sábado, 16 de octubre de 2021

Leyendo la orden del fénix, capítulo 2

 Una bandada de lechuzas:


— ¿Queda algo más? — preguntó Dumbledore. Eso hizo despertar a Petunia, que cerró el libro de golpe.

— No. Ese es el final.

— Excelente — sonrió el director, ignorando el tono gélido de Petunia.

— ¿Puedo marcharme ya?

Apenas había terminado de decir eso cuando las puertas del comedor se abrieron. Harry vio a una segunda figura encapuchada aparecer tras ellas. Le hizo un gesto a Petunia, que dejó el libro caer sobre el atril y salió inmediatamente del comedor. Ni siquiera le dirigió una mirada a Harry.

— Bueno, bueno. Ha sido un capítulo muy interesante — dijo Dumbledore cuando se hubieron cerrado las puertas otra vez. — ¿Quién quiere leer el siguiente?

Pero, en el momento en el que las puertas se cerraron, Harry se dio cuenta de que, si quería tener alguna oportunidad de confirmar que la persona que acababa de marcharse era Petunia Dursley, tenía que actuar ahora. No importaría cuánto le suplicara a los encapuchados para que le dijeran la verdad, y estaba claro que Luna tampoco podía hablar, por lo que su único modo de saber lo que estaba sucediendo era levantarse y correr tras la figura que acababa de marcharse del comedor.

— Ahora vengo — dijo rápidamente para que sus amigos lo escucharan.

— ¿Eh? — Hermione no tuvo tiempo ni de preguntarle a dónde iba. Mientras un alumno al que no conocía subía a la tarima, Harry se levantó y fue hacia las puertas, bajo la atónita mirada de todos.

Salió de allí y, en cuanto las puertas se hubieron cerrado a sus espaldas, echó a correr. No habían pasado ni veinte segundos desde que Petunia había abandonado el comedor, así que no podía andar muy lejos.

Solo le dio tiempo a recorrer un pasillo antes de escuchar voces que provenían de una esquina. Dejó de correr y aguzó el oído.

— Podía haber sido peor. No ha ido tan mal.

— Cállate — escupió la que era indudablemente la voz de su tía Petunia. — Quiero marcharme. Voy a llevarme a mi hijo de este estúpido castillo.

Harry jadeó. ¿Dudley también estaba allí?

Sin pensarlo, Harry cruzó los pasos que lo separaban de las dos personas encapuchadas. Ambas se giraron para mirarlo, sobresaltadas, y se hizo el silencio.

— Vaya, Harry — habló la que tenía la voz hechizada. — No esperaba que salieras del comedor tan pronto.

Harry ignoró al desconocido. Centró la mirada en la segunda figura, que aún respiraba entrecortadamente.

— Quítate la capucha — le ordenó.

Petunia jadeó.

— No me hables así.

Pero Harry estaba harto de ser paciente. Dio un paso hacia delante, agarró el borde de la capucha y tiró de él hacia atrás. Había una segunda tela negra debajo, cubriendo la parte inferior del rostro, y Harry la arrancó sin piedad.

Allí estaba, frente a él, mirándolo con sorpresa y rabia acumulada. Sabía que no se trataba de alguien utilizando poción multijugos, porque nadie habría podido imitar la mirada de asco de tía Petunia con tanta habilidad.

— ¿Qué haces aquí? — preguntó Harry. Respiraba entrecortadamente, a pesar de que había dejado de correr. — ¿Cómo puedes estar aquí? Se supone que los muggles…

— Los muggles no pueden entrar a Hogwarts sin permiso — lo interrumpió la persona que conservaba su capucha. — En ocasiones, ha sido necesario traer a madres y padres de alumnos de origen muggle, y nunca ha habido ningún problema, siempre y cuando entren con la ayuda de un mago.

— Pero…

— Piensa en Myrtle — siguió. — Sus padres eran muggles. ¿Crees que no vinieron a Hogwarts a recoger el cuerpo de su hija? ¿Crees que no quisieron ver el lugar donde había fallecido? Que no sea común que haya muggles en Hogwarts no significa que sea imposible. Solo hace falta el permiso del director y la presencia de un mago.

— ¿Pero por qué ellos? — exclamó Harry, mirando a tía Petunia. — ¿Qué hacen aquí los Dursley?

— Lo último que quiero es estar aquí, eso tenlo claro — replicó su tía, mirándolo con rabia. — Vinieron a mi casa. Nos obligaron a hacer las maletas y venir con ellos. ¡Hasta sacaron a Dudley del colegio! Nos amenazaron, nos humillaron, y nos trajeron aquí.

Le brillaban los ojos de rabia. Estaba tan tensa que se podían ver todos los músculos de su cuello.

— Nos tienen encerrados en una habitación, escuchando cómo se lee tu vida como si fueras una especie de héroe de ficción mientras a nosotros se nos pinta como a una familia de lunáticos. ¡Y todo lo que se ha dicho de nosotros en ese estúpido comedor! Este colegio está lleno de monstruos y de locos y ahora todos nos odian por tu culpa.

— Nada de lo que se ha leído es falso — la interrumpió el encapuchado, con tono de estar enfadándose. — Si os odian, es por vuestras acciones, no por las de Harry.

Tía Petunia lo miró con odio.

— Me da igual. Voy a recoger a mi familia y nos vamos a ir de aquí. ¡Ahora mismo!

— No funcionó cuando intentaste marcharte ayer, ni antes de ayer, ni el día anterior. ¿Qué te hace pensar que podrás hacerlo hoy? — Ahora, el desconocido sonaba cansado. — Vas a quedarte hasta el final de la lectura, por tu propio bien. Deja de quejarte.

— ¿Qué se supone que significa eso? — estalló Harry. No entendía nada y tener la confirmación de que su tío y su primo también estaban allí lo ponía muy nervioso. — No me has respondido, ¿qué hacen aquí? ¿Por qué los habéis traído?

El encapuchado suspiró.

— Harry, lo siento mucho. De veras. Sé que lo último que quieres es estar cerca de los Dursley, y con razón — miró entonces a Petunia, y Harry no necesitó verle la cara para saber que no era una mirada agradable. — Pero debemos seguir el plan. ¿Recuerdas por qué estamos leyendo?

Harry se obligó a respirar hondo para poder contestar:

— Para derrotar a Voldemort.

— Exacto — confirmó el desconocido. — La lectura va a explicar con todo lujo de detalles cómo acabar con él. Y, cuando se haya leído eso frente a todo el comedor, llegará el momento de poner en práctica lo aprendido. ¿Me entiendes?

— Habrá que luchar contra él — afirmó Harry, haciendo un esfuerzo por no pensar en la profecía.

El encapuchado asintió.

— Es más complicado de lo que piensas, Harry. No se tratará de un simple duelo, sino que, antes de que llegue ese momento, habrá que solucionar otros asuntos. Es inevitable que Voldemort descubra lo que estamos haciendo antes de que llegue el momento de acabar con él.

Harry jadeó.

— ¿Inevitable? — El cerebro le daba mil vueltas. — ¿Por qué? Si estamos todos aquí encerrados. Si nadie dice nada…

— Incluso si logramos mantener el secreto hasta entonces, llegará un punto en el que ya no será sostenible — replicó el desconocido. — Para derrotar a Voldemort… bueno, digamos que tenemos que destruir ciertas cosas antes. Ciertas barreras, ¿de acuerdo? Quizá Voldemort no note la desaparición de las primeras barreras, pero es inevitable que note la caída de las últimas. Sabrá que vamos a por él y hará lo que sea para evitarlo.

Harry no lo comprendía del todo, pero asintió de todos modos.

— ¿Y qué tiene que ver eso con los Dursley? — preguntó.

— Son un cabo suelto — contestó el desconocido, haciendo que tía Petunia soltara un bufido. — Cuando Voldemort se dé cuenta de que le queda poco tiempo, hará lo que sea por llegar a ti antes de que tú llegues a él, antes de que todas las barreras caigan. No podrá acceder a ti si estás en Hogwarts, así que la primera opción será…

— Intentar hacerme salir de Hogwarts — terminó Harry, empezando a comprender.

— Exacto — había alivio en la voz hechizada. — ¿Y qué mejor forma de hacerte salir que secuestrando a tu familia y amenazándote con acabar con todos ellos si no haces lo que te pide? A Voldemort no le importan los Dursley en absoluto. No tendrá ningún reparo en asesinarlos si con ello consigue llegar a ti.

Tía Petunia se había puesto pálida, pero estaba claro que no era la primera vez que escuchaba esas palabras.

— Consideramos tener a los Dursley en una casa segura — admitió el desconocido. — Pero era mucho más sencillo traerlos aquí, para poder vigilarlos de cerca y para que puedan escuchar parte de la lectura.

— Lo… ¿Lo han estado escuchando todo? — Harry miró a tía Petunia, incrédulo.

— Estarás contento — replicó ella. — Has puesto a toda esa gente en nuestra contra. Supongo que estás disfrutando de las cosas horribles que dicen sobre mi Dudders…

— Si tu hijo hubiera sido más amable con Harry, no recibiría tanto odio — la interrumpió el encapuchado. Petunia lo ignoró.

— Ten una cosa muy clara. Una vez termine todo, no volverás a nuestra casa — dijo ella. Tenía los labios apretados y lo miraba con rabia.

Harry le devolvió la mirada.

— No, no lo haré. Me iré a vivir con mi padrino.

Petunia soltó una risotada amarga.

— Ya lo he oído… Sirius Black, el expresidiario, te llevará con él. O no, quizá sea esa mujer, esa Weasley — soltó un bufido despectivo. — ¿En serio te lo has creído? Esto es lo que pasará: la lectura terminará, acabará el curso y a ti te mandarán de vuelta con nosotros. Pero esta vez diremos que no. Vernon ya no quiere ni verte…

— No iré con vosotros — replicó Harry con valentía. — Los Weasley no van a dejar que lo haga, y Sirius tampoco.

Tía Petunia siguió mirándolo de la misma manera, entre burla y desprecio.

— ¿En serio te has creído todo lo que te han dicho? No seas estúpido. Si hubieran querido tenerte con ellos, lo habrían hecho desde hace años. Pero no, cada verano te mandan de vuelta a mi casa. ¿Sabes por qué?

Harry la miró, desafiante.

— Porque nadie te quiere — siguió ella. — Ya hace cuatro veranos que los conoces. Cuatro veranos, cuatro oportunidades de llevarte con ellos para siempre. Si no lo han hecho ya, ¿qué te hace pensar que este año será diferente?

— Cierra la boca — resopló el encapuchado. — No tienes ni idea de lo que dices.

— ¿Ah, no? — Petunia estaba demasiado enfadada como para parar. — Solo digo lo que veo. Y lo que veo es que no importa cuántos supuestos amigos haga el chico en este colegio, ni cuántos padrinos aparezcan de debajo de las piedras. Al final, lo tenemos que aguantar nosotros.

— Sirius no podía… — empezó a decir Harry, pero tía Petunia lo interrumpió.

— ¿No podía o no quería? ¿Dónde estaba este verano? ¿Y el anterior? Estamos hablando de un hombre que le rompió la pierna a tu amigo.

— ¡Fue sin querer! — lo defendió Harry.

— He escuchado la lectura de ese libro — dijo, triunfante. — Te tuvo muy cerca en varias ocasiones. Pudo haberte contado la verdad, pero asesinar a Pettigrew era más importante que tú — pronunció el nombre de Pettigrew como si fuera el mayor insulto.

— Eso no es…

— Incluso cuando te tenía delante, en esa casa endemoniada, su prioridad era asesinar a Pettigrew — siguió ella, escupiendo odio. — Solo te dijo la verdad porque Lupin lo obligó.

Harry estaba enfadándose tanto que ni siquiera podía asimilar lo extraño que se le hacía escuchar a tía Petunia mencionar el nombre del profesor Lupin.

— ¡Y ese es otro tema! — exclamó Petunia. — Ese tal Lupin. Jamás hizo el menor esfuerzo por tratar de contactar contigo, ¡no lo intentó ni una vez en diez años! Y él no tiene la excusa de estar en prisión. ¿Qué te hace pensar que le importa que estés uno o dos veranos más con nosotros?

— No podía acogerme por su condición…

— ¡Excusas! Todo son excusas, chico. Asúmelo — replicó ella. Había cogido toda la rabia y el odio que había sentido en el comedor y lo estaba descargando contra Harry. Harry era consciente de esto, pero, aun así, no podía dejar de escuchar. —Por mucho que te digan que van a acogerte, solo son promesas en falso. Cuando todo esto acabe, te volverán a mandar con nosotros. Pero, esta vez, no pisarás nuestra casa. ¡Ya no!

— Basta ya — se metió el encapuchado, pero Petunia lo ignoró de nuevo.

— Lupin pudo haberte visitado en los diez años que estuviste con nosotros, pero no lo hizo. Los Weasley pudieron haberte acogido en cualquier momento desde hace cinco años, pero no lo han hecho. ¡Ni siquiera te dejan pasar todo el verano con ellos! Ya tienen suficiente con sus propios hijos. Y, si a Sirius Black de verdad le importaras, te habría llevado consigo en el momento en el que fue libre.

— No podía hacer eso.

— Un padre hace lo que sea. Una madre haría cualquier cosa — lo interrumpió tía Petunia. — ¿Acaso crees que yo dejaría a mi Dudders en una casa en la que no está a gusto? No, me lo llevaría conmigo, aunque tuviéramos que vivir debajo de un puente. La diferencia está en que yo quiero a mi hijo, y a ti nadie te quiere.

