lunes, 16 de agosto de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capitulo 35

 La poción de la verdad:


— Y así termina — anunció la chica de Ravenclaw.

En ese mismo instante, como si hubieran estado esperando al momento idóneo, las puertas del comedor se abrieron. Uno de los desconocidos del futuro se encontraba en el umbral y Harry, sin saber por qué, sintió que algo se avecinaba.

Se hizo el silencio. Todo el mundo se giró para observar al encapuchado, que se quedó de pie junto a la puerta y, tras unos segundos, habló con voz calmada:

— Creo que es momento de tomar un pequeño descanso, señor director.

Si a Dumbledore le sorprendieron sus palabras, no lo demostró. El director asintió y dijo:

— Efectivamente, nos encontrábamos a punto de ello. Retomaremos la lectura dentro de hora y media.

Habiendo anunciado eso, Dumbledore bajó de la tarima y se dirigió directamente hacia las puertas, donde abandonó el comedor junto al desconocido. El asombro era obvio tanto en alumnos como en profesores, y a Harry le pareció que más de un profesor tenía aspecto preocupado.

Se preguntó si él también debería preocuparse, pero parecía que sus sentimientos no querían regresar del todo. Era como si todas sus emociones hubieran salido de su cuerpo tras leer la tercera prueba y no supieran cómo volver. Estaba totalmente agotado.

Escuchó murmullos y se sorprendió al notar que se trataba de los amigos de Cedric. Miraban con expresiones extrañas hacia el lugar donde el encapuchado había estado hacía unos segundos, sin dejar de murmurar. Harry no tenía energías suficientes para preguntarse sobre qué hablarían.

Fuera del comedor, Dumbledore y el desconocido se dirigieron directamente hacia el despacho del director. No intercambiaron ni una palabra durante el camino, ni se dirigieron una mirada. A pesar de que los pasillos todavía se encontraban vacíos, no deseaban correr el riesgo de ser escuchados.

No fue hasta que la gárgola se cerró tras ellos y ambos hubieron tomado asiento que el desconocido se atrevió a hablar.

— Snape tiene que cumplir su parte hoy mismo. De hecho, yo recomendaría que lo hiciera ya, durante el descanso.

Incluso en la soledad del despacho del director, el encapuchado hablaba con la voz hechizada.

Dumbledore asintió levemente y tomó una pluma. Tras escribir unas palabras rápidas en un pergamino, le dio un toque con la varita y éste desapareció.

— He de admitir que me sorprende la urgencia de tu petición — dijo Dumbledore, observando detenidamente a la figura encapuchada frente a él. — Severus pretendía cumplir su tarea esta tarde, tras finalizar el libro.

— Cuando la lectura acabe por hoy, tenemos otras cosas en las que centrarnos — gruñó el desconocido. — Además, nuestros invitados están inquietos. Es un momento complicado, profesor… Ya sabes lo que toca.

— Me temo que no lo sé — admitió Dumbledore. — Habría pensado que se ha producido un cambio de planes…

— No, nada ha cambiado — replicó el encapuchado. — Lo haremos hoy.

El director se quedó en silencio unos instantes. Su mirada penetrante era capaz de atravesar a cualquier alumno, pero la persona frente a él ni se inmutó.

— No estoy de acuerdo — contestó finalmente Dumbledore. — Hoy no es el día… Está agotado.

— Y mañana también lo estará — replicó su interlocutor, quizá con más ímpetu del que hubiera sido necesario. — Mañana se leerá cómo los Dursley lo trataron la noche en la que los dementores aparecieron en Little Whinging. Y se leerá cómo usted lo ha ignorado durante meses, cómo lo abandonó en Privet Drive tras presenciar la muerte de Cedric, sin una sola noticia o forma de consuelo. ¿Y pasado mañana? Estaremos leyendo cómo Umbridge lo torturó con una maldita pluma de sangre, cómo todo el colegio se tornó contra él, una vez más. Leeremos lo que sucedió en Navidad. ¿Y después, Dumbledore? ¿Qué viene después?

El director no respondió. Tampoco lo miraba ya directamente, sino que tenía la vista puesta en la mesa, y una expresión amarga.

— Sé que hay que decírselo antes de leer lo sucedido en el ministerio — contestó eventualmente el director. Hablaba lento, con calma y con voz queda. — Pero hoy no es el día. Ya ha sufrido demasiado.

— Asúmelo, profesor — replicó el encapuchado. — Harry no ha tenido una vida fácil. Ocultarle la información hasta el último momento no va a ayudarlo, solo le va a dar menos tiempo para asimilarlo todo. Hay que hablarle de la profecía, y tiene que ser hoy.

Snape caminaba por el pasillo, tan rápido que Draco Malfoy apenas podía seguirle el ritmo.

Había recibido el mensaje de Dumbledore unos minutos atrás. No comprendía qué había sucedido para acelerar las cosas, pero supuso que tampoco se lo dirían si preguntaba. Esos malditos encapuchados los tenían a sus órdenes.

Llegaron a las mazmorras y, en menos de un minuto, se encontraban abriendo las puertas de su despacho.

— Toma asiento — Snape le indicó a Malfoy una silla frente a su escritorio. Con cara de sentirse muy confuso, Draco se sentó y aceptó el pergamino, la pluma y la tinta que el profesor le ofrecía.

— ¿Recuerdas cuando se te permitió escribir a tu padre a pesar de la prohibición causada por el virus aviar?

Draco podía ser un adolescente impulsivo y arrogante, pero también era muy inteligente. Sin cambiar en absoluto la expresión de su rostro, respondió:

— Sí, señor. ¿La ha recibido?

— Así es, pero me temo que no es suficiente.

No hizo falta que Snape explicara más. Malfoy lo comprendió perfectamente: la carta falsamente mundana que había enviado a su padre no lo había convencido de que en Hogwarts todo marchaba bien. Y si Lucius no estaba convencido, el Señor Oscuro tampoco.

— Tienes un padre muy amable, Draco. Se preocupa mucho por ti — siguió Snape. — Es necesario que escribas una nueva carta. Solo quiere asegurarse de que estás bien.

Draco asintió.

— ¿Puedo comenzar, profesor?

Snape hizo una seña para indicarle que lo hiciera y Draco no perdió ni un segundo. Con calma, como si realmente estuviera escribiéndole una carta normal a su familia, se puso a escribir.

Snape no le quitó ojo de encima. Había que admitir que el chico era un buen actor. No le temblaban las manos, ni había rastro alguno de nervios en su rostro o en su postura. Tras unos minutos, Malfoy terminó la carta y se la entregó al profesor Snape.

— ¿Puedo marcharme ya, señor? Crabbe y Goyle me están esperando.

— Por supuesto. Nos vemos mañana en clase.

— Hasta mañana, profesor.

Malfoy se levantó y salió de la mazmorra con tranquilidad. Snape se quedó observando la puerta unos instantes antes de bajar la mirada para leer el pergamino.

La carta era perfectamente trivial. En ella, Malfoy le pedía a su padre que estuviera tranquilo y le aseguraba que la vida en Hogwarts continuaba siendo tan aburrida como siempre. Incluso se había inventado una anécdota sobre cómo, el día anterior, Crabbe había hecho explotar una taza en Encantamientos.

Snape selló el pergamino y lo guardó. Después de eso, se levantó y dedicó los siguientes veinte minutos a ordenar sus tarros de ingredientes por propiedades.

Quizá era una exageración llenar su mente de recuerdos tan banales y aburridos que nadie soportaría verlos, pero resultaba una defensa magnífica. El Señor Tenebroso penetraría su mente y examinaría sus recuerdos la próxima vez que se vieran. Ese había sido el plan, por eso Snape debía presenciar minuto a minuto cómo Draco escribía la dichosa carta. Una vez Voldemort viera ese recuerdo, ya no tendría por qué dudar de la veracidad de la carta.

Severus terminó de colocar los tarros en su sitio y salió de la mazmorra. Había esperado encontrarse el pasillo vacío. Ciertamente, no había previsto tropezar cara a cara con uno de los encapuchados y con Draco Malfoy, que tenía el ceño fruncido.

— ¿Qué sucede aquí? — preguntó inmediatamente Snape. Puede que Dumbledore confiara en los desconocidos, pero Snape todavía tenía sus reservas.

— Nada, profesor — replicó Malfoy, obviamente molesto. — Yo ya me iba.

Se marchó de allí sin decir nada más.

— ¿Qué tal lo ha hecho? — preguntó el desconocido.

— ¿De qué hablabais? — preguntó Snape al mismo tiempo.

El encapuchado se encogió de hombros.

— Solo le he preguntado si le está gustando la lectura. Creo que leer cómo su padre se arrodilló frente a Voldemort para suplicarle no le ha hecho mucha gracia al pequeño Draco.

— ¿Estás disfrutando ver cómo un hijo pierde el respeto por su padre? — preguntó Snape con frialdad.

El encapuchado lo miró directamente y, a pesar de que Snape no podía verle la cara, sintió un escalofrío.

— A ti nunca te importó hacer que un hijo perdiera el respeto por su padre. ¿Por qué debería importarme a mí?

— No es lo mismo — replicó Snape.

— Ah, no. Claro. James Potter era un abusón que se burlaba de ti en el colegio y merecía lo peor. Lucius Malfoy solo es un homicida.

— Háblame con respeto — dijo Snape, cada vez más furioso.

— Gánatelo — replicó el desconocido, antes de marcharse y dejar allí de pie a Snape, solo en la oscuridad de la mazmorra.

Harry estaba deseando que el día terminara.

Había terminado de comer rápido con la idea de poder salir a dar una vuelta a solas. Necesitaba alejarse de todo el mundo, relajarse un rato y olvidar todo lo que acababan de leer.

