Luna Lovegood:
Harry no le hizo caso. Se sentía mayor, más que nunca, y le parecía increíble que, apenas una hora antes, hubiera estado preocupado por una tienda de artículos de broma y por quién había recibido una insignia de prefecto y quién no.
Se hizo un silencio solemne. Harry miró hacia la mesa de profesores y notó lo sombrías que se habían vuelto sus expresiones.
— Durante un momento, tuviste las preocupaciones normales de un chico de quince años — dijo la señora Pomfrey, rompiendo el silencio. — Es una pena que la noche acabara así.
— Ese es el final — anunció el chico.
Nadie dijo nada. El chico marcó la página y bajó de la tarima. Dumbledore esperó hasta que se hubo sentado para decir:
— Continuemos. ¿Alguien se ofrece a leer el siguiente?
Varias personas levantaron la mano, aunque Harry jamás entendería por qué lo hacían. ¿Qué gracia le veían a leer en voz alta frente a todo el colegio?
El director escogió a una chica de séptimo de Ravenclaw, que subió a la tarima siendo animada por sus amigas. Una vez allí, tomó el libro y dijo:
— Este capítulo se titula: Luna Lovegood.
Varias decenas de personas se giraron para mirar a Harry y a Luna. Harry tardó varios segundos en darse cuenta de que las miradas venían acompañadas de risitas, murmullos y gestos sugestivos.
— Vaya, Potter. ¿Ya te has olvidado de Chang?
— ¡Al menos elige a alguien más normal que Lovegood!
— ¡Qué bonito! ¿Desde cuando te gusta?
La voz de Malfoy sonó sobre todas las demás:
— ¿Hay un capítulo entero de la vida de Potter dedicado a Lovegood? — dijo, sorprendido.
— Ni siquiera sabía que eran tan amigos — admitió Pansy.
— Lo raro es que no haya uno dedicado a ti, Malfoy — replicó Fred, y lo peor es que parecía decirlo en serio.
Todos miraban a Harry y a Luna, que parecía asombrada.
— No me lo esperaba. ¡Qué emocionante! — dijo la chica sonriéndole a Harry, que no sabía dónde meterse.
— ¿Por qué…? — le susurró Ron, pero Harry no pudo responderle. Supuso que se hablaría del momento en el que conoció a Luna, ¿pero era tan importante como para llamar el capítulo entero por su nombre?
La chica de Ravenclaw comenzó a leer.
Harry durmió mal esa noche. Sus padres entraban y salían de sus sueños, pero nunca le hablaban;
— Eso es muy triste — dijo Lavender.
la señora Weasley lloraba sobre el cuerpo sin vida de Kreacher,
— Y eso es muy raro — añadió Ron, perplejo. — La cena no te sentó muy bien.
y Ron y Hermione, que llevaban coronas, la miraban;
— Madre mía. A Potter se le quedó trauma con lo de las insignias de prefecto — soltó McLaggen.
— No es eso — replicó Harry, pero tampoco podía darle otra explicación a esa parte del sueño que no fuera "Me moría de celos", así que no dijo nada más.
y una vez más, Harry iba por un pasillo que terminaba en una puerta cerrada con llave.
Pensar en ese pasillo resultaba muy frustrante para Harry. Las expresiones curiosas de sus compañeros no ayudaban a quitarle importancia al asunto.
Despertó sobresaltado, con picor en la cicatriz, y vio que Ron ya se había vestido y estaba hablándole.
—… date prisa, mamá está histérica, dice que vamos a perder el tren…
— ¿Te dolía la cicatriz? — Hermione tenía el ceño fruncido. — Qué raro… Parecía una pesadilla normal.
En la casa había mucho jaleo. Por lo que pudo oír mientras se vestía a toda velocidad, Harry comprendió que Fred y George habían encantado sus baúles para que bajaran la escalera volando, ahorrándose así la molestia de transportarlos, y éstos habían golpeado a Ginny y la habían hecho bajar dos tramos de escalones rodando hasta el vestíbulo;
— Ouch. Eso debió doler — dijo Dean.
— No te creas — respondió Ginny. — Aunque mi madre se llevó un buen susto.
— Ginny es de goma — añadió George, quitándole importancia, pero la mirada que le echó la señora Weasley bastó para que no dijera nada más.
la señora Black y la señora Weasley gritaban a voz en cuello.
—¡… PODRÍAIS HABERLE HECHO DAÑO DE VERDAD, IDIOTAS!
—¡… MESTIZOS PODRIDOS, MANCILLANDO LA CASA DE MIS PADRES!
A la señora Weasley le dio un escalofrío y Harry la escuchó murmurar "¿Me parezco a esa señora?".
Hermione entró corriendo en la habitación, muy aturullada, cuando Harry estaba poniéndose las zapatillas de deporte. La chica llevaba a Hedwig balanceándose en el hombro y a Crookshanks retorciéndose en los brazos.
—Mis padres me han devuelto a Hedwig.
La lechuza revoloteó obedientemente y se posó encima de su jaula.
— Es la lechuza más obediente y bonita que he visto nunca — dijo Hannah, y varias chicas le dieron la razón.
—¿Ya estás listo?
—Casi. ¿Cómo está Ginny? —preguntó Harry poniéndose las gafas.
Harry escuchó risitas provenir de varias zonas del comedor.
— Ha preguntado por ella —se oyó decir a una chica de tercero, y ella y sus amigas se echaron a reír por lo bajo.
— ¡Os dije que le gusta!
— ¿Pero qué pasa con Lovegood?
— ¡Lo de Lovegood seguro que no es nada! El problema es Granger.
— ¿Y Cho Chang?
— Creo que Potter tiene más relación con Malfoy que con ella…
Harry decidió dejar de escuchar, porque no creía ser capaz de asimilar todo eso a la vez. Le ardía la cara.
—La señora Weasley ya la ha curado. Pero ahora Ojoloco dice que no podemos irnos hasta que llegue Sturgis Podmore porque en la guardia falta un miembro.
No mucha gente notó las miradas que intercambiaron algunos miembros de la Orden.
—¿La guardia? —se extrañó Harry—. ¿Necesitamos una guardia para ir a King's Cross?
—Tú necesitas una guardia para ir a King's Cross —lo corrigió Hermione.
— A veces eres un poco cortito, Harry — dijo una chica de sexto.
Harry soltó un gruñido y no le contestó. ¡Ni siquiera la conocía! ¿Qué derecho tenía ella a decirle algo así?
—¿Por qué? —preguntó Harry con fastidio—. Tenía entendido que Voldemort intentaba pasar desapercibido, así que no irás a decirme que piensa saltar desde detrás de un cubo de basura para matarme, ¿verdad?
Hubo algunas risitas nerviosas.
— No bromees con eso — dijo Ernie con una mueca.
—No lo sé, eso es lo que ha dicho Ojoloco —replicó Hermione distraídamente, mirando su reloj—, pero si no nos vamos pronto, perderemos el tren, eso seguro…
—¿Queréis bajar ahora mismo, por favor? —gritó la señora Weasley.
— Me estoy estresando de oírla — se escuchó decir a alguien en la zona de Slytherin.
— El día de regreso a clases es estresante cuando tu mami no te hace la maleta — replicó Daphne, mirando a esa chica con desdén. La chica le devolvió el gesto con todas sus ganas.
Hermione pegó un brinco, como si se hubiera escaldado, y salió a toda prisa de la habitación.
La señora Weasley se disculpó con Hermione en voz baja.
Harry agarró a Hedwig, la metió sin muchos miramientos en su jaula y bajó la escalera, detrás de su amiga, arrastrando su baúl.
— Tienes que tratarla mejor — lo regañó Parvati.
Harry empezaba a ponerse de mal humor. Que en ese momento no se hubiera parado a hacerle cariñitos a Hedwig no significaba que no la cuidara.
El retrato de la señora Black lanzaba unos furiosos aullidos, pero nadie se molestó en cerrar las cortinas; de todos modos, el ruido que había en el vestíbulo la habría despertado otra vez.
—Qué agobio de casa — se quejó Romilda.
— ¿No podían hacerle un encantamiento silenciador? — sugirió Jimmy Peakes.
— Ninguno funcionaba — le dijo Tonks.
—Harry, tú vienes conmigo y con Tonks —gritó la señora Weasley para hacerse oír sobre los chillidos de «¡SANGRE SUCIA! ¡CANALLAS! ¡SACOS DE INMUNDICIA!»—. Deja tu baúl y tu lechuza; Alastor se encargará del equipaje… ¡Oh, por favor, Sirius! ¡Dumbledore dijo que no!
Un perro negro que parecía un oso había aparecido junto a Harry mientras éste trepaba por los baúles amontonados en el vestíbulo para llegar a donde estaba la señora Weasley.
Se oyeron algunos vítores y aplausos por parte de algunos alumnos.
Dumbledore suspiró y Snape le lanzó una mirada llena de repugnancia a Sirius, que no se dio cuenta, ya que estaba ocupado saludando a los alumnos que habían vitoreado.
—En serio… —dijo la señora Weasley con desesperación—. ¡Está bien, pero allá te las compongas!
— ¿Entonces pudo ir? — dijo Seamus, sorprendido.
— ¡Esto es inaudito! — saltó Umbridge. — ¡Un prófugo de la justicia en Kings Cross!
Sirius se encogió de hombros.
— Le recuerdo que yo no he matado a nadie — dijo en voz alta. Ella simplemente le dedicó la mirada más mordaz que pudo.
Luego abrió la puerta de la calle de un fuerte tirón y salió a la débil luz del día otoñal. Harry y el perro la siguieron. La puerta se cerró tras ellos, y los gritos de la señora Black dejaron de escucharse de inmediato.
— Debió ser un alivio — dijo Neville.
Varios Weasleys asintieron.
—¿Dónde está Tonks? —preguntó Harry, mirando alrededor, mientras bajaban los escalones de piedra del número…,
— Hay un hueco — dijo la chica de Ravenclaw. Sin esperar a que nadie dijera nada, siguió leyendo:
que desaparecieron en cuanto pisaron la acera.
