domingo, 1 de agosto de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capitulo 34

 Priori Incantatem:


Creo que veis lo estúpido que es pensar que este niño haya sido alguna vez más fuerte que yo —dijo Voldemort—. Pero no quiero que queden dudas en la mente de nadie. Harry Potter se libró de mí por pura suerte. Y ahora demostraré mi poder matándolo, aquí y ahora, delante de todos vosotros, sin un Dumbledore que lo ayude ni una madre que muera por él. Le daré una oportunidad. Tendrá que luchar, y no os quedará ninguna duda de quién de nosotros es el más fuerte. Sólo un poquito más, Nagini —susurró, y la serpiente se retiró deslizándose por la hierba hacia los mortífagos—. Ahora, Colagusano, desátalo y devuélvele la varita.

El señor Weasley levantó la mirada del libro y todos supieron que ese era el final.

— ¿Qué opináis? — dijo Dumbledore. — ¿Consideráis oportuno leer un capítulo más o hacemos un descanso ahora mismo?

— ¡No!

Varias personas gritaron y otras tantas protestaron en voz alta, pidiendo que la lectura continuara. El señor Weasley marcó la página y regresó a su asiento, momento que Dumbledore aprovechó para pedir nuevos voluntarios.

A pesar de que casi todos los estudiantes tenían muchas ganas de leer cómo había sido el duelo entre Harry y Voldemort, no hubo muchos que se ofrecieran voluntarios para leer. De hecho, había alumnos que todavía tenían expresiones de miedo e incluso mejillas y narices rojas de tanto llorar por Cedric y por el regreso de Voldemort.

Pero hubo una valiente Ravenclaw que levantó la mano y fue escogida por el director para leer en voz alta. La chica subió a la tarima, su melena castaña ondeando con cada paso, tomó el libro y leyó:

— Priori incantatem.

Hubo murmullos llenos de curiosidad, pero nadie preguntó nada.

Colagusano se acercó a Harry, que intentó sacudirse su aturdimiento y apoyar en los pies el peso del cuerpo antes de que le desataran las cuerdas.

— Bien, bien… — murmuró Sirius. — Que no te vean caer…

Colagusano levantó su nueva mano plateada, le sacó la bola de tela de la boca, y luego, de un solo golpe, cortó todas las ataduras que sujetaban a Harry a la lápida.

Durante una fracción de segundo, Harry podría haber pensado en huir, pero la pierna herida le temblaba, y los mortífagos cerraban filas, tapando los huecos de los que faltaban y formando un cerco más apretado en torno a Voldemort y él.

— No tenías escapatoria — dijo Hermione despacio. Había un deje tembloroso en su voz.

Colagusano se dirigió hacia el lugar en que yacía el cuerpo de Cedric,

Algunos hicieron muecas.

y regresó con la varita de Harry, que le puso con brusquedad en la mano, sin mirarlo, para volver luego a ocupar su sitio en el círculo de mortífagos.

¿Te han dado clases de duelo, Harry Potter? —preguntó Voldemort con voz melosa. Sus rojos ojos brillaban a través de la oscuridad.

—La lección de Lockhart no es que fuera precisamente útil… — dijo Angelina con tono preocupado.

Aquellas palabras le hicieron recordar a Harry, como si se tratara de una vida anterior, el club de duelo al que había asistido brevemente en Hogwarts dos años antes...

— Normal que te pareciera una vida anterior — murmuró Hermione. — En esas circunstancias…

Y era cierto. Harry sentía que, estando en el cementerio, hasta lo ocurrido aquel mismo día antes de la prueba le habría parecido muy, muy lejano.

Todo cuanto había aprendido en él era el encantamiento de desarme, Expelliarmus. ¿Y qué utilidad podría tener quitarle la varita a Voldemort, si es que conseguía hacerlo, cuando estaba rodeado de mortífagos y serían por lo menos treinta contra uno? Nunca había aprendido nada que fuera adecuado para aquel momento.

Harry vio cómo Neville se erguía, con rostro serio, y vio también a Seamus y Dean intercambiar miradas. Se fijó entonces en el resto de miembros del E.D. y notó que todos tenían expresiones similares: seriedad, concentración, decisión.

Sintió una nota de orgullo en su interior. Puede que a él le hubiera pillado desprevenido aquel duelo, pero no dejaría que a sus compañeros les sucediera lo mismo.

Sabía que se iba a enfrentar a aquello contra lo que siempre los había prevenido Moody: la maldición Avada Kedavra, que no se podía interceptar. Y Voldemort tenía razón: aquella vez su madre no se encontraba allí para morir por él. Estaba completamente desprotegido...

Muchos se removieron en sus asientos, incómodos y nerviosos. La señora Weasley se retorcía los dedos de las manos en un tic nervioso.