Harry se sintió como si le hubieran pegado una bofetada.

— ¡He dicho que ya basta! — gritó el encapuchado, poniéndose entre Harry y tía Petunia. — Harry, no hagas caso a ninguna de las tonterías que ha dicho esta mujer. Solo quiere hacerte daño porque no aguanta que critiquen a su familia. Vuelve al comedor y olvida todo esto. Y tú — se dirigió a tía Petunia, que le lanzó una mirada desafiante. — Ven conmigo.

Agarró a tía Petunia del brazo y se la llevó a rastras de allí. Harry se quedó solo en el pasillo, sintiéndose muy estúpido.

Era perfectamente consciente de que tía Petunia había intentado hacerle tanto daño como pudiera porque la lectura la había hecho sentirse mal a ella. Pero, aun así, eso no cambiaba el hecho de que había dicho algunas de las cosas que ya habían rondado la mente de Harry en varias ocasiones.

Cada vez que Sirius le decía que no volvería con los Dursley, una parte de él no se lo creía. Y lo mismo sucedía cuando se lo decían los Weasley, a pesar de que parecían sinceros al hacer esas promesas.

Recordó entonces lo nervioso que se había puesto al leer el tercer libro, cuando todos habían escuchado lo mucho que había odiado a Sirius después de descubrir que era su padrino. Había pensado incluso en matarlo… Sirius le había asegurado que lo entendía, y Harry había decidido creerle, pero ahora se daba cuenta de que el problema era mucho más profundo.

Si se había puesto tan nervioso al leer todas esas cosas, era porque la reacción de Sirius le preocupaba y le asustaba. Y si tanto le preocupaba era porque, en el fondo, muy en el fondo, no estaba seguro de hasta qué punto Sirius lo valoraba a él por él mismo, y no solo por ser el hijo de James Potter.

Si estuviera seguro de su posición en la vida de Sirius, no se habría puesto tan nervioso. Si no tuviera ninguna duda de que su padrino lo quería, no habría tenido un ataque de ansiedad con tan solo pensar en su posible reacción a algo que había sucedido años atrás.

Tía Petunia no había dicho nada que el propio Harry no hubiera pensado ya: solo había puesto en palabras las cosas que él se había esforzado por reprimir.

Abatido, y con una sensación de nervios en la boca del estómago, emprendió el camino de regreso al comedor. Cuando llegó frente a las puertas, se detuvo y trató de respirar hondo. No tenía ningunas ganas de entrar.

No quería ver a su padrino, ni a los Weasley, ni a nadie. Y lo último que deseaba en ese momento era sentarse a leer cosas que ya se había visto obligado a vivir.

Le costó un par de minutos en los que estuvo allí de pie, parado frente a la puerta cerrada, preguntándose cuáles serían las consecuencias de salir corriendo y ocultarse hasta que llegara la hora de leer el futuro. Pero, a pesar de todo, era un Gryffindor. Así que volvió a tomar aire, esta vez con decisión, y abrió la puerta.

— ¡Potter! —Lo recibió la voz de Umbridge, tan aguda que atravesó todo el comedor sobrepasando a todas las demás. — Al fin nos honras con tu presencia. Marcharte así del comedor, ¡menuda falta de respeto!

— Dolores… — Dumbledore sonaba cansado y Harry no necesitó ser un genio para saber que el director debía llevar un buen rato discutiendo con Umbridge.

Decidió ignorarlos a ambos y volver a su asiento, donde sus amigos lo recibieron con un montón de preguntas.

— ¿A dónde has ido?

— ¿Ha pasado algo?

— ¿Has seguido a la encapuchada? ¿Sabes quién era?

— ¿Estás bien?

— ¿Habéis empezado a leer? — los cortó Harry.

Ron y Hermione intercambiaron miradas. Fue Ginny la que respondió:

— No. Dumbledore ha dicho que teníamos que esperarte. A Umbridge no le ha sentado muy bien.

Harry miró entonces hacia la mesa de profesores, donde Umbridge seguía discutiendo con el director. Fudge tenía cara de querer desaparecer de allí, y McGonagall parecía a punto de lanzarle un maleficio a Umbridge.

En cuanto a los alumnos, se dividían entre los que observaban la discusión con interés y los que preferían mirar a Harry, como si con tan solo mirarlo pudieran adivinar a dónde había ido y por qué.

— ¿Todo bien? ¿Por qué te has ido? — le preguntó Sirius.

Harry abrió la boca para contestarle, pero las palabras de tía Petunia estaban demasiado recientes en su memoria, así que terminó encogiéndose de hombros.

— Hemos perdido un tiempo muy valioso — se quejaba Umbridge. — ¡Ha estado más de quince minutos fuera!

— Estoy de acuerdo en que el tiempo es valioso, así que no lo perdamos más — dijo Dumbledore. —Señor Moore, si no le importa…

El chico que Harry había visto subir a la tarima volvió a hacerlo, esta vez para quedarse. Tomó el libro y, al instante, todo el comedor se quedó en silencio.

— Este capítulo se titula: Una bandada de lechuzas — anunció, y el título era tan mundano que muchos se sorprendieron.

Umbridge se acomodó en su asiento, si bien parecía molesta.

¿Qué? —preguntó Harry sin comprender.

¡Se ha marchado! —dijo la señora Figg, retorciéndose las manos—. ¡Ha ido a ver a no sé quién por un asunto de un lote de calderos robados! ¡Ya le dije que iba a desollarlo vivo si se marchaba, y mira! ¡dementores! ¡Suerte que informé del caso al señor Tibbles! Pero ¡no hay tiempo que perder! ¡Corre, tienes que volver a tu casa! ¡Oh, los problemas que va a causar esto! ¡Voy a matarlo!

— Está hablando de calderos y dementores — dijo Katie, sorprendida.

— ¿Ha sido una bruja todo este tiempo? — Alicia tenía el ceño fruncido. — Si es así, ¡menuda crueldad! ¿Ha estado cerca de Harry desde que era pequeño y no se lo ha dicho?

Hubo murmullos tras ese comentario.

Pero… —La revelación de que su chiflada vecina, obsesionada con los gatos, sabía qué eran los dementores supuso para Harry una conmoción casi tan grande como encontrarse a dos de ellos en el callejón—. ¿Usted es…? ¿Usted es bruja?

Soy una squib, como Mundungus sabe muy bien, así que ¿cómo demonios iba a ayudarte para que te defendieras de unos dementores? Te ha dejado completamente desprotegido, cuando yo le advertí…

— ¡Una squib! — exclamó Ernie. — Por eso nunca se lo dijo a Harry.

— No es excusa — se quejó Hannah. — Pudo haberle hablado del mundo mágico desde pequeño. ¿Por qué no lo hizo?

Daphne Greengrass soltó un bufido tan fuerte que se escuchó en la zona de Hufflepuff.

— Pensad un poco — dijo en voz alta. — ¿Creéis que es casualidad que una squib estuviera viviendo toda la vida junto a Potter? Seguro que la enviaron allí a propósito, para tenerlo vigilado.

— ¡Pues vaya mierda de vigilancia! — exclamó Dean. — Si estaba en contacto con gente del mundo mágico, ¿por qué nunca le dijo a nadie que los Dursley eran unos hijos de…?

— ¡Señor Thomas! — lo regañó McGonagall, aunque Harry estaba seguro de que compartía el sentimiento hacia los Dursley. — Modere ese lenguaje.

Dean se disculpó, pero lo que había dicho causó muchas reacciones. Harry trató de bloquearlos a todos: tanto a los que lo miraban con más pena que antes, como a los que susurraban y parecían pensativos, o a los que estaban enfadados. No quería pensar más en los Dursley, ni en el hecho de que la señora Figg jamás hubiera considerado oportuno avisar a Dumbledore de que sus tíos no lo trataban bien. O quizá lo había hecho y al director no le había importado.

A ti nadie te quiere.

Las palabras de tía Petunia resonaron en su cabeza.

¿Ese tal Mundungus ha estado siguiéndome? Un momento…, ¡era él! ¡Él se desapareció delante de mi casa!

— Bueno, tiene sentido que te pusieran vigilancia — dijo Wood, frunciendo el ceño. — Aunque creo que no eligieron bien a la persona a cargo.

— Mundungus es un rastrero. No se puede confiar en él — gruñó Moody.

Sí, sí, sí, pero por fortuna yo había apostado al señor Tibbles debajo de un coche, por si acaso, y el señor Tibbles vino a avisarme, pero cuando llegué a tu casa ya no estabas, y ahora…

— ¿Está hablando del gato? — murmuró Parvati, asombrada.

¡Oh! ¿Qué dirá Dumbledore? ¡Eh, tú! —le gritó a Dudley, que estaba tumbado en el suelo del callejón en posición supina—. ¡Levanta tu gordo trasero del suelo, rápido!

Varias personas vitorearon y se rieron.

— ¡Bien dicho!

— ¡Al fin alguien trata a ese imbécil como merece! — sonrió un chico de tercero.

¿Usted conoce a Dumbledore? —preguntó Harry, mirando fijamente a la señora Figg.

Pues claro que conozco a Dumbledore. ¿Quién no conoce a Dumbledore? Pero vámonos ya porque no voy a poder ayudarte si vuelven; nunca he transformado ni siquiera una bolsita de té.

— Debió ser toda una sorpresa — dijo Luna.

Harry asintió. Aún le costaba asimilar lo de la señora Figg.

Pero entonces centró su mirada en Luna, y se dio cuenta de que ella había sabido la identidad de tía Petunia. ¿Desde cuándo era consciente de que los Dursley estaban en el castillo? ¿Por qué no le habían permitido contárselo?

Estaba harto de secretos.

La señora Figg se inclinó, agarró uno de los inmensos brazos de Dudley con sus apergaminadas manos y tiró de él.

¡Levántate, zoquete! ¡Levántate!

Hubo risas, y algún que otro aplauso.

— Me cae bien esta señora — declaró Fred.

Pero Dudley o no podía o no quería moverse, así que permaneció en el suelo, tembloroso y pálido como la cera, con los labios muy apretados.

Ya me encargo yo —dijo Harry, que cogió a Dudley por el brazo y dio un tirón. Haciendo un gran esfuerzo consiguió ponerlo de pie. Parecía que su primo estaba a punto de desmayarse. Sus diminutos ojos giraban en sus órbitas y tenía la cara cubierta de sudor; en cuanto Harry lo soltó, Dudley se tambaleó peligrosamente.

— Quizá debería darme pena — dijo Angelina. — Pero después de todo lo que ha hecho…

— Yo… Creo que habría preferido que fuera Vernon Dursley el que sufriera el ataque del dementor — admitió Katie. — Pero Dudley también merecía una lección…

¡Deprisa! —insistió la señora Figg histérica.

Harry se colocó uno de los enormes brazos de Dudley sobre los hombros y lo arrastró hacia la calle, encorvándose un poco bajo su peso. La señora Figg iba dando tumbos delante de ellos, y al llegar a la esquina asomó la cabeza, nerviosa, y miró hacia la calle.

Ten la varita preparada —le dijo a Harry cuando entraron en el paseo Glicinia —. Ahora no importa el Estatuto del Secreto; de todos modos lo vamos a pagar caro, tanto da que nos cuelguen por un dragón o por un huevo de dragón.

— Ahí tiene razón — dijo Seamus.

¡Ay, el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad!… Esto es ni más ni menos lo que temía Dumbledore.

— ¿Lo que temía? ¿Por qué lo temía? — preguntó Colin. No era el único que tenía esa duda.

Fudge miró a Dumbledore, esperando una respuesta.

— Por muchos motivos — respondió el director finalmente, pero no elaboró más y el tal Moore se vio obligado a continuar leyendo.

¿Qué es eso que hay al final de la calle? Ah, es el señor Prentice… No escondas la varita, muchacho, ¿no te he dicho que yo no te serviría de nada?

Pero no resultaba fácil sujetar con firmeza una varita mágica y al mismo tiempo arrastrar a Dudley. Harry, impaciente, le dio un codazo en las costillas a su primo, pero éste parecía haber perdido todo interés por moverse por sí mismo. Dejaba caer todo su peso sobre los hombros de Harry y arrastraba sus grandes pies por el suelo.

— Vaya, Potter. Eres más fuerte de lo que pareces — dijo un chico de primero, impresionado.

¿Por qué no me dijo que era una squib, señora Figg? —preguntó Harry, jadeando por el esfuerzo que tenía que hacer para seguir andando—. Con la de veces que he ido a su casa… ¿Por qué no me dijo nada?

— Buena pregunta — murmuró Neville.

Órdenes de Dumbledore. Tenía que vigilarte, pero sin revelar mi identidad porque eres demasiado joven. Perdona que te haya hecho pasarlo tan mal, Harry, pero los Dursley no te habrían dejado ir a mi casa si hubieran creído que conmigo te lo pasabas bien.

En aquel momento, Harry no había podido prestar mucha atención a las palabras de la señora Figg, pero ahora comprendía mejor lo que significaban. Dumbledore no solo había abandonado a Harry en la puerta de los Dursley, sino que había tenido a alguien vigilándolo en secreto durante años. ¿Acaso la señora Figg nunca había notado que su ropa era toda de Dudley? ¿Nunca lo había visto trabajar durante horas en el jardín, sudando y quemándose bajo el sol hasta que tía Petunia decidía que podía volver a entrar en casa? ¿Nunca había visto a Dudley perseguirle para pegarle?

