensó que, si él estuviera en la situación de Malfoy, probablemente no podría mantener la cabeza tan alta como él. Iban a leer uno de los momentos que mejor mostraban lo cobarde que era.

El director pidió voluntarios para leer y, de entre la decena de personas que habían levantado la mano, escogió a Demelza Robins.

La chica subió a la tarima y, sin perder el tiempo, cogió el libro y leyó:

Cuando Harry, Ron y Hermione entraron en el Gran Comedor para desayunar al día siguiente, lo primero que vieron fue a Draco Malfoy, que entretenía a un grupo de gente de Slytherin con una historia muy divertida.

— Dudo que lo fuera — dijo Angelina con una mueca.

Harry miró de reojo a Malfoy, quien parecía sorprendido de que se le mencionara tan pronto en el capítulo.

Al pasar por su lado, Malfoy hizo una parodia de desmayo, coreado por una carcajada general.

— Das asco, Malfoy — dijo Lee Jordan en voz alta. Crabbe y Goyle lo miraron con los puños apretados, mientras Pansy tenía cara de estar mirando un bicho asqueroso.

— Cierra la boca, Jordan — replicó la chica.

Harry seguía con la vista fija en Malfoy, que ni se había inmutado ante las palabras de Lee. Empezaba a preocuparle. Apenas había dicho nada en todo el día y no se había olvidado de lo que Ron y Hermione le habían contado. Era muy extraño que Malfoy no se hubiera defendido cuando esos alumnos le habían increpado antes de entrar al comedor, pero era todavía más extraño que todavía no se hubiera metido con Harry en todo el día.

No le hagas caso —le dijo Hermione, que iba detrás de Harry—. Tú, ni el menor caso. No merece la pena...

¡Eh, Potter! —gritó Pansy Parkinson, una chica de Slytherin que tenía la cara como un dogo—. ¡Potter! ¡Que vienen los dementores, Potter! ¡Uuuuuuuuuh!

Pansy tuvo la decencia de ruborizarse al escuchar a Demelza Robins imitarla. Algunos alumnos se echaron a reír, mientras que otros estaban ocupados mirando mal a Pansy y criticándola.

— Ni siquiera tiene gracia — dijo Ernie Macmillan con una mueca de asco. — ¿Es que no te da vergüenza comportarte así, Parkinson?

Pansy le lanzó una mirada llena de odio.

Harry se dejó caer sobre un asiento de la mesa de Gryffindor, junto a George Weasley.

Los nuevos horarios de tercero —anunció George, pasándolos—. ¿Qué te ocurre, Harry?

Malfoy —contestó Ron, sentándose al otro lado de George y echando una mirada desafiante a la mesa de Slytherin.

— Ni que se hubieran metido contigo, Weasley — dijo Zacharias Smith, rodando los ojos.

— Existe una cosa que se llama amistad — intervino Angelina antes de que Ron pudiera decir nada. — Sé que es un concepto extraño para ti, pero hay gente que se enfada si alguien se mete con sus amigos.

Zacharias no tuvo valor para replicar, por lo que se conformó con mirar mal a Angelina.

George alzó la vista y vio que en aquel momento Malfoy volvía a repetir su pantomima.

Ese imbécil —dijo sin alterarse— no estaba tan gallito ayer por la noche, cuando los dementores se acercaron a la parte del tren en que estábamos. Vino corriendo a nuestro compartimento, ¿verdad, Fred?

Casi se moja encima —dijo Fred, mirando con desprecio a Malfoy.

Eso hizo que muchos alumnos se echaran a reír. A Harry le pareció ver que el profesor Flitwick escondía una sonrisita, al contrario que Hagrid, que sonreía abiertamente.

— De eso nada — se defendió Malfoy, pero era demasiado tarde. Cuando las risas pararon, Demelza siguió leyendo.

Yo tampoco estaba muy contento —reconoció George—. Son horribles esos dementores...

Se le hiela a uno la sangre, ¿verdad? —dijo Fred.

Pero no os desmayasteis, ¿a que no? —dijo Harry en voz baja.

— Deberías dejar de exigirte tanto a ti mismo — dijo Luna. — Creo que serías más feliz.

Harry no supo qué responderle. No consideraba que se exigiera demasiado a sí mismo. Lo único que quería era tener una vida normal. ¿Era mucho pedir no desmayarse cuando el resto del tren no lo había hecho? ¿Por qué siempre tenía que destacar?

No le des más vueltas, Harry —dijo George—. Mi padre tuvo que ir una vez a Azkaban, ¿verdad, Ron?, y dijo que era el lugar más horrible en que había estado. Regresó débil y tembloroso...

A Arthur Weasley le dio un escalofrío. Molly le cogió del brazo, dándole apoyo.

Los dementores absorben la alegría del lugar en que están. La mayoría de los presos se vuelven locos allí.

Algunos se atrevieron a mirar a Sirius al escuchar eso. Él les dedicó una sonrisa y Harry estaba seguro de que pretendía asustarlos. Lo consiguió, a juzgar por el gritito ahogado que soltó una de las chicas que lo estaba mirando.

De cualquier modo, veremos lo contento que se pone Malfoy después del primer partido de quidditch —dijo Fred—. Gryffindor contra Slytherin, primer partido de la temporada, ¿os acordáis?

La única ocasión en que Harry y Malfoy se habían enfrentado en un partido de quidditch, Malfoy había llevado las de perder. Un poco más contento, Harry se sirvió salchichas y tomate frito.

Harry volvió a mirar a Malfoy. Volvía a tener esa cara de póker que empezaba a poner a Harry de los nervios. ¿Por qué no decía nada? Era muy raro que Malfoy dejara pasar la oportunidad de meterse con Harry y de alardear de sus habilidades de buscador.

Hermione se aprendía su nuevo horario:

Bien, hoy comenzamos asignaturas nuevas —dijo alegremente.

Hermione —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando detrás de ella—, se han confundido con tu horario. Mira, te han apuntado para unas diez asignaturas al día. No hay tiempo suficiente.

El trío intercambió miradas. Nadie parecía haberse percatado de que ese fuera un detalle importante.

Ya me apañaré. Lo he concertado con la profesora McGonagall.

Pero mira —dijo Ron riendo—, ¿ves la mañana de hoy? A las nueve Adivinación y Estudios Muggles y... —Ron se acercó más al horario, sin podérselo creer—, mira, Aritmancia, todo a las nueve. Sé que eres muy buena estudiante, Hermione, pero no hay nadie capaz de tanto. ¿Cómo vas a estar en tres clases a la vez?

No seas tonto —dijo Hermione bruscamente—, por supuesto que no voy a estar en tres clases a la vez.

Ron soltó un bufido.

— Sigo pensando que podías habérnoslo contado — dijo en voz baja. — Me habrías ahorrado mucha confusión.

— Le prometí a McGonagall que no se lo contaría a nadie.

— Al final tuviste que romper esa promesa de todas formas — le recordó Harry.

— Pero solo porque el profesor Dumbledore así lo quiso — se defendió Hermione, molesta. — Si no hubiera sido por eso, no habría desobedecido a McGonagall.

Bueno, entonces...

Pásame la mermelada —le pidió Hermione.

Pero...

¿Y a ti qué te importa si mi horario está un poco apretado, Ron? —dijo Hermione—. Ya te he dicho que lo he arreglado todo con la profesora McGonagall.

— Fuiste muy borde — gruñó Ron. Hermione abrió la boca para replicar, pero Lavender se le adelantó:

— ¿Es que no tenías bastante con querer cargarte a su mascota? ¿También tenías que hablarle mal?

— Yo no quería cargarme a Scabbers — replicó Hermione.

— Pues tenías una forma muy rara de demostrarlo — dijo Lavender con frialdad.

Ron pasaba la vista de una chica a otra, confuso a más no poder. Harry se sentía igual.

Demelza esperó hasta que vio que Lavender y Hermione no se iban a decir nada más, antes de volver a leer.

En ese momento entró Hagrid en el Gran Comedor. Llevaba puesto su abrigo largo de ratina y de una de sus enormes manos colgaba un turón muerto, que se balanceaba.

¿Va todo bien? —dijo con entusiasmo, deteniéndose camino de la mesa de los profesores—. ¡Estáis en mi primera clase! ¡Inmediatamente después del almuerzo! Me he levantado a las cinco para prepararlo todo. Espero que esté bien... Yo, profesor..., francamente...

Hagrid se ruborizó. Harry notó que Umbridge le lanzaba una mirada reprobatoria.

Estaba seguro de que Umbridge iba a poner el grito en el cielo cuando supiera lo que había pasado en clase de Hagrid. Seguro que exigiría su dimisión.

Harry decidió que, pasara lo que pasara, defendería a Hagrid hasta el final.

Les dirigió una amplia sonrisa y se fue hacia la mesa de los profesores, balanceando el turón.

Me pregunto qué habrá preparado —dijo Ron con curiosidad.

En el comedor, muchos se preguntaban lo mismo, a juzgar por las miradas llenas de curiosidad que le lanzaron a Hagrid. Éste mantuvo la boca cerrada.

El Gran Comedor se vaciaba a medida que la gente se marchaba a la primera clase. Ron comprobó el horario.

Lo mejor será que vayamos ya. Mirad, el aula de Adivinación está en el último piso de la torre norte. Tardaremos unos diez minutos en llegar...

La profesora Trelawney se removió en su asiento. Con una punzada, Harry se dio cuenta de que en este capítulo se iban a leer las primeras clases que había tenido con los dos profesores a los que Umbridge más odiaba. Si bien nunca le había tenido mucho aprecio a Trelawney, Harry prefería mil veces que se quedara ella en el castillo y que se marchara Umbridge. Puede que Trelawney le presagiara la muerte cada dos por tres, pero al menos no lo había agredido físicamente.

Terminaron aprisa el desayuno, se despidieron de Fred y de George, y volvieron a atravesar el Gran Comedor. Al pasar al lado de la mesa de Slytherin, Malfoy volvió a repetir la pantomima. Las estruendosas carcajadas acompañaron a Harry hasta el vestíbulo.

