Los sangre sucia y una voz misteriosa:
— Muy bien, muy bien — dijo Dumbledore felizmente. — ¿Quién quiere leer el siguiente? Y para que no haya decepciones — miró de reojo a Percy, quien se sonrojó — os advierto de que el siguiente capítulo se titula…
Miró al libro y su expresión se oscureció. Con una punzada de nervios, Harry se inclinó en el asiento.
— El siguiente capítulo se titula: Los sangre sucia y una voz misteriosa — anunció Dumbledore con gesto sombrío.
Se hizo el silencio total. Impactados, muchos miraban a Dumbledore como si lo hubieran creído incapaz de pronunciar las palabras "sangre sucia".
— ¿Quién quiere leer este capítulo? — preguntó en voz alta.
A pesar de que mucha gente se había ofrecido voluntaria para leer el capítulo anterior, esta vez nadie levantó la mano. Los que habían vivido aquel año en Hogwarts sabían que se acercaban momentos oscuros, mientras que los alumnos más jóvenes podían notar, con solo mirar la expresión del director, que ese capítulo no iba a ser tan alegre como los anteriores.
Además, que el título contuviera el insulto más grave que alguien podría decir solo contribuía a que nadie quisiera ser quien tuviera que leer ese capítulo. De hecho, algunos miraban a Harry con curiosidad, preguntándose qué habría sucedido para que el capítulo se llamara de esa forma.
Solo algunas personas sabían lo sucedido aquel día en el campo de Quidditch. Harry miró a Draco, quien tenía cara de querer huir de allí inmediatamente. ¿Por qué parecía tan nervioso? Se iba a convertir en el héroe de Slytherin, ¿no? Todos los defensores de la pureza de sangre lo admirarían después de leer todo lo que dijo.
Cuando el director vio que ninguno de los alumnos se ofrecía voluntario para leer, se giró para preguntar a los profesores, pero entre ellos tampoco hubo una mano solidaria que se alzara en el aire. El silencio era total en el comedor y algunas personas incluso agachaban la cabeza, evitando cruzar miradas con Dumbledore para no ser los elegidos.
Pasaron los minutos y nadie se ofreció voluntario como tributo. Harry ya pensaba que Dumbledore tendría que leer él mismo cuando las puertas del comedor se abrieron y entró uno de los encapuchados del futuro.
Si antes el silencio ya había sido total, ahora no se podía escuchar ni el zumbido de una mosca. La figura desconocida caminó hacia el atril con paso seguro, con su capa ondeando ligeramente y el rostro tan tapado como siempre. Se acercó a Dumbledore, le susurró algo y el director asintió.
— Este capítulo va a ser leído por uno de nuestros visitantes del futuro — anunció. Se escucharon jadeos de sorpresa.
Dumbledore le dio el libro al desconocido (¿o desconocida?) y regresó a su asiento. Harry trató de leer la expresión facial del director, pero fue incapaz de saber si le parecía bien que el encapuchado leyera o no. Solamente parecía cansado, como si leer este capítulo le costara horrores.
— Los «sangre sucia» y una voz misteriosa— leyó el desconocido.
Harry soltó el aire que no había notado que estaba conteniendo. Cómo no, el encapuchado había hechizado su voz para que ni siquiera pudieran identificar cuántos años tenía o si era hombre o mujer. Por un momento, tan solo un momento, había esperado escuchar una voz normal y reconocible con la que poder saber quién estaba bajo esa capucha negra.
Durante los días siguientes, Harry pasó bastante tiempo esquivando a Gilderoy Lockhart cada vez que lo veía acercarse por un corredor. Pero más difícil aún era evitar a Colin Creevey, que parecía saberse de memoria el horario de Harry. Nada le hacía tan feliz como preguntar «¿Va todo bien, Harry?» seis o siete veces al día, y oír «Hola, Colin» en respuesta, a pesar de que la voz de Harry en tales ocasiones sonaba irritada.
Harry se disculpó con la mirada al ver la expresión alicaída del chico.
A pesar de lo que acababan de leer, nadie se atrevió a reírse de Colin. La presencia del encapuchado del futuro les intimidaba casi tanto como la de Sirius Black.
Hedwig seguía enfadada con Harry a causa del desastroso viaje en coche, y la varita de Ron, que todavía no funcionaba correctamente, se superó a sí misma el viernes por la mañana al escaparse de la mano de Ron en la clase de Encantamientos y dispararse contra el profesor Flitwick, que era viejo y bajito, y golpearle directamente entre los ojos, produciéndole un gran divieso verde y doloroso en el lugar del impacto.
Algunos parecieron alarmados, mientras otros trataban de que no se notara que estaban riéndose. Ron se había puesto muy rojo.
Así que, entre unas cosas y otras, Harry se alegró muchísimo cuando llegó el fin de semana, porque Ron, Hermione y él habían planeado hacer una visita a Hagrid el sábado por la mañana. Pero el capitán del equipo de quidditch de Gryffindor, Oliver Wood, despertó a Harry con un zarandeo varias horas antes de lo que él habría deseado.
Oliver ni siquiera tuvo la decencia de parecer arrepentido. Sonreía abiertamente y algunos bufaron con solo verle la cara.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry aturdido.
—¡Entrenamiento de quidditch! —respondió Wood—. ¡Vamos!
— Cuánto entusiasmo — resopló Ginny. — Yo te habría tirado una almohada a la cara y habría seguido durmiendo.
Muchos asintieron, totalmente de acuerdo con ella. Harry escuchó a alguien comentar exactamente por dónde le habría metido la almohada a Wood si lo hubiera despertado al amanecer.
Harry miró por la ventana, entornando los ojos. Una neblina flotaba en el cielo de color rojizo y dorado. Una vez despierto, se preguntó cómo había podido dormir con semejante alboroto de pájaros.
— Yo tampoco puedo volver a dormir una vez que me he despertado — dijo Hermione. Ron bufó.
— Qué raros sois.
—Oliver —observó Harry con voz ronca—, si todavía está amaneciendo…
—Exacto —respondió Wood. Era un muchacho alto y fornido de sexto curso y, en aquel momento, tenía los ojos brillantes de entusiasmo—.
Algunos rieron por lo bajo.
— ¿Qué pasa? — dijo Wood. — ¿Es que nunca os ha hecho ilusión nada? ¿Nunca habéis tenido una pasión en la vida?
Ante eso, todas esas personas cerraron la boca.
Forma parte de nuestro nuevo programa de entrenamiento. Venga, coge tu escoba y andando —dijo Wood con decisión—. Ningún equipo ha empezado a entrenar todavía. Este año vamos a ser los primeros en empezar…
Bostezando y un poco tembloroso, Harry saltó de la cama e intentó buscar su túnica de quidditch.
—¡Así me gusta! —dijo Wood—. Nos veremos en el campo dentro de quince minutos.
Mientras en el comedor continuaba la lectura, fuera de allí dos personas tenían una conversación en rápidos susurros.
— ¿Crees que ha sido buena idea dejar que lea? — decía una de ellas.
— Supongo. El plan es brillante, si sale bien…
— ¿Y si no sale bien? ¿Y si alguien la descubre?
— No seas paranoico — le regañó. — Va, tenemos que volver a nuestros puestos. ¿Llevas el…?
— Lo llevo — le interrumpió, de mala gana. — Estaremos en contacto.
Y así, cada uno se fue hacia un lado del castillo.
