sábado, 18 de septiembre de 2021

Leyendo la orden del fenix, introducción

 INTRODUCCION 

Los tres amigos intercambiaron miradas, pero hicieron exactamente lo que Harry les pedía. No hablaron de Voldemort, ni de los libros, ni de Percy y el resto de encapuchados del futuro. Hablaron de quidditch, de lo obvio que era que Ernie Macmillan y Lisa Turpin habían tenido un romance accidentado, de lo bonito que se veía el bosque desde la torre de Astronomía. Para cuando alguien mencionó a los elfos domésticos y Hermione se puso a divagar sobre la PEDDO, Harry ya se había quedado dormido.

Harry se despertó temprano la mañana del 12 de diciembre. Mientras escuchaba los ronquidos incesantes de Ron y de Neville, todavía acostado bajo las mantas en la oscuridad del dormitorio de Gryffindor, se sorprendió al darse cuenta de que no había tenido ninguna pesadilla. Después del día tan horrible que había vivido, resultaba todo un logro haber podido dormir del tirón. Ni siquiera recordaba haber soñado con el cementerio o con Cedric. Y, ciertamente, no había soñado nada sobre la profecía.

Sintió una punzada de nervios. Ahora, con la mente más despejada tras una buena noche de sueño y sin las miradas inquisitivas de Dumbledore y de sus amigos, podía centrarse en todo lo que había descubierto el día anterior.

Percy era uno de los encapuchados. Percy Weasley, el mismo que llevaba todo el año lamiéndole los zapatos a Fudge, era quien había traído los libros que iban a desprestigiarlo. Jamás se lo habría imaginado, pero supuso que perder a un hermano podía cambiar mucho a una persona.

Desearía poder hablar con él a solas. Le gustaría preguntarle muchísimas cosas, aunque estaba seguro de que no recibiría casi ninguna respuesta. Aun así, a pesar de lo frustrante que era saber que le estaban ocultando información, se sentía mucho más tranquilo que en días anteriores. Si tanto Percy como George eran encapuchados, entonces también podía confiar en el resto. No eran mortífagos. Por millonésima vez, se preguntó por qué era tan importante que ocultaran sus identidades, pero no se le ocurría ninguna razón.

Y hablando de ocultar información…

El secreto que Dumbledore le había revelado el día anterior pesaba en lo más profundo de su consciencia. La profecía…

Se había preguntado muchas veces por qué Voldemort había elegido a sus padres aquella noche. Y, todo este tiempo, la razón había sido él mismo. Voldemort lo buscaba a él… Sus padres solo habían sido daño colateral.

Los encapuchados le habían dicho el día anterior que ni se le pasara por la cabeza sentirse culpable. Insistían en que la decisión de hacer caso a esa estúpida profecía había sido exclusivamente de Voldemort, por lo que Harry no tenía ninguna responsabilidad al respecto. Solo había sido un bebé.

Veía el sentido que tenían esas palabras y, aun así, no podía evitar escuchar una vocecita en su cabeza que le susurraba que, si no fuera por él, sus padres estarían vivos.

Y lo peor era que su sacrificio había sido en vano. Voldemort no descansaría hasta haberlo asesinado, eso estaba claro. A Harry todavía le costaba asimilar que Voldemort lo viera como una amenaza. No era más que un estudiante de quinto curso y ni siquiera era el mejor de la clase. Pero bueno, tampoco había sido un bebé especialmente prodigioso y a Voldemort le había dado igual.

Iría a por él. Eventualmente, tendrían que luchar y solo uno de los dos sobreviviría. Era como saber que el día del juicio final se acerca y no poder hacer nada para evitarlo.

Una parte de él quería ponerse a gritar de tan solo pensar en lo que se le venía encima. Era injusto, era terriblemente injusto. ¿Por qué no podía vivir una vida tranquila? ¿Por qué su vida tenía que estar centrada alrededor de las decisiones de un loco? ¿Por qué tendría que asesinar o ser asesinado? Cuando notó que los ojos empezaban a picarle sospechosamente y que el nudo en su garganta se hacía más grande, se obligó a respirar hondo. Tuvo que intentarlo varias veces, ya que la primera vez solo consiguió soltar un suspiro tembloroso, pero finalmente logró mantener sus emociones bajo control.

Los encapuchados le habían prometido que le ayudarían hasta el final. Para eso estaban leyendo: para darle a Harry toda la información y todas las herramientas necesarias para derrotar a Voldemort. Y lo hacían de manera pública para que todos, estudiantes, profesores, e invitados, supieran la enorme bala que acababan de esquivar: una guerra de la que nadie, absolutamente nadie, había salido ileso. Una guerra que había destrozado sus vidas. Una guerra en la que muchos habían participado por voluntad propia, y no en el bando correcto.

Y Harry tenía la misión de ponerle fin a esa guerra, antes siquiera de que pudiera empezar. Sentía que lo que le pedían los encapuchados (y lo que exigía esa maldita profecía) era demasiado. Y, al mismo tiempo, sabía que no tenía elección. Hiciera lo que hiciera, Voldemort lo buscaría y tendrían que luchar. Así que la única opción que le quedaba era prepararse lo máximo posible para cuando ese momento llegara.

Había algo que Dumbledore le había dicho el día anterior y que a Harry le había impresionado, y es que el director le había pedido que no viera todo el asunto de la profecía como una especie de destino inevitable. ¿Acaso no era precisamente eso lo que era? Sin embargo, Dumbledore no parecía pensar así. El director había insistido en que la profecía solo tenía el valor que Voldemort le había otorgado. Voldemort había decidido hacerle caso y, al hacerlo, había provocado precisamente la situación que había pretendido evitar. Eso no significaba que Harry tuviera que aceptar su destino y acudir a la llamada de Voldemort como un cerdo llevado al matadero. Lo único que significaba, según Dumbledore, era que Voldemort volvería a atacarle, y que Harry debía estar preparado para luchar con tanta fuerza como pudiera.

Si quería tener una mínima oportunidad de sobrevivir, Harry tendría que repetir lo mismo que había vivido en el cementerio, cuando había tomado la decisión de levantarse del suelo, salir de su escondite y luchar cara a cara con Voldemort. En aquel momento, había decidido que, si iba a morir, lo haría de pie.

Con fiereza, pensó que seguía creyendo lo mismo. Puede que la expectativa de luchar contra Voldemort hasta la muerte fuera aterradora, pero no iba a rendirse tan fácilmente. Quizá no podía escapar de su destino, pero podía asegurarse de caer con la cabeza bien alta.

Sintiendo una repentina determinación que no había sentido en mucho tiempo, se levantó de la cama y se cambió de ropa. No podía estar ni un segundo más en el dormitorio.

Todavía era muy temprano, a pesar de que había pasado un buen rato en la cama rumiando sus pensamientos. No era de extrañar: se había ido a dormir mucho antes que los demás, sin siquiera haber cenado. Con toda seguridad, el desayuno todavía no se estaba sirviendo en el comedor, pero, como se moría de hambre, decidió bajar directamente a las cocinas. Después de todo, no tenía nada mejor que hacer a esas horas.

Salió del dormitorio y bajó las escaleras. Tal como esperaba, no había nadie en la sala común. Cruzo la estancia y salió por el hueco del retrato. La Señora Gorda se despertó sobresaltada y gruñó un "buenos días" antes de volverse a dormir.

Harry caminó por los pasillos vacíos, disfrutando del silencio y la calma que ofrecían. Sin embargo, es precisamente en ese tipo de silencios tan profundos en los que el más mínimo ruido parece sonar amplificado. Por ello, pudo captar el sonido inconfundible de un par de zapatos rozando contra el suelo. Confuso, Harry se paró en seco y aguzó el oído. El sonido había venido del pasillo que cruzaba justo frente a él. Con cautela, más despacio que antes, se acercó al cruce entre pasillos y miró a la izquierda.

Draco Malfoy se encontraba allí de pie, apoyado en uno de los ventanales con cristaleras que decoraban esa parte del castillo. Miraba hacia fuera con aspecto serio, casi melancólico. Harry quiso dar un paso atrás, tratando de que Malfoy no notara su presencia, pero ya era tarde.

— ¿Deambulando por los pasillos fuera de hora, Potter? Eso serán diez puntos menos — dijo Malfoy, arrastrando las palabras. Ni siquiera miró más de un segundo hacia el lugar donde estaba Harry, sino que volvió a girar la cabeza para observar los terrenos del colegio.

— El sistema de puntos ya no funciona — le recordó Harry.

Malfoy se encogió de hombros.

— Me los apunto para otra ocasión, entonces, aunque creo que no hará falta. Con todo lo que estamos leyendo, a Gryffindor no le quedarán puntos para cuando acabe el trimestre. El profesor Snape se encargará de ello.

— Así que admites que Snape hace lo que quiere con los puntos — dijo Harry. Malfoy volvió a encogerse de hombros. No parecía ni avergonzado ni preocupado por ello. De hecho, no parecía estar sintiendo nada en particular. Había un deje de cansancio en sus ojos y Harry se preguntó qué narices hacía Malfoy a esas horas allí en vez de estar durmiendo plácidamente en su dormitorio.

— ¿Te vas a quedar ahí, Potter?

— ¿Te molesta? — Harry no tenía ninguna intención de pasar más del tiempo estrictamente necesario junto a Malfoy, pero le intrigaba saber qué hacía allí tan temprano.

Malfoy pareció pensarse la respuesta durante unos momentos antes de volver a encogerse de hombros y mirar de nuevo por la ventana.

— ¿No deberías estar en el dormitorio de Slytherin? — preguntó Harry.

Malfoy soltó un bufido.

— ¿Cuántas veces tienen que llamarte cotilla para que captes la indirecta?

Harry se ruborizó. Era cierto que muchos alumnos habían usado esa palabra para definirlo durante la lectura. Pero no es que fuera un cotilla… Solía estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Así se enteraba de las cosas, no porque lo intentara a propósito. Excepto en alguna ocasión. Como ahora.

— No me has respondido — replicó Harry.

— Ni lo voy a hacer. Te podría hacer la misma pregunta, pero yo no soy un metomentodo como tú.

Harry soltó un bufido.

— No, claro que no lo eres. Lo de contarle a Skeeter mentiras sobre mí lo hiciste por amor al periodismo de calidad.

— Cierra el pico — resopló Malfoy.

— No me apetece — dijo Harry, y era cierto. Había algo raro en la forma en la que Malfoy estaba actuando y quería averiguar de qué se trataba. — ¿Y bien? ¿Me vas a decir qué haces aquí solo a estas horas?

— No — Malfoy se apartó de la ventana. — No te ofendas, Potter, pero llevo días escuchando tu nombre cada minuto. No tengo ganas de verte la cara en los pocos ratos libres que nos deja esa estúpida lectura sobre tu vida.

Echó a andar por el pasillo, dándole la espalda a Harry.

— Ah, ¿te parece que la lectura es estúpida? Bueno, supongo que no te ha hecho mucha gracia leer cómo tu padre se arrodillaba frente a Voldemort pidiendo clemencia.

Malfoy paró en seco.

— O quizás sí — continuó Harry, viendo que había conseguido una reacción. — Dime, Malfoy. ¿Te ha gustado leer todo lo que sucedió en el cementerio? Estoy seguro de que habrías deseado estar allí, con los tuyos.

— Cierra la boca — Malfoy se dio la vuelta y Harry se sorprendió al ver lo enfadado que estaba. — No tienes ni idea, Potter. Así que cierra la boca.

— ¿Qué pasa? ¿Es que no te ha gustado el libro? La verdad es que tu padre no sale muy bien retratado…

— No hables de mi padre. Tú y esa maldita gente del futuro no hacéis más que meteros donde no os llaman — escupió Draco. — Dejad de hablar sobre mi padre.

— Lo dices como si no te dejaran en paz — replicó Harry. — Que yo sepa, solo te hicieron un par de advertencias. Y, bueno, lo de Crabbe…

Harry no explicó qué era lo de Crabbe, pero la risa amarga de Malfoy demostraba que recordaba exactamente a qué se refería.

— No tienes ni idea, ¿eh? Esos encapuchados no me han dejado en paz desde que llegaron — contestó Malfoy, sorprendiendo a Harry. — He hecho todo lo que me han pedido y más y aún siguen tocándome las narices.

— ¿Has seguido hablando con ellos? — exclamó Harry.

Malfoy bufó.

— Hablando, discutiendo, hasta me han puesto tareas. Es insoportable. ¿A ti no te han pedido nada?

— A mí casi ni me hablan — resopló Harry. Y era cierto. Exceptuando el día anterior, cuando al fin habían decidido ser sinceros sobre algo (Harry evitó pensar mucho en la profecía), apenas habían conversado con él.

Y le molestaba, no podía negarlo. Descubrir que George había estado en contacto con su versión del futuro y que Luna también hablaba con ellos (por algún motivo que no alcanzaba siquiera a imaginar) había resultado muy molesto. Si los libros contaban su vida y era su intimidad la que se estaba destruyendo, ¿no tendría que ser él quien estuviera en contacto con la gente del futuro? ¿Y ahora resultaba que Malfoy también había estado hablando con ellos a menudo?

— Da gracias — replicó Malfoy. — Nunca dicen nada bueno.

— Pretenden ayudarte — dijo Harry, haciendo un esfuerzo por dejar a un lado sus sentimientos encontrados sobre los encapuchados.

Malfoy volvió a reír, de esa forma sarcástica y extrañamente oscura que Harry no estaba acostumbrado a escuchar.

— ¿Ayudarme? ¿Cómo? ¿Destruyendo la reputación de mi familia? ¿Haciendo que mi padre quede como un vulgar asesino frente a todo el colegio?

— Ayudándote a no seguir sus pasos — respondió Harry. — Ya has visto lo patéticos que son los mortífagos en realidad. Ni siquiera estando de su lado puedes confiar en ellos. Solo le tienen lealtad a Voldemort.

