jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 18

 Lunático, colagusano, canuto y cornamenta:


— ¡Aquí termina! — tuvo que gritar Benson, porque nadie le hacía caso.

Dumbledore se puso en pie con una gran sonrisa.

— Creo que ha sido un capítulo muy esclarecedor. Supongo que el siguiente lo será todavía más. Se titula: Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta. ¿Quién quiere leer?

Por lo menos treinta personas levantaron la mano al mismo tiempo.

— ¿Cómo que quién quiere leer? — exclamó Umbridge. Estaba lívida. — Nadie va a leer hasta que explique exactamente cómo es posible que un muerto reviva y se convierta en rata. ¡Es absurdo!

— Claro que es absurdo — replicó McGonagall. — No pensará usted que los muertos pueden revivir, ¿no?

La profesora Umbridge le lanzó a McGonagall una mirada furiosa.

— Por supuesto, hay una explicación más sencilla — Dumbledore ignoró las miradas expectantes y sonrió. — Estoy seguro de que este capítulo nos dará las tan ansiadas respuestas.

— ¡No hay respuestas que valgan! Es imposible que Pettigrew estuviera vivo. ¡Black lo asesinó! — volvió a chillar Umbridge. Se había puesto en pie y temblaba de ira.

— Tampoco era posible que la profesora Trelawney hiciera una profecía y ha tenido usted que admitir que sucedió de verdad — dijo Seamus valientemente. A su lado, Dean asentía con ganas.

Harry se preguntó si tendría que prestar sus recuerdos otra vez para inspeccionarlos en el pensadero, pero pasaron los segundos y el desconocido del futuro no apareció. No podía negar que sentía un poco de alivio. Estaba muy cómodo donde estaba, con el brazo de Ron todavía sobre sus hombros, con Sirius a su lado, y Hermione y Ginny dándole la mano. También se sentía un poco ridículo, la verdad. Bueno, mucho. De hecho, cuánto más lo pensaba, más avergonzado se sentía.

Tenía que dejar de perder los nervios delante de todo el mundo. ¡Ni siquiera había pasado nada! Se había leído la peor parte y Sirius seguía allí, igual que todos los demás. Hasta Dumbledore parecía haberlo comprendido en vez de haberlo juzgado. Y los Weasley lo habían defendido, todos ellos, ¡incluso Percy! ¿Acaso no había estado él también de pie, junto a su familia, mirando a la mesa de profesores con fiereza tras el horrible comentario de Umbridge? ¡George hasta le había lanzado un maleficio a la profesora!

No, no tenía nada por qué preocuparse. Todo había ido bien. Demasiado bien, le dijo una vocecita en su cabeza, pero él hizo un esfuerzo por acallarla inmediatamente. Por una vez, las cosas podían salir bien sin que algo horrible pasara después, ¿verdad?

Con más esfuerzo del que habría esperado, consiguió soltar la mano de Hermione, quien lo tenía agarrado como si le fuera la vida en ello. Con Ginny fue más fácil: la chica debió notar que Harry soltaba a Hermione, porque lo miró a la cara un momento antes de aflojar su agarre. Harry le agradeció con la mirada, al tiempo que flexionaba los dedos para recuperar un poco su movilidad.

Ron, sin embargo, no tuvo la cortesía de su hermana. Mantuvo el brazo firmemente sobre los hombros de Harry, como diciendo "Intenta apartarte si quieres, no vas a poder". Harry decidió que no le importaba quedarse así un rato más.

En la mesa de profesores, la discusión continuaba.

— Señor ministro, ¿de verdad cree en lo que estamos leyendo? — decía Umbridge, que miraba a Fudge con algo cercano a la histeria. El ministro se había puesto en pie y tenía pintar de estar bastante agobiado.

— Ya se lo he dicho, Dolores. Hasta ahora, todo lo que se ha leído es cierto… Eso no quiere decir que Pettigrew esté vivo, por supuesto, pero considero que al menos debemos terminar de leer el libro antes de sacar conclusiones.

— Excelente idea, Cornelius — dijo Dumbledore alegremente. — Sigamos leyendo, no tenemos ni un minuto que perder.

Umbridge, cuya cara era un poema, tenía el cuerpo tan tenso que, mientras regresaba a su asiento, le recordó a Harry a uno de los robots que Dudley solía ver en la tele.

Cuando el ministro también se hubo sentado, muchos alumnos volvieron a levantar la mano, ofreciéndose voluntarios para leer. Sin embargo, los ojos de Dumbledore se fijaron en una persona en concreto.

— Sé que ya has leído, Remus, pero me pregunto si te importaría volver a hacerlo.

El profesor Lupin no pareció sorprendido. Sonrió de forma un poco extraña y dijo:

— Por supuesto, leeré encantado.

