El huevo y el ojo:
— ¡Ya era hora! — exclamó una chica de Hufflepuff.
— Así termina — anunció Hagrid.
— Excelente — dijo Dumbledore. Parecía de mejor humor que antes de leer el capítulo anterior. Quizá se alegraba de que tanta gente estuviera posicionándose a favor de Hagrid. — Continuemos. ¿Voluntarios?
Muchos alumnos intercambiaron miradas, pero sólo un par de personas levantaron la mano.
Dumbledore escogió a un chico de Ravenclaw.
Sin perder ni un minuto (e ignorando las risitas burlonas de un par de amigos suyos), subió a la tarima y tomó el libro entre sus manos.
— El huevo y el ojo — leyó.
Hubo murmullos y miradas confusas.
Como Harry no sabía cuánto tiempo tendría que estar bañándose para desentrañar el enigma del huevo de oro, decidió hacerlo de noche, cuando podría tomarse todo el tiempo que quisiera.
— Bien pensado — dijo Lupin.
Aunque no le hacía gracia aceptar más favores de Cedric, decidió también utilizar el cuarto de baño de los prefectos, porque muy pocos tenían acceso a él y era mucho menos probable que lo molestaran allí.
Recibió un par de miradas que claramente decían "Por algo Cedric te lo recomendó", pero Harry las ignoró.
Harry planeó cuidadosamente su incursión. Filch, el conserje, lo había pillado una vez levantado de la cama y paseando en medio de la noche por donde no debía, y no quería repetir aquella experiencia.
Filch le lanzó a Harry una mirada asesina.
— Pues para no querer repetir la experiencia, bien que te has escapado de noche varias veces después de eso — dijo Padma.
— Y ha ido al bosque prohibido todos los años — añadió Colin, aunque en su voz había un deje de admiración. Su tono le hizo ganarse también una mirada asqueada por parte de Filch.
Desde luego, la capa invisible sería esencial, y para más seguridad Harry decidió llevar el mapa del merodeador, que, juntamente con la capa, constituía la más útil de sus pertenencias cuando se trataba de quebrantar normas.
— Tienes todas las herramientas para hacer lo que te dé la gana en el colegio — dijo Lee Jordan con casi tanta admiración como Colin.
— Por poco tiempo — lo interrumpió Umbridge.
Harry no le hizo ni caso.
El mapa mostraba todo el castillo de Hogwarts, incluyendo sus muchos atajos y pasadizos secretos y, lo más importante de todo, señalaba a la gente que había dentro del castillo como minúsculas motas acompañadas de un cartelito con su nombre. Las motitas se movían por los corredores en el mapa, de forma que Harry se daría cuenta de antemano si alguien se aproximaba al cuarto de baño.
— Eso ya lo sabemos — se quejó Zacharias Smith.
— Deja de quejarte — le dijo un chico de Slytherin, molesto.
Zacharias murmuró algo, pero no se atrevió a decirlo en voz alta.
El jueves por la noche Harry fue furtivamente a su habitación, se puso la capa, volvió a bajar la escalera y, exactamente como había hecho la noche en que Hagrid le mostró los dragones, esperó a que abrieran el hueco del retrato. Esta vez fue Ron quien esperaba fuera para darle a la Señora Gorda la contraseña («Buñuelos de plátano»).
Harry no pudo evitar sonreír al escuchar eso. Había sido muy agradable poder contar con Ron aquella vez.
—Buena suerte —le susurró Ron, entrando en la sala común mientras Harry salía.
Harry notó que Katie y Angelina también sonreían.
En aquella ocasión resultaba difícil moverse bajo la capa con el pesado huevo en un brazo y el mapa sujeto delante de la nariz con el otro. Pero los corredores estaban iluminados por la luz de la luna, vacíos y en silencio, y consultando el mapa de vez en cuando Harry se aseguraba de no encontrarse con nadie a quien quisiera evitar. Cuando llegó a la estatua de Boris el Desconcertado —un mago con pinta de andar perdido, con los guantes colocados al revés, el derecho en la mano izquierda y viceversa— localizó la puerta, se acercó a ella y, tal como le había indicado Cedric, susurró la contraseña: —«Frescura de pino.»
Por las caras de algunos, quedaba claro que estaban tomando nota mental de la contraseña.
— Al igual que las contraseñas de las salas comunes, las de los baños de prefectos también cambian con frecuencia — advirtió la profesora McGonagall.
Más de uno pareció decepcionado.
La puerta chirrió al abrirse. Harry se deslizó por ella, echó el cerrojo después de entrar y, mirando a su alrededor, se quitó la capa invisible.
Su reacción inmediata fue pensar que merecía la pena llegar a prefecto sólo para poder utilizar aquel baño.
— No lo niego — susurró Ron.
Estaba suavemente iluminado por una espléndida araña llena de velas, y todo era de mármol blanco, incluyendo lo que parecía una piscina vacía de forma rectangular, en el centro de la habitación.
— ¿Una piscina? — exclamó una niña de primero.
— Tenemos que ser prefectas — le dijo otra, amiga suya.
Hermione abrió la boca, probablemente para recordarles que no podrían ser prefectas las dos perteneciendo al mismo curso y casa, pero debió decidir que no merecía la pena romperles la ilusión.
Por los bordes de la piscina había unos cien grifos de oro, cada uno de los cuales tenía en la llave una joya de diferente color. Había asimismo un trampolín, y de las ventanas colgaban largas cortinas de lino blanco. En un rincón vio un montón de toallas blancas muy mullidas, y en la pared un único cuadro con marco dorado que representaba una sirena rubia profundamente dormida sobre una roca; el largo pelo, que le caía sobre el rostro, se agitaba cada vez que resoplaba.
— Suena genial — dijo Neville, asombrado.
— Lo es — le aseguró Harry.
Harry avanzó mirando a su alrededor. Sus pasos hacían eco en los muros. A pesar de lo magnífico que era el cuarto de baño, y de las ganas que tenía de abrir algunos de los grifos, no podía disipar el recelo de que Cedric le hubiera tomado el pelo. ¿En qué iba a ayudarlo aquello a averiguar el misterio del huevo?
— Cedric no habría hecho eso — se oyó decir a alguien de Hufflepuff.
— Ahora ya lo sé — gruñó Harry.
Aun así, puso al lado de la piscina la capa, el huevo, el mapa y una de las mullidas toallas, se arrodilló y abrió unos grifos.
Se dio cuenta enseguida de que el agua llevaba incorporados diferentes tipos de gel de baño, aunque eran geles distintos de cualesquiera que hubiera visto Harry antes. Por uno de los grifos manaban burbujas de color rosa y azul del tamaño de balones de fútbol;
Muchos alumnos, y en especial los más jóvenes, escuchaban la descripción con creciente asombro.
otro vertía una espuma blanca como el hielo y tan espesa que Harry pensó que podría soportar su peso si hacia la prueba; de un tercero salía un vapor de color púrpura muy perfumado que flotaba por la superficie del agua.
— Ahora me arrepiento de no haber sido prefecta — se lamentó una chica de séptimo.
— ¿Con tus notas? Habrías necesitado un milagro — replicó una amiga suya, ganándose un golpe en el brazo.
Harry se divirtió un rato abriendo y cerrando los grifos, disfrutando especialmente de uno cuyo chorro rebotaba por la superficie del agua formando grandes arcos.
— Diría que Potter estaba malgastando agua y todo eso, pero admito que yo habría hecho lo mismo — confesó una chica de tercero.
Varios le dieron la razón.
Luego, cuando la profunda piscina estuvo llena de agua, espuma y burbujas (lo que, considerando su tamaño, llevó un tiempo muy corto), Harry cerró todos los grifos, se quitó la bata, el pijama y las zapatillas, y se metió en el agua.
Se oyeron silbidos. Harry notó cómo se encendían sus mejillas.
Era tan profunda que apenas llegaba con los pies al fondo, e hizo un par de largos antes de volver a la orilla y quedarse mirando el huevo. Aunque era muy agradable nadar en un agua caliente llena de espuma, mientras por todas partes emanaban vapores de diferentes colores, no le vino a la cabeza ninguna idea brillante ni saltó ninguna chispa de repentina comprensión.
— Pues mete el huevo en el agua — dijo un chico de sexto como si fuera lo más obvio del mundo. Harry lo miró mal.