— ¿No os cansáis de reírle las gracias a Malfoy? — dijo Dean, dirigiéndose directamente al grupito que solía ir con Malfoy. — Dais bastante pena.

Demelza siguió leyendo sin darle oportunidad a los Slytherin para que se defendieran.

El trayecto hasta la torre norte era largo. Los dos años que llevaban en Hogwarts no habían bastado para conocer todo el castillo, y ni siquiera habían estado nunca en el interior de la torre norte.

— Es curioso — dijo Hannah Abbott. — Con la cantidad de veces que salís a deambular por el colegio, cualquiera diría que lo habríais recorrido entero.

— Habéis estado en sitios a los que los demás ni siquiera podemos entrar — dijo Justin. — Como el bosque prohibido.

— O la cámara de los secretos — añadió Ernie.

Harry y Ron se miraron antes de soltar una risita. Ante la mirada confusa de Hermione, Harry dijo:

— Hemos estado antes en la cámara secreta de Slytherin que en la torre norte.

A Hermione se le curvaron las comisuras de los labios como si fuera a sonreír, pero consiguió mantener el semblante serio.

Tiene... que... haber... un atajo —dijo Ron jadeando, mientras ascendían la séptima larga escalera y salían a un rellano que veían por primera vez y donde lo único que había era un cuadro grande que representaba únicamente un campo de hierba.

— Lo hay — dijo Sirius, guiñándole un ojo. Algunos lo miraron con curiosidad, pero Sirius no rebeló nada sobre ese atajo.

Me parece que es por aquí —dijo Hermione, echando un vistazo al corredor desierto que había a la derecha.

Imposible —dijo Ron—. Eso es el sur. Mira: por la ventana puedes ver una parte del lago...

Harry observó el cuadro. Un grueso caballo tordo acababa de entrar en el campo y pacía despreocupadamente. Harry estaba acostumbrado a que los cuadros de Hogwarts tuvieran movimiento y a que los personajes se salieran del marco para ir a visitarse unos a otros, pero siempre se había divertido viéndolos.

— No es que sean especialmente divertidos — dijo Roger Davies. — Pero son más entretenidos que los cuadros muggle, desde luego.

Un momento después, haciendo un ruido metálico, entró en el cuadro un caballero rechoncho y bajito, vestido con armadura, persiguiendo al caballo. A juzgar por las manchas de hierba que había en sus rodilleras de hierro, acababa de caerse.

Demelza alzó una ceja antes de leer:

¡Pardiez! —gritó, viendo a Harry, Ron y Hermione—. ¿Quiénes son estos villanos que osan internarse en mis dominios? ¿Acaso os mofáis de mi caída? ¡Desenvainad, bellacos!

— ¿Qué demonios? — bufó Dean.

Se asombraron al ver que el pequeño caballero sacaba la espada de la vaina y la blandía con violencia, saltando furiosamente arriba y abajo. Pero la espada era demasiado larga para él. Un movimiento demasiado violento le hizo perder el equilibrio y cayó de bruces en la hierba.

Se oyeron risitas.

¿Se encuentra usted bien? —le preguntó Harry, acercándose al cuadro.

¡Atrás, vil bellaco! ¡Atrás, malandrín!

Demelza parecía terriblemente confundida mientras leía.

El caballero volvió a empuñar la espada y la utilizó para incorporarse, pero la hoja se hundió profundamente en el suelo, y aunque tiró de ella con todas sus fuerzas, no pudo sacarla. Finalmente, se dejó caer en la hierba y se levantó la visera del casco para limpiarse la cara empapada en sudor.

— Pobrecito — dijo Parvati. — Debería conseguir una espada más pequeña.

Disculpe —dijo Harry, aprovechando que el caballero estaba exhausto—, estamos buscando la torre norte. ¿Por casualidad conoce usted el camino?

¡Una empresa! —La ira del caballero desapareció al instante. Se puso de pie haciendo un ruido metálico y exclamó—: ¡Vamos, seguidme, queridos amigos, y hallaremos lo que buscamos o pereceremos en el empeño! —Volvió a tirar de la espada sin ningún resultado, intentó pero no pudo montar en el caballo, y exclamó—: ¡A pie, pues, bravos caballeros y gentil señora! ¡Vamos!

— Esto es deprimente — dijo un chico de primero. — ¿Me estáis diciendo que seguiremos perdiéndonos de camino a clase aunque estemos en tercero? Yo no quiero más castigos por llegar tarde.

— No todo el mundo se pierde — dijo Nott. — Pero Potter no parece tener muy buena orientación.

Harry cruzó miradas con Nott, que tenía una expresión desafiante. Antes de que pudiera replicar, Demelza continuó leyendo:

Y corrió por el lado izquierdo del marco, haciendo un fuerte ruido metálico. Corrieron tras él por el pasillo, siguiendo el sonido de su armadura. De vez en cuando lo localizaban delante de ellos, cruzando un cuadro.

¡Endureced vuestros corazones, lo peor está aún por llegar! —gritó el caballero, y lo volvieron a ver enfrente de un grupo alarmado de mujeres con miriñaque, cuyo cuadro colgaba en el muro de una estrecha escalera de caracol.

— ¿Qué es un miriñaque? — se oyó preguntar a alguien.

— Ni idea — le respondió un amigo.

Jadeando, Harry, Ron y Hermione ascendieron los escalones mareándose cada vez más, hasta que oyeron un murmullo de voces por encima de ellos y se dieron cuenta de que habían llegado al aula.

— Si ya había gente allí es que los demás no se perdieron — dijo Nott. — Así que eso demuestra mi teoría de que Potter no sabe orientarse.

— O quizá el resto de la clase salió con más tiempo para buscar el aula — dijo Fred.

Nott no pareció muy contento. Miraba a Fred y luego a Harry, y Harry comprendió que estaba tratando de hacerle responder a él.

Pues se quedaría con las ganas.

¡Adiós! —gritó el caballero asomando la cabeza por el cuadro de unos monjes de aspecto siniestro—. ¡Adiós, compañeros de armas! ¡Si en alguna ocasión necesitáis un corazón noble y un temple de acero, llamad a sir Cadogan!

Sí, lo haremos —murmuró Ron cuando desapareció el caballero—, si alguna vez necesitamos a un chiflado.

Se oyeron bufidos y varias risitas.

Subieron los escalones que quedaban y salieron a un rellano diminuto en el que ya aguardaba la mayoría de la clase. No había ninguna puerta en el rellano; Ron golpeó a Harry con el codo y señaló al techo, donde había una trampilla circular con una placa de bronce.

Los alumnos que nunca habían cursado adivinación escuchaban con mucha curiosidad.

Sybill Trelawney, profesora de Adivinación —leyó Harry—. ¿Cómo vamos a subir ahí?

Como en respuesta a su pregunta, la trampilla se abrió de repente y una escalera plateada descendió hasta los pies de Harry. Todos se quedaron en silencio.

Tú primero —dijo Ron con una sonrisa, y Harry subió por la escalera delante de los demás.

Se oyeron risitas.

— Como no, Potter siempre va primero — dijo Nott. A Harry estaba empezando a ponerle de los nervios.

Miró de reojo a Malfoy al darse cuenta de que echaba de menos que fuera Malfoy quien lo irritara, pero el chico seguía teniendo la misma cara de póker que antes.

Fue a dar al aula de aspecto más extraño que había visto en su vida. No se parecía en nada a un aula; era algo a medio camino entre un ático y un viejo salón de té. Al menos veinte mesas circulares, redondas y pequeñas, se apretujaban dentro del aula, todas rodeadas de sillones tapizados con tela de colores y de cojines pequeños y redondos. Todo estaba iluminado con una luz tenue y roja.

— Lo de la luz es para darle drama a sus clases — dijo Sirius. Lavender y Parvati parecieron muy molestas.

Había cortinas en todas las ventanas y las numerosas lámparas estaban tapadas con pañoletas rojas. Hacía un calor agobiante, y el fuego que ardía en la chimenea, bajo una repisa abarrotada de cosas, calentaba una tetera grande de cobre y emanaba una especie de perfume denso. Las estanterías de las paredes circulares estaban llenas de plumas polvorientas, cabos de vela, muchas barajas viejas, infinitas bolas de cristal y una gran cantidad de tazas de té.

— ¿Para qué son las tazas? — preguntó una chica de primero.

— Para desentrañar los misterios del futuro — respondió Trelawney en tono místico. La chica pareció muy impresionada. La profesora Umbridge, por otra parte, tenía una expresión escéptica.

Ron fue a su lado mientras la clase se iba congregando alrededor, entre murmullos.

¿Dónde está la profesora? —preguntó Ron. De repente salió de las sombras una voz suave:

Bienvenidos —dijo—. Es un placer veros por fin en el mundo físico.

— ¿Veis? Le encanta el drama — dijo Sirius. Lupin le dio un golpe en el brazo, lanzándole una mirada que claramente decía "Trelawney puede oírte", pero no parecía que a Sirius le importara. La profesora de adivinación no dio señales de estar molesta, aunque a Harry le pareció que tenía las facciones más duras de lo normal.

La inmediata impresión de Harry fue que se trataba de un insecto grande y brillante.

Muchos alumnos se echaron a reír a carcajadas.

La profesora Trelawney se acercó a la chimenea y vieron que era sumamente delgada. Sus grandes gafas aumentaban varias veces el tamaño de sus ojos y llevaba puesto un chal de gasa con lentejuelas. De su cuello largo y delgado colgaban innumerables collares de cuentas, y tenía las manos llenas de anillos y los brazos de pulseras.

La profesora mantuvo la cabeza alta, si bien todavía se escuchaban risas. Harry no podía decir que sentía pena por ella, no después de todas las veces que había predicho su muerte en clase.

Sentaos, niños míos, sentaos —dijo, y todos se encaramaron torpemente a los sillones o se hundieron en los cojines. Harry, Ron y Hermione se sentaron a la misma mesa redonda—. Bienvenidos a la clase de Adivinación —dijo la profesora Trelawney, que se había sentado en un sillón de orejas, delante del fuego—. Soy la profesora Trelawney. Seguramente es la primera vez que me veis. Noto que descender muy a menudo al bullicio del colegio principal nubla mi ojo interior.