A Harry le pareció que mentía. En cualquier caso, Lupin subió a la tarima, pasando junto a decenas de alumnos decepcionados y curiosos. Tomó el libro y repitió lo que Dumbledore ya había anunciado:

— Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta.

La nostalgia en su voz era innegable. El comedor al completo guardó silencio, lo cual demostraba las ganas que tenían todos de saber qué sucedió realmente con Sirius Black y Peter Pettigrew.

Era tan absurdo que les costó un rato comprender lo que había dicho. Luego, Ron dijo lo mismo que Harry pensaba:

Están ustedes locos.

— Y lo mismo que todos pensamos — se oyó decir a un chico de tercero. Al menos unas dos personas chistaron para que se callara.

¡Absurdo! —dijo Hermione con voz débil.—¡Peter Pettigrew está muerto! ¡Lo mató hace doce años!

Señaló a Black, cuya cara sufría en ese momento un movimiento espasmódico.

Sirius hizo una mueca.

— Entre lo de que parezco un cadáver, la tonelada de pelo sucio y los espasmos… — le dio un escalofrío.

— Solo necesitabas una buena ducha y un par de comidas abundantes — dijo Tonks para animarlo.

— Más bien, una decena de comidas abundantes — gruñó Moody.

Tal fue mi intención —explicó, enseñando los dientes amarillos—, pero el pequeño Peter me venció. ¡Pero esta vez me vengaré!

— ¿Pero cómo es posible? — dijo McGonagall. — Eso es algo que todavía no entiendo. Peter Pettigrew nunca fue el más fuerte ni el más habilidoso con la magia. ¿Cómo pudo vencer?

Sirius suspiró y Harry vio en su cara lo mucho que ese tema todavía le reconcomía.

— Jugando sucio, así fue — musitó Sirius entre dientes.

Y dejó en el suelo a Crookshanks antes de abalanzarse sobre Scabbers; Ron gritó de dolor cuando Black cayó sobre su pierna rota.

El gruñido que soltó la señora Weasley hizo que hasta Harry se encogiera un poco en el asiento. No le gustaría ser Sirius ahora mismo.

Sirius, por su parte, fingió no darse cuenta, aunque Harry notó lo mucho que se había tensado.

¡Sirius, NO! —gritó Lupin, corriendo hacia ellos y separando a Black de Ron—. ¡ESPERA! ¡No puedes hacerlo así! ¡Tienen que comprender! ¡Tenemos que explicárselo!

Era un poco extraño escuchar a Lupin repetir sus propias palabras.

Podemos explicarlo después —gruñó Black, intentando desprenderse de Lupin y dando un zarpazo al aire para atrapar a Scabbers, que gritaba como un cochinillo y arañaba a Ron en la cara y en el cuello, tratando de escapar.

— Esa estúpida rata — murmuró Ginny.

¡Tienen derecho... a saberlo... todo! —jadeó Lupin sujetando a Black—. ¡Es la mascota de Ron! ¡Hay cosas que ni siquiera yo comprendo! ¡Y Harry...! ¡Tienes que explicarle la verdad a Harry, Sirius!

— ¿Pero van a explicar la verdad ya de una vez o qué? — se quejó Zacharias Smith. Varios expresaron su acuerdo con él.

Black dejó de forcejear, aunque mantuvo los hundidos ojos fijos en Scabbers, a la que Ron protegía con sus manos arañadas, mordidas y manchadas de sangre.

De reojo, Harry notó movimiento y miró justo a tiempo para ver a Hermione, que tenía una mueca en la cara, coger la mano de Ron y examinarla.

— No me quedaron marcas de sus mordiscos — le aseguró Ron, quien a pesar de ello no hizo ningún movimiento para recuperar su mano.

De acuerdo, pues —dijo Black, sin apartar la mirada de la rata—. Explícales lo que quieras, pero date prisa, Remus. Quiero cometer el asesinato por el que fui encarcelado...

Una gran parte del alumnado miró a Sirius con pánico. Umbridge murmuró algo y negó con la cabeza, y Harry se alegró mucho de no haberlo escuchado, porque no sabía cuantos comentarios hirientes de Umbridge podía tolerar antes de perder la paciencia.

Están locos los dos —dijo Ron con voz trémula, mirando a Harry y a Hermione, en busca de apoyo—. Ya he tenido bastante. Me marcho.

Intentó incorporarse sobre su pierna sana, pero Lupin volvió a levantar la varita apuntando a Scabbers.

Se oyeron jadeos.

— ¡Apuntó a Ron con la varita! — dijo Justin Finch-Fletchley con los ojos como platos.

— ¿Es que no lo has oído? Apuntó a Scabbers — replicó Hannah.

Me vas a escuchar hasta el final, Ron —dijo en voz baja—. Pero sujeta bien a Peter mientras escuchas.

