jueves, 8 de julio de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 32

 Hueso, carne y sangre: 


Cedric observó a Harry. Descruzó los brazos.

¿Es... estás seguro?

Sí —afirmó Harry—. Sí... Nos hemos ayudado el uno al otro, ¿no? Los dos hemos llegado hasta aquí. Tenemos que cogerla juntos.

— Cogedla ya y acabad con esto — se oyó decir a alguien de segundo.

Harry habría querido gritar que no, no tenían que coger la dichosa copa, pero sabía que no serviría de nada. Era el pasado, estaban leyendo el pasado, no podía cambiar nada.

Recordó lo que le había preguntado a los encapuchados la primera noche que pasaron en Hogwarts: ¿por qué no habían viajado aún más atrás en el tiempo, para poder salvar a Cedric? Le habían dicho que hasta la magia más poderosa tiene sus límites.

Pero, estando allí sentado, escuchando lo que había sido el mayor error de su vida, le pareció que los límites de la magia deberían haber sido forzados un poco más. ¿Por qué Cedric sería la única víctima? ¿Por qué?

Por un momento pareció que Cedric no daba crédito a sus oídos. Luego sonrió.

Adelante, pues —dijo—. Vamos.

Harry agachó la cabeza. Era consciente de que sus amigos habían notado que estaba perdiendo los nervios, pero no podía calmarse ni fingir que lo hacía. Le costaba respirar.

Cogió a Harry del brazo, por debajo del hombro, y lo ayudó a ir hacia el pedestal en que descansaba la Copa. Al llegar, uno y otro acercaron sendas manos a las relucientes asas.

A la de tres, ¿vale? —propuso Harry—. Uno... dos... tres...

Harry cerró los ojos de nuevo. Podía ver a Cedric frente a él, con tanta claridad como si estuvieran todavía en el laberinto, junto a la copa. Apretó las manos de sus amigos y trató de concentrarse en el presente.

Cedric y él agarraron las asas de la Copa.

Amos volvió a hacer un ruido extraño que atravesó a Harry como un puñal.

Al instante, Harry sintió una sacudida en el estómago. Sus pies despegaron del suelo. No podía aflojar la mano que sostenía la Copa de los tres magos: lo llevaba hacia delante, en un torbellino de viento y colores, y Cedric iba a su lado.

McGonagall levantó la vista del libro y todos supieron que el capítulo había terminado.

Nadie se atrevió a hablar.

El silencio era aplastante. Si Harry hubiera podido prestar atención, habría oído las respiraciones agitadas de algunos compañeros de Cedric y los sollozos aislados de Cho, pero todo lo que podía escuchar era el latir de su propio corazón y un zumbido ensordecedor en los oídos. No quería leer más.

Esta vez, el profesor Dumbledore no pidió voluntarios para leer, ni esperó pacientemente a que alguien se ofreciera. Se puso en pie y cruzó la corta distancia que lo separaba de la tarima, donde McGonagall le tendió el libro con gesto solemne.

— Yo leeré el siguiente — dijo Dumbledore en voz alta.

Harry había esperado ver expresiones de alivio, pero no fue así. Si bien nadie había deseado ser quien leyera ese capítulo en voz alta, la aprensión por lo que venía era demasiada como para que los alumnos pudieran regocijarse en su suerte.

Dumbledore esperó a que la profesora McGonagall hubiera regresado a su asiento para leer:

— Hueso, carne y sangre.

A Harry le dio un escalofrío. Notó que Ron y Hermione lo miraban, así que debieron notarlo. Sin embargo, ¿por qué entonces también lo miraban Ginny, Fred, George, Neville e incluso Luna? Su cerebro tardó unos segundos en registrar la situación, y solo entonces se dio cuenta de que, al escuchar el título del capítulo, había dejado escapar un sonido angustiado.

Harry sintió que los pies daban contra el suelo. La pierna herida flaqueó, y cayó de bruces. La mano, por fin, soltó la Copa de los tres magos.

En el presente, Harry apretó las manos de Ron y Hermione, que todavía no lo habían soltado.

¿Dónde estamos? —preguntó.

Cedric sacudió la cabeza. Se levantó, ayudó a Harry a ponerse en pie, y los dos miraron en torno.

No quería leer más. No quería. No quería.