— ¿Crees que no lo sé? — replicó Malfoy. — Crouch me convirtió en un maldito hurón delante de todo el mundo. Conocía a mi padre, y aun así…

Harry se sorprendió mucho al oír eso. No había sido consciente de que a Malfoy le hubiera molestado ese asunto, aunque, en retrospectiva, tendría que haberlo imaginado.

— Si ya lo sabes, no sé por qué sigues defendiéndolos. ¿Acaso quieres ser como tu padre?

— No todo el mundo tiene las mismas opciones, Potter.

— Yo tampoco las tengo — replicó Harry, pensando en la profecía. — Pero no todo el mundo tiene una segunda oportunidad. Parece que tomaste todas las decisiones equivocadas la primera vez, Malfoy. ¿Vas a volver a hacerlo?

Draco no se movió y Harry decidió marcharse en ese momento. La expresión de Malfoy era una que Harry nunca había visto antes y que, si era sincero, le resultaba extraña en él. Malfoy solía ser arrogante, malicioso y cruel. Jamás parecía tan confuso y… perdido.

En parte, tuvo que agradecer su encontronazo con Malfoy, porque no pensó en la profecía en todo el trayecto hacia la cocina. Una vez llegó allí, miró un par de veces a ambos lados del pasillo antes de hacerle cosquillas a la pera. La puerta se abrió y Harry fue recibido por un montón de elfos domésticos.

— ¡Harry Potter!

Dobby se abrió paso entre la multitud de elfos que le ofrecían todo tipo de alimentos y se plantó frente a él.

— Hola, Dobby.

— ¡Qué honor! — exclamaba otro elfo. — Señor Harry, ¿en qué podemos ayudarle?

— Eh… Tengo un poco de hambre…

Si hubiera dicho que hacía veinte días que no probaba bocado, los elfos habrían reaccionado de una forma muy similar. Antes de que pudiera darse cuenta, Harry se hallaba sentado en una mesa que acababan de preparar, llena de todos los platos del desayuno que se servían comúnmente en el comedor. Si Hermione lo hubiera visto, se habría escandalizado (y probablemente lo habría regañado muy fuertemente), pero ella no estaba allí, así que Harry dio las gracias por la comida y comenzó a desayunar.

Pasó la siguiente media hora en las cocinas, desayunando tranquilamente y charlando con Dobby. Hablaron sobre Winky (los otros elfos no parecían muy contentos al respecto), sobre la lectura, sobre la vida de Dobby en Hogwarts. Harry descubrió que había algo muy agradable en poder desayunar sin tener a todo el comedor mirándole y murmurando. Puede que los elfos fueran demasiado entusiastas y compartieran el objetivo de la señora Weasley de hacerle engordar diez kilos en cada comida, pero al menos no le miraban la cicatriz.

Cuando al fin salió de las cocinas, lo hizo con los bolsillos llenos de pasteles y con la sensación de haber desbloqueado nueva información sobre el funcionamiento del castillo. Había presenciado en vivo y en directo cómo los elfos comenzaban a servir el desayuno, utilizando la magia para enviar los platos hacia arriba. Había resultado bastante curioso.

De mucho mejor humor que esa mañana, Harry emprendió el camino hacia la biblioteca. No tenía nada que hacer allí, pero buscaba un sitio tranquilo donde esconderse hasta que comenzara la lectura.

Ni siquiera tenía muy claro por qué quería esconderse. Nada había cambiado del día anterior a este.

Excepto que había descubierto que tendría que convertirse en un asesino o ser asesinado.

Iba tan metido en sus pensamientos que no se dio cuenta de que un grupo de Hufflepuffs nerviosos se acercaba a él por el pasillo hasta que los tuvo encima.

— Potter.

Harry los miró con cautela. Se trataba de un grupo de alumnos de tercero. Se dio cuenta entonces de que no todos eran Hufflepuff, sino que también había un Ravenclaw en el grupo.

— Eh…

— ¿Podemos hablar contigo un momento? — preguntó uno de ellos.

— Pues…

— Seré breve — se apresuró a decir el mismo, quizá notando que Harry estaba a punto de poner una excusa para largarse. — Solo queremos disculparnos.

Eso pilló a Harry totalmente por sorpresa.

— ¿Disculparos?

— Sí… — el grupito intercambió miradas nerviosas. — Si lo que hemos leído es verdad… y creemos que es verdad… decías la verdad. Ninguno de nosotros te creía…

Harry no quería escuchar más.

— Bueno, ahora ya lo sabéis — dijo. — Si me disculpáis…

— No hace falta que nos perdones — dijo rápidamente otro de ellos, un pelirrojo. — Todo el colegio lleva meses tratándote como a un loco. Sabemos que no tienes por qué perdonarnos, nosotros solo…

— Solo queremos que sepas que lo sentimos. Y que no somos los únicos — el Ravenclaw tomó el relevo.

— Sí, tendrías que oír lo que se hablaba anoche en la sala común. Mucha gente se arrepiente de las cosas que ha dicho.

— En la sala de Ravenclaw también se habló del tema — dijo el Ravenclaw. — Muchos de los que pensaban que estabas como una regadera ya no lo piensan. Sé que más de uno querría pedirte perdón por las cosas que han dicho sobre ti, aunque no sé si tendrán el valor…

Harry no sabía qué decir. Por un lado, se alegraba de que menos gente lo considerara un loco en busca de atención. Por otro, resultaba muy incómodo tener pidiéndole perdón a un grupo de estudiantes con los que no había hablado en su vida y de los que Harry no sabía absolutamente nada.

— Eh…

— No hace falta que respondas. Solo queríamos que lo sepas. Nos vemos en el comedor — el chico que habló lo hizo muy rápido y sin mirar directamente a Harry. Agarró del brazo a dos de sus amigos y los obligó a caminar con él, alejándose de allí. El grupo entero se marchó antes de que el cerebro de Harry pudiera pensar algo que responder.

Aturdido, Harry volvió a emprender su camino hacia la biblioteca. De entre todas las cosas que se habría esperado, una disculpa colectiva no era una de ellas.

No sabía qué sentir al respecto. Lo único que tenía claro era que había sido una experiencia muy incómoda.

Llegó a la biblioteca, que estaba vacía a esas horas en las que todo el mundo se dirigía al Gran Comedor para desayunar. Buscó un lugar apartado y tomó asiento, consciente de que en menos de una hora echaría de menos ese silencio.


Mientras tanto, en otro lugar del castillo, pudo oírse el estrépito de un plato de cerámica cayendo al suelo.

— Se te ha caído el plato — observó Luna. — ¿No vas a recogerlo?

Su interlocutor no respondió. Simplemente, se quedó mirándola como si se tratara de una criatura de otro planeta.

— Yo me tengo que ir ya. Que paséis un buen día.

Luna salió de la estancia y, en cuanto cerró la puerta a sus espaldas, escucho una voz hechizada que se dirigía a ella:

— ¿Qué tal están hoy?

— Mejor — sonrió ella. — Los invitados están listos para la lectura.

— ¿Y ese ruido que se ha escuchado?

— Se le ha caído un plato. Creo que no se esperaba ver a Nick aparecer.

La otra persona soltó una risita.

— Vuelve al comedor y desayuna. Hoy va a ser un día largo.

Luna sonrió y, tras despedirse con un gesto de la mano, emprendió su camino.


Harry tenía que haber sabido que la calma y el silencio durarían poco tiempo. Cuando escuchó que alguien entraba a la biblioteca a pesar de la hora, supo que le estaban buscando.

Se giró para encarar a su visitante, pero no se trataba de ningún alumno pesado ni de ningún profesor.

Era Ginny.

— Te estábamos buscando. Ron dice que ya no estabas en el dormitorio cuando se ha despertado — dijo, tomando asiento a su lado. A Harry le llegó un olor floral que debía pertenecer al champú que ella usaba. Era muy agradable.

— No podía dormir más.

— ¿Has dormido bien?

Harry asintió.

— Por raro que parezca, sí.

— No me parece raro — afirmó Ginny. — Ayer fue un día agotador.

Por segunda vez, Harry asintió.

— Además, lo peor ya había pasado. Quiero decir, ya habíamos leído lo de junio… — dijo Ginny. Miró a Harry fijamente, como examinando su reacción, antes de continuar: — Así que podías relajarte, ¿no?

Harry hizo una mueca. Quizá habría podido relajarse, si no hubiera sido por lo de la profecía.

Sus amigos todavía no lo sabían. Harry había evitado pensar en ello, pero era consciente de que, en algún momento, tendría que decirles la verdad. Le daba miedo pensar en cómo reaccionarían…

Su futuro estaba ligado a Voldemort. Por tanto, si sus amigos se quedaban con él, los estaría arrastrando a esa guerra. ¿Qué idiota elegiría seguir a su lado sabiendo lo que se le venía encima?

Lo peor era que, en el fondo, tenía la esperanza de que Ron y Hermione se quedaran a su lado. No sabía qué sería más doloroso: que decidieran quedarse con él poniendo en riesgo sus propias vidas, o que lo abandonaran.

— ¿Harry?

Harry se sobresaltó. Se había centrado tanto en sus pensamientos que no había oído ni una sola palabra de lo que Ginny le estaba diciendo.

— Perdona. ¿Qué decías?

— Te preguntaba qué pasó anoche. ¿Por qué el Percy del futuro tenía que hablar contigo?

Harry hizo una mueca. Ni siquiera había terminado de asimilar lo de la profecía y todas sus ramificaciones. No se sentía preparado para contarlo.

— Tenía que informarme de… cosas. ¿Qué tal se han tomado tus padres que una de las personas del futuro fuera Percy?

— Mamá se puso a llorar — admitió Ginny. Harry casi suspiró de alivio. Durante un segundo, había pensado que Ginny iba a insistirle para que hablara de su conversación con Percy, pero ella había aceptado el cambio de tema con elegancia. — Sé que papá y mamá intentaron hablar con él después de que su reunión contigo acabara, pero Percy se escabulló. Lo que es peor, ni siquiera nuestro Percy fue capaz de hablar consigo mismo. ¿Te lo puedes creer?

— A estas alturas, me creo cualquier cosa — bufó Harry. — Si tanto Percy como George son parte del grupo del futuro, ¿crees que el resto también sois de la familia?

— Sé que yo no soy uno — afirmó ella.

Sorprendido, Harry replicó:

— ¿Cómo estás tan segura?

— No hay forma de que yo pueda viajar al pasado y quedarme escondida — sonrió. — Ya me habría hablado a mí misma. O a alguno de vosotros.

De pronto, Harry recordó algo que casi había olvidado. Con toda seguridad, al menos uno de los encapuchados era una mujer. ¿Acaso no había hablado con ella la semana anterior? Y le había dicho algo muy raro…

El encapuchado dio un paso al frente, todavía con sus manos sobre los hombros de Harry, cuyo corazón latía a mil por hora. Acercó su cara aún más a la de Harry, quien no podía ver a través de la tela que la cubría, y puso una mano sobre su cabeza mientras se inclinaba para darle un beso en la frente. La tela cayó, pero la mano del encapuchado presionaba ligeramente a Harry contra su hombro e impedía que levantara la mirada.

— Soy la persona que más te quiere en el mundo — susurró el desconocido. Harry casi saltó al escuchar por primera vez la voz real del encapuchado, que claramente era una mujer.

Durante un instante, se preguntó si aquella persona habría sido Ginny. Se le encendieron las mejillas.

A decir verdad, no se había permitido pensar mucho en aquel momento. Por más que lo intentara, por más que se estrujara el cerebro, no se le ocurría qué mujer podría decirle algo así. Quizá su versión del futuro se había echado novia… Aunque, ¿cómo podría hacerlo, con la profecía por delante?

Además, incluso aunque hubiera conseguido echarse novia, no había forma de que se tratara de Ginny. ¡Era la hermana pequeña de Ron! Tenía que dejar de pensar cosas raras sobre ella. Ya bastante había tenido con el sueño del día anterior… y con la sesión de Oclumancia que habían compartido. Nunca pensó que respirar hondo pudiera ser tan interesante…

— ¿Harry? Estás en las nubes.

De nuevo, Harry se sobresaltó.

— Perdona, Ginny.

Ella lo miró con una ceja alzada.

— ¿Qué pensabas? Estás rojo como un tomate.

— ¿Eh? No, nada. Es que hace calor aquí.

Apurado, Harry se levantó de su asiento.

— ¿Vamos al comedor? El desayuno debe estar terminando.

Ginny lo observó un momento, llena de curiosidad, y a Harry le dio la sensación de que lo estaba examinando con rayos x.

— Vale, vamos.

Aliviado, Harry siguió a Ginny fuera de la biblioteca. La chica iba hablando todo el camino y Harry estaba contento de escucharla y asentir de vez en cuando. Su mente era un remolino.

Sin perder un segundo, ambos se encaminaron hacia la mesa de Gryffindor, donde toda la familia Weasley estaba desayunando. Harry se sentó sin atreverse a mirarlos a la cara. Agradeció mucho que ninguno de ellos supiera leer mentes.

— ¿Qué tal? Me han dicho que has madrugado — le dijo Sirius, que estaba sentado junto a Lupin y observaba divertido cómo éste se echaba tanta mermelada en la tostada que parecía querer averiguar cuánta podía apilar encima sin que se cayera.

— Me fui a dormir temprano — respondió Harry. — He desayunado en las cocinas.

— Tendrías que habernos dejado una nota o algo — gruñó Hermione. Lo miraba con preocupación. — Te hemos buscado por todas partes.

Harry rodó los ojos.

— El castillo está cerrado, tampoco podía ir muy lejos.

— Lo de ponerle un encantamiento alarma para saber dónde está no es mala idea. Como a los gatos — dijo Fred.

Ron asintió con fervor (y con la boca llena de pan), mientras Harry le lanzaba a Fred un colín.

— ¿Has visto quién está ahí? — le dijo Ron a Harry, señalando con la cabeza hacia la mesa de profesores.

