El duelo a medianoche:
Tras unos segundos de silencio, ambos chicos se metieron en sus camas y apagaron la luz.
En medio de la oscuridad, Harry susurró:
—Sabes que sin ti Voldemort habría vuelto cuando estábamos en primero, ¿verdad? Y yo habría muerto.
Tras unos momentos de silencio desde la otra cama, se escuchó un susurro de vuelta.
—Lo sé.
Lo primero que notó Harry al despertarse fue que había algo más acostado en su cama.
Algo peludo y grande. Algo que le lamía la cara.
Se incorporó de un sobresalto, agarrando la varita y las gafas a la velocidad de la luz. Tardó unos segundos en comprender que lo que había a su lado era un enorme perro negro que agitaba la cola animadamente.
—Oh. Hola, Canuto.
Harry se dejó caer en la cama, respirando hondo, y esperó a que su corazón volviera a latir a ritmo normal. Unos segundos después el perro grande se convirtió en su padrino.
—Hmm... Lo siento, no pretendía asustarte. —Sirius le sonrió, tras lo que se quedó mirando la cama del todavía dormido Ron. Con un rápido movimiento de varita apartó las cortinas, tras lo que apuntó directamente a Ron. De la punta de su varita salió un chorro de agua que impactó directamente sobre la cabeza del chico. Ron soltó un aullido y se levantó de golpe, mirando frenéticamente alrededor. Tardó unos segundos en darse cuenta de que Sirius y Harry le miraban.
—¿Por qué has hecho eso? — preguntó, furioso. Sirius se echó a reír.
—Es hora de levantarse, ¡hoy tenemos mucho que leer! — Dicho esto, el animago se levantó y se marchó del dormitorio, dejando atrás a los dos chicos, que compartieron miradas confundidas.
—¿Qué mosca le ha picado? —preguntó Ron mientras se despegaba de las sábanas mojadas. —Solo son… ¡solo son las 6:30!
—No sé, a mí casi me da un infarto cuando me ha despertado —Harry se encogió de hombros. —Supongo que no se le da bien lo de despertar a la gente con delicadeza.
Ambos chicos se miraron unos segundos antes de echarse a reír. Sirius, delicadeza, pfff. Era más probable que se congelara el infierno.
Tras ese breve intercambio Ron decidió seguir durmiendo (después de haber secado las sábanas con su varita), pero Harry se quedó despierto, escuchando los ronquidos de sus compañeros de cuarto, quienes, por suerte, no se habían despertado al entrar Sirius.
Acostado en la cama, observando el techo con las cortinas echadas, era mucho más fácil ordenar en su mente todo lo que había sucedido el día anterior. Los dos días anteriores, realmente. El hecho de que unos visitantes del futuro hubieran traído libros sobre su vida para enseñarles cómo acabar con Voldemort y que los estuvieran leyendo frente a todo Hogwarts y la Orden del Fénix… Era demasiado surrealista. Tenía la sensación de que, si cerraba los ojos y se pellizcaba con fuerza, cuando los abriera descubriría que todo había sido un sueño muy extraño.
Seguía sin gustarle que se tuviera que leer tal cantidad de su información personal. ¿Qué derecho tenían los demás a saber ese tipo de cosas? ¿Qué más dará cómo le trataran los Dursley durante su infancia, si eso no podía ser relevante para destruir a Voldemort? ¿Por qué tenían que leer sobre sus miedos al llegar a Hogwarts, sobre su ropa holgada, sobre la vez que los Dursley lo abandonaron en Kings Cross? Todo eso era información irrelevante. Irrelevante y privada.
Sintió una oleada de furia e indignación que rápidamente fue abrumada por la impotencia que sentía. Sí, había accedido a leer esos libros en público. Sí, había tomado esa decisión muy rápidamente tras escuchar las palabras del encapuchado. Sí, sabía que lo que ese encapuchado había hecho era chantaje emocional…
Pero si Dumbledore creía que todo el asunto de los visitantes del futuro era cierto, entonces no tenía por qué dudar de las palabras del desconocido.
Fred morirá.
Y Lupin…
No, no podía permitirlo. Mejor perder la privacidad que hacer que otros pierdan la vida.
Aun así, seguía sin apetecerle nada pasar otro día más leyendo sobre su vida. Esperaba que los capítulos de ese día no se hicieran tan largos como los del día anterior.
Eventualmente, los otros chicos del dormitorio de Gryffindor comenzaron a despertarse. Harry y Ron se levantaron, se ducharon y bajaron a la sala común, donde todos tuvieron que esperar a que llegara uno de los encapuchados y los escoltara al Gran Comedor.
—¿Qué narices hacía Canuto despierto tan temprano? —preguntó Ron media hora más tarde, mientras ponía mermelada sobre sus tostadas.
—Ni idea —respondió Harry, mirando directamente a su padrino. Canuto, de nuevo en forma de perro, estaba sentado a unos metros de ellos, ocupando el lugar entre el profesor Lupin y Tonks. Se lo veía muy animado intentando robarle las tostadas a Lupin.
—Parece que está de muy buen humor —comentó Hermione, a quien los chicos le habían contado la escena. —Probablemente esté contento por volver a estar en Hogwarts con su amigo.
En eso definitivamente tenía razón. Harry recordó los saltos de felicidad de Sirius la noche anterior cuando Lupin le informó de que compartirían habitación. Estaba claro que el animago echaba de menos estar con sus amigos en Hogwarts, y probablemente la noche anterior había sido para él como viajar atrás en el tiempo y volver a ser un estudiante.
El tintineo de un tenedor contra una copa llamó la atención de los alumnos, quienes callaron inmediatamente.
—Es hora de dar por concluido el desayuno y continuar con la lectura. Por favor, en pie.
Todo el mundo se levantó, tras lo que Dumbledore volvió a realizar la misma floritura con la varita que el día anterior. El comedor se llenó inmediatamente de sofás y sillones.
—¿Quién quiere leer hoy? —preguntó el director con una sonrisa. Harry volvió a sentir esa punzada de irritación al ver que Dumbledore parecía estar disfrutando la lectura.
Varias manos se alzaron y Susan Bones fue elegida para leer. La Hufflepuff subió a la tarima y tomó el libro, carraspeando antes de comenzar a leer.
El duelo a medianoche
Se oyeron exclamaciones y susurros de alumnos emocionados. Harry hizo una mueca. Ojalá hubiera sido tan genial como sonaba. Por la cara que estaba poniendo Ron, él también estaba pensando lo mismo. Hermione tenía el ceño fruncido, y no era la única. Harry pudo ver cómo el rostro de algunos profesores se tornaba serio de repente. Tragó saliva, sabiendo que este capítulo probablemente le costaría puntos a Gryffindor. Al menos Canuto, quien había ladrado y movía la cola intensamente, parecía estar orgulloso.
Harry nunca había creído que pudiera existir un chico al que detestara más que a Dudley, pero eso era antes de haber conocido a Draco Malfoy.
—Empieza bien el capítulo —Dean soltó una risita. Desde uno de los sillones de la zona de Slytherin, Malfoy fulminaba a Harry con la mirada. Él trató de devolver el gesto con toda la intensidad que pudo.
Sin embargo, los de primer año de Gryffindor sólo compartían con los de Slytherin la clase de Pociones, así que no tenía que encontrarse mucho con él. O, al menos, así era hasta que apareció una noticia en la sala común de Gryffindor; que los hizo protestar a todos. Las lecciones de vuelo comenzarían el jueves... y Gryffindor y Slytherin aprenderían juntos.
—Todos los años igual —McGonagall le lanzó una mirada significativa a Dumbledore, quien la ignoró totalmente.
—Perfecto —dijo en tono sombrío Harry—. Justo lo que siempre he deseado. Hacer el ridículo sobre una escoba delante de Malfoy.
—Eso ya lo haces siempre —replicó Malfoy con maldad. A consecuencia de ello, todo el equipo de quidditch de Gryffindor se puso a la defensiva, defendiendo inmediatamente a su buscador. McGonagall tuvo que pedir que se hiciera el silencio.
¿Quidditch y rivalidades? Muchos ya podían ver que este capítulo tenía potencial para provocar más de una pelea.
Deseaba aprender a volar más que ninguna otra cosa.
—No sabes aún si vas a hacer un papelón —dijo razonablemente Ron—. De todos modos, sé que Malfoy siempre habla de lo bueno que es en quidditch, pero seguro que es pura palabrería.
—Más quisieras, Weasley —replicó el Slytherin. Ron gruñó.
La verdad es que Malfoy hablaba mucho sobre volar. Se quejaba en voz alta porque los de primer año nunca estaban en los equipos de quidditch y contaba largas y jactanciosas historias, que siempre acababan con él escapando de helicópteros pilotados por muggles.