Habían abandonado los terrenos de Hogwarts. Era evidente que habían viajado muchos kilómetros, porque ni siquiera se veían las montañas que rodeaban el castillo. Se hallaban en el cementerio oscuro y descuidado de una pequeña iglesia, cuya silueta se podía ver tras un tejo grande que tenían a la derecha.

El cementerio. Ya estaban en el cementerio. Casi podía verlo delante de él, como si aún estuviera allí…

A la izquierda se alzaba una colina. En la ladera de aquella colina se distinguía apenas la silueta de una casa antigua y magnífica.

Antigua, magnífica y terrorífica. El escenario de un crimen atroz.

— Intenta respirar hondo — le susurró Hermione. De reojo, Harry vio cómo ella intercambiaba miradas con los Weasley y le pareció que murmuraban algo, pero no entendió nada.

Cedric miró la Copa y luego a Harry.

¿Te dijo alguien que la Copa fuera un traslador? —preguntó.

Nadie —respondió Harry, mirando el cementerio. El silencio era total y algo inquietante—. ¿Será esto parte de la prueba?

Quiso gritar que no, pero ya no serviría de nada. Le pareció que muchos otros también querían gritar que no, pero nadie rompió el silencio.

Ni idea —dijo Cedric. Parecía nervioso—. ¿No deberíamos sacar la varita?

Con más valor del que sentía, Harry se atrevió a mirar a Amos Diggory, cuyo rostro estaba tan blanco que parecía enfermizo. Estaban leyendo las últimas palabras de su hijo. ¿Era eso lo último que había dicho Cedric, o había dicho algo después? Trató de recordar, pero el único sonido que llegó a su mente fue el ruido sordo de su cuerpo cayendo sobre la hierba. No quería recordar eso. No quería leer más.

Sí —asintió Harry, contento de que Cedric se hubiera anticipado a sugerirlo. Las sacaron. Harry seguía observando a su alrededor. Tenía otra vez la extraña sensación de que los vigilaban.

Sus instintos nunca fallaban. ¿Por qué no hizo caso? ¿Por qué, por qué, por qué?

Alguien viene —dijo de pronto.

Ya. Ya está. Cedric no dijo nada más. Estaba seguro.

Alguien le puso la mano en la espalda y Harry pegó un salto.

Era la señora Weasley. Harry no había notado que la mujer se había levantado de su asiento y se había acercado a él con gesto preocupado.

— Vamos, Harry. Vamos fuera.

— ¿Eh?

Harry quiso decir algo, pero su respiración estaba tan agitada que le costó poder hacerlo. La señora Weasley lo tomó del brazo con delicadeza y lo ayudó a levantarse. Le dirigió una mirada desafiante a Dumbledore, que no hizo el menor gesto para detenerla e impedir que se llevara a Harry de allí.

Aturdido y plenamente consciente de que todo el colegio lo miraba, Harry dejó que la señora Weasley lo condujera hacia las puertas del comedor. Durante un momento, pareció que sus amigos iban a acompañarlo, pero la señora Weasley les dijo algo en susurros y ellos volvieron a sentarse, si bien con reticencia. Sirius también se vio obligado a sentarse de nuevo.

Harry salió del comedor junto a la señora Weasley. Normalmente, sentía un gran alivio cuando podía escapar de esa estancia y volver a un lugar donde no había cientos de personas susurrando, murmurando y hablando constantemente. El silencio repentino solía ser como un trago de agua fría en un día caluroso. Hoy, sin embargo, no había notado diferencia: el comedor se hallaba tan silencioso que los pasillos vacíos del castillo apenas causaban un contraste.

— Vamos, querido. Por aquí…

La señora Weasley lo condujo directamente a un aula vacía, donde lo hizo sentarse en uno de los pupitres.

— No sé en qué piensa el profesor Dumbledore, permitiendo que estés presente mientras se lee lo que sucedió aquella noche — bufó, molesta. Tomó el rostro de Harry entre sus manos y lo obligó a mirarla a los ojos. — ¿Cómo te encuentras, cielo? ¿Mejor? Creo que respiras un poco mejor…

Harry no sabía si respiraba mejor o no. Todavía podía escuchar el latido de su corazón en los oídos y notar como si tuviera una piedra en el estómago. Tenía las manos y los pies entumecidos…

Había vuelto a hacer el ridículo. ¿Por qué demonios se encontraba tan mal, si solo estaban leyendo algo que ya había sucedido? ¡Él ya lo había vivido! Conocía todos los detalles que se estaban leyendo, ¿por qué se ponía así?