Harry no se había fijado mucho al entrar, pero un vistazo rápido a la mesa permitió que supiera exactamente a qué se refería Ron.

Una de las sillas, a la izquierda del profesor Flitwick, estaba ocupada por una figura encapuchada. Era muy extraño. Hasta ahora, ninguno de los visitantes del futuro había estado presente durante el desayuno, y mucho menos en la mesa de profesores.

— ¿Crees que es Percy? ¿O será uno de los otros? — preguntó Harry.

— Si es Percy, voy a levantarme y a patearle el trasero — dijo George. — ¿Te puedes creer que ayer huyó de nosotros?

— No eres quién para hablar — le susurró Ron, ganándose un golpe en el brazo.

— Si soy yo, voy a ser yo mismo quien me patee el trasero — dijo Percy. Harry no había sido consciente de que el susodicho había estado pendiente de su conversación. — Entiendo que mantuviera su identidad en secreto, ¿pero tampoco me lo podía decir a mí? ¡Soy él! ¡Somos la misma persona!

— No estés tan seguro de eso — se metió George. — Ese Percy parecía más guay. ¿Visteis cómo les respondió a los Hufflepuff? Ni siquiera Amos Diggory pudo contestarle.

Estuvieron un buen rato hablando sobre el tema. El desayuno terminó más rápido de lo que Harry esperaba y los platos se vaciaron. Al igual que en días anteriores, Dumbledore se puso en pie. Todo el mundo se quedó en silencio.

— Ha llegado el momento de comenzar un nuevo libro — habló el director. Hoy se le veía de buen humor, aunque parecía cansado. — Como bien sabéis, vamos a leer una totalidad de siete libros, uno por cada año vivido por Harry Potter en Hogwarts.

Algunos miraron a Harry en ese momento. Otros, ni se molestaron.

— Ya vamos por el quinto libro — continuó Dumbledore. — Los hechos que narra comienzan en el verano pasado y terminan al final de este curso. Es, por lo tanto, y como ya os advertí, el primer libro que nos revelará información sobre el futuro.

Harry sintió una punzada de nervios, pero también de emoción. Leer el pasado se le había hecho eterno. No podía esperar a saber qué demonios había sucedido para que la gente del futuro hubiera tenido que regresar atrás.

— Demos comienzo a la lectura — dijo el director. — Por suerte, tenemos a una persona que se ha ofrecido voluntaria para leer. Si es tan amable…

Le hizo una seña a la figura encapuchada que estaba sentada junto al profesor Flitwick. Todo el mundo se quedó en silencio mientras la figura se levantaba y cruzaba lentamente la distancia que la separaba del atril. Harry tuvo la sensación de que, quien estuviera bajo esa capucha, no tenía ningunas ganas de estar allí.

Dumbledore le señaló el libro, que estaba cerrado sobre el atril. Era mucho más grueso que los anteriores. La persona desconocida abrió el libro con cautela, con unas manos que, incluso estando enguantadas, le resultaron familiares a Harry.

— El primer capítulo se titula: Dudley, dementado — anunció. Muchos en el comedor se sobresaltaron porque la voz que se escuchó no estaba hechizada, pero nadie se sobresaltó más que Harry.

Conocía esa voz. Con horror, supo de qué.

sábado, 4 de septiembre de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 37

 El comienzo:


— Ese es el final — dijo el chico de Ravenclaw, pasando la página y marcándola con cuidado.

Dumbledore se levantó de su asiento y se dirigió al atril. Tomó el libro que el Ravenclaw le tendía y, tras echarle un vistazo a la siguiente página, habló en voz alta:

— Solamente queda un capítulo para terminar este libro.

El comedor se llenó de murmullos inmediatamente.

Cuando el ruido hubo cesado, Dumbledore añadió, en tono solemne:

— Se titula: El comienzo. Y creo que entenderéis por qué.

Harry respiró hondo. Todo lo peor ya lo habían leído. ¿Qué más quedaba? Supuso que leerían el viaje de vuelta hasta King's Cross y poco más. No conseguía recordar mucho de las semanas que se habían sucedido tras la noche de la tercera prueba.

— ¿Alguien se ofrece voluntario?

Nadie levantó la mano. Dumbledore esperó pacientemente, pero, tras medio minuto de silencio, dijo en voz alta:

— Señor Whitby, ¿qué tal usted?

El tal Whitby, que había estado susurrando algo con un amigo, se sobresaltó. Muy confuso y más que avergonzado, el Hufflepuff subió a la tarima y tomó el libro que le era ofrecido.

— El comienzo — leyó con voz quebrada. Se aclaró la garganta (Harry notó que varios de sus amigos se reían por lo bajo) y comenzó a leer.

Incluso un mes después, al rememorar los días que siguieron, Harry se daba cuenta de que se acordaba de muy pocas cosas. Era como si hubiera pasado demasiado para añadir nada más. Las recapitulaciones que hacía resultaban muy dolorosas.

La oleada de miradas de pena que cayó sobre Harry fue más intensa de lo que habría esperado.

Lo peor fue, tal vez, el encuentro con los Diggory que tuvo lugar a la mañana siguiente.

— Uf — murmuró Ron.

Amos Diggory mantuvo la vista fija en el libro y una expresión neutral, a pesar de que ahora muchos le miraban a él.

No lo culparon de lo ocurrido. Por el contrario, ambos le agradecieron que les hubiera llevado el cuerpo de su hijo.

— ¿Qué cambió, entonces? — preguntó Sirius en voz alta, sin piedad. — ¿Por qué ahora sí culpas a Harry, Amos?

Diggory le dedicó a Sirius una mirada desdeñosa, aunque no le puso muchas ganas.

— No soy imbécil, Black. Sé que Potter no tuvo la culpa. No directamente, al menos…

Harry tragó saliva. No quería escuchar a Diggory culparle de nuevo.

— Ni directa ni indirectamente, señor Diggory — habló la profesora McGonagall con severidad. — Las acciones de Potter no resultaron en la muerte de Cedric. Las de Peter Pettigrew y Quien-No-Debe-Ser-Nombrado, sí.

Diggory no dijo nada más y Sirius se dio por satisfecho. Harry, sin embargo, no podía evitar ver el fallo en el argumento de McGonagall. Las acciones de Harry sí habían resultado directamente en la muerte de Cedric. ¿Acaso no había sido él quien le había invitado a coger juntos la copa?

Durante toda la conversación, el señor Diggory no dejó de sollozar. La pena de la señora Diggory era mayor de la que se puede expresar llorando.

— Pobre mujer — se lamentó Lavender.

Sufrió muy poco, entonces —musitó ella, cuando Harry le explicó cómo había muerto—. Y, al fin y al cabo, Amos... murió justo después de ganar el Torneo. Tuvo que sentirse feliz.

Harry escuchó a alguien sollozar. Las miradas de todos estaban llenas de tristeza.

Al levantarse, ella miró a Harry y le dijo:

Ahora cuídate tú.

Harry cogió la bolsa de oro de la mesita.

Tomen esto —le dijo a la señora Diggory—. Tendría que haber sido para Cedric: llegó el primero. Cójanlo...

— ¿Potter está renunciando a mil galeones? — exclamó un chico de segundo.

Pero ella lo rechazó.

No, es tuyo. Nosotros no podríamos... Quédate con él.

— La señora Diggory es una gran persona — dijo la profesora Sprout con lástima.

Harry volvió a la torre de Gryffindor a la noche siguiente. Por lo que le dijeron Ron y Hermione, aquella mañana, durante el desayuno, Dumbledore se había dirigido a todo el colegio. Simplemente les había pedido que dejaran a Harry tranquilo, que nadie le hiciera preguntas ni lo forzara a contar la historia de lo ocurrido en el laberinto.

— Me sorprende que hicieran caso — admitió Tonks.

— Creo que estaban demasiado asustados como para preguntarle directamente a Harry — dijo Fred.

Él notó que la mayor parte de sus compañeros se apartaban al cruzarse con él por los corredores, y que evitaban su mirada.

Algunos intercambiaron miradas culpables.

Al pasar, algunos cuchicheaban tapándose la boca con la mano. Le pareció que muchos habían dado crédito al artículo de Rita Skeeter sobre lo trastornado y posiblemente peligroso que era. Tal vez formularan sus propias teorías sobre la manera en que Cedric había muerto.

— Nadie pensaba que lo hubieras matado tú — dijo rápidamente una chica de tercero.

— Mentira — replicó otra, de sexto. — Algunos decían que Potter se había cargado a Cedric para ganar el torneo.

A Harry no le sorprendió lo más mínimo. Se había acostumbrado tanto a que pensaran lo peor de él que no era capaz ni de ofenderse.

Se dio cuenta de que no le preocupaba demasiado. Disfrutaba hablando de otras cosas con Ron y Hermione, o cuando jugaban al ajedrez en silencio. Sentía que habían alcanzado tal grado de entendimiento que no necesitaban poner determinadas cosas en palabras: que los tres esperaban alguna señal, alguna noticia de lo que ocurría fuera de Hogwarts, y que no valía la pena especular sobre ello mientras no supieran nada con seguridad.

Ron le dio unas palmaditas en el hombro y Hermione le apretó la mano.

— De verdad, tenéis una amistad preciosa — dijo Katie.

La única vez que mencionaron el tema fue cuando Ron le habló a Harry del encuentro entre su madre y Dumbledore, antes de volver a su casa.

Fue a preguntarle si podías venir directamente con nosotros este verano —dijo —.

Harry le sonrió a la señora Weasley, que le devolvió el gesto con dulzura.

Pero él quiere que vuelvas con los Dursley, por lo menos al principio.

 ¿Por qué? —preguntó Harry.

— Es lo que todos nos preguntamos — gruñó Angelina.

Mi madre ha dicho que Dumbledore tiene sus motivos —explicó Ron, moviendo la cabeza—. Supongo que tenemos que confiar en él, ¿no?

Pero ahora la señora Weasley le lanzaba a Dumbledore una mirada enfadada. Estaba muy claro que, fueran cuales fueran los motivos que Dumbledore le había dado aquella vez, no volverían a convencerla de que dejar a Harry con los Dursley era buena idea.

En parte, Harry quería pensar que no volvería. Sirius se lo había prometido tras descubrir todo lo relativo a la alacena bajo las escaleras. Pero, a pesar de ello, a pesar de todas las veces que tanto Sirius como los Weasley le habían dicho que no volvería con los Dursley, había una parte de Harry que no se lo creía. Si Dumbledore quería que volviera, así sería, independientemente de lo que quisieran los demás.

La única persona aparte de Ron y Hermione con la que se sentía capaz de hablar era Hagrid.

Hagrid dio un respingo, sorprendido al escuchar su nombre tan de repente. Cuando asimiló la frase que acababan de leer, le sonrió a Harry.

Como ya no había profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, tenían aquella hora libre. En la del jueves por la tarde aprovecharon para ir a visitarlo a su cabaña. Era un día luminoso. Cuando se acercaron, Fang salió de un salto por la puerta abierta, ladrando y meneando la cola sin parar.

 ¿Quién es? —dijo Hagrid, dirigiéndose a la puerta—. ¡Harry!

Salió a su encuentro a zancadas, aprisionó a Harry con un solo brazo, lo despeinó con la mano y dijo:

Me alegro de verte, compañero. Me alegro de verte.

Harry sonrió. Ir a ver a Hagrid siempre lo animaba.

Al entrar en la cabaña, vieron delante de la chimenea, sobre la mesa de madera, dos platos con sendas tazas del tamaño de calderos.

— Qué exageración — dijo una niña de primero.

— Que no, que de verdad son así — replicó otro, de cuarto.

He estado tomando té con Olympe —explicó Hagrid—. Acaba de irse.

¿Con quién? —preguntó Ron, intrigado.

Muchos parecían tan confusos como Ron.

¡Con Madame Maxime, por supuesto! —contestó Hagrid.

¿Habéis hecho las paces? —quiso saber Ron.

No entiendo de qué me hablas —contestó Hagrid sin darle importancia, yendo al aparador a buscar más tazas.

Se oyeron risitas.

— ¿Le has perdonado que te diera calabazas? — preguntó un chico de séptimo.

Hagrid hizo una mueca y lo miró con reproche, ignorando las risas.

Después de preparar té y de ofrecerles un plato de pastas, volvió a sentarse en la silla y examinó a Harry detenidamente con sus ojos de azabache.

¿Estás bien? —preguntó bruscamente.

Sí —respondió Harry.

No, no lo estás. Por supuesto que no lo estás. Pero lo estarás.

Harry no repuso nada.

— Estaría bien que alguna vez fueras sincero cuando te preguntan cómo estás — le dijo Angelina. — Nadie se esperaba que estuvieras bien después de todo lo que habías pasado.

Harry asintió, aunque no tenía ninguna intención de cambiar sus respuestas.

Sabía que volvería —dijo Hagrid, y Harry, Ron y Hermione lo miraron, sorprendidos—. Lo sabía desde hacía años, Harry. Sabía que estaba por ahí, aguardando el momento propicio. Tenía que pasar. Bueno, ya ha ocurrido, y tendremos que afrontarlo. Lucharemos. Tal vez lo reduzcamos antes de que se haga demasiado fuerte. Eso es lo que Dumbledore pretende. Un gran hombre, Dumbledore. Mientras lo tengamos, no me preocuparé demasiado.

— Al parecer, no lo conseguiremos — suspiró la profesora McGonagall.

— Esta vez sí, Minerva — replicó Dumbledore. — Con lo que aprendamos de estos libros.

No todos los profesores parecían tener tanta fe como Dumbledore.

Hagrid alzó sus pobladas cejas ante la expresión de incredulidad de sus amigos.

No sirve de nada preocuparse —afirmó—. Lo que venga, vendrá, y le plantaremos cara. Dumbledore me contó lo que hiciste, Harry. —El pecho de Hagrid se infló al mirarlo—. Fue lo que hubiera hecho tu padre, y no puedo dirigirte mayor elogio.

Harry le sonrió. Era la primera vez que sonreía desde hacía días.