Harry alargó los brazos, levantó el huevo con las manos húmedas y lo abrió. Los gemidos estridentes llenaron el cuarto de baño, reverberando en los muros de mármol, pero sonaban tan incomprensibles como siempre, si no más debido al eco.
— ¿Y no se despertó nadie? — preguntó Parvati.
Harry negó con la cabeza.
Volvió a cerrarlo, preocupado porque el sonido pudiera atraer a Filch y preguntándose si no sería eso precisamente lo que había pretendido Cedric.
Amos Diggory le lanzó a Harry una mirada gélida, pero Harry ya estaba cansado de recordarle a todo el mundo que ya sabía que Cedric había estado intentando ayudarle de verdad.
Y entonces alguien habló y lo sobresaltó hasta tal punto que dejó caer el huevo, el cual rodó estrepitosamente por el suelo del baño.
—Yo que tú lo metería en el agua.
— ¿Era Diggory? — preguntó un chico de segundo.
— Sí, claro — replicó otro. — Seguro que Diggory iba todas las noches al baño de los prefectos a esperar a que Potter apareciera.
Se oyeron risitas, seguidas de varios chistidos y algunos murmullos. Harry decidió ignorarlo todo, porque no comprendía qué acababa de suceder.
Del susto, Harry acababa de tragarse una considerable cantidad de burbujas. Se irguió, escupiendo,
La señora Weasley pareció preocupada al escuchar eso.
y vio el fantasma de una chica de aspecto muy triste sentado encima de uno de los grifos con las piernas cruzadas. Era Myrtle la Llorona, a la que usualmente se oía sollozar en la cañería de uno de los váteres tres pisos más abajo.
Algunos gimieron al escuchar que era Myrtle. Muy poca gente pareció emocionada.
—¡Myrtle! —exclamó Harry, molesto—. ¡Yo... yo no llevo nada!
La espuma era tan densa que aquello realmente no importaba mucho, pero tenía la desagradable sensación de que Myrtle lo había estado espiando desde que había entrado.
Esta vez, las risitas fueron muy obvias, y Harry se ruborizó.
—Cuando te ibas a meter cerré los ojos —dijo ella pestañeando tras sus gruesas gafas—. Hace siglos que no vienes a verme.
—Sí, bueno... —dijo Harry, doblando ligeramente las rodillas para asegurarse de que Myrtle sólo pudiera verle la cabeza—.
Si bien las risas continuaban, una voz se oyó sobre ellas:
— Eso es acoso — dijo una chica de sexto. — Se quedó mirándole mientras se metía al baño…
Un par de personas le dieron la razón, y otras tantas asintieron.
— ¿Si es un fantasma cuenta como acoso? — preguntó Dean. — Quiero decir… Ellos pueden entrar en cualquier sitio cuando quieran, ¿no? Solo tienen que atravesar la pared. ¿Cómo se controla que no acosen a nadie?
— Los fantasmas tienen mejores cosas que hacer que espiar a los alumnos — dijo McGonagall, indignada. — Ningún fantasma de Hogwarts caería tan bajo.
Eso tranquilizó a los que habían parecido preocupados.
Se supone que no puedo entrar en tu cuarto de baño, ¿no? Es de chicas.
—Eso no te importaba mucho —dijo Myrtle con voz triste—. Antes te pasabas allí todo el tiempo.
— Ahí tiene razón — dijo Fred. Por su tono, se estaba acordando de todo el asunto de la poción multijugos. Todavía no le hacía gracia saber que se habían estado elaborando pociones prohibidas en sus narices y que nadie le había invitado a colaborar.
Era cierto, aunque sólo había sido porque Harry, Ron y Hermione habían considerado que los servicios de Myrtle, cerrados entonces por avería, eran un lugar ideal para elaborar en secreto la poción multijugos, una poción prohibida que había convertido a Harry y Ron durante una hora en réplicas vivas de Crabbe y Goyle, con lo que pudieron colarse furtivamente en la sala común de Slytherin.
— Me sigue pareciendo increíble que consiguierais hacer eso sin que os pillaran — dijo Ginny.
— A mí también — admitió Harry.
Snape tenía una expresión amarga, pero no dijo nada.
—Me gané una reprimenda por entrar en él —contestó Harry, lo que era verdad a medias: Percy lo había pillado saliendo en una ocasión de los lavabos de Myrtle—. Después de eso no he querido volver.
— Se te dan bien las verdades a medias — dijo Luna.
Harry no pudo decidir si lo estaba llamando mentiroso o no, así que optó por encogerse de hombros.
—¡Ah, ya veo! —dijo Myrtle malhumorada, toqueteándose un grano de la barbilla—. Bueno... da igual... Yo metería el huevo en el agua. Eso es lo que hizo Cedric Diggory.
—¿También lo espiaste a él? —exclamó Harry indignado—. ¿Te dedicas a venir aquí por las noches para ver bañarse a los prefectos?
—A veces —respondió Myrtle con picardía—, pero eres el primero al que le dirijo la palabra.
Hubo un estallido de quejas por parte de muchos chicos.
— ¡Lo ha admitido! ¡Sí que espía a la gente! — exclamó uno de ellos, de Slytherin.
McGonagall parecía entre avergonzada y horrorizada
— Por supuesto, hablaremos con Myrtle para que no vuelva a hacer eso — dijo, mirando a Dumbledore con urgencia. Dumbledore asintió.
— Un motivo más para expulsarla del colegio — dijo Umbridge en voz alta. — Lamento mucho lo trágico de su muerte, pero no podemos tolerar que la privacidad del alumnado se vea comprometida.
Se oyeron murmullos. Algunos no parecían muy contentos de compartir la opinión de Umbridge.
—Me siento honrado —dijo Harry—. ¡Tápate los ojos!
Se aseguró de que las gafas de Myrtle estaban lo suficientemente cubiertas antes de salir del baño, envolverse firmemente la toalla alrededor del cuerpo e ir a recoger el huevo.
— Tuvo que ser incomodísimo — dijo Hermione con una mueca.
— Mucho — asintió Harry. Aun así, lo hizo en voz baja, porque no quería que Umbridge pensara que estaba de acuerdo con ella.
Cuando Harry hubo vuelto al agua, Myrtle miró a través de los dedos y lo apremió:
—Vamos... ¡ábrelo bajo el agua!
Harry hundió el huevo por debajo de la superficie de espuma y lo abrió. Aquella vez no se oyeron gemidos: surgía de él un canto compuesto de gorgoritos, un canto cuyas palabras era incapaz de apreciar.
Eso causó interés entre el alumnado, que dejó de murmurar cosas sobre fantasmas acosadores y se centró en el libro.
—Tendrás que sumergir también la cabeza —le indicó Myrtle, que parecía encantada con aquello de dar órdenes—. ¡Vamos!
— Debe ser agradable que alguien te haga caso cuando te pasas la vida siendo ignorada — dijo una chica de tercero con tono triste.
Un par de profesores la miraron con preocupación, pero la chica no dijo nada más que pudiera indicar si hablaba por Myrtle o por sí misma.
Harry tomó aire y se sumergió. Y entonces, sentado en el suelo de mármol de la bañera llena de burbujas, oyó un coro de voces misteriosas que cantaban desde el huevo abierto en sus manos:
— ¿Voces misteriosas? — repitió Dennis con emoción.
Donde nuestras voces suenan,
— ¡Eh, eh! — lo cortó Fred. — El libro dice que las voces cantaban.
— ¡Canta! — gritó George, sonriente.
— ¡Eso, eso! — Varias voces se unieron a las de Fred y George y, de pronto, medio comedor aplaudía y gritaba para que el chico de Ravenclaw cantara.
— ¡Yo no sé cantar! —exclamó el chico, cuya cara estaba roja como un tomate.
— ¡Da igual! — dijo Angelina, que sonreía tanto como Fred y George.
A Dumbledore le brillaban los ojos.
— Me parece una maravillosa idea.
Los gemelos no desperdiciaron la oportunidad. Se levantaron y corrieron a la tarima entre risas.
— Venga, nosotros cantamos contigo — dijo Fred alegremente. El pobre chico de Ravenclaw no sabía dónde meterse.
Dumbledore se puso en pie y levantó la varita como si fuera una batuta, sin dejar de sonreír. Y entonces Fred, George y el chico de Ravenclaw (que balbuceaba y parecía tener ganas de que se lo tragara la tierra) comenzaron a cantar utilizando melodías muy diferentes.
