miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la cámara secreta, capítulo 17

 El heredero de Slytherin:


— Aquí termina — dijo Ginny, aliviada.

Dumbledore volvió a ponerse en pie para tomar el libro. Mientras Ginny volvía a su asiento, con las miradas de todo el mundo siguiendo cada uno de sus pasos, Dumbledore anunció:

— El siguiente se titula: El heredero de Slytherin. Es el penúltimo capítulo.

El comedor se llenó de murmullos de emoción.

— Al fin vamos a saber quién era — dijo Romilda Vane, ansiosa. — Espero que capturaran al culpable y se lo llevaran a Azkaban.

Muchos le dieron la razón.

— Qué curioso, no recuerdo que expulsaran a nadie — comentó un chico de séptimo.

Mientras los estudiantes intercambiaban teorías, Ginny había regresado a su lugar, que ahora estaba ocupado por Ron.

— Eh… espera — dijo él, moviéndose a un lado para dejarle hueco. Sin embargo, Ginny siguió de pie, mirándolos con el ceño fruncido.

— ¿Qué pasa? — preguntó Harry.

Ginny rodó los ojos y cogió a Percy del brazo, haciéndole jadear.

— ¿Qué…?

De un tirón, lo obligó a levantarse del suelo y, sin más miramientos, lo empujó con fuerza hacia atrás. Percy tropezó con Neville, que dejó escapar un grito ahogado, y cayó de espaldas sobre dos bultos duros que gritaron cuando el antiguo prefecto impactó contra ellos.

Percy abrió los ojos, que se le habían cerrado automáticamente al caer y, con horror, vio que las dos personas sobre las que había caído eran Fred y George Weasley.

Los gemelos lo miraban con el mismo nivel de horror que él sentía. Tenía el torso apoyado sobre George, y prácticamente estaba sentado encima de Fred.

Entre las risas de todos los que habían visto la caída, Percy trató de levantarse, apurado, como si creyera que los gemelos iban a pegarle en cualquier momento. La verdad, Harry no podía culparlo si pensaba eso, aunque en ese momento no consideraba que Fred y George estuvieran pensando precisamente en ello. Ambos parecían tan sorprendidos como Percy, que de los nervios volvió a tropezar antes de conseguir ponerse en pie.

Sin embargo, no fue lo suficientemente rápido y Ginny puso las manos en sus hombros y empujó hacia abajo antes de que el chico pudiera terminar de levantarse.

— ¡Ginny! — exclamó Percy.

— Quédate ahí — le advirtió ella. — O te lanzaré un maleficio.

A juzgar por su cara, estaba claro que no mentía.

— ¿Qué pretendes? — se quejó Fred. — ¿Crees que por obligarnos a sentarnos juntos vamos a perdonarlo?

— Fred.

Fue el señor Weasley quien habló. Su tono de voz hizo que Fred cerrara la boca de inmediato.

El señor Weasley miró a los gemelos y a Percy de una forma muy peculiar que Harry nunca había presenciado antes. Debía ser la mirada que les echaba cada vez que se sentía decepcionado con ellos o que pretendía regañarlos de verdad, porque los tres apartaron la mirada, apesadumbrados.

— Comportaos. No es momento para peleas — les recordó Arthur. A su lado, la señora Weasley parecía muy triste.

Fred y George asintieron, al igual que Percy, quien hizo amago de levantarse. Sin embargo, una mirada mordaz de Ginny hizo que se mantuviera en su sitio, sentado justo entre Fred y George. Harry nunca había visto a Percy tan pálido e incómodo como en ese momento.

— ¿Quién quiere leer este capítulo? — preguntó Dumbledore desde la tarima. Nadie respondió.

Ginny se sentó en el sofá, en el sitio que Ron había dejado entre él y Harry. Parecía muy satisfecha de sí misma por lo de Percy, pero Harry se preguntaba si su súbito intento de mantener a su familia unida se debería a que necesitaba todo el apoyo posible para soportar lo que estaban a punto de leer.

Los murmullos del comedor habían cesado de inmediato. Nadie se ofrecía voluntario para leer, ni siquiera los que se morían de ganas de saber quién era el heredero. El profesor Dumbledore esperó pacientemente.

— Yo lo haré — dijo finalmente la señora Pomfrey, cuando el silencio se prolongó demasiado y todos los alumnos habían evitado hacer contacto visual con el director.

Dumbledore sonrió y, tras inclinarse ante ella educadamente, le tendió el libro.

La señora Pomfrey suspiró y, abriéndolo por la página marcada, leyó: El heredero de Slytherin.

Muchos se inclinaron en sus asientos, impacientes, a la vez que otros cogían almohadas y se ponían cómodos para disfrutar lo que venía.

Se hallaba en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada. Altísimas columnas de piedra talladas con serpientes enlazadas se elevaban para sostener un techo que se perdía en la oscuridad, proyectando largas sombras negras sobre la extraña penumbra verdosa que reinaba en la estancia.

— ¿Cómo podía tener un techo tan alto si la cámara estaba bajo el suelo? — se escuchó decir a un Hufflepuff de segundo.

Un Ravenclaw se inclinó hacia él y comenzó a murmurar cosas, y Harry estaba seguro de que le estaba dando toda una clase sobre arquitectura.

Con el corazón latiéndole muy rápido, Harry escuchó aquel silencio de ultratumba. ¿Estaría el basilisco acechando en algún rincón oscuro, detrás de una columna? ¿Y dónde estaría Ginny?

Inconscientemente, la mano de Harry se movió hacia Ginny al escuchar eso. Sin embargo, su cerebro reaccionó antes de poder tocarla y volvió a dejar la mano quieta sobre su propia pierna.

Ginny lo miró con curiosidad, habiendo notado el súbito espasmo de su mano, pero Harry fingió no darse cuenta.

Sacó su varita y avanzó por entre las columnas decoradas con serpientes. Sus pasos resonaban en los muros sombríos. Iba con los ojos entornados, dispuesto a cerrarlos completamente al menor indicio de movimiento.

— Bien, bien — se escuchó murmurar a Sirius. No parecía nervioso, porque, obviamente, sabía que tanto Harry como Ginny habían sobrevivido.

Le parecía que las serpientes de piedra lo vigilaban desde las cuencas vacías de sus ojos. Más de una vez, el corazón le dio un vuelco al creer que alguna se movía.

Nadie lo acusó de estar paranoico. Muchos parecían asustados solo con la descripción del sitio. Harry se preguntó qué harían una vez que se mencionara al basilisco.

Al llegar al último par de columnas, vio una estatua, tan alta como la misma cámara, que surgía imponente, adosada al muro del fondo. Harry tuvo que echar atrás la cabeza para poder ver el rostro gigantesco que la coronaba: era un rostro antiguo y simiesco, con una barba larga y fina que le llegaba casi hasta el final de la amplia túnica de mago, donde unos enormes pies de color gris se asentaban sobre el liso suelo.

— ¿Salazar Slytherin? — sugirió Zabini. Muchos asintieron, aunque algunos parecían algo ofendidos.

— ¿Rostro simiesco? — dijo Pansy, molesta. — ¿Está comparando a Salazar Slytherin con un mono?

Harry trató de mantener el semblante serio, pero Ron no fue capaz de ocultar una sonrisita.

Y entre los pies, boca abajo, vio una pequeña figura con túnica negra y el cabello de un rojo encendido.

La sonrisa de Ron se desvaneció, así como todas las que había a lo largo del comedor. La señora Weasley se llevó la mano al corazón y Harry se preguntó por millonésima vez por qué era necesario leer todo eso.

¡Ginny! —susurró Harry, corriendo hacia ella e hincándose de rodillas—. ¡Ginny! ¡No estés muerta! ¡Por favor, no estés muerta!

Nadie hablaba. No se escuchaba ni un suspiro.

Ginny parecía bastante tranquila, pero no se podía decir lo mismo de su familia. Ninguno estaba tomando bien el escuchar las palabras "Ginny" y "muerta" en la misma frase. Ron se había puesto algo pálido, pero era uno de los que más tranquilos parecía. Bill podría haber sido una estatua a juzgar por lo tenso que estaba, mientras que Charlie tenía cara de tener ganas de vomitar. La señora Weasley seguía con una mano sobre su pecho, a la vez que con la otra cogía del brazo a su marido. El señor Weasley se mantenía serio, con una expresión que aparentaba neutralidad, pero quedaba claro para todo el que lo mirara con un poco de atención que lo que estaban leyendo le afectaba.

Pero los que peor estaban eran Fred, Percy y George. Sentados en ese orden, de forma que los gemelos no podían apoyarse el uno en el otro sin que Percy estuviera en medio, los tres trataban de mantener expresiones similares a la de su padre, sin éxito.

Dejó la varita a un lado, cogió a Ginny por los hombros y le dio la vuelta. Tenía la cara tan blanca y fría como el mármol, aunque los ojos estaban cerrados, así que no estaba petrificada. Pero entonces tenía que estar…

La señora Weasley gimió. De reojo, Harry vio que Ron cogía a Ginny de la muñeca con suavidad. Al otro lado de Harry, Hermione parecía consternada.

— Pensaba que solo te la habías encontrado inconsciente — susurró. — No… fría.

A Harry le dio un escalofrío, que no pasó desapercibido para ninguno de los cuatro ocupantes del sofá debido a lo apretados que estaban. Ginny le sonrió para darle ánimos y Harry se sintió fatal por ello. Era ella la que estaba reviviendo un momento traumático, no él. ¡Él tendría que apoyarla a ella, no al revés!

. Ginny, por favor, despierta —susurró Harry sin esperanza, agitándola. La cabeza de Ginny se movió, inanimada, de un lado a otro.

La señora Weasley miraba al libro y a Ginny una y otra vez, como asegurándose de que su hija seguía allí.

No despertará —dijo una voz suave. Harry se enderezó de un salto.

Esta vez, fue a Ginny a quien le dio un escalofrío. Harry, queriendo devolverle el favor, estuvo a punto de sonreírle para animarla, pero no le pareció apropiado. Internamente en pánico, trató de pensar algo con lo que ayudar, pero Ron se le había adelantado al pasarle el brazo sobre los hombros.

El resto del comedor estaba totalmente enfrascado en la lectura. Nadie dudaba: la persona que acababa de aparecer debía ser el heredero.

Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado contra la columna más cercana, mirándole. Tenía los contornos borrosos, como Harry si lo estuviera mirando a través de un cristal empañado. Pero no había dudas sobre quién era.

Tom… ¿Tom Ryddle?

Se oyeron jadeos.

— Yo tenía razón — dijo Ernie con los ojos como platos. — Os lo dije. ¡Ryddle abrió la cámara y le echó la culpa a Hagrid!