Hagrid le dedicó una gran sonrisa a Harry, que se le devolvió. Sirius también sonrió con ganas, al tiempo que se inclinaba para decirle a Harry:

— Ahí tiene razón.

¿Qué fue lo que Dumbledore te pidió que hicieras, Hagrid? Mandó a la profesora McGonagall a pediros a ti y a Madame Maxime que fuerais a verlo... aquella noche.

Nos ha puesto deberes para el verano —explicó Hagrid—. Pero son secretos. No puedo hablar de ello, ni siquiera con vosotros. Olympe... Madame Maxime para vosotros... tal vez venga conmigo. Creo que sí. Creo que la he convencido.

— ¿El director le puede poner deberes a los profesores? — preguntó un niño de primero.

— ¿No te estás enterando de nada, eh? — replicó otro, dándole una colleja.

¿Tiene que ver con Voldemort?

Hagrid se estremeció al oír aquel nombre.

Puede —contestó evasivamente—. Y ahora... ¿quién quiere venir conmigo a ver el último escreguto? ¡Era broma, era broma! —se apresuró a añadir, viendo la cara que ponían.

Hubo risitas, si bien algunos estudiantes también habían parecido algo alarmados.

La noche antes del retorno a Privet Drive, Harry preparó su baúl, lleno de pesadumbre. Sentía terror ante el banquete de fin de curso, que era motivo de alegría otros años, cuando se aprovechaba para anunciar el ganador de la Copa de las Casas. Desde que había salido de la enfermería, había procurado no ir al Gran Comedor a las horas en que iba todo el mundo, y prefería comer cuando estaba casi vacío para evitar las miradas de sus compañeros.

— Hiciste bien — dijo Fred. — La gente puede ser muy pesada.

— Que tú digas eso… — bufó Alicia. Fred le sonrió inocentemente.

Cuando él, Ron y Hermione entraron en el Gran Comedor, vieron enseguida que faltaba la acostumbrada decoración: para el banquete de fin de curso solía lucir los colores de la casa ganadora. Aquella noche, sin embargo, había colgaduras negras en la pared de detrás de la mesa de los profesores. Harry no tardó en comprender que eran una señal de respeto por Cedric.

Era curioso. Durante todo el día, el director había mantenido en el comedor una gama de colores basada claramente en la casa de Hufflepuff. Para Harry, verse rodeado de los colores de Hufflepuff mientras recordaban los estandartes negros resultaba algo extraño. Era un contraste muy grande.

El auténtico Ojoloco Moody estaba allí sentado, con el ojo mágico y la pata de palo puestos en su sitio. Parecía extremadamente nervioso, y cada vez que alguien le hablaba daba un respingo. Harry no se lo podía echar en cara: era lógico que el miedo de Moody a ser víctima de un ataque se hubiera incrementado tras diez meses de secuestro en su propio baúl.

Moody gruñó al escuchar su descripción.

La silla del profesor Karkarov se encontraba vacía. Harry se preguntó, al sentarse con sus compañeros de Gryffindor, dónde estaría en aquel momento, y si Voldemort lo habría atrapado.

— ¿Qué fue de él? ¿Se sabe algo? — preguntó Ernie Macmillan.

Nadie respondió.

Madame Maxime seguía allí. Se había sentado al lado de Hagrid. Hablaban en voz baja. Más allá, junto a la profesora McGonagall, se hallaba Snape. Sus ojos se demoraron un momento en Harry mientras éste lo miraba. Era difícil interpretar su expresión, pero parecía tan antipático y malhumorado como siempre. Harry siguió observándolo mucho después de que él hubo retirado la mirada.

Sorprendido, Snape miró a Harry, que apartó la mirada de inmediato. Habría preferido que no se leyera ese detalle.

¿Qué sería lo que Snape había tenido que hacer, por orden de Dumbledore, la noche del retorno de Voldemort? Y ¿por qué... por qué estaba tan convencido Dumbledore de que Snape se hallaba realmente de su lado?

— No te metas en temas que no te incumben, Potter — gruñó Snape.

Harry le lanzó la mirada más fría que pudo.

Había sido su espía, eso había dicho Dumbledore en el pensadero. Y se había pasado a su lado, «asumiendo graves riesgos personales». ¿Era ése el trabajo que había tenido que hacer? ¿Había entrado en contacto con los mortífagos, tal vez? ¿Había fingido que nunca se había pasado realmente al bando de Dumbledore, que había estado esperando su momento, como el propio Voldemort?

Snape no confirmó nada, pero tampoco lo negó. Muchos lo observaban con curiosidad, y, más de uno, con sospecha.

Los pensamientos de Harry se vieron interrumpidos por el profesor Dumbledore, que se levantó de su silla en la mesa de profesores. El Gran Comedor, que sin duda había estado mucho menos bullanguero de lo habitual en un banquete de fin de curso, quedó en completo silencio.

El fin de otro curso —dijo Dumbledore, mirándolos a todos.

Hizo una pausa, y posó los ojos en la mesa de Hufflepuff. Aquélla había sido la mesa más silenciosa ya antes de que él se pusiera en pie, y seguían teniendo las caras más pálidas y tristes del Gran Comedor.

Muchos Hufflepuff intercambiaron miradas tristes.

— No había nada que celebrar — dijo Hannah Abbott.

— Tendríais que haber visto la sala común. Era deprimente — admitió Justin.

Son muchas las cosas que quisiera deciros esta noche —dijo Dumbledore—, pero quiero antes que nada lamentar la pérdida de una gran persona que debería estar ahí sentada —señaló con un gesto hacia los de Hufflepuff—, disfrutando con nosotros este banquete. Ahora quiero pediros, por favor, a todos, que os levantéis y alcéis vuestras copas para brindar por Cedric Diggory.

Se hizo el silencio. Aunque no tenían copas o vasos con los que brindar, el ambiente solemne constituía una muestra de respeto hacia Cedric.

Así lo hicieron. Hubo un estruendo de bancos arrastrados por el suelo cuando se pusieron en pie, levantaron las copas y repitieron, con voz potente, grave y sorda:

Por Cedric Diggory.

— Por Cedric — murmuró Amos Diggory, con la mirada puesta en el suelo.

Harry vislumbró a Cho a través de la multitud. Le caían por la cara unas lágrimas silenciosas. Cuando volvieron a sentarse, bajó la vista a la mesa.

Nadie se burló de Harry por mirar a Cho. No era el momento.

Cedric ejemplificaba muchas de las cualidades que distinguen a la casa de Hufflepuff —prosiguió Dumbledore—. Era un amigo bueno y leal, muy trabajador, y se comportaba con honradez. Su muerte os ha afligido a todos, lo conocierais bien o no. Creo, por eso, que tenéis derecho a saber qué fue exactamente lo que ocurrió.

Harry levantó la cabeza y miró a Dumbledore.

Amos Diggory hizo exactamente lo mismo.

Cedric Diggory fue asesinado por lord Voldemort.

Un murmullo de terror recorrió el Gran Comedor. Los alumnos miraban a Dumbledore horrorizados, sin atreverse a creerle. Él estaba tranquilo, viéndolos farfullar en voz baja.

— Te pedí que no… — bufó Fudge, antes de suspirar. — Siempre tienes que hacer las cosas a tu manera.

— Si con "a mi manera" quieres decir "mostrando sinceridad", entonces sí, siempre prefiero hacer las cosas a mi manera — replicó Dumbledore.

El Ministerio de Magia —continuó Dumbledore— no quería que os lo dijera. Es posible que algunos de vuestros padres se horroricen de que lo haya hecho, ya sea porque no crean que Voldemort haya regresado realmente, o porque opinen que no se debe contar estas cosas a gente tan joven. Pero yo opino que la verdad es siempre preferible a las mentiras, y que cualquier intento de hacer pasar la muerte de Cedric por un accidente, o por el resultado de un grave error suyo, constituye un insulto a su memoria.

Aunque todos habían escuchado ya ese discurso, nadie se perdía ni una palabra. Resultaba muy diferente escucharlo después de conocer cada detalle de todo lo ocurrido en la tercera prueba.

En aquel momento, todas las caras, aturdidas y asustadas, estaban vueltas hacia Dumbledore... o casi todas. Harry vio que, en la mesa de Slytherin, Draco Malfoy cuchicheaba con Crabbe y Goyle. Sintió un vehemente acceso de ira. Se obligó a mirar a Dumbledore.

Algunos les lanzaron miradas desagradables a Malfoy, Crabbe y Goyle. Los dos últimos ni se inmutaron, pero Malfoy mantuvo la mirada puesta en el libro, tratando de ignorar a todo el mundo. Sus mejillas rosadas mostraban que, en realidad, era perfectamente consciente de las miradas que estaba recibiendo.

Hay alguien más a quien debo mencionar en relación con la muerte de Cedric —siguió Dumbledore—. Me refiero, claro está, a Harry Potter.

Un murmullo recorrió el Gran Comedor al tiempo que algunos volvían la cabeza en dirección a Harry antes de mirar otra vez a Dumbledore.

Harry Potter logró escapar de Voldemort —dijo Dumbledore—. Arriesgó su vida para traer a Hogwarts el cuerpo de Cedric. Mostró, en todo punto, el tipo de valor que muy pocos magos han demostrado al encararse con lord Voldemort, y por eso quiero alzar la copa por él.

Harry hizo una mueca. Provocar que todo el comedor brindara por él, a sabiendas de que casi todos lo consideraban un loco… Le habría gustado que Dumbledore no lo hubiera hecho.

Dumbledore se volvió hacia Harry con aire solemne, y volvió a levantar la copa. Casi todos los presentes siguieron su ejemplo, murmurando su nombre como habían murmurado el de Cedric, y bebieron a su salud. Pero, a través de un hueco entre los compañeros que se habían puesto en pie, Harry vio que Malfoy, Crabbe, Goyle y muchos otros de Slytherin permanecían desafiantemente sentados, sin tocar las copas. Dumbledore, que a pesar de todo carecía de ojo mágico, no se dio cuenta.

— Lo dudo — dijo Sirius. — Seguro que lo notó.

Dumbledore no dijo nada al respecto.

Cuando todos volvieron a sentarse, prosiguió:

El propósito del Torneo de los tres magos fue el de promover el buen entendimiento entre la comunidad mágica. En vista de lo ocurrido, del retorno de lord Voldemort, tales lazos parecen ahora más importantes que nunca.

Varias personas asintieron, incluyendo a varios profesores y miembros de la Orden.

Dumbledore pasó la vista de Hagrid y Madame Maxime a Fleur Delacour y sus compañeros de Beauxbatons, y de éstos a Viktor Krum y los alumnos de Durmstrang, que estaban sentados a la mesa de Slytherin. Krum, según vio Harry, parecía cauteloso, casi asustado, como si esperara que Dumbledore dijera algo contra él.

— Le eché una maldición a su alumno — gruñó Krum. — No me habrría extrrañado que dijerra algo…

— No tuviste la culpa de nada — bufó Fleur. — Deja de agobiagte.

Todos nuestros invitados —continuó, y sus ojos se demoraron en los alumnos de Durmstrang— han de saber que serán bienvenidos en cualquier momento en que quieran volver. Os repito a todos que, ante el retorno de lord Voldemort, seremos más fuertes cuanto más unidos estemos, y más débiles cuanto más divididos.

— Pues el ministerio ha hecho todo lo posible por dividirnos — bufó un chico de séptimo. — Con todo lo que han dicho en El Profeta… Si lo que estamos leyendo es cierto, el ministerio tiene mucho que explicar.

Fudge se removió en el asiento, muy incómodo.

»La fuerza de lord Voldemort para extender la discordia y la enemistad entre nosotros es muy grande. Sólo podemos luchar contra ella presentando unos lazos de amistad y mutua confianza igualmente fuertes. Las diferencias de costumbres y lengua no son nada en absoluto si nuestros propósitos son los mismos y nos mostramos abiertos.

Harry notó entonces que Fleur había tomado la mano de Bill y la de Krum, y los tres escuchaban la lectura con atención.

»Estoy convencido (y nunca he tenido tantos deseos de estar equivocado) de que nos esperan tiempos difíciles y oscuros. Algunos de vosotros, en este salón, habéis sufrido ya directamente a manos de lord Voldemort. Muchas de vuestras familias quedaron deshechas por él. Hace una semana, un compañero vuestro fue aniquilado.

Hubo gemidos.

— ¿Aniquilado? — repitió Fudge con una mueca. — ¿No había una palabra más suave?

Dumbledore negó con la cabeza.

»Recordad a Cedric. Recordadlo si en algún momento de vuestra vida tenéis que optar entre lo que está bien y lo que es cómodo, recordad lo que le ocurrió a un muchacho que era bueno, amable y valiente, sólo porque se cruzó en el camino de lord Voldemort. Recordad a Cedric Diggory.

Diggory suspiró. El resto del comedor se quedó en silencio, sintiendo con fuerza la ausencia de Cedric.

El baúl de Harry estaba listo. Hedwig se encontraba de nuevo en la jaula, y la jaula encima del baúl. Con el resto de los alumnos de cuarto, él, Ron y Hermione aguardaban en el abarrotado vestíbulo los carruajes que los llevarían de vuelta a la estación de Hogsmeade. Era otro hermoso día de verano. Se imaginó que, cuando llegara aquella noche, en Privet Drive haría calor y los jardines estarían frondosos, con macizos de flores convertidos en un derroche de color. Pero pensar en ello no le proporcionó ningún placer.

— Normal — murmuró Ron. — ¿Quién querría volver a ese sitio?

— Al menos las flores eran bonitas — dijo Hermione, quizá para darle un toque de positividad al asunto. No funcionó.

¡«Hagui»!

Miró a su alrededor. Fleur Delacour subía velozmente la escalinata de piedra para entrar en el castillo. Tras ella, vio a Hagrid ayudando a Madame Maxime a hacer recular dos de sus gigantescos caballos para engancharlos: el carruaje de Beauxbatons estaba a punto de despegar.

