lunes, 21 de junio de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 31

 La tercera prueba:


Dumbledore estaba sobre el pensadero, con la cara iluminada desde abajo por la luz plateada, y parecía más viejo que nunca. Miró por un momento a Harry, y le dijo:

Buena suerte en la tercera prueba.

— Ese es el final — anunció la chica de Slytherin, y se hizo el silencio.

Había llegado el momento, Harry estaba seguro de ello. No recordaba que hubieran pasado muchas cosas especialmente importantes entre el día en el que había entrado en el pensadero de Dumbledore y el día de la tercera prueba. Si tenía un poco de suerte, quizá dedicarían un capítulo a contar cómo había pasado semanas entrenando con Ron y Hermione, pero algo le decía que eso no iba a suceder.

No, estaba seguro. Iban a leer ya la tercera prueba.

Había pasado los últimos días tratando de reprimir los nervios y concentrarse en otras cosas, pero ahora, sabiendo que estaban a punto de leer los momentos que le habían provocado pesadillas durante meses, lo único en lo que podía pensar era en que no quería estar allí. Y, al mismo tiempo, sabía que no podía marcharse, porque no se lo permitirían y porque no podía soportar la idea de tener que esperar a solas sin saber cómo se estaban tomando todos la lectura. Si Fudge y Umbridge intentaban convencer a todos de que lo que estaban leyendo era mentira… y si lo consiguieran porque la única persona que estuvo presente durante los hechos era demasiado débil como para escuchar una simple descripción de los mismos, por detallada que fuera… No se lo podría perdonar.

Dumbledore se puso en pie y se dirigió a la tarima. Mientras la Slytherin que había estado leyendo se sentaba en su lugar, el director pasaba la página lentamente, con expresión seria.

— El siguiente capítulo se titula: La tercera prueba — anunció.

El silencio era total. Harry notó cómo se le formaba un nudo en el estómago. Lo había sabido y, aun así, la confirmación le había quitado la diminuta esperanza que aún había sentido de que no fueran a leer todavía aquella noche de junio. Aunque, por otro lado, quizá era mejor que se leyera cuanto antes... Sería como arrancar una tirita: doloroso, pero solo ocurriría una vez y después se sentiría mejor, cuando todos supieran exactamente lo que había sucedido en el cementerio y nadie dudara de él.

— ¿Voluntarios? — pidió Dumbledore, pero ningún alumno levantó la mano. Harry se lo había esperado.

— Yo lo haré — se ofreció la profesora McGonagall, poniéndose en pie. El silencio era tan abrumador que sus pasos se escucharon por todo el comedor. Dumbledore le tendió el libro con una ligera inclinación y regresó a su asiento.

McGonagall, cuyo rostro mostraba la tensión que sentía, se aclaró la garganta antes de comenzar a leer.

¿También Dumbledore cree que Quien-tú-sabes está recuperando fuerzas? — murmuró Ron.

Harry ya había hecho partícipes a Ron y Hermione de todo cuanto había visto en el pensadero y de casi todo lo que Dumbledore le había dicho y mostrado después.

— Cómo no — se oyó decir a Lavender, aunque lo hizo bajito, como si no se atreviera a hablar más alto con la tensión que había en el comedor.

Y, naturalmente, también había hecho partícipe a Sirius, a quien había enviado una lechuza en cuanto salió del despacho de Dumbledore. Aquella noche los tres volvieron a quedarse hasta tarde hablando de todas esas cosas en la sala común, hasta que a Harry empezó a darle vueltas la cabeza y comprendió a qué se refería Dumbledore cuando le había dicho que tenía tantos pensamientos en la cabeza que resultaba un alivio sacarlos.

— ¿Y nunca te habías sentido así antes de ese día? — preguntó Ernie, algo desconcertado.

Harry estuvo a punto de rodar los ojos.

— Claro que me había sentido así antes, pero no lo había relacionado con lo que dijo el profesor Dumbledore.

Ron miraba la chimenea. A Harry le pareció que su amigo temblaba un poco, aunque la noche era cálida.

Ron se puso algo rojo.

¿Y confía en Snape? —preguntó Ron—. ¿De verdad confía en Snape, aunque sabe que fue un mortífago?

Sí —respondió Harry.

Muchos alumnos miraron a Snape de reojo. El profesor mantenía en el rostro la expresión más neutral que podía. Perfectamente podría haberse hecho pasar por un maniquí.

Hermione llevaba diez minutos sin hablar. Estaba sentada con la frente apoyada en las manos y mirando al suelo. A Harry se le ocurrió que también a ella le hubiera sido útil un pensadero.

Rita Skeeter —murmuró al final.

Hubo murmullos y muchas miradas confusas.

¿Cómo puedes preocuparte ahora por ella? —exclamó Ron, sin dar crédito a sus oídos.

No me preocupo por ella —dijo Hermione sin dejar de mirar al suelo—. Sólo estoy pensando... ¿Recordáis lo que me dijo en Las Tres Escobas? «Yo sé cosas sobre Ludo Bagman que te pondrían los pelos de punta...» Supongo que se refería a eso.

Algunos jadearon, como si de pronto todo hubiera cobrado sentido.

— Al fin tenemos la respuesta a algo — dijo Ernie. — Aunque solo sea la explicación de ese comentario de Skeeter.

Ella hizo la crónica del juicio, sabía que les había pasado información a los mortífagos. Y Winky también lo sabía, ¿os acordáis? «¡El señor Bagman es un mago malo!» Seguro que el señor Crouch se puso furioso cuando lo dejaron en libertad y lo comentó en su casa.

— Tiene sentido — afirmó Susan Bones.

Ya, pero Bagman no pasó la información a sabiendas, ¿o sí?

Hermione se encogió de hombros.

— Yo no creo que fuera a sabiendas — dijo una chica de cuarto. —Bagman es un poco inocentón, seguro que no se dio cuenta de nada.

— Solo dices eso porque te gusta — replicó un chico que estaba sentado cerca de ella. La chica no lo negó, pero rodó los ojos y no contestó.

¿Y Fudge cree que Madame Máxime atacó a Crouch? —preguntó Ron, volviéndose hacia Harry.

Sí —repuso Harry—, pero sólo porque Crouch desapareció junto al carruaje de Beauxbatons.

— Por esa lógica, como desapareció en Hogwarts, todos nosotros somos sospechosos también — dijo Angelina.

Fudge pareció muy incómodo.

Nosotros nunca sospechamos de ella —comentó Ron pensativo—. Tiene sangre de gigante, y no quiere admitirlo...

Claro que no quiere admitirlo —dijo Hermione bruscamente, levantando la mirada—. Mira lo que le pasó a Hagrid cuando Rita se enteró de lo de su madre. Mira a Fudge, llegando a rápidas conclusiones sobre ella, sólo porque es semigigante. ¿Para qué iba a querer que lo supieran?, ¿para hacerse víctima de ese tipo de prejuicios? En su lugar, sabiendo lo que me esperaba por decir la verdad, también yo diría que tengo el esqueleto grande.

— La verdad es que visto así... — dijo Dean.

— Es normal que lo oculte — murmuró Neville, que parecía sentir un poco de pena por ella.

De pronto Hermione miró el reloj y exclamó asustada—: ¡No hemos practicado nada! ¡Tendríamos que haber preparado el embrujo obstaculizador! ¡Mañana tendremos que ponernos a ello muy en serio! Vamos, Harry, tienes que dormir.

Eso le sacó una sonrisa a más de uno.

— A la camita, Potter, es hora de descansar — se oyó decir a Malfoy en tono de burla. Muchos Slytherin (y no Slytherin también) se rieron y a Harry le dieron ganas de pegarle a Malfoy una patada bien fuerte.

Harry y Ron subieron despacio al dormitorio. Al ponerse el pijama, Harry miró la cama de Neville. Fiel a la palabra que le había dado a Dumbledore, no había contado a Ron ni a Hermione nada sobre los padres de Neville.

Muchos se sorprendieron al oír eso. Neville volvió a darle las gracias a Harry.

Mientras se quitaba las gafas y se metía en la cama adoselada, se imaginó cómo sería tener unos padres aún vivos pero incapaces de reconocer a su hijo. A menudo él inspiraba conmiseración por ser huérfano, pero mientras escuchaba los ronquidos de Neville pensó que éste se la merecía más.

El comedor volvía a estar en completo silencio. Neville había bajado la mirada y la tenía en un punto fijo del suelo. Estaba muy tenso. Dean le dio un par de palmaditas en el hombro.

Allí acostado, a oscuras, Harry sintió un acceso de ira y odio contra los que habían torturado al señor y la señora Longbottom.

— Normal — murmuró Ron.

De hecho, varios alumnos asintieron al escuchar esas palabras, como si entendieran perfectamente cómo se había sentido Harry.

Recordó los insultos de la multitud mientras el hijo de Crouch y sus compañeros eran retirados de la sala por los dementores... y comprendió cómo se sentía la gente.

— Es horrible darte cuenta de que te alegras por las desgracias ajenas — habló Lupin con voz queda. — Pero cuando esas desgracias le suceden a alguien que ha hecho tanto daño, es casi inevitable sentir alivio.

Tonks asintió.

— Es curioso, porque castigar a ese tipo de personas nunca va a arreglar el daño que hicieron, pero alivia el sentimiento de injusticia.

Harry comprendía perfectamente a qué se referían.

Luego recordó las súplicas del muchacho y su cara blanca como la leche, y con un estremecimiento pensó que había muerto un año más tarde...

Muchos parecieron sentir pena por él. Harry deseó poder decirles que no lo hicieran, que no era el muchacho inocente que había parecido, pero se contuvo.

Con tono grave, McGonagall leyó:

Era Voldemort, se dijo Harry mirando en la oscuridad el dosel de su cama, todo era culpa de Voldemort: él había roto aquellas familias y arruinado todas aquellas vidas...

El ambiente era solemne. Muchos alumnos parecían incómodos y temerosos, pero eran las expresiones de los adultos las que llamaron la atención de Harry. Viendo sus caras, Harry comprendió mejor que nunca que todos ellos habían vivido una guerra.

Ron y Hermione tenían que estudiar para los exámenes, que terminarían el día de la tercera prueba, pero gastaban la mayor parte de sus energías en ayudar a Harry a prepararse.

No te preocupes por nosotros —le dijo Hermione, cuando Harry se lo hizo ver y les aseguró que no le importaba entrenarse él solo por un rato—. Al menos tendremos sobresaliente en Defensa Contra las Artes Oscuras: en clase nunca habríamos aprendido tantos maleficios.

Harry notó que algunos miembros del ED intercambiaban miradas, como si ahora comprendieran mejor por qué Harry, Ron y Hermione sabían tanto sobre defensa.

