lunes, 31 de enero de 2022

Leyendo la orden del fénix, capítulo 11

 La nueva canción del sombrero:


Sí, claro. Yo ya los vi el primer día que vine aquí —le explicó la chica—. Siempre han tirado de los carruajes. No te preocupes, estás tan cuerdo como yo.

— Eso no es muy tranquilizador… — murmuró Ron.

Luna esbozó una sonrisa y subió al mohoso carruaje detrás de Ron, y Harry la siguió sin estar muy convencido.

— Así termina — dijo la chica de Ravenclaw, marcando la página.

— ¿Puede leer el título del siguiente capítulo? — pidió Dumbledore amablemente.

— La nueva canción del Sombrero Seleccionador —anunció ella. Se oyeron murmullos entre los estudiantes, ya que la mayoría de ellos podía recordar lo curiosa que había sido la canción de principio de año.

La chica bajó de la tarima y regresó a su asiento.

— En este capítulo tiene que salir el discurso de Umbridge — susurró Hermione. — Prestad atención esta vez.

Harry y Ron asintieron de mala gana. Ya sabían lo que Umbridge había querido decir, ¿de verdad tenían que volver a tragarse aquel tostón?

— ¿Alguien se ofrece voluntario para leer el capítulo? — preguntó el director.

Solo dos personas levantaron la mano. Harry tardó varios segundos en darse cuenta del por qué: nadie quería leer la canción, por si les obligaban a cantarla frente a todos.

Curiosamente, ambas voluntarias ya habían leído en otras ocasiones, así que el director se vio obligado a escoger de nuevo a Demelza Robins.

La chica subió a la tarima muy contenta. Tomó el libro, lo abrió por la página correspondiente y comenzó a leer el capítulo sin más demora.

Harry no quería que los demás supieran que Luna y él tenían la misma alucinación, si eso es lo que era, de modo que no volvió a mencionar los caballos; simplemente se sentó en el carruaje y cerró la portezuela tras él.

Algunos rieron por lo bajo. Harry, sin embargo, no lo encontraba divertido. Habría deseado que fuera solo una alucinación compartida…

Con todo, no pudo evitar mirar las siluetas de los animales que se movían detrás de la ventanilla.

¿Habéis visto a Grubbly-Plank? —preguntó Ginny—. ¿Qué hace aquí? No se habrá marchado Hagrid, ¿verdad?

Hagrid le sonrió a Ginny, agradecido por su preocupación.

A mí no me importaría —dijo Luna—. No es muy buen profesor.

Hubo un silencio incómodo, seguido de algunas risitas que mayoritariamente pertenecían a alumnos de Slytherin. Hagrid se ruborizó, pero Luna se mantuvo impasible.

Más de un Gryffindor la miró mal.

¡Claro que lo es! —saltaron Harry, Ron y Ginny, enojados.

Ver que Harry y Ron lo habían defendido hizo que Hagrid les sonriera también.

Harry lanzó una mirada fulminante a Hermione, que carraspeó y dijo:

Sí, sí… Es muy bueno.

La sonrisa de Hagrid se escurrió.

— Sé que puedo mejorar… — dijo.

Hermione ahora parecía muy incómoda.

Pues a los de Ravenclaw nos da mucha risa —comentó Luna sin inmutarse.

Varios Ravenclaw murmuraron. Harry vio que algunos miraban mal a Luna, mientras otros evitaban la mirada de Hagrid.

Se ve que tenéis un sentido del humor muy raro —le espetó Ron mientras lasruedas del carruaje empezaban a moverse.

Hagrid le hizo un gesto de agradecimiento a Ron.

A Luna no pareció afectarle la tosquedad de Ron; más bien al contrario: se quedó mirándolo un buen rato como si fuera un programa de televisión poco interesante.

— Lo hace mucho — dijo una de las compañeras de cuarto de Luna. — Da muy mala espina…

— Es que está como una regadera — añadió otra.

Si Luna escuchó esos comentarios, ni se inmutó. Harry se sorprendió al darse cuenta de que le molestaban más a él que a ella. Había acabado tomándole aprecio a la chica.

Los coches, traqueteando y balanceándose, avanzaban en caravana por el camino.

Cuando pasaron entre los dos altos pilares de piedra, adornados con sendos cerdos alados en la parte de arriba, que había a ambos lados de la verja de los jardines del colegio, Harry se inclinó hacia delante para ver si había luz en la cabaña de Hagrid, junto al Bosque Prohibido, pero los jardines estaban completamente a oscuras.

— ¿Por qué están decorados con cerdos alados? — preguntó un niño de primero.

— Por el nombre de Hogwarts, idiota — replicó otro. — Hog es cerdo.

— Lo de los cerdos vale, ¿pero las alas? — insistió él.

— Pues…

Sin embargo, ninguno de los chicos supo responder a esa pregunta. Miraron a Dumbledore como pidiendo explicaciones, pero fueron totalmente ignorados.

El castillo de Hogwarts, sin embargo, se erguía ante ellos: un imponente conjunto de torrecillas, negro como el azabache contra el oscuro cielo, con alguna que otra ventana muy iluminada en la parte superior.

— El castillo es precioso de noche — sonrió Alicia Spinnet.

Los carruajes se detuvieron con un tintineo cerca de los escalones de piedra que conducían a las puertas de roble, y Harry fue el primero en apearse. Se dio la vuelta una vez más para comprobar si había alguna ventana iluminada cerca del bosque, pero no distinguió señales de vida en la cabaña de Hagrid.

Hagrid le dio las gracias a Harry, visiblemente conmovido.

Luego volvió a mirar de mala gana, porque todavía albergaba esperanzas de que hubieran desaparecido, a aquellas esqueléticas criaturas que conducían los carruajes, y vio que se habían quedado quietas y silenciosas en la fría noche, y que sus blancos e inexpresivos ojos relucían.

— Qué mal rollo — se quejó Dean.

— Esas criaturas parecen sacadas de una pesadilla — añadió Parvati, estremeciéndose.

Harry ya había tenido en otra ocasión la experiencia de percibir algo que Ron no podía ver, pero se había tratado de un reflejo en un espejo, algo mucho más incorpóreo que un centenar de sólidos animales lo bastante fuertes para tirar de una flota de carruajes.

— ¿Se refiere a lo del espejo de Erised? — preguntó Justin. — Porque al final Weasley también lo vio, no es una situación comparable.

— Pero es lo más parecido — respondió Hannah.

Si Luna no mentía, aquellas bestias siempre habían estado allí, aunque él nunca las había visto. Entonces ¿por qué podía percibirlas en ese momento, y su amigo no?

Hubo un pesado silencio que duró varios segundos. La respuesta a esa pregunta era mucho más incómoda de lo que todos habrían querido.

¿Vienes o qué? —le preguntó Ron.

¡Ah, sí! —respondió Harry rápidamente, y se unieron a la muchedumbre que corría escalones arriba y entraba en el castillo.

El vestíbulo resplandecía con la luz de las antorchas, y en él resonaban los pasos de los alumnos que caminaban por el suelo de losas de piedra hacia las puertas que había a la derecha, las cuales conducían al Gran Comedor donde iba a celebrarse el banquete de bienvenida.

A pesar de todo lo leído, y a pesar de estar en pleno diciembre, comenzó a extenderse por el comedor una emoción típica del primer día de colegio. Harry podía oír a los alumnos murmurar y le pareció que muchos miraban con nostalgia a esos primeros días de clase.

En parte, le parecía un poco ridículo, ya que apenas habían pasado unos meses. Por otro lado, si había alguien en ese comedor que comprendiera la emoción de regresar a Hogwarts, era él.

Los alumnos fueron sentándose a las cuatro largas mesas del Gran Comedor, que pertenecían a cada una de las casas del colegio, bajo un techo negro sin estrellas, idéntico al cielo que podía verse a través de las altas ventanas. Las velas que flotaban en el aire, sobre las mesas, iluminaban a los plateados fantasmas que había desperdigados por el comedor, así como los rostros de los alumnos, que hablaban con entusiasmo intercambiando noticias del verano, saludando a gritos a los amigos de otras casas y examinándose los recientes cortes de pelo y las nuevas túnicas.

Una vez más, Harry se fijó en que la gente inclinaba la cabeza para cuchichear entre sí cuando él pasaba a su lado; apretó los dientes e intentó hacer como que no lo había notado o que no le importaba.

— Tiene que ser muy incómodo — se compadeció Charlie.

Harry asintió.

Luna se separó de ellos al llegar a la mesa de Ravenclaw.

— Qué pena. Creo que podrían ser buenos amigos — dijo una chica de segundo.