No contaba con que sus amigos asegurarían no tener más hambre en el momento en el que Harry hizo el amago de levantarse. Incluso Ron había abandonado la comida para acompañarlo fuera del comedor, y los gemelos habían tomado un par de pasteles de carne antes de unirse a la comitiva.

Y así era cómo Harry, Ron, Hermione, Ginny, Neville y los gemelos habían acabado en la sala de los menesteres, lejos del ruido y de las miradas incesantes del resto del colegio.

Harry agradecía la preocupación de sus amigos, pero deseaba que se hubieran quedado en el comedor. Se sentía sin energías y necesitaba un rato a solas para recargarse (aunque algo le decía que ni eso funcionaría).

Por suerte, sus amigos no eran idiotas. Eran perfectamente conscientes de que Harry quería tranquilidad, así que se contentaron con hablar entre ellos sin tratar de que Harry participara en la conversación. Harry estaba seguro de que estaban haciendo un esfuerzo por hablar de temas alegres e ignorar cualquier referencia a los libros, a la tercera prueba, a Cedric o a lo sucedido en el comedor durante el día. Ni siquiera le habían preguntado qué había sucedido cuando la señora Weasley lo había hecho salir del comedor.

En cierta manera, estaban tratando a Harry como si estuviese hecho de cristal. Normalmente se enfadaría, pero (y esto jamás lo habría admitido en voz alta) se sentía un poco como si así fuera.

Aunque sus amigos ahora hablaban de Honeydukes y de sus novedades (¿cómo habían llegado a ese tema?), la mente de Harry no paraba de divagar. Se encontraba acostado en uno de los sofás que había aparecido al entrar en la sala. En otras circunstancias, podría haberse quedado dormido allí, de lo cómodo que era, pero tenía la mente demasiado ocupada.

No dejaba de pensar en los dichosos encapuchados. ¿Qué había querido el que había entrado en el comedor? Harry seguía teniendo un presentimiento extraño, como si algo estuviera acercándose.

Pasaron los minutos, media hora, tres cuartos de hora. Harry no supo en qué momento se quedó dormido, arrullado por las voces de sus amigos. Solo supo que, cuando Ginny lo despertó dándole palmaditas en el brazo, se encontraba mucho mejor. No le había dado tiempo a soñar nada y el ratito de sueño había servido para despejarle un poco la cabeza.

De mejor humor, salió de la sala de los menesteres junto a sus amigos. Ellos debieron notar el cambio, porque parecieron más animados que antes mientras bajaban hacia el comedor.

Llegaron a la puerta al mismo tiempo que Luna Lovegood.

— ¿Dónde estabas? — preguntó Ginny. — Te habríamos invitado a venir con nosotros, pero has desaparecido…

Luna sonrió.

— Me alegro de que me hubierais invitado.

Todos notaron que no respondió a la pregunta.

— ¿Dónde estabas? — insistió Fred. Por su tono, quedaba claro que recordaba que tanto ella como George habían estado en contacto con los encapuchados y se lo habían ocultado a los demás.

Cuando Luna simplemente volvió a sonreír, todos comprendieron que, en efecto, había estado con ellos.

— ¿Entramos?

No les dio tiempo a contestar. Dejándolos entre confusos y frustrados, cruzó el umbral y regresó a su asiento. Los demás la siguieron a regañadientes.

— Esto no va a quedar así — le dijo Ginny al sentarse a su lado.

— Lo sé — replicó Luna, y no dijo nada más.

Las mesas del comedor ya habían desaparecido y sido reemplazadas por los sillones, sofás y almohadas de siempre. Harry también tomó asiento, volviendo a notar con una punzada que Dumbledore había escogido los colores de Hufflepuff para la decoración.

Cuando todo el mundo se hubo sentado, el director se puso en pie.

— Bienvenidos de nuevo — dijo. Se hizo el silencio. — Solo quedan tres capítulos para acabar este libro. Lo peor ya ha pasado y, sin embargo, todavía quedan sorpresas por leer. Os ruego que mantengáis la atención, especialmente en el capítulo que vamos a leer a continuación. Ofrece información sumamente esclarecedora.

Hizo una pausa en la que los estudiantes apenas se movieron.

— ¿Alguien se ofrece voluntario para leer?

Nadie levantó la mano. Tras unos segundos, la profesora Sprout decidió tomar las riendas.

— No me importa leer otra vez — dijo, al tiempo que se levantaba de su asiento.

Dumbledore se lo agradeció y regresó a su lugar. Harry se fijó entonces en que Fudge ya no parecía tan nervioso como antes, si bien seguía más pálido de lo normal. Umbridge, sin embargo, tenía aspecto de querer estar en cualquier lugar excepto en el comedor. Harry se preguntó de qué habrían hablado durante el descanso.

— La poción de la verdad — leyó la profesora Sprout. El título causó murmullos de inmediato. Algunos alumnos parecían emocionados ante la idea que el título presentaba.

— ¿Te hicieron tomar una poción de la verdad, Potter? — preguntó un chico de primero, asombrado.

Harry negó con la cabeza.

Harry cayó de bruces, y el olor del césped le penetró por la nariz. Había cerrado los ojos mientras el traslador lo transportaba, y seguía sin abrirlos. No se movió. Parecía que le hubieran cortado el aire.

El silencio era aplastante.

La cabeza le daba vueltas sin parar, y se sentía como si el suelo en que yacía fuera la cubierta de un barco. Para sujetarse, se aferró con más fuerza a las dos cosas que estaba agarrando: la fría y bruñida asa de la Copa de los tres magos, y el cuerpo de Cedric.

— Ay, no — se lamentó Angelina. — Eso es muy trágico.

Katie y Alicia asintieron, entristecidas.

Tenía la impresión de que si los soltaba se hundiría en las tinieblas que envolvían su cerebro.

Harry casi suspiró al notar que tanto Ron como Hermione se pegaban más a él. Apenas acababa de comenzar el capítulo y ya estaban preocupados por él.

El horror sufrido y el agotamiento lo mantenían pegado al suelo, respirando el olor del césped, aguardando a que alguien hiciera algo... a que algo sucediera... Notaba un dolor vago e incesante en la cicatriz de la frente.

— Quien-Tú-Sabes estaba furioso... — murmuró Ron.

El estrépito lo ensordeció y lo dejó más confundido: había voces por todas partes, pisadas, gritos... Permaneció donde estaba, con el rostro contraído, como si fuera una pesadilla que pasaría...

— Para nosotros, también fue como una pesadilla — dijo uno de los amigos de Cedric. Los otros asintieron.

Un par de manos lo agarraron con fuerza y lo volvieron boca arriba.

¡Harry!, ¡Harry!

Abrió los ojos.

Miraba al cielo estrellado, y Albus Dumbledore se encontraba a su lado, agachado. Los rodeaban las sombras oscuras de una densa multitud de personas que se empujaban en el intento de acercarse más. Harry notó que el suelo, bajo su cabeza, retumbaba con los pasos.

— Suena agobiante — dijo Neville con una mueca.

Había regresado al borde del laberinto. Podía ver las gradas que se elevaban por encima de él, las formas de la gente que se movía por ellas, y las estrellas en lo alto.

Harry soltó la Copa, pero agarró a Cedric aún con más fuerza.

Se oyeron gemidos y hubo una oleada de miradas de pena que se dirigieron a él. Harry tragó saliva. Deseaba que todo lo relativo a Cedric pasara rápido.

Levantó la mano que le quedaba libre y cogió la muñeca de Dumbledore, cuyo rostro se desenfocaba por momentos.

Ha retornado —susurró Harry—. Ha retornado. Voldemort.

— Debió ser un shock para Dumbledore escuchar eso de forma tan brusca — dijo una chica de sexto.

Harry bufó. Después de lo que acababa de vivir, tener tacto no había sido una de sus prioridades.

¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido?

El rostro de Cornelius Fudge apareció sobre Harry vuelto del revés. Parecía blanco y consternado.

Muchos miraron en ese momento a Fudge, cuya expresión amarga sorprendió a Harry. Le habría encantado saber qué pasaba por la cabeza del ministro.

¡Dios... Dios mío, Diggory! —exclamó—. ¡Está muerto, Dumbledore!

Se oyeron suspiros y algunos alumnos intercambiaron miradas solemnes. Cho tenía los ojos acuosos otra vez.

Aquellas palabras se reprodujeron, y las sombras que los rodeaban se las repetían a los de atrás, y luego otros las gritaron, las chillaron en la noche: «¡Está muerto!», «¡Está muerto!», «¡Cedric Diggory está muerto!».

Amos Diggory también había regresado al comedor. Harry se dio cuenta en ese momento de que no había esperado que lo hiciera. Suponía que Amos se marcharía después de leer lo que le sucedió a Cedric… ¿Pretendía quedarse hasta que terminaran los libros?

Suéltalo, Harry —oyó que le decía la voz de Fudge, y notó dedos que intentaban separarlo del cuerpo sin vida de Cedric, pero Harry no lo soltó.

Amos mantenía la cabeza agachada. Sirius se removió un poco en su asiento y Harry lo escuchó susurrarle a Lupin:

— Si esto no le demuestra a ese imbécil que Harry no quería que nada malo le sucediera a Cedric, le pegaré un puñetazo.

Entonces se acercó el rostro de Dumbledore, que seguía borroso.

Ya no puedes hacer nada por él, Harry. Todo acabó. Suéltalo.

El ambiente era solemne. Harry escuchó a más de una persona sorber la nariz, y vio que varios volvían a llorar silenciosamente. Cho era una de esas personas, si bien parecía mucho más calmada que antes del descanso.

Quería que lo trajera —musitó Harry: le parecía importante explicarlo—. Quería que lo trajera con sus padres...