Se obligó a dejar de pensar en eso, porque ya estaba lo suficientemente deprimido.

No fue fácil, te lo aseguro…

— Uy sí, seguro que fue muy difícil quedarse en casa tranquilamente mientras no hacía absolutamente nada para ayudarte— ironizó Ginny.

Escuchar a alguien expresar un poco de lo que él mismo estaba pensando lo reconfortaba.

Pero ¡oh, cielos! —exclamó trágicamente, y empezó a retorcerse las manos otra vez—. Cuando Dumbledore se entere de esto… ¿Cómo ha podido marcharse Mundungus? Se suponía que estaba de guardia hasta medianoche. ¿Dónde se habrá metido? ¿Cómo voy a explicarle a Dumbledore lo que ha sucedido? Yo no puedo aparecerme.

— Creo que ese tal Mundungus se metió en un lío enorme ese día — dijo una chica de primero.

— Espero que así fuera — replicó otra, de tercero.

Tengo una lechuza; si quiere, puedo prestársela —se ofreció Harry, quien luego emitió un gruñido y se preguntó si su columna vertebral acabaría partiéndose bajo el peso de Dudley.

Hubo alguna que otra risita.

¡No lo entiendes, Harry! Dumbledore tendrá que actuar cuanto antes porque los del Ministerio tienen sus formas de detectar la magia hecha por menores de edad; ya deben de saberlo, te lo digo yo.

Pero si estaba defendiéndome de unos dementores…, tenía que usar la magia. Seguro que les preocupará más saber qué hacían unos dementores flotando por el paseo Glicinia, ¿no cree?

— Sería lo lógico, desde luego — dijo la profesora McGonagall. — Una pena que el ministerio haga mucho tiempo que abandonó el uso de toda lógica.

Fudge no se atrevió a responderle, mientras que la profesora Umbridge le lanzó una mirada llena de odio.

¡Ay de mí, ojalá fuera así! Pero me temo que… ¡MUNDUNGUS FLETCHER, VOY A MATARTE!

Se oyó un fuerte estampido, y un fuerte olor a licor mezclado con el de tabaco rancio llenó el aire al mismo tiempo que un individuo achaparrado y sin afeitar, con un abrigo harapiento, se materializaba justo delante de ellos. Tenía las piernas cortas y arqueadas, el cabello, de color rojo anaranjado, largo y desgreñado, y unos ojos con bolsas que le daban el aire compungido de un basset.

— Suena horrible — dijo Romilda Vane con asco.

— Suena exactamente al tipo de persona que te esperarías que abandone su puesto de trabajo en el peor momento — replicó una amiga suya, también de Gryffindor.

En las manos llevaba un bulto plateado que Harry reconoció al instante: era una capa invisible.

¡Cállate, Figgy! —exclamó el individuo mirando a la señora Figg y luego a Harry y a Dudley—. ¿No teníamos que operar en secreto?

— ¿Figgy? — repitió Ron. — No sabía que eran tan amigos.

Harry, que no había notado ese detalle aquella noche, también se sorprendió.

¡Ya te daré yo secreto! —gritó la señora Figg—. ¡dementores! ¡Inútil, ladrón, holgazán!

¿Dementores? —repitió Mundungus horrorizado—. ¿dementores, aquí?

¡Sí, aquí mismo, saco de cagarrutas de murciélago, aquí! —chilló la señora Figg—. ¡Los dementores han atacado al muchacho durante tu guardia!

— Me apunto ese insulto — se oyó decir a Jack Sloper.

¡Caramba! —dijo Mundungus atemorizado; observó a Harry y luego volvió a mirar a la señora Figg—. Caramba, yo…

¡Y tú por ahí, comprando calderos robados! ¿No te dije que no te marcharas? ¿No te avisé?

— ¿Eso no es ilegal? — preguntó una chica de segundo de Hufflepuff.

— Así es — asintió la profesora Sprout.

Yo…, bueno…, yo… —Mundungus estaba muy abochornado—. Es que…, es que era una buenísima ocasión…

La señora Figg levantó el brazo del que colgaba la cesta de la compra y dio un porrazo con él en la cara y en el cuello de Mundungus; a juzgar por el ruido metálico que hizo la cesta, debía de estar llena de latas de comida para gatos.

Si Harry no hubiera estado de tan mal humor, casi le habrían hecho gracia las caras de muchos de los estudiantes. La imagen mental de una señora mayor pegándole a un inútil con una cesta llena de comida de gato resultaba muy cómica.

¡Ay! ¡Uy! ¡Vieja destornillada! ¡Alguien va a tener que contarle lo ocurrido a Dumbledore!

¡Sí!… ¡Ya lo creo!… —gritó la señora Figg sin parar de golpear con la cesta a Mundungus—. ¡Y… será… mejor… que lo hagas… tú… y le cuentes… por qué… no estabas… aquí… para ayudar!

— Pegando tantos gritos, ¿cómo es posible que ningún otro vecino os escuchara? — preguntó Hermione.

Harry se encogió de hombros. Supuso que habían tenido suerte.

¡Se te va a caer la redecilla! —dijo Mundungus, encogiéndose y protegiéndose la cabeza con los brazos—. ¡Ya me voy! ¡Ya me voy!

Sonó otro fuerte estampido y Mundungus desapareció.

¡Ojalá Dumbledore lo mate! —exclamó la señora Figg furiosa—. Y ahora, ¡vamos, Harry! ¿A qué esperas?

Algunos le lanzaron a Dumbledore miradas alarmadas.

— No, no lo maté — dijo él en voz alta. — No acostumbro a cometer ese tipo de actos.

— Solo es una forma de hablar — murmuró Hermione por lo bajo, exasperada.

Harry decidió no gastar el poco aliento que le quedaba indicando que apenas podía caminar bajo el peso de Dudley, así que le dio un tirón a su primo, que seguía medio inconsciente, y echó a andar.

Te acompañaré hasta la puerta —dijo la señora Figg cuando llegaron a Privet Drive—. Por si hay alguno más por aquí… ¡Oh, cielos, qué catástrofe! Y has tenido que defenderte de ellos tú solo… Y Dumbledore nos advirtió que teníamos que evitar a toda costa que hicieras magia… Bueno, supongo que no sirve de nada llorar cuando la poción ya se ha derramado… Pero ahora el mal está hecho.

— Así que Dumbledore estaba convencido de que pasaría algo así — dijo Terry Boot

— Con la reputación de Harry por los suelos y el ministerio tras su cabeza, obligarlo a usar magia ilegal sería la excusa perfecta para dejarlo sin varita — dijo Lupin en voz alta. — Y Harry quedaría totalmente desprotegido.

— Entre otros motivos — admitió Dumbledore. — Ciertamente, varias personas podrían beneficiarse de que Harry perdiera el derecho a regresar al colegio y a utilizar su varita.

Entonces… —comentó Harry entrecortadamente—, ¿Dumbledore… me ha puesto… vigilancia?

Por supuesto —respondió la señora Figg con impaciencia—. ¿Qué esperabas? ¿Que te dejara pasear por ahí solo después de lo que pasó en junio? ¡Vamos, muchacho, me habían dicho que eras inteligente!

Harry gruñó.

Bueno, entra y no salgas —le dijo cuando llegaron al número cuatro—. Supongo que alguien se pondrá en contacto contigo pronto.

¿Qué va a hacer usted? —se apresuró a preguntar Harry.

Me voy derechita a casa —contestó la señora Figg; echó un vistazo a la oscura calle y se estremeció—. Tendré que esperar a que me envíen más instrucciones. Tú quédate en casa. Buenas noches.

— ¿Se va a ir así, sin más? — exclamó Lee. — ¡Si no te ha contado nada!

— Qué rabia — se quejó Lisa Turpin.

¡Espere un momento! ¡No se marche todavía! Quiero saber…

Pero la señora Figg ya había echado a andar a buen paso, con las zapatillas de cuadros escoceses como chancletas, mientras la cesta de la compra continuaba produciendo aquel curioso ruido metálico.

¡Espere! —le gritó Harry.

Tenía un millón de preguntas que hacerle a cualquiera que estuviera en contacto con Dumbledore; pero, pasados unos segundos, la oscuridad se tragó a la señora Figg. Con el entrecejo fruncido, Harry se colocó bien a Dudley sobre los hombros y se dirigió lenta y dolorosamente hacia el sendero del jardín del número cuatro.

— Yo habría abandonado a Dudley en la puerta y habría seguido a la señora Figg hasta su casa — dijo un chico de séptimo. — Y no habría parado hasta que me contara todo lo que estaba pasando.

— Es muy fácil decir eso cuando no lo has vivido — replicó Angelina. El chico rodó los ojos, pero no discutió con ella.

La luz del vestíbulo estaba encendida. Harry se guardó la varita en la cintura de los vaqueros, tocó el timbre y vio cómo la silueta de tía Petunia se hacía más y más grande, distorsionada por el cristal esmerilado de la puerta de la calle.

¡Diddy! Ya era hora, estaba poniéndome un poco…, un poco… ¡Diddy! ¿Qué te pasa?

Harry tragó saliva. Esperaba que no entraran mucho en detalles sobre todo lo que había ocurrido a continuación.

Harry miró de reojo a Dudley y se escabulló de debajo de su brazo justo a tiempo. Su primo se quedó de pie un momento, oscilando, con la cara de un verde pálido…

De pronto, abrió la boca y vomitó en el felpudo.

Algunos jadearon. Si bien hubo quien se alegró y sonrió disimuladamente, también hubo gente que pareció algo preocupada.

¡Diddy! ¿Qué te pasa, Diddy? ¡Vernon! ¡Vernon!

El tío de Harry salió del salón, moviéndose con la gracia de un elefante y meneando el bigote de morsa de aquí para allá, como hacía siempre que se ponía nervioso.

Eso sacó alguna sonrisa, aunque la mayoría de la gente estaba demasiado preocupada y nerviosa por lo que estaban leyendo como para disfrutar mucho de la descripción.

Corrió a ayudar a tía Petunia para conseguir que Dudley, que no se tenía en pie, cruzara el umbral, mientras él evitaba pisar el charco de vómito.

¡Está enfermo, Vernon!

¿Qué tienes, hijo? ¿Qué ha pasado? ¿Te ha dado la señora Polkiss algo raro con el té?

— ¿Se le ocurre antes pensar que esa señora ha envenenado a su hijo en vez de que algo le ha podido sentar mal? — dijo Padma. — Qué hombre tan raro.

— Yo habría pensado que se ha emborrachado — admitió una chica de sexto.

¿Cómo es que vas manchado de tierra, cariño? ¿Te has tumbado en el suelo?

— No sé si es muy inocente o si es tonta de remate — bufó Ritchie Coote.

— Lo segundo — replicó Fred.

Un momento… No te habrán atracado, ¿verdad, hijo?

Tía Petunia soltó un grito desgarrador.

¡Llama a la policía, Vernon! ¡Llama a la policía! ¡Diddy, tesoro, dile algo a mami! ¿Qué te han hecho?

— Le habla como si tuviera cinco años — se quejó Hermione.

Con todo el follón, nadie se había fijado todavía en Harry, lo cual fue una suerte para él. Consiguió colarse dentro justo antes de que tío Vernon cerrara la puerta, y mientras los Dursley seguían avanzando ruidosamente por el vestíbulo hacia la cocina, Harry se dirigió con cautela y sin hacer ruido hacia la escalera.

— ¿Te vas a librar tan fácilmente? Lo dudo — dijo Dean.

— Haces bien en dudar — replicó Harry.

¿Quién ha sido, hijo? Danos nombres. Los atraparemos, no te preocupes.

¡Chissst! ¡Está intentando decirnos algo, Vernon! ¿Qué es, Diddy? ¡Cuéntaselo a mami!

Hermione volvió a bufar. No era la única que parecía irritada ante la forma de hablar de tía Petunia.

Harry tenía un pie en el primer escalón cuando Dudley recuperó la voz.

Él.

Harry se quedó inmóvil, con una mueca en la cara, preparado para el estallido.

¡Chico! ¡Ven aquí!

Hubo una retahíla de improperios hacia Dudley.

— ¡Pedazo de chivato!

— ¡Ni siquiera fue Harry!

— ¡Potter lo salvó!

Con una mezcla de miedo y rabia, Harry levantó con lentitud el pie del escalón y se dio la vuelta para seguir a los Dursley.

— Tenía miedo… — se escuchó murmurar a Lavender, y tanto ella como Parvati lo miraron con mucha pena.

Harry hizo un esfuerzo por ignorarlas.

La cocina, impecable, tenía un brillo casi irreal en contraste con la oscuridad del exterior. Tía Petunia hizo sentar a Dudley en una silla; el chico todavía estaba muy verde y sudoroso. Tío Vernon estaba de pie delante del escurreplatos, fulminando a Harry con sus diminutos y entrecerrados ojos.

¿Qué le has hecho a mi hijo? —preguntó con un rugido amenazador.

Nada —contestó Harry pese a saber que tío Vernon no iba a creérselo.

— Me estoy poniendo nerviosa — admitió Susan Bones. — Me da la impresión de que se va a poner violento.

