La avanzadilla:
—¡A la cama!
—¿Cómo es que…?
—¡Ya has oído a tu tía! ¡Sube a acostarte!
— Ese es el final — anunció Moore, que parecía agotado.
Nadie dijo nada.
Harry notaba las miradas preocupadas de sus amigos y de varios miembros de la familia Weasley, pero hizo todo lo que pudo para ignorarlos a todos.
Se sentía muy avergonzado. No solo acababan de leer uno de los peores momentos que había vivido con los Dursley desde que entró a Hogwarts, sino que había permitido que las palabras hirientes de tía Petunia le afectaran y había terminado hablándole mal a Sirius.
No sabía qué era peor: recordar la expresión herida de Sirius, o darse cuenta de que, a pesar de que esa expresión mostraba que a Sirius le importaba Harry, él seguía teniendo las palabras de tía Petunia clavadas en el cerebro.
— Harry.
Harry se obligó a levantar la mirada. Sirius estaba justo delante de él.
— ¿Quieres que salgamos y hablemos? — dijo en voz baja. La preocupación era evidente en su rostro.
Harry negó con la cabeza. No era que no quisiera hablar con Sirius (sabía que era inevitable), pero, si podía elegir, prefería hacerlo en un momento en el que tuviera la mente más despejada.
Sirius asintió y le dio un par de palmaditas en el hombro.
— Cuando quieras — dijo. — Solo tienes que decírmelo.
Esta vez fue Harry quien asintió, a la par que sentía que se le formaba un nudo en la garganta. Sirius no parecía enfadado, solo preocupado, y eso le hizo sentirse todavía peor.
— Estoy segura de que ahora todo va a ser más fácil — le dijo Hermione, que lo miraba con cautela. — Enseguida se leerá cómo llegaste con nosotros y después solo habrá que leer la vista antes de llegar a Hogwarts…
— Se leerá el momento en el que os grité — replicó Harry con una mueca.
— Bueno… — Ron se encogió de hombros. — Con todo lo que estaba pasando, la verdad es que es comprensible que gritaras. Todo era peor de lo que nos imaginábamos.
— Exacto. No te preocupes por nosotros — añadió Hermione rápidamente. — Lo entendemos.
A Harry le habría gustado decirle algo para tranquilizarla, pero no se le ocurría nada. Quiso decirles que no iba a estallar otra vez y que el enfado se había convertido en cansancio y arrepentimiento muy, muy rápido, pero no supo cómo hacerlo.
Mientras ellos hablaban, el director había pedido voluntarios para leer el siguiente capítulo. Subió a la tarima una chica de Ravenclaw y tomó el libro con decisión.
— Este capítulo se titula: La avanzadilla —leyó, y varias personas fruncieron el ceño y murmuraron con sus amigos.
— ¿Qué significa eso? — se oyó preguntar a un niño de primero. Otro chico, que estaba sentado a su lado, se encogió de hombros.
«Me han atacado unos dementores y es posible que me expulsen de Hogwarts. Quiero saber qué está pasando y cuándo voy a poder salir de aquí.»
Harry copió esas palabras en tres hojas de pergamino diferentes en cuanto llegó al escritorio de su oscura habitación. Dirigió la primera a Sirius, la segunda a Ron y la tercera a Hermione.
— ¿Por qué a Ron y a Hermione? — preguntó Katie. — ¿No habría sido mejor escribirle una al propio profesor Dumbledore?
— Claro. Una a Sirius Black, otra a Ron y Hermione, que estaban juntos, y otra para el director — dijo Angelina.
Harry no quiso responder, porque no sabía cómo poner en palabras que el director nunca daba respuestas cuando las necesitabas.
Hedwig, su lechuza, había salido a cazar; su jaula estaba vacía sobre el escritorio. Harry se puso a dar vueltas por su dormitorio, esperando que regresara; notaba la cabeza a punto de estallar y tenía tantas cosas en que pensar que no creía que pudiera dormir, aunque le escocían los ojos de cansancio. También le dolía la espalda de llevar a rastras a Dudley hasta la casa, y los dos chichones que tenía en la cabeza (el que se había hecho al chocar contra la ventana y el del puñetazo que le había pegado su primo) le producían un punzante dolor.
— Estabas hecho polvo — dijo la señora Weasley, sonando preocupada y entristecida.
— Lo raro habría sido que no te doliera la cabeza — añadió Fred con una mueca.
No paraba de dar vueltas por el cuarto, consumido de ira y frustración, rechinando los dientes y con los puños apretados; y cada vez que pasaba por delante de la ventana, lanzaba enfurecidas miradas al cielo salpicado de estrellas. Alguien había enviado a los dementores para que lo capturaran, la señora Figg y Mundungus Fletcher lo seguían en secreto, había sido expulsado de Hogwarts, estaba pendiente una vista en el Ministerio de Magia…
— Menuda noche — suspiró la profesora McGonagall.
— Lo de la señora Figg me sigue pareciendo indignante — dijo Dean. — ¿Por qué mantuvo ese secreto durante años? Podía haber ayudado a Harry desde el principio.
Varias personas le dieron la razón. Internamente, Harry también estaba de acuerdo.
Y pese a todo nadie le decía qué estaba ocurriendo.
Hermione se mordió el labio y Harry sabía que se moría por decir "Es que no podíamos hacerlo".
¿Y qué demonios significaba aquel vociferador? ¿De quién era aquella voz tan horrible y amenazadora que había resonado en la cocina?
— ¿Horrible y amenazadora? — repitió Lee Jordan, pensativo.
— Estoy seguro de que esa opinión se debió a la distorsión que sufre la voz cuando un vociferador estalla en llamas — dijo Dumbledore calmadamente. — La persona que envió la carta podría tener la voz más angelical del mundo y Harry no lo sabría.
Harry dudaba que fuera así.
¿Por qué continuaba atrapado allí sin información? ¿Por qué todos lo trataban como si fuera un niño travieso? «No hagas más magia, quédate en casa…»
— No fue nuestra intención hacerte pensar eso — repitió el señor Weasley en tono amable. — Si te sirve de consuelo, Harry, todos pensamos que esa noche hiciste exactamente lo que debías hacer.
Al pasar por delante del baúl del colegio le pegó una patada, pero en lugar de aliviar con ello la rabia que sentía, se encontró aún peor porque ahora tenía que sumar el fuerte dolor del dedo gordo del pie al del resto del cuerpo.
Hubo algunas risitas y Harry bufó al escucharlas. Aquel golpe había dolido…
Justo cuando pasaba cojeando por delante de la ventana, Hedwig entró volando con un débil batir de alas, como un pequeño fantasma.
—¡Ya era hora! —gruñó Harry cuando el pájaro se posó con suavidad encima de su jaula—. ¡Ya puedes soltar eso, tengo trabajo para ti!
— ¡Pobrecita! — exclamó Lavender.
— ¿Qué culpa tenía ella? — dijo Parvati a la vez.
No fueron las únicas que hablaron y a Harry le pareció escuchar que alguien le insultaba, pero no supo quién fue.
Los grandes, redondos y ambarinos ojos de Hedwig lo miraron llenos de reproche por encima de la rana muerta que sujetaba con el pico.
Algunos miraron mal a Harry, que ya tenía bastante con la culpabilidad que sentía por lo de Sirius como para añadir la de Hedwig.
—Ven aquí —le ordenó Harry. Cogió los tres pequeños rollos de pergamino y se los ató a la escamosa pata con una correa de cuero—. Lleva esto a Sirius, a Ron y a Hermione y no vuelvas aquí sin unas buenas respuestas. Si es necesario, picotéalos hasta que hayan escrito unos mensajes decentemente largos. ¿Entendido?
Hubo jadeos. Varias personas miraron mal a Harry, mientras otras soltaban más de una risotada.
— Eso lo explica todo — murmuró Ron.
Aunque no tenía ningunas ganas, Harry sintió que debía disculparse. Sin embargo, en cuanto abrió la boca fue interrumpido por Hermione, que negó con la cabeza.