Saludémonos con una inclinación, Harry —dijo Voldemort, agachándose un poco, pero sin dejar de presentar a Harry su cara de serpiente—. Vamos, hay que comportarse como caballeros... A Dumbledore le gustaría que hicieras gala de tus buenos modales. Inclínate ante la muerte, Harry.

Se oyeron jadeos. Harry cerró los ojos por un instante.

Aunque había sido la chica de Ravenclaw la que había hablado, esa última frase casi la había podido escuchar con la voz fría de Voldemort. Cada palabra de aquel encuentro estaba grabada a fuego en su memoria.

Los mortífagos volvieron a reírse. La boca sin labios de Voldemort se contorsionó en una sonrisa. Harry no se inclinó. No iba a permitir que Voldemort se burlara de él antes de matarlo... no iba a darle esa satisfacción...

Muchos alumnos se mostraron impresionados.

— ¡Así se habla! — aplaudió Sirius.

— ¡Bien, Harry! — dijo Fred a la vez. George y Lee Jordan sonreían.

Ron le dio varias palmaditas en el brazo, mostrando así su orgullo.

He dicho que te inclines —repitió Voldemort, alzando la varita.

Harry sintió que su columna vertebral se curvaba como empujada firmemente por una mano enorme e invisible, y los mortífagos rieron más que antes.

— Panda de hijos de…

Pero Ron no terminó la frase, probablemente al recordar que su madre estaba presente.

Muy bien —dijo Voldemort con voz suave, y, cuando levantó la varita, la presión que empujaba a Harry hacia abajo desapareció—. Ahora da la cara como un hombre. Tieso y orgulloso, como murió tu padre...

Sirius soltó un gruñido y varias personas se sobresaltaron. Lupin se tensó tanto que era visible lo apretada que tenía la mandíbula.

Señores, empieza el duelo.

En el ambiente se respiraba emoción y nerviosismo a partes iguales. El dolor causado por la pérdida de Cedric solo impulsaba a que muchos quisieran que Harry ganara el duelo a toda costa.

Voldemort levantó la varita una vez más, y, antes de que Harry pudiera hacer nada para defenderse, recibió de nuevo el impacto de la maldición cruciatus. El dolor fue tan intenso, tan devastador, que olvidó dónde estaba: era como si cuchillos candentes le horadaran cada centímetro de la piel, y la cabeza le fuera a estallar de dolor. Gritó más fuerte de lo que había gritado en su vida.

Neville se había puesto muy pálido, pero no era el único. Ese primer ataque había hecho que la emoción se tornara en aprensión con mucha rapidez. Ron apretó el antebrazo de Harry con fuerza y Hermione se llevó las manos a la boca, horrorizada. Ginny, por su parte, miraba hacia el libro con los dientes apretados y la mirada llena de rabia, de un modo muy similar al de Fred y George.

Harry se fijó entonces en los profesores y vio que tanto la profesora Sprout como McGonagall estaban blancas de la impresión, y Flitwick se mordía las uñas. La señora Pomfrey tenía una expresión amarga en el rostro.

Y luego todo cesó. Harry se dio la vuelta y, con dificultad, se puso en pie. Temblaba tan incontrolablemente como Colagusano después de cortarse la mano.

— Ay, no. No quiero escuchar más — Lavender escondió la cara en el hombro de Parvati, que la abrazó.

En su tambaleo llegó hasta el muro de mortífagos, que lo empujaron hacia Voldemort.

Un pequeño descanso —dijo Voldemort, dilatando de emoción las alargadas rendijas de la nariz—, una breve pausa... Duele, ¿verdad, Harry? No querrás que lo repita, ¿a que no?

— Es un sádico… Lo está disfrutando — dijo Alicia, asqueada y horrorizada a partes iguales.

Solo entonces se dio cuenta Harry de que estaban leyendo frente a todo el colegio cómo Voldemort lo torturó. Pensó que tendría que estar más incómodo, más nervioso, pero era como si toda su energía se hubiera evaporado tras leer la tercera prueba.

Harry no respondió. Moriría como Cedric. Aquellos ojos rojos despiadados se lo estaban diciendo: iba a morir, y no podía hacer nada para evitarlo.

— No te rindas… No te rindas… — murmuraba Ginny.

Pero a lo que no estaba dispuesto era a doblegarse. No iba a obedecer a Voldemort... no iba a implorarle...

— Bien, bien.

— ¡Vamos, Harry!

Varias personas exclamaron a pesar de la tensión.

Te he preguntado si quieres que lo repita —dijo Voldemort con voz suave—. ¡Respóndeme! ¡Imperio!

Se oyeron jadeos. Hermione le agarró el brazo con fuerza.