Fleur pareció sorprendida de que su despedida fuera a aparecer en el libro.

Nos «volveguemos» a «veg», «espego» —dijo Fleur, tendiéndole la mano al llegar ante él—. «Quiego encontgag tgabajo» aquí «paga mejogag» mi inglés.

— ¿Lo conseguiste? — preguntó una chica de cuarto.

Fleur asintió.

Ya es muy bueno —señaló Ron con la voz ahogada. Fleur le sonrió. Hermione frunció el entrecejo.

— Ay, los celos — rio Angelina.

Hermione se ruborizó y Ron sonrió, muy contento.

Adiós, «Hagui» —se despidió Fleur, dando media vuelta para irse—. ¡Ha sido un «placeg conocegte»!

El ánimo de Harry se alegró un poco, mientras contemplaba a Fleur volviendo a la explanada con Madame Maxime. Su plateado pelo ondeaba a la luz del sol.

Hubo alguna risita aislada. Harry se sintió un poco avergonzado.

Me pregunto cómo volverán los de Durmstrang —comentó Ron—. ¿Crees que podrán manejar el barco sin Karkarov?

«Karrkarrov» no lo manejaba —dijo una voz ronca—. Se quedaba en el «camarrote» y nos dejaba «hacerr» el «trrabajo». —Krum se había acercado para despedirse de Hermione—. ¿«Podrríamos hablarr»? —le preguntó.

— Pues menudo inútil — se quejó Seamus.

Eh... claro... claro... —contestó Hermione, algo confusa, y siguió a Krum por entre la multitud hasta perderse de vista.

¡Será mejor que te des prisa! —le gritó Ron—. ¡Los carruajes llegarán dentro de un minuto!

— ¿Quién es ahora el que está celoso? — murmuró Hermione.

Fue el turno de Ron de ruborizarse.

Pero dejó que Harry se ocupara de mirar si llegaban o no los carruajes, y él se pasó los minutos siguientes levantando el cuello para vigilar a Krum y Hermione por encima de la multitud.

Las risitas aumentaron.

— Qué patético, Weasley — dijo un chico de sexto.

— A mí me parece bonito — replicó Susan Bones.

No tardaron en volver. Ron observó a Hermione, pero su rostro estaba impasible.

Me gustaba «Diggorry» —le dijo Krum a Harry de repente—. «Siemprre erra» amable conmigo. «Siemprre.» Aunque yo «estuvierra» en «Durrmstrrang», con «Karrkarrov» —añadió, ceñudo.

¿Tenéis ya nuevo director? —preguntó Harry.

Krum se encogió de hombros.

— No parece que Karkarov le cayera muy bien — dijo Dean.

Krum negó con la cabeza.

— Nunca me gustó.

Tendió la mano como había hecho Fleur, y estrechó la de Harry y la de Ron.

Ron parecía inmerso en una lucha interna. Krum ya se iba cuando él le gritó:

¿Me firmas un autógrafo?

Muchos se echaron a reír, pillados por sorpresa. Ron se encogió ligeramente en su asiento. Se moría de la vergüenza.

Hermione se volvió, sonriendo, y observó los carruajes sin caballos que rodaban hacia ellos, subiendo por el camino, mientras Krum, sorprendido pero halagado, le firmaba a Ron un pedazo de pergamino.

Krum le sonrió a Ron, que seguía tratando de hacerse muy pequeño. Tenía la cara roja como un tomate.

El tiempo no pudo ser más diferente en el viaje de vuelta a King's Cross de lo que había sido a la ida en septiembre. No había ni una nube en el cielo. Harry, Ron y Hermione habían conseguido un compartimiento para ellos solos. Pigwidgeon iba de nuevo tapado bajo la túnica de gala de Ron, para que no estuviera todo el tiempo chillando. Hedwig dormitaba con la cabeza bajo el ala, y Crookshanks se había hecho un ovillo sobre un asiento libre, y parecía un peluche de color canela.

— Qué mono — dijo Padma. — Siempre he querido un gato así…

— Sí, muy mono, pero no veas el pelo que suelta — se quejó Parvati. — Tendrías que ver el dormitorio de Gryffindor.

Hermione la ignoró totalmente.

Harry, Ron y Hermione hablaron más y más libremente que en ningún momento de la semana precedente, mientras el tren marchaba hacia el sur. Parecía que el discurso de Dumbledore en el banquete de fin de curso había hecho desaparecer la reserva de Harry. Ya no le resultaba tan doloroso tratar de lo ocurrido. Sólo dejaron de hablar de lo que Dumbledore podría hacer para detener a Voldemort cuando llegó el carrito de la comida.

— Me alegra de que mi discurso fuera de ayuda — dijo Dumbledore.

Cuando Hermione regresó del carrito y guardó el dinero en la mochila, sacó un ejemplar de El Profeta que llevaba en ella.

Harry lo miró, no muy seguro de querer saber lo que decía, pero Hermione, al ver su actitud, le comento con voz tranquila:

No viene nada. Puedes comprobarlo por ti mismo: no hay nada en absoluto. Lo he estado mirando todos los días. Sólo una breve nota al día siguiente de la tercera prueba diciendo que ganaste el Torneo. Ni siquiera mencionaron a Cedric. Nada de nada. Si queréis mi opinión, creo que Fudge los ha obligado a silenciarlo.

— Eso es muy raro. Yo también lo noté — dijo Roger Davies. — ¿Por qué ni siquiera mencionaron a Diggory? No tiene sentido.

— Obviamente, el ministerio no dejó que se publicara nada sobre el tema — replicó Terry Boot.

Nunca silenciará a Rita Skeeter —afirmó Harry—. No con semejante historia.

Ah, Rita no ha escrito absolutamente nada desde la tercera prueba —aseguró Hermione con voz extrañamente ahogada—. De hecho, Rita Skeeter no escribirá nada durante algún tiempo. No a menos que quiera que le descubra el pastel.

— Uy — Katie se hizo hacia delante en su asiento. — ¿Descubriste cómo escuchaba a la gente?

Hermione asintió, orgullosa.

¿De qué hablas? —inquirió Ron.

He averiguado cómo se las arregla para escuchar conversaciones privadas cuando tiene prohibida la entrada a los terrenos del colegio —dijo Hermione rápidamente.

Harry tuvo la impresión de que ella llevaba días muriéndose de ganas de contarlo, pero que se reprimía por todo lo que había ocurrido.

Hubo risitas. Hermione se ruborizó.

¿Cómo lo hacía? —preguntó Harry de inmediato.

¿Cómo lo averiguaste? —preguntó a su vez Ron, mirándola.

Eran las mismas preguntas que al menos seis personas hicieron en ese momento. Hermione simplemente sonrió y señaló hacia el libro.

Bueno, en realidad fuiste tú quien me dio la idea, Harry.

¿Yo? ¿Cómo?

Con tus micrófonos ocultos —contestó Hermione muy contenta.

Pero los micrófonos no funcionan...

— ¿Consiguió que funcionara un micrófono muggle? — preguntó Dean.

— No — replicó Hermione.

No los electrónicos. No, pero Rita Skeeter es ella misma como un minúsculo micrófono negro... Rita Skeeter es una animaga no registrada. Puede convertirse... — Hermione sacó de la mochila un pequeño tarro de cristal cerrado— en un escarabajo.

Fudge jadeó, al igual que la profesora McGonagall.

— Habrase visto — exclamó McGonagall.

— ¿Pero cuántos animagos no registrados hay en estos malditos libros? — saltó Fudge.

¡Bromeas! —exclamó Ron—. Tú no has... Ella no...

Sí, ella sí —declaró Hermione muy contenta, blandiendo el tarro ante ellos. Dentro había ramitas, hojas y un escarabajo grande y gordo.

— ¿TENÍAS A SKEETER EN UN TARRO? — gritó Fred, antes de echarse a reír como un loco.

— Sublime, maravilloso — George aplaudió al tiempo que se doblaba de risa.

A lo largo del comedor, las reacciones eran similares. La mayoría de gente reía, dividida entre la incredulidad y la diversión.

Eso no puede ser... Nos estás tomando el pelo —dijo Ron, poniendo el tarro a la altura de los ojos.

No, en serio —afirmó Hermione sonriendo—. Lo cogí en el alféizar de la ventana de la enfermería. Si lo miráis de cerca veréis que las marcas alrededor de la antena son como las de esas espantosas gafas que lleva.

Harry miró y vio que tenía razón.

— Es Skeeter de verdad — reía Ginny. — Estuvo en un tarro todo el mes.

— ¡Eso no está bien! — exclamó la profesora Umbridge. — ¿Granger tuvo a una persona secuestrada un mes entero? ¿Por qué se ríen todos? ¡Es muy serio!

Pero nadie le hizo caso.

— ¡Skeeter se lo merecía! — dijo Colin con alegría.

Hermione pareció orgullosa de sí misma, aunque se la veía un poco nerviosa.

Recordó algo.

¡Había un escarabajo en la estatua la noche en que oímos a Hagrid hablarle a Madame Maxime de su madre!

¡Exacto! —confirmó Hermione—. Y Viktor Krum me quitó un escarabajo del pelo después de nuestra conversación junto al lago. Y, si no me equivoco, Rita estaría en el alféizar de la clase de Adivinación el día en que te dolió la cicatriz. Se ha pasado el año revoloteando por ahí en busca de historias.

De nuevo, una pieza más del puzle encajó en las mentes de todos.

— ¡Ni siquiera los escarabajos eran detalles sin importancia! — exclamó Lavender. — ¿Por qué todo en este libro tenía un doble sentido?

Cuando vimos a Malfoy debajo de aquel árbol... —dijo Ron pensativo.

Estaba contándole cosas, la tenía en la mano —continuó Hermione—. Por supuesto, él lo sabía. Así es como ella ha obtenido esas entrevistas tan encantadoras con los de Slytherin. A ellos les daba igual que ella estuviera haciendo algo ilegal mientras pudieran contarle cosas horribles sobre nosotros y Hagrid.

Hubo una oleada de miradas acusatorias hacia los Slytherin, especialmente dirigidas a Malfoy, Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson.

Hermione cogió el tarro de cristal que le había pasado a Ron, y sonrió al escarabajo, que revoloteaba pegándose furiosos golpes contra el cristal.

Le he explicado que la dejaré salir cuando lleguemos a Londres. Al tarro le he echado un encantamiento irrompibilizador, para que ella no pueda transformarse. Y ya sabe que tiene que estar calladita un año entero. Veremos si puede dejar el hábito de escribir horribles mentiras sobre la gente.

Sonriendo serenamente, Hermione volvió a meter el escarabajo en la mochila.

— Eres impresionante — dijo un chico de séptimo. Hermione se ruborizó intensamente y Ron miró al chico con cautela.

La puerta del compartimiento se abrió.

Muy lista, Granger —dijo Draco Malfoy.

Crabbe y Goyle estaban tras él. Los tres parecían más satisfechos, arrogantes y amenazadores que nunca.

— Oh, cómo no — dijo Bill. — ¿Acaso hay un viaje en tren en el que os dejen en paz?

— No — replicó Ron. — Es una obsesión.

O sea que has pillado a esa patética periodista —añadió Malfoy pensativamente, asomándose y mirándolos con una leve sonrisa en los labios—, y Potter vuelve a ser el niño favorito de Dumbledore. Mola. —Su sonrisa se acentuó. Crabbe y Goyle también los miraban con sonrisas malévolas—. Intentando no pensar en ello, ¿eh? ¿Haciendo como si no hubiera ocurrido?

Fuera —dijo Harry.

— Bien dicho, Harry. No le hagas ni caso — murmuró Neville.

No había vuelto a tener a Malfoy cerca desde que lo había visto cuchichear con Crabbe y Goyle durante el discurso de Dumbledore sobre Cedric. Sintió un zumbido en los oídos. Bajo la túnica, su mano agarró la varita.

— No había sucedido nada que ameritara sacar la varita, Potter — lo regañó Umbridge.

A Harry le dio igual.

¡Has elegido el bando perdedor, Potter! ¡Te lo advertí! Te dije que debías escoger tus compañías con más cuidado, ¿recuerdas? Cuando nos encontramos en el tren, el día de nuestro ingreso en Hogwarts. ¡Te dije que no anduvieras con semejante chusma! —señaló con la cabeza a Ron y Hermione—.

— Eres el ser más despreciable que jamás he conocido, Malfoy — dijo Angelina, enfadada.

— ¡Asqueroso!

— ¡Menudo imbécil! — saltó Lee.

— ¡Idiota!

— ¡Chusma serás tú!

Las voces se solapaban unas con otras.

¡Ya es demasiado tarde, Potter! ¡Ahora que ha retornado el Señor Tenebroso, los sangre sucia y los amigos de los muggles serán los primeros en caer! Bueno, los primeros no, los segundos: el primero ha sido Digg...

Hubo jadeos y gritos ahogados. Y entonces Amos Diggory se puso en pie.

Harry no lo vio venir, ni se lo habría imaginado jamás. Cuando Diggory comenzó a caminar hacia el lugar en el que Malfoy estaba sentado, no esperaba que lo agarrara del cuello de la túnica y lo obligara a levantarse, mirándolo con un profundo asco.

— Discúlpate — le espetó.

— ¡Amos! — intervino Dumbledore. — Déjalo.

Tras unos segundos, en los que todo el comedor contuvo la respiración, Diggory soltó a Malfoy, que cayó por su propio peso sobre su asiento. Temblaba ligeramente.

Sin decir ni una palabra, Amos regresó a su asiento, con una expresión neutra a la que delataban unos ojos fríos y duros.

— Por favor, continúa… — Dumbledore le indicó a Whitby que siguiera leyendo. El chico, que se había quedado con la boca abierta, lo hizo de inmediato.

Fue como si alguien hubiera encendido una caja de bengalas en el compartimiento. Cegado por el resplandor de los encantamientos que habían partido de todas direcciones, ensordecido por los estallidos, Harry parpadeó y miró al suelo. Malfoy, Crabbe y Goyle estaban inconscientes en el hueco de la puerta.