Donde nuestras voces suenan, ven a buscarnos, que sobre la tierra no se oyen nuestros cantos. Y estas palabras medita mientras tanto, pues son importantes, ¡no sabes cuánto!
Fred lo cantaba con tono alegre, mientras que George parecía haber decidido que la letra pegaba más para un funeral. El chico de Ravenclaw lo cantaba como si fuera una especie de himno. Dumbledore hizo un movimiento con la varita y, de pronto, la letra que ellos recitaban apareció escrita en el aire.
— ¡Todos a una! — los animó Dumbledore, antes de ponerse a cantar también.
Solo la mitad del comedor se unió a los cantos, entre risas y bufidos de exasperación. Snape no se molestó en ocultar su hastío.
Nos hemos llevado lo que más valoras, y para encontrarlo tienes una hora. Pasado este tiempo ¡negras perspectivas! demasiado tarde, ya no habrá salida.
A Harry le parecía surrealista escuchar a tanta gente cantar animadamente sobre negras perspectivas. Cuando se dio cuenta de que para él "lo que más valoras" había sido Ron y que, por lo tanto, la gente estaba cantando sobre cómo Ron podía morir, el surrealismo alcanzó niveles que nunca se habría imaginado.
— ¿En serio? — bufó Harry mientras todos los que se habían echado a cantar aplaudían con ganas y Fred y George regresaban a sus asientos, haciendo reverencias por el camino. La señora Weasley sonreía y aplaudía, aunque Harry había notado que se había puesto algo roja.
— Déjalos — susurró Hermione. — Creo que es bueno aferrarnos a cualquier momento de alegría que podamos hoy… teniendo en cuenta lo que vamos a leer.
Harry vio en el rostro de Hermione que se arrepentía de haber dicho eso. Quizá había notado que el estado de Harry había pasado de incredulidad a amargura en un instante.
Cuando todo el mundo se hubo calmado (si bien todavía se escuchaba más de una risita), el chico de Ravenclaw siguió leyendo, todavía algo colorado.
Harry se dejó impulsar hacia arriba por el agua, rompió la superficie de espuma y se sacudió el pelo de los ojos.
—¿Lo has oído? —preguntó Myrtle.
—Sí... «Donde nuestras voces suenan, ven a buscarnos...» No sé si me convencen... Espera, quiero escuchar de nuevo. —Y volvió a sumergirse.
— ¿Acaso no es obvio? La canción habla del lago — dijo Pansy.
— Es muy fácil adivinarlo un año después de haber presenciado la prueba, Parkinson — replicó Angelina. Pansy soltó un bufido y no respondió.
Tuvo que escuchar la canción otras tres veces para memorizarla.
— Qué poca memoria — se oyó decir a alguien de Ravenclaw. Harry decidió ignorarlo, aunque le molestó bastante.
Luego se quedó un rato flotando, haciendo un esfuerzo por pensar, mientras Myrtle lo observaba sentada.
—Tengo que ir en busca de gente que no puede utilizar su voz sobre la tierra — dijo pensativamente—. Eh... ¿quién puede ser?
—Eres de efecto retardado, ¿no?
Varias personas se echaron a reír a carcajadas.
— ¿Te ha llamado tonto? ¿Myrtle la Llorona te ha llamado tonto? — decía Seamus, riendo sin parar.
— Me voy a apuntar ese insulto — dijo Ron alegremente. — "Eres de efecto retardado." Me gusta.
Harry no podía negar que el comentario de Myrtle había sido original, aunque a él no le había hecho mucha gracia.
Nunca había visto a Myrtle la Llorona tan contenta, excepto el día en que la dosis de poción multijugos de Hermione le había dejado la cara peluda y cola de gato.
Muchos rieron al recordar eso. Hermione soltó un gruñido.
Harry miró a su alrededor, meditando. Si sólo se podían oír las voces bajo el agua, entonces era lógico que pertenecieran a criaturas submarinas. Así se lo dijo a Myrtle la Llorona, que sonrió satisfecha.
—Bueno, eso es lo que pensaba Diggory —le explicó—. Estuvo ahí quieto, hablando solo sobre el tema durante un montón de tiempo. Un montón de tiempo, hasta que desaparecieron casi todas las burbujas...
Se oyeron jadeos.
— ¡Qué asco! — chilló una chica de cuarto. — ¡Lo estuvo espiando durante horas!
Harry miró a Cho y vio que tenía la boca abierta de la impresión. Si Myrtle hubiera estado allí, probablemente Cho y Marietta la habrían hecho pedazos… si tuviera un cuerpo, claro. Durante un momento, Harry se imaginó a Cho y Myrtle peleando, pero lo único que su mente pudo conjurar fue a ambas luchando por ver quién podía llorar más fuerte.
McGonagall le susurró algo a Dumbledore, que asintió solemnemente.
— Por supuesto, por supuesto… Hablaremos con ella en cuanto sea posible — replicó con voz queda.
—Criaturas submarinas... —reflexionó Harry en voz alta—. Myrtle, ¿qué criaturas viven en el lago, aparte del calamar gigante?
—¡Uf, de todo! He bajado algunas veces, cuando no me queda más remedio porque alguien tira de la cadena inesperadamente...
— No lo entiendo — declaró Hannah Abbott. — ¿No puede atravesar las tuberías?
— Algunos fantasmas prefieren no hacerlo — replicó McGonagall a modo de respuesta.
Tratando de no imaginarse a Myrtle la Llorona bajando hacia el lago por una cañería acompañada del contenido del váter, Harry le preguntó:
— Es lo que nos hemos imaginado todos — admitió Charlie.
—Bueno, ¿hay algo allí que tenga voz humana? Espera... —Harry se acababa de fijar en el cuadro de la sirena dormida—. Myrtle, ¿hay sirenas allí?
—¡Muy bien! —alabó ella muy contenta—. ¡A Diggory le llevó mucho más tiempo! Y eso que ella estaba despierta... —con una expresión de disgusto en la cara, Myrtle señaló con la cabeza a la sirena del cuadro—, riéndose como una tonta, pavoneándose y aleteando.
Harry miró a Cho de inmediato y alcanzó a ver su expresión de enfado antes de que la chica lograra ocultarla. Por otro lado, se oyeron risas por parte de varios alumnos.
— ¡Hasta los cuadros pensaban que era guapo! — exclamó una chica de Slytherin antes de deshacerse en risitas con sus amigas.
Amos Diggory parecía orgulloso.
—Es eso, ¿verdad? —dijo Harry emocionado—. La segunda prueba consiste en ir a buscar a las sirenas del lago y... y...
Pero de repente comprendió lo que estaba diciendo, y se vació de toda la emoción como si él mismo fuera una bañera y le acabaran de quitar el tapón del estómago. No era muy buen nadador, apenas había practicado. Tía Petunia y tío Vernon habían enviado a Dudley a clases de natación, pero a él no lo habían apuntado, sin duda con la esperanza de que se ahogara algún día.
Las risas y los murmullos desaparecieron de inmediato. Era irónico, pensó Harry, que la descripción que acababan de leer sobre sentir como si le acabaran de quitar el tapón del estómago fuera tan aplicable al presente. Era exactamente como se sentía, porque las miradas de pena y las expresiones de horror que solían acompañar a cualquier mención de los Dursley habían regresado con fuerza.
— Solo fue algo que pensé. No os lo toméis en serio — dijo Harry en voz alta, pero parte de él era consciente de que era demasiado tarde. Ron le había puesto la mano en el hombro, aunque estaba callado. Hermione tenía una mueca de espanto, y Ginny parecía enfadada, como si lo que más quisiera en ese momento fuera pegarle una patada a los Dursley en el trasero.
— ¿Crees que querían que te ahogaras? — repitió Sirius. Su tono de voz indicaba peligro y Harry agradeció que los Dursley no estuvieran allí.
— Ya os digo que fue una tontería que pensé, nada más — insistió Harry.
La señora Weasley se había llevado las manos a la boca, consternada.
— Bueno, como para no pensarlo — dijo Fred. — Entre los barrotes en la ventana, la trampilla en la puerta, la lata de sopa para compartir con Hedwig…
— Sí, no es que hayan sido muy amables contigo — dijo George con una mueca.
En la mesa de profesores, las expresiones eran muy serias.