De acuerdo, Harry... Ahora suéltalo.

— Debieron pensar que Potter estaba loco — dijo Roger Davies. — Decir que el cuerpo le había hablado…

— Todo el mundo mágico lleva pensando eso desde junio — replicó Ginny, cortante. — Pero ahora ya sabéis la verdad.

Hubo un silencio y algunos alumnos agacharon la cabeza o apartaron la mirada, no queriendo hacer contacto visual con Harry.

Dumbledore se inclinó y, con extraordinaria fuerza para tratarse de un hombre tan viejo y delgado, levantó a Harry del suelo y lo puso en pie.

— Me lo tomaré como un cumplido — dijo Dumbledore, quizá para intentar relajar el ambiente. No lo consiguió.

Harry se tambaleó. Le iba a estallar la cabeza. La pierna herida no soportaría más tiempo el peso de su cuerpo.

— Lo increíble es que aguantara tanto tiempo — exclamó la señora Pomfrey.

Alrededor de ellos, la multitud daba empujones, intentando acercarse, apretando contra él sus oscuras siluetas.

¿Qué ha sucedido? ¿Qué le ocurre? ¡Diggory está muerto!

— La gente no paraba de repetirlo — dijo Parvati. — Fue horrible.

Lavender asintió.

¡Tendrán que llevarlo a la enfermería! —dijo Fudge en voz alta—. Está enfermo, está herido... Dumbledore, los padres de Diggory están aquí, en las gradas...

Una oleada de miradas se dirigió a Amos Diggory, cuyo rostro estaba vacío de expresión alguna. Parecía más muerto que vivo y a Harry le dio un escalofrío.

Yo llevaré a Harry, Dumbledore, yo lo llevaré...

No, yo preferiría...

Amos Diggory viene corriendo, Dumbledore. Viene para acá... ¿No crees que tendrías que decirle, antes de que vea...?

Con una punzada, Harry deseó que no se leyera la reacción de Amos Diggory. No podía recordarla, estaba seguro de haberse marchado antes de presenciar la escena, así que no tendrían por qué leerla. No creía poder soportarlo.

Quédate aquí, Harry.

Había chicas que gritaban y lloraban histéricas. La escena vaciló ante los ojos de Harry...

Ya ha pasado, hijo, vamos... Te llevaré a la enfermería.

Vio las caras de asco de algunos Weasley, que eran conscientes de quién era la persona que le hablaba.

Dumbledore me dijo que me quedara —objetó Harry. La cicatriz de la frente lo hacía sentirse a punto de vomitar. Las imágenes se le emborronaban aún más que antes.

Tienes que acostarte. Vamos, ven...

La expresión de Dumbledore era también amarga.

Y alguien más alto y más fuerte que Harry empezó a llevarlo, tirando de él por entre la aterrorizada multitud. Harry oía chillidos y gritos ahogados mientras el hombre se abría camino por entre ellos, llevándolo al castillo.

— ¿Por qué me da que esto no va a acabar bien? — dijo Dean con una mueca. — ¿Quién te alejó de Dumbledore, Harry?

Pero Harry no respondió. Se limitó a señalar hacia el libro.

Cruzaron la explanada y dejaron atrás el lago con el barco de Durmstrang. Harry ya no oía más que la pesada respiración del hombre que lo ayudaba a caminar.

¿Qué ha ocurrido, Harry? —le preguntó el hombre al fin, ayudándolo a subir la pequeña escalinata de piedra.

Bum, bum, bum. Era Ojoloco Moody.

Algunos suspiraron de alivio. Otros, fruncieron el ceño o lanzaron a Moody miradas llenas de desconfianza.

La Copa era un traslador —explicó, mientras atravesaban el vestíbulo—. Nos dejó en un cementerio... y Voldemort estaba allí... lord Voldemort.

Bum, bum, bum. Iban subiendo por la escalinata de mármol...

— Estoy segura de que algo malo va a pasar — dijo Hannah, temerosa.

Las miradas desconfiadas hacia Moody aumentaron. El auror fingió no darse cuenta.

¿Que el Señor Tenebroso estaba allí? ¿Y qué ocurrió entonces?

Mató a Cedric... lo mataron...

Algunos hicieron muecas al escuchar eso. Se oyó un sollozo y varias voces murmurando.

¿Y luego?

Bum, bum, bum. Avanzaban por el corredor...

— Va a pasar algo, seguro — dijo Colin, nervioso.

Con una poción... recuperó su cuerpo...

¿El Señor Tenebroso ha recuperado su cuerpo? ¿Ha retornado?

— Espera — Angelina frunció el ceño. — ¿El Señor Tenebroso? ¿Quién llama así a Quien-Vosotros-Sabéis?

Se hizo el silencio. Tras unos segundos, Terry Boot habló:

— El profesor Snape lo hace. Creo que… — le lanzó una mirada nerviosa a Snape, que mantuvo una expresión neutral — Creo que así lo llaman los mortífagos.

— Era Moody. El mortífago infiltrado del que hablaba Quien-Vosotros-Sabéis era el profesor Moody — declaró Ernie, asombrado.

Todos miraron entonces al auror.

— Yo no soy ningún mortífago — gruñó, haciendo saltar a más de uno. — Antes morir.

La confusión era total. La profesora Sprout continuó leyendo.

Y llegaron los mortífagos... y luego nos batimos...

¿Que te batiste con el Señor Tenebroso?

Me escapé... La varita... hizo algo sorprendente... Vi a mis padres... Salieron de su varita...

Las expresiones amargas de Sirius y Lupin eran dolorosas de ver.

Pasa, Harry... Aquí, siéntate. Ahora estarás bien. Bébete esto...

— No, no. No te bebas nada que él te dé — chilló una niña de primero.

Harry oyó que una llave hurgaba en la cerradura, y se encontró una taza en las manos.

Bébetelo... Te sentirás mejor. Vamos a ver, Harry: quiero que me cuentes todo lo que ocurrió exactamente...

Moody lo ayudó a tragar la bebida. Harry tosió por el ardor que la pimienta le dejó en la garganta.

— ¿Fue ahí cuando te dio la poción de la verdad? — preguntó un chico de segundo.

— Yo no fui el que tomó la poción — repitió Harry.

El despacho de Moody y el propio Moody aparecieron entonces mucho más claros a sus ojos. Estaba tan pálido como Fudge, y tenía ambos ojos fijos, sin parpadear, en el rostro de Harry:

¿Ha retornado Voldemort, Harry? ¿Estás seguro? ¿Cómo lo hizo?

— Ahora lo ha llamado Vol… — habló una chica de tercero, que no fue capaz de terminar la palabra. — No entiendo nada.

— Está fingiendo. Tiene que hacerse pasar por Moody — replicó Justin. — Sea quien sea, seguro que es un impostor.

Cogió algo de la tumba de su padre, algo de Colagusano y algo mío —dijo Harry. Su cabeza se aclaraba; la cicatriz ya no le dolía tanto. Veía con claridad el rostro de Moody, aunque el despacho estaba oscuro. Aún oía los gritos que llegaban del distante campo de quidditch.

— ¿Tan fuerte gritaba la gente? — se sorprendió un niño de primero.

— No era para menos — dijo Padma con una mueca.

¿Qué fue lo que el Señor Tenebroso cogió de ti? —preguntó Moody.

Sangre —dijo Harry, levantando el brazo. La manga de la túnica estaba rasgada por donde la había cortado Colagusano con la daga.

Harry tocó inconscientemente el punto exacto en el que tenía la cicatriz. Varios de sus amigos lo miraron de reojo, pero ninguno dijo nada.

Moody profirió un silbido largo y sutil.

¿Y los mortífagos? ¿Volvieron?

Sí —contestó Harry—. Muchos...

¿Cómo los trató? —preguntó en voz baja—. ¿Los perdonó?

— ¿Por qué le importa eso? — preguntó Katie, asombrada.

Pero Harry acababa de recordar repentinamente. Tendría que habérselo dicho a Dumbledore, tendría que haberlo hecho enseguida...

¡Hay un mortífago en Hogwarts! Hay un mortífago aquí: fue el que puso mi nombre en el cáliz de fuego y se aseguró de que llegara al final del Torneo...

— Se lo estás diciendo a quien no debes… — dijo Susan, que sonaba preocupada.

A Harry le sorprendió que tanta gente hubiera adivinado de golpe que el impostor era Moody. Ciertamente, ahora que escuchaba a detalle aquella conversación, se daba cuenta de que Moody había actuado de forma muy sospechosa durante todo ese rato.

Harry trató de levantarse, pero Moody lo empujó contra el respaldo.

Ya sé quién es el mortífago —dijo en voz baja.

Con creciente alarma, Angelina dijo:

— Definitivamente, es él.

Muchos asintieron, algo nerviosos.

¿Karkarov? —preguntó Harry alterado—. ¿Dónde está? ¿Lo ha atrapado usted? ¿Lo han encerrado?

¿Karkarov? —repitió Moody, riendo de forma extraña—. Karkarov ha huido esta noche, al notar que la Marca Tenebrosa le escocía en el brazo. Traicionó a demasiados fieles seguidores del Señor Tenebroso para querer volver a verlos... pero dudo que vaya lejos: el Señor Tenebroso sabe cómo encontrar a sus enemigos.

Las caras de shock habrían resultado cómicas si el tema del que hablaban no fuera tan escabroso. Krum agachó la cabeza y, con el ceño fruncido, mantuvo la vista fija en el suelo.

¿Karkarov se ha ido? ¿Ha escapado? Pero entonces... ¿no fue él el que puso mi nombre en el cáliz?

No —dijo Moody despacio—, no fue él. Fui yo.

— ¡Lo sabía! — exclamó Angelina.