Sus pensamientos debieron notársele en la cara, porque la señora Weasley suspiró y dijo:

— No te tortures. Bastante bien has aguantado. No tendrías que haber estado presente mientras se leía la tercera prueba. De verdad, no sé en qué piensa Dumbledore…

Harry no sabía qué contestarle. Con creciente alarma, notó que la sensación de ahogo en su pecho crecía en vez de disminuir. Comenzó a notar un picor sospechoso en los ojos y deseó con todas sus fuerzas estar solo.

Sin embargo, la señora Weasley no tenía ninguna intención de marcharse. De hecho, Harry sospechaba que ella era más consciente que él de que estaba a punto de perder el único atisbo de autocontrol que le quedaba.

Supo que era así cuando, momentos después, cuando Harry se rindió y agachó la cabeza para esconder sus lágrimas, ella no tardó ni un segundo en envolverlo en el abrazo más cálido que Harry jamás recordaba haber recibido.

Harry sabía que horas después, cuando se hubiese calmado, se avergonzaría mucho de haberse echado a llorar delante de la señora Weasley, pero ahora mismo no podía importarle mucho. Había llegado a su límite. Estaban leyendo su vida con todo detalle sin que él pudiera decidir qué se leía y qué no, todo el colegio conocía sus secretos, sus temores, sus deseos. Nunca se había sentido tan expuesto. Y esa gente del futuro, los que supuestamente estaban de su lado, habían hablado con George y con Luna y a él… ¿qué le habían hecho a él? Atacarle y hacerle pasar por loco, porque nadie se había tomado en serio aquel incidente. Hasta Sirius había pensado que exageraba… Y ahora tenían que leer todo lo que pasó la noche de la tercera prueba y todo el colegio sabría la verdad, y seguro que Fudge y Umbridge tratarían de darle la vuelta a todo. ¿Y si lo conseguían? ¿Y si todo esto había sido en vano? O peor, ¿y si aceptaban que Voldemort había regresado y culpaban a Harry por no haberlo detenido? ¿Y si Amos Diggory continuaba culpándole por la muerte de Cedric? ¿Y si más gente lo hacía?

Lo peor es que tendrían razón, era su culpa. Él había sido el objetivo de Voldemort, no Cedric…

La señora Weasley lo abrazó con más fuerza y solo entonces notó Harry que sus lágrimas silenciosas se habían convertido en sollozos. ¿Qué demonios estaba haciendo, echándose a llorar como un bebé en brazos de la madre de otro? ¿Es que no le habían enseñado sus tíos que debía ser autosuficiente?

Pero no podía. No quería. Estaba muy cansado.

No escuchó la puerta abrirse, pero sí notó a la señora Weasley girar la cabeza hacia la puerta. Escuchó los pasos de alguien que se acercaba a ellos dos y notó que la señora Weasley lo apretaba con más fuerza contra sí misma.

— ¿Quién eres? ¿Qué pasa?

Su tono de voz hizo que Harry levantara la cabeza. Despegándose un poco del abrazo (con algo de dificultad), logró ver que quien había entrado llevaba una capucha negra que le tapaba la cara.

Soltando un jadeo, Harry se enderezó en el pupitre y se limpió las lágrimas con la manga de la túnica.

— Toma, te calmará.

La voz que habló estaba hechizada. Harry no podía saber si se trataba de un hombre o de una mujer, pero el hechizo no conseguía disfrazar la ternura con la que hablaba esa persona. Intrigado, levantó la vista y vio que el desconocido le tendía una taza de té.

— Es manzanilla. Lleva unas gotas de poción calmante — habló el encapuchado. Sin embargo, antes de que Harry pudiera decidir si coger la taza o no, la señora Weasley se le adelantó.

Soltó a Harry, sacó la varita y dio un par de golpecitos sobre la taza. Cuando no pasó nada, le lanzó una mirada recelosa al desconocido y dijo:

— Esa es mi receta. ¿Cómo la conoces?

El encapuchado se encogió de hombros y no respondió. Harry, recordando que George era uno de los encapuchados, pudo entender perfectamente cómo conocían la receta.

— Harry, te debemos una disculpa — dijo el desconocido de pronto.

La señora Weasley pareció sorprendida, pero no más que Harry.

— Primero, por lo que pasó el otro día, cuando te atacaron — siguió la persona del futuro.

— ¿Vais a admitir que fue uno de vosotros? — preguntó Harry. Se sintió mortificado al notar que la voz le temblaba.

