lunes, 18 de abril de 2022

Leyendo la orden del fénix, capítulo 13

 Castigó con Dolores:


Bueno, me alegra saber que al menos escuchas a Hermione Granger —comentó haciéndole señas para que saliera de su despacho.

Hermione se sorprendió al escuchar eso.

— Así acaba — declaró George, marcando la página.

— ¿Puedes leer el título del siguiente capítulo, por favor? — le pidió Dumbledore.

George pasó de hoja y leyó en voz alta:

— Castigo con Dolores.

A Harry le dio un vuelco el corazón.

En ese momento, solo tuvo clara una cosa: no quería que se leyera ese capítulo.

— ¡Qué pérdida de tiempo! — exclamó la profesora Umbridge en ese instante. — Castigué a Potter cada tarde de la primera semana de colegio. ¿Vamos a leer todos los castigos? ¡Es absurdo!

Harry jadeó. La profesora Umbridge debía de tener tan pocas ganas como él mismo de que se leyeran los castigos, aunque fuera por motivos totalmente diferentes.

— Estoy de acuerdo — dijo Harry en voz alta, provocando que medio comedor se girara para mirarlo. — Si hay un capítulo entero dedicado a los castigos, podemos saltárnoslo. Hay cosas más importantes que leer.

Ron le dio un codazo. Harry escuchó a Hermione suspirar.

— Creo que ya habíamos establecido que no es posible saltar ningún capítulo — dijo la profesora McGonagall, mirando a Harry de forma penetrante. — No estamos leyendo para entretenernos, sino para aprender. Aunque un capítulo sea aburrido, no tenemos otra alternativa que terminar de leerlo.

— Pero no tenemos por qué — insistió Harry, ignorando el segundo codazo de Ron. Sentía las miradas de todo el comedor sobre él, pero le daba igual. — Es mejor que empecemos a leer sobre el futuro cuanto antes, ¿no cree? Ya hemos perdido demasiado tiempo hablando de las clases del primer día y de los deberes.

— En esta ocasión, estoy de acuerdo con Potter — intervino la profesora Umbridge. Algunos alzaron una ceja o fruncieron el ceño al escuchar eso. — Solo le hice copiar unas líneas. Dedicar un capítulo entero a ello me parece una pérdida de tiempo descomunal…

El comedor se llenó de murmullos. George aprovechó la distracción para bajar de la tarima y regresar a su asiento.

Al mismo tiempo, Sirius se inclinó hacia Harry y dijo:

— ¿Estás bien? Nunca pensé que estarías de acuerdo con Umbridge en algo — Sirius lo miraba con genuina confusión y Harry casi se sintió mal al mentirle.

— Estoy bien. Es solo que leer cómo copio líneas durante horas me parece una tontería. Quiero leer el futuro — le aseguró.

Ron murmuró algo que sonó como "Sería mejor que no…" pero Harry no supo cómo terminaba la frase, porque la voz aguda de Umbridge atravesó el comedor en ese momento.

— ¡No tiene ningún sentido! — exclamaba. — ¿Acaso no hemos perdido ya suficiente tiempo? ¡Pasemos a capítulos más productivos!

— Las normas son las normas — respondió Dumbledore calmadamente. — Si su preocupación es que perdamos tiempo, le pediría que tome asiento y permita que la lectura continúe en paz.

— ¡Ni siquiera Potter quiere que se lea! — chilló Umbridge. — ¿Es que no va a tener su opinión en cuenta?

— ¿Desde cuándo a usted le importa la opinión de Harry? — se metió Hagrid.

Umbridge le lanzó una mirada fulminante. Entre los estudiantes, el ambiente era de confusión y, en gran medida, también de curiosidad.

— Yo creo que oculta algo — susurró Parvati, haciendo que Harry tragara saliva.

— Yo también. Lo que me sorprende es que Harry esté de acuerdo con ella — respondió Lavender en voz baja, y ambas chicas se quedaron mirando a Harry, que fingió no notarlo.

De hecho, estaba ya bastante ocupado evitando las miradas de Ron y Hermione.

— Harry… — susurró Hermione. — Es mejor que se lea cuanto antes. Se van a enterar igual.

— ¿Enterarse de qué? — preguntó Ginny.

Harry hizo una mueca. A la desesperada, se puso en pie.

— Por favor — dijo en voz alta, y buena parte del comedor se quedó en silencio, mirándole fijamente. — Ya hemos leído muchas cosas que no quería que se leyeran. Es mi vida, ¿acaso no tengo derecho a decidir, aunque sea una vez?

— Harry… — empezó a decir la señora Weasley, pero Harry la interrumpió.

— No quiero que se lea este capítulo. Y la profesora Umbridge tampoco quiere. ¿Por qué no podemos seguir con el siguiente?

Muchos alumnos intercambiaban miradas, pero eran los profesores los que parecían haber comprendido que algo malo había sucedido en esos castigos. Las expresiones de creciente alarma y las miradas preocupadas lo demostraban.

— Harry, ¿qué ocurrió durante el castigo? — le preguntó Sirius, que parecía tan alarmado como los profesores. — Puedes decírmelo.

Harry evitó su mirada y no contestó. En su lugar, se quedó mirando directamente a Dumbledore, cuyos ojos estaban fijos en un punto de su rodilla izquierda. Tras unos segundos de silencio total, el director habló:

— Me temo que voy a tener que decepcionarte una vez más, Harry — dijo, hablando despacio. — Tenemos que leerlo.

— ¡No tenemos por qué! — saltó Umbridge. — ¡Es una pérdida de tiempo! Señor ministro, usted está de acuerdo conmigo, ¿verdad?

Fudge hizo una mueca.

— Yo… Supongo que no pasó nada fuera de lo ordinario en esos castigos, pero tampoco entiendo tanta insistencia en no leer sobre ellos.

— Insisto porque es totalmente innecesario — replicó Umbridge, cuyas mejillas estaban rojas de rabia, o quizá se debía a causa de que el ministro no le había dado su apoyo de forma clara.

Dumbledore suspiró.

— Lo siento mucho, Harry. Por favor, retomemos la lectura.

Harry abrió la boca para discutir, pero Ron y Hermione le obligaron a tomar asiento y él, derrotado, soltó un bufido. A pesar de lo temprano que era, ya estaba deseando que el día terminara.

— ¿Alguien se ofrece voluntario para leer?

Harry rió despectivamente al notar la cantidad de alumnos que se habían ofrecido voluntarios, que era muy superior a la de capítulos anteriores. Su insistencia en no querer leer ese capítulo había despertado la curiosidad de muchos, cosa que hacía que le hirviera la sangre.

Dumbledore escogió a un Slytherin de primero que, con paso rápido, subió a la tarima y cogió el libro.

— Castigo con Dolores — repitió, y Harry pudo notar cómo su estómago se encogía.

Se planteó todas las formas en las que podía detener la lectura. Quizá podría lanzarle un maleficio a alguien (pero no al niño que leía porque, aunque fuera Slytherin, era muy pequeño). ¿A algún profesor? Le expulsarían, pero quizá fuera mejor que leer delante de todo el colegio cómo Umbridge le había obligado a cortarse la mano con una pluma.

Aquella noche, la cena en el Gran Comedor no fue una experiencia agradable para Harry. La noticia de su enfrentamiento a gritos con la profesora Umbridge se había extendido a una velocidad increíble, incluso para Hogwarts.

— Eso tiene mérito — murmuró Angelina. — Con lo cotilla que es la gente aquí…

Mientras comía, sentado entre Ron y Hermione, Harry oía cuchicheos a su alrededor. Lo más curioso era que a ninguno de los que susurraban parecía importarle que Harry se enterara de lo que estaban diciendo de él. Más bien al contrario: era como si estuvieran deseando que se enfadara y se pusiera a gritar otra vez, para poder escuchar su historia directamente.

Las expresiones de culpabilidad de más de uno demostraban que así había sido. Harry cambió de opinión: lanzar un maleficio a alguno de los que lo habían tratado mal durante los últimos meses sería una mejor opción que la anterior (y tendría menos riesgo de acabar en expulsión).

Dice que vio cómo asesinaban a Cedric Diggory…

Asegura que se batió en duelo con Quien-tú-sabes…

Anda ya…

Hubo muecas por todo el comedor. Muchos evitaban la mirada de Harry, sin saber que dentro de su cabeza se estaban sucediendo una serie de ideas cada cual más descabellada que la anterior.

Lanzar un maleficio contra alguien podría parar la lectura un rato, pero su objetivo era que no se leyera el capítulo completo. Quizá debería apuntar hacia el libro en vez de hacia una persona, pero no había funcionado cuando Umbridge lo había intentado…

¿Nos toma por idiotas?

Yo no me creo nada…

— Es que sois idiotas — bufó Fred, sin preocuparse por bajar la voz.

Lo que no entiendo —comentó Harry con voz trémula, dejando el cuchillo y el tenedor, pues le temblaban demasiado las manos para sujetarlos con firmeza— es por qué todos creyeron la historia hace dos meses, cuando se la contó Dumbledore…

— Pobrecito, estaba temblando — se oyó lamentarse a una chica de sexto.

— De rabia, no de frío o nervios — puntualizó una amiga suya, aunque la primera la ignoró por completo.

Verás, Harry, no estoy tan segura de que la creyeran —replicó Hermione condesánimo—. ¡Vamos, larguémonos de aquí!

Ella dejó también sus cubiertos sobre la mesa; Ron, apenado, echó un último vistazo a la tarta de manzana que no se había terminado y los siguió.

Hubo alguna risita mal disimulada.

Los demás alumnos no les quitaron el ojo de encima hasta que salieron del comedor.

¿Qué quieres decir con eso de que no estás segura de que creyeran a Dumbledore? —le preguntó Harry a Hermione cuando llegaron al rellano del primer piso.

Mira, tú no entiendes cómo se vivió eso aquí —intentó explicar Hermione—. Apareciste en medio del jardín con el cadáver de Cedric en brazos…

Algunos hicieron muecas al escuchar eso.

— ¿Tiene que ser tan brusca? — se quejó Marietta. Cho se había puesto pálida al escuchar la palabra "cadáver".

— No es para tanto — la defendió Terry Boot, exasperado. — No fue brusca, en mi opinión.

Marietta lo miró mal.

Ninguno de nosotros había visto lo que había ocurrido en el laberinto… No teníamos más pruebas que la palabra de Dumbledore de que Quien-tú-sabes había regresado, había matado a Cedric y había peleado contigo.

¡Es la verdad!

Ya lo sé, Harry, así que, por favor, deja de echarme la bronca —dijo Hermione cansinamente—.

— Tiene que dejar de meterse con sus amigos — bufó un chico de tercero.

— ¿Por qué trata tan mal a las pocas personas que le creen? — dijo a la vez una Hufflepuff de segundo.

Harry, sin embargo, estaba totalmente ajeno a las quejas de sus compañeros. Su cabeza daba vueltas.

Podía probar a lanzarle un maleficio al libro. Seguramente no sirviera para nada, porque debía estar protegido mediante algún hechizo… pero sería un buen método para atraer a los encapuchados al comedor. Y entonces podría intentar convencerles…

Lo que pasa es que la gente se marchó a casa de vacaciones antes de que pudiera asimilar la verdad, y ha estado dos meses leyendo que tú estás chiflado y que Dumbledore chochea.

— Qué diferente habría sido todo si El Profeta no se hubiera dedicado a divulgar mentiras — resopló la profesora McGonagall.

Varios profesores le dieron la razón y Fudge se ruborizó.

La lluvia golpeaba los cristales de las ventanas mientras ellos avanzaban por los desiertos pasillos hacia la torre de Gryffindor. Harry tenía la impresión de que su primer día había durado una semana, pero todavía debía hacer una montaña de deberes antes de acostarse. Empezaba a notar un dolor débil y pulsante sobre el ojo derecho.

— Es que vaya primer día — dijo Dean con una mueca.

Cuando entraron en el pasillo de la Señora Gorda, miró por una de las mojadas ventanas y contempló los oscuros jardines. Seguía sin haber luz en la cabaña de Hagrid.

Hagrid pareció conmovido y le dedicó una sonrisa a Harry, que fue incapaz de devolvérsela. Su mente seguía divagando.

Incluso si conseguía atraer a la gente del futuro, ¿qué les diría? ¿Sería capaz de convencerlos de que no se leyera el resto del capítulo?

¡Mimbulus mimbletonia! —dijo Hermione antes de que la Señora Gorda tuviera ocasión de pedirles la contraseña. El retrato se abrió, dejó ver la abertura que había detrás, y los tres se metieron por ella.

La sala común estaba casi vacía; la mayoría seguía abajo, cenando. Crookshanks, que descansaba enroscado en una butaca, se levantó y fue a recibirlos ronroneando, y cuando Harry, Ron y Hermione se sentaron en sus tres butacas favoritas junto al fuego, saltó con agilidad al regazo de su dueña y se acurrucó allí como si fuera un peludo cojín de color rojo anaranjado.

Muchos sonrieron al escuchar eso y se oyeron varios comentarios tipo "Qué adorable" y "Mi gato hace lo mismo".

Harry, agotado, se quedó contemplando las llamas.

¿Cómo es posible que Dumbledore haya permitido que pase esto? —gritó de pronto Hermione, sobresaltando a sus amigos; Crookshanks pegó un brinco y bajó al suelo con aire ofendido.

— ¿Por qué grita? Si están solos — se sorprendió Romilda Vane.

Hermione se ruborizó.

Hermione golpeó, furiosa, los reposabrazos de su butaca, y por los agujeros salieron trozos de relleno—. ¿Cómo puede permitir que esa mujer infame nos dé clase? ¡Y en el año de los TIMOS, por si fuera poco!

— ¡Mujer infame! — repitió Umbridge indignada. — ¡Discúlpese, Granger!

Hermione se quedó mirando a Umbridge con una expresión de desafío y, por primera vez desde que comenzaran a leer, Harry salió de sus pensamientos y se centró en el presente.

— ¡Granger! ¿No me ha oído? — dijo Umbridge. — ¡Discúlpese!

— La he oído perfectamente — replicó Hermione, antes de volver a quedarse en silencio.

— No tenemos tiempo para esto — se metió McGonagall, exasperada. — Siga leyendo, Hart.

El chico de Slytherin continuó la lectura sin siquiera mirar a Umbridge.

Bueno, la verdad es que nunca hemos tenido muy buenos profesores deDefensa Contra las Artes Oscuras, ¿no? —observó Harry—. Ya sabes lo que pasa, nos lo contó Hagrid: nadie quiere ese empleo porque dicen que está gafado.

— Excepto el profesor Lupin, claro — dijo Seamus en voz alta.

Remus le sonrió, agradecido.

¡Ya, pero contratar a alguien que se niega explícitamente a dejarnos hacer magia!… ¿A qué juega Dumbledore?