Con un tono mucho más solemne que antes, el chico de Ravenclaw continuó leyendo, cosa que Harry agradeció internamente.
Era capaz de hacer dos largos en aquella piscina, pero el lago era muy grande y profundo... y las sirenas seguramente vivirían en el fondo...
—Myrtle —dijo Harry pensativamente—, ¿cómo se supone que me las arreglaré para respirar?
— Hay muchas maneras — dijo el profesor Flitwick. — Aunque la que utilizaste fue especialmente original, Potter.
Harry se ruborizó.
Al oír esto, los ojos de Myrtle se llenaron de lágrimas.
—¡Qué poco delicado! —murmuró ella, tentándose en la túnica en busca de un pañuelo.
—¿Por qué? —preguntó Harry, desconcertado.
Como él, muchos parecieron confusos al escuchar las palabras de Myrtle.
—¡Hablar de respirar delante de mi! —contestó con una voz chillona que resonó con fuerza en el cuarto de baño—. ¡Cuando sabes que yo no respiro... que no he respirado desde hace tantos años...! —Se tapó la cara con el pañuelo y sollozó en él de forma estentórea.
— Cuánto drama — bufó Lavender.
Harry recordó lo susceptible que Myrtle había sido siempre en lo relativo a su muerte. Ningún otro fantasma que Harry conociera se tomaba su muerte tan a la tremenda.
— Pues tendría que empezar a superarlo — se quejó Parvati.
Varios le dieron la razón.
—Lo siento. Yo no quería... Se me olvidó...
—¡Ah, claro, es muy fácil olvidarse de que Myrtle está muerta! —dijo ella tragando saliva y mirándolo con los ojos hinchados—. Nadie me echa de menos, ni me echaban de menos cuando estaba viva. Les llevó horas descubrir mi cadáver.
Los que se habían estado quejando de Myrtle se sintieron mal al escuchar eso.
Lo sé, me quedé sentada esperándolos. Olive Hornby entró en el baño: «¿Otra vez estás aquí enfurruñada, Myrtle?», me dijo. «Porque el profesor Dippet me ha pedido que te busque...» Y entonces vio mi cadáver... ¡Ooooooh, no lo olvidó hasta el día de su muerte!
— Pobrecita — se lamentó Hannah Abbott.
Ya me encargué yo de que no lo olvidara... La seguía por todas partes para recordárselo. Me acuerdo del día en que se casó su hermano...
— Oh, no — exclamó Hermione. — Eso es horrible.
— ¿La perseguía fuera de Hogwarts? — Katie parecía desconcertada. — Pensaba que los fantasmas tenían un repertorio limitado de lugares que pueden visitar.
— Por lo general, los fantasmas pueden moverse por aquellos lugares con los que compartieron una conexión en vida — explicó Dumbledore. — En el caso de Myrtle, la conexión tan profunda que tenía con la señorita Hornby hizo que moverse a donde ella se encontrase fuera posible.
Pero Harry no escuchaba. Otra vez pensaba en la canción de las sirenas: «Nos hemos llevado lo que más valoras.» Daba la impresión de que iban a robarle algo suyo, algo que tenía que recuperar. ¿Qué sería?
— "Algo suyo" — repitió una chica de tercero con una risita.
— ¿Qué le robaron? — preguntó un chico de primero.
— A Weasley — replicó la chica alegremente.
Harry evitó la mirada de Ron. Presentía que cada vez que se mencionaran las palabras "lo que más valoras" iba a sentir una vergüenza tremenda.
—... y entonces, claro, fue al Ministerio de Magia para que yo dejara de seguirla, así que tuve que volver aquí y vivir en mi váter.
— ¿Y no puede vivir en una habitación normal? — preguntó Romilda Vane.
— Es un tema complicado — respondió la profesora McGonagall. — Siempre hay que respetar lo que el fantasma quiera, aunque sea… poco ortodoxo. Además, la conexión con el lugar del fallecimiento es la más fuerte.
—Bien —dijo Harry vagamente—. Bien, ahora estoy más cerca que antes... Vuelve a cerrar los ojos, por favor, que quiero salir.
Tras recoger el huevo del fondo de la piscina, salió, se secó y se volvió a poner el pijama y la bata.
—¿Volverás a visitarme en mis lavabos alguna vez? —preguntó en tono lúgubre Myrtle la Llorona, cuando Harry cogía la capa invisible.
— Ni de broma — dijo Dean.
—Eh... lo intentaré —repuso Harry, pero pensando para sí que no lo haría a menos que se estropearan todos los demás lavabos del castillo—. Hasta luego, Myrtle... Y gracias por tu ayuda.
—Adiós —dijo ella con tristeza.
Nadie le culpó por pensar en no volver a visitar a Myrtle. No parecía que hubiera generado mucha simpatía entre el alumnado.
Harry se volvió a poner la capa, y la vio meterse a toda velocidad por el grifo. Fuera, en el oscuro corredor, Harry consultó el mapa del merodeador para comprobar que no había moros en la costa. No, las motas que correspondían a Filch y a la Señora Norris estaban quietas en la conserjería. Aparte de Peeves, que botaba en el piso de arriba por la sala de trofeos, parecía que no se movía nada más. Harry había ya emprendido el camino hacia la torre de Gryffindor cuando vio otra cosa en el mapa... algo evidentemente extraño.
— Cómo no — dijo Tonks. — Estaba siendo todo muy normal. Debía suceder algo raro, o no sería Harry.
Harry estuvo a punto de responderle que él no tenía la culpa de que siempre sucedieran cosas extrañas a su alrededor, pero vio que Tonks sonreía.
No, Peeves no era lo único que se movía. Había una motita que iba de un lado a otro en una habitación situada en la esquina inferior izquierda: el despacho de Snape.
Snape se irguió en el asiento al escuchar su nombre.
Pero la mota no llevaba la inscripción «Severus Snape», sino «Bartemius Crouch».
Se oyeron jadeos pero, aparte de eso, el silencio era total.
Harry miró la mota fijamente. Se suponía que el señor Crouch estaba demasiado enfermo para ir al trabajo o para asistir al baile de Navidad: ¿qué hacía entonces colándose en Hogwarts a la una de la madrugada?
— Buena pregunta — murmuró Angelina.
— Me da mala espina — dijo Lee Jordan.
Harry observó atentamente los movimientos de la mota por el despacho, que se detenía aquí y allá...
Harry dudó, pensando... y luego lo venció la curiosidad. Dio media vuelta, y continuó andando en sentido contrario, hacia la escalera más cercana. Iba a ver qué se traía Crouch entre manos.
Snape fijó la vista en Harry. Sin embargo, fue Umbridge la que habló:
— Una vez más, Potter metiéndose en asuntos que no le incumben. Qué sorpresa — canturreó.
— Una vez más, Umbridge criticando por criticar — murmuró Ginny.
Bajó la escalera lo más silenciosamente que pudo, aunque algunos retratos volvían la cara con curiosidad cuando crepitaba alguna tabla del suelo, o hacia frufrú la tela del pijama. Avanzó muy despacio por el corredor del piso inferior, apartó a un lado un tapiz que había en la mitad del pasillo, y empezó a bajar por una escalera más estrecha, un atajo que lo dejaría dos pisos más abajo.
Algunos escuchaban con avidez, tomando nota mental. Harry estaba seguro de que muchos se darían a la tarea de encontrar tantos atajos y pasadizos como pudieran una vez que la lectura acabara.
Seguía mirando el mapa, reflexionando. La verdad era que no parecía propio del correcto y legalista señor Crouch meterse furtivamente en el despacho de otro a aquellas horas de la noche.
— Para nada — murmuró Percy.
Nadie le hizo caso.
Y entonces, cuando había descendido media escalera sin pensar en lo que hacía, concentrado tan sólo en el peculiar comportamiento del señor Crouch, metió una pierna en el escalón falso que Neville siempre olvidaba saltar.
Neville hizo una mueca. Sin embargo, nadie se dio cuenta, porque estaban demasiado ocupados juzgando a Harry.
— Hay que ser torpe — bufó un chico de séptimo.
— Ay, pobrecito. ¿Te pillaron? — dijo a la vez una chica de sexto con aspecto preocupado.
— ¡Qué mala pata! — exclamó un chico de segundo.
— Literalmente — replicó un amigo suyo, y ambos se echaron a reír. A Harry no le hizo ninguna gracia.