Muchos rieron a carcajadas. Malfoy, cuyas mejillas se habían puesto de un pálido tono rosado, los fulminó a todos con la mirada. Cuando las risas se hubieron convertido en risitas silenciosas Susan Bones siguió leyendo, tratando de disimular su propia sonrisa. A Harry le encantó ver que Snape miraba a Malfoy con una ceja levantada, como queriendo decir "¿En serio?".
Pero no era el único: por la forma de hablar de Seamus Finnigan, parecía que había pasado toda la infancia volando por el campo con su escoba.
Seamus sonrió y asintió con la cabeza, corroborando las palabras del libro.
Hasta Ron podía contar a quien quisiera oírlo que una vez casi había chocado contra un planeador con la vieja escoba de Charles.
La señora Weasley pareció muy alarmada al oir eso. Harry escuchó cómo le susurraba algo furiosamente a Arthur, quien no parecía muy preocupado por el asunto. Por el rabillo del ojo vio que Ron tragaba saliva, visiblemente incómodo, y que los gemelos intercambiaban miradas significativas. Era de suponer que Molly Weasley jamás se había enterado del incidente del planeador.
Todos los que procedían de familias de magos hablaban constantemente de quidditch. Ron ya había tenido una gran discusión con Dean Thomas, que compartía el dormitorio con ellos, sobre fútbol. Ron no podía ver qué tenía de excitante un juego con una sola pelota, donde nadie podía volar.
—Suena aburridísimo —comentó McLaggen, ganándose una mirada fulminante de Dean.
—No tan aburrido como este capítulo —replicó desde la mesa de Ravenclaw alguien a quien Harry no pudo identificar.
—Acaba de empezar, no lo puedes juzgar todavía —le respondió otro Ravenclaw.
—Tiene pinta de que solo van a ser peleas entre Slytherin y Gryffindor —Harry al fin vio que quien hablaba era Marcus Belby. —Lo vemos todos los días, ¿en serio hace falta leerlo?
—¡Pero va a haber un duelo! —exclamó Dennis Creevey desde la mesa de Gryffindor. —Eso no se ve todos los días.
Antes de que Belby pudiera contestar, lo hizo McGonagall.
—Espero que el título del capítulo no hiciera referencia a algo que sucediera realmente —clavó su mirada en Harry, quien no pudo sostenerle la mirada y se dedicó a mirar sus zapatillas hasta que sintió que la profesora ya no lo observaba.
Harry cada vez se preguntaba con más fuerza si no sería posible saltarse los capítulos irrelevantes (porque este definitivamente iba a ser uno de ellos, ¿verdad?).
Harry había descubierto a Ron tratando de animar un cartel de Dean en que aparecía el equipo de fútbol de West Ham, para hacer que los jugadores se movieran.
Esta vez fue a Ron a quien Dean fulminó con la mirada mientras se escuchaban risas a lo largo del comedor.
Neville no había tenido una escoba en toda su vida, porque su abuela no se lo permitía. Harry pensó que ella había actuado correctamente, dado que Neville se las ingeniaba para tener un número extraordinario de accidentes, incluso con los dos pies en tierra.
Harry hizo amago de disculparse con Neville, pero el chico le sonrió y negó con la cabeza.
Hermione Granger estaba casi tan nerviosa como Neville con el tema del vuelo. Eso era algo que no se podía aprender de memoria en los libros, aunque lo había intentado. En el desayuno del jueves, aburrió a todos con estúpidas notas sobre el vuelo que había encontrado en un libro de la biblioteca, llamado Quidditch a través de los tiempos.
Hermione se puso muy, muy roja.
Neville estaba pendiente de cada palabra, desesperado por encontrar algo que lo ayudara más tarde con su escoba, pero todos los demás se alegraron mucho cuando la lectura de Hermione fue interrumpida por la llegada del correo.
—Yo solo intentaba ayudar —bufó la chica.
—Y nosotros solo intentábamos desayunar tranquilos —respondió Ron. Ella rodó los ojos.
Harry no había recibido una sola carta desde la nota de Hagrid, algo que Malfoy ya había notado, por supuesto. La lechuza de Malfoy siempre le llevaba de su casa paquetes con golosinas, que el muchacho abría con perversa satisfacción en la mesa de Slytherin.
—¿"Perversa satisfacción"? —Malfoy se dirigió directamente a Harry, con cara de incredulidad. —Sabes, Potter, que no todo lo que hago tiene que ver contigo, ¿verdad?
Respirando hondo para controlar su genio, Harry decidió no contestar.
Un lechuzón entregó a Neville un paquetito de parte de su abuela. Lo abrió excitado y les enseñó una bola de cristal, del tamaño de una gran canica, que parecía llena de humo blanco.
—¡Es una Recordadora! —explicó—. La abuela sabe que olvido cosas y esto te dice si hay algo que te has olvidado de hacer. Mirad, uno la sujeta así, con fuerza, y si se vuelve roja... oh... —se puso pálido, porque la Recordadora súbitamente se tiñó de un brillo escarlata—... es que has olvidado algo...
Se escucharon murmullos en algunas zonas del comedor, de entre los que Harry escuchó las palabras "qué cosa tan inútil" y "vaya regalo".
Neville estaba tratando de recordar qué era lo que había olvidado, cuando Draco Malfoy que pasaba al lado de la mesa de Gryffindor; le quitó la Recordadora de las manos.
—Y ahí está mi nombre otra vez —intervino Draco. —Potter, deberías hacerte mirar esa obsesión que tienes conmigo.
Incapaz de quedarse callado esta vez, Harry replicó:
—Quizá no se te nombraría en el libro si dejaras de meterte en asuntos que no te conciernen. ¿Por qué viniste a la mesa de Gryffindor y le quitaste la recordadora a Neville? Asúmelo, aquí el único que tiene una obsesión eres tú.
Se escucharon jadeos de sorpresa y risitas.
—Suficiente —intervino, para sorpresa de Harry, Dumbledore. Habría esperado que la profesora McGonagall o Snape fueran los primeros en meterse a la discusión.
Debido a su sorpresa, Susan siguió leyendo antes de que pudiera decir nada más.
Harry y Ron saltaron de sus asientos. En realidad, deseaban tener un motivo para pelearse con Malfoy,
Malfoy le lanzó una mirada a Harry que claramente decía: "¿Quién es el obseso ahora?". Harry lo ignoró completamente.
pero la profesora McGonagall, que detectaba problemas más rápido que ningún otro profesor del colegio, ya estaba allí.
La sonrisita de McGonagall fue suficiente para animar un poco a Harry.
—¿Qué sucede?
—Malfoy me ha quitado mi Recordadora, profesora.
Con aire ceñudo, Malfoy dejó rápidamente la Recordadora sobre la mesa.
—Sólo la miraba —dijo, y se alejó, seguido por Crabbe y Goyle.
—Ya, claro —dijo Angelina, rodando los ojos.
Aquella tarde, a las tres y media, Harry, Ron y los otros Gryffindors bajaron corriendo los escalones delanteros, hacia el parque, para asistir a su primera clase de vuelo. Era un día claro y ventoso. La hierba se agitaba bajo sus pies mientras marchaban por el terreno inclinado en dirección a un prado que estaba al otro lado del bosque prohibido, cuyos árboles se agitaban tenebrosamente en la distancia.
Los Slytherins ya estaban allí, y también las veinte escobas, cuidadosamente alineadas en el suelo. Harry había oído a Fred y a George Weasley quejarse de las escobas del colegio, diciendo que algunas comenzaban a vibrar si uno volaba muy alto, o que siempre volaban ligeramente torcidas hacia la izquierda.
Ninguno de los profesores parecía ni remotamente sorprendido con esta información. De hecho, la única que parecía molesta era la señora Hooch.
Entonces llegó la profesora, la señora Hooch. Era baja, de pelo canoso y ojos amarillos como los de un halcón.
Al escuchar su descripción pareció menos molesta que antes. Harry suposo que ser comparada con un halcón era todo un elogio para ella, considerando su profesión.
—Bueno ¿qué estáis esperando? —bramó—. Cada uno al lado de una escoba. Vamos, rápido.
Harry miró su escoba. Era vieja y algunas de las ramitas de paja sobresalían formando ángulos extraños.
—Extended la mano derecha sobre la escoba —les indicó la señora Hooch— y decid «arriba».
—¡ARRIBA! —gritaron todos.
La escoba de Harry saltó de inmediato en sus manos, pero fue uno de los pocos que lo consiguió.
Wood le sonrió y Harry le devolvió la sonrisa.
La de Hermione Granger no hizo más que rodar por el suelo y la de Neville no se movió en absoluto.