¡NO ES PETER, ES SCABBERS! —gritó Ron, obligando a la rata a meterse en su bolsillo delantero, aunque se resistía demasiado. Ron perdió el equilibrio. Harry lo cogió y lo tendió en la cama.

— Está claro que la rata no es solo una rata — dijo Susan Bones. — Si lo fuera, no tendría motivos para resistirse.

— De hecho, tendría motivos para meterse en el bolsillo de Ron, porque Crookshanks estaba ahí fuera— dijo Padma Patil, pensativa. — Quizá Scabbers no pasó todo el año huyendo de Crookshanks… ¿sino de Sirius Black?

Lupin levantó la mirada del libro para sonreír a las dos chicas.

Sin hacer caso de Black, Harry se volvió hacia Lupin.

Hubo testigos que vieron morir a Pettigrew —dijo—. Toda una calle llena de testigos.

¡No vieron, creyeron ver! —respondió Black con furia, vigilando a Scabbers, que se debatía en las manos de Ron.

— Quizá usó un encantamiento confundus — se oyó decir a una chica de séptimo.

Todo el mundo creyó que Sirius mató a Peter —confirmó Lupin—. Yo mismo lo creía hasta que he visto el mapa esta noche. Porque el mapa del merodeador nunca miente... Peter está vivo. Ron lo tiene entre las manos, Harry.

— ¿Seguro que nunca miente? Solo es un trozo de pergamino embrujado — dijo Zabini. Fred y George lo miraron como si hubiera dicho la mayor blasfemia del mundo.

— Seguro — respondió Sirius. — Créeme, ese mapa es mucho más que un simple pergamino con un encantamiento localizador.

Harry nunca se había parado a pensar mucho en el funcionamiento del mapa del merodeador, pero, cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta de la magia tan complicada que debían haber hecho su padre y sus amigos para crearlo.

Harry bajó la mirada hacia Ron, y al encontrarse sus ojos, se entendieron sin palabras: indudablemente, Black y Lupin estaban locos.

— Me fascina cada vez que os comunicáis sin palabras — dijo Katie.

— Bueno, es de esperar que puedan hacerlo — dijo Lee Jordan. — Harry, Ron y Hermione han pasado por tantas cosas que lo raro sería que no se entendieran.

— Yo siempre he pensado que entre esos tres hay un rollito raro — se oyó decir a una chica de sexto, a la que una amiga mandó callar en cuanto notó que se la había escuchado en buena parte del comedor.

Ron soltó un bufido y Hermione se puso algo colorada. Harry, por otro lado, no terminó de entender qué quería decir la chica con "rollito raro", y cuando el profesor Lupin siguió leyendo, se olvidó completamente del comentario.

Nada de lo que decían tenía sentido. ¿Cómo iba Scabbers a ser Peter Pettigrew? Azkaban debía de haber trastornado a Black, después de todo. Pero ¿por qué Lupin le seguía la corriente?

— Buena pregunta — dijo Ernie, mirando a Lupin con curiosidad.

Entonces habló Hermione, con una voz temblorosa que pretendía parecer calmada, como si quisiera que el profesor Lupin recobrara la sensatez.

— Qué específico — comentó Angelina.

Pero profesor Lupin: Scabbers no puede ser Pettigrew... Sencillamente es imposible, usted lo sabe.

¿Por qué no puede serlo? —preguntó Lupin tranquilamente, como si estuvieran en clase y Hermione se limitara a plantear un problema en un experimento con grindylows.

— No era el momento de que hicieras preguntas, sino de que dieras respuestas — bufó Tonks, exasperada.

Lupin rodó los ojos.

Porque si Peter Pettigrew hubiera sido un animago, la gente lo habría sabido. Estudiamos a los animagos con la profesora McGonagall. Y yo los estudié en la enciclopedia cuando preparaba el trabajo. El Ministerio vigila a los magos que pueden convertirse en animales. Hay un registro que indica en qué animal se convierten y las señales que tienen. Yo busqué «Profesora McGonagall» en el registro, y vi que en este siglo sólo ha habido siete animagos. El nombre de Peter Pettigrew no figuraba en la lista.

— ¿Siempre haces los deberes con tanto esmero? — preguntó Neville, atónito.

— No siempre — contestó Hermione. — Es que ese tema me interesaba.

Iba a asombrarse Harry de la escrupulosidad con que Hermione hacía los deberes cuando Lupin se echó a reír.

¡Bien otra vez, Hermione! —dijo—. Pero el Ministerio ignora la existencia de otros tres animagos en Hogwarts.

Eso provocó muchos murmullos tanto entre los estudiantes como entre los profesores.

Si se lo vas a contar, date prisa, Remus —gruñó Black, que seguía vigilando cada uno de los frenéticos movimientos de Scabbers—. He esperado doce años. No voy a esperar más.

