Reunión en cabeza de puerco:
— Esos sueños definitivamente tienen algo que ver con Quien-No-Debe-Ser-Nombrado — dijo Justin con ímpetu.
— Déjate ya de teorías conspiranoicas — le reprochó Ernie.
— Así acaba el capítulo — anunció el chico sin corbata, marcando la página.
Dumbledore se puso en pie. Para sorpresa de Harry, tomó el libro y le echó un ojo al siguiente capítulo antes de decir:
— Podemos leer uno más antes de comer, ¿no os parece? — Con una sonrisa, añadió: — ¿Algún voluntario?
Varias manos se alzaron en el aire. Curiosamente, ninguna de ellas pertenecía a algún miembro del E.D.
En esta ocasión, fue una niña de primero la escogida para leer. Subió a la tarima con paso rápido y, sin perder ni un segundo, tomó el libro y leyó:
— El capítulo se titula: Reunión en Cabeza de Puerco.
Harry notó las miradas nerviosas que algunos de sus compañeros intercambiaron. Ernie parecía especialmente inquieto.
Hermione no volvió a mencionar su idea de que Harry les enseñara Defensa Contra las Artes Oscuras hasta al cabo de dos semanas.
— ¿Así que la idea siguió adelante? — dijo Bill, impresionado.
Harry (quien no estaba seguro de que las palabras que tenía grabadas en el dorso de la mano llegaran a desaparecer del todo)
Harry se miró la mano. Las palabras se leían con toda claridad y seguían sin tener aspecto de querer desaparecer pronto.
ya había terminado los castigos con la profesora Umbridge;
— Espero que no hubiera más — gruñó Sirius.
Ron había asistido a cuatro entrenamientos de quidditch más, y en los dos últimos no le habían gritado;
Se escuchó más de una risita y Ron se ruborizó.
y los tres amigos habían conseguido hacer desaparecer sus ratones en la clase de Transformaciones (es más, Hermione había progresado y había hecho desaparecer gatitos),
— Me sigue pareciendo muy cruel esa lección —se quejó Lavender. — ¿Por qué gatitos? Me dan mucha pena.
La profesora McGonagall la ignoró.
antes de que volvieran a abordar el tema durante una desapacible y tempestuosa tarde de finales de septiembre, cuando estaban sentados en la biblioteca buscando ingredientes de pociones para un trabajo que les había encargado Snape.
—Harry —dijo de pronto Hermione—, ¿has vuelto a pensar en la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras?
—Pues claro —repuso Harry malhumorado—. ¿Cómo vamos a olvidarla, con la arpía que tenemos de profesora?
— ¡Potter! — chilló Umbridge sin poder contenerse.
— Ah, no. Eso no — se metió la señora Pomfrey. — Si alguien tiene derecho a llamarla arpía en este colegio, ese es Potter.
Umbridge parecía a punto de estallar, pero debió notar que buena parte del profesorado (y también del alumnado) estaba preparada para tirársele a la yugular si se le ocurría seguir protestando. Por ello, guardó silencio una vez más.
—Me refería a la idea que tuvimos Ron y yo… —Ron, alarmado, le dirigió una mirada amenazadora a Hermione, quien frunció el entrecejo y rectificó—: De acuerdo, de acuerdo, a la idea que tuve yo de que nos dieras clase.
— Cobarde — dijo Fred sin malicia.
Ron gruñó.
Harry no contestó enseguida. Fingió que leía detenidamente una página de Antídotos asiáticos, porque no quería decir lo que estaba pensando.
— Si eran maldiciones o insultos, podías decirlos — comentó Charlie con una sonrisa. — No nos vas a escandalizar.
— No era eso — le aseguró Harry.
Lo cierto era que durante aquellas dos semanas había reflexionado mucho sobre aquel tema. A veces le parecía una idea descabellada, como le había parecido la noche que Hermione se la propuso, pero otras se sorprendía a sí mismo pensando en los hechizos que más le habían servido en sus diversos enfrentamientos con mortífagos y criaturas tenebrosas; y no sólo eso, a veces se sorprendía a sí mismo planeando inconscientemente las clases…
— Le ha gustado la idea — dijo Tonks con una sonrisa. — A mí me parece una idea fantástica, Harry. Espero que lo hicieras.
—Bueno —dijo con lentitud, pues ya no podía continuar simulando que le interesaba muchísimo Antídotos asiáticos—. Sí, he pensado un poco.
—¿Y? —preguntó Hermione, esperanzada.
— No le presiones — resopló una chica de segundo.
— No lo estaba presionando — se defendió Hermione.
—No lo sé —empezó Harry para ganar tiempo. Luego levantó la cabeza y miró a Ron.
—A mí me pareció buena idea desde el principio —afirmó éste, que parecía más dispuesto a participar en aquella conversación ahora que estaba seguro de que Harry no iba a ponerse a gritar otra vez.
— Cobarde — repitió Fred. Esta vez, Ron le pegó un golpe en el hombro que, a juzgar por el sonido que hizo, debió doler.
Harry, incómodo, cambió de postura en la silla.
—Ya os dije que gran parte de mi éxito se debió a la suerte.
—Sí, Harry —replicó Hermione suavemente—, pero de todos modos es inútil que finjas que no eres bueno en Defensa Contra las Artes Oscuras, porque lo eres. El año pasado fuiste el único estudiante que supo bloquear la maldición Imperius a la perfección, sabes hacer aparecer un patronus, sabes hacer cosas que muchos magos adultos no saben. Viktor siempre decía…
Krum levantó la mirada de golpe, sorprendido.
Ron giró la cabeza hacia ella, y lo hizo tan bruscamente que dio la impresión de que se había lastimado el cuello. Se lo frotó y dijo:
—¿Ah, sí? ¿Qué decía Vicky?
Medio comedor estalló en risas.
— ¡Está celoso! — celebraban unas chicas de tercero, riendo como locas.
— ¡Os he dicho veinte veces que a Weasley le gusta Granger! — decía una de sexto, muy apasionada.
A Ron se le pusieron rojas hasta las orejas. Hermione, por otro lado, parecía no saber a dónde mirar. Krum no tenía aspecto de haberse ofendido por el apodo, aunque sí parecía un poco confuso.
—¡Jo, jo! —dijo Hermione con voz de aburrimiento—. Decía que Harry sabía hacer cosas que ni siquiera él sabía hacer, y eso que estaba en el último curso del Instituto Durmstrang.
— Es cierrto — admitió Krum. Al escuchar su voz, el resto de alumnos regresaron a su silencio habitual, no queriendo perderse ni una palabra. — Yo aún estoy prracticando el patrronus. Y nunca he podido resistir a la maldición Imperrius…
El silencio se volvió más intenso al recordar todos al mismo tiempo la única ocasión en la que Krum había estado bajo la maldición Imperius. Amos Diggory apretó la mandíbula y mantuvo la mirada fija en el suelo.
En tono más solemne que antes, la niña de primero siguió leyendo:
Ron miraba a Hermione con recelo.
—No seguirás en contacto con él, ¿verdad?
—¿Qué hay de malo en eso? —repuso Hermione en tono cortante, aunque se había ruborizado un poco—. Si quiero, puedo tener un amigo por correspondencia…
— ¿Qué tiene de malo? — dijo Lavender. — A mí me parece bonito que sigan en contacto.
Ron no parecía estar de acuerdo, pero no dijo nada.
—Eso no era lo único que él quería —comentó Ron con aire acusador.
— Es tan evidente que está celoso que me dan ganas de entrar en el libro y zarandearlo como a un muñeco de trapo — dijo Angelina.
— Puedes hacerlo, está justo aquí — George le señaló el asiento de Ron, como si estuviera invitándola a hacerlo.
— Lo haré si no le pide salir antes de que acabe el curso — replicó ella.
Muchos alumnos se pusieron a reír y a silbar. Hermione, totalmente roja, cruzó miradas con Ron. Harry se preguntaba cuánto tiempo conseguirían ocultar que estaban saliendo. Que el supiera, solo los más allegados eran conscientes de ese dato y parecía que los gemelos ni siquiera se lo habían dicho a Angelina, Katie y Alicia, o incluso a Lee Jordan.