Aunque no le había importado que Umbridge se ofendiera, parecía que a Hermione sí le preocupaba lo que Dumbledore pudiera pensar. La chica mantuvo la cabeza baja y evitó la mirada del director a toda costa.


Y pretende que hagamos de espías para ella —terció Ron, deprimido—. ¿Os acordáis de que ha dicho que fuéramos a verla si oíamos a alguien decir que Quien-vosotros-sabéis ha regresado?

Pues claro que está aquí para espiarnos, eso es obvio. ¿Con qué otro motivo la habría enviado Fudge a Hogwarts? —saltó Hermione.

— No había ninguna necesidad de responder tan borde — bufó Lavender.

No empecéis a discutir otra vez —intervino Harry, harto, al ver que Ron abría la boca para responder a Hermione—. ¿Por qué no podemos…? Hagamos los deberes, a ver si nos los quitamos de encima…

— Tiene que ser duro estar siempre en medio de sus peleas — dijo Susan.

Ron y Hermione intercambiaron miradas culpables.

Recogieron sus mochilas, que estaban en un rincón, y volvieron a las butacas, junto al fuego. En ese momento comenzaban a llegar alumnos que regresaban después de cenar. Harry evitaba dirigir la vista hacia la abertura del retrato, pero aun así era consciente de que atraía las miradas de sus compañeros.

— Qué triste no poder relajarte ni en la sala común de tu casa — dijo Tonks.

¿Qué os parece si empezamos por los de Snape? —propuso Ron mojando su pluma en el tintero—. «Las propiedades… del ópalo… y sus usos… en la fabricación de pociones…» —murmuró mientras escribía las palabras en la parte superior del pergamino. Subrayó el título, miró expectante a Hermione y añadió—: A ver, ¿cuáles son las propiedades del ópalo y sus usos en la fabricación de pociones?

Se oyeron bufidos por todo el comedor. La señora Weasley suspiró y Snape miró a Ron como si fuera idiota, cosa que definitivamente estaba pensando.

Pero Hermione no lo escuchaba, pues miraba entornando los ojos hacia un rincón alejado de la sala, donde Fred, George y Lee Jordan estaban sentados en el centro de un corro de alumnos de primero, de aspecto inocente, que mascaban algo que, al parecer, había salido de una gran bolsa de papel que Fred tenía en las manos.

— Oh, no. Decidme que no lo hicisteis — dijo la señora Weasley, alarmada.

— Eh...

Mira, lo siento, pero se han pasado de la raya —explotó, poniéndose en pie. Era evidente que estaba rabiosa—. ¡Vamos, Ron!

Yo…, ¿qué? —dijo Ron para ganar tiempo—. ¡Vaya, Hermione, no podemos regañarlos por repartir golosinas!

— No te hagas el tonto — bufó Hermione por lo bajo.

Sabes perfectamente que eso es turrón sangranarices, o pastillas vomitivas, o…

¿Bombones desmayo? —apuntó Harry en voz baja.

— ¡Fred! ¡George! — exclamó su madre. — ¡Eso es intolerable!

— Hablaremos de este asunto — les dijo la profesora McGonagall muy seriamente. Contrastaba mucho con la reacción emocionada de Flitwick, quien le decía a Hagrid que esos bombones eran "una muestra de magia avanzada muy interesante".

Uno a uno, como si los hubieran golpeado en la cabeza con un mazo invisible, los alumnos de primero fueron cayendo inconscientes en sus asientos; algunos resbalaron hasta el suelo y otros quedaron colgando sobre los reposabrazos de las butacas con la lengua fuera. Los que estaban viéndolo reían; Hermione, en cambio, se puso muy tiesa y fue directamente hacia Fred y George, que estaban de pie con una libreta en la mano, observando atentamente a los desmayados alumnos de primer año. Ron hizo ademán de levantarse de la butaca, se quedó a medio camino unos segundos, vacilante, y luego murmuró a Harry:

Ya se encarga ella.

— Cobarde — bufó Ginny.

Después se hundió cuanto pudo en la butaca, aunque no resultaba fácil debido a su larguirucha figura.

Hubo risitas por todo el comedor. Ron tenía las orejas muy rojas y Hermione, que inicialmente había parecido muy molesta al recordar la situación, parecía estar calmándose.

¡Basta! —les dijo Hermione con ímpetu a Fred y George, que levantaron la cabeza y la miraron un tanto sorprendidos.

Sí, tienes razón —dijo George, asintiendo—. Creo que ya hay suficiente con esa dosis.

— La verdad es que os estáis pasando de la raya — dijo Charlie.

Que uno de sus hermanos mayores los criticara tuvo un mayor efecto en los gemelos que las regañinas de su madre y de Hermione.

¡Ya os lo he advertido esta mañana, no podéis probar vuestras porquerías con los alumnos!

Pero ¡si les hemos pagado! —replicó Fred, indignado.

¡No me importa! ¡Podría ser peligroso!

No digas bobadas —repuso Fred.

— No son bobadas — se metió Moody. Tenía el ceño fruncido. — ¿Sabéis lo fácil que es envenenar a alguien por error?

— Habíamos comprobado las cantidades, no podían envenenarse — resopló George.

— Que fuera poco probable no significa que la probabilidad fuera cero — gruñó Moody.

Los gemelos parecían exasperados, pero ninguno se atrevía a llevarle la contraria a Moody.

¡Cálmate, Hermione, no les pasa nada! —intentó tranquilizarla Lee mientras iba de un alumno a otro y les metía unos caramelos de color morado en la boca, que mantenían abierta.

Sí, mira, ya vuelven en sí —confirmó George.

Era verdad: unos cuantos alumnos de primero empezaban a moverse.

La señora Weasley suspiró, aliviada.

Algunos se sorprendieron tanto de estar tumbados en el suelo o colgando de las butacas que Harry comprendió que Fred y George no les habían advertido del efecto que iban a producirles aquellos caramelos.

— ¿Ni siquiera les avisasteis de lo que iba a sucederles? — exclamó la profesora McGonagall.

Harry cada vez estaba más seguro de que, al terminar la lectura, Fred y George se verían en grandes apuros.

¿Te encuentras bien? —le preguntó George con amabilidad a una chica menuda de pelo castaño oscuro, que estaba tendida a sus pies.

Creo que sí —contestó ella con voz temblorosa.

La chica en cuestión se puso muy roja.

Excelente —dijo Fred, muy contento, pero inmediatamente Hermione le arrancó de las manos la libreta y la bolsa de papel llena de bombones desmayo.

¡De excelente nada!

Claro que sí, están vivos, ¿no? —comentó Fred con enojo.

— ¿Es que había alguna posibilidad de que no lo estuviéramos? — exclamó un chico de primero que Harry recordaba de aquella noche.

— Claro que no — bufó Fred. — Estábamos seguros de lo que hacíamos.

No podéis hacer eso. ¿Y si alguno se pusiera enfermo de verdad?

No se van a poner enfermos porque los hemos probado nosotros mismos; esto sólo lo hacemos para ver si todo el mundo reacciona igual…

— Precisamente — dijo Charlie, y los gemelos hicieron muecas de dolor nada más escuchar su voz. — No teníais forma de saber si todos reaccionarían igual. Fue muy arriesgado.

— Ya nos ha quedado claro — respondió George.

— Tú antes molabas — le dijo Fred, y Charlie puso los ojos en blanco.

Si no paráis, voy a…

¿Castigarnos? —insinuó Fred como diciendo: «Inténtalo y verás.»

— Pobre Hermione — dijo una chica de tercero, que recibió una sonrisa por su parte.

¿Ordenar que copiemos algo? —intervino George con una sonrisa burlona.

Harry tragó saliva. Se había dejado llevar por la lectura momentáneamente, pero debía pensar algo rápido.

¿Qué pasaría si simplemente se levantaba y se marchaba de allí? ¿Detendrían la lectura, como habían hecho en alguna otra ocasión?

En la sala había curiosos riendo. Hermione se enderezó al máximo; tenía los ojos entrecerrados y su poblada melena parecía estar a punto de chisporrotear.

— Vaya descripción más rara, Harry — dijo Neville, sacando a Harry otra vez de sus pensamientos.

No —dijo con la voz temblorosa de rabia—, pero voy a escribir a vuestra madre.

No serás capaz —replicó George, horrorizado, y retrocedió.

— Es un golpe bajo — dijo Lee.

— Es exactamente lo que debía haber hecho — habló la señora Weasley al mismo tiempo.

Ya lo creo —lo desafió Hermione sin acobardarse—. No puedo impedir quevosotros os comáis esas tonterías, pero no pienso permitir que se las deis a los de primero.

Fred y George se quedaron estupefactos. Era evidente que consideraban que la amenaza de Hermione era un golpe bajo.

Lee asintió con vehemencia.

Ella les lanzó una última mirada amenazadora, se sujetó con fuerza la libreta y la bolsa contra el pecho y regresó muy ofendida a su butaca junto al fuego.

Ron se había ido agachando en su asiento y en ese instante tenía la nariz casi al nivel de las rodillas.

— Cobarde — repitió Ginny.

— Cállate — respondió Ron, avergonzado. Intentaba por todos los medios no mirar a Hermione.

Gracias por tu apoyo, Ron —dijo Hermione mordazmente. —Ya lo has resuelto muy bien tú sola —masculló él.

— Se supone que tú también eres un prefecto — dijo Parvati. — Tenías que haber hecho algo.

Ron jadeó.

— Te recuerdo que yo vivo con ellos — replicó. — No me puedo permitir tenerlos como enemigos.

— Me alegra que seas consciente de ello, hermanito — dijo Fred, guiñándole un ojo.

Hermione contempló su trozo de pergamino en blanco durante unos segundos y luego dijo con voz tensa:

Es inútil, ahora no puedo concentrarme. Me voy a la cama —dijo, y abrió su mochila.

Harry creyó que iba a guardar en ella sus libros, pero en lugar de eso Hermione sacó dos objetos deformes de lana, los colocó con cuidado sobre una mesa junto al fuego, los cubrió con una pluma rota y unos cuantos trozos de pergamino inservibles y se retiró un poco para evaluar el efecto.

Muchos se quedaron mirando a Hermione como si estuviera loca. Ella, sin embargo, se había fijado en una palabra en concreto.

— ¿Deformes? — resopló. — No estaban tan mal.

Harry no quiso discutir, pero opinaba que la palabra estaba muy bien escogida.

Por las barbas de Merlín, ¿se puede saber qué haces? —preguntó Ron, observándola como si temiera por la salud mental de su amiga.

Hermione rodó los ojos.

Son gorros para elfos domésticos —contestó ella con aspereza, y a continuación empezó a guardar sus libros en la mochila—. Los he hecho este verano. Sin magia soy muy lenta tejiendo, pero ahora que he vuelto al colegio creo que podré hacer muchos más.

— Estás mal de la cabeza, definitivamente — dijo Pansy en voz alta. — ¿Has estado tejiendo gorros para los elfos domésticos? Jamás los aceptarán.

— Los estaba escondiendo — respondió Montague. — No pretendía dárselos, quería engañarlos para que los tomaran sin saberlo.

— ¡Eso es cruel! — saltaron varias voces al mismo tiempo.

Hermione mantuvo la cabeza erguida y le devolvió una mirada desafiante a todo aquel que cuestionó sus acciones.

— Hermione, eso no está nada bien — dijo Lupin con firmeza. — No puedes darles la libertad mediante engaños.

Algo ofendida, Hermione replicó:

— Merecen tener la oportunidad de ser libres.

— La merecen, desde luego, pero no a base de engaños — respondió él. — Y no a costa de quitarles su libertad de decisión. Si lo que quieres es que puedan decidir por sí mismos, lo que debes hacer es mostrarles que tienen más opciones y permitir que tomen la decisión que quieran. Eso es la libertad.

Hermione se quedó callada, pero a Harry le pareció que las palabras del profesor le habían dolido.

¿Dejas estos gorros aquí para los elfos domésticos? —inquirió Ron lentamente —. ¿Y primero los tapas con piltrafas?

Sí —contestó Hermione desafiante, y se colgó la mochila.

Eso no está bien —dijo Ron, enfadado—. Quieres engañarlos para que cojan los gorros. Quieres darles la libertad cuando quizá ellos no quieran ser libres.

— Estás asumiendo que quieren ser libres cuando quizá no sea así — dijo Angelina.

— ¿Por qué no iban a querer serlo? — replicó Hermione, que aún parecía dolida tras las palabras de Lupin.

— ¿Por qué iban a querer serlo? — contraatacó Angelina. — Son felices así, al menos la mayoría.

— ¿Lo son, o creen serlo? — contestó Hermione.

— La respuesta a esa pregunta da igual — habló el señor Weasley, para sorpresa de Harry. — Sean felices o no, la libertad está en poder tomar nuestras propias decisiones. Si es su decisión continuar trabajando como hasta ahora, debemos respetarlo.

Hermione se mordió el labio y Harry no supo si quería replicar algo o si lo que tenía eran ganas de llorar. En cualquier caso, la chica no dijo nada y la lectura continuó.

¡Claro que quieren ser libres! —saltó Hermione, que estaba poniéndose colorada—. ¡No te atrevas a tocar esos gorros, Ron!

Y tras pronunciar esas palabras se marchó muy airada. Ron esperó hasta que hubo desaparecido por la puerta de los dormitorios de las chicas, y entonces quitó los trozos de pergamino de encima de los gorros.

Hermione jadeó y miró a Ron como si la hubiera traicionado.

Al menos que vean lo que están cogiendo —dijo con firmeza—.

Estaba claro con tan solo mirar a los Weasley que todos se alegraban de lo que había hecho Ron. Su madre lo miraba con orgullo.

En fin… — enrolló el pergamino en el que había escrito el título de la redacción para Snape—, no tiene sentido intentar terminar esto ahora; sin Hermione no puedo hacerlo, no tengo ni la más remota idea de para qué sirve el ópalo. ¿Y tú?

— Podrías abrir un libro en lugar de depender siempre de Granger — resopló una chica de séptimo.

— Ella es mejor que cualquier libro — respondió Ron.

A Hermione se le suavizó un poco la expresión al escuchar eso.

Harry negó con la cabeza, y al hacerlo notó que el dolor que tenía en la sienderecha estaba empeorando. Se acordó de la larga redacción sobre las guerras de los gigantes y sintió una intensa punzada de dolor. Aun siendo consciente de que a la mañana siguiente lamentaría no haber terminado sus deberes por la noche, guardó sus libros en la mochila.

Yo también voy a acostarme.

— Necesitabas descansar — dijo Ginny con un suspiro.

Cuando iba hacia la puerta que conducía a los dormitorios pasó por delante de Seamus, pero no lo miró. Harry tuvo la fugaz impresión de que su compañero había despegado los labios para decir algo, pero aceleró el paso y llegó a la tranquilizadora paz de la escalera de caracol de piedra sin tener que aguantar más provocaciones.