— Pues ahora mismo debe tenerlo muy nublado — dijo Seamus. — Porque lleva aquí días.

— Así es — afirmó la profesora Trelawney, no notando el tono burlón de Seamus. — Regresar al silencio de la torre por las noches es todo un alivio para mi ojo interior.

Se oyeron risitas que solo algunos trataron de camuflar con una tos o un carraspeo.

Nadie dijo nada ante esta extraordinaria declaración. Con movimientos delicados, la profesora Trelawney se puso bien el chal y continuó hablando:

Así que habéis decidido estudiar Adivinación, la más difícil de todas las artes mágicas.

McGonagall arqueó una ceja, a la vez que Snape rodaba los ojos. Sin embargo, fue Umbridge quien soltó tal bufido que varias personas se quedaron mirándola, incluyendo a la profesora Trelawney, que parecía molesta.

Debo advertiros desde el principio de que si no poseéis la Vista, no podré enseñaros prácticamente nada. Los libros tampoco os ayudarán mucho en este terreno... —Al oír estas palabras, Harry y Ron miraron con una sonrisa burlona a Hermione, que parecía asustada al oír que los libros no iban a ser de mucha utilidad en aquella asignatura—.

— Y por eso acabaste abandonándola — dijo Lavender. No tenías la Vista.

— Y tú tampoco — replicó Hermione. Bajó la voz antes de añadir: — Pero al menos yo no estoy perdiendo el tiempo en esa clase.

Lavender la escuchó y le lanzó una mirada fulminante.

Hay numerosos magos y brujas que, aun teniendo una gran habilidad en lo que se refiere a transformaciones, olores y desapariciones súbitas, son incapaces de penetrar en los velados misterios del futuro —continuó la profesora Trelawney, recorriendo las caras nerviosas con sus ojos enormes y brillantes—. Es un don reservado a unos pocos. Dime, muchacho —dijo de repente a Neville, que casi se cayó del cojín—,

Se escucharon risitas.

¿se encuentra bien tu abuela?

Creo que sí —dijo Neville tembloroso.

Yo en tu lugar no estaría tan seguro, querido —dijo la profesora Trelawney.

— ¿Le pasó algo a tu abuela ese año? — preguntó Parvati, preocupada.

— No — admitió Neville. — Sigue estando perfectamente.

Trelawney fingió no haberlo oído.

El fuego de la chimenea se reflejaba en sus largos pendientes de color esmeralda. Neville tragó saliva. La profesora Trelawney prosiguió plácidamente—. Durante este curso estudiaremos los métodos básicos de adivinación. Dedicaremos el primer trimestre a la lectura de las hojas de té. El segundo nos ocuparemos en quiromancia. A propósito, querida mía —le soltó de pronto a Parvati Patil—, ten cuidado con cierto pelirrojo.

Parvati miró con un sobresalto a Ron, que estaba inmediatamente detrás de ella, y alejó de él su sillón.

Ron frunció el ceño.

— ¿A qué venía eso?

— No le busques sentido a las tonterías que dice Trelawney — dijo Hermione.

Sin embargo, Parvati miraba a Ron con recelo, como si le hubiera hecho algo.

— ¿Qué mosca le ha picado? — susurró Ron, señalando a Parvati con un gesto de la cabeza. — Si no le hice nada.

— No tengo ni idea — respondió Harry.

Pero la chica continuaba mirando a Ron con algo cercano a la rabia.

Decidiendo que las mujeres eran un misterio, Harry volvió a prestar atención a la lectura.

Durante el último trimestre —continuó la profesora Trelawney—, pasaremos a la bola de cristal si la interpretación de las llamas nos deja tiempo. Por desgracia, un desagradable brote de gripe interrumpirá las clases en febrero. Yo misma perderé la voz. Y en torno a Semana Santa, uno de vosotros nos abandonará para siempre. —Un silencio muy tenso siguió a este comentario, pero la profesora Trelawney no pareció notarlo—.

— Ahí tenía razón — dijo Lavender en voz alta. — Granger dejó la asignatura para siempre en Semana Santa.

Muchos alumnos parecieron impresionados y miraron a Trelawney con más respeto que antes.

Querida —añadió dirigiéndose a Lavender Brown, que era quien estaba más cerca de ella y que se hundió contra el respaldo del sillón—, ¿me podrías pasar la tetera grande de plata?

Lavender dio un suspiro de alivio,

Algunos rieron.

se levantó, cogió una enorme tetera de la estantería y la puso sobre la mesa, ante la profesora Trelawney.

Gracias, querida. A propósito, eso que temes sucederá el viernes 16 de octubre.

Lavender tembló

Se formó un silencio tenso en el comedor.

— ¿A qué se refería? — preguntó un chico de tercero de Ravenclaw.

— Mi conejo murió ese día — respondió Lavender, con tono afectado. Hermione rodó los ojos.

Las miradas de respeto hacia la profesora Trelawney aumentaron en ese momento.

. Ahora quiero que os pongáis por parejas. Coged una taza de la estantería, venid a mí y os la llenaré. Luego sentaos y bebed hasta que sólo queden los posos. Removed entonces los posos agitando la taza tres veces con la mano izquierda y poned luego la taza boca abajo en el plato. Esperad a que haya caído la última gota de té y pasad la taza a vuestro compañero, para que la lea. Interpretaréis los dibujos dejados por los posos utilizando las página de Disipar las nieblas del futuro. Yo pasaré a ayudaros y a daros instrucciones.

Los que jamás habían tenido una clase de adivinación escuchaban con mucho interés. Los que ya habían cursado la asignatura, parecían aburridos.

¡Ah!, querido... —asió a Neville por el brazo cuando el muchacho iba a levantarse— cuando rompas la primera taza, ¿serás tan amable de coger una de las azules? Las de color rosa me gustan mucho.

Neville se ruborizó. Seamus le dio un par de palmaditas en la espalda, aguantando la risa.

Como es natural, en cuanto Neville hubo alcanzado la balda de las tazas, se oyó el tintineo de la porcelana rota. La profesora Trelawney se dirigió a él rápidamente con una escoba y un recogedor, y le dijo:

Una de las azules, querido, si eres tan amable. Gracias...

— No hace falta ser adivino para saber que Longbottom rompería una taza — dijo McLaggen.

George lo fulminó con la mirada en cuanto escuchó su voz, pero no dijo nada.

Cuando Harry y Ron llenaron las tazas de té, volvieron a su mesa y se tomaron rápidamente la ardiente infusión.

— Así que las clases de adivinación consisten en beber té — comentó la profesora Umbridge. — Esta es incluso más ridícula que la clase que presencié.

— No es ridícula — replicó Trelawney, temblando. Harry no sabía si se debía a la ira o a los nervios. — Y usted haría bien en escuchar las advertencias de los astros.

Umbridge alzó una ceja, miró al ministro como diciendo "¿Ve? Está loca" y volvió a prestar atención a Demelza.

Removieron los posos como les había indicado la profesora Trelawney, y después secaron las tazas y las intercambiaron.

Bien —dijo Ron, después de abrir los libros por las páginas 5 y 6—. ¿Qué ves en la mía?

Una masa marrón y empapada —respondió Harry. El humo fuertemente perfumado de la habitación lo adormecía y atontaba.

Se oyeron varios bufidos, muchos de los cuales ocultaban risas.

— Creo que habrías visto lo mismo aunque el humo no te hubiera dejado atontado — le dijo Ginny. Harry pensó que tenía toda la razón.

¡Ensanchad la mente, queridos, y que vuestros ojos vean más allá de lo terrenal! —exclamó la profesora Trelawney sumida en la penumbra.

Se oyeron risitas burlonas, pero la profesora volvió a fingir no darse cuenta.

Harry intentó recobrarse:

Bueno, hay una especie de cruz torcida... —dijo consultando Disipar las nieblas del futuro—. Eso significa que vas a pasar penalidades y sufrimientos... Lo siento... Pero hay algo que podría ser el sol. Espera, eso significa mucha felicidad... Así que vas a sufrir, pero vas a ser muy feliz...

Los gemelos estallaron en risas.

— ¿Te gusta sufrir, Ronnie? — preguntó Fred, guiñándole un ojo a su hermano.

— Cierra la boca — replicó Ron, ignorando las risas de muchos de sus compañeros.

Si te interesa mi opinión, tendrían que revisarte el ojo interior —dijo Ron, y tuvieron que contener la risa cuando la profesora Trelawney los miró.

En el presente, también rieron al recordar eso. La profesora los miró muy mal.

Ahora me toca a mí... —Ron miró con detenimiento la taza de Harry, arrugando la frente a causa del esfuerzo. Hay una mancha en forma de sombrero hongo —dijo—. A lo mejor vas a trabajar para el Ministerio de Magia...

— Ni en sueños — dijo Umbridge.

Harry gruñó. Si quería ser auror, tendría que trabajar para el ministerio…

Volvió la taza—. Pero por este lado parece más bien como una bellota... ¿Qué es eso? —Cotejó su ejemplar de Disipar las nieblas del futuro—. Oro inesperado, como caído del cielo. Estupendo, me podrás prestar.

Se volvieron a escuchar risas.

— Creo que lo estás leyendo todo mal — dijo Parvati, mirando a Ron con disgusto.

— Era lo que veía — se defendió Ron.

Y aquí hay algo —volvió a girar la taza— que parece un animal. Sí, si esto es su cabeza... parece un hipo..., no, una oveja...

La profesora Trelawney dio media vuelta al oír la carcajada de Harry.

También en el comedor se escuchaban carcajadas.

— ¿Había una oveja en tu futuro? — dijo Charlie con sorna. — ¿Te peleaste con una oveja a final de curso o algo así?

Harry negó con la cabeza, divertido.

Déjame ver eso, querido —le dijo a Ron, en tono recriminatorio, y le quitó la taza de Harry. Todos se quedaron en silencio, expectantes.

