Caminos separados:
— Ese es el final — dijo la profesora Sprout, y se hizo el silencio.
Pasaron unos segundos en los que nadie dijo nada. El capítulo había sido una bomba de información tan grande que Harry hasta sintió un poco de pena por algunos alumnos de primero, que parecían extremadamente confusos.
— ¿Alguien se ofrece voluntario para leer el siguiente? — preguntó Dumbledore en voz alta.
Solo un par de manos dubitativas se alzaron en el aire. El director escogió a un chico de Ravenclaw al que Harry no conocía de nada. El chico subió a la tarima y, sin más demora, leyó:
— Caminos separados.
El título solo sirvió para crear más confusión y curiosidad. Y a Harry le indicó que, sin duda alguna, iban a leer la discusión entre Fudge y Dumbledore.
Desvió la vista hacia el ministro, que estaba algo más pálido que antes. ¿Cómo se tomaría lo que estaban a punto de leer? Y lo más importante, ¿cómo se lo tomaría el resto del colegio?
Dumbledore se levantó y miró un momento a Barty Crouch con desagrado. Luego alzó otra vez la varita e hizo salir de ella unas cuerdas que lo dejaron firmemente atado.
Harry escuchó a más de uno murmurar "bien" o "se lo merece".
Se dirigió entonces a la profesora McGonagall.
—Minerva, ¿te podrías quedar vigilándolo mientras subo con Harry?
—Desde luego —respondió ella. Daba la impresión de que sentía náuseas, como si acabara de ver vomitar a alguien. Sin embargo, cuando sacó la varita y apuntó con ella a Barty Crouch, su mano estaba completamente firme.
Algunos miraron a la profesora McGonagall con sorpresa. Otros, con admiración.
— No me imagino a la profesora vomitando — admitió Seamus en voz baja.
— Yo tampoco — respondió Dean.
—Severus, por favor, dile a la señora Pomfrey que venga —indicó Dumbledore —. Hay que llevar a Alastor Moody a la enfermería. Luego baja a los terrenos, busca a Cornelius Fudge y tráelo acá. Supongo que querrá oír personalmente a Crouch. Si quiere algo de mí, dile que estaré en la enfermería dentro de media hora.
Fudge se removió en su asiento, visiblemente nervioso. Estaban a punto de leer el momento en el que había decidido poner en riesgo el futuro de todo el mundo mágico para evitar aceptar la realidad. Recordando todo lo que había sucedido en los últimos meses, Harry no consiguió sentir pena por él.
Snape asintió en silencio y salió del despacho.
—Harry... —llamó Dumbledore con suavidad.
— Le habló como a un animal herido — se oyó decir a Demelza con sorpresa. — O como a un niño pequeño.
— Bueno, Potter acababa de pasar por algo muy fuerte. Normal que le hablara así — dijo una de sus amigas. Ambas miraron a Harry con ternura y éste apartó la mirada, suprimiendo un escalofrío.
Harry se levantó y volvió a tambalearse. El dolor de la pierna, que no había notado mientras escuchaba a Crouch, acababa de regresar con toda su intensidad. También se dio cuenta de que temblaba.
Las miradas de pena regresaron con fuerza. Harry desearía que el libro no diera tantos detalles sobre su pésimo estado físico y mental.
Dumbledore lo cogió del brazo y lo ayudó a salir al oscuro corredor.
—Antes que nada, quiero que vengas a mi despacho, Harry —le dijo en voz baja, mientras se encaminaban hacia el pasadizo—. Sirius nos está esperando allí.
— Harry necesitaba ir a la enfermería urgentemente — saltó la señora Pomfrey, enfadada.
Dumbledore no contestó.
Harry asintió con la cabeza. Lo invadían una especie de aturdimiento y una sensación de total irrealidad, pero no hizo caso: estaba contento de encontrarse así.
Eso provocó que varias miradas curiosas volaran en su dirección.
No quería pensar en nada de lo que había sucedido después de tocar la Copa de los tres magos. No quería repasar los recuerdos, demasiado frescos y tan claros como si fueran fotografías, que cruzaban por su mente: Ojoloco Moody dentro del baúl, Colagusano desplomado en el suelo y agarrándose el muñón del brazo, Voldemort surgiendo del caldero entre vapores, Cedric... muerto, Cedric pidiéndole que lo llevara con sus padres...
Hermione lo agarró de la muñeca y apretó con fuerza. Ron, bastante tenso, le dio un par de palmaditas en la rodilla. Harry no quiso mirar a ninguno de los dos, ni a cualquier otro alumno o profesor del colegio. Estaba deseando que el asunto de Cedric quedara atrás.
—Profesor —murmuró—, ¿dónde están los señores Diggory?
—Están con la profesora Sprout —dijo Dumbledore. Su voz, tan impasible durante todo el interrogatorio de Barty Crouch, tembló levemente por vez primera—. Es la jefa de la casa de Cedric, y es quien mejor lo conocía.
La profesora Sprout se aclaró la garganta, con ojos llorosos. Flitwick le tendió un pañuelo que ella aceptó con gratitud.
Llegaron ante la gárgola de piedra. Dumbledore pronunció la contraseña, se hizo a un lado, y él y Harry subieron por la escalera de caracol móvil hasta la puerta de roble. Dumbledore la abrió.
Sirius se encontraba allí, de pie. Tenía la cara tan pálida y demacrada como cuando había escapado de Azkaban.
Sirius hizo una mueca.
Cruzó en dos zancadas el despacho.
—¿Estás bien, Harry? Lo sabía, sabía que pasaría algo así. ¿Qué ha ocurrido?
Las manos le temblaban al ayudar a Harry a sentarse en una silla, delante del escritorio.
Harry sintió una oleada de afecto hacia su padrino. En aquel momento, había estado demasiado nervioso y agotado para apreciar el gesto de Sirius, pero ahora podía ver lo mucho que su padrino se había preocupado por él.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó, más apremiante.
Dumbledore comenzó a contarle a Sirius todo lo que había dicho Barty Crouch. Harry sólo escuchaba a medias. Estaba tan agotado que le dolía hasta el último hueso, y lo único que quería era quedarse allí sentado, que no lo molestaran durante horas y horas, hasta que se durmiera y no tuviera que pensar ni sentir nada más.
— Potter tiene pensamientos muy preocupantes — dijo una chica de séptimo de Ravenclaw.
— Hombre, no querrás que piense en flores y arcoíris después de ver morir a Diggory — replicó un chico de cuarto.
La Ravenclaw frunció el ceño.
— Lo digo en serio. Tiene una vena autodestructiva muy evidente. Arriesga su vida todos los años...
— No es porque yo quiera — se defendió Harry, pero la chica continuó:
— Y en el cementerio pensó que deseaba morir.
— ¡Estaba bajo la maldición cruciatus! — exclamó Harry. Lo último que necesitaba era que sus amigos pensaran que tenía tendencias suicidas. Ya podía notar lo mucho que Hermione se había tensado. Ginny tenía la mandíbula tan apretada que debían dolerle los dientes, pero ella no parecía darse cuenta. Ron, por su parte, tenía el rostro serio y escuchaba cada palabra de la Ravenclaw con atención.
— Y este tipo de pensamientos sobre querer dejar de sentir... No sé, creo que Potter necesita ayuda psicológica — terminó la Ravenclaw.
— No estoy loco — replicó Harry, cortante. La Ravenclaw lo miró fijamente.
— No digo que lo estés — respondió con sinceridad. Su tono pilló por sorpresa a Harry. — Solo digo que hablar con alguien que sepa de asuntos de salud mental te podría ir bien. Todos necesitamos ayuda a veces, Potter.
Harry abrió y cerró la boca varias veces, sin saber cómo responder. Sintió que debía decir algo, pero no tenía ni la más remota idea de qué más decir para asegurarse de que ninguno de sus amigos se preocupaba innecesariamente.
Y estaban preocupados, eso era obvio. Hermione le apretaba ahora con más fuerza la muñeca y Ron estaba tan tieso que parecía hecho de madera.
Con una punzada, Harry notó que los Weasley intercambiaban miradas alarmadas. Los profesores también parecían preocupados y Hagrid se había puesto blanco. Muchos de sus compañeros lo miraban ahora con una mezcla de alarma, pena y preocupación.
Por suerte para él, el chico que estaba leyendo decidió continuar, sin darle tiempo a nadie más para analizar su estado mental.
Oyó un suave batir de alas. Fawkes, el fénix, había abandonado la percha y se había ido a posar sobre su rodilla.
—Hola, Fawkes —lo saludó Harry en voz baja. Acarició sus hermosas plumas de color oro y escarlata. Fawkes abrió y cerró los ojos plácidamente, mirándolo. Había algo reconfortante en su cálido peso.