—¿Tenías que fijarte en eso? —dijo Hermione, mortificada.
«A lo mejor las escobas saben, como los caballos, cuándo tienes miedo», pensó Harry, y había un temblor en la voz de Neville que indicaba, demasiado claramente, que deseaba mantener sus pies en la tierra.
Se escucharon risas, entre ellas las del propio Neville.
—Estaba aterrorizado —admitió.
Luego, la señora Hooch les enseñó cómo montarse en la escoba, sin deslizarse hasta la punta, y recorrió la fila, corrigiéndoles la forma de sujetarla. Harry y Ron se alegraron muchísimo cuando la profesora dijo a Malfoy que lo había estado haciendo mal durante todos esos años.
Draco abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera hacerlo Harry replicó:
—Si vuelves a mencionar algo sobre obsesión…
—Si lo hago, ¿qué harás? ¿Me estás amenazando? —Por el brillo en sus ojos, estaba claro que Malfoy estaba disfrutando esto.
Consciente de que todos los profesores estaban delante, Harry respondió de la forma más calmada que pudo:
—No, solo digo que si no te comportaras como un… como lo haces, no aparecerías tanto en los libros. Así que, si te molesta, solo tienes que dejar de meterte en mi vida.
Draco abrió la boca para responder, pero un gesto de McGonagall fue suficiente para callar a ambos chicos, quienes se contentaron con mirarse con rabia.
—Ahora, cuando haga sonar mi silbato, dais una fuerte patada —dijo la señora Hooch—. Mantened las escobas firmes, elevaos un metro o dos y luego bajad inclinándoos suavemente. Preparados... tres... dos...
Pero Neville, nervioso y temeroso de quedarse en tierra, dio la patada antes de que sonara el silbato.
—¡Vuelve, muchacho! —gritó, pero Neville subía en línea recta, como el corcho de una botella... Cuatro metros... seis metros... Harry le vio la cara pálida y asustada, mirando hacia el terreno que se alejaba, lo vio jadear; deslizarse hacia un lado de la escoba y..
—Ay, no…
Muchos hicieron muecas incluso antes de que se leyera la caída.
BUM... Un ruido horrible y Neville quedó tirado en la hierba. Su escoba seguía subiendo, cada vez más alto, hasta que comenzó a torcer hacia el bosque prohibido y desapareció de la vista.
La señora Hooch se inclinó sobre Neville, con el rostro tan blanco como el del chico.
—La muñeca fracturada —la oyó murmurar Harry—. Vamos, muchacho... Está bien... A levantarse.
—Pobrecito…
—Eso debió doler.
—Volar no es tan fácil como parece…
El comedor se llenó de comentarios de gente apiadándose de Neville, quien estaba rojo como un tomate. De nuevo, Harry volvió a sentir esa punzada de alivio al ver que toda la atención se centraba sobre otra persona, seguida de una punzada de culpa al darse cuenta de que Neville estaba visiblemente incómodo.
Se volvió hacia el resto de la clase.
—No debéis moveros mientras llevo a este chico a la enfermería. Dejad las escobas donde están o estaréis fuera de Hogwarts más rápido de lo que tardéis en decir quidditch. Vamos, hijo.
—A no ser que seas Harry Potter —comentó Ernie Macmillan, ganándose varias miradas asesinas por parte del equipo de quidditch de Gryffindor. Harry decidió ignorarlo. Tenía muchas ganas de que se terminara la lectura de una vez… y solo era el primer capítulo del día.
Neville, con la cara surcada de lágrimas y agarrándose la muñeca, cojeaba al lado de la señora Hooch, que lo sostenía.
—Ay, pobre —Hannah lo miraba, compasiva. Neville se puso aún más rojo.
Casi antes de que pudieran marcharse, Malfoy ya se estaba riendo a carcajadas. —¿Habéis visto la cara de ese gran zoquete?
Los otros Slytherins le hicieron coro.
En el comedor pasaba todo lo contrario. Muchos alumnos abuchearon a Malfoy, quien simplemente los miró con deprecio.
—¡Cierra la boca, Malfoy! —dijo Parvati Patil en tono cortante.
—Oh, ¿estás enamorada de Longbottom? —dijo Pansy Parkinson, una chica de Slytherin de rostro duro. Nunca pensé que te podían gustar los gorditos llorones, Parvati.
Parvati bufó.
—No me acordaba de eso.
Neville le sonrió y le agradeció por haber tratado de defenderlo, lo que hizo que la Gryffindor le sonriera, olvidando de nuevo el comentario de Pansy.
—¡Mirad! —dijo Malfoy, agachándose y recogiendo algo de la hierba—. Es esa cosa estúpida que le mandó la abuela a Longbottom.
La Recordadora brillaba al sol cuando la cogió.
—Trae eso aquí, Malfoy —dijo Harry con calma. Todos dejaron de hablar para observarlos.
Malfoy sonrió con malignidad.
—Creo que voy a dejarla en algún sitio para que Longbottom la busque... ¿Qué os parece... en la copa de un árbol?
—Diez puntos menos para Slytherin —exclamó la profesora Sprout, mirando a Malfoy con reproche.
—¡No es justo! Han pasado muchos años de eso —replicó Draco, enfurecido. Muchos Slytherins enfadados comenzaron a argumentar contra la decisión de la profesora.
—Diez puntos para Slytherin —intervino Snape. La profesora Sprout jadeó, indignada, antes de replicar:
—Si no permites que se le quiten puntos a Slytherin por nada de lo que salga en el libro, tampoco tienes derecho a quitarle puntos a otras casas por la misma razón.
—Ciertamente —intervino Dumbledore— creo que lo más apropiado sería evitar restar puntos a las casas por eventos que ya sucedieron. Sin embargo… —recorrió la mirada por todo el Gran Comedor, llamando la atención de todos los alumnos — eso no significa que no se puedan quitar puntos por cualquier cosa que suceda en la actualidad.
Snape puso cara de haber chupado un limón, dejando muy claro que su intención había sido quitarle tantos puntos a Gryffindor a costa de los libros como pudiera. Por su parte, Harry se sintió bastante aliviado al escuchar esa nueva norma. Solo esperaba que Dumbledore se mantuviera fiel a su palabra y no decidiera vaciar el reloj de Gryffindor cuando leyera lo del duelo. O lo de la poción multijugos. O lo de…
Oh, no. Norberto. ¿Le pasaría algo a Hagrid? ¿Y si de verdad lo echaban después de leer esa parte del libro? Porque seguro que se mencionaría, es imposible que hablaran del primer día que Harry y Ron encontraron el Gran Comedor en el primer intento y no hablaran de la vez que sacaron a un dragón ilegal del castillo bajo una capa de invisibilidad. ¿Se habría dado cuenta Hagrid del peligro que corría?
—¡Tráela aquí! —rugió Harry, pero Malfoy había subido a su escoba y se alejaba. No había mentido, sabía volar.
Ignorando las miradas de odio de una gran cantidad de los estudiantes, Draco le sonrió malignamente a Harry, como queriendo decir "Claro que sé volar, mejor de lo que tú jamás sabrás hacerlo." Pero claro, no dijo ni una palabra, así que Harry se forzó a mantener la boca cerrada.
Desde las ramas más altas de un roble lo llamó:
—¡Ven a buscarla, Potter!
Harry cogió su escoba.
—¡No! —gritó Hermione Granger—. La señora Hooch dijo que no nos moviéramos. Nos vas a meter en un lío.
Algunos profesores le sonrieron a Hermione, quien les sonrió de vuelta, algo avergonzada pero obviamente orgullosa de sí misma.
Harry no le hizo caso.
Se escucharon risas.
—¿Sabes? Esa frase puede definir muy bien los últimos cuatro años —comentó Ron, llevándose un golpe de Harry, aunque consiguió esquivarlo entre risas. Mientras tanto, Hermione los miraba, claramente exasperada, pero divertida.
Le ardían las orejas. Se montó en su escoba, pegó una fuerte patada y subió. El aire agitaba su pelo y su túnica, silbando tras él y, en un relámpago de feroz alegría, se dio cuenta de que había descubierto algo que podía hacer sin que se lo enseñaran. Era fácil, era maravilloso.
Harry sonrió. Si se trataba de leer momentos felices, realmente no le importaba estar allí sentado teniendo que escucharlos. Muchos alumnos de Gryffindor (y Luna, que se había vuelto a sentar cerca de ellos) le sonrieron. Wood parecía especialmente emocionado.
Empujó su escoba un poquito más, para volar más alto, y oyó los gritos y gemidos de las chicas que lo miraban desde abajo, y una exclamación admirada de Ron.
—La verdad es que estuvo genial —le sonrió Ron.