— Es imposible — bufó un chico de Gryffindor. — El diario mostró los recuerdos de Ryddle, ¿os acordáis? Supongo que el diario funcionaba como un pensadero.

— Me temo que se equivoca, señor Towler — intervino Dumbledore. — El diario no era un pensadero, sino un objeto marcado por las artes oscuras. Los recuerdos que mostró no tenían el objetivo de informar, sino de manipular.

Muchos lo escuchaban con la boca abierta.

— Pero… ¿quién era Ryddle? — preguntó Hannah Abbott. — Quiero decir… Ryddle estudió aquí hace cincuenta años. ¿Cómo regresó a Hogwarts hace tres años?

— Utilizando una magia muy oscura y poderosa — respondió el director, con ojos apagados y expresión seria.

La señora Pomfrey siguió leyendo antes de que alguien pudiera hacer más preguntas.

Ryddle asintió con la cabeza, sin apartar los ojos del rostro de Harry.

¿Qué quieres decir? ¿Por qué no despertará? —dijo Harry desesperado—. ¿Ella no está… no está…?

— Pobrecito — dijo Demelza Robins.

— Pobrecita ella — replicó una amiga suya.

Todavía está viva —contestó Ryddle—, pero por muy poco tiempo.

— Más quisieras — murmuró Ginny.

Harry lo miró detenidamente. Tom Ryddle había estudiado en Hogwarts hacía cincuenta años, y sin embargo allí, bajo aquella luz rara, neblinosa y brillante, aparentaba tener dieciséis años, ni un día más.

—Qué mal rollo — se quejó Dean. Muchos asintieron.

¿Eres un fantasma? —preguntó Harry dubitativo.

Soy un recuerdo —respondió Ryddle tranquilamente— guardado en un diario durante cincuenta años.

Más que un recuerdo, pensó Harry, sin saber que Dumbledore pensaba exactamente lo mismo, pero por distintas razones.

Ryddle señaló hacia los gigantescos dedos de los pies de la estatua. Allí se encontraba, abierto, el pequeño diario negro que Harry había hallado en los aseos de Myrtle la Llorona. Durante un segundo, Harry se preguntó cómo habría llegado hasta allí. Pero tenía asuntos más importantes en los que pensar.

— No, creo que deberías concentrarte en el diario — dijo Cormac McLaggen. Harry aguantó las ganas de rodar los ojos, pero algo de su exasperación debió notarse en su cara, porque Ginny lo miró con una sonrisita.

— ¿No le vas a recordar que han pasado años de eso? — preguntó en un susurro.

— ¿Serviría de algo? — respondió Harry. Ginny negó con la cabeza.

Tienes que ayudarme, Tom —dijo Harry, volviendo a levantar la cabeza de Ginny—. Tenemos que sacarla de aquí. Hay un basilisco… No sé dónde está, pero podría llegar en cualquier momento. Por favor, ayúdame…

Esta vez, fue Harry quien gimió, tapándose la cara con las manos. Hermione le daba palmaditas en el hombro en señal de apoyo, a la par que varias voces comentaban lo inocente que estaba siendo.

Ryddle no se movió. Harry, sudando, logró levantar a medias a Ginny del suelo,

— No te ofendas, pero con lo esmirriado que eras, no habrías podido llevarla en brazos hasta el castillo ni en diez horas — dijo Fred. Aunque su tono era de broma y estaba medio sonriendo, había algo duro en sus facciones que Harry reconoció como culpa.

Harry podía entenderlo perfectamente, aunque no le parecía que los Weasley tuvieran motivos para sentirse culpables. ¡

y se inclinó a recoger su varita. Pero la varita ya no estaba.

¿Has visto…?

Levantó los ojos. Ryddle seguía mirándolo… y jugueteaba con la varita de Harry entre los dedos.

— No tenías que haberla dejado en el suelo, Potter — gruñó Moody. Harry contuvo las ganas de recordarle que ya lo sabía.

Gracias —dijo Harry, tendiendo la mano para que el muchacho se la devolviera.

Una sonrisa curvó las comisuras de la boca de Ryddle. Siguió mirando a Harry, jugando indolente con la varita.

— Qué inocente — dijo Lavender.

— Qué estúpido — dijo Malfoy al mismo tiempo.

Escucha —dijo Harry con impaciencia. Las rodillas se le doblaban bajo el peso muerto de Ginny—. ¡Tenemos que huir! Si aparece el basilisco…

— ¿Se te doblaban las rodillas? ¿Tanto peso? — dijo Ginny.

— ¿Eh? ¡No! Claro que no — respondió Harry, entrando en pánico hasta que vio que Ginny intentaba no reír.

— Tranquilo, tranquilo — dijo ella, sonriendo. — Sé que mi peso era normal… y que tu fuerte no es precisamente la fuerza física.

Harry protestó, indignado.

— Soy más fuerte de lo que parezco.

Ginny lo miró con una ceja alzada. Era obvio que se divertía y, a decir verdad, eso alegraba mucho a Harry. Puede que no se le diera bien consolar a la gente, pero podía distraerla y hacerle el rato más ameno si se lo proponía.

No vendrá si no es llamado —dijo Ryddle con toda tranquilidad. Harry volvió a posar a Ginny en el suelo, incapaz de sostenerla.

— Tienes que hacer pesas — dijo Sirius en voz alta, haciendo que se oyeran algunas risitas.

— No podías ni levantarme — Ginny fingió estar indignada. — ¿Qué clase de héroe eres?

Harry jadeó.

— No soy ningún…

— Eso, Harry — se metió Fred. Los ojos le brillaban ante la oportunidad de meterse con Harry. — ¿Qué clase de héroe de cuento no puede levantar a la princesa?

Esta vez, Ginny se indignó de verdad.

— ¿Princesa?

— Creo que a la princesa no le gusta que la llamen así — intervino Bill, ganándose una mirada traicionada de Ginny que le hizo estallar en carcajadas.

— Creo que lo de princesa no te pega mucho. Vas a tener que sacarte a ti misma de la cámara, porque el héroe del cuento no puede contigo — dijo Dean, sonriendo. Ginny le sonrió de vuelta y, durante un segundo, Harry recordó que esos dos serían pareja en el futuro.

No le gustó la idea, aunque no habría sabido decir por qué.

— Ahora sí que puedo levantarte — dijo Harry, haciendo que Ginny volviera a mirarlo a él.

— No sé yo… — respondió Ginny, cogiendo a Harry de la muñeca y fingiendo examinar su brazo.

Harry se puso en pie y, antes de que Ginny pudiera protestar, la cogió en brazos, pasando un brazo por su espalda y otro detrás de sus rodillas. Ginny dejó escapar un grito ahogado y se agarró con fuerza a Harry.

— ¿Decías?

— ¡Vale, vale! — exclamó Ginny. Se oyeron algunos silbidos y aplausos, a la vez que muchas risas. — Te creo. ¡Bájame!

Harry volvió a dejarla en el sofá, orgulloso de sí mismo. Si hubiera mirado a Michael Corner, habría visto que el chico tenía cara de haberse comido un gusarajo vivo. Cho Chang tampoco parecía muy contenta.

La señora Pomfrey siguió leyendo, disimulando una pequeña sonrisa.

¿Qué quieres decir? —preguntó—. Mira, dame la varita, podría necesitarla.

La sonrisa de Ryddle se hizo más evidente.

No la necesitarás —repuso.

El ambiente agradable y divertido de hacía unos segundos comenzó a tornarse tenso otra vez.

— Me está cayendo muy mal ese tío —dijo Seamus. Muchos asintieron.

Harry lo miró.

¿A qué te refieres, yo no…?

He esperado este momento durante mucho tiempo, Harry Potter —dijo Ryddle— . Quería verte. Y hablarte.

— ¿Qué? — exclamó Angelina. — ¿Por qué querría ver a Harry?

Incómodo, Harry evitó hacer contacto visual con todos aquellos que lo miraban, esperando una respuesta.

Mira —dijo Harry, perdiendo la paciencia—, me parece que no lo has entendido: estamos en la Cámara de los Secretos. Ya tendremos tiempo de hablar luego.

Vamos a hablar ahora —dijo Ryddle, sin dejar de sonreír, y se guardó en el bolsillo la varita de Harry.

— No me imagino a Quien-Tú-Sabes sonriendo — dijo Ron en voz baja. — Voy a tener pesadillas con esa imagen.

— No era Quien-Tú-Sabes — replicó Ginny en un susurro. — Era Tom.

Harry asintió, preguntándose cómo aquel joven había podido convertirse en lo que él había visto unos meses atrás, la noche de la tercera prueba.

Mata al otro.

Avada…

Haciendo un esfuerzo, volvió a concentrarse en la lectura.

Harry lo miró. Allí sucedía algo muy raro.

— ¿Tú crees? — ironizó Zacharias Smith.

¿Cómo ha llegado Ginny a este estado? —preguntó, hablando despacio.

Ginny respiró hondo. Este era el momento: toda la verdad iba a ser revelada.

De reojo, Harry vio que todos los Weasley parecían más preparados que antes para lo que estaban a punto de leer.

Bueno, ésa es una cuestión interesante —dijo Ryddle, con agrado—. Es una larga historia. Supongo que el verdadero motivo por el que Ginny está así es que le abrió el corazón y le reveló todos sus secretos a un extraño invisible.

Se escucharon murmullos.

— ¿Un extraño invisible? — dijo Susan Bones, confundida.

Ginny los ignoró a todos.

¿De qué hablas? —dijo Harry.

Del diario —respondió Ryddle—. De mi diario. La pequeña Ginny ha estado escribiendo en él durante muchos meses, contándome todas sus penas y congojas:

Ginny se tensó. Ron volvió a tomarle la mano.

que sus hermanos se burlaban de ella,

Se oyeron jadeos. Fred, George y Percy parecieron especialmente culpables.

que tenía que venir al colegio con túnica y libros de segunda mano,

Arthur y Molly Weasley parecieron muy tristes en ese momento. Ginny tenía la vista fija en el libro y evitaba mirar a cualquier miembro de su familia. Estaba tan tensa que Harry pensó que le iban a dar calambres si no se relajaba.

que… —A Ryddle le brillaron los ojos—… pensaba que el famoso, el bueno, el gran Harry Potter no llegaría nunca a quererla…

Se escucharon algunos bufidos, que podían disimular alguna que otra risa. Harry se atragantó con su propia saliva, a la par que Ginny gemía y escondía la cara entre las manos, hundiéndose en el sofá.

Mientras hablaba, Ryddle mantenía los ojos fijos en Harry. Había en ellos una mirada casi ávida.