— Ahora están sentados juntos — notó otra, y varias decenas de personas se giraron para comprobarlo.

Luna, que estaba sentada junto a Ginny y Neville, pareció sorprendida ante toda la atención.

En cuanto los demásllegaron a la de Gryffindor, a Ginny la llamaron unos compañeros de cuarto y fue a sentarse con ellos;

— Y ya no volverá a salir en todo el libro — rió una chica de tercero. — Es lo que pasó en el libro anterior.

Ginny se encogió de hombros.

— A saber.

— ¿Cómo que a saber? Tú debes saberlo perfectamente — replicó un chico, también de tercero.

Ginny respondió muy rápido:

— ¿Cómo voy a saberlo? Este libro habla del futuro.

Hubo unos segundos de silencio mientras algunos alumnos asimilaban la respuesta. Estaba claro por sus caras que a más de uno se le había olvidado ese detalle, cosa que Harry no conseguía entender. Estaba deseando leer el futuro.

Harry, Ron, Hermione y Neville encontraron cuatro asientos libres hacia la mitad de la mesa, entre Nick Casi Decapitado, el fantasma de la casa de Gryffindor, y Parvati Patil y Lavender Brown; éstas saludaron a Harry con tanta despreocupación y efusividad que el chico no tuvo ninguna duda de que habían dejado de hablar de él un segundo antes.

Parvati se atragantó con su propia saliva y Lavender se puso más roja que un tomate.

Pero Harry tenía cosas más importantes en que pensar: miraba por encima de las cabezas de los alumnos hacia la mesa de los profesores, que discurría a lo largo de la pared del fondo del comedor.

Ahí tampoco está.

Ron y Hermione recorrieron también la mesa con la mirada, aunque en realidad no hacía falta: por su estatura, Hagrid destacaba enseguida en cualquier lugar.

— Me parece adorable que estuvierais tan preocupados por él — dijo Katie.

No puede haberse marchado —comentó Ron, que parecía un tanto angustiado.

Claro que no —dijo Harry firmemente.

No le habrá… pasado nada, ¿verdad? —sugirió Hermione con inquietud.

No —respondió Harry de inmediato.

— Potter hablaba con mucha seguridad para no tener ni idea de lo que decía — resopló McLaggen.

— Estaba en estado de negación — replicó una chica de sexto.

Hagrid parecía muy conmovido.

Pero ¿entonces dónde está?

Se produjo una pausa, y luego Harry dijo en voz baja para que no lo oyeran Neville, Parvati y Lavender:

Parvati y Lavender parecieron un poco molestas, pero a Harry le dio igual.

A lo mejor todavía no ha vuelto. Ya sabéis…, de su misión, de eso que ha estado haciendo este verano para Dumbledore.

Algunos alumnos hicieron muecas de comprensión. Hagrid no dijo nada y Harry se alegró, porque Umbridge examinaba cada uno de sus gestos con la mirada.

Sí… Sí, debe de ser eso —coincidió Ron, más tranquilo; pero Hermione se mordió el labio inferior y siguió recorriendo la mesa de los profesores con la mirada, como si allí fuera a encontrar alguna explicación convincente a la ausencia de Hagrid.

— Chicos, no teníais por qué preocuparos tanto — dijo Hagrid, y Harry estaba seguro de que, de no estar en el comedor frente a todo el colegio, se habría levantado para darles un abrazo.

— Bueno, teniendo en cuenta la cara con la que regresó, no sé yo… — murmuró Ron.

¿Quién es ésa? —preguntó de pronto, señalando hacia la mitad de la mesa. Harry miró hacia donde indicaba su amiga.

Por las caras de algunos, sabían a quién se refería Hermione sin necesidad de que el libro lo dijera.

Primero se detuvo en la figura delprofesor Dumbledore, que estaba sentado en el centro en su silla de oro de alto respaldo, con una túnica de color morado oscuro salpicada de estrellas plateadas y un sombrero a juego.

— No sé dónde compra la túnica, pero debería cambiar de sitio — se oyó susurrar a Romilda Vane.

Dumbledore tenía la cabeza inclinada hacia la mujer que estaba sentada a su lado, que le decía algo al oído. Harry pensó que esa mujer parecía una tía solterona: era rechoncha y bajita, y tenía el cabello pardusco, corto y rizado.

Umbridge soltó un jadeo.

Se había puesto una espantosa diadema de color rosa que hacía juego con la esponjosa chaqueta de punto del mismo tono que llevaba sobre la túnica. Entonces la mujer giró un poco la cabeza para beber un sorbo de su copa, y Harry vio, con gran sorpresa, un pálido rostro que recordaba al de un sapo y dos ojos saltones y con bolsas.

— ¡Potter! ¡Exijo que no vuelva a dirigirse a mí con ese apelativo!

— Dolores… Potter no tiene control sobre… — empezó a decir Fudge, pero Umbridge lo interrumpió.

— ¡Pues me niego a que sigan leyendo esa palabra en voz alta! El próximo alumno que me llame sapo o me compare de algún modo con uno, se las verá conmigo — chilló. — ¡Y me da igual que lo ponga en el libro! ¡No lo lean!

Las risitas mal disimuladas de muchos alumnos no ayudaron a calmar su ira.

¡Es Umbridge!

¿Quién?

¡Estaba en la vista! ¡Trabaja para Fudge!

Bonita chaqueta —comentó Ron con una sonrisa irónica.

Umbridge le lanzó una mirada fulminante a Ron, que fingió no darse cuenta.

¡Trabaja para Fudge! —repitió Hermione frunciendo el entrecejo—. Entonces, ¿qué demonios hace aquí?

No lo sé…

Hermione volvió a recorrer la mesa de los profesores con los ojos entornados.

No —murmuró—, no, seguro que no…

— Pero era que sí — bufó Hermione.

— ¿Que sí que? — preguntó Neville.

— Que Fudge la había enviado para inmiscuirse en Hogwarts — replicó Hermione.

—Caray, qué rápido la calaste — dijo Dean, sorprendido.

— ¿De qué te sorprendes? Es Hermione — respondió Ron.

Hermione se ruborizó y Ron, viendo lo que había conseguido, sonrió muy ufano. Harry apartó la mirada porque el hecho de que sus amigos estaban saliendo le acababa de dar en todas las narices.

Harry no entendió a qué se refería, pero no se lo preguntó, pues en ese instante acaparaba su atención la profesora Grubbly-Plank, que acababa de aparecer detrás de la mesa de los profesores; fue hasta el extremo de la mesa y se sentó en el lugar que debería haber ocupado Hagrid.

— La echo de menos — murmuró Parvati y Harry la miró mal.

Eso significaba que los de primer año ya habían cruzado el lago y habían llegado al castillo; y en efecto, unos segundos más tarde se abrieron las puertas del Gran Comedor. Por ellas entró una larga fila de alumnos de primero, con pinta de asustados, guiados por la profesora McGonagall, que llevaba en las manos un taburete sobre el que reposaba un viejo sombrero de mago, muy remendado y zurcido, con una ancha rasgadura cerca del raído borde.

— Los de primero siempre parecen aterrados — dijo Wood.

— Solo hay que ponerse el sombrero, no es para tanto — se quejó Zacharias Smith, pero enseguida varias personas le llevaron la contraria.

— Hay familias enteras que pertenecen a la misma casa — dijo Susan Bones, muy seria. — Imagina la presión de cada hijo que sabe que, si lo envían a una casa distinta, su familia se sentirá decepcionada.

Los murmullos que llenaban el Gran Comedor fueron apagándose. Los de primer año se pusieron en fila delante de la mesa de los profesores, de cara al resto de los alumnos, y la profesora McGonagall dejó con cuidado el taburete delante de ellos y luego se apartó.

Los rostros de los de primero relucían débilmente a la luz de las velas. Había un muchacho hacia la mitad de la fila que temblaba.

Los chicos de primero intercambiaron miradas, preguntándose a cuál de ellos se refería el libro.

Durante un momento Harry recordó lo aterrado que él estaba el día que tuvo que esperar allí de pie a que le tocara el turno de someterse al examen que decidiría a qué casa pertenecería.

— Cuando pensabas que había que sacar un conejo del sombrero — dijo Hermione con una sonrisita.

Harry soltó un bufido.

El colegio entero permanecía expectante, conteniendo la respiración. Entonces la rasgadura que el sombrero tenía cerca del borde se abrió, como si fuera una boca, y el Sombrero Seleccionador se puso a cantar:

— ¡Canta, Robins!