— ¡Menudo traidor!

— ¡Nos tenía engañados!

— ¿En serio era un mortífago?

— ¡Es un asesino!

— ¡Pero nos dio clase!

— ¿Por qué está aquí si es un mortífago? ¡Hay que echarlo del castillo!

Las voces se solapaban unas con otras, haciendo que a Harry le doliera la cabeza.

— ¡Silencio!

Fue la voz de Dumbledore la que consiguió que todo el mundo se callara al mismo tiempo. Harry vio a McLaggen, que estaba muy pálido, dejar de gritarle a un chico de sexto que había entrado en pánico.

— Todo se va a aclarar en los próximos minutos — dijo Dumbledore con calma. — Tened paciencia. Por favor, Pomona…

La profesora Sprout continuó leyendo, forzando a los estudiantes a guardar silencio.

Harry lo oyó pero no lo creyó.

No, usted no lo hizo —replicó—. Usted no lo hizo... no pudo hacerlo...

— ¿Por qué te cuesta creerlo, Potter? — dijo Daphne Greengrass. — Todos los profesores de defensa han intentado matarte en algún momento. ¿Por qué iba Moody a ser diferente?

Con una mueca, Harry se dio cuenta de que no podía refutar ese argumento.

— Es cierto — Dennis Creevey parecía haberse dado cuenta, a juzgar por su cara de asombro. — Quirrell tenía a Quien-Tú-Sabes en el cogote e intentó matarte. Lockhart intentó desmemorizarte. El profesor Lupin… bueno, lo suyo no fue queriendo — Lupin hizo una mueca extraña al escuchar eso. — Y ahora Moody resulta que era un mortífago.

Dennis se giró para mirar a Umbridge.

— ¡Seguro que ella también lo es! ¿Te ha intentado matar ya, Harry?

Harry soltó un bufido, mitad sorpresa mitad risa.

— ¡Señor Creevey! ¿Cómo se atreve? — saltó Umbridge. — ¡Yo no soy una asesina!

— No, solo una sádica con problemas de autoridad — murmuró Harry.

Dennis ni siquiera trató de excusarse. Solo se encogió de hombros y volvió a sentarse, tras lo que la profesora Sprout siguió leyendo.

Te aseguro que sí —afirmó Moody, y su ojo mágico giró hasta fijarse en la puerta. Harry comprendió que se estaba asegurando de que no hubiera nadie al otro lado. Al mismo tiempo, Moody sacó la varita y apuntó a Harry con ella—.

Se oyeron jadeos y gritos ahogados.

Entonces, ¿los perdonó?, ¿a los mortífagos que quedaron en libertad, los que se libraron de Azkaban?

¿Qué?

Al igual que Harry, la gran mayoría del comedor no comprendía lo que pasaba por la mente de Moody.

Harry miró la varita con que Moody le apuntaba: era una broma pesada, sin duda.

— Me sorprende que no te lo creyeras, teniendo en cuenta las cosas que te pasan todos los años — dijo Charlie.

Harry se encogió de hombros. Había estado tan aturdido, tan cansado y lleno de dolor que su cerebro no había podido asimilar mucho más.

Te he preguntado —repitió Moody en voz baja— si él perdonó a esa escoria que no se preocupó por buscarlo. Esos cobardes traidores que ni siquiera afrontaron Azkaban por él.

— Madre mía — Padma se llevó las manos a la boca en un gesto de sorpresa.

Esos apestosos desleales e inútiles que tuvieron el suficiente valor para hacer el idiota en los Mundiales de Quidditch pero huyeron a la vista de la Marca Tenebrosa que yo hice aparecer en el cielo.

Los gritos llenaron el comedor.

— ¡Fue él!

— ¡Yo pensaba que había sido Crouch!

— ¿Cómo pudo ser Moody?

— ¡No tiene sentido!

¿Que usted...? ¿Qué está diciendo?

Ya te lo expliqué, Harry, ya te lo expliqué. Si hay algo que odio en este mundo es a los mortífagos que han quedado en libertad.

— La única verdad que me dijo — gruñó Harry.

Le dieron la espalda a mi señor cuando más los necesitaba. Esperaba que los castigara, que los torturara. Dime que les ha hecho algo, Harry... —La cara de Moody se iluminó de pronto con una sonrisa demente—. Dime que reconoció que yo, sólo yo le he permanecido leal... y dispuesto a arriesgarlo todo para entregarle lo que él más deseaba: a ti.

Todos estaban tan horrorizados que nadie fue capaz de decir nada. Incluso en la zona de Slytherin, el sentimiento generalizado era el de sorpresa. Nadie parecía especialmente alegre porque hubiera un mortífago en el colegio durante todo el curso. De hecho, Malfoy se había puesto muy blanco.

Usted no lo hizo... No puede ser.

¿Quién puso tu nombre en el cáliz de fuego, en representación de un nuevo colegio? Yo. ¿Quién espantó a todo aquel que pudiera hacerte daño o impedirte ganar el Torneo? Yo. ¿Quién animó a Hagrid a que te mostrara los dragones? Yo. ¿Quién te ayudó a ver la única forma de derrotar al dragón? ¡Yo!

Amos Diggory dejó escapar un ruido extraño, casi como un jadeo.

— ¿Ahora lo ves, Amos? — preguntó la profesora McGonagall. — ¿Ahora ves el riesgo que corrió Potter? ¿Ahora ves que solo llegó a la tercera prueba porque alguien quería matarlo?

Diggory no respondió. Harry no quería que respondiera. Si el hombre quería seguir culpándole, estaba en todo su derecho.

El ojo mágico de Moody dejó de vigilar la puerta. Estaba fijo en Harry. Su boca torcida sonrió más malignamente que nunca.

— Debió dar verdadero miedo — dijo Tonks, mirando a Moody. — Si ya tiene cara de malo cuando no sonríe así… sin ofender.

— No ofende — replicó Moody.

No fue fácil, Harry, guiarte por todas esas pruebas sin levantar sospechas. He necesitado toda mi astucia para que no se pudiera descubrir mi mano en tu éxito. Si lo hubieras conseguido todo demasiado fácilmente, Dumbledore habría sospechado. Lo importante era que llegaras al laberinto, a ser posible bien situado. Luego, sabía que podría librarme de los otros campeones y despejarte el camino.

— ¡Seguro que fue él quien atacó a Fleur Delacour! — exclamó una chica de segundo.

Fleur no lo confirmó, pero tampoco hizo nada para negarlo, así que todos lo tomaron como un sí.

Pero también tuve que enfrentarme a tu estupidez.

Harry hizo una mueca. Se oyeron algunos bufidos.

La segunda prueba... ahí fue cuando tuve más miedo de que fracasaras. Estaba muy atento a ti, Potter. Sabía que no habías descifrado el enigma del huevo, así que tenía que darte otra pista...

No fue usted —dijo Harry con voz ronca—: fue Cedric el que me dio la pista.

Amos Diggory volvió a levantar la vista al escuchar el nombre de Cedric.

¿Y quién le dijo a Cedric que lo abriera debajo del agua? Yo. Sabía que te pasaría la información: la gente decente es muy fácil de manipular, Potter.

— Cedric era más que decente — habló uno de sus amigos. Tenía la voz ronca. — Y ese hijo de perra se aprovechó de eso.

Estaba seguro de que Cedric querría devolverte el favor de haberle dicho lo de los dragones, y así fue.

— No podía ser de otra manera…

A Harry le sorprendió que fuera Cho quien hablara. A pesar de tener los ojos llenos de lágrimas, su voz no temblaba.

Pero incluso entonces, Potter, incluso entonces parecía muy probable que fracasaras. Yo no te quitaba el ojo de encima... ¡Todas aquellas horas en la biblioteca! ¿No te diste cuenta de que el libro que necesitabas lo tenías en el dormitorio? Yo lo hice llegar hasta allí muy pronto, se lo di a ese Longbottom, ¿no lo recuerdas?

Neville jadeó y muchos se giraron para mirarle.

Las plantas acuáticas mágicas del Mediterráneo y sus propiedades. Ese libro te habría explicado todo lo que necesitabas saber sobre las branquialgas. Suponía que le pedirías ayuda a todo el mundo. Longbottom te lo habría explicado al instante. Pero no lo hiciste... no lo hiciste... Tienes una vena de orgullo y autosuficiencia que podría haberlo arruinado todo.

— ¿A quién se le ocurriría preguntarle algo a Longbottom? — dijo McLaggen. — Moody no pensó bien lo que hacía.

Neville pareció algo avergonzado al escuchar eso. Los gemelos miraron muy mal a McLaggen.

»¿Qué podía hacer? Pasarte información por medio de otra boca inocente. Me habías dicho en el baile de Navidad que un elfo doméstico llamado Dobby te había hecho un regalo. Así que llamé a ese elfo a la sala de profesores para que recogiera una túnica para lavar, y mantuve con la profesora McGonagall una conversación sobre los retenidos, y sobre si Potter pensaría utilizar las branquialgas. Y tu amiguito el elfo se fue derecho al armario de Snape para proveerte...

Ahora, las miradas que habían estado dirigidas a Neville fueron para McGonagall.

— Es increíble — dijo Tonks. — Durante todo el año, utilizó a alumnos y profesores como piezas de ajedrez para conseguir sus planes. ¡Y nadie se dio cuenta!

— Actuó de forma muy inteligente, lo admito — dijo Dumbledore.

Cada vez, la curiosidad por saber quién era realmente Moody aumentaba más y más.

La varita de Moody seguía apuntando directamente al corazón de Harry. Por encima de su hombro, en el reflector de enemigos colgado en la pared, vio que se acercaban unas formas nebulosas.

— ¿¡Más enemigos?! — saltó Seamus. — ¡Dadle un respiro a Harry!