Es un buen entrenamiento para cuando seamos aurores —comentó Ron entusiasmado, utilizando el embrujo obstaculizador contra una avispa que acababa de entrar en el aula, que quedó paralizada en pleno vuelo.

— La verdad es que Potter tiene unos amigos maravillosos — se oyó decir a una chica de séptimo.

Harry no podía estar más de acuerdo.

Al empezar junio, volvieron la excitación y el nerviosismo al castillo. Todos esperaban con impaciencia la tercera prueba, que tendría lugar una semana antes de fin de curso. Harry aprovechaba cualquier momento para practicar los maleficios, y se sentía más confiado ante aquella prueba que ante las anteriores. Aunque indudablemente sería difícil y peligrosa, Moody tenía razón: él ya se las había apañado en ocasiones anteriores con engendros monstruosos

— El basilisco — se oyó decir a alguien.

y barreras encantadas,

— ¡Todas las que protegían la piedra filosofal! — saltó una niña de primero.

A Harry le alegró ver que no se estaban olvidando de todo lo que habían leído en días anteriores.

y por lo menos aquella vez lo sabía de antemano y tenía posibilidades de prepararse para lo que le esperaba.

Harta de pillarlos por todas partes, la profesora McGonagall había dado permiso a Harry para usar el aula vacía de Transformaciones durante la hora de comer.

Al contrario que muchos otros, McGonagall ni se inmutó al leer su propio nombre.

No tardó en dominar el embrujo obstaculizador, un conjuro que servía para detener a los atacantes; la maldición reductora, que le permitiría apartar de su camino objetos sólidos,

— Son hechizos muy buenos — dijo Moody, impresionado. — Por supuesto, los hay más fuertes, pero dadas las circunstancias, creo que aprendiste los embrujos más útiles que tenías a tu alcance.

El resto de la Orden y algunos profesores también parecían gratamente sorprendidos. Harry no pudo evitar sentirse un poco orgulloso al notarlo.

y el encantamiento brújula, un útil descubrimiento de Hermione que haría que la varita señalara justo hacia el norte y, por lo tanto, le permitiría comprobar si iba en la dirección correcta hacia el centro del laberinto.

— Ese me fue muy útil — le susurró Harry a Hermione, que sonrió con orgullo.

Sin embargo, seguía teniendo problemas con el encantamiento escudo. Se suponía que creaba alrededor del que lo conjuraba un muro temporal e invisible capaz de desviar maldiciones no muy potentes, pero Hermione logró romperlo con un embrujo piernas de gelatina bien lanzado. Harry anduvo tambaleándose durante diez minutos por el aula antes de que ella diera con el contramaleficio.

Algunos se rieron. Hermione trataba de disimular una sonrisa, pero Harry la notó de todas formas.

Pero si lo estás haciendo estupendamente —lo animó Hermione, comprobando la lista y tachando los encantamientos que ya tenían bien aprendidos—. Algunos de éstos te pueden ir muy bien.

Venid a ver esto —dijo Ron desde la ventana. Estaba observando los terrenos del colegio—. ¿Qué estará haciendo Malfoy?

Malfoy levantó la cabeza tan rápido que debió hacerse daño en el cuello.

Fueron a ver. Malfoy, Crabbe y Goyle estaban abajo, a la sombra de un árbol. Los dos últimos sonreían de satisfacción, al parecer vigilando algo, mientras Malfoy hablaba cubriéndose la boca con la mano.

— ¿Es que no puede pasar un solo curso en el que no me espíes, Potter? — se quejó Malfoy en voz alta.

Indignado, Harry replicó:

— ¿Y qué culpa tengo yo de que decidieras hacer tus chanchullos donde cualquiera te podía ver?

— ¿Qué chanchullos? — preguntó Colin con curiosidad.

— Cierra la boca, Creevey — repuso Malfoy, aunque tenía la vista fija en Harry. — Y tú, Potter, deja de meterte en mis asuntos de una vez.

Harry estaba a punto de replicar, pero la profesora McGonagall lo interrumpió:

— ¿Puedo continuar? — preguntó en tono irónico. Sin esperar respuesta, siguió leyendo:

Parece como si estuviera usando un walkie-talkie —comentó Harry intrigado.

Es imposible —repuso Hermione—. Os lo he dicho: ese tipo de aparatos no funcionan en Hogwarts. Vamos, Harry —añadió enérgicamente, dejando la ventana y volviendo al centro del aula—, repitamos el encantamiento escudo.

— ¿Qué es un Walkie-Talkie? — preguntó Hannah.

Justin inmediatamente comenzó a explicárselo en susurros. Harry notó que varios alumnos curiosos trataban de espiar su conversación.

Por aquellos días, Sirius les enviaba lechuzas a diario. Al igual que Hermione, parecía que su interés primordial era ayudar a que Harry pasara la tercera prueba, antes de preocuparse por otros asuntos. En cada carta le recordaba que, ocurriera lo que ocurriera fuera de los muros de Hogwarts, ni era asunto suyo, ni podía hacer nada al respecto.

La señora Weasley parecía ligeramente impresionada ante la súbita sobreprotección de Sirius sobre Harry.

Si Voldemort está realmente recobrando fuerzas —escribía—, lo primero para mí es tu seguridad. No te puede poner las manos encima mientras estés bajo la protección de Dumbledore; pero, aun así, es mejor no arriesgarse: entrénate para el laberinto, y luego ya nos ocuparemos de otros asuntos.

Sirius asintió, dándose la razón a sí mismo. Harry esta vez no contuvo las ganas de poner los ojos en blanco.

Harry fue poniéndose más nervioso conforme se acercaba el 24 de junio, pero no tanto como ante las dos pruebas anteriores: por un lado, tenía la confianza de que, esta vez, había hecho cuanto estaba en su mano para prepararse para la prueba; por otro, aquél era el último tramo, y, lo hiciera bien o mal, el Torneo iba a finalizar, lo que sería un gran alivio.

— Tendrías que haber entrado en el laberinto y, al mínimo problema, haber lanzado chispas rojas — dijo Terry Boot. — Así habrías acabado el torneo en medio minuto.

A Harry nunca se le había ocurrido que podía hacer eso. Se sintió un poco estúpido durante unos momentos.

El desayuno fue muy bullicioso en la mesa de Gryffindor la mañana de la tercera prueba. Las lechuzas llevaron a Harry una tarjeta de Sirius para desearle buena suerte. No era más que un trozo de pergamino doblado con la huella de una pata de perro, pero Harry la agradeció de todas maneras.

Se oyeron varios "Awww".

Llegó una lechuza para Hermione llevándole su acostumbrado ejemplar de El Profeta. Lo desplegó, miró la primera página y escupió sin querer el zumo de calabaza que tenía en la boca.

¿Qué...? —preguntaron al mismo tiempo Harry y Ron, mirándola.

Eso llamó la atención de muchos estudiantes, que intercambiaron murmullos.

Nada —se apresuró a contestar ella, intentando retirar el periódico de la vista. Pero Ron lo cogió.

Miró el titular, y dijo:

No puede ser. Hoy no. Esa vieja rata...

¿Qué? —preguntó Harry—. ¿Otra vez Rita Skeeter?

No —dijo Ron, e, igual que había hecho Hermione, intentó retirar el periódico.

— Con lo bien que sabéis mentirle a los profesores, es impresionante lo que os cuesta mentiros entre vosotros — dijo Angelina.

Es sobre mí, ¿verdad?

No —contestó Ron, en un tono nada convincente.

— Ay, Ronnie. Necesitas aprender a mentir mejor — dijo Fred.

— No, de eso nada — saltó la señora Weasley.

Pero, antes de que Harry pudiera pedirles el periódico, Draco Malfoy gritó desde la mesa de Slytherin:

¡Eh, Potter! ¿Qué tal te encuentras? ¿Te sientes bien? ¿Estás seguro de que no te vas a poner furioso con nosotros?

— Por qué, ¿te preocupa que Harry te pegue una paliza? — preguntó George en voz alta. — Tranquilo, Malfoy. Nunca he visto a Harry pegarle a un animal, así que estás a salvo, huroncito.

Las mejillas de Malfoy se pusieron de un rosa intenso muy rápidamente. Hubo risas en diferentes partes del comedor.

— Te crees muy ocurrente, ¿eh? — replicó Malfoy, pero se ve que se había quedado sin ideas, porque no añadió nada más.

También Malfoy tenía en la mano un ejemplar de El Profeta. A lo largo de la mesa, los de Slytherin se reían y se volvían en las sillas para ver cómo reaccionaba Harry.

— No entiendo qué les hacía tanta gracia — dijo Ginny con una mueca de desagrado. — He visto a niños de primero hacer comentarios más ingeniosos que el de Malfoy.

Déjame verlo —le dijo Harry a Ron—. Dámelo.

A regañadientes, Ron le entregó el periódico. Harry le dio la vuelta y vio su propia fotografía bajo un titular muy destacado:

HARRY POTTER, «TRASTORNADO Y PELIGROSO»

— Vaya, así que así fue como empezó — dijo Tonks con interés.

— La historia de que Harry era un pobre huérfano con mal de amores ya no vendía lo suficiente — bufó Sirius.

El muchacho que derrotó a El-que-no-debe-ser-nombrado es inestable y probablemente peligroso, escribe Rita Skeeter, nuestra corresponsal especial. Recientemente han salido a la luz evidencias alarmantes del extraño comportamiento de Harry Potter que arrojan dudas sobre su idoneidad para competir en algo que exige tanto de sus participantes como el Torneo de los tres magos, e incluso para estudiar en Hogwarts.

— La gente debería haber notado con esa última frase lo estúpido que era el artículo — bufó Hermione.

— Pero la gente es estúpida — replicó Fred en voz bien alta, haciendo que varios alumnos intercambiaran miradas nerviosas e incluso agacharan la cabeza.

Potter, como revela en exclusiva El Profeta, pierde el conocimiento con frecuencia en las clases, y a menudo se le oye quejarse de que le duele la cicatriz que tiene en la frente, vestigio de la maldición con la que Quien-ustedes-saben intentó matarlo.

— ¿Con frecuencia? Si solo fue una vez — se quejó Dean.

El pasado lunes, en medio de una clase de Adivinación, nuestra corresponsal de El Profeta presenció que Potter salía de la clase como un huracán, gritando que la cicatriz le dolía tanto que no podía seguir estudiando.

— Espera, espera. ¿Cómo? — dijo Susan, confundida. — ¿Dice que presenció lo que sucedió en clase?

— Está mintiendo — repuso Ernie.