Eso llamó la atención de los profesores, muchos de los cuales intercambiaron miradas sorprendidas. No se habían enterado de ese episodio.

Harry, Ron y Hermione se habían puesto de pie después de lanzarles distintos maleficios. Y no eran los únicos que lo habían hecho.

Quisimos venir a ver qué buscaban estos tres —dijo Fred como sin querer la cosa, pisando a Goyle para entrar en el compartimiento. Había sacado la varita, igual que George, que tuvo buen cuidado de pisar a Malfoy al entrar tras Fred.

— ¡Genial! ¡Los dejasteis inconscientes! — saltó Dennis, emocionado.

Harry se preguntó si se meterían en un lío por ello, pero ningún profesor dijo nada, ni siquiera Snape. Quizá querían que el tema acabara rápido, por si acaso Amos Diggory volvía a perder los estribos.

Un efecto interesante —dijo George mirando a Crabbe—. ¿Quién le lanzó la maldición furnunculus?

Yo —admitió Harry.

Curioso —comentó George—. Yo le lancé el embrujo piernas de gelatina. Se ve que no hay que mezclarlos: se le ha llenado la cara de tentáculos. Vamos a sacarlos de aquí, no pegan con la decoración.

Hubo risitas, aunque sonaron un poco nerviosas. Crabbe y Goyle fulminaron a George con la mirada.

Ron, Harry y George los sacaron al pasillo empujándolos con los pies. No se sabía cuál de ellos tenía peor pinta, con la mezcla de maleficios que les habían echado. Luego volvieron al compartimiento y cerraron la puerta.

¿Alguien quiere echar una partida con los naipes explosivos? —preguntó Fred, sacando un mazo de cartas.

— Así, como si no hubiera pasado nada — dijo Alicia, sonriendo.

Iban por la quinta partida cuando Harry se decidió a preguntarles:

¿Nos lo vais a decir? ¿A quién le hacíais chantaje?

Ah —dijo George con cierto misterio—. ¡Eso!

— ¡Es verdad! Ese misterio no lo han resuelto aún — dijo un niño de primero.

No importa —contestó Fred, moviendo la cabeza hacia los lados—. No tiene importancia. Ya no la tiene, por lo menos.

Hemos desistido —añadió George encogiéndose de hombros.

— Pero contadlo igual, que tenemos curiosidad — dijo Dean.

— Cotilla — le dijo Seamus, ganándose un codazo en las costillas.

Pero Harry, Ron y Hermione siguieron insistiendo, hasta que Fred dijo al fin:

Bien, de acuerdo. Si de verdad lo queréis saber... se trataba de Ludo Bagman.

Muchos jadearon.

— Eso no me lo esperaba — admitió Daphne Greengrass.

¿Bagman? —exclamó Harry con brusquedad—. ¿Quieres decir que estaba envuelto en...?

Qué va —repuso George con un dejo sombrío—. Ni mucho menos. Es un cretino. No tiene bastante cerebro para eso.

Algunos suspiraron de alivio.

¿Entonces? —preguntó Ron.

Fred vaciló un momento antes de responder.

¿Os acordáis de la apuesta que hicimos con él, en los Mundiales de Quidditch? Apostamos a que ganaría Irlanda pero que Krum atraparía la snitch.

Nos acordamos —dijeron Harry y Ron.

Bien, el muy cretino nos pagó en oro leprechaun que había cogido de las mascotas del equipo de Irlanda.

— ¡Menudo ladrón! — exclamó Justin.

— A lo mejor fue sin querer — dijo Hannah.

— Ni de broma, seguro que fue a propósito — replicó Ernie.

¿Sí?

Sí —confirmó Fred con malhumor—. Y se desvaneció, claro. A la mañana siguiente, ¡no quedaba nada!

Pero... habrá sido una equivocación, ¿no? —comentó Hermione. George se rió con cierta amargura.

— Ah, inocente Hermione… — suspiró el George del presente. Hermione rodó los ojos.

Sí, eso fue lo que pensamos al principio. Creímos que si le escribíamos explicándole el error que había cometido, soltaría la pasta. Pero de eso nada. No hizo caso de nuestra carta. Intentamos repetidamente hablar con él en Hogwarts, pero siempre tenía alguna excusa para marcharse.

Al final se volvió bastante desagradable —explicó Fred—. Nos dijo que éramos demasiado jóvenes para apostar, y que no nos daría nada.

— No le parecíais demasiado jóvenes el día que hicisteis la apuesta — gruñó la profesora McGonagall.

— Bagman no tiene vergüenza — bufó la señora Pomfrey.

Así que le pedimos que al menos nos devolviera nuestro dinero.

¡No se negaría a eso! —exclamó Hermione casi sin voz.

¡Ya lo creo que se negó! —dijo Fred.

Se escucharon improperios hacia Bagman a lo largo y ancho de todo el comedor.

Pero ¡eran todos vuestros ahorros!

No nos lo tienes que explicar —dijo George—. Por supuesto, al final averiguamos lo que ocurría. El padre de Lee Jordan también había tenido muchos problemas para que Bagman le diera el dinero. Resulta que está metido en líos con los duendes. Le prestaron mucho dinero. Una banda de ellos lo acorraló en el bosque después de los Mundiales y le cogió todo el oro que llevaba con él, y aún no bastaba para pagar todo lo que les debía. Lo siguieron a Hogwarts para que no se les escabullera. Lo ha perdido todo en el juego. No tiene dónde caerse muerto.

— Es un poco triste — admitió Susan Bones.

— Pero se lo merece — le dijo Lisa Turpin. — Se lo ha buscado él solito.

¿Y sabéis cómo intentó pagar a los duendes?

¿Cómo? —preguntó Harry.

Apostó por ti, tío —explicó Fred—. Apostó un montón contra los duendes a que ganabas el Torneo.

¡Por eso se empeñaba en ayudarme! —exclamó Harry—. Bueno... yo gané, ¿no? ¡Así que ahora puede daros lo que os debe!

— Otro detalle que ahora tiene sentido — suspiró Lavender. — Este libro ha sido como un puzle muy grande.

Nones —dijo George, negando con la cabeza—. Los duendes juegan tan sucio como él: dicen que empataste con Diggory, y que Bagman apostó a que ganabas de manera absoluta. Así que Bagman ha tenido que darse a la fuga. Escapó después de la tercera prueba.

Hubo murmullos. No muchos sabían que Bagman se había dado a la fuga.

— Entonces, ¿lo perdisteis todo? — preguntó un chico de segundo.

Fred y George asintieron.

George exhaló un hondo suspiro y volvió a repartir cartas.

El resto del viaje fue bastante agradable. Harry hubiera querido que durara todo el verano, de hecho, para no llegar nunca a King's Cross... Pero, como había aprendido aquel último curso, el tiempo no transcurre más despacio cuando nos espera algo desagradable, y el expreso de Hogwarts no tardó en acercarse al andén nueve y tres cuartos aminorando la marcha.

Muchos lo miraron con pena.

La confusión y el alboroto usuales llenaron los pasillos mientras los estudiantes se apeaban. Ron y Hermione pasaron con dificultad los baúles por encima de Malfoy, Crabbe y Goyle. Harry, en cambio, no se movió.

Fred... George... esperad un momento.

Harry tragó saliva. Miró de reojo a la señora Weasley, que escuchaba la lectura con calma. ¿Cómo reaccionaría? ¿Se sentiría muy decepcionada de él?

Los dos gemelos se volvieron. Harry abrió su baúl y sacó el dinero del premio.

Cogedlo —les dijo, y puso la bolsa en las manos de George.

— ¡Qué dices!

— ¡Está de broma!

— ¿Es en serio?

— ¡Que son mil galeones!

Hubo gritos por todo el comedor, pero a Harry no podían importarle lo más mínimo. Su mirada iba de Weasley en Weasley, analizando sus reacciones, esperando a que el enfado llegara. De momento, todos parecían aturdidos, menos los gemelos, que estaban algo nerviosos.

¿Qué? —exclamó Fred, pasmado.

Que lo cojáis —repitió Harry con firmeza—. Yo no lo quiero.

Estás mal del coco —dijo George, tratando de devolvérselo.

— Lo está, definitivamente lo está — dijo Anthony Goldstein, en shock.

No, no lo estoy. Cogedlo y seguid inventando. Para la tienda de artículos de broma.

Se ha vuelto majara —dijo Fred, casi con miedo.

— Como una cabra — dijo Dean, asombrado. — Harry, estás mal de la cabeza.

A Ron parecía que le hubieran dado con un cazo en la cabeza. La señora Weasley se había llevado las manos a la boca y tenía aspecto de comenzar a comprender algo. El señor Weasley, por su parte, tenía el ceño fruncido. Harry reprimió un escalofrío. Podía imaginarse a la señora Weasley enfadada con él, pero, por algún motivo, no podía hacer lo mismo con el señor Weasley…

Escuchad: si no lo cogéis, pienso tirarlo por el váter. Ni lo quiero ni lo necesito. Pero no me vendría mal reírme un poco. Tal vez todos necesitemos reírnos. Me temo que dentro de poco nos van a hacer mucha falta las risas.

Harry —musitó George, sopesando la bolsa—, aquí tiene que haber mil galeones.

Sí —contestó Harry, sonriendo—. Piensa cuántas galletas de canarios se pueden hacer con eso.

— Espero que no lo aceptarais — dijo lentamente la señora Weasley. — Espero que no…

Los gemelos lo miraron fijamente.

Pero no le digáis a vuestra madre de dónde lo habéis sacado... aunque, bien pensado, tal vez ya no tenga tanto empeño en que os hagáis funcionarios del Ministerio.

La señora Weasley murmuró algo que Harry no entendió. Se estaba poniendo muy nervioso.

Harry... —comenzó Fred, pero Harry sacó su varita.

Mira —dijo rotundamente—, si no os lo lleváis, os echo un maleficio. He aprendido algunos bastante buenos. Pero hacedme un favor, ¿queréis? Compradle a Ron una túnica de gala diferente, y decidle que es regalo vuestro.

Ron jadeó.

— ¡Sabía que no podía haber sido idea suya! ¿Por qué no me lo dijiste?

Harry se encogió de hombros.

— Si te la hubiera comprado yo, no la habrías aceptado — replicó.

Ron abrió y cerró la boca varias veces, como un pez fuera del agua, pero no encontró argumentos para rebatírselo a Harry.

Salió del compartimiento sin dejarlos decir ni una palabra más, pasando por encima de Malfoy, Crabbe y Goyle, que seguían tendidos en el suelo, con las señales de los maleficios.

— Mil galeones… — dijo Charlie, asombrado. — ¡Os dio mil galeones!

— Bueno, eso explica de dónde han sacado el dinero para todos sus artículos de broma — dijo Bill, mucho más tranquilo que el resto de su familia.

— ¡Fred! ¡George! — balbuceó la señora Weasley. Harry tragó saliva. — ¿Cómo pudisteis aceptarlo?

— Ya lo has oído, mamá — dijo Fred. — Nos apuntó con la varita.

— ¡Excusas!

— Señora Weasley… — se atrevió a hablar Harry. Cuando ella lo miró fijamente, las palabras se le atragantaron. — Yo… No quería ese dinero…

— Eso no significa que ellos pudieran aceptarlo — respondió ella. — ¡Es mucho dinero!

— Molly, educaste bien a tus hijos — intervino Lupin, sorprendiendo a Harry. La señora Weasley se quedó mirándolo, algo confusa. — Cuando Harry les ofreció el dinero, su primer impulso fue negarse a aceptarlo. Trataron de devolvérselo tres veces antes de que Harry sacara la varita y se marchara dejándolos con la bolsa. Puedes estar muy orgullosa de ellos.

Molly no supo cómo responder. Fred aprovechó el silencio para decir:

— Además, no es un regalo, es un préstamo. Pensamos devolvérselo.

— No tenéis que hacerlo — repuso Harry.

— Lo sé, pero lo haremos — insistió Fred. — Consideramos esto una inversión inicial. Cuando nuestro negocio salga adelante, estoy seguro de que ganaremos una fortuna. Le devolveremos a Harry los mil galeones, con intereses.

La señora Weasley no parecía nada convencida. El señor Weasley, por su parte, sí parecía más tranquilo que antes.

Viendo que los Weasley se habían quedado en silencio, Whitby continuó leyendo.

Tío Vernon lo esperaba al otro lado de la barrera. La señora Weasley estaba muy cerca de él. Al ver a Harry, ella le dio un abrazo muy fuerte y le susurró al oído:

Creo que Dumbledore te dejará venir un poco más avanzado el verano. Estaremos en contacto, Harry.

Harry no se atrevió a mirar a la señora Weasley. La oyó suspirar e, instintivamente, levantó la mirada y se encontró con que ella lo observaba detenidamente.

— No estoy enfadada contigo, cielo — le dijo, y Harry se ruborizó. ¿Cómo había sabido que era eso lo que le preocupaba?

— Yo sí — dijo Ron. —Me lo tendrías que haber dicho. ¡Y yo pensando que me habían regalado la túnica por amabilidad!

Harry hizo una mueca, pero fue Hermione la que respondió:

— No lo habrías aceptado y lo sabes.

— Ya, pero por lo menos no habría vivido engañado — gruñó Ron.

Hasta luego, Harry —se despidió Ron, dándole una palmada en la espalda.

¡Adiós, Harry! —le dijo Hermione, e hizo algo que no había hecho nunca: le dio un beso en la mejilla.

Se oyeron algunas risitas y un par de silbidos. Harry los ignoró completamente.

Gracias, Harry —musitó George, mientras Fred, a su lado, asentía fervientemente con la cabeza.

— Al menos dieron las gracias — suspiró la señora Weasley. — Me empezaba a preocupar que no lo hubieran hecho…

— ¿Por quién nos tomas? — dijo Fred, indignado.

