martes, 22 de febrero de 2022

Leyendo la orden del fénix, fin del día

 Fin del día: 

«Al final se sabrá que tenemos razón», pensó Harry, que se sentía muy desgraciado, mientras Ron se metía en la cama y apagaba la última vela que quedaba encendida en el dormitorio. Luego se preguntó cuántos ataques como el de Seamus debería soportar antes de que llegara ese momento.

— No fue un ataque. No pretendía serlo — dijo Seamus rápidamente.

— Ahora ya da igual — replicó Harry, que deseaba dejarlo todo atrás.

— Así acaba el capítulo — anunció Demelza, cerrando el libro.

Durante unos instantes, se hizo el silencio. Harry habría querido que la gente dejara de mirarlos a él y a Seamus, porque era verdaderamente incómodo.

— Creo que ya es suficiente por hoy — declaró Dumbledore en voz alta. — Continuaremos con la lectura mañana. Podéis marcharos.

A Harry ese anuncio le pilló por sorpresa. Habría esperado leer al menos un par de capítulos más… pero, si observaba el color del cielo que se veía sobre el Gran Comedor, quedaba claro que ya se había hecho bastante tarde.

Aun así, Harry no sabía cómo sentirse. Por un lado, era un alivio saber que ya no leerían nada más hasta el día siguiente, porque resultaba realmente agotador y había sido un largo día. Por otro, no podía evitar cierta frustración, ya que deseaba llegar al futuro cuanto antes. Habían dedicado un día entero al periodo de tiempo entre junio y su llegada a Hogwarts en septiembre. ¿Iba a ser todo el quinto libro tan absurdamente detallado?

Tras escuchar las palabras de Dumbledore, todo el mundo se levantó y comenzó a salir del comedor. Alguien le puso la mano en el hombro a Harry.

— Tengo que hablar con Dumbledore ahora, pero luego podemos vernos un rato — Sirius lo miraba con cautela y Harry se sintió un poco culpable. Estaba claro que aún tenía presente su discusión de esa mañana.

— Claro, sin problema — respondió. — Luego nos vemos.

A decir verdad, le habría gustado preguntarle a Sirius qué era lo que tenía que hablar con Dumbledore. ¿Por qué estaban reuniéndose todos los días? Sin embargo, era consciente de que una buena parte del alumnado que los rodeaba estaba muy pendiente de cada palabra.

Por ello, Harry se guardó la pregunta y salió del comedor junto a sus amigos y los Weasley. No prestó mucha atención al camino que hacían, pero no se sorprendió al darse cuenta de que no se dirigían a la sala común de Gryffindor. En su lugar, iban directamente a las habitaciones que la familia Weasley estaba ocupando durante su estancia en Hogwarts, específicamente a la salita para invitados que las conectaba.

Cinco minutos después, Harry estaba sentado en uno de los sofás de la sala, rodeado de sus amigos y disfrutando de estar alejado del resto del colegio. Ron y Hermione estaban a su lado, y Ginny esta vez se había sentado en el suelo. Harry podía oír a los señores Weasley hablando con sus hijos mayores en la habitación contigua, pero sus voces se oían cada vez más apagadas. Resultaba tan agradable dejar de escuchar ese incesante murmullo de fondo que podía oír constantemente en el comedor…

— Te estás durmiendo — Ron le dio un codazo, obligándolo a abrir los ojos.

— Déjalo que duerma — lo regañó Hermione. — Ha sido un día duro.

— ¿Tú crees? — bufó Ron. — ¿Qué parte ha sido peor? ¿Revivir lo de los dementores? ¿La vista? ¿O que los Dursley estén en Hogwarts escuchándolo todo?

Ginny soltó un bufido.

— Aún no me lo creo — dijo. — ¿Los tendrán en una habitación como esta? Sentados cómodamente, escuchando la lectura a distancia como si la cosa no fuera con ellos.

— ¿Qué pensarán cada vez que salen en los libros? — dijo George, que acababa de sentarse en el reposabrazos del sofá. — La gente les ha cogido mucha manía.

— Y con razón — gruñó Ron.

— Espero que lo estén oyendo todo — dijo Fred. — Cada insulto, quiero decir. Se lo merecen.

— ¿Quién se merece qué?

La señora Weasley regresó a la salita. Observaba a su hijo con una ceja arqueada.

— Estamos hablando de los Dursley — respondió Fred. — De que se merecen todo lo que se está diciendo de ellos en el comedor.

La señora Weasley asintió.

— Eso desde luego…

— No me extraña que estén furiosos, pero no se me ocurre nadie que se lo merezca más — dijo George.

— ¿Perdón? — Su madre se quedó mirándolo, muy confusa, y Harry supo en ese momento que habían cometido un grave error.

La señora Weasley no sabía que los Dursley estaban en Hogwarts. De hecho, ninguno de los Weasley mayores lo sabía.

— ¿Por qué iban a estar furiosos?

— Eh…

Ron y Ginny evitaron la mirada de su madre. Molly miró a Harry, que no sabía dónde meterse.

— Pues… Es que están aquí — acabó diciendo, pensando que no tenía sentido intentar ocultárselo.

— ¿Cómo que están aquí? — la señora Weasley frunció el ceño, confusa.

— Aquí, en Hogwarts.

— Eso es imposible.

— Al parecer no — gruñó Ron.

La señora Weasley pasó la mirada sobre sus hijos y, viendo sus expresiones amargas, volvió a dirigirse a Harry.

— Perdona, cielo. ¿Cómo has dicho?

— Los Dursley están aquí y Harry ha hablado con su tía esta mañana — respondió Ginny por él. — El profesor Dumbledore los ha traído para protegerlos o algo así.