—Nos espera allí —contestó la señora Weasley con tono frío apartando la vista del perro negro que caminaba con torpeza sin separarse de Harry.
— ¿Estaba enfadada con Tonks? — preguntó un chico de segundo.
— Con Tonks no, con Sirius, idiota — replicó un amigo suyo.
Sirius parecía estar enfadándose.
— Nadie puede culparme por querer despedirme de mi ahijado — declaró en voz alta.
La señora Weasley, asumiendo que el comentario iba hacia ella, replicó:
— Podías haberlo hecho en casa.
— Tampoco pasa nada porque tome el aire de vez en cuando. Y nadie me pilló — añadió Sirius.
Harry deseaba que no volvieran a pelearse. Sin embargo, no fueron ellos dos los que se enfrascaron en una discusión, sino el resto del comedor.
Tras escuchar fragmentos de varias conversaciones aquí y allá, Harry determinó que se habían formado dos bandos claramente diferenciados: los defensores de Sirius y sus detractores.
— Estáis siendo injustos con Black — decía un chico. — ¿Qué pasa porque salga un rato de esa casa? Tiene que ser una tortura vivir allí.
— Pasa que lo buscaba el ministerio — replicó otra. — Es muy irresponsable que se arriesgue de esa manera sabiendo que tiene un ahijado al que cuidar.
— ¿Cuidar? Si nunca ha cuidado a Potter — bufó una de Gryffindor. — ¡Es un egoísta!
— ¡De eso nada! — saltó otra. — Ha estado doce años en Azkaban. ¿Cómo quieres que cuidara a Harry desde allí?
— ¡Se os está yendo la cabeza! — se metió un chico, de Slytherin. — Dejad de atacar a Black, ya bastante tiene con la vida de mier…
— ¡Es que se lo busca él solito! ¿Quién le manda salir de casa?
— Es que es muy inmaduro.
— ¿Cómo va a madurar estando en Azkaban?
— ¡Dejad de juzgarlo! ¡Antes habéis hecho lo mismo! Cuando se puso triste porque Harry no se quedaría en casa con él, lo habéis llamado de todo.
— ¡Es que quería que expulsaran a Harry!
— ¡No es que quisiera eso! ¡Es normal sentirse triste cuando quieres compañía y no la vas a tener!
— ¡Dejad de justificar todo lo que hace!
— ¡SILENCIO!
Fue la voz amplificada de Dumbledore la que sonó sobre todas las demás, frenando en seco toda discusión. El director se había puesto en pie y observaba a todo el mundo con dureza. Harry, que no había dicho una palabra en todo ese rato, se alegró mucho que el director interviniera. Había querido defender a Sirius, pero ni siquiera había sabido a quién responder, porque todo el mundo se había puesto a discutir a gritos.
Sirius, por su parte, parecía más enfadado que antes. Harry lo había visto susurrarle algo a Lupin, que tampoco parecía muy contento.
— Creo que a todos se os está olvidando una parte fundamental de esta lectura — habló Dumbledore con voz enérgica. Todo el mundo se quedó en silencio para escucharle. — No estamos leyendo un libro de ficción, ni un cuento de hadas. Estamos leyendo la vida de personas reales. Es muy fácil juzgar sus palabras y sus acciones desde la comodidad del castillo y con la perspectiva que ya tenéis — Dumbledore pasaba la mirada de unos alumnos a otros, causando que muchos agacharan la cabeza o esquivaran su mirada. — Que sea fácil juzgar no significa que tengáis derecho a ello. Os recuerdo que las personas sobre las que estamos leyendo están aquí presentes. Tened un poco más de empatía.
Dumbledore volvió a sentarse, y esta vez fue Sirius quien habló:
— Os agradezco a todos los que me habéis defendido, pero también quiero recordaros que estamos leyendo el pasado. Ya no importa si he pasado meses encerrado en esa casa o no. Cuando acabemos la lectura y todo esto termine, seré libre — Miró directamente a Fudge, que se puso nervioso.
— Primero habrá que hacer un juicio. No cante victoria — se metió Umbridge.
Varias personas hablaron a la vez para defender a Sirius, pero fue él mismo quien replicó:
— Sí, habrá un juicio. Y lo ganaré. — Alzó una ceja y añadió: — Tengo todo lo que cuentan los libros. Tengo mis recuerdos y acceso a un pensadero. Tengo disponibles los recuerdos de varias personas sobre Peter Pettigrew. Podéis incluso usar veritaserum conmigo. ¿Y ustedes? ¿Qué tienen para demostrar que soy culpable? Ni siquiera hubo un juicio.
— Los testimonios de todas las personas que lo vieron asesinar a Pettigrew — replicó Umbridge, furiosa. — ¿Es que sus palabras no sirven de nada?
— ¿Es que a usted no le ha entrado en el cerebro nada de lo que hemos leído? — estalló la profesora McGonagall.
Umbridge jadeó.
— Dolores… — Fudge le dio una palmadita en el hombro. — Déjalo. Yo tampoco creo que Black fuera culpable.
Se hizo el silencio total. Muchos miraban a Fudge con la boca abierta.
— ¿Al fin lo admite? — dijo Sirius, fingiendo no estar sorprendido.
— Creo que tengo muchas cosas que admitir — respondió Fudge, abatido. — Continuemos con la lectura. Cuando todo esto acabe… En fin. Ya veremos.
Umbridge tenía cara de haber tragado algo muy amargo. Harry, por su parte, estaba en shock.
¿Acababa Fudge de decir…? ¿Eso implicaba que…? ¿Había aceptado que Voldemort había regresado? ¿Y que Sirius siempre fue inocente?
Una anciana los saludó cuando llegaron a la esquina. Tenía el cabello gris muy rizado y llevaba un sombrero de color morado con forma de pastel de carne de cerdo.
—¿Qué hay, Harry? —le preguntó guiñándole un ojo—. Será mejor que nos demos prisa, ¿verdad, Molly? —añadió mientras consultaba su reloj.
— Con ese atuendo debía llamar más la atención — bufó Demelza en voz baja.
— Podría ser peor. Podría llevar un bombín verde — susurró Lisa Turpin, y ambas se echaron a reír.
Por suerte, Fudge no las escuchó. Estaba ocupado murmurando algo con Umbridge, que se había puesto blanca.
—Ya lo sé, ya lo sé —gimoteó ésta mientras daba pasos más largos—, es que Ojoloco quería esperar a Sturgis… Si Arthur nos hubiera conseguido unos coches del Ministerio… Pero últimamente Fudge no le presta ni un tintero vacío…
Arthur evitó la mirada del ministro, que parecía algo avergonzado.
¿Cómo se las ingenian los muggles para viajar sin hacer magia?
— Ciencia — dijo Hermione en voz baja.
En ese momento, el enorme perro negro soltó un alegre ladrido y se puso a hacer cabriolas a su alrededor, corriendo detrás de las palomas y persiguiéndose la cola. Harry no pudo contener la risa.
También algunos reían en el comedor, aunque otros parecían seguir reprobando la conducta de Sirius. Sin embargo, nadie dijo nada, pues las palabras de Dumbledore estaban demasiado frescas en su memoria. Harry deseaba que el asunto continuara así.
No le gustaba nada la confianza con la que tanta gente estaba criticándole a él, a sus amigos y a su padrino. Como bien había dicho Dumbledore, no tenían derecho a juzgarles de ese modo. Todo se veía con mucha más claridad desde los sillones y sofás mullidos del comedor.
Sirius había pasado mucho tiempo encerrado en la casa. La señora Weasley, sin embargo, frunció los labios de forma muy parecida a como lo hacía tía Petunia.
La señora Weasley jadeó.
— ¿Ves, Molly? Estabas siendo tan estricta que Harry pensó en Petunia — dijo Sirius, aunque ya no parecía enfadado.
— Sigo pensando que tenía motivos para estar molesta. Fuiste contra las órdenes de Dumbledore — respondió la señora Weasley.
— Ni que Dumbledore fuera un ser todopoderoso que siempre tuviera razón — replicó Sirius. — Te recuerdo que dejó a Harry con los Dursley.
Harry hizo una mueca. Deseaba que Sirius no lo hubiera usado a él de ejemplo.
— Sirius, Dumbledore te acaba de defender. Sé amable — susurró Lupin, dándole un codazo.
— Cometo errores, desde luego — intervino Dumbledore, y a Harry le pareció que Sirius se cohibía un poco. — Dejarte tanto tiempo encerrado probablemente fue uno de ellos, no lo voy a negar. Pero siempre pensé en tu seguridad. Supongo que olvidé procurar también tu bienestar.
Sirius hizo un ruidito con la boca, pero no dijo nada.
Sin embargo, a Harry le dio la sensación de que algo había cambiado entre ellos. Que Dumbledore admitiera su error parecía haber calmado un poco la irritación de Sirius.
Tardaron veinte minutos en llegar a King's Cross a pie, y en ese rato no ocurrió nada digno de mención, salvo que Sirius asustó a un par de gatos para distraer a Harry.
Muchos sonrieron. Otros, como Lavender, se apiadaron de los gatos y miraron a Sirius con reproche.
Una vez dentro de la estación, se quedaron con disimulo junto a la barrera que había entre el andén número nueve y el número diez hasta que no hubo moros en la costa; entonces, uno a uno, se apoyaron en ella y la atravesaron fácilmente, apareciendo en el andén nueve y tres cuartos, donde el expreso de Hogwarts escupía vapor y hollín junto a un montón de alumnos que aguardaban con sus familias la hora de partir. Harry aspiró aquel familiar aroma y notó que le subía la moral… Iba a regresar a Hogwarts, por fin…
Harry no pudo evitar sonreír. Se pasaba los veranos esperando el sentimiento de volver a Hogwarts una vez más.
—Espero que los demás lleguen a tiempo —comentó la señora Weasley, nerviosa, y giró la cabeza hacia el arco de hierro forjado que había en el andén, por donde entraban los que iban llegando.
—¡Qué perro tan bonito, Harry! —gritó un muchacho con rastas.
—Gracias, Lee —respondió Harry, sonriente, y Sirius agitó con frenesí la cola.
