Dudley, dementado:
— Demos comienzo a la lectura — dijo el director. — Por suerte, tenemos a una persona que se ha ofrecido voluntaria para leer. Si es tan amable…
Le hizo una seña a la figura encapuchada que estaba sentada junto al profesor Flitwick. Todo el mundo se quedó en silencio mientras la figura se levantaba y cruzaba lentamente la distancia que la separaba del atril. Harry tuvo la sensación de que, quien estuviera bajo esa capucha, no tenía ningunas ganas de estar allí.
Dumbledore le señaló el libro, que estaba cerrado sobre el atril. Era mucho más grueso que los anteriores. La persona desconocida abrió el libro con cautela, con unas manos que, incluso estando enguantadas, le resultaron familiares a Harry.
— El primer capítulo se titula: Dudley, dementado — anunció. Muchos en el comedor se sobresaltaron porque la voz que se escuchó no estaba hechizada, pero nadie se sobresaltó más que Harry.
Conocía esa voz. Con horror, supo de qué.
Harry pensó que debía estar volviéndose loco. Era la única explicación razonable: su cerebro, después de tanto estrés, había decidido jugarle una mala pasada.
La persona encapuchada comenzó a leer, ante la atónita mirada de Harry.
El día más caluroso en lo que
— No ha dicho cómo se llama el libro — se escuchó decir a una niña de primero.
La lectura frenó en seco, al tiempo que la persona que leía se tensaba. A pesar de la capucha, Harry estaba seguro de que, en ese instante, le lanzaba una mirada despectiva a la niña que acababa de hablar.
— Si es tan amable… — dijo Dumbledore, haciendo un gesto con la mano que indicaba que cerrara el libro.
La persona pareció planteárselo un instante antes de darle la vuelta al tomo y leer lo que ponía en la portada:
— El libro se titula: Harry Potter y la Orden del Fénix.
Hubo muchos murmullos. Fudge miró a Dumbledore con los ojos entrecerrados.
— ¿La Orden de qué? — se oyó decir a Roger Davies.
No era el único que se lo preguntaba, pero Harry no hizo ni caso a la docena de miradas curiosas que se dirigieron hacia él en aquel momento, como si esperaran que les explicara lo que era. No, Harry en lo único en lo que podía pensar era en que había muy pocas personas en el mundo capaces de decir las palabras Harry Potter con tanto desprecio, como si de un insulto se tratara.
Sin decir nada, ni esperar a que Dumbledore le indicara que podía continuar con la lectura, la persona encapuchada comenzó a leer el primer capítulo.
El día más caluroso en lo que iba de verano llegaba a su fin, y un silencio amodorrante se extendía sobre las grandes y cuadradas casas de Privet Drive.
A nadie le pilló por sorpresa que el libro comenzara su historia en Privet Drive. Las miradas resignadas de muchos estudiantes se confundían con las muecas de desagrado que hacían otros. A nadie le hacía mucha ilusión leer sobre los Dursley.
A Harry, la cabeza le daba vueltas. No podía negar a quién pertenecía la voz. Quizá se estuviera volviendo loco de verdad, o quizá el que se había vuelto loco era Dumbledore.
Era imposible que hubiera traído a tía Petunia a Hogwarts, ¿verdad?
Harry ni siquiera estaba seguro de que los muggles pudieran entrar en el castillo. Era una completa locura. Trató de hacer memoria, buscando una instancia, una sola, en la que un muggle hubiera pisado Hogwarts. Él no había visto allí a ninguno, eso desde luego.
Quiso preguntarle a Hermione, pero no se atrevió. Solo imaginar que un Dursley pudiera estar en Hogwarts le causaba escalofríos.
Quizá no era lo que parecía. Cuando le habían preguntado a Moody si podía saber las identidades de los encapuchados, había dicho que cambiaban continuamente. Lo más probable era que estuvieran utilizando poción multijugos para confundir al ojo mágico de Moody, y como una capa extra de protección, por si alguien les bajaba la capucha.
Eso abría otra puerta hacia un montón de dudas e inquietudes. Si estaban usando poción multijugos, ¿qué le aseguraba a Harry que la persona con la que había hablado el día anterior era el Percy real?
Empezaba a sentirse muy agobiado y apenas acababan de comenzar a leer.
Los coches, normalmente relucientes, que había aparcados en las entradas de las casas estaban cubiertos de polvo,
— ¿Se habían ido todos de vacaciones? — preguntó un niño de primero.
— No seas estúpido — replicó uno de cuarto.
y las extensiones de césped, que solían ser de un verde esmeralda, estaban resecas y amarillentas porque se había prohibido el uso de mangueras debido a la sequía.
Hubo murmullos de comprensión.
Privados de los habituales pasatiempos de lavar el coche y de cortar el césped, los habitantes de Privet Drive se habían refugiado en el fresco interior de las casas, con las ventanas abiertas de par en par, en el vano intento de atraer una inexistente brisa. El único que se había quedado fuera era un muchacho que estaba tumbado boca arriba en un parterre de flores, frente al número 4.
— ¡Debe ser Harry! — dijo Colin, entusiasmado.
Harry no sentía ni la mitad de ese entusiasmo.
Era un chico delgado, con el pelo negro y con gafas, que tenía el aspecto enclenque y ligeramente enfermizo de quien ha crecido mucho en poco tiempo.
Hubo risitas aisladas y Harry sintió sus mejillas arder. La persona que estaba leyendo continuó haciéndolo.
Llevaba unos vaqueros rotos y sucios, una camiseta ancha y desteñida, y las suelas de sus zapatillas de deporte estaban desprendiéndose por la parte superior.
Harry no pudo evitar sentir un poco de indignación al notar el tono despectivo que había usado. Si tanto le molestaba su aspecto, ¡que le hubiera comprado ropa!
Se obligó a calmarse. Ni siquiera podía estar seguro de que se tratase realmente de tía Petunia. Puede que fuera su voz, que fueran sus manos, tan alargadas y huesudas que los guantes no hacían nada por ocultar su delgadez; puede que fuera su tono lleno de desprecio, su forma de pronunciar las palabras. Pero ningún muggle había pisado nunca Hogwarts, y era imposible que Petunia Dursley fuera la primera.
El aspecto de Harry Potter no le granjeaba el cariño de sus vecinos, quienes eran de esa clase de gente que cree que el desaliño debería estar castigado por la ley; pero como el chico se había escondido detrás de una enorme mata de hortensias, esa noche los transeúntes no podían verlo.
— Tus vecinos parecen muy simpáticos — ironizó Ron.
Harry casi se sobresaltó al escuchar su voz, tan perdido en sus pensamientos como estaba.
De hecho, sólo habrían podido descubrirlo su tío Vernon o su tía Petunia, si hubieran asomado la cabeza por la ventana del salón y hubieran mirado hacia el parterre que había debajo.
Harry tragó saliva. Miró alrededor, pero nadie se había inmutado. Ninguno de los presentes parecía sospechar que la persona que leía acababa de pronunciar su nombre frente a todos.
O quizá no, pero Harry pensó que sí. Con cada nueva frase que se leía, más se cimentaba en su mente la idea de que, realmente, Petunia estaba allí.
En general, Harry creía que debía felicitarse por haber tenido la idea de esconderse allí. Quizá no estuviera muy cómodo tumbado sobre la dura y recalentada tierra, pero al menos en aquel lugar nadie le lanzaba miradas desafiantes ni hacía rechinar los dientes hasta tal punto que no podía oír las noticias, ni lo acribillaba a desagradables preguntas, como había ocurrido cada vez que había intentado sentarse en el salón para ver la televisión con sus tíos.
Puede que los estudiantes no supieran que quien leía era Petunia, pero el tono irritado de su voz era más que perceptible. Algunos intercambiaron miradas confusas. Hermione frunció el ceño y Harry se preguntó cuánto tardaría en adivinarlo.
De pronto, como si aquel pensamiento hubiera entrado revoloteando por la ventana abierta, se oyó la voz de Vernon Dursley, el tío de Harry.
—Me alegro de comprobar que el chico ha dejado de intentar meterse donde no lo llaman. Pero ¿dónde andará?
—No lo sé —contestó tía Petunia con indiferencia—. En casa no está.
— ¿No le inquieta no saber dónde está su sobrino? — dijo Lavender, sorprendida. — Yo pensaba que la señora Dursley era una maniática del control.
— Es una maniática de la limpieza, eso seguro — replicó Fred. — Tendrías que haber visto su salón — fingió estremecerse, sacándole una sonrisa a Lavender y a Parvati.
Sonando más irritada que antes, la persona encapuchada siguió leyendo.
Tío Vernon soltó un gruñido.
—«Ver las noticias»… —dijo en tono mordaz—. Me gustaría saber qué es lo que se trae entre manos.
— ¿Por qué les molesta tanto que quisieras ver las noticias? — preguntó Cho. Parecía genuinamente confusa.
Harry pensó qué responder, pero la posibilidad de que Petunia estuviera allí hizo que optara por encogerse de hombros.
— Porque todo lo que haga Harry les molesta — respondió Ron por él.
Tía Petunia siguió leyendo de inmediato.
Como si a los chicos normales les importara lo que dicen en el telediario. Dudley no tiene ni idea de lo que pasa en el mundo, ¡dudo que sepa siquiera cómo se llama el Primer Ministro!
— Su hijo es un cateto y encima está orgulloso de ello — bufó la profesora McGonagall. Varios profesores asintieron con expresiones similares de disgusto.
Pasaron los segundos y se hizo el silencio. Sin embargo, la persona que leía no continuó haciéndolo.
— ¿Ocurre algo? — preguntó Dumbledore inocentemente.
Harry vio cómo a tía Petunia le daba un tic en las manos. Siguió leyendo en ese momento, sin responderle al director.
Además, ni que fueran a decir algo sobre su gente en nuestras noticias…
—¡Vernon! ¡Chissst! —le advirtió tía Petunia—. ¡La ventana está abierta!
—¡Ah, sí!… Lo siento, querida.
— "Su gente" — repitió Sirius con asco.
Los Dursley se quedaron callados. Harry oyó la cancioncilla publicitaria que anunciaba los cereales Fruit'n'Bran mientras observaba a la señora Figg, una anciana chiflada amante de los gatos que vivía en el cercano paseo Glicinia y que en ese momento caminaba sin ninguna prisa por la acera.
— Creo que Hermione se llevaría bien con ella — se oyó murmurar a una chica de tercero.
— ¿Porque está loca o porque le gustan los gatos?
Ambas se deshicieron en risitas. Por suerte, ni Ron ni Hermione escucharon nada. Ella seguía teniendo una expresión pensativa, y Harry había notado que lo miraba mucho. ¿Se habría dado cuenta de su reacción al escuchar la voz de la persona que leía?