— Creo que Ryddle estaba más interesado en ti que en Ginny — murmuró Neville. Harry no quiso decirle cuánta razón tenía.

Es una lata tener que oír las tonterías de una niña de once años —siguió—. Pero me armé de paciencia. Le contesté por escrito. Fui comprensivo, fui bondadoso. Ginny, simplemente, me adoraba: Nadie me ha comprendido nunca como tú, Tom… Estoy tan contenta de poder confiar en este diario… Es como tener un amigo que se puede llevar en el bolsillo…

— No lo entiendo — dijo Katie Bell, inquieta. — Si tanto le molestaba escuchar a una niña, ¿por qué lo hacía?

— Para utilizarme — respondió Ginny en voz alta, aunque la voz le temblaba. Casi todo el comedor se giró a mirarla con ansias, pero la señora Pomfrey siguió leyendo y desvió la atención hacia sí misma.

Ryddle se rió con una risa potente y fría que parecía ajena. A Harry se le erizaron los pelos de la nuca.

También sucedió en el presente.

Si es necesario que yo lo diga, Harry, la verdad es que siempre he fascinado a la gente que me ha convenido. Así que Ginny me abrió su alma, y era precisamente su alma lo que yo quería.

Harry se fijó entonces en Dumbledore, quien escuchaba la lectura con el rostro lleno de sombras, sin que hubiera rastro de su brillo característico en la mirada que tenía puesta en el libro.

Me hice cada vez más fuerte alimentándome de sus temores y de sus profundos secretos. Me hice más poderoso, mucho más que la pequeña señorita Weasley. Lo bastante poderoso para empezar a alimentar a la señorita Weasley con algunos de mis propios secretos, para empezar a darle un poco de mi alma…

Harry tragó saliva. La idea de Voldemort dándole un poco de su alma a alguien le parecía absolutamente aterradora.

¿Qué quieres decir? —preguntó Harry, con la boca completamente seca.

¿Todavía no lo adivinas, Harry Potter? —dijo sin inmutarse Ryddle—.

La señora Pomfrey tomó aire antes de leer:

Ginny Weasley abrió la Cámara de los Secretos.

Se hizo el silencio absoluto. Algunas personas se llevaron las manos a la boca, en muecas de sorpresa e incredulidad. Miraban al libro y a Ginny, como esperando a que ella contradijera lo que se acababa de leer, pero Ginny seguía hundida en el sofá y mantenía la vista fija en la señora Pomfrey.

Ella retorció el pescuezo a los gallos del colegio y pintarrajeó pavorosos mensajes en las paredes. Ella echó la serpiente de Slytherin contra los cuatro sangre sucia y el gato del squib.

— Es imposible — dijo Neville en un susurro.

Parvati y Lavender miraban a Ginny como si fuera la primera vez que la estuvieran viendo, y no eran las únicas que lo hacían.

El comedor estalló en decenas de exclamaciones.

— ¿De verdad fue ella? — se escuchó decir a alguien de Ravenclaw.

— ¿Y qué hace aquí? ¡Deberían expulsarla! — chilló Marietta Edgecombe.

— Efectivamente — dijo la profesora Umbridge.

Varios Weasleys se pusieron en pie.

— ¡De eso nada! — exclamó Charlie. — No fue su culpa.

— No me puedo creer que fuera Weasley — dijo Romilda Vane. Miró a Ginny directamente antes de decir: — ¿Cómo puedes soportar estar en Hogwarts sabiendo que estuviste a punto de matar a toda esa gente? ¿Es que no tienes corazón?

Ginny abrió la boca para contestar, pero Harry se le adelantó.

— ¿Qué estás diciendo? — le espetó a la chica. — ¿Es que no estás escuchando nada de lo que estamos leyendo? Fue culpa del diario.

— ¡Mató a los gallos de Hagrid! — exclamó Romilda. — ¿Eso también fue culpa del diario?

— TODO fue culpa del diario — replicó Harry. Le echó una mirada tan mordaz a Romilda que la chica fue incapaz de volver a abrir la boca.

— ¡Dejad de decir tonterías! — gritó Colin Creevey. — Ginny es mi amiga. ¿Creéis que seguiría considerándola mi amiga si hubiera intentado matarme?

Eso hizo pensar a muchos.

— No te ofendas, Creevey — dijo Zabini. — Pero no eres precisamente la persona más inteligente, así que no me extrañaría…

Mientras los Creevey le gritaban a Zabini, las discusiones seguían a lo largo del comedor.

— Ella usaba el diario — dijo Cormac McLaggen. — Abrió la cámara y nos puso en peligro a todos. La verdad, no sé por qué le permitieron quedarse en Hogwarts.

— Cierra la boca, McLaggen — gruñó Ron. — O te la cierro yo a golpes.

— Ron, no — intervino la señora Weasley.

— No creo que Ginny lo hiciera aposta — se escuchó la voz de Michael Corner. — No es esa clase de persona…

— ¿No acabas de cortar con ella? Tan buena no será — le contestó un amigo.

Se oyó a Ernie decir:

— Si se dejó convencer para abrir la cámara, ¿qué nos asegura que no volverá a hacer algo similar?

Pero esa fue la gota que colmó el vaso.

— No hables de lo que no sabes — replicó Ginny poniéndose en pie, furiosa. — ¿Qué es eso de que me dejé convencer?

Al darse cuenta de que Ginny estaba hablando, muchos se callaron, queriendo escuchar cada palabra.

— Quiero decir que… — Ernie pareció apurado al darse cuenta de la cantidad de gente que lo estaba escuchando ahora. Además, si a Harry le hubieran mirado todos los Weasley de la forma en la que estaban mirando ahora a Ernie, él también se habría puesto muy nervioso. — Lo que digo es que si el diario te convenció de abrir la cámara aquella vez, quizá…

— El diario no me convenció de nada — afirmó Ginny. Estaba tan enfadada que Harry habría jurado que su cabeza estaba ardiendo, aunque solo era el efecto provocado por el color de su pelo. — Cosa que sabrías si cerraras la boca y dejaras leer a la señora Pomfrey.

— Una idea estupenda, señorita Weasley — intervino el profesor Dumbledore. — Poppy, si no te importa…

La señora Pomfrey siguió leyendo de inmediato, obligando a todo el mundo a callarse.

No —susurró Harry.

Sí —dijo Ryddle con calma—. Por supuesto, al principio ella no sabía lo que hacía. Fue muy divertido.

— Sádico… — escupió George.

— ¿Al principio? — dijo Lisa Turpin. — ¿Significa eso que después supo lo que estaba haciendo y aun así continuó?

— Por supuesto — ironizó Ginny. — En cuanto me enteré de que estaba lanzando un monstruo asesino contra mis amigos, me alegré tanto que decidí bajar a la cámara para celebrarlo.

Lisa Turpin pareció contrariada ante la contestación de Ginny, pero Harry sentía que se la merecía. Por su parte, Ginny había vuelto a sentarse y mantenía la cabeza bien alta, aunque con solo ver lo tensos que tenía los músculos quedaba claro que estaba de todo menos relajada.

Me gustaría que hubieras podido ver las anotaciones que escribía en el diario… Se volvieron mucho más interesantes…

— Pedazo de…

Harry no se habría esperado escuchar a Percy insultar a alguien de esa forma.

Querido Tom —recitó, contemplando la horrorizada cara de Harry—, creo que estoy perdiendo la memoria. He encontrado plumas de gallo en mi túnica y no sé por qué están ahí.

Se hizo el silencio. La tensión que había ido acumulándose a lo largo de todo el día incrementó hasta hacerse casi insoportable.

Querido Tom, no recuerdo lo que hice la noche de Halloween, pero han atacado a un gato y yo tengo manchas de pintura en la túnica.

El silencio era total y muchos parecían estar arrepintiéndose de las cosas que habían dicho. Las expresiones horrorizadas de algunos eran prueba suficiente de ello.

Ginny volvió a hundirse en el sofá. Fue casi como si se hubiera desinflado y, durante un momento, Harry temió que se pusiera a llorar. Pero sus ojos estaban totalmente secos.

Querido Tom, Percy me sigue diciendo que estoy pálida y que no parezco yo. Creo que sospecha de mí…

— ¿Qué? —exclamó Percy. — No, no. ¡Claro que no! Jamás habría pensado…

— Lo sé — dijo Ginny con suavidad.

Hoy ha habido otro ataque y no sé dónde me encontraba en aquel momento. ¿Qué voy a hacer, Tom? Creo que me estoy volviendo loca. ¡Me parece que soy yo la que ataca a todo el mundo, Tom!

— Así que ella no era consciente de nada — dijo Katie Bell. — Eso es… horriblemente cruel.

— Era como si tuviera a otra persona dentro de mi cabeza — dijo Ginny, con la mirada perdida, como si estuviera viendo otra época que ellos no podían ver. Aunque su tono de voz era bajo, el silencio era tan abrumador que cada sílaba se escuchaba perfectamente. — De pronto me despertaba en un sitio y no recordaba cómo había llegado allí. Había horas en las que no recordaba lo que había hecho. No entendía nada…

— Ese diario — habló Dumbledore con suavidad, provocando que todo el mundo lo mirara a él — era una de las muestras de magia oscura más grandes que jamás he visto. Tenía la capacidad de tomar el control absoluto sobre cualquiera que escribiera en él el tiempo suficiente. De hecho, incluso sin escribir en él, tenía un poder de atracción que conseguía embaucar fácilmente a su víctima.

Harry asintió solemnemente antes de decir en voz alta:

— No fui capaz de tirarlo. — Levantó la cabeza para mirar a la cara a tantos estudiantes como pudo. — Cuando lo encontré en los aseos de Myrtle, no pude tirarlo a la basura, a pesar de creer que no era nada importante. ¿Os acordáis?

— Es verdad — dijo Angelina lentamente. — Lo guardaste e incluso lo llevaste contigo durante un tiempo. ¿No fue así como descubriste que absorbía la tinta?

Harry asintió de nuevo.

— No sé si podéis entenderlo, porque no habéis estado en contacto con el diario — siguió diciendo Harry. — Pero os puedo asegurar que era…

Luchó para encontrar una palabra adecuada, pero Ginny se le adelantó.

— Malvado. Era malvado — dijo, levantando la mirada por primera vez desde que habían leído las burlas de Ryddle. — Y poderoso.

Se volvió a hacer el silencio. Dumbledore le indicó a la señora Pomfrey que siguiera leyendo.

Harry tenía los puños apretados y se clavaba las uñas en las palmas.

Ginny sonrió débilmente y le cogió la mano, girándola entre las suyas.