— No me lo digáis dos veces — sonrió ella y, por desgracia, comenzó a cantar:

Cuando Hogwarts comenzaba su andadura y yo no tenía ni una sola arruga,

los fundadores del colegio creían que jamás se separarían.

Todos tenían el mismo objetivo, un solo deseo compartían:

crear el mejor colegio mágico del mundo y transmitir su saber a sus alumnos.

Muchos alumnos intentaban no reír, pero era difícil. Estaba claro que Demelza no estaba hecha para tener una carrera musical.

«¡Juntos lo levantaremos y allí enseñaremos!», decidieron los cuatro amigos

sin pensar que su unión pudiera fracasar. Porque ¿dónde podía encontrarse

a dos amigos como Slytherin y Gryffindor?

Ron soltó un bufido irónico.

El sentimiento era compartido por gran parte del comedor.

Sólo otra pareja, Hufflepuff y Ravenclaw, a ellos podía compararse.

¿Cómo fue que todo acabó mal? ¿Cómo pudieron arruinarse tan buenas amistades ?

Veréis, yo estaba allí y puedo contaros toda la triste y lamentable historia.

— Es verdad que el sombrero estaba allí — exclamó un chico de segundo.

— A veces se me olvida lo viejo que es — admitió Angelina.

Dijo Slytherin: «Sólo enseñaremos a aquellos que tengan pura ascendencia.»

Dijo Ravenclaw: «Sólo enseñaremos a aquellos de probada inteligencia.»

Dijo Gryffindor: «Sólo enseñaremos a aquellos que hayan logrado hazañas.»

Dijo Hufflepuff: «Yo les enseñaré a todos, y trataré a todos por igual.»

— Vamos, que Hufflepuff se quedó con las sobras — dijo Pansy con una sonrisita.

— ¡De eso nada! — exclamó Ernie. — Se quedó con los más trabajadores.

— ¡Y los más leales! — añadió Hannah.

Cada uno de los cuatro fundadores acogía en su casa a los que quería.

Slytherin sólo aceptaba

a los magos de sangre limpia y gran astucia, como él,

Los Slytherin se echaron a aplaudir.

mientras que Ravenclaw sólo enseñaba a los de mente muy despierta.

No queriendo quedarse atrás, los Ravenclaw se unieron.

Los más valientes y audaces

tenían como maestro al temerario Gryffindor.

Harry aplaudió tanto como los demás, aunque fuera solo por superar el nivel de ruido de los Slytherin.

La buena de Hufflepuff se quedó con el resto y todo su saber les transmitía.

Las cuatro casas acabaron aplaudiendo a la vez y Demelza sonreía, como si pensara que los aplausos iban dirigidos a ella y a su cante.

Cuando el comedor se hubo quedado en silencio, ella se aclaró la garganta y continuó cantando. Harry vio a Hermione rodar los ojos.

De este modo las casas y sus fundadores mantuvieron su firme y sincera amistad.

Y Hogwarts funcionó en armonía durante largos años de felicidad,

hasta que surgió entre nosotros la discordia, que de nuestros miedos y errores se nutría.

El tono de Demelza se tornó más lento y solemne.

Las casas que, como cuatro pilares,

habían sostenido nuestra escuela se pelearon entre ellas

y, divididas, todas querían dominar.

— Por culpa de Slytherin — gruñó Fred.

— Encima de cargarse la armonía, va y nos deja un basilisco suelto — bufó Angelina.

Entonces parecía que el colegio mucho no podría aguantar,

pues siempre había duelos y peleas entre amigos.

Hasta que por fin una mañana el viejo Slytherin partió,

y aunque las peleas cesaron, el colegio muy triste se quedó.

— Tendrían que haberse alegrado. Slytherin parece una mala persona — dijo una chica de segundo.

— ¡No hables así de uno de los mejores magos de la historia! — replicó uno de Slytherin, muy enfadado.

— Literalmente construyó una cámara secreta con un basilisco para matar hijos de muggles — respondió la chica. — Que le den. Me da igual lo impresionante que fuera su magia.

Muchos Slytherin parecían contrariados.

Y nunca desde que los cuatro fundadores quedaron reducidos a tres

volvieron a estar unidas las casas como pensaban estarlo siempre.

— Es difícil estar unido a gente que quiere verte muerto — dijo Colin con más frialdad de la que Harry jamás había escuchado en él.

Y todos los años el Sombrero Seleccionador se presenta, y todos sabéis para qué:

yo os pongo a cada uno en una casa porque ésa es mi misión,

pero este año iré más lejos, escuchad atentamente mi canción:

aunque estoy condenado a separaros creo que con eso cometemos un error.

— Lo he pensado muchas veces — admitió Dumbledore. — Cada vez estoy más convencido de que os asignamos una casa demasiado pronto. Once años no son suficientes para formar el carácter. Y quizá el sombrero tenga razón y directamente sea un error hacer separaciones.

— Pero entonces no habría casas — protestó un chico de primero.

— ¡Ni habría equipos de quidditch!

— ¿Cómo dividirían dónde dormimos? ¿Y las salas comunes?

— ¡A mí me gustan las casas!

Hubo protestas por todo el comedor. Aceptando la derrota, Dumbledore le indicó a Demelza que siguiera cantando.

Aunque debo cumplir mi debery cada año tengo que dividiros,

sigo pensando que así no lograremos eliminar el miedo que tenemos.

Yo conozco los peligros, leo las señales, las lecciones que la historia nos enseña,

y os digo que nuestro Hogwarts está amenazado por malignas fuerzas externas,

— O internas — bufó Ginny mirando a Umbridge.

y que si unidos no permanecemos por dentro nos desmoronaremos.

— Qué rima más horrible — se quejó Seamus.

Ya os lo he dicho, ya estáis prevenidos. Que comience la Selección.

Demelza dejó de cantar y pareció algo decepcionada cuando nadie aplaudió.

El sombrero se quedó quieto y su discurso fue recibido con un fuerte aplauso, aunque por primera vez, según recordaba Harry, se escucharon al mismo tiempo murmullos y susurros.

— Es que fue una canción muy rara — dijo Roger Davies.

Por todo el Gran Comedor los alumnos intercambiaban comentarios con sus vecinos, y Harry, mientras aplaudía como los demás, sabía con exactitud de qué hablaban.

Este año se ha ido un poco por las ramas, ¿no? —comentó Ron arqueando las cejas.

Pero tiene mucha razón —repuso Harry.

Harry escuchó voces por todo el comedor:

— ¿Potter también cree que no debería haber casas? Yo pensaba que le gustaba estar en Gryffindor.

— ¿Es que quiere cambiar de casa?

— ¿No os acordáis? Casi lo ponen en Slytherin…

— Potter está muy a gusto en Gryffindor — gruñó Harry. — Pero el sombrero tenía razón en lo de que debemos estar más unidos. Por lo que se nos viene encima.

Las voces cesaron y se hizo el silencio. Muchos intercambiaban miradas nerviosas. El recuerdo de que Voldemort había regresado y de que algún día acabarían de leer y tendrían que enfrentarse a esa realidad era muy inquietante.

El Sombrero Seleccionador solía limitarse a describir las diferentes cualidades que buscaba cada una de las casas de Hogwarts y su forma de seleccionar a losalumnos. Harry no recordaba que el Sombrero Seleccionador hubiera dado consejos al colegio.

— No que yo recuerde — dijo Bill.

Me pregunto si habrá hecho advertencias como ésta alguna otra vez —dijo Hermione con ansiedad.

Sí, ya lo creo —afirmó Nick Casi Decapitado dándoselas de entendido e inclinándose hacia ella a través de Neville (quien hizo una mueca, pues era muy desagradable tener a un fantasma atravesando tu cuerpo)—. El sombrero se cree obligado a prevenir al colegio siempre que…

— Yo sí recuerdo alguna advertencia — dijo Molly, pensativa.

— Yo también — se unió Lupin.

A Harry le habría gustado saber qué habían dicho esas canciones, pero suponía que sería un mensaje muy similar al que habían recibido ese año.

Pero la profesora McGonagall, que esperaba para empezar a leer la lista de alumnos de primer año, miraba a los ruidosos muchachos con aquellos ojos que abrasaban.

McGonagall pareció sentirse halagada ante esa descripción.

Nick Casi Decapitado se llevó un transparente dedo a los labios y se sentó remilgadamente tieso, y los murmullos cesaron de inmediato.

Hubo algunas risitas.

La profesora McGonagall, tras recorrer por última vez las cuatro mesas con el entrecejo fruncido, bajó la vista hacia el largo trozo de pergamino que tenía entre las manos y pronunció el primer nombre:

Abercrombie, Euan.