— No pasa nada. Lo entendemos.
Ron asintió y Harry sintió una oleada de aprecio hacia los dos.
Hedwig emitió un amortiguado ululato sin soltar la rana.
—En marcha, pues —dijo Harry.
Hedwig echó a volar de inmediato.
— Qué pena, la pobre lechuza tuvo que sentirse muy confusa — se lamentó Hannah.
En cuanto la lechuza hubo salido por la ventana, Harry se tumbó en la cama sin desvestirse y se quedó mirando el oscuro techo. Por si fuera poco con los deprimentes sentimientos que experimentaba, encima se sentía culpable por haber sido antipático con Hedwig; la lechuza era la única amiga que tenía en el número cuatro de Privet Drive.
Algunos de los que habían criticado a Harry parecieron arrepentirse un poco.
Pero ya haría las paces con ella, cuando llegara con las respuestas de Sirius, Ron y Hermione.
— ¿Te perdonó? — preguntó Padma.
Harry asintió y varias personas sonrieron.
Seguro que le contestaban enseguida; no podrían hacer caso omiso de un ataque de dementores. Probablemente al día siguiente, al despertar, encontraría tres gruesas cartas llenas de muestras de solidaridad y de planes para su inmediato traslado a La Madriguera. Y con esa reconfortante idea, el sueño se apoderó de él sofocando cualquier otro pensamiento.
— ¿Por qué será que intuyo que eso no sucedió así? — dijo Ernie.
— Mira sus caras de culpabilidad — señaló Susan Bones, y Harry también miró a Ron y Hermione, que definitivamente tenían aspecto de sentirse muy mal.
— Queríamos responder, de verdad — dijo Hermione en voz alta, tanto para Harry como para las decenas de personas que los miraban con incredulidad.
Pero Hedwig no regresó a la mañana siguiente. Harry pasó el día entero en su habitación y sólo salió para ir al cuarto de baño. En tres ocasiones, tía Petunia le introdujo comida en el dormitorio a través de la gatera que tío Vernon había instalado tres veranos atrás.
Sirius soltó un gruñido al escuchar eso. Sin embargo, el resto del comedor estaba más enfadado por el hecho de que Harry no hubiera recibido respuesta.
Cada vez que Harry la oía acercarse, intentaba interrogarla sobre el vociferador, pero si hubiera interrogado al pomo de la puerta habría obtenido las mismas respuestas. Por lo demás, los Dursley ni se acercaron a su habitación.
— Espero que lo descubras en algún punto del libro — dijo Cho. — Porque me muero de curiosidad.
No era la única que pensaba así.
Harry comprendió que no valía la pena forzarlos a soportar su compañía; con otra pelea no conseguiría nada, salvo quizá enfadarse tanto que acabaría haciendo más magia ilegal.
— Bien pensado — lo felicitó Percy, y Harry no supo si sentirse halagado o no.
Así pasaron tres días.
— ¿Cómo que tres días? — exclamó Angelina. Miró a Ron y Hermione, que no sabían dónde meterse.
— ¡Ya les vale! — gritó un Hufflepuff de sexto.
— ¿No se supone que son sus mejores amigos?
— ¿Por qué lo ignoran?
— ¡Sólo son sus amigos cuando les conviene!
— ¡Con lo bien que me caían!
— ¿Y su padrino? ¿No se supone que lo adoraba? ¡Menuda traición!
Así, uno tras otro, decenas de estudiantes protestaron contra Ron, Hermione y Sirius.
Ninguno de los tres dijo nada para defenderse, y Harry tampoco lo hizo. Una pequeña parte de él se sentía mejor al ver que no era el único que pensaba que había tenido motivos de sobra para enfadarse con sus amigos. Por otro lado, una parte más grande comenzaba a sentirse enfadada al escuchar tanta crítica hacia sus amigos.
Cuando ya estaba a punto de decir algo para defenderlos, la chica de Ravenclaw siguió leyendo.
Harry tenía altibajos: algunas veces se sentía lleno de una impaciente energía que le impedía concentrarse en nada, y entonces recorría el dormitorio, furioso con todos por permitir que sufriera en medio de tanta confusión; otras veces lo dominaba un letargo tan absoluto que podía estar una hora seguida tumbado en la cama con la mirada perdida y muerto de miedo ante la perspectiva de una vista en el Ministerio.
— Creo que eso no es muy normal — dijo Demelza Robins.
— Potter debería ir a un examen psicológico — habló una Ravenclaw de cuarto que claramente era hija de muggles.
Varios nacidos de muggles estuvieron de acuerdo con ella. Harry no.
¿Y si fallaban en su contra? ¿Y si lo expulsaban del colegio y le partían la varita por la mitad? ¿Qué haría entonces, adónde iría?
— Con nosotros — dijo la señora Weasley.
— Conmigo — dijo Sirius al mismo tiempo.
No podía volver a vivir siempre con los Dursley, y menos ahora que conocía aquel otro mundo, el mundo al que pertenecía en realidad. ¿Podría irse a vivir con Sirius, como su padrino había sugerido un año atrás, antes de que se viera obligado a huir de las autoridades?
— Claro que sí — dijo Sirius, pero Harry no quiso mirarlo a los ojos.
¿Permitirían a Harry vivir allí solo, dado que todavía era menor de edad? ¿Había sido su infracción del Estatuto Internacional del Secreto lo bastante grave para que lo encerraran en una celda en Azkaban? Cada vez que ese pensamiento volvía a aparecer en su mente, Harry se levantaba de la cama y se ponía a pasear otra vez por la habitación.
— Por supuesto que no — resopló la profesora McGonagall. — Ni siquiera fue tan grave como para merecer una vista frente al Wizengamot, pero el ministro debía opinar algo diferente.
Fudge no sabía dónde meterse.
La cuarta noche después de la partida de Hedwig, Harry estaba tendido en la cama, en una de sus fases de apatía, contemplando el techo. Tenía la exhausta mente casi en blanco cuando su tío entró en la habitación.
Varios Weasley y algunos profesores miraron con preocupación a Harry.
Harry giró despacio la cabeza y lo miró. Tío Vernon llevaba puesto su mejor traje y la expresión de su rostro era de inmensa suficiencia.
—Salimos —anunció.
— Espero que se fuera bien lejos — gruñó Seamus.
—¿Cómo dices?
—Que nosotros, es decir, tu tía, Dudley y yo, salimos.
—Muy bien —respondió Harry sin ánimo, y volvió a mirar el techo.
—Prohibido salir de la habitación hasta que volvamos.
Eso provocó varias protestas y más de un insulto hacia tío Vernon.
—Vale.
—Prohibido tocar el televisor, el equipo de música o cualquier otra cosa.
—De acuerdo.
— Si ya ha dicho que tiene prohibido salir de su habitación — dijo Katie con una mueca. — Todo lo demás sobra.
—Prohibido robar comida de la nevera.
—Entendido.
—Voy a cerrar tu puerta con llave.
—Como quieras.
Los insultos hacia tío Vernon aumentaron. Harry se preguntó si los Dursley estaban escuchándolo todo.
— Eso ha sido innecesariamente cruel — se quejó Hermione.
— Todo lo que hace ese hombge lo es — dijo Fleur amargamente.
Tío Vernon lanzó a Harry una mirada de odio, desconfiando de la actitud resignada de su sobrino; salió de la habitación pisando fuerte y cerró la puerta tras él. Harry oyó que la llave giraba en la cerradura y los pesados pasos de tío Vernon, que bajaba la escalera. Transcurridos unos minutos, oyó cómo se cerraban las puertas de un coche, el rugido de un motor y el inconfundible sonido del coche saliendo de la entrada de la casa.
— ¿Qué esperaba que hicieras? ¿Que te pusieras a llorar porque se iban? — bufó Justin.
Harry se encogió de hombros.
