INTRODUCCION
Los tres amigos intercambiaron miradas, pero hicieron exactamente lo que Harry les pedía. No hablaron de Voldemort, ni de los libros, ni de Percy y el resto de encapuchados del futuro. Hablaron de quidditch, de lo obvio que era que Ernie Macmillan y Lisa Turpin habían tenido un romance accidentado, de lo bonito que se veía el bosque desde la torre de Astronomía. Para cuando alguien mencionó a los elfos domésticos y Hermione se puso a divagar sobre la PEDDO, Harry ya se había quedado dormido.
Harry se despertó temprano la mañana del 12 de diciembre. Mientras escuchaba los ronquidos incesantes de Ron y de Neville, todavía acostado bajo las mantas en la oscuridad del dormitorio de Gryffindor, se sorprendió al darse cuenta de que no había tenido ninguna pesadilla. Después del día tan horrible que había vivido, resultaba todo un logro haber podido dormir del tirón. Ni siquiera recordaba haber soñado con el cementerio o con Cedric. Y, ciertamente, no había soñado nada sobre la profecía.
Sintió una punzada de nervios. Ahora, con la mente más despejada tras una buena noche de sueño y sin las miradas inquisitivas de Dumbledore y de sus amigos, podía centrarse en todo lo que había descubierto el día anterior.
Percy era uno de los encapuchados. Percy Weasley, el mismo que llevaba todo el año lamiéndole los zapatos a Fudge, era quien había traído los libros que iban a desprestigiarlo. Jamás se lo habría imaginado, pero supuso que perder a un hermano podía cambiar mucho a una persona.
Desearía poder hablar con él a solas. Le gustaría preguntarle muchísimas cosas, aunque estaba seguro de que no recibiría casi ninguna respuesta. Aun así, a pesar de lo frustrante que era saber que le estaban ocultando información, se sentía mucho más tranquilo que en días anteriores. Si tanto Percy como George eran encapuchados, entonces también podía confiar en el resto. No eran mortífagos. Por millonésima vez, se preguntó por qué era tan importante que ocultaran sus identidades, pero no se le ocurría ninguna razón.
Y hablando de ocultar información…
El secreto que Dumbledore le había revelado el día anterior pesaba en lo más profundo de su consciencia. La profecía…
Se había preguntado muchas veces por qué Voldemort había elegido a sus padres aquella noche. Y, todo este tiempo, la razón había sido él mismo. Voldemort lo buscaba a él… Sus padres solo habían sido daño colateral.
Los encapuchados le habían dicho el día anterior que ni se le pasara por la cabeza sentirse culpable. Insistían en que la decisión de hacer caso a esa estúpida profecía había sido exclusivamente de Voldemort, por lo que Harry no tenía ninguna responsabilidad al respecto. Solo había sido un bebé.
Veía el sentido que tenían esas palabras y, aun así, no podía evitar escuchar una vocecita en su cabeza que le susurraba que, si no fuera por él, sus padres estarían vivos.
Y lo peor era que su sacrificio había sido en vano. Voldemort no descansaría hasta haberlo asesinado, eso estaba claro. A Harry todavía le costaba asimilar que Voldemort lo viera como una amenaza. No era más que un estudiante de quinto curso y ni siquiera era el mejor de la clase. Pero bueno, tampoco había sido un bebé especialmente prodigioso y a Voldemort le había dado igual.
Iría a por él. Eventualmente, tendrían que luchar y solo uno de los dos sobreviviría. Era como saber que el día del juicio final se acerca y no poder hacer nada para evitarlo.
Una parte de él quería ponerse a gritar de tan solo pensar en lo que se le venía encima. Era injusto, era terriblemente injusto. ¿Por qué no podía vivir una vida tranquila? ¿Por qué su vida tenía que estar centrada alrededor de las decisiones de un loco? ¿Por qué tendría que asesinar o ser asesinado? Cuando notó que los ojos empezaban a picarle sospechosamente y que el nudo en su garganta se hacía más grande, se obligó a respirar hondo. Tuvo que intentarlo varias veces, ya que la primera vez solo consiguió soltar un suspiro tembloroso, pero finalmente logró mantener sus emociones bajo control.