— Había… motivos para que sucediera lo que sucedió — dijo el desconocido, obviamente en un intento de dar tan pocos detalles como pudiera. — Pero no quiero que pienses que nos da igual que te ataquen o algo así. Te puedo asegurar que estabas a salvo.

Harry no entendía nada. Se sentía abrumado.

— No sé si es momento para tener esa conversación — intervino la señora Weasley. — Harry necesita descansar.

— Harry necesita la verdad, por una vez — repuso el desconocido. — Y necesita confiar en nosotros, pero creo que se lo hemos puesto difícil. — Se dirigió a Harry entonces. — Somos conscientes de lo mucho que te molesta que te oculten información, así que vas a tener que perdonarnos por seguir haciéndolo durante un tiempo. Hay ciertas cosas que deben resolverse antes de que puedas saber todo lo que está sucediendo. Entiendo que estés frustrado con nosotros.

— ¿Por qué? — lo interrumpió Harry. — ¿Por qué a mí se me oculta información, pero a otros no?

No quiso decir que George estaba involucrado con los encapuchados, porque estaba seguro de que la señora Weasley no lo sabía.

— Uno fue porque se saltó el plan — Harry supuso que ese era George — y otra persona se enteró por sus propios medios…

¿Hablaba de Luna?

— Mira, tómate la manzanilla y, cuando te encuentres mejor, vuelve al comedor. Te prometo que trataremos de darte más información, toda la que podamos… — dijo el desconocido. — Y también me han pedido que te recuerde que, si en algún momento necesitas salir del comedor, como ahora… No dudes en hacerlo. Lo último que queremos es hacerte daño.

Antes de que Harry pudiera responder, el encapuchado dio media vuelta y salió de la estancia. Se quedaron allí solos la señora Weasley y Harry, y habría sido difícil decir cuál de los dos estaba más aturdido.

Mientras todo eso sucedía, la lectura continuaba en el comedor, sin Harry y sin la señora Weasley.

En el momento en el que ambos habían salido de allí, todo el colegio parecía haberse tensado al mismo tiempo. Y es que la partida de Harry solo podía significar una cosa: lo que todos temían (y querían) leer estaba a punto de suceder.

Con tono solemne, Dumbledore continuó leyendo:

Escudriñando en la oscuridad, vislumbraron una figura que se acercaba caminando derecho hacia ellos por entre las tumbas.

La confirmación de que había alguien más en el cementerio hizo que muchos jadearan e intercambiaran miradas nerviosas.

Harry no podía distinguirle la cara; pero, por la forma en que andaba y la postura de los brazos, pensó que llevaba algo en ellos. Quienquiera que fuera, era de pequeña estatura, y llevaba sobre la cabeza una capa con capucha que le ocultaba el rostro.

— Como la gente del futuro — se oyó decir a un chico de segundo, al que inmediatamente varias personas mandaron a callar.

La distancia entre ellos se acortaba a cada paso, permitiéndoles ver que lo que llevaba el encapuchado parecía un bebé... ¿o era simplemente una túnica arrebujada?

— El bebé más siniestro del mundo — susurró Ron con una mueca.

Harry bajó un poco la varita y echó una ojeada a Cedric. Éste le devolvió una mirada de desconcierto. Uno y otro volvieron a observar al que se acercaba, que al fin se detuvo junto a una enorme lápida vertical de mármol, a dos metros de ellos. Durante un segundo, Harry, Cedric y el hombrecillo no hicieron otra cosa que mirarse.

Si alguno de los presentes hubiera estado mirando a Sirius o a Lupin, habría adivinado inmediatamente que el hombrecillo era Peter Pettigrew. Sus expresiones sombrías no dejaban lugar a dudas.

Y entonces, sin previo aviso, la cicatriz empezó a dolerle. Fue un dolor más fuerte que ningún otro que hubiera sentido en toda su vida.

— Oh, no — Hermione se llevó las manos a la boca, a punto de llorar. Ron se acercó más a ella aprovechando el hueco dejado por Harry y le tomó la mano. Él necesitaba el apoyo tanto como ella.

Al llevarse las manos a la cara la varita se le resbaló de los dedos. Se le doblaron las rodillas. Cayó al suelo y se quedó sin poder ver nada, pensando que la cabeza le iba a estallar.

Nadie decía nada. Todos recordaban que la cicatriz de Harry estaba conectada a Voldemort. Y, aun así, nadie quería creer...