Iba con el entrecejo fruncido y refunfuñaba, y Harry se alegró de estar escondido detrás de las hortensias, pues últimamente a la señora Figg le había dado por invitarlo a tomar el té cada vez que se lo encontraba en la calle.
Harry no pudo evitar hacer una mueca. Ahora ya sabía por qué la señora Figg se había empeñado en invitarlo tan frecuentemente.
Ya había doblado la esquina y se había perdido de vista cuando la voz de tío Vernon volvió a salir flotando por la ventana.
—¿Y Dudders? ¿Ha ido a tomar el té?
—Sí, a casa de los Polkiss —respondió tía Petunia con ingenuidad—. Tiene tantos amiguitos, es tan popular…
— Suena a trola — dijo Seamus.
— Seguro que está haciendo de todo menos tomar el té — bufó Dean.
Era impresionante lo rápido que habían calado todos a Dudley Dursley.
Harry hizo un esfuerzo y contuvo un bufido. Los Dursley estaban en la inopia respecto a su hijo Dudley.
A tía Petunia se le quebró la voz momentáneamente a causa de la ira. Carraspeó y continuó leyendo.
Se habían tragado todas esas absurdas mentiras de que durante las vacaciones de verano cada tarde iba a tomar el té con diferentes miembros de su pandilla.
Harry observó a la persona que leía con atención. Si de verdad era tía Petunia, no soportaría leer las verdades sobre su hijo.
Harry sabía muy bien que Dudley no había ido a tomar el té a ninguna parte: todas las noches él y sus amigos se dedicaban a destrozar el parque, fumaban en las esquinas
Tía Petunia jadeó, y a Harry ya no le quedó ninguna duda sobre su identidad.
— ¿Algún problema? — le preguntó la profesora Sprout, preocupada.
Petunia no respondió. Tenía la vista fija en el libro y las manos tan apretadas que sus nudillos se veían blancos.
— Si no hay ningún problema, por favor, continúe — le dijo Dumbledore.
— No quiero continuar — replicó ella, con la voz temblorosa debido a la rabia.
Se escucharon murmullos por todo el comedor. Nadie entendía lo que sucedía.
— ¿No se había ofrecido voluntaria? — dijo Neville.
— Obviamente, la han obligado, sea quien sea. Pero, ¿por qué? — dijo Fred, lleno de curiosidad.
— Es tu tía, ¿verdad?
Harry se sobresaltó. Ginny se había inclinado hacia él y le había susurrado al oído.
— ¿Eh?
Ella rodó los ojos y volvió a inclinarse.
— Llevas todo el rato mirándola como si la reconocieras. Y obviamente es alguien que no te cae muy bien. La forma en la que la miras… No sé. Dudo que mires así a muchas personas.
A Harry se le puso la piel de gallina al notar la respiración de Ginny tan cerca de su oreja.
— ¿Tú sabes si pueden entrar los muggles en Hogwarts? — le susurró Harry.
— Por sí solos, no. Con ayuda, por supuesto —replicó ella. — Entonces, ¿es ella?
Harry volvió a mirar hacia la tarima, donde la figura encapuchada se había alejado del atril y hablaba con Dumbledore en agitados susurros.
— Sin duda — contestó finalmente. — Pero no tiene sentido. ¿Por qué la habrán traído?
Ginny se quedó pensativa. Fue en ese momento en el que Harry se dio cuenta de que Hermione los miraba a ambos fijamente.
— ¿De qué habláis? — preguntó.
Harry no supo si decírselo o no. Por suerte, no hizo falta, ya que tía Petunia decidió que ya se había cansado de discutir con Dumbledore y se bajó de la tarima, dirigiéndose directamente hacia las puertas del comedor.
— Cometes un gran error — dijo Dumbledore en voz alta, pero el paso de la mujer no se detuvo. Todo el comedor la miraba, algunos con sorpresa, otros con más curiosidad que otra cosa.
Cuando tía Petunia estaba acercándose al lugar en el que Harry estaba sentado, sucedió lo último que Harry se habría esperado.
Luna Lovegood se puso en pie y le cerró el paso a Petunia, que se vio obligada a frenar en seco.
— Muévete, niña — escupió la mujer. — Me voy de aquí.
— No puede hacer eso — replicó Luna. No parecía enfadada. — Se comprometió a terminar de leer el capítulo. No podrá marcharse hasta que lo haga.
— No me comprometí, me obligaron a comprometerme — saltó ella. Los murmullos entre los estudiantes habían cesado, porque nadie quería perderse ni una sola palabra.
— Dijo que lo haría — insistió Luna. — Así que no podrá marcharse hasta que termine de leer. ¿O prefiere que descubramos su identidad frente a todos?
Tía Petunia dio un paso hacia atrás.
— ¿Me estás amenazando? ¿No has tenido suficiente con atormentarme a mí y a mi familia durante días? Eres un monstruo, como todos ellos — señaló hacia el resto del comedor. — ¡Bruja!
— Sí, lo soy — sonrió Luna. Sacó la varita en ese momento, aunque la mantuvo apuntando hacia el suelo. — Debería regresar a la tarima. No creo que a los demás les haga gracia tener que venir aquí para lidiar con usted.
Harry no podía ver la expresión de tía Petunia bajo la túnica, pero sabía a ciencia cierta que tenía los ojos fijos en el palito de madera que Luna sostenía inocentemente.
— Cuanto antes continuemos, antes acabará esto — dijo Dumbledore en voz alta.
Hubo un momento de silencio total. Luna parecía muy calmada, lo que contrastaba con la respiración agitada que se escuchaba bajo la túnica de su interlocutora. Y, entonces, tía Petunia giró la cabeza y miró directamente a Harry.
Harry no podía verle la cara, porque la llevaba cubierta, pero eso no evitó que un escalofrío recorriera todo su cuerpo. Aun así, le sostuvo la mirada, no queriendo parecer un cobarde.
Tras unos segundos, fue ella quien rompió la conexión. Lentamente, como si cada paso le resultara doloroso, tía Petunia regresó a la tarima y volvió a tomar el libro. Todo el colegio la observaba con diferentes grados de curiosidad, intriga y sospecha. También observaban así a Luna, que regresó a su asiento junto a Ginny y guardó la varita con calma, como si no acabara de amenazar a alguien delante de todo el colegio.
— ¿A qué venía eso? ¿Sabes quién es? — dijo Ron en cuanto Luna se hubo sentado. No era el único que se moría de curiosidad: todos los Weasleys, Hermione, Dean, Seamus, Neville, Parvati y Lavender también estaban escuchando, así como varios miembros de la Orden. Algunos miraban a Luna con los ojos como platos.
— Sí, claro — respondió ella.
— ¿Nos lo vas a decir? — preguntó George.
— No, lo siento.
Hermione soltó un bufido.
— Estoy harta de tanto secretismo — resopló.
— No es mi decisión — contestó Luna. — Si por mí fuera, os lo contaría todo.
A Hermione no pareció que eso le hiciera sentir mejor.
y lanzaban piedras a los coches en marcha y a los niños que pasaban por la calle. Harry los había visto en acción durante sus paseos nocturnos por Little Whinging, pues había pasado la mayor parte de las vacaciones deambulando por las calles y hurgando en los cubos de basura en busca de periódicos.
— Ugh, Harry. Qué asco — dijo Parvati.
Harry rodó los ojos.
Las primeras notas de la sintonía que anunciaba el telediario de las siete llegaron a los oídos de Harry, y se le contrajo el estómago. Quizá esa noche, por fin, tras un mes de espera…
— ¿Qué esperabas, exactamente? — preguntó Colin.
— Cualquier cosa — replicó Harry. — Cualquier noticia extraña que pudiera estar relacionada con Voldemort y los mortífagos.
—Un número récord de turistas en apuros llena los aeropuertos, ya que la huelga de los empleados españoles del servicio de equipajes alcanza su segunda semana…
—Ponerlos a dormir la siesta el resto de su vida, eso es lo que haría yo con ellos —gruñó tío Vernon cuando el locutor todavía no había terminado la frase,
— Eso es lo que haría yo con él — gruñó George.
pero daba igual lo que dijera: fuera, en el parterre, Harry se relajó. Si hubiera pasado algo, era evidente que lo habrían contado al inicio del telediario; la muerte y la destrucción son más importantes que los turistas en apuros.
— Debía ser un día muy aburrido para que la primera noticia del día fuera sobre los turistas — dijo Dean.
Harry suspiró lenta y profundamente y miró hacia el cielo, de un azul intenso. Aquel verano había experimentado lo mismo todos los días: la tensión, las expectativas, el alivio pasajero, y luego otra vez la tensión… Y siempre, cada vez más insistente, la pregunta de por qué no había pasado nada todavía.
— Es una buena pregunta — admitió Terry Boot. — ¿Por qué ha estado Quien-Vosotros-Sabéis tanto tiempo sin hacer nada?
— Es de suponer que la reticencia del ministerio a aceptar el regreso de Lord Voldemort constituyó una oportunidad perfecta para reunir fuerzas en secreto — respondió Dumbledore.
— No había ninguna prueba de que hubiera regresado — farfulló Fudge.
— No, solo el cadáver de mi hijo — replicó Amos Diggory, provocando uno de los silencios más profundos y repentinos que Harry jamás había oído en Hogwarts.
Fudge se quedó mirando a Diggory con los ojos muy abiertos a causa de la sorpresa.
— Lo que le sucedió a Cedric Diggory pudo ser un accidente — se metió Umbridge. — Incluso si todo lo que hemos leído es cierto, el ministerio no puede ser responsabilizado de la muerte del chico.
— Pero sí de ponérselo más fácil a su asesino — respondió McGonagall. Umbridge le lanzó una mirada helada.
— Por favor, continúa — le indicó Dumbledore a tía Petunia, queriendo evitar la pelea que estaba a punto de formarse entre las dos profesoras.
Siguió escuchando por si descubría alguna pequeña pista que pudiera haber pasado desapercibida a los muggles: una desaparición sin resolver, quizá, o algún extraño accidente… Pero después de la noticia de la huelga de empleados del servicio de equipajes, dieron otra sobre la sequía que asolaba el sudeste del país («¡Espero que el vecino de al lado esté escuchando! —bramó tío Vernon—. ¡Ya sé que pone los aspersores en marcha a las tres de la madrugada!»);
— Pues vaya egoísta — dijo Hermione por lo bajo.
luego, otra de un helicóptero que había estado a punto de estrellarse en un campo de Surrey; y, a continuación, la del divorcio de una actriz famosa de su famoso marido («Como si nos interesaran sus sórdidos asuntos privados», comentó con desdén tía Petunia, que había seguido el caso obsesivamente en todas las revistas del corazón a las que había podido echar mano).
Se oyeron risitas y a Harry le pareció escuchar a alguien llamar cotilla a tía Petunia.
La susodicha apretaba el libro con fuerza, pero no dijo nada para defenderse.