También ahora se creó un ambiente de expectación. Todos eran conscientes de que, si se estaba leyendo esto, era por algo.

La profesora Trelawney miraba fijamente la taza de té, girándola en sentido contrario a las agujas del reloj.

El halcón... querido, tienes un enemigo mortal.

— Qué sorpresa — ironizó Fred.

Eso lo sabe todo el mundo —dijo Hermione en un susurro alto. La profesora Trelawney la miró fijamente—. Todo el mundo sabe lo de Harry y Quien-usted-sabe.

Se oyeron jadeos y murmullos.

— ¿Granger le ha contestado a un profesor? — dijo Susan Bones, sorprendida. — No me lo esperaba.

— Había escuchado que se llevaba mal con la profesora Trelawney — dijo Ernie Macmillan. — Pero no tenía ni idea de que fuera tan exagerado.

Hermione rodó los ojos e ignoró los comentarios.

Harry y Ron la miraron con una mezcla de asombro y admiración. Nunca la habían visto hablar así a un profesor.

— ¿Admiración? — les reprochó la profesora McGonagall. — La señorita Granger no debió hablarle así a la profesora Trelawney.

Hermione agachó la cabeza, aunque Harry pensó que no parecía muy arrepentida.

La profesora Trelawney prefirió no contestar. Volvió a bajar sus grandes ojos hacia la taza de Harry y continuó girándola.

La porra... un ataque. Vaya, vaya... no es una taza muy alegre...

Creí que era un sombrero hongo —reconoció Ron con vergüenza.

Se oyeron risitas.

— En eso tenía razón — susurró Ron. — Te atacaron a final de ese curso.

— Pero eso pasa todos los años — bufó Harry. — No es ningún logro que lo adivinara.

La calavera... peligro en tu camino...

Todos escuchaban en silencio. Nadie dudaba de que esa había sido una predicción acertada, pues todos recordaban los peligros a los que Harry se había enfrentado el año anterior.

Toda la clase escuchaba con atención, sin moverse. La profesora Trelawney dio una última vuelta a la taza, se quedó boquiabierta y gritó.

Oyeron romperse otra taza; Neville había vuelto a hacer añicos la suya. La profesora Trelawney se dejó caer en un sillón vacío, con la mano en el corazón y los ojos cerrados.

Esta vez fue McGonagall quien rodó los ojos. La profesora Trelawney mantuvo la cabeza bien alta, dándose importancia, mientras muchos alumnos escuchaban la lectura, sobrecogidos.

Mi querido chico... mi pobre niño... no... es mejor no decir... no... no me preguntes...

¿Qué es, profesora? —dijo inmediatamente Dean Thomas. Todos se habían puesto de pie y rodearon la mesa de Ron, acercándose mucho al sillón de la profesora Trelawney para poder ver la taza de Harry.

— Hay que admitir que sabe cómo llamar la atención de los alumnos — dijo Sirius. Nadie le hizo caso, ya que estaban demasiado intrigados por saber qué decía la taza de Harry.

Querido mío —abrió completamente sus grandes ojos—, tienes el Grim.

¿El qué? —preguntó Harry.

Estaba claro que había otros que tampoco comprendían; Dean Thomas lo miró encogiéndose de hombros, y Lavender Brown estaba anonadada, pero casi todos se llevaron la mano a la boca, horrorizados.

— Solo con el nombre ya sabes que es algo malo — dijo Neville en voz baja. Hermione chasqueó la lengua, irritada.

¡El Grim, querido, el Grim! —exclamó la profesora Trelawney, que parecía extrañada de que Harry no hubiera comprendido—. ¡El perro gigante y espectral que ronda por los cementerios! Mi querido chico, se trata de un augurio, el peor de los augurios... el augurio de la muerte.

Se hizo un silencio sepulcral. Muchos se giraron para mirar a Harry, quien tuvo que utilizar todo su autocontrol para no rodar los ojos también.

El estómago le dio un vuelco a Harry. Aquel perro de la cubierta del libro Augurios de muerte, en Flourish y Blotts, el perro entre las sombras de la calle Magnolia...

— El perro era yo — bufó Sirius. — Y los augurios de muerte son una tontería.

Nadie se atrevió a contradecirle, si bien la mayoría todavía parecía preocupada.

Ahora también Lavender Brown se llevó las manos a la boca. Todos miraron a Harry; todos excepto Hermione, que se había levantado y se había acercado al respaldo del sillón de la profesora Trelawney.

No creo que se parezca a un Grim —dijo Hermione rotundamente.

— Hermione contradiciendo a una profesora — dijo Fred, llevándose la mano al pecho. — No creí vivir para ver esto.

— Fred — lo regañó su madre con una mueca.

Al ver la expresión en su cara, Fred dijo:

— No lo decía literalmente.

George se había puesto algo pálido. La pelea con McLaggen no le había sentado nada bien.

La profesora Trelawney examinó a Hermione con creciente desagrado.

Perdona que te lo diga, querida, pero percibo muy poca aura a tu alrededor. Muy poca receptividad a las resonancias del futuro.

— Y yo que me alegro — dijo Hermione, molesta.

Seamus Finnigan movía la cabeza de un lado a otro.

Parece un Grim si miras así —decía con los ojos casi cerrados—, pero así parece un burro —añadió inclinándose a la izquierda.

Muchos no pudieron evitar soltar una risotada, lo cual ayudó a alivianar el ambiente tenso que se había formado.

¡Cuando hayáis terminado de decidir si voy a morir o no...! —dijo Harry, sorprendiéndose incluso a sí mismo. Nadie quería mirarlo.

Era lo contrario en el presente. Algunos alumnos todavía lo miraban, llenos de curiosidad. Harry los escuchaba murmurar y tuvo que hacer acopio de toda su paciencia para no decirles nada.

Creo que hemos concluido por hoy —dijo la profesora Trelawney con su voz más leve—. Sí... por favor, recoged vuestras cosas...

Silenciosamente, los alumnos entregaron las tazas de té a la profesora Trelawney, recogieron los libros y cerraron las mochilas. Incluso Ron evitó los ojos de Harry.

Ron hizo una mueca.

— Es que fue muy impresionante — se disculpó.

Hasta que nos veamos de nuevo —dijo débilmente la profesora Trelawney—, que la buena suerte os acompañe. Ah, querido... —señaló a Neville—, llegarás tarde a la próxima clase, así que tendrás que trabajar un poco más para recuperar el tiempo perdido.

— Esa tampoco es una predicción muy sorprendente — dijo Lee Jordan. La profesora volvió a parecer molesta, pero no dijo nada.

Harry, Ron y Hermione bajaron en silencio la escalera de mano del aula y luego la escalera de caracol, y luego se dirigieron a la clase de Transformaciones de la profesora McGonagall. Tardaron tanto en encontrar el aula que, aunque habían salido de la clase de Adivinación antes de la hora, llegaron con el tiempo justo.

— Es que está lejos — se quejó Seamus. — Tendrían que evitar que tengamos las clases tan lejos entre sí, a veces no da tiempo a llegar.

Varios alumnos le dieron la razón.

Harry eligió un asiento que estaba al final del aula, sintiéndose el centro de atención: el resto de la clase no dejaba de dirigirle miradas furtivas, como si estuviera a punto de caerse muerto.

Varias personas lo miraron con caras de culpabilidad, incluido Neville. Harry los ignoró.

Apenas oía lo que la profesora McGonagall les decía sobre los animagos (brujos que pueden transformarse a voluntad en animales), y no prestaba la menor atención cuando ella se transformó ante los ojos de todos en una gata atigrada con marcas de gafas alrededor de los ojos.

A pesar de que todos sabían que McGonagall podía hacer eso, se oyeron murmullos de admiración. La profesora pareció muy satisfecha.

¿Qué os pasa hoy? —preguntó la profesora McGonagall, recuperando la normalidad con un pequeño estallido y mirándolos—. No es que tenga importancia, pero es la primera vez que mi transformación no consigue arrancar un aplauso de la clase.

Se oyeron algunas risas.

— La habéis ofendido — dijo Sirus con una sonrisa. McGonagall no lo corrigió.

Todos se volvieron hacia Harry, pero nadie dijo nada. Hermione levantó la mano.

Por favor, profesora. Acabamos de salir de nuestra primera clase de Adivinación y... hemos estado leyendo las hojas de té y..

¡Ah, claro! —exclamó la profesora McGonagall, frunciendo el entrecejo de repente—. No tiene que decir nada más, señorita Granger. Decidme, ¿quién de vosotros morirá este año?

Muchos se sorprendieron.

Todos la miraron fijamente.

Yo —respondió por fin Harry.

— Pues yo te veo muy vivo — dijo Ginny en tono irónico. Harry sonrió.

Ya veo —dijo la profesora McGonagall, clavando en Harry sus ojos brillantes y redondos como canicas—.

Esa descripción hizo que más de uno soltara una risita.

Pues tendrías que saber, Potter, que Sybill Trelawney, desde que llegó a este colegio, predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía. Ver augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva promoción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas...

La profesora McGonagall se ruborizó, a la vez que Trelawney la miraba como si la hubiera traicionado.

La profesora McGonagall se detuvo en mitad de la frase y los alumnos vieron que su nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma—: La adivinación es una de las ramas más imprecisas de la magia. No os ocultaré que la adivinación me hace perder la paciencia. Los verdaderos videntes son muy escasos, y la profesora Trelawney...

— Soy una verdadera vidente — replicó Trelawney, ofendida.

— No lo dudo, Sybill — dijo McGonagall rápidamente. — Pero has de admitir que la adivinación es muy complicada e imprecisa. No todo lo que se predice acaba sucediendo.

La profesora Trelawney asintió, aunque aún parecía molesta.

Volvió a detenerse y añadió en tono práctico—: Me parece que tienes una salud estupenda, Potter, así que me disculparás que no te perdone hoy los deberes de mañana. Te aseguro que si te mueres no necesitarás entregarlos.

Muchos se echaron a reír, sobre todo Sirius, cuyas carcajadas sonaron por encima del resto.