Los encapuchados le habían prometido que le ayudarían hasta el final. Para eso estaban leyendo: para darle a Harry toda la información y todas las herramientas necesarias para derrotar a Voldemort. Y lo hacían de manera pública para que todos, estudiantes, profesores, e invitados, supieran la enorme bala que acababan de esquivar: una guerra de la que nadie, absolutamente nadie, había salido ileso. Una guerra que había destrozado sus vidas. Una guerra en la que muchos habían participado por voluntad propia, y no en el bando correcto.
Y Harry tenía la misión de ponerle fin a esa guerra, antes siquiera de que pudiera empezar. Sentía que lo que le pedían los encapuchados (y lo que exigía esa maldita profecía) era demasiado. Y, al mismo tiempo, sabía que no tenía elección. Hiciera lo que hiciera, Voldemort lo buscaría y tendrían que luchar. Así que la única opción que le quedaba era prepararse lo máximo posible para cuando ese momento llegara.
Había algo que Dumbledore le había dicho el día anterior y que a Harry le había impresionado, y es que el director le había pedido que no viera todo el asunto de la profecía como una especie de destino inevitable. ¿Acaso no era precisamente eso lo que era? Sin embargo, Dumbledore no parecía pensar así. El director había insistido en que la profecía solo tenía el valor que Voldemort le había otorgado. Voldemort había decidido hacerle caso y, al hacerlo, había provocado precisamente la situación que había pretendido evitar. Eso no significaba que Harry tuviera que aceptar su destino y acudir a la llamada de Voldemort como un cerdo llevado al matadero. Lo único que significaba, según Dumbledore, era que Voldemort volvería a atacarle, y que Harry debía estar preparado para luchar con tanta fuerza como pudiera.
Si quería tener una mínima oportunidad de sobrevivir, Harry tendría que repetir lo mismo que había vivido en el cementerio, cuando había tomado la decisión de levantarse del suelo, salir de su escondite y luchar cara a cara con Voldemort. En aquel momento, había decidido que, si iba a morir, lo haría de pie.
Con fiereza, pensó que seguía creyendo lo mismo. Puede que la expectativa de luchar contra Voldemort hasta la muerte fuera aterradora, pero no iba a rendirse tan fácilmente. Quizá no podía escapar de su destino, pero podía asegurarse de caer con la cabeza bien alta.
Sintiendo una repentina determinación que no había sentido en mucho tiempo, se levantó de la cama y se cambió de ropa. No podía estar ni un segundo más en el dormitorio.
Todavía era muy temprano, a pesar de que había pasado un buen rato en la cama rumiando sus pensamientos. No era de extrañar: se había ido a dormir mucho antes que los demás, sin siquiera haber cenado. Con toda seguridad, el desayuno todavía no se estaba sirviendo en el comedor, pero, como se moría de hambre, decidió bajar directamente a las cocinas. Después de todo, no tenía nada mejor que hacer a esas horas.
Salió del dormitorio y bajó las escaleras. Tal como esperaba, no había nadie en la sala común. Cruzo la estancia y salió por el hueco del retrato. La Señora Gorda se despertó sobresaltada y gruñó un "buenos días" antes de volverse a dormir.
Harry caminó por los pasillos vacíos, disfrutando del silencio y la calma que ofrecían. Sin embargo, es precisamente en ese tipo de silencios tan profundos en los que el más mínimo ruido parece sonar amplificado. Por ello, pudo captar el sonido inconfundible de un par de zapatos rozando contra el suelo. Confuso, Harry se paró en seco y aguzó el oído. El sonido había venido del pasillo que cruzaba justo frente a él. Con cautela, más despacio que antes, se acercó al cruce entre pasillos y miró a la izquierda.