— Quiero tener un fénix algún día — se oyó decir a una niña de primero.
Dumbledore dejó de hablar. Sentado al escritorio, miraba fijamente a Harry, pero éste evitaba sus ojos. Se disponía a interrogarlo. Le haría revivirlo todo.
Algunos miraron mal a Dumbledore, incluyendo a la señora Weasley.
—Necesito saber qué sucedió después de que tocaste el traslador en el laberinto, Harry —le dijo.
—Podemos dejarlo para mañana por la mañana, ¿no, Dumbledore? —se apresuró a observar Sirius. Le había puesto a Harry una mano en el hombro—. Dejémoslo dormir. Que descanse.
— Exacto. Eso es lo que necesitaba — dijo Molly, cuyo tono sorprendido mostraba lo extraño que le parecía ver a Sirius cuidando así de Harry.
Lo embargó un sentimiento de gratitud hacia Sirius, pero Dumbledore desoyó su sugerencia y se inclinó hacia él. Muy a desgana, Harry levantó la cabeza y encontró aquellos ojos azules.
Sirius sonrió levemente. Dumbledore, por su parte, ignoró las miradas frustradas de muchos profesores (especialmente de McGonagall) y dijo en voz alta:
— Espero que podáis disculpar mi insistencia aquella noche, pero sabed que no me arrepiento.
Algunos resoplaron.
—Harry, si pensara que te haría algún bien induciéndote al sueño por medio de un encantamiento y permitiendo que pospusieras el momento de pensar en lo sucedido esta noche, lo haría —dijo Dumbledore con amabilidad—. Pero me temo que no es así. Adormecer el dolor por un rato te haría sentirlo luego con mayor intensidad. Has mostrado más valor del que hubiera creído posible: te ruego que lo muestres una vez más contándonos todo lo que sucedió.
Escuchando los argumentos de Dumbledore, la mayoría del comedor no tuvo más remedio que aceptar que Harry hubiera tenido que revivirlo todo de forma tan inmediata.
El fénix soltó una nota suave y trémula. Tembló en el aire, y Harry sintió como si una gota de líquido caliente se le deslizara por la garganta hasta el estómago, calentándolo y tonificándolo.
Muchos se quedaron asombrados.
Respiró hondo y comenzó a hablar. Conforme lo hacía, parecían alzarse ante sus ojos las imágenes de todo cuanto había pasado aquella noche: vio la chispeante superficie de la poción que había revivido a Voldemort, vio a los mortífagos apareciéndose entre las tumbas, vio el cuerpo de Cedric tendido en el suelo a corta distancia de la Copa.
Amos Diggory soltó una especie de gruñido. Harry no podía verle los ojos (porque estaba mirando hacia el suelo) pero algo le decía que Diggory estaría mejor si el nombre de Cedric dejara de aparecer.
En una o dos ocasiones, Sirius hizo ademán de decir algo, sin dejar de aferrar con la mano el hombro de Harry, pero Dumbledore lo detuvo con un gesto, y Harry se alegró, porque, habiendo comenzado, era más fácil seguir. Hasta se sentía aliviado: era casi como si se estuviera sacando un veneno de dentro. Seguir hablando le costaba toda la entereza que era capaz de reunir, pero le parecía que, en cuanto hubiera acabado, se sentiría mejor.
Eso hizo que las miradas frustradas hacia Dumbledore disminuyeran considerablemente.
Sin embargo, cuando Harry contó que Colagusano le había hecho un corte en el brazo con la daga, Sirius dejó escapar una exclamación vehemente, y Dumbledore se levantó tan de golpe que Harry se asustó.
Dumbledore pareció sorprendido al escuchar eso. Harry supuso que, con las prisas, ni siquiera se había dado cuenta de que lo había asustado.
Rodeó el escritorio y le pidió que extendiera el brazo. Harry les mostró a ambos el lugar en que le había rasgado la túnica, y el corte que tenía debajo.
—Dijo que mi sangre lo haría más fuerte que la de cualquier otro —explicó Harry —. Dijo que la protección que me otorgó mi madre... iría también a él. Y tenía razón: pudo tocarme sin hacerse daño, me tocó en la cara.
La amargura en las caras de Sirius y de Lupin era evidente.
Por un breve instante, Harry creyó ver una expresión de triunfo en los ojos de Dumbledore.
— ¿Cómo? — inquirió Bill, sorprendido.
El comedor se llenó de voces que fueron aumentando de volumen de manera alarmante. La confusión general era evidente.
— ¿A qué vino eso, Albus? Explícate — dijo McGonagall, lívida.
McGonagall no era la única que pedía explicaciones. Sirius se había puesto en pie y miraba a Dumbledore con rabia. La señora Weasley tenía el ceño fruncido y parecía estar a dos segundos de levantarse también y exigirle al director que diera una explicación. Curiosamente Harry vio a Snape lanzándole a Dumbledore una mirada calculadora. Incluso los miembros de la Orden parecían muy confusos.
Aturdido, Harry trató de recordar aquel breve momento que ya había casi olvidado. Era cierto: Dumbledore había parecido contento durante un instante... Pero, ¿por qué? No tenía sentido.
— ¿Una expresión de triunfo? — repitió la profesora Sprout sin entender. — ¿Por qué iba a sentir triunfo al saber que El-que-no-debe-ser-nombrado había sobrepasado la protección de Lily Potter? Es ridículo.
Y, sin embargo, Dumbledore no lo negó.
— ¿Profesor?
Harry no esperaba que todos se callaran justo cuando él había decidido hablar, ni esperaba que su voz se escuchara con toda claridad a través del comedor. No esperaba que Dumbledore levantara la mirada y la dirigiera a un punto a su derecha, sin mirarlo fijamente pero mostrando que le hablaba a él.
— Admito que sentí... ¿Cómo decía? Cierto triunfo en aquel momento —confesó, y a Harry fue como si le dieran con una piedra en la cabeza. Todo el comedor se quedó en silencio, mirando al director con expresiones que variaban desde la incredulidad hasta el horror.
Viendo que tenía la atención de todos, Dumbledore prosiguió:
— Veréis... En aquel momento, yo tenía ciertas teorías sobre la conexión entre Harry y Voldemort. Es innegable que hay una conexión, creada a través de la cicatriz. — Dos decenas de personas se giraron para mirar la cicatriz de Harry, que estaba tan aturdido que ni siquiera se esforzó en ocultarla. Dumbledore continuó: — En aquel momento, tuve un instante de lucidez.
Harry esperaba que el director siguiera hablando, pero no lo hizo.
— Y supongo que no vas a compartir ese instante de lucidez — dijo McGonagall sarcásticamente.
— Me temo que así es, Minerva. Si mi teoría es cierta, aparecerá en los libros, sin duda.
Harry le habría podido pegar una patada a Dumbledore en ese momento. Respiró hondo e intercambió miradas incrédulas con sus amigos. La señora Weasley todavía murmuraba por lo bajo y Sirius no parecía nada calmado, pero al menos accedió a sentarse de nuevo.
En cuanto hubo silencio, el Ravenclaw siguió leyendo.
Pero un segundo después estuvo seguro de habérselo imaginado, porque, cuando Dumbledore volvió a su silla tras el escritorio, parecía más viejo y más débil de lo que Harry lo había visto nunca.
— No es de extrañar — admitió Dumbledore. — Yo mismo sentí que envejecía diez años en una noche.
—Muy bien —dijo, volviéndose a sentar—. Voldemort ha superado esa barrera. Prosigue, Harry, por favor.
Harry continuó: explicó cómo había salido Voldemort del caldero, y les repitió todo cuanto recordaba de su discurso a los mortífagos. Luego relató cómo Voldemort lo había desatado, le había devuelto su varita y se había preparado para batirse.
— Aún me cuesta creer que Potter se haya batido en duelo con El-que-no-debe-ser-nombrado — dijo un Gryffindor de segundo, asombrado.
Cuando llegó a la parte en que el rayo dorado de luz había conectado su varita con la de Voldemort, se notó la garganta obstruida.
— Oh, no. Pobrecito — se lamentó Katie.
Intentó seguir hablando, pero el recuerdo de lo que había surgido de la varita de Voldemort le anegaba la mente. Podía ver a Cedric saliendo de ella, ver al viejo, a Bertha Jorkins... a su madre... a su padre...
Todo el mundo estaba en silencio. Harry casi habría deseado que dijeran algo, aunque fuese para burlarse de él. Todo era mejor que el silencio absoluto y las miradas llenas de pena.
Se alegró de que Sirius rompiera el silencio.