El susodicho dio un respingo. Sus amigos rieron por lo bajo.

El muchacho muerto de miedo en el que Harry se había fijado antes se adelantó dando trompicones y se puso el sombrero en la cabeza; sus grandes orejas impidieron que éste se le cayera hasta los hombros.

Se oyeron risitas burlonas. El chico estaba tan rojo que parecía que iba a explotar.

El sombrero caviló unos instantes, y luego la rasgadura que tenía cerca del borde volvió a abrirse y gritó:

¡Gryffindor!

Harry aplaudió con el resto de los de su casa mientras Euan Abercrombie iba tambaleándose hasta su mesa y se sentaba; parecía que estaba deseando que se lo tragara la tierra para que nadie volviera a mirarlo jamás.

Tenía una expresión muy similar en ese momento.

Cuando las risas hubieron disminuido, Demelza siguió leyendo.

Poco a poco, la larga fila de alumnos de primero fue disminuyendo. En las pausas que había entre la lectura de los nombres y la decisión del Sombrero Seleccionador, Harry oía cómo a Ron le sonaban las tripas. Finalmente seleccionaron a «Zeller, Rose» para Hufflepuff, y la profesora McGonagall recogió el sombrero y el taburete y se los llevó mientras el profesor Dumbledore se ponía en pie.

— Esta vez solo han dicho dos nombres — dijo una niña de primero, triste porque se había quedado sin la ya acostumbrada ronda de aplausos.

Pese a los amargos sentimientos que Harry había experimentado últimamente hacia su director, en ese momento lo tranquilizó ver a Dumbledore de pie ante los alumnos.

Harry se ruborizó. Agradecería que el libro no mencionara esos detalles.

Entre la ausencia de Hagrid y la presencia de los caballos con pinta de dragón, tenía la sensación de que su regreso a Hogwarts, tan esperado, estaba lleno de inesperadas sorpresas, como notas discordantes en una canción conocida. Sin embargo, la ceremonia era, al menos en aquel instante, como se suponía que debía ser: el director del colegio se levantaba para saludarlos a todos antes del banquete de bienvenida.

— La verdad es que ha sido un regreso a clases bastante raro — admitió Ron.

— Y un curso todavía peor — respondió Harry en voz baja.

A los nuevos —dijo Dumbledore con voz sonora, los brazos abiertos y extendidos y una radiante sonrisa en los labios— os digo: ¡bienvenidos! Y a los queno sois nuevos os repito: ¡bienvenidos otra vez! En toda reunión hay un momento adecuado para los discursos, y como éste no lo es, ¡al ataque!

— Siempre agradeceré que no se enrolle antes de comer — dijo Lee.

— Imagina tragarte los discursos con el estómago vació — Fred fingió desmayarse, haciendo reír a Angelina.

Las palabras de Dumbledore fueron recibidas con risas y aplausos, y el director se sentó con sumo cuidado y se echó la larga barba sobre un hombro para que no se le metiera en el plato, pues la comida había aparecido por arte de magia, y las cinco largas mesas estaban llenas a rebosar de trozos de carne asada, pasteles y bandejas de verduras, pan, salsas y jarras de zumo de calabaza.

— Podrían hacer banquetes así todas las noches — sugirió un chico de segundo.

— Entonces dejarían de ser algo especial — replicó una amiga suya.

Excelente —dijo Ron con un gemido de placer; luego agarró la bandeja de chuletas que tenía más cerca y empezó a amontonarlas en su plato bajo la nostálgica mirada de Nick Casi Decapitado.

Algunos pusieron los ojos en blanco.

¿Qué decía usted antes de que se iniciara la Ceremonia de Selección? —le preguntó Hermione al fantasma—. Eso de que el sombrero podía lanzar advertencias.

¡Ah, sí! —contestó Nick, contento de tener un motivo para apartar la mirada del plato de Ron, quien estaba comiendo patatas asadas con un entusiasmo casi indecente—.

Ron bufó al tiempo que muchas personas se echaban a reír.

— ¿Qué tiene de indecente? — resopló mirando a Harry, que se encogió de hombros.

— ¿A mí qué me dices? Pregúntale a quien haya escrito el libro.

La eterna pregunta del origen de los libros hizo que a Ron se le pasara rápido la vergüenza.

Sí, he oído al sombrero lanzar advertencias otras veces, siempre que ha detectado momentos de grave peligro para el colegio. Y, por supuesto, el consejo siempre ha sido el mismo: permaneced unidos, fortaleceos por dentro.

Demelza tardó unos momentos en seguir leyendo. Frunció el ceño y se acercó el libro a la cara antes de leer, muy despacio:

¿Cóbo va a fabeb um fombebo fi el cobefio ftá em belifro? —preguntó Ron.

— ¿Qué? — fue Padma quien preguntó, pero era lo que casi todo el comedor quería decir.

Tenía la boca tan llena que Harry creyó que era todo un logro que hubieraconseguido articular algún sonido.

Cuando todos entendieron la situación, muchos se echaron a reír. Ron parecía avergonzado de nuevo.

¿Cómo decís? —preguntó con mucha educación Nick Casi Decapitado mientras Hermione hacía una mueca de asco.

— Es que no se habla con la boca llena — lo regañó su madre.

Ron tenía las orejas rojas.

Ron tragó como pudo y repitió:

¿Cómo va a saber un sombrero si el colegio está en peligro?

No tengo ni idea —respondió el fantasma—. Bueno, vive en el despacho de Dumbledore, así que supongo que allí se entera de cosas.

— Tiene que ser un lugar genial para cotillear — dijo Lavender.

¿Y pretende que todas las casas sean amigas? —inquirió Harry echando un vistazo a la mesa de Slytherin, donde estaba Draco Malfoy rodeado de admiradores. Pues lo tiene claro.

— Lo mismo digo, Potter — bufó Malfoy.

Mirad, no deberíais adoptar esa actitud —les aconsejó Nick en tonoreprobatorio—. Cooperación pacífica, ésa es la clave. Nosotros, los fantasmas, pese a pertenecer a diferentes casas, mantenemos vínculos de amistad. Aunque haya competitividad entre Gryffindor y Slytherin, a mí ni se me ocurriría provocar una discusión con el Barón Sanguinario.

— A nadie se le ocurriría. Da verdadero pavor — dijo Ernie, estremeciéndose.

Ya, pero eso es porque le tiene usted miedo —aseguró Ron. Nick Casi Decapitado se ofendió mucho.

— Ay, Ron — suspiró su madre.

¿Miedo? ¡Creo poder afirmar que yo, sir Nicholas de Mimsy-Porpington, nunca jamás he pecado de cobarde! La noble sangre que corre por mis venas…

¿Qué sangre? —lo interrumpió Ron—. Pero si usted ya no tiene…

— ¡Ron!

— ¡Perdón, perdón!

La gente reía con ganas.

¡Es una forma de hablar! —exclamó Nick Casi Decapitado, tan enojado queempezó a temblarle aparatosamente la cabeza sobre el cuello medio rebanado—. ¡Espero tener todavía libertad para utilizar las palabras que se me antojen, dado que los placeres de la comida y de la bebida me han sido negados! Pero ¡ya estoy acostumbrado a que los alumnos se rían de mi muerte, os lo aseguro!

— ¡Pero si no se ha reído de él!

— Está loco.

— Es demasiado sensible.

La mayoría del comedor parecía ponerse de parte de Ron, a pesar de su poco tacto. Harry se preguntó, no por primera vez, si Nick estaría escuchando la lectura.

¡Ron no se estaba riendo de usted, Nick! —terció Hermione fulminando a su amigo con la mirada.

Por desgracia, éste volvía a tener la boca a punto de explotar, y lo único que consiguió decir fue: «Nunfa me gío fon ga boga gena», algo que Nick no consideró una disculpa adecuada. Se elevó, se colocó bien el sombrero con plumas y se fue hacia el otro extremo de la mesa, donde se sentó entre los hermanos Creevey, Colin y Dennis.

Muchos reían, incluidos Fred y George, que le hicieron a Ron un gesto de apoyo con la mano. La señora Weasley estaba exasperada.

Felicidades, Ron —le soltó Hermione.

¿Qué pasa? —protestó él, indignado; al fin había conseguido tragar la comida que tenía en la boca—. ¿No puedo hacer una sencilla pregunta?

Olvídalo —dijo Hermione con fastidio, y ambos estuvieron el resto de la cena callados y enfurruñados.

— Qué novedad — resopló Lavender.