Lee Jordan se echó a reír.
— ¡Qué fuerte! No sospechaba nada.
Sirius también sonrió.
La señora Weasley le lanzó a Sirius una mirada que claramente era una disculpa. Sirius se quedó observándola y, tras unos segundos, hizo un gesto con la cabeza que decía "No pasa nada. Vamos a olvidarlo." y le sonrió. Molly devolvió la sonrisa, si bien algo nerviosa.
A Harry ese pequeño intercambio le quitó un peso de encima que no se había dado cuenta que tenía. Sintiéndose mucho más ligero y animado, siguió escuchando la lectura.
—¡Ah, menos mal! —dijo la señora Weasley con alivio—. Ahí está Alastor con el equipaje, mirad…
Con una gorra de mozo que le tapaba los desiguales ojos, Moody entró cojeando por debajo del arco mientras empujaba un carrito donde llevaba los baúles.
— No me imagino a Moody con una gorra de modo — admitió Parvati en voz baja.
Lavender tenía el ceño fruncido y parecía que le estaba costando visualizarlo.
—Todo en orden —murmuró al llegar junto a Tonks y la señora Weasley—. Creo que no nos han seguido…
Unos instantes después, el señor Weasley apareció en el andén con Ron y Hermione. Casi habían descargado el equipaje del carrito de Moody cuando llegaron Fred, George y Ginny con Lupin.
— Qué vuelta a clases más complicada — se sorprendió Padma. — Y pensar que yo estaba agobiada por si me dejaba algún libro en casa…
Varias personas asintieron, compartiendo el sentimiento.
—¿Algún problema? —gruñó Moody. —Ninguno —contestó Lupin.
—De todos modos, informaré a Dumbledore de lo de Sturgis —afirmó Moody—. Es la segunda vez que no se presenta en una semana. Está volviéndose tan informal como Mundungus.
Esta vez, las miradas que intercambiaron algunos miembros de la Orden no pasaron desapercibidas.
— ¿Es por eso por lo que ese tal Podmore no está aquí? — preguntó Dennis. — ¿Lo habéis echado de la Orden?
— No, no es eso — replicó Lupin, pero no explicó nada más.
Viendo que la curiosidad colectiva no iba a satisfacerse, la chica siguió leyendo.
—Bueno, cuidaos mucho —dijo Lupin estrechándoles la mano a todos. Por último se acercó a Harry y le dio una palmada en el hombro—. Tú también, Harry. Ten cuidado.
— Qué bien me cae Lupin — dijo Parvati.
Lupin, sorprendido, le sonrió.
—Sí, no te metas en líos y ten los ojos bien abiertos —le aconsejó Moody al estrecharle la mano—. Y esto va por todos: cuidado con lo que ponéis por escrito. Si tenéis dudas, no se os ocurra escribirlas en vuestras cartas.
— Qué tensión, no poder ni siquiera escribir una carta con tranquilidad. ¿Cómo lo soportáis? — preguntó Hannah.
— No queda otra. La seguridad es más importante que el confort — gruñó Moody.
—Ha sido un placer conoceros —dijo Tonks abrazando a Hermione y Ginny—. Espero que volvamos a vernos pronto.
Hermione y Ginny sonrieron.
Entonces sonó un silbido de aviso; los alumnos que todavía estaban en el andén fueron apresuradamente hacia el tren.
—Rápido, rápido —los apremió la señora Weasley, atolondrada, abrazándolos a todos, y a Harry dos veces—.
Se oyeron risitas y Harry se ruborizó. Se sentía muy agradecido hacia la señora Weasley.
Escribid… Portaos bien… Si os habéis dejado algo ya os lo mandaremos… ¡Rápido, subid al tren!
El perro negro se levantó sobre las patas traseras y colocó las delanteras sobre los hombros de Harry,
— Qué mono — rió Katie.
pero la señora Weasley empujó al muchacho hacia la puerta del tren y susurró:
—¡Te lo suplico, Sirius, haz el favor de comportarte como un perro!
— Jo, qué forma de cargarse el momento — se quejó una chica de segundo.
— ¡No pasa nada porque se despidan! — dijo otra, alterada.
— Yo siempre le digo adiós a mi perro.
— Y yo a mi gato.
La señora Weasley parecía exasperada, pero no dijo nada más. Sirius, por el contrario, tenía aspecto de estar divirtiéndose.
—¡Hasta pronto! —gritó Harry desde la ventanilla abierta cuando el tren se puso en marcha, mientras Ron, Hermione y Ginny saludaban con la mano.
Las figuras de Tonks, Lupin, Moody y el señor y la señora Weasley se encogieron con rapidez, pero el perro negro corrió por el andén junto a la ventana, agitando la cola;
— ¡Qué adorable! — dijo una chica de sexto, y Harry se preguntó si se le había olvidado que estaba hablando de un hombre adulto y no de un perro.
— ¡Recuerdo haberlo visto!
— ¡Teníamos delante a Sirius Black!
El hecho de que Sirius Black había estado tan cerca de ellos sin que lo sospecharan parecía haber dejado a muchos en shock.
la gente que había en el andén reía viéndolo perseguir el tren; entonces éste tomó una curva y Sirius desapareció.
— ¿Por qué eso suena tan triste? — dijo Angelina con una mueca de dolor.
— No sé, pero qué pena — respondió Alicia.
A Harry, ver desaparecer a Sirius desde el tren le había dejado muy melancólico aquel día. Era curioso cómo recodar aquel instante bastaba para revivir el sentimiento.
—No ha debido acompañarnos —comentó Hermione, preocupada.
—Vamos, no seas así —dijo Ron—, hacía meses que no veía la luz del sol, pobre hombre.
Durante un momento, Harry temió que regresara la discusión sobre el tema, pero parecía que la charla de Dumbledore había tenido sus frutos. Nadie criticó a Sirius por haber ido a la estación, ni tampoco mostró su apoyo abiertamente. Por un instante, Harry se atrevió a imaginar que todo el colegio dejaría de juzgar cada detalle de lo que leían en los libros, pero sabía que eso no sucedería.
—Bueno —dijo Fred dando una palmada—, no podemos pasarnos el día charlando, tenemos asuntos de los que hablar con Lee. Hasta luego —se despidió, y George y él desaparecieron por el pasillo hacia la derecha.
— ¿Asuntos de los que hablar? — repitió la señora Weasley despacio. Cuando sus hijos no hicieron contacto visual con ella, suspiró. — Luego hablaremos de todo esto — dijo, y los gemelos intercambiaron miradas nerviosas.
El tren iba adquiriendo velocidad, y las casas que se veían por la ventana pasaban volando mientras ellos se mecían acompasadamente.
—¿Vamos a buscar nuestro compartimento? —propuso Harry. Ron y Hermione se miraron.
—Esto… —empezó a decir Ron.
— Los prefectos tienen un compartimento propio — se escuchó decir a Ernie.
—Nosotros… Bueno, Ron y yo tenemos que ir al vagón de los prefectos —dijo Hermione sintiéndose muy violenta.
Ron no miraba a su amigo, pues parecía muy interesado en las uñas de su mano izquierda.
Ron se ruborizó.
—¡Ah! —exclamó Harry—. Bueno, vale.
— Ay, no. ¡Pobre Harry! — se lamentó Lavender.
—No creo que tengamos que quedarnos allí durante todo el trayecto —se apresuró a añadir Hermione—. Nuestras cartas decían que teníamos que recibir instrucciones de los delegados, y luego patrullar por los pasillos de vez en cuando.
—Vale —repitió Harry—. Bueno, entonces ya…, ya nos veremos más tarde.
Harry podía notar las miradas de todos sobre él.
— Qué incómodo — murmuró Neville.
—Sí, claro —dijo Ron lanzándole una furtiva y nerviosa mirada a su amigo—. Es una lata que tengamos que ir al vagón de los prefectos, yo preferiría… Pero tenemos que hacerlo, es decir, a mí no me hace ninguna gracia. Yo no soy Percy —concluyó con tono desafiante.
Percy abrió la boca para decir algo, pero la chispa de enfado desapareció con tanta rapidez como había llegado.
—Ya lo sé —afirmó Harry, y sonrió.
— Harry lo está llevando con mucha más madurez de lo que esperaba — admitió Parvati.
— Yo sigo pensando que hacer prefectos a dos personas de un grupo de tres es cruel — dijo Katie. Harry estaba de acuerdo, por supuesto, pero no quería seguir arrastrando el tema. Prefería alegrarse por Ron y Hermione, aunque a veces resultara molesto o doloroso.
Pero cuando Hermione y Ron arrastraron sus baúles y a Crookshanks y a Pigwidgeon en su jaula hacia el primer vagón del tren, Harry tuvo una extraña sensación de abandono. Nunca había viajado en el expreso de Hogwarts sin Ron.
Se escucharon muchos "Ooooh" por todo el comedor.
— Qué triste — se lamentó Hannah.
— Y qué adorable — añadió una chica de cuarto al mismo tiempo.
Harry no quería mirar a Ron. Parecía que Ron compartía el sentimiento, aunque, sin cruzar miradas, le dio un par de palmaditas en la rodilla a modo de apoyo.
—¡Vamos! —le dijo Ginny—. Si nos damos prisa podremos guardarles sitio.
—Tienes razón —replicó Harry, y cogió la jaula de Hedwig con una mano y el asa de su baúl con la otra.
— Menos mal que está Ginny — dijo Susan. — Al menos no se quedó totalmente solo.
Luego echaron a andar por el pasillo mirando a través de las puertas de paneles de cristal para ver el interior de los compartimentos, que ya estaban llenos. Harry se fijó, inevitablemente, en que mucha gente se quedaba contemplándolo con gran interés, y varios daban codazos a sus compañeros y lo señalaban. Tras observar aquel comportamiento en cinco vagones consecutivos, recordó que El Profeta se había pasado el verano contando a sus lectores que Harry era un mentiroso y un fanfarrón. Desanimado, se preguntó si esa gente que lo miraba y susurraba se habría creído aquellas historias.