Y, por tercera vez en su vida, Harry sintió la sensación de que su mente se vaciaba de todo pensamiento... Era una bendición, no pensar; era como flotar, soñar...

Esta vez, nadie pensó que sonaba agradable. Sabiendo que se trataba de una maldición imperio hecha por el mismísimo Voldemort, que fuera descrita como una "bendición" solo la hacía más aterradora.

Di simplemente «no, por piedad»... Di «no, por piedad»... Simplemente dilo...

«No lo haré —dijo otra voz más fuerte desde la parte de atrás de la cabeza—; no responderé...»

— Vamos, Harry, resiste — lo animaba Sirius, que miraba hacia el libro con aprensión a pesar de ser perfectamente consciente de que Harry había sobrevivido a aquella batalla.

Di «no, por piedad»...

«No lo haré, no lo diré...»

Di «no, por piedad»...

¡NO LO HARÉ!

Y estas palabras brotaron de la boca de Harry.

Algunos sonrieron. Otros, impresionados, miraron a Harry con admiración.

Ron sonrió con alivio y Hermione, que había estado aguantando la respiración, dejó escapar un suspiro.

Retumbaron en el cementerio, y la somnolencia desapareció tan de repente como si le hubieran echado un jarro de agua fría. Pero regresaron inmediatamente los dolores que la maldición cruciatus le había dejado en todo el cuerpo, y la conciencia del lugar y la situación en que se encontraba.

— ¿La maldición cruciatus duele incluso después de sufrirla? — preguntó un niño de primero, confuso y aterrado.

— Las secuelas de una exposición prolongada a la maldición son incluso peores que el simple dolor — respondió la señora Pomfrey.

Harry miró a Neville de reojo y vio que este tenía la vista fija en el suelo.

¿No lo harás? —dijo Voldemort en voz baja, y los mortífagos no se rieron aquella vez—. ¿No dirás «no, por piedad»? Harry, la obediencia es una virtud que me gustaría enseñarte antes de matarte... ¿tal vez con otra pequeña dosis de dolor?

Se oyeron algunos improperios, especialmente de parte de miembros de la Orden.

Voldemort levantó la varita, pero aquella vez Harry estaba listo: con los reflejos adquiridos en los entrenamientos de quidditch, se echó al suelo a un lado. Rodó hasta quedar a cubierto detrás de la lápida de mármol del padre de Voldemort, y la oyó resquebrajarse al recibir la maldición dirigida a él.

Se escucharon gritos. Algunos aplaudieron y Wood dejó escapar un "¡Así se hace!" lleno de orgullo que se escuchó por todo el comedor.

No vamos a jugar al escondite, Harry —dijo la voz suave y fría de Voldemort, acercándose más entre las risas de los mortífagos—. No puedes esconderte de mí. ¿Es que estás cansado del duelo? ¿Preferirías que terminara ya, Harry? Sal, Harry... sal y da la cara. Será rápido... puede que ni si quiera sea doloroso, no lo sé... ¡Como nunca me he muerto...!

— ¿Se supone que eso es un chiste? — dijo Angelina, asombrada. — ¿Está… intentando bromear?

— Tiene un sentido del humor muy retorcido — replicó Katie.

Harry permaneció agachado tras la lápida, comprendiendo que había llegado su fin. No había esperanza... nadie iba a ayudarlo.

El silencio regresó al comedor de inmediato. Harry podía escuchar las respiraciones agitadas de sus amigos.

Y, al oír a Voldemort acercarse aún más, sólo supo una cosa que escapaba al miedo y a la razón: que no iba a morir agachado como un niño que jugara al escondite, ni iba a morir arrodillado a los pies de Voldemort. Moriría de pie como su padre, intentando defenderse aunque no hubiera defensa posible.

Nadie dijo nada. No hizo falta. Harry vio con toda claridad cómo Sirius parecía hincharse de orgullo: cómo lo miró fijamente con ojos brillantes, el atisbo de una sonrisa en los labios, con la cabeza bien alta.

Azorado, apartó la mirada, pero entonces vio al señor Weasley sonreír orgulloso, como si fuera su propio hijo el que hubiera dicho esas palabras. La señora Weasley no se quedaba atrás: aunque seguía nerviosa, había un deje de algo duro en su mirada, de una fuerza protectora que Harry no estaba acostumbrado a ver.

Trató de no cruzar miradas con sus amigos. Tenía a Ron y Hermione, uno a cada lado, agarrando sus brazos como si temieran que fuera a desaparecer… o como si quisieran calmarlo, apoyarlo, darle fuerzas. O quizá era una mezcla de todo.

Antes de que Voldemort asomara la cabeza de serpiente por el otro lado de la lápida, Harry se había levantado; agarraba firmemente la varita con una mano, la blandía ante él, y se abalanzaba al encuentro de Voldemort para enfrentarse con él cara a cara.