— Pero perfectamente podría decir que alguien le ha informado de lo que pasó en Adivinación — notó Susan. — Y, en vez de eso, elige decir que estaba presente…

Hubo murmullos entre los alumnos, hasta que un valiente chico de tercero dijo en voz alta:

— ¿Hay forma de que estuviera allí en clase? Escondida en algún sitio o algo…

— Imposible — bufó la profesora Trelawney. — Si alguien hubiera entrado en mi aula, lo habría sabido.

Pero los alumnos no se quedaron del todo convencidos.

Es posible (nos dicen los máximos expertos del Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas) que la mente de Potter quedara afectada por el ataque infligido por Quien-ustedes-saben, y que la insistencia en que la cicatriz le sigue doliendo sea expresión de una alteración arraigada en lo más profundo del cerebro.

— Vamos, que está majara — dijo un niño de primero, ganándose una colleja por parte de otro.

«Podría incluso estar fingiendo —ha dicho un especialista—. Podría tratarse de una manera de reclamar atención.»

— No, ahora no es que esté loco, solo quiere llamar la atención — ironizó Tonks. — De verdad, ¿cómo pudo alguien creerse este artículo?

Pero El Profeta ha descubierto hechos preocupantes relativos a Harry Potter que el director de Hogwarts, Albus Dumbledore, ha ocultado cuidadosamente a la opinión pública del mundo mágico.

«Potter habla la lengua pársel —nos revela Draco Malfoy, un alumno de cuarto curso de Hogwarts—.

Hubo gritos ahogados.

— ¡Así que eso era! — chilló una chica de segundo. — ¡La persona con la que hablabas en el patio era Skeeter!

— Cada vez me pareces más despreciable, Malfoy — dijo con asco una chica de sexto.

Malfoy mantuvo la cabeza alta y no dijo nada.

Hace dos años hubo un montón de ataques contra alumnos, y casi todo el mundo pensaba que Potter era el culpable después de haberlo visto perder los estribos en el club de duelo y arrojarle una serpiente a otro compañero. Pero lo taparon todo. También ha hecho amistad con hombres lobo y con gigantes. En nuestra opinión, sería capaz de cualquier cosa por conseguir un poco de poder.»

— Uy sí, porque los gigantes y los hombres lobo con los que ha hecho amistad son taaan poderosos — dijo Lavender. — Sin ofender — añadió al recordar que Hagrid y Lupin estaban allí presentes.

— Y lo de que le arrojó una serpiente a Justin ya se aclaró — añadió Lee Jordan.

La lengua pársel, con la que se comunican las serpientes, se considera desde hace mucho tiempo un arte oscura. De hecho, el hablante de pársel más famoso de nuestros tiempos no es otro que el mismísimo Quien-ustedes-saben.

— ¿Y qué? Eso no significa que Harry sea como él — dijo Charlie.

— Ese tío es idiota — añadió Fred.

Un miembro de la Liga para la Defensa contra las Fuerzas Oscuras, que no desea que su nombre aparezca aquí, asegura que consideraría a cualquier mago capaz de hablar en pársel «sospechoso a priori: personalmente, no me fiaría de nadie que hablara con las serpientes, ya que éstas son frecuentemente utilizadas en los peores tipos de magia tenebrosa y están tradicionalmente relacionadas con los malhechores».

— Menuda ridiculez — bufó Hermione.

— Harry Potter, el Malhechor — se rió Ron por lo bajo.

— El amigo de las serpientes. Las libera y las manda a Brasil — añadió George con una sonrisita. — ¡Cuánta maldad!

Harry soltó un bufido mientras sus amigos se reían.

De forma semejante, añadió: «Cualquiera que busque la compañía de engendros tales como gigantes y hombres lobo parece revelar una atracción por la violencia.»

Muchos miraron a Hagrid o a Lupin para ver sus reacciones ante la palabra "engendros", pero ninguno de ellos parecía especialmente sorprendido.

Albus Dumbledore debería tal vez considerar si es adecuado que un muchacho como éste compita en el Torneo de los tres magos. Hay quien teme que Potter pueda recurrir a las artes oscuras en su afán por ganar el Torneo, cuya tercera prueba tendrá lugar esta noche.

— Nadie lo temía antes de que ella escribiera ese artículo — se quejó Wood.

Ya no me tiene tanto cariño, ¿verdad? —dijo Harry sin darle importancia y doblando el periódico.

En la mesa de Slytherin, Malfoy, Crabbe y Goyle se reían de él, atornillándose el dedo en la sien, poniendo grotescas caras de loco y moviendo la lengua como las serpientes.

— Qué infantiles — resopló Ginny.

¿Cómo ha sabido que te dolió la cicatriz en clase de Adivinación? —preguntó Ron—. Ella no podía encontrarse allí, y es imposible que pudiera oír...

La ventana estaba abierta. La abrí para poder respirar.

¡Estabas en lo alto de la torre norte! —objetó Hermione—. ¡Tu voz no pudo llegar hasta abajo!

— Quizá tenía un micro en la torre — sugirió Dennis.

— Que los inventos muggle no funcionan en Hogwarts — dijo una amiga suya con tono de haberlo repetido veinte veces.

Bueno, eres tú la que se supone que está investigando métodos mágicos de escucha —dijo Harry—. ¡Dinos tú cómo lo hace!

Es lo que intento averiguar —admitió Hermione—. Pero... pero...

De repente, la cara de Hermione adquirió una expresión extraña y absorta.

— Oh. Seguro que lo ha averiguado — dijo una niña de primero, emocionada.

Levantó una mano lentamente y se pasó los dedos por el cabello.

Eso dejó confusa a la mayoría.

¿Te encuentras bien? —le preguntó Ron, frunciendo el entrecejo.

Sí —musitó Hermione.

Volvió a pasarse los dedos por el cabello y luego se llevó la mano a la boca, como si hablara por un walkie-talkie invisible. Harry y Ron se miraron sin comprender.

Algunos alumnos tenían el ceño fruncido en expresiones pensativas, pero nadie se atrevió a compartir sus ideas.

Se me acaba de ocurrir algo —explicó Hermione, mirando al vacío—. Creo que sé... porque entonces nadie se daría cuenta... ni siquiera Moody... y ella podría haber llegado al alféizar de la ventana... Pero no puede hacerlo... lo tiene tajantemente prohibido... ¡Creo que la he pillado! Necesito ir dos segundos a la biblioteca... ¡Sólo para asegurarme!

Diciendo esto, Hermione cogió la mochila y salió corriendo del Gran Comedor.

— No he entendido nada de lo que Granger ha dicho, pero seguro que tiene razón — dijo Anthony Goldstein.

Hermione se ruborizó. Parecía muy contenta.

¡Eh! —la llamó Ron—. ¡Tenemos el examen de Historia de la Magia dentro de diez minutos! Vaya —dijo, volviéndose hacia Harry—, tiene que odiar mucho a esa Skeeter para arriesgarse a llegar tarde al examen.

— ¿Seguro que era Hermione y no otra persona? — dijo Fred. — Porque eso no es normal.

— Sabía que me daba tiempo a llegar al examen — replicó Hermione.

¿Qué vas a hacer en clase de Binns, leer otra vez?

Como estaba exento de los exámenes de fin de curso por ser campeón de Hogwarts, en todos los que había habido hasta el momento Harry se había sentado al final del aula y había estudiado nuevos maleficios para la tercera prueba.

— Qué suerte — se escuchó decir a más de uno.

Supongo —contestó Harry.

Pero, justo entonces, la profesora McGonagall llegó hacia él bordeando la mesa de Gryffindor.

Potter, después de desayunar los campeones tenéis que ir a la sala de al lado — dijo.

¡Pero la prueba no es hasta la noche! —exclamó Harry, manchándose de huevo revuelto la pechera y temiendo haberse confundido de hora.

Harry se puso muy rojo y tuvo que hacer un esfuerzo para ignorar las risas de la mitad del comedor. ¿Por qué tenían que dar detalles tan insignificantes (y embarazosos) como que se había manchado la pechera de huevo? ¿Qué aportaba eso a la lectura?

Durante un momento, le embargó un sentimiento de rabia hacia los desconocidos del futuro. ¿Quién había escrito los dichosos libros, quién había añadido esos detalles tan estúpidos y había pensado que sería buena idea que todo el mundo los leyera? Porque, quien fuera, no era su amigo.

Ya lo sé, Potter. Las familias de los campeones están invitadas a la última prueba, ya sabes. Ahora tienes la oportunidad de saludarlos.

Se fue. Harry se quedó mirándola con la boca abierta.

No esperará que vengan los Dursley, ¿verdad? —le preguntó a Ron, desconcertado.

— Espero que esa gente no pusiera un pie en Hogwarts — gruñó Angelina.

Una decena de voces le dieron la razón. A Harry todavía le sorprendía el odio que muchos le habían tomado a los Dursley.

Ni idea —dijo Ron—. Será mejor que me dé prisa, Harry, o llegaré tarde al examen de Binns. Hasta luego.

Harry terminó de desayunar en el Gran Comedor, que se iba vaciando rápidamente. Vio que Fleur Delacour se levantaba de la mesa de Ravenclaw y se juntaba con Cedric para entrar en la sala contigua. Krum se marchó cabizbajo, poco después, para unirse a ellos. Harry se quedó donde estaba. Realmente, no quería ir a la sala. No tenía familia, por lo menos no tenía ningún familiar al que le pudiera importar que arriesgara la vida.

Como cada vez que se mencionaba a los Dursley, Harry deseó poder desaparecer de allí. Quisiera tomar los libros y borrar cada mención que se hiciera a sus tíos y a su primo, porque no soportaba las miraditas de pena que siempre seguían a esos detalles.

— Quizá no tuvieras ningún familiar de sangre — dijo el señor Weasley lentamente. — Pero eso no significa que no tuvieras una familia.

Sin saber qué decir, y notando con alarma cómo se le empezaba a formar un nudo en la garganta, Harry asintió.

Pero, justo cuando se iba a levantar, pensando en subir a la biblioteca para dar un último repaso a los maleficios, se abrió la puerta de la sala y Cedric asomó la cabeza.

¡Vamos, Harry, te están esperando!

Totalmente perplejo, Harry se levantó. No era posible que hubieran llegado los Dursley, ¿o sí? Cruzó el Gran Comedor y abrió la puerta de la sala.

— ¿De verdad estaban los Dursley allí? — preguntó Dean, escéptico.

Harry negó con la cabeza.

Cedric y sus padres estaban junto a la puerta. Viktor Krum se hallaba en un rincón, hablando en veloz búlgaro con su madre, una señora de pelo negro, y con su padre. Había heredado la nariz ganchuda de éste.