Varias personas miraron a Harry, como pidiendo que confirmara la sospecha de Susan, pero él no dijo nada.

No sabía qué sentir. La presencia de los Dursley en Hogwarts lo había cambiado todo. Aceptar el mero concepto ya le suponía un esfuerzo mental.

Los Dursley estaban escuchándolo todo. Dijera lo que dijera sobre ellos, estaba seguro de que ya era demasiado tarde: le harían pagar por todo lo que ya se les había criticado en el comedor. O quizá ya lo habían hecho, pues las palabras de tía Petunia todavía resonaban en su mente, como si fueran un eco de sus propias inseguridades.

¿Qué te ha hecho, Diddy? —dijo tía Petunia con voz insegura mientras con una esponja le limpiaba el vómito a su hijo de la chaqueta de cuero—. ¿Ha sido… con lo que tú ya sabes, tesoro? ¿Ha utilizado… esa cosa?

— ¿Se refiere a la varita? — preguntó Colin, confuso.

— Hasta los muggles utilizan esa palabra — bufó Seamus. — Nadie pensaría nada raro si los escucharan decir varita o magia.

— Estamos hablando de gente que no quiere ni pronunciar la palabra lechuza — replicó Charlie Weasley. — Tienen un problema serio.

Dudley, tembloroso, asintió muy despacio.

¡No es verdad! —saltó Harry; tía Petunia soltó un gemido y tío Vernon levantó los puños—. No le he hecho nada, no he sido yo, ha sido…

Se oyeron jadeos.

— ¿Levantó los puños? — exclamó la señora Weasley, alarmada. Ron soltó un gruñido y alargó el brazo para ponerle a Harry una mano en el hombro. Hermione pareció muy preocupada y Ginny estaba tensa.

No eran los únicos que habían reaccionado a ese detalle. Harry no pudo evitar fijarse en Sirius, que parecía muy enfadado. Sin embargo, no fue capaz de mantener la mirada fija en él mucho tiempo, así que acabó mirando hacia la mesa de profesores. Vio que McGonagall estaba pálida, y que la profesora Sprout y el profesor Flitwick murmuraban en tono grave. Vio que Snape tenía una expresión extraña y el ceño fruncido, pero no supo identificar la emoción en su rostro. También vio que la señora Pomfrey parecía muy triste.

No quiso mirar más, así que agachó la cabeza hasta que el chico de cuarto siguió leyendo.

En ese preciso instante una lechuza entró como una flecha por la ventana, cruzó volando la cocina y rozó la coronilla de tío Vernon; a continuación, dejó a los pies de Harry el gran sobre de pergamino que llevaba en el pico, se dio la vuelta con agilidad, tocando ligeramente con las puntas de las alas la parte superior de la nevera, salió por donde había entrado y cruzó el jardín.

¡Lechuzas! —bramó tío Vernon, y mientras cerraba de golpe la ventana de la cocina, la maltrecha vena de su sien empezó a latir con furia—. ¡Otra vez lechuzas! ¡No quiero ver más lechuzas en mi casa!

— ¿Por qué el capítulo se titula una bandada de lechuzas si solo ha llegado una? — preguntó una niña de primero.

— Seguramente lleguen más — replicó una de sexto.

Pero Harry ya había empezado a abrir el sobre y sacó la carta que había dentro. Notaba los latidos del corazón en la garganta, a la altura de la nuez.

Curiosamente, algunas personas se giraron para mirarle el cuello, como si la mención a su nuez fuera una invitación para examinarla. Harry se sintió muy incómodo y notó cómo se ruborizaba.

Querido señor Potter:

Nos han informado de que ha realizado usted el encantamiento patronus a las 21.23 horas de esta noche en una zona habitada por muggles y en presencia de un muggle.

— Qué rapidez — se quejó Zacharias Smith.

La gravedad de esta infracción del Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad ha ocasionado su expulsión del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Hubo gritos ahogados.

— ¿Lo echaron del colegio? — gritó Dennis.— ¡Qué fuerte!

— ¿Por qué sigue aquí, entonces? — preguntó un Slytherin de séptimo.

— Es Potter, siempre se libra de todo — replicó otro, también de séptimo.

En breve, representantes del Ministerio se desplazarán hasta su lugar de residencia para destruir su varita.

Esta vez, incluso los Slytherin jadearon.

Dado que usted ya recibió una advertencia oficial por una infracción anterior de la Sección Decimotercera de la Confederación Internacional del Estatuto del Secreto de los Brujos, lamentamos comunicarle que se requiere su presencia en una vista disciplinar en el Ministerio de Magia el día 12 de agosto a las 09.00 horas.

— ¿Para qué era la vista, si ya le habían quitado la varita? — preguntó Demelza Robins.

— Para juzgarlo por su infracción — replicó Fudge. Parecía incómodo.

Con mis mejores deseos. Atentamente,

Mafalda Hopkirk

Oficina Contra el Uso Indebido de la Magia

Ministerio de Magia

Harry leyó la carta dos veces de arriba abajo. Aunque oía hablar a tío Vernon y a tía Petunia, no los escuchaba. Se le había quedado la mente en blanco, pero un hecho había penetrado en su conciencia como un dardo paralizador: lo habían expulsado de Hogwarts. Todo había terminado. Ya no podría volver allí.

— Oh, Harry — se lamentó Hermione.

No fue la única que lo miró con pena, y Harry apartó la mirada.

Levantó la cabeza y miró a los Dursley. Tío Vernon estaba lívido de ira y gritaba con los puños en alto; tía Petunia tenía los brazos alrededor de Dudley, que volvía a vomitar.

— Empiezo a sentirme un poco mal por Dudley — admitió una chica de tercero. — Tuvo que ser aterrador enfrentarse a un dementor sin siquiera poder verlo.

— Creo que si hubiera podido verlo, directamente le habría dado un infarto — dijo Lee.

El cerebro de Harry, aturdido durante unos instantes, se puso de nuevo en funcionamiento. «En breve, representantes del Ministerio se desplazarán hasta su lugar de residencia para destruir su varita.» Sólo podía hacer una cosa: tenía que echar a correr, en ese mismo momento.

Umbridge soltó un bufido.

— Cómo no. Potter pretendía huir de la justicia.

— ¿Desde cuándo se rompe la varita de un adolescente por un simple caso de magia no autorizada? — la interrumpió McGonagall. — ¿Y desde cuándo se hace sin siquiera investigar las circunstancias que han provocado esa situación?

— No era su primer aviso — replicó Umbridge.

— Pero era una situación de peligro — Harry se sobresaltó al darse cuenta de que había sido Snape quien había hablado. El profesor de pociones miraba a Umbridge con desprecio. — La ley ampara el uso de magia en casos en los que la vida del mago o bruja está en juego. ¿Acaso desconoce la ley?

Umbridge jadeó.

— ¡Por supuesto que no la desconozco! Pero no había ninguna prueba de que Potter hubiera estado en peligro. Incluso ahora…

— ¿Incluso ahora? — saltó Sirius, volviendo a ponerse de pie. — ¡Ya lo ha leído! Había dementores allí.

— Dolores, no…

Pero la profesora ignoró la voz de Fudge y se levantó, temblando de rabia.

— ¡Nada demuestra que esos dementores estuvieran allí! Todo lo que estamos leyendo son falacias. Lo he dicho antes y lo repito ahora: que los libros estén contando algunas verdades no significa que todo lo que digan sea cierto. Veo muy extraño que Potter nunca tenga culpa de nada de lo que le sucede. Y, curiosamente, todo lo que los libros cuentan encaja a la perfección con las ideas que el profesor Dumbledore ha estado defendiendo durante meses.

— Todo encaja con lo que cuenta el director porque Albus solo ha defendido la verdad — exclamó McGonagall, levantándose también.

— ¿Y cómo sabemos que esa es la verdad? — siguió Umbridge, sin piedad. — ¿Tenemos que creer que un grupo de personas que se niegan a identificarse han traído libros mágicos del futuro para ayudarnos a todos? ¿Sabe yo lo que creo, profesora? Creo que el director ha planeado todo esto.

Hablaba con tono triunfal, pero había algo más en su voz que a Harry le sonaba extraño. Pensó que parecía más nerviosa de lo que aparentaba, que había un deje de histeria en ella, pero también podía ser la emoción de estar soltando todo lo que pensaba.

— ¿Crees que estoy detrás de todo esto, Dolores?

— Por supuesto. ¿Quién si no? — replicó ella, mirando a Dumbledore. Todos los alumnos tenían la vista fija en ella. — Los libros te dan la razón en todo. Es demasiada casualidad. Algunas de las ideas que aparecen en estos libros son absolutamente ridículas.

— ¿Por ejemplo? — la instó Dumbledore con más paciencia de la que Harry habría tenido.

— ¡Dementores! ¡Dementores en Little Whinging! — exclamó Umbridge. — Por favor, ¿quién creería eso? ¡Es una completa locura!

— Estoy de acuerdo en que es una locura — respondió Dumbledore. — Y, sin embargo, sucedió.

— ¿Quiere saber lo que yo creo que sucedió? Creo que Potter utilizó el encantamiento Patronus para asustar a su primo. Sabía que su primo muggle sentía pánico ante la magia, ¿qué mejor manera de asustarlo que realizando uno de los hechizos más impresionantes que Potter conoce? Pero después, cuando le llegó el mensaje del ministerio, Potter se dio cuenta de que había cometido un error y le pidió ayuda a usted, señor director, para cubrir sus acciones.

El colegio entero la escuchaba con atención y a Harry comenzó a latirle el corazón con fuerza. Si Umbridge conseguía convencer a todo el mundo de que lo que los libros contaban era falso, todo habría sido en vano.

— Y también creo — prosiguió Umbridge. — Que Quien-No-Debe-Ser-Nombrado no regresó aquella fatídica noche de junio. Hubo un error, un grave accidente, y Potter decidió aprovechar la oportunidad para llamar la atención tanto como pudo. Se inventó que Quien-Usted-Sabe había regresado y contó una absurda historia en la que ambos luchaban en un duelo y sus varitas quedaban conectadas. ¡Hasta metió cuentos de fantasmas en la historia! Es totalmente absurdo.

— Se ha demostrado en numerosas ocasiones la veracidad de lo que estamos leyendo — contestó Dumbledore con severidad. — Incluso se ha utilizado un pensadero para ello. Si usted prefiere vivir en la ignorancia y en una falsa seguridad basada en mentiras, adelante. Pero no permitiré que fuerce a los alumnos a seguir sus pasos.

— El único que está forzándolos a seguir sus pasos es usted — replicó ella. — Esto, todo esto que estamos haciendo, es manipulación. ¡Los está manipulando!

Se giró entonces para encarar a todo el comedor.

— ¿Es que no lo veis? — chilló. — ¡Estamos leyendo una sarta de mentiras! Señor ministro… — Umbridge alargó el brazo para tomar el de Fudge y obligarlo a levantarse con ella, pero él se soltó de inmediato.

— No, Dolores, yo no…

— ¡Ministro!

Fudge parecía querer desaparecer de allí.

— Tome asiento, Dolores. Deje de hacer el ridículo — dijo McGonagall con frialdad.

— ¡Lo único ridículo son estos libros! — volvió a gritar Umbridge, y entonces sucedió algo que Harry no esperaba. La profesora Umbridge sacó la varita y apuntó con ella directamente al quinto libro.

— ¡Evanesco!

Un haz de luz salió de su varita y se dirigió al tomo, pero algo extraño pasó. En vez de impactar en el libro, el hechizo rebotó y acabó chocando contra una de las velas que iluminaban el comedor, haciéndola desaparecer.

Al mismo tiempo, las puertas volvieron a abrirse y uno de los encapuchados entró por ellas.

Fue como si el desconocido se hubiera aparecido, de tan rápido que cruzó la estancia. En apenas unos segundos pasó de estar junto a la puerta a estar en la tarima, donde Umbridge le apuntó directamente al corazón.

— ¡No se me acerque! — gritó ella. — ¡Identifíquese y acabe con esta farsa!

¡PLAS!

El encapuchado le pegó tal bofetada a Umbridge que el sonido se pudo escuchar en todo el comedor. Se oyeron gritos ahogados y todo el mundo se quedó en silencio, algunos con la boca abierta.

— Ya es suficiente — dijo la persona enmascarada. Se podía notar la rabia en su voz, a pesar de que estaba hechizada. — Siéntese o asuma las consecuencias.

Con una mano sobre su mejilla adolorida, Umbridge le lanzó al desconocido una mirada llena de pánico.

— ¿¡Cómo se atreve?! ¡Soy una funcionaria del ministerio!

— En el lugar del que yo vengo, usted no es absolutamente nadie — replicó el desconocido. — Siéntese y no vuelva a abrir la boca para decir chorradas, porque estoy cansada de ser paciente.

Cogió a Umbridge del hombro y la empujó hacia abajo, obligándola a sentarse en su silla. Sin decir nada más, se dio la vuelta y cruzó el comedor para salir de nuevo, evitando cruzar miradas con cualquier alumno.

Umbridge estaba muy pálida. Durante un instante, pareció que iba a decir algo, pero debió decidir que era mejor callarse.

— Tenemos que continuar leyendo — dijo Dumbledore tras unos momentos de silencio. El aturdimiento general era casi agobiante. — Por favor, señor Moore…

El chico, que todavía miraba a Umbridge con la boca abierta, volvió a coger el libro y continuó la lectura.