Harry estaba tan acostumbrado a sus discusiones que no se molestó en intentar reconciliarlos; le pareció que empleaba mucho mejor su tiempo comiéndose el pastel de filete y riñones, y luego una gran ración de su tarta de melaza favorita.

— Haces bien — dijo Sirius.

Ron y Hermione parecían un poco avergonzados, pero más que nada se debía a la cantidad de gente que los miraba en ese momento.

Cuando todos los alumnos terminaron de comer y el nivel de ruido del Gran Comedor empezó a subir de nuevo, Dumbledore se puso una vez más en pie. Las conversaciones se interrumpieron al instante y todos giraron la cabeza para mirar al director. En ese momento Harry estaba maravillosamente amodorrado. Su cama de cuatro columnas lo esperaba arriba, blanda y calentita…

— Me da sueño de leerlo — dijo George, bostezando.

Bueno, ahora que estamos digiriendo otro magnífico banquete, os pido un instante de atención para los habituales avisos de principio de curso —anunció Dumbledore—. Los de primer año deben saber que los alumnos tienen prohibido entrar en los bosques de los terrenos del castillo, y algunos de nuestros antiguos alumnos también deberían recordarlo. —Harry, Ron y Hermione se miraron y rieron por lo bajo—.

McGonagall frunció el ceño, pero fue Filch quien habló:

— ¡Encima se ríen! ¡Incumplen las normas y se ríen! — Miraba a Harry con rabia y Dumbledore tuvo que pedirle que se calmara.

El señor Filch, el conserje, me ha pedido, y según dice ya van cuatrocientas sesenta y dos veces, que os recuerde a todos que no está permitido hacer magia en los pasillos entre clase y clase, así como unas cuantas cosas más que podéis revisar en la larga lista que hay colgada en la puerta de su despacho.

— Nadie mira esa lista — dijo Dean en voz baja, no queriendo enfadar a Filch de nuevo.

»Este año hay dos cambios en el profesorado. Estamos muy contentos de dar la bienvenida a la profesora Grubbly-Plank, que se encargará de las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas; también nos complace enormemente presentaros a la profesora Umbridge, la nueva responsable de Defensa Contra las Artes Oscuras.

— Oh, no. Nos vamos a tragar su discurso otra vez — se lamentó Fred.

— ¡Weasley! — La profesora Umbridge estaba indignada. — Le recuerdo lo que he dicho antes sobre las faltas de respeto.

— Solo ha dicho que no la llamemos sapo — replicó Fred.

— ¡Weasley!

— ¡Fred! — fue su madre quien habló, pero para pedirle que dejara de antagonizar a la profesora. Fred decidió hacer caso a su madre y quedarse callado.

Hubo un educado pero no muy entusiasta aplauso, durante el cual Harry, Ron y Hermione se miraron un tanto angustiados; Dumbledore no había especificadodurante cuánto tiempo iba a dar clase la profesora Grubbly-Plank.

— Solo unos meses, como veis — sonrió Hagrid.

Después el director siguió diciendo:

Las pruebas para los equipos de quidditch de cada casa tendrán lugar en…

Se interrumpió e interrogó con la mirada a la profesora Umbridge. Como no era mucho más alta de pie que sentada, se produjo un momento de confusión ya que nadie entendía por qué Dumbledore había dejado de hablar;

— ¿Cómo que no soy muy…? ¡No soy tan baja! — exclamó Umbridge. — ¡Este libro no deja de difamarme!

— Una descripción física no constituye difamación — replicó la profesora McGonagall. — Señorita Robins, continúe…

pero entonces la profesora Umbridge se aclaró la garganta, «Ejem, ejem», y los alumnos se dieron cuenta de que se había levantado y de que pretendía pronunciar un discurso.

Dumbledore sólo vaciló unos segundos; luego se sentó con elegancia y miró con interés a la profesora Umbridge, como si lo que más deseara fuera oírla hablar.

— Se le da muy bien actuar — notó Sirius.

Otros miembros del profesorado no fueron tan hábiles disimulando su sorpresa. Las cejas de la profesora Sprout habían subido hasta la raíz de su airosa melena, y la profesora McGonagall tenía la boca más delgada que nunca.

McGonagall y Sprout intercambiaron miradas cómplices.

Era la primera vez que un profesor nuevo interrumpía a Dumbledore. Muchos alumnos sonrieron; era evidente que aquella mujer no tenía ni idea de cómo funcionaban las cosas en Hogwarts.

— Evidentemente, si hubiera sabido cómo funcionaban las cosas antes habría realizado muchos más cambios — bufó la profesora Umbridge.

Gracias, señor director —empezó la profesora Umbridge con una sonrisa tonta —, por esas amables palabras de bienvenida.

Tenía una voz muy chillona y entrecortada, de niña pequeña, y una vez más Harry sintió hacia ella una aversión que no podía explicarse;

Demelza levantó la mirada del libro, miró a Harry durante un instante y sonrió antes de volver a leer:

lo único que sabía era que todo en ella le resultaba repugnante, desde su estúpida voz hasta su esponjosa chaqueta de punto de color rosa.

— ¡Potter! — chilló Umbridge, su voz aguda resonando sobre las risas de gran parte del comedor. — ¡Castigado de nuevo!

— ¿Necesita que se lo repita, Dolores? — se metió McGonagall. — No puede castigar a Potter por algo que solo ha pensado.

— ¡Me ha llamado repugnante!

— No, no lo ha hecho. Solo lo ha pensado — replicó McGonagall, impasible.

Umbridge estaba furiosa y Harry se alegró mucho cuando Demelza siguió leyendo, porque empezaba a pensar que la profesora le echaría un maleficio.

La profesora Umbridge volvió a carraspear («Ejem, ejem») y continuó su discurso.

¡Bueno, en primer lugar quiero decir que me alegro de haber vuelto a Hogwarts! —Sonrió, enseñando unos dientes muy puntiagudos—. ¡Y de ver tantas caritas felices que me miran!

Harry echó un vistazo a su alrededor. Ninguna de las caras que vio tenía el aspecto de sentirse feliz. Más bien al contrario, todas parecían muy sorprendidas de que se dirigieran a ellas como si tuvieran cinco años.

— Dolores… Ya son mayorcitos — se oyó murmurar a Fudge.

La profesora Umbridge tenía cara de haber chupado algo muy amargo.

¡Estoy impaciente por conoceros a todos y estoy segura de que seremos muy buenos amigos!

Al oír aquello, los alumnos se miraron unos a otros; algunos ya no podían contener una sonrisa burlona.

— ¿Por qué les habla como si fueran bebés? — Tonks estaba muy confundida.

— Creo que piensa que son tontos — dijo Sirius.

Estoy dispuesta a ser amiga suya mientras no tenga que ponerme nunca esa chaqueta —le susurró Parvati a Lavender, y ambas rieron por lo bajo.

— ¡Castigada! ¡Eso sí lo ha dicho!

— Dolores, no sea ridícula — bufó McGonagall.

A Harry le pareció que Umbridge estaba perdiendo la cabeza.

La profesora Umbridge se aclaró la garganta una vez más («Ejem, ejem»), pero cuando habló de nuevo su voz ya no sonaba tan entrecortada como antes. Sonaba mucho más seria, y ahora sus palabras tenían un tono monótono, como si se las hubiera aprendido de memoria.

— Lo había memorizado, sin duda — murmuró Hermione.

El Ministerio de Magia siempre ha considerado de vital importancia laeducación de los jóvenes magos y de las jóvenes brujas. Los excepcionales dones con los que nacisteis podrían quedar reducidos a nada si no se cultivaran y desarrollaran mediante una cuidadosa instrucción. Las ancestrales habilidades de la comunidad mágica deben ser transmitidas de generación en generación para que no se pierdan para siempre. El tesoro escondido del saber mágico acumulado por nuestros antepasados debe ser conservado, reabastecido y pulido por aquellos que han sido llamados a la noble profesión de la docencia.

— ¿En serio tenemos que volver a escucharlo? — la interrumpió Zacharias. — Ya lo hemos oído.

— Lo siento. No hay elección — se disculpó Dumbledore.

Umbridge miraba a Zacharias como si fuera un insecto asqueroso.

Al llegar a ese punto la profesora Umbridge hizo una pausa y saludó con una pequeña inclinación de cabeza al resto de los profesores, pero ninguno le devolvió el saludo. Las oscuras cejas de la profesora McGonagall se habían contraído hasta tal punto que parecía un halcón, y a Harry no se le escapó la mirada de complicidad que intercambió con la profesora Sprout, mientras Umbridge carraspeaba otra vez y seguía con su perorata.