A Harry no le importaba que los Dursley se hubieran marchado. Para él tanto daba que estuvieran en la casa como que no. Ni siquiera pudo reunir la energía suficiente para levantarse y encender la luz de su dormitorio. La habitación fue quedándose a oscuras mientras él seguía tumbado escuchando los sonidos nocturnos que entraban por la ventana, que Harry tenía todo el rato abierta a la espera del dichoso momento en que regresara Hedwig.
— ¿No tenías energía para encender la luz? — repitió la señora Pomfrey, preocupada. — Eso es más que un simple mal día o que una mala semana.
La casa, en ese instante vacía, crujía a su alrededor. Las cañerías gorgoteaban. Harry seguía tumbado, sumido en la indiferencia, sin pensar en nada, suspendido en la tristeza.
De pronto oyó claramente un estrépito en la cocina. Se incorporó con brusquedad y aguzó el oído. Los Dursley no podían haber regresado todavía, era demasiado pronto, y además Harry no había oído su coche.
Hubo silencio durante unos segundos, y entonces se oyeron voces.
— ¿Podían ser mortífagos? — preguntó Dennis, emocionado.
— No creo, nos habríamos enterado — contestó Colin.
«Ladrones», pensó Harry, y se levantó de la cama; pero enseguida se le ocurrió que los ladrones habrían hablado en voz baja, y quienquiera que fuese el que estaba en la cocina no se molestaba en bajar la voz.
El ambiente del comedor se tensó al tiempo que la teoría de que se trataba de mortífagos cobraba más fuerza.
Se apresuró a coger la varita mágica de la mesilla de noche y se plantó delante de la puerta se abrió de par en par.
— ¡Pero si estaba cerrada con llave! — exclamó un Hufflepuff de segundo.
— Tienen que ser magos, seguro — replicó otro.
Harry se quedó inmóvil, mirando a través del umbral hacia el oscuro rellano del piso de arriba; aguzó el oído por si se producían más ruidos, pero no captó nada. Vaciló un momento y luego salió de su habitación, deprisa y en silencio, y se colocó al final de la escalera.
— ¿Pero por qué sales? — se quejó Lavender, que parecía estar poniéndose nerviosa. — Estás yendo hacia el peligro.
— Si las personas que entraron en la casa hubieran querido hacerle daño, quedarse en su habitación no habría servido de nada — dijo Bill.
Lavender se quedó mirando a Bill unos instantes y Harry vio que la chica se ruborizaba.
El corazón se le subió a la garganta. Abajo, en el oscuro vestíbulo, había gente; sus siluetas se destacaban contra el resplandor de las farolas que entraba por la puerta de cristal de la calle. Eran ocho o nueve, y todos, si no se equivocaba, estaban mirándolo.
— ¡Qué mal rollo! ¿Por qué no puedes tener ni una semana de paz? — exclamó Dean.
— Eso quisiera saber yo — replicó Harry.
—Baja la varita, muchacho; a ver si le vas a sacar un ojo a alguien —dijo una voz queda y gruñona.
El corazón de Harry latía con violencia. Conocía aquella voz, pero no bajó la varita.
Eso llamó la atención de muchos, que intercambiaron teorías en susurros apresurados.
—¿Profesor Moody? —preguntó con tono inseguro.
Hubo jadeos y al menos veinte estudiantes se giraron para mirar a Moody.
— Esta vez sí que era yo — dijo él en voz alta.
—No sé si debes llamarme «profesor» —gruñó la voz—; nunca llegué a enseñar gran cosa, ¿no? Baja, queremos verte bien.
Harry bajó un poco la varita, pero sin dejar de asirla con fuerza, y no se movió. Tenía motivos de sobra para desconfiar.
— Hacías bien en desconfiar — dijo Moody.
Hacía poco que había convivido durante nueve meses con quien él creía que era Ojoloco Moody, para luego enterarse de que no era Moody, sino un impostor; un impostor que, además, previamente a que lo desenmascararan, había intentado matar a Harry.
— Como todos los profesores de defensa — bufó Fred.
Lupin hizo una mueca, pero Fred no se dio cuenta.
Pero antes de que el muchacho pudiera tomar una decisión sobre qué debía hacer, otra voz, un poco ronca, subió flotando por la escalera.
—No pasa nada, Harry. Hemos venido a buscarte.
A Harry le dio un vuelco el corazón. También conocía esa voz, aunque hacía un año entero que no la oía.
—¿P-profesor Lupin? —dijo con incredulidad—. ¿Es usted?
Lupin sonrió, aunque había en su sonrisa cierta tristeza.
— Yo también me alegré de verte, Harry — dijo, y sonaba sincero.
Harry no supo qué contestar. Las palabras de tía Petunia también le habían incluido a él.
—¿Por qué estamos aquí a oscuras? —preguntó una tercera voz, esta vez desconocida, de mujer—. ¡Lumos!
— ¡Esa soy yo! — exclamó Tonks, haciendo saltar del susto a más de uno.
La punta de una varita se encendió e iluminó el vestíbulo con una luz mágica. Harry parpadeó. Las personas que había abajo estaban apiñadas alrededor del pie de la escalera, con la mirada fija en él; algunas estiraban el cuello para verlo mejor.
— Qué incómodo debió ser — dijo Ginny. Harry asintió.
Remus Lupin era quien estaba más cerca de Harry. Aunque todavía era muy joven, Lupin parecía cansado y muy enfermo; tenía más canas que la última vez que lo había visto, y llevaba la túnica más remendada y raída que nunca. Con todo, sonreía abiertamente a Harry, quien intentó devolverle la sonrisa pese a la conmoción.
Lupin se ruborizó al escuchar su descripción, sobre todo porque un montón de estudiantes decidieron que era un buen momento para examinarlo de pies a cabeza.
—¡Oh! Es como me lo imaginaba —dijo la bruja que mantenía la varita iluminada en alto. Parecía la más joven del grupo; tenía el pálido rostro en forma de corazón, ojos oscuros y centelleantes, y el cabello corto, de punta y de color violeta intenso—. ¿Qué hay, Harry?
— ¡Soy yo! ¡Al fin salgo en el libro! — decía Tonks, emocionada. Muchos la miraban con sentimientos muy variados.
—Sí, entiendo lo que quieres decir, Remus —terció un mago negro y calvo que estaba al fondo; tenía una voz grave y pausada y llevaba un arete de oro en la oreja—. Es clavado a James.
Kingsley le sonrió a un par de estudiantes que lo miraban y susurraba de forma nada sutil. Ambos chicos se sobresaltaron y evitaron su mirada, nerviosos.
—Salvo por los ojos —aportó otro mago de cabello plateado que hablaba con voz jadeante—. Los ojos son de Lily.
— ¿Cabello plateado? ¿Quién era? — preguntó Angelina.
— Ahora saldrá su nombre, seguro — le respondió Lupin.
Ojoloco Moody, que tenía el cabello largo y entrecano y al que le faltaba un trozo de nariz, miraba con recelo a Harry, entrecerrando sus desiguales ojos. Un ojo era pequeño, oscuro y brillante como un abalorio; el otro era grande, redondo y de color azul eléctrico: el ojo mágico que podía ver a través de las paredes, de las puertas y lo que hubiera detrás del mismo Moody.
— Ya lo sabemos — se quejó Zacharias, pero nadie le hizo caso porque estaban demasiado ocupados mirando a Moody.
—¿Estás seguro de que es él, Lupin? —masculló—. Menudo problema vamos a tener si llevamos a un mortífago que se hace pasar por él. Tendríamos que preguntarle algo que sólo pueda saber el verdadero Potter. A menos que alguien haya traído Veritaserum.
—Harry, ¿qué forma adopta tu patronus? —preguntó Lupin.
—La de un ciervo —contestó Harry nervioso.
—Es él, Ojoloco —dijo Lupin.
— Ahora todos sabemos eso — dijo Romilda. A Harry no le hizo ninguna gracia ese comentario.
Consciente de que todos seguían mirándolo, Harry bajó la escalera guardando la varita en un bolsillo trasero de los vaqueros.