La cara de estupefacción de la señora Weasley podría haber resultado cómica si no fuera porque, tras unos instantes de estupor, sus mejillas empezaron a tornarse de un rojo intenso.

— Harry… ¿Es eso cierto?

Harry asintió lentamente y, para la señora Weasley, esa fue la gota que colmó el vaso.

— ¡Voy a matarlo! ¿Cómo se le ocurre traer a los Dursley? ¡Dumbledore me va a oír!

Dio media vuelta y se encaminó hacia la puerta bajo la atónita mirada de sus hijos, pero, por suerte, el señor Weasley entró en ese momento, atraído por los gritos de su mujer.

— ¿Qué ocurre?

— ¡Dumbledore! ¡Los Dursley! — exclamó la señora Weasley. — Arthur, ¡Albus ha perdido la cabeza!

— Cálmate, querida… ¿Qué ha sucedido?

Harry admiraba la calma del señor Weasley. Él no creía poder mirar a la cara a la señora Weasley cuando estaba tan furiosa.

— ¡Los chicos dicen que los Dursley están aquí! ¡Albus los ha traído!

El señor Weasley se quedó en silencio unos instantes. Bill, Charlie y Percy, que también habían entrado en la estancia siguiendo a su padre, se quedaron muy sorprendidos. Harry notó que a Bill le cambiaba la cara: cuando se enfadaba, podía dar auténtico miedo.

— ¿Es eso cierto? ¿Cómo lo sabéis? — preguntó Bill, mirando directamente a Harry.

— Eh…

— Harry ha hablado con su tía — respondió Ron por él. — Es la primera persona que ha leído hoy. La que llevaba una capucha.

Varios Weasley jadearon o, como en el caso de Charlie, dejaron escapar una palabrota.

— No tiene sentido. ¡No tiene ningún sentido! — exclamó la señora Weasley.

— Molly… tranquilízate. Debe haber alguna explicación — dijo el señor Weasley.

Armándose de valor, Harry se metió en la conversación.

— Voldemort se enterará de que estamos leyendo tarde o temprano — dijo rápidamente. — Han traído a los Dursley para evitar que los use como cebo.

— ¿Como cebo? — preguntó Percy.

— Puede hacerles daño para intentar atraer a Harry fuera del castillo — respondió Hermione.

— ¡Pero no por eso tienen que traerlos aquí! — volvió a exclamar la señora Weasley. — ¡Y permitir que hablen con Harry! ¿Es que no estamos leyendo los mismos libros? ¡Le han hecho cosas horribles!

Harry hizo una mueca.

— Yo también creo que deberían haberlos llevado a otro sitio — dijo Charlie. — A una casa segura.

— Aquí los tienen mejor controlados, supongo — suspiró el señor Weasley.

— Dumbledore va a escucharme esta vez, desde luego. Me va a oír… — gruñó la señora Weasley, que seguía roja de ira. — Podría haberlos llevado a cualquier otra parte…

— Ojalá encontrarlos — murmuró Fred. — ¿Dónde estarán durmiendo?

— Oh, no. ¡De eso nada! — exclamó la señora Weasley. — No vais a buscarlos. ¡En bastantes líos estáis metidos ya, con todo lo que estamos leyendo!

Fred y George se indignaron.

— Todo lo que estamos leyendo es el pasado — replicó George.

— ¡Fue este verano! — saltó la señora Weasley, y Harry no pudo evitar sentir algo de alivio al ver que el tema de los Dursley quedaba olvidado, aunque fuera a expensas de los gemelos. — ¡Los huevos de doxy! ¡Los chanchullos con Mundungus! ¿Es que os parece normal?

— No es para tanto, son negocios — se quejó Fred.

— ¡Negocios que os podrían costar vuestro futuro!

Ron se acercó a Harry y susurró:

— Quizá deberíamos irnos…

Haciéndole caso, Harry, Ron, Hermione y Ginny murmuraron una excusa y salieron de la sala. El señor Weasley miró a Harry durante unos instantes, como si quisiera decir algo, pero simplemente le dio una palmadita en el hombro y lo dejó marchar, gesto que Harry agradeció más que nada.

En la sala, se quedaron solo los Weasley mayores. Viendo la regañina que se avecinaba, Bill, Charlie y Percy pusieron una excusa bastante pobre y salieron también de allí y, tras unos instantes, el señor Weasley los siguió, no sin antes hacerles un gesto a sus hijos que claramente decía "¡Suerte!".

— Los has asustado a todos, mamá — se quejó George. — Mira cómo se han ido.

— Los que deberíais estar asustados sois vosotros — respondió ella, blandiendo un dedo acusatorio frente a ellos. — ¡En menudo lío os habéis metido! Vais a estar castigados hasta…

— ¡No es justo!

— ¡Somos mayores de edad!

— ¡Pero no lo suficientemente maduros! — exclamó ella. — Si lo fuerais, no os meteríais en negocios con Mundungus Fletcher. Por Merlín, ¿es que no veis el tipo de persona que es? Solo quiere aprovecharse de vosotros.

Fred bufó.

— Pero no le estamos dejando, lo tenemos controlado.

— Lo tenéis controlado hasta que dejéis de tenerlo. ¿Os recuerdo lo de Bagman?

Las expresiones amargas en las caras de los gemelos demostraban que la señora Weasley había dado en el clavo.

— ¡Y luego está lo de Ron! — siguió ella.

— ¿Qué pasa con Ron? — preguntó Fred.

Su madre lo miró, mitad furiosa y mitad exasperada.

— Vuestra reacción a que lo nombraran prefecto es vergonzosa. ¿Teníais que meteros con vuestro hermano de esa manera?

— No es para tanto — protestó George.