Harry cerró los ojos al intenso y resplandeciente azul del anochecer y oyó que el locutor decía:
—Y por último, el periquito Bungy ha descubierto una novedosa manera de refrescarse este verano. Bungy, que vive en el Cinco Plumas de Barnsley, ha aprendido a hacer esquí acuático! Mary Dorkins se ha desplazado hasta allí para darnos más detalles…
— Qué monada — dijo Katie.
— ¿Cómo es eso una noticia? Caray, sí que debió ser un día muy aburrido — bufó Seamus.
Harry abrió los ojos. Si habían llegado a la noticia de los periquitos que practicaban esquí acuático, no podía haber nada más que valiera la pena escuchar. Rodó con cuidado hasta quedar boca abajo y se puso a cuatro patas, preparado para salir gateando de su refugio bajo la ventana.
— ¿Por qué tengo la sensación de que algo va a salir muy mal? — dijo Neville.
— Porque es Harry. ¿Cuándo le salen bien las cosas? — replicó Fred, ganándose una mirada de reproche.
Se había movido unos cuantos centímetros cuando varias cosas sucedieron en un abrir y cerrar de ojos.
Una fuerte detonación, parecida al ruido de un disparo, rompió el perezoso silencio;
— ¿¡Hubo un tiroteo?! — exclamó Colin.
Muchos estudiantes (especialmente los nacidos de muggles) parecieron emocionados.
un gato salió disparado de debajo de un coche aparcado y desapareció; del salón de los Dursley llegaron un chillido, un juramento y el ruido de porcelana rota, y como si ésa fuera la señal que Harry hubiera estado esperando, se puso en pie de un brinco al mismo tiempo que sacaba de la cintura de sus vaqueros una delgada varita mágica de madera, como si desenvainara una espada; pero antes de que pudiera enderezarse del todo, su coronilla chocó contra la ventana abierta de los Dursley. El ruido de la colisión hizo que tía Petunia gritara aún más fuerte.
— Qué torpe — bufó Fred.
— ¿Pretendías abrirte la cabeza? — dijo Ron, medio preocupado, medio divertido.
Harry frunció el ceño y los ignoró a ambos.
Harry tuvo la impresión de que su cabeza se había partido por la mitad. Se tambaleó, con los ojos bañados en lágrimas, e intentó enfocar la calle para localizar el origen de la detonación,
— Ay, pobre. Debió doler — se lamentó Hermione.
pero cuando apenas había conseguido recobrar el equilibrio, dos grandes manos moradas salieron por la ventana abierta y se cerraron con fuerza alrededor de su cuello.
Se oyeron jadeos. Harry se tensó.
—¡Guarda eso! —le gruñó tío Vernon al oído—. ¡Inmediatamente! ¡Antes de que alguien lo vea!
—¡Suél-ta-me! —exclamó Harry con voz entrecortada.
— ¡HIJO DE LA GRANDÍSIMA…! — Sirius se puso en pie, furioso.
— ¡LO HA COGIDO DEL CUELLO! — exclamó al mismo tiempo Bill, que parecía a punto de saltar de su asiento.
— ¡Lo está estrangulando! ¡A su propio sobrino! — la señora Weasley estaba horrorizada. Le había cogido el brazo al señor Weasley y apretaba con fuerza, pero él no parecía notarlo. Se había puesto muy rojo y parecía más enfadado de lo que Harry recordaba haberlo visto nunca.
Harry no sabía a dónde mirar. Una gran cantidad de alumnos y profesores tenían la vista fija en él, todos con diferentes grados de horror, pena e incredulidad. Ron le puso la mano en el hombro y apretó con fuerza, y Harry decidió mirarlo a él. Estaba tan rojo como su padre.
Hermione, por otro lado, parecía a punto de llorar. Ginny estaba muy tensa y había colocado la mano sobre la rodilla de Harry, apretando un poco. Entre los Weasley, el sentimiento generalizado era la ira. Los gemelos parecían estar listos para levantarse y marcharse a Privet Drive para hechizar a Vernon Dursley. Harry se preguntó si, quizá, Vernon estaba más cerca de lo que todos pensaban.
La idea de que tío Vernon estuviera en Hogwarts resultaba aún más ridícula que la idea de que tía Petunia estuviera allí. Y, sin embargo, allí estaba, y continuó leyendo con la voz ligeramente temblorosa.
Forcejearon durante unos segundos; Harry tiraba de los dedos como salchichas de su tío con la mano izquierda, mientras con la derecha mantenía con firmeza su varita mágica en alto;
— En un caso así, podías haber usado la varita — dijo Angelina, que se tuvo que aclarar la garganta porque la voz se le había quebrado. — Si es en defensa propia…
— La utilicé en defensa propia ese mismo día y acabé teniendo una vista frente al Wizengamot — replicó Harry.
Se escucharon jadeos y murmullos. Fudge se puso de un color avena muy desagradable.
entonces, al mismo tiempo que el dolor que Harry notaba en la coronilla le producía una punzada muy desagradable, tío Vernon dio un grito y lo soltó, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Al parecer una fuerza invisible había invadido a su sobrino y le había impedido sujetarlo.
— ¿Hiciste magia accidental? — preguntó Wood.
Harry negó con la cabeza.
— No quería que lo vieran los vecinos.
Jadeando, Harry cayó hacia delante sobre la mata de hortensias, se enderezó y miró alrededor. No había ni rastro de lo que había causado la detonación, pero en cambio unas cuantas caras miraban desde varias ventanas cercanas. Harry se guardó apresuradamente la varita en los vaqueros e intentó adoptar una expresión inocente.
En el presente, la expresión que Harry se esforzaba por mantener era una de neutralidad. Podía sentir la tensión que emanaba de todos los Weasleys, así como de gran parte de la casa Gryffindor. La profesora McGonagall tenía la mandíbula tan apretada que los dientes debían dolerle, y la señora Pomfrey parecía consternada.
—¡Qué noche tan agradable! —gritó tío Vernon, saludando con la mano a la señora del número siete, la vecina de enfrente, que lo fulminaba con la mirada desde detrás de sus visillos—. ¿Ha oído cómo ha petardeado ese coche? ¡Petunia y yo nos hemos dado un susto de muerte!
— Imbécil — gruñó Ron.
Siguió manteniendo su espantosa sonrisa de maníaco hasta que los vecinos curiosos hubieron desaparecido de sus respectivas ventanas; entonces la sonrisa de tío Vernon se convirtió en una mueca de ira y le hizo señas a Harry para que se acercara.
— Mejor no te acerques mucho — murmuró Neville.
Harry dio unos pasos hacia donde estaba su tío, procurando detenerse fuera del alcance de sus manos para que no pudiera seguir estrangulándolo.
Sirius, que todavía respiraba agitadamente, agachó la cabeza al escuchar eso, al tiempo que Lupin hacía una mueca.
—Pero ¿qué demonios te propones con eso, chico? —preguntó tío Vernon con una voz ronca que temblaba de rabia.
—¿Qué me propongo con qué? —replicó fríamente Harry, que no paraba de mirar a uno y otro lado de la calle con la esperanza de descubrir a la persona que había producido aquel estruendo.
—Haciendo ese ruido; parecía el pistoletazo de salida de una carrera debajo de nuestra…
— Cómo no, Harry siempre tiene que tener la culpa de todo — bufó Angelina. — Qué ganas de darle a Dursley una patada en el trasero.
Varias personas asintieron. Tía Petunia siguió leyendo, visiblemente más tensa que antes.
—No he sido yo —dijo Harry con firmeza.
El delgado y caballuno rostro de tía Petunia apareció junto a la cara, redonda y morada, de tío Vernon. Tía Petunia estaba pálida.
La forma en la que Petunia pronunció las palabras demostraba lo mucho que le desagradaban. Harry lo comprendía: ¿a quién le gustaría ser descrito con los términos "rostro caballuno"?
—¿Qué hacías acechando debajo de nuestra ventana?
—Sí, eso es… ¡Bien dicho, Petunia! ¿Qué hacías debajo de nuestra ventana, chico?
—Escuchar las noticias —contestó Harry con tono resignado. Su tío y su tía se miraron indignados.
— Ese debe ser el motivo más estúpido que he oído nunca por el que enfadarse con alguien — resopló la profesora Sprout. Flitwick asintió vehementemente.
—¡Escuchar las noticias! ¿Otra vez?
—Bueno, es que cada día son diferentes, ¿sabes? —dijo Harry.
Se oyeron risas incrédulas. Fred soltó una buena carcajada y se estiró para chocarle los cinco a Harry.
—¡No te hagas el listo conmigo, chico! ¡Quiero saber qué es lo que tramas en realidad, y no vuelvas a venirme con el cuento ése de que estabas «escuchando las noticias»! Sabes perfectamente que tu gente…
—¡Cuidado, Vernon! —susurró tía Petunia, y el hombre bajó la voz hasta que Harry apenas pudo oírlo.
—¡… que tu gente no sale en nuestras noticias!
— A veces sí — dijo Dumbledore, interrumpiendo la lectura. — Puede que no sepan de nuestra existencia, pero compartimos el mismo mundo. Caminamos por las mismas calles, visitamos los mismos lugares. Que existan zonas habitadas exclusivamente por muggles o por magos no borra la existencia de otras tantas donde nuestras vidas se fusionan.
Algunos hicieron muecas extrañas, como si lo que Dumbledore acababa de decir fuera lo más obvio del mundo. Y así era, en cierto modo, para los magos. Pero él no lo había dicho para que los magos lo escucharan, sino para que lo hiciera la única muggle presente en el comedor. La susodicha no comentó nada, y se limitó a seguir leyendo.
—Eso es lo que tú te crees —repuso Harry.
Los Dursley lo miraron con los ojos desorbitados unos segundos; entonces tía Petunia dijo:
—Eres un pequeño embustero. ¿Qué hacen todas esas… —ella también bajó la voz, de modo que Harry tuvo que leerle los labios para entender la siguiente palabra— lechuzas, sino traerte noticias?
— ¿Por qué dice "lechuzas" como si fuera un insulto? — dijo Lee Jordan, confuso. — Entiendo que la magia les de miedo, ¿pero las lechuzas también?
— Forman parte del mundo mágico. Con eso es suficiente para odiarlas, supongo — replicó Alicia.
—¡Aja! —exclamó tío Vernon con un susurro triunfante—. ¿Nos tomas por tontos, chico? ¡Como si no supiéramos que son esos pestilentes pajarracos los que te traen las noticias!
— No son pestilentes — dijo un chico de segundo, indignado.
Harry vaciló un instante. Esa vez le costaba trabajo decir la verdad, aunque era imposible que sus tíos supieran lo mucho que le dolía admitirlo.
—Las lechuzas… no me traen noticias —dijo con voz monótona.
—No te creo —le espetó tía Petunia al instante.
—Yo tampoco —agregó tío Vernon con ímpetu.