Draco Malfoy se encontraba allí de pie, apoyado en uno de los ventanales con cristaleras que decoraban esa parte del castillo. Miraba hacia fuera con aspecto serio, casi melancólico. Harry quiso dar un paso atrás, tratando de que Malfoy no notara su presencia, pero ya era tarde.
— ¿Deambulando por los pasillos fuera de hora, Potter? Eso serán diez puntos menos — dijo Malfoy, arrastrando las palabras. Ni siquiera miró más de un segundo hacia el lugar donde estaba Harry, sino que volvió a girar la cabeza para observar los terrenos del colegio.
— El sistema de puntos ya no funciona — le recordó Harry.
Malfoy se encogió de hombros.
— Me los apunto para otra ocasión, entonces, aunque creo que no hará falta. Con todo lo que estamos leyendo, a Gryffindor no le quedarán puntos para cuando acabe el trimestre. El profesor Snape se encargará de ello.
— Así que admites que Snape hace lo que quiere con los puntos — dijo Harry. Malfoy volvió a encogerse de hombros. No parecía ni avergonzado ni preocupado por ello. De hecho, no parecía estar sintiendo nada en particular. Había un deje de cansancio en sus ojos y Harry se preguntó qué narices hacía Malfoy a esas horas allí en vez de estar durmiendo plácidamente en su dormitorio.
— ¿Te vas a quedar ahí, Potter?
— ¿Te molesta? — Harry no tenía ninguna intención de pasar más del tiempo estrictamente necesario junto a Malfoy, pero le intrigaba saber qué hacía allí tan temprano.
Malfoy pareció pensarse la respuesta durante unos momentos antes de volver a encogerse de hombros y mirar de nuevo por la ventana.
— ¿No deberías estar en el dormitorio de Slytherin? — preguntó Harry.
Malfoy soltó un bufido.
— ¿Cuántas veces tienen que llamarte cotilla para que captes la indirecta?
Harry se ruborizó. Era cierto que muchos alumnos habían usado esa palabra para definirlo durante la lectura. Pero no es que fuera un cotilla… Solía estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Así se enteraba de las cosas, no porque lo intentara a propósito. Excepto en alguna ocasión. Como ahora.
— No me has respondido — replicó Harry.
— Ni lo voy a hacer. Te podría hacer la misma pregunta, pero yo no soy un metomentodo como tú.
Harry soltó un bufido.
— No, claro que no lo eres. Lo de contarle a Skeeter mentiras sobre mí lo hiciste por amor al periodismo de calidad.
— Cierra el pico — resopló Malfoy.
— No me apetece — dijo Harry, y era cierto. Había algo raro en la forma en la que Malfoy estaba actuando y quería averiguar de qué se trataba. — ¿Y bien? ¿Me vas a decir qué haces aquí solo a estas horas?
— No — Malfoy se apartó de la ventana. — No te ofendas, Potter, pero llevo días escuchando tu nombre cada minuto. No tengo ganas de verte la cara en los pocos ratos libres que nos deja esa estúpida lectura sobre tu vida.
Echó a andar por el pasillo, dándole la espalda a Harry.
— Ah, ¿te parece que la lectura es estúpida? Bueno, supongo que no te ha hecho mucha gracia leer cómo tu padre se arrodillaba frente a Voldemort pidiendo clemencia.
Malfoy paró en seco.
— O quizás sí — continuó Harry, viendo que había conseguido una reacción. — Dime, Malfoy. ¿Te ha gustado leer todo lo que sucedió en el cementerio? Estoy seguro de que habrías deseado estar allí, con los tuyos.
— Cierra la boca — Malfoy se dio la vuelta y Harry se sorprendió al ver lo enfadado que estaba. — No tienes ni idea, Potter. Así que cierra la boca.
— ¿Qué pasa? ¿Es que no te ha gustado el libro? La verdad es que tu padre no sale muy bien retratado…
— No hables de mi padre. Tú y esa maldita gente del futuro no hacéis más que meteros donde no os llaman — escupió Draco. — Dejad de hablar sobre mi padre.