Dirigió su escoba para enfrentarse a Malfoy en el aire. Éste lo miró asombrado. —¡Déjala —gritó Harry— o te bajaré de esa escoba!
Las exclamaciones de "Oooooh" y las risas emocionadas se extendieron por el comedor. Parecía que la gente comenzaba a animarse, ahora que en el capítulo pasaban cosas más interesantes que el porrón de descripciones que habían tenido que leer. Muchos se preguntaban si este era el duelo del que hablaba el título, pero las palabras "a medianoche" parecían negarlo.
—Ah, ¿sí? —dijo Malfoy, tratando de burlarse, pero con tono preocupado.
Se escucharon más risas.
—No estaba preocupado —replicó Draco frustrado.
Harry sabía, de alguna manera, lo que tenía que hacer. Se inclinó hacia delante, cogió la escoba con las dos manos y se lanzó sobre Malfoy como una jabalina. Malfoy pudo apartarse justo a tiempo, Harry dio la vuelta y mantuvo firme la escoba. Abajo, algunos aplaudían.
En el comedor nadie aplaudía, pero muchos reían y vitoreaban. Malfoy parecía aún más frustrado, y Canuto parecía estar tremendamente feliz, lo que hizo que Harry estuviera feliz también.
—Aquí no están Crabbe y Goyle para salvarte, Malfoy —exclamó Harry Parecía que Malfoy también lo había pensado.
—Cobarde —dijo Fred por lo bajo.
—¡Atrápala si puedes, entonces! —gritó. Tiró la bola de cristal hacia arriba y bajó a tierra con su escoba.
Algunos profesores tenían cara de querer quitarle puntos a Malfoy, lo que hizo que el rubio sonriera con suficiencia. La norma de no quitar puntos a nadie definitivamente era un arma de doble filo.
Harry vio, como si fuera a cámara lenta, que la bola se elevaba en el aire y luego comenzaba a caer. Se inclinó hacia delante y apuntó el mango de la escoba hacia abajo. Al momento siguiente, estaba ganando velocidad en la caída, persiguiendo a la bola, con el viento silbando en sus orejas mezclándose con los gritos de los que miraban. Extendió la mano y, a unos metros del suelo, la atrapó, justo a tiempo para enderezar su escoba y descender suavemente sobre la hierba, con la Recordadora a salvo.
Algunas personas vitorearon y otras aplaudieron, especialmente los Gryffindor.
—¡HARRY POTTER!
Su corazón latió más rápido que nunca. La profesora McGonagall corría hacia ellos. Se puso de pie, temblando.
—Nunca... en todos mis años en Hogwarts...
La profesora McGonagall estaba casi muda de la impresión, y sus gafas centelleaban de furia.
—¿Cómo van a centellear sus gafas? O sea, centellearían sus ojos… —preguntó Hannah Abbott, pero las miradas de advertencia de sus compañeros Hufflepuff la hicieron callar. El ambiente se había tornado algo tenso para todos aquellos que no conocían cómo había acabado esa situación, aunque era obvio para todos que Harry no había sido expulsado.
—¿Cómo te has atrevido...? Has podido romperte el cuello...
—No fue culpa de él, profesora...
—Silencio, Parvati.
—Primero Longbottom y ahora Potter. Parvati, defensora de los debiluchos —dijo Pansy Parkinson con sorna. Inmediatamente algunos Gryffindor saltaron para defender a Neville y a Harry (y Harry notó que Seamus estaba entre ellos, algo que le hacía más ilusión de lo que jamás admitiría en voz alta). Esta vez fue el profesor Flitwick el que tuvo que pedir silencio, ya que McGonagall y Snape parecían estar inmersos en su propio duelo no-verbal. No se decían nada, apenas se miraban, pero la tensión entre ellos podría haberse notado a kilómetros de distancia. Aunque Harry había supuesto que este capítulo traería problemas entre Gryffindor y Slytherin, no esperaba que estos se contagiaran al profesorado.
—Pero Malfoy…
—Ya es suficiente, Weasley. Harry Potter, ven conmigo.
En aquel momento, Harry pudo ver el aire triunfal de Malfoy, Crabbe y Goyle, mientras andaba inseguro tras la profesora McGonagall, de vuelta al castillo. Lo iban a expulsar; lo sabía. Quería decir algo para defenderse, pero no podía controlar su voz.
—Ay, pobrecito —murmuró Katie Bell. Harry se sonrojó un poco, pero por suerte nadie lo notó.
La profesora McGonagall andaba muy rápido, sin siquiera mirarlo. Tenía que correr para alcanzarla. Esta vez sí que lo había hecho. No había durado ni dos semanas. En diez minutos estaría haciendo su maleta. ¿Qué dirían los Dursley cuando lo vieran llegar a la puerta de su casa?
—Y ahí está otra vez tu lado dramático —George rodó los ojos.
—Deberías relajarte un poco —añadió Fred, ganándose un gruñido como respuesta.
Subieron por los peldaños delanteros y después por la escalera de mármol. La profesora McGonagall seguía sin hablar. Abría puertas y andaba por los pasillos, con Harry corriendo tristemente tras ella. Tal vez lo llevaba ante Dumbledore. Pensó en Hagrid, expulsado, pero con permiso para quedarse como guardabosque. Quizá podría ser el ayudante de Hagrid. Se le revolvió el estómago al imaginarse observando a Ron y los otros convirtiéndose en magos, mientras él andaba por ahí, llevando la bolsa de Hagrid.
—A mí no me molestaría trabajar de guardabosques — le comentó un chico de segundo de Hufflepuff a su compañero. —Me pasaría el día entre los animales del Bosque Prohibido, cuidándolos y estudiándolos, y podría cuidar de las plantas y ver las especies raras que hay en el bosque.
—Pues yo lo odiaría. Todo el día cuidando bichos y mirando plantas, suena a aburrimiento mortal.
—¡A mí me encantaría! No tendría que estudiar —sonrió un Hufflepuff de tercero. En cuestión de segundos, casi la mitad del alumnado estaba comentando con sus amigos la posibilidad de trabajar de guardabosques. Hagrid, abrumado, sonreía a aquellos a los que oía decir que adorarían trabajar de algo así. Eventualmente, Dumbledore llamó a la calma y todos se callaron, incluyendo Umbridge, quien había dicho algo como "Ni bajo la maldición Imperius".
La profesora McGonagall se detuvo ante un aula. Abrió la puerta y asomó la cabeza.
—Discúlpeme, profesor Flitwick. ¿Puedo llevarme a Wood un momento?
«¿Wood? —pensó Harry aterrado—. ¿Wood sería el encargado de aplicar los castigos físicos?»
Algunos alumnos rieron, comentando de nuevo lo dramático que podía llegar a ser Harry. Sin embargo, otros muchos tenían expresiones solemnes en sus rostros. La señora Weasley se había puesto muy pálida, al igual que Arthur, quien le tomaba la mano a su esposa. A Harry le sorprendió ver que Hermione parecía a punto de echarse a llorar, y que Ron miraba fijamente a un punto en el suelo con la expresión más seria que le había visto en bastante tiempo. Pero la peor reacción fue la de Canuto, quien soltó un gemido lastimero y miró a Harry como si sus peores miedos se hubieran hecho realidad. La expresión de la profesora McGonagall no se quedaba atrás: sus ojos se movían entre Harry y Dumbledore, con sus labios tan apretados que apenas se veían.
—Hogwarts…—comenzó a decir el director con tono solemne — no permite, bajo ningún concepto, el castigo físico a los alumnos. Quiero que eso quede totalmente claro para todos vosotros.
Muchos asintieron, aunque Harry no fue uno de ellos, sino que se quedó mirando un punto fijo del suelo sin querer cruzar miradas con nadie. Tras unos segundos de silencio, Susan Bones siguió leyendo con expresión seria.
Pero Wood era sólo un muchacho corpulento de quinto año, que salió de la clase de Flitwick con aire confundido.
—Seguidme los dos —dijo la profesora McGonagall. Avanzaron por el pasillo, Wood mirando a Harry con curiosidad.
—Aquí.
La profesora McGonagall señaló un aula en la que sólo estaba Peeves, ocupado en escribir groserías en la pizarra.
—¡Fuera, Peeves! —dijo con ira la profesora.
Peeves tiró la tiza en un cubo y se marchó maldiciendo. La profesora McGonagall cerró la puerta y se volvió para encararse con los muchachos.
—Potter, éste es Oliver Wood. Wood, te he encontrado un buscador.
Alicia y Angelina le sonrieron a Harry, aunque fueron sonrisas algo entristecidas. Harry sentía que debería decir algo: explicar que no era lo que todos estaban pensando, o decir que no fue para tanto, o simplemente negarlo todo. Pero, al mismo tiempo, estaba seguro de que mencionar el tema directamente no podría traer nada bueno. Por ello, decidió devolverles la sonrisa y seguir ignorando las miradas especulativas que todavía caían sobre él.