El plan era complicado, pero peligroso, en cierto modo. Mientras caminaba por los pasillos, en dirección a su posición asignada, pensaba en todo lo que podría salir mal si el plan fallara.
Debían encontrar al impostor que se había hecho pasar por uno de ellos. La posibilidad de que fuera un enemigo cada vez parecía más segura. Si fuera alguien de su bando y tuviera la intención de ayudarles, ¿qué motivo podría tener para esconderse? ¡Y mucho menos para usar poción multijugos y fingir ser uno de ellos!
No, definitivamente había muchas posibilidades de que fuera un enemigo. Y si su teoría era cierta, hoy mismo podrían comprobar dónde se escondía esa persona. Ya habían comprobado la sala de los menesteres, y allí no había nadie. El mapa del merodeador, que todavía no habían devuelto al baúl de Harry, no mostraba que hubiera nadie fuera de lo ordinario en el castillo.
Eso solo podía significar dos cosas: o bien el impostor tenía un lugar para esconderse del que ellos no eran conocedores, o bien era alguien cuyo nombre no llamaba la atención entre la horda de nombres y apellidos de estudiantes del colegio.
Tenían dos opciones, divididas en plan A y plan B. El plan A estaba en marcha y él solo esperaba que nadie resultara herido.
Dentro del comedor, todos estaban pendientes de la lectura, sin saber lo que sucedía fuera.
Encima de la túnica roja del equipo de Gryffindor se puso la capa para no pasar frío, garabateó a Ron una nota en la que le explicaba adónde había ido y bajó a la sala común por la escalera de caracol, con la Nimbus 2.000 sobre el hombro.
— ¿Le escribiste a Weasley una nota? — dijo Cormac McLaggen con sorna. — ¿Acaso le tienes que dar explicaciones de a dónde vas, Potter?
— No puede salir sin decirle su novio dónde va a estar — se burló otro Gryffindor de sexto.
Antes de que Harry o Ron pudieran hablar, el encapuchado intervino
— Es lo que pasa cuando tienes a alguien que te importa, que le dejas saber dónde vas a estar para que no se preocupe. Quizá algún día tengas a alguien a quien le importes y llegues a comprender de lo que hablo.
Habló en un tono tan frío que el comedor al completo se quedó en silencio. Cormac, quien se había ruborizado, miró mal al encapuchado antes de bajar la cabeza, incapaz de mantener la mirada fija en él.
Harry y Ron estaban mudos de la impresión, pero no tanto como Hermione, quien miraba al encapuchado con los ojos como platos.
Al llegar al retrato por el que se salía, oyó tras él unos pasos y vio que Colin Creevey bajaba las escaleras corriendo, con la cámara colgada del cuello, que se balanceaba como loca, y llevaba algo en la mano.
De nuevo, el tono cortante del encapuchado había provocado que la gente estuviera tan intimidada que nadie se rió de Colin, algo que el chico claramente agradeció.
—¡Oí que alguien pronunciaba tu nombre en las escaleras, Harry! ¡Mira lo que tengo aquí! La he revelado y te la quería enseñar…
Desconcertado, Harry miró la fotografía que Colin sostenía delante de su nariz. Un Lockhart móvil en blanco y negro tiraba de un brazo que Harry reconoció como suyo. Le complació ver que en la fotografía él aparecía ofreciendo resistencia y rehusando entrar en la foto.
Harry escuchó a dos alumnas de primero murmurar.
— ¿Cómo puede salir en la foto haciendo algo que no hacía en el momento de tomarla?
— La poción reveladora hace que se muestre un reflejo de los sentimientos de la gente fotografiada.
— Genial — sonrió la otra niña, que claramente era de familia muggle. — Pensaba que las fotos mostraban los movimientos que alguien hace cuando tomas la foto, no los sentimientos.
Harry, quien nunca se había parado a pensar en ello, pensó que quizá debería reflexionar más sobre las cosas que lo rodeaban.
Al mirarlo Harry, Lockhart soltó el brazo, jadeando, y se desplomó contra el margen blanco de la fotografía con gesto teatral.
—¿Me la firmas? —le pidió Colin con fervor.
Esta vez sí que hubo risitas que ni siquiera la presencia intimidante del encapuchado pudo evitar. Colin se ruborizó.
—No —dijo Harry rotundamente, mirando en torno para comprobar que realmente no había nadie en la sala—. Lo siento, Colin, pero tengo prisa. Tengo entrenamiento de quidditch.
Y salió por el retrato.
Harry hizo una mueca mientras más gente reía por lo bajo. Leyendo eso, se daba cuenta de lo borde que había sido con Colin.
Por su parte, Colin también se estaba dando cuenta de lo pesado que había sido con Harry, por lo que lo miró y se disculpó en voz baja. Harry le hizo un gesto que quería decir "No pasa nada".
—¡Eh, espérame! ¡Nunca he visto jugar al quidditch!
Colin se metió apresuradamente por el agujero, detrás de Harry.
—Será muy aburrido —dijo Harry enseguida, pero Colin no le hizo caso. Los ojos le brillaban de emoción.
— ¿Aburrido? ¿El quidditch? — dijo Angelina con los ojos muy abiertos de la sorpresa. — Caray, Harry. Debías tener muchas ganas de librarte de Creevey.
Colin hizo una mueca y Dennis le dio un par de palmaditas en la espalda en señal de apoyo.
—Tú has sido el jugador más joven de la casa en los últimos cien años, ¿verdad, Harry? ¿Verdad que sí? —le preguntó Colin, corriendo a su lado—. Tienes que ser estupendo. Yo no he volado nunca. ¿Es fácil? ¿Ésa es tu escoba? ¿Es la mejor que hay?
Se volvieron a oír risitas, que aumentaron cuando Colin gimió y dejó caer la cabeza sobre la gran almohada que tenía en el regazo.
Harry no sabía cómo librarse de él. Era como tener una sombra habladora, extremadamente habladora.
— Esa descripción es perfecta — resopló Ron.
—No sé cómo es el quidditch, en realidad —reconoció Colin, sin aliento—. ¿Es verdad que hay cuatro bolas? ¿Y que dos van por ahí volando, tratando de derribar a los jugadores de sus escobas?
—Sí —contestó Harry de mala gana, resignado a explicarle las complicadas reglas del juego del quidditch—. Se llaman bludgers. Hay dos bateadores en cada equipo, con bates para golpear las bludgers y alejarlas de sus compañeros. Los bateadores de Gryffindor son Fred y George Weasley.
Los gemelos se pusieron en pie y saludaron como si estuvieran siendo presentados ante un gran público.
—¿Y para qué sirven las otras pelotas? —preguntó Colin, dando un tropiezo porque iba mirando a Harry con la boca abierta.
—Bueno, la quaffle, que es una pelota grande y roja, es con la que se marcan los goles. Tres cazadores en cada equipo se pasan la quaffle de uno a otro e intentan introducirla por los postes que están en el extremo del campo, tres postes largos con aros al final.
— No puede ser en serio — bufó Blaise Zabini. — ¿Otra vez las reglas del quidditch? ¡Ya las conocemos!
—¿Y la cuarta bola?
—Es la snitch —dijo Harry—, es dorada, muy pequeña, rápida y difícil de atrapar. Ésa es la misión de los buscadores, porque el juego del quidditch no finaliza hasta que se atrapa la snitch. Y el equipo cuyo buscador la haya atrapado gana ciento cincuenta puntos.