—¡No te pongas la varita ahí, muchacho! —bramó Moody—. ¿Y si se enciende? ¿No sabías que magos mucho mejores que tú han perdido una nalga?
Pillados por sorpresa, muchos estudiantes se echaron a reír.
— ¿Quién perdería una nalga por eso? — reía un chico de segundo.
—La perderás tú si no te lo tomas en serio, muchacho — replicó Moody, y el chico se calló de inmediato.
—¿A quién conoces tú que haya perdido una nalga? —le preguntó con interés la mujer de cabello de color violeta.
—¡Eso ahora no importa, pero sácate la varita del bolsillo de atrás! —gruñó Ojoloco—. Es una norma elemental de seguridad de las que ya a nadie le importan. —Fue pisando fuerte hacia la cocina—. Y lo he visto con mis propios ojos —añadió de mal talante mientras la mujer de cabello violeta miraba al techo.
Los que se habían reído parecieron algo nerviosos, como si esperaran que Moody los regañara en cualquier momento.
Lupin extendió un brazo y le estrechó la mano a Harry.
—¿Cómo estás? —le preguntó, mirándolo a los ojos.
—Bi-bien…
— Bueno, esos días no habías estado precisamente bien — bufó Ron.
Harry se encogió de hombros.
Harry no podía creer que aquello fuera real. Cuatro semanas sin ninguna noticia, ni la más pequeña insinuación de un plan para rescatarlo de Privet Drive, y de pronto había un montón de magos plantados con total naturalidad en el vestíbulo, como si hubieran concertado aquella visita hacía mucho tiempo. Miró a la gente que rodeaba a Lupin, que seguía contemplándolo con avidez. De pronto recordó que llevaba cuatro días sin peinarse.
— Espero que por lo menos te hubieras duchado — dijo Parvati.
Harry no podía recordar si así había sido, pero supuso que lo había hecho, ya que no recordaba haberse sentido avergonzado en ese aspecto
—Yo… Tenéis mucha suerte de que los Dursley hayan salido… —farfulló.
—¿Suerte? ¡Ja! —dijo la mujer de cabello de color violeta—. He sido yo quien los ha quitado de en medio. Les he enviado una carta por correo muggle diciéndoles que habían sido preseleccionados para el Concurso de Jardines Suburbanos Mejor Cuidados de Inglaterra. Ahora van hacia la ceremonia de entrega de premios… O eso creen ellos.
Muchos se echaron a reír y otros tantos miraron a Tonks con algo que parecía admiración. Ella les sonrió con ganas.
Harry se imaginó por un momento la cara de tío Vernon cuando se diera cuenta de que no había ningún Concurso de Jardines Suburbanos Mejor Cuidados de Inglaterra.
— Se merecían el engaño — dijo Ginny.
Nadie les tenía pena, eso estaba claro.
—Bueno, nos vamos, ¿no? —preguntó Harry—. ¿Ya?
—Sí, enseguida —dijo Lupin—. Sólo estamos esperando a que nos den luz verde.
—¿Adónde vamos? ¿A La Madriguera? —inquirió Harry esperanzado.
Los señores Weasley sonrieron al escuchar eso.
—No, no vamos a La Madriguera —contestó Lupin, y le hizo señas al muchacho para que entrara en la cocina. El grupito de magos los siguieron; todavía miraban a Harry con curiosidad—. Eso sería demasiado arriesgado. Hemos montado el cuartel general en un lugar indetectable. Nos ha costado bastante tiempo…
Eso despertó el interés de muchos, especialmente de Fudge y de la profesora Umbridge, que observaba el libro con los ojos entrecerrados.
En ese instante Ojoloco Moody estaba sentado a la mesa de la cocina, bebiendo de una petaca; su ojo mágico giraba en todas direcciones, deteniéndose en cada uno de los electrodomésticos de los Dursley.
—Éste es Alastor Moody, Harry —prosiguió Lupin, señalando a Moody.
—Sí, ya lo sé —dijo Harry incómodo, pues le resultó extraño que le presentaran a alguien a quien durante un año había creído conocer.
—Esa es la clave, muchacho. Creído — dijo Moody. — Aunque aquel canalla hizo un gran papel, eso desde luego.
—Y ésta es Nymphadora…
Tonks hizo una mueca.
—No me llames Nymphadora, Remus —protestó la joven bruja, estremeciéndose —. Me llamo Tonks.
—Nymphadora Tonks, que prefiere que la llamen por su apellido —terminó Lupin.
—Tú también lo preferirías si la necia de tu madre te hubiera puesto «Nymphadora» —farfulló Tonks.
Hubo risitas. Tonks aprovechó para decir:
— Si a alguno de vosotros se le ocurre llamarme Nymphadora, le echaré un maleficio.
Algunos alumnos parecieron asustados, principalmente los de primero, pero el resto se lo tomaron a broma.
—Y éste es Kingsley Shacklebolt. —Señaló al mago alto y negro, que inclinó la cabeza—. Elphias Doge. —El mago de la voz jadeante asintió—. Dedalus Diggle…
—Ya nos conocemos —gritó el excitable Diggle, quitándose el sombrero de copa de color violeta.
—Emmeline Vance. —Una bruja de porte majestuoso, que llevaba un chal verde esmeralda, inclinó la cabeza—. Sturgis Podmore. —Un mago con la mandíbula cuadrada y cabello grueso de color paja le guiñó un ojo—. Y Hestia Jones. —Una bruja de mejillas sonrosadas y cabello negro lo saludó con una mano desde el rincón de la tostadora.
— ¿Por qué no han venido todos ellos? — preguntó Colin.
— Porque, si bien tuvieron un papel importante en la guerra, no necesitan saber cada detalle de la lectura — dijo Dumbledore. — Además, no podemos dejar el Ministerio sin aurores.
Fudge se había puesto muy blanco. Darse cuenta de la cantidad de gente que estaba del lado de Dumbledore debía resultar todo un shock.
Harry inclinó la cabeza torpemente ante cada uno de ellos a medida que se los presentaban. Le habría gustado que no lo miraran; le parecía que, de pronto, lo habían subido a un escenario.
— Perdón — se disculpó Tonks, y Kingsley le hizo un gesto con la mano. Harry, que no se había sentido incómodo con ninguno de ellos dos, no supo qué decir.
También se preguntaba por qué había tantos magos.
—Una sorprendente cantidad de personas se ofrecieron voluntarias para venir a buscarte —explicó Lupin como si le hubiera leído el pensamiento; las comisuras de su boca temblaron ligeramente.
—Sí… Bueno, cuantos más, mejor —agregó Moody en tono misterioso—. Somos tu guardia, Potter.
— Eso suena genial — dijo un chico de primero.
—Sólo estamos esperando que nos den la señal de que podemos marcharnos sin peligro —dijo Lupin, y miró por la ventana de la cocina—. Nos quedan unos quince minutos.
—Estos muggles son muy limpios, ¿verdad? —comentó la bruja que se llamaba Tonks, que observaba a su alrededor examinando la cocina con gran interés—. Mi padre es muggle y es un dejado. Supongo que habrá de todo, como ocurre con los magos.
— Los muggles también son personas — se oyó decir a un Hufflepuff. — Los hay ordenados, desordenados, altos, bajos, listos, tontos...
—Pues… sí —contestó Harry—. Oiga —añadió, volviéndose hacia Lupin—, ¿qué está pasando? No he tenido noticias de nadie. ¿Qué hace Vo…?
Varios magos y brujas hicieron extraños ruidos silbantes; Dedalus Diggle volvió a quitarse el sombrero y Moody gruñó:
—¡Silencio!
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
Eso querían saber muchos en el comedor, ya que la reacción de los magos les había pillado totalmente por sorpresa.
—Aquí no podemos hablar de eso, es demasiado arriesgado —dijo Moody, dirigiendo su ojo normal hacia Harry. El mágico seguía clavado en el techo—. Maldita sea —añadió con enojo, y se llevó una mano al ojo mágico—. Se atasca continuamente desde que lo usó aquel canalla.