—¿Se conectaron las varitas? —dijo, mirando primero a Harry y luego a Dumbledore—. ¿Por qué?
— Buena pregunta — dijo Colin, lleno de curiosidad.
Harry volvió a levantar la vista hacia Dumbledore, que parecía impresionado.
—Priori incantatem —musitó.
— ¡Así se llamaba ese capítulo! — exclamó una chica de segundo.
Sus ojos miraron los de Harry, y fue casi como si hubieran quedado conectados por un repentino rayo de comprensión.
—¿El efecto de encantamiento invertido? —preguntó Sirius.
—Exactamente —contestó Dumbledore—. La varita de Harry y la de Voldemort tienen el mismo núcleo. Cada una de ellas contiene una pluma de la cola del mismo fénix. De ese fénix, de hecho —añadió señalando al pájaro de color oro y escarlata que estaba tranquilamente posado sobre una rodilla de Harry.
— ¿Cómo?
— ¿¡La pluma es de Fawkes?!
— ¡Qué casualidad!
— ¡No puede ser casualidad!
— ¡Qué fuerte!
—¿La pluma de mi varita proviene de Fawkes? —exclamó Harry sorprendido.
—Sí —respondió Dumbledore—. En cuanto saliste de su tienda hace cuatro años, el señor Ollivander me escribió para decir que tú habías comprado la segunda varita.
— ¿Significa eso que la varita de El-que-no-debe-ser-nombrado tiene una pluma del fénix de Dumbledore? Qué irónico — dijo Angelina.
— Me parece demasiada casualidad que tanto Harry como El-que-no-debe-ser-nombrado tengan la pluma de Fawkes — dijo Alicia, pensativa. — Es una coincidencia muy rara.
Harry también pensaba que era extraño, pero estaba seguro de que no encontraría respuestas satisfactorias a ese misterio.
—Entonces, ¿qué sucede cuando una varita se encuentra con su hermana? —quiso saber Sirius.
—Que no funcionan correctamente la una contra la otra —explicó Dumbledore —. Sin embargo, si los dueños de las varitas las obligan a combatir... tendrá lugar un efecto muy extraño: una de las varitas obligará a la otra a vomitar los encantamientos que ha llevado a cabo... en sentido inverso, primero el más reciente, luego los que lo precedieron...
— Por eso aparecieron los fantasmas — exclamó Susan. — Porque fueron los últimos hechizos de la varita los que...
No terminó la frase.
Miró interrogativamente a Harry, y éste asintió con la cabeza.
—Lo cual significa —añadió Dumbledore pensativamente, fijando los ojos en la cara de Harry— que tuvo que reaparecer Cedric de alguna manera.
Harry volvió a asentir.
El silencio volvió a tornarse pesado, tenso.
—¿Volvió a la vida? —preguntó Sirius.
—Ningún encantamiento puede resucitar a un muerto —dijo Dumbledore apesadumbrado—. Todo lo que pudo haber fue alguna especie de eco. Saldría de la varita una sombra del Cedric vivo. ¿Me equivoco, Harry?
— ¿Seguro que no hay ningún encantamiento? — preguntó inocentemente una niña de primero.
Dumbledore negó con la cabeza.
—Me habló —dijo Harry, y de repente volvió a temblar—. Me habló el... el fantasma de Cedric, o lo que fuera.
No hizo falta que Harry escuchara los "Qué pena" y "Pobre" para saber que medio colegio sentía lástima por él.
—Un eco que conservaba la apariencia y el carácter de Cedric —explicó Dumbledore—. Adivino que luego aparecieron otras formas: víctimas menos recientes de la varita de Voldemort...
—Un viejo —dijo Harry, todavía con un nudo en la garganta—. Y Bertha Jorkins. Y...
Hermione dejó escapar un suspiró tembloroso.
—¿Tus padres? —preguntó Dumbledore en voz baja.
—Sí —contestó Harry.
Sirius apretó tanto a Harry en el hombro que casi le hacía daño.
Sirius se disculpó con la mirada.
—Los últimos asesinatos que la varita llevó a cabo —dijo Dumbledore, asintiendo con la cabeza—, en orden inverso. Naturalmente, habrían seguido apareciendo otros si hubieras mantenido la conexión.
— Cientos otros — murmuró Kingsley.
Muy bien, Harry: esos ecos... esas sombras... ¿qué hicieron?
— Ayudarle a escapar — respondió Roger Davies por él. — Pero no lo entiendo. Si solo eran ecos, ¿cómo podían ser tan reales?
— Porque no se trataba de una imitación, sino más bien de una versión incompleta de las personas a las que se referían — explicó Dumbledore, dejando a la gente incluso más confusa que antes
Harry describió cómo las figuras que habían salido de la varita habían deambulado por el borde de la red dorada, cómo le dio la impresión de que Voldemort les tenía miedo,
— Como para no tenerlo — murmuró Dean. — Imagina que todas tus víctimas aparezcan delante de ti y tú no puedas ni tocarlas.
cómo la sombra de su padre le había indicado qué hacer y la de Cedric, su último deseo.
Diggory seguía manteniendo la vista en el suelo.
En aquel punto, Harry se dio cuenta de que no podía continuar. Miró a Sirius, y vio que se cubría la cara con las manos.
— Fuiste muy valiente — dijo Sirius. — Solo con escuchar el relato, sentí que me caía encima un peso enorme. No cualquiera habría podido vivir todo eso y contarlo sin derrumbarse.
Harry no supo qué responder.
Harry advirtió de pronto que Fawkes había dejado su rodilla y había revoloteado hasta el suelo. Apoyó su hermosa cabeza en la pierna herida de Harry, y derramó sobre la herida que le había hecho la araña unas espesas lágrimas de color perla. El dolor desapareció. La piel recubrió lisamente la herida. Estaba curado.
— Podía haber llorado también sobre la herida del brazo — dijo Lavender.
— Oye, ¿qué pasaría si Fawkes llorara sobre la cicatriz de la frente? — preguntó Parvati. — ¿Se curaría?
Harry nunca se lo había planteado, pero, aunque sospechaba la respuesta, le dio mucha curiosidad saberlo.
— Me temo que no hay nada que Fawkes pueda hacer con respecto a esa cicatriz — dijo Dumbledore, confirmando las sospechas de Harry.
—Te lo repito —dijo Dumbledore, mientras el fénix se elevaba en el aire y se volvía a posar en la percha que había al lado de la puerta—: esta noche has mostrado una valentía superior a lo que podríamos haber esperado de ti, Harry. La misma valentía de los que murieron luchando contra Voldemort cuando se encontraba en la cima de su poder.
Harry notó cómo enrojecía.
Has llevado sobre tus hombros la carga de un mago adulto, has podido con ella y nos has dado todo lo que podíamos esperar.
Algunos miraban a Harry con admiración. Teniendo en cuenta que hacía tan sólo una semana que todos lo habían considerado un loco, el cambio era bestial.
Ahora te llevaré a la enfermería. No quiero que vayas esta noche al dormitorio. Te vendrán bien una poción para dormir y un poco de paz...
— Ya era hora — gruñó la señora Pomfrey.
Sirius, ¿te gustaría quedarte con él?
Sirius asintió con la cabeza y se levantó. Volvió a transformarse en el perro grande y negro, salió del despacho y bajó con ellos un tramo de escaleras hasta la enfermería.
— Hay que admitir que ser un animago es muy útil — dijo Lee, pensativo. Harry estaba seguro de que el chico intentaría convertirse en uno en cuanto pudiera.
Cuando Dumbledore abrió la puerta, Harry vio a la señora Weasley, a Bill, Ron y Hermione rodeando a la señora Pomfrey, que parecía agobiada. Le estaban preguntando dónde se hallaba él y qué le había ocurrido.
A pesar de que aquella noche todo había sido horrible, Harry no pudo evitar sonreír un poco al oír eso. La suerte que había tenido al conocer a sus amigos era impresionante.
Todos se abalanzaron sobre ellos cuando entraron, y la señora Weasley soltó una especie de grito amortiguado:
—¡Harry!, ¡ay, Harry!
La señora Weasley se ruborizó ligeramente.
Fue hacia él, pero Dumbledore se interpuso.
—Molly —le dijo levantando la mano—, por favor, escúchame un momento. Harry ha vivido esta noche una horrible experiencia. Y acaba de revivirla para mí. Lo que ahora necesita es paz y tranquilidad, y dormir. Si quiere que estéis con él — añadió, mirando también a Ron, Hermione y Bill—, podéis quedaros, pero no quiero que le preguntéis nada hasta que esté preparado para responder, y desde luego no esta noche.