McGonagall y Sprout parecieron sorprendidas de que Harry hubiera captado ese detalle.

— Te fijas en todo — dijo Parvati, también asombrada.

Cada nuevo director o directora de Hogwarts ha aportado algo a la gran tarea de gobernar este histórico colegio, y así es como debe ser, pues si no hubiera progreso se llegaría al estancamiento y a la desintegración. Sin embargo, hay que poner freno al progreso por el progreso, pues muchas veces nuestras probadas tradiciones no aceptan retoques. Un equilibrio, por lo tanto, entre lo viejo y lo nuevo, entre la permanencia y el cambio, entre la tradición y la innovación…

— Qué tostón — se quejó McLaggen.

Umbridge iba a regañarlo, pero tantos alumnos le dieron la razón que decidió quedarse callada.

Harry notó que su concentración disminuía, como si su cerebro se conectara y se desconectara. El silencio que siempre se apoderaba del Gran Comedor cuando hablaba Dumbledore estaba rompiéndose, pues los alumnos se acercaban unos a otros y juntaban las cabezas para cuchichear y reírse.

— Es que era para reírse — dijo Padma.

— Esa es tu opinión — le espetó Umbridge.

En la mesa de Ravenclaw, Cho Chang charlaba la mar de animada con sus amigas.

El comedor se llenó de risitas y silbidos y Harry se ruborizó.

Cho le pedía a sus amigas que no rieran, pero no sirvió de nada.

Unos cuantos asientos más allá, Luna Lovegood había sacado El Quisquilloso.

Luna se sorprendió mucho al escuchar su nombre.

— Gracias por fijarte — sonrió, y Harry no supo cómo responder.

Mientras tanto, en la mesa de Hufflepuff, Ernie Macmillan era uno de los pocos que seguían mirando fijamente a la profesora Umbridge, pero tenía los ojos vidriosos y Harry estaba seguro de que sólo fingía escuchar en un intento de hacer honor a la nueva insignia de prefecto que relucía en su pecho.

Ernie se puso tan rojo que podría haber pasado por Weasley. Muchos reían en ese momento y Umbridge seguía furiosa. Murmuraba con Fudge y estaba claro que estaba desahogándose con el hombre, que parecía cansado de escucharla.

La profesora Umbridge no pareció reparar en la inquietud de su público. Harry tenía la impresión de que si se hubiera desatado una revuelta delante de sus narices, ella habría continuado, impasible, con su discurso. Los profesores, a pesar de todo, seguían escuchando con atención, y Hermione parecía pendiente de cada una de las palabras que pronunciaba, aunque, a juzgar por su expresión, no eran de su agrado.

Umbridge dejó de murmurar con Fudge para mirar a Hermione con desdén.

—… porque algunos cambios serán para mejor, y otros, con el tiempo, se demostrará que fueron errores de juicio. Entre tanto se conservarán algunas viejas costumbres, y estará bien que así se haga, mientras que otras, desfasadas y anticuadas, deberán ser abandonadas. Sigamos adelante, así pues, hacia una nueva era de apertura, eficacia y responsabilidad, decididos a conservar lo que haya queconservar, perfeccionar lo que haya que perfeccionar y recortar las prácticas que creamos que han de ser prohibidas.

— Lo único que hay que recortar son sus clases — murmuró Ginny.

Y tras pronunciar esa última frase la mujer se sentó. Dumbledore aplaudió y los profesores lo imitaron, aunque Harry se fijó en que varios de ellos sólo juntaban las manos una o dos veces y luego paraban. Unos cuantos alumnos aplaudieron también, pero el final del discurso, del que en realidad sólo habían escuchado unas palabras, pilló desprevenidos a casi todos, y antes de que pudieran empezar a aplaudir como es debido, Dumbledore ya había dejado de hacerlo.

— El profesor Dumbledore tampoco aplaudió mucho tiempo, la verdad — dijo Katie. — Creo que a nadie le gustó ese discurso.

Muchas gracias, profesora Umbridge, ha sido un discurso sumamente esclarecedor —dijo con una inclinación de cabeza—. Y ahora, como iba diciendo, las pruebas de quidditch se celebrarán…

Sí, sí que ha sido esclarecedor —comentó Hermione en voz baja.

No me irás a decir que te ha gustado —repuso Ron mirándola con ojos vidriosos—. Ha sido el discurso más aburrido que he oído jamás, y eso que he crecido con Percy.

Hubo risas y Percy soltó un bufido.

— No compares — se quejó.

— Tus discursos sobre los culos de los calderos eran casi tan apasionantes como este — dijo Fred. — Sin ofender.

Percy volvió a bufar e ignoró a su hermano.

He dicho que ha sido esclarecedor, no que me haya gustado —puntualizó Hermione—. Ha explicado muchas cosas.

¿Ah, sí? —dijo Harry con sorpresa—. A mí me ha parecido que tenía mucha paja.

— Eso pensamos todos — dijo Angelina.

Había cosas importantes escondidas entre la paja —replicó Hermione con gravedad.

¿En serio? —se extrañó Ron, que no comprendía nada.

Como, por ejemplo, «hay que poner freno al progreso por el progreso». O «recortar las prácticas que creamos que han de ser prohibidas».

Dumbledore asentía.

¿Y eso qué significa? —preguntó Ron, impaciente.

Te voy a decir lo que significa —respondió Hermione con tono amenazador—. Significa que el Ministerio está inmiscuyéndose en Hogwarts.

— Gracias por el resumen — dijo Seamus.

— He escuchado ese discurso dos veces y sigo sin haberme enterado de nada — admitió Dennis Creevey.

De pronto se produjo un gran estrépito a su alrededor; era evidente que Dumbledore los había despedido a todos, porque los alumnos se habían puesto en pie y se disponían a salir del Gran Comedor. Hermione se levantó muy atolondrada.

¡Ron, tenemos que enseñar a los de primero adónde deben ir!

¡Ah, sí! —exclamó Ron, que lo había olvidado—. ¡Eh, eh, vosotros! ¡Enanos!

¡Ron!

Algunos de primero miraron con reproche a Ron.

— Ron, no puedes llamarlos así — La señora Weasley estaba cada vez más exasperada con su hijo, que simplemente se encogió de hombros.

Es que lo son, míralos… Son pequeñísimos.

¡Ya lo sé, pero no puedes llamarlos enanos! ¡Los de primer año! —llamó Hermione con tono autoritario a los nuevos alumnos de su mesa—. ¡Por aquí, por favor!

— No es que seamos pequeños, es que tú eres muy alto — dijo con valentía un niño de primero de Gryffindor.

— Yo no soy tan alto y también me parecéis enanos — comentó Seamus, indignando aún más a los chiquillos.

Un grupo de alumnos desfiló con timidez por el espacio que había entre la mesa de Gryffindor y la de Hufflepuff; todos ponían mucho empeño en no colocarse a lacabeza del grupo. Realmente parecían muy pequeños; Harry estaba seguro de que él no lo parecía tanto cuando llegó por primera vez a Hogwarts.

— Lo parecías — le aseguró Wood. — Lo cual nos vino muy bien para el equipo. ¡Los buscadores tienen que ser ligeros!

Les sonrió, y un muchacho rubio que estaba junto a Euan Abercrombie se quedó petrificado, le dio un codazo y le susurró algo al oído. Euan puso la misma cara de susto y miró de reojo a Harry, quien notó que su sonrisa resbalaba por su cara como una mancha de jugo fétido.

— ¡Qué maleducados! — se quejó Hannah.

Euan y su amigo agacharon las cabezas. Sin embargo, tras unos segundos, el amigo se atrevió a mirar a Harry y a decir:

— Perdona por eso, Potter. Después de leer El Profeta todo el verano… bueno…

— Ya… No te preocupes — le dijo Harry, más que incómodo.

Hasta luego —les dijo tristemente a Ron y a Hermione, y salió solo del Gran Comedor haciendo todo lo posible por ignorar los susurros, las miradas y los dedos que lo señalaban al pasar.

— La gente no tiene consideración ninguna — suspiró la profesora Sprout.

Mantuvo la mirada al frente mientras se abría paso entre la multitud que llenaba el vestíbulo, subió a toda prisa la escalera de mármol, tomó un par de atajos y no tardó en dejar atrás al resto de los alumnos.

Qué estupidez no haber imaginado que ocurriría algo así, pensó, furioso, mientras recorría los pasillos de los pisos superiores, que estaban casi vacíos.

— La verdad es que lo tenías que haber imaginado — dijo un chico de séptimo. — Es raro, no sueles ser tan optimista.

— Cada vez que es optimista algo sale mal — respondió una chica de sexto con una mueca.