— Menos mal que no sueles tener las uñas largas — dijo en voz baja, trazando con un dedo la palma de su mano. A Harry se le erizó la piel.

Le llevó mucho tiempo a esa tonta de Ginny dejar de confiar en su diario — explicó Ryddle—. Pero al final sospechó e intentó deshacerse de él. Y entonces apareciste tú, Harry. Tú lo encontraste, y nada podría haberme hecho tan feliz. De todos los que podrían haberlo cogido, fuiste tú, la persona a la que yo tenía más ganas de conocer…

— ¿Por qué? — preguntó Justin, confundido. — ¿Por qué un estudiante de hace cincuenta años querría conocer a Harry?

— Mejor pregúntate por qué un estudiante de hace cincuenta años querría matarnos a todos — replicó Lee Jordan.

¿Y por qué querías conocerme? —preguntó Harry. La ira lo embargaba y tenía que hacer un gran esfuerzo para mantener firme la voz.

Bueno, verás, Ginny me lo contó todo sobre ti, Harry —dijo Ryddle—. Toda tu fascinante historia.

Ginny gimió y le soltó la mano a Harry como si quemara. Harry quería decirle que no pasaba nada, que no le molestaba, pero no sabía cómo hacerlo.

Sus ojos vagaron por la cicatriz en forma de rayo que Harry tenía en la frente, y su expresión se volvió más ávida—. Quería averiguar más sobre ti, hablar contigo, conocerte si era posible, así que decidí mostrarte mi famosa captura de ese zopenco, Hagrid, para ganarme tu confianza.

Se oyeron jadeos.

— Zopenco serás tú, desgraciado — gruñó Hagrid.

Hagrid es mi amigo —dijo Harry, con voz temblorosa—. Y tú lo acusaste, ¿no? Creí que habías cometido un error, pero…

Ryddle volvió a reírse con su risa sonora.

— Menudo hijo de perra — exclamó Seamus.

— ¿Cómo se puede ser tan rastrero? — dijo Angelina, roja de furia.

— Seguro que ha hecho cosas peores desde entonces — dijo Luna. Neville la miró escandalizado.

— ¿Cómo sabes eso?

— No lo sé — replicó ella. — Pero creo que es obvio.

Era mi palabra contra la de Hagrid. Bueno, ya te puedes imaginar lo que pensaría el viejo Armando Dippet. Por un lado, Tom Ryddle, pobre pero muy inteligente, sin padres pero muy valeroso, prefecto del colegio, estudiante modelo;

— Mira, como tú — le susurró Fred a Percy. — Solo que tú sí que tienes padres.

— Sí, deberías hablar con ellos, ¿no crees? — dijo George con ironía. Percy se había puesto blanco.

— Lo haré — dijo, con la voz firme a pesar de lo pálido que estaba. — Cuando acabemos de leer.

— A ver si es verdad — murmuró Fred en un tono que demostraba que no creía que Percy fuera a hacerlo.

Viendo la expresión en la cara de Percy, Harry estaba seguro de que iba a cumplir su palabra.

por el otro lado, el grandón e idiota de Hagrid, que tenía problemas cada dos por tres, que intentaba criar cachorros de hombre lobo debajo de la cama, que se escapaba al bosque prohibido para luchar con los trols.

— ¿Cachorros de hombre lobo? — exclamó alguien de tercero.

El profesor Lupin miraba a Hagrid con una ceja alzada y media sonrisa.

— No se me ocurre como alguien podría hacer eso — dijo en voz alta. — Como mucho, me creo que intentaras criar cachorros de lobo…

— Ni siquiera eran lobos — admitió Hagrid. — Pero como eran peludos y tenían cuatro patas, Ryddle se inventó que lo eran.

Pero admito que incluso yo me sorprendí de lo bien que funcionó mi plan. Creía que alguien al fin comprendería que Hagrid no podía ser el heredero de Slytherin. Me había llevado cinco años averiguarlo todo sobre la Cámara de los Secretos y descubrir la entrada oculta… ¡como si Hagrid tuviera la inteligencia o el poder necesarios!

Varios de indignaron ante ese insulto a Hagrid, pero al guardabosques no parecía importarle lo más mínimo la opinión de Ryddle.

»Sólo el profesor de Transformaciones, Dumbledore, creía en la inocencia de Hagrid.

— ¿Profesor de transformaciones? — dijo una niña de primero. — ¿Y la profesora McGonagall?

— Yo ni siquiera era una estudiante en aquella época — replicó McGonagall.

Convenció a Dippet para que retuviera a Hagrid y le enseñara el oficio de guarda. Sí, creo que Dumbledore podría haberlo adivinado. A Dumbledore nunca le gusté tanto como a los otros profesores…

Muchos miraron a Dumbledore con renovado respeto. Sin embargo, todavía había quienes dudaban de su cordura y su credibilidad, después de todo lo sucedido en meses anteriores.

Me apuesto algo a que Dumbledore descubrió tus intenciones —dijo Harry, rechinando los dientes.

Bueno, es verdad que él me vigiló mucho más después de la expulsión de Hagrid, me fastidió bastante —dijo Ryddle sin darle importancia—. Me di cuenta de que no sería prudente volver a abrir la cámara mientras siguiera estudiando en el colegio. Pero no iba a desperdiciar todos los años que había pasado buscándola. Decidí dejar un diario, conservándome en sus páginas con mis dieciséis años de entonces, para que algún día, con un poco de suerte, sirviese de guía para que otro siguiera mis pasos y completara la noble tarea de Salazar Slytherin.

— ¿Noble tarea? — repitió Angelina, asqueada.

— ¿Te das cuenta de que Quien-Tú-Sabes tuvo que entrar a los baños de las chicas buscando la cámara? — susurró Ron. — ¿Crees que alguna vez lo pillaron allí? Debieron pensar que pretendía espiar a las chicas…

Harry hizo un esfuerzo por no sonreír. Deseaba con todas sus ganas que alguien hubiera pillado a Voldemort y le hubiera echado la bronca por estar allí. La imagen mental de Myrtle la Llorona regañando a Voldemort casi hizo que riera en voz alta.

Bueno, pues no la has completado —dijo Harry en tono triunfante—. Nadie ha muerto esta vez, ni siquiera el gato. Dentro de unas pocas horas la pócima de mandrágora estará lista y todos los petrificados volverán a la normalidad.

— ¿Qué es eso de "ni siquiera el gato", Potter? — le espetó Filch. Harry no le contestó.

¿No te he dicho todavía —dijo Ryddle con suavidad—que ya no me preocupa matar a los sangre sucia? Desde hace meses mi nuevo objetivo has sido… tú.

— ¿Pero por qué? — preguntó Cho Chang. — Harry no es nacido de muggles.

Harry lo miró—. Imagina mi disgusto cuando alguien volvió a abrir mi diario, y ya no eras tú quien me escribía, sino Ginny. Ella te vio con el diario y se puso muy nerviosa. ¿Y si averiguabas cómo funcionaba, y el diario te contaba todos sus secretos? ¿Y si, lo que aún era peor, te decía quién había retorcido el pescuezo a los pollos? Así que esa mocosa esperó a que tu dormitorio quedara vacío y te lo robó.

— ¡Fue ella! — exclamaron algunas voces.

— Perdón por eso — dijo Ginny, evitando mirar a nadie. Neville tenía los ojos como platos.

— No pasa nada — le aseguró Harry. — Y ya me has pedido perdón, ¿recuerdas?

Pero yo ya sabía lo que tenía que hacer. Era evidente que tú ibas detrás del heredero de Slytherin. Por todo lo que Ginny me había dicho sobre ti, yo sabía que irías al fin del mundo para resolver el misterio… y más si atacaban a uno de tus mejores amigos.

— Espera — dijo Sirius. — ¿Atacaron a Hermione a propósito para llegar a ti?

Harry hizo una mueca. Por su parte, Hermione no parecía nada molesta. Quizá era que todavía le duraba la emoción por todo lo visto en el pensadero, pero le sonrió a Harry como queriendo decir "No pasa nada".

Y Ginny me había dicho que todo el colegio era un hervidero de rumores porque te habían oído hablar pársel… Así que hice que Ginny escribiera en la pared su propia despedida y bajara a esperarte.

— ¿Cómo pudo Ginny entrar a la cámara si no sabe hablar pársel? — preguntó un chico de segundo.

— Ella no, pero Ryddle sí — replicó Terry Boot. — Si estaba poseída, seguramente podía hablar pársel sin problemas.

Luchó y gritó y se puso muy pesada. Pero ya casi no le quedaba vida: había puesto demasiado en el diario, en mí. Lo suficiente para que yo pudiera salir al fin de las páginas.

Ginny hizo una mueca al escuchar todo eso y cogió una de las almohadas que tenía cerca para esconder su cara con ella. Ron volvió a pasarle el brazo sobre los hombros.

He estado esperándote desde que llegamos. Sabía que vendrías. Tengo muchas preguntas que hacerte, Harry Potter.

¿Como cuál? —soltó Harry, con los puños aún apretados.

Bueno —dijo Ryddle, sonriendo—, ¿cómo es que un bebé sin un talento mágico extraordinario derrota al mago más grande de todos los tiempos? ¿Cómo escapaste sin más daño que una cicatriz, mientras que lord Voldemort perdió sus poderes?

Se escucharon jadeos y exclamaciones.

— ¿Qué narices le importa eso? — bufó Seamus.

En aquel momento apareció un extraño brillo rojo en su mirada.

Harry pensó en los ojos rojos que veía cada noche en sus pesadillas. Ginny y Hermione notaron cómo su cuerpo se tensaba, porque ambas le hicieron muestras de apoyo.

¿Por qué te preocupa cómo me libré? —dijo Harry despacio—. Voldemort fue posterior a ti.

Voldemort —dijo Ryddle imperturbable— es mi pasado, mi presente y mi futuro, Harry Potter…

Durante unos segundos, que para Harry fueron eternos, nadie dijo nada. Y entonces, como si una bomba hubiera estallado, decenas de personas gritaron al mismo tiempo.

— ¡No puede ser!

— ¡ERA QUIEN-VOSOTROS-SABÉIS!

— ¿Estudió aquí, en Hogwarts?

— ¡Casi nos mata!

La señora Pomfrey tuvo que llamar a la calma dos veces antes de poder seguir leyendo.

Sacó del bolsillo la varita de Harry y escribió en el aire con ella tres resplandecientes palabras:

TOM SORVOLO RYDDLE

Luego volvió a agitar la varita, y las letras cambiaron de lugar:

SOY LORD VOLDEMORT

El comedor se sumió en un silencio atónito, mientras todos trataban de asimilar lo que estaban escuchando. Harry vio cómo más de uno sacaba trozos de pergamino y escribía el nombre de Tom Ryddle, queriendo comprobar que las letras coincidían.