Se tambaleó, y el huevo de oro, aún húmedo del baño, se deslizó de debajo de su brazo... Se lanzó hacia delante para intentar cogerlo, pero era ya demasiado tarde: el huevo caía por la larga escalera, repicando como un gong en cada uno de los escalones.
— Oh, no. Todo mal, todo mal — Angelina se había llevado las manos a la cara y se tapaba los ojos.
— Menudo desastre — dijo Bill, aunque sonreía.
Al mismo tiempo se le escurrió la capa invisible. Harry la cogió, pero entonces se le resbaló de la mano el mapa del merodeador y cayó seis escalones más abajo, donde, atrapado como estaba en el peldaño por encima de la rodilla, no podía alcanzarlo.
— ¿Cómo puede salir todo tan mal tan rápidamente? — exclamó Justin.
Ron le dio a Harry un par de palmadas en la espalda.
— Vaya lío — dijo. Harry apreció su apoyo, porque la mayoría del comedor lo miraba como si fuera un niño torpe. Se preguntó si así se sentía Neville todos los días.
En su caída, el huevo de oro atravesó el tapiz que había al pie de la escalera, se abrió de golpe y comenzó a gemir estridentemente en el corredor de abajo. Harry sacó la varita e intentó alcanzar con ella el mapa del merodeador para borrar el contenido, pero estaba demasiado lejos para llegar hasta él.
— ¿Por qué no usaste el encantamiento convocador? — preguntó Susan Bones.
Harry se encogió de hombros. Parecía muy lógico ahora que lo pensaba, pero en aquel momento había entrado en pánico.
Volviéndose a tapar con la capa, Harry escuchó atentamente, arrugando el entrecejo por el miedo. Casi de inmediato...
—¡PEEVES!
Era el inconfundible grito de caza del conserje Filch. Harry oyó sus pasos arrastrados acercarse más y más, y su sibilante voz que se elevaba furiosamente.
— Yo que pensaba que la cosa no podía empeorar... — dijo Ginny con una mueca.
— Solo falta que aparezca Snape y ya sería lo peor — respondió Colin.
Harry se quedó callado.
—¿Qué es este estruendo? ¿Es que quieres despertar a todo el castillo? Te voy a coger, Peeves, te voy a coger. Tú... Pero ¿qué es esto?
Los pasos de Filch se detuvieron. Se oyó un chasquido producido por metal al golpear contra otro metal, y los gemidos cesaron. Filch había cogido el huevo y lo había cerrado.
Filch tenía el ceño fruncido. Por su expresión de asco, quedaba claro que no tenía ningunas ganas de leer lo que había sucedido aquella noche.
Harry permanecía muy quieto, con la pierna aún atrapada en el escalón mágico, escuchando. En cualquier momento Filch apartaría a un lado el tapiz esperando ver a Peeves... y no lo encontraría. Pero si seguía subiendo la escalera vería el mapa del merodeador y, tuviera o no puesta la capa invisible, el mapa del merodeador mostraría el letrero «Harry Potter» en el punto exacto en que se hallaba.
— No te expulsaron, así que supongo que nadie te pilló — dijo Jimmy Peakes. — ¿Pero cómo?
— A veces tengo suerte — replicó Harry.
—¿Un huevo? —dijo en voz baja Filch al pie de la escalera—. Cielo mío — evidentemente la Señora Norris se encontraba con él—, ¡esto es el enigma del Torneo! ¡Esto pertenece a uno de los campeones!
Harry empezó a encontrarse mal. El corazón le latía muy aprisa.
— Normal — dijo Ron. — Yo creo que a mí me habría dado un infarto.
—¡PEEVES! —bramó Filch con júbilo—. ¡Has estado robando!
Apartó el tapiz, y Harry vio su horrible cara abotargada, y los ojos claros y saltones que observaban la escalera oscura y (para él) desierta.
Algunos miraron a Filch con incredulidad.
—¿Te escondes? —dijo con voz melosa—. Te voy a atrapar, Peeves... Te has atrevido a robar uno de los enigmas del Torneo, Peeves. Dumbledore te expulsará por esto, ratero...
— El pobre Peeves ni siquiera estaba allí — se lamentó una niña de primero.
— De pobre nada — replicó Malfoy. — Se merece la reputación que tiene.
— Mira quién fue a hablar — susurró Ron.
Filch empezó a subir por la escalera, acompañado por su escuálida gata de color apagado. Los ojos como faros de la Señora Norris, tan parecidos a los de su amo, estaban fijos en Harry. No era la primera vez que éste se preguntaba si la capa invisible surtía efecto con los gatos.
Hubo murmullos al hacerse la gente esa misma pregunta.
Muerto de miedo, vio a Filch acercarse poco a poco en su vieja bata de franela. Intentó sacar el pie del escalón desesperadamente, pero sólo consiguió hundirlo un poco más.
— Tiene mala pinta el asunto — dijo Lupin, aunque parecía más divertido que preocupado. Harry supuso que el hecho de que él se encontrara allí sentado y de una pieza demostraba que, lo que hubiera sucedido aquella noche, no podía ser tan malo.
De un momento a otro, Filch vería el mapa o se tropezaría con él...
—Filch, ¿qué ocurre?
El conserje se detuvo unos escalones por debajo de Harry, y se volvió. Al pie de la escalera se hallaba la única persona que podía empeorar la situación de Harry: Snape. Llevaba un largo camisón gris y parecía lívido.
Colin y Ginny intercambiaron miradas antes de soltar una risita.
— Harry, eres gafe — declaró Colin.
Harry no sabía cuántas veces había escuchado eso en los últimos días, pero cada vez estaba más seguro de que era cierto.
—Es Peeves, profesor —susurró Filch con malevolencia—. Tiró este huevo por la escalera.
Snape subió aprisa y se detuvo junto a Filch. Harry apretó los dientes, convencido de que los estruendosos latidos de su corazón no tardarían en delatarlo.
—¿Peeves? —dijo Snape en voz baja, observando el huevo en las manos de Filch—. Pero Peeves no ha podido entrar en mi despacho...
— Ah, ¿que el profesor Snape no estaba con Crouch? — dijo Roger Davies. — Había entendido que estaban juntos en el despacho.
— En el mapa solo salía el nombre de Crouch — le respondió Susan Bones. — Además, ¿qué va a hacer el profesor Snape con Crouch a la una de la mañana a solas en su despacho?
No había terminado de decir la frase antes de que varios alumnos dejaran escapar algunas risitas. Snape los fulminó a todos con la mirada.
—¿El huevo estaba en su despacho, profesor?
—Por supuesto que no —replicó Snape—. Oí golpes y luego gemidos...
—Sí, profesor, era el huevo.
—Vine a investigar...
—Peeves lo tiró, señor...
— Qué pesado — dijo Crabbe.
A Harry le agradó ver que Filch miraba con tanto asco a los Slytherin como al resto del colegio.
—... y al pasar por mi despacho, ¡vi las antorchas encendidas y la puerta de un armario abierta de par en par! ¡Alguien ha estado revolviendo en él!
—Pero Peeves no pudo...
—¡Ya sé que no, Filch! —espetó Snape—. ¡Yo cierro mi despacho con un embrujo que sólo otro mago podría abrir! —Snape miró escaleras arriba, justo a través de Harry, y luego hacia el corredor de abajo—. Bueno, ahora quiero que vengas a ayudarme a buscar al intruso, Filch.
— ¿Así que Crouch se coló en el despacho del profesor Snape para robarle algo del armario? — recapituló Padma. — ¿Qué querría? ¿Y por qué no se lo pidió al profesor en vez de robarle?
— ¿Y por qué vino hasta el colegio para robar en vez de comprar lo que necesitara en el callejón Diagón? — añadió Terry Boot. — Esto cada vez tiene menos sentido.
—Yo... Sí, profesor, pero...
Filch miró con ansia escaleras arriba, hacia Harry. Evidentemente, se resistía a renunciar a aquella oportunidad de acorralar a Peeves. «Vete —imploró Harry para sus adentros—, vete con Snape, vete...» Desde los pies de Filch, la Señora Norris miraba en torno. Harry tenía la convicción de que lo estaba oliendo... ¿Por qué habría echado tanta espuma perfumada en el baño?
Algunos rieron al escuchar eso.