Muchos miraron a Seamus, que pareció muy incómodo ante la atención.

— No era una provocación — dijo tras unos instantes.

A Harry le sorprendió escuchar eso.

El día siguiente amaneció tan plomizo y lluvioso como el anterior. Hagrid tampoco estaba sentado a la mesa de los profesores a la hora del desayuno.

Hagrid volvió a hacerle un gesto de agradecimiento a Harry.

— No me merezco tanto aprecio — dijo, abrumado.

La única ventaja es que hoy no tenemos a Snape —comentó Ron con optimismo.

Snape miró a Ron con desdén.

Hermione dio un gran bostezo y se sirvió una taza de café. Parecía contenta, y cuando Ron le preguntó de qué se alegraba tanto, ella se limitó a decir:

Los gorros ya no están. A lo mejor resulta que los elfos domésticos quieren ser libres.

Hubo resoplidos por todo el comedor. Hermione no dijo nada.

Yo no estaría tan seguro —replicó él, cortante—. Quizá no podamos considerarlos prendas de vestir. Yo jamás habría dicho que eran gorros, más bien parecían vejigas lanudas.

Hermione no le dirigió la palabra en toda la mañana.

Todo el mundo se echó a reír, incluso los que siempre solían ser partidarios de Hermione en cualquier discusión que tuviera con Ron.

Ron, por su parte, hizo un esfuerzo por no reír con los demás, cosa que la chica pareció agradecer.

Después de una clase doble de Encantamientos tuvieron también dos horas de Transformaciones. El profesor Flitwick y la profesora McGonagall dedicaron el primer cuarto de hora de sus clases a sermonear a los alumnos sobre la importancia de los TIMOS.

Hubo gemidos.

— Ya empezamos otra vez — dijo Ernie con una mueca.

Lo que debéis recordar —dijo el profesor Flitwick, un mago bajito con voz de pito, encaramado, como siempre, en un montón de libros para poder ver a sus alumnos por encima de la superficie de su mesa— es que estos exámenes pueden influir en vuestras vidas en los años venideros. Si todavía no os habéis planteado seriamente qué carrera queréis hacer, éste es el momento. Mientras tanto, ¡me temo que tendremos que trabajar más que nunca para asegurarnos de que todos vosotros rendís a la altura de vuestra capacidad en el examen!

— No quiero que llegue quinto nunca — dijo una chica de cuarto.

Luego estuvieron más de una hora repasando encantamientos convocadores que, según el profesor Flitwick, era probable que aparecieran en el TIMO; remató la clase poniéndoles como deberes un montón de encantamientos.

— Es un encantamiento muy importante — les aseguró Flitwick.

Lo mismo ocurrió, o peor, en la clase de Transformaciones.

Pensad que no aprobaréis los TIMOS —les advirtió la profesora McGonagall congravedad— sin unas buenas dosis de aplicación, práctica y estudio. No veo ningún motivo por el que algún alumno de esta clase no apruebe el TIMO de Transformaciones, siempre que os apliquéis en vuestros estudios. —Neville hizo un ruidito de incredulidad—. Sí, tú también, Longbottom —agregó la profesora—. No tengo queja de tu trabajo; lo único que tienes que corregir es esa falta de confianza en ti mismo.

Neville se ruborizó intensamente.

Por lo tanto… hoy vamos a empezar con los hechizos desvanecedores. Aunque son más fáciles que los hechizos comparecedores, que no suelen abordarse hasta el año de los ÉXTASIS, se consideran uno de los aspectos más difíciles de la magia, cuyo dominio tendréis que demostrar en vuestros TIMOS.

La profesora McGonagall tenía razón, pues Harry encontró dificilísimos los hechizos desvanecedores.

Muchos parecieron sorprendidos al escuchar eso.

— ¿Pudo hacer un Patronus con trece años pero los hechizos desvanecedores le cuestan? — dijo McLaggen, confuso.

— El Patronus también le costó al empezar — le recordó Katie. — Al final, todo es práctica.

Tras una clase de dos horas, ni él ni Ron habían conseguido hacer desaparecer los caracoles con los que estaban practicando, aunque Ron, optimista, comentó que el suyo parecía haber palidecido un poco.

— Yo creo que tenía hambre — dijo Fred.

Ron lo miró mal.

Hermione, por su parte, consiguió hacer desaparecer su caracol al tercer intento, y la profesora McGonagall le dio diez puntos extra a Gryffindor. Fue la única a la que la profesora McGonagall no puso deberes; a los demás les ordenó que practicaran el hechizo para el día siguiente, ya que por la tarde tendrían que volver a probarlo con sus caracoles.

Hermione todavía seguía abatida por todo el asunto de los elfos domésticos, pero recordar sus logros en transformaciones la animó un poco.

Harry y Ron, presas del pánico por la cantidad de trabajo que empezaba a acumulárseles, pasaron la hora de la comida en la biblioteca documentándose sobre los usos del ópalo en la fabricación de pociones. Hermione, que todavía estaba enfadada con Ron por su ofensivo comentario sobre los gorros de lana, no los acompañó.

Algunos miraron mal a Hermione y Harry escuchó a alguien llamarla "exagerada".

Por la tarde, cuando llegaron a Cuidado de Criaturas Mágicas, a Harry volvía a dolerle la cabeza.

— Te has pasado todo lo que llevamos de curso con dolor de cabeza — dijo Ron.

El día se había puesto frío y ventoso, y mientras descendían por el empinado jardín hacia la cabaña de Hagrid, situada al borde del Bosque Prohibido, notaron que algunas gotas de lluvia les caían en la cara. La profesora Grubbly-Plank esperaba de pie a los alumnos a unos diez metros de la puerta de la cabaña de Hagrid, detrás de una larga mesa de caballete cubierta de ramitas.

Parvati y Lavender sonrieron al escuchar el nombre de la profesora. Harry las miró mal.

Cuando Harry y Ron llegaron a donde estaba la profesora, oyeron una fuerte risotada a sus espaldas; se dieron la vuelta y vieron a Draco Malfoy, que iba con aire resuelto hacia ellos, rodeado como siempre de su cuadrilla de amigotes de Slytherin.

Hubo bufidos por todo el comedor.

— Ya estamos otra vez — Angelina puso los ojos en blanco. — Va a meterse con Hagrid, ¿a que sí? Y también con Harry.

— Seguro — resopló Alicia.

Por lo visto, acababa de decir algo divertidísimo porque Crabbe, Goyle, Pansy Parkinson y los demás seguían riéndose con ganas cuando rodearon la mesa de caballete; y a juzgar por cómo miraban a Harry, éste pudo imaginar sin grandes dificultades el motivo del chiste.

Hubo quien le dedicó a los Slytherin miradas muy desagradables. Pansy las devolvió con tantas ganas como pudo, mientras que Malfoy parecía impasible a todo.

¿Ya estáis todos? —gritó la profesora Grubbly-Plank cuando hubieron llegado los de Slytherin y los de Gryffindor—. Entonces manos a la obra. ¿Quién puede decirme cómo se llaman estas cosas?

Señaló el montón de ramitas que tenía delante y Hermione levantó una mano. Malfoy, que estaba detrás, sacó los dientes e hizo una imitación de Hermione dandosaltitos, ansiosa por contestar a la pregunta.

— Patético — bufó Tonks.

Malfoy se ruborizó.

Pansy Parkinson soltó una carcajada que casi de inmediato se convirtió en un grito, pues las ramitas que había encima de la mesa brincaron y resultaron ser algo así como diminutos duendecillos hechos de madera, con huesudos brazos y piernas de color marrón, dos delgados dedos en los extremos de cada mano y una curiosa cara plana, que parecía de corteza de árbol, en la que relucían un par de ojos de color marrón oscuro.

— ¿Te dan miedo los Bowtruckles, Parkinson? — se burló McLaggen.

— Claro que no — replicó ella, pero sus mejillas sonrosadas demostraban que se avergonzaba de aquel grito.

¡Oooooh! —exclamaron Parvati y Lavender, lo cual molestó mucho a Harry. ¡Como si Hagrid nunca les hubiera enseñado criaturas impresionantes! Había queadmitir que los gusarajos no eran nada del otro mundo, pero las salamandras y los hipogrifos habían sido muy interesantes, y los escregutos de cola explosiva, quizá hasta demasiado interesantes.

Parvati frunció el ceño.

— No es nuestra culpa que Hagrid elija criaturas más desagradables — dijo. — Las clases de la profesora Grubbly-Plank son más llevaderas.

— Pues a mí me fascinó la lección sobre hipogrifos — replicó Dean. — Una pena que Malfoy la destrozara.

Hagrid le agradeció el apoyo con la mirada.

¡Haced el favor de bajar la voz, señoritas! —ordenó la profesora Grubbly-Plank con severidad, y luego esparció un puñado de algo que parecía arroz integral entre aquellos seres hechos de palitos, los cuales inmediatamente se abalanzaron sobre la comida—. A ver, ¿alguien sabe cómo se llaman estas criaturas? ¿Señorita Granger?

Bowtruckles —dijo Hermione—. Son guardianes de árboles; generalmente viven en los que sirven para hacer varitas.

— Sabelotodo — se oyó bufar a Pansy, pero nadie le hizo caso.

Cinco puntos para Gryffindor —replicó la profesora Grubbly-Plank—. Efectivamente, son bowtruckles, y como muy bien dice la señorita Granger, generalmente viven en árboles cuya madera se emplea para la fabricación de varitas. ¿Alguien sabría decirme de qué se alimentan?

De cochinillas —contestó Hermione de inmediato, y entonces Harry entendió por qué aquello que él había tomado por granos de arroz integral se movía—.

Hubo risitas incrédulas por todo el comedor.

— Con lo listo que eres, hay que ver lo tonto que eres a veces — dijo Fred con una gran sonrisa y Harry no supo si debía ofenderse o no.

Pero también de huevos de hada, si los encuentran.

Muy bien, anótate cinco puntos más. Bien, siempre que necesitéis hojas o madera de un árbol habitado por un bowtruckle, es recomendable tener a mano un puñado de cochinillas para distraerlo o apaciguarlo. Quizá no parezcan peligrosos, pero si los molestáis intentarán sacaros los ojos con los dedos, que, como podéis ver, son muy afilados; por lo tanto, no conviene que se acerquen a nuestros globos oculares.

Algunos alumnos de primero parecían impresionados.

— ¿Te pueden arrancar los ojos? ¿Y vamos a tener que estudiarlos en clase? — chilló una niña.

— Bueno, mejor eso que los escregutos — replicó otra con una mueca.

De modo que si queréis aproximaros un poco… Coged un puñado de cochinillas y un bowtruckle, hay uno para cada tres, y así podréis examinarlos mejor. Antes de que termine la clase quiero que cada uno de vosotros me entregue un dibujo con todas las partes del cuerpo señaladas.

— Me aburro — declaró Zacharias Smith en voz alta. — Potter tenía razón, no teníamos por qué leer este capítulo.

— Todavía no ha pasado nada, ten paciencia — lo regañó Susan.

— Precisamente me aburro porque no ha pasado nada — replicó él, arrastrando las palabras. — ¿Y si pasamos al siguiente?

Harry aprovechó la oportunidad sin dudarlo.

— Por mí excelente — dijo, llamando la atención de todos. — Ya veis que no está pasando nada. Vamos a tragarnos toda la clase de Criaturas Mágicas, luego iré a Herbología y nos darán otro discursito sobre los TIMOS. — Algunos rodaron los ojos al escuchar eso, hartos de los exámenes. — Y después me pasaré horas copiando en el despacho de la profesora Umbridge. Volveré a la sala común y me iré a dormir. ¿Qué tiene todo eso de interesante?

Se escuchó un murmullo generalizado. Harry sintió esperanzas al notar que muchos alumnos parecían estar poniéndose de su parte.

— Suena aburridísimo — admitió Justin.

— ¿Podemos saltar al siguiente capítulo? — pidió también Colin, y varias voces se sumaron a la petición.

Harry miró hacia la mesa de profesores, esperanzado, pero supo nada más ver la expresión de Dumbledore que todos sus intentos eran en vano.

— No podemos saltarnos este capítulo — respondió el director con rotundidad.

— ¿Por qué? No es más que una…

— Lo sé, Dolores — la interrumpió Dumbledore, y a Harry se le cayó el estómago a los pies. — Sé que piensas que es una pérdida de tiempo, pero debemos leerlo de todas maneras. Cuanto antes sigamos, antes acabaremos.

Harry suspiró de alivio. Cuando Dumbledore había dicho "Lo sé", durante un instante, había pensado que se refería a lo que había sucedido durante los castigos. Si Dumbledore todavía no lo sabía, quizá aún quedaba una posibilidad de evitar que todo el mundo lo leyera.

Atraer a los encapuchados y hablar con ellos parecía la opción más razonable. Se preguntó qué pasaría si, en lugar de lanzar maldiciones contra el libro para hacer que fueran al comedor, simplemente se levantara y se marchara el comedor. ¿Conseguiría encontrarlos? ¿Qué podría decirles para convencerles de que no debían leer ese capítulo?

Los alumnos se acercaron a la mesa de caballete. Harry la rodeó deliberadamente por detrás para colocarse al lado de la profesora Grubbly-Plank.

¿Dónde está Hagrid? —le preguntó mientras los demás empezaban a elegir sus bowtruckles.

Eso no es asunto tuyo —contestó la profesora, tajante, y Harry recordó quecuando en otra ocasión Hagrid no se había presentado para dar su clase, ella había adoptado la misma actitud.

— Ningún alumno, por muy amigo que sea de un profesor, tiene derecho a saber información personal acerca de su paradero — bufó la profesora McGonagall.

Draco Malfoy, con una amplia sonrisa de suficiencia en el anguloso rostro, se acercó a Harry y cogió el bowtruckle más grande que encontró.

A lo mejor ese bruto zopenco ha tenido un accidente —sugirió en voz baja para que sólo pudiera oírlo Harry.

— Como el que tú tuviste al nacer, ¿no? — replicó Fred.

— Retira eso, Weasley — gruñó Malfoy.

— Oblígame.

— ¡Suficiente! — los interrumpió McGonagall, enfadada. — Sigamos con la lectura.

El que va a tener un accidente eres tú como no te calles —replicó Harry sin levantar la voz.

— ¡Díselo, Harry!

— ¡Vamos, Potter!

McGonagall parecía exasperada.

Quizá se haya metido en un lío con alguien más grande que él; no sé si me entiendes…

Malfoy se alejó, mirando hacia atrás y sonriendo, y de pronto Harry se sintió muy angustiado. ¿Sabía algo Malfoy? Al fin y al cabo, su padre era un mortífago; ¿y si tenía alguna información sobre el paradero de Hagrid que todavía no había llegado a oídos de la Orden?

Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas. Ahora sabían que, efectivamente, Hagrid se había metido en problemas con gente más grande que él.

Entre el resto de alumnos, la confusión era total. Malfoy se mantuvo totalmente impasible, a pesar de las miradas.

Volvió a rodear la mesa y se dirigió hacia Ron y Hermione, que estaban de cuclillas en la hierba, un poco alejados, intentando convencer a un bowtruckle de que se estuviera quieto el tiempo necesario para que ellos pudieran dibujarlo. Harry sacó pergamino y pluma, se agachó junto a sus amigos y, con disimulo, les contó lo que acababa de decir Malfoy.

Si le hubiera ocurrido algo a Hagrid, Dumbledore lo sabría —opinó Hermione —. Si nos mostramos preocupados sólo estaremos poniéndoselo en bandeja a Malfoy; entonces comprenderá que nosotros no sabemos exactamente lo que está pasando. No tenemos que hacerle caso, Harry. Toma, sujeta un momento al bowtruckle para que pueda dibujar su cara…

— La obsesión que tiene Malfoy con Hagrid no es normal — bufó un chico de séptimo.

— No tengo ninguna obsesión — replicó Malfoy, indignándose.

— ¿Cómo que no? Tu obsesión con Potter es incluso peor — se metió Padma, haciendo que Malfoy soltara un bufido y que varios alumnos se echaran a reír.

Sí —oyeron que decía Malfoy arrastrando las palabras; estaba sentado en otro grupo, cerca de ellos—, mi padre habló con el ministro hace un par de días, y según parece el Ministerio está decidido a tomar enérgicas medidas contra la escasa calidad de la educación en este colegio. De modo que, aunque ese tarado gigantesco vuelva a presentarse por aquí, seguramente lo pondrán de patitas en la calle en el acto.

A Harry le sorprendió la cantidad de insultos que volaron hacia Malfoy. La popularidad de Hagrid entre los alumnos parecía haber crecido mucho desde que comenzó la lectura.

Draco, con las mejillas sonrosadas, masculló algo que Harry no entendió y se limitó a mirar mal a un par de personas. Por su parte, Hagrid no parecía muy ofendido.

¡AY!

Harry había sujetado tan fuerte al bowtruckle que éste casi se había partido, pero como represalia le había hecho un fuerte arañazo en la mano con los afilados dedos, dejándole dos largos y profundos cortes.

— Ouch — Ginny hizo una mueca.

— Ay, Harry — Hagrid volvía a estar conmovido.

Harry lo soltó. Crabbe y Goyle, que ya estaban riéndose a carcajadas ante la idea de que despidieran a Hagrid, se rieron con más entusiasmo todavía cuando el bowtruckle salió corriendo a toda velocidad hacia el bosque y vieron cómo aquel pequeño individuo se perdía enseguida entre las raíces de los árboles.

En el presente, Crabbe y Goyle rieron como idiotas. Les duró muy poco, ya que nadie, ni siquiera Malfoy, rió con ellos.

Cuando la campana repicó por el jardín, Harry enrolló su dibujo del bowtruckle, manchado de sangre, y fue hacia Herbología con la mano envuelta en el pañuelo de Hermione. La despectiva risa de Malfoy todavía le resonaba en los oídos.

Como vuelva a llamar tarado a Hagrid una sola vez… —gruñó Harry.

— ¿Qué harás, Potter? — lo provocó Draco. — No tienes valor.

— Le dijo el Slytherin al Gryffindor — bufó Terry Boot.

Harry ni se molestó en contestar. Estaba poniéndose muy nervioso, porque era consciente de que cada vez estaban más cerca de leer los castigos.

Quizá podría levantarse, quitarle el libro al chico de Slytherin y… salir por la puerta. Así, sin más. ¿Podrían detenerlo si lo intentaba? ¿Resultaría muy absurdo?

Harry, no te vayas a pelear con Malfoy, no olvides que ahora es prefecto, podría hacerte la vida imposible si quisiera…

Uf, no me imagino cómo debe de ser eso de que te hagan la vida imposible — replicó Harry con sarcasmo.

Muchos miraron a Harry con pena.

Ron rió, pero Hermione frunció el entrecejo. Luego siguieron recorriendo juntos los huertos mientras el cielo se mostraba incapaz de decidir si quería que lloviera o no.

Es que estoy deseando que Hagrid vuelva, nada más —comentó Harry en voz baja cuando llegaron a los invernaderos—. ¡Y no se te ocurra decir que esa Grubbly-Plank es mejor profesora que él! —añadió amenazadoramente.

Hagrid se enjugó las lágrimas.

— No os merezco… De verdad que no os merezco…

El profesor Flitwick le daba palmaditas en el codo en señal de apoyo.

No pensaba decirlo —repuso Hermione con serenidad.

Porque no le llega ni a la suela de los zapatos —agregó Harry con firmeza. Era consciente de que acababa de presenciar una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas ejemplar y estaba muy molesto por ello.

Harry hizo una mueca. Por suerte, Hagrid estaba muy ocupado llorando como para sentirse ofendido.

La puerta del invernadero más cercano se abrió y por ella desfilaron unos cuantos alumnos de cuarto curso, entre los que estaba Ginny.

¡Hola! —los saludó con alegría al pasar a su lado.

Unos segundos más tarde salió Luna Lovegood, un tanto rezagada del resto de la clase, con la nariz manchada de tierra y el cabello recogido en un moño en lo alto de la cabeza.

Algunos rieron ante la descripción. Luna, sin embargo, pareció muy sorprendida al ver que volvía a salir en el libro.

Al ver a Harry, los saltones ojos de Luna se desorbitaron aún más por la emoción y fue derechita hacia él. Muchos compañeros de Harry giraron la cabeza con curiosidad. Luna respiró hondo y, sin saludarlo siquiera con un «Hola», dijo:

Yo sí creo que El-que-no-debe-ser-nombrado ha regresado y que tú peleaste con él y lograste escapar.

Se oyeron risitas.

— No sé si a Potter le hará mucha ilusión que Lunática Lovegood sea quien le apoye — se escuchó decir a un chico de cuarto.

Luna lo miró mal.

Va-vale —balbuceó Harry. Luna llevaba unos pendientes que parecían rábanos de color naranja, un detalle en el que también se habían fijado Parvati y Lavender, pues ambas se reían por lo bajo y le señalaban las orejas.

— Qué crueles — se quejó Ginny. Parvati y Lavender parecieron contrariadas.

— A mí me gustan los rábanos — declaró Colin. — Son muy originales.

— Gracias, Colin — le sonrió Luna, ignorando las risitas que se oían.

— ¿Te gustan los qué? — Seamus se desternillaba de risa, al igual que Dean. Colin los miraba con aspecto confundido.

Podéis reíros —prosiguió Luna elevando la voz; al parecer, pensaba que Parvati y Lavender se reían de lo que acababa de decir y no de los pendientes que llevaba—, pero antes la gente tampoco creía que existieran ni los blibbers maravillosos ni los snorkacks de cuernos arrugados.

— ¿Eso qué es? — preguntó una niña de primero.

— Una cosa que no existe — replicó Justin.

Ya, y tenían razón, ¿no? —dijo Hermione, impaciente—. Los blibbers maravillosos y los snorkacks de cuernos arrugados no existen.

Luna le lanzó una mirada fulminante y se alejó indignada, mientras los rabanitos oscilaban con energía en sus orejas.

Hubo risitas por todo el comedor. Quizá era porque estaba de los nervios, pero Harry no lo encontraba tan gracioso.

Parvati y Lavender ya no eran las únicas que se desternillaban de risa.

¿Quieres hacer el favor de no insultar a la única persona que cree en mí? —le dijo Harry a Hermione mientras entraban en la clase.

— Gracias por defenderme, Harry — le dijo Luna.

Harry asintió distraídamente. Todavía estaba a tiempo de coger el libro y huir. Sonaba totalmente estúpido… pero, precisamente por eso, quizá funcionaría. Seguro que los encapuchados no se habían planteado que alguien pudiera tomar el libro y salir andando tranquilamente del comedor. De hecho, ya lo habían sacado de allí en alguna ocasión… Pero nunca lo había hecho solo y en contra de la voluntad de los demás.

Por favor, Harry, tú te mereces algo mejor. Ginny me ha hablado de Luna; porlo visto, sólo cree en cosas de las que no hay pruebas. Bueno, y no me extraña que así sea, siendo la hija del director de El Quisquilloso.

— Hablan de ella a sus espaldas — jadeó una chica de séptimo.

— No me esperaba eso de Ginny Weasley — se oyó decir a otra, de Hufflepuff.

Ginny rodó los ojos.

— No he dicho nada a espaldas de Luna que no le diga a la cara — dijo en voz alta.

Luna asintió, confirmando sus palabras.

Harry se acordó de los siniestros caballos alados que había visto la noche de su llegada a Hogwarts, y de que Luna había afirmado que ella también los veía, y se deprimió un poco. ¿Y si Luna le había mentido?

— Claro que no — le aseguró ella. — Son reales.

Harry ya no tenía dudas de que así era.

Pero antes de que siguiera reflexionando sobre aquel tema, Ernie Macmillan se le había acercado.

Ernie se irguió en su asiento, orgulloso.

Quiero que sepas, Potter —dijo con una voz fuerte y decidida—, que no te apoyan sólo los bichos raros.

Luna lo miró con reproche.

Yo te creo sin reservas. Mi familia siempre ha respaldado incondicionalmente a Dumbledore, y yo también.

Muchas gracias, Ernie —contestó Harry, sorprendido pero también agradecido.

Ernie sonreía con orgullo.

— Siempre supe que Potter decía la verdad — afirmó en voz alta.

— Ya lo hemos escuchado — replicó un chico de primero, ganándose una mirada desdeñosa por parte de Ernie.

Ernie podía ser pedante en ocasiones como aquélla, pero Harry, dadas las circunstancias, supo apreciar el voto de confianza de alguien que no llevaba rabanitos colgando de las orejas.

Harry hizo una mueca. Con una sola frase, había conseguido ofender tanto a Ernie como a Luna.

Al menos las palabras de Ernie le habían borrado la sonrisa de la cara a Lavender Brown, y cuando se dio la vuelta para hablar con Ron y Hermione,Harry vio la expresión de Seamus, que era una mezcla de desconcierto y desafío.

Lavender hizo una mueca y no se atrevió a decir nada.

La profesora Sprout empezó la clase sermoneando a sus alumnos sobre la importancia de los TIMOS, lo cual no sorprendió a nadie. Harry estaba deseando que los profesores dejaran de referirse a los exámenes; empezaba a notar una desagradable sensación en el estómago cada vez que recordaba la cantidad de deberes que tenía que hacer, una sensación que empeoró notablemente cuando, al finalizar la clase, la profesora Sprout les mandó otra redacción.

— Menos mal que no hemos tenido que escuchar otro discurso sobre los TIMOS — suspiró Neville.

Así pues, cansados y apestando a estiércol de dragón, el tipo de fertilizante preferido de la profesora Sprout, los de Gryffindor regresaron al castillo. Nadie hablaba mucho ya que había sido un largo día.

— Y tan largo — bufó Ron.

Como Harry estaba muerto de hambre y tenía su primer castigo con la profesora Umbridge a las cinco en punto, fue directamente al Gran Comedor sin dejar su mochila en la torre de Gryffindor, con la idea de comer algo antes de enfrentarse a lo que la profesora le tuviera preparado.

Harry se tensó. Era ahora o nunca. Si quería hacer algo, debía actuar ya.

Sin embargo, cuando acababa de llegar a la puerta, alguien le gritó, con voz potente y enfadada:

¡Eh, Potter!

¿Qué pasa ahora? —murmuró él con tono cansino. Al darse la vuelta vio a Angelina Johnson, que parecía de un humor de perros.

Harry se permitió respirar hondo. Si iban a leer su conversación con Angelina, tenía unos minutos más…

¿Cómo que qué pasa? —replicó ella dirigiéndose hacia él y clavándole el dedo índice en el pecho—. ¿Cómo has permitido que te castiguen el viernes a las cinco?

¿Qué? ¿Qué…? ¡Ah, sí, las pruebas para elegir al nuevo guardián!

— Hombre, no es que lo haya permitido — dijo Sirius. — Le han obligado.

Angelina chascó la lengua y no dijo nada.

¡Ahora se acuerda! —rugió Angelina—. ¿Acaso no te dije que quería hacer una prueba con todo el equipo y buscar a alguien que encajara con el resto de los jugadores? ¿No te dije que había reservado el campo de quidditch con ese propósito? ¡Y ahora resulta que tú has decidido no ir!

— Está siendo muy injusta — exclamó Hannah.

— Ser capitán de quidditch puede ser muy estresante — dijo Wood, dándole a Angelina un par de palmaditas en el hombro.

¡Yo no he decidido nada! —protestó Harry, dolido por la injusticia de aquellas palabras—. La profesora Umbridge me ha castigado por decir la verdad sobre Quien-tú-sabes.

Pues ya puedes ir a verla y pedirle que te levante el castigo del viernes —dijo Angelina con fiereza—. Y no me importa cómo lo hagas. Si quieres dile que Quien-tú-sabes os producto de tu imaginación, pero ¡quiero verte el viernes en el campo!

Algunos rieron, a pesar de todo.

— ¿Que es producto de su imaginación? ¿En serio? — dijo Katie con una risita incrédula. Angelina se ruborizó.

— Estaba desesperada — se defendió.

Dicho eso, se alejó a grandes zancadas.

¿Sabéis qué? —les dijo Harry a Ron y a Hermione cuando entraban en el Gran Comedor—. Tendríamos que preguntar al Puddlemere United si Oliver Wood se ha matado en una sesión de entrenamiento, porque tengo la impresión de que su espíritu se ha apoderado del cuerpo de Angelina.

Hasta Wood se echó a reír. Angelina, por su parte, parecía estar sintiéndose avergonzada.

¿Crees que hay alguna posibilidad de que la profesora Umbridge te levante el castigo del viernes? —preguntó Ron con escepticismo mientras se sentaban a la mesa de Gryffindor.

Ninguna —contestó Harry con desánimo; se sirvió unas costillas de cordero y empezó a comer—. Pero de todos modos será mejor que lo intente, ¿no? Le propondré cambiar el castigo del viernes por dos días más o algo así, no lo sé…

— Dudo mucho que funcione — dijo Tonks.

— Haces bien en dudar — replico Ginny.

Harry tragó saliva de nuevo. ¿Se atrevía a hacerlo?

— Tragó un bocado de patata y añadió—: Espero que no me entretenga demasiado esta tarde. ¿Te das cuenta de que tenemos que escribir tres redacciones, practicar los hechizos desvanecedores para McGonagall, trabajar en un contraencantamiento para Flitwick, terminar el dibujo del bowtruckle y empezar ese absurdo diario de sueños para Trelawney?