— ¿Por qué se atasca? — preguntó inocentemente una niña de primero.
— Porque lo usaba mal, no lo limpiaba y lo trataba sin cuidado — gruñó Moody. Parecía que el tema aún le molestaba.
Y dicho eso se quitó el ojo, lo cual produjo un desagradable ruido de succión, como el de un desatascador en un fregadero.
Varias personas hicieron muecas de desagrado.
—Ojoloco, ya sabes que eso que estás haciendo es asqueroso, ¿verdad? — comentó Tonks con desparpajo.
A Moody no pareció importarle lo más mínimo que más de la mitad del comedor estuviera de acuerdo con Tonks.
—¿Me das un vaso de agua, Harry? —pidió Moody.
Harry fue hacia el lavaplatos, sacó un vaso limpio y lo llenó de agua en el fregadero, sin dejar de sentirse atentamente observado por el grupo de magos. Sus insistentes miradas empezaban a fastidiarlo.
— Imagina la reacción de los Dursley si supieran que uno de sus vasos ha sido usado para lavar un ojo — dijo Ron con una sonrisita.
A pesar de que pensar en los Dursley le provocaba una sensación de nervios y desazón, Harry no pudo evitar sonreír al imaginárselo. Debían estar escuchando la lectura en ese mismo instante. ¿Se habría desmayado tía Petunia o le habría dado otro ataque de nervios?
—Salud —dijo Moody cuando Harry le entregó el vaso. Metió el ojo mágico en el agua y lo empujó varias veces con un dedo; el ojo cabeceó mirando a los presentes uno por uno—. Necesito una visibilidad de trescientos sesenta grados para el viaje de regreso.
—¿Cómo vamos a ir… a donde sea que vayamos? —preguntó Harry.
— Espero que volando — dijo Wood, esperanzado.
—En las escobas —contestó Lupin—. Es la única forma.
Wood sonreía de oreja a oreja. Harry estaba seguro de que Oliver habría disfrutado mucho de ese viaje a toda velocidad hacia Londres.
Eres demasiado joven para aparecerte, deben de estar vigilando la Red Flu y no vamos a jugárnosla montando un traslador no autorizado.
— ¿No podía haberse aparecido junto a alguien? — preguntó Katie.
Hubo murmullos y ninguno de los profesores contestó. Harry se quedó sin saber si esa opción habría sido posible.
—Remus dice que vuelas muy bien —comentó Kingsley Shacklebolt con su voz grave.
—Vuela de maravilla —afirmó Lupin, que estaba mirando su reloj—.
— Parece un padre presumiendo de su hijo — rió una Hufflepuff de segundo.
Harry hizo una mueca y vio que Lupin le lanzaba una mirada furtiva antes de agachar la cabeza, incómodo. El comentario que le había hecho a Sirius también había afectado al profesor Lupin y, si era sincero, Harry se alegraba de que se hubiera dado por aludido también.
Bueno, será mejor que subas a hacer el equipaje, Harry. Tenemos que estar preparados cuando llegue la señal.
—Voy a ayudarte —dijo Tonks alegremente.
— Qué confianzas se toma — bufó Romilda. — Se acababan de conocer.
Tonks la miró como si fuera tonta y Romilda, tras darse cuenta, se ruborizó intensamente.
Siguió a Harry hasta el vestíbulo y subió con él la escalera, mirando alrededor con gran curiosidad e interés.
—Qué sitio tan raro —comentó—. Está demasiado limpio, no sé si me entiendes. Es poco natural. Ah, esto está mejor —añadió cuando entraron en la habitación de Harry y él encendió la luz.
— ¿Cómo tenías la habitación para que a Tonks le gustara? Debía ser un desastre absoluto — dijo Sirius con una sonrisa. Se veía claramente que seguía dolido, pero estaba intentando suavizar las cosas con Harry, así que él le devolvió una pequeña sonrisa.
Su habitación, en efecto, estaba mucho más desordenada que el resto de la casa. Confinado allí durante cuatro días y de muy mal humor, Harry no se había molestado en recoger nada. Casi todos los libros que tenía estaban esparcidos por el suelo, donde había intentado distraerse con cada uno de ellos, pero luego los había ido dejando tirados; tampoco había limpiado la jaula de Hedwig, que empezaba a oler mal; y su baúl estaba abierto, dejando ver un revoltijo de prendas muggles y túnicas de mago desparramadas a su alrededor por el suelo.
Hubo algunas risitas aisladas, pero sobre todo lo que Harry recibió fueron miraditas y más de una cara de asco.
Indignado, Harry pensó que seguro que muchos de los que lo miraban mal por el desorden tendrían sus habitaciones hechas una porquería.
Harry empezó a recoger libros y los metió muy deprisa en su baúl. Tonks se detuvo frente al armario abierto de Harry para mirar con ojo crítico la imagen que le devolvía el espejo de la cara interna de la puerta.
—Creo que el color violeta no es el que más me favorece —comentó con aire pensativo, tirando de un puntiagudo mechón de cabello—. ¿No crees que me da un aire un poco paliducho?
—Pues… —dijo Harry mirándola por encima de la cubierta de Equipos de quidditch de Gran Bretaña e Irlanda.
— Una respuesta muy útil, Harry — rió Ginny. Harry soltó un bufido.
— No me dio tiempo ni a mirarla bien antes de que cambiara de color — se quejó.
—Sí, no cabe duda —afirmó Tonks con rotundidad. A continuación cerró con fuerza los ojos dibujando una expresión crispada, como si intentara recordar algo. Un segundo más tarde, su cabello se había vuelto de un tono rosa chicle.
Se oyeron jadeos y gritos ahogados.
— ¿Cómo ha hecho eso? — exclamó Dennis.
— ¿En qué asignatura te enseñan a hacer eso? — saltó a la vez una niña de primero, emocionada.
— ¡Imagina las posibilidades! — le decía Lavender a Parvati.
Tonks sonrió orgullosa.
— Me temo que esa habilidad no puede enseñarse en un colegio — dijo Dumbledore amablemente, causando que muchos alumnos parecieran decepcionados.
—¿Cómo lo has hecho? —preguntó Harry, mirándola de hito en hito, cuando Tonks abrió los ojos.
—Soy una metamorfomaga —contestó ella, y volvió a mirarse en el espejo, girando la cabeza para verla desde todos los ángulos—.
— ¿Qué significa eso? — preguntó Hannah.
— Puedo cambiar mi aspecto como quiera. Mira — dijo Tonks, antes de poner cara de concentración. Ante los ojos de todo el comedor, su pelo se tornó de un rosa chillón muy intenso y su nariz se transformó en una que era extrañamente similar a la de Umbridge.
— ¡Guau!
— ¡Yo también quiero hacer eso!
— ¿Se puede aprender?
Tonks parecía complacida ante todos los cumplidos.
Quiere decir que puedo cambiar mi aspecto a mi antojo —añadió al ver en el espejo la expresión de perplejidad de Harry, que se hallaba detrás de ella—. Nací así. Obtuve un sobresaliente en Ocultación y Disfraces en el curso de auror sin estudiar ni gota. Fue genial.
Las miradas de admiración hacia Tonks no hacían más que aumentar.
—¿Eres una auror? —preguntó Harry impresionado. La carrera de cazador de magos tenebrosos era la única que él se había planteado hacer cuando terminara los estudios en Hogwarts.
Umbridge soltó un bufido que claramente ocultaba una risita sarcástica. Todavía tenía la mejilla un poco roja a causa del golpe que había recibido.
—Sí —respondió Tonks con orgullo—. Kingsley también lo es, aunque él tiene un rango superior. Yo sólo hace un año que terminé la carrera. Estuve a punto de suspender Sigilo y Rastreo. Soy tremendamente patosa; ¿no me has oído romper un plato cuando hemos llegado?