— Vamos… — murmuró Ron.

Parvati y Lavender seguían abrazadas y no parecían tener ninguna intención de soltarse.

Voldemort estaba listo. Al tiempo que Harry gritaba «¡Expelliarmus!», Voldemort lanzó su «¡Avada Kedavra!».

Se oyeron grititos ahogados.

— ¡Ha ido directamente a por la maldición asesina! — exclamó Ernie, muy pálido.

— ¿Cómo sobreviviste? — preguntó una chica de segundo, asombrada.

Harry no respondió.

De la varita de Voldemort brotó un chorro de luz verde en el preciso momento en que de la de Harry salía un rayo de luz roja, y ambos rayos se encontraron en medio del aire. Repentinamente, la varita de Harry empezó a vibrar como si la recorriera una descarga eléctrica. La mano se le había agarrotado, y no habría podido soltarla aunque hubiera querido.

Los profesores y los miembros de la Orden escuchaban con suma atención. Fudge tenía el ceño fruncido y parecía no comprender lo que sucedía.

Entre los alumnos, la emoción generalizada era el asombro, así como la preocupación.

— Eso no es normal… — dijo Justin, confuso.

Un estrecho rayo de luz que no era de color rojo ni verde, sino de un dorado intenso y brillante, conectó las dos varitas, y Harry, mirando el rayo con asombro, vio que también los largos dedos de Voldemort aferraban una varita que no dejaba de vibrar.

— ¿Qué fue eso? — preguntó Susan Bones, intrigada.

— Es como si los dos hechizos se hubieran fusionado — dijo Colin.

— Dudo que eso sea posible— replicó un amigo suyo.

Y entonces (nada podría haber preparado a Harry para aquello) sintió que sus pies se alzaban del suelo.

Hubo jadeos. La confusión cada vez era mayor.

Tanto él como Voldemort estaban elevándose en el aire, y sus varitas seguían conectadas por el hilo de luz dorada. Se alejaron de la lápida del padre de Voldemort, y fueron a aterrizar en un claro de tierra sin tumbas.

— ¿Las varitas os alejaron de las tumbas? — Bill tenía una expresión de profundo desconcierto. — No tiene mucho sentido.

— No tiene nada de sentido — replicó Charlie.

Los mortífagos gritaban pidiéndole instrucciones a Voldemort mientras, seguidos por la serpiente, volvían a reunirse y a formar el círculo en torno a ellos. Algunos sacaron las varitas.

— Pretendían atacar a Potter todos juntos — dijo Roger Davies. — ¡Vaya cobardes!

Se oyeron murmullos de gente que estaba de acuerdo con él.

Harry se fijó en Malfoy, que parecía preocupado.

El rayo dorado que conectaba a Harry y Voldemort se escindió. Aunque las varitas seguían conectadas, mil ramificaciones se desprendieron trazando arcos por encima de ellos, y se entrelazaron a su alrededor hasta dejarlos encerrados en una red dorada en forma de campana, una especie de jaula de luz, fuera de la cual los mortífagos merodeaban como chacales, profiriendo gritos que llegaban adentro amortiguados.

— Suena muy bonito, como fuegos artificiales — dijo Dennis Creevey.

Algunos lo miraron como si estuviera loco.

¡No hagáis nada! —les gritó Voldemort a los mortífagos.

Harry vio que tenía los ojos completamente abiertos de sorpresa ante lo que estaba ocurriendo, y que forcejeaba en un intento de romper el hilo de luz que seguía uniendo las varitas. Harry agarró la suya con más fuerza utilizando ambas manos, y el hilo dorado permaneció intacto.

¡No hagáis nada a menos que yo os lo mande! —volvió a gritar Voldemort.

— Parece que, de nuevo, a Quien-Vosotros-Sabéis se le pasó algo por alto — dijo Angelina. — ¿Pero qué fue? Sin ofender, Harry, pero un simple encantamiento de desarme no tiene nada que hacer contra una maldición imperdonable… ¿Por qué vuestras varitas hicieron… lo que sea eso?

Hizo un gesto señalando al libro. Harry se planteó responderle a la pregunta, pero se arrepintió en el último momento. Iban a tener que leerlo. Si él tenía que tragarse cuatro libros enteros sobre cosas que ya sabía y esperar para leer lo verdaderamente interesante, los demás también podían aguantar las ganas de saber más.

Por ello, simplemente se encogió de hombros y señaló hacia el libro.

Y, entonces, un sonido hermoso y sobrenatural llenó el aire... Procedía de cada uno de los hilos de la red finamente tejida en torno a Harry y Voldemort. Era un sonido que Harry pudo reconocer, aunque antes sólo lo había oído una vez: era el canto del fénix.