— Qué agobio. Si así es quinto, no quiero pasar de curso — dijo una chica de tercero.

Ron soltó un gemido y miró al techo.


Y para colmo parece que va a llover.

¿Qué tiene eso que ver con nuestros deberes? —le preguntó Hermione con las cejas arqueadas.

Nada —contestó rápidamente Ron, y se le pusieron las orejas coloradas.

Muchos se echaron a reír y Ron se puso colorado.

Echándole valor, Harry se puso en pie.

No dijo ni una palabra. Escuchó a Ron y Hermione preguntarle a dónde iba, pero no contestó. Con calma, aprovechando que buena parte del comedor seguía riéndose de Ron, Harry emprendió el camino hacia la tarima.

Para cuando había recorrido la mitad del trayecto, todas las miradas estaban fijas en él y las risas estaban apagándose.

— ¿A dónde vas, Potter? — le preguntó Justin cuando pasó a su lado, pero Harry no contestó.

Mantuvo la calma y llegó hasta la tarima, donde todos los profesores lo observaban con expresiones de sorpresa y curiosidad.

El chico de primero de Slytherin tenía el libro en las manos.

— ¿Me lo dejas un momento? — pidió Harry y, confuso y algo cohibido, el niño se lo tendió.

— Potter, ¿qué sucede? — le preguntó McGonagall.

Sin contestar, Harry comenzó a caminar hacia la puerta, sorteando sofás y sillones en su camino. Caminó mucho más rápido que antes y, para cuando algunos se dieron cuenta de que pretendía salir del comedor, ya había hecho más de la mitad del recorrido.

— Harry — dijo Dumbledore con calma. — No puedes hacer esto.

Harry lo ignoró.

Los últimos metros hasta la puerta los hizo casi corriendo, con el libro firmemente agarrado contra su costado. Ignoró las llamadas de sus amigos y la voz preocupada de Sirius y abrió la puerta.

Encontraría a los encapuchados y les convencería de que no era necesario leer el resto del capítulo. Los obligaría a hacerle caso…

Sin embargo, no tuvo que buscar a nadie porque justo en el umbral de la puerta lo esperaba una figura encapuchada.

Harry frenó en seco para no toparse con ella. Ni siquiera había salido del todo del comedor y podía notar las miradas de todo el colegio a sus espaldas.

— Harry…

La persona que tenía delante habló con esa odiosa voz hechizada.

— Vamos a hablar fuera — le interrumpió Harry, pero el encapuchado negó con la cabeza.

— Tienes que entrar. Lo siento mucho.

— No voy a entrar. No tenemos por qué leer esto y lo sabes. Déjame salir.

El encapuchado suspiró.

— Harry… Sé que es duro. De verdad, lo sé, pero es mejor que se lea frente a todos. Pagará por lo que hizo.

— No quiero que pague — musitó Harry, desesperado. — Quiero que nadie lo sepa.

No podía ver los ojos del desconocido, pero estaba seguro de que lo miraba con pena.

— Lo siento.

Antes de que Harry pudiera hacer nada, el encapuchado le quitó el libro de las manos y entró al comedor, dándole la espalda a Harry.

— Continuad la lectura, por favor. Ya vamos con retraso — dijo en voz alta, tras lo que hizo volar el libro con un golpe de varita. Éste aterrizó en las manos del niño de Slytherin, que parecía sumamente confuso.

Harry temblaba, y no sabía si se debía a la ira o no.

— No quiero leer esto — repitió.

— Puedes salir del comedor si quieres — le indicó el encapuchado. — Nadie te va a obligar a escucharlo, Harry.

— No quiero que nadie lea esto — puntualizó Harry, con voz temblorosa.

Antes de que Harry pudiera reaccionar, antes siquiera de que se diera cuenta de lo que sucedía, el encapuchado le dio un abrazo.

Harry escuchó los jadeos y los murmullos provenientes del resto del comedor.

— Perdónanos por esto — le susurró el encapuchado antes de separarse de él y salir del comedor, cerrando la puerta en las narices de Harry.

Él se quedó allí de pie, dándole la espalda a todo el colegio.

— Harry, querido…

En algún momento, la señora Weasley se había levantado de su asiento. Le puso una mano en el hombro y, con gentileza, lo empujó para dirigirlo a su asiento.

Al darse la vuelta, Harry vio que Sirius también se había levantado, así como varios miembros de la Orden y algunos de sus amigos. Hermione parecía estar a punto de llorar.

— Siéntate, cielo — le dijo la señora Weasley. — Y no te preocupes por nada. Sea lo que sea que quieres ocultar, lo solucionaremos juntos.

Sirius lo envolvió con un solo brazo.

— Estamos contigo, Harry — dijo, y Harry dejó escapar un suspiro tembloroso.

No sabía si estaba furioso o aterrado. No sabía si estaba avergonzado o indignado. Fuera como fuese, sus amigos lo tomaron de la mano y lo obligaron a sentarse de nuevo, bajo la atenta mirada de todo el mundo.

— Es más que obvio que Potter no quiere leer esto — dijo Umbridge en voz alta. — Siempre hacen todo lo que el chico pide y, ahora que pide algo razonable, ¡se lo niegan!

— Cierre la boca — respondió Lupin con un gruñido.

Umbridge jadeó y no fue la única. Harry se quedó mirando a Lupin con sorpresa.

— ¡No me hable de esa manera!

— Peor le voy a hablar cuando sepa exactamente qué le hizo a Harry en esos castigos — dijo Lupin en voz alta. Había algo duro en sus ojos. En momentos así, era fácil recordar que se trataba de un licántropo. — Harry no reaccionaría de esta manera si simplemente hubiera copiado unas líneas, y usted tampoco.

Varios alumnos y profesores le dieron la razón a Lupin. Umbridge parecía dividida entre la rabia y el temor.

— Continuemos, por favor — pidió Dumbledore, consiguiendo que la gente guardara silencio.

El niño de Slytherin se aclaró la garganta y siguió leyendo.

A las cinco menos cinco, Harry se despidió de sus amigos y fue hacia el despacho de la profesora Umbridge, en el tercer piso. Llamó a la puerta y ella contestó con un meloso «Pasa, pasa». Harry entró con cautela, mirando a su alrededor.

Harry se sentía como en trance. Ron le había pasado el brazo sobre los hombros, sustituyendo a Sirius, y Hermione le cogía la mano. Tanto Sirius como la señora Weasley se habían quedado sentados al borde del asiento, muy cerca de Harry, y se podía sentir la tensión en sus cuerpos.

Harry había visto aquel despacho en la época en que lo habían utilizado cada uno de los tres anteriores profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras. Cuando Gilderoy Lockhart estaba instalado allí, las paredes se hallaban cubiertas de retratos suyos. Cuando lo ocupaba Lupin, se podía encontrar en aquella habitación cualquier fascinante criatura tenebrosa en una jaula o en una cubeta. Y en tiempos del falso Moody, el despacho estaba abarrotado de diversos instrumentos y artefactos para la detección de fechorías y ocultaciones.

— El de Lupin era el más guay — murmuró Dennis.

— Shhh — Colin lo mandó a callar. La tensión en el comedor se podía cortar con un cuchillo.

En ese momento, sin embargo, estaba completamente irreconocible. Todas las superficies estaban cubiertas con fundas o tapetes de encaje. Había varios jarronesllenos de flores secas sobre su correspondiente tapete, y en una de las paredes colgaba una colección de platos decorativos, en cada uno de los cuales había un gatito de color muy chillón con un lazo diferente en el cuello. Eran tan feos que Harry se quedó mirándolos, petrificado, hasta que la profesora Umbridge volvió a hablar.

— Es lo más hortera que he oído en mi vida — dijo Demelza Robins con una mueca.

— Ya has visto la ropa que se pone — susurró una amiga suya.

Umbridge no dijo nada para defender sus gatitos. Su piel tenía un tono parecido al de la avena y Harry estaba seguro de que, al igual que él, le estaba dando vueltas a formas de detener la lectura.

Buenas tardes, señor Potter.

Harry dio un respingo y miró nuevamente a su alrededor. Al principio no la había visto porque llevaba una chillona túnica floreada cuyo estampado se parecía mucho al del mantel de la mesa que la profesora tenía detrás.

Hubo algún bufido que escondía una risita despectiva.

Buenas tardes, profesora Umbridge —repuso con frialdad.

Siéntese, por favor —dijo la profesora señalando una mesita cubierta con un mantel de encaje a la que había acercado una silla. Sobre la mesa había un trozo de pergamino en blanco que parecía esperar a Harry.

— ¿Veis? — saltó Umbridge. — Solo tuvo que copiar.

— Guarde silencio, por favor — le pidió la señora Pomfrey con frialdad.

Esto… —empezó él sin moverse—, profesora Umbridge… Esto…, antes de empezar quería pedirle… un favor.

Los saltones ojos de la bruja se entrecerraron.

¿Ah, sí?

Sí, mire… Es que estoy en el equipo de quidditch de Gryffindor. Y el viernes a las cinco en punto tenía que asistir a las pruebas de selección del nuevo guardián, y me gustaría saber si… si podría librarme del castigo esa tarde y hacerlo… cualquier otra tarde…

— Ni de broma — suspiró Wood.

Antes de terminar la frase ya había comprendido que no iba a servir de nada.

¡Ah, no! —replicó la profesora Umbridge esbozando una sonrisa tan ampliaque parecía que acabara de tragarse una mosca especialmente sabrosa—. No, no, no.

Era testimonio de lo nerviosa que estaba Umbridge que ni siquiera se quejara del comentario de la mosca.

Lo he castigado por divulgar mentiras repugnantes y asquerosas con las que sólo pretende obtener notoriedad, señor Potter, y los castigos no pueden ajustarse a la comodidad del culpable. No, mañana vendrá aquí a las cinco en punto, y pasado mañana, y también el viernes, y cumplirá sus castigos como está planeado. De hecho, me alegro de que se pierda algo que desea mucho. Eso reforzará la lección que intento enseñarle.

— Hija de perra — gruñó Ron.

Su madre debió oírlo, pero no dijo ni una palabra para regañarlo. Por su expresión, debía estar pensando palabras incluso más fuertes que las de Ron.

Harry notó que la sangre le subía a la cabeza y oyó unos golpes sordos en los oídos. Así que lo que hacía era divulgar mentiras repugnantes y asquerosas con las que sólo pretendía obtener notoriedad, ¿eh?

Sirius soltó un gruñido.

La profesora Umbridge lo miraba con la cabeza un poco ladeada y seguía sonriendo abiertamente, como si supiera con exactitud lo que Harry estaba pensando y quisiera comprobar si se ponía a gritar otra vez. El chico hizo un gran esfuerzo, miró hacia otro lado, dejó su mochila junto a la silla y se sentó.

— Eso me ha dolido — dijo George con cara de dolor. — Se merecía que le gritaras.

— Eso era exactamente lo que ella quería — respondió Bill.

Bueno —continuó la profesora Umbridge con dulzura—, veo que ya estamos aprendiendo a controlar nuestro genio, ¿verdad? Y ahora quiero que copie un poco, Potter. No, con su pluma no —añadió cuando Harry se agachó para abrir su mochila. Copiará con una pluma especial que tengo yo. Tome. —Le entregó una larga, delgada y negra pluma con la plumilla extraordinariamente afilada—. Quiero que escriba «No debo decir mentiras» —le indicó con voz melosa.

Varias personas bufaron al escuchar la frase.

— ¡Ya lo veis! — gritó Umbridge de repente. — ¡Solo le pedí que copiara!

— ¿Y por qué insiste en saltarse este capítulo? — preguntó la profesora Sprout.

— ¡Porque es una pérdida de tiempo!

Nadie se lo creía, eso era obvio. Harry notaba el corazón latirle con fuerza.

¿Cuántas veces? —preguntó Harry fingiendo educación lo mejor que pudo.

Ah, no sé, las veces que haga falta para que se le grabe el mensaje —contestóla profesora Umbridge con ternura—. Ya puede empezar.

Ahora que sabía lo que sabía, esa frase le dio escalofríos a Harry.

Ron lo apretó un poco más contra su costado.

Ella fue hacia su mesa, se sentó y se encorvó sobre un montón de hojas de pergamino que parecían trabajos para corregir. Harry levantó la afilada pluma negra y entonces se dio cuenta de lo que le faltaba.

No me ha dado tinta —observó.

Ya, es que no la necesita —contestó la profesora, y algo parecido a la risa se insinuó en su voz.

— Maldita bruja despiadada… — murmuró Hermione, furiosa.

Harry puso la plumilla en el pergamino, escribió: «No debo decir mentiras» y soltó un grito de dolor.

— ¿De dolor? — repitió Lavender, confusa.

De reojo, Harry vio que Sirius se erguía, alerta.

Las palabras habían aparecido en el pergamino escritas con una reluciente tinta roja, y al mismo tiempo habían aparecido en el dorso de la mano derecha de Harry. Quedaron grabadas en su piel como trazadas por un bisturí; sin embargo, mientras contemplaba aquel reluciente corte, la piel cicatrizó y quedó un poco más roja que antes, pero completamente lisa.

— No — dijo Sirius en voz alta. — No, no.

— ¿Qué ha sido eso? — la señora Weasley estaba muy alarmada. Miró a Harry y luego a Arthur, que se había puesto pálido.

Harry se dio la vuelta y miró a la profesora Umbridge. Ella lo observaba con la boca de sapo estirada forzando una sonrisa.

¿Sí?

Nada —respondió él con un hilo de voz.

— ¿Nada? ¿Cómo que nada? — la profesora McGonagall estaba blanca. — No era… Dime que no era, ¡Albus!

Dumbledore tenía la cabeza agachada y, cuando la levantó, la dureza de sus ojos impactó a Harry.

Asustado, el niño de primero siguió leyendo.

Harry volvió a mirar el pergamino, puso la plumilla encima una vez más y escribió «No debo decir mentiras»; inmediatamente notó otra vez aquel fuerte dolor en el dorso de la mano; una vez más las palabras se habían grabado en su piel; y una vez más, desaparecieron pasados unos segundos.

Con movimientos erráticos, Sirius salió del shock y se arrodilló frente a Harry.

— Enséñame la mano — dijo sin aire.

— No — Harry agarró con más fuerza a Hermione y se negó a soltarla.

— ¡Qué alguien me explique qué es eso! — chilló la señora Weasley. — ¿Por qué parece que le esté cortando la mano?

Los alumnos estaban divididos entre la sorpresa y el horror. Neville miraba a Harry con la boca abierta y Parvati y Lavender tenían lágrimas en los ojos.