— ¡Claro que lo es! ¡Es cruel! — gritó ella. — ¿Es que no habéis oído todo lo que se ha leído en estos dichosos libros? — Algo en el tono de voz de su madre hizo que ambos callaran. — Ron tiene la autoestima por los suelos. Lo que veía en el espejo de Erised… ¡Y todo lo que le contó a Harry! Sobre ser siempre el segundón y no tener dinero… Ya tiene bastante presión como para que encima sus propios hermanos le hagan sentir mal por algo que debería hacerle feliz.

Los gemelos intercambiaron miradas culpables.

— No era nuestra intención — dijo Fred con una mueca.

La señora Weasley dejó escapar un suspiro, agotada y entristecida.

— Ser prefecto era una de las cosas que Ron vio en aquel espejo — dijo con voz queda. — No porque quisiera serlo de verdad, sino porque quería conseguir cosas importantes y que el resto lo viéramos y lo admiráramos. Y cuando al fin consigue una de esas cosas, cuando ni siquiera él mismo se lo esperaba, lo único que hacéis es burlaros de él y destrozar el momento.

Fred y George se quedaron callados.

– Y lo peor es que no sé si lo hicisteis por celos o no… pero no quiero pensar que lo hicisteis por maldad — la señora Weasley sonaba angustiada. Fred soltó un bufido.

— ¡Claro que no! Y tampoco son celos, aunque todo el colegio lo crea.

— ¿Entonces?

— No sé… Es Ron. Siempre nos metemos con él — Fred se encogió de hombros.

— Y Percy fue tan insufrible cuando se convirtió en prefecto… — añadió George.

— Con Percy también deberíais ser más amables.

— Él tampoco es que haya sido muy amable con nosotros — replicó Fred.

Se hizo un silencio en el que los vínculos rotos entre la familia Weasley parecían ser más pesados que nunca.

— Al menos lo está intentando — dijo la señora Weasley finalmente. — Solo pido que vosotros también hagáis un esfuerzo por ser más amables con vuestros hermanos, especialmente con Ron. Ha dicho cosas muy preocupantes durante los años… y no me puedo creer que no me haya enterado hasta leerlo en un libro frente a todo Hogwarts.

Sonaba abatida y los gemelos intercambiaron miradas, incómodos.

— Ya… A mí también me sorprendió — admitió George.

— A ver, sabíamos que no siempre tiene la autoestima más alta y que la falta de dinero… bueno, que le molesta — dijo Fred.

— Yo solo quiero que Ron esté bien — suspiró Molly.

— Lo estará, no te preocupes — le aseguró Fred.

— Y también que vosotros lo estéis. Lo sabéis, ¿verdad?

Con los ojos llenos de lágrimas, la señora Weasley dio un par de pasos y abrazó a Fred con fuerza. George hizo el amago de escaparse, pero ella alargó el brazo y lo arrastró al abrazo.

— ¡Mamá! — se quejó Fred.

— Lo único que quiero es que tengáis un buen futuro — dijo Molly con voz temblorosa, sin soltar a sus hijos.

— También es lo que queremos nosotros. Estamos trabajando muy duro para conseguirlo — replicó Fred, quien, tras unos instantes, consiguió que su madre aflojara el abrazo.

— ¿En la tienda de artículos de broma…?

— Es lo que queremos hacer — contestó George.

— No somos tontos — añadió Fred.

— Mamá, sabemos lo que hacemos — siguió George, hablando con seriedad.

— Yo no digo que no seáis inteligentes, pero no sé si este es el camino más adecuado…

— Vas a tener que confiar en nosotros — Fred se puso firme y, a su lado, George asintió.

— Mamá, piénsalo bien. Si nos metiéramos a trabajar al ministerio, nos moriríamos del asco — dijo George, y fue el turno de Fred de asentir con vehemencia. — Tenemos la oportunidad de trabajar en algo que nos gusta y sabemos cómo hacer que el negocio funcione. Déjanos intentarlo.

La señora Weasley suspiró.

— Habéis invertido mucho tiempo en esto. Y también dinero — dijo. — ¿De verdad creéis que merece la pena? Si dedicarais ese esfuerzo a estudiar…

— ¿Es que crees que no hemos estado estudiando? — bufó Fred.

— No es que tuvierais los mejores TIMOS — se defendió su madre.

— ¿Y qué importan los TIMOS? — saltó George. — Dile a Percy que fabrique la mitad de productos que hemos inventado nosotros, a ver si puede.

Fred parecía estar enfadándose.

— Hemos estudiado muchísimo, solo que no las cosas que vienen en el temario de clase — dijo.

— Cosas útiles — añadió George.

— Útiles para nosotros — dijo Fred.

— Jamás lo sabrás porque Snape nunca nos pondrá buena nota, pero somos muy buenos en pociones — le confesó George.

— Y en Encantamientos.

— Y hemos estudiado mucha herbología para crear nuestras ideas.

— No cualquiera podría crear los productos que estamos creando nosotros — dijo Fred con orgullo. — Estamos trabajando muy duro.

La señora Weasley se quedó mirándolos, evaluándolos con la mirada. Su expresión se suavizó al cabo de unos momentos.

— Sigo pensando que abrir una tienda de artículos de broma es un sueño muy incierto y que muchas cosas pueden salir mal, pero… — Volvió a mirar a sus hijos a la cara antes de decir: — De acuerdo. Tenéis mi apoyo.

— ¿De verdad? — exclamó Fred.

La señora Weasley asintió.

— Tampoco me gustó que Bill se fuera a Egipto, ni que Charlie trabajara con dragones — admitió. — Supongo que preferiría teneros a todos cerca y trabajando en algo estable y seguro. Pero…

Hizo una pausa. Tras unos segundos, continuo, sonando más segura:

— No me esperaba muchas de las cosas que se han leído… No era consciente del esfuerzo que estáis haciendo para sacar adelante la tienda. Pensaba que queríais abrirla para evitar estudiar y esforzaros por conseguir algo más estable, pero parece que os estáis esforzando más de lo que nunca noté.