A este punto, algunos alumnos parecían aburridos e incluso frustrados.
—Y tú eres el buscador de Gryffindor, ¿verdad? —preguntó Colin emocionado. —Sí —dijo Harry, mientras dejaban el castillo y pisaban el césped empapado de rocío—. También está el guardián, el que guarda los postes. Prácticamente, en eso consiste el quidditch.
— Podíamos haber saltado esa parte — dijo Dean en voz baja. No se atrevió a hablar muy alto para no molestar al encapuchado.
Pero Colin no descansó un momento y fue haciendo preguntas durante todo el camino ladera abajo, hasta que llegaron al campo de quidditch, y Harry pudo deshacerse de él al entrar en los vestuarios. Colin le gritó en voz alta: —¡Voy a pillar un buen sitio, Harry! —Y se fue corriendo a las gradas.
— Eras muy pesado — le dijo Ginny a Colin. El chico asintió, apenado.
— Lo sé. No sé cómo Harry no me mandó a freír espárragos.
— Creo que en esos cinco minutos gastaste todo el autocontrol que podías tener en todo un año — le susurró Ron a Harry, quien no pudo evitar sonreír.
El resto del equipo de Gryffindor ya estaba en los vestuarios. El único que parecía realmente despierto era Wood. Fred y George Weasley estaban sentados, con los ojos hinchados y el pelo sin peinar, junto a Alicia Spinnet, de cuarto curso, que parecía que se estaba quedando dormida apoyada en la pared. Sus compañeras cazadoras, Katie Bell y Angelina Johnson, sentadas una junto a otra, bostezaban enfrente de ellos.
Muchos miraron con pena a los integrantes del equipo.
— Menos mal que Wood estaba en Gryffindor — dijo un chico de Ravenclaw al que Harry conocía por los partidos de quidditch. — Si llega a estar en Ravenclaw, dimito como golpeador.
— A Gryffindor no le asusta trabajar duro para conseguir lo que quiere — replicó Wood. Angelina, Alicia y Katie intercambiaron miradas, cuestionándose qué tan cierta era esa afirmación.
—Por fin, Harry, ¿por qué te has entretenido? —preguntó Wood enérgicamente —. Veamos, quiero deciros unas palabras antes de que saltemos al campo, porque me he pasado el verano diseñando un programa de entrenamiento completamente nuevo, que estoy seguro de que nos hará mejorar.
Wood sostenía un plano de un campo de quidditch, lleno de líneas, flechas y cruces en diferentes colores. Sacó la varita mágica, dio con ella un golpe en la tabla y las flechas comenzaron a moverse como orugas. En el momento en que Wood se lanzó a soltar el discurso sobre sus nuevas tácticas, a Fred Weasley se le cayó la cabeza sobre el hombro de Alicia Spinnet y empezó a roncar.
Algunos rieron, pero también se escucharon silbidos y algún que otro comentario sugerente. Alicia se puso muy roja, pero Fred simplemente sonrió y la miró con una ceja levantada.
— Tú también puedes dormir sobre mi hombro cuando quieras.
Ella rodó los ojos, pero tenía una sonrisa en los labios.
Le llevó casi veinte minutos a Wood explicar los esquemas de la primera tabla, pero a continuación hubo otra, y después una tercera. Harry se adormecía mientras el capitán seguía hablando y hablando.
Wood pareció decepcionado.
— Eran estrategias fascinantes. ¿Cómo podíais dormiros?
— Era demasiado temprano — se quejó Katie.
—Bueno —dijo Wood al final, sacando a Harry de sus fantasías sobre los deliciosos manjares que podría estar desayunando en ese mismo instante en el castillo—. ¿Ha quedado claro? ¿Alguna pregunta?
—Yo tengo una pregunta, Oliver —dijo George, que acababa de despertar dando un respingo—. ¿Por qué no nos contaste todo esto ayer cuando estábamos despiertos?
Muchos rieron.
— Buena pregunta — dijo Ernie Macmillan.
A Wood no le hizo gracia.
—Escuchadme todos —les dijo, con el entrecejo fruncido—, tendríamos que haber ganado la copa de quidditch el año pasado. Éramos el mejor equipo con diferencia. Pero, por desgracia, y debido a circunstancias que escaparon a nuestro control…
Harry se removió en el asiento, con un sentimiento de culpa. Durante el partido final del año anterior, había permanecido inconsciente en la enfermería, con la consecuencia de que Gryffindor había contado con un jugador menos y había sufrido su peor derrota de los últimos trescientos años.
— No fue culpa tuya — dijo Hermione.
— ¡Claro que no! — exclamó Angelina rápidamente. — Nadie te culpa por ello, Harry.
— Y menos después de lo que hemos leído — dijo Wood con una mueca.
Wood tardó un momento en recuperar el dominio. Era evidente que la última derrota todavía lo atormentaba.
— Y lo hará siempre — bufó el chico. — Merecíamos ganar.
—De forma que este año entrenaremos más que nunca… ¡Venga, salid y poned en práctica las nuevas teorías! —gritó Wood, cogiendo su escoba y saliendo el primero de los vestuarios. Con las piernas entumecidas y bostezando, le siguió el equipo.
— Estaban medio dormidos, ni siquiera van a recordar cuáles eran esas teorías — dijo Lavender. Wood la miró mal.
Habían permanecido tanto tiempo en los vestuarios, que el sol ya estaba bastante alto, aunque sobre el estadio quedaban restos de niebla. Cuando Harry saltó al terreno de juego, vio a Ron y Hermione en las gradas.
—¿Aún no habéis terminado? —preguntó Ron, perplejo.
—Aún no hemos empezado —respondió Harry, mirando con envidia las tostadas con mermelada que Ron y Hermione se habían traído del Gran Comedor—. Wood nos ha estado enseñando nuevas estrategias.
— Podías habernos pedido algunas tostadas — le dijo Hermione. — Te las habríamos dado.
— No se puede comer durante los entrenamientos — explicó Harry.
Montó en la escoba y, dando una patada en el suelo, se elevó en el aire. El frío aire de la mañana le azotaba el rostro, consiguiendo despertarle bastante más que la larga exposición de Wood. Era maravilloso regresar al campo de quidditch.
Los fans más acérrimos del juego sonrieron, comprendiendo totalmente esa sensación.
Dio una vuelta por el estadio a toda velocidad, haciendo una carrera con Fred y George.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó Fred, cuando doblaban la esquina a toda velocidad.
Harry miró a las gradas. Colin estaba sentado en uno de los asientos superiores, con la cámara levantada, sacando una foto tras otra, y el sonido de la cámara se ampliaba extraordinariamente en el estadio vacío.
—¡Mira hacia aquí, Harry! ¡Aquí! —chilló.
Colin volvió a gemir y a esconder la cara detrás de una almohada.
— Qué patético — bufó Draco. Harry notó que a Fred se le iluminaron los ojos.
— Los celos no son buenos, Malfoy — dijo. Antes de que pudiera añadir nada más, tanto Harry como Draco, hartos, le lanzaron lo primero que pillaron.
Fred apenas consiguió esquivar la almohada y el pequeño cojín que se dirigían hacia él como proyectiles.
—¿Quién es ése? —preguntó Fred.
—Ni idea —mintió Harry, acelerando para alejarse lo más posible de Colin.
Esta vez fue el turno de Harry de gemir, pero en su caso se debió al sentimiento de culpa que le causó ver la expresión de Colin.