Desde lo lejos, por encima de su cabeza, oyó una voz fría y aguda que decía:

Mata al otro.

Si Harry hubiera estado presente y hubiera escuchado el sonido que Amos Diggory dejó escapar, jamás habría podido olvidarlo. Le habría perseguido toda su vida.

Pero no estaba y, por tanto, no vio a Amos derrumbarse. No lo vio inclinarse hacia delante en el asiento, tapándose la cara con las manos, ni vio a la profesora Sprout levantarse y acercarse a él para consolarlo. Tampoco los sollozos histéricos de Cho ni los gritos ahogados de los amigos de Cedric. No los escuchó repetir las palabras "el otro" como si fueran el mayor insulto, como si fueran puñales clavándose donde más duele. Tampoco escuchó el tono de Dumbledore al continuar leyendo, con tanta tristeza que partía el alma.

Entonces escuchó un silbido y una segunda voz, que gritó al aire de la noche estas palabras:

¡Avada Kedavra!

— No — gimió Amos. La profesora Sprout le daba palmaditas en la espalda, pero a ella también le caían lágrimas silenciosas por la cara.

A través de los párpados cerrados, Harry percibió el destello de un rayo de luz verde, y oyó que algo pesado caía al suelo, a su lado.

— No, no... — el señor Diggory no podía ni articular. Dejó escapar un sonido tan lleno de dolor, tan lleno de tristeza, de duelo, que no quedó casi nadie en el comedor con los ojos secos.

El dolor de la cicatriz alcanzó tal intensidad que sintió arcadas, y luego empezó a disminuir. Aterrorizado por lo que vería, abrió los ojos escocidos.

Nadie quería que Harry abriera los ojos. Los que habían deseado leer lo que le sucedió a Cedric ahora se arrepentían. Dumbledore era muy probablemente una de las pocas personas que no lloraba, pero su expresión llena de tristeza era testimonio de lo que le dolía leer esto.

Cedric yacía a su lado, sobre la hierba, con las piernas y los brazos extendidos. Estaba muerto.

Ya lo habían sabido. Todos lo habían sabido, y aun así...

Ron tenía el brazo alrededor de Hermione, que estaba llorando. Él también tenía lágrimas en los ojos, al igual que la gran mayoría del comedor.

A Fleur le caían lágrimas perladas por el rostro. Sujetaba una mano de Bill y otra de Krum, que parecía consternado.

Amos Diggory no se había movido al escuchar esa última frase. Seguía teniendo la cara escondida entre las manos, y estaba doblado hacia delante como si sobre su espalda hubiera caído el peso del universo. Muchos jamás habían visto a un hombre tan destrozado.

Los profesores también lloraban. Había algo terrible en ver a la profesora McGonagall, siempre tan estoica, con una expresión de profundo dolor. Y, entre los alumnos, eran los amigos de Cedric los que estaban en peor condición. Se apoyaban los unos en los otros y sus sollozos podían escucharse por todo el comedor. Ya no quedaba nada del enfado, del sentimiento de protección sobre Cedric y su recuerdo, ni de la indignación que su muerte había causado. En ese momento, lo único que sentían era dolor.

El profesor Dumbledore tardó un par de minutos en continuar leyendo.

Durante un segundo que contuvo toda una eternidad, Harry miró la cara de Cedric, sus ojos abiertos, inexpresivos como las ventanas de una casa abandonada, su boca medio abierta, que parecía expresar sorpresa.

— Albus, no... No leas más detalles — le rogó la profesora Sprout, pero Dumbledore negó con la cabeza.

— Harry tuvo que vivir esto — dijo, y muchos levantaron la cabeza para mirarlo a través de las lágrimas. — Harry Potter tuvo que ver a Cedric morir. Él jamás olvidará esa noche. Ha pasado meses siendo acusado de ser un mentiroso, acosado por todos aquellos que querían de él una explicación detallada o una mentira tranquilizadora. No leer estos detalles sería un insulto hacia Cedric, por tratar de esconder y embellecer lo trágico de su muerte, y también un insulto hacia Harry, que no ha recibido un ápice de simpatía durante meses... a pesar de ser quien vivirá con estos recuerdos el resto de su vida.

Nadie se atrevió a replicar. El señor Diggory seguía sin moverse y, si no fuera porque aún se mantenía sentado y con la cara escondida entre las manos, uno podría haber pensado que se había quedado dormido.