— Crear productos desde cero no es fácil — dijo Fred. — Y menos con la calidad que queremos. No estamos haciendo esto porque sea una salida fácil, sino porque es lo que deseamos.

— Puedes estar tranquila — añadió George. — Confía en nosotros.

La señora Weasley respondió:

— Lo haré.

Harry suspiró al dejarse caer sobre el sofá de la sala de los menesteres.

Era curiosa la forma en la que la sala siempre parecía saber exactamente lo que necesitaban. No solo había sofás y sillones de sobra, muy mullidos y cubiertos de cojines, sino que la sala había incluido una estantería llena de orejeras muy parecidas a las que se utilizaban en clase de herbología. A Harry le habría gustado ponerse unas y desconectarse del mundo, pero sentía que dar la espalda a sus amigos sería de mala educación. Aun así, resultaba agradable poder escapar del resto del mundo.

Ron se había apropiado de un sillón de cuero y se encontraba bocabajo en él, con las piernas suspendidas en el aire. La cara empezaba a ponérsele roja, pero parecía darle igual. Hermione y Ginny se habían acurrucado en el mismo sofá y Hermione estaba intentando hacerle una trenza. Quedaba claro que no tenía ni idea de cómo hacerlo, porque Ginny no paraba de hacer muecas de dolor y, en opinión de Harry, el amasijo de pelos que Hermione estaba creando no tenía nada de la elegancia que debería tener.

— Ya está —le dijo Hermione a Ginny, que se alegró mucho. El intento de trenza no había quedado tan mal, pero Harry pensó que no se debía a las dotes de peluquería de Hermione, sino a que el pelo de Ginny era bastante bonito.

— ¿Creéis que hemos hecho bien dejando a los gemelos solos con vuestra madre? — preguntó Hermione.

—Ellos habrían hecho lo mismo por nosotros — respondió Ron felizmente. — No te preocupes. Sobrevivirán

Se hizo un silencio. Harry tardó un par de segundos en entender por qué el silencio era tan pesado.

— ¿Qué pensáis que va a pasar a partir de mañana con Umbridge? — preguntó Ron apresuradamente. El cambio de tema fue bienvenido con los brazos abiertos, porque nadie quería pensar en los gemelos y en sobrevivir. Era fácil olvidar lo que habían dicho los encapuchados sobre Fred, pero a veces el recuerdo pesaba una tonelada en sus consciencias.

— Lo mismo que con Fudge, supongo — dijo Hermione. — Su reputación está ya por los suelos.

— Se lo merece — afirmó Ginny. Harry dejó de mirarle el pelo y se centró en la conversación.

— Creo que intentará darle la vuelta a todo — dijo Harry. — No creo que admita la derrota tan fácilmente.

— Eso desde luego — bufó Hermione.

— ¿Y lo de Seamus? — dijo Ron, decidiendo que ya era hora se ponerse recto y sentarse bien. Parecía un poco mareado. Con una sonrisita, añadió: — Medio comedor parecía querer estrangularlo.

— Al menos él parece que lo lamenta de verdad — dijo Ginny, aunque no se la veía muy convencida.

— Además — añadió Hermione, mirando a Harry fijamente. — Harry, tienes que admitir que aquella pelea se pudo haber evitado si te hubieras tomado las cosas con más calma.

— No es mi culpa que Seamus se creyera todas las mentiras de El Profeta — se defendió Harry. Sin embargo, sabía perfectamente a lo que se refería Hermione. Puede que se hubiera pasado al meterse con la madre de Seamus...

— Sea como sea, lo importante es que ya está solucionado — dijo Hermione, zanjando el asunto.

— Oye — Ron se incorporó de golpe. — ¿Hoy no tenemos castigos?

Hermione pareció sorprendida.

— Es verdad. Tendrían que habernos enviado una lechuza ya.

— A lo mejor lo hacen más tarde...

— Espero que no. Nos merecemos un día libre — bufó Ron.

En parte, a Harry casi le habría gustado ir a un castigo, solo por la posibilidad de ver a los encapuchados de nuevo. Parecían dar muchas vueltas alrededor de Snape.

— Vuestra madre se ha tomado bastante mal que los Dursley estén aquí — dijo Hermione. — Me pregunto si se atreverá a decirle algo a Dumbledore.

— Claro que se atreve — respondió Ginny. — Ya lo verás. A Dumbledore le va a faltar espacio en el colegio para huir de ella.

— Me encantaría escuchar esa conversación — rió Ron.

Harry no pudo evitar sonreír al imaginarlo.

— ¿Estás bien, Harry? — preguntó Hermione con cautela.

Harry asintió.

— Ha sido un día difícil — siguió ella, hablando despacio. — Con lo de los Dursley, y lo de Sirius... ¿Seguro que estás bien?

Algo harto de la pregunta, Harry respondió:

— Sí, Hermione. ¿Y vosotros dos qué tal?

— ¿Eh?

Harry señaló a Ron y Hermione.

— Vosotros dos. Medio colegio quiere que estéis juntos y la otra mitad odia la idea, tiene que ser raro.

— Pues... sí, la verdad — admitió Hermione, y Harry se alegró un poquito al notar que había conseguido ponerla incómoda. Ginny, entendiendo de inmediato lo que Harry pretendía hacer, dijo:

— Tiene que ser raro empezar una relación cuando solo puedes pasarte el día sentado escuchando los libros. ¿Qué tal lo lleváis?