La expresión de intriga de Wood se convirtió en deleite.
—¿Está segura, profesora?
—Totalmente —dijo la profesora con vigor—. Este chico tiene un talento natural. Nunca vi nada parecido. ¿Ésta ha sido tu primera vez con la escoba, Potter?
Harry asintió con la cabeza en silencio. No tenía una explicación para lo que estaba sucediendo, pero le parecía que no lo iban a expulsar y comenzaba a sentirse más seguro.
—Atrapó esa cosa con la mano, después de un vuelo de quince metros —explicó la profesora a Wood—. Ni un rasguño. Charlie Weasley no lo habría hecho mejor.
Charle le sonrió.
—Espero poder verte volar en persona, Harry. Si eres tan bueno como te pintan, será interesante de ver.
—Cuando quieras —le respondió Harry, también sonriendo.
Wood parecía pensar que todos sus sueños se habían hecho realidad.
Se escucharon risas y a Harry le agradó ver que el ambiente solemne y tenso de antes se estaba disipando. Definitivamente ignorar el tema era lo mejor que podía hacer. Eventualmente todos se olvidarían, algo que él agradecería mucho.
—¿Alguna vez has visto un partido de quidditch, Potter? —preguntó excitado.
—Wood es el capitán del equipo de Gryffindor —aclaró la profesora McGonagall.
—Y tiene el cuerpo indicado para ser buscador —dijo Wood, paseando alrededor de Harry y observándolo con atención—. Ligero, veloz... Vamos a tener que darle una escoba decente, profesora, una Nimbus 2.000 o una Cleansweep 7.
—Hablaré con el profesor Dumbledore para ver si podemos suspender la regla del primer año. Los cielos saben que necesitamos un equipo mejor que el del año pasado. Fuimos aplastados por Slytherin en ese último partido. No pude mirar a la cara a Severus Snape en varias semanas...
La expresión de suficiencia en la cara de Snape hizo que a Harry le dieran ganas de estamparle la copa de quidditch en todo el morro. Por su parte, McGonagall tenía la cabeza bien alta, mientras muchos Slytherin soltaban risitas. Todo esto hizo que Harry se acordara de que, hasta que no se terminaran los libros, no habría quidditch. Solo pensarlo hizo que quisiera que todo se leyera a cámara rápida.
La profesora McGonagall observó con severidad a Harry, por encima de sus gafas.
—Quiero oír que te entrenas mucho, Potter, o cambiaré de idea sobre tu castigo.
Luego, súbitamente, sonrió.
—Tu padre habría estado orgulloso —dijo—. Era un excelente jugador de quidditch.
—Y tanto que lo era—dijo Lupin, sonriéndole a Harry.
—Es una broma.
Era la hora de la cena. Harry había terminado de contarle a Ron todo lo sucedido cuando dejó el parque con la profesora McGonagall. Ron tenía un trozo de carne y pastel de riñón en el tenedor; pero se olvidó de llevárselo a la boca.
—Increíble —exclamó Fred.
—Asombroso —siguió George.
—¡Ha conseguido que Ron se olvide de comer!
—Eso es todo un logro. Es más —prosiguió George, mirando directamente a Harry con fingida admiración —creo que es lo más difícil que has conseguido en toda tu vida.
—Más difícil que luchar contra señores tenebrosos.
—Más difícil que ganar cien copas de quidditch.
—Más difícil que…
—Más difícil que hacer que os calléis —interrumpió Ron, rodando los ojos.
—¿Buscador? —dijo—. Pero los de primer año nunca... Serías el jugador más joven en...
—Un siglo —terminó Harry, metiéndose un trozo de pastel en la boca. Tenía muchísima hambre después de toda la excitación de la tarde—. Wood me lo dijo.
Ron estaba tan sorprendido e impresionado que se quedó mirándolo boquiabierto.
Aunque nadie le prestó demasiada atención a esa frase, hubo alguien que sí lo hizo. Arthur Weasley veía cada vez con más claridad cómo era posible que Ron tuviera esos pensamientos tan negativos hacia sí mismo. Definitivamente tendría que hacer algo para que Ron tuviera más en cuenta sus propios logros, ya que obviamente el chico tendí ignorarlos o a compararlos con los de los demás.
—Tengo que empezar a entrenarme la semana que viene —dijo Harry—. Pero no se lo digas a nadie, Wood quiere mantenerlo en secreto.
Fred y George Weasley aparecieron en el comedor; vieron a Harry y se acercaron rápidamente.
—Bien hecho —dijo George en voz baja—. Wood nos lo contó. Nosotros también estamos en el equipo. Somos golpeadores.
—Te lo aseguro, vamos a ganar la copa de quidditch este curso —dijo Fred—. No la ganamos desde que Charlie se fue, pero el equipo de este año será muy bueno. Tienes que hacerlo bien, Harry. Wood casi saltaba cuando nos lo contó.
—¿Casi? —preguntó Katie Bell. —Cuando me lo dijo a mí estaba literalmente saltando.
—Hey, no me puedes juzgar —le sonrió Wood. —Era una muy buena noticia para el equipo.
—Bueno, tenemos que irnos. Lee Jordan cree que ha descubierto un nuevo pasadizo secreto, fuera del colegio.
—Seguro que es el que hay detrás de la estatua de Gregory Smarmy, que nosotros encontramos en nuestra primera semana.
Se escucharon muchos jadeos de sorpresa y murmullos. Obviamente, no mucha gente conocía la existencia de ese pasadizo. Fred y George pusieron cara de inocentes mientras McGonagall los miraba severamente. Umbridge tenía cara de estar muy disgustada; probablemente no conocía ninguno de los pasadizos del castillo, algo que alegró mucho a Harry. Luego recordó que en el tercer libro se leería sobre el mapa del merodeador y dejó de hacerle tanta gracia el interés de Umbridge por los pasadizos. Si alguien intentaba quitarle el mapa, especialmente ella, iba a poner el grito en el cielo.
Fred y George acababan de desaparecer, cuando se presentaron unos visitantes mucho menos agradables. Malfoy, flanqueado por Crabbe y Goyle.
—¿Comiendo la última cena, Potter? ¿Cuándo coges el tren para volver con los muggles?
—Eres mucho más valiente ahora que has vuelto a tierra firme y tienes a tus «amiguitos» —dijo fríamente Harry. Por supuesto que en Crabbe y Goyle no había nada que justificara el diminutivo, pero como la Mesa Alta estaba llena de profesores, no podían hacer más que crujir los nudillos y mirarlo con el ceño fruncido.
Exactamente lo mismo que podían hacer ahora. Se escucharon risas de nuevo, mientras Harry ignoraba totalmente a los dos matones.
—Nos veremos cuando quieras —dijo Malfoy—. Esta noche, si quieres. Un duelo de magos. Sólo varitas, nada de contacto. ¿Qué pasa? Nunca has oído hablar de duelos de magos, ¿verdad?
—Señor Malfoy... —comenzó a hablar McGonagall, severa. Sin embargo, Snape rápidamente la interrumpió.
—Debido a la nueva norma que impide restar puntos a cualquiera de las casas, no recibirá ningún castigo.
McGonagall le lanzó una mirada de desaprobación, pero no dijo nada más al respecto.
—Por supuesto que sí —dijo Ron, interviniendo—. Yo soy su segundo. ¿Cuál es el tuyo?
Malfoy miró a Crabbe y Goyle, valorándolos.
—Crabbe —respondió—. A medianoche, ¿de acuerdo? Nos encontraremos en el salón de los trofeos, nunca se cierra con llave.
Cuando Malfoy se fue, Ron y Harry se miraron.
—¿Qué es un duelo de magos? —preguntó Harry—. ¿Y qué quiere decir que seas mi segundo?
—Bueno, un segundo es el que se hace cargo, si te matan —dijo Ron sin darle importancia.
—Cuánta delicadeza, Ron —Hermione no era la única a la que la respuesta le había parecido divertida. Se oían risas desde varias zonas del comedor.
Al ver la expresión de Harry, añadió rápidamente—: Pero la gente sólo muere en los duelos reales, ya sabes, con magos de verdad. Lo máximo que podéis hacer Malfoy y tú es mandaros chispas uno al otro.
—El duelo del siglo —rió Ginny.
—No llegamos ni a eso —contestó Harry, mirando de forma significativa a la zona en la que estaba Malfoy, quien fingió no estar escuchando.
Ninguno sabe suficiente magia para hacer verdadero daño. De todos modos, seguro que él esperaba que te negaras.
—¿Y si levanto mi varita y no sucede nada?