Para sorpresa de Harry, Kingsley soltó una risita.

— Vas a hacer todo lo posible por parecer un villano hasta el final, ¿eh? — dijo, sonriente.

Sirius se encogió de hombros.

— No era mi intención, pero sí, eso parece.

De acuerdo, pero tendrás que ayudarme, Sirius —dijo Lupin—. Yo sólo sé cómo comenzó...

Lupin se detuvo en seco. Había oído un crujido tras él. La puerta de la habitación acababa de abrirse. Los cinco se volvieron hacia ella. Lupin se acercó y observó el rellano.

No hay nadie.

— Mentira — gruñó Ron por lo bajo.

— Teníamos que habernos asegurado — murmuró Harry, sintiéndose muy frustrado.

Miró a Snape, quien tenía una perfecta cara de póker, pero Harry notó cómo su cabeza estaba ligeramente más levantada de lo usual.

¡Este lugar está encantado! —dijo Ron.

No lo está —dijo Lupin, que seguía mirando a la puerta, intrigado—. La Casa de los Gritos nunca ha estado embrujada. Los gritos y aullidos que oían los del pueblo los producía yo. —

Harry oyó jadeos y vio a varias personas llevarse la mano a la boca por la sorpresa.

Se apartó el ceniciento pelo de los ojos. Meditó un instante y añadió—: Con eso empezó todo... cuando me convertí en hombre lobo. Nada de esto habría sucedido si no me hubieran mordido... y si no hubiera sido yo tan temerario.

Lupin trató de leer eso en el tono más neutral que pudo, pero aun así, quedaba claro para todos que no le estaba siendo fácil leer este capítulo.

Estaba tranquilo pero fatigado. Iba Ron a interrumpirle cuando Hermione, que observaba a Lupin muy atentamente, se llevó el dedo a la boca.

¡Chitón!

Eso hizo sonreír a más de uno.

— Gracias, ya va siendo hora de que alguien cuente la verdad sin interrupciones — dijo Dean. Ron lo miró mal.

Lupin tomó aire y pareció armarse de valor antes de leer:

Era muy pequeño cuando me mordieron —prosiguió Lupin—. Mis padres lo intentaron todo, pero en aquellos días no había cura. La poción que me ha estado dando el profesor Snape es un descubrimiento muy reciente. Me vuelve inofensivo, ¿os dais cuenta? Si la tomo la semana anterior a la luna llena, conservo mi personalidad al transformarme... Me encojo en mi despacho, convertido en un lobo inofensivo, y aguardo a que la luna vuelva a menguar.

— Entonces lo de la poción es verdad — dijo Alicia Spinnet, asombrada.

— ¿Pero la ha tomado esta semana? Eso es lo importante — inquirió Cormac McLaggen.

Harry soltó un bufido.

— Ya lo han dicho antes — dijo en voz alta. — Claro que se la ha tomado.

— En efecto — asintió Lupin. — Esta noche, cuando salga la luna llena, no supondré ningún peligro para nadie. Por supuesto, no estaría aquí presente si no hubiera tomado esa precaución.

— Ya lo habéis oído — dijo Sirius, dirigiéndose directamente a un grupito de Slytherin de cuarto que miraban a Lupin con desconfianza. — Es lo que he dicho antes. Remus pasará la noche hecho una inocente bola de pelo y volverá a la normalidad al amanecer.

Hubo unos segundos de silencio.

— ¿Y si la poción no funciona? ¿Y si…? — saltó un Hufflepuff de tercero. Sin embargo, no pudo terminar la frase, puesto que el profesor Snape lo interrumpió.

— La poción funciona perfectamente. Yo mismo la he preparado — gruñó. — Y he estado presente mientras Lupin la tomaba.

Eso pareció tranquilizar a muchos alumnos, especialmente a los Slytherin.

Lupin, con aire cansado, siguió leyendo:

Sin embargo, antes de que se descubriera la poción de matalobos, me convertía una vez al mes en un peligroso lobo adulto. Parecía imposible que pudiera venir a Hogwarts. No era probable que los padres quisieran que sus hijos estuvieran a mi merced. Pero entonces Dumbledore llegó a director y se hizo cargo de mi problema. Dijo que mientras tomáramos ciertas precauciones, no había motivo para que yo no acudiera a clase. —

— No lo entiendo — interrumpió Pansy Parkinson. — Si la poción matalobos no se había inventado, ¿qué precauciones podrían tener a raya a un hombre lobo?

— Si te callas, lo sabrás — replicó Ron. Pansy lo miró muy mal.

Lupin suspiró y miró a Harry—. Te dije hace meses que el sauce boxeador lo plantaron el año que llegué a Hogwarts. La verdad es que lo plantaron porque vine a Hogwarts. Esta casa—Lupin miró a su alrededor melancólicamente—, el túnel que conduce a ella... se construyeron para que los usara yo. Una vez al mes me sacaban del castillo furtivamente y me traían a este lugar para que me transformara. El árbol se puso en la boca del túnel para que nadie se encontrara conmigo mientras yo fuera peligroso.