— Es una pluma de sangre — respondió Remus, rompiendo el silencio. Tenía los ojos fijos en Umbridge, que parecía incapaz de hablar a causa del terror. — Se trata de un objeto oscuro. Escribe con la sangre del usuario, cortando la piel de su propia mano.

— Su posesión es ilegal — añadió Kingsley, que observaba a Umbridge con una expresión de profundo asco. — Y utilizarla para torturar a menores es motivo de arresto.

— Motivo de arresto y de la paliza que te voy a dar, maldita hija de… — Tonks comenzó a dar zancadas hacia Umbridge, pero Moody la detuvo.

— Se encargarán los dementores — dijo, y eso hizo despertar a Umbridge.

— ¡Es falso! ¡Le hice escribir con una pluma normal! — chilló. — ¡El libro está mintiendo!

— Harry…

Harry soltó la mano de Hermione, pero escondió el dorso de su mano en la túnica.

Con voz temblorosa, el niño de primero leyó:

Harry siguió escribiendo. Una y otra vez, trazaba las palabras en el pergamino y pronto comprendió que no era tinta, sino su propia sangre. Y una y otra vez, las palabras aparecían grabadas en el dorso de su mano, cicatrizaban y aparecían de nuevo cuando volvía a escribir con la pluma en el pergamino.

— ¡Lo está torturando! — exclamó Bill.

— ¡Es horrible!

— Tienen que echarla.

— ¡Pobre Harry!

— ¡Está escribiendo con su propia sangre!

— ¡Qué cruel!

— ¡Es inhumana!

Muchos alumnos se pusieron en pie, gritando improperios contra Umbridge. Katie tuvo que coger a Angelina de la cintura, porque parecía estar dispuesta a subir a la tarima y tirarle de los pelos a la profesora.

Sirius le puso las manos en los hombros.

— Harry, por favor — dijo. Todavía le faltaba el aire y parecía estar a punto de perder el control. — Mírame.

Pero él mantuvo la cabeza agachada. No quería mirar a nadie.

Notó entonces que la señora Weasley tomaba el lugar de Sirius. Le puso una mano en la mejilla y, con gentileza, le obligó a levantar la cabeza y mirarla a la cara. Al mismo tiempo, el señor Weasley se acercó y dijo:

— Harry, ¿puedes enseñarme el dorso de tu mano?

Esta vez, Harry lo hizo, porque se sentía incapaz de negarle nada al señor Weasley. Sacó la mano de la túnica y dejó que la luz reflejara la curiosa cicatriz que le había quedado. El señor Weasley pasó un dedo sobre ella con suavidad, y Sirius se quedó mirándola fijamente durante unos instantes.

Sin previo aviso, Sirius se giró y le lanzó un maleficio a la profesora Umbridge.

— ¡Ah! — La mujer se lanzó al suelo y consiguió esquivarlo por centímetros. A sus espaldas, una marca negruzca quedó en la pared.

Se desató el caos.

— ¡Malvada!

— ¡Que la echen del colegio!

— ¡Eso es ilegal!

— ¡Justicia para Potter!

Todo el mundo parecía estar gritándole a Umbridge al mismo tiempo. El maleficio de Sirius que no había impactado en ella resultó ser solo el primero, porque los gemelos ya estaban en pie y tenían mucha puntería. La profesora tuvo que agazaparse bajo la mesa para esquivar los haces de luz.

Lupin y Tonks tuvieron que sujetar a Sirius, que estaba fuera de sí y tenía toda la intención de volver a maldecir a Umbridge.

— ¡La voy a matar! — gritaba.

Por suerte, sus gritos se disimulaban con los del resto del colegio. La noticia no había dejado indiferente a nadie.

Charlie se había unido a los gemelos y Percy estaba pálido y sudoroso, como si estuviera en shock. Fleur le gritaba a Umbridge algo en francés. Bill estaba furioso, pero no tanto como Hagrid, que gritaba y que consiguió volcar la mesa de profesores. Aterrada y habiéndose quedado sin escondite, Umbridge pidió auxilio.

— ¡Que se vaya! ¡Que salga de Hogwarts ahora mismo! — gritaba McGonagall.

— Miserable, vieja estúpida — vociferaba Hagrid.

Flitwick estaba tan enfadado que temblaba y a la profesora Trelawney se le habían caído las gafas de tanto gritar. Snape tenía una expresión muy extraña en su rostro, como si hubiera tragado algo amargo y estuviera muy sorprendido por ello.

Por su parte, la señora Pomfrey había conseguido llegar hasta donde se encontraba Harry, esquivando por el camino las hordas de estudiantes enfadados que gritaban a viva voz y exigían la dimisión de Umbridge.

— Enséñame la cicatriz, Potter — le pidió la enfermera. Harry extendió la mano, abatido, y la enfermera se entretuvo examinándola.

Harry no sabía a dónde mirar. Los señores Weasley estaban a su lado y parecían consternados y furiosos a partes iguales. Ron y Hermione eran los que más calmados estaban, pero ellos ya lo sabían de antes. Ginny, por otro lado, estaba roja de ira y Harry la había escuchado decir una palabrota que nunca antes había oído.

Miró hacia la zona de Slytherin, esperando ver a gente apoyar a Umbridge, y se sorprendió al ver que no era así. Incluso Malfoy tenía una expresión asqueada en la cara, cosa que a Harry le costó mucho asimilar.

— Me temo que es permanente — dijo la señora Pomfrey, sacando a Harry de sus pensamientos. Le dio una palmadita en el dorso de la mano antes de soltársela. — Pero puedo disimularla. Ven a verme cuando la lectura haya acabado.

Harry asintió.

— ¡Silencio!

La voz amplificada de Dumbledore sonó sobre todas las demás. Muchos callaron y los lloriqueos de Umbridge se escucharon con más claridad.

— ¡El libro miente! ¡El libro miente! — decía, aún tratándose de esconder tras la mesa volcada.

— ¡La que miente eres tú, desgraciada! — le espetó Sirius.

— Basta — Dumbledore volvió a hablar y esta vez sí que se hizo el silencio absoluto, porque el tono de su voz indicaba peligro.

Pocas veces se había visto a Dumbledore tan enfadado. No gritaba, ni insultaba a Umbridge, pero sus ojos parecían contener fuego. Habló con más dureza de la que Harry recordaba haberle escuchado nunca:

— Cuando la lectura termine, abandonará el castillo — le dijo a Umbridge, manteniendo la mirada fija en ella. — No volverá jamás. No me importa lo que diga Cornelius ni lo que quiera el ministerio. Torturar a un alumno no tiene perdón ni justificación.

— ¡Le digo que el libro miente! — chilló Umbridge. — Cornelius, usted me cree. ¿Verdad?

Fudge la miraba con una expresión de completo horror.

— ¡Cállese! ¡Cállese! — replicó. — Torturando alumnos… No, no. Esto no era lo que yo quería.

— Pero…

En ese momento, a Harry no le cupo la menor duda de que el ministro no iba a defender a su protegida. Al final, Umbridge había perdido de forma definitiva el apoyo de Fudge.

— ¡Sin peros! — exclamó Fudge. Sudaba a mares. — ¡Ha usado una pluma de sangre! ¡Le ha cortado la mano a Potter!

— ¡ES MENTIRA! — gritó Umbridge, poniéndose en pie y acercándose al ministro, suplicante. — ¡El libro miente!

— ¡El libro no miente! — chilló Fudge. — ¡El libro no ha dicho ni una sola mentira! No hay… No hay…

El ministro se dejó caer sobre su asiento, agotado y aturdido. Agachó la cabeza y se tapó la cara con las manos.

— Reitero lo dicho — dijo Dumbledore con frialdad. — Dolores Umbridge se marchará del colegio en cuanto termine la lectura. No tendrá derecho a regresar. Mientras esté aquí, no podrá quedarse a solas con ningún alumno, especialmente con Harry Potter.

— Claro… Claro… — suspiró Fudge. Quizá por primera vez desde junio, Dumbledore y Fudge estuvieron totalmente de acuerdo en algo.

El director miró entonces hacia donde estaba sentado Harry. No hizo contacto visual, pero no era necesario.

— Lo siento mucho, Harry. Espero que me perdones por no haber estado lo suficientemente pendiente de lo que sucedía.

Harry asintió, sin saber bien qué decir. Que Dumbledore se disculpara frente a todo el colegio era agradable, en cierto sentido, pero también le hacía sentir mal.

Estaba agotado. El apoyo unánime que había recibido le había pillado por sorpresa, y el hecho de que ahora todos supieran que Umbridge le había obligado a cortarse la mano con una pluma le incomodaba más de lo que jamás habría podido expresar.

No había querido que nadie supiera lo débil que había sido, lo mucho que el castigo de Umbridge le había afectado. Había sido una guerra entre ella y él.

— Hablaremos de esto luego — Sirius, que había logrado soltarse del agarre de Lupin, lo envolvió en un abrazo.

— No hay mucho de lo que hablar — replicó Harry. Sirius lo soltó y dijo:

— Hay mucho de lo que hablar. No me contaste nada de esto.

Harry hizo una mueca.

— A nosotros tampoco — dijo la señora Weasley con un hilo de voz. Tenía lágrimas en los ojos. — No me puedo creer que esa mujer cruel te hiciera pasar algo así y no lo supiéramos hasta ahora.

— Yo también tengo que hablar contigo, Harry — dijo Dumbledore. Sus ojos se habían suavizado un poco, pero seguían apagados. — Cuando acabemos el capítulo.

Harry asintió.

Tardaron unos minutos en calmarse del todo, pero, finalmente, todos los alumnos y profesores regresaron a sus asientos, incluida Umbridge. Parecía estar en shock, como si la falta de apoyo de Fudge la hubiera destrozado. Además, esquivar los maleficios la había dejado bastante tocada, cosa que se notaba en su aspecto destartalado. Un hechizo le había pasado rozando y tenía una marca de quemadura muy grande en la manga de la chaqueta.

Cuando todos se hubieron sentado, el chico de Slytherin siguió leyendo.

A través de la ventana del despacho vio que había oscurecido, pero Harry no preguntó cuándo podía parar. Ni siquiera miró qué hora era. Sabía que ella lo observaba, atenta a cualquier señal de debilidad, y no pensaba mostrar ninguna, aunque tuviera que pasar toda la noche allí sentado, cortándose la mano con aquella pluma…

La señora Weasley gimió y se apoyó en su marido, que seguía muy pálido.

— Tenías que haberte marchado de allí — dijo McGonagall con voz temblorosa. — Tenías que haber venido a mi despacho y haberme contado…

— Era un asunto entre la profesora Umbridge y yo — se atrevió a decir Harry en voz alta. Todos se quedaron mirándole.

— No, Harry — lo corrigió Dumbledore. — Era una profesora abusando de su poder y torturando a un alumno. Tenías todo el derecho a quejarte.

Harry no respondió. No estaba de acuerdo.

Venga aquí —le ordenó la profesora Umbridge al cabo de lo que a Harry le parecieron horas.

— Es que fueron horas — murmuró Ron.

El chico se levantó. Le dolía la mano, y cuando se la miró vio que el corte sehabía curado, pero tenía la piel muy tierna.

La mano —pidió la profesora Umbridge.

Harry se la tendió y ella la cogió entre las suyas. Harry contuvo un estremecimiento cuando la profesora se la tocó con sus gruesos y regordetes dedos, en los que llevaba varios feos y viejos anillos.

Todos escuchaban en silencio, horrorizados y demasiado impresionados como para hablar.

¡Ay, ay, ay! Veo que todavía no le he impresionado mucho —comentó sonriente—. Bueno, tendremos que intentarlo de nuevo mañana, ¿no? Ya puede marcharse.

Fred la insultó en voz baja.

Harry se marchó del despacho sin decir palabra. El colegio estaba casi desierto; debía de ser más de medianoche. Fue lentamente por el pasillo y entonces, cuando hubo doblado la esquina y estuvo seguro de que la profesora Umbridge ya no podría oírlo, echó a correr.

— Debía estar aterrado — se lamentó una chica de sexto.

No había tenido tiempo de practicar los hechizos desvanecedores, ni había anotado un solo sueño en su diario de sueños, ni había terminado el dibujo del bowtruckle ni había escrito las redacciones.

— Espera, ¿corría por miedo o porque tenía deberes? — preguntó un chico de cuarto.

— Yo diría que ambas cosas — replicó la primera chica.

A la mañana siguiente se saltó el desayuno para escribir un par de sueños inventados para la clase de Adivinación, la primera que tenían aquel día, y le sorprendió que Ron, muy despeinado, se quedara con él en la sala común.

¿Por qué no lo hiciste anoche? —le preguntó Harry mientras Ron miraba a su alrededor, desesperado, en busca de inspiración.

— Me acabo de dar cuenta — dijo McLaggen. — Weasley y Granger se han tomado esto con mucha calma. ¿Ya sabían lo de la pluma?

Ron y Hermione intercambiaron miradas antes de asentir.

— ¡Lo sabíais! — exclamó la señora Weasley. — ¿Por qué no dijisteis nada?

— Harry no nos dejó — respondió Ron.

— ¡Teníais que haber dicho algo! — exclamó una chica de tercero.

— ¡Vaya amigos!

— ¡Dejaron que Umbridge lo torturara!

— ¡No hicieron nada!

— ¡CALLAOS! — gritó Harry. — Meteos en vuestros propios asuntos.

— Pero…

— ¡NO! — Harry no estaba dispuesto a permitir que le echaran la culpa de todo a sus amigos. — Ellos querían decírselo a alguien y yo no les dejé.

Algunos seguían sin parecer muy convencidos, pero nadie se atrevió a discutir con Harry.

Su amigo, que estaba profundamente dormido la noche anterior, cuando Harry llegó al dormitorio, murmuró algo de que había estado «haciendo otras cosas», se inclinó sobre su hoja de pergamino y garabateó unas cuantas palabras.

— Weasley oculta algo — declaró Roger Davies.

Ron hizo una mueca y no contestó.

Bueno, ya está —afirmó, y cerró el diario de un golpetazo—. He puesto que soñé que me compraba unos zapatos nuevos. No creo que pueda ver nada raro en eso, ¿verdad?

La profesora Trelawney miraba a Ron con recelo. Ya no podrían inventarse sueños para su clase.

Salieron juntos hacia la torre norte—. ¿Cómo te fue el castigo con la profesora Umbridge, por cierto? ¿Qué te hizo?

Harry vaciló un instante y luego contestó:

Me puso a copiar.

Ah, pues no está tan mal —comentó Ron.

No —confirmó Harry.

Ron soltó una palabrota.

— Tenía que haberme dado cuenta de que mentías.

Harry se encogió de hombros.

— Al final te lo dije, así que da igual.

Oye, se me olvidaba, ¿te levantó el castigo del viernes?

No.

Ron se solidarizó con su amigo soltando un gruñido.