— Ha sido increíble… — susurró Ron, asombrado.

— ¿Has visto eso? ¡Le ha pegado! — susurraba Ginny. — No sé quién era esa persona, ¡pero gracias!

Harry no sabía adónde iría, pero de una cosa estaba seguro: tanto dentro como fuera de Hogwarts, necesitaba su varita mágica. Como si estuviera soñando, sacó su varita y se dio la vuelta dispuesto a salir de la cocina.

— Estabas en shock — dijo Hermione en voz baja, como si temiera romper el silencio que reinaba en el comedor.

Harry asintió. A decir verdad, incluso en el presente se sentía así. Todo lo que acababa de suceder con Umbridge le parecía irreal. ¿De verdad le acababan de dar una bofetada? ¿Y si alguien ya se había creído las mentiras de Umbridge? ¿Habría sido demasiado tarde? Todo eso, unido a lo que le había dicho su tía Petunia, provocaba que su cerebro estuviera totalmente embotado. Solo tenía ganas de marcharse del comedor. Ni siquiera le apetecía hablar con los Weasley o con Sirius o Lupin, porque con solo mirarlos a la cara recordaba las palabras de su tía.

¿Adónde te has creído que vas? —le gritó tío Vernon. Al ver que Harry no contestaba, cruzó la cocina a grandes zancadas para cerrarle el paso—. ¡Todavía no he acabado contigo, chico!

Apártate —dijo Harry con voz queda.

— Ya no tiene nada que perder — dijo Roger Davies, siendo el primer valiente en hablar en voz alta. — Espero que le dé una buena tunda a Dursley.

Vas a quedarte aquí y explicarme por qué mi hijo…

Si no te apartas de la puerta, voy a echarte un maleficio —afirmó Harry, levantando su varita.

— ¡Hazlo! — lo animó Colin. No paraba de sonreír desde que Umbridge había sido golpeada.

¡A mí no vas a amenazarme con eso! —gruñó tío Vernon—. ¡Sé que no estás autorizado a utilizarla fuera de esa casa de locos que llamas colegio!

Varias personas repitieron las palabras "casa de locos" con tono de estar muy indignadas.

La casa de locos me ha expulsado —respondió Harry—. Ahora puedo hacer lo que me dé la gana. Te doy tres segundos. Uno, dos…

— ¡Dale, Harry!

— ¡Se merece que le eches un maleficio!

— ¡Vamos!

El odio contra Vernon Dursley no hacía más que crecer, al tiempo que el ambiente volvía a relajarse en el comedor. La profesora Umbridge se había quedado sentada en su lugar, con una enorme marca roja en la mejilla y una expresión de aturdimiento que resultaba casi cómica. Fudge la miraba de soslayo, visiblemente nervioso.

Un fuerte estruendo resonó en la cocina. Tía Petunia se puso a chillar, tío Vernon pegó un grito y se agachó, pero por tercera vez aquella noche Harry buscó el origen de un alboroto que no había provocado él.

— Menudo día — bufó Seamus.

Esa vez lo descubrió de inmediato: había una lechuza, aturdida y con las plumas alborotadas, posada en el alféizar. Acababa de chocar contra la ventana cerrada. Ignorando el angustiado grito de «¡Lechuzas!» de tío Vernon, Harry cruzó la habitación corriendo y abrió la ventana de golpe.

— Suena a Errol — murmuró Ron.

— Creo que no muchas lechuzas entregan las cartas chocando de cabeza contra los cristales — dijo George con una mueca.

La lechuza estiró una pata en la que llevaba atado un pequeño rollo de pergamino, sacudió las plumas y emprendió el vuelo en cuanto Harry hubo cogido la carta. Con manos temblorosas, el chico desenrolló el segundo mensaje, que estaba apresuradamente escrito con tinta negra y emborronado.

Harry:

Dumbledore acaba de llegar al Ministerio y está intentando arreglarlo todo.

NO SALGAS DE LA CASA DE TUS TÍOS. NO HAGAS MÁS MAGIA. NO ENTREGUES TU VARITA.

Arthur Weasley

Hubo murmullos, al tiempo que gran parte del comedor se giraba para mirar al señor Weasley.

— Así que Dumbledore sí que trató de cubrir el problema de Potter — dijo Nott.

— Potter no merecía la expulsión — replicó Daphne. — Era el deber del director actuar en un caso así.

Nott la miró mal.

Dumbledore estaba intentando arreglarlo todo… ¿Qué significaba eso? ¿Acaso Dumbledore tenía suficiente poder para invalidar las decisiones del Ministerio de Magia?

Fudge soltó un gruñido, pero no dijo nada. Parecía haberse quedado mudo tras lo sucedido con Umbridge.

¿Había entonces alguna posibilidad de que le permitieran volver a Hogwarts? Un pequeño brote de esperanza floreció en el pecho de Harry, pero enseguida el miedo volvió a atenazarlo: ¿cómo iba a negarse a entregar su varita sin hacer magia?

— Pegando patadas — sugirió Ron.

— O puñetazos — añadió Ginny. — Una buena patada en la espinilla también sirve.

Muy a su pesar, Harry sonrió.

Tendría que batirse en duelo con los representantes del Ministerio, y si lo hacía podría considerarse afortunado si no acababa en Azkaban, por no hablar de la expulsión.

Su cerebro trabajaba a toda velocidad… Podía huir y arriesgarse a que el Ministerio lo capturara, o quedarse donde estaba y esperar a que fueran a buscarlo allí. La primera opción lo tentaba mucho más, pero sabía que el señor Weasley quería lo mejor para él…

El señor Weasley sonrió al escuchar eso.

— Eso nunca lo dudes, Harry — dijo.

Harry asintió, aunque, al mismo tiempo, sintió una punzada de dolor. No tenía muy claro hasta qué punto eran ciertas esas palabras.

Y después de todo, Dumbledore había arreglado situaciones mucho peores otras veces.

Fudge hizo una mueca al escuchar eso, pero no dijo nada.

Vale —dijo Harry—. He cambiado de idea. Me quedo.

Se dejó caer en una de las sillas de la cocina, frente a Dudley y a tía Petunia. Los Dursley parecían sorprendidos por el brusco cambio de opinión de Harry. Tía Petunia miró con desesperación a tío Vernon. La vena de la morada sien de tío Vernon palpitaba con más violencia que nunca.

— Debían pensar que te estabas volviendo loco — dijo Colin.

¿Quién te envía esas malditas lechuzas? —le preguntó, rabioso, su tío.

La primera me la ha enviado el Ministerio de Magia para comunicarme mi expulsión —respondió Harry con calma. Mientras hablaba, aguzaba el oído para captar cualquier ruido procedente del exterior, por si llegaban los representantes del Ministerio; además, era más fácil y menos enervante contestar a las preguntas de tío Vernon que enfrentarse a sus bramidos—.

Bill resopló.

— Me sorprende que ese hombre sea capaz de hacer preguntas sin pegar gritos.

La segunda era del padre de mi amigo Ron, que trabaja en el Ministerio.

¿El Ministerio de Magia? —gritó tío Vernon—. ¿Estás diciéndome que hay gente como tú en el gobierno? Claro, eso lo explica todo, todo; no me extraña que el país se esté viniendo abajo.

— ¡Eh! — se quejó McLaggen. — El ministerio ayuda mucho al ministro muggle.

Fudge pareció recobrar un poco de color al escuchar a alguien defenderlo.

— Exacto, exacto — dijo. — Hacemos muchas cosas por ellos.

Como Harry no dijo nada, tío Vernon lo fulminó con la mirada y le espetó—: ¿Y por qué te han expulsado?

Porque he hecho magia.

¡Aja! —rugió tío Vernon, y dio un puñetazo en la parte superior de la nevera, cuya puerta se abrió;

Varias personas se sobresaltaron al escuchar eso.

— ¿Va a ponerse violento otra vez? — dijo Hannah, preocupada.

unos cuantos tentempiés de bajo contenido graso, que consumía Dudley, salieron despedidos y cayeron al suelo—. ¡Así que lo reconoces! ¿Qué le has hecho a tu primo?

Nada —contestó Harry, ya no tan calmado—. Eso no lo he hecho yo…

Sí lo ha hecho —masculló inesperadamente Dudley.

Hubo gemidos y algún que otro insulto.

— Ese chico tiene que aprender a callarse — se quejó una alumna de séptimo.

De inmediato, tío Vernon y tía Petunia se pusieron a agitar las manos para hacer callar a Harry mientras se inclinaban sobre Dudley.

Sigue, hijo —dijo tío Vernon—, ¿qué te ha hecho?

Cuéntanoslo, ricura —susurró tía Petunia.

— Tiene que dejar de hablarle como si fuera un bebé — dijo la señora Weasley.

— Es desesperante — se quejó a la vez Hermione.

Me ha apuntado con la varita —farfulló Dudley.

Sí, es verdad, pero no he utilizado… —se defendió Harry, enojado.

¡Cállate! —gritaron tío Vernon y tía Petunia al unísono.

Harry escuchó a varias personas insultar a tío Vernon, incluyendo a Sirius.

Sigue, hijo —repitió tío Vernon con los pelos del bigote agitadísimos.

— ¿Agitados? ¿Quiere decir despeinados? — preguntó un chico de segundo.

— Supongo — replicó otro, que sonaba algo confuso.

Se ha quedado todo oscuro —dijo Dudley con voz ronca, estremeciéndose—. Muy oscuro. Y entonces he o-oído… cosas. Dentro de mi cabeza.

— Se supone que los dementores te dejan solo tus peores recuerdos — dijo Angelina. — ¿Qué escuchó tu primo, Harry?

— Ni idea — respondió él.

Tío Vernon y tía Petunia se miraron horrorizados. Una de las cosas que más aborrecían del mundo era la magia (seguida muy de cerca por los vecinos que hacían más trampas que ellos respecto a la prohibición del uso de mangueras); pero la gente que oía voces estaba también en esa lista. Era evidente que creían que Dudley se había vuelto loco.

Se oyeron bufidos. Por una vez, la gente parecía estar poniéndose de parte de Dudley en algo.

¿Qué cosas has oído, Peoncita? —preguntó tía Petunia con un hilo de voz. Se había quedado muy pálida y tenía lágrimas en los ojos.

— Peoncita — repitió Fred, fingiendo que le daban arcadas.

Pero Dudley parecía incapaz de explicarse. Volvió a estremecerse y sacudió su enorme y rubia cabeza; pese a la sensación de pavor que se había apoderado de Harry desde la llegada de la primera lechuza, sintió cierta curiosidad. Los dementores hacían que la gente reviviera los peores momentos de su vida. ¿Qué se habría visto obligado a oír su malcriado, mimado y bravucón primo?

Angelina sonrió al escuchar que Harry había pensado exactamente lo mismo que ella.

Ciertamente, muchas personas en el comedor parecían sentir curiosidad al respecto. Incluso los profesores parecían pensativos, todos excepto Umbridge, que seguía muy pálida y apenas se movía.

¿Cómo te has caído, hijo? —preguntó tío Vernon con una voz artificialmente tranquila, el tipo de voz que habría adoptado junto a la cama de una persona gravemente enferma.

— Creía que se le estaba yendo la cabeza a su hijo — bufó Justin.

He tro-tropezado —contestó Dudley con voz temblorosa—. Y entonces…

Se señaló el enorme pecho. Harry lo comprendió. Dudley estaba recordando aquel frío húmedo que te llenaba los pulmones, cuando los dementores te sorbían la esperanza y la alegría.

A Harry le dio un escalofrío.

Horrible —graznó Dudley—. Frío. Mucho frío.

Ya —dijo tío Vernon con serenidad forzada mientras tía Petunia, nerviosa, le ponía una mano en la frente a su hijo para comprobar si tenía fiebre—. ¿Qué ha pasado luego, Dudders?

He sentido… sentido… como… como si… como si…

Como si nunca más fueras a ser feliz —aportó Harry con un tono muy débil.

Sí —susurró Dudley, que no paraba de temblar.

Nadie dijo nada, pero no hizo falta. Harry vio cómo muchos intercambiaban miradas llenas de culpabilidad, porque no importaba lo horrible que hubiera sido Dudley con Harry: ni siquiera él se merecía ser atacado por un dementor.

¡Ya veo! —exclamó tío Vernon, cuya voz había recuperado su volumen habitual, y se enderezó—. Le has hecho un maleficio a mi hijo para que oiga voces y crea que está condenado… a la desgracia o algo así, ¿no?

— Claro, porque la culpa siempre tiene que ser de Harry. Maldito Dursley… — gruñó Hagrid.

¿Cuántas veces tengo que decírtelo? —respondió Harry subiendo el tono de voz, pues se le estaba agotando la paciencia—. ¡No he sido yo! ¡Han sido dos dementores!

¿Dos qué? ¿Qué son esas paparruchas?

De-men-to-res —repitió Harry, pronunciando con lentitud y claridad—. Dos.

Algunos alumnos, procedentes de familias totalmente mágicas, parecieron indignados al escuchar a Vernon utilizar la palabra "paparruchas" para referirse a unas de las criaturas más terroríficas del mundo mágico.

¿Y qué demonios son los dementores, si puede saberse?

Vigilan la prisión de los magos, Azkaban —terció tía Petunia.

Hubo un silencio repentino. Hasta el chico que estaba leyendo frunció el ceño e hizo una pausa, como si estuviera revisando que no se había equivocado al leer.