—El caso es, profesor —dijo Filch lastimeramente—, que el director tendrá que hacerme caso esta vez. Peeves le ha robado a un alumno, y ésta podría ser mi oportunidad para echarlo del castillo de una vez para siempre.
— Obviamente no lo fue, porque Peeves sigue aquí — dijo Angelina.
Ese dato hizo que Filch soltara un gruñido.
—Filch, me importa un bledo ese maldito poltergeist. Es mi despacho lo que...
Bum, bum, bum.
Snape se calló de repente. Tanto él como Filch miraron al pie de la escalera.
— ¿Qué se te cayó esa vez? — preguntó Anthony Goldstein.
— Nada — replicó Harry.
A través del hueco que quedaba entre sus cabezas, Harry vio aparecer cojeando a Ojoloco Moody. Moody llevaba su vieja capa de viaje puesta sobre el camisón, y se apoyaba en el bastón, como de costumbre.
—¿Qué es esto, una fiesta nocturna? —gruñó.
Muchos alumnos miraron a Moody en aquel momento, pero él ni se inmutó.
—El profesor Snape y yo hemos oído ruidos, profesor —se apresuró a contestar Filch—. Peeves el poltergeist, que ha estado tirando cosas como de costumbre. Y además el profesor Snape ha descubierto que alguien ha entrado en su despacho.
—¡Cállate! —le dijo Snape a Filch entre dientes.
— ¿Por qué no quería que Moody lo supiera? — se oyó preguntar a alguien. A Harry le pareció que era una chica de Hufflepuff la que hablaba.
— Porque se trataba de un asunto privado — dijo Snape en tono cortante.
Moody dio un paso más hacia la escalera. Harry vio que el ojo mágico de Moody se fijaba en Snape, y luego, sin posibilidad de error, en él mismo.
A Harry el corazón le dio un brinco. Moody podía ver a través de las capas invisibles... Era el único que podía ver todo lo extraño de la escena: Snape en camisón, Filch agarrando el huevo, y él, Harry, atrapado tras ellos en la escalera. La boca de Moody, que era como un tajo torcido, se abrió por la sorpresa. Durante unos segundos, él y Harry se miraron a los ojos. Luego Moody cerró la boca y volvió a dirigir el ojo azul a Snape.
Muchos jadearon.
— ¿No te va a delatar? — preguntó Katie, asombrada.
Si bien algunos miraron a Moody con creciente admiración, a él no pareció hacerle ninguna gracia. Por supuesto, lo estaban admirando por algo que había hecho un mortífago, así que Harry comprendía perfectamente por qué le resultaba desagradable.
—¿He oído bien, Snape? —preguntó—. ¿Ha entrado alguien en tu despacho?
—No tiene importancia —repuso Snape con frialdad.
—Al contrario —replicó Moody con brusquedad—, tiene mucha importancia. ¿Quién puede estar interesado en entrar en tu despacho?
Snape soltó un bufido tan fuerte que hasta algunos profesores se quedaron mirándole.
—Supongo que algún estudiante —contestó Snape. Harry vio que le latía una vena en la grasienta sien—.
Esa descripción hizo que Harry se ganara una mirada asesina por parte del profesor. Ron, Seamus y Dean hacían un esfuerzo por no reír.
Ya ha ocurrido antes. Han estado desapareciendo de mi armario privado ingredientes de pociones... Sin duda, alumnos que tratan de probar mezclas prohibidas.
—¿Piensas que buscaban ingredientes de pociones? —dijo Moody—. ¿No escondes nada más en tu despacho?
— No me puedo creer que se atreviera a decirle eso al profesor Snape — dijo Zabini, impresionado.
— El profesor Moody no le tiene miedo a nada — replicó un chico de segundo.
De nuevo, Moody no parecía sentirse halagado en absoluto. Su silencio y su falta de emoción hizo que más de un alumno lo mirara como si fuera un bicho raro.
Harry vio que la cetrina cara de Snape adquiría un desagradable color teja, y la vena de la sien palpitaba con más rapidez.
— Te fijas en detalles muy raros — notó Alicia Spinnet. — Yo nunca me he fijado en si las venas de la gente palpitan cuando se enfadan.
— Teniendo a Vernon Dursley como tío, no me extraña que Harry sí se fije — replicó Angelina.
Harry hizo una mueca. Era cierto que las venas de tío Vernon siempre habían sido un buen indicativo sobre su nivel de enfado. ¿Sería por eso por lo que siempre notaba ese tipo de detalles? No quería pensar mucho en el tema.
—Sabes que no, Moody —respondió en voz peligrosamente suave—, porque tú mismo lo has examinado exhaustivamente.
La cara de Moody se contorsionó en una terrible sonrisa.
—Privilegio de auror, Snape. Dumbledore me dijo que echara un ojo...
Varios Slytherin protestaron.
— ¿Por qué registraron el despacho del profesor Snape? — dijo Pansy, indignada.
— Me temo que yo nunca di esa orden — admitió Dumbledore, provocando una oleada de murmullos y un aumento exponencial de las quejas.
Muchos se giraron para mirar a Moody y un valiente alumno de sexto de Slytherin se atrevió a decirle:
— Si el director no te lo ordenó, ¿por qué examinaste el despacho del profesor Snape? No tenías derecho a ello.
Se hizo el silencio. Harry vio cómo Moody observaba al chico de Slytherin con una ceja alzada. El chico no pudo aguantar la presión del ojo mágico posicionado directamente sobre él, y acabó bajando la mirada.
— No voy a responder a absolutamente nada de lo que sucediera aquel año — habló finalmente Moody. Todos lo escuchaban con atención. — Usad el cerebro y sacad vuestras propias conclusiones.
Dicho eso, se cruzó de brazos y volvió a quedarse callado. Como todos seguían impresionados, al chico de Ravenclaw no le quedó más remedio que seguir leyendo.
—Resulta que Dumbledore confía en mí —dijo Snape, con los dientes apretados—. ¡Me niego a creer que él te diera órdenes de husmear en mi despacho!
—¡Por supuesto que Dumbledore confía en ti! —gruñó Moody—. Es un hombre confiado, ¿no? Cree que hay que dar una segunda oportunidad. Yo, en cambio, pienso que hay manchas que no se quitan. Manchas que no se quitan nunca, ¿me entiendes?
Snape tenía los dientes apretados y parecía estar dispuesto a gritarle al primer alumno que preguntara a qué se refería Moody con ese comentario.
Harry no dijo nada en voz alta, pero intercambió miradas con Ron y Hermione.
Snape hizo de repente algo muy extraño. Se agarró convulsivamente el antebrazo izquierdo con la mano derecha, como si algo le doliera.
Moody se rió.
—Vuelve a la cama, Snape.
Volvieron a escucharse jadeos. Snape estaba furioso con tan solo recordarlo.
—¡Tú no tienes autoridad para enviarme a ningún lado! —replicó Snape con furia contenida, soltando el brazo como enojado consigo mismo—. Tengo tanto derecho como tú a hacer la ronda nocturna de este colegio.
—Pues sigue haciendo la ronda —contestó Moody, pero su voz resultaba amenazante—. Me muero de ganas de pillarte alguna vez en algún oscuro corredor...
— ¿Por qué siempre es Snape a quien pillan? — susurró Fred. — Primero, Harry lo pilló mientras Filch le levantaba la túnica. Después, Harry volvió a pillarlo dando un paseo romántico con Quirrell. Y ahora Moody quiere pillarlo a solas en un pasillo oscuro… Yo no digo nada, pero parece que Snape tiene bastante éxito, ¿no?
Harry se metió el puño en la boca para no reírse, porque lo último que quería era llamar la atención de Snape.
— No te olvides de que también dio un paseo romántico con Karkaroff — añadió George en voz baja.
Ron y Ginny reían con disimulo. Hermione trató de mantenerse seria, pero Harry podía ver que le costaba no sonreír.
— Si Snape os escuchara, estaríais expulsados de por vida — susurró Charlie, pero parecía que le hacía tanta gracia como a los demás.
Se te ha caído algo, al parecer.
Con una punzada de pánico, Harry vio que Moody señalaba el mapa del merodeador, que seguía tirado en el suelo, seis escalones por debajo de él.
— Oh, no — exclamó Demelza Robins.
Cuando Snape y Filch se volvieron a mirarlo, Harry abandonó toda prudencia: levantó los brazos bajo la capa y los movió para llamar la atención de Moody, mientras gesticulaba con la boca «¡es mío!, ¡mío!».