Hermione movió negativamente la cabeza, exasperada, y sin hacer caso a Ron, que seguía mirándola fijamente, le dijo a Harry:
—Bueno, ¿qué dices? ¿Nos enseñarás?
—Vale, pero sólo a ti y a Ron, ¿no?
— Obviamente — dijo un chico de segundo. — Si le diera clase a más gente, sería imposible mantenerlo en secreto.
Harry no dijo nada. Era gracioso ver cómo los integrantes del E.D. trataban de disimular: unos evitaban cruzar miradas con los demás, mientras otros fingían interesarse por los objetos más aleatorios que habían encontrado. (¿Y qué hacia Ernie examinando los candelabros? Al menos Hannah solo se miraba las uñas compulsivamente.)
—Verás… —comenzó Hermione con cierto nerviosismo—. Bueno, ahora no vuelvas a subirte por las paredes, Harry, por favor…, pero creo que deberías enseñar a todo aquel que quiera aprender. Mira, estamos hablando de defendernos de Vo-Voldemort. No seas ridículo, Ron. No sería justo que no ofreciéramos a los demás la posibilidad de aprender.
Hubo murmullos.
— Estoy de acuerdo — dijo Sirius. — Aunque encontrar a gente dispuesta quizás no sea fácil.
Harry lo pensó un momento, y entonces respondió:
—Sí, pero dudo que haya alguien, aparte de vosotros dos, que esté interesado en que le dé clase. Recuerda que soy un chiflado.
— No sé yo… — dijo Lupin. Sirius lo miró con una ceja arqueada, pero el profesor no dio más explicaciones. Harry supuso que, al contrario que Sirius, Lupin sí veía venir la avalancha de gente que estaría dispuesta a escuchar a Harry.
—Creo que te sorprenderías de la cantidad de gente a la que le apetecería escuchar lo que tú tengas que decir —afirmó Hermione muy seria—.
— Y no me equivocaba — murmuró Hermione.
Mira —se inclinó hacia Harry; Ron, que todavía la miraba ceñudo, se inclinó también para enterarse—, ¿recuerdas que el primer fin de semana de octubre tenemos la excursión a Hogsmeade? ¿Qué te parecería si le dijéramos a los que estén interesados que se reúnan con nosotros en el pueblo para que podamos discutirlo?
—¿Por qué tenemos que hacerlo fuera del colegio? —preguntó Ron.
—Porque no creo que Umbridge se pusiera muy contenta si descubriera lo que estamos tramando —contestó Hermione, y volvió al diagrama de la col masticadora china que estaba copiando.
— ¿Por qué no están todos indignados? — exclamó Umbridge de pronto. Miraba al resto de profesores con suma incredulidad. — ¿Es que no están escuchando lo mismo que yo? Esos chicos están tramando…
— Un grupo de estudio para compensar la ineficiencia de tus clases, Dolores — replicó la profesora McGonagall. Estaba claro que no le quedaba ni pizca de paciencia para Umbridge. — Sí, lo estamos escuchando perfectamente.
— ¡Es más que un grupo de estudio! — exclamó. — ¡Es una conspiración!
— Ni siquiera sabe si llegó a realizarse — replicó Fudge, aunque se le veía nervioso. — Vamos a esperar a leer un poco más antes de juzgar la situación.
Umbridge definitivamente no estaba de acuerdo, pero siguió las órdenes del ministro y volvió a callarse.
Harry estaba deseando que llegara el fin de semana para ir de excursión a Hogsmeade, aunque había una cosa que le preocupaba. Sirius había mantenido un silencio sepulcral desde el día que apareció en el fuego de la chimenea a principios de septiembre;
Sirius hizo una mueca.
— Qué inmaduro — se quejó una chica de séptimo.
Harry sabía que habían logrado que se enfadara al decirle que no querían que los acompañara, pero de vez en cuando todavía le preocupaba más que Sirius tirara las precauciones por la borda y decidiera presentarse. ¿Qué harían si un gran perro negro se les acercaba dando saltos por una calle de Hogsmeade, quizá ante las narices de Draco Malfoy?
— No creo que sea tan estúpido — dijo Dean. — Sin ofender — añadió al recordar que Sirius estaba allí con ellos.
Él no replicó, pero se le veía incómodo.
—Tienes que comprender que le apetezca salir a darse un garbeo —opinó Ron cuando Harry compartió sus temores con él y con Hermione—. Ten en cuenta que lleva más de dos años huyendo de la justicia, ¿no?, y ya sé que no debe de haber sido divertido, pero al menos era libre. Sin embargo, ahora está encerrado día y noche con ese horrendo elfo.
— Al fin alguien lo entiende — suspiró Sirius.
— No es que los demás no lo entendamos — respondió Lupin con seriedad. — Pero tu seguridad es más importante que lo demás, ¿no crees?
Estaba claro que Sirius no estaba de acuerdo, pero se limitó a encogerse de hombros.
Hermione miró con gesto reprobador a Ron, pero ignoró la alusión a Kreacher.
—El problema —le dijo Hermione a Harry— es que Sirius tendrá que permanecer escondido hasta que Vo-Voldemort, ¡Ron, por favor!, salga y dé la cara, ¿no? Quiero decir que el imbécil del ministro no se dará cuenta de que Sirius es inocente hasta que acepte que Dumbledore siempre le ha dicho la verdad sobre él.
Hermione se ruborizó intensamente, pero no más que el ministro, a quien parecía que ser insultado por una de las alumnas más brillantes del colegio le había dolido. Buena parte del alumnado intentaba no reír.
Y cuando esos inútiles empiecen a atrapar a mortífagos de verdad comprenderán que Sirius no es uno de ellos. Ni siquiera tiene la marca.
— Ni siquiera comprobaron que tuviera la marca antes de mandarlo a Azkaban — bufó Padma.
— Qué injusto —se lamentó Susan.
—No creo que sea tan estúpido para venir —terció Ron convencido—. Dumbledore se enfadaría muchísimo si lo hiciera, y Sirius siempre hace caso a Dumbledore aunque no le guste lo que le manda.
Sirius hizo una mueca. La tensión con Dumbledore, que había ido creciendo durante los meses de encierro de Sirius, tenía ahora el añadido de todo lo revelado durante la lectura. El asunto de los Dursley y la custodia de Harry habían causado más de un roce entre ellos.
Como Harry seguía preocupado, Hermione añadió:
—Ron y yo hemos estado sondeando a la gente que creíamos que querría aprender algo de Defensa Contra las Artes Oscuras, y hay un par de personas que parecen interesadas. Les hemos dicho que se reúnan con nosotros en Hogsmeade.
— Un par — bufó Harry por lo bajo. Ginny soltó una risita.
—Vale —contestó Harry vagamente, pues seguía pensando en Sirius.
—No te angusties, Harry —lo animó Hermione—. Ya tienes bastantes problemas sin Sirius.
Algunos valientes miraron a Sirius como esperando que se disculpara con Harry, pero eso no sucedió. En su lugar, Sirius dijo:
— No tenías por qué preocuparte, Harry. Sé cuidarme.
Harry no quiso discutir, pero no estaba del todo de acuerdo.
Hermione tenía razón. Harry no conseguía llevar los deberes al día, aunque su situación había mejorado mucho porque ya no debía pasarse todas las tardes castigado con la profesora Umbridge.
— Tuvo que ser un alivio — dijo Luna.
Ron, en cambio, iba más atrasado aún porque, además de entrenar dos veces por semana, tenía sus obligaciones de prefecto. Por su parte Hermione, que tenía más asignaturas que ellos dos, no sólo había terminado todos sus deberes, sino que también había encontrado tiempo para seguir tejiendo ropa para los elfos. Y Harry tenía que admitir que Hermione estaba mejorando: ya casi siempre era posible distinguir los gorros de los calcetines.
— ¿Casi siempre? — se oyó decir a alguien. Muchos alumnos reían y Hermione parecía no saber si ofenderse o no.