— Debían ser enemigos de Moody, porque el reflector era suyo — notó Hermione.

Tardaste tanto en salir del lago, Potter, que creí que te habías ahogado. Pero, afortunadamente, Dumbledore tomó por nobleza tu estupidez y te dio muy buena nota. Qué respiro.

— Fue nobleza — dijo una chica de cuarto, molesta.

— Y un poco estupidez también — añadió una amiga suya.

»Por supuesto, en el laberinto tuviste menos problemas de los que te correspondían —siguió—. Fue porque yo estaba rondando. Podía ver a través de los setos del exterior, y te quité mediante maldiciones muchos obstáculos del camino:

— ¡Por eso no te encontrabas con nada al principio! — saltó Colin.

aturdí a Fleur Delacour cuando pasó;

Algunos la miraron con pena. Otros, los que seguían sin tenerle mucho aprecio, simplemente la ignoraron.

le eché a Krum la maldición imperius para que eliminara a Diggory, y te dejé el camino expedito hacia la Copa.

Hubo jadeos.

— Os lo dije — habló Krum en voz alta, levantando la cabeza por primera vez desde que se hubiera leído la huida de Karkarov. — Yo nunca habrría atacado a mis compañerros. No lo hice a prropósito.

Muchos tuvieron la gentileza de parecer avergonzados por haberlo acusado anteriormente. Fleur le tomó la mano a Krum y le sonrió.

Harry miró a Moody. No comprendía cómo era posible que el amigo de Dumbledore, el famoso auror, el que había atrapado a tantos mortífagos... No tenía sentido, ningún sentido.

— Porque no era él. Estoy seguro de que no era él — dijo Zacharias Smith.

— Menudo genio — ironizó George en voz baja.

Las nebulosas formas del reflector de enemigos se iban definiendo. Por encima del hombro de Moody vio la silueta de tres personas que se acercaban más y más. Pero Moody no las veía. Tenía su ojo mágico fijo en Harry.

— Su peor error — dijo Moody, y con esas palabras terminó de confirmar lo que todos ya suponían. Estaba claro que no se refería a sí mismo en tercera persona, por lo tanto, el Moody del libro debía ser un impostor.

El Señor Tenebroso no consiguió matarte, Potter, que era lo que quería — susurró Moody—. Imagínate cómo me recompensará cuando vea que lo he hecho por él: yo te entregué (tú eras lo que más necesitaba para poderse regenerar) y luego te maté por él. Recibiré mayores honores que ningún otro mortífago. Me convertiré en su partidario predilecto, el más cercano... más cercano que un hijo...

— Todos los villanos son iguales — dijo Colin. — Se tiran media hora dando discursitos y hacen que le dé tiempo a los buenos de llegar y resolver la situación. Si se dieran más prisa en matar a sus víctimas, tendrían más éxito.

Harry se alegraba mucho de que los mortífagos y el propio Voldemort fueran tan propensos a dar esos discursitos a los que se refería Colin.

El ojo normal de Moody estaba desorbitado por la emoción, y el mágico seguía fijo en Harry. La puerta había quedado cerrada con llave, y Harry sabía que jamás conseguiría alcanzar a tiempo su varita para poder salvarse.

Hubo murmullos llenos de nerviosismo.

El Señor Tenebroso y yo tenemos mucho en común —dijo Moody, que en aquel momento parecía completamente loco, erguido frente a Harry y dirigiéndole una sonrisa malévola—: los dos, por ejemplo, tuvimos un padre muy decepcionante... mucho. Los dos hemos sufrido la humillación de llevar el nombre paterno, Harry. ¡Y los dos gozamos del placer... del enorme placer de matar a nuestro padre para asegurar el ascenso imparable de la Orden Tenebrosa!

Los gritos ahogados casi eclipsaron el bufido que soltó Sirius.

— Encima está orgulloso de ello — dijo en voz alta, su voz llena de un profundo asco.

¡Usted está loco! —exclamó Harry, sin poder contenerse—, ¡está completamente loco!

¿Loco yo? —dijo Moody, alzando la voz de forma incontrolada—. ¡Ya veremos! ¡Veremos quién es el que está loco, ahora que ha retornado el Señor Tenebroso y que yo estaré a su lado! ¡Ha retornado, Harry Potter! ¡Tú no pudiste con él, y yo podré contigo!

— ¡Huye, Harry! — exclamó alguien desde la zona de Hufflepuff.

Moody levantó la varita y abrió la boca. Harry metió la mano en la túnica...

Algunos jadearon.

¡Desmaius!

Hubo un rayo cegador de luz roja y, con gran estruendo, echaron la puerta abajo. Moody cayó al suelo de espaldas. Harry, con los ojos aún fijos en el lugar en que se había encontrado la cara de Moody, vio a Albus Dumbledore, al profesor Snape y la profesora McGonagall mirándolo desde el reflector de enemigos. Apartó la mirada del reflector, y los vio a los tres en el hueco de la puerta. Delante, con la varita extendida, estaba Dumbledore.

— ¡Bien! — exclamó Dean

— ¡Genial! ¡Lo pillaron! — sonreía Lee Jordan.

No eran los únicos. Mucha gente, aliviada tras la tensión sufrida, dejó escapar risitas nerviosas.

En aquel momento, Harry comprendió por vez primera por qué la gente decía que Dumbledore era el único mago al que Voldemort temía. La expresión de su rostro al observar el cuerpo inerte de Ojoloco Moody era más temible de lo que Harry hubiera podido imaginar. No había ni rastro de su benévola sonrisa, ni del guiño amable de sus ojos tras los cristales de las gafas. Sólo había fría cólera en cada arruga de la cara. Irradiaba una fuerza similar a la de una hoguera.

Nadie dijo nada. Los alumnos miraban con impresión a Dumbledore, algunos con más sorpresa que otros. El director, sin embargo, se limitó a sonreír.

— Me temo que las circunstancias pueden cambiar severamente la disposición de uno.

Entró en el despacho, puso un pie debajo del cuerpo caído de Moody, y le dio la vuelta para verle la cara. Snape lo seguía, mirando el reflector de enemigos, en el que todavía resultaba visible su propia cara. Dirigió una mirada feroz al despacho.

Harry de pronto tuvo un pensamiento inesperado. Snape había estado observándose a sí mismo en el reflector de enemigos… El reflector había tomado a Snape como enemigo de Barty Crouch Jr. ¿Resultaba eso una prueba de que Snape no sentía afinidad con los mortífagos? ¿Demostraba eso que Snape estaba realmente en el bando de Dumbledore?

La profesora McGonagall fue directamente hasta Harry.

Vamos, Potter —susurró. Tenía crispada la fina línea de los labios como si estuviera a punto de llorar—. Ven conmigo, a la enfermería...

Muchos parecieron apenados al escuchar eso. La idea de ver a McGonagall llorando resultaba desoladora.

No —dijo Dumbledore bruscamente.

Tendría que ir, Dumbledore. Míralo. Ya ha pasado bastante por esta noche...

Quiero que se quede, Minerva, porque tiene que comprender. La comprensión es el primer paso para la aceptación, y sólo aceptando puede recuperarse. Tiene que saber quién lo ha lanzado a la terrible experiencia que ha padecido esta noche, y por qué lo ha hecho.

— Porque está loco. Sea quien sea, está majara — dijo Lee.

— Incluso los locos tienen historias que merece la pena escuchar — replicó Dumbledore.

Moody... —dijo Harry. Seguía sin poder creerlo—. ¿Cómo puede haber sido Moody?

Éste no es Alastor Moody —explicó Dumbledore en voz baja—. Tú no has visto nunca a Alastor Moody. El verdadero Moody no te habría apartado de mi vista después de lo ocurrido esta noche. En cuanto te cogió, lo comprendí... y os seguí.

La confirmación final de que Moody no había sido Moody hizo que muchos suspiraran de alivio.

— Entonces… ¿usted no nos dio clase? ¿Era un impostor? — preguntó Hannah.

Moody asintió.

— Jamás he impartido clases en Hogwarts. No os conozco a nada a la mayoría de vosotros.

Eso dejó descolocados a muchos.

Dumbledore se inclinó sobre el cuerpo desmayado de Moody y metió una mano en la túnica. Sacó la petaca y un llavero. Entonces se volvió hacia Snape y la profesora McGonagall.

Severus, por favor, ve a buscar la poción de la verdad más fuerte que tengas, y luego baja a las cocinas y trae a una elfina doméstica que se llama Winky.

— ¡La poción era para el impostor! — exclamó un niño de primero.

Minerva, sé tan amable de ir a la cabaña de Hagrid, donde encontrarás un perro grande y negro sentado en la huerta de las calabazas. Lleva el perro a mi despacho, dile que no tardaré en ir y luego vuelve aquí.

Las miradas se dirigieron directamente hacia Sirius, que sonrió.

— ¿Pensabais que iba a perderme la tercera prueba de mi ahijado? — dijo.

Si Snape o McGonagall encontraron extrañas aquellas instrucciones, lo disimularon, porque tanto uno como otra se volvieron de inmediato, y salieron del despacho.

— Nos ha dado instrucciones más extrañas en alguna ocasión — gruñó McGonagall, pero no especificó a qué se refería, así que todos se quedaron con la curiosidad.

Dumbledore fue hasta el baúl de las siete cerraduras, metió la primera llave en la cerradura correspondiente, y lo abrió. Contenía una gran cantidad de libros de encantamientos. Dumbledore cerró el baúl, introdujo la segunda llave en la segunda cerradura, y volvió a abrirlo: los libros habían desaparecido, y lo que contenía el baúl era un gran surtido de chivatoscopios rotos, algunos pergaminos y plumas, y lo que parecía una capa invisible que en aquel momento era de color plateado.