— Es irónico que él diga eso cuando ha sido quien ha obligado a Potter a contar toda la historia — se quejó un chico de tercero. Varias personas le dieron la razón.
La señora Weasley mostró su conformidad con un gesto de la cabeza. Estaba muy pálida. Se volvió hacia Ron, Hermione y Bill con expresión severa, como si ellos estuvieran metiendo bulla, y les dijo muy bajo:
—¿Habéis oído? ¡Necesita tranquilidad!
Ron rodó los ojos al recordar eso.
—Dumbledore —dijo la señora Pomfrey, mirando fijamente el perro grande y negro en el que se había convertido Sirius—, ¿puedo preguntar qué...?
—Este perro se quedará un rato haciéndole compañía a Harry —dijo sencillamente Dumbledore—. Te aseguro que está extraordinariamente bien educado. Esperaremos a que te acuestes, Harry.
La señora Pomfrey soltó un bufido.
— Extraordinariamente bien educado...
Sirius le sonrió.
Harry sintió hacia Dumbledore una indecible gratitud por pedirles a los otros que no le hicieran preguntas. No era que no quisiera estar con ellos, pero la idea de explicarlo todo de nuevo, de revivirlo una vez más, era superior a sus fuerzas.
— Es perfectamente comprensible — dijo Hermione, mostrando que no se lo tomaba como algo personal. Ron volvió a darle unas palmaditas en la rodilla.
—Volveré en cuanto haya visto a Fudge, Harry —dijo Dumbledore—. Me gustaría que mañana te quedaras aquí hasta que me haya dirigido al colegio.
Salió. Mientras la señora Pomfrey lo llevaba a una cama próxima, Harry vislumbró al auténtico Moody acostado en una cama al final de la sala. Tenía el ojo mágico y la pata de palo sobre la mesita de noche.
Muchas miradas se dirigieron directamente a Moody, que no hizo ni caso.
—¿Qué tal está? —preguntó Harry.
—Se pondrá bien —aseguró la señora Pomfrey, dándole un pijama a Harry y rodeándolo de biombos.
— Qué mono, preguntando cómo está Moody a pesar de estar él tan herido — dijo Romilda.
Él se quitó la ropa, se puso el pijama, y se acostó. Ron, Hermione, Bill y la señora Weasley se sentaron a ambos lados de la cama, y el perro negro se colocó junto a la cabecera. Ron y Hermione lo miraban casi con cautela, como si los asustara.
— Claro que no — dijo Hermione rápidamente. — Solo estábamos preocupados.
— Estabas muy pálido — añadió Ron, tragando saliva. — Parecía que ibas a caer desmayado en cualquier momento.
Harry hizo una mueca.
—Estoy bien —les dijo—. Sólo que muy cansado.
A la señora Weasley se le empañaron los ojos de lágrimas mientras le alisaba la colcha de la cama, sin que hiciera ninguna falta.
Harry quiso agradecerle, aunque no sabía cómo. Acabó murmurando un "gracias" que hizo que a la señora Weasley le brillaran los ojos.
La señora Pomfrey, que se había marchado aprisa al despacho, volvió con una copa y una botellita de poción de color púrpura.
—Tendrás que bebértela toda, Harry —le indicó—. Es una poción para dormir sin soñar.
Harry se preguntó si la señora Pomfrey le permitiría llevarse una de esas pociones al dormitorio. Estaba seguro de que iba a tener pesadillas esa noche.
Harry tomó la copa y bebió unos sorbos. Enseguida le entró sueño: todo a su alrededor se volvió brumoso, las lámparas que había en la enfermería le hacían guiños amistosos a través de los biombos que rodeaban su cama, y sintió como si su cuerpo se hundiera más en la calidez del colchón de plumas. Antes de que pudiera terminar la poción, antes de que pudiera añadir otra palabra, la fatiga lo había vencido.
— Estaba tan agotado que ni siquiera se la tuvo que beber entera — dijo Angelina con tristeza.
Harry despertó en medio de tal calidez y somnolencia que no abrió los ojos, esperando volver a dormirse. La sala seguía a oscuras: estaba seguro de que aún era de noche y de que no había dormido mucho rato.
Recordando aquella sensación de calidez, Harry decidió que le pediría a la enfermera una de esas pociones. Necesitaba una noche completa de sueño.
Luego oyó cuchicheos a su alrededor.
—¡Van a despertarlo si no se callan!
—¿Por qué gritan así? No habrá ocurrido nada más, ¿no?
Ron soltó un bufido.
— No, solo que Fudge se ha cargado al testigo más importante — murmuró para que solo Harry y Hermione lo escucharan.
Harry abrió perezosamente los ojos. Alguien le había quitado las gafas. Pudo distinguir junto a él las siluetas borrosas de la señora Weasley y de Bill. La señora Weasley estaba de pie.
—Es la voz de Fudge —susurraba ella—. Y ésa es la de Minerva McGonagall, ¿verdad? Pero ¿por qué discuten?
Muchos alumnos prestaron más atención que antes. Nadie se espera a ver a McGonagall y a Fudge discutir.
Harry también los oía: gente que gritaba y corría hacia la enfermería.
—Ya sé que es lamentable, pero da igual, Minerva —decía Cornelius Fudge en voz alta.
—¡No debería haberlo metido en el castillo! —gritó la profesora McGonagall—. Cuando se entere Dumbledore...
Harry sintió una oleada de rabia al recordar lo que había sucedido. ¿Cómo se atrevía el ministro a decir que daba igual?
Harry oyó abrirse de golpe las puertas de la enfermería. Sin que nadie se diera cuenta, porque todos miraban hacia la puerta mientras Bill retiraba el biombo, Harry se sentó y se puso las gafas.
Fudge entró en la sala con paso decidido. Detrás de él iban Snape y la profesora McGonagall.
—¿Dónde está Dumbledore? —le preguntó Fudge a la señora Weasley.
—Aquí no —respondió ella, enfadada—. Esto es una enfermería, señor ministro. ¿No cree que sería mejor...?
— ¿La señora Weasley le respondió al ministro? ¡Caray! — exclamó una chica de tercero, impresionada.
Pero la puerta se abrió y entró Dumbledore en la sala.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió bruscamente, pasando la vista de Fudge a la profesora McGonagall—. ¿Por qué estáis molestando a los enfermos? Minerva, me sorprende que tú... Te pedí que vigilaras a Barty Crouch...
La profesora McGonagall le lanzó a Dumbledore una mirada llena de enfado.
—¡Ya no necesita que lo vigile nadie, Dumbledore! —gritó ella—. ¡Gracias al ministro!
Harry no había visto nunca a la profesora McGonagall tan fuera de sí: tenía las mejillas coloradas, los puños apretados y temblaba de furia.
— Debía dar auténtico miedo — dijo Fred.
Ron asintió.
— Créeme, no quieres verla enfadada de verdad.
—Cuando le dijimos al señor Fudge que habíamos atrapado al mortífago responsable de lo ocurrido esta noche —dijo Snape en voz baja—, consideró que su seguridad personal estaba en peligro. Insistió en llamar a un dementor para que lo acompañara al castillo. Y subió con él al despacho en que Barty Crouch...
Fudge comenzó a ponerse rojo. Harry esperaba que se muriera de la vergüenza.
—¡Le advertí que usted no lo aprobaría, Dumbledore! —exclamó la profesora McGonagall—. Le dije que usted nunca permitiría la entrada de un dementor en el castillo, pero...
—¡Mi querida señora! —bramó Fudge, que de igual manera parecía más enfadado de lo que Harry lo había visto nunca—. Como ministro de Magia, me compete a mí decidir si necesito escolta cuando entrevisto a alguien que puede resultar peligroso...
— No tenía ningún derecho a traer a un dementor al colegio — dijo la profesora Sprout, sorprendiendo a Harry. — Si necesitaba escolta, cualquier profesor le habría acompañado sin dudarlo.
Fudge no respondió. Tenía las mejillas rojas y Harry podía apreciar la fina capa de sudor que cubría su rostro.
Pero la voz de la profesora McGonagall ahogó la de Fudge:
—En cuanto ese... ese ser entró en el despacho —gritó ella, temblorosa y señalando a Fudge— se echó sobre Crouch y... y...
Se oyeron jadeos. Muchos entendieron inmediatamente lo que había sucedido.
Harry sintió un escalofrío, en tanto la profesora McGonagall buscaba palabras para explicar lo sucedido. No necesitaba que ella terminara la frase, pues sabía qué era lo que debía de haber hecho el dementor: le habría administrado a Barty Crouch su beso fatal. Le habría aspirado el alma por la boca. Estaría peor que muerto.