Hubo algunas risas pero Harry se dio cuenta de que nadie parecía estar riéndose de Tonks, sino de la situación. Seguían observándola con admiración e interés. Kingsley también recibía bastantes miradas, para sorpresa de Harry.
—¿Se puede aprender a ser metamorfomago? —preguntó Harry, incorporándose, sin acordarse en absoluto de que tenía que hacer el equipaje.
Tonks chasqueó la lengua.
—Seguro que a veces te gustaría ocultar esa cicatriz, ¿verdad?
Sus ojos buscaron la cicatriz con forma de rayo que Harry tenía en la frente.
Harry se estaba aplastando el flequillo contra la frente mucho antes de que los estudiantes pudieran quedarse mirándole. Por más que lo intentaba, no comprendía por qué todos sentían la necesidad de examinar su cicatriz con todo descaro.
—Sí, claro —murmuró Harry, y se dio la vuelta. No le gustaba que la gente le mirara la cicatriz.
— Ups. Perdón — se disculpó Tonks.
— No pasa nada — dijo Harry, pensando que al menos ella había tenido el detalle de disculparse. La decena de alumnos que ahora evitaban su mirada no parecían estar muy dispuestos a hacerlo.
—Bueno, me temo que tendrás que aprender de la forma más dura —dijo Tonks —. Hay muy pocos metamorfomagos, y no se hacen, sino que nacen. Casi todos los magos han de usar una varita mágica, o pociones, para alterar su aspecto. Pero debemos movernos, Harry; se supone que estamos haciendo el equipaje —añadió con aire culpable, mirando el desorden que había alrededor.
Muchos alumnos parecieron alicaídos al escuchar eso. Definitivamente, la habilidad para transformar tu aspecto a tu antojo resultaba muy atractiva para todos. Harry no podía negar que incluso él sentía un poco de envidia de Tonks.
—Sí, sí —coincidió él, y recogió unos cuantos libros más.
—No seas tonto, iremos mucho más rápido si me encargo yo. ¡Bauleo! —gritó Tonks, agitando su varita con un amplio movimiento sobre el suelo. Libros, ropa, telescopio y balanza se levantaron y volaron en tropel hacia el baúl—. No ha quedado muy ordenado —observó Tonks al acercarse al baúl y echar un vistazo al enmarañado interior—. Mi madre tiene una habilidad especial para hacer que las cosas se coloquen en orden ellas solas, y hasta consigue que los calcetines se doblen correctamente; pero yo nunca he sabido cómo lo hace. Hay que dar una especie de coletazo… —Agitó la varita, esperanzada.
— Eso no funcionará — murmuró la señora Weasley.
Uno de los calcetines de Harry dio una débil sacudida y volvió a caer sobre el desorden del baúl.
Tonks pareció algo avergonzada.
—Bueno —dijo Tonks cerrando de golpe la tapa—, por lo menos está todo dentro. A esa jaula tampoco le vendría mal un repaso. —Apuntó con la varita a la jaula de Hedwig—. ¡Fregotego! —Desaparecieron unas cuantas plumas y los excrementos—. Eso está un poco mejor. Nunca he acabado de cogerle el tranquillo a estos conjuros de las tareas domésticas. Bueno, ¿lo tienes todo? ¿El caldero? ¿La escoba? ¡Caramba! ¿Tienes una Saeta de Fuego?
— Una pregunta — dijo un chico de tercero. — ¿Por qué ella pudo hacer magia en la casa de Potter sin que el ministerio lo supiera? Cuando Dobby lo hizo, le echaron la culpa a Potter…
— Le echaron la culpa porque Dobby quería que así fuera — explicó la profesora Sprout. — Te sorprendería lo que pueden llegar a hacer los elfos domésticos con su magia.
Tonks abrió mucho los ojos al ver la escoba que Harry sujetaba con la mano derecha. Aquella escoba era su orgullo y su alegría, un regalo de Sirius, una escoba de profesional.
Sirius sonrió un poco al escuchar eso.
—Y yo todavía llevo una Cometa 260 —murmuró Tonks con envidia—. Vaya, vaya… ¿Todavía guardas la varita en los vaqueros? ¿Conservas las nalgas? Vale, nos vamos. ¡Baúl locomotor!
Algunos rieron a causa del comentario sobre las nalgas. Moody, sin embargo, le lanzó a Tonks una mirada severa.
— No es ninguna broma.
Tonks le sonrió despreocupadamente y siguió escuchando la lectura.
El baúl de Harry se elevó unos centímetros sobre el suelo. Sosteniendo la varita como si fuera una batuta de director de orquesta, Tonks hizo que el baúl cruzara volando la habitación y saliera por la puerta por delante de ellos; la bruja sostenía la jaula de Hedwig con la mano izquierda. Harry, que llevaba su escoba, la siguió por la escalera.
Entraron en la cocina y vieron que Moody ya había vuelto a ponerse el ojo, que después de la limpieza giraba tan rápido que Harry se mareó con sólo mirarlo.
Algunos miraron a Moody en ese momento, como si esperaran que su ojo se pusiera a girar como loco. El auror no debía tener ganas de recibir tanta miradita, porque decidió mantener su ojo mágico tan quieto como si se hubiera quedado paralizado. Harry no sabía si daba más miedo con un ojo giratorio o con la mirada fija en el mismo punto.
Kingsley Shacklebolt y Sturgis Podmore estaban examinando el microondas, y Hestia Jones se reía del pelapatatas que había descubierto mientras hurgaba en los cajones.
— ¿Qué tiene de gracioso un pelapatatas? — dijo Hermione, confundida.
— ¿Qué es un pelapatatas? — preguntó a la vez un chico de Hufflepuff.
— Creo que el nombre lo define muy bien — replicó un amigo suyo con sarcasmo, ganándose un codazo en las costillas.
Lupin estaba sellando una carta dirigida a los Dursley.
—Excelente —dijo Lupin, levantando la cabeza al ver entrar a Tonks y a Harry —. Creo que nos queda un minuto. Tendríamos que salir al jardín para estar preparados. Harry, he dejado una carta a tus tíos diciéndoles que no se preocupen…
—No se preocuparán —aseguró Harry.
Lupin suspiró.
— Ahora entiendo lo ciertas que eran esas palabras — dijo con voz queda.
—… que estás a salvo…
—Eso sólo los deprimirá.
— Otra verdad — dijo Hannah con una mueca.
—… y que los verás el verano que viene.
—¿Es inevitable?
Lupin sonrió, pero no contestó a su pregunta.
— Ahora sabemos que no es inevitable — dijo Ron. — El verano que viene no volverás.
Harry tuvo que contener el impulso de mandarlo a callar. No estaba preparado para tener esa discusión.
—Ven aquí, muchacho —dijo Moody con brusquedad, haciéndole señas a Harry con la varita para que se acercara—. Tengo que desilusionarte.
—¿Que tiene que hacerme qué? —preguntó Harry nervioso.
Se oyeron murmullos. Muchos alumnos tampoco sabían a qué se refería Moody.
— No me extraña que no sepáis nada, con la clase de profesores de defensa que habéis tenido — gruñó Moody.
—Un encantamiento desilusionador —explicó Moody mientras levantaba su varita—. Lupin dice que tienes una capa invisible, pero no te serviría mientras volamos; esto te disfrazará mejor. Allá vamos…
— Sería una pena perder la capa invisible volando — dijo Luna.
Le dio unos fuertes golpes en la coronilla, y Harry tuvo una extraña sensación, como si Moody le hubiera aplastado un huevo en la cabeza; a continuación, notó que unos fríos hilos recorrían su cuerpo desde el punto donde le había golpeado la varita.
— Eh, esa descripción es perfecta — notó Bill con una sonrisa.
— Sobre todo la parte del huevo — añadió Charlie.
—Muy bien, Ojoloco —celebró Tonks con admiración, contemplando la cintura de Harry.