Hermione se echó a reír. Harry se sintió un poco mejor. Lejos del aula tenuemente iluminada por una luz roja y del perfume agobiante, era más difícil aterrorizarse por unas cuantas hojas de té. Sin embargo, no todo el mundo estaba convencido. Ron seguía preocupado y Lavender susurró:

Pero ¿y la taza de Neville?

— Era obvio que Longbottom rompería algo — repitió McLaggen. Lavender no pareció muy convencida.

Cuando terminó la clase de Transformaciones, se unieron a la multitud que se dirigía bulliciosamente al Gran Comedor, para el almuerzo.

Animo, Ron —dijo Hermione, empujando hacia él una bandeja de estofado—.Ya has oído a la profesora McGonagall.

La señora Weasley le sonrió a Hermione, agradeciéndole por tratar de animar a Ron. Hermione le sonrió de vuelta.

Ron se sirvió estofado con una cuchara y cogió su tenedor, pero no empezó a comer.

Harry —dijo en voz baja y grave—, tú no has visto en ningún sitio un perro negro y grande, ¿verdad?

Sí, lo he visto —dijo Harry—. Lo vi la noche que abandoné la casa de los Dursley.

Ron dejó caer el tenedor, que hizo mucho ruido.

— Qué poco tacto tienes, Harry — dijo Angelina.

Harry se encogió de hombros. Le habían hecho una pregunta y había contestado la verdad. Si la respuesta era un poco brusca, no era culpa suya.

Probablemente, un perro callejero —dijo Hermione muy tranquila. Ron miró a Hermione como si se hubiera vuelto loca.

Hermione, si Harry ha visto un Grim, eso es... eso es terrible —aseguró—. Mi tío Bilius vio uno y... ¡murió veinticuatro horas más tarde!

— Lo del tío Bilius fue un poco más complicado — dijo la señora Weasley, frunciendo el ceño. Ante las miradas curiosas de sus hijos, hizo un gesto con la mano y dijo: — Ya os lo contaré.

Casualidad —arguyó Hermione sin darle importancia, sirviéndose zumo de calabaza.

¡No sabes lo que dices! —dijo Ron empezando a enfadarse—. Los Grims ponen los pelos de punta a la mayoría de los brujos.

Varios alumnos provenientes de familias enteramente mágicas le dieron la razón a Ron.

Ahí tienes la prueba —dijo Hermione en tono de superioridad—. Ven al Grim y se mueren de miedo. El Grim no es un augurio, ¡es la causa de la muerte! Y Harry todavía está con nosotros porque no es lo bastante tonto para ver uno y pensar: «¡Me marcho al otro barrio!»

— Bueno, yo diría que se asustó bastante con el grim — dijo Katie Bell con una sonrisa.

— Y tanto, se cayó de culo y llamó al autobús noctámbulo sin querer por el susto — rió Lee Jordan.

Harry se ruborizó.

Ron movió los labios sin pronunciar nada, para que Hermione comprendiera sin que Harry se enterase. Hermione abrió la mochila, sacó su libro de Aritmancia y lo apoyó abierto en la jarra de zumo.

Creo que la adivinación es algo muy impreciso —dijo buscando una página—; si quieres saber mi opinión, creo que hay que hacer muchas conjeturas.

— Así es — dijo Tonks. — Nunca se me dio bien por eso.

Hermione le sonrió.

No había nada de impreciso en el Grim que se dibujó en la taza —dijo Ron acalorado.

No estabas tan seguro de eso cuando le decías a Harry que se trataba de una oveja —repuso Hermione con serenidad.

Muchos rieron a carcajadas. Fue el turno de Ron de ponerse rojo.

¡La profesora Trelawney dijo que no tenías un aura adecuada para la adivinación! Lo que pasa es que no te gusta no ser la primera de la clase.

Acababa de poner el dedo en la llaga. Hermione golpeó la mesa con el libro con tanta fuerza que salpicó carne y zanahoria por todos lados.

— Ya la has liado — le dijo Bill con una sonrisa. Ron gruñó.

Si ser buena en Adivinación significa que tengo que hacer como que veo augurios de muerte en los posos del té, no estoy segura de que vaya a seguir estudiando mucho tiempo esa asignatura. Esa clase fue una porquería comparada con la de Aritmancia.

Cogió la mochila y se fue sin despedirse.

— No lo entiendo — dijo un chico de segundo. — ¿No han dicho antes que Aritmancia era a la misma hora que Adivinación?

Muchos miraron a Hermione pidiendo respuestas, pero la chica mantuvo la boca cerrada. La profesora Trelawney la miraba con enfado, por lo que Hermione mantenía la vista fija en el libro y fingía no notarlo.

Ron la siguió con la vista, frunciendo el entrecejo.

Pero ¿de qué habla? ¡Todavía no ha asistido a ninguna clase de Aritmancia!

— En serio, no sé cómo fuimos tan imbéciles — gruñó Ron por lo bajo. Harry asintió. Se sentía estúpido al leer esas conversaciones en las que era tan obvio que Hermione no estaba siendo sincera con ellos.

A Harry le encantó salir del castillo después del almuerzo. La lluvia del día anterior había terminado; el cielo era de un gris pálido, y la hierba estaba mullida y húmeda bajo sus pies cuando se pusieron en camino hacia su primera clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.

— Suena agradable — dijo Cho Chang, mirando el cielo falso del comedor con pena.

Harry también empezaba a notar los estragos de estar tanto tiempo encerrado en el castillo. Se consolaba al pensar que, aunque les hubieran permitido salir durante la lectura, el frío que hacía fuera habría impedido que disfrutara mucho el paseo.

Ron y Hermione no se dirigían la palabra.

— Eso pasa muy a menudo, ¿no? — dijo Padma Patil. Ni Ron ni Hermione contestaron.

Harry caminaba a su lado, en silencio, mientras descendían por el césped hacia la cabaña de Hagrid, en el límite del bosque prohibido. Sólo cuando vio delante tres espaldas que le resultaban muy familiares, se dio cuenta de que debían de compartir aquellas clases con los de Slytherin. Malfoy decía algo animadamente a Crabbe y Goyle, que se reían a carcajadas. Harry creía saber de qué hablaban.

— Al fin vamos a leer lo estúpido que fue Malfoy ese día — dijo Ron en voz baja. — Estoy deseando ver la cara de Fudge.

Harry estaba pensando exactamente lo mismo.

Hagrid aguardaba a sus alumnos en la puerta de la cabaña. Estaba impaciente por empezar, cubierto con su abrigo de ratina, y con Fang, el perro jabalinero, a sus pies.

¡Vamos, daos prisa! —gritó a medida que se aproximaban sus alumnos—. ¡Hoy tengo algo especial para vosotros! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, seguidme!

Hagrid se removió en su asiento, incómodo. Harry supuso que debía ser muy difícil para él leer esto.

Durante un desagradable instante, Harry temió que Hagrid los condujera al bosque; Harry había vivido en aquel lugar experiencias tan desagradables que nunca podría olvidarlas. Sin embargo, Hagrid anduvo por el límite de los árboles y cinco minutos después se hallaron ante un prado donde no había nada.

— Ejem, ejem…

— Venga ya — susurró Harry. — Si Hagrid todavía no ha hecho nada.

— Si me permites… — dijo Umbridge, dirigiéndose a Demelza, que dejó de leer. — Quisiera que quede constancia de que Potter ha temido durante un momento que Hagrid los condujera a un lugar prohibido. Por supuesto, después de todo lo leído, creo que queda claro por qué.

— Ya lo hemos escuchado — dijo McGonagall con frialdad. — ¿Tiene algo más que añadir?

— Sí. El hecho de que un alumno tema que un profesor va a ponerlo en peligro es una señal enorme de que dicho profesor debe ser destituido.

Se oyeron algunas protestas. Hagrid ni siquiera se defendió, cosa que le preocupó un poco a Harry. ¿Acaso estaba haciéndole caso a Umbridge?

— Ya hemos hablado sobre ese tema, Dolores — intervino Dumbledore. — Y ya ha quedado claro que nadie va a ser ni arrestado ni despedido antes de que terminemos la lectura de estos libros.

Umbridge no pareció muy satisfecha, pero lo dejó estar.

¡Acercaos todos a la cerca! —gritó—. Aseguraos de que tenéis buena visión. Lo primero que tenéis que hacer es abrir los libros...

¿De qué modo? —dijo la voz fría y arrastrada de Draco Malfoy.

— Ya empieza — bufó Angelina.

¿Qué? —dijo Hagrid.

¿De qué modo abrimos los libros? —repitió Malfoy. Sacó su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos, que había atado con una cuerda. Otros lo imitaron. Unos, como Harry, habían atado el libro con un cinturón; otros lo habían metido muy apretado en la mochila o lo habían sujetado con pinzas.

— Los que lo metieron apretado en la mochila son unos kamikazes — dijo Dean. — En cuanto sacaran otro libro, el monstruoso los atacaría.

¿Nadie ha sido capaz de abrir el libro? —preguntó Hagrid decepcionado. La clase entera negó con la cabeza.

Tenéis que acariciarlo —dijo Hagrid, como si fuera lo más obvio del mundo—. Mirad...

Cogió el ejemplar de Hermione y desprendió el celo mágico que lo sujetaba. El libro intentó morderle, pero Hagrid le pasó por el lomo su enorme dedo índice, y el libro se estremeció, se abrió y quedó tranquilo en su mano.

Muchos parecieron impresionados. Sin embargo, ninguno de ellos parecía tener muchas ganas de ir a comprar ese libro, ni aun sabiendo cómo abrirlo de forma segura.

¡Qué tontos hemos sido todos! —dijo Malfoy despectivamente—. ¡Teníamos que acariciarlo! ¿Cómo no se nos ocurrió?

— Aquí el único tonto eres tú, Malfoy — dijo una niña de primero, mirando al Slytherin con rabia. Malfoy le devolvió la mirada, claramente sorprendido, y Harry se alegró de ver en su cara algo más que la expresión neutra que había tenido todo el día.

Yo... yo pensé que os haría gracia —le dijo Hagrid a Hermione, dubitativo.