— Imposible — farfulló Umbridge.

¿Ves? —susurró—. Es un nombre que yo ya usaba en Hogwarts, aunque sólo entre mis amigos más íntimos, claro. ¿Crees que iba a usar siempre mi sucio nombre muggle?

— Si es El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado, ¿por qué tiene un nombre muggle? — preguntó valientemente un chico de séptimo.

— Porque su padre era muggle — respondió Dumbledore. Se oyeron bufidos y jadeos a lo largo de todo el comedor, especialmente en la zona de Slytherin.

— Eso es imposible — replicó Draco Malfoy. Estaba muy pálido.

— Me temo que no lo es, señor Malfoy — dijo Dumbledore amablemente, haciéndole un gesto a la señora Pomfrey para que leyera.

¿Yo, que soy descendiente del mismísimo Salazar Slytherin, por parte de madre? ¿Conservar yo el nombre de un vulgar muggle que me abandonó antes de que yo naciera, sólo porque se enteró de que su mujer era bruja? No, Harry. Me di un nuevo nombre, un nombre que sabía que un día temerían pronunciar todos los magos, ¡cuando yo llegara a ser el hechicero más grande del mundo!

La gente trataba de asimilar toda la información, pero quedaba claro por sus caras que la mayoría estaba teniendo problemas para hacerlo.

— ¿Su padre lo abandonó? — dijo Alicia Spinnet. — ¿Y se crió en un orfanato?

— Todo esto no encaja con la imagen que tenía de Quien-Vosotros-Sabéis — dijo Katie Bell. Muchos asintieron, dándole la razón.

Entre los Slytherin, la sorpresa era evidente. Harry notó que varios de ellos murmuraban entre sí, nerviosos. Draco no era el único que estaba pálido, aunque su expresión desencajada le hacía parecer uno de los que peor se lo estaba tomando. Por otro lado, Nott parecía furioso, como si considerara que todo lo que estaban leyendo era mentira. Crabbe y Goyle seguían como siempre, si bien ambos tenían el ceño fruncido.

A Harry pareció bloqueársele el cerebro. Miraba como atontado a Ryddle, al huérfano que se convirtió en el asesino de sus padres, y de otra mucha gente… Al final hizo un esfuerzo por hablar.

No lo eres —dijo. Su voz aparentemente calmada estaba llena de odio.

¿No soy qué? —preguntó Ryddle bruscamente.

— No me imagino tu voz llena de odio — dijo Luna. — No te pega.

Anonadado, Harry no supo cómo contestar.

No eres el hechicero más grande del mundo —dijo Harry, con la respiración agitada—. Lamento decepcionarte pero el mejor mago del mundo es Albus Dumbledore.

Hagrid sonrió con ganas, mientras que algunos profesores parecieron orgullosos.

Sin embargo, Harry quería que la tierra lo tragase.

Todos lo dicen. Ni siquiera cuando eras fuerte te atreviste a apoderarte de Hogwarts. Dumbledore te descubrió cuando estabas en el colegio y todavía le tienes miedo, te escondas donde te escondas.

Harry tenía la vista fija en Dumbledore, aunque estaba preparado para fingir que no lo miraba en cuanto éste girara la cabeza, pero ese momento nunca llegó. El director tenía los ojos fijos en la señora Pomfrey y no parecía ni remotamente interesado en mirar a Harry.

De la cara de Ryddle había desaparecido la sonrisa, y había ocupado su lugar una mirada de desprecio absoluto.

¡A Dumbledore lo han echado del castillo gracias a mi simple recuerdo! —dijo Ryddle, irritado.

No está tan lejos como crees —replicó Harry. Hablaba casi sin pensar, con la intención de asustar a Ryddle y deseando, más que creyendo, que lo que afirmaba fuese verdad.

Ryddle abrió la boca, pero no dijo nada.

— Dejaste sin palabras a Quien-Tú-Sabes — dijo Neville, admirado.

Llegaba música de algún lugar.

Algunos se inclinaron hacia delante, creyendo que habían oído mal.

Ryddle se volvió para comprobar que en la cámara no había nadie más. Pero aquella música sonaba cada vez más y más fuerte. Era inquietante, estremecedora, sobrenatural. A Harry le puso los pelos de punta y le pareció que el corazón iba a salírsele del pecho. Luego, cuando la música alcanzó tal fuerza que Harry la sentía vibrar en su interior, surgieron llamas de la columna más cercana a él.

— No entiendo nada — anunció un Hufflepuff de séptimo. Muchas personas le dieron la razón.

Apareció de repente un pájaro carmesí del tamaño de un cisne, que entonaba hacia el techo abovedado su rara música. Tenía una cola dorada y brillante, tan larga como la de un pavo real, y brillantes garras doradas, con las que sujetaba un fardo de harapos.

— Harapos — rió Ron en voz baja.

— Creo que el sombrero se ofendería si escuchara eso— añadió Hermione.

El pájaro se encaminó derecho a Harry, dejó caer el fardo a sus pies y se le posó en el hombro. Cuando plegó las grandes alas, Harry levantó la mirada y vio que tenía un pico dorado afilado y los ojos redondos y brillantes.

El pájaro dejó de cantar y acercó su cuerpo cálido a la mejilla de Harry, sin dejar de mirar fijamente a Ryddle.

Es un fénix —dijo Ryddle, devolviéndole una mirada perspicaz.

— ¡El fénix de Dumbledore! — exclamó un chico de tercero.

¿Fawkes? —musitó Harry, sintiendo la suave presión de las garras doradas.

Y eso —dijo Ryddle, mirando el fardo que Fawkes había dejado caer—, eso no es más que el viejo Sombrero Seleccionador del colegio.

— ¿Eh?

Así era. Remendado, deshilachado y sucio, el sombrero yacía inmóvil a los pies de Harry.

— ¿Por qué el fénix te ha llevado el sombrero seleccionador? — preguntó Tonks, confusa.

— Esto me lo han contado — sonrió Lupin. — Ahora verás.

Ryddle volvió a reír. Rió tan fuerte que su risa se multiplicó en la oscura cámara, como si estuvieran riendo diez Ryddles al mismo tiempo.

— Qué mal rollo — dijo una chica de sexto, estremeciéndose.

Ahora que todos sabían que era Voldemort quien reía, todo el mundo estaba de acuerdo con ella.

¡Eso es lo que Dumbledore envía a su defensor: un pájaro cantor y un sombrero viejo! ¿Te sientes más seguro, Harry Potter? ¿Te sientes a salvo?

Harry no respondió. No veía la utilidad de Fawkes ni del viejo sombrero, pero ya no se sentía solo, y aguardó con creciente valor a que Ryddle dejara de reír.

— Y tú dudando de si eras un Gryffindor o no — dijo Oliver Wood. — Leyendo eso, ¿sigues dudando?

— Pfff, no — respondió Harry.

A lo que íbamos, Harry —dijo Ryddle, sonriendo todavía con ganas—. En dos ocasiones, en tu pasado, en mi futuro, nos hemos encontrado. Han sido dos ocasiones en que no he logrado matarte. ¿Cómo sobreviviste? Cuéntamelo todo. Cuanto más hables —añadió con voz suave—, más tardarás en morir.

Estaba claro por las expresiones de muchos que deseaban que Harry le contestara a Voldemort.

Harry pensó deprisa, sopesando sus posibilidades. Ryddle tenía la varita; él tenía a Fawkes y el Sombrero Seleccionador, que no resultarían de gran utilidad en un duelo. No prometían mucho, la verdad. Pero cuanto más tiempo permaneciera Ryddle allí, menos vida le quedaría a Ginny… Harry percibió algo de pronto: en el tiempo que llevaban en la cámara, los contornos de la imagen de Ryddle se habían vuelto más claros, más corpóreos. Si Ryddle y él tenían que luchar, mejor que fuera pronto.

— ¿Cómo es posible que con doce años…? — empezó a decir la profesora Sprout.

McGonagall parecía tremendamente orgullosa, lo que a su vez hizo sentirse orgulloso a Harry.

Nadie sabe por qué perdiste tus poderes al atacarme —dijo bruscamente Harry —. Yo tampoco. Pero sé por qué no pudiste matarme: porque mi madre murió para salvarme. Mi vulgar madre de origen muggle —añadió, temblando de rabia—; ella evitó que me mataras. Y yo te he visto de verdad, te vi el año pasado. Eres una ruina. Apenas estás vivo. A esto te ha llevado todo tu poder. Te ocultas. ¡Eres horrible, inmundo!

El comedor estaba en absoluto silencio. Sin embargo, un segundo después de que la señora Pomfrey leyera esas palabras, Sirius se puso en pie y, riendo como un loco, se lanzó sobre Harry.

— ¡Has llamado inmundo a Voldemort! — exclamó, despeinándole el pelo.

— Y horrible, que no se te olvide — añadió Fred. — No me extraña que no te tenga mucho cariño.

Sonriendo, Harry se quitó de encima a Sirius, a quien parecía que le hubiera tocado la lotería.

Ryddle tenía el rostro contorsionado. Forzó una horrible sonrisa.

O sea que tu madre murió para salvarte. Sí, ése es un potente contrahechizo. Tenía curiosidad, ¿sabes? Porque existe una extraña afinidad entre nosotros, Harry Potter.

Eso llamó la atención de muchos. Se hizo el silencio y Harry gimió internamente.

Incluso tú lo habrás notado. Los dos somos de sangre mezclada, los dos huérfanos, los dos criados por muggles.

— ¿Y de quién es la culpa de que yo sea huérfano? — murmuró Harry.

Tal vez somos los dos únicos hablantes de pársel que ha habido en Hogwarts después de Slytherin. Incluso nos parecemos físicamente… Pero, después de todo, sólo fue suerte lo que te salvó de mí. Eso es lo que quería saber.

Todos escuchaban con interés. Harry casi pudo notar en el ambiente cómo las opiniones sobre él variaban.

— La verdad… eso da muy mal rollo — dijo Seamus. Harry lo miró fijamente, esperando que el chico volviera a ponerse en su contra, pero Seamus no dijo nada más.

— ¿Os parecéis físicamente? — preguntó Parvati con un hilo de voz.

Harry rodó los ojos.

— Tenemos el pelo del mismo color. Y más o menos la misma estatura, creo — dijo, tratando de recordar al Ryddle del diario. — Y ya está.