— Qué sorpresa — ironizó Hermione.
—Sabemos que estás tramando algo raro —continuó tía Petunia.
—No somos idiotas —dijo tío Vernon.
—Bueno, eso sí que es una noticia para mí —afirmó Harry, cada vez más enojado,
Petunia no pudo seguir leyendo porque las carcajadas que inundaron el comedor ahogaron el sonido de su voz.
— Sublime — dijo George, riendo con ganas.
— Magistral — añadió Fred. — Ese día estabas en racha, ¿eh?
Era un indicativo de lo mucho que todos despreciaban a los Dursley que ni siquiera la señora Weasley lo regañó por la grosería. De hecho, ella también sonreía, si bien trataba de disimularlo un poco mejor que sus hijos y que su marido.
Sirius, que había soltado una sonora risotada, le hizo a Harry un gesto con los pulgares hacia arriba.
En cuanto el nivel de ruido hubo bajado lo suficiente, tía Petunia siguió leyendo con prisa. Parecía querer terminar cuanto antes.
y antes de que los Dursley pudieran ordenarle que regresara, había girado sobre sus talones, cruzado el jardín delantero, saltado la valla y empezado a alejarse por la calle dando grandes zancadas.
— No sé hasta qué punto me gusta que estuvieras andando por las calles sabiendo que era peligroso — dijo Hermione lentamente. — Pero quedarte en la casa… Madre mía, Harry. No me extraña que estuvieras tan desesperado por venir con nosotros.
Harry hizo una mueca. Se preguntó si se leería el momento en el que se había puesto a gritarle a Ron y Hermione, la noche en la que había sido enviado a Grimmauld Place. Estaba seguro de que así sería… No tenía ningunas ganas de llegar a esa parte.
Había metido la pata, y lo sabía. Más tarde tendría que enfrentarse a sus tíos y pagar por su grosería, pero en ese momento eso no le importaba demasiado: tenía asuntos mucho más urgentes en la cabeza.
— ¿Con "pagar por su grosería" se refiere a…? — le susurró Lavender a Parvati, nerviosa. Ambas miraron a Harry, que fingió no haber escuchado nada.
Harry estaba convencido de que aquella detonación la había causado alguien al aparecerse o desaparecerse. Era el mismo ruido que Dobby, el elfo doméstico, hacía cuando se esfumaba. ¿Y si Dobby estuviera allí, en Privet Drive? ¿Y si Dobby lo estuviera siguiendo en ese mismo instante? En cuanto se le ocurrió esa idea, Harry se dio la vuelta y se quedó mirando la calle, pero ésta parecía completamente desierta, y Harry estaba seguro de que Dobby no sabía cómo hacerse invisible.
— ¿Tan fuerte es el ruido que se hace al desaparecer? — preguntó una niña de primero.
McGonagall asintió.
— Curiosamente, algunos magos son capaces de hacerlo sin provocar tanto ruido. Depende de la persona.
Siguió andando, sin fijarse apenas por dónde iba, porque paseaba tan a menudo por aquellas calles que sus pies lo llevaban automáticamente a sus sitios preferidos. Miraba hacia atrás con frecuencia. Algún ser mágico había estado cerca de él mientras se encontraba tumbado entre las marchitas begonias del parterre de tía Petunia, de eso no tenía ninguna duda, pero ¿por qué no le había hablado, por qué no se había manifestado, por qué se escondía?
Harry frunció el ceño. Ahora que sabía que Mundungus Fletcher había estado vigilándolo por orden de Dumbledore, casi se alegraba de que no se hubiera manifestado. No le terminaba de caer bien.
Y entonces, cuando su sentimiento de frustración alcanzó el punto máximo, su certeza se difuminó.
Al fin y al cabo, quizá no hubiera sido un ruido mágico. Quizá estuviera tan ansioso por detectar la más mínima señal de contacto con el mundo al que él pertenecía que reaccionaba de forma exagerada ante ruidos normales. ¿Estaba seguro de que no se trataba del ruido de algo que se había roto en la casa de algún vecino?
— Oh, Harry — Hermione lo miró con pena y él apartó la mirada.
Sin embargo, ella no era la única que se sentía así. Varias personas, especialmente dentro de la familia Weasley y de la Orden, parecían algo tristes al escuchar lo mucho que Harry había ansiado tener alguna conexión con el mundo mágico.
Harry notó un vacío en el estómago, y casi sin darse cuenta volvió a invadirlo la sensación de desesperanza que lo había atormentado todo el verano.
— Qué pena — dijo Lavender. — Pero no lo entiendo. ¿Por qué parece que estuvieras totalmente aislado del mundo mágico?
— Porque lo estaba — replicó Harry, sin dar más explicaciones.
— ¿No te escribían cartas Ron y Hermione? — insistió Parvati.
Harry no contestó. Ron y Hermione parecieron un poco incómodos.
Al día siguiente por la mañana el despertador sonaría a las cinco en punto para que Harry pudiera pagar a la lechuza que le entregaba El Profeta; pero ¿tenía sentido que siguiera recibiéndolo? Últimamente Harry se limitaba a echarle un vistazo a la primera plana antes de dejarlo tirado en cualquier sitio; cuando los idiotas que dirigían el periódico se dieran cuenta por fin de que Voldemort había regresado, ésa sería la noticia de la portada en grandes titulares, y ésa era la única que a Harry le importaba.
— Tenías que haber leído las demás — dijo Hermione, sin poder resistirse. — Así no te habría pillado por sorpresa… bueno, ya sabes.
Harry no supo qué contestar. No sabía si estar encerrado en Privet Drive y ser consciente de la campaña de odio que se estaba realizando contra él habría sido mejor o peor que el silencio constante.
Si tenía suerte, a la mañana siguiente también llegarían lechuzas con cartas de sus mejores amigos, Ron y Hermione, aunque ya se habían agotado sus esperanzas de que sus cartas le llevaran noticias.
Algunos fruncieron el ceño.
«Como comprenderás, no podemos hablar mucho de ya-sabes-qué… Nos han pedido que no digamos nada importante por si nuestras cartas se pierden… Estamos muy ocupados, pero ahora no puedo darte detalles… Están pasando muchas cosas, ya te lo contaremos todo cuando te veamos…»
— Suenan un poco pedantes, la verdad — dijo un chico de cuarto.
— No nos dejaban decirle nada más — se quejó Ron.
Pero ¿cuándo irían a verlo? A nadie parecía importarle que no hubiera una fecha exacta. Hermione había escrito en su tarjeta de felicitación de cumpleaños: «Creo que te veremos pronto», pero ¿qué quería decir «pronto»?
— Ojalá hubiera podido darte una fecha — se lamentó Hermione. A Harry le pareció nerviosa. Quizá también había adivinado que, inevitablemente, se leería la discusión que habían tenido los tres cuando él había llegado a Grimmauld Place.
Por lo que Harry había podido deducir de las vagas pistas que contenían sus cartas, Hermione y Ron estaban en el mismo sitio, seguramente en casa de los padres de Ron. Harry no soportaba imaginárselos divirtiéndose en La Madriguera cuando él estaba atrapado en Privet Drive.
Harry hizo una mueca.
— Así que Potter estaba celoso — dijo McLaggen.
— Es un poco cruel — dijo Hannah Abbott al mismo tiempo. — Saber que tus amigos están juntos y pasándolo bien mientras tú estás encerrado con gente que te odia… No me extraña que Harry estuviera deseando marcharse.
Harry le agradeció con la mirada.
— No estábamos en La Madriguera — habló Hermione en voz alta, quizá porque notó que muchos alumnos les lanzaban a ella y a Ron miradas desagradables. — Y tampoco estábamos pasándolo bien. Aunque… bueno, está claro que estábamos mucho mejor que Harry — le lanzó al chico una mirada apenada. Harry la ignoró.
De hecho, estaba tan enfadado con ellos que había tirado, sin abrirlas, las dos cajas de chocolatinas de Honeydukes que le habían enviado por su cumpleaños.
Hermione jadeó, y no fue la única.
— Sacrilegio — dijo Fred, llevándose la mano al pecho como si fuera a darle un infarto.
Después, cuando vio la mustia ensalada que tía Petunia puso en la mesa a la hora de cenar, se arrepintió de haberlo hecho.
Harry se sintió mal al ver las caras de Ron y Hermione.
— Perdón por eso — dijo. — Estaba enfadado…
— No te preocupes. Tenías motivos para estarlo — respondió Hermione rápidamente.
¿Y qué era eso que tenía tan ocupados a Ron y a Hermione? ¿Por qué no estaba él ocupado? ¿Acaso no había demostrado que era capaz de llevar a cabo cosas mucho más importantes que las que hacían ellos?
— No me digas que a Potter se le ha subido el éxito a la cabeza — dijo Zacharias Smith.
— No seas estúpido — replicó Charlie.
¿Había olvidado todo el mundo su proeza? ¿Acaso no había sido él quien había entrado en aquel cementerio y había visto cómo asesinaban a Cedric, y al que habían atado a aquella lápida y casi habían matado?
El silencio regresó.
«No pienses en eso», se dijo Harry, severo, por enésima vez a lo largo del verano. Ya era bastante desagradable que el cementerio apareciera continuamente en sus pesadillas para que también pensara en él durante el día.
— Harry no tenía el ego inflado — dijo Jack Sloper. — Lo que tenía era un trauma de mil demonios.
— Como para no tenerlo — bufó Jimmy Peakes.
Dobló una esquina y continuó andando por la calle Magnolia; un poco más allá, pasó por delante del estrecho callejón que discurría junto a la pared de un garaje donde había visto por primera vez a su padrino. Al menos Sirius parecía entender cómo se sentía Harry.
Sirius sonrió al escuchar eso, aunque era una sonrisa amarga.
Había que reconocer que sus cartas contenían tan pocas noticias de verdad como las de Ron y Hermione, pero por lo menos incluían palabras de precaución y de consuelo en lugar de tentadoras insinuaciones: «Ya sé que esto debe de ser frustrante para ti… No te metas en líos y todo saldrá bien… Ten cuidado y no hagas nada precipitadamente…»
— ¿Ni siquiera su padrino le decía lo que estaba pasando? ¡Qué triste! — exclamó un Hufflepuff de segundo.
— A mí tampoco me lo permitían — gruñó Sirius. El chico de Hufflepuff pegó un salto al notar que Sirius le había respondido.
Bueno, pensó Harry mientras cruzaba la calle Magnolia, torcía por la avenida Magnolia y se dirigía hacia el parque, él había seguido, en general, los consejos de Sirius. Al menos había dominado el impulso de atar su baúl al palo de su escoba e ir por su cuenta a La Madriguera.
— Te la habrías encontrado vacía — dijo Ginny. — Aunque tenemos puestos algunos encantamientos de alarma. Lo mismo habrías acabado en el suelo con toda la familia apuntándote con la varita, por lo menos hasta que supiéramos quién eres.