—La tiras y le das un puñetazo en la nariz —le sugirió Ron.
—Ay, por favor —Tonks reía a carcajadas, y no era la única. —Lo peor es que es un buen consejo.
Ron simplemente se encogió de hombros, sonriendo.
—Disculpad.
Los dos miraron. Era Hermione Granger.
—¿No se puede comer en paz en este lugar? —dijo Ron. Hermione no le hizo caso y se dirigió a Harry.
—No pude dejar de oír lo que tú y Malfoy estabais diciendo...
—No esperaba otra cosa —murmuró Ron.
—... y no debes andar por el colegio de noche. Piensa en los puntos que perderás para Gryffindor si te atrapan, y lo harán. La verdad es que es muy egoísta de tu parte.
—Y la verdad es que no es asunto tuyo —respondió Harry.
—Adiós —añadió Ron.
—Madre mía, os llevabais a matar —Lavender parecía muy sorprendida. —¿Cómo acabasteis siendo amigos?
El trío intercambió miradas antes de echarse a reír.
—Supongo que no faltará mucho para que lo leamos —respondió Harry. —Creo que seguramente lo leamos hoy, porque es imposible que no esté en los libros.
—Totalmente —añadió Ron, quien todavía reía. De pronto se puso serio y dirigió su mirada a Hermione. —Siento mucho haber sido tan borde.
La chica lo miró como si le hubieran salido dos cabezas más, a lo Fluffy.
—¿Me estás pidiendo disculpas? —respondió ella, atónita.
—Sí —aunque se había puesto algo rojo, Ron no bajó la mirada.
—Probablemente yo también debería pedirte disculpas —dijo Harry, algo apenado. —Tampoco es que yo fuera muy simpático aquella vez.
Hermione les sonrió y les hizo un gesto con la mano que claramente significaba "No pasa nada".
De todos modos, pensó Harry, aquello no era lo que llamaría un perfecto final para el día. Estaba acostado, despierto, oyendo dormir a Seamus y a Dean (Neville no había regresado de la enfermería). Ron había pasado toda la velada dándole consejos del tipo de: «Si trata de maldecirte, será mejor que te escapes, porque no recuerdo cómo se hace para pararlo».
Se volvieron a escuchar risas. Fred aplaudió a Ron sarcásticamente, mientras George fingía limpiarse una lagrimita de la emoción.
Tenían grandes probabilidades de que los atraparan Filch o la Señora Norris, y Harry sintió que estaba abusando de su suerte al transgredir otra regla del colegio en un mismo día.
—Así era— interrumpió la profesora McGonagall, clavando una mirada severa en Harry, quien no pudo más que agachar la cabeza y quedarse en silencio. Por su parte, para Snape esto solo corroboraba que Potter había heredado totalmente la arrogancia de su padre. No solo había roto las normas (y se había salvado gracias a un trato preferencial que no debería haber tenido), sino que las había vuelto a romper el mismo día.
Por otra parte, el rostro burlón de Malfoy se le aparecía en la oscuridad, y aquélla era la gran oportunidad de vencerlo frente a frente. No podía perderla.
Harry miró de reojo a Draco, quien tenía una perfecta cara de póker. Viendo el lado bueno, ahora todo el castillo sabría lo cobarde que podía llegar a ser Malfoy.
—Once y media —murmuró finalmente Ron—. Mejor nos vamos ya.
Se pusieron las batas, cogieron sus varitas y se lanzaron a través del dormitorio de la torre. Bajaron la escalera de caracol y entraron en la sala común de Gryffindor. Todavía brillaban algunas brasas en la chimenea, haciendo que todos los sillones parecieran sombras negras. Ya casi habían llegado al retrato, cuando una voz habló desde un sillón cercano.
—No puedo creer que vayas a hacer esto, Harry.
Una luz brilló. Era Hermione Granger; con el rostro ceñudo y una bata rosada.
—Hermione, querida —comenzó Fred.
—Eras un poco…
—¿Pesada?
—¿Aguafiestas? —sugirió George. Hermione rodó los ojos.
—Estaban transgrediendo las normas. Tenía que intentar pararlos —se defendió.
—¡Tu! —dijo Ron furioso—. ¡Vuelve a la cama!
Ron hizo una mueca. No le gustaba ver cómo había tratado a Hermione esos primeros dos meses de curso.
—Estuve a punto de decírselo a tu hermano —contestó enfadada Hermione—. Percy es el prefecto y puede deteneros.
Harry no podía creer que alguien fuera tan entrometido.
—Exactamente nuestra tesis —comentó Fred, ganándose una mirada asesina de Hermione, que también fue dirigida hacia Harry. El chico se planteó si debería pedirle perdón por esto también, pero decidió que ella había sido una entrometida, así que no abrió la boca.
—Vamos —dijo a Ron. Empujó el retrato de la Dama Gorda y se metió por el agujero.
Hermione no iba a rendirse tan fácilmente. Siguió a Ron a través del agujero, gruñendo como una gansa enfadada.
Esta vez las risas fueron más fuertes, y Hermione miró a Harry con incredulidad e indignación.
—¿Cómo una qué?
—Eh, que yo no he escrito eso —Harry levantó las manos en señal de inocencia.
—Pero lo pensaste.
Cuando las risas se hubieron calmado, Susan siguió leyendo con una sonrisa.
—No os importa Gryffindor; ¿verdad? Sólo os importa lo vuestro. Yo no quiero que Slytherin gane la copa de las casas y vosotros vais a perder todos los puntos que yo conseguí de la profesora McGonagall por conocer los encantamientos para cambios.
Ahora hasta Hermione no podía negar que sonaba pedante. Harry vio la mueca que hizo y la miró con una ceja arqueada y una sonrisita, ganándose un golpe en el brazo.
—Vete.
—Muy bien, pero os he avisado. Recordad todo lo que os he dicho cuando estéis en el tren volviendo a casa mañana. Sois tan...
Pero lo que eran no lo supieron. Hermione había retrocedido hasta el retrato de la Dama Gorda, para volver; y descubrió que la tela estaba vacía. La Dama Gorda se había ido a una visita nocturna y Hermione estaba encerrada, fuera de la torre de Gryffindor.
—Ooooh —Fred y George parecían estar pasándoselo en grande. —¿Qué hará ahora la pequeña prefecta?
Hermione les lanzó una mirada fulminante, pero ellos ni se inmutaron.
¿Y ahora qué voy a hacer? —preguntó con tono agudo.
—Ése es tu problema —dijo Ron—. Nosotros tenemos que irnos o llegaremos tarde.
No habían llegado al final del pasillo cuando Hermione los alcanzó. —Voy con vosotros —dijo.
—Eso no me lo esperaba —comentó Parvati.
—No lo harás.
—¿No creeréis que me voy a quedar aquí, esperando a que Filch me atrape? Si nos encuentra a los tres, yo le diré la verdad, que estaba tratando de deteneros, y vosotros me apoyaréis.
—Eso lo explica —le respondió Lavender, rodando los ojos. Hermione bufó, molesta.
—Eres una caradura —dijo Ron en voz alta.
—Callaos los dos —dijo Harry en tono cortante—. He oído algo. Era una especie de respiración.
—¿Qué demo…? —empezó Fred antes de darse cuenta de la mirada severa que la señora Weasley le había lanzado. —Eh… ¿qué narices?
Algunos rieron, los que no estaban preocupados por saber qué era esa respiración.
—¿La Señora Norris? —resopló Ron, tratando de ver en la oscuridad.
No era la Señora Norris. Era Neville.
—Pfff.
Muchos respiraron aliviados. Era increíble la facilidad que tenían para meterse en la historia.
Estaba enroscado en el suelo, medio dormido, pero se despertó súbitamente al oírlos.
—¡Gracias a Dios que me habéis encontrado! Hace horas que estoy aquí. No podía recordar el nuevo santo y seña para irme a la cama.
—No hables tan alto, Neville. El santo y seña es «hocico de cerdo», pero ahora no te servirá, porque la Dama Gorda se ha ido no sé dónde.
—¿Cómo está tu muñeca? —preguntó Harry
—Bien —contestó, enseñándosela—. La señora Pomfrey me la arregló en un minuto.
—Bueno, mira, Neville, tenemos que ir a otro sitio. Nos veremos más tarde...
—¡No me dejéis! —dijo Neville, tambaléandose—. No quiero quedarme aquí solo. El Barón Sanguinario ya ha pasado dos veces.
—¡No me dejéis! ¡Soy un inútil! — se burló Zabini por lo bajo.
Ron miró su reloj y luego echó una mirada furiosa a Hermione y Neville.
—Si nos atrapan por vuestra culpa, no descansaré hasta aprender esa Maldición de los Demonios, de la que nos habló Quirrell, y la utilizaré contra vosotros.