— Me sorprende que no se lo dijera ni a Ron, al menos al principio — admitió Katie.

Harry volvió a tener un mal día; fue uno de los peores en Transformaciones porque no había practicado los hechizos desvanecedores. Tuvo que saltarse la hora de la comida para terminar el dibujo del bowtruckle y, entre tanto, las profesoras McGonagall, Grubbly-Plank y Sinistra les pusieron aún más deberes, que él no iba a poder terminar aquella tarde por culpa de su segundo castigo con la profesoraUmbridge.

— No merece la pena saltarse comidas por entregar los deberes — dijo McGonagall. — Hay que encontrar un balance.

Para colmo, Angelina Johnson volvió a abordarlo a la hora de la cena y, al enterarse de que no podría ir el viernes a las pruebas para seleccionar al nuevo guardián, le dijo que su actitud la había decepcionado mucho y que esperaba que los jugadores que quisieran seguir en el equipo antepusieran los entrenamientos a sus otras obligaciones.

— Oh, no — se lamentó Angelina. — Si hubiera sabido lo que pasaba…

— No te preocupes — le respondió Harry.

¡Estoy castigado! —le gritó Harry mientras ella se alejaba muy indignada—. ¿Acaso crees que prefiero estar encerrado en una habitación con ese sapo viejo a jugar al quidditch?

Umbridge hizo un ruidito extraño al oír las palabras "sapo viejo", pero no se atrevió a decir nada. Harry se preguntó cuánto le duraría la impresión tras lo sucedido, aunque quizá haría mejor en preguntarse cuánto aguantaría Sirius sin lanzarle otro maleficio. Su padrino miraba a Umbridge cada dos minutos y tenía un tic en el ojo.

Al menos sólo tienes que copiar —comentó Hermione para consolarlo cuando Harry volvió a sentarse en el banco y se quedó contemplando su pastel de carne y riñones, que ya no le gustaba tanto—. La verdad es que no es un castigo espantoso…

— Ay — Hermione se tapó la cara con las manos. — Madre mía… No debí decir eso.

— No lo sabías — le dijo Harry.

Harry despegó los labios, volvió a cerrarlos y asintió.

— Ibas a contárnoslo — saltó Hermione. — ¿Por qué no lo hiciste en ese momento?

Harry se encogió de hombros.

— Aquí está la respuesta — dijo el chico de Slytherin, antes de leer:

En realidad no sabía muy bien por qué no había contado ni a Ron ni a Hermione en qué consistía exactamente el castigo que le había impuesto la profesora Umbridge: lo único que sabía era que no quería ver sus caras de horror, porque eso haría que todo pareciera aún peor y resultaría mucho más difícil afrontarlo. Además, tenía la impresión de que ese asunto era algo entre él y la profesora Umbridge, una prueba de fuerza entre ellos dos, y nopensaba darle la satisfacción de descubrir que se había quejado.

— Tonterías — bufó McGonagall. — No era una prueba de fuerza, sino un desequilibrio de poder. No tenías forma de ganar, Potter.

No puedo creer la cantidad de deberes que tenemos —comentó Ron con abatimiento.

¿Y por qué no los hiciste anoche? —le preguntó Hermione—. ¿Dónde estabas, por cierto?

Estaba… Me apetecía dar un paseo —contestó Ron con evasivas.

Harry tuvo entonces la clara sensación de que él no era el único que ocultaba cosas.

— Os lo he dicho — dijo Roger Davies.

— ¿Qué le pasaba a Ron? — preguntó Dennis.

Ron no contestó.

El segundo castigo fue igual de duro que el del día anterior. Esa vez la piel del dorso de la mano de Harry se irritó más deprisa, y enseguida se le puso roja e inflamada. Harry no creía que siguiera curándose tan bien como al principio. El corte no tardaría mucho en quedar marcado en su mano, y quizá entonces la profesora Umbridge se considerara satisfecha.

Así había sido, pensó Harry con amargura.

Sin embargo, el chico no dejó escapar ni el más leve gemido de dolor, y desde que entró en el despacho hasta que la profesora Umbridge le mandó que se marchara, pasadas las doce, no dijo más que «Buenas noches».

El silencio era total. Escuchar cómo lo habían torturado, aunque fuera de manera tan resumida, causaba mucha impresión.


Pero el asunto de los deberes estaba llegando a un punto alarmante, de modo que cuando volvió a la sala común de Gryffindor, pese a estar agotado, no fue a acostarse, sino que abrió sus libros y empezó la redacción sobre el ópalo que tenía que entregar a Snape. Sabía que había escrito una redacción muy floja, pero no le quedaba más remedio que entregarla, porque, por mala que fuera, si no la hacía Snape sería el próximo en castigarlo.

— No me puedo creer que vaya a decir esto, pero… al menos Snape no castiga a nadie obligándolo a cortarse la mano — dijo Seamus.

— Nunca le he puesto la mano encima a un alumno — gruñó Snape. — Ni le he causado daño físico alguno. De eso que no quepa la menor duda.

A continuación, escribió a toda velocidad las respuestas a laspreguntas que les había puesto la profesora McGonagall, redactó a la carrera algo sobre el manejo adecuado de los bowtruckles para la profesora Grubbly-Plank, y subió a acostarse. Se tumbó sobre la colcha sin desnudarse y se quedó dormido inmediatamente.

— ¿Cómo es posible que un alumno lo esté pasando tan mal y ningún profesor se dé cuenta? — resopló Tonks.

— Mira a tu alrededor — respondió la profesora Sprout. — Hay cientos de alumnos. Es imposible estar en todo.

El jueves, Harry se sintió cansado todo el día. Ron también parecía adormilado, aunque su amigo no entendía por qué.

Hubo murmullos. El asunto misterioso de Ron tenía intrigados a muchos.

El tercer castigo de Harry fue igual que los dos anteriores, sólo que, tras dos horas copiando, las palabras «No debo decir mentiras» dejaron de desaparecer del dorso de su mano y permanecieron grabadas allí, rezumando gotitas de sangre. La pausa en el rasgueo de la afilada pluma hizo que la profesora Umbridge levantara la cabeza.

— Vieja asquerosa — murmuró George.

¡Ah! —dijo en voz baja, y pasó junto a su mesa y fue a examinarle la mano—. Muy bien. Esto debería servirle de recordatorio, ¿no cree? Ya puede marcharse.

¿Tengo que volver mañana? —preguntó Harry mientras cogía su mochila con la mano izquierda para no usar la derecha, que tenía dolorida.

Sí, claro —contestó la profesora Umbridge con una amplia sonrisa—. Sí, creo que podemos grabar el mensaje un poco más con otro día de trabajo.

— No tiene corazón — dijo Ginny. Tenía los ojos húmedos, pero Harry estaba seguro de que se debía a la furia que sentía.

Harry jamás se había planteado la posibilidad de que existiera algún otro profesor en el mundo al que odiara más que a Snape, pero mientras volvía caminando hacia la torre de Gryffindor, tuvo que reconocer que había encontrado a un poderoso contrincante.

— Yo creo que ha superado a Snape, ¿no? — dijo Zacharias Smith.

— Para mí sí — replicó Justin.

«Es cruel —pensó mientras subía por la escalera hacia el séptimo piso —. Es una vieja loca, cruel y retorcida.»

Umbridge fulminó a Harry con la mirada, pero no dijo nada.

¿Ron?

Harry había llegado al final de la escalera, había girado a la derecha y casi había tropezado con su amigo, que estaba escondido detrás de una estatua de Lachlan el Desgarbado, aferrado a su escoba. Al ver a Harry, Ron se sobresaltó e intentó esconder su nueva Barredora 11 detrás de la espalda.

Muchos alumnos parecieron aún más confundidos. Sin embargo, una buena parte de ellos comprendió lo que sucedía.

¿Qué haces aquí?

Pues… nada. ¿Y tú?

Harry lo miró frunciendo el entrecejo.

¡Vamos, Ron, puedes contármelo! ¿De qué te escondes?

— Vaya amigos, escondiendo secretos — dijo una chica de segundo.

— Los amigos también pueden tener secretos, ¿sabes? — replicó otra.

Ya que insistes… Me escondo de Fred y George. Acabo de verlos pasar con un grupo de alumnos de primero; creo que están utilizándolos otra vez como conejillos de Indias. Como ahora ya no pueden hacerlo en la sala común, porque allí está Hermione…

Hablaba muy deprisa, atolondradamente.

— No sabe mentir — suspiró Sirius.

— Corrección: no sabe mentirle a Harry — dijo Fred. — Tendrías que ver con qué facilidad nos miente a nosotros cuando le interesa.

Ron puso los ojos en blanco.

Pero ¿qué haces con la escoba? No habrás estado volando, ¿verdad?

No…, bueno…, esto… ¡Está bien, te lo contaré! Pero no te rías, ¿vale? —dijo, poniéndose a la defensiva; cada vez estaba más colorado—. Es que… quieropresentarme a las pruebas de guardián de Gryffindor ahora que tengo una escoba decente. Ya está. ¡Anda, ríete!

Nadie rió, ni siquiera los Slytherin. El asunto de la pluma había dejado el ambiente tan tenso que ni siquiera les apetecía entonar los cánticos de "A Weasley vamos a coronar".

No me río —replicó Harry mientras Ron parpadeaba por la sorpresa—. ¡Me parece una idea excelente! ¡Sería genial que entraras en el equipo! Nunca te he visto jugar de guardián. ¿Lo haces bien?

Digamos que no lo hago del todo mal —contestó Ron, que parecía inmensamente aliviado por la reacción de Harry—. Charlie, Fred y George siempre me colocaban de guardián cuando se entrenaban durante las vacaciones.

— No lo hacías nada mal — apuntó Charlie. — Se te puede dar muy bien con un poco de práctica.

— Lo que necesita es confianza — dijo Angelina. — Y mucha.

¿Y has estado practicando esta noche?

Todas las noches desde el martes… Pero yo solo. He intentado encantar unas quaffles para que volaran hacia mí, pero no ha resultado fácil, y no sé si servirá de algo. —Ron parecía nervioso y angustiado—. Fred y George van a morirse de risa cuando vean que me presento a las pruebas. No han parado de tomarme el pelo desde que me nombraron prefecto.

La señora Weasley les lanzó a los gemelos una mirada significativa, tras lo que ellos suspiraron y le pidieron perdón a Ron.

Ojalá pudiera asistir a las pruebas —comentó Harry con amargura mientras reanudaban juntos el camino hacia la sala común.

Sí, yo también… ¡Harry! ¿Qué es eso que tienes en la mano?

Harry, que acababa de rascarse la nariz con la mano derecha, intentó esconderla, pero tuvo el mismo éxito que Ron con su Barredora.

Sólo es un corte… No es nada…, es…

— Solo un corte — bufó Bill.

Harry se ruborizó.

Pero Ron había agarrado a su amigo por el antebrazo y se había acercado el dorso de su mano a los ojos. Hubo una pausa durante la cual Ron miró fijamente las palabras grabadas en la piel; luego, muerto de rabia, soltó a Harry:

¿No decías que sólo te había mandado copiar?

— Técnicamente es cierto — murmuró Harry.

Ron le dio un codazo.

Harry vaciló, pero al fin y al cabo Ron acababa de ser sincero con él, así que le contó a su amigo la verdad sobre las horas que había pasado en el despacho de la profesora Umbridge.

¡Vieja arpía! —exclamó Ron con repugnancia cuando se detuvieron frente al retrato de la Señora Gorda, que dormía apaciblemente con la cabeza apoyada en el marco—. ¡Está enferma! ¡Díselo a McGonagall, haz algo!

— Eso es exactamente lo que debían haber hecho — dijo McGonagall.

La profesora Umbridge miró mal a Ron por los insultos, pero mantuvo su silencio.

No —repuso Harry tajantemente—. No quiero darle la satisfacción de descubrir que me ha afectado.

¿Que te ha afectado? ¡No puedes dejar que se salga con la suya!

— Esto fue a principio de curso — notó Hannah, sorprendida. — ¡Han pasado meses! ¿Cómo es posible que nadie se haya enterado?

— Pues igual que nadie se enteró de lo de la piedra filosofal, ni de lo de Black, ni del dragón de Hagrid, ni de otras mil cosas — resopló Padma.

No sé hasta qué punto la profesora McGonagall tiene poder sobre ella.

— Te puedo asegurar que, de haber sabido lo que sucedía, habría conseguido que expulsaran a esta mujer del colegio — afirmó McGonagall. — Lo habría conseguido a cualquier precio.

¡Pues a Dumbledore! ¡Díselo a Dumbledore!

No —dijo Harry por toda respuesta.

¿Por qué no?

Él ya tiene bastantes preocupaciones —contestó, pero ése no era el verdadero motivo. No pensaba ir a pedir ayuda a Dumbledore porque éste no había hablado conél ni una sola vez desde el mes de junio.

Muchos alumnos pasaron la mirada entre Harry y Dumbledore, queriendo ver si reaccionaban, pero ninguno de los dos dejó ver nada significativo.

Mira, yo creo que deberías… —empezó Ron, pero entonces lo interrumpió la Señora Gorda, que había estado observándolos, adormilada, y en ese momento les espetó:

¿Vais a decirme la contraseña o tendré que pasarme toda la noche despierta esperando a que terminéis vuestra conversación?

— Así que al final Potter no le dijo nada a nadie — suspiró Daphne Greengrass. — Qué injusto todo.

El viernes amaneció sombrío y húmedo, como todos los días de la semana. Cuando entró en el Gran Comedor, Harry miró automáticamente hacia la mesa de los profesores, pero sin ninguna esperanza de encontrar a Hagrid allí, y enseguida se concentró en otros problemas más acuciantes, como la montaña de deberes que tenía que hacer y la perspectiva de otro castigo más con la profesora Umbridge.

Hagrid se sonó la nariz.

— Con todos los problemas que tenías, y seguías pensando en mí — dijo en voz alta, abrumado. — Ay, Harry. No te merezco.

Aquel día hubo dos cosas que animaron un poco a Harry. Una era la idea de que se acercaba el fin de semana; la otra era que, pese a lo desagradable que sin duda alguna sería su último día de castigo, desde la ventana del despacho de la profesora Umbridge se veía el campo de quidditch, y con un poco de suerte podría observar las pruebas de Ron.

— Qué optimista— dijo Parvati, sorprendida.

Los rayos de luz eran verdaderamente débiles, pero Harry agradecía cualquier cosa que pudiera iluminar un poco la oscuridad que lo envolvía; nunca había pasado una primera semana de curso peor.

Harry habría agradecido que dejaran de mirarlo con tanta pena.

Aquella tarde, a las cinco en punto, llamó a la puerta del despacho de la profesora Umbridge deseando que fuera la última vez, y recibió la orden de entrar. La hoja de pergamino en blanco lo esperaba sobre la mesa cubierta con el tapete de encaje, así como la afilada pluma negra, que estaba a un lado.