Harry soltó un bufido, mitad risa mitad nervios. No quería ver nunca a los Weasley apuntándole con la varita.
De hecho, Harry creía que su comportamiento había sido muy bueno, teniendo en cuenta lo decepcionado y enfadado que estaba por llevar tanto tiempo confinado en Privet Drive, sin poder hacer otra cosa que esconderse en los parterres con la esperanza de oír algo que indicara qué estaba haciendo lord Voldemort.
— Lo hiciste muy bien, Harry — le dijo Tonks. — Tuviste más paciencia de la que podíamos esperar.
— Teniendo en cuenta que acabó realizando magia ilegal, yo diría que no — se metió la profesora Umbridge.
Sirius soltó un gruñido.
— Fue en defensa propia.
— Eso es lo que dice Potter — dijo Umbridge. — Pero a mí me sigue pareciendo extraño que aparecieran criaturas mágicas en un barrio muggle.
— A mí también me lo parece, Dolores — intervino Dumbledore. — Y creo recordar haberle pedido al ministerio que investigue qué hacían esas criaturas allí.
Los alumnos escucharon el intercambio con curiosidad.
Con todo, era muy mortificante que el que te aconsejaba que no hicieras nada precipitadamente fuera un hombre que había cumplido doce años de condena en Azkaban, la prisión de magos, que se había fugado de ella, había intentado cometer el asesinato por el que lo habían condenado y luego había desaparecido con un hipogrifo robado.
Se oyeron algunos bufidos e incluso más de una risita.
— Bueno, visto así… — dijo Sirius, pensativo. — No me habría sorprendido que no me hicieras ni caso.
Harry saltó la verja del parque, que estaba cerrado, y echó a andar por la reseca hierba. El parque estaba tan vacío como las calles de los alrededores. Cuando llegó a los columpios se sentó en el único que Dudley y sus amigos todavía no habían conseguido romper, pasó un brazo alrededor de la cadena y se quedó mirando el suelo con aire taciturno.
— ¿No estaba siendo un poco dramático? — dijo Michael Corner.
— Había visto morir a un amigo, lo habían torturado con la maldición cruciatus, había visto regresar al asesino de sus padres y después lo habían abandonado durante semanas en una casa con un hombre al que le gusta estrangularlo — dijo Susan Bones, muy seria. — ¿Qué querías que hiciera, que diera saltos de felicidad?
Corner no supo qué contestar. De hecho, mucha gente en el comedor pareció incómoda, y Harry supo que habían pensado exactamente lo mismo que Corner.
Ya no podría volver a esconderse en el parterre de los Dursley. Tendría que pensar otra manera de escuchar las noticias del día siguiente. Entre tanto no tenía más perspectiva que la de pasar otra noche de impaciencia y agitación, porque incluso cuando se salvaba de las pesadillas sobre Cedric, tenía sueños inquietantes en los que aparecían largos y oscuros pasillos que terminaban en muros y puertas cerradas con llave, y que él suponía que tenían algo que ver con la sensación de estar prisionero que lo acosaba cuando estaba despierto.
— Caray, Harry — dijo Ernie. — Debías dormir muy poco.
— Casi nada — replicó él.
Notaba a menudo unos desagradables pinchazos en la vieja cicatriz de la frente, pero sabía que eso ya no les interesaría mucho ni a Ron, ni a Hermione, ni a Sirius. En el pasado, el dolor en su cicatriz era una señal de que Voldemort estaba volviendo a cobrar fuerza, aunque, ahora que Voldemort había regresado, seguramente sus amigos le recordarían que aquella sensación crónica era de esperar…, pero no significaba nada por lo que tuviera que preocuparse… Nada nuevo.
— Nos lo podías haber contado, de todas formas — dijo Hermione. — Que no fuera una novedad no significa que no pudieras quejarte.
La injusticia de aquella situación iba minándolo poco a poco y le daban ganas de gritar de rabia. ¡De no haber sido por él, nadie sabría siquiera que Voldemort había regresado! ¡Y su recompensa era quedarse atrapado en Little Whinging durante cuatro semanas enteras, incomunicado con el mundo mágico, sin poder hacer otra cosa que agazaparse en medio de las marchitas begonias para poder oír la noticia de que un periquito practicaba esquí acuático!
— Ahora sí que está siendo dramático — insistió Corner.
— Pues yo creo que tenía todo el derecho del mundo a enfadarse — dijo Angelina. — Entre el trauma de todo lo que pasó el año pasado y tener que lidiar con ello viviendo con esos estúpidos Dursleys… ¿Acaso tú estarías más tranquilo?
— Claro que sí — replicó Corner, altivo.
Angelina lo miró con una ceja alzada.
— Si no recuerdo mal, le diste un puñetazo a Harry porque tu novia le habló durante el desayuno. No creo que la calma sea tu fuerte.
Corner se ruborizó.
— No es lo mismo — se defendió el chico. Ginny lo miraba con desgana.
— No, ver morir a un amigo es peor — replicó Angelina, tajante.
Corner no tuvo más remedio que cerrar la boca.
¿Cómo podía ser que Dumbledore se hubiera olvidado de él con tanta facilidad?
Harry evitó mirar al director en ese momento. Ahora sabía que Dumbledore había tenido motivos para evitarlo, aunque seguía sin gustarle.
¿Y por qué Ron y Hermione no lo habían invitado a reunirse con ellos?
La respuesta a esa pregunta tampoco le agradaba.
¿Durante cuánto tiempo tendría que seguir soportando que Sirius le dijera que se portara bien y fuera un buen chico; o resistir la tentación de escribir a esos ineptos de El Profeta y explicarles que Voldemort había vuelto? Aquel torbellino de ideas daba vueltas en la cabeza de Harry, y las tripas se le retorcían de rabia, mientras una noche aterciopelada y sofocante iba cerrándose sobre él; el aire olía a hierba seca y recalentada, y lo único que se oía era el débil murmullo del tráfico de la calle, más allá de la valla del parque.
— Suena deprimente — dijo Padma.
— Y tanto — murmuró Terry Boot.
No sabía cuánto tiempo llevaba sentado en el columpio cuando unas voces lo sacaron de su ensimismamiento y levantó la cabeza. Las farolas de las calles de los alrededores proyectaban un resplandor neblinoso lo bastante intenso para distinguir la silueta de un grupo de personas que avanzaban por el parque. Una de ellas cantaba a voz en grito una canción muy ordinaria. Las otras reían.
— No parecen gente que quieras tener cerca — dijo la señora Weasley, frunciendo el ceño.
— A mí me encantaría saber qué canción cantaban — admitió Colin en voz baja.
Al poco rato empezó a oírse también el débil ruidito de varias bicicletas de carreras caras, que aquellas personas llevaban cogidas por el manillar.
Harry sabía de quiénes se trataba. La figura que iba delante era, sin lugar a dudas, su primo Dudley Dursley, que regresaba a casa acompañado de su leal pandilla.
— Ahí va a pasar algo malo, seguro — dijo una niña de primero.
Tía Petunia tomó aire antes de leer:
Dudley estaba más enorme que nunca, pero un año de riguroso régimen y el descubrimiento de un nuevo talento del muchacho habían operado un cambio considerable en su físico.
— ¿Un nuevo talento? — preguntó Katie, intrigada.
Como tío Vernon explicaba encantado a todo el que estuviera dispuesto a escucharlo, desde hacía poco Dudley ostentaba el título de Campeón de los Pesos Pesados de la Liga de Boxeo Interescolar Juvenil del Sudeste.
— Pues le pega bastante — admitió Alicia. —Estoy segura de que se le da muy bien.
— Normal, lleva toda la vida practicando con Harry — dijo Wood con una mueca de disgusto.
El «noble deporte», como lo llamaba tío Vernon, había conseguido que Dudley pareciera todavía más imponente de lo que a Harry le parecía en los tiempos de la escuela primaria, cuando Dudley lo utilizaba a él de punching ball.
Ron soltó un gruñido.
Harry ya no temía a su primo, pero aun así no creía que el hecho de que Dudley hubiera aprendido a golpear más fuerte y con mayor puntería fuera motivo de celebración. Los niños del vecindario le tenían pánico, más pánico incluso que el que le tenían a «ese Potter» que, según les habían contado, era un gamberro empedernido e iba al Centro de Seguridad San Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables.
— Se me hace raro imaginar a Harry como un delincuente juvenil — admitió Angelina. — No le pega nada.
—Yo creo que si le cambiamos un poco el estilo… — Tonks se quedó mirando a Harry, pensativa. — No, creo que ni así. Tienes cara de chico inocente, Harry.
Harry soltó un bufido. No sabía si eso era un cumplido o no.
Harry vio cómo las oscuras figuras cruzaban el césped y se preguntó a quién habrían estado pegando aquella noche. «Mirad alrededor —pensó Harry sin proponérselo mientras los observaba—. Vamos… Mirad alrededor… Estoy aquí sentado, solo… Venid y atreveos…»
— ¡Harry! — exclamó Hermione. — No habrías podido usar la varita.
Sirius reía por lo bajo. Lupin, por otro lado, parecía preocupado, al igual que la señora Weasley.
Si los amigos de Dudley lo veían allí sentado, seguro que se iban derechitos hacia él, ¿y qué haría entonces Dudley? No querría quedar mal delante de la pandilla, pero le daba pánico provocar a Harry… Sería muy divertido plantearle ese dilema a Dudley, hostigarlo, mirarlo con atención, sin que él pudiera reaccionar…
A tía Petunia volvió a darle un tic en las manos. Harry estaba seguro de que la mujer estaba deseando gritarles a todos lo malvado que era Harry por querer hostigar a su querido Dudders…
Y si alguno de los demás tenía la intención de pegar a Harry, él estaba preparado: llevaba su varita. Que lo intentaran… Harry estaría encantado de descargar parte de su frustración sobre los chicos que en otros tiempos habían hecho de su vida un infierno.
— Entiendo el sentimiento, pero Hermione tiene razón. No habrías podido usar la varita — dijo Ginny. No parecía preocupada, pero sí curiosa. — ¿Qué habrías hecho si se hubieran acercado a ti?
Harry se encogió de hombros. Había estado de tan mal humor que no había pensado más allá de querer provocar una pelea.
— Pegarles un par de puñetazos, supongo — replicó finalmente.
Pero no se dieron la vuelta, así que no vieron a Harry, y ya estaban llegando a la valla. Harry dominó el impulso de llamarlos…, pero provocar una pelea no habría estado bien… No debía emplear la magia…, volvería a exponerse a la expulsión.
Hermione respiró aliviada. Ron, sin embargo, se desinfló un poquito, como si alguna parte de él hubiera deseado ver a Harry dándole una paliza a Dudley y a sus amigos.
Las voces de la pandilla de Dudley fueron apagándose; iban hacia la avenida Magnolia, y Harry ya no los distinguía.