—Eh... ¿bien? — Ron y Hermione intercambiaron miradas. Tenían las mejillas rojas y Harry, disfrutando de su incomodidad, añadió:

— No os preocupes, seguro que el resto del colegio acepta lo vuestro antes de que terminemos de leer.

— Y si no, siempre podéis pegaros un morreo en frente de todo el comedor. Eso dejará claro el mensaje — rió Ginny.

— A lo mejor a Umbridge le da un infarto al verlo — dijo Harry.

— Habrá que probar a ver qué pasa. Porque os habéis besado ya, ¿no? — dijo Ginny, mirando inocentemente a ambos.

— ¡Ginny! — bufó Ron. Estaba tan rojo que parecía que iba a explotar.

Ginny se echó a reír.

— ¡Solo es una pregunta!

Hermione parecía querer que el sofá se la tragara.

Mucho más contento al haber podido desviar la conversación, Harry se puso en pie.

— Voy a buscar a Sirius. Antes ha dicho que nos veríamos después de su reunión con Dumbledore.

— Voy contigo — Ginny también se puso en pie. — Habrá que darle a estos dos un rato a solas, para que practiquen.

— ¡Ginny!

Entre risas, Harry y Ginny salieron de la sala, esquivando un cojín que Ron les había lanzado.

Caminaron por los pasillos desiertos con toda la calma del mundo. Ron y Hermione se quedaron solos en la sala de los menesteres y, francamente, a Harry no le importaba lo más mínimo si aprovechaban el tiempo para "practicar". No quería ni pensarlo.

— A lo mejor Sirius todavía está reunido — dijo Ginny. — Últimamente tienen reuniones larguísimas todos los días.

— Me encantaría saber de qué hablan — admitió Harry. — Porque estoy seguro de que me afecta de algún modo.

Ginny soltó un bufido.

— ¿Tú crees?

Llegaron a las puertas que conducían a la habitación donde Sirius se estaba hospedando. Tal como había presagiado Ginny, todavía estaban cerradas y nadie respondió cuando llamaron.

— Podemos esperar aquí — Ginny se sentó en el suelo frente a la puerta, apoyando la espalda en la pared. Le hizo una seña a Harry para que se sentara a su lado y él accedió sin pensárselo dos veces.

Se quedaron en silencio. Harry tardó un par de minutos en darse cuenta de que, a pesar del silencio, no estaba incómodo. Resultaba extraño, pero supuso que no debía sorprenderle tanto. Después de todo, se había vuelto mucho más cercano que antes con Ginny.

Quizá demasiado, pensó con culpabilidad. Se alegraba mucho de que Ron no supiera Oclumancia, porque cada vez tenía más pensamientos extraños sobre Ginny y, lo que era peor, cada vez le incomodaban menos. Si Ginny no fuera la hermana pequeña de Ron… Si fuera cualquier otra persona… ¿Intentaría algo con ella?

La respuesta llegó a él y se esfumó con la misma rapidez, porque era mucho más complicada que un simple sí o no.

Sí, querría intentar algo. No, no lo haría, ni aunque Ginny no fuera una Weasley. No había olvidado las cosas que Dumbledore y los encapuchados le habían dicho.

Voldemort y él estaban conectados. Dumbledore ni siquiera quería mirarlo a los ojos por miedo a que Voldemort lo sintiera y tratara de llegar a él a través de Harry. ¿Cómo podía Harry siquiera plantearse tener una relación con alguien? Mientras Voldemort estuviera en su cabeza… Harry era una bomba de relojería. Ni siquiera sus amigos podían estar seguros a su lado.

— ¿En qué piensas?

La pregunta atravesó su cerebro como una flecha, sacándolo de sus pensamientos.

— En nada — respondió automáticamente.

Ginny lo miró con una ceja arqueada y Harry se sintió un poco estúpido. Las excusas no parecían funcionar con ella del mismo modo que lo hacían con otros.

— No pasa nada si no quieres hablar de ello — dijo Ginny. — Pero no digas que no es nada cuando tienes esa cara.

Harry hizo una mueca.

Pensó en cambiar de tema, pero algo le frenó. Después de todo, Ginny era la única que sabía lo de la profecía…

La miró a la cara y, tras unos segundos, comenzó a hablar:

— Dumbledore me contó que hay una conexión extraña entre Voldemort y yo — dijo, hablando en voz baja. Al notar que el tema era serio, Ginny se incorporó y observó a Harry con interés. — Ha estado ignorándome todo el curso porque piensa que Voldemort puede… sentir su presencia a través de mí.

Ginny asintió.

— Por eso estás practicando Oclumancia — dijo, y Harry asintió.

— Sí, pero… Eso significa que Voldemort podría tener acceso a mi mente. Se supone que en Hogwarts estoy a salvo, pero aun así… Dumbledore afirma que es una conexión muy rara.

Ginny asintió de nuevo.

— ¿Tú notas algo?

— No — admitió Harry. — Creo que no. No sé. Pero, ¿y si…?

— ¿Y si qué? — lo instó ella.

Reuniendo valor, Harry confesó algo que le había estado preocupando desde hacía tiempo.

— Si Voldemort tiene una conexión conmigo y puede acceder a mi mente de alguna forma, ¿y si lo hiciera a propósito? ¿Y si… intentara poseerme, o algo así?

— Se supone que la Oclumancia es para ayudarte a bloquearle el acceso — respondió ella.

— Ya, pero no creo que unos ejercicios de respiración me ayuden mucho si decide poseerme — replicó él. — Es posible que ni me diera cuenta si sucediera. ¿Y si ha sucedido ya?

Ginny lo miró fijamente.

— ¿Tienes huecos en tu memoria?

— ¿Eh? No.

— ¿Hay espacios en blanco en los que no sabes dónde estabas o qué hiciste? — preguntó ella.

—No.

— ¿Has aparecido en un lugar sin saber por qué?