¡Ah, qué gracia nos hace...! —dijo Malfoy—. ¡Realmente ingenioso, hacernos comprar libros que quieren comernos las manos!

Cierra la boca, Malfoy —le dijo Harry en voz baja. Hagrid se había quedado algo triste y Harry quería que su primera clase fuera un éxito.

Hagrid le sonrió, agradecido.

Bien, pues —dijo Hagrid, que parecía haber perdido el hilo—. Así que... ya tenéis los libros y... y... ahora os hacen falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré a por ellas. Esperad un momento...

Se alejó de ellos, penetró en el bosque y se perdió de vista.

— Qué pena — dijo Katie Bell. — Estoy segura de que la clase podría haber sido muy buena si no te hubieran boicoteado, Hagrid.

Hagrid hizo una mueca. A pesar del paso del tiempo, seguía dudando de sus dotes como profesor.

Dios mío, este lugar está en decadencia —dijo Malfoy en voz alta—. Estas clases idiotas... A mi padre le dará un patatús cuando se lo cuente.

Cierra la boca, Malfoy —repitió Harry.

— Bien dicho — le dijo Bill. Harry le sonrió.

Cuidado, Potter, hay un dementor detrás de ti.

— Eres un pesado — se escuchó decir a Daphne Greengrass.

Malfoy la miró mal, pero no replicó nada.

¡Uuuuuh! —gritó Lavender Brown, señalando hacia la otra parte del prado. Trotando en dirección a ellos se acercaba una docena de criaturas, las más extrañas que Harry había visto en su vida. Tenían el cuerpo, las patas traseras y la cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de águila gigante. El pico era del color del acero y los ojos de un naranja brillante. Las garras de las patas delanteras eran de quince centímetros cada una y parecían armas mortales. Cada bestia llevaba un collar de cuero grueso alrededor del cuello, atado a una larga cadena. Hagrid sostenía en sus grandes manos el extremo de todas las cadenas. Se acercaba corriendo por el prado, detrás de las criaturas.

Los alumnos que no habían tenido esa clase escuchaban con mucho interés. Por otro lado, la profesora Umbridge parecía horrorizada.

— Esa criatura tiene pinta de ser peligrosa.

— No lo es — replicó Hagrid, encontrando su voz. — Es muy dulce, siempre y cuando no se lo provoque.

¡Id para allá! —les gritaba, sacudiendo las cadenas y forzando a las bestias a ir hacia la cerca, donde estaban los alumnos. Todos se echaron un poco hacia atrás cuando Hagrid llegó donde estaban ellos y ató los animales a la cerca.

¡Hipogrifos! —gritó Hagrid alegremente, haciendo a sus alumnos una señal con la mano—. ¿A que son hermosos?

— Hipogrifos — jadeó Umbridge. — En el colegio.

— ¿De qué se sorprende? — replicó McGonagall. — Ya hemos leído sobre las tarántulas gigantes, los perros de tres cabezas y los basiliscos. Creo que un hipogrifo no es nada en comparación con esas criaturas.

Umbridge se había puesto muy pálida.

Harry pudo comprender que Hagrid los llamara hermosos. En cuanto uno se recuperaba del susto que producía ver algo que era mitad pájaro y mitad caballo, podía empezar a apreciar el brillo externo del animal, que cambiaba paulatinamente de la pluma al pelo. Todos tenían colores diferentes: gris fuerte, bronce, ruano rosáceo, castaño brillante y negro tinta.

— Nunca he visto hipogrifos en los terrenos del colegio — dijo un chico de segundo. — ¿Viven en el bosque?

— Actualmente, no hay ningún hipogrifo en Hogwarts — le explicó Hagrid. El chico pareció muy decepcionado.

Venga —dijo Hagrid frotándose las manos y sonriéndoles—, si queréis acercaros un poco...

Nadie parecía querer acercarse. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, se aproximaron con cautela a la cerca.

— Queréis demasiado a Hagrid — rió Angelina.

Lo primero que tenéis que saber de los hipogrifos es que son orgullosos —dijo Hagrid—. Se molestan con mucha facilidad. Nunca ofendáis a ninguno, porque podría ser lo último que hicierais.

— ¿Has oído eso, Malfoy? — dijo Ron. — Nunca ofendáis a ninguno.

Malfoy lo fulminó con la mirada.

Malfoy, Crabbe y Goyle no escuchaban; hablaban en voz baja y Harry tuvo la desagradable sensación de que estaban tramando la mejor manera de incordiar.

— Y así era — afirmó Harry.

Tenéis que esperar siempre a que el hipogrifo haga el primer movimiento — continuó Hagrid—. Es educado, ¿os dais cuenta? Vais hacia él, os inclináis y esperáis. Si él responde con una inclinación, querrá decir que os permite tocarlo. Si no hace la inclinación, entonces es mejor que os alejéis de él enseguida, porque puede hacer mucho daño con sus garras.

Algunos se asustaron al escuchar eso. Sin embargo, la mayoría prestaba bastante atención, sintiendo interés por esa criatura que jamás habían llegado a conocer.

Bien, ¿quién quiere ser el primero?

Como respuesta, la mayoría de la clase se alejó aún más. Incluso Harry, Ron y Hermione recelaban. Los hipogrifos sacudían sus feroces cabezas y desplegaban sus poderosas alas; parecía que no les gustaba estar atados.

— Claro que no les gustaba — dijo Hagrid. — Pero no me quedaba otra opción si quería enseñároslos.

¿Nadie? —preguntó Hagrid con voz suplicante.

Yo —se ofreció Harry.

Detrás de él se oyó un jadeo, y Lavender y Parvati susurraron:

¡No, Harry, acuérdate de las hojas de té!

Algunos se echaron a reír. Parvati y Lavender no parecieron muy contentas al escucharlo.

Harry no hizo caso y saltó la cerca.

¡Buen chico, Harry! —gritó Hagrid—. Veamos cómo te llevas con Buckbeak.

Sirius sonrió ampliamente, pero muy pocas personas se dieron cuenta.

Soltó la cadena, separó al hipogrifo gris de sus compañeros y le desprendió el collar de cuero. Los alumnos, al otro lado de la cerca, contenían la respiración. Malfoy entornaba los ojos con malicia.

Malfoy rodó los ojos.

— Te estabas imaginando cosas, Potter.

— De eso nada — replicó Harry.

— ¿Ah, no? ¿Y cómo pudiste ver mis ojos si estabas acercándote al bicho ese?

— Porque Harry siempre está atento a todo lo que haces — interrumpió Fred.

— Y le encanta mirarte a los ojos — añadió George, justo antes de que Harry le lanzara una almohada que le pasó rozando.

A decir verdad, Harry no había tirado a darle, ya que en el fondo se alegraba de volver a verlo haciendo bromas… aunque fueran a su costa.

Malfoy rodó los ojos y volvió a prestar atención al libro, así que Harry hizo lo mismo.

Tranquilo ahora, Harry —dijo Hagrid en voz baja—. Primero mírale a los ojos. Procura no parpadear. Los hipogrifos no confían en ti si parpadeas demasiado...

A Harry empezaron a irritársele los ojos, pero no los cerró. Buckbeak había vuelto la cabeza grande y afilada, y miraba a Harry fijamente con un ojo terrible de color naranja.

— ¿Terrible? — repitió Hagrid, confundido.

Eso es —dijo Hagrid—. Eso es, Harry. Ahora inclina la cabeza...

A Harry no le hacía gracia presentarle la nuca a Buckbeak, pero hizo lo que Hagrid le decía. Se inclinó brevemente y levantó la mirada.

— Confías demasiado en Hagrid — dijo Anthony Goldstein. — Te recuerdo que os envió al bosque a que os comieran las tarántulas.

— ¡Jamás habría mandado a Harry y Ron allí si hubiera sabido que…! — exclamó Hagrid, haciendo saltar a Goldstein en su asiento.

Estaba claro que la traición de Aragog aún le dolía. Goldstein cerró la boca y Demelza siguió leyendo rápidamente.

El hipogrifo seguía mirándolo fijamente y con altivez. No se movió.

Ah —dijo Hagrid, preocupado—. Bien, vete hacia atrás, tranquilo, despacio...

Pero entonces, ante la sorpresa de Harry, el hipogrifo dobló las arrugadas rodillas delanteras y se inclinó profundamente.

Muchas personas parecieron aliviadas, entre ellas Molly Weasley.

¡Bien hecho, Harry! —dijo Hagrid, eufórico—. ¡Bien, puedes tocarlo! Dale unas palmadas en el pico, vamos.

Pensando que habría preferido como premio poder irse, Harry se acercó al hipogrifo lentamente y alargó el brazo.

Algunos rieron al escuchar eso.

Le dio unas palmadas en el pico y el hipogrifo cerró los ojos para dar a entender que le gustaba.

La clase rompió en aplausos. Todos excepto Malfoy, Crabbe y Goyle, que parecían muy decepcionados.

— Supongo que esperaban que el hipogrifo te destrozara — dijo Ron, mirando a Malfoy con asco.

Bien, Harry —dijo Hagrid—. ¡Creo que el hipogrifo dejaría que lo montaras!

Aquello era más de lo que Harry había esperado. Estaba acostumbrado a la escoba; pero no estaba seguro de que un hipogrifo se le pareciera.

— No se parece en nada — confirmó Harry al notar las miradas de curiosidad. — Pero no está nada mal.

Eso pareció animar un poco a Hagrid, que sonrió débilmente.

Súbete ahí, detrás del nacimiento del ala —dijo Hagrid—. Y procura no arrancarle ninguna pluma, porque no le gustaría...

Harry puso el pie sobre el ala de Buckbeak y se subió en el lomo. Buckbeak se levantó. Harry no sabía dónde debía agarrarse: delante de él todo estaba cubierto de plumas.

¡Vamos! —gritó Hagrid, dándole una palmada al hipogrifo en los cuartos traseros.

Algunas personas parecieron algo preocupadas, a pesar de saber que Harry estaba allí, a salvo.