— ¿Tu tía sabe lo que son los dementores? — exclamó Ron.

— ¿Cómo es posible? — preguntó Ginny a la vez.

Sirius se había quedado boquiabierto.

— Eso no me lo esperaba — dijo en voz alta.

Tras aquellas palabras, hubo dos segundos de silencio absoluto; luego tía Petunia se tapó la boca con una mano, como si acabara de pronunciar una espantosa palabrota.

— No es para tanto — dijo Malfoy, rodando los ojos. — Solo es una palabra.

— También lo es Voldemort, pero bien que a muchos os cuesta decirla — replicó Sirius.

Malfoy frunció el ceño, pero no se atrevió a contestarle.

Tío Vernon la miraba con los ojos abiertos como platos. El cerebro de Harry era un mar de confusión. La señora Figg era una cosa, pero… ¿tía Petunia?

— Cada vez es más surrealista — dijo Hermione.

¿Cómo sabes eso? —le preguntó, perplejo, su marido.

Tía Petunia estaba horrorizada de sí misma. Miró a tío Vernon, cohibida, como pidiéndole disculpas; después bajó un poco la mano, dejando al descubierto sus dientes de caballo.

Hace muchos años… oí a aquel… infeliz… que se lo contaba a ella… —dijo con voz entrecortada.

— ¿Infeliz? ¿Cómo se atreve? — exclamó Sirius, enfadado. — ¡Aquí la única infeliz es ella!

Lupin también parecía muy molesto, y no era el único profesor que lo estaba. Tanto McGonagall como Flitwick tenían aspecto de estar enfadados. Sin embargo, la expresión que más llamó la atención de Harry fue la de Snape, que tenía el ceño fruncido en una expresión pensativa. ¿Qué le estaría rondando por la cabeza para tener esa cara?

Si te refieres a mi padre y a mi madre, ¿por qué no los llamas por sus nombres? —dijo Harry en voz alta, pero tía Petunia no le hizo caso. Parecía terriblemente aturullada.

— Bien dicho, Harry — le dijo Sirius.

Harry estaba atónito. Con excepción de un arrebato ocurrido años atrás, durante el cual tía Petunia había gritado que la madre de Harry era un monstruo, él nunca la había oído mencionar a su hermana.

— ¿Nunca? ¿En ninguna ocasión? — preguntó Susan.

— Solo para decirme que había tenido un accidente de coche — respondió Harry con desgana.

Le sorprendió que su tía hubiera recordado aquella información sobre el mundo mágico durante tanto tiempo, cuando lo normal era que empleara toda su energía en fingir que ese mundo no existía.

— Me da la impresión de que este mundo le importa mucho más de lo que pretende aparentar — dijo Tonks. — ¿Por qué si no iba a estar tan obsesionada con alejarse de él?

— Si le diera igual el mundo mágico, no reaccionaría de mala manera al escuchar las palabras varita o lechuza — añadió Kingsley.

Tío Vernon abrió la boca, la cerró, la abrió una vez más, la cerró de nuevo y luego, como si le costara trabajo recordar lo que había que hacer para hablar, la abrió por tercera vez y dijo con voz ronca:

Entonces… Entonces… ¿existen de verdad, existen esos… demencomosellamen?

Tía Petunia asintió.

— No saben decir dementores pero luego dicen eclectricidad como si tal cosa — resopló un chico de primero.

Tío Vernon miró primero a tía Petunia, luego a Dudley y por último a Harry, esperando que en cualquier momento alguien gritara: «¡Inocente!»

— Imbécil — gruñó George por lo bajo.

Como nadie lo hizo, abrió la boca una vez más, pero no tuvo que esforzarse en encontrar más palabras porque, en ese preciso instante, llegó la tercera lechuza de la noche. Entró a toda pastilla por la ventana, que seguía abierta, como una bala de cañón con plumas, y aterrizó con estrépito sobre la mesa de la cocina, haciendo que los tres Dursley pegaran un bote, asustados. Harry cogió el segundo sobre, que parecía oficial, del pico de la lechuza y lo abrió, mientras el animal se marchaba por donde había llegado y se perdía en la noche.

¡Estoy harto de esas condenadas lechuzas! —masculló tío Vernon, como un loco; fue hacia la ventana y volvió a cerrarla de golpe.

— Ahora entiendo por qué el capítulo se titula así — dijo la misma niña de antes.

— ¿Cuántas lechuzas van ya? He perdido la cuenta — habló Parvati.

— Tres o cuatro, ¿no? — respondió Lavender, aunque tampoco parecía tenerlo muy claro.

Querido señor Potter:

Con relación a nuestra carta de hace unos veinte minutos, el Ministerio de Magia ha revisado su decisión de destruir de inmediato su varita mágica. Puede conservar usted su varita hasta la vista disciplinar del 12 de agosto, momento en el que se tomará una decisión oficial.

Hubo suspiros de alivio, a pesar de que todos sabían que Harry había conservado su varita.

Tras entrevistarse con el director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, el Ministerio ha acordado que el asunto de su expulsión también se decidirá en esa vista. Por lo tanto, considérese excusado del colegio hasta posteriores investigaciones.

— ¿Qué significa eso? ¿Excusado? — preguntó un chico de tercero.

— Que no está expulsado, pero tampoco es seguro que pueda volver — explicó Padma. — Todo depende de esa vista.

— Madre mía, Harry. Menudo verano — dijo Dean.

Harry asintió. Solo pensar en los últimos meses hacía que le doliera la cabeza.

Con mis mejores deseos. Atentamente,

Mafalda Hopkirk

Oficina Contra el Uso Indebido de la Magia

Ministerio de Magia

Harry leyó la carta con rapidez tres veces seguidas. Aquel angustioso nudo que se le había formado en el pecho se aflojó un tanto con el alivio de saber que todavía no lo habían expulsado definitivamente, aunque sus temores no habían desaparecido, ni mucho menos. Todo parecía depender de la vista del 12 de agosto.

— Supongo que todo fue bien — dijo Katie, mirándolo con preocupación.

Harry volvió a asentir, y ella le sonrió.

¿Y bien? —preguntó tío Vernon, devolviendo a Harry a la realidad—. ¿Qué pasa ahora? ¿Te han condenado a algo? ¿Existe la pena de muerte entre tu gente? — añadió, esperanzado, como si se le acabara de ocurrir esa idea.

— ¿CÓMO?

— ¿PENA DE MUERTE?

— ¡HIJO DE PERRA!

— ¡Le está deseando la muerte a Harry!

— ¡SERÁ IMBÉCIL!

— ¡Qué fuerte!

Fue como si una bomba hubiera estallado en el comedor. Harry no supo quiénes gritaban, porque distinguir alguna voz en medio de aquel estruendo era prácticamente imposible. Lo único que sabía era que Ron se había enfadado tanto que se había puesto en pie y gritaba insultos contra tío Vernon. Hermione estaba blanca, quizá de la sorpresa, pero más probablemente a causa de la ira. Ginny, por el contrario, se había puesto muy roja y apretaba la rodilla de Harry como si le fuera la vida en ello.

El resto de los Weasley también estaban enfurecidos. Incluso los hermanos mayores, con los que Harry había tratado menos, insultaban a tío Vernon y defendían a Harry a capa y espada. Los señores Weasley, por otro lado, parecían consternados. Harry había visto pocas veces a Molly Weasley tan furiosa que no era capaz ni de pronunciar palabra.

El que no tenía reparo en hablar por los codos era Sirius, cuyos gritos se unían a los de buena parte del comedor. También los miembros de la Orden parecían enfadados, especialmente Lupin y Tonks, cuyo pelo se volvió rojo fuego.

— ¡No volverás con ellos! ¡No volverás con ellos nunca más! — gritaba Sirius.

Harry no sabía a dónde mirar. La mesa de profesores era un desastre, porque Hagrid estaba tan furioso que había volcado uno de los candelabros y Flitwick estaba apagando el fuego con la varita. Harry vio que McGonagall le decía algo a Dumbledore, visiblemente enfadada, y que la señora Pomfrey tenía los labios apretados y la mandíbula tensa. Snape, por otro lado, tenía los ojos fijos en Harry.

Hicieron contacto visual durante unos segundos, hasta que Harry no pudo soportarlo más y apartó la mirada. No quería mirar a nadie a los ojos, ni siquiera a sus amigos y mucho menos a Snape, porque las palabras de Sirius habían traído de vuelta a las de tía Petunia. ¿No volvería con los Dursley? ¿Podía estar totalmente seguro? Su tía había utilizado unos argumentos muy buenos.

— ¿Estás bien? — le preguntó Hermione, sacándolo de sus pensamientos. El barullo en el comedor no había cesado.

— Sí — mintió Harry.

Estaba seguro de que ella no se lo creyó, pero le dio igual.

— Por favor — pidió Dumbledore en ese momento, utilizando la varita para que su voz sonara amplificada. Sus ojos, siempre brillantes, estaban ahora totalmente apagados. — Silencio, por favor.

Pasó casi un minuto entero antes de que todo el mundo se hubiera quedado en silencio. Harry mantuvo la vista fija en el suelo.

— Señor Moore, si no le importa…

El chico, que parecía estar cansado de interrupciones, siguió leyendo.

Tengo que ir a una vista —explicó Harry.

¿Y allí te condenarán?

Supongo que sí.

Entonces no perderé la esperanza —aseguró tío Vernon con crueldad.

— Si hubiera estado allí, le habría pegado una buena paliza — gruñó Sirius.

Pero no estabas, pensó Harry.

Sabía que sentir resentimiento hacia su padrino no era bueno para él. Eso era exactamente lo que tía Petunia desearía: que Harry perdiera la confianza en todas las personas que lo querían.

El problema era que Harry estaba de acuerdo con ella. Dolía admitirlo, pero los hechos hablaban por sí solos. Sirius podía haberlo llevado con él tanto el verano pasado como el anterior. A Harry no le habría importado vivir escondido con tal de estar con alguien que lo quería.

Igual que tampoco le habría importado vivir con Lupin durante los diez años que estuvo con los Dursley. ¿Qué más daba que fuera un hombre lobo? Solo había que tener cuidado una noche al mes. Eso son solo doce veces al año. Tío Vernon le había hecho daño mucho más de doce veces.

Harry se obligó a sí mismo a respirar hondo. Era como si tía Petunia le hubiera dado alas a la parte de él que había estado reprimida durante tanto tiempo: esa parte insegura y resentida que se había esforzado por mantener a raya.

Y sabía que no estaba bien pensar así. Su padrino había tenido razones más que válidas para no llevarlo consigo. Y estaba la supuesta protección que tenía al quedarse en casa de los Dursley. Los Weasley le habían pedido a Dumbledore poder llevarse a Harry a la Madriguera, y había sido la existencia de esa protección la que lo había estropeado todo.

Harry se forzó a concentrarse en esa idea. Tía Petunia estaba equivocada. Los Weasley habían intentado que él estuviera con ellos. Si no lo habían conseguido, no había sido por falta de interés.

¿Verdad?

Bueno, si eso es todo… —dijo Harry poniéndose en pie. Estaba deseando quedarse a solas para pensar y quizá para enviarle una carta a Ron, a Hermione o a Sirius.

¡No, claro que no es todo! —bramó tío Vernon—. ¡Siéntate inmediatamente!

¿Y ahora qué pasa? —preguntó Harry con impaciencia.

Lo mismo parecían preguntarse muchos en el comedor.

¡Dudley! —gritó tío Vernon—. ¡Quiero saber exactamente qué le ha ocurrido a mi hijo!

¡Muy bien! —chilló Harry, y la rabia que sentía hizo que de la punta de su varita, que todavía tenía en la mano, saltaran chispas rojas y doradas.

Se oyeron jadeos.

— No creo que hacer más magia sea la mejor idea — dijo Demelza.

— Solo son chispas. Ni siquiera cuenta como un hechizo — replicó Jimmy Peakes.

Los tres Dursley, acobardados, se encogieron—. Dudley y yo estábamos en el callejón que conecta la calle Magnolia y el paseo Glicinia —explico Harry; hablaba deprisa, intentando no perder los estribos—. Dudley estaba vacilándome y yo saqué mi varita, pero no la utilicé. Entonces aparecieron dos dementores…

— ¿Admitiste que sacaste la varita? — dijo Neville, sorprendido. — ¿No habría sido más seguro callártelo?

— Dudley se lo había dicho de todas formas. Era mejor decir la verdad — respondió Harry.

Pero ¿qué son los dementoides? —preguntó tío Vernon furioso—. ¿Qué hacen?

Ya os lo he dicho: te quitan toda la alegría que tienes dentro —respondió Harry—, y si tienen ocasión te besan y…

¿Que te besan? —lo interrumpió tío Vernon con los ojos fuera de las órbitas—. ¿Que te besan?

Así llaman al hecho de que te saquen el alma por la boca.

— Qué poco tacto, Potter — dijo una chica de sexto.

Harry rodó los ojos. En aquel momento, tener tacto con los Dursley no había sido precisamente su prioridad.

Tía Petunia soltó un débil grito.

¿El alma? No le habrán quitado… Él todavía tiene su…

Agarró a Dudley por los hombros y lo sacudió, como si pretendiera oír el alma de su hijo repiqueteando en el interior del cuerpo del chico.

Hubo alguna risita incrédula.

— Esa mujer está mal de la cabeza — dijo Pansy.