— Lo dices como si no te dejaran en paz — replicó Harry. — Que yo sepa, solo te hicieron un par de advertencias. Y, bueno, lo de Crabbe…
Harry no explicó qué era lo de Crabbe, pero la risa amarga de Malfoy demostraba que recordaba exactamente a qué se refería.
— No tienes ni idea, ¿eh? Esos encapuchados no me han dejado en paz desde que llegaron — contestó Malfoy, sorprendiendo a Harry. — He hecho todo lo que me han pedido y más y aún siguen tocándome las narices.
— ¿Has seguido hablando con ellos? — exclamó Harry.
Malfoy bufó.
— Hablando, discutiendo, hasta me han puesto tareas. Es insoportable. ¿A ti no te han pedido nada?
— A mí casi ni me hablan — resopló Harry. Y era cierto. Exceptuando el día anterior, cuando al fin habían decidido ser sinceros sobre algo (Harry evitó pensar mucho en la profecía), apenas habían conversado con él.
Y le molestaba, no podía negarlo. Descubrir que George había estado en contacto con su versión del futuro y que Luna también hablaba con ellos (por algún motivo que no alcanzaba siquiera a imaginar) había resultado muy molesto. Si los libros contaban su vida y era su intimidad la que se estaba destruyendo, ¿no tendría que ser él quien estuviera en contacto con la gente del futuro? ¿Y ahora resultaba que Malfoy también había estado hablando con ellos a menudo?
— Da gracias — replicó Malfoy. — Nunca dicen nada bueno.
— Pretenden ayudarte — dijo Harry, haciendo un esfuerzo por dejar a un lado sus sentimientos encontrados sobre los encapuchados.
Malfoy volvió a reír, de esa forma sarcástica y extrañamente oscura que Harry no estaba acostumbrado a escuchar.
— ¿Ayudarme? ¿Cómo? ¿Destruyendo la reputación de mi familia? ¿Haciendo que mi padre quede como un vulgar asesino frente a todo el colegio?
— Ayudándote a no seguir sus pasos — respondió Harry. — Ya has visto lo patéticos que son los mortífagos en realidad. Ni siquiera estando de su lado puedes confiar en ellos. Solo le tienen lealtad a Voldemort.
— ¿Crees que no lo sé? — replicó Malfoy. — Crouch me convirtió en un maldito hurón delante de todo el mundo. Conocía a mi padre, y aun así…
Harry se sorprendió mucho al oír eso. No había sido consciente de que a Malfoy le hubiera molestado ese asunto, aunque, en retrospectiva, tendría que haberlo imaginado.
— Si ya lo sabes, no sé por qué sigues defendiéndolos. ¿Acaso quieres ser como tu padre?
— No todo el mundo tiene las mismas opciones, Potter.
— Yo tampoco las tengo — replicó Harry, pensando en la profecía. — Pero no todo el mundo tiene una segunda oportunidad. Parece que tomaste todas las decisiones equivocadas la primera vez, Malfoy. ¿Vas a volver a hacerlo?
Draco no se movió y Harry decidió marcharse en ese momento. La expresión de Malfoy era una que Harry nunca había visto antes y que, si era sincero, le resultaba extraña en él. Malfoy solía ser arrogante, malicioso y cruel. Jamás parecía tan confuso y… perdido.
En parte, tuvo que agradecer su encontronazo con Malfoy, porque no pensó en la profecía en todo el trayecto hacia la cocina. Una vez llegó allí, miró un par de veces a ambos lados del pasillo antes de hacerle cosquillas a la pera. La puerta se abrió y Harry fue recibido por un montón de elfos domésticos.
— ¡Harry Potter!
Dobby se abrió paso entre la multitud de elfos que le ofrecían todo tipo de alimentos y se plantó frente a él.
— Hola, Dobby.
— ¡Qué honor! — exclamaba otro elfo. — Señor Harry, ¿en qué podemos ayudarle?