La mañana de la excursión a Hogsmeade amaneció despejada pero ventosa. Después de desayunar formaron una fila delante de Filch, que comprobó que sus nombres aparecían en la larga lista de estudiantes que tenían permiso de sus padres o tutores para visitar el pueblo. Harry recordó con cierto remordimiento que, de no ser por Sirius, no habría podido hacer la excursión.
— Deja de sentirte culpable — dijo la señora Weasley. — Tú no hiciste nada malo, cielo.
El énfasis que puso en el tú y la mirada que le echó a Sirius fueron muy evidentes, pero Sirius no se dio por aludido.
Cuando Harry llegó frente a Filch, el conserje aspiró fuerte por la nariz, como si intentara detectar algún tufillo en Harry. Luego hizo un brusco movimiento con la cabeza y volvió a temblarle la parte inferior de los carrillos; Harry siguió adelante y salió a la escalera de piedra y a la fría y soleada mañana.
— ¿Todavía sigue con lo de las bombas fétidas? — preguntó Colin.
— A mí se me había olvidado — admitió Lee.
—Oye, ¿por qué te ha olfateado Filch? —le preguntó Ron cuando los tres echaron a andar a buen paso por el ancho camino hacia la verja.
—Supongo que quería comprobar si olía a bombas fétidas —contestó Harry con una risita—. Se me olvidó contároslo…
Y les explicó lo que había sucedido segundos más tarde de haber enviado la carta a Sirius, cuando Filch entró en la lechucería exigiéndole que le enseñara la misiva.
— Me sorprende que aún no se lo hubiera contado a Weasley y Granger — dijo Demelza.
— Es que no les han faltado temas de los que hablar — resopló Romilda Vane. — Sus vidas son tan interesantes, siempre tienen algo que contarse.
Harry consideraba que "interesante" no era la mejor palabra para describir su vida. Pensó que había mejores opciones, como "caótica" o "desastrosa".
A Harry le sorprendió un poco que Hermione considerara tan interesante su historia, mucho más, desde luego, de lo que a él mismo le parecía.
— Hazle caso a Granger, no suele equivocarse con esas cosas — dijo Terry Boot.
Hermione se puso roja.
—¿Filch dijo que había recibido un chivatazo de que ibas a encargar bombas fétidas? Pero ¿quién se lo dio?
—No lo sé —respondió Harry, encogiéndose de hombros—. A lo mejor fue Malfoy; seguramente creyó que sería divertido.
— Yo no fui — dijo Malfoy inmediatamente. — Potter, deja de echarme la culpa de todo lo que te pasa.
Harry lo miró mal y no contestó. Había murmullos entre los alumnos y algunos miraban a Malfoy con desconfianza.
Pasaron entre los altos pilares de piedra coronados con sendos cerdos alados y torcieron a la izquierda por la carretera que conducía al pueblo. El viento los despeinaba y el cabello les tapaba los ojos.
—¿Malfoy? —dijo Hermione, escéptica—. Bueno, sí, a lo mejor fue él…
— Ni siquiera Granger cree que fuera yo — dijo Malfoy tratando de parecer aburrido, pero lo cierto es que sonaba ligeramente sorprendido.
Y siguió muy pensativa hasta que llegaron a las afueras de Hogsmeade.
—Bueno, ¿adónde vamos? —preguntó Harry—. ¿A Las Tres Escobas?
—No, no —repuso Hermione saliendo de su ensimismamiento—. No, siempre está abarrotado y hay mucho ruido. He quedado con los otros en Cabeza de Puerco, ese otro pub, ya lo conocéis, el que no está en la calle principal. Me parece que no es… muy recomendable, pero los alumnos de Hogwarts no suelen ir allí, así que no creo que nos oiga nadie.
— Error — dijo Moody. — Un lugar abarrotado es exactamente lo que necesitabais para no llamar la atención.
— Además, tú misma has dicho que no suele haber alumnos en Cabeza de Puerco — añadió Tonks. — Así que debisteis llamar muchísimo la atención, ¿no crees?
Hermione parecía muy avergonzada.
Bajaron por la calle principal y pasaron por delante de la tienda de artículos de broma de Zonko, donde no les sorprendió nada ver a Fred, George y Lee Jordan;
Harry notó que Filch le lanzaba una mirada desagradable a los gemelos.
luego dejaron atrás la oficina de correos, de donde salían lechuzas a intervalos regulares, y torcieron por una calle lateral al final de la cual había una pequeña posada. Un estropeado letrero de madera colgaba de un oxidado soporte que había sobre la puerta, con un dibujo de una cabeza de jabalí cortada que goteaba sangre sobre la tela blanca en la que estaba colocada.
— Parece un sitio horrible — dijo Demelza con una mueca.
— Lo es — asintió Parvati.
Cuando se acercaron a la puerta, el letrero chirrió agitado por el viento y los tres vacilaron un instante.
— No os rajéis ahora — dijo Charlie.
— ¿Van a acobardarse? — preguntó un niño de primero. Sonaba tan decepcionado que Harry estuvo a punto de responderle, pero Ron se le adelantó:
— Claro que no. Fuimos a la reunión — dijo con rotundidad.
—¡Vamos! —urgió Hermione, un tanto nerviosa. Harry fue el primero en entrar.
Aquel pub no se parecía en nada a Las Tres Escobas, que era un local limpio y acogedor. Cabeza de Puerco consistía en una sola habitación, pequeña, lúgubre y sucísima, donde se notaba un fuerte olor a algo que podría tratarse de cabras.
Moody soltó un graznido que parecía ser una risita mal disimulada. Muchos se quedaron mirándolo, muy confusos. Harry notó que Dumbledore de pronto parecía muy interesado en las uñas de su mano derecha.
Las ventanas tenían tanta mugre incrustada que entraba muy poca luz del exterior. Por eso el local estaba iluminado con cabos de cera colocados sobre las bastas mesas de madera. A primera vista, el suelo parecía de tierra apisonada, pero cuando Harry caminó por él, se dio cuenta de que había piedra debajo de una capa de roña acumulada durante siglos.
— ¡Qué asco! — exclamó una chica de segundo.
— No quiero volver a pisar ese sitio en mi vida — susurró Lavender.
Harry recordaba que Hagrid había mencionado aquel pub en el primer año que estuvo en Hogwarts: «Hay mucha gente rara en Cabeza de Puerco», dijo cuando les contó cómo le había ganado un huevo de dragón a un desconocido encapuchado que estaba allí.
— ¡Norberto! — exclamó Colin, sonriente.
— Esa cosa le costó cincuenta puntos a Gryffindor — dijo uno de sus amigos con una mueca.
— Esa cosa era un dragón y tiene nombre — replicó Hagrid, indignado. El amigo de Colin puso una cara rara y no replicó.
Entonces a Harry le había sorprendido que Hagrid no encontrara raro que un desconocido permaneciera todo el tiempo con la cara tapada; pero en ese momento comprendió que permanecer con la cara tapada era algo normal en aquella taberna.
— Lo es, desde luego — dijo el señor Weasley.
— ¿Has estado allí, papá? — le preguntó Fred.
— Claro que sí. Ese pub tiene más años que yo, ya existía cuando estudiaba en Hogwarts — sonrió el señor Weasley. — Pero no es un sitio muy recomendable…
En la barra había un individuo que llevaba la cabeza envuelta con grises y sucias vendas, aunque aun así se las ingeniaba para tragar vaso tras vaso de una sustancia humeante y abrasadora por una rendija que tenía a la altura de la boca.
— Qué mala espina — dijo Padma, suprimiendo un escalofrío.
También había dos personas encapuchadas sentadas a una mesa, junto a una de las ventanas; Harry habría jurado que eran dementores si no las hubiera oído hablar con un fuerte acento de Yorkshire.
La mente de Harry fue inmediatamente a los encapuchados que ahora residían en Hogwarts. No había notado ningún acento extraño en sus voces, pero era difícil notar nada con esa estúpida voz hechizada que todos usaban.
Y en un oscuro rincón, al lado de la chimenea, estaba sentada una bruja con un grueso velo negro que le llegaba hasta los pies. Lo único que se destacaba bajo el velo era la punta de la nariz, un poco prominente.
—No sé qué decirte, Hermione —murmuró Harry mientras avanzaban hacia la barra y miraba con desconfianza a la bruja tapada con el grueso velo—. ¿No se te ha ocurrido pensar que la profesora Umbridge podría estar debajo de eso?