— Perdón — le dijo, esta vez en voz alta. — Debí haber sido más simpático contigo.
— No, no — se apresuró a decir Colin. Las miradas de todos estaban sobre ellos. — Fui muy pesado, lo sé. Leyendo esto me dan ganas de cerrarle la boca a mi yo de once años.
— A ti y a todos — bufó Zacharias Smith. Algunas personas, que encontraban a Colin adorable, lo miraron mal y le replicaron que cerrara la boca.
—¿Qué pasa? —dijo Wood frunciendo el entrecejo y volando hacia ellos. ¿Por qué saca fotos aquél? No me gusta. Podría ser un espía de Slytherin que intentara averiguar en qué consiste nuestro programa de entrenamiento.
— Qué paranoico — resopló, indignada, Daphne Greengrass.
—Es de Gryffindor —dijo rápidamente Harry.
— Vaya, Potter defendiendo a Creevey — dijo Pansy Parkinson. — Parece que al final le cogiste cariño.
La chica lo miraba con expresión desafiante. Harry, algo confundido por la actitud de Pansy, la ignoró totalmente.
—Y los de Slytherin no necesitan espías, Oliver —observó George.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Wood con irritación.
—Porque están aquí en persona —dijo George, señalando hacia un grupo de personas vestidas con túnicas verdes que se dirigían al campo, con las escobas en la mano.
Daphne hizo una mueca al escuchar eso.
— ¿Veis? — dijo Ron en voz alta. — ¿Cómo queréis que no desconfiemos de todos los Slytherin cuando hacéis cosas como esta?
— ¿Ir al campo de quidditch? — intervino Malfoy. — Es una zona común, Weasley. Hay que compartir, aunque tú de eso debes saber bastante.
— Suficiente — interrumpió McGonagall. Miró al encapuchado y, tras pausar un segundo en el que no supo cómo dirigirse hacia él o ella, le hizo una seña para que siguiera leyendo.
—¡No puedo creerlo! —dijo Wood indignado—. ¡He reservado el campo para hoy! ¡Veremos qué pasa!
Ron gimió al recordar lo que pasó después. Por su expresión, estaba claro que no tenía ningunas ganas de leer esto.
Wood se dirigió velozmente hacia el suelo. Debido al enojo aterrizó más bruscamente de lo que habría querido y al desmontar se tambaleó un poco.
Algunos rieron y Wood soltó un bufido. Parecía que tan solo recordar ese momento era suficiente para volver a enfadarlo.
Harry, Fred y George lo siguieron.
—Flint —gritó Wood al capitán del equipo de Slytherin—, es nuestro turno de entrenamiento. Nos hemos levantado a propósito. ¡Así que ya podéis largaros!
Marcus Flint aún era más corpulento que Wood. Con una expresión de astucia digna de un trol, replicó:
Hubo risas ante esa descripción. Todos los que habían conocido a Flint, incluso los de Slytherin, sabían lo acertada que era.
—Hay bastante sitio para todos, Wood.
Angelina, Alicia y Katie también se habían acercado. No había chicas entre los del equipo de Slytherin, que formaban una piña frente a los de Gryffindor y miraban burlonamente a Wood.
— Siempre me lo he preguntado — dijo Angelina. — ¿Por qué no hay chicas en el equipo de quidditch de Slytherin? ¿Es que no os dejan jugar?
— ¡Claro que nos dejan jugar! — dijo una Slytherin de cuarto. — Pero no es fácil conseguir plaza en el equipo.
— Claro — dijo Harry, comprendiendo de pronto. — Eso es lo que pasa cuando la gente compra su plaza en el equipo en vez de ganarla con su talento.
Miró directamente a Malfoy, recordando aquella conversación que estaban a punto de leer y sabiendo que la lectura iba a respaldar su afirmación.
Draco también lo sabía, porque, en vez de replicar, hizo un chasquido de frustración con la lengua y volvió a mirar al encapuchado, quien se apresuró a seguir leyendo.
—¡Pero yo he reservado el campo! —dijo Wood, escupiendo la rabia—. ¡Lo he reservado!
—¡Ah! —dijo Flint—, pero nosotros traemos una hoja firmada por el profesor Snape. «Yo, el profesor S. Snape, concedo permiso al equipo de Slytherin para entrenar hoy en el campo de quidditch debido a su necesidad de dar entrenamiento al nuevo buscador.»
— Eso no debería estar permitido — dijo Terry Boot. — Si alguien reserva el campo, no es justo que le quiten la reserva porque sí.
— Tenían un motivo — replicó un Slytherin de primero. Algunos lo miraron mal.
— Podían haber reservado al día siguiente — insistió Boot. — Eligieron ese día y fueron directamente al profesor Snape solo para molestar a los de Gryffindor.
Ante eso, nadie supo qué responder. El profesor Snape mantuvo la boca cerrada pero, por su cara, Harry supuso que los Hufflepuff iban a tener una cantidad inusual de deberes en cuanto acabaran los libros.
—¿Tenéis un buscador nuevo? —preguntó Wood, preocupado—. ¿Quién es?
Detrás de seis corpulentos jugadores, apareció un séptimo, más pequeño, que sonreía con su cara pálida y afilada: era Draco Malfoy.
— Estaba tardando en aparecer — resopló Seamus.
—¿No eres tú el hijo de Lucius Malfoy? —preguntó Fred, mirando a Malfoy con desagrado.
—Es curioso que menciones al padre de Malfoy —dijo Flint, mientras el conjunto de Slytherin sonreía aún más—. Déjame que te enseñe el generoso regalo que ha hecho al equipo de Slytherin.
Harry clavó la mirada en Draco, queriendo ver cada una de sus reacciones. El chico mantenía la cabeza bien alta, aunque se notaba que estaba tenso.
Los siete presentaron sus escobas. Siete mangos muy pulidos, completamente nuevos, y siete placas de oro que decían «Nimbus 2.001» brillaron ante las narices de los de Gryffindor al temprano sol de la mañana.
En ese momento, muchos comprendieron las palabras de Harry.
—Ultimísimo modelo. Salió el mes pasado —dijo Flint con un ademán de desprecio, quitando una mota de polvo del extremo de la suya—. Creo que deja muy atrás la vieja serie 2.000. En cuanto a las viejas Barredoras —sonrió mirando desdeñosamente a Fred y George, que sujetaban sendas Barredora 5—, mejor que las utilicéis para borrar la pizarra.
Se oyeron bufidos.
Durante un momento, a ningún jugador de Gryffindor se le ocurrió qué decir. Malfoy sonreía con tantas ganas que tenía los ojos casi cerrados.
No era así en el presente. Muchos lo miraban y susurraban, cuestionando sus habilidades como buscador y su derecho a permanecer en el equipo. Estaba claro para todos que Malfoy había comprado su sitio en el equipo en vez de ganárselo.
Harry no podía negar que estaba disfrutando ver tan incómodo al otro chico.
—Mirad —dijo Flint—. Invaden el campo.
Ron y Hermione cruzaban el césped para enterarse de qué pasaba.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Ron a Harry—. ¿Por qué no jugáis? ¿Y qué está haciendo ése aquí?
Miraba a Malfoy, vestido con su túnica del equipo de quidditch de Slytherin.
— Muestra un poco de respeto, Weasley — bufó Malfoy.
— Gánatelo — replicó Ron.
—Soy el nuevo buscador de Slytherin, Weasley —dijo Malfoy, con petulancia—.Estamos admirando las escobas que mi padre ha comprado para todo el equipo.