— Eh… Tengo un poco de hambre…
Si hubiera dicho que hacía veinte días que no probaba bocado, los elfos habrían reaccionado de una forma muy similar. Antes de que pudiera darse cuenta, Harry se hallaba sentado en una mesa que acababan de preparar, llena de todos los platos del desayuno que se servían comúnmente en el comedor. Si Hermione lo hubiera visto, se habría escandalizado (y probablemente lo habría regañado muy fuertemente), pero ella no estaba allí, así que Harry dio las gracias por la comida y comenzó a desayunar.
Pasó la siguiente media hora en las cocinas, desayunando tranquilamente y charlando con Dobby. Hablaron sobre Winky (los otros elfos no parecían muy contentos al respecto), sobre la lectura, sobre la vida de Dobby en Hogwarts. Harry descubrió que había algo muy agradable en poder desayunar sin tener a todo el comedor mirándole y murmurando. Puede que los elfos fueran demasiado entusiastas y compartieran el objetivo de la señora Weasley de hacerle engordar diez kilos en cada comida, pero al menos no le miraban la cicatriz.
Cuando al fin salió de las cocinas, lo hizo con los bolsillos llenos de pasteles y con la sensación de haber desbloqueado nueva información sobre el funcionamiento del castillo. Había presenciado en vivo y en directo cómo los elfos comenzaban a servir el desayuno, utilizando la magia para enviar los platos hacia arriba. Había resultado bastante curioso.
De mucho mejor humor que esa mañana, Harry emprendió el camino hacia la biblioteca. No tenía nada que hacer allí, pero buscaba un sitio tranquilo donde esconderse hasta que comenzara la lectura.
Ni siquiera tenía muy claro por qué quería esconderse. Nada había cambiado del día anterior a este.
Excepto que había descubierto que tendría que convertirse en un asesino o ser asesinado.
Iba tan metido en sus pensamientos que no se dio cuenta de que un grupo de Hufflepuffs nerviosos se acercaba a él por el pasillo hasta que los tuvo encima.
— Potter.
Harry los miró con cautela. Se trataba de un grupo de alumnos de tercero. Se dio cuenta entonces de que no todos eran Hufflepuff, sino que también había un Ravenclaw en el grupo.
— Eh…
— ¿Podemos hablar contigo un momento? — preguntó uno de ellos.
— Pues…
— Seré breve — se apresuró a decir el mismo, quizá notando que Harry estaba a punto de poner una excusa para largarse. — Solo queremos disculparnos.
Eso pilló a Harry totalmente por sorpresa.
— ¿Disculparos?
— Sí… — el grupito intercambió miradas nerviosas. — Si lo que hemos leído es verdad… y creemos que es verdad… decías la verdad. Ninguno de nosotros te creía…
Harry no quería escuchar más.
— Bueno, ahora ya lo sabéis — dijo. — Si me disculpáis…
— No hace falta que nos perdones — dijo rápidamente otro de ellos, un pelirrojo. — Todo el colegio lleva meses tratándote como a un loco. Sabemos que no tienes por qué perdonarnos, nosotros solo…
— Solo queremos que sepas que lo sentimos. Y que no somos los únicos — el Ravenclaw tomó el relevo.
— Sí, tendrías que oír lo que se hablaba anoche en la sala común. Mucha gente se arrepiente de las cosas que ha dicho.
— En la sala de Ravenclaw también se habló del tema — dijo el Ravenclaw. — Muchos de los que pensaban que estabas como una regadera ya no lo piensan. Sé que más de uno querría pedirte perdón por las cosas que han dicho sobre ti, aunque no sé si tendrán el valor…
Harry no sabía qué decir. Por un lado, se alegraba de que menos gente lo considerara un loco en busca de atención. Por otro, resultaba muy incómodo tener pidiéndole perdón a un grupo de estudiantes con los que no había hablado en su vida y de los que Harry no sabía absolutamente nada.