Muchos alumnos se removieron en sus asientos, incómodos. Harry notó que varios de ellos le lanzaban miraditas de soslayo, pero ninguno se atrevió a decir nada en ese momento.
En el último vagón encontraron a Neville Longbottom, que, como Harry, también iba a hacer el quinto año en Gryffindor; tenía la cara cubierta de sudor por el esfuerzo de tirar de su baúl por el pasillo mientras con la otra mano sujetaba a su sapo, Trevor.
— Cuánto tiempo sin oír hablar de Trevor — sonrió una niña de primero.
—¡Hola, Harry! —lo saludó, jadeando—. ¡Hola, Ginny! El tren va lleno… No encuentro asiento…
—Pero ¿qué dices? —se extrañó Ginny, que se había colado por detrás de Neville para mirar en el compartimento que había tras él—. En este compartimento hay sitio, sólo está Lunática Lovegood.
Hubo murmullos y risitas. Ginny hizo una mueca.
— Perdona, Luna…
Pero a Luna no parecía importarle mucho que Ginny la llamara "Lunática".
Neville murmuró algo parecido a que no quería molestar a nadie.
—No digas tonterías —soltó Ginny riendo—. Es muy simpática.
Luna sonrió al escuchar eso.
— Tú también me pareces muy simpática — dijo.
Y entonces abrió la puerta del compartimento y metió su baúl dentro. Harry y Neville la siguieron—. ¡Hola, Luna! —la saludó Ginny—. ¿Te importa que nos quedemos aquí?
La muchacha que había sentada junto a la ventana levantó la cabeza.
— ¿Es aquí cuando Potter se enamora de ella? — dijo una chica de tercero.
— ¡Claro que no! — replicó otra a la que Harry recordaba haber oído decir no-se-qué de drarry. Le dio un escalofrío.
Tenía el pelo rubio, sucio y desgreñado, largo hasta la cintura, cejas muy claras y unos ojos saltones que le daban un aire de sorpresa permanente. Harry comprendió de inmediato por qué Neville había decidido pasar de largo de aquel compartimento. La muchacha tenía un aire inconfundible de chiflada.
La gente trataba de disimular sus risitas, sin éxito. Luna seguía sin parecer molesta.
Quizá contribuyera a ello que se había colocado la varita mágica detrás de la oreja izquierda, o que llevaba un collar hecho con corchos de cerveza de mantequilla, o que estaba leyendo una revista al revés.
— Todo el mundo está un poquito chiflado — dijo Luna en voz alta. — Aunque lo de la revista tenía un motivo.
— ¿Qué motivo? ¿Se leen las revistas al revés en el planeta del que vienes? — le preguntó una chica de cuarto de Ravenclaw, una de sus compañeras de habitación.
— Hay cosas que solo se pueden comprender si las miras desde otra perspectiva — replicó Luna. A Harry le fascinaba la manera en la que parecía darle totalmente igual lo que el resto del colegio pensara de ella.
La chica miró primero a Neville y luego a Harry, y a continuación asintió con la cabeza.
—Gracias —dijo Ginny, sonriente.
— Creo que habéis pasado una especie de test — susurró Parvati.
Harry y Neville pusieron los tres baúles y la jaula de Hedwig en la rejilla portaequipajes y se sentaron. Luna los observaba por encima del borde de su revista, El Quisquilloso, y parecía que no parpadeaba tanto como el resto de los seres humanos.
— Harry, vaya cosas piensas — bufó Hermione, aunque parecía que estaba evitando una sonrisa.
Harry no sabía qué decir. Se preguntaba cuál sería la gota que colmaría el vaso y provocaría que Luna se enfadara con él, pero no parecía que ese momento fuera a llegar pronto.
Miraba fijamente a Harry, que se había sentado enfrente de ella y que ya empezaba a lamentarlo.
— ¿Por qué? — Luna no parecía molesta, pero sí curiosa.
— Porque no te conocía y estaba incómodo — contestó Ginny por él. — No es nada personal.
Harry agradeció inmensamente que Ginny hablara por él, porque se le había quedado la mente totalmente en blanco ante la pregunta de Luna.
—¿Has pasado un buen verano, Luna? —le preguntó Ginny.
—Sí —respondió ella en tono soñador sin apartar los ojos de Harry—. Sí, me lo he pasado muy bien. Tú eres Harry Potter —añadió.
—Sí, ya lo sé —repuso el chico.
Hubo risas por el comedor.
— No me extraña que Potter estuviera incómodo — dijo un chico de sexto, riendo.
Luna no parecía entender del todo lo que sucedía, o quizás no le importaba.
Neville rió entre dientes y Luna dirigió sus claros ojos hacia él.
—Y tú no sé quién eres.
—No soy nadie —se apresuró a decir Neville.
— No digas eso — lo regañó Hermione.
Neville agachó la cabeza, tratando de ignorar las risitas.
—Claro que sí —intervino Ginny, tajante—. Neville Longbottom, Luna Lovegood. Luna va a mi curso, pero es una Ravenclaw.
—«Una inteligencia sin límites es el mayor tesoro de los hombres» —recitó Luna con sonsonete.
Harry vio a las Ravenclaw de cuarto rodar los ojos y reírse por lo bajo.
Le caían francamente mal.
Luego levantó su revista, que seguía sosteniendo del revés, lo bastante para ocultarse la cara y se quedó callada. Harry y Neville se miraron arqueando las cejas y Ginny contuvo una risita.
No era la única que evitaba reírse en ese momento. A Luna seguía sin importarle lo más mínimo.
El tren avanzaba traqueteando a través del campo. Hacía un día extraño, un tanto inestable; tan pronto el sol inundaba el vagón como pasaban por debajo de unas amenazadoras nubes grises.
—¿Sabéis qué me regalaron por mi cumpleaños? —preguntó de repente Neville.
—¿Otra recordadora? —aventuró Harry acordándose de la bola de cristal que la abuela de Neville le había enviado en un intento de mejorar la desastrosa memoria de su nieto.
Muchos miraron mal a Malfoy al recordar aquello. El chico se puso a hablar en voz baja con Crabbe y evitó así mirar a nadie más.
—No. Aunque no me vendría mal una, porque perdí la vieja hace mucho tiempo… No, mirad…
— ¡Con lo mal que lo pasó Harry para recuperarla, va Longbottom y la pierde! — exclamó Demelza.
— Mal tampoco lo pasó — le recordó Angelina. — Entró al equipo gracias a eso.
Metió la mano con la que no sujetaba con firmeza a Trevor en su mochila y, tras hurgar un rato, sacó una cosa que parecía un pequeño cactus gris en un tiesto, aunque estaba cubierto de forúnculos en lugar de espinas.
— ¿Qué narices es eso? — preguntó Zacharías Smith.
— Si te callas, lo dirán — replicó Anthony Goldstein, haciendo que Smith lo mirara mal.
—Una Mimbulus mimbletonia —dijo con orgullo, y Harry se quedó mirando aquella cosa que latía débilmente y tenía el siniestro aspecto de un órgano enfermo—.
— Es un poco siniestra — admitió Neville. — Pero es muy interesante.
Estaba claro que no mucha gente compartía ese interés. La profesora Sprout, sin embargo, tenía una gran sonrisa.
Es muy, muy rara —afirmó Neville, radiante—. No sé si hay alguna en el invernadero de Hogwarts. Me muero de ganas de enseñársela a la profesora Sprout. Mi tío abuelo Algie me la trajo de Asiria. Voy a ver si puedo conseguir más ejemplares a partir de éste.
Eso hizo que la profesora Sprout sonriera con más ganas aún.
Harry ya sabía que la asignatura favorita de Neville era la Herbología, pero por nada del mundo podía entender que le interesara tanto aquella raquítica plantita.
— Ni tú ni nadie — susurró Ron.
Neville no pareció tomárselo a mal.
—¿Hace… algo? —preguntó.
—¡Ya lo creo! ¡Un montón de cosas! —exclamó Neville con orgullo—. Tiene un mecanismo de defensa asombroso. Mira, sujétame a Trevor…
Harry hizo una mueca al recordar lo que pasó a continuación.
Entonces puso el sapo en el regazo de Harry y sacó una pluma de su mochila. Los saltones ojos de Luna Lovegood volvieron a asomar por el borde de su revista para ver qué hacía Neville. Éste, con la lengua entre los dientes, colocó la Mimbulus mimbletonia a la altura de sus ojos, eligió un punto y le dio un pinchazo con la punta de su pluma.
Neville murmuró algo que sonó como "No debí hacer eso".
La profesora Sprout parecía repentinamente preocupada.
Inmediatamente empezó a salir líquido por todos los forúnculos de la planta, unos chorros densos y pegajosos de color verde oscuro.
Hubo jadeos.
El líquido salpicó el techo y las ventanas y manchó la revista de Luna Lovegood; Ginny, que se había tapado la cara con los brazos justo a tiempo, quedó como si llevara un viscoso sombrero verde, y Harry, que tenía las manos ocupadas impidiendo que Trevor escapara, recibió un chorro en toda la cara. El líquido olía a estiércol seco.
— ¡Qué asco!
— ¡Puaj!
— ¡Longbottom!
Las risotadas y las quejas venían a partes iguales y Neville, avergonzado, se había puesto rojo como un tomate. Lavender parecía a punto de vomitar solo con la descripción.
— Oh, vamos. No es para tanto — bufó la profesora Sprout.
Neville, que también se había manchado la cara y el pecho, sacudió la cabeza para quitarse el líquido de los ojos.
—Lo…, lo siento —dijo entrecortadamente—. Todavía no lo había probado… No me imaginaba que pudiera ser tan… Pero no os preocupéis, su jugo fétido no es venenoso —añadió, nervioso, al ver que Harry escupía un trago en el suelo.
— Ugh… — Hermione se puso verde. Ron, sin embargo, estaba teniendo dificultades para aguantarse la risa.
En ese preciso instante se abrió la puerta de su compartimento.
—¡Oh…, hola, Harry! —lo saludó una vocecilla—. Humm…, ¿te pillo en mal momento?
— Creo que es obvio que sí — dijo Tonks, que tenía lágrimas en los ojos de tanto reírse.