—¡Ron! —le regañó Molly, haciendo que el chico se pusiera de un rojo brillante.
Hermione abrió la boca, tal vez para decir a Ron cómo utilizar la Maldición de los Demonios, pero Harry susurró que se callara y les hizo señas para que avanzaran.
A lo largo del comedor muchos parecían divertirse con la situación.
—Menudo ejército de enanos —comentó un chico de sexto de Ravenclaw. —¿En serio no os pillaron?
Harry y Ron negaron con la cabeza sin poder evitar sentir cierto orgullo por su hazaña. Muchos los miraron con admiración, lo que hizo que Hermione rodara los ojos.
Se deslizaron por pasillos iluminados por el claro de luna, que entraba por los altos ventanales. En cada esquina, Harry esperaba chocar con Filch o la Señora Norris, pero tuvieron suerte. Subieron rápidamente por una escalera hasta el tercer piso y entraron de puntillas en el salón de los trofeos.
Algunos profesores los miraban con desaprobación. Neville bajó un poco la cabeza, pero el trío ni se inmutó. Sabiendo lo que iba a suceder en los siguientes capítulos (y en los siguientes libros), lo de ese día era bastante irrelevante.
Malfoy y Crabbe todavía no habían llegado. Las vitrinas con trofeos brillaban cuando las iluminaba la luz de la luna. Copas, escudos, bandejas y estatuas, oro y plata reluciendo en la oscuridad. Fueron bordeando las paredes, vigilando las puertas en cada extremo del salón. Harry empuñó su varita, por si Malfoy aparecía de golpe. Los minutos pasaban.
Harry se preguntaba cómo se debía estar sintiendo Malfoy al leer todo esto. Todo el comedor estaba a punto de ver lo cobarde y malintencionado que era. Sin embargo, el Slytherin seguía teniendo la mayor cara de póker de la historia.
—Se está retrasando, tal vez se ha acobardado —susurró Ron.
Entonces un ruido en la habitación de al lado los hizo saltar. Harry ya había levantado su varita cuando oyeron unas voces. No era Malfoy.
—Olfatea por ahí, mi tesoro. Pueden estar escondidos en un rincón.
Era Filch, hablando con la Señora Norris.
El ambiente entre los alumnos se volvió tenso inmediatamente. Filch los fulminaba con la mirada a todos, pero ellos estaban más pendientes de Susan y del libro.
Aterrorizado, Harry gesticuló salvajemente para que los demás lo siguieran lo más rápido posible. Se escurrieron silenciosamente hacia la puerta más alejada de la voz de Filch. Neville acababa de pasar, cuando oyeron que Filch entraba en el salón de los trofeos.
—Tienen que estar en algún lado —lo oyeron murmurar—. Probablemente se han escondido.
—¡Por aquí! —señaló Harry a los otros y, aterrados, comenzaron a atravesar una larga galería, llena de armaduras. Podían oír los pasos de Filch, acercándose a ellos. Súbitamente, Neville dejó escapar un chillido de miedo y empezó a correr, tropezó, se aferró a la muñeca de Ron y se golpearon contra una armadura. Los ruidos eran suficientes para despertar a todo el castillo.
—Menuda panda de torpes —dijo alguien desde la mesa de Slytherin, pero nadie le hizo caso. Todos estaban metidos en la lectura.
—¡CORRED! —exclamó Harry, y los cuatro se lanzaron por la galería, sin darse la vuelta para ver si Filch los seguía. Pasaron por el quicio de la puerta y corrieron de un pasillo a otro, Harry delante, sin tener ni idea de dónde estaban o adónde iban. Se metieron a través de un tapiz y se encontraron en un pasadizo oculto, lo siguieron y llegaron cerca del aula de Encantamientos, que sabían que estaba a kilómetros del salón de trofeos.
Algunas personas dejaron salir suspiros de alivio. Filch volvió a gruñir.
—Creo que lo hemos despistado —dijo Harry, apoyándose contra la pared fría y secándose la frente. Neville estaba doblado en dos, respirando con dificultad.
—Te... lo... dije —añadió Hermione, apretándose el pecho—. Te... lo... dije.
—Tenemos que regresar a la torre Gryffindor —dijo Ron— lo más rápido posible.
—Malfoy te engañó —dijo Hermione a Harry—. Te has dado cuenta, ¿no? No pensaba venir a encontrarse contigo. Filch sabía que iba a haber gente en el salón de los trofeos. Malfoy debió de avisarle.
Harry pensó que probablemente tenía razón, pero no iba a decírselo.
Hermione lo miró mal, pero él la ignoró olímpicamente.
—Vamos.
No sería tan sencillo. No habían dado más de una docena de pasos, cuando se movió un pestillo y alguien salió de un aula que estaba frente a ellos.
Era Peeves. Los vio y dejó escapar un grito de alegría.
—Oh, no…
—Esto se va a poner feo — declaró Ernie Macmillan.
—Yo pensaba que ya se habían librado —confesó Justin. Los murmullos de muchos alumnos le daban la razón.
—Cállate, Peeves, por favor... Nos vas a delatar.
Peeves cacareó.
—¿Vagabundeando a medianoche, novatos? No, no, no. Malitos, malitos, os agarrarán del cuellecito.
—No, si no nos delatas, Peeves, por favor.
—Debo decírselo a Filch, debo hacerlo —dijo Peeves, con voz de santurrón, pero sus ojos brillaban malévolamente—. Es por vuestro bien, ya lo sabéis.
—Quítate de en medio —ordenó Ron, y le dio un golpe a Peeves.
—Ron, esa no ha sido tu idea más brillante —declaró Fred haciendo una mueca.
—Lo sé —gruñó Ron.
Aquello fue un gran error.
—¡ALUMNOS FUERA DE LA CAMA! —gritó Peeves—. ¡ALUMNOS FUERA DE LA CAMA, EN EL PASILLO DE LOS ENCANTAMIENTOS!
Muchos alumnos se inclinaron hacia delante en sus asientos, nerviosos.
Pasaron debajo de Peeves y corrieron como para salvar sus vidas, recto hasta el final del pasillo, donde chocaron contra una puerta... que estaba cerrada.
—¡Estamos listos! —gimió Ron, mientras empujaban inútilmente la puerta—. ¡Esto es el final!
Podían oír las pisadas: Filch corría lo más rápido que podía hacia el lugar de donde procedían los gritos de Peeves.
—Oh, muévete —ordenó Hermione. Cogió la varita de Harry, golpeó la cerradura y susurró—: ¡Alohomora!
El pestillo hizo un clic y la puerta se abrió. Pasaron todos, la cerraron rápidamente y se quedaron escuchando.
Harry, Ron, Hermione y Neville intercambiaron miradas, recordando perfectamente lo que había tras esa puerta. A Neville le dio un escalofrío.
—¿Adónde han ido, Peeves? —decía Filch—. Rápido, dímelo.
—Di «por favor».
—No me fastidies, Peeves. Dime adónde fueron.
—No diré nada si me lo pides por favor —dijo Peeves, con su molesta vocecita.
—Muy bien... por favor.
—¡NADA! Ja, ja. Te dije que no te diría nada si me lo pedías por favor. ¡Ja, ja! —Y oyeron a Peeves alejándose y a Filch maldiciendo enfurecido.
Hubo bastantes risas entre el alumnado, y Harry incluso vio a Hagrid intentando disimular una gran sonrisa. Canuto ladró varias veces, obviamente orgulloso de Peeves.
—Él cree que esta puerta está cerrada —susurro Harry—. Creo que nos vamos a escapar. ¡Suéltame, Neville! —Porque Neville le tiraba de la manga desde hacía un minuto—. ¿Qué pasa?
Harry se dio la vuelta y vio, claramente, lo que pasaba. Durante un momento, pensó que estaba en una pesadilla: aquello era demasiado, después de todo lo que había sucedido.
Muchos se inclinaron todavía más hacia delante en sus asientos, ansiosos por saber qué narices estaba sucediendo.
No estaban en una habitación, como él había pensado. Era un pasillo. El pasillo prohibido del tercer piso. Y ya sabían por qué estaba prohibido.
Estaban
Susan paró de leer en seco y se quedó mirando fijamente el libro con los ojos como platos. Miró el libro, miró hacia donde estaban sentados Harry, Ron, Hermione y Nevile, y volvió a mirar el libro.
—¿Qué pasó? —le urgió Angelina. No era la única que estaba en tensión. El comedor se encontraba en ese momento en silencio absoluto, todos esperando a que Susan terminara de leer la frase.
La chica volvió a mirar hacia el grupo de amigos, volvió a mirar el libro, cogió aire y comenzó a leer con voz temblorosa.