— ¿Fawkes estaba allí? — preguntó una niña de primero.

Dumbledore negó con la cabeza.

Para Harry era un sonido de esperanza... lo más hermoso y acogedor que había oído en su vida. Sentía como si el canto estuviera dentro de él en vez de rodearlo. Era un sonido que lo conectaba a Dumbledore, como si un amigo le hablara al oído...

Sintiéndose un poco avergonzado, Harry no se atrevió a mirar a Dumbledore.

No rompas la conexión.

«Lo sé —le dijo Harry a la música—, ya sé que no debo.»

— Qué raro que le hablaras a la música — dijo Ron.

— Y qué raro que la música le hablara a él — añadió Dean, asombrado.

Pero, en cuanto lo hubo pensado, se convirtió en algo bastante más difícil de cumplir. Su varita empezó a vibrar más fuerte que antes... y el rayo que lo unía a Voldemort había cambiado también: era como si unos guijarros de luz se deslizaran de un lado a otro del rayo que unía las varitas.

Algunos escuchaban la descripción con la boca abierta.

— ¿Qué eran esos guijarros de luz? — preguntó Hannah Abbott.

— Supongo que magia poderosa muy concentrada — replicó Ernie, aunque tenía pinta de no tener ni idea de lo que decía.

Harry notó que su varita se sacudía en el interior de su mano mientras los guijarros comenzaban a deslizarse hacia su lado lenta pero incesantemente. La dirección del movimiento del rayo era de Voldemort hacia él, y notaba que su varita vibraba con enorme fuerza...

— ¡Entonces los guijarros son malos! — exclamó una chica de segundo.

Eso provocó murmullos y algunos parecieron más preocupados que antes.

Cuando el más próximo de los guijarros de luz se acercó a la varita de Harry, la madera que tenía entre los dedos se puso tan caliente que a Harry le dio miedo que se prendiera. Cuanto más se acercaba el guijarro, con más fuerza vibraba la varita de Harry. Tuvo la certeza de que, en cuanto tocara la varita, ésta se desharía. Parecía a punto de hacerse astillas entre sus dedos...

Con una mueca, Harry se preguntó si de verdad su varita se habría hecho pedazos. A juzgar por las caras de sus amigos, ellos también se lo estaban planteando.

Concentró cada célula de su cerebro en obligar al guijarro a retroceder hacia Voldemort, con el canto del fénix en los oídos y los ojos furiosos, fijos. Lentamente, muy lentamente, los guijarros se fueron deteniendo, y luego, con la misma lentitud, comenzaron a desplazarse en sentido opuesto... y entonces fue la varita de Voldemort la que empezó a vibrar con terrible fuerza.

— Bien hecho — dijo Hagrid con orgullo.

Voldemort parecía anonadado y casi temeroso.

Muchos parecían sorprendidos ante ese detalle. Sirius casi saltaba en el asiento.

— Vamos, vamos — decía.

Uno de los guijarros de luz temblaba a unos centímetros de distancia de la varita de Voldemort. Harry no sabía por qué lo hacía, no sabía qué podría sacar de aquello... pero se concentró como nunca en su vida en obligar a aquel guijarro de luz a ir hacia la varita de Voldemort, y despacio, muy despacio, el guijarro se movió a través del hilo dorado, tembló por un momento, y luego hizo contacto.

— A veces, seguir el propio instinto es la mejor arma que podemos tener — dijo Dumbledore en voz alta.

Moody asintió y Kingsley y Tonks también parecían estar de acuerdo.

De inmediato, la varita de Voldemort prorrumpió en estridentes alaridos de dolor.

Se oyeron exclamaciones.

— ¿Alaridos? ¿La varita gritó? — saltó Romilda Vane.

— ¡Imposible! — dijo Natalie McDonald. — ¿Cómo va a gritar una varita por sí sola?

La confusión era total. Muchos miraban a Harry como pidiendo explicaciones, pero él mantuvo la boca cerrada.

— A decir verdad, es fascinante… — dijo Hermione.

No parecía que Ron compartiera su opinión. Más bien, la idea de que una varita comenzara a gritar parecía provocarle mucha inquietud.

A continuación (los rojos ojos de Voldemort se abrieron de terror)

Hubo jadeos. Nadie se había imaginado alguna vez a Voldemort asustado y, el hecho de saber que era capaz de sentir esa emoción, tratándose del mago oscuro más malvado de todos los tiempos, resultaba inquietante.

Con una punzada, Harry se dio cuenta de que muchos habían imaginado a Voldemort como una especie de monstruo irreal. Un ser sin sentimientos, sin capacidad alguna para realizar tareas básicas humanas como hacer una broma, alegrarse o sentir miedo.