— Tengo mejores cosas que hacer que disfrazarme para ir a Cabeza de Puerco — bufó Umbridge, indignada.
Hermione echó una ojeada a la bruja, evaluándola.
—Umbridge es más baja que esa mujer —comentó en voz baja—.
Ese comentario pareció ofender aún más a la profesora.
Además, aunque ella entrara aquí, no podría hacer nada para interferir en nuestro proyecto, Harry, porque he revisado minuciosamente las normas del colegio. No estamos fuera de los límites establecidos. Hasta le pregunté al profesor Flitwick si a los alumnos les está permitido entrar en Cabeza de Puerco, y me dijo que sí, aunque me aconsejó que lleváramos nuestros propios vasos. Y he comprobado todo lo que se me ha ocurrido sobre grupos de estudio y trabajo, y son legales. Lo único que no tenemos que hacer es pregonar lo que estamos haciendo.
— Si no lo quiere pregonar es porque sabe que está mal — chilló Umbridge. — Si ese grupo siguió adelante… Ministro, ¿sabe lo que significaría eso?
Fudge estaba pálido.
—Está bien —dijo Harry con aspereza—, sobre todo dado que lo que estamos organizando no es precisamente un grupo de estudio, ¿verdad?
— ¡Encima lo admite! — exclamó Umbridge. — No es un grupo de estudio, es…
— ¿Qué es, Dolores? — la interrumpió McGonagall. — Aparte de una conspiración, como ya se refirió usted al grupo en una ocasión.
— ¡Es una ofensa contra el ministerio! — replicó la profesora de Defensa.
McGonagall puso los ojos en blanco con tanta intensidad que Harry pensó que debía haberle dolido.
El camarero salió de la trastienda y se les acercó con sigilo. Era un anciano de aspecto gruñón, con barba y una mata de largo cabello gris. Era alto y delgado, y a Harry su cara le resultó vagamente familiar.
Moody tosió y Kingsley apoyó la barbilla en la mano, tratando de ocultar una sonrisilla. Harry no entendía nada.
—¿Qué queréis? —gruñó.
—Tres cervezas de mantequilla —contestó Hermione.
El camarero metió una mano bajo la barra y sacó tres botellas sucias y cubiertas de polvo que colocó con brusquedad sobre la barra.
— No creo que esté muy acostumbrado a vender cervezas de mantequilla — dijo la profesora Sprout.
— Que tuvieran polvo encima no es buena señal, desde luego — rió el profesor Flitwick.
—Seis sickles —dijo.
—Pago yo —se apresuró a decir Harry, y le entregó las monedas de plata.
El camarero recorrió a Harry de arriba abajo con la mirada, y sus ojos se detuvieron un momento en su cicatriz.
— Cómo no — bufó Malfoy. Harry lo ignoró.
Luego se dio la vuelta y depositó las monedas de Harry en una vieja caja registradora de madera cuyo cajón se abrió automáticamente para recibirlas. Harry, Ron y Hermione fueron hacia la mesa más apartada de la barra y se sentaron observando a su alrededor. El individuo de los sucios y grises vendajes dio unos golpes en la barra con los nudillos, y el camarero le sirvió otro vaso lleno de aquella bebida humeante.
— ¿Qué sería? — preguntó Dennis Creevey con curiosidad.
— Mejor no saberlo — replicó Wood.
—¿Sabéis qué? —murmuró Ron mirando hacia la barra con entusiasmo—. Aquí podríamos pedir lo que quisiéramos. Apuesto algo a que ese tipo nos serviría cualquier cosa, seguro que le importa un rábano. Siempre he querido probar el whisky de fuego…
— ¡Ron! — exclamó su madre.
— Perdón, perdón — se apresuró a decir él. El resto del comedor se desternillaba de risa. — ¡No lo pedí!
— ¡Ni lo pedirás hasta que no seas mayor de edad! — replicó la señora Weasley. A Harry le pareció que el señor Weasley trataba de disimular una risita.
—¡Ron! ¡Ahora eres prefecto! —lo regañó Hermione.
—¡Ah, sí! —exclamó Ron, y la sonrisa se le borró de los labios.
— Menos mal que estaba Hermione — suspiró la señora Weasley.
—Bueno, ¿quién dijiste que iba a venir? —le preguntó Harry a su amiga, arrancando el oxidado tapón de su cerveza de mantequilla y dando un sorbo.
—Sólo un par de personas —repitió Hermione.
— Un par — rió Dean. Algunos lo miraron raro.
Consultó su reloj y miró nerviosa hacia la puerta—. Ya deberían estar aquí, estoy segura de que saben el camino… ¡Oh, mirad, deben de ser ellos!
— ¿Quiénes? — preguntó un niño de primero. Miraba a su alrededor atentamente. — Ha pasado un buen rato desde que empezamos a hablar de ese grupo de estudio y nadie ha admitido asistir.
Muchos alumnos se lanzaron miradas evaluadoras y los profesores parecían sumamente interesados en ese tema. Los miembros del E.D. disimularon muy bien.
La puerta del pub se había abierto. Un ancho haz de luz, en el que bailaban motas de polvo, dividió el local en dos durante un instante y luego desapareció, pues lo ocultaba la multitud que desfilaba por la puerta.
— ¿La multitud? — repitió Snape despacio. Era obvio que estaba sorprendido y Harry no pudo evitar sentirse un poquito orgulloso por ello.
Primero entraron Neville, Dean y Lavender,
En cuanto se empezaron a decir los nombres, la zona de Gryffindor empezó a aplaudir con emoción.
— Era obvio que serían de Gryffindor — reía un chico de tercero.
seguidos de cerca por Parvati y Padma Patil con Cho (con lo cual a Harry le dio un vuelco el corazón) y una de sus risueñas amigas.
Harry se atragantó con su propia saliva. Sintiéndose enrojecer, hizo un esfuerzo para ignorar las risas que se oían por todo el comedor.
Luego entró Luna Lovegood, sola y con aire despistado, como si hubiera entrado allí por equivocación.
— ¡Así que también había Ravenclaws! — exclamó una chica de segundo.
El profesor Flitwick parecía orgulloso.
La niña que estaba leyendo tomó aire antes de seguir:
A continuación, aparecieron Katie Bell, Alicia Spinnet y Angelina Johnson, Colin y Dennis Creevey, Ernie Macmillan, Justin Finch-Fletchley, Hannah Abbott y una chica de Hufflepuff con una larga trenza, cuyo nombre Harry no sabía;
— ¡Vaya! — exclamó McLaggen. — Eso es más de un par de personas, Granger.
— Espera, que hay más — replicó la niña y siguió leyendo:
tres chicos de Ravenclaw que, si no se equivocaba, se llamaban Anthony Goldstein, Michael Corner y Terry Boot;
— No te equivocabas — sonrió Terry.
Ginny, seguida por un chico alto y delgado, rubio y con la nariz respingona a quien Harry creyó reconocer como miembro del equipo de quidditch de Hufflepuff,
— ¿Quién era? — preguntó una chica de sexto bastante guapa.
— Zacharias Smith, a su servicio — se presentó el chico, guiñándole un ojo.
— Ah, el quejica — replicó ella con desgana.
Smith se puso rojo de la vergüenza.
y, cerrando la marcha, Fred y George Weasley con su amigo Lee Jordan, los tres con enormes bolsas de papel llenas de artículos de Zonko.
—¿Un par de personas? —dijo Harry con voz quebrada—. ¡Un par de personas!
— Pobre Harry — reía Katie.
—Bueno, verás, la idea tuvo mucho éxito… —comentó Hermione alegremente—. Ron, ¿quieres traer unas cuantas sillas más?
— Fue una trampa, sin duda — dijo Sirius con una gran sonrisa. — Y caíste de lleno, Harry.
— A veces eres perversa — le dijo Harry a Hermione, que se lo tomó como un halago.
El camarero, que estaba secando un vaso con un trapo tan sucio que parecía que no lo hubieran lavado nunca, se quedó paralizado. Seguramente, en la vida había visto su pub tan lleno.