Harry limpió los cristales de sus gafas con la mano con la que no sujetaba a Trevor. Una chica muy guapa, cuyo cabello era negro, largo y reluciente, estaba plantada en la puerta, sonriéndole. Era Cho Chang, la buscadora del equipo de quidditch de Ravenclaw.
El comedor entero pareció estallar en carcajadas.
— ¡Harry, eres gafe! — Sirius se lo estaba pasando en grande. A su lado, Lupin se tapaba la boca con la mano.
— No me lo puedo creer — Angelina estaba llorando de risa, abrazada a Katie.
— Eso… no… es… normal… — Ron estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no reírse.
Hermione había girado la cabeza, pero Harry podía ver cómo le temblaban los hombros a causa de la risa.
Harry se atrevió a mirar a Cho y vio que todas sus amigas se desternillaban de risa. Ella, sin embargo, sonreía avergonzada.
Cuando la mayoría de gente dejó de reír (Harry vio a Malfoy limpiarse las lágrimas), la chica de Ravenclaw siguió leyendo.
—¡Ah, hola…! —respondió Harry, desconcertado.
—Humm… —dijo Cho—. Bueno… Sólo venía a decirte hola… Hasta luego.
— No me extraña que se fuera — rió Parvati.
— La culpa es de Longbottom — dijo Roger Davies.
Neville le pidió perdón a Harry en voz baja, pero él negó con la cabeza. No necesitaba que se disculpara. Puede que se hubiera sentido muy avergonzado en aquel momento pero, en el presente, ya no le parecía tan grave. Quizá se debía a que ya no estaba interesado en Cho, pero ahora el recuerdo hasta le parecía gracioso.
Y con las mejillas muy coloradas cerró la puerta y se marchó. Harry se recostó en el asiento y soltó un gruñido. Le habría gustado que Cho lo encontrara sentado con un grupo de gente interesante, muerta de risa por un chiste que él acababa de contar, y no con Neville y Lunática Lovegood, con un sapo en la mano y chorreando jugo fétido.
Las risas regresaron, pero Harry se sintió un poco mal.
— A mí me parece que no puede haber un grupo de gente más interesante — dijo Ginny. — ¿Quién más va a leer revistas del revés y a hacer explotar plantas siniestras?
— No os lo toméis en serio — le dijo Harry a Neville y a Luna. Neville parecía algo triste, pero Luna solo sonrió y dijo:
— No te preocupes. Es normal que quisieras impresionarla. Y el jugo fétido no es muy favorecedor.
—Bueno, no importa —dijo Ginny con optimismo—. Mirad, podemos librarnos de todo esto con facilidad. —Sacó su varita y exclamó—: ¡Fregotego!
Y el jugo fétido desapareció.
— Seguro que Weasley estaba contenta porque Potter había hecho el ridículo frente a Chang — se oyó decir a una chica de tercero.
— No seas tonta. Ya no le gusta Potter, ¿no?
Harry se puso de mal humor al instante. Ginny, por su parte, o no escuchó nada o lo ignoró por completo.
—Lo siento —volvió a decir Neville con un hilo de voz.
— Pobrecito — dijo Hannah. Neville le sonrió, agradecido.
Ron y Hermione no aparecieron hasta al cabo de una hora, después de que pasase el carrito de la comida. Harry, Ginny y Neville se habían terminado las empanadas de calabaza y estaban muy entretenidos intercambiando cromos de ranas de chocolate cuando se abrió la puerta del compartimento y Ron y Hermione entraron acompañados de Crookshanks y Pigwidgeon, que ululaba estridentemente en su jaula.
— Es la lechuza más escandalosa que he visto en mi vida — admitió Padma.
— Y la más adorable también — dijo Lisa Turpin, iniciando una breve pero intensa discusión acerca de si Hedwig era más mona que Pig o no.
—Estoy muerto de hambre —dijo Ron; dejó a Pigwidgeon junto a Hedwig, le quitó una rana de chocolate de las manos a Harry y se sentó a su lado. Abrió el envoltorio, mordió la cabeza de la rana y se recostó con los ojos cerrados, como si hubiera tenido una mañana agotadora.
— Es que fue agotador — bufó Goldstein. — Podrían hacer que las reuniones de prefectos fueran mucho más cortas y eficientes si se dejaran de tanta palabrería.
Varios prefectos murmuraron su acuerdo.
—Hay dos prefectos de quinto en cada casa —explicó Hermione, que parecía muy contrariada, y se sentó también—. Un chico y una chica.
—Y a ver si sabéis quién es uno de los prefectos de Slytherin —preguntó Ron, que todavía no había abierto los ojos.
—Malfoy —contestó Harry al instante, convencido de que sus peores temores se confirmarían.
— Vaya, Potter. ¿Ahora soy tu peor temor? — dijo Malfoy con sorna. — Me lo tomaré como un halago.
Harry lo miró mal.
—Por supuesto —afirmó Ron con amargura; luego se metió el resto de la rana en la boca y cogió otra.
—Y Pansy Parkinson, esa pava —añadió Hermione con malicia—. No sé cómo la han nombrado prefecta, si es más tonta que un trol con conmoción cerebral…
La reacción fue instantánea. Todo el comedor se echó a reír a carcajadas, al mismo tiempo que Pansy se ponía en pie y chillaba:
— ¡Granger! ¡Te vas a enterar! — Sacó la varita y, al instante, McGonagall también se levantó:
— ¡Parkinson! ¡Guarda la varita inmediatamente!
Temblando de ira y roja de vergüenza, Pansy bajó la varita. No le quedaba otra: tanto Ron como los gemelos y Harry habían sacado la suya propia y apuntaban hacia Pansy.
— Me las vas a pagar — dijo la chica, mirando con odio a Hermione.
— Lo que tú digas — replicó ella. Estuvieron lanzándose dagas con la mirada hasta que la lectura continuó.
—¿Quiénes son los de Hufflepuff? —preguntó Harry.
—Ernie Macmillan y Hannah Abbott —contestó Ron.
—Y Anthony Goldstein y Padma Patil son los de Ravenclaw —añadió Hermione.
Los cuatro prefectos parecieron aliviados de que no se hubiera dicho nada malo sobre ellos.
—Tú fuiste al baile de Navidad con Padma Patil —dijo una vocecilla.
Todos se volvieron para mirar a Luna Lovegood, que observaba sin pestañear a Ron por encima de El Quisquilloso.
Todos parecieron desconcertados.
El chico se tragó el trozo de rana que tenía en la boca.
—Sí, ya lo sé —afirmó un tanto sorprendido.
—Ella no se lo pasó muy bien —le informó Luna—. No está contenta con cómo la trataste, porque no quisiste bailar con ella.
— ¡Luna! — se quejó Padma, exasperada. — Aunque sea verdad, no tienes por qué decírselo.
A mí no me habría importado —añadió pensativa—. A mí no me gusta bailar —aseguró, y luego volvió a esconderse detrás de El Quisquilloso.
— ¿A qué se supone que viene eso? — dijo Marietta, confusa.
— Creo que a Lovegood le gusta Weasley — se oyó decir a una chica de cuarto.
Hermione soltó un bufido y Ron se atragantó él solito. Luna se quedó mirándolos con curiosidad.
Ron se quedó mirando la portada durante unos segundos con la boca abierta y después miró a Ginny en busca de algún tipo de explicación, pero su hermana se había metido los nudillos en la boca para no reírse. Ron movió negativamente la cabeza, desconcertado, y luego miró la hora.
Ron estaba tan desconcertado en el presente como lo había estado en el tren.
—Tenemos que patrullar por los pasillos de vez en cuando —les comentó a Harry y a Neville—, y podemos castigar a los alumnos si se portan mal. Estoy deseando pillar a Crabbe y a Goyle haciendo algo…
Crabbe y Goyle gruñeron y se crujieron los nudillos.
—¡No debes aprovecharte de tu cargo, Ron! —lo regañó Hermione.
—Sí, claro, como si Malfoy no pensara sacarle provecho al suyo —replicó éste con sarcasmo.
—¿Qué vas a hacer? ¿Ponerte a su altura?
—No, sólo voy a asegurarme de pillar a sus amigos antes de que él pille a los míos.
—Ron, por favor…
La señora Weasley suspiró. Por otro lado, Malfoy escuchaba con gran interés.
—Obligaré a Goyle a copiar y copiar; eso le fastidiará mucho porque no soporta escribir —aseguró Ron muy contento. Luego bajó la voz imitando los gruñidos de Goyle y, poniendo una mueca de dolorosa concentración, hizo como si escribiera en el aire—: «No… debo… parecerme… al culo… de un… babuino.»
Buena parte del comedor se echó a reír. Crabbe se puso de pie y parecía dispuesto a ir hacia Ron y pegarle un puñetazo, pero Malfoy lo cogió del brazo y lo obligó a sentarse.
A Harry le sorprendió ese gesto, pero entonces vio que la profesora McGonagall tenía los ojos puestos en Crabbe y Goyle y comprendió por qué Malfoy le había detenido.
Todos rieron, pero nadie más fuerte que Luna Lovegood, quien soltó una sonora carcajada que hizo que Hedwig despertara y agitara las alas con indignación, y que Crookshanks saltara a la rejilla portaequipajes bufando. Luna rió tan fuerte que la revista salió despedida de sus manos, resbaló por sus piernas y fue a parar al suelo.
—¡Qué gracioso!
— No es para tanto — bufó Romilda Vane pero, incluso en el presente, Luna reía con ganas.
— Pobrecitos Hedwig y Crookshanks — dijo Lavender con una risita.
Sus saltones ojos se llenaron de lágrimas mientras intentaba recobrar el aliento, mirando fijamente a Ron. Éste, perplejo, observó a los demás, que en ese momento se reían de la expresión del rostro de su amigo y de la risa ridículamente prolongada de Luna Lovegood, que se mecía adelante y atrás sujetándose los costados.
Muchos la miraban como si estuviera loca.
—¿Me tomas el pelo? —preguntó Ron frunciendo el entrecejo.
—¡El culo… de un… babuino! —exclamó ella con voz entrecortada sin soltarse las costillas.