Claro que todo el mundo lo miraba; dos meses antes había salido del laberinto del Torneo de los tres magos con el cadáver de un compañero en los brazos y asegurando haber visto cómo lord Voldemort volvía al poder. Al finalizar el curso anterior no había tenido tiempo para dar explicaciones antes de que todos volvieran a sus casas (en caso de que hubiera querido dar al colegio un informe detallado de los terribles sucesos ocurridos en el cementerio).

— Las explicaciones que nos dieron fueron muy confusas y no calaron bien antes de que tuviéramos que regresar a casa — dijo Angelina. — Y después estuvimos todo el verano leyendo mentiras. No me malinterpretes, Harry, yo siempre te he creído. Pero para mucha gente han sido unos meses muy confusos.

Harry había llegado al final del pasillo que conducía a la sala común de Gryffindor y se había parado frente al retrato de la Señora Gorda cuando se dio cuenta de que no sabía la nueva contraseña.

Esto… —comenzó a decir con desánimo, mirando fijamente a la Señora Gorda, que se alisó los pliegues del vestido de raso de color rosa y le devolvió una severa mirada.

Si no me dices la contraseña, no entras —dijo con altanería.

—Vaya humos — bufó Sirius.

— Imagina lo que diría si fueras tú quien intentara entrar de nuevo — dijo Tonks con una sonrisita.

— Le daría un ataque — suspiró Lupin.

¡Yo la sé, Harry! —exclamó alguien que llegaba jadeando; Harry se dio la vuelta y vio que Neville corría hacia él—. ¿Sabes qué es? Por una vez no se me va a olvidar… —afirmó agitando el raquítico cactus que le había enseñado en el tren—.¡Mimbulus mimbletonia!

Correcto —dijo la Señora Gorda, y su retrato se abrió hacia ellos, como si fuera una puerta, y en la pared dejó a la vista un agujero redondo por el que entraron Harry y Neville.

— Qué casualidad — dijo un chico de segundo.

— Dudo que lo fuera — añadió otro. — Quizá le pidió a la profesora McGonagall que la cambiara.

— No, fue casualidad — confirmó McGonagall, y muchos parecieron impresionados.

La sala común de Gryffindor, una agradable habitación circular llena de destartaladas y blandas butacas y viejas y desvencijadas mesas, parecía más acogedora que nunca. Un fuego chisporroteaba alegremente en la chimenea y había varios alumnos calentándose las manos frente a él antes de subir a sus dormitorios; al otro lado de la estancia Fred y George Weasley estaban colgando algo en el tablón deanuncios.

— ¿Colgando algo? — preguntó Bill.

— Nada importante — dijo Fred demasiado rápido.

Harry les dijo adiós con la mano y fue directo hacia la puerta del dormitorio de los chicos; en ese momento no estaba de humor para charlar. Neville lo siguió.

Dean Thomas y Seamus Finnigan ya habían llegado al dormitorio y habían empezado a cubrir las paredes que había junto a sus camas con pósters y fotografías. Cuando Harry abrió la puerta estaban hablando, pero se interrumpieron en cuanto lo vieron. El chico se preguntó si estarían hablando de él, y luego se preguntó también si tendría paranoias.

— No eran paranoias — dijo Ron, mirando a Seamus fijamente.

El chico estaba notablemente nervioso. Harry no podía culparlo: él tampoco tenía ningunas ganas de leer aquella pelea.

¡Hola! —los saludó, y después se dirigió hacia su baúl y lo abrió.

¡Hola, Harry! —respondió Dean, que estaba poniéndose un pijama con los colores del West Ham—. ¿Has pasado un buen verano?

No ha estado mal —masculló Harry, pues le habría llevado toda la noche hacer un verdadero relato de sus vacaciones, y no estaba preparado para afrontarlo—. ¿Y tú?

— ¿"No ha estado mal"? — repitió Katie. — Vaya forma de resumirlo.

— Es que decir que estuvo encerrado todo el verano, le atacaron unos dementores, casi lo expulsan de Hogwarts y le rompen la varita, tuvo una vista frente al Wizengamot... — Colin iba enumerando con los dedos. — Y que terminó el verano en el cuartel de la resistencia Anti-Quien-Ya-Sabeis... Es demasiado largo.

Sí, muy bueno —contestó Dean con una risita—. Mejor que el de Seamus, desde luego. Estaba contándomelo.

¿Por qué? ¿Qué ha pasado, Seamus? —preguntó Neville mientras colocaba con mucho cuidado su Mimbulus mimbletonia sobre su mesilla de noche.

Muchos miraron a Seamus con curiosidad. Los que lo hicieron notaron que el chico parecía estar deseando irse de allí.

Seamus no contestó enseguida; estaba complicándose mucho la vida para asegurarse de que su póster del equipo de quidditch de los Kenmare Kestrels quedara completamente recto. Al fin contestó, aunque todavía estaba de espaldas a Harry.

— Lo del póster era una excusa para ganar tiempo — susurró Hermione.

Mi madre no quería que volviera.

¿Qué dices? —Harry, que se disponía a quitarse la túnica, se quedó parado.

No quería que volviera a Hogwarts.

Seamus se dio la vuelta y sacó el pijama de su baúl, pero sin mirar a Harry.

— Oh, no — Angelina miró a Seamus de reojo. — Creo que está claro a dónde va esto...

Pero ¿por qué? —preguntó éste, perplejo. Sabía que la madre de Seamus era bruja y por lo tanto no entendía por qué tenía una actitud más propia de los Dursley. Seamus no contestó hasta que hubo terminado de abotonarse el pijama.

Al escuchar la mención a los Dursley, Harry se tensó. Saber que estaban escuchándolo todo todavía le sorprendía.

Bueno —respondió con voz tranquila—, supongo que… por ti.

¿Qué quieres decir? —inquirió Harry rápidamente.

El corazón le latía muy deprisa y tenía la extraña sensación de que algo se le caía encima.

— Ay, pobrecito — dijo Romilda.

— ¿Se van a pelear? — preguntó un chico de segundo a la vez.

Ni Harry ni Seamus respondieron.

Bueno —continuó Seamus, esquivando la mirada de su compañero—, es que… Esto… Bueno, no sólo por ti, sino también por Dumbledore…

¿Se ha creído lo que cuenta El Profeta? —se extrañó Harry—. ¿Cree que soy un mentiroso y que Dumbledore es un viejo chiflado?

Seamus levantó la cabeza y miró a Harry.

Sí, más o menos.

— Uf, qué incómodo — dijo Alicia con una mueca.

— ¿Pero Finnegan también se ha creído las mentiras del Profeta o solo ha sido su madre? — preguntó una chica de séptimo.

Aunque todos querían saber la respuesta, Seamus no abrió la boca.

Harry no dijo nada. Tiró su varita encima de la mesilla de noche, se quitó la túnica, la metió de cualquier manera en el baúl y sacó el pijama. Estaba harto; harto de que todos se quedaran mirándolo y hablaran de él a sus espaldas. Si los demás lo supieran, si tuvieran una leve idea de lo que era ser siempre el centro de atención… La estúpida de la señora Finnigan no se enteraba de nada, pensó rabioso.

Seamus hizo una mueca.

— No tenía ni idea de que esa noche ya venías de mal humor por ese tema. Creo que fue un mal momento para contártelo...

— ¿Tú crees? — respondió Ron por Harry.

Se metió en la cama, pero cuando iba a correr las cortinas del dosel, Seamus dijo:

—Oye…, ¿qué pasó aquella noche? La noche en que…, ya sabes, cuando…, lo de Cedric Diggory y todo eso…

— ¿En serio se lo ha preguntado? — exclamó una chica.

Varias personas miraban a Seamus como si fuera el ser con menos tacto del mundo.

Seamus parecía nervioso y expectante al mismo tiempo. Dean, que estaba inclinado sobre su baúl intentando sacar una zapatilla, se quedó de pronto muy quieto y Harry comprendió que estaba escuchándolos.

¿Por qué me lo preguntas? —replicó Harry—. Sólo tienes que leer El Profeta como tu madre, ¿no? Así podrás enterarte de todo lo que quieras saber.

— Oh, Harry... — suspiró Hermione.

— ¿Qué? — dijo él.

— No tenías por qué responder así. Seamus hizo la pregunta que todo el mundo quería saber — dijo ella, tratando de ser delicada con sus sentimientos.

No funcionó.

— Se había creído las mentiras del Profeta— se defendió Harry. — Cinco años de amistad y va y se cree lo que dicen los periódicos.