A cada lado de Harry, sin previo aviso, se abrieron unas alas de más de tres metros de longitud. Apenas le dio tiempo a agarrarse del cuello del hipogrifo antes de remontar el vuelo. No tenía ningún parecido con una escoba y Harry tuvo muy claro cuál prefería.

Eso hizo reír a más de uno.

Muy incómodamente para él, las alas del hipogrifo batían debajo de sus piernas. Sus dedos resbalaban en las brillantes plumas y no se atrevía a asirse con más fuerza. En vez del movimiento suave de su Nimbus 2.000, sentía el zarandeo hacia atrás y hacia delante, porque los cuartos traseros del hipogrifo se movían con las alas.

— Hasta escucharlo es incómodo — se quejó Seamus.

Buckbeak sobrevoló el prado y descendió. Era lo que Harry había temido. Se echó hacia atrás conforme el hipogrifo se inclinaba hacia abajo. Le dio la impresión de que iba a resbalar por el pico. Luego sintió un fuerte golpe al aterrizar el animal con sus cuatro patas revueltas, y se las arregló para sujetarse y volver a incorporarse.

Neville se había llevado una mano al corazón y escuchaba la descripción con cara de pánico.

¡Muy bien, Harry! —gritó Hagrid, mientras lo vitoreaban todos menos Malfoy, Crabbe y Goyle—. ¡Bueno!, ¿quién más quiere probar?

Envalentonados por el éxito de Harry, los demás saltaron al prado con cautela. Hagrid desató uno por uno los hipogrifos y, al cabo de poco rato, los alumnos hacían timoratas reverencias por todo el prado. Neville retrocedió corriendo en varias ocasiones porque su hipogrifo no parecía querer doblar las rodillas. Ron y Hermione practicaban con el de color castaño, mientras Harry observaba.

— Creo que hiciste bien en ser el primero — dijo Ron. — Así pudiste librarte del resto de la clase.

Malfoy, Crabbe y Goyle habían escogido a Buckbeak. Había inclinado la cabeza ante Malfoy, que le daba palmaditas en el pico con expresión desdeñosa.

Esto es muy fácil —dijo Malfoy, arrastrando las sílabas y con voz lo bastante alta para que Harry lo oyera—. Tenía que ser fácil, si Potter fue capaz... ¿A que no eres peligroso? —le dijo al hipogrifo—. ¿Lo eres, bestia asquerosa?

Se oyeron jadeos.

— ¡Malfoy! — exclamó la profesora Sprout, llevándose la mano a la boca.

— Eso lo explica todo — bufó McGonagall.

Ante las miradas curiosas de muchos, Demelza siguió leyendo.

Sucedió en un destello de garras de acero. Malfoy emitió un grito agudísimo y un instante después Hagrid se esforzaba por volver a ponerle el collar a Buckbeak, que quería alcanzar a un Malfoy que yacía encogido en la hierba y con sangre en la ropa.

— ¡Esa cosa le atacó! — exclamó un Slytherin de segundo.

— Solo porque Malfoy fue tan estúpido de insultarlo — replicó Terry Boot.

— ¡Eso! — exclamó Lee Jordan. — Hagrid lo ha dicho bien claro. Los hipogrifos son muy orgullosos.

El comedor estalló en discusiones.

— ¡Fue culpa de Malfoy!

— Hagrid no debería haber llevado una criatura tan peligrosa a una clase de tercero…

— Si Malfoy le hubiera hecho caso, Buckbeak no le habría atacado — gritaba Fred.

Entre el barullo, Harry se fijó en Malfoy, que seguía sentado en su sillón y no hablaba con nadie. Tenía una expresión muy rara en la cara y ni siquiera trataba de defenderse ante los innumerables comentarios hirientes que iban en su dirección.

McGonagall tuvo que llamarles la atención para que se callaran y Demelza pudiera seguir leyendo.

¡Me muero! —gritó Malfoy, mientras cundía el pánico—. ¡Me muero, mirad! ¡Me ha matado!

— Eres patético — dijo Angelina, asqueada.

No te estás muriendo —le dijo Hagrid, que se había puesto muy pálido—. Que alguien me ayude, tengo que sacarlo de aquí...

Hermione se apresuró a abrir la puerta de la cerca mientras Hagrid levantaba con facilidad a Malfoy. Mientras desfilaban, Harry vio que en el brazo de Malfoy había una herida larga y profunda; la sangre salpicaba la hierba y Hagrid corría con él por la pendiente, hacia el castillo.

— Te lo tenías merecido — dijo un Gryffindor de sexto.

Los demás alumnos los seguían temblorosos y más despacio. Todos los de Slytherin echaban la culpa a Hagrid.

¡Deberían despedirlo inmediatamente! —exclamó Pansy Parkinson, con lágrimas en los ojos.

— Por supuesto — dijo la profesora Umbridge. Tenía la mano en el pecho en un gesto de preocupación, pero a Harry le pareció bastante falso. De hecho, mirándola a los ojos, le dio la sensación de que la profesora se alegraba de lo que le había pasado a Malfoy, probablemente porque sería la excusa perfecta para echar a Hagrid. — Lo que sucedió es intolerable. Hagrid deberá sufrir las consecuencias.

— Ya lo hizo — dijo el profesor Dumbledore. — Como bien se verá en el resto del libro. Sin embargo, creo que es conveniente recalcar que el accidente no habría sucedido si el señor Malfoy hubiera respetado las instrucciones de su profesor.

Fudge se había puesto muy pálido. Parecía incapaz de decir nada, por lo que Demelza continuó leyendo.

¡La culpa fue de Malfoy! —lo defendió Dean Thomas.

— Claro que sí — le dieron la razón varias personas.

Crabbe y Goyle flexionaron los músculos amenazadoramente. Subieron los escalones de piedra hasta el desierto vestíbulo.

¡Voy a ver si se encuentra bien! —dijo Pansy.

— Espero que Buckbeak le hiciera una buena herida — dijo un chico de séptimo.

En ese momento, Malfoy se levantó de su asiento y se dirigió hacia las puertas del comedor. Cuando la profesora McGonagall dijo su nombre, llamándolo para que se sentara, el chico ya había salido de allí.

Caminó a paso rápido por los pasillos y se dirigió al primer baño que encontró, sin saber que era el mismo en el que Harry había entrado esa mañana.

Una vez allí, abrió el grifo y se echó agua en la cara, tratando de calmarse.

Era demasiado. Todo el colegio estaba en su contra, había parecido un completo cobarde delante de todos, su reputación estaba cayendo en picado, todos sabían lo que su padre había hecho con el diario y… Y Crabbe moriría si nada cambiaba.

No había podido quitarse de la cabeza lo que había leído esa mañana. ¿Cómo podían salir tan mal las cosas? ¿Qué tenía que hacer para evitar ese futuro?

— ¿Todo bien? — preguntó una voz a sus espaldas.

Malfoy se dio la vuelta bruscamente. Allí, observándolo tras una capucha que ocultaba su cara, se encontraba uno de los desconocidos del futuro.

— ¿Qué haces aquí? — dijo Malfoy.

— Eso debería preguntarlo yo. Tendrías que estar en el comedor.

— No quiero seguir leyendo — le espetó Malfoy. — Así que déjame en paz.

— No puedo hacer eso.

Malfoy soltó una palabrota y, lleno de ira, trató de salir del baño, pero el encapuchado lo agarró del hombro antes de que pudiera hacerlo.

— Sé que lo estás pasando mal, pero huir de tus problemas no va a hacer que desaparezcan.

— No estoy huyendo — replicó Malfoy, soltándose del agarre del desconocido.

— ¿Ah, no?

— No.

— Entonces, ¿por qué no quieres seguir leyendo?

Malfoy jadeó.

— Porque estamos perdiendo el tiempo. ¿Por qué tenemos que leer todo eso? ¡Es el pasado! Prefiero leer el futuro…

Pero Malfoy paró en seco, dudando.

Había leído el futuro y era horrible.

— Tenemos que leer el pasado para comprender el futuro — respondió el encapuchado pacientemente. — Y creo que merece la pena leerlo si sirve para que te des cuenta de algunas cosas.

— Si me vas a repetir lo de seguir los pasos de mi padre…

— No hace falta que te lo repita. Creo que ya te estás dando cuenta de lo que puede pasar si no cambias de camino. Solo te voy a pedir una cosa.

Malfoy le lanzó una mirada desafiante.

— No tienes derecho a pedirme nada. Ni siquiera sé quién eres.

El encapuchado soltó una risa irónica, que sonaba muy extraña con la voz hechizada.

— Lo único que te voy a pedir es que pienses por ti mismo — dijo, como si Malfoy no le hubiera interrumpido. — No sigas lo que tu padre te dice, ni lo que Dumbledore dice, ni lo que yo te digo. Nunca me has parecido estúpido, Malfoy. Creo que, sin la influencia de tu padre, podrías tomar las decisiones adecuadas tú solo.

Draco se quedó mirándole.

— Tómate tu tiempo — dijo el encapuchado. — Y vuelve al comedor cuando te hayas calmado.

El desconocido salió del baño, dejando a Malfoy allí parado. Tras unos momentos, Draco salió corriendo de allí, en busca del encapuchado, y se sorprendió al ver que aún estaba justo al otro lado de la puerta.

— ¿Quién eres? — preguntó. — Si me vas a dar sermones, tengo derecho a saber quién eres.

El encapuchado se giró para mirarlo.

— Te diré quién soy cuando hayamos leído todos los libros.

Aunque no podía verle la cara, estaba claro que el desconocido sonreía.

Minutos después, cuando Malfoy se sintió más calmado, regresó al comedor. Ya ni siquiera pensaba en el hipogrifo, ni en lo estúpido que había parecido durante todo el capítulo, ni en lo que había leído esa mañana. Tenía la mente puesta en ese desconocido que había sido extrañamente amable. El misterio lo reconcomía y odiaba no saber quién era.

Al entrar al comedor, todos se giraron para mirarle. Mantuvo la cabeza bien alta mientras caminaba hacia el mullido sillón en el que había estado antes.

— Sigamos con la lectura — dijo Dumbledore, haciéndole un gesto a Demelza.