Y entonces, antes de que su mente hubiera aceptado lo que veía, antes de que pudiera sentir otra cosa que aturdimiento e incredulidad, alguien lo levantó.

Se oyeron jadeos.

El hombrecillo de la capa había posado su lío de ropa y, con la varita encendida, arrastraba a Harry hacia la lápida de mármol. A la luz de la varita, Harry vio el nombre inscrito en la lápida antes de ser arrojado contra ella:

TOM RYDDLE

— ¿Ese no era...? — fue Demelza Robins quien habló, y su voz temblaba.

— El del diario... Tom Sorvolo Ryddle — terminó Ernie por ella. Estaba pálido como la nieve.

El hombre de la capa hizo aparecer por arte de magia unas cuerdas que sujetaron firmemente a Harry, atándolo a la lápida desde el cuello a los tobillos. Harry podía oír el sonido de una respiración rápida y superficial que provenía de dentro de la capucha. Forcejeó, y el hombre lo golpeó: lo golpeó con una mano a la que le faltaba un dedo, y entonces Harry comprendió quién se ocultaba bajo la capucha: Colagusano.

¡Tú! —dijo jadeando.

Solo entonces miraron muchos alumnos a Sirius y a Lupin, y vieron sus expresiones llenas de amargura.

Pero Colagusano, que había terminado de sujetarlo, no contestó: estaba demasiado ocupado comprobando la firmeza de las cuerdas, y sus dedos temblaban incontrolablemente hurgando en los nudos. Cuando estuvo seguro de que Harry había quedado tan firmemente atado a la lápida que no podía moverse ni un centímetro, Colagusano sacó de la capa una tira larga de tela negra y se la metió a Harry en la boca.

— No... — Ginny gimió, y no fue la única. Una cosa era conocer el relato de Harry y otra muy distinta escucharlo con todo lujo de detalles.

Luego, sin decir una palabra, le dio la espalda y se marchó a toda prisa. Harry no podía decir nada, ni podía ver adónde había ido Colagusano. No podía volver la cabeza para mirar al otro lado de la lápida: sólo podía ver lo que había justo delante de él.

— Dime por lo que más quieras que no lo ataron mirando justo hacia Cedric — dijo Charlie con una mueca.

El cuerpo de Cedric yacía a unos seis metros de distancia. Un poco más allá, brillando a la luz de las estrellas, estaba la Copa de los tres magos. La varita de Harry se encontraba en el suelo, a sus pies.

El silencio volvía a ser sepulcral. Sólo podían escucharse los sollozos de los que aún lloraban.

El lío de ropa que Harry había pensado que sería un bebé se hallaba cerca de él, junto a la sepultura. Se agitaba de manera inquietante. Harry lo miró, y la cicatriz le volvió a doler... y de pronto comprendió que no quería ver lo que había dentro de aquella ropa... no quería que el lío se abriera...

— Ojalá nunca se hubiera abierto — dijo Tonks con tristeza.

El dolor que todos sentían por Cedric comenzaba a fundirse con un creciente pánico.

Oyó un ruido a sus pies. Bajó la mirada, y vio una serpiente gigante que se deslizaba por la hierba, rodeando la lápida a la que estaba atado. Volvió a oír, cada vez más fuerte, la respiración rápida y dificultosa de Colagusano, que soñaba como si estuviera acarreando algo pesado. Entonces entró en el campo de visión de Harry, que lo vio empujando hasta la sepultura algo que parecía un caldero de piedra, aparentemente lleno de agua.

Fudge estaba blanco como la cera. La profesora Umbridge, sin embargo, tenía un brillo en los ojos que parecía desquiciado. No hablaba, no se movía, tampoco había derramado una sola lágrima por Cedric. Parecía estar atenta a cada palabra de Dumbledore.

Oyó que salpicaba al suelo, y era más grande que ningún caldero que él hubiera utilizado nunca: era una especie de pila de piedra capaz de contener a un hombre adulto sentado.

Algunos comprendieron que, efectivamente, ese había sido el objetivo del caldero.

La cosa que había dentro del lío de ropa, en el suelo, se agitaba con más persistencia, como si tratara de liberarse. En aquel momento, Colagusano hacía algo en el fondo del caldero con la varita. De repente brotaron bajo él unas llamas crepitantes. La serpiente se alejó reptando hasta adentrarse en la oscuridad.

El profesor Snape escuchaba con interés.