Se hizo un silencio asombrado en el comedor.

— Vale, eso tiene sentido — admitió Katie.

Harry no sabía en qué pararía la historia, pero aun así escuchaba con gran interés. Lo único que se oía, aparte de la voz de Lupin, eran los chillidos asustados de Scabbers.

— No estaba lo suficientemente asustado — dijo Sirius en tono amenazador, ganándose más de una mirada aterrorizada.

En aquella época mis transformaciones eran... eran terribles. Es muy doloroso convertirse en licántropo. Se me aislaba de los humanos para que no los mordiera, de forma que me arañaba y mordía a mí mismo.

— Oh, no — exclamó Luna, muy triste.

En el pueblo oían los ruidos y los gritos, y creían que se trataba de espíritus especialmente violentos. Dumbledore alentó los rumores... Ni siquiera ahora que la casa lleva años en silencio se atreven los del pueblo a acercarse.

— Como estrategia, no estuvo nada mal — dijo Seamus. Varios le dieron la razón.

Lupin tragó saliva antes de leer.

Pero aparte de eso, yo era más feliz que nunca. Por primera vez tenía amigos, tres estupendos amigos: Sirius Black, Peter Pettigrew y tu padre, Harry, James Potter.

El ambiente se tornó solemne, probablemente porque todos podían notar la emoción contenida con la que Lupin leía. Harry se preguntó por qué Dumbledore le había pedido a él que leyera este capítulo. Si bien era cierto que gran parte del capítulo estaba siendo el propio diálogo del profesor, leer esto parecía estar siendo difícil a nivel emocional.

Harry podía entender por qué. Hasta ahora, siempre que se había profundizado en los sentimientos y pensamientos de alguien, habían sido los del propio Harry. Ahora eran los de Lupin, que estaba obligado a revelar ante todo el colegio algunos de sus secretos más preciados. Si había alguien en el comedor que entendía cómo se sentía, ese era Harry.

Mis tres amigos no podían dejar de darse cuenta de mis desapariciones mensuales. Yo inventaba historias de todo tipo. Les dije que mi madre estaba enferma y que tenía que ir a casa a verla... Me aterrorizaba que pudieran abandonarme cuando descubrieran lo que yo era.

— Pobrecito — gimió Lavender, mirando con pena al profesor.

Pero al igual que tú, Hermione, averiguaron la verdad. Y no me abandonaron. Por el contrario, convirtieron mis metamorfosis no sólo en soportables, sino en los mejores momentos de mi vida. Se hicieron animagos.

Sirius sonrió al escuchar eso. No fue el único: Harry vio que Luna también sonreía.

¿Mi padre también? —preguntó Harry atónito.

Sí, claro —respondió Lupin—. Les costó tres años averiguar cómo hacerlo.

— ¿Tres años? — repitió Lee Jordan, asombrado. — Debían adorarle, profesor.

Sin poder evitarlo, Lupin sonrió al escuchar eso.

— Claro que lo adorábamos — dijo Sirius, lanzándole un beso a Lupin y guiñándole un ojo. Lupin rodó los ojos y siguió leyendo, tratando de no sonreír y fallando en el intento.

Tu padre y Sirius eran los alumnos más inteligentes del colegio y tuvieron suerte porque la transformación en animago puede salir fatal.

— ¿Has oído eso, Harry? — susurró Sirius con orgullo. — Éramos los más inteligentes.

— ¿Dónde ha ido a parar esa inteligencia? — preguntó Tonks, fingiendo curiosidad.

— Ja, ja — dijo Sirius con sarcasmo.

Es la razón por la que el Ministerio vigila estrechamente a los que lo intentan. Peter necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener de James y Sirius. Finalmente, en quinto, lo lograron. Cada cual tuvo la posibilidad de convertirse a voluntad en un animal diferente.

— ¿En qué animales se convirtieron? — preguntó Colin, emocionado.

— A mí me interesa otra cosa — interrumpió Malfoy antes de que alguien pudiera contestarle a Colin. — ¿De qué sirvió que ellos se convirtieran en animagos? Lupin seguía convirtiéndose en hombre lobo, no podían hacer nada para cambiar eso.

— No se trataba de evitar mi transformación — respondió Lupin. — Creo que Hermione preguntó exactamente lo mismo.

Y siguió leyendo.

Pero ¿en qué le benefició a usted eso? —preguntó Hermione con perplejidad.