Hubo gritos ahogados por parte de aquellos que no lo habían adivinado.
— Pero entonces, el único testigo murió — exclamó Ernie.
— Y fue culpa de Fudge — añadió Justin.
El ministro hizo un gesto extraño, pero no dijo nada. A su lado, Umbridge parecía nerviosa.
—¡Pero, por todos los santos, no es una pérdida tan grave! —soltó Fudge—. ¡Según parece, es responsable de unas cuantas muertes!
—Pero ya no podrá declarar, Cornelius —repuso Dumbledore. Miró a Fudge con severidad, como si lo viera tal cual era por primera vez—. Ya no puede declarar por qué mató a esas personas.
— Su testimonio no era necesario — habló finalmente Umbridge, no pudiendo resistirlo más. — Crouch Jr. era un loco y un asesino, eso es todo lo que necesitamos saber.
— Saber para quién trabajaba es incluso más importante que todo eso — replicó McGonagall, cortante.
—¿Que por qué las mató? Bueno, eso no es ningún misterio —replicó Fudge—. ¡Porque estaba loco de remate! Por lo que me han dicho Minerva y Severus, ¡creía que actuaba según las instrucciones de Voldemort!
Harry sintió nervios en la boca del estómago Llegaba el momento: todos verían que Fudge se había negado a aceptar la realidad y que toda la información que El Profeta había defendido durante meses estaba basada en mentiras del ministro.
Se fijó en el ministro y pudo notar que estaba de los nervios. Cada vez sudaba más y ahora también se retorcía los dedos entre las manos, incapaz de tenerlas quietas.
—Es que actuaba según las instrucciones de Voldemort, Cornelius —dijo Dumbledore—. Las muertes de esas personas fueron meras consecuencias de un plan para restaurar a Voldemort a la plenitud de sus fuerzas. Ese plan ha tenido éxito, y Voldemort ha recuperado su cuerpo.
— Qué poco tacto — se quejó una chica de sexto.
Fue como si a Fudge le pegaran en la cara con una maza. Aturdido y parpadeando, devolvió la mirada a Dumbledore como si no pudiera dar crédito a sus oídos. Entonces, sin dejar de mirar a Dumbledore con los ojos desorbitados, comenzó a farfullar:
—¿Que ha retornado Quien-tú-sabes? Absurdo. ¡Dumbledore, por favor...!
— Así que eso es lo que sucedió — dijo Angelina. — Todos le avisaron de que El-que-no-debe-ser-nombrado había regresado y a usted le dio miedo.
Fudge farfulló.
— No, claro que no. No había pruebas...
— ¡Porque usted las destruyó! — saltó Dennis. — ¡Hizo que se cargaran a Crouch!
— ¡No fue a propósito! — Fudge cada vez perdía más los nervios.
—Como sin duda te han explicado Minerva y Severus —dijo Dumbledore—,
hemos oído la confesión de Barty Crouch. Bajo los efectos del suero de la verdad, nos ha relatado cómo escapó de Azkaban, y cómo Voldemort, enterado por Bertha Jorkins de que seguía vivo, fue a liberarlo de su padre y lo utilizó para capturar a Harry. El plan funcionó, ya te lo he dicho: Crouch ha ayudado a Voldemort a regresar.
—¡Pero vamos, Dumbledore! —exclamó Fudge, y Harry se sorprendió de ver surgir en su rostro una ligera sonrisa—, ¡no es posible que tú creas eso! ¿Que ha retornado Quien-tú-sabes? Vamos, vamos, por favor... Una cosa es que Crouch creyera que actuaba bajo las órdenes de Quien-tú-sabes... y otra tomarse en serio lo que ha dicho ese lunático...
— ¿Por qué no se lo cree? — exclamó un chico de Ravenclaw, atónito. — Solo tiene que ver la confesión de Crouch en el pensadero de Dumbledore.
— O darle suero de la verdad a Harry — sugirió Anthony Goldstein.
Fudge, que seguía sudando a mares, no respondió.
—Cuando Harry tocó esta noche la Copa de los tres magos, fue transportado directamente ante lord Voldemort —afirmó Dumbledore—. Presenció su renacimiento. Te lo explicaré todo si vienes a mi despacho. —Miró a Harry y vio que estaba despierto, pero añadió: Me temo que no puedo consentir que interrogues a Harry esta noche.
— Tampoco era necesario, podía ver el relato de Harry en el pensadero — dijo Wood. — ¿Por qué nadie hace lo lógico en este colegio?
Fudge dejó escapar un ruidito raro.
La sorprendente sonrisa de Fudge no había desaparecido. También él miró a Harry; luego volvió la vista a Dumbledore, y dijo:
—¿Eh... estás dispuesto a aceptar su testimonio, Dumbledore?
Hubo jadeos.
— ¿Por qué no lo iba a aceptar? — exclamó Tonks.
— Yo... El Profeta...
Pero Fudge no llegó a terminar su frase, o a conseguir montarla siquiera. Tenía el aspecto de un hombre que sabe que su carrera pende de un hilo.
Hubo un instante de silencio, roto por el grañido de Sirius. Se le habían erizado los pelos del lomo, y enseñaba los dientes a Fudge.
Varias personas animaron a Sirius. Harry escuchó a alguien decir "muérdele".
—Desde luego que lo acepto —respondió Dumbledore, con un fulgor en los ojos —. He oído la confesión de Crouch y he oído el relato de Harry de lo que ocurrió después de que tocara la Copa: las dos historias encajan y explican todo lo sucedido desde que el verano pasado desapareció Bertha Jorkins.
— La verdad es que todo encaja — admitió Hannah. — No entiendo por qué el Ministerio lleva meses negándolo todo...
— Porque nada de esto es real — intervino Umbridge, aunque se la veía nerviosa. — Aprovecho para recordaros que hecho de que los libros cuenten cosas reales y comprobables no significa que todo lo que dicen sea cierto. Eso lo decidiremos al final de la lectura.
— Quieres decir que cuando acabemos de leer, negarás que todo lo relativo al regreso de Voldemort sea cierto — dijo Lupin con calma.
— Haré lo que vea oportuno — replicó Umbridge, desafiante. A su lado, Fudge volvía a estar blanco como la cera.
Fudge conservaba en la cara la extraña sonrisa. Volvió a mirar a Harry antes de responder:
—¿Vas a creer que ha retornado lord Voldemort porque te lo dicen un loco asesino y un niño que...? Bueno...
— ¿Un niño que qué? — gruñó George.
Le dirigió a Harry otra mirada, y éste comprendió de pronto.
—Señor Fudge, ¡usted ha leído a Rita Skeeter! —dijo en voz baja.
Se oyeron jadeos.
— ¡Eso lo explica!
— ¡Maldita Skeeter!
— ¡Pero Skeeter se lo inventó todo!
Fudge no sabía dónde meterse.
Ron, Hermione, Bill y la señora Weasley se sobresaltaron: ninguno se había dado cuenta de que Harry estaba despierto. Fudge enrojeció un poco, pero su rostro adquirió una expresión obstinada y desafiante.
El ministro tragó saliva. Las miradas incrédulas se solapaban con las que estaban llenas de odio.
—¿Y qué si lo he hecho? —soltó, dirigiéndose a Dumbledore—. ¿Qué pasa si he descubierto que has estado ocultando ciertos hechos relativos a este niño? Conque habla pársel, ¿eh? ¿Y conque monta curiosos numeritos por todas partes?
— ¡No montó ningún numerito! — bufó Ron. — Que una vez tuviera una pesadilla en clase no significa nada.
Muchos le dieron la razón.
—Supongo que te refieres a los dolores de la cicatriz —dijo Dumbledore con frialdad.
—¿O sea que admites que ha tenido dolores? —replicó Fudge—. ¿Dolores de cabeza, pesadillas? ¿Tal vez... alucinaciones?
— Lo está llamando loco — dijo Seamus, anonadado.
— Lo lleva haciendo meses. Eso ya lo sabes — replicó Ron, quizá en un tono más cortante del que algunos hubieran esperado.
Seamus apartó la mirada, visiblemente avergonzado.
—Escúchame, Cornelius —dijo Dumbledore dando un paso hacia Fudge, y volvió a irradiar aquella indefinible fuerza que Harry había percibido en él después de que había aturdido al joven Crouch—. Harry está tan cuerdo como tú y yo. La cicatriz que tiene en la frente no le ha reblandecido el cerebro. Creo que le duele cuando lord Voldemort está cerca o cuando se siente especialmente furioso.
— O cuando está muy feliz — murmuró Harry.
Fudge retrocedió medio paso para separarse un poco de Dumbledore, pero no cedió en absoluto.