Krum se tocó la nariz inconscientemente.

Al otro lado de la sala, Fleur conversaba con su madre en francés. Gabrielle, la hermana pequeña de Fleur, le daba la mano a su madre. Saludó con un gesto a Harry, y él respondió de igual manera.

Fleur sonrió al escuchar eso.

Luego vio, delante de la chimenea, sonriéndole, a Bill y a la señora Weasley.

Y ahora buena parte del comedor sonreía, especialmente todos los Weasley.

¡Sorpresa! —dijo muy emocionada la señora Weasley, mientras Harry les sonreía de oreja a oreja y caminaba hacia ellos—. ¡Pensamos que podíamos venir a verte, Harry! —se inclinó para darle un beso en la mejilla.

A Harry se le hizo muy raro escuchar a McGonagall decir la palabra "beso".

¿Qué tal? —lo saludó Bill, sonriéndole y estrechándole la mano—. Charlie quería venir, pero no han podido darle permiso. Dice que estuviste increíble con el colacuerno.

Harry aprovechó para darle las gracias a Charlie.

Harry notó que Fleur Delacour miraba a Bill por encima del hombro de su madre con bastante interés. No parecía que le disgustaran ni el pelo largo ni los pendientes con colmillos.

Hubo muchas risitas entre el alumnado, pero Fleur no pareció avergonzada en lo más mínimo. La señora Weasley, sin embargo, tenía el ceño fruncido.

Muchísimas gracias por venir —murmuró Harry, dirigiéndose a la señora Weasley—. Por un momento pensé... los Dursley...

— Ay, no — dijo Romilda. — Qué adorable.

Harry decidió ignorar ese comentario.

Mmm —dijo la señora Weasley, frunciendo los labios. Siempre se refrenaba para no criticar a los Dursley delante de Harry, pero sus ojos refulgían cada vez que alguien los mencionaba.

— Pues no me pienso morder la lengua nunca más — bufó la señora Weasley. — Después de todo lo que hemos leído, tendrán suerte si no acaban con un maleficio.

Si bien algunos miraron a la señora Weasley con alarma, otros muchos parecían estar de acuerdo con ella.

Es estupendo volver aquí —comentó Bill mirando la sala (Violeta, la amiga de la Señora Gorda, le guiñó un ojo desde su cuadro)—. Hacía cinco años que no veía este lugar. ¿Sigue por ahí el cuadro del caballero loco, sir Cadogan?

Sí —contestó Harry, que había conocido a sir Cadogan el curso anterior.

— Todos lo recordamos — dijo Seamus con una mueca.

¿Y la Señora Gorda? —preguntó Bill.

Ya estaba aquí en mis tiempos —comentó la señora Weasley—. Me echó una buena bronca la noche en que volví al dormitorio a las cuatro de la mañana.

¿Qué hacías fuera del dormitorio a las cuatro de la mañana? —quiso saber Bill, mirando a su madre sorprendido.

El señor Weasley se puso del color de su pelo.

La señora Weasley sonrió, y los ojos le brillaron.

Tu padre y yo fuimos a dar un paseo a la luz de la luna —explicó—. Lo pilló Apollyon Pringle, que era el conserje por aquellos días. Tu padre aún conserva las señales.

Algunos alumnos parecían horrorizados.

— ¿De verdad antes se pegaba a los estudiantes? — exclamó una niña de primero. — ¡Pensaba que Filch se lo inventaba!

— Aquellos eran los buenos tiempos — dijo Filch con un deje de nostalgia. — Ojalá algún día regresen.

Muchos parecieron alarmados.

¿Te gustaría dar una vuelta, Harry? —le ofreció Bill.

Claro —aceptó Harry, y salieron de la sala.

Al pasar al lado de Amos Diggory, éste se volvió hacia ellos.

Harry hizo una mueca. Recordaba aquella conversación.

Conque estás aquí, ¿eh? —dijo, mirando a Harry de arriba abajo—. Apuesto a que no te sientes tan ufano ahora que Cedric te ha alcanzado en puntuación, ¿a que no?

¿Qué? —preguntó Harry.

— ¿A qué diantres vino eso? — bufó Dean por lo bajo.

— Cuanta envidia... — susurró Parvati al mismo tiempo.

Amos no escuchó nada y Harry se alegró mucho de ello.

No le hagas caso —le dijo Cedric a Harry en voz baja, mirando con severidad a su padre—. Está enfadado desde que leyó el artículo de Rita Skeeter sobre el Torneo de los tres magos. Ya sabes, cuando te hizo aparecer como el único campeón de Hogwarts.

— Pero Harry no tuvo la culpa de eso — dijo una chica de segundo en voz alta, ganándose una mirada helada por parte de Diggory.

Pero no se preocupó por corregirla, ¿verdad? —comentó Amos Diggory, lo bastante alto para que Harry lo oyera mientras se dirigía a la puerta con Bill y la señora Weasley—. A pesar de todo le darás una lección, Cedric. Ya lo venciste una vez, ¿no?

— Me temo que Harry no podía hacer mucho por corregirla, Amos — fue Kingsley quien habló. Diggory puso una expresión extraña y no contestó.

Con curiosidad, Harry notó que, en cuanto Kingsley había hablado, algunas chicas se habían quedado mirándolo con cara de bobas.

¡Rita Skeeter haría cualquier cosa por causar problemas, Amos! —dijo malhumorada la señora Weasley—. ¡Creí que lo sabrías, trabajando en el Ministerio!

Dio la impresión de que el señor Diggory iba a decir algo hiriente, pero su mujer le puso una mano en el brazo, y él no hizo más que encogerse de hombros y apartarse.

El señor Diggory ni confirmó ni desmintió la impresión de Harry.

Harry disfrutó mucho la mañana caminando por los terrenos soleados con Bill y la señora Weasley, mostrándoles el carruaje de Beauxbatons y el barco de Durmstrang.

Tanto Bill como la señora Weasley sonrieron al escuchar lo mucho que Harry había disfrutado aquel día.

La señora Weasley sentía curiosidad por el sauce boxeador, que había sido plantado después de que ella había dejado el colegio, y recordaba con todo detalle al guardabosque que había precedido a Hagrid, un hombre llamado Ogg.

— Era muy agradable — comentó Flitwick. — Aunque a veces tenía unos prontos un poco...

— Estaba como una chota — afirmó la profesora Sprout. — Como una regadera.

— Eso también — admitió Flitwick.

Harry se preguntó qué habría hecho el tal Ogg para que dijeran eso.

¿Cómo está Percy? —preguntó Harry cuando caminaban por los invernaderos.

No muy bien —dijo Bill.

Está bastante alterado —explicó la señora Weasley bajando la voz y mirando a su alrededor—. El Ministerio quiere que no se hable de la desaparición del señor Crouch, pero a Percy lo han llamado para preguntarle acerca de las instrucciones que Crouch le ha estado enviando. Piensan que pudieran no haber sido escritas realmente por él. Percy está sometido a demasiada tensión. No lo han dejado que sustituya esta noche al señor Crouch en el tribunal. Va a hacerlo Cornelius Fudge.

Percy se encogió un poco en su asiento al escuchar todo eso. Charlie le dio varias palmaditas en la espalda en señal de apoyo.

Volvieron al castillo para la comida.

¡Mamá... Bill! —exclamó Ron, atónito, acudiendo a la mesa de Gryffindor—. ¿Qué hacéis aquí?

Hemos venido a ver a Harry en la última prueba —dijo con alegría la señora Weasley—. Tengo que decir que me gusta el cambio, no tener que cocinar. ¿Qué tal el examen?

— Ahora lo echo de menos, después de tantos días aquí — admitió la señora Weasley.

Eh... bien —contestó Ron—. No pude recordar todos los nombres de los duendes rebeldes, así que me inventé algunos. Pero bien —añadió, sirviéndose empanada de Cornualles, mientras la señora Weasley lo miraba con severidad—. Todos se llaman cosas como Bodrod el Barbudo y Urg el Guarro, así que no fue difícil.

Ningún profesor pareció especialmente molesto al saber que Ron se había inventado el examen.

Fred, George y Ginny fueron también a sentarse con ellos, y Harry lo pasó tan bien que le parecía estar de vuelta en La Madriguera.

Todos los Weasley sonrieron y Harry no pudo evitar sentirse un poco avergonzado.

No se acordó de preocuparse por la prueba de aquella noche, y hasta que Hermione apareció en medio de la comida no recordó tampoco que ella había tenido una iluminación sobre Rita Skeeter.

¿Nos vas a decir...?

Hermione negó con la cabeza pidiendo que se callara, y miró a la señora Weasley.

— Jo, yo quiero saberlo — se quejó Hannah.

Hola, Hermione —la saludó ella, mucho menos afectuosa de lo habitual.

Hola —le respondió Hermione, con una sonrisa que vaciló ante la fría expresión de la señora Weasley.

La señora Weasley se ruborizó intensamente.

Harry miró a una y a otra, y luego dijo:

Señora Weasley, usted no creería esas mentiras que escribió Rita Skeeter en Corazón de bruja, ¿verdad? Porque Hermione y yo no somos novios.

¡Ah! —exclamó la señora Weasley—. No... ¡por supuesto que no!

Pero a partir de ese momento empezó a mostrarse más cariñosa con Hermione.

Se oyeron bufidos y alguna que otra risita. La señora Weasley se disculpó con la mirada y Hermione le sonrió con timidez.

Harry, Bill y la señora Weasley pasaron la tarde dando un largo paseo por el castillo y volvieron al Gran Comedor para el banquete de la noche. Para entonces, Ludo Bagman y Cornelius Fudge se habían incorporado a la mesa de los profesores. Bagman parecía muy contento, pero Cornelius Fudge, que estaba sentado junto a Madame Máxime, tenía una mirada severa y no hablaba.

Si bien muchos miraron a Fudge con curiosidad, él no dijo nada.

Madame Máxime no levantaba la vista del plato, y a Harry le pareció que tenía los ojos enrojecidos. Hagrid no dejaba de mirarla desde el otro lado de la mesa.

— Ahí había pasado algo — le susurró Angelina a Katie y Alicia.

Hagrid no dijo nada y evitó las miradas de todos.

Hubo más platos de lo habitual, pero Harry, que empezaba a estar realmente nervioso, no comió mucho.

— Muy mal, necesitabas energía — dijo Moody.

Cuando el techo encantado comenzó a pasar del azul a un morado oscuro, Dumbledore, en la mesa de los profesores, se puso en pie y se hizo el silencio.

Damas y caballeros, dentro de cinco minutos les pediré que vayamos todos hacia el campo de quidditch para presenciar la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos. En cuanto a los campeones, les ruego que tengan la bondad de seguir ya al señor Bagman hasta el estadio.