Eso pareció tranquilizar a muchos. Sin embargo, los profesores que habían estado en Hogwarts durante los años escolares de Ryddle, sabían que las similitudes iban un poco más allá. Tenían el mismo tipo de cuerpo: alto, delgado, con facciones marcadas. Pero los ojos de Ryddle habían sido oscuros y fríos, y contrastaban con el verde vibrante de Harry.

Harry permaneció quieto, tenso, aguardando que Ryddle levantara su varita. Pero Ryddle se limitaba a exagerar más su sonrisa contrahecha.

Ahora, Harry, voy a darte una pequeña lección. Enfrentemos los poderes de lord Voldemort, heredero de Salazar Slytherin, contra el famoso Harry Potter, que tiene de su parte las mejores armas de Dumbledore.

— ¿Van a tener un duelo? — dijo un alumno de cuarto con emoción.

Ryddle dirigió una mirada socarrona a Fawkes y al Sombrero Seleccionador, y luego anduvo unos pasos en dirección opuesta. Harry, notando que el miedo se le extendía por las entumecidas piernas,

Harry hizo una mueca.

vio que Ryddle se detenía entre las altas columnas y dirigía la mirada al rostro de Slytherin, que se elevaba sobre él en la oscuridad. Ryddle abrió la boca y silbó… pero Harry comprendió lo que decía.

Háblame, Slytherin, el más grande de los Cuatro de Hogwarts.

Harry se volvió hacia la estatua. Fawkes se balanceaba sobre su hombro.

El gigantesco rostro de piedra de la estatua de Slytherin se movió y Harry vio, horrorizado, que abría la boca, más y más, hasta convertirla en un gran agujero.

— ¿La estatua hablaba? — preguntó alguien con tono de estar viviendo sus peores pesadillas.

Algo se movía dentro de la boca de la estatua. Algo que salía de su interior. Harry retrocedió hasta dar de espaldas contra la pared de la cámara y cerró fuertemente los ojos.

Se escucharon gritos.

— ¿¡Te ha soltado al basilisco?! — exclamó Dean.

— ¡Menudo cobarde! — dijo Sirius, furioso.

Sintió que el ala de Fawkes le rozaba el rostro al emprender el vuelo. Harry quiso gritar: «¡No me dejes!» Pero ¿de qué le podía valer un fénix contra el rey de las serpientes?

Harry esperó a que alguien se riera de él, pero nadie lo hizo. Su mirada se dirigió directamente a Malfoy, pero éste no parecía disfrutar del miedo de Harry, para su sorpresa.

Una gran mole golpeó contra el suelo de piedra de la cámara, y Harry notó que toda la estancia temblaba. Sabía lo que estaba ocurriendo, podía sentirlo, podía ver sin abrir los ojos la gran serpiente desenroscándose de la boca de Slytherin. Entonces oyó una voz silbante.

Mátalo.

Muchos jadearon. Se agarraban a las almohadas y a sus amigos, inmersos en la historia.

— ¿Cómo sobreviviste? — preguntó Neville con un hilo de voz. Harry le sonrió, pero no respondió.

El basilisco se movía hacia Harry, éste podía oír su pesado cuerpo deslizándose lentamente por el polvoriento suelo. Con los ojos cerrados, Harry comenzó a moverse a ciegas hacia un lado, palpando con las manos el camino. Ryddle reía…

Todos escuchaban con horror la narración de la señora Pomfrey.

— No puede ser real — dijo Ernie, con los ojos abiertos en una expresión de terror. — Es imposible que sobrevivieras si te soltó al basilisco encima.

Harry tropezó. Cayó contra la piedra y notó el sabor de la sangre. La serpiente se encontraba a un metro escaso de él, y Harry la oía acercarse.

Más jadeos y gritos ahogados. Harry casi habría disfrutado ver lo asustados que parecían todos por algo que había pasado hace años si no fuera porque Ginny estaba pálida como la cera.

— ¿Estás bien? — le susurró. La chica asintió.

De repente oyó un ruido fuerte, como un estallido, justo encima de él, y algo pesado lo golpeó con tanta fuerza que lo tiró contra el muro. Esperando que la serpiente le hincara los colmillos, oyó más silbidos enloquecidos y algo que azotaba las columnas.

No pudo evitarlo. Abrió los ojos lo suficiente para vislumbrar qué sucedía.

— ¡No! — chilló Hermione, agarrando a Harry del brazo.

— ¿Cómo se te ocurre hacer eso? — exclamó la señora Weasley, que parecía al borde de la historia.

— No lo pude evitar — se excusó Harry. Muchos lo miraban como si estuviera loco.

La serpiente, de un verde brillante y gruesa como el tronco de un roble, se había alzado en el aire y su gran cabeza roma zigzagueaba como borracha entre las columnas. Temblando, Harry se preparó a cerrar los ojos en cuanto el monstruo hiciera ademán de volverse, y entonces vio qué era lo que había enloquecido a la serpiente.

Fawkes planeaba alrededor de su cabeza, y el basilisco le lanzaba furiosos mordiscos con sus colmillos largos y afilados como sables.

— Al final el pájaro va a resultar útil — dijo Zacharias Smith, sorprendido.

— Me salvó la vida — replicó Harry.

Entonces Fawkes descendió. Su largo pico de oro se hundió en la carne del monstruo y un chorro de sangre negruzca salpicó el suelo.

Se escucharon varias exclamaciones de asco. Lavender se puso verde.

La cola de la serpiente golpeaba muy cerca de Harry, y antes de que pudiera cerrar los párpados, el basilisco se volvió.

El comedor al completo se quedó en silencio, unido en un momento de confusión total.

Harry miró de frente a su cabeza y se dio cuenta de que el fénix lo había picado en los ojos, aquellos grandes y prominentes ojos amarillos. La sangre resbalaba hasta el suelo y la serpiente escupía agonizando.

— ¡Lo ha dejado ciego! — exclamó Sirius.

— ¡Bien!

— ¡Así se hace!

Muchos se unieron a los gritos de júbilo, que duraron muy poco, ya que la señora Pomfrey continuó leyendo.

¡No! —oyó Harry gritar a Ryddle—. ¡Deja al pájaro! ¡Deja al pájaro! ¡El chico está detrás de ti! ¡Puedes olerlo! ¡Mátalo!

La serpiente ciega se balanceaba desorientada, herida de muerte. Fawkes describía círculos alrededor de su cabeza, silbando su inquietante canción, picando aquí y allá en el morro lleno de escamas del basilisco, mientras brotaba la sangre de sus ojos heridos.

— Ese pájaro tiene más agallas que la mitad del equipo de aurores del ministerio en conjunto — dijo Moody, sacándole una sonrisa a Kingsley.

¡Ayuda, ayuda! —pedía Harry enloquecido—. ¡Que alguien me ayude!

Harry gimió y, muerto de la vergüenza, se tapó la cara con las manos, hundiéndose en el sofá.

— Toma — le dijo Ginny, pasándole la almohada que había estado abrazando desde hacía un rato. — Escóndete detrás de esto, ayuda mucho.

Harry bufó, aunque sonreía.

— Gracias — dijo, cogiendo la almohada y hundiéndose aún más. Ginny le devolvió la sonrisa.

Lo que ninguno de los dos sabía era que, en la mesa de profesores, a varias personas se les había roto el corazón al escuchar a Harry suplicar. La profesora Sprout se mordía el labio y McGonagall parecía consternada.

La cola de la serpiente volvió a golpear contra el suelo. Harry se agachó. Un objeto blando le golpeó en la cara.

El basilisco había lanzado en su furia el Sombrero Seleccionador sobre Harry, y éste lo cogió. Era cuanto le quedaba, su última oportunidad. Se lo caló en la cabeza y se echó al suelo antes de que la serpiente sacudiera la cola de nuevo.

— Vale, no niego que todo lo que estamos leyendo es increíble — dijo Roger Davies. — Pero ponerte el sombrero me parece lo más ridículo que has hecho en todo el curso.

— Pues fue lo mejor que pude hacer — replicó Harry, pero como tenía la cara todavía pegada a la almohada, solo Ginny, Hermione y Ron pudieron escucharlo.

Ayúdame…, ayúdame… —pensó Harry, apretando los ojos bajo el sombrero —, ¡ayúdame, por favor!

Harry volvió a gemir.

— Para una vez que pide ayuda, no hay nadie para dársela — dijo McGonagall con la voz ronca.

— No estés tan segura, Minerva — replicó Dumbledore.

Sin embargo, McGonagall no era la única que pensaba así. Lupin también parecía contrariado, al igual que Sirius, quien sin duda pensaba en las mil formas en las que había fallado en su deber como padrino. Los señores Weasley también parecieron afectados ante la idea de que Harry, con doce añitos, hubiera suplicado que lo ayudaran y no hubiera recibido respuesta.

No hubo una voz que le respondiera. En su lugar, el sombrero encogió, como si una mano invisible lo estrujara.

— ¿Qué? — dijo Hannah, confusa.

Algo muy duro y pesado golpeó a Harry en lo alto de la cabeza, dejándolo casi sin sentido. Viendo todavía parpadear estrellas en los ojos, cogió el sombrero para quitárselo y notó que debajo había algo largo y duro.

Se trataba de una espada plateada y brillante, con la empuñadura llena de fulgurantes rubíes del tamaño de huevos.

El comedor se llenó de exclamaciones de admiración y sorpresa.

— ¡Es la legendaria espada de Gryffindor! ¡Seguro! — exclamó un Gryffindor de séptimo.

— Esto cada vez es más surrealista — dijo Katie Bell. Harry estaba totalmente de acuerdo con ella.

¡Mata al chico! ¡Deja al pájaro! ¡El chico está detrás de ti! Olfatea… ¡Huélelo!

Harry empuñó la espada, dispuesto a defenderse. El basilisco bajó la cabeza, retorció el cuerpo, golpeando contra las columnas, y se volvió para enfrentarse a Harry. Pudo verle las cuencas de los ojos llenas de sangre, y la boca que se abría. Una boca lo bastante grande para tragarlo entero, bordeada de colmillos tan largos como su espada, delgados, brillantes, venenosos…

Harry salió de detrás de la almohada y se encontró con que todo el mundo tenía expresiones de horror absoluto.

La bestia arremetió a ciegas. Harry, al esquivarla, dio contra la pared de la cámara. El monstruo arremetió de nuevo, y su lengua bífida azotó un costado de Harry. Entonces levantó la espada con ambas manos.

El silencio era total. Neville parecía tan aterrado que a Harry no le habría sorprendido que se hubiera echado a llorar.

El basilisco atacó de nuevo, pero esta vez fue directo a Harry, que hincó la espada con todas sus fuerzas, hundiéndola hasta la empuñadura en el velo del paladar de la serpiente.