Y el libro estaba demostrando lo contrario. Puede que Voldemort tuviera un sentido del humor macabro y cruel, pero era capaz de hacer comentarios sarcásticos que obviamente debían divertirle. También era capaz de sentir alegría, aunque fuera debido a motivos que jamás alegrarían a alguien en su sano juicio, y podía sentir miedo, como la lectura bien acababa de recordarles a todos.

Con un deje de esperanza, Harry pensó que, quizá, cuando todo acabara, la imagen de Voldemort que todos tenían (casi como un ser irreal que estaba muy lejos de ellos) habría cambiado y todos aceptarían que Voldemort suponía una amenaza real e inminente.

una mano de humo denso surgió de la punta de la varita y se desvaneció: el espectro de la mano que le había dado a Colagusano.

Muchos intercambiaron miradas confusas.

Más gritos de dolor, y luego empezó a brotar de la punta de la varita de Voldemort algo mucho más grande, algo gris que parecía hecho de un humo casi sólido. Formó una cabeza... a la que siguieron el pecho y los brazos: era el torso de Cedric Diggory.

Amos jadeó. Levantó la cabeza hacia el libro y Harry se preguntó si el hombre estaba preparado para leer lo que venía a continuación. Harry ni siquiera estaba seguro de que él mismo estuviera preparado para ello.

Esto conmocionó a Harry de tal manera, que si en algún momento podría haber soltado la varita habría sido aquél,

— No, no… — murmuraba Ginny.

pero el instinto se lo impidió, de manera que el rayo de luz dorada siguió intacto, aunque el espeso espectro gris de Cedric Diggory (¿era un espectro?, ¡parecía corpóreo!) salió en su totalidad de la punta de la varita de Voldemort como de un túnel muy estrecho.

Cho volvía a tener lágrimas resbalando por sus mejillas. Había un deje de desesperación en los rostros de los amigos de Cedric que hizo que a Harry se le encogiera el corazón. Cuando ya pensaban que el asunto de Cedric había terminado, sucedía esto…

Y aquella sombra de Cedric se puso de pie, miró a ambos lados el rayo de luz dorada, y habló:

¡Aguanta, Harry! —dijo.

— ¡Habló! — exclamó McLaggen. — ¿Cómo es posible?

— ¿Era un fantasma? — preguntó Terry Boot a la vez.

Dumbledore negó con la cabeza. Amos Diggory, mientras tanto, miraba con profunda emoción a la chica de Ravenclaw que leía.

La voz resonó distante. Harry miró a Voldemort, que contemplaba atónito la escena, con los ojos abiertos como platos. Aquello lo había cogido tan de sorpresa como a Harry. Éste oyó los apagados gritos de terror de los mortífagos, que rondaban fuera de la campana dorada.

— Que se asusten — dijo Sirius. — Ojalá tuvieran pesadillas esa noche.

Surgieron nuevos gritos de dolor de la varita, y luego algo más brotó de la punta: la densa sombra de una segunda cabeza, rápidamente seguida de los brazos y el torso. Un viejo al que Harry había visto en cierta ocasión en un sueño salía de la punta de la varita exactamente igual que había hecho Cedric...

— ¡Es Frank Bryce! — gritó una chica de tercero.

— ¿Quién era ese? — se oyó preguntar a una voz que no dio la cara. Con exasperación, varias personas recordaron brevemente la historia de ese hombre.

Su espectro, o su sombra, o lo que fuera, cayó junto al de Cedric y, apoyándose sobre su cayado, examinó con alguna sorpresa a Harry, a Voldemort, la red dorada y las varitas conectadas.

Entonces, ¿era un mago de verdad? —dijo el viejo, fijándose en Voldemort—.Me mató, ése lo hizo... ¡Pelea bien, muchacho!

— ¡Vamos, vamos! — Fred y George parecían estar animándose ahora que la situación estaba a favor de Harry. Su entusiasmo era contagioso, a juzgar por las caras de Angelina, Katie y Alicia.

Pero ya estaba surgiendo una nueva cabeza... y aquélla, gris como una estatua de humo, era la de una mujer. Soportando las sacudidas con ambas manos para no soltar la varita, Harry la vio caer al suelo y levantarse como los otros, observando.

La sombra de Bertha Jorkins contempló con los ojos muy abiertos la batalla que tenía lugar ante ella.

— Oh, Bertha… — Fudge dejó escapar el aliento. Estaba sudoroso y no se perdía detalle de la lectura, a pesar del aspecto agotado que presentaba.

¡No sueltes! —le gritó, y su voz retumbó al igual que la de Cedric, como si llegara de muy lejos—. ¡No sueltes, Harry, no sueltes!