— Ahora entiendo por qué Slytherin lleva tiempo sin ganar la copa de quidditch — dijo un Hufflepuff de sexto.
Harry notó que las mejillas de Malfoy se tornaban rosas.
Ron miró boquiabierto las siete soberbias escobas que tenía delante.
—Son buenas, ¿eh? —dijo Malfoy con sorna—. Pero quizás el equipo de Gryffindor pueda conseguir oro y comprar también escobas nuevas. Podríais subastar las Barredora 5. Cualquier museo pujaría por ellas.
El equipo de Slytherin estalló de risa.
En el comedor, Crabbe y Goyle reían, pero apenas nadie más lo hacía.
—Pero en el equipo de Gryffindor nadie ha tenido que comprar su acceso — observó Hermione agudamente—. Todos entraron por su valía.
Se escucharon varios "oooooh" y muchas risas. Hermione pareció orgullosa de sí misma.
Del rostro de Malfoy se borró su mirada petulante.
—Nadie ha pedido tu opinión, asquerosa sangre sucia —espetó él.
Y toda risa se esfumó del comedor. Muchos miraban el libro o a Malfoy con la boca abierta, bien de la sorpresa, bien por la indignación. Arthur y Molly Weasley parecían muy contrariados, pero no más que McGonagall, quien se había puesto blanca y miraba a Malfoy como quien mira a un insecto.
Pero la reacción de Snape fue la que más le sorprendió a Harry. Se esperaba que no dijera nada, o que incluso defendiera a Malfoy, pero no estaba preparado para ver la expresión de sorpresa y de decepción que cruzó su cara antes de volver a tornarse en una expresión neutral.
Malfoy debió notar también la reacción de Snape, porque bajó la cabeza y fijó la vista en el suelo.
— Está castigado, señor Malfoy — dijo McGonagall, muy enfadada. — Cumplirá con su castigo hoy al terminar la lectura.
La cabeza de Harry era un remolino. ¿Por qué Snape no defendía a Malfoy? ¿Qué había sido esa expresión de decepción tan fuerte que había visto? Si había un profesor al que Harry no le habría sorprendido escucharle decir las palabras "sangre sucia", era precisamente Snape. ¿Cuántas veces se había metido con Hermione en clase? Vale, nunca la había llamado algo así, pero tampoco había escondido lo mal que le caía la chica. ¿En serio estaba en contra de ese tipo de insultos?
Harry comprendió enseguida que lo que había dicho Malfoy era algo realmente grave, porque sus palabras provocaron de repente una reacción tumultuosa. Flint tuvo que ponerse rápidamente delante de Malfoy para evitar que Fred y George saltaran sobre él. Alicia gritó «¡Cómo te atreves!», y Ron se metió la mano en la túnica y, sacando su varita mágica, amenazó «¡Pagarás por esto, Malfoy!», y sacando la varita por debajo del brazo de Flint, la dirigió al rostro de Malfoy.
— Guau — exclamó Michael Corner. Como él, muchos estaban sorprendidos y emocionados por la pelea.
Un estruendo resonó en todo el estadio, y del extremo roto de la varita de Ron surgió un rayo de luz verde que, dándole en el estómago, lo derribó sobre el césped.
— ¿¡Derribó a Malfoy?! — exclamó Seamus con una gran sonrisa.
— No, no. Me derribó a mí — gruñó Ron.
—¡Ron! ¡Ron! ¿Estás bien? —chilló Hermione.
Ron abrió la boca para decir algo, pero no salió ninguna palabra. Por el contrario, emitió un tremendo eructo y le salieron de la boca varias babosas que le cayeron en el regazo.
Algunos se echaron a reír, los que habían conseguido recomponerse de la sorpresa de escuchar a Malfoy decir semejante insulto.
El equipo de Slytherin se partía de risa. Flint se desternillaba, apoyado en su escoba nueva. Malfoy, a cuatro patas, golpeaba el suelo con el puño. Los de Gryffindor rodeaban a Ron, que seguía vomitando babosas grandes y brillantes. Nadie se atrevía a tocarlo.
— ¿Por qué no, por si era contagioso? — dijo Ron con sarcasmo.
— No, por si te hacíamos vomitar aún más — respondió Harry.
—Lo mejor es que lo llevemos a la cabaña de Hagrid, que está más cerca —dijo Harry a Hermione, quien asintió valerosamente, y entre los dos cogieron a Ron por los brazos.
—¿Qué ha ocurrido, Harry? ¿Qué ha ocurrido? ¿Está enfermo? Pero podrás curarlo, ¿no? —Colin había bajado corriendo de su puesto e iba dando saltos al lado de ellos mientras salían del campo. Ron tuvo una horrible arcada y más babosas le cayeron por el pecho—. ¡Ah! —exclamó Colin, fascinado y levantando la cámara—, ¿puedes sujetarlo un poco para que no se mueva, Harry?
Ron gruñó otra vez y Colin se disculpó con él, mientras las risas no hacían más que aumentar.
—¡Fuera de aquí, Colin! —dijo Harry enfadado. Entre él y Hermione sacaron a Ron del estadio y se dirigieron al bosque a través de la explanada.
—Ya casi llegamos, Ron —dijo Hermione, cuando vieron a lo lejos la cabaña del guardián—. Dentro de un minuto estarás bien. Ya falta poco.
— Solo estaba vomitando babosas, ni que se estuviera muriendo — dijo Cormac rodando los ojos.
Les separaban siete metros de la casa de Hagrid cuando se abrió la puerta. Pero no fue Hagrid el que salió por ella, sino Gilderoy Lockhart, que aquel día llevaba una túnica de color malva muy claro.
— ¿Cuál es el color malva? — se oyó preguntar a un alumno de segundo. Harry no escuchó la respuesta.
Se les acercó con paso decidido.
—Rápido, aquí detrás —dijo Harry, escondiendo a Ron detrás de un arbusto que había allí. Hermione los siguió, de mala gana.
—¡Es muy sencillo si sabes hacerlo! —decía Lockhart a Hagrid en voz alta—. ¡Si necesitas ayuda, ya sabes dónde estoy! Te dejaré un ejemplar de mi libro. Pero me sorprende que no tengas ya uno. Te firmaré un ejemplar esta noche y te lo enviaré. ¡Bueno, adiós! —Y se fue hacia el castillo a grandes zancadas.
— Se pasó el año firmando libros — bufó Dean.
Harry esperó a que Lockhart se perdiera de vista y luego sacó a Ron del arbusto y lo llevó hasta la puerta principal de la casa de Hagrid. Llamaron a toda prisa.
Hagrid apareció inmediatamente, con aspecto de estar de mal humor, pero se le iluminó la cara cuando vio de quién se trataba.
Harry, Ron y Hermione le sonrieron a Hagrid, quien les devolvió la sonrisa.
—Me estaba preguntando cuándo vendríais a verme… Entrad, entrad. Creía que sería el profesor Lockhart que volvía.
Harry y Hermione introdujeron a Ron en la cabaña, donde había una gran cama en un rincón y una chimenea encendida en el otro extremo. Hagrid no pareció preocuparse mucho por el problema de las babosas de Ron, cuyos detalles explicó Harry apresuradamente mientras lo sentaban en una silla.
—Es preferible que salgan a que entren —dijo ufano, poniéndole delante una palangana grande de cobre—. Vomítalas todas, Ron.