En el presente, el ataque de risa de la Luna del pasado provocó que muchos tampoco pudieran parar de reír.
Harry oyó que Marietta le decía a Cho:
— Esa chica está como una regadera.
Luna parecía encantada y reía con el resto del comedor.
Todos los demás observaban cómo reía Luna, pero Harry se fijó en la revista que había caído al suelo y vio algo que lo hizo agacharse con rapidez y cogerla. Viéndola del revés no había identificado la imagen de la portada, pero entonces Harry se dio cuenta de que era una caricatura bastante mala de Cornelius Fudge; de hecho, Harry sólo lo reconoció por el bombín de color verde lima.
Fudge soltó un bufido.
— Ese periódico escribe sobre mí a menudo.
— Todos lo hacen. Es usted el ministro — McGonagall lo miró como si fuera tonto. Fudge, dándose cuenta de que había dicho una tontería, cerró la boca.
Fudge tenía una bolsa de oro en una mano, y con la otra estrangulaba a un duende. La caricatura llevaba esta leyenda: «¿De qué será capaz Fudge para conseguir el control de Gringotts?»
— ¡Nunca estrangularía a un duende! — resopló el ministro, indignado.
Debajo había una lista de los títulos de otros artículos incluidos en la revista:
Corrupción en la liga de quidditch: los ilícitos métodos de los Tornados.
Los secretos de las runas antiguas, desvelados.
Sirius Black: ¿víctima o villano?
Hubo unos segundos de silencio.
— Entre tanta tontería… ¿había una verdad? — dijo Dean, sorprendido.
— No cantes victoria. Espera a leer el artículo — respondió Sirius con una gran sonrisa.
La gente estaba muy aturdida.
—¿Me dejas mirar un momento? —le preguntó Harry a Luna.
Ella, que seguía mirando a Ron y riendo a carcajadas, asintió con la cabeza.
—Le gusta Weasley, no hay otra opción— exclamó una chica de segundo.
Ron parecía incómodo ante la idea y Luna ni se inmutó.
Harry, por su parte, abrió la revista y buscó el índice. Hasta aquel momento se había olvidado por completo de la revista que Kingsley había entregado al señor Weasley para que se la hiciera llegar a Sirius, pero debía de ser el mismo número de El Quisquilloso.
— Así es — confirmó Kingsley, y Sirius soltó una risita.
Encontró la página en el índice y la buscó.
Ese artículo también iba ilustrado con una caricatura bastante mala; seguramente, Harry no habría sabido que pretendía representar a Sirius si no hubiera llevado una leyenda. Su padrino estaba de pie sobre un montón de huesos humanos, con la varita en alto.
— Tendría que haber recortado la caricatura para guardarla. Es una obra de arte — dijo Sirius con sorna.
El titular del artículo rezaba:
¿ES SIRIUS BLACK TAN MALOCOMO LO PINTAN?
¿Famoso autor de matanzas o inocente cantante de éxito?
— ¿Qué? — Seamus soltó una carcajada. Muchos le lanzaron miradas incrédulas a Sirius, que trató de mantener una expresión totalmente neutral.
Harry tuvo que leer la segunda frase varias veces antes de convencerse de que no la había entendido mal. ¿Desde cuándo era Sirius un cantante de éxito?
— Es mi profesión secreta — Sirius le guiñó un ojo a Harry, que soltó una risita.
Durante catorce años, Sirius Black ha sido considerado culpable del asesinato de un mago y doce muggles inocentes. La audaz fuga de Black de Azkaban, hace dos años, ha dado pie a la mayor persecución organizada en toda la historia del Ministerio de Magia. Ninguno de nosotros ha puesto en duda jamás que Black merece ser capturado de nuevo y entregado a los dementores.
PERO ¿LO MERECE EN REALIDAD?
— Sabemos que no, pero no por los motivos que dicen ahí — suspiró Hermione. Por suerte, lo dijo en voz baja y Luna no se enteró.
Hace poco tiempo han salido a la luz nuevas y sorprendentes pruebas de que Sirius Black podría no haber cometido los crímenes por los que lo enviaron a Azkaban. De hecho, Doris Purkiss, del número 18 de Acanthia Way, Little Norton, sostiene que Black ni siquiera podría haber estado presente en el escenario de los crímenes.
— Sabemos que no lo hizo, pero sí estuvo presente — dijo Ernie, confuso.
«Lo que la gente no sabe es que Sirius Black es un nombre falso —afirma la señora Purkiss—. El hombre al que todos creen conocer como Sirius Black es en realidad Stubby Boardman, cantante del conocido grupo musical Los Trasgos, que se retiró de la vida pública hace casi quince años, tras recibir el impacto de un nabo en una oreja durante un concierto celebrado en la iglesia de Little Norton.
Algunos rieron. Otros, pensando que era una broma, le pidieron a la chica de Ravenclaw que leyera el artículo original, pero ella se encogió de hombros y siguió leyendo:
Lo reconocí en cuanto vi su fotografía en el periódico. Pues bien, Stubby no pudo cometer esos crímenes porque el día en cuestión estaba disfrutando de una romántica cena a la luz de las velas conmigo. He escrito alministro de Magia y espero que pronto presente sus disculpas a Stubby, alias Sirius.»
— Ya lo has oído, Fudge — dijo Sirius en voz alta. Se lo estaba pasando en grande. — Pídeme disculpas por mandarme a Azkaban y acabar con mi carrera musical.
— Muy gracioso — gruñó Fudge.
— No fue el ministro quien acabó con tu carrera, Sirius — replicó Lupin. — Fue un nabo.
— Ah, es verdad — Sirius fingió recordarlo. — No he vuelto a pisar una verdulería. Me traen malos recuerdos…
Tonks estaba llorando de la risa.
Harry terminó de leer el artículo y se quedó mirando la página, incrédulo. Quizá fuera un chiste, pensó, quizá la revista incluyese bromas de ese tipo. Retrocedió unas cuantas páginas y encontró el artículo sobre Fudge.
— Creo que nos lo podemos saltar — dijo Fudge. — Si es tan acertado como el de Black…
— Tenemos que leerlo todo — le recordó Dumbledore, a quien le brillaban los ojos primera vez en todo el día.
Cornelius Fudge, el ministro de Magia, ha negado que tuviera planes para hacerse con la dirección de Gringotts, el banco mágico, cuando fue elegido ministro de Magia hace cinco años. Fudge siempre ha insistido en que lo único que quiere es «cooperar pacíficamente» con los guardianes de nuestro oro.
PERO ¿ES ESO CIERTO?
— Cuánto drama — se quejó Jack Sloper.
Fuentes cercanas al ministro han revelado recientemente que la mayor ambición de Fudge es hacerse con el control del oro de los duendes, y que no dudará en emplear la fuerza si es necesario.
— ¡Menuda tontería! — farfulló el ministro.
«No sería la primera vez que sucede —dijo un empleado del Ministerio—. Cornelius Fudge, el Aplastaduendes, así es como lo llaman sus amigos. Si lo oyera usted hablar cuando cree que nadie lo escucha… Oh, siempre está hablando de los duendes que se ha cargado: ha mandado que los ahoguen, que los lancen desde lo alto de edificios, que los envenenen, que hagan pasteles con ellos…»
Fue muy interesante ver la cara del ministro en ese momento, ya que pasó del rojo de la ira al blanco de la sorpresa y después al verde del asco en menos de un minuto.
— ¡Pasteles! ¡Pasteles con duendes! — exclamó el ministro. — ¿Quién ha escrito ese artículo?
— No se preocupe, ministro. Nadie lee ese periódico — dijo Umbridge con maldad. Tenía los ojos fijos en Luna, que esta vez sí parecía molesta.
Harry no siguió leyendo. Fudge podía tener muchos defectos, pero le resultaba extremadamente difícil imaginárselo ordenando que hicieran pasteles con duendes.
— ¡Gracias! — exclamó Fudge, antes de darse cuenta de que acababa de darle las gracias a Harry y apartar la mirada con un gesto incómodo.
Hojeó el resto de la revista y, deteniéndose de vez en cuando, leyó otros artículos, como: la afirmación de que los Tutshill Tornados estaban ganando la liga de quidditch mediante una combinación de chantaje, tortura y manipulación ilegal de escobas;
Wood soltó una risotada. No mucha más gente entendió de qué iba el asunto.
una entrevista con un brujo que aseguraba haber volado hasta la luna en una Barredora 6 y había traído una bolsa llena de ranas lunares para demostrarlo,
— La Barredora 6 ni siquiera te llevaría hasta México — resopló Alicia.
y un artículo sobre las runas antiguas que al menos explicaba por qué Luna había estado leyendo El Quisquilloso del revés. Según la revista, si ponías las runas cabeza abajo, éstas revelaban un hechizo para hacer que las orejas de tu enemigo se convirtieran en naranjitas chinas. De hecho, comparada con el resto de los artículos de El Quisquilloso, la insinuación de que Sirius podía ser en realidad el cantante de Los Trasgos parecía bastante sensata.
— Es porque es totalmente cierta — insistió Sirius. — ¿Queréis oírme cantar?
— Cállate antes de que alguien se lo crea — le dijo Lupin, sonriente.
—¿Hay algo que valga la pena? —preguntó Ron cuando Harry cerró la revista.
—Pues claro que no —se adelantó Hermione en tono mordaz—. El Quisquilloso es pura basura, lo sabe todo el mundo.
Hermione se encogió un poco en su asiento.
—Perdona —dijo Luna, cuya voz, de pronto, había perdido aquel tono soñador—. Mi padre es el director.
—¡Oh…, yo…! —balbuceó Hermione, abochornada—. Bueno…, tiene cosas interesantes… Es muy…
—Dámela, por favor. Gracias —respondió Luna con frialdad, y luego se inclinó hacia delante y se la quitó a Harry de las manos.
Hubo risitas mal disimuladas por todo el comedor. Luna estaba mucho más seria que antes, pero mantenía la vista fija en el libro y una expresión neutral. Harry se preguntaba qué le pasaba por la cabeza. Aunque, si era sincero, se hacía esa pregunta sobre Luna constantemente.