Se oyeron gritos ahogados. La señora Weasley se agarraba el pecho, aterrorizada, y el señor Weasley estaba extremadamente pálido.

Sirius, sin embargo, parecía estar viendo sus sueños hechos realidad.

— Le has clavado una espada a un basilisco — dijo lentamente, como si no se lo creyera. — Eso es…

— Una locura — interrumpió McGonagall, quien también estaba muy blanca. — Una absoluta locura.

— Yo iba a decir que es increíble — dijo Sirius, todavía con cara de no creérselo del todo. — Pero sí, también fue una locura.

Miraba a Harry con más orgullo que nunca. Harry notó cómo se ruborizaba.

Pero mientras la cálida sangre le empapaba los brazos, sintió un agudo dolor encima del codo. Un colmillo largo y venenoso se le estaba hundiendo más y más en el brazo, y se partió cuando el monstruo volvió la cabeza a un lado y con un estremecimiento se desplomó en el suelo.

La sonrisa orgullosa de Sirius se desvaneció, así como todo el color de su cara.

— Imposible…

La señora Pomfrey gimió antes de leer:

Harry, apoyado en la pared, se dejó resbalar hasta quedar sentado en el suelo. Agarró el colmillo envenenado y se lo arrancó. Pero sabía que ya era demasiado tarde. El veneno había penetrado.

Todos escuchaban en silencio, con expresiones de sorpresa.

— Ya no me creo nada — anunció Zacharias Smith. — Es imposible sobrevivir a eso.

La herida le producía un dolor candente que se le extendía lenta pero regularmente por todo el cuerpo. Al extraer el colmillo y ver su propia sangre que le empapaba la túnica, se le nubló la vista. La cámara se disolvió en un remolino de colores apagados.

— Oh, no — gimió Hermione, cogiendo del brazo a Harry. Ron también se había puesto muy pálido, pero no tanto como Ginny, quien cogió su muñeca con tanta fuerza que casi le hacía daño.

— Todo fue bien, ¿recuerdas? — le susurró Harry. Ginny tenía los labios tan apretados, los músculos tan tensos, que hasta le costó abrir la boca para replicar en un susurro:

— Podías haber muerto.

— También podía haber muerto el año anterior, cuando Quirrell me atacó — le recordó Harry. — O el año siguiente, en el bosque prohibido, o el siguiente…

Pero eso no pareció tranquilizar a Ginny.

— Habrías muerto por mi culpa — dijo finalmente. Le temblaba la voz.

Harry jadeó.

— No. Habría muerto por culpa de Voldemort.

— Dejé a Tom utilizarme. Si no lo hubiera hecho…

— Tú solo utilizaste un diario — replicó Harry con fiereza. — Todo lo demás lo hizo él. No tienes la culpa de nada.

Estaba claro que ella no estaba de acuerdo.

Una mancha roja pasó a su lado y Harry oyó un ruido de garras.

Fawkes —dijo con dificultad—. Eres estupendo, Fawkes… —Sintió que el pájaro posaba su hermosa cabeza en el brazo, donde la serpiente lo había herido.

— ¿Tus últimas palabras van a ser para alabar a un pájaro? — dijo Roger Davies.

Sin embargo, nadie pudo reírse de ello.

Oyó unos pasos que resonaban en la cámara, y luego vio una negra sombra delante de él.

Estás muerto, Harry Potter —dijo sobre él la voz de Ryddle—. Muerto. Hasta el pájaro de Dumbledore lo sabe. ¿Ves lo que hace, Potter? Está llorando.

Harry parpadeó. Sólo un instante vio con claridad la cabeza de Fawkes. Por las brillantes plumas le corrían unas lágrimas gruesas como perlas.

Todo el que hubiera mirado a Dumbledore en ese momento lo habría visto sonreír.

Me voy a sentar aquí a esperar que mueras, Harry Potter. Tómate todo el tiempo que quieras. No tengo prisa.

— Asqueroso… — dijo Bill. A Harry le sorprendió ver que, a su lado, Fleur Delacour parecía tan furiosa como él.

Harry cayó en un profundo sopor. Todo le daba vueltas.

Éste es el fin del famoso Harry Potter —dijo la voz distante de Ryddle—. Solo en la Cámara de los Secretos, abandonado por sus amigos, derrotado al fin por el Señor Tenebroso al que él tan imprudentemente se enfrentó. Volverás con tu querida madre sangre sucia, Harry… Ella compró con su vida doce años de tiempo para ti… pero al final te ha vencido lord Voldemort. Sabías que sucedería.

Incluso ahora, escuchar esas palabras hacía que a Harry le hirviera la sangre. Sin embargo, era aún mayor la ira de sus amigos y de su padrino, quienes soltaron una retahíla de improperios contra Ryddle. Ron dijo algo tan feo que su madre jadeó, escandalizada.

Si aquello era morirse, pensó Harry, no era tan desagradable. Incluso el dolor se iba…

— ¿Cómo sobreviviste? — preguntó Colin. Harry señalo al libro.

Pero ¿de verdad era aquello la muerte? En lugar de oscurecerse, la cámara se volvía más clara. Harry movió un poco la cabeza, y allí estaba Fawkes, apoyándole todavía la suya en el brazo. Un charquito de lágrimas brillaba en torno a la herida… Sólo que ya no había herida.

Se oyeron grititos ahogados.

— ¡Las lágrimas de fénix curan las heridas! — exclamó Terry Boot.

— Pero, ¿y el veneno? — preguntó Hannah. — ¿Pueden eliminar todo el veneno del cuerpo?

— No puede ser — dijo Ernie, pensativo. — Con tan solo unas pocas lágrimas, ¿cómo puede contrarrestarse todo el veneno que se ha extendido por el cuerpo?

El profesor Snape rodó los ojos. Harry estaba seguro de que sabía la respuesta, pero el experto en pociones se quedó callado.

Márchate, pájaro —dijo de pronto la voz de Ryddle—. Sepárate de él. ¡He dicho que te vayas!

Harry levantó la cabeza. Ryddle apuntaba a Fawkes con la varita de Harry. Sonó como un disparo y Fawkes emprendió el vuelo en un remolino de rojo y oro.

— Demasiado tarde — dijo George.

Lágrimas de fénix… —dijo Ryddle en voz baja, contemplando el brazo de Harry—. Naturalmente… Poderes curativos…, me había olvidado…. —miró a Harry a la cara—. Pero igual da. De hecho, lo prefiero así. Solos tú y yo, Harry Potter…, tú y yo…

Solos…

Durante un momento, Harry recordó el duelo que había tenido lugar meses atrás. En ese momento, Voldemort no había querido que estuvieran solos: quería humillarlo, matarlo delante de todos sus seguidores y vanagloriarse de su hazaña. O quizá no le daría tanta importancia, como había hecho con Cedric.

Le dio un escalofrío. Hermione se apoyó en su brazo, a la vez que Ginny acariciaba con el pulgar su muñeca, que aún tenía cogida, si bien de forma mucho más suave. Ron aún tenía el brazo alrededor de Ginny.

Levantó la varita.

Entonces, con un batir de alas, Fawkes pasó de nuevo por encima de sus cabezas y dejó caer algo en el regazo de Harry: el diario.

Ginny tragó saliva. Sus nervios no pasaron desapercibidos para el trío.

Lo miraron los dos durante una fracción de segundo, Ryddle con la varita levantada. Luego, sin pensar, sin meditar, como si todo aquel tiempo hubiera esperado para hacerlo, Harry cogió el colmillo de basilisco del suelo y lo clavó en el cuaderno.

La expectación era total. Ginny apenas respiraba y Harry quiso devolverle el apoyo, moviendo su mano ligeramente para que, en vez de cogerle la muñeca, estuvieran cogidos de la mano.

Se oyó un grito largo, horrible, desgarrado. La tinta salió a chorros del diario, vertiéndose sobre las manos de Harry e inundando el suelo. Ryddle se retorcía, gritando, y entonces…

Ginny apretó su mano con fuerza. A lo largo del comedor, todo el mundo estaba en silencio. Muchos tenían las bocas abiertas, sorprendidos, horrorizados o completamente atónitos.

Desapareció. Se oyó caer al suelo la varita de Harry y luego se hizo el silencio, sólo roto por el goteo de la tinta que aún manaba del diario. El veneno del basilisco había abierto un agujero incandescente en el cuaderno.

Ginny volvió a desinflarse, como si su cuerpo fuera incapaz de soportar ese nivel de tensión durante tanto tiempo, y prácticamente se dejó caer hacia atrás, volviendo a hundirse en el sofá. Ni Ron ni Harry la soltaron. Hermione alargó la mano por detrás de Harry para acariciar el pelo de Ginny, quien cerró los ojos, exhausta.

Harry se levantó temblando. La cabeza le daba vueltas, como si hubiera recorrido kilómetros con los polvos flu. Recogió la varita y el sombrero y, de un fuerte tirón, extrajo la brillante espada del paladar del basilisco.

— Genial — dijo Neville en un susurro asombrado.

No era el único que se sentía de esa manera.

— ¡Te cargaste a un basilisco y a Quién-Tú-Sabes el mismo día! — exclamó Colin Creevey con los ojos como platos.

El grito de Colin pareció romper el momento de absoluta sorpresa que se había cernido sobre el comedor. Inmediatamente, se escucharon decenas de gritos llenos de júbilo, así como exclamaciones por parte de aquellos que creían que Harry estaba totalmente loco por haberse metido en ese entuerto.

Tantos alumnos quisieron felicitarle al mismo tiempo que Harry tuvo ganas de volver a coger la almohada, esconderse detrás y no salir hasta que los ánimos se hubieran calmado.

— ¡Harry! — dijo Sirius, sonriente. — ¡Has luchado contra un basilisco usando UNA ESPADA! Es lo mejor que he oído en mi vida.

A su pesar, Harry no pudo evitar sonreír.

Esta vez, a la señora Pomfrey le costó un buen rato poder volver a leer. Muchos alumnos parecían preparados para montar una fiesta. Los Weasley estaban sumamente aliviados de que ya hubiera pasado lo peor, aunque Ginny seguía con los ojos cerrados, arropada entre sus amigos y familiares y sin hacer el menor amago de unirse a los gritos de felicidad.

— Venga, Ginny — le dijo Fred, poniendo una mano sobre su rodilla. — ¡Ya ha pasado! Arriba esos ánimos.

Ginny abrió los ojos, pero no se movió. La señora Pomfrey, con ayuda de McGonagall, consiguió que los alumnos dejaran de gritar y hablar y continuó leyendo.