— Tendríais que habérmelo traído a mí — dijo la señora Pomfrey con severidad. — Lo habría solucionado en un segundo.
— Ahora ya lo sabemos para la próxima — dijo Harry en voz baja.
— Espero que nunca haya una próxima — resopló Ron.
—No creo que se pueda hacer nada salvo esperar a que la cosa acabe —dijo Hermione apurada, contemplando a Ron inclinado sobre la palangana—. Es un hechizo difícil de realizar aun en condiciones óptimas, pero con la varita rota…
— Es un hechizo difícil para alumnos de segundo, pero la solución habría sido relativamente fácil — explicó la enfermera. Hermione asintió, tan atenta como si estuviera en clase.
Hagrid estaba ocupado preparando un té. Fang, su perro jabalinero, llenaba a Harry de babas.
Parvati y Lavender pusieron caras de asco.
—¿Qué quería Lockhart, Hagrid? —preguntó Harry, rascándole las orejas a Fang.
—Enseñarme cómo me puedo librar de los duendes del pozo —gruñó Hagrid, quitando de la mesa limpia un gallo a medio pelar y poniendo en su lugar la tetera—. Como si no lo supiera. Y también hablaba sobre una banshee a la que venció. Si en todo eso hay una palabra de cierto, me como la tetera.
— Otra persona más que caló a Lockhart antes de que supiéramos la verdad — dijo Ron en voz baja. — ¿Veis? No soy adivino.
— Sigo pensando que tienes algún don raro — dijo Ginny. Ron rodó los ojos.
Era muy raro que Hagrid criticara a un profesor de Hogwarts, y Harry lo miró sorprendido. Hermione, sin embargo, dijo en voz algo más alta de lo normal:
—Creo que sois injustos. Obviamente, el profesor Dumbledore ha juzgado que era el mejor para el puesto y…
Hermione gimió, abochornada.
—Era el único para el puesto —repuso Hagrid, ofreciéndoles un plato de caramelos de café con leche, mientras Ron tosía ruidosamente sobre la palangana—. Y quiero decir el único.
— Eso lo explica — dijo Sirius en voz alta. — Empezaba a cuestionar tu salud mental, Dumbledore.
El director le sonrió.
— No quisiera hablar mal de ningún antiguo profesor, pero si hubiera podido elegir…
Dejó ahí la frase y algunos rieron por lo bajo.
Es muy difícil encontrar profesores que den Artes Oscuras, porque a nadie le hace mucha gracia. Da la impresión de que la asignatura está maldita. Ningún profesor ha durado mucho. Decidme —preguntó Hagrid, mirando a Ron—, ¿a quién intentaba hechizar?
—Malfoy le llamó algo a Hermione —respondió Harry—. Tiene que haber sido algo muy fuerte, porque todos se pusieron furiosos.
— A veces me sorprende lo poco que saben las personas que crecieron entre muggles — dijo Nott.
— Honestamente, me alegro de no conocer ese insulto — dijo Harry en voz alta. — No creo que sea algo de lo que debas orgullecerte.
Nott lo fulminó con la mirada.
—Fue muy fuerte —dijo Ron con voz ronca, incorporándose sobre la mesa, con el rostro pálido y sudoroso—. Malfoy la llamó «sangre sucia».
Ron se apartó cuando volvió a salirle una nueva tanda de babosas. Hagrid parecía indignado.
—¡No! —bramó volviéndose a Hermione.
—Sí —dijo ella—. Pero yo no sé qué significa. Claro que podría decir que fue muy grosero…
— La verdad, sin saber lo que significa, se queda en un insulto bastante flojo — dijo Colin. — Insultar la sangre de alguien es tan… extraño.
Muchos nacidos de muggles asintieron.
—Es lo más insultante que se le podría ocurrir —dijo Ron, volviendo a incorporarse—. Sangre sucia es un nombre realmente repugnante con el que llaman a los hijos de muggles, ya sabes, de padres que no son magos. Hay algunos magos, como la familia de Malfoy, que creen que son mejores que nadie porque tienen lo que ellos llaman sangre limpia. —Soltó un leve eructo, y una babosa solitaria le cayó en la palma de la mano. La arrojó a la palangana y prosiguió—. Desde luego, el resto de nosotros sabe que eso no tiene ninguna importancia. Mira a Neville Longbottom… es de sangre limpia y apenas es capaz de sujetar el caldero correctamente.
Ron se disculpó con Neville, quien le sonrió para quitarle importancia al comentario.
—Y no han inventado un conjuro que nuestra Hermione no sea capaz de realizar—dijo Hagrid con orgullo, haciendo que Hermione se pusiera colorada.
En el presente, Hermione sonreía con ganas.
—Es un insulto muy desagradable de oír —dijo Ron, secándose el sudor de la frente con la mano—. Es como decir «sangre podrida» o «sangre vulgar». Son idiotas. Además, la mayor parte de los magos de hoy día tienen sangre mezclada. Si no nos hubiéramos casado con muggles, nos habríamos extinguido.
Arthur y Molly parecían muy, muy orgullosos de Ron en ese momento. El chico debió notarlo, porque se sonrojó hasta las orejas. Hermione parecía muy contenta.
A Ron le dieron arcadas y volvió a inclinarse sobre la palangana.
—Bueno, no te culpo por intentar hacerle un hechizo, Ron —dijo Hagrid con una voz fuerte que ahogaba los golpes de las babosas al caer en la palangana—. Pero quizás haya sido una suerte que tu varita mágica fallara. Si hubieras conseguido hechizarle, Lucius Malfoy se habría presentado en la escuela. Así no tendrás ese problema.
Harry quiso decir que el problema no habría sido peor que estar echando babosas por la boca, pero no pudo hacerlo porque el caramelo de café con leche se le había pegado a los dientes y no podía separarlos.
Muchos se echaron a reír, Hagrid incluido.
—Harry —dijo Hagrid de repente, como acometido por un pensamiento repentino —, tengo que ajustar cuentas contigo. Me han dicho que has estado repartiendo fotos firmadas. ¿Por qué no me has dado una?
Harry sintió tanta rabia que al final logró separar los dientes.
Eso hizo que las risas aumentaran.
—No he estado repartiendo fotos —dijo enfadado—. Si Lockhart aún va diciendo eso por ahí…
Pero entonces vio que Hagrid se reía.
—Sólo bromeaba —explicó, dándole a Harry unas palmadas amistosas en la espalda, que lo arrojaron contra la mesa—. Sé que no es verdad. Le dije a Lockhart que no te hacía falta, que sin proponértelo eras más famoso que él.
— Eres genial, Hagrid — dijo Lee Jordan con una gran sonrisa.
El semigigante le sonrió de vuelta.
—Apuesto a que no le hizo ninguna gracia —dijo Harry, levantándose y frotándose la barbilla.
—Supongo que no —admitió Hagrid, parpadeando—. Luego le dije que no había leído nunca ninguno de sus libros, y se marchó. ¿Un caramelo de café con leche, Ron? —añadió, cuando Ron volvió a incorporarse.
Muchos se echaron a reír.
— Eso debió bajarle el ego a Lockhart — dijo Susan Bones, contenta. Harry no podía recordar si la chica había sido fan de Lockhart cuando estaban en segundo.
—No, gracias —dijo Ron con debilidad—. Es mejor no correr riesgos.
—Venid a ver lo que he estado cultivando —dijo Hagrid cuando Harry y Hermione apuraron su té.