No podían hacerme compañía como seres humanos, así que me la hacían como animales —explicó Lupin—. Un licántropo sólo es peligroso para las personas. Cada mes abandonaban a hurtadillas el castillo, bajo la capa invisible de James. Peter, como era el más pequeño, podía deslizarse bajo las ramas del sauce y tocar el nudo que las deja inmóviles. Entonces pasaban por el túnel y se reunían conmigo. Bajo su influencia yo me volvía menos peligroso. Mi cuerpo seguía siendo de lobo, pero mi mente parecía más humana mientras estaba con ellos.

Harry miró a Malfoy, que parecía ligeramente impresionado. No era el único: muchos encontraban ese dato bastante curioso. Incluso Harry tenía que admitir que, una vez que se había parado a pensarlo, el hecho de que interactuar con otros animales supusiera un cambio tan grande para Lupin era extraordinario.

Date prisa, Remus —gritó Black, que seguía mirando a Scabbers con una horrible expresión de avidez.

De nuevo, muchos miraron a Sirius con cautela y miedo. Él no pareció ni notarlo, quizá es que ya estaba demasiado acostumbrado.

Ya llego, Sirius, ya llego... Al transformarnos se nos abrían posibilidades emocionantes.

Lupin miró a Dumbledore de reojo y suspiró antes de leer:

Abandonábamos la Casa de los Gritos y vagábamos de noche por los terrenos del colegio y por el pueblo.

— Eso era muy peligroso — exclamó Umbridge. — ¡Qué irresponsable!

Lupin no se defendió.

Sirius y James se transformaban en animales tan grandes que eran capaces de tener a raya a un licántropo. Dudo que ningún alumno de Hogwarts haya descubierto nunca tantas cosas sobre el colegio como nosotros. Y de esa manera llegamos a trazar el mapa del merodeador y lo firmamos con nuestros apodos: Sirius era Canuto, Peter Colagusano y James Cornamenta.

Fred y George tenían la boca abierta, literalmente.

— ¿Tu padre era Cornamenta? — musitó Fred, mirando a Harry como si nunca lo hubiera visto.

— Alucinante — dijo George con admiración.

¿Qué animal...? —comenzó Harry, pero Hermione lo interrumpió:

¡Aun así, era peligroso! ¡Andar por ahí, en la oscuridad, con un licántropo! ¿Qué habría ocurrido si les hubiera dado esquinazo a los otros y mordido a alguien?

Lupin hizo una mueca al leer eso. Hermione pareció arrepentida, aunque no dijo nada.

Ése es un pensamiento que aún me reconcome —respondió Lupin en tono de lamentación—. Estuve a punto de hacerlo muchas veces. Luego nos reíamos. Éramos jóvenes e irreflexivos. Nos dejábamos llevar por nuestras ocurrencias. A menudo me sentía culpable por haber traicionado la confianza de Dumbledore. Me había admitido en Hogwarts cuando ningún otro director lo habría hecho, y no se imaginaba que yo estuviera rompiendo las normas que había establecido para mi propia seguridad y la de otros. Nunca supo que por mi culpa tres de mis compañeros se convirtieron ilegalmente en animagos.

— Ahora lo sé — dijo Dumbledore. — A decir verdad, me resulta completamente fascinante que tres alumnos pudieran llevar a cabo un proceso mágico tan complejo sin ayuda, y en nuestras narices.

No parecía enfadado. De hecho, a Harry le pareció que había un toque divertido en su expresión.

Lupin siguió leyendo con aire confundido:

Pero olvidaba mis remordimientos cada vez que nos sentábamos a planear la aventura del mes siguiente. Y no he cambiado... —Las facciones de Lupin se habían tensado y se le notaba en la voz que estaba disgustado consigo mismo—.

En el presente, se podía decir lo mismo. Quedaba claro para todos que Lupin no estaba nada orgulloso de haber vagado por el colegio en plena transformación.

Con una punzada, Harry se preguntó si Dumbledore se habría esperado que Lupin se sintiera tan incómodo leyendo este capítulo. Si lo sabía, quizá le había pedido que lo leyera con el objetivo de hacer esta lectura una especie de penitencia. Tener que confesar frente a todos lo que había sido uno de los mayores actos egoístas de su vida era todo un castigo.

Todo este curso he estado pensando si debería decirle a Dumbledore que Sirius es un animago. Pero no lo he hecho. ¿Por qué? Porque soy demasiado cobarde. Decírselo habría supuesto confesar que yo traicionaba su confianza mientras estaba en el colegio, habría supuesto admitir que arrastraba a otros conmigo... y la confianza de Dumbledore ha sido muy importante para mí.

— No nos arrastrabas — se quejó Sirius. — Nos convertimos en animagos porque quisimos. Fue nuestra decisión, no la tuya.

Lupin hizo una mueca y siguió leyendo.

Me dejó entrar en Hogwarts de niño y me ha dado un trabajo cuando durante toda mi vida adulta me han rehuido y he sido incapaz de encontrar un empleo remunerado debido a mi condición. Así que, de alguna manera, Snape tenía razón en lo que decía de mí.