— Oh, Cabeza de Puerco nunca ha sido el pub más aclamado del pueblo, desde luego — comentó Dumbledore. Le brillaban los ojos.
—¡Hola! —saludó Fred. Fue el primero en llegar a la barra, y se puso a contar con rapidez a sus acompañantes—. ¿Puede ponernos… veinticinco cervezas de mantequilla, por favor?
— ¡Veinticinco! — chilló Umbridge. Desde el instante en el que se habían comenzado a leer los nombres, la profesora se había quedado con la boca abierta. — Eso no es un grupo de estudio, ¡es una rebelión!
— Una rebelión, una conspiración, ¿qué más? — la interrumpió McGonagall.
— Una ofensa contra el ministerio — citó la profesora Sinistra. — O algo así.
— La próxima vez dirá que es una declaración de guerra — bufó la señora Pomfrey.
Umbridge las miraba a las tres como si hubieran perdido la cabeza.
— ¡ES QUE TAMBIÉN LO ES! — gritó.
— Dolores, por favor — El ministro parecía querer que el asiento se hundiera en el subsuelo y así no tener que mirar a nadie a la cara. — Vamos a esperar a ver qué sucede. Quizá sólo tuvieron una reunión.
— ¡Sabe perfectamente que no! — replicó ella. — Tengo sospechas de la existencia de ese grupo desde hace meses, ¡y ahora tenemos pruebas de ello!
El comedor se llenó de murmullos llenos de entusiasmo.
— ¡Así que el grupo salió adelante! — exclamó una chica de segundo. — ¿Todavía existe? ¿Qué hacéis?
— ¿Cómo lo mantenéis en secreto? — preguntó a la vez un chico de cuarto, de Hufflepuff.
Los miembros del E.D. intercambiaron miradas. En ese momento, Hermione jadeó.
— ¡Esperad!
Se puso en pie, dejando a Harry y a Ron completamente aturdidos. Visiblemente nerviosa, Hermione dijo:
— ¡Ningún miembro del grupo puede decir nada! Lo prometimos, ¿os acordáis?
— Pero ahora ya lo saben todos — replicó Zacharias. — ¿Por qué no podemos hablar?
— Pues... — Hermione se retorció las manos, nerviosa, y fue Dumbledore quien habló en su lugar.
— Estoy seguro de que la señorita Granger se las ingenió para que nadie pudiera decir nada que pusiera en riesgo al grupo — dijo con calma. Todo el mundo se quedó en silencio, escuchándole. — Si los miembros de ese grupo hicieron una promesa o firmaron un documento, es de suponer que la brecha de ese contrario traerá consecuencias desagradables para ellos. ¿Me equivoco?
Hermione, que estaba pálida, asintió levemente.
— Creo que debería encontrar una forma de romper ese encantamiento antes de que sigamos leyendo — dijo. A pesar de lo nerviosa que se veía, su voz sonaba serena.
— ¿Qué hace el encantamiento? — preguntó Fred.
— No quieres saberlo — gimió Hermione. Miraba a Dumbledore con ojos suplicantes. — ¿Podemos hacer una pausa? Necesito ir a la biblioteca.
— Me parece una idea excelente — respondió Dumbledore, sonriendo. — Y, si me lo permite, me gustaría acompañarla, señorita Granger. Quizá pueda serle útil.
Hermione asintió.
— Agradecería que no continuaran con la lectura hasta que regresemos — dijo Dumbledore mientras caminaba hacia la puerta. Hermione lo siguió de inmediato. Harry y Ron hicieron el amago de levantarse para acompañarla, pero ella se inclinó y les susurró:
— Mejor quedaos aquí y aseguraos de que nadie habla del E.D.
El profesor Dumbledore y Hermione salieron del comedor, dejando a sus espaldas a un colegio muy confuso. Sin embargo, eran los miembros del E.D. los que parecían más nerviosos.
— Nos echó una maldición, ¿verdad? - dijo Marietta. Parecía al borde de un ataque de nervios. — Nos maldijo para que si contábamos algo nos pasara algo horrible, ¡estoy segura!
— No creo que sea para tanto — replicó Cho, aunque no parecía muy convencida. — Por si acaso, es mejor que no hablemos del tema. Ni una palabra hasta que lo solucionen.
Marietta asintió. El resto del E.D. intercambiaba miradas que iban desde la curiosidad al nerviosismo, pero ninguno de ellos se atrevió a decir palabra, a pesar de que hubo compañeros que les hicieron preguntas.
Harry se alegró mucho cuando, apenas diez minutos después, Hermione y el profesor Dumbledore regresaron al comedor. Hermione parecía mucho más tranquila y, cuando retomó su asiento junto a Harry y Ron, susurró:
— Ya está solucionado. — El alivio era evidente en su voz. — El profesor Dumbledore me ha ayudado a deshacer rápido el hechizo...
— ¿Qué hechizo? — pregunto Ron.
— El que puse en el pergamino que firmamos todos para que, si alguien se iba de la lengua, supiéramos quién había sido — admitió ella. — No te preocupes — añadió al ver su cara de preocupación. — Ya no existe. Podemos hablar del ED tranquilamente con el resto del colegio.
El profesor Dumbledore regreso a su lugar en la tarima y, con toda tranquilidad, le pidió a la niña de primero que siguiera leyendo.
Varios miembros de E.D. miraban a Hermione con cautela. Marietta la fulminaba con la mirada, pero ella o no lo notó, o fingió no hacerlo.
El camarero lo fulminó un instante con la mirada; luego, de mala gana, dejó el trapo, como si lo hubieran interrumpido cuando hacía algo importantísimo, y empezó a sacar polvorientas botellas de cerveza de mantequilla de debajo de la barra.
—¡Salud! —exclamó Fred mientras las repartía—. Soltad la pasta, yo no tengo suficiente oro para pagar todo esto…
— Me sorprende que el camarero tuviera tantas cervezas de mantequilla a mano cuando no suele venderlas a menudo — dijo una chica de tercero.
— A lo mejor usó un hechizo para duplicarlas — sugirió otra.
Harry, que no salía de su asombro, contemplaba a los numerosos y ruidosos estudiantes, que cogían sus cervezas y hurgaban en los bolsillos de sus túnicas buscando monedas. No podía imaginar a qué había ido allí toda aquella gente, hasta que se le ocurrió, horrorizado, que a lo mejor esperaban oír alguna especie de discurso. Se volvió hacia Hermione y, en voz baja, le susurró:
—¿Qué les has dicho? ¿Qué esperan?
— Pobre Harry, menuda encerrona — dijo Angelina, apiadándose de él.
—Ya te lo he explicado, sólo quieren oír lo que tengas que decir —contestó Hermione con voz tranquilizadora. Sin embargo, Harry seguía mirándola tan enfadado que rápidamente añadió—: Pero no tienes que hacer nada todavía, primero hablaré yo.
—¡Hola, Harry! —dijo Neville sonriendo, y se sentó frente a él.
Harry intentó devolverle la sonrisa, pero no dijo nada, pues tenía la boca extremadamente seca.
— Qué pena — rió Romilda Vane. — Granger, podrías haberme invitado. Me habría encantado ir.
Hermione no le hizo ni caso. No parecía que la idea le gustara mucho.
Cho se había limitado a sonreírle y se había sentado a la derecha de Ron. Su amiga, que tenía el cabello rizado y de un tono rubio rojizo, no sonrió, sino que lanzó a Harry una mirada de desconfianza con la que dejó muy claro que, de haber podido elegir, ella jamás habría acudido a aquella reunión.
— Y quizá habría sido lo correcto — dijo Marietta. Cho le dio un codazo y la chica replicó: — ¿Es que no lo has oído? ¡Granger nos echó una maldición!
— No era una maldición — bufó Hermione, exasperada. — Solo un pequeño hechizo para asegurarnos de que, si alguien se chivaba, sabríamos quién había sido. No era peligroso.
Quedaba claro por la expresión de Marietta que no se creía ni una palabra.