— No.

— Entonces nadie te ha poseído, Harry — afirmó. — Cuando sucedió lo del diario, pasé todo el año teniendo huecos en mis recuerdos. Estaba en un lugar y no recordaba cómo había llegado allí ni por qué.

Harry se quedó en silencio.

— No me había parado a pensar que tú ya lo viviste — admitió, sintiéndose estúpido de nuevo.

— Qué suerte — replicó ella. — Yo no hay día que no lo piense.

— Lo siento.

— No, no te disculpes. Es verdad que es horrible saber que alguien puede entrar en tu cabeza sin que lo sepas — respondió Ginny. — Todo el mundo debería tener el derecho a la privacidad dentro de su propia mente.

Harry asintió.

Se quedaron mirándose y Harry estuvo seguro de que ambos estaban pensando lo mismo y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que alguien le comprendía.

— ¿Has pensado en decirle lo de la profecía a Ron y Hermione? — preguntó Ginny al cabo de unos instantes.

— Sé que tendría que hacerlo — admitió él.

— Deberías — respondió ella.

— No sé como.

— Con palabras — replicó ella, medio en broma. — En serio, Harry. Solo díselo. No le des más vueltas.

Harry asintió. En ese momento, se escucharon voces que se acercaban por el pasillo y tanto Harry como Ginny se pusieron en pie.

— ¡Harry! ¡Ginny! Qué pronto habéis venido — Sirius se acercó a ellos, acompañado de Lupin y de Tonks, que le guiñó un ojo a Ginny. — Pasad.

Abrió la puerta de la habitación y los cinco entraron.


Para Harry, aquella tarde fue un oasis en medio del caos que era su vida. Pasó la tarde en aquella habitación, conversando con su padrino y los demás, hablando un poco acerca de los libros pero, sobre todo, acerca de nada, cosa que Harry agradeció enormemente. Jugaron a gobstones y Tonks les contó historias sobre sus experiencias como auror.

Harry se lo estaba pasando tan bien que hasta le dio pena que llegara la hora de cenar. El grupo al completo bajó al comedor, donde Ron y Hermione ya estaban allí. Ambos se ruborizaron al ver a Harry y a Ginny, que tomaron asiento frente a ellos.

— ¿Qué tal la práctica? — preguntó Ginny. Ron le dio una patada por debajo de la mesa.

Harry soltó una risita y empezó a comer. Hacía tiempo que no estaba de tan buen humor. Pasar la tarde con su padrino y con Ginny le había animado mucho.

Le habría gustado irse a dormir así de tranquilo y feliz, pero sabía que tenía algo más que hacer esa noche.

— Harry, ¿todo bien? — preguntó Hermione en voz baja. — Estás destrozando la patata.

Harry dejó de darle vueltas a la comida. Se quedó mirando a Ron y a Hermione, evaluándolos. Si bien parecían algo avergonzados, se los veía felices. ¿Debía Harry arruinar lo que seguro que había sido una tarde maravillosa?

— Harry… ¿Pasa algo? — fue Ron quien preguntó.

Ginny siguió comiendo, pero Harry notó cómo lo miraba de reojo. Hermione se inclinó para susurrar:

— Si algo va mal, puedes confiar en nosotros. Lo sabes, ¿no?

Harry asintió. Teniendo muy presente la conversación que había tenido con Ginny, tomó aire y susurró:

— Tengo que hablar con vosotros después de cenar.

Ron y Hermione asintieron, visiblemente preocupados.

La cena acabó mucho más rápido de lo que Harry habría querido. Cuando se hubieron acabado los postres, se levantó y le hizo señas a Ron y a Hermione para que le siguieran. También se inclinó hacia Ginny y murmuró:

— ¿Vienes?

Ella asintió y los siguió fuera del comedor. Por suerte, gran parte del colegio estaba todavía ocupada con los postres y pudieron subir hasta la sala de los menesteres sin que nadie les molestara.

Esta vez, la sala no les ofreció orejeras ni nada por el estilo. Solo había unas butacas y un fuego encendido que invitaba a sentarse a su lado.

Sin embargo, no se sentaron a disfrutar del calor, sino que todos se quedaron en el borde de sus asientos, nerviosos.

— ¿Qué ocurre, Harry? — preguntó Hermione.

Harry le lanzó una mirada nerviosa a Ginny, que le hizo un gesto que decía "Hazlo ya".

— Tengo que contaros algo — dijo finalmente. — Hay algo que os he estado ocultando.

— ¿Ocultando? — repitió Ron.

— Me he enterado hace poco — admitió Harry. — Y no sé… sigo sin saber cómo decir…

— Dinos lo que sea — le instó Ron. — Sin tapujos.

Harry tomó aire.

— Hay una profecía — dijo. Antes de poder arrepentirse, se lanzó a contarles la historia: — Es el motivo por el que Voldemort fue a por mis padres. Escuchó una profecía.

— ¿Cree en esas cosas? — Hermione sonaba escéptica. Harry asintió.

— La profecía decía que… bueno — volvió a tomar aire y recitó de memoria: — "El único con poder para derrotar al Señor Tenebroso se acerca… Nacido de los que lo han desafiado tres veces, vendrá al mundo al concluir el séptimo mes… Y el Señor Tenebroso lo señalará como su igual, pero él tendrá un poder que el Señor Tenebroso no conoce… Y uno de los dos deberá morir a manos del otro, pues ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida… El único con poder para derrotar al Señor Tenebroso nacerá al concluir el séptimo mes…"

Se quedó en silencio y observó las caras de sus amigos. Ron resultaba casi cómico, por la forma en la que su boca se había quedado abierta. Hermione, por su parte, se había puesto blanca.