Pasó con rapidez las páginas hasta la número cincuenta y siete, volvió a ponerla del revés con decisión y desapareció de nuevo tras ella justo cuando la puerta del compartimento se abría por tercera vez.
— Creo que quiere convertirte las orejas en naranjitas chinas — le susurró Ron a Hermione, que soltó un resoplido y rodó los ojos.
Harry se volvió; estaba esperando que sucediera, pero eso no significó que el hecho de ver a Draco Malfoy sonriendo con suficiencia, flanqueado por Crabbe y Goyle, le resultara menos desagradable.
— Estabais tardando — dijo Fred.
— No puede haber un viaje en el Expreso de Hogwarts sin que esos tres vengan a tocarle las narices a estos tres — añadió George.
Muchos pasaban la mirada ahora de Harry a Malfoy, deseando ver la pelea que estaban seguros de que iba a producirse.
—¿Qué? —le espetó agresivamente antes de que Malfoy pudiera abrir la boca.
—Cuida tus modales, Potter, o tendré que castigarte —dijo Malfoy arrastrando las palabras;
— ¿Es cosa mía o eso ha sonado muy sexy? — le dijo Romilda a una amiga suya, que soltó una risita.
Harry preferiría no haber escuchado ese comentario.
su lacio y rubio cabello y su puntiaguda barbilla eran iguales que los de su padre—. Mira, a mí me han nombrado prefecto y a ti no, lo cual significa que yo tengo el derecho de imponer castigos y tú no.
—Ya —replicó Harry—, pero tú eres un imbécil y yo no, así que lárgate de aquí y déjanos en paz.
Buena parte del comedor se echó a reír.
— Qué ingenioso — dijo Malfoy con sarcasmo. — Reídle las gracias a Potter, no os cortéis.
Ron, Hermione, Ginny y Neville se pusieron a reír y Malfoy torció el gesto.
—Dime, Potter, ¿qué se siente siendo el mejor después de Weasley?
— Vaya. Hay que admitir que sabe dar donde duele — dijo Dean con una mueca.
—Cállate, Malfoy —dijo Hermione con dureza.
—Veo que he puesto el dedo en la llaga —sentenció Malfoy sin dejar de sonreír —. Bueno, ándate con mucho cuidado, Potter, porque voy a estar siguiéndote como un perro por si desobedeces en algo.
— ¿Cómo un perro? — repitió Angelina, mirando a Malfoy con el ceño fruncido.
Harry también lo miraba, pero el chico no respondió ni dejó ver nada con su expresión.
—¡Largo! —le ordenó Hermione poniéndose en pie. Malfoy soltó una risita, dirigió una última mirada maliciosa a Harry y salió del compartimento seguido de Crabbe y Goyle. Hermione cerró de golpe la puerta y se volvió para mirar a Harry, quien comprendió de inmediato que ella, igual que él, había entendido lo que había querido decir Malfoy con aquellas palabras, y que la habían impresionado tanto como a él.
— ¿El qué? Yo solo he entendido que Malfoy es un imbécil — gruñó Dennis.
— Cierra la boca, Creevey, y deja hablar a los mayores — replicó Malfoy con desgana.
— ¡Cállate tú! — se metió Colin.
McGonagall tuvo que pedir silencio para continuar la lectura.
—Pásame otra rana —dijo entonces Ron, que no se había enterado de nada. Harry no podía hablar libremente delante de Neville y Luna, así que intercambió otra mirada nerviosa con Hermione y luego se puso a mirar por la ventanilla.
— Es por lo del perro, ¿verdad? — dijo Susan, mirando a Malfoy. — ¿Lo dijiste a propósito?
Malfoy no contestó.
Le había parecido divertido que Sirius los acompañara a la estación, pero de pronto lo asaltó la idea de que había sido arriesgado, por no decir peligrosísimo… Hermione tenía razón… Sirius no debía haberlos acompañado. ¿Y si el señor Malfoy había visto al perro negro y se lo había contado a Draco? ¿Y si había deducido que los Weasley, Lupin, Tonks y Moody sabían dónde estaba escondido Sirius? ¿O había sido una simple coincidencia que Malfoy utilizara la expresión «como un perro»?
—Le estás dando demasiadas vueltas — dijo Sirius. — Aunque me hubieran reconocido, tampoco habría pasado nada.
— Podían haberte seguido hasta el cuartel — respondió Harry. — O haberte atacado durante el trayecto.
— Estáis asumiendo que Malfoy lo sabía — dijo Charlie, que miró entonces a Draco y dijo: — ¿Vas a responder? ¿Lo dijiste a propósito?
Malfoy miró a Harry antes de encogerse de hombros y decir:
— Os gustaría saberlo, ¿eh? Pues os vais a quedar con la duda.
Harry le habría pegado un puñetazo solo por cabezota. Varias personas bufaron y miraron mal a Malfoy, que parecía estar disfrutando la atención.
El clima seguía sin definirse mientras el tren avanzaba hacia el norte. La lluvia salpicaba las ventanillas con desgana, y de vez en cuando el sol hacía una débil aparición antes de que las nubes volvieran a taparlo. Cuando oscureció y se encendieron las luces dentro de los vagones, Luna enrolló El Quisquilloso, lo guardó con cuidado en su bolsa y se dedicó a observar a los que viajaban con ella en el compartimento.
— Pues debió ser el viaje más incómodo de sus vidas — murmuró Lavender.
Harry iba sentado con la frente apoyada en la ventanilla intentando divisar la silueta de Hogwarts, pero no había luna y el cristal estaba mojado y sucio.
— ¿Tantas ganas tenías de ver el castillo? Qué bonito — dijo Demelza, y Harry se ruborizó.
—Será mejor que nos cambiemos —dijo Hermione al fin, y todos abrieron sus baúles con dificultad y sacaron sus túnicas. Ron y Hermione engancharon sus insignias de prefectos en ellas y Harry vio que Ron se miraba en el cristal de la oscura ventanilla.
Fue el turno de Ron de ruborizarse al tiempo que varias personas se reían de él.
Por fin el tren empezó a aminorar la marcha y oyeron el habitual alboroto por el pasillo, pues todos se pusieron en pie para recoger su equipaje y a sus mascotas, listos para apearse. Como Ron y Hermione tenían que supervisar que hubiera orden, volvieron a salir del compartimento encargando a Harry y a los demás del cuidado de Crookshanks y Pigwidgeon.
—Yo puedo llevar esa lechuza, si quieres —le dijo Luna a Harry señalando la jaula de Pigwidgeon mientras Neville se guardaba a Trevor con cuidado en un bolsillo interior.
— ¿Lovegood se ofreció a cuidar a la lechuza de Weasley? — dijo una chica de segundo. — Cada vez tengo más claro que le gusta. ¿Por qué si no se habría reído tan fuerte por el chiste del babuino?
Luna la miró con interés, como si fuera algo digno de ser examinado. Ron seguía muy incómodo y Hermione tenía el ceño fruncido y miraba a Luna con una expresión extraña.
Harry estaba completamente seguro de que a Luna no le gustaba Ron, pero sabía que, si se metía en el asunto, lo acusarían a él de estar enamorado de ella. ¿Por qué la gente en el colegio estaba tan obsesionada con el romance?
—¡Ah, gracias! —contestó Harry, quien le pasó la jaula de Pigwidgeon y así pudo sujetar mejor la de Hedwig.
Salieron del compartimento y notaron por primera vez el frío de la noche en la cara al reunirse con el resto de los alumnos en el pasillo. Lentamente fueron avanzando hacia las puertas. Harry notó el olor de los pinos que bordeaban el sendero, que descendía hasta el lago. Bajó al andén y miró a su alrededor esperando oír el familiar grito de «¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí!».
— Fue triste no oírlo — admitió Hermione.
Hagrid les dedicó una sonrisa.
Pero aquel grito no se oyó. Una voz de mujer muy diferente gritaba con un enérgico tono: «¡Los de primero pónganse en fila aquí, por favor! ¡Todos los de primero conmigo!»
Un farol se acercaba oscilando hacia Harry, y su luz le permitió ver la prominente barbilla y el severo corte de pelo de la profesora Grubbly-Plank, la bruja que el año anterior había sustituido durante un tiempo a Hagrid como profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.
—¿Dónde está Hagrid? —preguntó Harry en voz alta.
— La gran incógnita — bufó Umbridge.
— Todavía no ha explicado ese asunto como debe — dijo Fudge, mirando a Hagrid.
— Estoy seguro de que el libro lo explicará por mí — replicó él. — Se lo he contado todo a Harry, así que…
Harry hizo una mueca. ¿Sería buena idea que el ministro supiera todo el asunto de los gigantes? Definitivamente, lo que no sería buena idea es que lo supiera Umbridge… Pero no había nada que pudieran hacer para evitarlo.
—No lo sé —contestó Ginny—, pero será mejor que nos apartemos, estamos impidiendo el paso.
—¡Ah, sí!
Harry y Ginny se separaron mientras recorrían el andén y entraban en la estación. Empujado por el gentío, el muchacho escudriñaba la oscuridad tratando de distinguir a Hagrid; tenía que estar allí, Harry lo había dado por hecho: volver a ver a Hagrid era una de las cosas que más ilusión le hacían. Pero no había ni rastro de él.
— Oh, Harry — A Hagrid se le llenaron los ojos de lágrimas. — A mí también me hace ilusión verte cada año.
Harry no sabía dónde meterse. Algunos reían por lo bajo, otros (principalmente chicas) lo miraban con ternura. La profesora Umbridge parecía profundamente asqueada.
«No puede haberse marchado —se dijo Harry mientras caminaba con el resto de los alumnos, despacio y arrastrando los pies, y pasaba por una estrecha puerta que daba a la calle—. Debe de estar resfriado o algo así.»
Miró alrededor buscando a Ron o a Hermione, pues quería saber qué opinaban ellos de la presencia de la profesora Grubbly-Plank, pero ninguno de los dos estaba por allí cerca, así que se dejó arrastrar hacia la oscura y mojada calle que discurría frente a la estación de Hogsmeade.