«Ya lo ves, Sirius —pensó Harry con desánimo—. No hago nada con precipitación. No me meto en líos. Exactamente lo contrario de lo que hiciste tú.»
— Ahí hay un poco de resentimiento… — dijo una chica de cuarto.
— Entiendo que es un poco hipócrita por mi parte decirte que no te metas en líos — Sirius miró directamente a Harry. — Pero era lo mejor que podías hacer.
— Ya lo sé — replicó Harry, sintiéndose un poco frustrado. No había sido un poco hipócrita, había sido extremadamente hipócrita.
Se puso en pie y se desperezó. Por lo visto, tía Petunia y tío Vernon consideraban que la hora a la que Dudley aparecía en casa era la hora correcta de llegar, pero el tiempo que sobrepasara a esa hora ya era demasiado tarde.
— Cómo no. Todo lo que haga el estúpido de su hijo es perfecto — se quejó Roger Davies.
Tío Vernon había amenazado con encerrar a Harry en el cobertizo si volvía a llegar después que Dudley, así que, conteniendo un bostezo y todavía con el entrecejo fruncido, Harry echó a andar hacia la verja del parque.
— ¿Quería encerrarte en el cobertizo? — exclamó Ron, enfadado.
— ¿Alguna vez lo ha hecho? — preguntó Lavender al mismo tiempo.
Harry ignoró la pregunta a propósito.
La avenida Magnolia, al igual que Privet Drive, estaba llena de grandes y cuadradas casas con jardines perfectamente cuidados, cuyos propietarios también eran grandes y cuadrados y conducían coches muy limpios parecidos al de tío Vernon.
— Qué aburrimiento de sitio — dijo Justin.
Harry prefería Little Whinging por la noche, cuando las ventanas, con las cortinas echadas, dibujaban formas de relucientes colores en la oscuridad, y él no corría el peligro de oír murmullos desaprobadores sobre su aspecto de «delincuente» cuando se cruzaba con los dueños de las casas.
— El mayor delincuente de esa calle viste con ropa nueva y zapatos caros — bufó Daphne Greengrass.
Caminaba deprisa, pero cuando estaba hacia la mitad de la avenida Magnolia, la pandilla de Dudley volvió a aparecer ante él: estaban despidiéndose en la esquina de la calle Magnolia. Harry se detuvo a la sombra de un gran lilo y esperó.
—… chillaba como un cerdo, ¿verdad? —decía Malcolm entre las risotadas de los demás.
—Buen gancho de derecha, Big D —dijo Piers.
— ¿A quién le han pegado? — preguntó una chica de tercero, preocupada.
— A saber — replicó otra.
Tía Petunia volvía a sujetar el libro con más fuerza de la necesaria. Harry se preguntó si estaba asimilando lo que leía sobre su hijo.
—¿Mañana a la misma hora? —preguntó Dudley.
—En mi casa. Mis padres no estarán —respondió Gordon.
—Hasta mañana entonces —se despidió Dudley.
—¡Adiós, Dud!
—¡Hasta luego, Big D!
— Big D — repitió Fred con una mueca. — Qué apodo más estúpido.
— A mí me gustaba más "cerdo con peluca" — dijo George. — Pega más con su personalidad.
Tía Petunia siguió leyendo de inmediato.
Harry esperó a que el resto de la pandilla se pusiera en marcha antes de seguir andando. Cuando sus voces se hubieron apagado de nuevo, dobló la esquina de la calle Magnolia y, acelerando el paso, no tardó en situarse a escasa distancia de Dudley, que caminaba tan campante, tarareando de forma poco melodiosa.
—¡Eh, Big D!
Dudley se dio la vuelta.
—¡Ah! —gruñó—. Eres tú.
Harry escuchó a Hermione suspirar. Miró a su derecha y vio que la señora Weasley parecía preocupada.
—¿Desde cuándo te llaman «Big D»? —preguntó Harry.
—Cállate —le espetó Dudley, y giró la cabeza.
— Qué maleducado — se quejó Susan Bones.
— Bueno, Harry claramente iba buscando pelea — dijo Ernie, ganándose algunas miradas desagradables.
—Qué nombre tan fardón —dijo Harry, sonriendo y situándose junto a su primo—. Aunque para mí siempre serás «Cachorrito».
Muchos se echaron a reír. Otros volvieron a mirar a Ernie, esta vez como pidiendo perdón.
— ¿Tenías que provocarlo? — bufó Hermione, exasperada.
— No estaba de buen humor — se defendió Harry.
— Sí, además, Dursley se lo merece — se metió Ron. Hermione rodó los ojos.
—¡He dicho que te calles! —gritó Dudley, que había cerrado aquellas manos suyas que parecían jamones.
—¿No saben tus amigos que así es como te llama tu madre?
—Cierra el pico.
—A ella nunca le dices que cierre el pico. ¿Qué me dices de «Peoncita» y «Muñequito precioso»? ¿Puedo usarlos?
Las risas continuaron. Varias personas repitieron las palabras "Peoncita" y "Muñequito" entre carcajadas.
Tía Petunia estaba temblando de rabia, pero lo disimulaba al tomar con tanta fuerza los bordes del libro. Harry, que la conocía bien, podía darse cuenta hasta de esos pequeños detalles.
Dudley no replicó. El esfuerzo que tenía que hacer para no golpear a Harry parecía exigir todo su autocontrol.
— Me sorprende que Dudley tenga de eso, teniendo en cuenta su educación — dijo Bill.
Esta vez, tía Petunia respiró hondo antes de continuar:
—¿A quién habéis estado pegando esta noche? —preguntó Harry, y la sonrisa se borró de sus labios—. ¿A otro niño de diez años? Ya sé que hace un par de noches le diste una paliza a Mark Evans.
—Se la había buscado —gruñó Dudley.
—¿Ah, sí?
—Me contestó mal.
Puede que los demás no lo notaran, pero Harry captó inmediatamente el cambio en el tono de voz de tía Petunia. Lo que acababa de leer era la confesión de su hijo sobre haberle pegado una paliza a otro chico. Su voz ahora sonaba más grave, y parecía estar costándole esfuerzo continuar leyendo.
—¿En serio? ¿Qué te dijo? ¿Que pareces un cerdo al que han enseñado a caminar sobre las patas traseras? Porque eso no es contestar mal, Dud, eso es decir la verdad.
El comedor estalló en carcajadas. Hasta en la zona de Slytherin, donde tanta gente no guardaba simpatía por Harry, se escuchaban risitas.
Esta vez, el temblor de tía Petunia fue mucho más notorio.
Un músculo palpitaba en la mandíbula de Dudley. A Harry le produjo gran satisfacción comprobar lo furioso que estaba poniendo a su primo; sentía que estaba desviando toda su frustración hacia Dudley; era la única válvula de escape que tenía.
— No es una forma muy sana de descargar las emociones — dijo la profesora Umbridge. — Claramente, su condición mental no es muy estable.
— Tampoco es que Potter tuviera acceso a alguna forma sana de hacerlo — replicó la profesora McGonagall. — No pretendas demonizar a un chico de quince años por comenzar una pelea.
Umbridge le lanzó una mirada cargada de odio.
Torcieron a la derecha por el estrecho callejón donde Harry había visto por primera vez a Sirius y que formaba un atajo entre la calle Magnolia y el paseo Glicinia. Estaba vacío y mucho más oscuro que las calles que unía porque allí no había farolas. El ruido de sus pasos quedaba amortiguado entre las paredes del garaje que había a un lado y una alta valla que había al otro.
Harry no pudo evitar tensarse al escuchar la descripción. Recordaba perfectamente lo que había sucedido en aquel lugar.
Se consoló al pensar que ahora Umbridge y Fudge no podrían negar la presencia de dementores en Little Whinging.
—Te crees muy mayor porque llevas esa cosa, ¿verdad? —dijo Dudley pasados unos segundos.
—¿Qué cosa?
—Eso… Esa cosa que llevas escondida.
— ¿Se refiere a la varita? — dijo Seamus con una ceja alzada.
— No se atreve ni a pronunciar la palabra — Lavender parecía seriamente preocupada. — Sus padres están criando a un cobarde.
Harry volvió a sonreír.
—No eres tan tonto como pareces, ¿verdad, Dud? Claro, supongo que si lo fueras no serías capaz de andar y hablar al mismo tiempo.
Volvieron a escucharse risas.
— Madre mía, Harry. Se lo estabas soltando todo — dijo Ron con una risita.
A tía Petunia volvió a darle otro tic en la mano.
Harry sacó su varita mágica. Vio que Dudley la miraba de reojo.
—Lo tienes prohibido —se apresuró a decir Dudley—. Sé que lo tienes prohibido. Te expulsarían de esa escuela para bichos raros a la que vas.
—¿Cómo sabes que no han cambiado las normas, Big D?
— Sabes, me estaba dando un poco de pena tu primo, porque no has parado de meterte con él en toda la conversación — dijo Lisa Turpin. — Pero entonces nos llama bichos raros y no se atreve ni a pronunciar la palabra varita. Se merece que lo atormentes un poco.
Varias personas le dieron la razón.
—No las han cambiado —aseguró Dudley, aunque no parecía del todo convencido. Harry soltó una risita—. No tienes agallas para enfrentarte a mí sin esa cosa, ¿verdad que no? —gruñó Dudley.
—Y tú necesitas tener a cuatro amigos detrás para pegar a un niño de diez años. ¿Te acuerdas de ese título de boxeo del que tanto alardeas? ¿Cuántos años tenía tu oponente? ¿Siete? ¿Ocho?
— Me parece increíble que vivierais juntos durante años, con lo mal que os lleváis — dijo un chico de tercero.
—Tenía dieciséis, para que lo sepas —protestó Dudley—, y cuando terminé con él estuvo veinte minutos sin conocimiento, y pesaba el doble que tú. Ya verás cuando le cuente a papá que has sacado esa cosa…
— Encima es un soplón — bufó Fred.
—¿Vas a ir a papi? ¿Le da miedo a su campeoncito de boxeo la horrible varita de Harry?
—Por la noche no eres tan valiente, ¿verdad? —dijo Dudley con sorna.
—Ahora es de noche, Cachorrito. Se llama así cuando el cielo se pone oscuro.
Petunia tuvo que parar de leer, porque el comedor estalló en carcajadas. A Harry le sorprendió ver que incluso algunos profesores sonreían, si bien trataban de disimularlo (aunque no había nada de disimulo en la enorme carcajada que había soltado Hagrid, ni en la risita ahogada de Flitwick).
— Ahora sí que me da pena tu primo, lo estás machacando — rió Hannah Abbott.
— Se lo ha buscado — replicó Ernie, que también tenía una gran sonrisa.
Con dificultad, a causa de la ira, tía Petunia siguió leyendo.