El silencio regresó, quizá porque hasta ahora todos los espectros habían pertenecido a gente cuyas muertes se habían leído en el libro… pero Bertha Jorkins había estado muerta desde el principio. El peso de lo que estaban leyendo cayó sobre muchos alumnos: los espíritus, sus últimas palabras, pronunciadas desde más allá de la tumba… Todo ello había sido real.

Ella y los otros dos fantasmas comenzaron a deambular por la parte interior de la campana dorada, mientras los mortífagos hacían algo parecido en la parte de fuera...

Las víctimas de Voldemort cuchicheaban rodeando a los duelistas, le susurraban a Harry palabras de ánimo y le decían a Voldemort cosas que Harry no alcanzaba a oír.

— Espero que Cedric lo insultara como merece — dijo uno de los amigos de Cedric. Tenía la voz ronca.

Varios de sus amigos murmuraron su acuerdo.

Y entonces otra cabeza salió de la punta de la varita de Voldemort...

— Ay…

Hermione tomó su mano y apretó con fuerza antes incluso de que se dijera quién era. Ella ya lo sabía.

Harry supo quién era en cuanto la vio, lo comprendió como si la hubiera estado esperando desde el momento en que Cedric había surgido de la varita, lo comprendió porque la mujer que salía era la persona en la que más había pensado aquella noche...

Harry deseaba que todos volvieran a cuchichear, pero el silencio era atronador.

La sombra de humo de una mujer joven de pelo largo cayó al suelo tal como había hecho Bertha, se levantó y lo miró... y Harry, con los brazos temblando furiosamente, devolvió la mirada al rostro fantasmal de su madre.

Harry hizo un gran esfuerzo por ignorar a todo el mundo. No necesitaba sus miradas de pena. Tampoco quería ver las expresiones llenas de dolor de Sirius y del profesor Lupin, o la tristeza en los ojos de Dumbledore. Casi inconscientemente, posó la vista sobre Snape, quien estaba increíblemente tenso.

Tu padre está en camino... —dijo ella en voz baja—. Quiere verte... Todo irá bien... ¡ánimo!...

Vio perfectamente cómo Snape apretaba la mandíbula al escuchar las palabras de Lily Potter. Con una punzada, recordó todo lo que había aprendido en los últimos días… que Snape conocía a su madre, que ella era buena en pociones, que le gustaban las pociones curativas…

Se obligó a sí mismo a seguir escuchando la lectura.

Y entonces empezó a salir: primero la cabeza, luego el cuerpo, alto y de pelo alborotado como Harry. La forma etérea de James Potter brotó del extremo de la varita de Voldemort, cayó al suelo y se puso de pie como su mujer.

Harry miró de reojo a Sirius y vio el anhelo en su mirada. Era devastador y Harry no pudo soportarlo, así que apartó la vista y la dirigió al libro.

Se acercó a Harry, mirándolo, y le habló con la misma voz lejana y resonante que los otros, pero en voz baja, para que Voldemort, cuya cara estaba ahora lívida de terror al verse rodeado por sus víctimas, no pudiera oírlo:

Cuando la conexión se rompa, desapareceremos al cabo de unos momentos... pero te daremos tiempo... Tienes que alcanzar el traslador, que te llevará de vuelta a Hogwarts. ¿Has comprendido, Harry?

Sirius dejó escapar un suspiro tembloroso. Lupin estaba blanco y Tonks los miraba a ambos con tristeza.

Mientras tanto, Ron y Hermione hacían lo que podían para apoyar a Harry. Ella todavía no le había soltado la mano y Ron definitivamente parecía querer hacerle un agujero en el brazo, de tan fuerte que lo sujetaba, pero a Harry no le molestaba.

Sí —contestó éste jadeando, haciendo un enorme esfuerzo por sostener la varita, que se le resbalaba entre los dedos.

— ¿Es esa…?

Una chica de tercero empezó a hablar, pero se detuvo de inmediato. Una amiga y ella cuchichearon un momento y, viendo las miradas curiosas de muchos, la chica se armó de valor y preguntó en voz alta:

— ¿Es esa la única conversación que has tenido que tu padre, Potter?

Algunos jadearon y la miraron mal por atreverse a decir algo así. Sin embargo, Harry ya no tenía energía para enfadarse o para ofenderse. Asintió levemente con la cabeza y siguió mirando hacia el libro.

Harry —le cuchicheó la figura de Cedric—, lleva mi cuerpo, ¿lo harás? Llévales el cuerpo a mis padres...

Lo haré —contestó Harry con el rostro tenso por el esfuerzo.

Amos volvió a esconder su cara entre las manos. Harry no sabía si lloraba o no. Tampoco quería saberlo.

Prepárate —susurró la voz de su padre—. Prepárate para correr... ahora...