Claro que no le han quitado el alma. Si lo hubieran hecho ya os habríais dado cuenta —respondió Harry exasperado.

Algunos resoplaron y Harry escuchó murmullos entre los que claramente distinguió las palabras "Es que son idiotas".

Tú los ahuyentaste, ¿verdad, hijo? —-inquirió tío Vernon con ímpetu, como quien se esfuerza por devolver la conversación a un plano que domina—. Les diste su merecido, ¿verdad?

A los dementores no puedes darles su merecido —sentenció Harry entre dientes.

— ¿Te lo imaginas? — le dijo Seamus a Dean. — Llega un dementor y le pegas un puñetazo.

— No quisiera tocar esa cosa — replicó Dean con una mueca. — Mejor cojo un escreguto de los de Hagrid y se lo lanzo, a ver qué pasa.

Seamus soltó una risotada y Parvati, que estaba sentada cerca de ellos, rodó los ojos.

Entonces, ¿cómo es que está bien? —rugió tío Vernon—. ¿Por qué no está vacío?

— Porque Harry le salvó la vida, estúpido — gruñó Fred.

Porque utilicé el encantamiento patronus…

¡ZUUUM! Con un fragor, un aleteo y una pequeña nube de polvo, una cuarta lechuza salió a toda velocidad de la chimenea de la cocina.

— ¿Cuántas van ya? — exclamó Demelza.

— Demasiadas — replicó una amiga suya, asombrada.

¡Por todos los demonios! —gritó tío Vernon, arrancándose los pelos del bigote, algo que no se había visto obligado a hacer durante mucho tiempo—. ¡No quiero ver más lechuzas en mi casa, no pienso tolerarlo, te lo advierto!

— Nunca entenderé por qué se arranca el bigote — dijo Lavender. — ¿Es que no le duele?

— Creo que está tan enfadado que ni siquiera nota el dolor — respondió Parvati.

Pero Harry ya había cogido el pergamino que la lechuza llevaba atado a una pata. Estaba tan seguro de que aquella carta tenía que ser de Dumbledore y de que en ella lo explicaba todo (los dementores, la señora Figg, lo que tramaba el Ministerio, y cómo él, Dumbledore, pensaba solucionar la situación) que, por primera vez en su vida, se llevó una desilusión al ver la caligrafía de Sirius.

— Ouch — dijo Sirius, haciendo una mueca de dolor muy exagerada. — Eso duele.

Harry abrió la boca para disculparse, pero se frenó en el último segundo. ¿Qué culpa tenía él de cómo se había sentido en aquel momento?

Sin prestar atención a la perorata que tío Vernon estaba soltando sobre las lechuzas, y entrecerrando los ojos para protegerse de otra nube de polvo que la última había provocado al colarse por la chimenea, Harry leyó el mensaje de Sirius:

Arthur acaba de contarnos lo que ha sucedido. No vuelvas a salir de la casa, pase lo que pase.

— Es irónico que tú le dijeras eso — le dijo Tonks a Sirius, quien le quitó importancia.

— Vivimos situaciones muy distintas — respondió.

El contenido de la carta le pareció a Harry una reacción tan inapropiada ante lo ocurrido aquella noche que le dio la vuelta al pergamino buscando el resto del texto, pero no encontró ni una sola palabra más.

Sirius pareció sorprendido.

— ¿Inapropiada? Yo creo que fue muy apropiada. No había tiempo para más, lo importante era decirte que te quedaras en casa.

— Algo de información me habría venido muy bien — replicó Harry. Era consciente de que su tono sonaba cortante, pero empezaba a darle igual. La frustración que sentía hacia su padrino no hacía más que crecer, y las palabras de tía Petunia seguían demasiado frescas en su memoria.

Sirius no dijo nada, aunque tenía aspecto de estar un poco confundido.

Y notaba que estaba volviendo a perder la calma. ¿Acaso nadie pensaba felicitarlo por haber derrotado él solo a dos dementores? Tanto el señor Weasley como Sirius estaban actuando como si Harry se hubiera portado mal y como si estuvieran reservándose la reprimenda hasta que pudieran determinar el alcance de los daños ocasionados.

— Esa nunca fue nuestra intención — habló el señor Weasley, mirando a Harry con preocupación. — Ninguno de nosotros piensa que actuaras mal.

— Hiciste exactamente lo que debías hacer — añadió Sirius. Observaba a Harry como si hiciera tiempo que no lo veía bien.

Harry agachó la cabeza, sin saber qué responder. Leer este capítulo justo en un momento en el que su mente estaba hecha un desastre hacía que todo fuera aún más difícil.

—… una bananada, quiero decir, una bandada de lechuzas entrando y saliendo de mi casa. No pienso tolerarlo, chico, no voy a…

No puedo impedir que vengan lechuzas —le espetó Harry al mismo tiempo que arrugaba la carta de Sirius con la mano.

Sirius hizo una mueca.

— Con lo que quiere a su padrino… — se oyó decir en voz baja a Romilda Vane. — Harry debía estar muy enfadado.

¡Quiero saber la verdad de lo que ha pasado esta noche! —bramó tío Vernon—. Si han sido los Demendadores los que le han hecho daño a Dudley, ¿por qué te han expulsado? ¡Has hecho eso que tú ya sabes, lo has admitido!

Harry respiró hondo para tranquilizarse. Empezaba a dolerle otra vez la cabeza. Lo que más deseaba era salir de la cocina y perder de vista a los Dursley.

— Normal — bufó Seamus.

Hice el encantamiento patronus para librarme de los dementores —explicó, obligándose a conservar la calma—. Es lo único que funciona con ellos.

— ¿No hay ningún otro hechizo? — preguntó una chica de segundo. — ¿O algún tipo de barrera, quizá?

— No hay nada más efectivo que un patronus bien hecho — replicó el profesor Flitwick.

Pero ¿qué hacían esos dementoides en Little Whinging? —preguntó tío Vernon con indignación.

Eso no puedo decírtelo —respondió Harry cansinamente—. No tengo ni idea.

— Es lo mismo que nos preguntamos todos — habló McLaggen en voz alta. — No puede ser casualidad que fueran justo a donde estaba Potter.

— Nadie cree que fuera casualidad — le espetó Angelina.

Las punzadas que notaba en la cabeza eran cada vez más fuertes, y le molestaba mucho la intensa luz de los fluorescentes de la cocina. Su enfado iba disminuyendo poco a poco. Estaba agotado, exhausto. Los Dursley lo miraban fijamente.

— Entonces, no era que el enfado estuviera disminuyendo, era que el cansancio estaba sobrepasándolo — notó una chica de tercero.

— Pobre Harry — dijo otra, y Harry deseó que todos los que en ese momento lo miraban con pena dejaran de hacerlo y se preocuparan de sus propios asuntos.

Es por tu culpa —afirmó tío Vernon con energía—. Tiene algo que ver contigo, chico, estoy seguro. Si no, ¿por qué iban a venir aquí? ¿Qué iban a estar haciendo en ese callejón? Es evidente que eres el único…, el único… —Al parecer no lograba pronunciar la palabra «mago»—. El único ya sabes qué en varios kilómetros a la redonda.

No sé a qué han venido.

— Parece que Vernon Dursley no sabe lo de la señora Figg — dijo un chico de cuarto.

— ¡Claro que no lo sabe! — exclamó Ernie. — Si lo hubiera sospechado, creo que se habría mudado hace siglos.

Pero tras las palabras de tío Vernon, el agotado cerebro de Harry se había puesto de nuevo en funcionamiento. ¿Por qué habían ido los dementores a Little Whinging? ¿Cómo iba a ser una casualidad que hubieran aparecido en el callejón donde estaba Harry? ¿Los había enviado alguien? ¿Había perdido el Ministerio de Magia el control de los dementores? ¿Habían abandonado Azkaban y se habían unido a Voldemort, como Dumbledore había vaticinado?

— Estoy seguro de que eso no es lo que sucedió — dijo Fudge en voz alta, con más valentía de la que Harry se habría esperado. Quizá fue porque notó las miradas angustiadas de varios alumnos y eso le dio el coraje para hablar.

— La otra opción no es menos inquietante. Si los dementores siguen bajo el control del ministerio, entonces debió ser el propio ministerio quien los envió — notó el profesor Snape. Habló con suavidad, despacio, como si creyera que aumentar la velocidad de sus palabras podía confundir al ministro.

— ¡Eso tampoco sucedió! — exclamó Fudge.

Entre los alumnos, muchos susurraban sus propias teorías.

¿Esos Desmembradores vigilan una prisión de bichos raros? —preguntó tío Vernon siguiendo trabajosamente el hilo de las ideas del muchacho.

Sí —confirmó Harry.

Si al menos dejara de dolerle la cabeza, si al menos pudiera salir de la cocina y subir a su oscuro dormitorio y pensar…

— Estabas al borde del colapso — se lamentó Hermione.

¡Aja! ¡Venían a detenerte! —exclamó tío Vernon con el aire triunfante de quien ha llegado a una conclusión irrefutable—. Seguro que es eso, ¿verdad, chico? ¡Estás huyendo de la justicia!

Hubo algún bufido y más de una risita.

— Fueron a detenerte por cometer el crimen de escuchar las noticias a escondidas — ironizó Fred.

Claro que no —dijo Harry moviendo la cabeza como si ahuyentara una mosca; su mente iba a toda velocidad.

Entonces, ¿por qué…?

Debe de haberlos enviado él —sugirió Harry con un hilo de voz, más para sí que para tío Vernon.

El ambiente se tensó de forma notable.

— Volvemos a lo mismo — suspiró la profesora Sprout. — O fue Quien-Vosotros-Sabéis, o alguien del ministerio.

Fudge tragó saliva. Ninguna opción era buena para él.

¿Cómo dices? ¿Que debe de haberlos enviado quién?

Lord Voldemort —dijo Harry.

— ¿Acaso saben quién es? — preguntó un Slytherin de primero.

— Deben de saberlo. Asesinó a su familia — replicó otro.

Reparó en lo extraño que resultaba que los Dursley, que se encogían, hacían muecas y chillaban cada vez que escuchaban palabras como «mago», «magia» o «varita», pudieran oír el nombre del mago más malvado de todos los tiempos sin alterarse lo más mínimo.

— Solo es un nombre — dijo Dumbledore en voz alta. — Y ni siquiera es su nombre real. Al final, las palabras solo tienen el poder que nosotros les otorgamos.

Lord… Espera un momento —dijo tío Vernon, con la cara contraída, al mismo tiempo que en sus ojos de cerdito brillaba una chispa de comprensión—. No es la primera vez que oigo ese nombre… Ése fue el que…

Asesinó a mis padres, sí —confirmó Harry.

Muchos parecieron sorprendidos de que Vernon reconociera el nombre de Voldemort.

Pero desapareció —objetó tío Vernon con impaciencia, sin pararse a pensar que el asesinato de los padres de Harry pudiera ser un tema delicado—. Aquel tipo gigantesco lo dijo. Desapareció.

Ha vuelto —sentenció Harry con rotundidad.

— ¿Se refiere a Hagrid? — preguntó Dennis.

— ¿Quién si no? No hay muchos tipos gigantescos que hayan hablado con Dursley — contestó Colin.

Era rarísimo estar allí de pie, en la aséptica cocina de tía Petunia, entre la nevera último modelo y el televisor de pantalla plana, hablando como si tal cosa de lord Voldemort con tío Vernon.

— Surrealista se queda corto — murmuró Hermione. — Jamás lo hubiera imaginado.

Harry estaba totalmente de acuerdo. Incluso ahora, recordar aquella noche le producía una sensación de asombro absoluto. Nada había tenido sentido.

Parecía que la llegada de los dementores a Little Whinging había abierto una brecha en el enorme aunque invisible muro que separaba el mundo implacablemente no mágico de Privet Drive y el que había al otro lado. En cierto modo, las dos vidas de Harry se habían fusionado y todo había quedado patas arriba; los Dursley estaban pidiéndole detalles sobre el mundo mágico, y la señora Figg conocía a Albus Dumbledore; los dementores se cernían sobre Little Whinging, y quizá Harry no regresara a Hogwarts. El dolor de cabeza del muchacho iba en aumento.

— Como para que no le doliera la cabeza — bufó la señora Pomfrey. — ¡Menudo caos!

¿Que ha vuelto? —susurró tía Petunia.

Miraba a Harry como nunca lo había hecho. Y de pronto, por primera vez en su vida, Harry se dio plena cuenta de que tía Petunia era la hermana de su madre.

— ¿Quién pensabas que era, una vecina? — resopló Pansy.

Harry no se molestó en explicar nada. No creía que muchos pudieran comprender lo que había sentido en aquel momento.

No habría sabido explicar por qué esa idea lo sacudió tan fuerte en aquel preciso instante. Lo único que sabía era que él no era la única persona de las que había en la cocina que intuía lo que podía significar que lord Voldemort hubiera regresado. Tía Petunia jamás lo había mirado de aquella manera y en ese momento no tenía entrecerrados los grandes ojos claros (completamente distintos de los de su hermana), con una expresión de asco o de enojo, sino muy abiertos y asustados. La ficción que tía Petunia había mantenido durante toda la vida de Harry (que la magia no existía y que no había otro mundo más que el que ella habitaba con tío Vernon) parecía haberse derrumbado.

— Incluso ella sabe lo que el regreso de Voldemort significa — dijo Charlie.