En la pequeña huerta situada detrás de la casa de Hagrid había una docena de las calabazas más grandes que Harry hubiera visto nunca. Más bien parecían grandes rocas.
Algunos alumnos de primero parecían maravillados. Los mayores ha habían visto calabazas de ese tamaño durante las fiestas de Halloween de años anteriores.
—Van bien, ¿verdad? —dijo Hagrid, contento—. Son para la fiesta de Halloween. Deberán haber crecido lo bastante para ese día.
—¿Qué les has echado? —preguntó Harry.
Hagrid miró hacia atrás para comprobar que estaban solos.
—Bueno, les he echado… ya sabes… un poco de ayuda. —Harry vio el paraguas rosa estampado de Hagrid apoyado contra la pared trasera de la cabaña.
— Ejem, ejem…
Ya antes, Harry había sospechado que aquel paraguas no era lo que parecía; de hecho, tenía la impresión de que la vieja varita mágica del colegio estaba oculta dentro.
— Ejem, ejem… — esta vez Umbridge carraspeó más alto, pero el encapuchado siguió leyendo como si nada.
Según las normas, Hagrid no podía hacer magia, porque lo habían expulsado de Hogwarts en el tercer curso, pero Harry no sabía por qué.
— EJEM, ¿disculpe?
Cualquier mención del asunto bastaba para que Hagrid carraspeara sonoramente y sufriera de pronto una misteriosa sordera que le duraba hasta que se cambiaba de tema.
— Disculpe — Umbridge se puso en pie, lívida de ira. El encapuchado suspiró.
— No me importa en absoluto lo que tenga que decir — dijo, consiguiendo que el comedor al completo se quedara con la boca abierta. A Harry le dieron ganas de aplaudirle. — Ahora, si me disculpa, debo continuar con la lectura.
—¿Un hechizo fertilizante, tal vez? —preguntó Hermione, entre la desaprobación y el regocijo—. Bueno, has hecho un buen trabajo.
— ¡Esto es intolerable! Ese… el guardabosques no tiene permitido utilizar la magia. ¡Es ilegal! ¡Señor! — se giró para mirar directamente a Fudge, quien parecía contrariado. — ¡Habría que arrestarlo de inmediato!
— Desde luego, desde luego… — dijo Fudge, nervioso. — Pero ahora no podemos salir de aquí. Cuando acabe la lectura… sí, cuando acabe.
— Cuando acabe la lectura usted lo único que hará es dimitir — dijo el encapuchado en voz bien alta. Tanto estudiantes como profesores e invitados miraban a la figura misteriosa con cautela y, en algunos casos, cierta admiración.
— ¿Cómo te atreves…?
— Me atrevo — replicó el encapuchado. — Y también me atrevo a decir que preferirá dimitir antes que enfrentarse a todos los errores que ha cometido durante estos años. Y los que cometerá en el futuro.
Ante eso, Fudge se quedó mudo y fue incapaz de responder. El encapuchado aprovechó para seguir leyendo.
—Eso es lo que dijo tu hermana pequeña —observó Hagrid, dirigiéndose a Ron —.
Ginny pegó un salto que solo los que estaban a su alrededor pudieron notar. Michael Corner le cogió la mano en un gesto cariñoso, pero ella, pálida, tenía los ojos fijos en el libro.
Ayer la encontré. —Hagrid miró a Harry de soslayo y vio que le temblaba la barbilla—. Dijo que estaba contemplando el campo, pero me da la impresión de que esperaba encontrarse a alguien más en mi casa
Corner alzó una ceja y a Ron le dieron ganas de bajársela de un puñetazo, a juzgar por el gruñido que soltó.
—guiñó un ojo a Harry—. Si quieres mi opinión, creo que ella no rechazaría una foto fir…
—¡Cállate! —dijo Harry. A Ron le dio la risa y llenó la tierra de babosas.
Ginny respiró hondo. Harry la comprendía perfectamente. Si tenía que elegir entre leer sobre la cámara y leer sobre su viejo enamoramiento, prefería lo segundo.
—¡Cuidado! —gritó Hagrid, apartando a Ron de sus queridas calabazas.
Algunos se echaron a reír.
Ya casi era la hora de comer, y como Harry sólo había tomado un caramelo de café con leche en todo el día, tenía prisa por regresar al colegio para la comida. Se despidieron de Hagrid y regresaron al castillo, con Ron hipando de vez en cuando, pero vomitando sólo un par de babosas pequeñas.
— Nunca pensé que estaría aliviado por vomitar babosas pequeñas — murmuró Ron, haciendo reír a Harry y Hermione.
Apenas habían puesto un pie en el fresco vestíbulo cuando oyeron una voz.
—Conque estáis aquí, Potter y Weasley. —La profesora McGonagall caminaba hacia ellos con gesto severo—. Cumpliréis vuestro castigo esta noche.
—¿Qué vamos a hacer, profesora? —preguntó Ron, asustado, reprimiendo un eructo.
— Imagina que hubieras eructado delante de ella — dijo Dean. — Creo que habrías estado castigado hasta sexto.
—Tú limpiarás la plata de la sala de trofeos con el señor Filch —dijo la profesora McGonagall—. Y nada de magia, Weasley… ¡frotando!
Ron tragó saliva. Argus Filch, el conserje, era detestado por todos los estudiantes del colegio.
Filch, quien seguía en una esquina con su gata, gruñó y fulminó con la mirada a todos los alumnos.
—Y tú, Potter, ayudarás al profesor Lockhart a responder a las cartas de sus admiradoras —dijo la profesora McGonagall.
—Oh, no… ¿no puedo ayudar con la plata? —preguntó Harry desesperado.
Muchos rieron, especialmente los que habían convivido con Lockhart. Después de lo leído, comprendían lo malo que era ese castigo para Harry. Incluso McGonagall parecía un poco arrepentida.
—Desde luego que no —dijo la profesora McGonagall, arqueando las cejas—. El profesor Lockhart ha solicitado que seas precisamente tú. A las ocho en punto, tanto uno como otro.
— La tenía tomada contigo — dijo Neville.
— Quizá quería que fueras su discípulo o algo así — sugirió Parvati. Harry hizo una mueca.
Prefería enfrentarse al colacuerno húngaro otra vez antes que ser discípulo de Lockhart.
Harry y Ron pasaron al Gran Comedor completamente abatidos, y Hermione entró detrás de ellos, con su expresión de «no-haber-infringido-las-normas-del-colegio». Harry no disfrutó tanto como esperaba con su pudín de carne y patatas.
Algunos miraron mal a Hermione, quien rodó los ojos y los ignoró.
Tanto Ron como él pensaban que les había tocado la peor parte del castigo.
—Filch me tendrá allí toda la noche —dijo Ron apesadumbrado—. ¡Sin magia! Debe de haber más de cien trofeos en esa sala. Y la limpieza muggle no se me da bien.
—Te lo cambiaría de buena gana —dijo Harry con voz apagada—. He hecho muchas prácticas con los Dursley. Pero responder a las admiradoras de Lockhart… será una pesadilla.
— Sigo pensando que me tocó lo peor — dijo Harry. Ron se lo pensó un momento antes de decir:
— Vale, pero solo por lo que pasó durante el castigo.
Como no dijeron nada más, muchos se quedaron con la intriga de saber qué había pasado.