Snape fue a cogerlo; por la expresión de su cara, parecía que empezaba a entender.
— Maldita sea, lo ha visto — resopló Sirius.
—¡Accio pergamino!
El mapa voló por el aire, se deslizó entre los dedos extendidos de Snape y bajó la escalera hasta la mano de Moody.
—Disculpa —dijo Moody con calma—. Es mío, se me ha debido de caer antes.
Muchos alumnos se quedaron con la boca abierta. La expresión amarga de Snape no pasó desapercibida para nadie.
Pero los negros ojos de Snape pasaban del huevo en los brazos de Filch al mapa en la mano de Moody, y Harry se dio cuenta de que estaba atando cabos, como sólo él sabía...
—Potter —murmuró.
Algunos gimieron y otros (concretamente Malfoy y sus amigos) se inclinaron ligeramente hacia delante, deseando ver si al final habían pillado a Harry o no.
—¿Qué pasa? —preguntó Moody muy tranquilo, plegando el mapa y guardándoselo.
—¡Potter! —gruñó Snape, y entonces volvió la cabeza y miró hacia donde estaba Harry, como si de repente fuera capaz de verlo—. Ese huevo es el de Potter, y ese pergamino pertenece a Potter. Lo he visto antes, ¡lo reconozco! ¡Potter está por aquí! ¡Potter, con su capa invisible!
— Y tenía razón — gruñó Snape, con los ojos puestos en Harry. — Como siempre, Potter estaba incumpliendo las normas.
— Al menos simplemente había ido a darse un baño — dijo la profesora Sinistra. — Mejor eso que ir a luchar contra basiliscos.
Snape hizo una mueca y no contestó.
Snape extendió las manos como un ciego y comenzó a subir por la escalera. Harry hubiera jurado que sus narices de por si grandes se dilataban, intentando descubrir a Harry por el olfato.
— Primero el gato y ahora Snape — dijo Jimmy Peakes. — Ese baño perfumado te salió caro.
— Mereció la pena — declaró Harry, aunque estaba seguro de que su opinión sería muy diferente si Snape le hubiera pillado aquella noche.
Atrapado como estaba, Harry se hizo atrás para evitar los dedos de Snape, pero de un momento a otro...
—¡Ahí no hay nada, Snape! —bramó Moody—. ¡Pero me encantará contarle al director lo rápido que pensaste en Harry Potter!
—¿Con qué intención? —inquirió Snape, girando el rostro hacia Moody, pero con las manos todavía extendidas a sólo unos centímetros del pecho de Harry.
— Uf — Hermione estaba nerviosa con tan solo imaginarlo. Harry podía sentir lo tensa que estaba. Snape, por otro lado, miraba a Harry con amargura, ahora que sabía lo cerca que había estado de pillarle.
—¡Con la intención de darle una pista sobre quién pudo meter a ese muchacho en el Torneo! —contestó Moody, acercándose más al inicio de la escalera—. Lo mismo que yo, está muy interesado en el problema.
— Irónico que él diga eso — murmuró Ginny.
La luz de la antorcha titiló en su mutilado rostro, de forma que las cicatrices y el trozo de nariz que le faltaba fueron más evidentes que nunca.
Algunos miraron de reojo a Moody para volver a examinar sus facciones.
Snape miraba a Moody, y Harry no pudo ver la expresión de su cara. Durante un momento nadie se movió ni dijo nada. Luego Snape bajó las manos lentamente.
—Sólo pensé —dijo intentando aparentar calma— que si Potter había vuelto a pasear por el castillo de noche... (es un mal hábito que tiene) habría que impedirlo. Por... por su propia seguridad.
Harry soltó un bufido.
— Pensaba que se te daba mejor inventar excusas — dijo Sirius en voz alta. — Nadie se creería que te importa la seguridad de Harry.
— Y a nadie le importa tu opinión — replicó Snape.
—¡Ah, ya veo! —repuso Moody en voz baja—. Lo haces por Potter, ¿eh?
Hubo una pausa. Snape y Moody seguían mirándose el uno al otro. La Señora Norris emitió un sonoro maullido, todavía escudriñando desde los pies de Filch, como si buscara la fuente del olor del baño de espuma.
— Tuviste mucha suerte — susurró Hermione.
— Lo sé — respondió Harry.
—Creo que volveré a la cama —declaró Snape con tono cortante.
—Ésa es la mejor idea que has tenido en toda la noche —dijo Moody—. Ahora, Filch, si me das ese huevo...
Algunos alumnos miraban a Moody como si fuera su nuevo héroe. Los Slytherin, sin embargo, parecían sentir un profundo desprecio por él.
—¡No! —Filch agarraba el huevo como si fuera su primogénito—. ¡Profesor Moody, ésta es la prueba de la conducta de Peeves!
—Pero pertenece al campeón al que se lo robó —replicó Moody—. Entrégamelo. Ahora mismo.
— No entiendo qué pretendía demostrar Filch con ese huevo — dijo una chica de segundo. — Peeves ni siquiera estaba por allí. El huevo podría haberlo robado cualquiera.
Filch la miró muy mal.
Snape bajó la escalera y pasó por al lado de Moody sin decir nada más. Filch le hizo una especie de marramiau a la Señora Norris, que miró a Harry fijamente, como sin comprender, antes de volverse y seguir a su amo. Aún con la respiración alterada, Harry oyó a Snape alejarse por el corredor. Filch le entregó el huevo a Moody, y también desapareció de la vista, susurrándole a la Señora Norris:
—No importa, cielo mío. Veremos a Dumbledore por la mañana y le diremos lo de Peeves.
— Qué obsesión — se quejó Parvati en voz baja.
Se oyó un portazo. Quedaron solos Harry y Moody, que apoyó el bastón en el primer escalón y empezó a ascender con dificultad hacia él, dando un golpe sordo a cada paso.
—Por un pelo, Potter —murmuró.
—Sí... eh... gracias —dijo Harry débilmente.
— No me puedo creer que te ayudara — exclamó Dennis. — El profesor Moody debe ser el profesor más guay de todo el colegio.
— No, de eso nada — gruñó Moody.
Dennis se quedó un poco cortado.
—¿Qué es esto? —preguntó Moody, sacando del bolsillo el mapa del merodeador y desplegándolo.
—Un mapa de Hogwarts —explicó Harry, esperando que Moody no tardara en sacarlo del escalón falso: le dolía la pierna.
— Creo que se lo tendrás que pedir — dijo Hermione.— No es que fuera la persona más empática...
— Ahora ya lo sé — respondió Harry.
—¡Por las barbas de Merlín! —susurró Moody, mirando el mapa. Su ojo mágico lo recorría como enloquecido—. Esto... ¡esto si que es un buen mapa, Potter!
— Para él debió ser como encontrar un cofre lleno de oro — susurró Ron.
—Sí, es... es muy útil —repuso Harry. Estaba a punto de llorar del dolor—. Eh...profesor Moody, ¿cree que podrá ayudarme?
— Quedarse atascado en esos escalones duele más de lo que parece — dijo Neville. — Y cuanto más tiempo pasa, peor es...
Harry ahora sabía lo cierto que era eso.
—¿Qué? ¡Ah!, si, claro.
Moody agarró a Harry de los brazos y tiró. La pierna de Harry se liberó del escalón falso, y él se subió al inmediatamente superior.
Moody volvió a observar el mapa.
—Potter... —dijo pensativamente—, ¿no verías por casualidad quién entró en el despacho de Snape? ¿No lo verías en el mapa?
— Sí, fuiste tú — murmuró Ron. Frustrado, añadió: — ¿Soy el único al que le gustaría entrar en el libro y decirle al Harry del pasado toda la verdad sobre el falso Moody? Porque empieza a ser muy frustrante.
— No, no lo eres. Pero creo que será peor cuando empecemos a leer los libros sobre el futuro — dijo Hermione. — Ahí sí que vamos a desear entrar en los libros y poder cambiar cosas. Estoy segura.
—Eh... sí, lo vi —admitió Harry—. Fue el señor Crouch.
El ojo mágico de Moody recorrió rápidamente toda la superficie del mapa.
—¿Crouch? —preguntó con inquietud—. ¿Estás seguro, Potter?
—Completamente —afirmó Harry.