Snape hizo un gesto con la boca que a Harry le pareció una sonrisa retorcida.

¿Snape? —dijo Black bruscamente, apartando los ojos de Scabbers por primera vez desde hacía varios minutos, y mirando a Lupin—. ¿Qué pinta Snape?

— ¿Entonces Black conocía a Snape de antes? — dijo Dennis Creevey, algo confundido. Como lo preguntó mirando fijamente a Harry, éste asintió.

Está aquí, Sirius —dijo Lupin con disgusto—. También da clases en Hogwarts. —Miró a Harry, a Ron y a Hermione—. El profesor Snape era compañero nuestro. — Se volvió otra vez hacia Black—: Ha intentado por todos los medios impedir que me dieran el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Le ha estado diciendo a Dumbledore durante todo el curso que no soy de fiar. Tiene motivos...

— Por supuesto que tenía motivos — dijo Snape cuando una decena de miradas reprobatorias cayeron sobre él. A Harry le agradó notar que muchos estudiantes seguían defendiendo a Lupin, a pesar de todo lo que acababan de escuchar.

Sirius le gastó una broma que casi lo mató, una broma en la que me vi envuelto.

— ¿Casi lo mató? — exclamó Zabini.

Le estuvo bien empleado. —Black se rió con una mueca—. Siempre husmeando, siempre queriendo saber lo que tramábamos... para ver si nos expulsaban.

La mirada que le echó Snape a Sirius en ese momento habría hecho llorar a más de un alumno si la hubieran recibido.

Severus estaba muy interesado por averiguar adónde iba yo cada mes —explicó Lupin a los tres jóvenes—. Estábamos en el mismo curso, ¿sabéis? Y no nos caíamos bien. En especial, le tenía inquina a James. Creo que era envidia por lo bien que se le daba el quidditch...

— De eso nada — le espetó Snape. — El quidditch nunca me importó lo más mínimo. No toleraba a James Potter por su arrogancia y su prepotencia.

Harry abrió la boca para replicar algo cortante, pero Sirius se le adelantó:

— No pongas excusas. Todos sabemos que le tenías envidia.

Ambos se miraron con tanto odio como pudieron demostrar.

— Por favor, Remus — pidió Dumbledore con tono cansado. Lupin asintió y continuó:

De todas formas, Snape me había visto atravesar los terrenos del colegio con la señora Pomfrey cierta tarde que me llevaba hacia el sauce boxeador para mi transformación. Sirius pensó que sería divertido contarle a Snape que para entrar detrás de mí bastaba con apretar el nudo del árbol con un palo largo. Bueno, Snape, como es lógico, lo hizo. Si hubiera llegado hasta aquí, se habría encontrado con un licántropo completamente transformado.

— Eso no estuvo nada bien — resopló la señora Weasley, escandalizada. — ¿Cómo pudiste hacer algo así?

— No pretendía matarlo, solo darle el susto de su vida para que dejara de meterse donde no le llamaban — replicó Sirius.

Sin embargo, muchas personas a lo largo del comedor, especialmente las pertenecientes a Slytherin, miraban ahora a Sirius con más desconfianza que antes, si cabía.

Harry no sabía muy bien qué pensar. La primera vez que había escuchado esa historia, no se había parado a pensar en lo que implicaba porque tenía otras cosas de las que preocuparse. Ahora, después de un par de años, comprendía exactamente lo que Sirius había estado a punto de hacer.

Snape no le caía bien. De hecho, estaba convencido de que el profesor lo odiaba y el sentimiento era mutuo. Pero nunca, jamás, habría deseado que un hombre lobo lo asesinara… y mucho menos si ese hombre lobo era el profesor Lupin.

Pero Sirius no parecía darse cuenta de que había estado a punto de convertir a uno de sus mejores amigos en un asesino. O por lo menos, pensó Harry con una punzada, no parecía importarle.

Pero tu padre, que había oído a Sirius, fue tras Snape y lo obligó a volver, arriesgando su propia vida, aunque Snape me entrevió al final del túnel. Dumbledore le prohibió contárselo a nadie, pero desde aquel momento supo lo que yo era...

— No debiste haber hecho eso — dijo Tonks de pronto. Miraba a Sirius con hastío. — Pusiste en peligro la vida de Remus. ¿O acaso te da igual?

— Claro que no — se defendió Sirius. — Su vida nunca estuvo en peligro.

— ¡Claro que sí! — exclamó Tonks, enfadada. — Si Remus hubiera atacado a Snape, como mínimo habría sido expulsado. Si se hubieran presentado cargos contra él, perfectamente podrían haberlo enviado a Azkaban o incluso condenarle al beso del dementor. ¿Es que no lo ves?