Harry se levantó. A lo largo de la mesa, todos los de Gryffindor lo aplaudieron. Los Weasley y Hermione le desearon buena suerte, y salió del Gran Comedor, con Cedric, Fleur y Krum.

Los nervios regresaron a Harry de golpe. Ahora sí, había llegado la prueba.

¿Qué tal te encuentras, Harry? —le preguntó Bagman, mientras bajaban la escalinata de piedra por la que se salía del castillo—. ¿Estás tranquilo?

Estoy bien —dijo Harry. Era bastante cierto: a pesar de sus nervios, seguía repasando mentalmente los maleficios y encantamientos que había practicado, y saber que los podía recordar todos lo hacía sentirse mejor.

— Ibas más preparado que para la segunda prueba, eso seguro — dijo Dean.

Llegaron al campo de quidditch, que estaba totalmente irreconocible. Un seto de seis metros de altura lo bordeaba. Había un hueco justo delante de ellos: era la entrada al enorme laberinto. El camino que había dentro parecía oscuro y terrorífico.

— ¿Te parecía terrorífico? Si no debía ser nada en comparación a la cámara de los secretos — dijo una chica de cuarto.

Harry se encogió de hombros. Que la cámara fuera más aterradora no significaba que el laberinto fuera un lugar idílico e inocente.

Cinco minutos después empezaron a ocuparse las tribunas. El aire se llenó de voces excitadas y del ruido de pisadas de cientos de alumnos que se dirigían a sus sitios. El cielo era de un azul intenso pero claro, y empezaban a aparecer las primeras estrellas. Hagrid, el profesor Moody, la profesora McGonagall y el profesor Flitwick llegaron al estadio y se aproximaron a Bagman y los campeones. Llevaban en el sombrero estrellas luminosas, grandes y rojas. Todos menos Hagrid, que las llevaba en la espalda de su chaleco de piel de topo.

Estaremos haciendo una ronda por la parte exterior del laberinto —dijo la profesora McGonagall a los campeones—. Si tenéis dificultades y queréis que os rescaten, echad al aire chispas rojas, y uno de nosotros irá a salvaros, ¿entendido?

— ¿Alguien tuvo que echar chispas rojas? — preguntó un niño de primero. Cuando varias personas asintieron, el niño soltó un grito ahogado.

Los campeones asintieron con la cabeza.

Pues entonces... ya podéis iros —les dijo Bagman con voz alegre a los cuatro que iban a hacer la ronda.

Buena suerte, Harry —susurró Hagrid, y los cuatro se fueron en diferentes direcciones para situarse alrededor del laberinto.

Bagman se apuntó a la garganta con la varita, murmuró «¡Sonorus!», y su voz, amplificada por arte de magia, retumbó en las tribunas:

¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos!

El ambiente en el comedor no era el mismo que el que había precedido a las otras pruebas. Si bien había un deje de emoción, la aprensión era casi palpable y algunos alumnos, entre los que se encontraba Cho, parecían no querer leer nada más.

Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: empatados en el primer puesto, con ochenta y cinco puntos cada uno... ¡el señor Cedric Diggory y el señor Harry Potter, ambos del colegio Hogwarts! —Los aplausos y vítores provocaron que algunos pájaros salieran revoloteando del bosque prohibido y se perdieran en el cielo cada vez más oscuro—. En segundo lugar, con ochenta puntos, ¡el señor Viktor Krum, del Instituto Durmstrang! —Más aplausos—. Y, en tercer lugar, ¡la señorita Fleur Delacour, de la Academia Beauxbatons!

Esta vez, nadie aplaudió en el comedor. De hecho, a Harry le dio la sensación de que el silencio cada vez se hacía más penetrante.

Harry pudo distinguir a duras penas, en medio de las tribunas, a la señora Weasley, Bill, Ron y Hermione, que aplaudían a Fleur por cortesía. Los saludó con la mano, y ellos le devolvieron el saludo, sonriéndole.

¡Entonces... cuando sople el silbato, entrarán Harry y Cedric! —dijo Bagman—. Tres... dos... uno...

Dio un fuerte pitido, y Harry y Cedric penetraron rápidamente en el laberinto.

Harry notó cómo le caía una piedra en el estómago. O eso le pareció.

Debía controlar los nervios...

Los altísimos setos arrojaban en el camino sombras negras y, ya fuera a causa de su altura y su espesor, o porque estaban encantados, el bramido de la multitud se apagó en cuanto traspasaron la entrada. Harry se sentía casi como si volviera a estar sumergido.

— Suena agobiante — dijo Padma.

Sacó la varita, susurró «¡Lumos!», y oyó a Cedric que hacía lo mismo detrás de él. Después de unos cincuenta metros, llegaron a una bifurcación. Se miraron el uno al otro.

Hasta luego —dijo Harry, y tiró por el de la izquierda, mientras Cedric cogía el de la derecha.

Amos Diggory lo escuchaba todo con suma atención. Había algo en su rostro que inquietaba a Harry.

Harry oyó por segunda vez el silbato de Bagman: Krum acababa de entrar en el laberinto. Harry se apresuró. El camino que había escogido parecía completamente desierto. Giró a la derecha y corrió, sosteniendo la varita por encima de la cabeza para tratar de ver lo más lejos posible. Pero seguía sin haber nada a la vista.

— Pues qué fácil, ¿no? — dijo McLaggen.

— Yo creo que el laberinto estaba intentando hacer que se confiara — replicó un chico de sexto.

Se escuchó por tercera vez, distante, el silbato de Ludo Bagman. Ya estaban todos los campeones dentro del laberinto

Harry miraba atrás a cada rato. Sentía la ya conocida sensación de que alguien lo vigilaba.

Harry se estremeció. Ahora sabía que no había estado tan solo en el laberinto como pensaba.

El laberinto se volvía más oscuro a cada minuto, conforme el cielo se oscurecía. Llegó a una segunda bifurcación.

¡Oriéntame! —le susurró a su varita, poniéndola horizontalmente sobre la palma de la mano.

La varita giró y señaló hacia la derecha, a pleno seto. Eso era el norte, y sabía que tenía que ir hacia el noroeste para llegar al centro del laberinto. La mejor opción era tomar la calle de la izquierda, y girar a la derecha en cuanto pudiera.

A Hermione le brillaron los ojos al escuchar cómo Harry había utilizado el hechizo que ella había encontrado.

También aquella calle estaba vacía, y cuando encontró un desvío a la derecha y lo cogió, volvió a hallar su camino libre de obstáculos. No sabía por qué, pero aquella ausencia de problemas lo desconcertaba. ¿No tendría que haberse encontrado ya con algo? Parecía que el laberinto le estuviera tendiendo una trampa para que se sintiera seguro y confiado.

— Debe ser eso — repitió el mismo chico de sexto que antes.

— Pues yo creo que no — dijo Katie. Tenía el ceño fruncido. — Creo que pasa algo más…

Luego oyó moverse algo justo tras él. Levantó la varita, lista para el ataque, pero el haz de luz que salía de ella se proyectó solamente en Cedric, que acababa de salir de una calle que había a mano derecha. Cedric parecía muy asustado: llevaba ardiendo una manga de la túnica.

Harry miró de reojo a Amos Diggory y vio que se había puesto muy blanco.

¡Los escregutos de cola explosiva de Hagrid! —dijo entre dientes—. ¡Son enormes! ¡Acabo de escapar ahora mismo!

Amos le lanzó una mirada tan desagradable a Hagrid que Harry hasta se sintió mal por el guardabosques.

Movió la cabeza a los lados, y salió de la vista por otro camino. Deseando poner la máxima distancia posible entre él y los escregutos, Harry se alejó a toda prisa.

— Haces bien — dijo Ron, estremeciéndose.

Entonces, al volver una esquina, vio...

Un dementor caminaba hacia él.

— ¡¿Llevaron dementores?! — exclamó Seamus.

— ¡Yo pensaba que Dumbledore los odiaba! — saltó una chica de segundo.

McGonagall apretó los labios, como si estuviera conteniendo las ganas de replicar algo, pero en lugar de eso siguió leyendo.

Avanzaba con sus más de tres metros de altura, el rostro tapado por la capucha, las manos extendidas, putrefactas, llenas de pústulas, palpando a ciegas el camino hacia él. Harry oyó su respiración ruidosa, sintió que su húmeda frialdad empezaba a absorberlo, pero sabía lo que tenía que hacer...

A Harry se le puso la piel de gallina con solo escucharlo. Entre los alumnos, las caras demostraban que más de uno encontraba esa descripción muy desagradable.

Intentó pensar en la cosa más feliz que se le ocurriera; se concentró con todas sus fuerzas en la idea de salir del laberinto y celebrarlo con Ron y Hermione, levantó la varita y gritó:

¡Expecto patronum!

Oyó a Hermione jadear y, un segundo después, la chica lo envolvió en un abrazo tan fuerte que le crujió una costilla.

— Auch — se quejó, al tiempo que Ron los observaba con una sonrisita.

— Deja de hacer patronus pensando en nosotros y ella dejará de aplastarte — dijo Ron.

Harry notó sus mejillas encenderse y, en cuanto Hermione lo soltó, puso su mirada en el libro y se negó a hacer contacto visual con sus amigos.

Un ciervo de plata salió del extremo de su varita y fue galopando hacia el dementor, que cayó de espaldas, tropezando en el bajo de la túnica... Harry no había visto nunca tropezar a un dementor.

— Qué cosa más rara — dijo Demelza.

— Es un boggart — replicó Hermione rápidamente.

¡Anda! —exclamó, yendo tras el patronus plateado—, ¡tú eres un boggart! ¡Riddíkulo!

Se oyó un golpe, y el mutable ser estalló en una voluta de humo. El ciervo de plata se desvaneció. A Harry le hubiera gustado que se quedara para acompañarlo...

Harry oyó a Katie susurrar "Ay, qué mono".

Pero siguió, avanzando todo lo rápida y sigilosamente que podía, aguzando los oídos, con la varita en alto.

Izquierda, derecha, de nuevo izquierda... Dos veces se encontró en callejones sin salida. Repitió el encantamiento brújula, y se dio cuenta de que se había desviado demasiado hacia el este. Volvió sobre sus pasos, tomó una calle a la derecha, y vio una extraña neblina dorada que flotaba delante de él.

La neblina despertó la curiosidad de muchos, a juzgar por la cantidad de murmullos que se oyeron a continuación.

Harry se acercó con cautela, apuntando con el haz de luz de la varita. Parecía algún tipo de encantamiento. Se preguntó si podría deshacerse de ella.

¡Reducio! —exclamó.