— Harry…

— La noche en la que murieron mis padres, Voldemort fue a por ellos por esa profecía — la interrumpió Harry, queriendo acabar mientras le quedaba valor. — Iba a por mí. Pensó que la profecía era real, que yo podría derrotarlo, y quiso acabar conmigo.

— Eso… Eso es… — Hermione estaba sin habla.

— Sabéis lo que significa, ¿no? — dijo Harry. — "Uno de los dos deberá morir a manos del otro, pues ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida." Tendré que luchar contra él. Vendrá a por mí, vaya a donde vaya y haga lo que haga, y tendré que luchar.

— Vaya… — Ron todavía no había conseguido cerrar la boca.

Hermione se quedó mirando a Ginny, que estaba muy tranquila.

— ¿Tú ya lo sabías? — preguntó.

Ginny asintió.

Pasaron unos momentos y Harry sintió cómo crecían sus nervios. Sabía que había hecho lo correcto al contárselo a Ron y a Hermione, pero lo que pudiera pasar ahora le aterraba.

— Habrá que ir a la biblioteca — declaró Hermione, rompiendo el silencio. — Tiene que haber alguna manera de derrotarle. Algún hechizo…

— Los libros nos ayudarán — la cortó Ron. — Para eso estamos leyendo, ¿no? Seguro que nos dicen qué hacer.

— ¿"Nos"? — preguntó Harry.

Ron se quedó mirándolo como si fuera tonto.

— ¿Piensas que vamos a dejarte solo en esto?

Cuando Harry no respondió, Ron se levantó de su asiento y le pegó una colleja.

— ¡Ay!

— Imbécil.

— No vamos a ir a ninguna parte, Harry — dijo Hermione rotundamente. — Si Voldemort va a por ti, va a por nosotros también.

— No tenéis por qué quedaros conmigo — se apresuró a decir Harry. Ron lo estaba mirando muy mal. — Si os alejáis de mí, estaréis más seguros.

— Harry, ¿has conocido a mi familia? — dijo Ron. — Somos los mayores traidores a la sangre que puedes encontrar. No estaremos a salvo hasta que Quien-Tú-Sabes sea derrotado. Luchar a tu lado y que sigamos siendo amigos no me va a poner más en peligro de lo que estoy. — Tras unos instantes de silencio, añadió: — Y si lo hace, que así sea. No me voy a ninguna parte.

Ron lo miraba con determinación, a pesar de la fina capa de sudor que revelaba el miedo que sentía. Hermione seguía pálida y estaba asustada, pero la decisión en sus ojos era más que visible.

— Nos quedamos contigo, Harry. Hasta el final — dijo Hermione.


El eco de sus pasos y el crepitar del fuego eran lo único que se escuchaba en aquella estancia.

Él permaneció de rodillas y, cuando los pasos se detuvieron frente a él, permitió que unos dedos largos y fríos le tocaran la barbilla y le obligaran a levantar la cabeza.

Miró directamente a los ojos rojos de Lord Voldemort y, de inmediato, notó una presencia extraña en su cabeza. Dejó que su señor viera los recuerdos.

Draco Malfoy escribiendo sobre un pergamino. Draco Malfoy quejándose de tener que volver a escribir una carta que ya había escrito. Draco Malfoy abandonando la mazmorra, de una pieza.

La intrusión en su mente se detuvo y Snape casi dejó escapar un suspiro de alivio.

— Lucius se alegrará — habló Voldemort, dándole la espalda a su servidor. — Parece que los alumnos se encuentran en buen estado y que todo continúa con normalidad en Hogwarts. Sin embargo…

Snape esperó pacientemente. Nunca era buena idea presionar al Señor Tenebroso, y mucho menos cuando te encontrabas a solas con él.

— Sigue habiendo algo extraño, Severus. La falta de comunicación desde Hogwarts solo es una de las piezas… ¿Qué ocultas, Severus?

— Mi señor — habló Snape de inmediato, con la mirada fija en el suelo. — He descubierto información que puede resultarle de interés.

— Habla.

— Primero, debo comunicarle que cumplí sus órdenes, mi señor. Le pregunté a Dumbledore sobre la varita de saúco.

— ¿Y bien?

Su tono de voz indicaba que empezaba a impacientarse. Snape se apresuró:

— Dumbledore opina que la varita existe. Piensa que todas las leyendas tienen una base real.

— Interesante… — Voldemort caminó hacia el gran ventanal que tenía a sus espaldas. La noche estaba cerrada y no se podía ver nada al otro lado. — ¿Y qué más, Severus? Estoy seguro de que tienes más información para mí.

— Así es, mi señor — replicó Snape. — Le informo de que Dumbledore va a viajar a Londres el día diecisiete de diciembre. Lo hará solo.

— ¿Y de qué me sirve esa información? — respondió Voldemort con frialdad. — Es inútil. No puedo ir hasta Londres para luchar contra él sin revelar mi regreso.

— Dumbledore últimamente se ha sentido indispuesto — dijo Snape rápidamente. — Es uno de los motivos por los que Hogwarts ha estado actuando de formas tan extrañas. El director no quiere que el resto del mundo mágico sepa que está debilitado.

— ¿Debilitado?

— Así es, mi señor. El día diecisiete sería un buen momento para atacar, si así lo desea.

Hubo un momento de silencio. Snape esperó pacientemente y, tras unos instantes, escuchó:

— ¿Qué acabo de decir, Severus?

Snape contuvo las ganas de hacer una mueca. Conocía ese tono de voz.

— Mi señor…

— ¡Crucio!

Dolor. Fuego. Angustia. Cada célula de su cuerpo gritaba.

Cuando cesó, al cabo de lo que parecieron varias vidas, Snape estaba sin aire.