El líquido que contenía el caldero parecía calentarse muy rápidamente. La superficie comenzó no sólo a borbotear, sino que también lanzaba chispas abrasadoras, como si estuviera ardiendo. El vapor se espesaba emborronando la silueta de Colagusano, que atendía el fuego. El lío de ropa empezó a agitarse más fuerte, y Harry volvió a oírla voz fría y aguda:

¡Date prisa!

— La voz... ¿venía del lío de ropa? — preguntó Dennis con voz temblorosa.

Nadie respondió, aunque todos tenían la respuesta clara.

La entera superficie del agua relucía por las chispas. Parecía incrustada de brillantes.

Ya está listo, amo.

—Ahora... —dijo la voz fría.

Colagusano abrió el lío de ropa, que parecía una túnica, revelando lo que había dentro, y Harry soltó un grito que fue ahogado por lo que Colagusano le había metido en la boca.

Muchos tragaron saliva. Algunos tuvieron en ese momento la certeza de que no querían saber qué había bajo el bulto de mantas.

Era como si Colagusano hubiera levantado una piedra y dejado a la vista algo oculto, horrendo y viscoso... pero cien veces peor de lo que se pueda decir. Lo que Colagusano había llevado con él tenía la forma de un niño agachado, pero Harry no había visto nunca nada menos parecido a un niño: no tenía pelo, y la piel era de aspecto escamoso, de un negro rojizo oscuro, como carne viva; los brazos y las piernas eran muy delgados y débiles; y la cara... Ningún niño vivo tendría nunca una cara parecida a aquélla: era plana y como de serpiente, con ojos rojos brillantes.

— No, no, no — farfulló Fudge. — No. Eso son falacias, son...

— Son hechos, Cornelius — lo interrumpió Dumbledore con seriedad, antes de seguir leyendo.

Parecía incapaz de valerse por sí mismo: levantó los brazos delgados, se los echó al cuello a Colagusano, y éste lo levantó. Al hacerlo se le cayó la capucha, y Harry percibió, a la luz de la fogata, una expresión de asco en el pálido rostro de Colagusano mientras lo llevaba hasta el borde del caldero. Luego vio, por un momento, el rostro plano y malvado iluminado por las chispas que saltaban de la superficie de la poción, y oyó el golpe sordo del frágil cuerpo contra el fondo del caldero.

Las expresiones de horror se observaban a lo largo y ancho del comedor. Incluso los Slytherin, muchos de ellos hijos orgullosos de mortífagos, parecían aterrorizados. Malfoy estaba blanco y temblaba ligeramente.

«Que se ahogue —pensó Harry, mientras la cicatriz le dolía casi más de lo que podía resistir—. Por favor... que se ahogue...»

Todos deseaban lo mismo.

Colagusano habló. La voz le salió temblorosa, y parecía aterrorizado. Levantó la varita, cerró los ojos y habló a la noche:

¡Hueso del padre, otorgado sin saberlo, renovarás a tu hijo!

— No, no — volvió a decir Fudge, pero esta vez Dumbledore no paró de leer por él.

La superficie de la sepultura se resquebrajó a los pies de Harry. Horrorizado, vio que salía de debajo un fino chorro de polvo y caía suavemente en el caldero. La superficie diamantina del agua se agitó y lanzó un chisporroteo; arrojó chispas en todas direcciones, y se volvió de un azul vivido de aspecto ponzoñoso.

— Así que la tumba era del padre de Quien-Tú-Sabes — dijo Angelina con voz queda. — Y robó sus restos para...

— Para volver a la vida — terminó Alicia, que tenía los ojos rojos de tanto llorar.

En aquel momento, Colagusano estaba lloriqueando. Sacó del interior de su túnica una daga plateada, brillante, larga y de hoja delgada. La voz se le quebraba en sollozos de espanto.

¡Carne... del vasallo... voluntariamente ofrecida... revivirás a tu señor!

Extendió su mano derecha, la mano a la que le faltaba un dedo. Agarró la daga muy fuerte con la mano izquierda, y la levantó.

— Ay, no, no, no — Hermione hundió la cara en el pecho de Ron. Nadie se dio cuenta, porque todos estaban ocupados sintiendo un horror absoluto al comprender lo que pasaba...

Parvati y Lavender también se abrazaban, todavía entre lágrimas.