—Me tendrás que perdonar, Dumbledore, pero nunca había oído que una cicatriz actúe de alarma...
— Deje de actuar como si lo supiera todo y escuche por una vez en su vida — resopló McGonagall.
— No le hable así al ministro, Minerva — saltó Umbridge.
— A este paso, será ministro muy poco tiempo, Dolores — replicó McGonagall. Ambas mujeres se miraron con furia.
Fudge, que estaba sentado en medio, parecía debatirse entre querer defenderse y haberse quedado en blanco.
—¡Mire, he presenciado el retorno de Voldemort! —gritó Harry. Intentó volver a salir de la cama, pero la señora Weasley se lo impidió—. ¡He visto a los mortífagos! ¡Puedo darle los nombres! Lucius Malfoy...
Snape hizo un movimiento repentino; pero, cuando Harry lo miró, sus ojos estaban puestos otra vez en Fudge.
Muchos miraron a Snape con curiosidad, pero nadie con tanta curiosidad como Draco.
—¡Malfoy fue absuelto! —dijo Fudge, visiblemente ofendido—. Es de una familia de raigambre... y entrega donaciones para excelentes causas...
— Solo le cae bien porque le da dinero al ministerio — bufó Sirius.
— Eso no es cierto... — trató de defenderse Fudge, pero era demasiado tarde. La mente colectiva del comedor ya estaba formando un veredicto, y no era precisamente el que él habría deseado.
—¡Macnair! —prosiguió Harry.
—¡También fue absuelto! ¡Y trabaja para el Ministerio!
—Avery... Nott... Crabbe... Goyle...
—¡No haces más que repetir los nombres de los que fueron absueltos hace trece años del cargo de pertenencia a los mortífagos! —dijo Fudge enfadado—. ¡Debes de haber visto esos nombres en antiguas crónicas de los juicios!
— ¡Deja de buscar excusas! — exclamó la señora Weasley.
— No son excusas — dijo el ministro, pero nadie le escuchó. Cada vez, más voces hablaban y se unían al juicio colectivo. Fudge empezó a hiperventilar.
Por las barbas de Merlín, Dumbledore... Este niño ya se vio envuelto en una historia ridícula al final del curso anterior... Los cuentos que se inventa son cada vez más exagerados, y tú te los sigues tragando. Este niño habla con las serpientes, Dumbledore, ¿y todavía confías en él?
— Nunca he visto motivo para no hacerlo — dijo Dumbledore con calma. — Ahora que has escuchado la historia completa, creo que entenderás por qué, Cornelius.
Fudge no respondió. Jadeaba y seguía sudando a mares.
—¡No sea necio! —gritó la profesora McGonagall—. Cedric Diggory, el señor Crouch: ¡esas muertes no son el trabajo casual de un loco!
—¡No veo ninguna prueba de lo contrario! —vociferó Fudge, igual de airado que ella y con la cara colorada—. ¡Me parece que estáis decididos a sembrar un pánico que desestabilice todo lo que hemos estado construyendo durante trece años!
— ¡Estaba aterrado! — exclamó Dean. — Ese era su problema, ¡tenía miedo!
— No quería que la calma acabase — habló Padma Patil. — Por eso lo quiso negar todo.
— ¡El ministro es un mentiroso!
— ¡Nos ha manipulado!
— ¡Fudge, dimisión!
Más y más voces se unieron. Fudge, cuyo rostro ahora estaba morado, parecía estar viendo todo su mundo arder.
Harry no podía dar crédito a sus oídos. Siempre había visto a Fudge como alguien bondadoso: un poco jactancioso, un poco pomposo, pero básicamente bueno.
Fudge soltó un jadeo especialmente fuerte. Ese cumplido por parte de Harry había terminado de deshacerle por completo.
— ¡Soy una buena persona! — gritó. — ¡He hecho lo que he podido!
— ¡Mentira! — al menos cinco voces gritaron a la vez.
El chico de Ravenclaw tenía que leer cada vez más alto para hacerse oír sobre los gritos.
Sin embargo, lo que en aquel momento tenía ante él era un mago pequeño y furioso que se negaba rotundamente a aceptar cualquier cosa que supusiera una alteración de su mundo cómodo y ordenado, que se negaba a creer en el retorno de Voldemort.
Fue como si a Fudge le hubieran dado una bofetada. Verse descrito como un mago pequeño y furioso hizo que perdiera la poca compostura que le quedaba.
— ¡No había pruebas! ¡No había pruebas de nada!
— ¡Usted se negaba a verlas! — exclamó Charlie. — Y se las quiso ocultar al resto del mundo mágico.
— ¡No, no!
Pero ya nadie creía en Cornelius Fudge.
—Voldemort ha regresado —repitió Dumbledore—. Si afrontas ese hecho, Fudge, y tomas las medidas necesarias, quizá aún podamos encontrar una salvación. Lo primero y más esencial es retirarles a los dementores el control de Azkaban.
—¡Absurdo! —volvió a gritar Fudge—. ¡Retirar a los dementores! ¡Me echarían a puntapiés sólo por proponerlo! ¡La mitad de nosotros sólo dormimos tranquilos porque sabemos que ellos están custodiando Azkaban!
— Tiene que haber otra manera de custodiar Azkaban — dijo Ginny.
—La hay, pero el ministro se niega a verlas — dijo Bill.
—¡A la otra mitad nos cuesta más conciliar el sueño, Cornelius, sabiendo que has puesto a los partidarios más peligrosos de lord Voldemort bajo la custodia de unas criaturas que se unirán a él en cuanto se lo pida! —repuso Dumbledore—. ¡No te serán leales, Fudge, porque Voldemort puede ofrecerles muchas más satisfacciones que tú a sus apetitos! ¡Con el apoyo de los dementores y el retorno de sus antiguos partidarios, te resultará muy difícil evitar que recupere la fuerza que tuvo hace trece años!
Entre los alumnos, muchos empalidecieron al escuchar eso. Fudge continuaba hiperventilando y Umbridge estaba pálida, con cara de haber tragado algo muy agrio.
Fudge abría y cerraba la boca como si no encontrara palabras apropiadas para expresar su ira.
—El segundo paso que debes dar, y sin pérdida de tiempo —siguió Dumbledore —, es enviar mensajeros a los gigantes.
—¿Mensajeros a los gigantes? —gritó Fudge, recuperando la capacidad de hablar—. ¿Qué locura es ésa?
— No es ninguna locura — replicó Hagrid. — Dumbledore le estaba dando en bandeja cada paso a seguir. Si usted no lo quiso seguir, la responsabilidad es suya.
— Calla, engendro — escupió Umbridge.
— ¡Impedimenta! — Sirius apuntó directamente a Umbridge, que salió volando de su asiento e impactó contra la pared.
— ¡Ataque! ¡Ataque a una funcionaria! — chilló Dolores, sacando la varita.
— ¡BASTA!
Dumbledore se vio obligado a utilizar el encantamiento sonorus para que lo escucharan. Todo el comedor quedó en silencio, a excepción de los jadeos de Fudge y de Umbridge.
— Basta de peleas — dijo Dumbledore con seriedad. — Siéntese, Dolores. Tú también, Sirius. Debemos continuar.
A regañadientes, ambos hicieron lo que se les pedía.
—Debes tenderles una mano ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde —repuso Dumbledore—, o de lo contrario Voldemort los persuadirá, como hizo antes, de que es el único mago que está dispuesto a concederles derechos y libertad.
—No... no puedes estar hablando en serio —dijo Fudge entrecortadamente, negando con la cabeza y alejándose un poco más de Dumbledore—. Si la comunidad mágica sospechara que yo pretendo un acercamiento a los gigantes... La gente los odia, Dumbledore... Sería el fin de mi carrera...
— No lo sería si con ello impides que escojan el bando equivocado — dijo Arthur Weasley. — Al contrario. Poner a los gigantes de nuestra parte sería un logro que muchos admirarían.
Fudge no respondió, pero estaba claro que había escuchado cada palabra.
—¡Estás cegado por el miedo a perder la cartera que ostentas, Cornelius! —dijo Dumbledore, volviendo a levantar la voz y con los ojos de nuevo resplandecientes, evidenciando otra vez su aura poderosa—. ¡Le das demasiada importancia, y siempre lo has hecho, a lo que llaman «limpieza de sangre»! ¡No te das cuenta de que no importa lo que uno es por nacimiento, sino lo que uno es por sí mismo! Tu dementor acaba de aniquilar al último miembro de una familia de sangre limpia, de tanta raigambre como la que más... ¡y ya ves lo que ese hombre escogió hacer con su vida!