— Quizá debería darme pena que esté tan asustada — habló Angelina. — Pero después de cómo ha tratado a Harry…

Harry se preguntó qué pensaría Angelina si supiera la conversación que había tenido esa misma mañana con tía Petunia. De hecho, una parte de él sentía ganas de contárselo todo a Sirius y a sus amigos, para forzarlos a repetirle que jamás volvería con los Dursley. Pero, ¿y si la respuesta no era la que esperaba? ¿Y si tía Petunia había tenido razón? ¿Y si todos sus miedos, todas sus inseguridades con respecto a su posición en la vida de los demás, tenían motivo de ser?

Le dolía mucho la cabeza.

Sí —confirmó Harry, dirigiéndose a tía Petunia—. Volvió hace un mes. Yo lo vi.

Las manos de tía Petunia se posaron sobre los anchos hombros de Dudley, cubiertos con su ropa de cuero, y los apretaron.

La señora Weasley miraba hacia el libro con comprensión. Por mucho que detestara a Petunia, podía entender ese sentimiento protector hacia su hijo.

Espera un momento —intervino tío Vernon, mirando a su esposa, luego a Harry y luego otra vez a tía Petunia, aparentemente atónito y desconcertado por el entendimiento que parecía haber surgido entre tía y sobrino—. Un momento. ¿Dices que ese lord Voldcomosellame ha vuelto?

Sí.

— Voldcomosellame… — repitió Ernie, incrédulo.

El que mató a tus padres.

Sí.

¿Y ahora ha empezado a enviarte Desmembradores?

Eso parece —respondió Harry.

— Desmembradores — bufó Justin. — Lo que faltaba, que encima te arrancaran las piernas.

Entiendo —dijo tío Vernon. Miró a su esposa, que estaba tremendamente pálida, y luego a Harry, al mismo tiempo que se subía la cintura de los pantalones. Harry tuvo la impresión de que su tío se inflaba y de que su enorme rostro morado se dilataba ante sus ojos—. Bueno, ya no me cabe duda —aseguró, y siguió inflándose, mientras la camisa se le tensaba más y más—. ¡Ya puedes largarte de esta casa, chico!

Se oyeron jadeos y un par de palabrotas.

— ¿Intentó echarte de casa? — se sorprendió Bill.

— ¿Cómo conseguiste quedarte? — preguntó Lee Jordan, pero Harry se encogió de hombros. No sabía cómo explicar lo del vociferador. Ni siquiera él entendía muy bien por qué tía Petunia le había permitido quedarse.

¿Qué? —dijo Harry.

Ya me has oído. ¡FUERA! —gritó tío Vernon, tan fuerte que hasta tía Petunia y Dudley dieron un brinco—. ¡FUERA! ¡FUERA! ¡Debí hacer esto hace muchos años! ¡Lechuzas que se pasean por aquí como si tal cosa, pudines que explotan, medio salón destrozado, la cola de Dudley, Marge flotando por el techo y ese Ford Anglia volador! ¡FUERA!

Fred, George y Ron intercambiaron miradas nerviosas al escuchar la mención al Ford Anglia.

¡LARGO! ¡Se acabó! ¡Has pasado a la historia! No vas a quedarte aquí si hay un loco que te persigue, ni vas a poner en peligro la vida de mi esposa y de mi hijo, ni vas a causarnos más problemas. ¡Si piensas seguir los pasos de tus padres, es asunto tuyo! ¡LARGO DE AQUÍ!

— ¡Seguir los pasos de tus padres! ¡Qué cruel! — exclamó Lavender.

— Cada vez tengo más ganas de pegarle una patada a tu tío, Harry — gruñó Ron.

— Eres libre de hacerlo cuando quieras — replicó él, aunque no le dijo que tío Vernon estaba mucho más cerca de lo que pensaba. Ese concepto aún no había terminado de asimilarlo.

Harry se quedó clavado donde estaba. Tenía las cartas del Ministerio, del señor Weasley y de Sirius arrugadas en la mano izquierda. «No vuelvas a salir de la casa, pase lo que pase. NO SALGAS DE LA CASA DE TUS TÍOS.»

— Al final va a resultar que esas cartas eran más que necesarias — notó Demelza.

Harry la miró mal.

¡Ya me has oído! —insistió tío Vernon, y se inclinó hacia delante hasta que su enorme y morada cara quedó tan cerca de la de Harry que éste notó las salpicaduras de saliva en el rostro—. ¡Andando! ¡Hace media hora estabas deseando marcharte! ¡Pues adelante! ¡Lárgate de aquí y no vuelvas a pisar nuestra casa jamás! No sé por qué te acogimos en su día; Marge tenía razón, debimos enviarte al orfanato. Fuimos demasiado blandos contigo, creímos que podríamos rehabilitarte, creímos que podríamos convertirte en una persona normal, pero estabas podrido desde el principio, y ya estoy harto. ¡Lechuzas!

— El único que está podrido es él — bufó Ron.

— Tendrías que haberle respondido — le dijo Sirius a Harry. — ¡No tiene ningún derecho a hablarte así!

— Enfadar aún más a Dursley no le convenía a Harry — le recordó Lupin.

Sirius soltó un bufido.

— Estoy harto de ese imbécil de Vernon Dursley.

Más harto estoy yo, pensó Harry amargamente.

— Toda la vida tratando mal a Harry y, ahora que él más necesita estar en la casa, lo echa — continuó Sirius, enfadado. — No sé cómo Harry aguantó diez años con él.

— ¿Y qué esperabas que hiciera? No estabas ahí— replicó Harry en tono cortante.

Se arrepintió inmediatamente al ver la expresión de sorpresa en el rostro de su padrino. Las palabras habían salido solas, sin tiempo para que Harry pensara en lo que decía, y parecían haber cortado profundamente a Sirius.

Sin embargo, él no fue el único que se sorprendió, a juzgar por las caras de shock de algunos de sus amigos. Ron se había quedado con la boca abierta y Hermione se tapaba la boca con la mano, asombrada.

Ginny, por otro lado, mantenía una expresión perfectamente neutral, como si no le hubiera sorprendido en absoluto el comentario de Harry.

— Perdón — se disculpó Harry, evitando hacer contacto visual con su padrino. Sintió unas ganas terribles de levantarse del asiento e irse corriendo del comedor, pero no lo hizo.

¿Qué diablos le pasaba? Tanto Sirius como sus amigos y los Weasley le habían dicho una y otra vez que no tendría que volver con los Dursley. ¡Hasta los profesores lo habían dicho! Y durante la lectura, cada vez que se había leído algo horrible que sus tíos le habían hecho, todos le habían apoyado.

¿Por qué había dejado que las palabras de tía Petunia le afectaran tanto? ¿Por qué seguía existiendo una parte de él que no terminaba de creerse que alguien pudiera quererlo cerca?

— Harry.

Harry se obligó a levantar la mirada. Sirius no parecía enfadado, pero sí preocupado y, más que nada, dolido. A su lado, Lupin también tenía una expresión extraña, como si el comentario de Harry le hubiera hecho daño a él también.

— Sé que no estuve allí, y lo siento. Luego hablamos, ¿de acuerdo? — le dijo Sirius. Hablaba despacio y con más suavidad de la que Harry habría esperado. Parecía sincero, y Harry se encontró a sí mismo asintiendo.

Moore continuó con la lectura de inmediato, cosa que Harry agradeció, porque así todos (o casi todos) dejaron de mirarlo.

La quinta lechuza salió disparada de la chimenea, tan deprisa que chocó contra el suelo antes de volver a emprender el vuelo con un fuerte aullido. Harry levantó las manos para coger la carta, que iba en un sobre de color escarlata, pero el pájaro pasó volando por encima de su cabeza y se dirigió hacia tía Petunia, que soltó un chillido y se agazapó, tapándose la cara con los brazos. La lechuza dejó caer el sobre rojo sobre la cabeza de tía Petunia, dio media vuelta y volvió a colarse por la chimenea.

— ¿Una lechuza le ha llevado una carta a la señora Dursley? — preguntó una chica de segundo de Hufflepuff.

— ¡Qué cosa más rara! — exclamó otra.

Harry se abalanzó sobre su tía para arrebatarle la carta, pero tía Petunia se le adelantó.

Puedes abrirla si quieres —dijo Harry—, pero de todos modos oiré lo que pone. Es un vociferador.

¡Suelta eso, Petunia! —rugió tío Vernon—. ¡No lo toques, podría ser peligroso!

— ¿En serio alguien le mandó un vociferador? — dijo Angelina. A su lado, Alicia y Katie tenían la boca abierta.

Va dirigida a mí —se excusó tía Petunia con voz trémula—. ¡Va dirigida a mí, Vernon, mira! Señora Petunia Dursley, La Cocina, Privet Drive Número Cuatro…

Contuvo la respiración, horrorizada. El sobre rojo había empezado a echar humo.

¡Ábrelo! —le pidió Harry—. ¡Ábrelo ya! De todos modos ocurrirá.

Neville se estremeció.

No.

A tía Petunia le temblaba la mano. Miró frenéticamente alrededor, como si buscara una ruta de huida, pero era demasiado tarde: el sobre empezó a arder. Tía Petunia gritó y lo soltó con rapidez.

— Quien le haya mandado esa carta no debe tenerle mucho aprecio — dijo Hannah, sorprendida.

Se oyó una voz imponente que resonaba en el reducido espacio de la cocina; salía de la carta en llamas, que había quedado sobre la mesa.

«Recuerda mi última… Petunia.»

— ¿Qué se supone que significa eso? — bufó Dean.

— ¿Su última qué? — dijo a la vez Hermione, aunque ella no parecía esperar una respuesta. Tenía la misma expresión que cuando un profesor exponía una pregunta particularmente difícil en clase.

Tía Petunia estaba a punto de desmayarse. Se sentó en la silla, junto a Dudley, y se tapó la cara con las manos. Los restos del sobre fueron quedando reducidos a cenizas en medio de un profundo silencio.

— No entiendo nada — declaró Terry Boot.

¿Qué es eso? —preguntó tío Vernon con voz ronca—. ¿Qué…? No… ¡Petunia!

Tía Petunia no dijo nada. Dudley miraba a su madre, estupefacto y con la boca abierta, mientras el silencio lo envolvía todo en una espiral horrenda. Harry observaba a su tía completamente perplejo y sentía que la cabeza le palpitaba como si estuviera a punto de estallar.

— Normal — bufó Ron. — Menuda noche.

Petunia, querida —empezó tío Vernon con timidez—. Pe-Petunia…

Ella levantó la cabeza. Todavía temblaba. Tragó saliva y dijo con un hilo de voz:

El chico… El chico tendrá que quedarse aquí, Vernon.

— ¡Menudo cambio de actitud! — dijo Percy. — ¿De quién sería esa carta?

— A mí no me interesa tanto de quién sea, sino a qué se refiere — dijo Charlie. — ¿Mi última? ¿Mi última qué?

El misterio parecía tener interesados a muchos alumnos.

¿Cómo dices?

Que se queda —repitió ella sin mirar a Harry, y se puso de nuevo en pie.

Pero si… Petunia…

Si lo echamos, los vecinos hablarán —añadió tía Petunia. Estaba recuperando su tono enérgico e irascible, aunque seguía muy pálida—. Nos harán preguntas incómodas, querrán saber adónde ha ido. Tendremos que quedárnoslo.

— Eso suena a excusa — dijo Wood.

— ¿Quedárnoslo? — repitió Fred a la vez, indignado. — Ni que Harry fuera un perro abandonado.

Tío Vernon estaba desinflándose como un neumático pinchado.

Pero Petunia, querida…

Tía Petunia no le hizo caso. Se volvió hacia Harry y le ordenó:

Vas a quedarte en tu habitación. No salgas de casa. Y ahora vete a la cama.

— Parece que la tormenta ha pasado — respiró Hannah con alivio.

Harry no se movió de donde estaba.

¿Quién te ha enviado ese vociferador?

Algunos se inclinaron un poco hacia delante, llenos de curiosidad.

No hagas preguntas —le espetó tía Petunia.

Hubo muchos bufidos en respuesta.

¿Estás en contacto con algún mago?

— Está claro que sí — dijo Katie. — La pregunta es: ¿con quién?

— Yo creo que debe ser el profesor Dumbledore — dijo Astoria Greengrass. — ¿No fue él quien llevó a Harry con sus parientes? Si alguien tiene que estar en contacto con ellos, debe ser él.

— Pero Harry no reconoció la voz del vociferador — se metió Ernie. — Si fuera el director, la habría reconocido, ¿no?

— Los vociferadores pueden sonar muy raros cuando estallan — dijo Neville, ganándose algunas miradas de pena (y otras tantas llenas de burla). — Pudo ser la voz de cualquiera.

Frustrados, los alumnos se vieron obligados a callarse.

¡Te he dicho que te vayas a la cama!

¿Qué significaba? ¿Recuerda mi última qué?

— Eso quisiéramos saber todos — gruñó Ron.

¡A la cama!

¿Cómo es que…?

¡Ya has oído a tu tía! ¡Sube a acostarte!

— Ese es el final — anunció Moore, que parecía agotado.

Nadie dijo nada.


○ LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL:LUXERII 

Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

  Hospital San Mungo de enfermedades y Heridas mágicas: ¡Ni estoy mintiendo ni me he vuelto loco! —insistió Harry a voz en grito—. ¡Le digo ...