— Eh…
— No hace falta que respondas. Solo queríamos que lo sepas. Nos vemos en el comedor — el chico que habló lo hizo muy rápido y sin mirar directamente a Harry. Agarró del brazo a dos de sus amigos y los obligó a caminar con él, alejándose de allí. El grupo entero se marchó antes de que el cerebro de Harry pudiera pensar algo que responder.
Aturdido, Harry volvió a emprender su camino hacia la biblioteca. De entre todas las cosas que se habría esperado, una disculpa colectiva no era una de ellas.
No sabía qué sentir al respecto. Lo único que tenía claro era que había sido una experiencia muy incómoda.
Llegó a la biblioteca, que estaba vacía a esas horas en las que todo el mundo se dirigía al Gran Comedor para desayunar. Buscó un lugar apartado y tomó asiento, consciente de que en menos de una hora echaría de menos ese silencio.
Mientras tanto, en otro lugar del castillo, pudo oírse el estrépito de un plato de cerámica cayendo al suelo.
— Se te ha caído el plato — observó Luna. — ¿No vas a recogerlo?
Su interlocutor no respondió. Simplemente, se quedó mirándola como si se tratara de una criatura de otro planeta.
— Yo me tengo que ir ya. Que paséis un buen día.
Luna salió de la estancia y, en cuanto cerró la puerta a sus espaldas, escucho una voz hechizada que se dirigía a ella:
— ¿Qué tal están hoy?
— Mejor — sonrió ella. — Los invitados están listos para la lectura.
— ¿Y ese ruido que se ha escuchado?
— Se le ha caído un plato. Creo que no se esperaba ver a Nick aparecer.
La otra persona soltó una risita.
— Vuelve al comedor y desayuna. Hoy va a ser un día largo.
Luna sonrió y, tras despedirse con un gesto de la mano, emprendió su camino.
Harry tenía que haber sabido que la calma y el silencio durarían poco tiempo. Cuando escuchó que alguien entraba a la biblioteca a pesar de la hora, supo que le estaban buscando.
Se giró para encarar a su visitante, pero no se trataba de ningún alumno pesado ni de ningún profesor.
Era Ginny.
— Te estábamos buscando. Ron dice que ya no estabas en el dormitorio cuando se ha despertado — dijo, tomando asiento a su lado. A Harry le llegó un olor floral que debía pertenecer al champú que ella usaba. Era muy agradable.
— No podía dormir más.
— ¿Has dormido bien?
Harry asintió.
— Por raro que parezca, sí.
— No me parece raro — afirmó Ginny. — Ayer fue un día agotador.
Por segunda vez, Harry asintió.
— Además, lo peor ya había pasado. Quiero decir, ya habíamos leído lo de junio… — dijo Ginny. Miró a Harry fijamente, como examinando su reacción, antes de continuar: — Así que podías relajarte, ¿no?
Harry hizo una mueca. Quizá habría podido relajarse, si no hubiera sido por lo de la profecía.
Sus amigos todavía no lo sabían. Harry había evitado pensar en ello, pero era consciente de que, en algún momento, tendría que decirles la verdad. Le daba miedo pensar en cómo reaccionarían…
Su futuro estaba ligado a Voldemort. Por tanto, si sus amigos se quedaban con él, los estaría arrastrando a esa guerra. ¿Qué idiota elegiría seguir a su lado sabiendo lo que se le venía encima?
Lo peor era que, en el fondo, tenía la esperanza de que Ron y Hermione se quedaran a su lado. No sabía qué sería más doloroso: que decidieran quedarse con él poniendo en riesgo sus propias vidas, o que lo abandonaran.
— ¿Harry?
Harry se sobresaltó. Se había centrado tanto en sus pensamientos que no había oído ni una sola palabra de lo que Ginny le estaba diciendo.
— Perdona. ¿Qué decías?
— Te preguntaba qué pasó anoche. ¿Por qué el Percy del futuro tenía que hablar contigo?
Harry hizo una mueca. Ni siquiera había terminado de asimilar lo de la profecía y todas sus ramificaciones. No se sentía preparado para contarlo.