—¡Me refiero a cuando estás en la cama! —le espetó Dudley, que se había parado.
Harry se paró también y miró fijamente a su primo. Pese a que no veía muy bien la enorme cara de Dudley, distinguió en ella una extraña mirada de triunfo.
— ¿Potter tiene miedo en la cama? — repitió Malfoy, divertido. — ¿Cómo se supone que tenemos que interpretar eso?
— A lo mejor le da miedo la oscuridad — sugirió Goyle. Malfoy lo juzgó con la mirada antes de decir:
— Lo dudo.
—¿Qué quieres decir con eso de que cuando estoy en la cama no soy tan valiente? —preguntó Harry desconcertado—. ¿De qué quieres que tenga miedo? ¿De las almohadas?
Hubo más risas. Harry, sin embargo, no reía. Las cosas se habían puesto feas después de ese comentario.
—Anoche te oí —replicó Dudley entrecortadamente—. Hablabas en sueños. ¡Gemías!
—¿Qué quieres decir? —insistió Harry, pero notaba algo frío y pesado en el estómago. La noche pasada había vuelto a ver en sueños el cementerio.
Algunas de las sonrisas fueron desapareciendo, especialmente las de los Weasley. Harry notó varias miradas preocupadas sobre él, pero fingió no hacerlo.
Dudley soltó una fuerte carcajada y luego puso una vocecilla aguda y quejumbrosa:
—«¡No mates a Cedric! ¡No mates a Cedric!» ¿Quién es Cedric? ¿Tu novio?
Algunos jadearon. Cho se llevó las manos a la boca, horrorizada.
— ¡Qué cruel! — exclamó Lavender.
—Mientes —dijo Harry como un autómata, pero se le había quedado la boca seca. Sabía que Dudley no mentía; si no, ¿cómo podía saber algo de Cedric?
—«¡Papá! ¡Ayúdame, papá! ¡Me va a matar, papá! ¡Buuaaah!»
—Cállate —le dijo Harry en voz baja—. ¡Cállate, Dudley! ¡Te aviso!
— Espero que le dieras una buena tunda — gruñó Hagrid.
— Si no se la diste tú, se la daré yo — murmuró Ron. Harry se sintió muy agradecido.
—«¡Ven a ayudarme, papá! ¡Mamá, ven a ayudarme! ¡Ha matado a Cedric! ¡Ayúdame, papá! Va a…» ¡No me apuntes con esa cosa!
Dudley retrocedió hacia la pared del callejón. Harry apuntaba directamente con la varita hacia el corazón de su primo.
Se hizo el silencio.
— ¡Ajá! ¡Ya lo ven! — exclamó Umbridge, eufórica. Se puso en pie y, con una gran sonrisa que resultaba muy desagradable, se dirigió a todo el comedor. — ¡Les dije que Potter es peligroso! ¡Apuntó directamente al corazón de su primo muggle!
— Dolores…
— ¡No! ¿No lo ve, ministro? — lo interrumpió ella. — ¡Apuntó a un muggle con la varita! ¡Al corazón! Solo con eso, ya está quebrantando la ley de protección de gente no mágica...
— Esa ley está enfocada principalmente en mantener el Estatuto del Secreto, y Dursley ya era conocedor de la magia — suspiró Fudge. — Si Potter no atacó o extorsionó a su primo, no hay nada que podamos hacer.
— No lo hice — se defendió Harry en voz alta. — Justo en ese momento aparecieron los dementores.
— Tonterías — replicó Umbridge. Seguía de pie y todavía sonreía. — Ya sé lo que pasó. Utilizó la magia contra su primo y, cuando recibió la orden de expulsión de Hogwarts, decidió mentir y fingir que habían aparecido dementores en un barrio muggle.
— El libro demostrará que Harry dijo la verdad — intervino Dumbledore.
— ¡Mentira! — gritó Umbridge. Seguía sonriendo y parecía más maniaca que nunca. — Que los libros hayan dicho algunas verdades no significa que todo lo que cuenten sea cierto. ¡Nos están manipulando!
Hubo murmullos por todo el comedor. Irritada, McGonagall se puso en pie.
— Aquí la única que intenta manipular a alguien es usted. Siéntese de una vez.
Umbridge abrió la boca para responder, pero entonces pasó algo que Harry no esperaba.
— ¡Siéntense todos! — chilló tía Petunia, dando un golpe en el atril con el enorme tomo que tenía entre las manos. — ¡Siéntense inmediatamente!
Umbridge se quedó mirándola con incredulidad. No era la única: todo el comedor se había sorprendido mucho, incluido Harry. Definitivamente, la lectura estaba haciendo que su tía perdiera los nervios.
— ¿Quién es usted para exigir nada? Exijo que se identifique — bufó Umbridge.
— Eso no va a suceder — se metió Dumbledore. — Por favor, dejemos que continúe la lectura.
McGonagall volvió a sentarse, si bien observaba a tía Petunia con los labios muy apretados. Umbridge solo se sentó cuando Fudge tiró de su manga para que lo hiciera.
Petunia respiró hondo y volvió a leer:
Sentía latir en sus venas los catorce años de odio hacia él. Habría dado cualquier cosa por atacarlo en aquel momento, por lanzarle un conjuro tan fuerte que tuviera que volver a su casa arrastrándose como un insecto, mudo, con antenas…
En ese momento, tía Petunia levantó la cabeza del libro y miró directamente a Harry. No podía verle la cara, pero no hizo falta que lo hiciera para poder sentir la intensidad del odio que emanaban sus ojos.
Harry le mantuvo la mirada. Era consciente de que gran parte del comedor lo miraba, por lo siniestras que eran las últimas frases que se acababan de leer, pero le daba igual. Si querían pensar que estaba loco, que lo hicieran.
Lentamente, Petunia bajó la mirada y volvió al libro.
—No vuelvas a hablar de eso —lo amenazó Harry—. ¿Me has entendido?
—¡Apunta hacia otro lado!
—Te he preguntado si me has entendido.
—¡Apunta hacia otro lado!
—¿ME HAS ENTENDIDO?
—¡APARTA ESA COSA DE…!
Con cada frase, Petunia estaba más angustiada. El sentimiento se trasladaba al resto del comedor, que escuchaban cada vez sumidos en una ansiedad mayor.
Dudley soltó un extraño y estremecedor grito ahogado, como si le hubieran echado encima un cubo de agua helada.
— ¿Le hiciste algo? — preguntó Parvati, sorprendida.
— Ya he dicho que no — replicó Harry.
Con voz temblorosa, tía Petunia leyó:
Algo le había pasado a la noche. El cielo, de color añil salpicado de estrellas, se quedó de pronto completamente negro, sin una sola luz: las estrellas, la luna y el resplandor de las farolas que había en ambos extremos del callejón habían desaparecido.
— Los dementores… — murmuró Neville.
El murmullo de los coches y el susurro de los árboles también habían cesado. Un frío glacial se había apoderado de la noche, hasta entonces templada y agradable. Estaban rodeados de una oscuridad total, impenetrable y silenciosa, como si una mano gigante hubiera cubierto el callejón con un grueso y frío manto, dejándolos ciegos.
— Suena horrible – dijo Ginny.
— Y poético — añadió Luna. — Una noche sin estrellas ni luna. Parece un poema.
Los que la escucharon la miraron como si fuera un bicho raro.
Al principio Harry creyó que había hecho magia sin darse cuenta, pese a que se había estado conteniendo con todas sus fuerzas; pero entonces cayó en que él no tenía el poder de apagar las estrellas.
— Eso faltaba — bufó Fred. — ¿No tienes bastante con poder cargarte a un basilisco con una espada?
— Y ahuyentar a cien dementores a la vez — añadió George.
Harry se ruborizó.
Giró la cabeza hacia uno y otro lado, intentando ver algo, pero la oscuridad se le pegaba a los ojos como un ingrávido velo.
La aterrorizada voz de Dudley sonó en los oídos de Harry.
—¿Q-qué ha-haces? ¡Para!
—¡No hago nada! ¡Cállate y no te muevas!
El tono de tía Petunia había cambiado. Escuchar que Harry realmente no había hecho nada debía haberla sorprendido.
—¡N-no veo nada! ¡M-me he quedado ciego!
—¡He dicho que te calles!
Harry permaneció allí plantado, inmóvil, dirigiendo los ojos a derecha e izquierda sin ver nada. El frío era tan intenso que temblaba de pies a cabeza; se le puso la carne de gallina en los brazos y se le erizó el vello de la nuca. Abrió los ojos al máximo, mirando alrededor, pero no pudo ver nada.
— Qué agobio — Katie estaba cogida al brazo de Angelina, que también parecía algo nerviosa.
Era imposible… No podía ser que estuvieran allí…, en Little Whinging… Aguzó el oído… Los oiría antes de verlos…
— Muy bien, Potter. Hay que usar todos los sentidos — dijo Moody.
Algunos lo miraron de reojo. Después de saber que ese hombre jamás había sido su profesor, su visión de él parecía haber cambiado un poco.
—¡S-se lo diré a papá! —gimoteó Dudley—. ¿D-dónde estás? ¿Q-qué haces?
—¿Quieres callarte de una vez? —susurró Harry—. Estoy intentando escu…
Pero se quedó callado. Acababa de oír justo lo que temía.
Había algo en el callejón además de ellos dos, algo que respiraba, produciendo un ruido ronco y vibrante. Harry seguía de pie, temblando de frío, y notó una fuerte sacudida de terror.
Nadie se burló de Harry por temer a los dementores, ni siquiera Malfoy ni ninguno de sus amiguitos de Slytherin. De hecho, todo el comedor se había quedado en silencio y escuchaba con atención, sumidos en una profunda tensión que se iba acumulando. La única que parecía tranquila era Umbridge, cuya expresión desganada parecía gritar "Solo estamos leyendo una sarta de mentiras".
—¡B-basta! ¡Para ya! ¡Te voy a pe-pegar un puñetazo! ¡Te juro que te voy a pegar!
—Cállate, Dudley…
¡ZAS!
Un puño chocó contra un lado de la cabeza de Harry y lo levantó del suelo.
— ¡Será imbécil! — exclamó Dean. Lo que exclamó Ron fue algo más fuerte, y la señora Weasley lo habría regañado de no haberse encontrado tan preocupada por Harry.
Ante sus ojos aparecieron unas lucecitas blancas. Por segunda vez en una hora, tuvo la impresión de que la cabeza se le había partido por la mitad, y un momento después aterrizó en el duro suelo y su varita salió volando.
—¡Eres un imbécil, Dudley! —gritó Harry, y el dolor hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.
De nuevo, nadie se rió de sus lágrimas. Harry casi habría preferido que lo hicieran. El ambiente tan pesado comenzaba a agobiarle.
Se puso a cuatro patas y empezó a tantear con desesperación a su alrededor, en la oscuridad. Oyó a Dudley, que se alejaba dando tumbos, chocando contra la valla del callejón, tambaleándose.