¡YA! —gritó Harry.

No hubiera podido aguantar ni un segundo más. Levantó la varita con todas sus fuerzas, y el rayo dorado se partió. La jaula de luz se desvaneció y se apagó el canto del fénix, pero las víctimas de Voldemort no desaparecieron: lo cercaron para servirle a Harry de escudo.

Se escucharon murmullos, ya que muchos alumnos animaban en voz baja a los espectros. Harry pudo distinguir la voz de Dean diciendo por lo bajo "vamos, vamos, vamos".

Y Harry corrió como nunca lo había hecho en su vida, golpeando a dos mortífagos atónitos para abrirse paso.

— ¡Bien, Harry!

— ¡Tú puedes!

— ¡Dales fuerte!

Fred, George y Lee parecían muy emocionados al saber que Harry le había pegado a dos mortífagos. Harry no pudo evitar sentirse un poquito orgulloso.

Corrió en zigzag por entre las tumbas, notando tras él las maldiciones que le arrojaban, oyéndolas pegar en las lápidas: fue esquivando tumbas y maldiciones, dirigiéndose como una bala hacia el cuerpo de Cedric, olvidado por completo del dolor de la pierna, concentrado con todas sus fuerzas en lo que tenía que hacer.

— ¡Guau! — exclamó Colin. Le brillaban los ojos.

— Ese es el poder de la adrenalina — dijo Hermione.

¡Aturdidlo! —oyó gritar a Voldemort.

— Ya no es tan valiente — dijo Hagrid en voz alta. — ¿No decía que Harry era solo un niño y que iba a derrotarlo frente a todos? ¡Ja! ¡Y ahora va pidiendo ayuda!

A tres metros de Cedric, Harry se parapetó tras un ángel de mármol para evitar los chorros de luz roja. La punta de una de las alas del ángel cayó rota al ser alcanzada por las maldiciones.

— Oh, no — la señora Weasley parecía tremendamente preocupada.

Entre los alumnos, la emoción se hacía cada vez mayor. Muchos se hicieron hacia delante en sus asientos, no queriendo perderse ni un detalle.

Agarrando más fuerte la varita, salió corriendo.

¡Impedimenta! —gritó, apuntando con la varita por encima del hombro a los mortífagos que lo perseguían.

Por un grito amortiguado, pensó que había dado al menos a uno de ellos, pero no tenía tiempo de pararse a mirar.

— ¡Bien!

— ¡Venga, Harry!

Cada vez se sumaban más voces a los gritos de ánimo. El ver que Harry estaba luchando (y ganando) hizo que muchos hicieran a un lado la impresión que todavía sentían.

Saltó sobre la Copa y se echó al suelo al oír más maldiciones tras él. Nuevos chorros de luz le pasaron por encima de la cabeza mientras, tumbado, alargaba la mano para coger el brazo de Cedric.

¡Apartaos! ¡Lo mataré! ¡Es mío! —chilló Voldemort.

— Más quisieras — dijo Sirius con rabia.

La mano de Harry había aferrado a Cedric por la muñeca. Entre él y Voldemort se interponía una lápida, pero Cedric pesaba demasiado para arrastrarlo, y la Copa quedaba fuera de su alcance.

— ¡Usa la varita!

— ¡Tu varita, Potter!

Varias voces exclamaron y Harry ni siquiera supo quiénes habían hablado.

Los rojos ojos de Voldemort destellaron en la oscuridad. Harry lo vio curvar la boca en una sonrisa, y levantar la varita.

Hubo jadeos y gritos ahogados.

— ¡No!

— ¡Rápido!

— ¡Huye!

¡Accio! —gritó Harry, apuntando a la Copa de los tres magos con la varita. La Copa voló por el aire hasta él. Harry la cogió por un asa.

— ¡SÍ! — gritó Hagrid.

Los gemelos vitorearon y muchos alumnos sonrientes se unieron a la celebración. Resultaba extraño, porque, mientras una parte del alumnado se alegraba porque Harry hubiera sobrevivido, la otra todavía se encontraba demasiado angustiada como para celebrar nada.

Oyó el grito furioso de Voldemort en el mismo instante en que él sentía la sacudida bajo el ombligo que significaba que el traslador había funcionado: se alejaba de allí a toda velocidad en medio de un torbellino de viento y colores, y Cedric iba a su lado. Regresaban...

— Y así termina — anunció la chica de Ravenclaw.

En ese mismo instante, como si hubieran estado esperando al momento idóneo, las puertas del comedor se abrieron. Uno de los desconocidos del futuro se encontraba en el umbral y Harry, sin saber por qué, sintió que algo se avecinaba.



• LA HISTORIA NO ES MIA, LA PUEDES ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FFNET AUTORA : Luxerii 


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