Los recién llegados fueron sentándose en grupos de dos y de tres alrededor de Harry, Ron y Hermione. Algunos parecían muy emocionados, otros, curiosos; Luna Lovegood miraba en torno con ojos soñadores. Cuando todos tuvieron su silla, fue cesando el parloteo. Todos miraban a Harry.
— Qué incómodo — rió Bill.
—Esto… —empezó Hermione hablando en voz más alta de lo habitual debido al nerviosismo—. Esto…, bueno…, hola. —Los asistentes giraron la cabeza hacia ella, aunque de vez en cuando las miradas seguían desviándose hacia Harry—. Bueno…, esto…, ya sabéis por qué hemos venido aquí. Veréis, nuestro amigo Harry tuvo la idea…, es decir —Harry le había lanzado una mirada furibunda—, yo tuve la idea
Hubo risitas.
de que sería conveniente que la gente que quisiera estudiar Defensa Contra las Artes Oscuras, o sea, estudiar de verdad, ya sabéis, y no esas chorradas que nos hace leer la profesora Umbridge —de repente la voz de Hermione se volvió mucho más potente y segura—, porque a eso no se le puede llamar Defensa Contra las Artes Oscuras —«Eso, eso», dijo Anthony Goldstein, y su comentario animó a Hermione—
Goldstein le sonrió a Hermione, que sonrió de vuelta.
… Bueno, creí que estaría bien que nosotros tomáramos cartas en el asunto. —Hizo una pausa, miró de reojo a Harry y prosiguió—: Y con eso quiero decir aprender a defendernos como es debido, no sólo en teoría, sino poniendo en práctica los hechizos…
— ¿Alguien más ha notado… — dijo de pronto una chica de séptimo, —… que no hay ningún Slytherin en esa reunión?
— ¿Qué Slytherin habría querido ir? — bufó Pansy.
— Yo — respondió Daphne con calma. Pansy se quedó mirándola como si estuviera loca.
— ¿Cómo dices?
— Me gustaría aprender a hacer un patronus — dijo Daphne, encogiéndose de hombros. — No suena nada mal lo de tener clases particulares de defensa.
— ¡Pero el profesor es Potter! — replico Pansy.
— Me da igual. No tengo nada en su contra — contestó Daphne. Pansy se quedó como si le hubieran dado una bofetada.
Harry no conocía muy bien a Daphne, pero debía admitir que, para ser de Slytherin, no le caía nada mal.
—Pero supongo que también querrás aprobar el TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿no? —la interrumpió Michael Corner.
—Por supuesto. Pero también quiero estar debidamente entrenada en defensa porque… porque… —inspiró hondo y terminó la frase— porque lord Voldemort ha vuelto.
El comedor se quedó en silencio. La rotundidad de esa frase y el tener la certeza de que era cierta hacían que se sintiera tan pesada como un saco de piedras sobre sus hombros.
La reacción de su público fue inmediata y predecible. La amiga de Cho soltó un grito y derramó un chorro de cerveza de mantequilla;
Marietta se puso roja.
Terry Boot dio una especie de respingo involuntario; Padma Patil se estremeció y Neville soltó un extraño chillido que consiguió transformar en una tos. Todos, sin embargo, miraban fijamente, casi con avidez, a Harry.
Neville también se había sonrojado, pero nadie le dijo nada en tono de burla.
—Bueno, pues ése es el plan —concluyó Hermione—. Si queréis uniros a nosotros, tenemos que decidir dónde vamos a…
—¿Qué pruebas tenéis de que Quien-vosotros-sabéis ha regresado? —preguntó el jugador rubio de Hufflepuff con tono bastante agresivo.
— ¿Por qué les habla de ese modo? — se quejó Lisa Turpin. — Qué maleducado.
—Bueno, Dumbledore lo cree… —empezó a decir Hermione.
—Querrás decir que Dumbledore le cree a él —aclaró el muchacho rubio señalando a Harry con la cabeza.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Ron con brusquedad.
—Zacharias Smith —contestó él—, y creo que tenemos derecho a saber qué es exactamente lo que os permite afirmar que Quien-tú-sabes ha regresado.
— Ya me cae mal — dijo una chica de tercero. Zacharias parecía bastante incómodo.
—Mira —intervino Hermione con rapidez—, ése no es el tema de esta reunión…
—Déjalo, Hermione —dijo Harry, que acababa de comprender por qué había acudido tanta gente a la convocatoria.
Pensó que Hermione debería haberlo previsto. Algunos de sus compañeros, quizá incluso la mayoría, habían ido a Cabeza de Puerco con la esperanza de oír la historia de Harry contada por su protagonista.
— No lo niego — dijo Zacharias Smith. A la defensiva, añadió: — Pero no fui el único. Solo fui el que se atrevió a decir algo en voz alta.
— Algunos fuimos a la reunión creyendo en las palabras de Potter. No nos metas a todos en el mismo saco — dijo Ernie.
—¿Quieres saber qué es exactamente lo que me permite afirmar que Quien-tú-sabes ha regresado? —preguntó mirando a los ojos a Zacharias—. Yo lo vi. El año pasado, Dumbledore le contó al colegio en pleno lo que había ocurrido, pero si tú no lo creíste, no me creerás a mí, y no pienso malgastar una tarde intentando convencer a nadie.
— Muy bien dicho, sí señor — aplaudió Hagrid.
El grupo en su totalidad había contenido la respiración mientras Harry hablaba, y él tuvo la impresión de que hasta el camarero, que seguía secando el mismo vaso con el trapo mugriento y lo ensuciaba aún más, lo escuchaba.
— Era más que probable — dijo Sirius.
— A mí no me cabe la menor duda — comentó Lupin con una sonrisa.
A continuación Zacharias dijo desdeñosamente:
—Lo único que nos contó Dumbledore el año pasado fue que Quien-tú-sabes había matado a Cedric Diggory y que tú habías llevado el cadáver a Hogwarts. No nos contó los detalles ni nos dijo cómo habían matado a Diggory, y creo que a todos nos gustaría saber…
— Claro que a todo el mundo le gustaría saber los detalles, pero eso no significa que tengamos derecho a saberlos — resopló Padma.
— ¿Y ahora qué más da? — se defendió Zacharias. — Ya lo sabemos todo. Nos lo podían haber contado desde el principio. Y sigo pensando que, si en vez de leer todo esto nos dijeran directamente cómo impedir que Quien-Tú-Sabes gane, ahorraríamos mucho tiempo.
En eso, Harry no podía evitar estar de acuerdo.
—Si has venido a oír un relato detallado de cómo mata Voldemort, no puedo ayudarte —lo interrumpió Harry. Su genio, que últimamente estaba siempre muy a flor de piel, volvía a descontrolarse. No apartó los ojos del agresivo rostro de Zacharias Smith, y estaba decidido a no mirar a Cho—. No voy a hablar de Cedric Diggory, ¿de acuerdo? De modo que si es a eso a lo que has venido aquí, ya puedes marcharte.
Amos Diggory seguía con los ojos fijos en el suelo. A Harry le habría encantado saber qué pensaba, aunque tenía la sospecha de que no le habrían gustado mucho sus pensamientos.
Y entonces lanzó una airada mirada a Hermione. Ella tenía la culpa de aquella situación; ella había decidido exhibirlo como si fuera un monstruo de feria, y por eso todos habían ido a comprobar lo descabellada que era su historia.
— No era mi intención — exclamó Hermione, dolida. — Y lo sabes, Harry. Nunca quise exhibirte, ¡ni mucho menos!
Harry lo sabía, por supuesto, pero debía admitir que aquella encerrona había dolido un poco.
Pero ninguno de sus compañeros se levantó de la silla, ni siquiera Zacharias Smith, aunque siguió contemplando a Harry.
— ¿Por qué no te fuiste? — le preguntó a Smith un chico de tercero.
Zacharias pareció dudar sobre si contestar o no, pero acabó diciendo:
— La respuesta de Potter parecía genuina. Y me daba curiosidad saber a dónde llevaría todo ese asunto del grupo de defensa.
—Bueno —saltó Hermione con voz chillona—. Bueno…, como iba diciendo…, si queréis aprender defensa, tenemos que decidir cómo vamos a hacerlo, con qué frecuencia vamos a reunimos y dónde vamos a…
—¿Es verdad —la interrumpió la chica de la larga trenza, mirando a Harry— que puedes hacer aparecer un patronus?