—¡VUELVE, DUDLEY! ¡VAS DIRECTO HACIA ÉL!
La angustia en la voz de tía Petunia era contagiosa. A Harry no le cabía la menor duda de que, si Petunia no se hubiera encontrado delante de todo un colegio, ya se habría echado a llorar.
Se oyó un chillido espantoso y entonces cesó el ruido de los pasos de Dudley. Al mismo tiempo, Harry sintió un frío espeluznante detrás de él que sólo podía significar una cosa: había más de uno.
— Ay, no — Hermione le tomó la mano a Ron con fuerza. Alargó la otra mano y cogió la de Harry, que no supo si ella lo estaba consolando a él o él a ella.
—¡DUDLEY, MANTEN LA BOCA CERRADA! ¡HAGAS LO QUE HAGAS, MANTEN LA BOCA CERRADA!
— Es un buen consejo — murmuró Bill. Fleur asintió. También parecía preocupada.
¡Varita! —farfulló Harry desesperado, agitando las manos por la superficie del suelo como si fueran arañas—. ¿Dónde está? Varita…, vamos... ¡Lumos! Pronunció el conjuro automáticamente, pues necesitaba con urgencia luz para encontrar la varita; con gran alivio, y casi sin poder creerlo, vio aparecer un resplandor a pocos centímetros de su mano derecha. La punta de la varita se había encendido. Harry la agarró, se puso en pie y se dio la vuelta.
— Ya ha hecho magia ilegal — notó Umbridge.
La profesora Trelawney soltó un bufido que casi era una risa.
— ¿No decía que todo lo que estamos leyendo es una mentira? Si es así, ese detalle no tiene por qué importarle.
La mirada que Umbridge le lanzó a Trelawney fue más fría que cualquiera que las que había intercambiado con McGonagall. Estaba claro que McGonagall le caía mal, pero Trelawney le repugnaba.
Se le revolvió el estómago.
Una figura altísima y encapuchada se deslizaba con suavidad hacia él, suspendida encima del suelo; no se le veían los pies ni la cara, tapados por la túnica, y a medida que se acercaba se iba tragando la noche.
Muchos alumnos intercambiaron miradas nerviosas. La aparición de dementores nunca era especialmente agradable, a pesar de que solo estaban leyendo una descripción.
Harry retrocedió, tambaleándose, y levantó la varita.
—¡Expecto patronum!
Una voluta de vapor plateada salió de la punta de la varita mágica y el dementor aminoró el paso, pero el conjuro no había funcionado bien; Harry, tropezando de nuevo, retrocedió un poco más al mismo tiempo que el dementor se le echaba encima. El pánico le nublaba la mente…
Fudge se retorcía los dedos de las manos.
— Como puedes ver, Cornelius, ahí está el encantamiento Patronus por el que Harry fue juzgado. Creo que comprenderás que fue más que necesario utilizarlo — dijo Dumbledore.
Fudge asintió nerviosamente.
— Eso… Eso parece. Bueno, da igual, se libró… No quedaron cargos pendientes, así que… Todo bien.
— Una disculpa quizá sería necesaria — añadió Dumbledore. Cuando Fudge se puso blanco, dijo: — No tiene por qué ser ahora. Pero me atrevo a decir que es algo sobre lo que debería reflexionar.
Fudge no dijo nada. Umbridge fulminaba a Dumbledore con la mirada.
«Concéntrate…»
Un par de manos grises, viscosas y cubiertas de costras salieron de debajo de la túnica del dementor y se dirigieron hacia Harry, mientras un ruido de avidez le penetró en los oídos.
—¡Expecto patronum!
— ¿Cómo saliste de esa? — dijo Neville con un hilo de voz.
Harry no supo qué contestar.
Su voz sonó débil y distante. Otra voluta de humo plateado, más débil que la anterior, salió de la varita: ya no podía hacerlo, ya no podía lograr que el conjuro funcionara.
Oyó una risa dentro de su cabeza, una risa aguda y estridente… Percibió el olor del aliento putrefacto, de un frío mortal, del dementor, que le llenaba los pulmones y lo ahogaba…
— La risa de Quien-Tú-Sabes — dijo Parvati, con un escalofrío.
— No quiero escucharla nunca — murmuró Lavender.
«Piensa… algo alegre…»
Pero no había alegría dentro de él… Los helados dedos del dementor se acercaban a su cuello, la aguda risa cada vez era más fuerte, y sonó una voz dentro de su cabeza:
«Inclínate ante la muerte, Harry… Quizá ni siquiera sea dolorosa… Yo no puedo saberlo… Yo no he muerto nunca…»
— Ay, no. Eso es lo que dijo en el cementerio — dijo Hannah, llevándose la mano a la boca. Parecía a punto de llorar.
Jamás volvería a ver ni a Ron ni a Hermione…
Y sus caras aparecieron dibujadas con claridad en su mente mientras intentaba respirar.
—¡EXPECTO PATRONUM!
— Oh, Harry — exclamó Hermione, antes de lanzarse a su cuello y envolverlo en un fuerte (y algo doloroso) abrazo.
— ¿Qué pasa? — Alarmado, Harry le dio un par de palmaditas en la espalda. Le lanzó a Ron una mirada confusa, pero él se encogió de hombros.
— Si no te gusta que te abrace, tendrás que dejar de conjurar el patronus pensando en nosotros — replicó. Por su tono, quedaba claro que él también se sentía conmovido.
Tras unos segundos, Hermione soltó a Harry, que se había ruborizado.
Un ciervo, enorme y plateado, salió de la punta de la varita de Harry y con la cornamenta golpeó al dementor donde éste habría tenido el corazón. El dementor se echó hacia atrás, ingrávido como la oscuridad, y cuando el ciervo lo embistió, se alejó revoloteando como un murciélago, derrotado.
Hermione sollozó con fuerza y escondió la cara en el hombro de Ron, que estuvo muy contento de apretarla un poco contra sí mismo.
—¡Por aquí! —le gritó Harry al ciervo. Luego giró sobre los talones y echó a correr a toda velocidad por el callejón, manteniendo en alto la varita encendida—. ¡Dudley! ¡Dudley!
Apenas había dado una docena de pasos cuando los alcanzó: Dudley estaba acurrucado en el suelo, tapándose la cara con los brazos.
La voz de tía Petunia se quebró.
El segundo dementor estaba inclinado sobre él, sujetándole las muñecas con sus pegajosas manos, tirando de ellas poco a poco, separándolas casi con ternura, y bajaba la encapuchada cabeza hacia la cara de Dudley como si fuera a besarlo.
Petunia tuvo que parar y tomar aire. Harry pensó que era imposible que nadie más hubiera adivinado su identidad. ¿Quién más leería con tanta angustia lo que le sucedió a Dudley?
Hermione todavía tenía la cara escondida en el hombro de Ron. A Harry le habría gustado mirarla directamente, para saber si ya lo había adivinado, como Ginny.
— Lo está pasando mal, ¿eh? — murmuró Ginny en ese momento.
Harry asintió. No sabía si sentirse mal por su tía o alegrarse porque ahora sabría que nunca había llegado a atacar a Dudley.
—¡A por él! —bramó Harry, y con un fuerte estrépito el ciervo que había hecho aparecer pasó al galope por su lado.
El rostro sin ojos del dementor estaba apenas a dos centímetros del de Dudley cuando los cuernos plateados lo golpearon;
— Madre mía, ¡qué cerca! — exclamó Hannah.
el dementor salió despedido por los aires y, al igual que su compañero, se alejó volando y quedó absorbido por la oscuridad; después el ciervo fue a medio galope hasta el final del callejón y se disolvió en una neblina plateada.
Muchos respiraron aliviados.
La luna, las estrellas y las farolas volvieron a cobrar vida. Una tibia brisa recorrió el callejón. En los jardines del vecindario, los árboles susurraban, y volvió a escucharse el prosaico murmullo de los coches que circulaban por la calle Magnolia. Harry se quedó de pie, quieto, con todos los sentidos en tensión, intentando asimilar el brusco regreso a la normalidad. Pasados unos instantes se dio cuenta de que tenía la camiseta pegada al cuerpo: estaba empapado en sudor.
— ¿Nadie escuchó el jaleo? — preguntó Seamus.
Harry negó con la cabeza, olvidándose de la señora Figg.
No podía creer lo que acababa de pasar: dementores allí, en Little Whinging. Dudley seguía acurrucado en el suelo, gimoteando y tembloroso. Harry se agachó para comprobar si estaba en condiciones de levantarse, pero entonces oyó unos fuertes pasos que corrían detrás de él. Volvió a levantar la varita mágica instintivamente y giró sobre los talones para enfrentarse al recién llegado.
— ¿Ahora qué? — dijo Wood. — ¿Te va a atacar alguien más?
— No, era una vecina — replicó Harry.
La señora Figg, la vecina vieja y chiflada, apareció jadeando. El canoso cabello se le había salido de la redecilla, y llevaba una cesta de la compra, que hacía un ruido metálico, colgada de la muñeca y los pies medio fuera de las zapatillas de gruesa tela de cuadros escoceses. Harry se apresuró a esconder su varita mágica, pero…
Hubo un momento de silencio. Tras unos segundos que desconcertaron a todo el mundo, tía Petunia leyó, muy despacio:
—¡No guardes eso, necio! —le gritó la señora Figg—. ¿Y si hay alguno más suelto por aquí? ¡Oh, voy a matar a Mundungus Fletcher!
— ¿Tu vecina puede ver a los dementores? — exclamó Dennis. — ¡Guau!
— Los muggles no pueden verlos — replicó un Ravenclaw de tercero.
— Pero le ha dicho que no guarde la varita — dijo Padma, desconcertada. — Un muggle no diría eso, y menos si no puede ver a los dementores.
— No me digas que la loca de los gatos es una bruja — una chica de sexto de Slytherin se echó a reír. — ¡Menudo giro argumental!
Tía Petunia seguía mirando fijamente hacia el libro, como si estuviera leyendo una y otra vez la última frase.
— ¿Queda algo más? — preguntó Dumbledore. Eso hizo despertar a Petunia, que cerró el libro de golpe.
— No. Ese es el final.
— Excelente — sonrió el director, ignorando el tono gélido de Petunia.
— ¿Puedo marcharme ya?
Apenas había terminado de decir eso cuando las puertas del comedor se abrieron. Harry vio a una segunda figura encapuchada aparecer tras ellas. Le hizo un gesto a Petunia, que dejó el libro caer sobre el atril y salió inmediatamente del comedor. Ni siquiera le dirigió una mirada a Harry.
— Bueno, bueno. Ha sido un capítulo muy interesante — dijo Dumbledore cuando se hubieron cerrado las puertas otra vez. — ¿Quién quiere leer el siguiente?
○LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL:LUXERII
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