— ¿Qué estaba haciendo? — preguntó un Slytherin de segundo.

— Ni idea — replicó otro, con el ceño fruncido.

Harry observó, pasmado, cómo Dumbledore metía la tercera, la cuarta, la quinta y la sexta llaves en sus respectivas cerraduras, y volvía a abrir el baúl para revelar en cada ocasión diferentes contenidos. Luego introdujo la séptima llave, levantó la tapa, y Harry soltó un grito de sorpresa.

Muchos se inclinaron en el asiento, llenos de curiosidad.

Había una especie de pozo, una cámara subterránea en cuyo suelo, a unos tres metros de profundidad, se hallaba el verdadero Ojoloco Moody, según parecía profundamente dormido, flaco y desnutrido.

Moody hizo una mueca al oír eso, que quedó especialmente extraña en su rostro desfigurado. Entre los alumnos, la sorpresa y el horror se dividían a partes iguales.

Le faltaba la pata de palo, la cuenca que albergaba su ojo mágico estaba vacía bajo el párpado, y en su pelo entrecano había muchas zonas ralas. Atónito, Harry pasó la vista del Moody que dormía en el baúl al Moody inconsciente que yacía en el suelo del despacho.

— Si te sirve de consuelo, ahora estás mucho mejor que hace unos meses — le dijo Tonks a Moody. — El pelo te ha crecido.

— El pelo crece y el peso se recupera, pero mi ojo mágico no ha vuelto a ser el mismo — se quejó Moody. — Ese canalla lo destrozó.

Dumbledore se metió en el baúl, se descolgó y cayó suavemente junto al Moody dormido. Se inclinó sobre él.

Está desmayado... controlado por la maldición imperius... y se encuentra muy débil —dijo—. Naturalmente, necesitaba conservarlo vivo. Harry, échame la capa del impostor: Alastor está helado. Tendrá que verlo la señora Pomfrey, pero creo que no se halla en peligro inminente.

— No le convenía matarme — habló Moody en voz alta, quizá porque notó la confusión entre el alumnado. — Necesitaba seguir sacándome información y cortándome el pelo para hacer más poción multijugos.

Harry hizo lo que le pedía. Dumbledore cubrió a Moody con la capa, asegurándose de que lo tapaba bien, y volvió a salir del baúl.

Dumbledore y Moody intercambiaron miradas. No dijeron nada, pero Harry supuso que Moody le había dado las gracias.

Luego cogió la petaca que estaba sobre el escritorio, desenroscó el tapón y la puso boca abajo. Un líquido espeso y pegajoso salpicó al caer al suelo.

Poción multijugos, Harry —explicó Dumbledore—. Ya ves qué simple y brillante. Porque Moody jamás bebe si no es de la petaca, todo el mundo lo sabe. Por supuesto, el impostor necesitaba tener a mano al verdadero Moody para poder seguir elaborando la poción. Mira el pelo... —Dumbledore observó al Moody del baúl—. El impostor se lo ha estado cortando todo el año. ¿Ves dónde le falta? Pero me imagino que con la emoción de la noche nuestro falso Moody podría haberse olvidado de tomarla con la frecuencia necesaria: a la hora, cada hora... ya veremos.

— Parece que el impostor lo tenía todo calculado — Lavender estaba impresionada.

Dumbledore apartó la silla del escritorio y se sentó en ella, con los ojos fijos en el Moody inconsciente tendido en el suelo. Harry también lo miraba. Pasaron en silencio unos minutos...

Luego, ante los propios ojos de Harry, la cara del hombre del suelo comenzó a cambiar: se borraron las cicatrices, la piel se le alisó, la nariz quedó completa y se achicó;

— Quien fuera, era más joven que Moody — murmuró Parvati.

la larga mata de pelo entrecano pareció hundirse en el cuero cabelludo y volverse de color paja;

Katie jadeó.

— ¡Ya sé quién es! ¡Tiene el pelo de color paja!

Pero no muchos recordaban quién había sido la única persona descrita de ese modo.

de pronto, con un golpe sordo, se desprendió la pata de palo por el crecimiento de una pierna de carne; al segundo siguiente, el ojo mágico saltó de la cara reemplazado por un ojo natural, y rodó por el suelo, girando en todas direcciones.

Harry estaba seguro de que los de primero iban a tener pesadillas después de todo lo leído hoy.

Harry vio tendido ante él a un hombre de piel clara, algo pecoso, con una mata de pelo rubio. Supo quién era: lo había visto en el pensadero de Dumbledore, intentando convencer de su inocencia al señor Crouch mientras se lo llevaba una escolta de dementores... pero ya tenía arrugas en el contorno de los ojos y parecía mucho mayor...

— ¡El hijo de Crouch! — exclamó Ernie.

— ¿Pero no murió en Azkaban? — preguntó Susan, muy confusa. — ¿Cómo puede ser él si lleva años muerto?

Se oyeron pasos apresurados en el corredor. Snape volvía llevando a Winky. La profesora McGonagall iba justo detrás.

¡Crouch! —exclamó Snape, deteniéndose en seco en el hueco de la puerta—. ¡Barty Crouch!

— ¡Sí que es! — insistió Ernie. — ¿Pero cómo?

— Quizá fingió su muerte, como Colagusano — sugirió Hannah.

Harry hizo una mueca ante la mención de Peter.

¡Cielo santo! —dijo la profesora McGonagall, parándose y observando al hombre que yacía en el suelo.

A los pies de Snape, sucia, desaliñada, Winky también lo miraba. Abrió completamente la boca para dejar escapar un grito que les horadó los oídos:

Amo Barty, amo Barty, ¿qué está haciendo aquí?—Se lanzó al pecho del joven—. ¡Usted lo ha matado! ¡Usted lo ha matado! ¡Ha matado al hijo del amo!

— ¡Winky lo sabía! — exclamó Anthony Goldstein.

— Nunca me ha caído bien ese elfo doméstico — dijo Demelza Robins con cara de asco.

Sólo está desmayado, Winky —explicó Dumbledore—. Hazte a un lado, por favor. ¿Has traído la poción, Severus?

Snape le entregó a Dumbledore un frasquito de cristal que contenía un líquido totalmente incoloro: el suero de la verdad con el que había amenazado en clase a Harry.

Snape recibió algunas miradas llenas de frialdad, especialmente por parte de Sirius y de los Weasley. Fingió no notarlo.

Dumbledore se levantó, se inclinó sobre Crouch y lo colocó sentado contra la pared, justo debajo del reflector de enemigos en el que seguían viéndose con claridad las imágenes de Dumbledore, Snape y McGonagall. Winky seguía de rodillas, temblando, con las manos en la cara. Dumbledore le abrió al hombre la boca y echó dentro tres gotas. Luego le apuntó al pecho con la varita y ordenó:

¡Enervate!

— ¿De verdad es suficiente con tres gotas? — preguntó un chico de tercero de Slytherin.

— Es una poción extremadamente potente — replicó Snape. — Tres gotas es más que suficiente. Utilizar más cantidad solo sirve para deperdiciar ingredientes.

El hijo de Crouch abrió los ojos. Tenía la cara laxa y la mirada perdida. Dumbledore se arrodilló ante él, de forma que sus rostros quedaron a la misma altura.

¿Me oye? —le preguntó Dumbledore en voz baja. El hombre parpadeó.

Sí —respondió.

Muchos estaban impresionados. Nunca habían escuchado a alguien hablar bajo los efectos de una poción de la verdad.

Me gustaría que nos explicara —dijo Dumbledore con suavidad— cómo ha llegado usted aquí. ¿Cómo se escapó de Azkaban?

Crouch tomó aliento y comenzó a hablar con una voz apagada y carente de expresión:

Mi madre me salvó. Sabía que se estaba muriendo, y persuadió a mi padre para que me liberara como último favor hacia ella. Él la quería como nunca me quiso a mí,

— Uf, eso es muy triste — dijo Hermione.

— Crouch padre no era muy buena persona, eso ya lo sabemos — respondió Ron.

así que accedió. Fueron a visitarme. Me dieron un bebedizo de poción multijugos que contenía un cabello de mi madre, y ella tomó la misma poción con un cabello mío. Cada uno adquirió la apariencia del otro.

— Fue un plan magnífico, hay que reconocerlo — dijo la profesora Sinistra. — Una pena que derrochara su inteligencia en asuntos tan macabros.

Winky movía hacia los lados la cabeza, temblorosa.

No diga más, amo Barty, no diga más, ¡o meten a su padre en un lío!

— Cada vez me cae peor esa maldita elfina — se quejó Romilda Vane. Hermione la miró mal.

Pero Crouch volvió a tomar aliento y prosiguió en el mismo tono de voz:

Los dementores son ciegos: sólo percibieron que habían entrado en Azkaban una persona sana y otra moribunda, y luego que una moribunda y otra sana salían. Mi padre me sacó con la apariencia de mi madre por si había prisioneros mirando por las rejas.

— Si son ciegos, ¿cómo encuentran a los fugitivos? — preguntó un chico de Ravenclaw.

— No pueden ver a sus víctimas, pero pueden sentirlas — explicó Dumbledore.

»Mi madre murió en Azkaban poco después. Hasta el final tuvo cuidado de seguir bebiendo poción multijugos. Fue enterrada con mi nombre y mi apariencia. Todos creyeron que era yo.

— Así que dejó a su madre morir en Azkaban. Menudo cobarde — gruñó Wood.

Parpadeó.

¿Y qué hizo su padre con usted cuando lo tuvo en casa?