— Esas son las preguntas que teníais que hacerle — dijo Charlie, sonriente. — ¿Quién lo preguntó?
Harry señaló a Susan Bones, que saludó con timidez.
Un murmullo de interés recorrió el grupo.
—Sí —contestó Harry poniéndose a la defensiva.
—¿Un patronus corpóreo?
Esa frase le sonaba de algo a Harry…
— A mí también — dijo Neville, sorprendido.
—Oye, ¿tú conoces a la señora Bones? —le preguntó.
—Es mi tía —dijo la chica sonriendo—. Me llamo Susan Bones. Me contó lo de la vista.
— ¡Ah! — exclamó Neville al recordarlo. Algunos rieron y el chico se ruborizó.
Bueno, ¿es verdad o no? ¿Sabes hacer aparecer un patronus con forma de ciervo?
—Sí.
—¡Caramba, Harry! —exclamó Lee, que parecía muy impresionado—. ¡No lo sabía!
— Ni tú ni prácticamente nadie — dijo Angelina.
—Mi madre hizo prometer a Ron que no lo contaría —intervino Fred dirigiéndole una sonrisa a Harry—. Dijo que ya atraías suficiente atención.
Harry le agradeció a la señora Weasley con la mirada.
—Está en lo cierto —murmuró Harry, y un par de personas rieron.
— Eso sin duda — dijo George.
La bruja del velo negro que estaba sentada sola en un rincón se movió un poco en la silla.
— ¿La bruja es relevante para algo? — preguntó Justin de pronto. — Ya la han mencionado varias veces.
— Te lo he dicho ya — resopló Ernie, exasperado. — ¡Déjate las teorías conspiranoicas! No todo es importante en los libros.
— Pero ya le han hecho referencia varias veces — insistió Justin. — Seguro que es un mortífago escondido, como Moody.
— ¿Tiene que ser un mortífago? — preguntó Susan. — Quizá sea alguien importante, pero no tiene por qué ser malvado, ¿no?
— Si no es malo, ¿qué hace en Cabeza de Puerco? — replicó Justin.
—¿Y mataste un basilisco con esa espada que hay en el despacho de Dumbledore? —inquirió Terry Boot—. Eso fue lo que me dijo uno de los retratos de la pared cuando estuve allí el año pasado…
—Pues sí, es verdad… —admitió Harry.
— ¡Así que varios de vosotros sabíais lo de la espada! — chilló una chica de segundo.
— No es lo mismo saberlo que escucharlo con todo detalle — respondió Colin. — Pero sí, algo sabíamos.
Justin Finch-Fletchley soltó un silbido; los hermanos Creevey se miraron atemorizados y Lavender Brown exclamó «¡Ahí va!» en voz baja. A Harry empezaron a entrarle calores; seguía empeñado en mirar a cualquier sitio menos a Cho.
Muchos se echaron a reír. Harry no podía esperar a que llegara el momento en el que dejaran de hacerse referencia a sus sentimientos por Cho, porque creía que se moría de la vergüenza. Además, estaba el hecho de que ya no le gustaba, cosa que el resto del colegio no sabía.
Igual que tampoco sabían que ahora le gustaba Ginny...
Obligó a su cerebro a concentrarse en la lectura, porque no quería pensar en ello. Sus posibilidades con Ginny gran más inexistentes de lo que habían sido nunca las posibilidades con Cho. Y, por si fuera poco, tenía que tener cuenta que era la hermanita de Ron... y la hija menor de la familia que prácticamente lo había acogido con los brazos abiertos.
—Y en primero —dijo Neville dirigiéndose al grupo— salvó la Piedra Filológica…
— ¿Filoqué? — rió Lee. Neville parecía avergonzado.
—Filosofal —lo corrigió Hermione.
—Eso, sí…, de Quien-vosotros-sabéis —concluyó Neville.
— Además de pasar un montón de pruebas peligrosas — añadió Colin con emoción.
— La mayoría las pasaron Ron y Hermione — le recordó Harry. — El ajedrez fue cosa de Ron, y yo no habría podido superar la prueba de las pociones sin Hermione.
— Hacéis un gran equipo — sonrió Alicia.
Hannah Abbott tenía los ojos redondos como galeones.
Varias personas rieron. Ella parecía abochornada, pero también divertida.
—Por no mencionar —intervino Cho, y a Harry se le desviaron los ojos hacia ella, que lo miraba sonriente, y volvió a darle un vuelco el corazón—
Medio comedor volvió a reír con ganas y Harry tuvo la certeza de que, antes de que terminaran de leer la dichosa reunión, moriría por combustión espontánea a causa de la vergüenza.
las pruebas que tuvo que superar en el Torneo de los tres magos el año pasado: se enfrentó a dragones, a la gente del agua, a las acromántulas y a todo tipo de cosas…
Los impresionados asistentes emitieron un murmullo de aprobación que recorrió la mesa.
— No sé de qué se sorprenden, si todo eso último ya lo sabíamos — dijo un chico de Hufflepuff.
Harry se moría de vergüenza e intentaba controlar la expresión de su rostro para que no pareciera que estaba demasiado satisfecho de sí mismo.
Algunos rieron.
— No me imagino lo incómodo que debe ser eso — dijo Dean.
El hecho de que Cho acabara de elogiarlo hacía que le resultara mucho más difícil decir a sus compañeros lo que se había propuesto explicar.
Hubo silbidos y risitas. Los ojos de Harry se centraron involuntariamente en Ginny, cuya expresión era de completa neutralidad. Sintiéndose un poco decepcionado (y muy estúpido), volvió a prestar atención a la lectura.
—Mirad —dijo sobreponiéndose, y todos callaron al instante—, no… no quisiera pecar de falsa modestia ni nada parecido, pero… en todas esas ocasiones conté con ayuda…
—Con el dragón no —saltó Michael Corner—. Aquello fue un vuelo excepcional…
Se oyeron murmullos y alguna risita aislada.
— Es impresionante lo que cambian las cosas de un día para otro — comentó Luna. — ¿No fue con Corner con quien tuviste una pelea a puñetazos el otro día, Harry?
Harry miro de reojo a Corner. Tenía la mandíbula apretada y trataba con todas sus fuerzas de mantener la cara de póker, pero era obvio lo incómodo que estaba y el rencor que todavía guardaba contra Harry.
— Así fue — respondió Ginny cuando vio que Harry no iba a hacerlo. Corner se quedó mirándola, pero Ginny lo ignoró olímpicamente.
—Sí, bueno… —cedió Harry creyendo que sería una grosería no admitirlo.
Algunos asintieron.
—Y tampoco te ayudó nadie a librarte de los dementores este verano —aportó Susan Bones.
— Al contrario, su primo se lo puso aún más complicado — dijo una chica de Ravenclaw.
—No —reconoció Harry—. De acuerdo, ya sé que algunas cosas las conseguí sin ayuda, pero lo que intento haceros entender es…
—¿Intentas escabullirte y no enseñarnos a hacer nada de eso? —sugirió Zacharias Smith.
— Qué actitud tan hoguible — bufó Fleur. Zacharias se ruborizó intensamente.
—Oye, tú —dijo Ron en voz alta antes de que Harry pudiera contestar—, ¿por qué no cierras el pico?
— Bien dicho — lo vitorearon varios Gryffindor.
Ron, que estaba perdiendo la paciencia, miraba a Zacharias como si estuviera deseando pegarle un puñetazo.
— Es que se lo está ganando — resopló George. Zacharias lo miró mal.
El chico se ruborizó y se defendió diciendo:
—Hemos venido aquí a aprender de él y ahora resulta que en realidad no puede hacer nada…
—Harry no ha dicho eso —gruñó Fred.
—¿Quieres que te limpiemos las orejas? —le preguntó George sacando un largo instrumento metálico de aspecto mortífero de la bolsa de Zonko.
—O cualquier otra parte del cuerpo. De verdad, no tenemos manías —añadió Fred.
La señora Weasley no regañó a los gemelos, aunque sí que les lanzó una mirada de advertencia. Muchos en el comedor reían.