Harry comprendió lo que iba a hacer tan sólo un segundo antes de que ocurriera. Cerró los ojos con todas sus fuerzas, pero no pudo taparse los oídos para evitar oír el grito que perforó la noche y que atravesó a Harry como si él también hubiera sido acuchillado con la daga. Oyó un golpe contra el suelo, oyó los jadeos de angustia, y luego el ruido de una salpicadura que le dio asco, como de algo que caía dentro del caldero. Harry no se atrevía a mirar, pero la poción se había vuelto de un rojo ardiente, y producía una luz que traspasaba los párpados de Harry.

— No me extraña que Harry tenga pesadillas — dijo Neville con un hilo de voz. Seamus y Dean asintieron. Seamus estaba especialmente pálido.

Colagusano sollozaba y gemía de dolor. Hasta que notó en la cara su agitada respiración, Harry no se dio cuenta de que se encontraba justo delante de él.

Sa... sangre del enemigo... tomada por la fuerza... resucitarás al que odias.

— ¡No!

Varias personas gritaron. Sirius agachó la cabeza, mitad lleno de odio hacia Colagusano, mitad preocupado por Harry.

Harry no pudo hacer nada para evitarlo, tan firmemente estaba atado. Mirando hacia abajo de soslayo, forcejeando inútilmente con las cuerdas que lo sujetaban a la lápida, vio la brillante daga plateada, temblando en la mano que le quedaba a Colagusano. Sintió la punta penetrar en el pliegue del codo del brazo derecho, y la sangre escurriendo por la manga de la rasgada túnica. Colagusano, sin dejar de jadear de dolor, se hurgó en el bolsillo en busca de una redoma de cristal y la colocó bajo el corte que le había hecho a Harry de forma que entrara dentro un hilillo de sangre.

— Creo que he visto esa cicatriz — dijo Lavender con voz quebrada. — No sabía qué era... pensé que sería de alguna prueba...

Tambaleándose, llevó la sangre de Harry hasta el caldero y la vertió en su interior. Al instante el liquido adquirió un color blanco cegador. Habiendo concluido el trabajo, Colagusano cayó de rodillas al lado del caldero; luego se desplomó de lado y quedó tendido en la hierba, agarrándose el muñón ensangrentado, sollozando y dando gritos ahogados...

— No me parece que su carne fuera muy voluntariamente otorgada — dijo Bill, pensativo. — Pudo no haber funcionado...

El caldero hervía a borbotones, salpicando en todas direcciones chispas de un brillo tan cegador que todo lo demás parecía de una negrura aterciopelada. Nada sucedió...

«Que se haya ahogado —pensó Harry—, que haya salido mal...»

Aunque todos deseaban exactamente lo mismo, las esperanzas de que así fuera eran casi nulas.

Y entonces, de repente, se extinguieron las chispas que saltaban del caldero. Una enorme cantidad de vapor blanco surgió formando nubes espesas y lo envolvió todo, de forma que no pudo ver ni a Colagusano ni a Cedric ni ninguna otra cosa aparte del vapor suspendido en el aire.

«Ha ido mal —pensó—. Se ha ahogado... Por favor... por favor, que esté muerto...»

Se podían escuchar voces pidiendo exactamente eso en susurros aterrados.

Pero entonces, a través de la niebla, vio, aterrorizado, que del interior del caldero se levantaba lentamente la oscura silueta de un hombre, alto y delgado como un esqueleto.

— ¡No! — exclamó Fudge y, de nuevo, Dumbledore no paró la lectura por él.

Vísteme —dijo por entre el vapor la voz fría y aguda, y Colagusano, sollozando y gimiendo, sin dejar de agarrarse el brazo mutilado, alcanzó con dificultad la túnica negra del suelo, se puso en pie, se acercó a su señor y se la colocó por encima con una sola mano.

— Esto es... No es posible — afirmó Umbridge, pálida y temblorosa.

Nadie la escuchaba, pues la lectura tenía toda su atención.

El hombre delgado salió del caldero, mirando a Harry fijamente... y Harry contempló el rostro que había nutrido sus pesadillas durante los últimos tres años.

Nadie pudo siquiera compadecerse de Harry. El horror era demasiado real, demasiado fuerte.

Más blanco que una calavera, con ojos de un rojo amoratado, y la nariz tan aplastada como la de una serpiente, con pequeñas rajas en ella en vez de orificios.

Lord Voldemort había vuelto.

Dumbledore levantó la vista, indicando que ese era el final.

Y entonces el caos se desató.


●LA HISTORIA NO ES MÍA , LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL:LUXERII 

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