— Tenía que informarme de… cosas. ¿Qué tal se han tomado tus padres que una de las personas del futuro fuera Percy?
— Mamá se puso a llorar — admitió Ginny. Harry casi suspiró de alivio. Durante un segundo, había pensado que Ginny iba a insistirle para que hablara de su conversación con Percy, pero ella había aceptado el cambio de tema con elegancia. — Sé que papá y mamá intentaron hablar con él después de que su reunión contigo acabara, pero Percy se escabulló. Lo que es peor, ni siquiera nuestro Percy fue capaz de hablar consigo mismo. ¿Te lo puedes creer?
— A estas alturas, me creo cualquier cosa — bufó Harry. — Si tanto Percy como George son parte del grupo del futuro, ¿crees que el resto también sois de la familia?
— Sé que yo no soy uno — afirmó ella.
Sorprendido, Harry replicó:
— ¿Cómo estás tan segura?
— No hay forma de que yo pueda viajar al pasado y quedarme escondida — sonrió. — Ya me habría hablado a mí misma. O a alguno de vosotros.
De pronto, Harry recordó algo que casi había olvidado. Con toda seguridad, al menos uno de los encapuchados era una mujer. ¿Acaso no había hablado con ella la semana anterior? Y le había dicho algo muy raro…
El encapuchado dio un paso al frente, todavía con sus manos sobre los hombros de Harry, cuyo corazón latía a mil por hora. Acercó su cara aún más a la de Harry, quien no podía ver a través de la tela que la cubría, y puso una mano sobre su cabeza mientras se inclinaba para darle un beso en la frente. La tela cayó, pero la mano del encapuchado presionaba ligeramente a Harry contra su hombro e impedía que levantara la mirada.
— Soy la persona que más te quiere en el mundo — susurró el desconocido. Harry casi saltó al escuchar por primera vez la voz real del encapuchado, que claramente era una mujer.
Durante un instante, se preguntó si aquella persona habría sido Ginny. Se le encendieron las mejillas.
A decir verdad, no se había permitido pensar mucho en aquel momento. Por más que lo intentara, por más que se estrujara el cerebro, no se le ocurría qué mujer podría decirle algo así. Quizá su versión del futuro se había echado novia… Aunque, ¿cómo podría hacerlo, con la profecía por delante?
Además, incluso aunque hubiera conseguido echarse novia, no había forma de que se tratara de Ginny. ¡Era la hermana pequeña de Ron! Tenía que dejar de pensar cosas raras sobre ella. Ya bastante había tenido con el sueño del día anterior… y con la sesión de Oclumancia que habían compartido. Nunca pensó que respirar hondo pudiera ser tan interesante…
— ¿Harry? Estás en las nubes.
De nuevo, Harry se sobresaltó.
— Perdona, Ginny.
Ella lo miró con una ceja alzada.
— ¿Qué pensabas? Estás rojo como un tomate.
— ¿Eh? No, nada. Es que hace calor aquí.
Apurado, Harry se levantó de su asiento.
— ¿Vamos al comedor? El desayuno debe estar terminando.
Ginny lo observó un momento, llena de curiosidad, y a Harry le dio la sensación de que lo estaba examinando con rayos x.
— Vale, vamos.
Aliviado, Harry siguió a Ginny fuera de la biblioteca. La chica iba hablando todo el camino y Harry estaba contento de escucharla y asentir de vez en cuando. Su mente era un remolino.
Sin perder un segundo, ambos se encaminaron hacia la mesa de Gryffindor, donde toda la familia Weasley estaba desayunando. Harry se sentó sin atreverse a mirarlos a la cara. Agradeció mucho que ninguno de ellos supiera leer mentes.
— ¿Qué tal? Me han dicho que has madrugado — le dijo Sirius, que estaba sentado junto a Lupin y observaba divertido cómo éste se echaba tanta mermelada en la tostada que parecía querer averiguar cuánta podía apilar encima sin que se cayera.