Representó la muerte de mi madre. Fue un funeral sencillo, privado. La tumba está vacía. Nuestra elfina doméstica me cuidó hasta que sané. Luego mi padre tuvo que ocultarme y controlarme. Usó una buena cantidad de encantamientos para mantenerme sometido. Cuando recobré las fuerzas, sólo pensé en encontrar otra vez a mi señor... y volver a su servicio.

— Así que Crouch estuvo escondiendo a su hijo durante años — dijo Michael Corner, asombrado. — Debía querer mucho a su esposa para aceptar algo así.

¿Qué hizo su padre para someterlo? —quiso saber Dumbledore.

Utilizó la maldición imperius. Estuve bajo su control. Me obligó a llevar día y noche una capa invisible.

— ¿Pero acaso salía de casa? — preguntó Fred. — ¿No se supone que estaba encerrado? ¿De qué servía llevar la capa?

— Crouch era un paranoico — replicó Bill.

Nuestra elfina doméstica siempre estaba conmigo. Era mi guardiana y protectora. Me compadecía. Persuadió a mi padre para que me hiciera de vez en cuando algún regalo: premios por mi buen comportamiento.

— Su premio debería haber sido una sentencia de por vida en Azkaban — gruñó Hagrid.

Amo Barty, amo Barty —dijo Winky por entre las manos, sollozando—. No debería decir más, o tendremos problemas...

¿No descubrió nadie que usted seguía vivo? —preguntó Dumbledore—. ¿No lo supo nadie aparte de su padre y la elfina?

Sí. Una bruja del departamento de mi padre, Bertha Jorkins, llegó a casa con unos papeles para que mi padre los firmara.

Se oyeron gritos ahogados.

— ¿Qué tiene que ver Bertha con todo esto? — exclamó Angelina.

— Pobre mujer, estaba en todos los fregados — dijo a la vez Lee.

Mi padre no estaba en aquel momento, así que Winky la hizo pasar y volvió a la cocina, donde me encontraba yo. Pero Bertha Jorkins nos oyó hablar, y escuchó a escondidas. Entendió lo suficiente para comprender quién se escondía bajo la capa invisible. Cuando mi padre volvió a casa, ella se le enfrentó. Para que olvidara lo que había averiguado, le tuvo que echar un encantamiento desmemorizante muy fuerte. Demasiado fuerte: según mi padre, le dañó la memoria para siempre.

Fudge agachó la cabeza. Parecía genuinamente apenado al escuchar la historia de Bertha. Umbridge, por su parte, ni se inmutó.

¿Quién le mandó meter las narices en los asuntos de mi amo? —sollozó Winky —. ¿Por qué no nos dejó en paz?

Estaba claro que el aprecio que algunos habían sentido por Winky había desaparecido por completo. Ya casi nadie le tenía pena.

Hábleme de los Mundiales de Quidditch —pidió Dumbledore.

Winky convenció a mi padre de que me llevara. Necesitó meses para persuadirlo. Hacía años que yo no salía de casa. Había sido un forofo del quidditch. «Déjelo ir!», le rogaba ella. «Puede ir con su capa invisible. Podrá ver el partido y le dará el aire por una vez.» Le dijo que era lo que hubiera querido mi madre. Le dijo que ella había muerto para darme la libertad, que no me había salvado para darme una vida de preso. Al final accedió.

— Sigue sin tener sentido — dijo Fred. — No tenía ninguna necesidad de llevar la capa invisible en su casa. Además, ¿cómo pudo aguantar tantos años sin siquiera salir de casa?

— Lo hizo bajo la maldición imperius — explicó el señor Weasley. — Y sobre la capa, volvemos a lo mismo: Barty Crouch era un hombre muy paranoico. Además, creo que prefería mirar a la cara a su hijo lo mínimo posible.

»Fue cuidadosamente planeado: mi padre nos condujo a Winky y a mí a la tribuna principal bastante temprano. Winky diría que le estaba guardando un asiento a mi padre. Yo me sentaría en él, invisible. Tendríamos que salir cuando todo el mundo hubiera abandonado la tribuna principal. Todo el mundo creería que Winky se encontraba sola.

— Así que cuando Winky estaba sola viendo el partido, ¡Crouch Jr. estaba allí! — exclamó un Hufflepuff de segundo.

— ¡Estaba al lado de Harry y de los Weasleys! — saltó otro, muy impresionado.

»Pero Winky no sabía que yo recuperaba fuerzas. Empezaba a luchar contra la maldición imperius de mi padre. Había momentos en que me liberaba de ella casi por completo. Aquél fue uno de esos momentos. Era como si despertara de un profundo sueño. Me encontré rodeado de gente, en medio del partido, y vi delante de mí una varita mágica que sobresalía del bolsillo de un muchacho.

Con cada detalle que ofrecía Crouch, más piezas encajaban en el enorme puzle que había sido el año anterior.

— No se dio cuenta de que el muchacho era Harry — dijo Dean. — Si se hubiera dado cuenta…

— Probablemente yo no estaría aquí — bufó Harry.

No me habían dejado tocar una varita desde antes de Azkaban. La robé. Winky no se enteró: tiene terror a las alturas, y se había tapado la cara.

¡Amo Barty, es usted muy malo! —le reprochó Winky. Las lágrimas se le escurrían entre los dedos.

Esa última frase provocó que algunos volvieran a sentir algo de lástima por ella, pero el hecho de que había estado escondiendo a un asesino en su casa no era fácil de ignorar.

O sea que usted cogió la varita —dijo Dumbledore—. ¿Qué hizo con ella?

Volvimos a la tienda. Luego los oímos, oímos a los mortífagos, los que no habían estado nunca en Azkaban, los que nunca habían sufrido por mi señor, los que le dieron la espalda, los que no fueron esclavizados como yo, los que estaban libres para buscarlo pero no lo hacían, los que se conformaban con divertirse a costa de los muggles.

— Es decir, basura humana, igual que él, pero con menos tendencias masoquistas — resopló Bill.

Me despertaron sus voces. Hacía años que no tenía la mente tan despejada como en aquel momento, y me sentía furioso. Con la varita en mi poder, quise castigarlos por su deslealtad. Mi padre había salido de la tienda para ir a defender a los muggles, y a Winky le daba miedo verme tan furioso, así que ella usó sus propias dotes mágicas para atarme a ella.

— Así que la pobre al menos intentó detenerlo — dijo Susan.

Me sacó de la tienda y me llevó al bosque, lejos de los mortífagos. Traté de hacerla volver, porque quería regresar al campamento. Quería enseñarles a los mortífagos lo que significaba la lealtad al Señor Tenebroso, y castigarlos por no haberla observado. Con la varita que había robado proyecté en el aire la Marca Tenebrosa.

Todos escuchaban en silencio. Era como si la neblina que había estado rondando sus cabezas de pronto se dispersara. Todas las piezas de la historia iban encajando una a una.

»Llegaron los magos del Ministerio, lanzando por todas partes sus encantamientos aturdidores. Uno de esos encantamientos se coló por entre los árboles hasta donde nos encontrábamos Winky y yo. Quedamos los dos desmayados y con las ataduras rotas por el rayo del encantamiento.

— Pero claro, él debía llevar la capa invisible — dijo Terry Boot. — Por eso no lo pillaron.

»Cuando descubrieron a Winky, mi padre comprendió que yo tenía que estar cerca. Me buscó entre los arbustos donde la habían encontrado a ella y me halló echado en el suelo. Esperó a que se fueran los demás funcionarios, me volvió a lanzar la maldición imperius, y me llevó de vuelta a casa. A Winky la despidió porque no había impedido que yo robara la varita y casi me deja también escapar.

— Bueno, eso tiene más sentido — admitió Angelina. — Ahora entiendo que la despidiera… Aunque no sé si fue lo más sensato. ¿Cómo iba a controlar a su hijo él solo?

Hermione frunció el ceño, pero no dijo nada, cosa que alegró a Harry.

Winky exhaló un lamento de desesperación.

Quedamos solos en la casa mi padre y yo. Y entonces... entonces... —la cabeza de Crouch dio un giro, y una mueca demente apareció en su rostro —mi señor vino a buscarme.

A muchos les recorrió un escalofrío.

»Llegó a casa una noche, bastante tarde, en brazos de su vasallo Colagusano.

— Suena un poco patético, ¿no? — notó Colin. — Que Colagusano tuviera que cargar con él…

La imagen del bebé demoniaco apareció en la mente de Harry, que se esforzó por ignorarla.

Había averiguado que yo seguía vivo. Había apresado en Albania a Bertha Jorkins, la había torturado y le había extraído mucha información: ella le habló del Torneo de los tres magos y de que Moody, el viejo auror, iba a impartir clase en Hogwarts; luego la torturó hasta romper el encantamiento desmemorizante que mi padre le había echado, y ella le contó que yo me había escapado de Azkaban y que mi padre me tenía preso para impedir que fuera a buscar a mi señor. Y de esa forma supo que yo seguía siéndole fiel... quizá más fiel que ningún otro. Mi señor trazó un plan basado en la información que Bertha le había pasado. Me necesitaba. Llegó a casa cerca de medianoche. Mi padre abrió la puerta.

Nadie dijo nada. El horror era casi palpable en el comedor. Todos habían sido conscientes de que Bertha Jorkins había muerto de forma horrible, pero no sabían hasta qué punto había sufrido la mujer, ni hasta qué punto había resultado una mina de información. Sin ella, nada de lo ocurrido el año anterior habría sucedido.

Una sonrisa se extendió por el rostro de Crouch, como si recordara el momento más agradable de su vida. A través de los dedos de Winky podían verse sus ojos desorbitados. Estaba demasiado asustada para hablar.

— Pobrecita — murmuró Hermione.