Sirius, que había empalidecido más y más con cada palabra de Tonks, dijo rápidamente:

— No pasó nada de eso. Remus no atacó a nadie y no fue condenado a nada. Vale, vale, admito que no debí haber hecho esa broma, pero un adolescente estúpido…

— Yo también soy un adolescente y jamás se me ocurriría enviar a un compañero a la guarida de un hombre lobo — dijo Colin Creevey, sorprendiendo mucho a Harry. Colin miraba a Sirius con firmeza, sin parecer ni remotamente asustado. — Confío en Harry y no creo que seas un asesino, pero me parece que cometiste errores que no puedes justificar.

Sirius abrió y cerró la boca un par de veces, haciendo que Harry pensara en un pez. Por suerte, Lupin siguió leyendo y evitó que Sirius tuviera que responder.

Entonces, por eso lo odia Snape —dijo Harry—. ¿Pensó que estaba usted metido en la broma?

Exactamente —admitió una voz fría y burlona que provenía de la pared, a espaldas de Lupin.

Severus Snape se desprendió de la capa invisible y apuntó a Lupin con la varita.

— Oh, Merlín, no — dijo Angelina, llevándose la mano a la boca en un gesto de sorpresa.

— ¿Qué hacía el profesor Snape allí? — bufó Ernie. No era el único que estaba confundido.

El profesor Lupin marcó la página y cerró el libro.

— Ahí acaba el capítulo — anunció, antes de regresar a su asiento tan rápido como pudo. Sin embargo, no se sentó en el lugar que había ocupado antes, junto a Sirius, sino que movió una almohada para ocupar el hueco que había junto a Tonks, de forma que ella los separaba.

Dumbledore se puso en pie y pidió que todo el mundo hiciera lo mismo. A pesar del shock, tanto alumnos como invitados le hicieron caso. Hizo varias florituras con la varita y los sofás y almohadas fueron reemplazados por las cuatro mesas de las casas.

— Es hora de comer — dijo. — Seguiremos leyendo dentro de una hora.

Harry se alegró mucho de que fuera la hora del descanso, porque la tensión en el comedor se podía cortar con un cuchillo.

Mientras decenas de alumnos se agolpaban para salir de allí, Harry decidió tomar asiento en la mesa de Gryffindor. Ya saldría cuando hubiera menos alumnos deambulando por los pasillos.

— ¿Cómo estás? — le preguntó Hermione, sentándose a su lado. Por suerte, la comida apareció en ese instante y Harry tuvo una excusa para no mirarla. Centró su atención en servirse patata cocida y respondió vagamente:

— Bien. ¿Crees que Snape y Sirius se batirán en duelo antes de que acabe el libro?

Esperaba que Hermione aceptara el cambio de tema, pero su ceño fruncido demostró que no iba a ser así.

— No sé. Pero Harry, ¿de verdad estás bien?

— Que sí — respondió, algo irritado.

— Déjalo, Hermione — dijo Ron, quien se había sentado justo enfrente de ellos. — Hey Harry, ¿me pasas la salsa?

Hermione no pareció nada contenta, pero se calló y empezó a servirse comida. Harry miró alrededor, notando la cantidad de asientos vacíos que había. Aproximadamente la mitad de los estudiantes habían salido del comedor, probablemente para ir al baño y estirar un poco las piernas antes de comer. Lo que no había notado era que Sirius y el profesor Lupin también habían salido. Y, de hecho, también faltaban varios Weasley.

Decidiendo que seguramente habían decidido dar un paseo para aliviar la tensión de estar todo el día sentados, Harry centró su atención en la comida y dejó de pensar en ello.


Tres estudiantes de segundo caminaban por el pasillo del cuarto piso, buscando un baño que no estuviera lleno de gente. Todos los de las primeras plantas estaban a rebosar.

Sin embargo, cuando trataron de abrir la puerta, ésta no cedió ni un palmo.

— ¿Por qué está cerrada? — se quejó uno de ellos.

— Alohomora.

La puerta ni se inmutó.

— Vamos al quinto piso — gruñó otro de ellos.

Y así, los tres abandonaron el pasillo, sin saber lo que habían estado a punto de ver.

Al otro lado de la puerta cerrada, una figura encapuchada se encontraba de pie, apoyada contra la pared.

— Sabía que te encontraría aquí — dijo una voz, perteneciente a una segunda persona que también estaba dentro del baño. No llevaba una capucha negra, sino un uniforme de Hogwarts.

— ¿Por qué querías verme? — preguntó el encapuchado. No se molestó en hechizar su voz, porque no era necesario.

— Creo que esto se está saliendo de control — replicó el alumno.

— ¿Tú crees?

El desconocido se quitó la capucha para mirar fijamente a un rostro que era totalmente idéntico al suyo.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL : Luxerii 

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Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

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