— No va a funcionar — dijo Bill, que debía conocer bien ese tipo de encantamientos.

El encantamiento salió como un disparo y atravesó la niebla, dejándola intacta. Se lo tendría que haber imaginado: la maldición reductora era sólo para objetos sólidos. ¿Qué ocurriría si seguía a través de la niebla? ¿Merecía la pena probar, o sería mejor retroceder?

— Yo habría retrocedido — admitió Neville.

Varias personas afirmaron lo mismo.

Seguía dudando cuando un grito agudo quebró el silencio.

¿Fleur? —gritó Harry.

Se oyeron jadeos y murmullos. Muchos miraron en ese momento a Fleur, que tenía el ceño fruncido.

Nadie contestó. Miró hacia todos lados. ¿Qué le habría sucedido a ella? El grito parecía proceder de delante. Tomó aire, y se internó corriendo en la niebla encantada.

— Oh, por favor — bufó Daphne Greengrass. — ¿En serio te metiste en esa niebla sin saber lo que era para llegar más rápido a Delacour? Tienes un problema, Potter.

Indignado, Harry replicó:

— No tengo ningún problema.

— ¿Ah, no? — siguió Daphne con una ceja alzada. — Entonces, ¿arriesgar tu vida para salvar a cualquiera que esté en peligro, amigo o enemigo, te parece normal?

— Fleur no era mi enemiga — resopló Harry.

— Pero tampoco tenías por qué ir a salvarla. Igual que tampoco tenías por qué salvar a Gabrielle — razonó la Slytherin. Harry quiso replicarle que sí había tenido motivos para hacerlo, pero Hermione se le adelantó:

— Ahí tiene razón, Harry — dijo. — Y tampoco tenías por qué intentar salvarnos a los demás en la segunda prueba.

Sintiéndose traicionado, Harry replicó:

— Pero todo salió bien, ¿no? ¿Qué más da eso ahora?

Daphne puso la mirada en blanco y no dijo nada más. Hermione suspiró.

El mundo se puso boca abajo. Harry estaba colgado del suelo, con el pelo levantado, las gafas suspendidas en el aire y a punto de caerse al cielo sin fondo. Se las colocó encima de la nariz, y comprobó, aterrorizado, su situación: era como si tuviera los pies pegados con cola al césped, que se había convertido en techo, y bajo él se extendía el infinito cielo oscuro y estrellado. Pensó que, si trataba de mover un pie, se caería de la tierra.

Si no hubiera estado tan nervioso por lo que iban a leer, a Harry le habrían hecho gracia las caras de absoluta confusión de la mayoría de sus compañeros.

— ¿Qué narices era esa neblina? — preguntó Seamus, pero no recibió respuesta.

«Piensa —se dijo, mientras la sangre le bajaba a la cabeza—. Piensa...»

Pero ninguno de los encantamientos que había estudiado servía para combatir una repentina inversión del cielo y la tierra. ¿Se atrevería a desplazar un pie? Oía la sangre latiendo en los oídos. Tenía dos opciones: intentar moverse, o lanzar chispas rojas para ser rescatado y descalificado.

— Yo habría lanzado las chispas — dijo una chica de tercero.

— Y yo — varias voces se unieron. Otros, sin embargo, insistían en que habrían intentado superar el obstáculo antes, aunque Harry dudaba de que así fuera.

Cerró los ojos, para no ver el espacio infinito que tenía debajo, y levantó el pie derecho con todas sus fuerzas, separándolo del techo de césped.

Muchos jadearon. Neville se llevó la mano a la boca en un gesto de sorpresa y preocupación.

De inmediato, el mundo volvió a colocarse. Harry cayó de rodillas a un suelo maravillosamente sólido. La impresión lo dejó momentáneamente sin fuerzas. Volvió a tomar aliento, se levantó y corrió; volvió la vista mientras se alejaba de la niebla dorada, que, a la luz de la luna, centelleaba con inocencia.

— Guau — dijo Ron, asombrado. — Me gustaría probar eso, tiene que ser alucinante.

Harry pensó que, sabiendo que solo hacía falta tener el valor para levantar los pies pies y librarse del encantamiento, la experiencia sería sumamente interesante... y no tan terrorífica como lo había sido la primera vez.

Se detuvo en un cruce y miró buscando algún rastro de Fleur. Estaba seguro de que había sido ella la que había gritado. ¿Qué era lo que había encontrado? ¿Estaría bien? No había rastro de chispas rojas: ¿quería eso decir que había logrado salir del peligro, o que se hallaba en un apuro tan grande que ni siquiera podía utilizar la varita?

— ¿Por qué siempre piensas lo peor? — se quejó McLaggen.

— Porque siempre tiene razón cuando lo hace — replicó Alicia.

Harry tomó el camino de la derecha con una sensación de creciente angustia... pero, al mismo tiempo, no podía evitar pensar: «una menos».

Se oyeron jadeos.

— Perdón — le dijo Harry a Fleur rapidamente.

Sin embargo, ella no parecía enfadada.

— Yo habguía pensado lo mismo si la situación fuega al guevés — dijo, y después le sonrió.

La Copa tenía que estar cerca, y parecía que Fleur ya no competía. Él había llegado hasta allí... ¿Y si realmente conseguía ganar? Fugazmente, y por primera vez desde que se había visto convertido en campeón, se vio a sí mismo levantando la Copa de los tres magos ante el resto del colegio.

— Ajá — dijo el señor Diggory. Había en sus ojos un destello que a Harry no le gustó nada. — Así que querías ganar. ¿Al fin lo admites, Potter?

— Amos — dijo Dumbledore en tono cortante. — Contrólate.

El señor Diggory no dijo nada más, pero ese destello no desapareció de su mirada.

Pasaron otros diez minutos sin más encuentro que el de las calles sin salida. Dos veces torció por la misma calle equivocada. Finalmente dio con una ruta distinta, y comenzó a avanzar por ella, ya no tan aprisa. La varita se balanceaba en su mano haciendo oscilar su sombra en los setos. Luego dobló otra esquina, y se encontró ante un escreguto de cola explosiva.

Hagrid pareció preocupado de repente.

Cedric tenía razón: era enorme. De unos tres metros de largo, era lo más parecido a un escorpión gigante: tenía el aguijón curvado sobre la espalda, y su grueso caparazón brillaba a la luz de la varita de Harry, con la que le apuntaba.

— ¡Tres metros! — exclamó Wood.

— Menuda locura — Angelina parecía preocupada.

¡Desmaius!

El encantamiento dio en el caparazón del escreguto y rebotó. Harry se agachó justo a tiempo, pero le llegó olor de pelo quemado: el encantamiento le había chamuscado la parte superior del cabello. El escreguto lanzó una ráfaga de fuego por la cola, y se lanzó raudo hacia él.

— Bueno, al menos no te dio en la frente y te dejó inconsciente para que el escreguto te comiera — dijo un niño de segundo. Varias personas lo miraron con horror.

¡Impedimenta! —gritó Harry. El embrujo dio de nuevo en el caparazón del escreguto y rebotó. Harry retrocedió algunos pasos tambaleándose antes de caer—.¡IMPEDIMENTA!

— Hay que darle bajo el caparazón, estoy seguro — dijo un chico de séptimo.

El escreguto se hallaba a unos centímetros de él en el momento en que quedó paralizado: había conseguido darle en la parte de abajo, que era carnosa y sin caparazón. Jadeando, Harry se apartó de él y corrió, con todas sus fuerzas, en la dirección opuesta: el embrujo obstaculizador no era permanente, y el escreguto recuperaría de un momento a otro la movilidad de las patas.

— Te libraste por los pelos — dijo Ron, asombrado.

— Y tanto — replicó Harry.

Tomó un camino a la izquierda y resultó ser un callejón sin salida; otro a la derecha, y dio en otro. No tuvo más remedio que detenerse y volver a utilizar el encantamiento brújula. Desanduvo lo andado y escogió un camino que parecía ir al noroeste.

Llevaba unos minutos caminando a toda prisa por el nuevo camino, cuando oyó algo en la calle que iba paralela a la suya que lo hizo detenerse en seco.

¿Qué vas a hacer? —gritaba la voz de Cedric—. ¿Qué demonios pretendes hacer?

Muchos intercambiaron miradas alarmadas.

— ¿Qué estaba pasando? —preguntó Padma.

Krum mantuvo la cabeza gacha.

Y a continuación se oyó la voz de Krum:

¡Crucio!

Amos Diggory hizo un ruido extraño con la garganta. Krum cerró los ojos, como si le doliera.

A lo largo del comedor, se oyeron gritos ahogados y más de una maldición.

También se escuchó un sollozo. Harry no necesitó mirar para saber que se trataba de Cho.

— ¿Qué hiciste? — dijo un chico de sexto, horrorizado.

Harry supuso que el único motivo por el que el señor Diggory no estaba atacando a Krum era porque Dumbledore le había informado de todo lo sucedido en el laberinto.

— No sabía lo que hacía — dijo Krum con voz queda, aunque el silencio era tal que se lo escuchó en todo el comedor. — Me embrrujarron.

Eso pareció calmar a algunos, especialmente a los amigos de Cedric, que hacía tan solo un momento habían parecido dispuestos a lanzarle un par de maleficios a Krum.

El aire se llenó de repente con los gritos de Cedric. Horrorizado, Harry echó a correr, tratando de encontrar la manera de entrar en la calle de Cedric.

Cho ahora lloraba a lágrima viva, apoyada en el hombro de Marietta.

Amos estaba blanco como el papel. Harry podía entenderlo. ¿A qué padre le gustaría saber que, en sus últimas horas, su hijo había sido torturado?

Como no vio ningún acceso, intentó utilizar de nuevo la maldición reductora. No resultó muy efectiva, pero consiguió hacer un pequeño agujero en el seto, a través del cual metió la pierna y pataleó contra ramas y zarzas hasta conseguir abrir un boquete. Se metió por él rasgándose la túnica y, al mirar a la derecha, vio a Cedric, que se retorcía y sacudía en el suelo, y a Krum de pie a su lado.

Fleur le había dado la mano a Krum y miraba hacia el libro con tristeza.

Harry salió del agujero y se levantó, apuntando a Krum con la varita justo cuando éste miraba hacia él. Entonces Krum se volvió y echó a correr.

¡Desmaius! —gritó Harry.

El encantamiento pegó a Krum en la espalda. Se detuvo en seco, cayó de bruces y se quedó inmóvil, boca abajo, tendido en la hierba.

Harry no sabía si debía disculparse o no. Como Krum parecía estar sintiéndose muy mal, decidió hacerlo.

— No, no — respondió Krum inmediatamente. — Hiciste bien. Me lo merrecía.