— Lo está y lo sabes — gruñó Sirius lo suficientemente alto como para que varios alumnos lo escucharan. Todos ellos parecieron confusos.
—Bueno, ya no está aquí —dijo Moody, recorriendo todavía el mapa con su ojo—. Crouch... Eso es muy, muy interesante.
Quedó en silencio durante más de un minuto, sin dejar de mirar el mapa. Harry comprendió que aquella noticia le revelaba algo a Moody, y hubiera querido saber qué era. No sabía si atreverse a preguntar. Moody le daba aún un poco de miedo, pero acababa de sacarlo de un buen lío.
— Y tanto que le revelaba algo — dijo Bill en voz baja. — Que tenías en las manos una herramienta que podía mandar a la porra todo el plan de Quien-Vosotros-Sabeis.
Con una punzada, Harry pensó en lo diferentes que podrían haber sido las cosas si se hubiera dado cuenta de que Moody no era realmente Moody. Un vistazo al mapa prestando atención habría sido suficiente...
—Eh... profesor Moody, ¿por qué cree que el señor Crouch ha querido revolver en el despacho de Snape?
El ojo mágico de Moody abandonó el mapa y se fijó, temblando, en Harry. Era una mirada penetrante, y Harry tuvo la impresión de que Moody lo estaba evaluando, considerando si responder o no, o cuánto decir.
O pensando en cómo girar la situación a su favor, pensó Harry.
—Mira, Potter —murmuró finalmente—, dicen que el viejo Ojoloco está obsesionado con atrapar magos tenebrosos... pero lo de Ojoloco no es nada, nada, al lado de lo de Barty Crouch.
— Bueno, tenía motivos para decir eso — murmuró Ron. Harry asintió. Después de todo, Crouch había sido capaz de mandar a su propio hijo a Azkaban.
Siguió mirando el mapa. Harry ardía en deseos de saber más.
—Profesor Moody —dijo de nuevo—, ¿piensa usted que esto podría tener algo que ver con... eh... tal vez el señor Crouch crea que pasa algo...?
—¿Como qué? —preguntó Moody bruscamente.
Harry se preguntó cuánto podría decir. No quería que Moody descubriera que tenía una fuente de información externa, porque eso podría llevarlo a hacer insidiosas preguntas sobre Sirius.
Sirius sonrió.
— Agradezco que intentaras protegerme.
Harry se ruborizó.
—No lo sé —murmuró Harry—. Últimamente han ocurrido cosas raras, ¿no? Ha salido en El Profeta. La Marca Tenebrosa en los Mundiales, los mortífagos y todo eso...
— Buena excusa — murmuró Moody con aprobación.
Moody abrió de par en par sus dos ojos desiguales.
—Eres agudo, Potter. —El ojo mágico vagó de nuevo por el mapa del merodeador—. Crouch podría pensar de manera parecida —dijo pensativamente—. Es muy posible... Últimamente ha habido algunos rumores... incentivados por Rita Skeeter, claro. Creo que mucha gente se está poniendo nerviosa.
— Y con razón — suspiró la señora Weasley.
—Una forzada sonrisa contorsionó su boca torcida—. ¡Ah, si hay algo que odio —susurró, más para sí mismo que para Harry, y su ojo mágico se clavó en la esquina inferior izquierda del mapa— es un mortífago indultado!
Harry lo miró fijamente. ¿Se estaría refiriendo a lo que él imaginaba?
Hubo muchos murmullos. La confusión era total.
—Y ahora quiero hacerte una pregunta, Potter —dijo Moody, en un tono mucho más frío.
A Harry le dio un vuelco el corazón. Se lo había estado temiendo. Moody iba a preguntarle de dónde había sacado el mapa, que era un objeto mágico sumamente dudoso. Y si contaba cómo había caído en sus manos tendría que acusar a su propio padre, a Fred y George Weasley, y al profesor Lupin, su anterior profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.
— Todos sabemos que fue su profesor de defensa — bufó Zacharias, exasperado. — ¿Por qué no dejan de repetir información que ya nos han dado?
— ¿Y por qué no dejas de quejarte cada vez que eso sucede? — estalló Lisa Turpin.
— Porque no me gusta perder el tiempo — replicó Zacharias.
— Pues cuanto más te quejes, más tiempo perderemos — le reprochó la profesora Sprout.
Al ser regañado por la jefa de su casa, Zacharias se vio obligado a quedarse callado.
Moody blandió el mapa ante Harry, que se preparó para lo peor.
—¿Podrías prestármelo?
— ¡No! — se oyó exclamar a Sirius. Parecía que la idea de que un mortífago tuviera su preciado mapa le dolía.
Varias personas lo miraron con expresiones de confusión.
—¡Ah! —dijo Harry. Le tenía mucho aprecio a aquel mapa pero, por otro lado, se sentía muy aliviado de que Moody no le preguntara de dónde lo había sacado, y no le cabía duda de que le debía un favor—. Sí, vale.
Sirius suspiró.
— Perdón — dijo Harry.
— No pasa nada — se apresuró a decir Sirius.
La confusión entre los alumnos aumentó. Algunos miraban a Moody como esperando que se ofendiera, pero eso nunca sucedió.
—Eres un buen chico —gruñó Moody—. Haré buen uso de esto: podría ser exactamente lo que yo andaba buscando. Bueno, a la cama, Potter, ya es hora. Vamos...
— ¿Lo que andaba buscando? — repitió Ernie Macmillan.
De nuevo, los ojos de muchos estaban en Moody, que no dijo nada.
Subieron juntos la escalera, Moody sin dejar de examinar el mapa como si fuera un tesoro inigualable.
Sirius hizo una mueca y Lupin agachó la cabeza, suspirando.
Harry se sentía un poco mal, pero una parte de él le recordó que, en aquel momento, todavía había pensado que el falso Moody era un auror en el que Dumbledore confiaba plenamente.
Caminaron en silencio hasta la puerta del despacho de Moody, donde él se detuvo y miró a Harry.
—¿Alguna vez has pensado en ser auror, Potter?
—No —respondió Harry, desconcertado.
—Tienes que planteártelo —dijo Moody moviendo la cabeza de arriba abajo y mirando a Harry apreciativamente—. Sí, en serio.
— Así que de ahí viene esa idea loca de que Potter sea auror — dijo Umbridge con sorna. — Me temo que los estándares del ministerio para la formación y contratación de aurores son muy estrictos, y no creo que Potter reúna las cualidades…
— Y yo me temo, Dolores, que no estamos en una charla vocacional — la interrumpió Dumbledore. — Por favor… — le hizo un gesto al chico de Ravenclaw para que leyera.
Umbridge le lanzó una mirada furiosa al director, pero él fingió no darse cuenta.
Y a propósito... Supongo que no llevabas ese huevo simplemente para dar un paseo por la noche.
—Eh... no —repuso Harry sonriendo—. He estado pensando en el enigma.
Moody le guiñó un ojo, y luego el ojo mágico volvió a moverse como loco.
Esta vez, Moody hizo una mueca de desagrado.
—No hay nada como un paseo nocturno para inspirarse, Potter. Te veo por la mañana.
Entró en el despacho mirando de nuevo el mapa, y cerró la puerta tras él.
Harry volvió despacio hacia la torre de Gryffindor, sumido en pensamientos sobre Snape y Crouch, y el significado de todo aquello. ¿Por qué fingía Crouch estar enfermo si podía entrar en Hogwarts cuando quisiera? ¿Qué suponía que ocultaba Snape en su despacho?
De nuevo, muchos se quedaron mirando a Snape como si él fuera a darles las respuestas. A Snape no le hizo mucha gracia.
¡Y Moody pensaba que él, Harry, debía hacerse auror! Una idea interesante...
— Es irónico que fuera un mortífago quien te hiciera pensar en ser auror por primera vez — dijo Hermione en un susurro.
— Tiene gracia, la verdad — añadió Ron.
Pero cuando diez minutos después Harry se tendió en la cama silenciosamente, habiendo dejado el huevo y la capa a buen recaudo en el baúl, pensó que antes de escogerlo como carrera debía comprobar si todos los aurores estaban tan llenos de cicatrices.
— Precisamente a ti nunca habría pensado que te importarían las cicatrices — dijo Lavender, y sus ojos se fueron directamente a la frente de Harry.
Harry se aplastó el flequillo y evitó su mirada.
— Así termina — dijo el chico de Ravenclaw, y marcó la página.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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