Harry bajó la cabeza y se miró el cuerpo, o, mejor dicho, lo que había sido su cuerpo, pues ya no se parecía en nada a lo que era antes. No se había vuelto invisible, sino que había adoptado el color y la textura exactos de la cocina que tenía detrás. Por lo visto, se había convertido en un camaleón humano.
Muchos alumnos exclamaron y más de uno le pidió al profesor Flitwick que añadiera ese encantamiento a su clase.
— ¿La textura también la imita? ¡Guau! — dijo Dean, asombrado.
—Vámonos —urgió Moody, y abrió la puerta trasera con la varita para que todos salieran al jardín perfectamente cuidado de tío Vernon—. Una noche despejada — gruñó Moody, recorriendo el cielo con su ojo mágico—.Habría preferido que estuviera un poco nublado. Bueno, tú —le gritó a Harry— vamos a volar en formación cerrada. Tonks irá delante de ti, así que no te separes de su cola. Lupin te cubrirá desde abajo. Yo iré detrás de ti. Los demás nos rodearán. No hemos de romper filas bajo ningún concepto, ¿entendido? Si alguno de nosotros muere…
—¿Puede pasar? —preguntó Harry con aprensión, pero Moody no le hizo caso.
— A Moody le gusta ser dramático — dijo Sirius en voz alta, quizá porque notó que varias personas parecían alarmadas.
— Mira quién fue a hablar — replicó Tonks.
—… los otros que sigan volando, sin parar y sin romper filas. Si nos liquidan a todos nosotros y tú sobrevives, Harry, la retaguardia está en estado de alerta para entrar en acción; sigue volando hacia el este y ellos se reunirán contigo.
— Qué idea tan horrible — dijo una chica de tercero. — ¿De verdad era necesario ponerse en lo peor? No había que asumir que todos morirían.
— Dime, señorita. ¿Tiene usted una carrera como auror? — preguntó Moody. La chica se puso blanca y negó con la cabeza. — Pues entonces cállese.
—No seas tan jovial, Ojoloco, o el muchacho creerá que no estamos tomándonos esto en serio —intervino Tonks mientras ataba el baúl de Harry y la jaula de Hedwig a un arnés que colgaba de su escoba.
— Hasta Tonks te dijo que te estabas pasando — le dijo Lupin.
— Pero a Tonks le gusta llevarme la contraria — gruñó Moody.
—Sólo le explico el plan al muchacho —gruñó Moody—. Nuestra misión consiste en entregarlo sano y salvo en el cuartel general, y si morimos en el intento…
—No va a morir nadie —terció Kingsley Shacklebolt con su voz grave y tranquilizadora.
Algunos miraron a Kingsley con admiración, y Harry notó que varias chicas murmuraban y se reían.
—¡Montad en las escobas, ésa es la primera señal! —dijo Lupin, de repente, señalando el cielo.
Por encima de ellos, a lo lejos, una lluvia de brillantes chispas rojas había estallado entre las estrellas. Harry las reconoció al instante: eran chispas de varita.
— ¿No era una señal demasiado obvia? — preguntó Seamus. — Cualquier muggle podría haberla visto.
— Lo habrían confundido con fuegos artificiales — respondió Colin.
Pasó la pierna derecha por encima de su Saeta de Fuego, sujetó el mango con fuerza y notó que la escoba vibraba un poco, como si estuviera deseando tanto como él emprender el vuelo una vez más.
Wood sonrió al escuchar eso.
—¡Segunda señal, vámonos! —gritó Lupin cuando de nuevo estallaron chispas, esta vez verdes, por encima de sus cabezas.
Harry despegó con fuerza del suelo. El fresco aire nocturno le echó el pelo hacia atrás y los pulcros y cuidados jardines de Privet Drive empezaron a alejarse, encogiéndose rápidamente hasta formar un mosaico de cuadraditos verdes y negros, y la posible vista en el Ministerio desapareció de su mente, como si aquella ráfaga de aire la hubiera hecho salir de su cabeza.
— Debió ser agradable — dijo Katie con una sonrisa.
Harry asintió. Puede que hubiera pasado frío durante aquel viaje, pero había merecido la pena por ese momento de felicidad.
Tenía la sensación de que el corazón iba a explotarle de placer; volvía a volar, se alejaba volando de Privet Drive, como había soñado todo el verano, regresaba a casa… Durante unos maravillosos momentos, todos sus problemas quedaron reducidos a nada, se volvieron insignificantes en el inmenso y estrellado cielo.
— Volar siempre es bueno para olvidar cualquier problema — dijo Angelina.
—¡Todo a la izquierda, todo a la izquierda, hay un muggle mirando hacia arriba! —gritó de pronto Moody desde atrás. Tonks viró con brusquedad y Harry la siguió; vio cómo su baúl oscilaba peligrosamente detrás de la escoba de la bruja—. ¡Necesitamos más altitud! ¡Ascended cuatrocientos metros más!
— Es un milagro que no os vieran — dijo la señora Weasley.
El frío hizo que a Harry empezaran a llorarle los ojos a medida que seguían subiendo; en ese momento, debajo ya no veía nada más que las motitas de luz de las farolas y los faros de los coches. Quizá dos de aquellos minúsculos puntos de luz fueran los faros del coche de tío Vernon… Los Dursley debían de estar regresando a su casa, vacía ahora, rabiosos por el inexistente Concurso de Jardines…
Muchos se echaron a reír.
— Se merecían la decepción — dijo Fred.
— Yo les habría dejado un regalito en el jardín, para rematar la jugada — se oyó decir a Jimmy Peakes.
Aquella idea hizo reír a Harry, aunque su risa quedó apagada por el aleteo de las túnicas de los otros, los chasquidos del arnés que sujetaba su baúl y la jaula, y el rugido del viento en sus oídos, mientras volaban a toda velocidad. Hacía un mes que no se sentía tan vivo, tan feliz.
A Harry le sorprendió la cantidad de gente que sonrió al escuchar eso. Muchos parecían alegrarse de verdad por él, lo cual era extrañamente reconfortante.
—¡Virando a la izquierda! —gritó Ojoloco—. ¡Pueblo al frente! —Giraron hacia la izquierda para evitar pasar por encima de la telaraña de luces que tenían a sus pies —. ¡Virad al sudeste y seguid subiendo; más allá hay unas nubes bajas en las que podemos perdernos! —gritó Moody.
—¡No nos hagas pasar entre nubes! —repuso Tonks enojada—. ¡Vamos a quedar empapados, Ojoloco!
— ¿No podíais usar un encantamiento impermeable? — preguntó una chica de Ravenclaw.
Ninguno de los miembros de la Orden contestó, y Harry se preguntó si se debía a que a ninguno de ellos se le había ocurrido esa solución tan simple.
Harry sintió alivio al oír decir eso, pues tenía las manos agarrotadas alrededor del mango de la Saeta de Fuego. Lamentó no haberse puesto una chaqueta; estaba empezando a temblar.
La señora Pomfrey frunció el ceño y la señora Weasley suspiró, como si lo que más quisiera en el mundo fuera hacerle a Harry un caldito caliente y ponerle un abrigo.
De vez en cuando rectificaban la trayectoria según las indicaciones de Ojoloco. Harry entornaba al máximo los ojos frente a aquella corriente de viento helado que empezaba a producirle dolor de oídos; sólo recordaba haber pasado tanto frío encima de una escoba en una ocasión, durante un partido de quidditch contra Hufflepuff, en su tercer año de colegio, que habían jugado en medio de una tormenta.
— El partido en el que casi te rompes la cabeza — dijo Justin con una mueca.
La guardia de magos lo rodeaba continuamente como aves de presa gigantes.
Tonks bufó y Sirius soltó una risotada.
Harry perdió la noción del tiempo: ya no sabía cuánto rato llevaban volando, pero calculaba que por lo menos hacía una hora.
— Debían estar yendo a un lugar muy lejano — dijo una Slytherin de segundo, asombrada.
— O dando muchas vueltas — sugirió otro Slytherin.