Harry corrió hacia Cedric, que había dejado de retorcerse y jadeaba con las manos en la cara.

¿Estás bien? —le preguntó, cogiéndolo del brazo.

Sí —dijo Cedric sin aliento—. Sí... no puedo creerlo... Venía hacia mí por detrás... Lo oí, me volví y me apuntó con la varita.

Se levantó. Seguía temblando.

Amos volvió a hacer un sonido extraño, mitad jadeo mitad suspiro. Parecia consternado.

Los dos miraron a Krum.

Me cuesta creerlo... Creía que era un tipo legal —dijo Harry, mirando a Krum.

Yo también lo creía —repuso Cedric.

A pesar de que Krum había dicho que lo habían hechizado, algunos lo miraron con odio.

¿Oíste antes el grito de Fleur? —preguntó Harry.

Sí —respondió Cedric—. ¿Crees que Krum la alcanzó también a ella?

No lo sé.

Como muchos miraron a Fleur, pidiendo respuestas con la mirada, ella asintió.

— Pego no fue su culpa — dijo.

¿Lo dejamos aquí? —preguntó Cedric.

No. Creo que deberíamos lanzar chispas rojas. Alguien vendrá a recogerlo... Si no, lo más fácil es que se lo coma un escreguto.

Es lo que se merece —musitó Cedric, pero aun así levantó la varita y disparó al aire una lluvia roja que brilló por encima de Krum, marcando el punto en que se encontraba.

Krum no pareció ofenderse al escuchar eso.

— Ese es mi chico — dijo Amos con voz queda. — Siempre cuidando de los demás, aun después de ser torturado...

El silencio era absoluto.

Harry y Cedric permanecieron por un momento en la oscuridad, mirando a su alrededor. Luego Cedric dijo:

Bueno, supongo que lo mejor es seguir...

¿Qué? —dijo Harry—. Ah... sí... bien...

Fue un instante extraño: él y Cedric se habían sentido brevemente unidos contra Krum, pero enseguida volvieron a comprender que eran contrincantes. Siguieron por el oscuro camino sin hablar; luego Harry giró a la izquierda, y Cedric a la derecha. Pronto dejaron de oírse sus pasos.

— Solo quedabais vosotros dos — dijo McLaggen. — ¿Qué mierda pasó después para que todo acabara tan mal?

Harry no respondió. Lo había explicado mil veces y no se sentía con energía para volver a hacerlo. El nudo en el estómago se estaba haciendo cada vez más grande y pesado. Trató de respirar hondo y se alarmó al notar que le costaba. Necesitaba calmarse, no podía volver a perder los nervios.

Harry siguió adelante, usando el encantamiento brújula para asegurarse de que caminaba en la dirección correcta. Ahora el reto estaba entre él y Cedric. El deseo de llegar el primero a la Copa era en aquel momento más intenso que nunca, pero apenas podía concebir lo que acababa de ver hacer a Krum. El uso de una maldición imperdonable contra un ser humano se castigaba con cadena perpetua en Azkaban: eso era lo que les había dicho Moody. No era posible que Krum deseara la Copa de los tres magos hasta aquel punto...

— No, no. Clarro que no — dijo Krum, abatido.

Empezó a caminar más aprisa.

De vez en cuando llegaba a otro callejón sin salida, pero la creciente oscuridad era una señal inequívoca de que se iba acercando al centro del laberinto. Entonces, caminando a zancadas por un camino recto y largo, volvió a percibir que algo se movía, y el haz de luz de la varita iluminó a una criatura extraordinaria, un espécimen al que sólo había visto en una ilustración de El monstruoso libro de los monstruos.

— ¿Más criaturas? Pensaba que los escregutos serían lo peor — dijo Lavender, asustada.

Era una esfinge: tenía el cuerpo de un enorme león, con grandes zarpas y una cola larga, amarillenta, que terminaba en un mechón castaño. La cabeza, sin embargo, era de mujer. Volvió a Harry sus grandes ojos almendrados cuando él se acercó. Harry levantó la varita, dudando. No parecía dispuesta a atacarlo, sino que paseaba de un lado a otro del camino, cerrándole el paso.

A Harry le sorprendió mucho ver la fascinación que los Ravenclaw mostraron en ese momento. La mayoría de ellos se deshicieron en susurros apresurados llenos de emoción.

— Esa prueba estaba diseñada para un Ravenclaw — dijo Terry Boot. — Nos pasamos la vida resolviendo acertijos.

Entonces habló con una voz ronca y profunda:

Estás muy cerca de la meta. El camino más rápido es por aquí.

Eh... entonces, ¿me dejará pasar, por favor? —le preguntó Harry, suponiendo cuál iba a ser la respuesta.

Se oyeron bufidos.

— Qué inocente — dijo una chica de séptimo.

No —respondió, continuando su paseo—. No a menos que descifres mi enigma. Si aciertas a la primera, te dejaré pasar. Si te equivocas, te atacaré. Si te quedas callado, te dejaré marchar sin hacerte ningún daño.

— Es un buen trato, al menos te da la opción de huir — dijo Sirius.

Se le hizo un nudo en la garganta. Era a Hermione a quien se le daban bien aquellas cosas, no a él.

Hermione pareció sorprendida (y halagada) al escuchar eso.

Sopesó sus probabilidades: si el enigma era demasiado difícil, podía quedarse callado y marcharse incólume para intentar encontrar otra ruta alternativa hacia la copa.

Vale —dijo—. ¿Puedo oír el enigma?

La esfinge se sentó sobre sus patas traseras, en el centro mismo del camino, y recitó:

Los Ravenclaw, casi en unísono, se inclinaron n poco hacia delante, muertos de curiosidad.

Si te lo hiciera, te desgarraría con mis zarpas, pero eso sólo ocurrirá si no lo captas. Y no es fácil la respuesta de esta adivinanza, porque está lejana, en tierras de bonanza, donde empieza la región de las montañas de arena y acaba la de los toros, la sangre, el mar y la verbena. Y ahora contesta, tú, que has venido a jugar: ¿a qué animal no te gustaría besar?

— La araña — murmuraron Hermione y, al mismo tiempo, Luna.

Harry la miró con la boca abierta.

¿Podría decírmelo otra vez... mas despacio? —pidió. Ella parpadeó, sonrió y repitió el enigma.

¿Todas las pistas conducen a un animal que no me gustaría besar? —preguntó Harry.

— Es muy fácil — se quejó un Ravenclaw de séptimo. — Nuestro retrato nos hace preguntas mucho mas difíciles cada vez que subimos a dormir.

Ella se limitó a esbozar su misteriosa sonrisa. Harry tomó aquel gesto por un «sí». Empezó a darle vueltas al acertijo en la cabeza. Había muchos animales a los que no le gustaría besar: de inmediato pensó en un escreguto de cola explosiva, pero intuyó que no era aquélla la respuesta. Tendría que intentar descifrar las pistas...

— Ojalá la respuesta hubiera sido un escreguto de cola explosiva — dijo Ron. — Al menos habría sido original.

«Si te lo hiciera, te desgarraría con mis zarpas» —murmuró Harry, mirándola. «Puede desgarrarme si me come, pero me desgarraría con los colmillos, no con las zarpas —pensó—. Mejor dejo esta parte para luego...» —¿Podría repetirme lo que sigue, si es tan amable?

Ella repitió los versos siguientes.

— Si te desgarra con las zarpas, te araña — bufó Pansy. — Qué lento eres, Potter.

Harry se indignó. Estaba seguro de que Pansy solo había adivinado la respuesta porque se la habianoído decir al menos a una decena de Ravenclaws.

«La respuesta está donde empieza la región de las montañas de arena y acaba la de los toros, la sangre, el mar y la verbena.» El país de los toros, la sangre, el mar y la verbena podría ser España, y la región de las montañas de arena podría ser Marruecos, el Magreb, Arabia. Donde acaba España y empieza Marruecos podría ser el estrecho de Gibraltar, pero no puedo ir ahora tan lejos en busca de la respuesta. Claro que Marruecos y Magreb empiezan por «ma», Arabia lo hace por «ara», y España acaba en «ña». Y si me lo hace, si se da maña, no, si me araña... ¿qué animal no me gustaría besar?»

¡La araña!

— Qué jaleo para resolver un enigma tan sencillo — bufó Corner.

Harry lo miró mal.

La esfinge pronunció más su sonrisa. Se levantó, extendió sus patas delanteras y se hizo a un lado para dejarlo pasar.

¡Gracias! —dijo Harry y, sorprendido de su propia inteligencia, echó a correr.

Sabía que algunos se estaban riendo de él.

Ya tenía que estar más cerca, tenía que estarlo... la varita le indicaba que iba bien encaminado. Si no encontraba nada demasiado horrible, podría...

Llegó a una bifurcación de caminos.

¡Oriéntame! —le susurró a la varita, que giró y se paró apuntando al camino de la derecha. Giró corriendo por él, y vio luz delante.

La Copa de los tres magos brillaba sobre un pedestal a menos de cien metros de distancia.

Muchos jadearon.

— Corre — murmuró Fred.

Harry acababa de echar a correr cuando una mancha oscura salió al camino, corriendo como una bala por delante de él.

Cedric iba a llegar primero. Corría hacia la copa tan rápido como podía, y Harry sabía que nunca podría alcanzarlo, porque Cedric era mucho más alto y tenía las piernas más largas...

La tensión en el comedor escaló tan rápido que Harry sentía como si le sorfocara.

El señor Diggory miraba al libro con una expresión de anhelo.

Entonces Harry vio algo inmenso que asomaba por encima de un seto que había a su izquierda y que se movía velozmente por un camino que cruzaba el suyo. Iba tan rápido que Cedric estaba a punto de chocar contra aquello, y, con los ojos fijos en la copa, no lo había visto...

¡Cedric! —gritó Harry—. ¡A tu izquierda!

Cedric miró justo a tiempo de esquivar la cosa y evitar chocar con ella, pero, en su apresuramiento, tropezó. La varita se le cayó de la mano, mientras la araña gigante entraba en el camino y se abalanzaba sobre él.

— ¡Una araña gigante! — exclamó Hannah, aterrada.

Ron se puso blanco. Por otro lado, Cho mantenía la cara escondida en el hombro de Marietta y se notaba que estaba temblando.

¡Desmaius! —volvió a gritar Harry.

El encantamiento dio de lleno en el gigantesco cuerpo, negro y peludo, pero fue como si le hubiera tirado una piedra: el bicho dio una sacudida, se balanceó un momento y luego corrió hacia Harry, en lugar de hacerlo hacia Cedric.

¡Desmaius! ¡Impedimenta! ¡Desmaius!