Ya sabe lo que tiene que hacer, Potter —le indicó la profesora Umbridge sonriendo con amabilidad.

— Se puede meter la amabilidad por donde no le da el sol — gruñó Fred.

Harry cogió la pluma y echó un vistazo por la ventana. Si movía la silla un par de centímetros hacia la derecha con la excusa de acercarse más a la mesa, lo conseguiría. A lo lejos veía al equipo de quidditch de Gryffindor volando por el campo, mientras una media docena de figuras negras esperaban de pie, junto a los tres altos postes de gol, aguardando seguramente su turno para hacer de guardianes. Desde aquella distancia era imposible saber cuál de aquellas figuras era Ron.

Umbridge fulminaba a Harry con la mirada, como si considerara que había estado haciendo trampa durante el castigo.

«No debo decir mentiras», escribió Harry. A continuación, el corte se abrió en el dorso de su mano derecha y empezó a sangrar de nuevo.

«No debo decir mentiras.» El corte se hizo más profundo y le produjo dolor y escozor.

— ¿Hace falta describirlo tanto? — dijo Lavender con una mueca.

«No debo decir mentiras.» La sangre empezó a resbalar por su muñeca.

— Madre mía — Hermione volvió a cogerle de la mano, esta vez con mucha más delicadeza, como si pensara que iba a hacerle daño.

— Ya está curada — le recordó Harry.

Se arriesgó a mirar una vez más por la ventana. El que defendía los postes de gol en ese momento estaba haciéndolo muy mal. Katie Bell marcó dos veces en los pocos segundos que Harry se atrevió a echar un vistazo. Con la esperanza de que aquel guardián no fuera Ron, volvió a bajar la vista hacia el pergamino, salpicado de sangre.

«No debo decir mentiras.» «No debo decir mentiras.»

Ron soltó un suspiro tembloroso. Sorprendido, Harry se quedó mirándolo.

Fue Angelina la que habló:

— Que te preocuparas por Ron cuando estabas en plena sesión de tortura… Dice mucho de ti, Harry.

Harry se ruborizó y evitó la mirada de todos, incluido Ron.

Harry levantaba la cabeza cada vez que creía que no corría peligro si lo hacía: cuando oía el rasgueo de la pluma de la profesora Umbridge o que un cajón de la mesa se abría. La tercera persona que hizo la prueba era bastante buena, la cuarta era malísima, y la quinta esquivó una bludger con una habilidad excepcional, pero luego falló en una parada fácil. El cielo se estaba oscureciendo y Harry dudaba que pudiera ver la actuación del sexto y del séptimo aspirantes.

— ¿Qué número eras tú? — preguntó Wood.

Ron se encogió de hombros.

— No me acuerdo.

«No debo decir mentiras.» «No debo decir mentiras.»

En ese momento el pergamino estaba cubierto de relucientes gotas de la sangre que le caía de la mano, que le dolía muchísimo. Cuando volvió a levantar la cabeza ya era de noche y no se distinguía el campo de quidditch.

Cada vez que se describía su mano o el dolor que le causaba, los alumnos se quedaban muy quietos y callados.

Vamos a ver si ya ha captado el mensaje —propuso la profesora Umbridge con voz suave media hora más tarde.

Se dirigió hacia Harry extendiendo los cortos y ensortijados dedos para agarrarle el brazo y entonces, cuando lo sujetó para examinar las palabras grabadas en su piel, el chico notó un intenso dolor, pero no en el dorso de la mano sino en la cicatriz de la frente. Al mismo tiempo tuvo una sensación muy extraña a la altura del estómago.

Hubo jadeos.

— ¡Lo sabía! — exclamó un chico de segundo. — ¡Umbridge está conectada con Quien-Ya-Sabéis! ¡Por eso es tan mala!

— No digas tonterías — bufó Susan Bones. — Debió ser casualidad.

Dio un tirón para soltarse y se puso en pie de un brinco, mirando fijamente a la profesora Umbridge. Ella lo miró también a los ojos, forzando aquella ancha y blanda sonrisa.

Ya lo sé. Duele, ¿verdad? —comentó con su empalagosa voz. Harry no contestó. El corazón le latía muy deprisa y con violencia. ¿Se refería la profesora a su mano o sabía lo que acababa de notar en la frente?—. Bueno, creo que ya me ha comprendido, Potter. Puede marcharse.


— ¿A qué se refería? — le preguntó la profesora Sprout a Umbridge.

— A ninguno — replicó ella. Tuvo que carraspear para aclararse la voz. — Ya lo he dicho. El libro miente.

— La que miente es usted — le espetó McGonagall.

Harry cogió su mochila y salió del despacho tan deprisa como pudo.

«Serénate —se dijo mientras corría escaleras arriba—. Serénate, no tiene por qué significar lo que crees que significa…»

— Estoy seguro de que fue casualidad — dijo Sirius. — Solo una coincidencia.

¡Mimbulus mimbletonia! —dijo, jadeando, al llegar al retrato de la Señora Gorda, que se abrió una vez más.

Lo recibió un fuerte estruendo. Ron fue corriendo hacia él, sonriente y derramándose sobre la túnica la cerveza de mantequilla que tenía en la copa que llevaba.

¡Lo he conseguido, Harry! ¡Me han elegido! ¡Soy guardián!

Muchos sonrieron al escuchar eso, a pesar de que ya lo sabían. Ron, por su parte, hizo una mueca y agachó un poco la cabeza.

¿Qué? ¡Oh, es fabuloso! —exclamó Harry intentando sonreír con naturalidad mientras el corazón seguía latiéndole a toda velocidad y la mano le dolía y le sangraba.

— Nadie puede decir que seas un mal amigo, desde luego — se sorprendió Kingsley.

Tómate una cerveza de mantequilla. —Ron le puso una botella en la mano—. No puedo creerlo. ¿Dónde se ha metido Hermione?

Está allí —dijo Fred, que también estaba tomando la misma clase de cerveza, y señaló una butaca junto al fuego. Hermione estaba dormitando en ella con la copa peligrosamente inclinada en una mano.

Bueno, cuando le he dado la noticia me ha parecido que se ponía contenta — comentó Ron, que parecía un tanto decepcionado.

— Ay, pobre Ronnie — sonrió Fred, burlón.

Ron soltó un bufido y le dio un golpe en el brazo a su hermano. Hermione, por otro lado, parecía gratamente sorprendida.

Déjala dormir —se apresuró a decir George. Harry tardó un momento en darse cuenta de que unos cuantos alumnos de primer año, de los que había a su alrededor, tenían señales de haber sangrado por la nariz hacía poco tiempo.

La alegría de Hermione se desvaneció de inmediato.

— Ya os vale — gruñó.

La señora Weasley les lanzó una mirada severa.

Ven aquí, Ron, a ver si te queda bien la vieja túnica de Oliver —dijo Katie Bell. Podemos quitar su nombre y poner el tuyo…

Oliver sonrió al escuchar eso.

Cuando Ron se separó de Harry, Angelina se le acercó con aire resuelto.

Lo siento, ya sé que he estado un poco antipática contigo, Potter —se disculpócon brusquedad—. Es que esto de dirigir el equipo es muy estresante, ¿sabes? Empiezo a pensar que a veces no era del todo justa con Wood.

— No, ninguno lo erais — afirmó Wood. — Es muy estresante.

— Eso es porque te lo tomas demasiado en serio — dijo George.

La chica observó a Ron por encima del borde de su copa, con el entrecejo ligeramente fruncido—. Mira, ya sé que es tu mejor amigo, pero está un poco verde —añadió sin andarse con rodeos —.

Ron hizo una mueca.

Sin embargo, creo que con un poco de entrenamiento mejorará. Procede de una familia de buenos jugadores de quidditch. Si he de serte sincera, cuento con que demuestre tener algo más de talento del que ha demostrado hoy. Vicky Frobisher y Geoffrey Hooper han volado mejor que él esta noche, pero Hooper es un quejica, siempre está protestando por algo,

El tal Hooper soltó un bufido.

— ¡De eso nada! — se quejó.

Angelina rodó los ojos.

y Vicky pertenece a un montón de asociaciones. Ella misma reconoció que sus reuniones del Club de Encantamientos serían prioritarias si coincidían con los entrenamientos.

— Es que las reuniones son muy importantes — se disculpó Vicky.

En fin, mañana a las dos en punto tenemos una sesión de prácticas; espero que no falten esta vez. Y hazme un favor: ayuda todo lo que puedas a Ron.

— Le hace falta — se oyó decir a alguien en la zona de Slytherin. Ron se hundió un poco más en el asiento.

Harry asintió con la cabeza y Angelina volvió a reunirse con Alicia Spinnet. Harry fue a sentarse junto a Hermione, que se despertó sobresaltada cuando él dejó su mochila en el suelo.

¡Ah, eres tú, Harry! Qué bien que hayan elegido a Ron, ¿verdad? —dijo con cara de sueño—. Estoy ta-ta-tan cansada —bostezó—. Anoche estuve levantada hasta la una tejiendo más gorros. ¡Desaparecen a una velocidad increíble!

— Me sigue pareciendo fatal que haga eso — dijo una chica de tercero.

Y, en efecto, Harry vio que había gorros de lana escondidos por toda la habitación, en lugares donde los elfos desprevenidos podrían encontrarlos por casualidad.

Genial —comentó Harry, distraído; si no se lo contaba a alguien pronto, estallaría—. Oye, Hermione, estaba en el despacho de Umbridge y me ha tocado el brazo…

— Pensaba que ibas a contarle lo de la pluma — dijo Dean.

— Lo de la cicatriz era más urgente — respondió Harry.

Hermione lo escuchó atentamente. Cuando su amigo terminó el relato, le preguntó, hablando despacio:

¿Temes que Quien-tú-sabes esté controlándola como controlaba a Quirrell?

— Al menos le daría una excusa para ser tan malvada — murmuró Ginny. — Pero creo que solo es que su alma está podrida.

Bueno —contestó Harry, bajando la voz—, es una posibilidad, ¿no?

Supongo que sí —respondió Hermione, aunque no parecía convencida—. Pero no creo que pueda poseerla como a Quirrell. No sé, ahora está vivito y coleando, ¿no es así?, tiene su propio cuerpo y no necesita compartir el de otra persona. Supongo que podría haberle echado una maldición Imperius, desde luego…

— Nadie me ha echado ningún Imperius — habló Umbridge. — Ni me controla el espíritu de nadie. Sois todos vosotros los que estáis siendo engañados. Este libro no cuenta más que mentiras para dejar a Potter como un mártir.

— Dolores, déjalo — la interrumpió Fudge. — Ya hablaremos de todo esto.

Harry se quedó un momento mirando cómo Fred, George y Lee Jordan hacían malabarismos con unas botellas de cerveza de mantequilla vacías. Entonces Hermione añadió—: Pero el año pasado te dolía la cicatriz sin que nadie te tocara y Dumbledore dijo que eso tenía que ver con lo que Quien-tú-sabes sentía en aquel momento, ¿verdad? O sea, que lo que te ocurre ahora quizá no tenga nada que ver con la profesora Umbridge. Quizá no sea más que una casualidad que ocurriera mientras estabas con ella.

— Esa es mi teoría también — dijo Sirius. Lupin asintió.

Es cruel —se limitó a decir Harry—. Y retorcida.

— En ese momento no tenía ni idea de cuánto — suspiró Hermione.

Es horrible, eso es verdad, pero…, Harry, creo que deberías contarle a Dumbledore que te ha dolido la cicatriz.

Era la segunda vez en dos días que le aconsejaban que fuera a ver a Dumbledore, y la respuesta que le dio a Hermione fue la misma que le había dado a Ron.

No quiero molestarlo con tonterías. Como ya has dicho, no tiene tanta importancia. Me ha dolido todo el verano, y esta noche quizá me haya dolido un poco más, sólo eso…

Harry, estoy segura de que a Dumbledore no le importaría que lo molestaras por una cosa así…

— Por supuesto — dijo Dumbledore. — Las puertas de mi despacho siempre estarán abiertas para lo que necesites, Harry.

Harry no respondió. Aunque sabía que el director había tenido sus motivos para ignorarlo durante meses, pensar en ello aún le dolía.

Sí —explotó Harry sin poder contenerse—, eso es lo único que a Dumbledore le importa de mí, mi cicatriz.

¡No digas eso! ¡No es verdad!

Dumbledore suspiró. Parecía muy entristecido.

— Cuanto más leemos, más obvio es lo mucho que te he fallado — dijo.

Harry no tenía ni idea de cómo responder a eso. El resto de alumnos intercambiaban miradas incómodas. La tensión del ambiente era agobiante.

Creo que escribiré a Sirius y se lo contaré, a ver qué opina él…

¡No puedes poner una cosa así por escrito, Harry! —exclamó Hermione, alarmada—. ¿No recuerdas que Moody nos dijo que tuviéramos mucho cuidado con lo que escribíamos en nuestras cartas? ¡No podemos estar seguros de que no intercepten nuestras lechuzas!

Moody asintió.

— Menos mal que alguien recuerda mis instrucciones — dijo, y Hermione se ruborizó.

¡De acuerdo, de acuerdo, no se lo contaré! —repuso Harry, enfadado. Luego se levantó y dijo—: Me voy a la cama. Díselo a Ron, ¿quieres?

¡Ah, ni hablar! —replicó Hermione con alivio—, si tú te vas, yo también puedo irme sin parecer maleducada. Estoy agotada y mañana quiero hacer unos cuantos gorros más. Mira, si quieres puedes ayudarme, es muy divertido. Ya he mejorado y puedo hacer dibujos, borlas y todo tipo de adornos.

— Dudo que a Harry le apetezca tejer gorros para elfos — dijo Fred con una ceja alzada.

Harry la miró y vio que estaba muy contenta, así que intentó fingir que su ofrecimiento lo tentaba.

Esto…, no, no creo que te ayude, gracias —balbuceó—. Humm… Mañana no, tengo un montón de deberes por hacer…

Y fue hacia la escalera de los dormitorios de los chicos dejándola un tanto decepcionada.

Hermione suspiró.

El chico de Slytherin marcó la página y dejó el libro sobre el atril.

— Ese es el final — anunció.

Tras unos segundos, Dumbledore se puso en pie.

— Creo que a todos nos vendría bien un pequeño descanso — dijo en voz alta. Sus ojos todavía no habían recuperado su brillo usual. — Nos vemos aquí en media hora.


LA HISTORIA NO ME PERTENECE SINO A LA AUTORA LUXERII



Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

  Hospital San Mungo de enfermedades y Heridas mágicas: ¡Ni estoy mintiendo ni me he vuelto loco! —insistió Harry a voz en grito—. ¡Le digo ...