Estaban mirando directamente a los ojos de un perro monstruoso, un perro que llenaba todo el espacio entre el suelo y el techo. Tenía tres cabezas, seis ojos enloquecidos, tres narices que olfateaban en dirección a ellos y tres bocas chorreando saliva entre los amarillentos colmillos.
Estaba casi inmóvil, con los seis ojos fijos en ellos, y Harry supo que la única razón por la que no los había matado ya era porque la súbita aparición lo había cogido por sorpresa. Pero se recuperaba rápidamente: sus profundos gruñidos eran inconfundibles.
El silencio era total. Algunos alumnos de los primeros años parecían completamente horrorizados, pero no tanto como la señora Weasley, quien estaba tan blanca que Harry pensó que se desmayaría en cualquier momento.
—¿Ron? —preguntó con voz débil.
—No te preocupes, mamá. Pudimos escapar —aunque su intención era consolarla, sus palabras no sirvieron de mucho. La señora Weasley se movió un par de asientos hacia la izquierda para estar junto a Ron, de quien cogió la mano con tanta fuerza que durante un momento Ron hizo una mueca de dolor, antes de ponerse tan colorado como su pelo.
Mientras tanto, el resto del comedor seguía sumido en un silencio estupefacto. El profesor Lupin los miraba como si los estuviera viendo por primera vez, mientras que Canuto parecía aún más orgulloso que antes, a juzgar por la forma en la que movía la cola, algo que hizo que Harry se relajara un poco.
En cuanto a los profesores, la mayoría estaban enterados de que Harry y compañía habían salvado la piedra a final de curso, pero ninguno sabía sobre ese encuentro fortuito con el cancerbero. Solo Dumbledore no parecía sorprendido. Fudge tenía cara de haber tragado algo muy amargo, mientras que Umbridge estaba verde.
—No… no hay más de esas horrendas criaturas en este castillo, ¿me equivoco? —dijo con su voz aguda, tratando de aparentar tranquilidad.
—No se equivoca, Dolores—contestó Dumbledore. —Esa criatura ya no se encuentra en Hogwarts. Puede respirar tranquila.
—Tranquila… —fue Molly quien habló, su tono de voz subiendo alarmantemente rápido. Todavía sostenía la mano de Ron. —¿Tranquila? Se puede saber, ¿qué narices hacía esa criatura en un aula que podía ser FÁCILMENTE ABIERTA POR ALUMNOS DE PRIMERO? ¿EN QUÉ ESTABAIS PENSANDO?
Si la situación hubiera sido diferente, a Harry le habría hecho gracia ver cómo los profesores parecían no tener respuestas que darle a la señora Weasley. Se le ocurrió mirar al señor Weasley, ya que le extrañaba que no estuviera tratando de tranquilizar a su mujer, y se sorprendió al ver la expresión tan seria que tenía en el rostro.
—Realmente, Albus —intervino la profesora McGonagall —se suponía que las medidas de seguridad eran extremas. No debería haber sido posible abrir esa puerta con un simple alohomora.
—Efectivamente, Minerva —replicó el director. Aunque parecía calmado, Harry podía notar el tono amargo con el que hablaba. —No debería haber sido posible.
Todo el comedor le escuchaba atentamente, algunos más preocupados que otros.
—Creo, y esto son solo conjeturas, que esa noche esos alumnos evitaron algo más que un perro de tres cabezas —le lanzó una mirada significativa a la mesa de Gryffindor, aunque Harry notó con molestia que no le miraba fijamente a los ojos, cuando sí que había mirado a Ron, Hermione y Neville. ¿Se estaba imaginando cosas?
—¿Cree que… —intervino Hermione, dudosa —esa noche… él estaba tratando de entrar? ¿Cree que por eso no tuvimos ningún problema para abrir la puerta? ¿Que él ya había deshecho los demás conjuros que la protegían?
—Efectivamente, creo que puede ser una posibilidad —asintió Dumbledore. Nadie en el comedor terminaba de entender lo que estaban hablando.
—Pero entonces, ¿cómo es que nadie notó que esas protecciones ya no estaban? Esto fue a principio de curso —replicó Harry.
—Me temo que debió volver a colocar las protecciones en su lugar en el momento en el que os marchasteis.
—Me he perdido, ¿de qué hablan? —le murmuró Angelina a Katie, quien se encogió de hombros. Por su parte, Molly seguía mirando a Dumbledore con furia.
—Hablaremos de esto después, director —dijo antes de volver a sentarse con su marido, quien seguía teniendo el rostro demasiado serio. A Harry se le hacía rarísimo verlo así.
Cuando la situación se hubo calmado, Susan siguió leyendo.
Harry abrió la puerta. Entre Filch y la muerte, prefería a Filch.
—Pff, no me digas —ironizó Dean. Harry sonrió.
Retrocedieron y Harry cerró la puerta tras ellos. Corrieron, casi volaron por el pasillo.
—Normal —resopló Lavender, a quien acababa de darle un escalofrío.
Filch debía de haber ido a buscarlos a otro lado, porque no lo vieron. Pero no les importaba: lo único que querían era alejarse del monstruo. No dejaron de correr hasta que alcanzaron el retrato de la Dama Gorda en el séptimo piso.
—¿Dónde os habíais metido? —les preguntó, mirando sus rostros sudorosos y rojos y sus batas desabrochadas, colgando de sus hombros.
—No importa... Hocico de cerdo, hocico de cerdo —jadeó Harry, y el retrato se movió para dejarlos pasar. Se atropellaron para entrar en la sala común y se desplomaron en los sillones.
Pasó un rato antes de que nadie hablara. Neville, por otra parte, parecía que nunca más podría decir una palabra.
—También me sentía así —confesó el chico, sacándole unas risas a sus compañeros.
—¿Qué pretenden, teniendo una cosa así encerrada en el colegio? —dijo finalmente Ron—. Si algún perro necesita ejercicio, es ése.
Hermione había recuperado el aliento y el mal carácter.
Hermione volvió a mirar mal a Harry, quien rodó los ojos y la ignoró.
—¿Es que no tenéis ojos en la cara? —dijo enfadada—. ¿No visteis lo que había debajo de él?
—¿El suelo? —sugirió Harry—. No miré sus patas, estaba demasiado ocupado observando sus cabezas.
—Como cualquiera —añadió Fred, quien también había parecido quedar en shock al leer lo del perro pero ahora parecía emocionado.
—Pero Hermione no es cualquiera —sonrió Ron. Ella abrió la boca para replicar, atónita y visiblemente contenta, pero no lo hizo.
—No, el suelo no. Estaba encima de una trampilla. Es evidente que está vigilando algo.
Se puso de pie, mirándolos indignada.
—Oh, espera… —Ron miró a Harry, sus labios formando una sonrisa lentamente. —Ahí viene.
—La frase. Va a decir LA FRASE. —dijo Harry tratando de no reír ante la cara de Hermione, que se había puesto muy roja.
—¿La frase? —preguntó Lavender.
—Ahora verás—respondió Ron, haciéndole un gesto a Susan para que siguiera leyendo.
—Espero que estéis satisfechos. Nos podía haber matado. O peor, expulsado.
A la vez que Susan leía, Harry y Ron recitaban palabra a palabra la frase de Hermione. Ella se tapó la cara con las manos, mientras muchos alumnos se echaban a reír, y otros tantos la miraban con incredulidad.
—Necesitas poner en orden tus prioridades —dijo Ron entre risas. Hermione sacó la cara de entre sus manos y le sacó la lengua, dejándolo boquiabierto. Ella se echó a reír al ver su cara, lo que hizo que Harry también riera aún más. Una vez se hubieron calmado, Susan siguió leyendo, totalmente perpleja.
Ahora, si no os importa, me voy a la cama.
Ron la contempló boquiabierto.
—No, no nos importa —dijo— Nosotros no la hemos arrastrado, ¿no?
Pero Hermione le había dado a Harry algo más para pensar, mientras se metía en la cama. El perro vigilaba algo... ¿Qué había dicho Hagrid? Gringotts era el lugar más seguro del mundo para cualquier cosa que uno quisiera ocultar... excepto tal vez Hogwarts.
Parecía que Harry había descubierto dónde estaba el paquetito arrugado de la cámara setecientos trece.
—Esas son… muchas deducciones para un crío de once años —comentó Tonks, claramente impresionada, sentimiento que Moody parecía compartir. Harry no pudo evitar sentirse orgulloso.
—El capítulo acaba aquí —les informó Susan antes de marcar la página y volver a su asiento. Dumbledore habló entonces:
—¿Quién quiere leer ahora?
Hubo algunos voluntarios, y esta vez el director escogió al profesor Flitwick.
—El siguiente capítulo se titula: Halloween.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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