— Te estaba preguntando a ti lo que pasó — dijo Parvati. — Si hubiera creído ciegamente en el Profeta, no te habría preguntado nada.

Harry odiaba que lo que decían tuviera sentido. Seamus estaba callado, con aspecto nervioso y, como Harry no dijo nada, Demeza siguió leyendo.

No te metas con mi madre —le espetó Seamus.

Me meto con cualquiera que me llame mentiroso —contestó Harry.

¡No me hables así!

Escuchando la discusión, Harry empezaba a sentirse bastante mal.

Te hablo como me da la gana —estalló Harry; se estaba poniendo tan furioso que agarró la varita, que había dejado en la mesilla de noche—. Si tienes algún inconveniente en compartir dormitorio conmigo, ve y pídele a McGonagall que te cambie… Así tu madre no tendrá que preocuparse por ti…

¡Deja a mi madre en paz, Potter!

— Potter se está pasando — se oyó decir a un chico de Hufflepuff.

— Yo creo que Finnegan se lo merecía por no confiar en él — dijo otro.

— ¡Pero si Finnegan intentó preguntarle su versión de los hechos! ¿Qué culpa tiene de que Potter estuviera de mal humor y lo pagara con él?

La discusión continuó y McGonagall tuvo que pedir silencio.

¿Qué pasa aquí?

Ron acababa de entrar por la puerta. Con los ojos como platos, miró primero a Harry, que estaba arrodillado en la cama apuntando con la varita a Seamus, y luego a Seamus, que estaba de pie con los puños levantados.

— No hacía falta sacar la varita — bufó McGonagall.

¡Está metiéndose con mi madre! —gritó Seamus.

¿Qué? —se extrañó Ron—. Harry nunca haría eso. Conocimos a tu madre y nos cayó muy bien…

¡Eso fue antes de que empezara a creer al pie de la letra todo lo que dice sobre mí ese asqueroso periódico! —exclamó Harry a grito pelado.

— Harry se lo está tomando demasiado mal.

— ¡Tiene motivos para tomárselo así!

— ¡No! ¡Está exagerando!

— ¡Se supone que Seamus era su amigo!

¡Oh! —dijo Ron, que empezaba a comprender—. Ya veo…

¿Sabes qué? —chilló Seamus acaloradamente, lanzando a Harry una mirada cargada de veneno—. Tiene razón, no quiero compartir dormitorio con él; está loco.

— Normal que lo pensara si Potter acababa de apuntarle con la varita — bufó Zabini.

Eso está fuera de lugar, Seamus —aseguró Ron, cuyas orejas comenzaban a ponerse coloradas, lo cual siempre indicaba peligro.

¿Fuera de lugar, dices? —chilló Seamus, que a diferencia de Ron estaba poniéndose muy pálido—. Tú te crees todas las chorradas que cuenta sobre Quien-tú-sabes, ¿no? Te tragas todo lo que cuenta, ¿verdad?

— ¿Veis? Finnegan se había creído lo del Profeta.

— ¡No se lo creyó hasta que Potter empezó a actuar como un loco y a apuntarle con la varita!

— ¡Pues yo creo que sí!

Harry y Seamus continuaban sin decir nada.

¡Pues sí! —contestó Ron muy alterado.

Entonces tú también estás loco —afirmó Seamus con desprecio.

¿Ah, sí? ¡Pues mira, amigo, por desgracia para ti, además de estar loco soy prefecto! —dijo Ron señalándose la insignia con un dedo—. ¡Así que, si no quieres que te castigue, vigila lo que dices!

— ¡Buena esa, Ron! — lo animó Fred.

Ron se ruborizó.

Durante unos instantes pareció que Seamus creía que un castigo era un precio razonable por decir lo que en aquellos momentos le pasaba por la cabeza; sin embargo, hizo un ruidito desdeñoso con la boca, se dio la vuelta, se metió en la cama de un brinco y cerró las cortinas con tanta violencia que se desengancharon y cayeron formando un polvoriento montón en el suelo.

— Entonces, ¿seguís peleados? — preguntó Colin.

Harry miró a Seamus, que parecía muy inseguro.

— Las cosas se han suavizado — replicó Harry.

— Ahora sé la verdad — dijo Seamus en cuanto escuchó la respuesta de Harry. — Y entiendo por qué te lo tomaste tan mal...

— Y... yo entiendo que debí parecer un loco — admitió Harry. La descripción de cómo se había puesto a apuntar con la varita a Seamus desde la cama le había desagradado bastante.

Seamus le sonrió tentativamente y Harry, tras unos segundos, le devolvió el gesto.

— Qué bonito — se oyó murmurar a Lavender y Parvati.

Sintiéndose más ligero que antes, Harry siguió escuchando la lectura.

Ron miró desafiante a Seamus y luego miró a Dean y a Neville.

¿Hay alguien más cuyos padres tengan algún problema con Harry? —preguntó con agresividad.

Mis padres son muggles —dijo Dean encogiéndose de hombros—. No saben nada de ninguna muerte ocurrida en Hogwarts porque no soy tan idiota como para contárselo.

— Haces bien. Los míos se lo tomaron muy mal — admitió un chico de sexto.

¡No sabes cómo es mi madre, es capaz de sonsacarle lo que sea a cualquiera! —le espetó Seamus—. Además, tus padres no reciben El Profeta. No se han enterado de que a nuestro director lo han echado del Wizengamot y de la Confederación Internacional de Magos porque está perdiendo la cabeza…

Seamus miró a Dumbledore con nerviosismo, pero el director no parecía ofendido.

Mi abuela dice que eso son tonterías —intervino Neville—. Afirma que el que está perdiendo los papeles es El Profeta, y no Dumbledore. Así que ha cancelado la suscripción. Nosotros creemos en Harry —concluyó con rotundidad. Luego se metió en la cama y se tapó con las sábanas hasta la barbilla. Miró a Seamus con cara de sabiondo y añadió—: Mi abuela siempre ha dicho que Quien-tú-sabes regresaría algún día, y asegura que si Dumbledore dice que ha vuelto, es que ha vuelto.

— ¡Bien, Neville! — exclamó Sirius, provocando que Neville saltara. — Así se habla.

Los gemelos se inclinaron para darle un montón de palmadas en la espalda a Neville, que acabó muy confuso y algo adolorido.

En ese momento Harry sintió una oleada de gratitud hacia Neville.

Neville, muy sorprendido y todavía aturdido por las palmadas, le sonrió a Harry.

Nadie más dijo nada, y Seamus cogió su varita mágica, reparó las cortinas de la cama y desapareció tras ellas. Dean también se acostó, se dio la vuelta y se quedó callado. Neville, que al parecer tampoco tenía nada más que añadir, miraba con cariño su cactus, débilmente iluminado por la luz de la luna.

Eso hizo reír a mucha gente, incluido al propio Neville.

Harry se quedó tumbado mientras Ron iba de aquí para allá, alrededor de la cama de al lado, poniendo sus cosas en orden. A Harry le había afectado mucho la discusión con Seamus, que siempre le había caído muy bien. ¿Quién más iba a insinuar que mentía o que estaba trastornado?

Seamus pareció conmovido al saber que la discusión había afectado a Harry. Abrió la boca como para decir algo, pero no debió ocurrírsele nada, cosa que Harry agradeció internamente.

¿Habría tenido que soportar Dumbledore algo parecido aquel verano, cuando primero lo echaron del Wizengamot y luego de la Confederación Internacional de Magos? ¿Acaso estaba enfadado con Harry y por eso llevaba meses sin hablar con él?

— Por supuesto que no —dijo Dumbledore en voz alta.

Ahora Harry ya lo sabia, pero era agradable oírlo de nuevo.

A fin de cuentas, ambos estaban metidos en aquel lío; Dumbledore había creído a Harry, había defendido su versión de los hechos ante el colegio en pleno y luego ante la comunidad de los magos. Cualquiera que pensara que Harry era un mentiroso debía creer lo mismo de Dumbledore, o que lo habían engañado…

— Si alguien cree que Potter puede engañar a Dumbledore, es muy iluso... — dijo un chico de tercero.

«Al final se sabrá que tenemos razón», pensó Harry, que se sentía muy desgraciado, mientras Ron se metía en la cama y apagaba la última vela que quedaba encendida en el dormitorio. Luego se preguntó cuántos ataques como el de Seamus debería soportar antes de que llegara ese momento.

— No fue un ataque. No pretendía serlo — dijo Seamus rápidamente.

— Ahora ya da igual — replicó Harry, que deseaba dejarlo todo atrás.

— Así acaba el capítulo — anunció Demelza, cerrando el libro.


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Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

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