— Tirarla a la basura para seguir a un lunático — gruñó Moody.
Te lo digo ahora: da los pasos que te aconsejo, y te recordarán, con cartera o sin ella, como uno de los ministros de Magia más grandes y valerosos que hayamos tenido; pero, si no lo haces, ¡la Historia te recordará como el hombre que se hizo a un lado para concederle a Voldemort una segunda oportunidad de destruir el mundo que hemos intentado construir!
— Y eligió la segunda opción — dijo Hermione en voz alta.
— Como un cobarde — añadió Fred.
— ¡No soy un cobarde! — gritó Fudge, pero fue recibido con abucheos.
—¡Loco! —susurró Fudge, volviendo a retroceder—. ¡Loco...!
— Así que así empezó la campaña para declarar a Dumbledore y a Harry un par de locos frente a la comunidad mágica — dijo Kingsley en voz alta.
— Y todo porque el ministro no tuvo valor — dijo Tonks.
Se hizo el silencio. La señora Pomfrey estaba inmóvil al pie de la cama de Harry, tapándose la boca con las manos. La señora Weasley seguía de pie al lado de Harry, poniéndole la mano en el hombro para impedir que se levantara. Bill, Ron y Hermione miraban a Fudge fijamente.
—Si sigues decidido a cerrar los ojos, Cornelius —dijo Dumbledore—, nuestros caminos se separarán ahora. Actúa como creas conveniente. Y yo... yo también actuaré como crea conveniente.
— A eso se refiere el título del capítulo. Caminos separados — dijo Katie. — Es horrible.
La voz de Dumbledore no sonó a amenaza, sino como una mera declaración de principios, pero Fudge se estremeció como si Dumbledore hubiera avanzado hacia él apuntándole con una varita.
—Veamos pues, Dumbledore —dijo blandiendo un dedo amenazador—. Siempre te he dado rienda suelta. Te he mostrado mucho respeto. Podía no estar de acuerdo con algunas de tus decisiones, pero me he callado. No hay muchos que en mi lugar te hubieran permitido contratar hombres lobo, o tener a Hagrid aquí, o decidir qué enseñar a tus estudiantes sin consultar al Ministerio. Pero si vas a actuar contra mí...
— Nunca he actuado contra ti, Cornelius — dijo Dumbledore. — Mi objetivo siempre ha sido Voldemort. Ya lo sabes.
Fudge gimió. Parecía que estaba desinflándose.
—El único contra el que pienso actuar —puntualizó Dumbledore— es lord Voldemort. Si tú estás contra él, entonces seguiremos del mismo lado, Cornelius.
Fudge no encontró respuesta a aquello. Durante un instante se balanceó hacia atrás y hacia delante sobre sus pequeños pies, e hizo girar en las manos el sombrero hongo. Al final, dijo con cierto tono de súplica:
—No puede volver, Dumbledore, no puede...
— Es patético — Harry casi se atragantó al darse cuenta de que era Neville quien había hablado. — Está claro que sabía que el profesor Dumbledore tenía razón.
Snape se adelantó, levantándose la manga izquierda de la túnica. Descubrió el antebrazo y se lo enseñó a Fudge, que retrocedió.
Se oyeron murmullos llenos de interés
—Mire —dijo Snape con brusquedad—. Mire: la Marca Tenebrosa. No está tan clara como lo estuvo hace una hora aproximadamente, cuando era de color negro y me abrasaba, pero aún puede verla. El Señor Tenebroso marcó con ella a todos sus mortífagos. Era una manera de reconocernos entre nosotros, y también el medio que utilizaba para convocarnos.
Algunos escuchaban con la boca abierta. Cualquier duda que hubiera existido sobre la pertenencia en el pasado de Snape a los mortífagos ahora quedaba disuelta. Muchos le lanzaron miradas llenas de desconfianza. Otros, solo sentían curiosidad.
Cuando él tocaba la marca de cualquier mortífago teníamos que desaparecernos donde estuviéramos y aparecernos a su lado al instante. Esta marca ha ido haciéndose más clara durante todo este curso, y la de Karkarov también. ¿Por qué cree que Karkarov ha huido esta noche? Porque los dos hemos sentido la quemazón de la Marca. Entonces, los dos supimos que él había retornado. Karkarov teme la venganza del Señor Tenebroso porque traicionó a demasiados de sus compañeros mortífagos para esperar una bienvenida si volviera al redil.
— No solo tenía los testimonios de Crouch y de Harry — dijo Angelina. — También tenía el testimonio de un antiguo mortífago y la prueba visible en su brazo. Y aun así... ¿cómo pudo negarlo todo?
— Es lo que hace el miedo — replicó Katie.
Fudge no dijo nada. Ya no respiraba entrecortadamente, pero Harry se preguntó si habría entrado en shock. Estaba muy pálido y sudoroso.
Fudge también se alejó un paso de Snape, negando con la cabeza. Daba la impresión de que no había entendido ni una palabra de lo que éste le había dicho. Miró fijamente, con repugnancia, la fea marca que Snape tenía en el brazo. A continuación, levantó la vista hacia Dumbledore y susurró:
—No sé a qué estáis jugando tú y tus profesores, Dumbledore, pero creo que ya he oído bastante. No tengo más que añadir. Me pondré en contacto contigo mañana, Dumbledore, para tratar sobre la dirección del colegio. Ahora tengo que volver al Ministerio.
Hubo insultos y abucheos a lo largo del comedor. Fudge hizo una mueca, pero no dijo nada. Parecía que toda su energía se había evaporado. Viéndolo así, y todavía adolorida del golpe que le había pegado Sirius, Umbridge no salió en su defensa.
Casi había llegado a la puerta cuando se detuvo. Se volvió, regresó a zancadas hasta la cama de Harry.
—Tu premio —dijo escuetamente, sacándose del bolsillo una bolsa grande de oro y dejándola caer sobre la mesita de la cama de Harry—. Mil galeones. Tendría que haber habido una ceremonia de entrega, pero en estas circunstancias...
— ¿Lo llama loco y luego le da mil galeones? — exclamó un chico de segundo.
— Estaba legalmente obligado a ello — replicó uno de sexto.
Se encasquetó el sombrero hongo y salió de la sala, cerrando de un portazo. En cuanto desapareció, Dumbledore se volvió hacia el grupo que rodeaba la cama de Harry.
—Hay mucho que hacer —dijo—. Molly... ¿me equivoco al pensar que puedo contar contigo y con Arthur?
—Por supuesto que no se equivoca —respondió la señora Weasley. Hasta los labios se le habían quedado pálidos, pero parecía decidida—.
Todos los Weasley asintieron, orgullosos. Molly le lanzó al ministro una mirada desafiante.
Arthur conoce a Fudge. Es su interés por los muggles lo que lo ha mantenido relegado en el Ministerio durante todos estos años. Fudge opina que carece del adecuado orgullo de mago.
Fudge no lo negó. Sinceramente, Harry dudaba que se encontrara en posición de negar nada.
—Entonces tengo que enviarle un mensaje —dijo Dumbledore—. Tenemos que hacer partícipes de lo ocurrido a todos aquellos a los que se pueda convencer de la verdad, y Arthur está bien situado en el Ministerio para hablar con los que no sean tan miopes como Cornelius.
—Iré yo a verlo —se ofreció Bill, levantándose—. Iré ahora.
—Muy bien —asintió Dumbledore—. Cuéntale lo ocurrido. Dile que no tardaré en ponerme en contacto con él. Pero tendrá que ser discreto. Fudge no debe sospechar que interfiero en el Ministerio...
Fudge se atragantó con su propia saliva.
— Así que lo confiesas. Interfieres en el Ministerio, Dumbledore — dijo con dificultad.
— No me dejaste elección. Te aseguró que Voldemort también lo hace.
Fudge gimió.
—Déjelo de mi cuenta —dijo Bill.
Le dio una palmada a Harry en el hombro, un beso a su madre en la mejilla, se puso la capa y salió de la sala con paso decidido.
—Minerva —dijo Dumbledore, volviéndose hacia la profesora McGonagall—, quiero ver a Hagrid en mi despacho tan pronto como sea posible. Y también... si consiente en venir, a Madame Maxime.
— Los va a mandar a hablar con los gigantes — le susurró Dean a Seamus.
La profesora McGonagall asintió con la cabeza y salió sin decir una palabra.
—Poppy —le dijo Dumbledore a la señora Pomfrey—, ¿serías tan amable de bajar al despacho del profesor Moody, donde me imagino que encontrarás a una elfina doméstica llamada Winky sumida en la desesperación? Haz lo que puedas por ella, y luego llévala a las cocinas. Creo que Dobby la cuidará.