Y la vieron subir corriendo por la escalera de mármol. Los de Slytherin se alejaron hacia su sala común subterránea, sin dejar de murmurar contra Hagrid; Harry, Ron y Hermione continuaron subiendo escaleras hasta la torre de Gryffindor.

Aunque estaban leyendo otra vez, Harry tenía la vista puesta en Malfoy. Cuando el Slytherin había salido del comedor, Dumbledore le había pedido a Demelza que dejara de leer unos minutos, hasta que el chico volviera. Todos habían pasado esos minutos hablando de lo que acababan de leer y preguntándose por qué Malfoy había salido, cuando parecía que no le importaba en absoluto lo que había pasado con Buckbeak.

Muchos decían que Malfoy estaba avergonzado por lo cobarde que había sido tras el ataque del hipogrifo y que por eso no había soportado estar en el comedor. Harry no estaba de acuerdo. Había estado mirando a Malfoy todo el día y, basándose en lo que había observado, no le habría sorprendido si el chico se hubiera agobiado, de una forma similar a la que él mismo había sufrido esa mañana. Pero, ¿por qué?

¿Creéis que se pondrá bien? —dijo Hermione asustada.

Por supuesto que sí. La señora Pomfrey puede curar heridas en menos de un segundo —dijo Harry, que había sufrido heridas mucho peores y la enfermera se las había curado con magia.

— ¿Os estáis preocupando por Malfoy? — dijo Fred, sorprendido.

— Un poco — admitió Hermione.

Malfoy pareció quedar en shock al escuchar eso.

Es lamentable que esto haya pasado en la primera clase de Hagrid, ¿no os parece? —comentó Ron preocupado—. Es muy típico de Malfoy eso de complicar las cosas...

Muchos asintieron, dándose cuenta después de todo lo leído de lo cierto que era eso.

Fueron de los primeros en llegar al Gran Comedor para la cena. Esperaban encontrar allí a Hagrid, pero no estaba.

No lo habrán despedido, ¿verdad? —preguntó Hermione con preocupación, sin probar su pastel de filete y riñones.

Más vale que no —le respondió Ron, que tampoco probaba bocado.

La profesora Umbridge lo miró muy mal.

Harry observaba la mesa de Slytherin. Un grupo prieto y numeroso, en el que figuraban Crabbe y Goyle, estaba sumido en una conversación secreta. Harry estaba seguro de que preparaban su propia versión del percance sufrido por Malfoy.

— Cuánta razón tenías — bufó Hermione.

Bueno, no puedes decir que el primer día de clase no haya sido interesante — dijo Ron con tristeza.

— Ha sido tan interesante que ha ocupado todo un capítulo del libro — dijo Percy.

Tras la cena subieron a la sala común de Gryffindor, que estaba llena de gente, y trataron de hacer los deberes que les había mandado la profesora McGonagall, pero se interrumpían cada tanto para mirar por la ventana de la torre.

Hay luz en la ventana de Hagrid —dijo Harry de repente. Ron miró el reloj.

Si nos diéramos prisa, podríamos bajar a verlo. Todavía es temprano...

Hagrid estaba enormemente agradecido con ellos.

No sé —respondió Hermione despacio, y Harry vio que lo miraba a él.

Tengo permiso para pasear por los terrenos del colegio —aclaró—. Sirius Black no habrá podido burlar a los dementores, ¿verdad?

— No estés tan seguro — sonrió Sirius. Algunos lo miraron con cautela.

Recogieron sus cosas y salieron por el agujero del cuadro, contentos de no encontrar a nadie en el camino hacia la puerta principal, porque no estaban muy seguros de que pudieran salir.

— No os lo habríamos permitido— dijo McGonagall con severidad. Harry se alegró mucho de no habérsela encontrado aquel día.

La hierba estaba todavía húmeda y parecía casi negra en aquellos momentos en que el sol se ponía. Al llegar a la cabaña de Hagrid llamaron a la puerta y una voz les contestó:

Adelante, entrad.

Hagrid estaba sentado en mangas de camisa, ante la mesa de madera limpia; Fang, su perro jabalinero, tenía la cabeza en el regazo de Hagrid. Les bastó echar un vistazo para darse cuenta de que Hagrid había estado bebiendo. Delante de él tenía una jarra de peltre casi tan grande como un caldero y parecía que le costaba trabajo enfocar bien las cosas.

— Esto es increíble — resopló Umbridge. — Consigue que un alumno salga herido y encima se emborracha dentro del colegio.

— Había tenido un día difícil — se defendió Hagrid.

— ¡Eso no es excusa! — replicó Umbridge.

— Suficiente — intervino Dumbledore. — Por favor, señorita Robins…

Demelza siguió leyendo.

Supongo que es un récord —dijo apesadumbrado al reconocerlos—. Me imagino que soy el primer profesor que ha durado sólo un día.

¡No te habrán despedido, Hagrid! —exclamó Hermione.

Todavía no —respondió Hagrid con tristeza, tomando un trago largo del contenido de la jarra—. Pero es sólo cuestión de tiempo, ¿verdad? Después de lo de Malfoy...

— ¿Cómo evitaste que te despidieran? — preguntó una chica de cuarto con curiosidad.

— Fue complicado — dijo Hagrid, algo triste. Harry supuso que estaba recordando todo lo sucedido con Buckbeak.

¿Cómo se encuentra Malfoy? —preguntó Ron cuando se sentaron—. No habrá sido nada serio, supongo.

La señora Pomfrey lo ha curado lo mejor que ha podido —dijo Hagrid con abatimiento—, pero él sigue diciendo que le hace un daño terrible. Está cubierto de vendas... Gime...

Algunos rieron, burlándose de Malfoy. Otros lo miraron con preocupación, aunque esos fueron muchos menos.

Por su parte, Malfoy parecía más tranquilo que antes, pero volvía a tener esa cara de póker que a Harry le ponía de los nervios.

Todo es cuento —dijo Harry—. La señora Pomfrey es capaz de curar cualquier cosa. El año pasado hizo que me volviera a crecer la mitad del esqueleto. Es propio de Malfoy sacar todo el provecho posible.

La señora Pomfrey pareció muy orgullosa de sí misma.

El Consejo Escolar está informado, por supuesto —dijo Hagrid—. Piensan que empecé muy fuerte. Debería haber dejado los hipogrifos para más tarde... Tenía que haber empezado con los gusarajos o con los summat... Creía que sería un buen comienzo... Ha sido culpa mía...

— ¿A quién le importan los gusarajos? — dijo Ginny. — Los hipogrifos son mucho más interesantes.

Hagrid le sonrió, agradecido.

¡Toda la culpa es de Malfoy, Hagrid! —dijo Hermione con seriedad.

Somos testigos —dijo Harry—. Dijiste que los hipogrifos atacan al que los ofende. Si Malfoy no prestó atención, el problema es suyo. Le diremos a Dumbledore lo que de verdad sucedió.

Sí, Hagrid, no te preocupes te apoyaremos —confirmó Ron.

— No me extraña que Hagrid os quiera tanto — dijo Katie Bell, sonriendo.

Por su parte, Hagrid tenía los ojos brillantes.

De los arrugados rabillos de los ojos de Hagrid, negros como cucarachas, se escaparon unas lagrimas. Atrajo a Ron y a Harry hacia sí y los estrechó en un abrazo tan fuerte que pudo haberles roto algún hueso.

Se oyeron algunas risas.

Creo que ya has bebido bastante, Hagrid —dijo Hermione con firmeza. Cogió la jarra de la mesa y salió a vaciarla.

— Es muy fuerte que una alumna tenga que pedirle a un profesor que deje de beber — dijo Umbridge, indignada. — ¿Es que soy la única que ve lo inepto que es Hagrid?

— Eres la única que lo repite cada dos minutos — replicó McGonagall.

Sí, puede que tengas razón —dijo Hagrid, soltando a Harry y a Ron, que se separaron de él frotándose las costillas. Hagrid se levantó de la silla y siguió a Hermione al exterior, con paso inseguro.

Oyeron una ruidosa salpicadura.

¿Qué ha hecho? —dijo Harry, asustado, cuando Hermione volvió a entrar con la jarra vacía.

— ¿Asustado? ¿Qué pensabas que había hecho? — preguntó Lisa Turpin con curiosidad.

— Ni idea — respondió Harry honestamente.

Meter la cabeza en el barril de agua —dijo Hermione, guardando la jarra.

Hagrid regresó con la barba y los largos pelos chorreando, y secándose los ojos.

Mejor así —dijo, sacudiendo la cabeza como un perro y salpicándolos a todos—.

Eso le sacó una sonrisa a más de uno, incluido Sirius.

Habéis sido muy amables por venir a verme. Yo, la verdad...

Hagrid se paró en seco mirando a Harry; como si acabara de darse cuenta de que estaba allí:

¿QUÉ CREES QUE HACES AQUÍ? —bramó, y tan de repente que dieron un salto en el aire—. ¡NO PUEDES SALIR DESPUÉS DE ANOCHECIDO, HARRY! ¡Y VOSOTROS DOS LO DEJÁIS!

— Como si hubiéramos podido detenerlo — bufó Ron.

— Ahora que lo pienso, si el señor Weasley no te hubiera explicado lo de Sirius antes de ir a Hogwarts, habría sido muy confuso escuchar a Hagrid decir eso — dijo Hermione.

Harry nunca lo había pensado, pero tenía razón. Escuchar esa conversación entre los señores Weasley le había ahorrado mucha confusión aquel año.

Hagrid se acercó a Harry con paso firme, lo cogió del brazo y lo llevó hasta la puerta.

¡Vamos! —dijo Hagrid enfadado—. Os voy a acompañar a los tres al colegio. ¡Y que no os vuelva a pillar viniendo a verme a estas horas! ¡No valgo la pena!

Harry sonrió. Para él, siempre merecía la pena ir a ver a Hagrid.

— Este es el final — dijo Demelza, marcando la página y dejando el libro en la tarima.

El director se puso en pie y anunció alegremente:

— Toca hacer un pequeño descanso. Es hora de comer.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 


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Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

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