Le llegó un débil gemido del fondo de la cámara. Ginny se movía. Mientras Harry corría hacia ella, la muchacha se sentó, y sus ojos desconcertados pasaron del inmenso cuerpo del basilisco a Harry, con la túnica empapada de sangre, y luego al cuaderno que éste llevaba en la mano. Profirió un grito estremecido y se echó a llorar.

Eso hizo que Ginny frunciera el ceño y se incorporara un poco, aunque sin dejar de sostener la mano de Harry. Hermione hizo el amago de apartar su brazo del pelo de Ginny, pero la chica gruñó al notarlo y la miró mal. Divertida, Hermione dejó su brazo donde estaba.

Harry…, ah, Harry, intenté decíroslo en el desayuno, pero delante de Percy no fui capaz.

Percy hizo una mueca.

— Ojalá hubieras confiado en mí — dijo, arrepintiéndose un segundo después al ver las expresiones llenas de ira de los gemelos.

— Qué curioso que tú hables de confianza… — dijo George. Percy empalideció.

Era yo, Harry, pero te juro que no quería… Ryddle me obligaba a hacerlo, se apoderó de mí y… ¿cómo lo has matado? ¿Dónde está Ryddle? Lo último que recuerdo es que salió del diario.

Ha terminado todo bien —dijo Harry, cogiendo el diario para enseñarle a Ginny el agujero hecho por el colmillo—. Ryddle ya no existe. ¡Mira! Ni él ni el basilisco. Vamos, Ginny, salgamos…

— A veces olvido que teníais once y doce años — dijo Tonks. — No me puedo creer las cosas que habéis tenido que vivir. Sois increíbles.

Ginny le sonrió, agradecida.

¡Me van a expulsar! —se lamentó Ginny, incorporándose torpemente con la ayuda de Harry—. Siempre quise estudiar en Hogwarts, desde que vino Bill, y ahora tendré que irme y... ¿qué pensarán mis padres?

— Si te hubieran expulsado, simplemente te habríamos inscrito en Beauxbatons — dijo la señora Weasley. Tenía la voz ronca y Harry supuso que las emociones de todo el capítulo habían sido demasiado para ella. — Después de tener una charla con el director, por supuesto.

Dijo eso último mirando a Dumbledore como si de verdad se hubiera atrevido a sugerir que Ginny debía ser expulsada. Dumbledore no pareció ofenderse.

Fawkes los estaba esperando, revoloteando en la entrada de la cámara. Harry apremió a Ginny. Dejaron atrás el cuerpo retorcido e inanimado del basilisco, y a través de la penumbra resonante regresaron al túnel. Harry oyó cerrarse las puertas tras ellos con un suave silbido.

— No me puedo creer que vayáis a salir de ahí andando, como si nada — dijo Dean.

Tras unos minutos de andar por el oscuro túnel, a los oídos de Harry llegó un distante ruido de piedras.

¡Ron! —gritó Harry, apresurándose—. ¡Ginny está bien! ¡La traigo conmigo!

Oyó que Ron daba un grito ahogado de alegría, y al doblar la última curva vieron su cara angustiada que asomaba por el agujero que había logrado abrir en el montón de piedras.

— Buen trabajo, Weasley — dijo Malfoy con sorna. Ron gruñó.

¡Ginny! —Ron sacó un brazo por el agujero para ayudarla a pasar—. ¡Estás viva! ¡No me lo puedo creer! ¿Qué ocurrió?

Intentó abrazarla, pero Ginny se apartó, sollozando.

En el presente, Ginny sí permitió que Ron la abrazara.

— Me lo debes — dijo Ron, sonriéndole.

Ginny le devolvió la sonrisa.

Pero estás bien, Ginny —dijo Ron, sonriéndole—. Todo ha pasado. ¿De dónde ha salido ese pájaro?

Fawkes había pasado por el agujero después de Ginny.

Es de Dumbledore —dijo Harry, encogiéndose para pasar.

¿Y cómo has conseguido esa espada? —dijo Ron, mirando con la boca abierta el arma que brillaba en la mano de Harry.

— ¿Qué pasó con la espada? — preguntó Dennis Creevey.

Harry señaló a Dumbledore.

Te lo explicaré cuando salgamos —dijo Harry, mirando a Ginny de soslayo.

Pero…

Más tarde —insistió Harry. No creía que fuera buena idea decirle en aquel momento quién había abierto la cámara, y menos delante de Ginny—.

— Gracias — dijo Ginny sinceramente.

— No hay de qué — le sonrió Harry.

¿Dónde está Lockhart?

Volvió atrás —dijo Ron, sonriendo y señalando con la cabeza hacia el principio del túnel—. No está bien. Ya veréis.

Se oyeron murmullos.

— Espero que se haya quedado majareta — se escuchó decir a un alumno de séptimo.

Guiados por Fawkes, cuyas alas rojas emitían en la oscuridad reflejos dorados, desanduvieron el camino hasta la tubería. Gilderoy Lockhart estaba allí sentado, tarareando plácidamente.

Ha perdido la memoria —dijo Ron—. El embrujo desmemorizante le salió por la culata. Le dio a él. No tiene ni idea de quién es, ni de dónde está, ni de quiénes somos. Le dije que se quedara aquí y nos esperara. Es un peligro para sí mismo.

Muchos jadearon.

— ¡Así que por eso está en San Mungo! — exclamó Neville.

Algunos lo miraron con curiosidad, pero el chico no aclaró cómo sabía eso.

Lockhart los miró a todos afablemente.

Hola —dijo—. Qué sitio tan curioso, ¿verdad? ¿Vivís aquí?

No —respondió Ron, mirando a Harry y arqueando las cejas.

Se oyeron algunas risas. Ahora que la tensión había pasado, todo parecía más divertido.

Harry se inclinó y miró la larga y oscura tubería.

¿Has pensado cómo vamos a subir? —preguntó a Ron.

Ron negó con la cabeza, pero Fawkes ya había pasado delante de Harry y se hallaba revoloteando delante de él. Los ojos redondos del ave brillaban en la oscuridad mientras agitaba sus alas doradas. Harry lo miró, dubitativo.

Parece como si quisiera que te cogieras a él… —dijo Ron, perplejo—. Pero pesas demasiado para que un pájaro te suba.

— Los fénix tienen una fuerza increíble — dijo Hagrid. — Fawkes podría levantar a tres como yo fácilmente.

Fawkes —aclaró Harry— no es un pájaro normal. —Se volvió inmediatamente a los otros—. Vamos a darnos la mano. Ginny, coge la de Ron. Profesor Lockhart…

Se refiere a usted —aclaró Ron a Lockhart.

Coja la otra mano de Ginny.

Ginny soltó una risita. Harry la miró con curiosidad, y ella señaló sus manos, todavía entrelazadas.

— Tiene gracia. Eres el único que no me dio la mano para salir de allí, pero también eres el único que me la está cogiendo ahora.

Sintiendo cómo se ruborizaba, Harry le soltó la mano, disculpándose.

— No lo he dicho para que me sueltes — dijo ella, divertida.

Abochornado, Harry se centró en la lectura.

Harry se metió la espada y el Sombrero Seleccionador en el cinto. Ron se agarró a los bajos de la túnica de Harry, y Harry, a las plumas de la cola de Fawkes, que resultaban curiosamente cálidas al tacto.

Muchos parecieron intrigados al escuchar eso. Dumbledore sonreía.

Una extraordinaria luminosidad pareció extenderse por todo el cuerpo del ave, y en un segundo se encontraron subiendo por la tubería a toda velocidad. Harry podía oír a Lockhart que decía:

¡Asombroso, asombroso! ¡Parece cosa de magia!

Varias personas rieron, especialmente aquellas que no habían sentido nunca ningún tipo de respeto por el profesor.

El aire helado azotaba el pelo de Harry, y cuando empezaba a disfrutar del paseo, el viaje por la tubería terminó. Los cuatro fueron saltando al suelo mojado junto a Myrtle la Llorona, y mientras Lockhart se arreglaba el sombrero, el lavabo que ocultaba la tubería volvió a su lugar cerrando la abertura.

— Se me hace tan raro que estéis de vuelta en Hogwarts — dijo Parvati.

— Es un alivio — comentó Katie Bell, sonriéndoles.

Myrtle los miraba con ojos desorbitados.

Estás vivo —dijo a Harry sin comprender.

Pareces muy decepcionada —respondió serio, limpiándose las motas de sangre y de barro que tenía en las gafas.

Ron bufó, ocultando una risita.

No, es que… había estado pensando. Si hubieras muerto, aquí serías bienvenido. Te dejaría compartir mi retrete —le dijo Myrtle, ruborizándose de color plata.

El comedor estalló en risas.

— Quizá algún día acabes aceptando esa oferta, con la cantidad de veces que estás al borde de la muerte — le dijo Ron alegremente. Harry le pegó con la almohada en toda la cara.

¡Uf! —dijo Ron, cuando salieron de los aseos al corredor oscuro y desierto—. ¡Harry, creo que le gustas a Myrtle! ¡Ginny, tienes una rival!

Ginny cogió la almohada que Harry había dejado y también la usó para pegarle a Ron, quien protestó entre risas.

Pero por el rostro de Ginny seguían resbalando unas lágrimas silenciosas.

Ron dejó de reír al escuchar eso. Miró a la Ginny del presente, pero ésta sonreía.

¿Adónde vamos? —preguntó Ron, mirando a Ginny con impaciencia. Harry señaló hacia delante.

— A hablar con un profesor, por supuesto — bufó el profesor Flitwick.

Fawkes iluminaba el camino por el corredor, con su destello de oro. Lo siguieron a grandes zancadas, y en un instante se hallaron ante el despacho de la profesora McGonagall.

Harry llamó y abrió la puerta.

— Aquí termina — dijo la señora Pomfrey.

Para sorpresa de Harry, varios alumnos comenzaron a aplaudir, y otros muchos les siguieron, hasta que casi todo el comedor aplaudía.

— ¡Eso ha sido genial! — exclamó una chica de segundo.

— Aún no me creo que hayas derrotado a un basilisco con una espada — dijo Colin, mirando con admiración a Harry. Varios de sus amigos se burlaron de él, aunque todos ellos también sentían mucho más respeto por Harry del que habían sentido antes de leer lo que pasó en la cámara.

Harry se fijó en los Weasleys, que también aplaudían y le sonreían. Incluso Percy se había unido al aplauso, si bien parecía incómodo ante la idea de mirar a Harry directamente, por lo que tenía la vista fija en un lugar sobre su hombro. La señora Weasley tenía los ojos llorosos y le sonreía.

— Solamente queda un último capítulo — anunció Dumbledore con una sonrisa cuando los aplausos se hubieron extinguido. — Se titula: La recompensa de Dobby. ¿Quién quiere leer?


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

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