— Me fui a dormir temprano — respondió Harry. — He desayunado en las cocinas.
— Tendrías que habernos dejado una nota o algo — gruñó Hermione. Lo miraba con preocupación. — Te hemos buscado por todas partes.
Harry rodó los ojos.
— El castillo está cerrado, tampoco podía ir muy lejos.
— Lo de ponerle un encantamiento alarma para saber dónde está no es mala idea. Como a los gatos — dijo Fred.
Ron asintió con fervor (y con la boca llena de pan), mientras Harry le lanzaba a Fred un colín.
— ¿Has visto quién está ahí? — le dijo Ron a Harry, señalando con la cabeza hacia la mesa de profesores.
Harry no se había fijado mucho al entrar, pero un vistazo rápido a la mesa permitió que supiera exactamente a qué se refería Ron.
Una de las sillas, a la izquierda del profesor Flitwick, estaba ocupada por una figura encapuchada. Era muy extraño. Hasta ahora, ninguno de los visitantes del futuro había estado presente durante el desayuno, y mucho menos en la mesa de profesores.
— ¿Crees que es Percy? ¿O será uno de los otros? — preguntó Harry.
— Si es Percy, voy a levantarme y a patearle el trasero — dijo George. — ¿Te puedes creer que ayer huyó de nosotros?
— No eres quién para hablar — le susurró Ron, ganándose un golpe en el brazo.
— Si soy yo, voy a ser yo mismo quien me patee el trasero — dijo Percy. Harry no había sido consciente de que el susodicho había estado pendiente de su conversación. — Entiendo que mantuviera su identidad en secreto, ¿pero tampoco me lo podía decir a mí? ¡Soy él! ¡Somos la misma persona!
— No estés tan seguro de eso — se metió George. — Ese Percy parecía más guay. ¿Visteis cómo les respondió a los Hufflepuff? Ni siquiera Amos Diggory pudo contestarle.
Estuvieron un buen rato hablando sobre el tema. El desayuno terminó más rápido de lo que Harry esperaba y los platos se vaciaron. Al igual que en días anteriores, Dumbledore se puso en pie. Todo el mundo se quedó en silencio.
— Ha llegado el momento de comenzar un nuevo libro — habló el director. Hoy se le veía de buen humor, aunque parecía cansado. — Como bien sabéis, vamos a leer una totalidad de siete libros, uno por cada año vivido por Harry Potter en Hogwarts.
Algunos miraron a Harry en ese momento. Otros, ni se molestaron.
— Ya vamos por el quinto libro — continuó Dumbledore. — Los hechos que narra comienzan en el verano pasado y terminan al final de este curso. Es, por lo tanto, y como ya os advertí, el primer libro que nos revelará información sobre el futuro.
Harry sintió una punzada de nervios, pero también de emoción. Leer el pasado se le había hecho eterno. No podía esperar a saber qué demonios había sucedido para que la gente del futuro hubiera tenido que regresar atrás.
— Demos comienzo a la lectura — dijo el director. — Por suerte, tenemos a una persona que se ha ofrecido voluntaria para leer. Si es tan amable…
Le hizo una seña a la figura encapuchada que estaba sentada junto al profesor Flitwick. Todo el mundo se quedó en silencio mientras la figura se levantaba y cruzaba lentamente la distancia que la separaba del atril. Harry tuvo la sensación de que, quien estuviera bajo esa capucha, no tenía ningunas ganas de estar allí.
Dumbledore le señaló el libro, que estaba cerrado sobre el atril. Era mucho más grueso que los anteriores. La persona desconocida abrió el libro con cautela, con unas manos que, incluso estando enguantadas, le resultaron familiares a Harry.
— El primer capítulo se titula: Dudley, dementado — anunció. Muchos en el comedor se sobresaltaron porque la voz que se escuchó no estaba hechizada, pero nadie se sobresaltó más que Harry.
Conocía esa voz. Con horror, supo de qué.
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