Harry les guiñó un ojo, se volvió hacia tío Vernon y lo siguió en silencio hacia la salida. No había por qué preocuparse todavía, se dijo mientras se acomodaba en el asiento posterior del coche de los Dursley.

Como le había dicho Hagrid, lo que tuviera que llegar, llegaría, y ya habría tiempo de plantarle cara.

— Así acaba— anunció Whitby, pasando la última página y cerrando el libro. Hubo un murmullo generalizado que enseguida se apagó.

El Hufflepuff se apresuró a regresar a su asiento, al tiempo que Dumbledore se ponía en pie una vez más.

— Un nuevo libro acaba — dijo en voz alta. Todo el mundo escuchaba en silencio. — Otro año que dejamos atrás. Mañana comenzaremos a leer el libro que cuenta el quinto año de Harry Potter en Hogwarts. Es, por tanto, el primer libro que nos hablará del futuro.

El silencio se hizo pesado, cargado con las expectativas y emociones encontradas de todas y cada una de las personas del comedor. Se podía ver la emoción en los ojos de aquellos que se morían por leer el futuro y, al mismo tiempo, incluso en sus miradas había aprensión: la aprensión de saber que, si lo que habían leído era cierto y Voldemort había regresado, el futuro que iban a leer sería muy oscuro.

— Cuando comencemos la lectura mañana por la mañana, y cuando continuemos leyendo el futuro en los próximos días, solo os pido una cosa — continuó Dumbledore. Hablaba con voz alta y serena, y había algo en su tono que evitaba que siquiera Fudge o Umbridge se atrevieran a interrumpirle. — Solo pido que no olvidéis todo lo que hemos leído ya. Espero que utilicéis todo lo que habéis aprendido durante estos días para comprender mejor los sucesos que leeremos y para, cuando todo esto acabe, contribuir a mejorar el futuro y evitar la guerra. Ese es, desde luego, el motivo principal por el que esta lectura se está llevando a cabo de forma pública. Debemos intentar que la lectura nos una más que nos separe, por complicado que pueda parecer.

Dumbledore volvió a quedarse en silencio y, con él, todo el comedor. A Harry se le había puesto la piel de gallina.

— Sé que lo que hemos leído en este libro ha sido sorprendente para muchos de vosotros — siguió Dumbledore. — Hemos vivido momentos muy tensos, y también muy tristes. — Sus ojos se desviaron momentáneamente hacia Amos Diggory, que lo miraba con una expresión de cansancio. — Tomad esta noche para asimilar lo que hemos leído y para descansar. Estoy seguro de que el próximo libro también traerá emociones fuertes. Mañana lo descubriremos juntos.

Dio una palmada y el ruido fue como despertar de un trance.

— Que tengáis una buena noche — finalizó.

Algunos alumnos, algo aturdidos, comenzaron a levantarse de sus asientos. Sin embargo, antes de que nadie pudiera marcharse, antes siquiera de que Harry hubiera podido ponerse en pie, alguien habló en voz alta:

— ¿Y qué pasa con Cedric?

Se trataba de un chico de Hufflepuff, uno de los amigos de Cedric. Se había levantado, pero no tenía ninguna intención de salir del comedor. Miraba fijamente a Dumbledore.

— ¿Con Cedric? — repitió el director. El ruido de sillas arrastrándose y el murmullo de voces se detuvo. Todos observaban al director y al Hufflepuff de séptimo.

— Usted ha dicho que todo lo que estamos leyendo es para cambiar el futuro — dijo el chico. Sonaba enfadado. — Dijo que todo esto es para salvar vidas. ¿Y qué pasa con la de Cedric?

— Eso, eso — otro de los amigos de Cedric se puso en pie. — ¿Vamos a poder salvar a todo el mundo menos a él?

— Si esa gente tiene el poder de viajar en el tiempo, ¿por qué no nos enviaron antes los libros? — añadió el primer chico, con más fuerza ahora que se veía apoyado. — Solo habrían sido seis meses. ¿Pueden viajar años hacia el pasado pero no pueden añadirle seis meses más?

— ¿No pueden o no quieren? — saltó otro Hufflepuff de séptimo. — ¿Cómo se supone que vamos a confiar en ellos cuando han dejado morir a Cedric?

— ¡Eso, eso!

Varios Hufflepuff se unieron a las quejas. Harry vio que Cho se enjugaba las lágrimas.

— ¡No es tan fácil! — exclamó George, también levantándose de su asiento. — ¿Qué te crees, que viajar al pasado es como coger el autobús? Da gracias a que han podido llegar hasta aquí.

— ¿Y tú qué sabes, Weasley? — le espetó el primer chico. — ¿Sabes a mí lo que me parece? Me parece que solo hay dos opciones: o todo esto es una farsa, o, si de verdad pueden viajar al pasado, han dejado morir a Cedric a propósito.

— ¡No seas estúpido! — replicó George.

— Por favor…

Fue Dumbledore quien habló. Ambos chicos se quedaron en silencio, pero la tensión podía cortarse con un cuchillo. Ningún alumno o profesor se movió de su lugar, a pesar de que, técnicamente, ya tenían permiso para marcharse.

— Recordad lo que os acabo de pedir. Los libros han sido traídos para unirnos a todos…

— Sí, para unirnos y para salvarnos a casi todos, ¿no, Albus? — Fue Amos Diggory quien habló. Había en su voz algo que Harry no supo identificar. — Veo que no soy el único que lo piensa. ¿Qué les costaba a esos dichosos quienes-sean venir en junio? —Su voz se llenaba de rabia y dolor con cada palabra que decía. —¿Por qué decidieron no hacerlo? ¿Y cómo se supone que podemos confiar en ellos cuando sabemos que han dejado morir a mi hijo?

— No lo hemos dejado morir.

Harry jadeó, y no fue el único. Se giró hacia la puerta, de donde provenía la voz hechizada que todos acababan de escuchar.

Esperaba ver a un encapuchado en la puerta. Pero no había uno, sino cuatro.

Los Hufflepuff que habían iniciado la discusión parecieron nerviosos, pero ninguno de ellos se sentó, ni agachó la cabeza. Mantuvieron la mirada fija en la gente del futuro y estaba claro que no iban a dar su brazo a torcer con tanta facilidad.

— ¿Ah, no? — dijo Amos Diggory. No parecía intimidado. — ¿Y por qué no trajisteis los libros en junio? ¿Por qué mi hijo tiene que ser la única víctima?

Uno de los encapuchados dio un paso hacia delante.

— Harry Potter nos hizo esa misma pregunta la noche en la que llegamos a Hogwarts — respondió, causando murmullos entre la multitud.

Harry recordaba aquella conversación.

Dio unos pasos hacia la puerta, pero se giró antes de abrirla.

Profesor Dumbledore —llamó. —Y… bueno, quien seas.

El director no lo miró (no lo había mirado en toda la reunión), pero el encapuchado le hizo un gesto para que hablara. Harry se dirigió directamente a él.

¿Por qué no enviaste los libros hace un año?¿Qué pasa con Cedric?

Oh, Harry… —pero Harry no le dejó terminar.

O incluso mejor, ¿por qué no enviaste estos libros a hace 15 años, antes de que Voldemort matara a mis padres? ¡O incluso antes! —sabía que se le notaba la desesperación en la voz, pero no podía evitarlo.

Incluso la magia más poderosa tiene sus límites —contestó Dumbledore. Tras unos segundos de silencio, Harry salió del despacho sin responderle.

No le habían explicado nada, pensó Harry con amargura.

— Te digo lo mismo que le dijimos a él — continuó el encapuchado. — Incluso la magia más poderosa tiene sus límites. Hicimos todo lo que pudimos.

— ¿Y por qué tendría que creeros? Ni siquiera sé quiénes sois — le espetó Diggory.

— Esa es una gran pregunta — se metió Umbridge, y Harry deseó que Diggory hubiera mantenido la boca cerrada.

La profesora Umbridge dio un paso hacia delante, con la mirada fija en las figuras encapuchadas que bloqueaban la salida del comedor.

— Creo que ya hemos leído suficiente. Está claro que no podemos confiar en la palabra de un grupo de desconocidos. ¿Por qué tenemos que creer que no pudieron viajar a junio para salvar una vida más? ¿Por qué tenemos que creer una sola palabra de lo que cuentan estos libros? Jamás debimos permitir que la lectura se llevara a cabo.

— No sea estúpida — la cortó McGonagall. — Los libros no han dicho ni una mentira.

— ¿Y cómo podemos saberlo? — insistió Umbridge. Harry notó que los chicos de Hufflepuff intercambiaban miradas nerviosas. Estar de acuerdo con Umbridge les causaba un conflicto interno muy fuerte. — Tal y como han dicho estos estudiantes, solo hay dos opciones. Que todo sea una farsa, o que, teniendo el poder para viajar atrás, decidieran a propósito venir a diciembre en lugar de a junio. Solo son unos meses de diferencia.

— ¿Cree que no lo sabemos? — replicó el encapuchado. Por primera vez, Harry lo notó nervioso. — Cuando digo que hicimos todo lo que pudimos, lo digo en serio. Seis meses… Eran solo seis dichosos meses. Pero los cálculos no dieron para más. Leímos cada libro sobre el tema, escuchamos cada rumor, cada historia que pudiera darnos una pista, una idea sobre cómo extender el rango temporal a nuestra disposición. Pero nada funcionó.

El silencio era total. Diggory se había callado, pero uno de los chicos de Hufflepuff dio un paso hacia delante.

— ¿Y cómo podemos creerte? — dijo. Le temblaba la voz. — ¿Tenemos que confiar en ti, y ya está? Con todo lo que sabemos, podrías ser un mortífago y no tendríamos ni idea.

El encapuchado se quedó mirando al chico. Durante unos momentos, no dijo nada; ni él, ni nadie.

Se giró entonces para mirar a los otros tres desconocidos que había a sus espaldas. Y, de nuevo, miró al amigo de Cedric.

Y entonces sacó la varita.

Hubo jadeos y gritos ahogados, al tiempo que varias personas daban un paso hacia atrás. Sin embargo, el encapuchado no dirigió la varita hacia el Hufflepuff, que se había puesto blanco, sino hacia su propia garganta.

— Finite… — murmuró.

El silencio regresó, acompañado de los sonidos de respiraciones agitadas.

— No soy ningún mortífago — habló el desconocido, pero esta vez, su voz no estaba hechizada. Harry casi gritó cuando se dio cuenta de que conocía esa voz.

Despacio, casi como si estuviera sucediendo a cámara lenta, el desconocido alzó el brazo y tomó el borde de la capucha que cubría su cabeza. La echó hacia atrás, revelando una mata de pelo rojo brillante que resultaba inconfundible. Su cara todavía estaba cubierta con una tela negra, que enganchó con un dedo y arrastró hacia abajo, revelando la identidad que desde el primer día había tratado de ocultar.

Nadie había esperado ver el rostro de Percy Weasley bajo una de esas túnicas, pero allí estaba. Se le veía unos años mayor y parecía cansado, pero, indudablemente, era él.

— Percy… Ay, Percy… — gimió la señora Weasley, llevándose las manos a la boca. El Percy Weasley del presente se observaba a sí mismo con la boca abierta.

No había un solo estudiante o profesor que no estuviera sorprendido. Harry tuvo que cerrar la boca, porque no supo en qué momento se le había quedado tan abierta como al Percy del presente.

— ¿Weasley? — dijo Diggory, anonadado. — No entiendo… No lo entiendo.

— ¿Qué es lo que no entiendes, Amos? — preguntó Dumbledore. — ¿Que no se trate de un mortífago?

Diggory no respondió. Parecía muy confuso y, notó Harry, abatido. Tras unos segundos, agachó la cabeza y se convirtió de nuevo en el hombre más roto que Harry jamás había visto.

Harry entendía perfectamente por qué. Si los encapuchados resultaban ser mortífagos, entonces cabía la posibilidad de que no hubieran viajado a junio para así no interferir con el regreso de Voldemort. En ese caso, podía haber alguna esperanza de que viajar atrás fuera posible, y así salvar a Cedric. Pero, si los encapuchados estaban del lado de Dumbledore… ya habrían hecho todo lo que podían. Ningún partidario de Dumbledore habría dejado morir a Cedric pudiendo evitarlo. Estaban diciendo la verdad… así que Cedric no regresaría jamás.

— Percy… — el señor Weasley parecía tan sorprendido como el resto del comedor. Percy pasó la mirada por todos los miembros de su familia. Se detuvo ligeramente en George, cuya expresión de shock era tan exagerada que le provocó una pequeña sonrisa. Y entonces miró directamente a Fred.

— Bueno, ahora que mi identidad ha sido revelada, puedo hacer esto — dijo, y la voz, que había sonado tan serena y poderosa durante toda la conversación, se quebró en la última palabra.

En un par de zancadas, cruzó la distancia que lo separaba de Fred y lo envolvió en un fuerte abrazo.

Nadie dijo nada, ni se movió de su lugar. Si a alguien se le había olvidado que Fred estaba muerto en el futuro del que provenían los libros, lo recordó en ese instante. No cabía duda alguna, mirando a Percy, de que la persona a la que estaba abrazando era a alguien a quien jamás había esperado volver a ver.

Todavía sorprendido, Fred le dio varias palmadas a su hermano en la espalda. Intercambió miradas con George, que estaba tan confuso como él, y miró entonces al Percy del presente.

— ¿Sabías que eras tú? — le preguntó Fred, rompiendo el silencio.

Percy negó con la cabeza.

— No tenía ni idea…

El Percy del futuro soltó a Fred, con algo de dificultad. No lloraba, pero Harry estaba seguro de que no le faltaban ganas.

— Nadie lo sabía — dijo. Se aclaró la garganta antes de continuar. — No pensaba revelarlo tan pronto, pero me ha parecido necesario. — Miró hacia el grupo de Hufflepuff que lo había empezado todo. — Espero que ya no quepa ninguna duda de que podéis confiar en nosotros.