— No puedo atacar a Dumbledore así como así — dijo Voldemort en tono gélido. Observaba a Snape como si se tratara de un insecto. — De nuevo, es información inútil.

— ¿Y… Y si le tiende una trampa? — habló Snape, con algo de dificultad. — Puedo serle útil.

— ¿Cómo?

— Puedo decirle a Dumbledore que vaya a mi casa. Tengo unos libros que hablan de pociones fortalecedoras que, en su estado, querrá tener.

El silencio regresó.

— ¿Realmente está tan debilitado?

— Ya no es joven — respondió Snape. — Y ha invertido mucha fuerza en tratar de encontrarle, mi señor. Uno de los motivos por los que mantiene Hogwarts tan cerrado es para evitar que se extienda la noticia de su estado de salud. No quiere que usted se entere.

El silencio regresó, y Snape se preparó mentalmente para otra maldición tortura. Sin embargo, lo que sintió fue de nuevo esa presión en su mente, tratando de hurgar en sus recuerdos.

Sacó a relucir una conversación con Dumbledore, que estaba recostado en su asiento del despacho. Parecía sumamente cansado. La señora Pomfrey entró a la sala y le ofreció una poción, que él aceptó con gesto débil.

Cambió ese recuerdo por otro. Esta vez, el director se tambaleaba y solo evitaba caerse gracias a la ayuda de la profesora McGonagall, que lo ayudaba a incorporarse. Visiblemente preocupada, ella le preguntaba por su estado, tras lo que él aseguraba que solo se había tratado de un pequeño mareo.

Pensó en otro recuerdo. Dumbledore volvía a estar sentado en su despacho, pero esta vez se dirigía directamente a Severus.

"Ya no soy tan fuerte como antes…"

"Tiene que cuidarse", respondía Snape.

Voldemort salió de su mente y retomó su paseo por la estancia. Snape se quedó allí de rodillas, esperando el veredicto.

— Es interesante, desde luego— habló finalmente. — Tendré que comprobar cuál es el estado de Dumbledore. Puedes marcharte, Severus. Sigue siendo útil y te lo compensaré con creces.

— Gracias, mi señor.


El castillo estaba dormido. Cuando Snape atravesó las puertas de roble, solo dos personas esperaban su regreso.

— ¿Cómo estás, Severus? — Dumbledore se acercó a él y, de inmediato, algo cambió en su mirada. — Ha usado la maldición cruciatus, ¿verdad?

Snape asintió. Sabía por experiencia que era inútil negarlo.

— Solo brevemente — dijo. — He cumplido la misión. El Señor Tenebroso ya tiene toda la información.

— ¿Crees que se lo ha tragado? — habló la segunda persona. Su voz hechizada ponía de los nervios a Snape, que asintió cortamente.

— Ha mencionado querer comprobar él mismo el estado del director. Antes del diecisiete — les advirtió.

Dumbledore asintió.

— Me esperaba algo así. Tendremos que reforzar las protecciones del castillo. Buen trabajo, Severus.

Con los músculos agarrotados y sintiendo el cuerpo pesado, Snape emprendió el camino hacia su mazmorra. Necesitaba descansar.

La mañana siguiente trajo consigo un gran reto para Harry: conseguir suficiente motivación para salir de la cama. Hacía mucho frío fuera y podían escucharse los cristales de las ventanas retumbar a causa del viento.

No se sentía muy mal por seguir hecho una bola debajo de las mantas, ya que todos los chicos del dormitorio estaban exactamente igual. Tardaron media hora en reunir el valor de levantarse y comenzar a prepararse para el día.

Para cuando Harry y Ron llegaron al comedor, Hermione y Ginny ya estaban desayunando.

— Ya era hora — los regañó la señora Weasley, que estaba untándole mermelada en la tostada a Fred. — Se os han pegado las sábanas.

— Ojalá — murmuró Ron, que todavía tenía los ojos algo rojos de sueño. — Así seguiría en la cama.

— Va, animaos — les dijo Sirius. — Hoy tiene pinta de ser un día interesante. A lo mejor empezamos a leer el futuro hoy.

Eso despertó a Harry.

— ¿Tú crees? Hemos tardado un día entero en pasar de junio a septiembre.

Sirius se encogió de hombros.

— Pero ayer teníamos lo de la vista y los dementores. Estos últimos meses han sido más tranquilos, ¿no?

Harry no supo qué responder. Pensó en Umbridge, en sus clases, en sus castigos. Pensó en el ED, en los galeones mágicos que Hermione había encantado, en la reunión en Hogsmeade. No sabía si "tranquilos" era una palabra que usaría para definir esos meses.

El desayuno terminó más rápido de lo que Harry hubiera querido, o quizá se debió a que había llegado tarde. El director se puso en pie en cuanto hubieron desaparecido los platos.

— Un día más — dijo, sonriente. — Un día menos. Espero que hayáis descansado bien. Vamos a comenzar con la lectura. En pie, por favor.

Todo el colegio le hizo caso. Dumbledore hizo la ya conocida floritura con la varita y las mesas de las casas desaparecieron, reemplazadas por sillones, sofás y almohadas de todo tipo.

Con cierto asco, Harry notó que muchos de los cojines eran de color rosa chicle, de un tono muy similar al que Umbridge favorecía.

Cuando todos se hubieron sentado, Dumbledore tomó el libro entre sus manos, abriéndolo por la página indicada. Tras unos segundos de silencio, dijo en voz alta:

— El primer capítulo se titula: La profesora Umbridge. ¿Quién quiere leer?


° la historia no me pertenece sino a la autora Luxerii en FANFICTION°

Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

  Hospital San Mungo de enfermedades y Heridas mágicas: ¡Ni estoy mintiendo ni me he vuelto loco! —insistió Harry a voz en grito—. ¡Le digo ...