Fue muy rápido: mi señor le echó a mi padre la maldición imperius. A partir de ese momento fue mi padre el preso, el controlado. Mi señor lo obligó a ir al trabajo como de costumbre y a seguir actuando como si nada hubiera ocurrido. Y yo quedé liberado. Desperté. Volvía a ser yo mismo, vivo como no lo había estado desde hacía años.

Percy estaba muy pálido, pero no había abierto la boca a pesar de todo lo que habían leído. Harry se alegró de que nadie hubiera mencionado que Percy no se dio cuenta de que su jefe estaba bajo la maldición Imperius durante meses, porque estaba seguro de que Percy no se lo tomaría nada bien.

¿Qué fue lo que lord Voldemort le pidió que hiciera?

Me preguntó si estaba listo para arriesgarlo todo por él. Lo estaba. Ése era mi sueño, mi suprema ambición: servirle, probarme ante él.

— Pues vaya ambición de mierda — gruñó Fred.

— ¡Fred! — lo regañó su madre, aunque Harry estaba seguro de que compartía su opinión.

Me dijo que necesitaba situar en Hogwarts a un vasallo leal, un vasallo que hiciera pasar a Harry Potter todas las pruebas del Torneo de los tres magos sin que se notara, un vasallo que no lo perdiera de vista, que se asegurara de que conseguía la Copa, que convirtiera aquella copa en un traslador y capaz de llevar ante él a la primera persona que lo tocara.

— Era un plan muy elaborado — dijo Ginny. — Pero, ¿no habría sido más fácil secuestrar a Harry de otra forma? Podía haberlo sacado de los terrenos con cualquier excusa y haberse aparecido. Solo tenía que ganarse la confianza de Harry.

Ciertamente, eso habría sido mucho más sencillo. Harry se alegró de que a Voldemort no se le hubiera ocurrido.

Pero antes...

Necesitaba a Alastor Moody —dijo Albus Dumbledore. Le resplandecían los ojos azules, aunque la voz seguía impasible.

— Dumbledore da miedo cuando se enfada — murmuró Ron.

Harry asintió.

Lo hicimos entre Colagusano y yo. De antemano habíamos preparado la poción multijugos. Fuimos a la casa, Moody se resistió, provocó un verdadero tumulto. Justo a tiempo conseguimos reducirlo, así que lo metimos en un compartimiento de su propio baúl mágico, le arrancamos unos pelos y los echamos a la poción.

— Así que eso fue lo que sucedió con Moody antes de que comenzara el curso — dijo Zacharias, impresionado. — ¿Es que nada de lo que hemos leído era anecdótico?

— Es de suponer que, si algo aparece en los libros, es porque es importante — replicó Susan Bones. — La mayoría de lo que estamos leyendo no es simplemente anecdótico, todo acaba cobrando sentido después.

Harry no estaba del todo de acuerdo. No veía qué tenía de importante que todo el colegio supiera cómo le trataban los Dursley, o que le había gustado Cho.

Al beberla me convertí en su doble, le cogí la pata de palo y el ojo, y ya estaba listo para vérmelas con Arthur Weasley, que llegó para arreglarlo todo con los muggles que habían oído el altercado.

Muchos miraron al señor Weasley, que no hizo ni caso.

Cambié de sitio los contenedores de la basura y le dije a Weasley que había oído intrusos en el patio, andando entre los contenedores. Luego guardé la ropa y los detectores de tenebrismo de Moody, los metí con él en el baúl y me vine a Hogwarts. Lo mantuve vivo y bajo la maldición imperius porque quería poder hacerle preguntas para averiguar cosas de su pasado y aprender sus costumbres, con la intención de engañar incluso a Dumbledore.

— Y lo consiguió, durante todo el curso — suspiró Dumbledore. — Se pueden decir muchas cosas de Barty Crouch Jr., pero es innegable que es un actor magnífico.

Además, necesitaba su pelo para la poción multijugos. Los demás ingredientes eran fáciles. La piel de serpiente arbórea africana la robé de las mazmorras. Cuando el profesor de Pociones me encontró en su despacho, dije que tenía órdenes de registrarlo.

Algunos jadearon. Era otra pieza más que encajaba en el puzle.

¿Y qué hizo Colagusano después de que atacaron ustedes a Moody? — preguntó Dumbledore.

Se volvió para seguir cuidando a mi señor en mi casa y vigilando a mi padre.

Pero su padre escapó —observó Dumbledore.

— ¿Cómo pudo escapar si Colagusano lo vigilaba? — preguntó Hannah.

— Bueno, no es que Pettigrew sea el mago más capaz. Seguro que cometió un error — respondió Justin.

Sí. Después de algún tiempo empezó a resistirse a la maldición imperius tal como había hecho yo. Había momentos en los que se daba cuenta de lo que ocurría. Mi señor pensó que ya no era seguro dejar que mi padre saliera de casa, así que lo obligó a enviar cartas diciendo que estaba enfermo.

Esta vez, sí que hubo miradas dirigidas a Percy, que se puso muy colorado.

Sin embargo, Colagusano fue un poco negligente, y no lo vigiló bien. De forma que mi padre pudo escapar. Mi señor adivinó que se dirigiría a Hogwarts. Efectivamente, el propósito de mi padre era contárselo todo a Dumbledore, confesar. Venía dispuesto a admitir que me había sacado de Azkaban.

Todo el mundo se quedó en silencio. Esa era otra pieza del puzle que no terminaba de encajar: ¿qué había sucedido con el señor Crouch el día en el que Harry y Krum se lo encontraron?

»Mi señor me envió noticia de la fuga de mi padre. Me dijo que lo detuviera costara lo que costara. Yo esperé, atento: utilicé el mapa que le había pedido a Harry Potter. El mapa que había estado a punto de echarlo todo a perder.

¿Mapa? —preguntó rápidamente Dumbledore—, ¿qué mapa es ése?

— ¿Dumbledore no sabía lo del mapa del merodeador? — dijo Alcia, sorprendida. — ¡Vaya! Pensaba que Lupin se lo habría dicho.

— Ese mapa fue toda una sorpresa, desde luego — admitió Dumbledore.

El mapa de Hogwarts de Potter. Potter me vio en él, una noche, robando ingredientes para la poción multijugos del despacho de Snape. Como tengo el mismo nombre que mi padre, pensó que se trataba de él.

— Cualquiera lo habría pensado — dijo Ron. — ¿Quién iba a creer que el hijo muerto de Crouch estaba allí?

Le dije que mi padre odiaba a los magos tenebrosos, y Potter creyó que iba tras Snape. Esa noche le pedí a Potter su mapa. Durante una semana esperé a que mi padre llegara a Hogwarts. Al fin, una noche, el mapa me lo mostró entrando en los terrenos del castillo. Me puse la capa invisible y bajé a su encuentro. Iba por el borde del bosque. Entonces llegaron Potter y Krum.

— Madre mía, Potter. Siempre estás donde no debes — dijo Astoria, sorprendida.

— No lo hago a propósito — se defendió Harry.

Aguardé. No podía hacerle daño a Potter porque mi señor lo necesitaba, pero cuando fue a buscar a Dumbledore aproveché para aturdir a Krum.

Krum gruñó. La profesora Sprout respiró hondo antes de leer:

Y maté a mi padre.

Hubo jadeos y gritos ahogados.

¡Nooooo! —gimió Winky—. ¡Amo Barty, amo Barty!, ¿qué está diciendo?

Usted mató a su padre —dijo Dumbledore, en el mismo tono suave—. ¿Qué hizo con el cuerpo?

Lo llevé al bosque y lo cubrí con la capa invisible. Llevaba conmigo el mapa: vi en él a Potter entrar corriendo en el castillo y tropezarse con Snape, y luego a Dumbledore con ellos. Entonces Potter sacó del castillo a Dumbledore. Yo volví a salir del bosque, di un rodeo y fui a su encuentro como si llegara del castillo. Le dije a Dumbledore que Snape me había indicado adónde iban.

Algunos miraron a Snape, como si esperaran que él confirmara la historia de Crouch. El profesor los ignoró olímpicamente.

»Dumbledore me pidió que fuera en busca de mi padre, así que volví junto a su cadáver, miré el mapa y, cuando todo el mundo se hubo ido, lo transformé en un hueso... y lo enterré cubierto con la capa invisible en el trozo de tierra recién cavada delante de la cabaña de Hagrid.

— ¡En un hueso!

— ¡Lo transformó en un hueso!

— ¿Está enterrado frente a la cabaña de Hagrid?

De nuevo, las voces se solapaban unas con otras.

— La verdad es que tienes que odiar mucho a tu padre para convertirlo en un hueso — dijo Ron, ignorando el tumulto del resto del comedor.

— Y para enterrar el hueso en el suelo como si fueras un perro — añadió Seamus.

Cuando hubo suficiente silencio como para continuar, la profesora Sprout siguió leyendo.

Entonces se hizo un silencio total salvo por los continuados sollozos de Winky. Luego dijo Dumbledore:

Y esta noche...

Me ofrecí a llevar la Copa del torneo al laberinto antes de la cena —musitó Barty Crouch—. La transformé en un traslador. El plan de mi señor ha funcionado: ha recobrado sus antiguos poderes y me cubrirá de más honores de los que pueda soñar un mago.

— Es impresionante que consiguiera hacer todo eso sin que nadie se diera cuenta — dijo Parvati, horrorizada.

La sonrisa demente volvió a transformar sus rasgos, y la cabeza cayó inerte sobre un hombro mientras Winky sollozaba y se lamentaba a su lado.

— Ese es el final — dijo la profesora Sprout, y se hizo el silencio.


● LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL:LUXERII 

Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

  Hospital San Mungo de enfermedades y Heridas mágicas: ¡Ni estoy mintiendo ni me he vuelto loco! —insistió Harry a voz en grito—. ¡Le digo ...