—Muy... muy bien —contestó la señora Pomfrey, asustada, y también salió.
Ante la mención de Winky, muchos estudiantes hicieron muecas de desagrado.
Dumbledore se aseguró de que la puerta estaba cerrada, y de que los pasos de la señora Pomfrey habían dejado de oírse, antes de volver a hablar.
—Y, ahora —dijo—, es momento de que dos de nosotros se acepten. Sirius... te ruego que recuperes tu forma habitual.
Hubo murmullos.
El gran perro negro levantó la mirada hacia Dumbledore, y luego, en un instante, se convirtió en hombre.
La señora Weasley soltó un grito y se separó de la cama.
—¡Sirius Black! —gritó.
—¡Calla, mamá! —chilló Ron—. ¡Es inocente!
— Casi me da un infarto — admitió Molly.
Snape no había gritado ni retrocedido, pero su expresión era una mezcla de furia y horror.
—¡Él! —gruñó, mirando a Sirius, cuyo rostro mostraba el mismo desagrado—.¿Qué hace aquí?
— ¡Es verdad! ¡Se odiaban! — exclamó Colin.
—Está aquí porque yo lo he llamado —explicó Dumbledore, pasando la vista de uno a otro—. Igual que tú, Severus. Yo confió tanto en uno como en otro. Ya es hora de que olvidéis vuestras antiguas diferencias, y confiéis también el uno en el otro.
Harry pensó que Dumbledore pedía un milagro. Sirius y Snape se miraban con intenso odio.
Al igual que en el presente.
—Me conformaré, a corto plazo, con un alto en las hostilidades —dijo Dumbledore con un deje de impaciencia—. Daos la mano: ahora estáis del mismo lado. El tiempo apremia, y, a menos que los pocos que sabemos la verdad estemos unidos, no nos quedará esperanza.
Muy despacio, pero sin dejar de mirarse como si se desearan lo peor, Sirius y Snape se acercaron y se dieron la mano. Se soltaron enseguida.
Muchos bufaron al oír eso. Resultaba algo ridículo oír cómo un par de adultos se daban la mano como niños enfadados en el patio del colegio.
—Con eso bastará por ahora —dijo Dumbledore, colocándose una vez más entre ellos—. Ahora, tengo trabajo que daros a los dos. La actitud de Fudge, aunque no nos pille de sorpresa, lo cambia todo. Sirius, necesito que salgas ahora mismo: tienes que alertar a Remus Lupin, Arabella Figg y Mundungus Fletcher: el antiguo grupo. Escóndete por un tiempo en casa de Lupin. Yo iré a buscarte.
— ¿En casa de Lupin? — preguntó alguien con emoción. — ¡Los merodeadores se reúnen!
A pesar de todo, Lupin y Sirius sonrieron.
—Pero... —protestó Harry.
Quería que Sirius se quedara. No quería decirle otra vez adiós tan pronto.
Se oyeron varios "Ooooh" y muchos miraron a Harry con ternura, haciendo que se ruborizara.
—No tardaremos en vernos, Harry —aseguró Sirius, volviéndose hacia él—. Te lo prometo. Pero debo hacer lo que pueda, ¿comprendes?
—Claro. Claro que comprendo.
Sirius le apretó brevemente la mano, asintió con la cabeza mirando a Dumbledore, volvió a transformarse en perro, y salió corriendo de la sala, abriendo con la pata la manilla de la puerta.
— Qué triste que siempre os tengáis que separar tan rápido — dijo Luna.
—Severus —continuó Dumbledore dirigiéndose a Snape—, ya sabes lo que quiero de ti. Si estás dispuesto...
—Lo estoy —contestó Snape.
Parecía más pálido de lo habitual, y sus fríos ojos negros resplandecieron de forma extraña.
—Buena suerte entonces —le deseó Dumbledore, y, con una mirada de aprehensión, lo observó salir en silencio de la sala, detrás de Sirius.
— No me he enterado. ¿Qué quiere de él? — preguntó una chica de cuarto.
Nadie supo responder.
Pasaron varios minutos antes de que el director volviera a hablar.
—Tengo que bajar —dijo por fin—. Tengo que ver a los Diggory. Tómate la poción que queda, Harry. Os veré a todos más tarde.
Mientras Dumbledore se iba, Harry se dejó caer en las almohadas. Hermione, Ron y la señora Weasley lo miraban. Nadie habló por un tiempo.
En el comedor, también regresó el silencio.
—Te tienes que tomar lo que queda de la poción, Harry —dijo al cabo la señora Weasley. Al ir a coger la botellita y la copa, dio con la mano contra la bolsa de oro que estaba en la mesita—. Tienes que dormir bien y mucho. Intenta pensar en otra cosa por un rato... ¡piensa en lo que vas a comprarte con el dinero!
—No lo quiero —replicó Harry con voz inexpresiva—. Cogedlo vosotros. Quien sea. No me lo merezco. Se lo merecía Cedric.
Se oyeron suspiros y algún que otro murmullo aislado. Nadie se esperaba esa respuesta y, al mismo tiempo, a nadie le sorprendía.
Amos Diggory levantó la mirada ligeramente hacia el libro, prestando atención.
Aquello contra lo que había estado luchando por momentos desde que había salido del laberinto amenazaba con ser más fuerte que él. Sentía una sensación ardorosa y punzante por dentro de los ojos. Parpadeó y miró al techo.
Harry deseó que no leyeran eso. No era importante, ni relevante en lo más mínimo.
¿Podían dejar todos de mirarlo como si se fuera a romper?
—No fue culpa tuya, Harry —susurró la señora Weasley.
—Yo le dije que cogiéramos juntos la Copa —musitó Harry.
— Pero tú no sabías lo que era — dijo Sirius.
¿Y qué?, quiso decir Harry, pero sabía que no serviría de nada discutir.
La muerte de Cedric era un peso que cargaría en su conciencia el resto de su vida.
En aquel momento tenía aquella sensación ardorosa también en la garganta. Le hubiera gustado que Ron desviara la mirada.
— Perdón — murmuró Ron.
La señora Weasley posó la poción en la mesita, se inclinó y abrazó a Harry. Él no recordaba que nunca ningún ser humano lo hubiera abrazado de aquella manera, como a un hijo.
La señora Weasley jadeó. Hizo amago de levantarse para ir a abrazarlo, pero debió notar la expresión llena de pánico de Harry, porque se quedó sentada y le dedicó una sonrisa acuosa.
Avergonzado, Harry no supo ni a dónde mirar. No se atrevía a mirar a ningún Weasley a la cara. Ron le pasó el brazo sobre los hombros y lo apretó contra sí mismo en un medio abrazo. Hermione volvía a cogerle la mano con fuerza, y Ginny tomó la otra.
Todo el peso de cuanto había visto aquella noche pareció caer sobre él mientras la señora Weasley lo aferraba. El rostro de su madre, la voz de su padre, la visión de Cedric muerto en la hierba, todo empezó a darle vueltas en la cabeza hasta que apenas pudo soportarlo y su rostro se tensó para contener el grito de angustia que pugnaba por salir.
El silencio era total y eso permitió que Harry escuchara los sollozos de la señora Weasley. Sorprendentemente, no era la única que lloraba. Varias personas a lo largo del comedor también lo hacían, incluyendo a la profesora Sprout, a un par de chicos de Hufflepuff de segundo y a Lavender y Parvati.
Harry casi habría preferido que alguien se riera de él. Sería más soportable que las miradas de pena.
Se oyó un ruido como de portazo, y la señora Weasley y Harry se separaron. Hermione estaba en la ventana. Tenía algo en la mano firmemente agarrado.
—Lo siento —se disculpó.
— Ahora que Harry estaba a punto de desahogarse — Demelza miró mal a Hermione.
—La poción, Harry —dijo rápidamente la señora Weasley, enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano.
Harry se la bebió de un trago. El efecto fue instantáneo. Lo sumergió una ola de sueño grande e irresistible, y se hundió entre las almohadas, dormido sin pensamientos y sin sueños.
— Ese es el final — dijo el chico de Ravenclaw, pasando la página y marcándola con cuidado.
Dumbledore se levantó de su asiento y se dirigió al atril. Tomó el libro que el Ravenclaw le tendía y, tras echarle un vistazo a la siguiente página, habló en voz alta:
— Solamente queda un capítulo para terminar este libro.
El comedor se llenó de murmullos inmediatamente.
Cuando el ruido hubo cesado, Dumbledore añadió, en tono solemne:
— Se titula: El comienzo. Y creo que entenderéis por qué.
●LA HISTORIA NO ES MÍA , LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL:LUXERII
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