La tarde del sábado pasó en un santiamén, y antes de que se dieran cuenta, eran las ocho menos cinco. Harry se dirigió al despacho de Lockhart por el pasillo del segundo piso, arrastrando los pies. Llamó a la puerta a regañadientes.
— Como un niño enfurruñado — rió Hermione. Harry bufó.
— A ti te habría gustado ese castigo, ¿no? Con lo que te agradaba Lockhart…
Hermione le pegó un almohadazo en toda la cara.
La puerta se abrió de inmediato. Lockhart le recibió con una sonrisa.
—¡Aquí está el pillo! —dijo—. Vamos, Harry, entra.
— Te hablaba como si fueras un bebé — dijo Ginny con cara de asco. Harry asintió, recordando lo estúpido que se había sentido.
Dentro había un sinfín de fotografías enmarcadas de Lockhart, que relucían en los muros a la luz de las velas. Algunas estaban incluso firmadas. Tenía otro montón grande en la mesa.
—¡Tú puedes poner las direcciones en los sobres! —dijo Lockhart a Harry, como si se tratara de un placer irresistible—. El primero es para la adorable Gladys Gudgeon, gran admiradora mía.
— ¡Es mi vecina! — dijo un Ravenclaw de tercero. — Le tendré que decir que Lockhart es un inútil.
Los minutos pasaron tan despacio como si fueran horas. Harry dejó que Lockhart hablara sin hacerle ningún caso, diciendo de cuando en cuando «mmm» o «ya» o «vaya». Algunas veces captaba frases del tipo «La fama es una amiga veleidosa, Harry» o «Serás célebre si te comportas como alguien célebre, que no se te olvide».
Las caras de asco e incredulidad aumentaban conforme más cosas se leían sobre el ex-profesor.
Las velas se fueron consumiendo y la agonizante luz desdibujaba las múltiples caras que ponía Lockhart ante Harry. Éste pasaba su dolorida mano sobre lo que le parecía que tenía que ser el milésimo sobre y anotaba en él la dirección de Verónica Smethley.
Esta vez nadie dijo nada. Se ve que nadie conocía a Verónica Smethley.
«Debe de ser casi hora de acabar», pensó Harry, derrotado. «Por favor, que falte poco…»
Y en aquel momento oyó algo, algo que no tenía nada que ver con el chisporroteo de las mortecinas velas ni con la cháchara de Lockhart sobre sus admiradoras.
Harry se preparó mentalmente para lo que iban a leer. Recordaba ese momento con muchísima claridad, como si hubiera sucedido el día anterior. Era uno de esos momentos que había hecho apariciones durante sus pesadillas.
Era una voz, una voz capaz de helar la sangre en las venas, una voz ponzoñosa que dejaba sin aliento, fría como el hielo.
A Harry le dio un escalofrío. A su lado, a Ginny también le dio uno.
—Ven…, ven a mí… Deja que te desgarre… Deja que te despedace… Déjame matarte…
El comedor al completo se quedó en silencio. Harry vio las caras de horror de sus compañeros, muchos de los cuales alternaban entre mirar hacia el libro y mirar a Harry, mudos de la impresión.
Harry dio un salto, y un manchón grande de color lila apareció sobre el nombre de la calle de Verónica Smethley.
—¿Qué? —gritó.
—Pues eso —dijo Lockhart—: ¡seis meses enteros encabezando la lista de los más vendidos! ¡Batí todos los récords!
— Imbécil — murmuró Ron en voz baja. Él también tenía la piel de gallina.
—¡No! —dijo Harry asustado—. ¡La voz!
—¿Cómo dices? —preguntó Lockhart, extrañado—. ¿Qué voz?
— ¿Lockhart no la escuchó? — dijo Dean. La voz le salió una octava más aguda de lo usual.
—La… la voz que ha dicho… ¿No la ha oído?
Lockhart miró a Harry desconcertado.
—¿De qué hablas, Harry? ¿No te estarías quedando dormido? ¡Por Dios, mira la hora que es! ¡Llevamos con esto casi cuatro horas! Ni lo imaginaba… El tiempo vuela, ¿verdad?
— ¡Qué miedo! — dijo Hannah Abbott. Se había agarrado al brazo de Justin y no parecía tener ninguna intención de soltarlo. Por su parte, el chico se había puesto muy, muy pálido.
Harry no respondió. Aguzaba el oído tratando de captar de nuevo la voz, pero no oyó otra cosa que a Lockhart diciéndole que otra vez que lo castigaran, no tendría tanta suerte como aquélla. Harry salió, aturdido.
— Normal que estuvieras aturdido — dijo Hermione, quien también estaba muy blanca.
— ¿Qué era esa voz? — preguntó, aterrado, un chico de primero.
— Se explicará eventualmente — respondió Harry, quien no tenía ganas de explicar que había una serpiente enorme paseándose por todo el colegio. Se fijó en Ginny, quien estaba blanca como el papel, pero seguía con la cabeza alta y la mirada fija en el libro. Durante un momento sintió un poco de orgullo por ella.
Era tan tarde que la sala común de Gryffindor estaba prácticamente vacía y Harry se fue derecho al dormitorio. Ron no había regresado todavía. Se puso el pijama y se echó en la cama a esperar. Media hora después llegó Ron, con el brazo derecho dolorido y llevando con él un fuerte olor a limpiametales.
—Tengo todos los músculos agarrotados —se quejó, echándose en la cama—. Me ha hecho sacarle brillo catorce veces a una copa de quidditch antes de darle el visto bueno. Y vomité otra tanda de babosas sobre el Premio Especial por los Servicios al Colegio.
— Qué asco — se quejó Parvati.
Harry y Ron intercambiaron miradas, sabiendo de quién había sido ese premio especial.
Me llevó un siglo quitar las babas. Bueno, ¿y tú qué tal con Lockhart?
En voz baja, para no despertar a Neville, Dean y Seamus, Harry le contó a Ron con toda exactitud lo que había oído.
— Podías habernos despertado — dijo Dean. — Habría sido fascinante escuchar esa historia.
— Yo agradezco que no lo hicieras — dijo Neville, nervioso. — No habría podido volver a dormir tranquilo en todo el curso.
—¿Y Lockhart dijo que no había oído nada? —preguntó Ron. A la luz de la luna, Harry podía verle fruncir el entrecejo—. ¿Piensas que mentía? Pero no lo entiendo… Aunque fuera alguien invisible, tendría que haber abierto la puerta.
—Lo sé—dijo Harry, recostándose en la cama y contemplando el dosel—. Yo tampoco lo entiendo.
— Ni tú ni nadie — bufó Lee Jordan.
— Hasta aquí llega — dijo el encapuchado, marcando la página y dejando el libro en la tarima. Tras hacerle un gesto de despedida al director, caminó de regreso a las puertas del Gran Comedor, todavía con su capa ondeando y con la cara totalmente tapada.
Harry no pudo evitar inclinarse un poco, de forma sutil, tratando de mirar debajo de la capucha. No fue el único que lo hizo. Muchos alumnos se giraban y doblaban la cabeza con disimulo para mirar bajo la capa, pero una tela negra cubría parte del rostro de la persona que había debajo. Frustrado, Harry volvió a sentarse bien.
Y de pronto, un pensamiento se materializó en su cabeza con tanta fuerza como si le hubieran dado con una bludger en toda la frente. ¿Cómo no lo había pensado antes?, pensó, mitad emocionado y mitad nervioso.
Había una persona que sabía la identidad real de los encapuchados. Y esa persona estaba en Hogwarts.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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