— Corre corre corre — murmuraba Ron.

Hermione también parecía preocupada, al igual que Ginny. De hecho, todos los Weasley parecían algo nerviosos

Pero no servía de nada: la araña era tan grande, o tan mágica, que los encantamientos no hacían más que provocarla. Antes de que estuviera sobre él, Harry sólo vio la imagen horrible de ocho patas negras brillantes y de pinzas afiladas como cuchillas.

— Ay, no — Lavender se abrazó a Parvati.

Ron, cuya expresión de horror no tenía comparación, le cogió la mano a Harry y apretó muy fuerte.

Lo levantó en el aire con sus patas delanteras. Forcejeando como loco, Harry intentaba darle patadas: su pierna pegó en las pinzas del animal, y sintió de inmediato un dolor insoportable.

— Así que así fue como se rompió la pierna — dijo la señora Pomfey, más para sí misma que otra cosa.

Oyó que Cedric también gritaba «¡Desmaius!», pero sin más éxito que él. Cuando la araña volvió a abrir las pinzas, Harry levantó la varita y gritó:

¡Expelliarmus!

Funcionó: el encantamiento de desarme hizo que el bicho lo soltara, pero eso supuso una caída de casi cuatro metros de altura sobre la pierna herida, que se aplastó bajo su peso.

— Debió doler — dijo Fred con una mueca. Harry asintió.

Sin detenerse a pensar, apuntó hacia arriba, a la panza de la araña, tal como había hecho con el escreguto, y gritó «¡Desmaius!» al mismo tiempo que Cedric.

Combinados, los dos encantamientos lograron lo que uno solo no podía: el animal se desplomó de lado, sobre un seto, y quedó obstruyendo el camino con una maraña de patas peludas.

— Es increíble que al final tuvieran que trabajar en equipo — dijo una chica de tercero. — Se supone que eran contrincantes...

— Hay cosas más importantes que un simple torneo — dijo el profesor Dumbledore con seriedad.

¡Harry! —oyó gritar a Cedric—. ¿Estás bien? ¿Cayó sobre ti?

—¡No! —respondió Harry, jadeando.

Se miró la pierna: sangraba mucho; tenía la túnica manchada con una secreción viscosa de las pinzas.

Lavender se puso un poco verde al oír eso.

Trató de levantarse, pero la pierna le temblaba y se negaba a soportar el peso de su cuerpo. Se apoyó en el seto, falto de aire, y miró a su alrededor.

Cedric estaba a muy poca distancia de la Copa de los tres magos, que brillaba tras él.

Cógela —le dijo Harry sin aliento—. Vamos, cógela. Ya has llegado.

Harry cerró los ojos. No quería leer esto.

Entre los alumnos, la sorpresa era evidente.

— ¿Por qué dijiste eso? Aún podías cogerla tú — exclamó un chico de cuarto.

Harry no respondió. Seguía con los ojos cerrados y agradeció internamente que Ron todavía no le hubiera soltado la mano tras el debacle de la araña.

Pero Cedric no se movió. Se quedó allí, mirando a Harry. Luego se volvió para observarla. Harry vio la expresión de anhelo en su rostro, iluminado por el resplandor dorado de la Copa. Cedric volvió a mirar a Harry, que se agarraba ahora al seto para sostenerse en pie.

Cedric respiró hondo y dijo:

Cógela tú. Tú mereces ganar: me has salvado la vida dos veces.

Se escucharon jadeos. La tensión y la emoción provocadas por la lucha contra la tarántula fueron reemplazadas rápidamente por nervios y dolor. Harry decidió abrir los ojos de nuevo.

Diggory tenía la mandíbula tan apretada que debían dolerle los dientes.

—No es así el Torneo —replicó Harry.

Estaba irritado: la pierna le dolía muchísimo, y tenía todo el cuerpo magullado por sus forcejeos con la araña; pero, después de todos sus esfuerzos, Cedric había llegado antes, igual que había llegado antes a pedirle a Cho que fuera su pareja de baile.

Cho sollozó más fuerte al escuchar eso. Nadie rió, ni siquiera en la zona de Slytherin.

Las expresiones de todos variaban entre la sorpresa, la incredulidad y el dolor. Los que habían sido cercanos a Cedric sabían lo mucho que había querido esa copa...

El primero que llega a la Copa gana. Y el primero has sido tú. Te lo estoy diciendo: yo no puedo ganar ninguna competición con esta pierna.

Cedric se acercó un poco más a la araña desmayada, alejándose de la Copa y negando con la cabeza.

No —dijo.

Amos Diggory jadeó y Harry tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba llorando.

¡Deja de hacer alardes de nobleza! —exclamó Harry irritado—. No tienes más que cogerla, y podremos salir de aquí.

— Fuisteis los dos — dijo Angelina. Su voz era mucho más grave de lo habitual. — Los dos estabais siendo nobles.

Cedric observó cómo se agarraba al seto para mantenerse en pie.

Tú me dijiste lo de los dragones —recordó Cedric—. Yo habría caído en la primera prueba si no me lo hubieras dicho.

A mí también me lo dijeron —espetó Harry, tratando de limpiarse con la túnica la sangre de la pierna—. Y luego tú me ayudaste con el huevo: estamos en paz.

También a mí me ayudaron con el huevo.

Nadie se paró a pensar en quién habia ayudado a Cedric.

Seguimos estando en paz —repuso Harry, probando con cautela la pierna, que tembló violentamente al apoyar el peso sobre ella. Se había torcido el tobillo cuando la araña lo había dejado caer.

Algunos hicieron muecas de dolor al escuchar eso.

Te merecías más puntos en la segunda prueba —dijo Cedric tercamente—. Te rezagaste porque querías salvar a todos los rehenes. Es lo que tendría que haber hecho yo.

¡Sólo yo fui lo bastante tonto para tomarme en serio la canción! —contestó Harry con amargura—. ¡Coge la Copa!

— No la cojas... — murmuró Harry sin darse cuenta. No sabía muy bien cómo ni cuándo, pero había empezado a temblar. Trató una vez más de respirae hondo, sin éxito.

No —contestó Cedric, dando unos pasos más hacia Harry.

Éste vio que Cedric era sincero. Quería renunciar a un tipo de gloria que la casa de Hufflepuff no había conquistado desde hacía siglos.

— No necesitamos gloria — dijo un Hufflepuff de séptimo, uno de los amigos de Cedric. — Mientras haya gente como él en nuestra casa, eso es más que suficiente.

Muchos Hufflepuff asintieron.

Vamos, cógela tú —dijo Cedric. Era como si le costara todas sus fuerzas, pero había cruzado los brazos y su rostro no dejaba lugar a dudas: estaba decidido.

Amos Diggory ya no miraba hacia el libro. Tenía la vista fija en el suelo y Harry no supo si lo hacía para que no vieran las lágrimas que le resbalaban por las mejillas o porque ya no tenía energía.

Harry miró alternativamente a Cedric y a la Copa. Por un instante esplendoroso, se vio saliendo del laberinto con ella. Se vio sujetando en alto la Copa de los tres magos, oyó el clamor de la multitud, vio el rostro de Cho embriagado de admiración, más nítido de lo que lo había visto nunca...

Nadie rió, nadie dijo nada. Todos comprendían demasiado bien lo tentador que debía haber sido coger la copa por sí solo. Gloria eterna... Eso les habían prometido.

y luego la imagen se desvaneció y volvió a ver la expresión seria y firme de Cedric.

Vamos los dos —propuso Harry.

— No... — Harry tragó saliva, pero tenía la boca tan seca que le pareció que tragaba arena. Seguía temblando y odiaba con toda su alma no poder parar.

—¿Qué?

La cogeremos los dos al mismo tiempo. Será la victoria de Hogwarts. Empataremos.

— Eso es muy noble por vuestra parte — dijo Katie.

Harry quiso decirle que no, que había sido el mayor error de su vida, pero su boca y su cerebro no estaban cooperando.

Notó en ese momento que Hermione le había cogido la otra mano. ¿Y desde cuando Ginny tenía la mano sobre su rodilla? Trató de concentrarse en la sensación de la mano sobre su piel, pero su mente estaba seis meses atrás.

Cedric observó a Harry. Descruzó los brazos.

—¿Es... estás seguro?

Sí —afirmó Harry—. Sí... Nos hemos ayudado el uno al otro, ¿no? Los dos hemos llegado hasta aquí. Tenemos que cogerla juntos.

— Cogedla ya y acabad con esto — se oyó decir a alguien de segundo.

Harry habría querido gritar que no, no tenían que coger la dichosa copa, pero sabía que no serviría de nada. Era el pasado, estaban leyendo el pasado, no podía cambiar nada.

Recordó lo que le había preguntado a los encapuchados la primera noche que pasaron en Hogwarts: ¿por qué no habían viajado aún más atrás en el tiempo, para poder salvar a Cedric? Le habían dicho que hasta la magia más poderosa tiene sus límites.

Pero, estando allí sentado, escuchando ño que había sido el mayor error de su vida, le pareció que los límites de la magia deberían haber sido forzados un poco más. ¿Por qué Cedric sería la única víctima? ¿Por qué?

Por un momento pareció que Cedric no daba crédito a sus oídos. Luego sonrió.

—Adelante, pues —dijo—. Vamos.

Harry agachó la cabeza. Era consciente de que sus amigos habían notado que estaba perdiendo los nervios, pero no podía calmarse ni fingir que lo hacía. Le costaba respirar.

Cogió a Harry del brazo, por debajo del hombro, y lo ayudó a ir hacia el pedestal en que descansaba la Copa. Al llegar, uno y otro acercaron sendas manos a las relucientes asas.

A la de tres, ¿vale? —propuso Harry—. Uno... dos... tres...

Harry cerró los ojos de nuevo. Podía ver a Cedric frente a él, con tanta claridad como si estuvieran todavía en el laberinto, junto a la copa. Apretó las manos de sus amigos y trató de concentrarse en el presente.

Cedric y él agarraron las asas de la Copa.

Amos volvió a hacer un ruido extraño que atravesó a Harry como un puñal.

Al instante, Harry sintió una sacudida en el estómago. Sus pies despegaron del suelo. No podía aflojar la mano que sostenía la Copa de los tres magos: lo llevaba hacia delante, en un torbellino de viento y colores, y Cedric iba a su lado.

McGonagall levantó la vista del libro y todos supieron que el capítulo había terminado.

Nadie se atrevió a hablar.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL:LUXERII 

Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

  Hospital San Mungo de enfermedades y Heridas mágicas: ¡Ni estoy mintiendo ni me he vuelto loco! —insistió Harry a voz en grito—. ¡Le digo ...