— ¿Estuvo enfermo los primeros meses de curso? — preguntó un niño de primero.
— No, no me marché por enfermedad — replicó Hagrid, más calmado. — Tenía asuntos de los que ocuparme.
— Asuntos que no ha querido compartir con el ministerio — dijo la profesora Umbridge con retintín.
A Harry casi le hacía gracia lo ofendida que estaba por no saber dónde había ido Hagrid.
Allí esperaba el centenar de carruajes sin caballos que cada año llevaba a los alumnos que no eran de primer curso hasta el castillo. Harry los miró brevemente, se dio la vuelta para buscar a Ron y a Hermione, y luego volvió a mirar.
Los carruajes habían cambiado, pues entre las varas de los coches había unas criaturas de pie.
— ¿Cómo?
— ¿Qué dice?
— No había nada tirando de los carruajes.
— ¿De qué está hablando?
Hubo comentarios por todo el comedor. Algunos le lanzaron miradas preocupadas a Harry, y una niña de primero llegó a preguntarle si había llegado a Hogwarts con fiebre.
— Tiene una explicación — intervino la profesora McGonagall. Sonaba seria y a Harry le pareció que el tema la entristecía. — Esperad y el libro lo explicará con toda seguridad.
Si hubiera debido llamarlas de alguna forma, suponía que las habría llamado caballos, aunque tenían cierto aire de reptil. No tenían ni pizca de carne, y el negro pelaje se pegaba al esqueleto, del que se distinguía con claridad cada uno de los huesos.
A Ron le dio un escalofrío.
— Me alegro de no poder verlos — murmuró.
— Ya somos dos — dijo Ginny con una mueca.
La cabeza parecía de dragón y tenían los ojos sin pupila, blancos y fijos. De la cruz, la parte más alta del lomo de aquella especie de animales, les salían alas, unas alas inmensas, negras y curtidas, que parecían de gigantescos murciélagos. Allí plantadas, quietas y silenciosas en la oscuridad, las criaturas tenían un aire fantasmal y siniestro.
— ¡Qué mal rollo! — dijo Dean.
— Hagrid no dijo en clase que tuvieran ese aspecto tan horrible — Seamus estaba asombrado, pero no más que Lavender y Parvati, que se cogían de la mano y parecían muy impresionadas.
— ¿Esas cosas tiran de los carruajes? ¿Por qué? — preguntó Justin, alterado.
— Son muy rápidas y fuertes — explicó Hagrid. — Y tienen un sentido de la orientación envidiable. Que tengan un aspecto un poco raro no significa que sean peligrosas.
— No estoy de acuerdo — se metió Umbridge. — El ministerio las considera…
— Independientemente de la opinión del ministerio — la cortó Dumbledore, — lo cierto es que esas criaturas jamás han hecho daño a nadie en todos los años que llevan tirando de los carruajes. Continúe la lectura, por favor.
Ignorando las protestas de Umbridge, la chica de Ravenclaw siguió leyendo.
Harry no entendía por qué aquellos horribles caballos tiraban de los carruajes cuando éstos eran perfectamente capaces de moverse solos.
— Nunca se han movido solos — dijo Hagrid. — Pero eso ahora ya lo sabes.
Harry asintió. Habría preferido no saberlo nunca.
—¿Dónde está Pig? —preguntó la voz de Ron detrás de Harry.
—La llevaba esa chica, Luna —respondió éste volviéndose con rapidez, ansioso por preguntar a Ron por Hagrid—. ¿Dónde crees que…?
—¿… está Hagrid? No lo sé —contestó su amigo, que se mostraba preocupado—. Espero que esté bien…
Hagrid volvió a emocionarse.
— Gracias por preocuparos, chicos — les dijo, y Harry y Ron le sonrieron para animarlo.
Cerca de ellos, Draco Malfoy, seguido de un pequeño grupo de amigotes, entre ellos Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson, apartaba a unos alumnos de segundo de aspecto tímido para que él y sus colegas pudieran tener un coche para ellos solos.
— Qué borde — bufó Susan Bones.
Pansy sonrió con suficiencia. Malfoy, sin embargo, ni se inmutó.
Unos segundos más tarde, Hermione salió jadeando de entre la multitud.
—Malfoy se ha portado fatal con un alumno de primero. Pienso informar de esto, sólo hace tres minutos que se ha puesto la insignia y ya está utilizándola para intimidar a la gente… ¿Dónde está Crookshanks?
— Nunca debieron hacer prefecto a Malfoy — dijo Bill en voz baja. — Sinceramente, no sé en qué estaba pensando el director…
Harry no podía estar más de acuerdo.
—Lo tiene Ginny —respondió Harry—. Mira, allí está…
Ginny acababa de salir de la muchedumbre con el gato en los brazos.
—Gracias —dijo Hermione cogiendo a su mascota—. Vamos a ver si encontramos un coche antes de que se llenen todos; así podremos ir juntos…
—¡Todavía no tengo a Pig! —exclamó entonces Ron, pero Hermione ya iba hacia el primer carruaje libre que había visto. Harry se quedó atrás con su amigo.
— Ups, no me di cuenta — se disculpó Hermione. — Quería conseguir un carruaje antes de que se llenaran todos.
— No pasa nada — replicó Ron.
—¿Qué crees que son esos bichos? —le preguntó señalando con la cabeza los horribles caballos, mientras los otros alumnos pasaban a su lado.
—¿Qué bichos?
—Esos caballos…
— Weasley no puede verlos — dijo Ernie. Algunos rodaron los ojos, exasperados ante la obviedad de esa afirmación.
En ese momento apareció Luna con la jaula de Pigwidgeon; la pequeña lechuza gorjeaba muy emocionada, como siempre.
—Toma —dijo Luna—. Es una lechuza encantadora, ¿no?
—Esto…, sí…, encantadora —balbuceó Ron con brusquedad—. Vamos, subamos al… ¿Qué estabas diciéndome, Harry?
— Y ahora ha dicho algo bonito de su lechuza. ¡A Lovegood le gusta Weasley! — insistió la chica de segundo.
— Deja de decir tonterías — le pidió un amigo suyo. — Solo es rarita.
— No sabía que apreciar una lechuza es una señal de que alguien te gusta — dijo Luna en voz alta. — Harry, creo que medio comedor está enamorado de ti. A todos les parece que Hedwig es adorable, ¿verdad?
Harry soltó una risita. La chica de segundo pareció algo molesta, y Ron se relajó bastante al notar que Luna no se tomaba en serio esas afirmaciones.
—Estaba preguntándote qué son esos caballos —repitió Harry mientras Ron, Luna y él se dirigían al carruaje al que ya habían subido Hermione y Ginny.
—¿Qué caballos?
—¡Los caballos que tiran de los coches! —dijo Harry con impaciencia.
Estaban a menos de un metro de uno de ellos y el animal los miraba con sus ojos vacíos y blancos. Ron, sin embargo, miró a Harry con perplejidad.
—¿De qué me hablas?
— Tuvo que ser muy frustrante — dijo Angelina.
Harry asintió.
— Pensaba que me estaba volviendo loco — admitió.
— A mí me pasó igual en segundo año — confesó Neville. — Tuve pesadillas la primera noche…
—Te hablo de… ¡Mira!
Harry agarró a Ron por un brazo y le dio la vuelta, colocándolo cara a cara con el caballo alado. Ron lo miró fijamente un par de segundos y luego volvió a mirar a Harry.
—¿Qué se supone que estoy mirando?
— Parezco un idiota — se lamentó Ron.
— No le des mucha importancia — le dijo Hermione. — No ibas a verlos de repente solo porque Harry te los señalara.
—El… ¡Aquí, entre las varas! ¡Enganchado al coche! ¡Lo tienes delante de las narices!
Pero Ron seguía sin comprender ni una palabra, y entonces a Harry se le ocurrió algo muy extraño.
—¿No…, no los ves?
— Te ha costado entenderlo, Potter — resopló Corner.
Ginny lo miró mal.
—¿Ver qué?
—¿No ves lo que tira de los carruajes?
En ese instante Ron parecía ya muy alarmado.
—¿Te encuentras bien, Harry?
—Sí, claro…
— Pensaba que se te estaba yendo la cabeza — admitió Ron.
— No me extraña — repuso Harry.
Harry estaba absolutamente perplejo. El caballo estaba allí mismo, delante de él, sólido y reluciente bajo la débil luz que salía de las ventanas de la estación que tenían detrás, y le salía vaho por los orificios de la nariz. Sin embargo, a menos que Ron estuviera gastándole una broma, y si así era no tenía ninguna gracia, su amigo no los veía.
— Sería una broma de muy mal gusto — dijo Hannah.
—¿Subimos o no? —preguntó éste, perplejo, mirando a Harry como si estuviera preocupado por él.
— Es que estaba preocupado — bufó Ron. — Cualquiera lo estaría si un amigo empieza a decirte que ve criaturas que tú no ves.
—Sí. Sí, subamos…
—No pasa nada —dijo entonces una voz soñadora detrás de Harry en cuanto Ron se perdió en el oscuro interior del carruaje—. No te estás volviendo loco ni nada parecido. Yo también los veo.
—¿Ah, sí? —replicó Harry, desesperado, volviéndose hacia Luna y viendo reflejados en sus redondos y plateados ojos los caballos con alas de murciélago.
— Oh, no. Justo la persona que Harry lleva todo el capítulo considerando una loca — dijo Angelina. — Harry va a pensar que se le ha ido la cabeza.
Luna parecía muy tranquila a pesar de que muchos alumnos la observaban con curiosidad.
—Sí, claro. Yo ya los vi el primer día que vine aquí —le explicó la chica—. Siempre han tirado de los carruajes. No te preocupes, estás tan cuerdo como yo.
— Eso no es muy tranquilizador… — murmuró Ron.
Luna esbozó una sonrisa y subió al mohoso carruaje detrás de Ron, y Harry la siguió sin estar muy convencido.
— Así termina — dijo la chica de Ravenclaw, marcando la página.
•LA HISTORIA NO ME PERTENECE LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA LUXERII
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