Aturdidos, los chicos asintieron.

Haciendo un esfuerzo por ignorar las miradas del resto de su familia, Percy se giró hacia Harry.

— Necesito que vengas con nosotros.

Salieron del comedor, dejando atrás a todo el colegio sumido en un silencio atronador. Harry había seguido al Percy del futuro sin pensarlo, y tanto ellos dos como las tres figuras que continuaban encapuchadas se encontraban caminando por uno de los pasillos vacíos. Harry se preguntó si el salir tan rápido del comedor era una táctica para que Percy no tuviera que hablar más con su familia, pero no quiso pensar mucho en el tema.

Estaba totalmente aturdido. No se había esperado que Percy estuviera allí, aunque tenía sentido… Después de todo, George lo estaba. ¿Estarían todos los miembros de la familia Weasley bajo las capuchas? Algo le decía que no…

No tenía sentido. Si se trataba de los Weasley, ¿por qué iban a mantenerse ocultos? ¿Por qué no iban a revelarse frente a sí mismos y frente a Harry?

Aproximadamente unos diez minutos después, llegaron a la escalinata de mármol que conducía al despacho de Dumbledore. Percy dijo la contraseña en voz alta y todos subieron a la estancia vacía.

— ¿Podemos estar aquí? — preguntó Harry. Puede que Percy fuera el Weasley con el que peor se llevaba, pero se sentía mucho más cómodo sabiendo que estaba allí.

— Sí. El profesor Dumbledore viene ahora — replicó Percy, sentándose en una de las butacas vacías. Harry también se sentó, mientras que las otras tres figuras se quedaron de pie.

Harry estaba seguro de que, de no encontrarse tan cansado, descubrir a Percy le habría provocado muchas más emociones de las que sentía en ese momento. Sin embargo, en aquel instante lo único que sentía era curiosidad.

— ¿Por qué no nos has dicho que eras tú? — preguntó.

Percy bufó.

— Porque es mejor que no sepáis quiénes somos, de momento. El plan se fastidiaría si lo supierais todo — replicó.

Para Harry, eso no tenía sentido, pero no quiso preguntar más. Sentía que no iba a recibir otra respuesta.

— ¿Y qué hacemos aquí?

— Tenemos que contarte algo — Percy suspiró. Se inclinó hacia delante y miró directamente a Harry, quien de pronto se dio cuenta de que el chico que había frente a él no tendría más de veintipocos años. Allá abajo, en el comedor, le había parecido mucho mayor. Quizá era por lo terriblemente agotado que parecía

Su rostro era casi el mismo, pero había cierta dureza en sus facciones que no solía estar ahí. Se le veía más maduro y las ojeras provocadas por el cansancio contribuían mucho a dar esa sensación de mayor edad.

No tuvieron que esperar mucho para que Dumbledore llegara.

— Mis disculpas por la espera — dijo al entrar. Tomó asiento en su butaca. — Me temo que has provocado una gran impresión en el comedor. No vas a poder evitar hablar con tu familia después de esto.

Percy hizo una mueca.

— Me lo imagino. Al menos, la gente dudará menos de nosotros. Espero que haya merecido la pena.

— Yo también lo espero — admitió Dumbledore. — Al igual que espero que estéis seguros de lo que vais a hacer ahora.

Percy suspiró y se giró para intercambiar miradas con los otros tres, aunque Harry no sabía cómo podían hacerlo, ya que sus caras estaban totalmente cubiertas.

— Tenemos que hacerlo. Es la mejor opción — habló uno de los desconocidos, con la voz hechizada. A Harry le habría gustado que los demás también revelaran su identidad.

Fue el turno de Dumbledore de suspirar.

— De acuerdo.

Se levantó entonces y se dirigió al armario. A Harry le sorprendió mucho ver que sacaba de allí el pensadero y lo ponía sobre el escritorio.

Se llevó la varita a la sien y extrajo un haz de luz plateada que cayó limpiamente en el interior del recipiente.

— Harry, lo que tenemos que contarte es muy serio. Hoy has tenido un día difícil

... ¿Crees que te encuentras con fuerzas para escucharnos hasta el final? — preguntó Dumbledore.

Sorprendido, Harry asintió. Sintió una punzada de emoción. No sabía qué iban a contarle, pero toda información era bienvenida.

— Bien, Harry. Verás... — dijo Percy. — Antes de que te digamos nada, quiero que seas consciente de que tienes todo nuestro apoyo. No estás solo.

A Harry le pilló totalmente por sorpresa esa afirmación. No sonaba a algo que diría Percy.

Cuando Harry asintió, muy confuso, Dumbledore se decidió a hablar.

— Harry, ¿recuerdas la pregunta que me hiciste en tu primer año, tras derrotar a Quirrell? Me preguntaste por qué Voldemort había atacado a tus padres. Por qué te había atacado a ti.

Harry asintió, notando una bola de nervios crecer en su estómago.

— No respondí en ese momento porque pensé que todavía eras demasiado pequeño para saberlo. Ahora, se me ha hecho saber que, cuanto más tarde en decírtelo, peores serán las consecuencias — siguió Dumbledore y a Harry no le pasó desapercibida la amargura en su voz.

— ¿Qué quiere decir, profesor? — preguntó.

— ¿Sabes lo que es una profecía, Harry? Por supuesto, tú mismo presenciaste cómo la profesora Trelawney realizaba una sobre Peter Pettigrew.

Harry asintió. Jamás olvidaría aquella experiencia.

— Me temo que aquella no fue la primera profecía de Sybill.

— ¿Qué tiene que ver eso conmigo?

— Todo.

Dumbledore le dio un toque con la varita al pensadero.

— Yo mismo presencié cómo realizaba esta profecía, hace muchos años, antes de tu nacimiento.

Surgieron unas sombras de colores del pensadero. Tras unos segundos, se convirtieron en la imagen de una profesora Trelawney mucho más joven de lo que Harry la conocía. Tenía la mirada perdida y de su boca salía una voz grave y tomada que Harry reconoció inmediatamente. Estaba en trance.

—El único con poder para derrotar al Señor Tenebroso se acerca… Nacido de los que lo han desafiado tres veces, vendrá al mundo al concluir el séptimo mes… Y el Señor Tenebroso lo señalará como su igual, pero él tendrá un poder que el Señor Tenebroso no conoce… Y uno de los dos deberá morir a manos del otro, pues ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida… El único con poder para derrotar al Señor Tenebroso nacerá al concluir el séptimo mes…

La imagen de la adivina se desvaneció en un amasijo de colores. Harry se quedó mirando al lugar donde había estado, sintiéndose estúpido.

— No lo entiendo — dijo finalmente.

— Meses antes de tu nacimiento, se produjo la profecía que acabas de escuchar — explicó Dumbledore pacientemente. Había un toque amargo en su voz y Harry sintió cómo la alarma en su interior crecía y crecía a un ritmo imparable. — Hablaba del nacimiento de un niño que tenía el poder para acabar con Voldemort. La profecía llegó a sus oídos y él decidió tomarla en serio. Solamente hubo dos niños nacidos a final de julio cuyos padres se habían enfrentado tres veces a él. Uno eras tú, y el otro era Neville Longbottom.

— ¿Neville? — repitió Harry, aturdido. Las palabras de la profecía se repetían una y otra vez en su cerebro.

— Sin embargo, Voldemort te escogió a ti. Tal como dice la profecía, te señaló como a su igual — Dumbledore señaló la cicatriz de su frente. Harry se llevó la mano allí de forma inconsciente.

— ¿Qué quiere decir eso? — preguntó Harry.

— Quiere decir que el motivo por el que Voldemort atacó a tus padres fue esa profecía. Quería llegar a ti — dijo Percy. — Y es también el motivo por el que cada año intenta matarte, y seguirá intentándolo. La profecía le hizo pensar que eres el único que puede detenerle, así que no se sentirá tranquilo hasta haberte derrotado.

— Pero... Pero eso es una tontería — balbuceó Harry. — Yo jamás podría derrotarlo.

— No estés tan seguro — Percy le dio una palmadita en el hombro.

— Olvidas otra parte de la profecía — le dijo Dumbledore. Volvió a darle un golpe con la varita al pensadero y la profesora reapareció.

Y el Señor Tenebroso lo señalará como su igual, pero él tendrá un poder que el Señor Tenebroso no conoce… Y uno de los dos deberá morir a manos del otro, pues ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida…

A Harry le daba vueltas la cabeza.

— ¿Un poder que el Señor Tenebroso no conoce? Yo no tengo nada... ¿Y ninguno podrá vivir? ¿Qué significa eso?

— Significa que Voldemort no descansará hasta acabar contigo — dijo Dumbledore con franqueza. — Y que, por tanto, tú tampoco podrás vivir en paz.

— Uno de los dos deberá morir a manos del otro... — repitió Harry. A cada segundo que pasaba, se sentía más horrorizado. Le estaba costando comprender la magnitud de lo que acababan de decirle.

— Me temo que así es.

— O sea, que tengo que matar o ser matado — dijo Harry con voz quebrada. — ¿Es eso? O asesino, o asesinado. Son mis únicas dos opciones.

Dumbledore se quedó en silencio y Percy suspiró.

— Nunca serás un asesino, Harry. Ni aunque derrotes a Voldemort.

Uno de los encapuchados puso una mano sobre el hombro de Harry, para darle ánimos.

Harry estaba mareado. Así que no tenía escapatoria. No había sido casualidad haberse encontrado cada año con Voldemort. No había sido casualidad que Voldemort eligiera atacar a sus padres aquella noche, ni que lo atacara a él.

Estaban destinados a luchar. Uno viviría y el otro moriría.

Y no había nada que pudiera hacer al respecto.


Harry no supo cómo llegó a la torre de Gryffindor. Había pasado un par de horas en el despacho de Dumbledore, viendo la profecía una y otra vez. Los encapuchados le habían asegurado que todo iría bien y que le ayudarían a derrotar a Voldemort. No sabía hasta qué punto tener fe en que fuera verdad, pero decidió aferrarse a sus palabras para mantener la cordura.

Cuando entró en la sala común, se dirigió directamente a las escaleras que subían a su dormitorio, a pesar de ser consciente de que Ron, Hermione, Ginny y los gemelos lo esperaban en una de las mesas.

No quería ver a nadie, ni hablar con nadie. No quería pensar en nada.

Por suerte, el dormitorio se encontraba vacío. Corrió la cortina y se dejó caer en la cama, sin siquiera cambiarse de ropa. Era muy pronto para ponerse el pijama.

Pasaron varios minutos. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de la profesora Trelawney y escuchaba las palabras que habían salido de su boca.

El único con poder para derrotar al Señor Tenebroso se acerca…

No quería pensar en ello, pero su mente no cooperaba.

Escuchó la puerta del dormitorio abrirse y reprimió un gemido. No tenía ganas de hablar con nadie.

Por los pasos, pudo reconocer perfectamente a las personas que habían entrado, así que no le sorprendió nada que Ron, Hermione y Ginny abrieran la cortina de su cama.

— ¿Qué ha pasado? — preguntó Hermione. — ¿Qué te han dicho?

Harry no respondió. No tenía energías para ello

Tampoco sabía si quería que sus amigos supieran lo que se le venía encima. Todavía no había podido asimilarlo…

Por suerte, parecieron entender que no iba a decir ni una palabra al respecto. Comenzaron a hablar de otras cosas y Harry cerró los ojos, centrándose única y exclusivamente en el sonido de sus voces. Le ayudaban a no pensar.

— Deberías hacer los ejercicios de Oclumancia —le recordó Hermione.

Harry no había mirado si hoy también tenía una nota bajo la almohada. Efectivamente, allí estaba, con instrucciones sobre cómo poner la mente en blanco y relajarse. Justo lo que necesitaba, pensó con sarcasmo.

Ginny cogió la nota que Harry miraba con desdén y la examinó.

— Ve a ponerte el pijama — le dijo.

— Aún es temprano. Ni siquiera hemos cenado — se quejó Ron. Hermione le dio un codazo.

— Algo me dice que Harry no va a probar bocado de todas formas — dijo Ginny.

Harry no podía negarlo. Lo último en lo que estaba pensando era en comer.

Hizo lo que las chicas le ordenaron. Fue al baño y se puso el pijama, más que nada para estar solo unos minutos. Cuando regresó a la cama, Ginny y Hermione lo obligaron a acostarse en ella.

— ¿Y ahora qué? — preguntó Harry.

— Tienes que intentar dejar la mente en blanco — le dijo Hermione. Había cogido el pergamino que antes sostenía Ginny y lo leía con detenimiento. — Aquí pone que, si no puedes vaciar tu mente, puedes probar a concentrarte en algo aburrido o monótono.

— ¿Como qué? — preguntó Ron.

— No sé, las olas del mar — sugirió Hermione. — Un árbol metiéndose con el viento. Algo así.

— ¿Puede ser un sonido? — preguntó Harry, recordando lo que había estado pensando antes de que saliera el tema de la Oclumancia.

— Sí, creo que sí — dijo Hermione. — Cualquier cosa que te ayude a vaciar la mente.

— Hablad.

— ¿Eh?

— Hablad — pidió Harry. — De lo que sea. Que no sea importante.

Los tres amigos intercambiaron miradas, pero hicieron exactamente lo que Harry les pedía. No hablaron de Voldemort, ni de los libros, ni de Percy y el resto de encapuchados del futuro. Hablaron de quidditch, de lo obvio que era que Ernie Macmillan y Lisa Turpin habían tenido un romance accidentado, de lo bonito que se veía el bosque desde la torre de Astronomía. Para cuando alguien mencionó a los elfos domésticos y Hermione se puso a divagar sobre la PEDDO, Harry ya se había quedado dormido.


● LA HISTORIA NO ES MÍA , LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL:LUXERII 

Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

  Hospital San Mungo de enfermedades y Heridas mágicas: ¡Ni estoy mintiendo ni me he vuelto loco! —insistió Harry a voz en grito—. ¡Le digo ...