—¡Virad al sudoeste! —gritó Moody—. ¡Tenemos que evitar la autopista!
Harry estaba tan helado que pensó con nostalgia en los secos y calentitos interiores de los coches que circulaban por debajo; y luego, con más nostalgia aún, en cómo habría sido un viaje con polvos flu. Quizá resultara incómodo girar en las chimeneas, pero al menos con las llamas no pasabas frío…
— Hasta las personas que más adoran volar tienen sus límites — sonrió la señora Hooch.
Wood parecía estar pensando que él no tenía esos límites y Harry, que lo conocía bien, estaba de acuerdo.
Kingsley Shacklebolt describió un círculo alrededor de Harry, mientras la calva y el pendiente destellaban un poco bajo la luz de la luna…
Eso provocó algunas risitas. Kingsley también sonrió.
En ese momento Emmeline Vance iba a su derecha, con la varita en la mano, girando la cabeza a derecha e izquierda… Entonces ella también pasó volando por encima de Harry y la sustituyó Sturgis Podmore…
—¡Deberíamos volver un instante sobre nuestros pasos, sólo para asegurarnos de que no nos siguen! —gritó Moody.
—¿Te has vuelto loco, Ojoloco? —gritó Tonks desde delante—. ¡Estamos todos helados hasta el palo de la escoba! ¡Si seguimos desviándonos de nuestro camino no llegaremos ni la semana que viene! ¡Además, ya falta poco!
— Así que no es que estuvieran yendo muy lejos, es que no dejaban de desviarse — resopló McLaggen. — ¿No sería más efectivo ir en línea recta? Con ese tiempo, dudo que alguien os estuviera siguiendo.
— Te lo creas o no, los mortífagos no se toman un día de vacaciones por un poco de lluvia— replicó Moody de mal humor.
—¡Ha llegado el momento de iniciar el descenso! —anunció la voz de Lupin—. ¡Tonks, Harry, seguidme!
— Menos mal que Remus fue la voz de la razón — dijo Tonks. — Moody nos habría tenido dando vueltas toda la noche si lo hubiéramos permitido.
Harry siguió a Tonks en una caída en picado. Se dirigían hacia el grupo de luces más grande que había visto hasta entonces, un enorme y extenso entramado de líneas relucientes con trozos negros intercalados.
— Debía ser una ciudad — notó Padma.
Harry se puso un poco nervioso. Cada detalle revelaba más y más la ubicación del cuartel. ¿Era necesario que todos supieran dónde se hallaba? Quedaría totalmente inutilizado después de la lectura… ¿Tendría que buscarse Sirius una nueva casa?
Siguieron bajando hasta que Harry empezó a distinguir faros y farolas, chimeneas y antenas de televisión. Estaba deseando llegar al suelo, aunque tenía la impresión de que deberían descongelarlo para separarlo de su escoba.
— Existen encantamientos para eso — sonrió el señor Weasley. — Pero no son muy agradables.
—¡Allá vamos! —gritó Tonks, y unos segundos más tarde había aterrizado. Harry tomó tierra justo detrás de ella y desmontó en una parcela de hierba sin cortar, en medio de una pequeña plaza. Tonks ya había empezado a desabrochar el arnés que sujetaba el baúl de Harry. El chico, tembloroso, miró a su alrededor. Las sucias fachadas de los edificios no parecían muy acogedoras; algunas tenían los cristales de las ventanas rotos, y éstos brillaban débilmente reflejando la luz de las farolas; la pintura de muchas puertas estaba desconchada, y junto a varios portales se acumulaba la basura.
Todo el mundo se había quedado en silencio al escuchar la descripción. Estaba claro que muchos se estaban rompiendo la cabeza para adivinar qué lugar era ese, y Harry pensó que era muy injusto. Sirius debería poder mantener la privacidad de su casa. La Orden debería poder mantener su cuartel en secreto.
—¿Dónde estamos? —preguntó Harry, pero Lupin, en voz baja, dijo: —Espera un minuto.
Moody hurgaba en su capa con las nudosas manos entumecidas por el frío.
—Ya lo tengo —masculló; a continuación, levantó algo que parecía un encendedor de plata y lo accionó.
— ¡Eh! ¡Eso ha salido antes! — chilló una chica de segundo.
— ¡Es de Dumbledore! — saltó esta vez un chico, de tercero.
Dumbledore sonrió enigmáticamente.
La farola más cercana hizo «pum» y se apagó.
— ¡Sí es! — el chico y la chica chocaron los cinco.
Volvió a accionar el artilugio, y se apagó la siguiente; siguió accionándolo hasta que todas las farolas de la plaza se hubieron apagado y la única luz que quedó fue la que procedía de unas ventanas con las cortinas echadas y la de la luna en cuarto creciente.
—Me lo prestó Dumbledore —dijo Moody, guardándose el apagador en el bolsillo—. Por si algún muggle asoma la cabeza por la ventana, ¿sabes? Y ahora en marcha, deprisa.
— Así que están en un barrio muggle — dijo Pansy, sorprendida.
Harry desearía que el libro dejara de dar detalles sobre Grimmauld Place.
Cogió a Harry por un brazo y lo guió por la parcela cubierta de hierba; cruzaron la calle y subieron a la acera. Lupin y Tonks los siguieron; transportaban el baúl de Harry entre los dos e iban flanqueados por el resto de la guardia, que llevaba las varitas en la mano.
De una de las ventanas del piso de arriba de la casa más cercana, salía música amortiguada. Un intenso olor a basura podrida se expandía desde el montón de bolsas de desperdicios que había al otro lado de una verja destrozada.
— Qué asco — se quejó Marietta, la amiga de Cho.
— Ese sitio suena horrible — añadió otra chica, también de Ravenclaw.
—Es aquí —murmuró Moody; le puso a Harry un trozo de pergamino en la desilusionada mano y acercó el extremo iluminado de su varita para que pudiera ver el texto—. Léelo rápido y memorízalo.
Eso despertó la curiosidad de muchos.
— ¿Era una contraseña? — sugirió Neville.
— Algo así — replicó Harry.
Harry miró el trozo de pergamino. La letra, de trazos estrechos, le resultaba vagamente familiar. El texto rezaba:
El cuartel general de la Orden del Fénix está ubicado en
La chica de Ravenclaw paró en seco. Algo confundida, le dio la vuelta a la página, pero no encontró nada.
— Así termina el capítulo — anunció, sorprendida, y el comedor se deshizo en murmullos y quejas.
— ¿Cómo va a acabar así? — bufó Pansy. — ¡Si la frase está a mitad!
— Debe ser un error de imprenta — ofreció la Ravenclaw, lanzándole al director una mirada confusa.
Dumbledore se puso en pie y cruzó la corta distancia que lo separaba del atril. Tomó el libro que la Ravenclaw le tendía y, tras examinarlo durante unos momentos, dijo en voz alta:
— Efectivamente, el capítulo termina así. Tiene sentido, por supuesto. ¿Por qué iban a revelarnos la ubicación exacta de un cuartel general secreto? Además, hay que tener en cuenta el encantamiento Fidelio...
Hubo protestas entre los estudiantes, pero ninguna de ellas sirvió para cambiar la situación. Harry debía admitir que resultaba un alivio saber que la ubicación de la casa de Sirius seguiría siendo un secreto. Sentía que ya había revelado demasiados secretos delante de todo el comedor y saber que iba a poder conservar aunque fuera uno solo le hacía sentirse algo mejor.
— ¿Quién quiere leer el siguiente? — preguntó Dumbledore.
Subió a la tarima un chico de Slytherin, de séptimo. Tomó el libro entre sus manos y, tras unos segundos de confusión, pasó de página.
— Eh…
— ¿Algún problema? — le preguntó el profesor Snape.
El Slytherin se giró para mirar al jefe de su casa, antes de anunciar frente a todo el comedor:
— Este capítulo no tiene título.
• LA HISTORIA NO ME PERTENECE LA PUEDES ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION : AUTOR Luxerii
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