—Sí, bueno… —los interrumpió Hermione—. Siguiendo con lo que decíamos… Lo que importa es: ¿estamos de acuerdo en que queremos que Harry nos dé clases?
Hubo un murmullo general de aprobación. Zacharias se cruzó de brazos y no dijo nada, aunque quizá fuera porque estaba demasiado ocupado vigilando el instrumento que Fred tenía en la mano.
— Vaya cobarde — rió Wood.
— De eso nada — replicó Smith, cuyas mejillas seguían de un tono rosado intenso.
—Muy bien —dijo Hermione, que pareció aliviada al comprobar que al menos se habían puesto de acuerdo en algo—. Entonces, la siguiente pregunta es con qué frecuencia queremos reunimos. Creo que, como mínimo, deberíamos reunimos una vez por semana…
— ¡Una por semana! — exclamó Umbridge. — No me lo puedo creer.
— Calma, Dolores. Probablemente no lo consiguieran — dijo Fudge. Sonaba cansado. — Y, aunque lo hicieran, apenas han pasado un par de meses. No es para tanto.
Umbridge reaccionó como si le acabaran de decir que el mundo se acababa en dos días.
—Ministro…
Pero Fudge no parecía dispuesto a seguir escuchándola.
—Un momento —terció Angelina—, tenemos que asegurarnos de que esto no interferirá con nuestros entrenamientos de quidditch.
—Eso —coincidió Cho—. Ni con los nuestros.
—Ni con los nuestros —añadió Zacharias Smith.
— Hay gente de las tres casas — dijo un Slytherin de primero. — Menos de la nuestra.
— La culpa es de Malfoy y sus amigos — se quejó otro chico, este de segundo. — Siempre tratan mal a Potter. ¿Por qué iba a tenernos en cuenta para las clases de defensa si todos los Slytherin con los que habla son unos imbéciles?
— Retira eso, Puddington — le espetó Malfoy. El chico se le quedó mirando con desdén y no dijo nada más. Era lo suficientemente valiente para insultar a Malfoy y no pedir perdón, pero no como para hacerlo una segunda vez.
—Estoy segura de que podremos encontrar una noche que le vaya bien a todo el mundo —afirmó Hermione impacientándose un poco—, pero pensad que esto es muy importante, estamos hablando de aprender solos a defendernos de Vo-Voldemort y de los mortífagos…
— Pero el quidditch también es importante — dijo Angelina.
— ¿Te ha vuelto a poseer el espíritu de Oliver? — preguntó Alicia. Angelina respondió dándole un codazo, al tiempo que Wood se reía.
—¡Así se habla! —bramó Ernie Macmillan. A Harry le sorprendía que hubiera tardado tanto en hablar—.
Se oyeron risas por todo el comedor. Ernie parecía haber aceptado su fama de parlanchín y no se ofendió
Personalmente creo que lo que intentamos es muy importante, con seguridad lo más importante que haremos este curso, más incluso que los TIMOS. —Miró a su alrededor con gesto imponente, como si esperara que los demás gritaran «¡No exageres!». Pero como nadie dijo nada, prosiguió—:
— Nadie dijo nada porque es verdad — habló Dean. — Los exámenes siempre se pueden repetir, pero no si la has palmado antes de hacerlos porque a un loco le ha dado por asesinar a todos los que no piensen como él.
Personalmente no me explico cómo el Ministerio nos ha endilgado una profesora tan inepta en este periodo tan crítico. Es evidente que no quieren aceptar que Quien-vosotros-sabéis ha regresado, pero ponernos una profesora que intenta deliberadamente impedir que utilicemos hechizos defensivos…
La profesora Umbridge jadeó y se quedó mirando a Ernie con rabia. El chico, nada acostumbrado a recibir ese tipo de miradas, se puso tan nervioso que empezó a ajustarse la corbata compulsivamente.
—Creemos que la razón por la que Umbridge no quiere entrenarnos en Defensa Contra las Artes Oscuras —explicó Hermione— es que se le ha metido en la cabeza la idea de que Dumbledore podría utilizar a los estudiantes del colegio como una especie de ejército privado. Cree que podría movilizarlos para enfrentarse al Ministerio.
— Y así era — dijo Sirius en voz alta. — ¿O me equivoco, ministro?
Fudge hizo una mueca y no contestó. Umbridge parecía indignada porque Sirius se hubiera atrevido a hablarle a Fudge.
Aquella noticia sorprendió a casi todos; a casi todos excepto a Luna Lovegood, que soltó:
—Bueno, es lógico. Al fin y al cabo, Cornelius Fudge tiene su propio ejército privado.
— Oh, por Merlín — bufó Fudge.
—¿Qué? —saltó Harry, absolutamente desconcertado por aquella inesperada información.
—Sí, tiene un ejército de heliópatas —afirmó Luna con solemnidad.
— ¿Qué es un heliópata? — preguntó un Hufflepuff de primero.
— Ni idea — admitió un amigo suyo.
—Eso no es cierto —le espetó Hermione.
—Claro que sí —la contradijo Luna.
—¿Qué son heliópatas? —preguntó Neville, perplejo.
—Son espíritus de fuego —contestó Luna, y sus saltones ojos se abrieron aún más, haciéndola parecer más chiflada que nunca—,
Entre el mar de risas, Harry le pidió perdón en voz baja a Luna. La chica no parecía especialmente ofendida por el comentarlo de chiflada, pero sí por la respuesta de Hermione.
— Mantengo lo que dije ese día — dijo rotundamente. Hermione puso los ojos en blanco.
unas enormes criaturas llameantes que galopan por la tierra quemando cuanto encuentran a su paso…
—No existen, Neville —aseguró Hermione de manera cortante.
—¡Claro que existen! —insistió Luna, furiosa.
— No existen — farfulló Fudge. — Os lo puedo asegurar.
Luna lo miraba con desconfianza.
—Lo siento, pero ¿qué pruebas hay de que existan? —le preguntó Hermione.
—Hay muchísimos testimonios oculares. Que tú tengas una mentalidad tan cerrada que necesites que te lo pongan todo delante de las narices para que…
— ¡Lovegood se ha cabreado! — exclamó un chico de cuarto.
—Ejem, ejem —carraspeó Ginny imitando a la perfección a la profesora Umbridge; varios estudiantes giraron la cabeza, asustados, y luego rieron—. ¿No estábamos intentando decidir cuántas veces nos íbamos a reunir para dar clase de defensa?
— ¿Has practicado para imitarla? — preguntó Harry. — Te sale demasiado bien.
— Qué va — rió Ginny. — Bueno, solo un poco. Quería asustar a Fred y George.
—Sí —se apresuró a confirmar Hermione—, exacto. Tienes razón, Ginny.
—Bueno, a mí una vez por semana no me parece mal —opinó Lee Jordan.
—Siempre que… —empezó a decir Angelina.
—Sí, sí, ya sabemos lo del quidditch —concedió Hermione con voz tensa—. Bueno, la otra cosa que queda por decidir es dónde vamos a reunimos…
Los profesores escuchaban ahora con más atención. El lugar de reunión todavía era alto secreto.
Aquello era mucho más difícil, y el grupo se quedó callado.
—¿En la biblioteca? —propuso Katie Bell tras un largo silencio.
—No creo que la señora Pince se ponga muy contenta si nos ve haciendo hechizos en la biblioteca —comentó Harry.
— Oh, desde luego que no — bufó la señora Pince. A Harry se le hizo raro oírla, ya que apenas había dicho palabra desde que comenzaron a leer. Estaba sentada en una esquina, cerca de Filch, y parecía desear que la lectura terminara.
—¿Y en algún aula que no se utilice? —sugirió Dean.
—Sí —afirmó Ron—. Quizá la profesora McGonagall nos deje la suya. Nos la prestó cuando Harry tenía que practicar para el Torneo de los tres magos.
— No es lo mismo — dijo la profesora McGonagall. — Aunque, por supuesto, os habría ayudado en lo posible si me lo hubierais dicho.
Pero Harry estaba seguro de que esa vez la profesora McGonagall no sería tan complaciente. Pese al convencimiento de Hermione de que los grupos de estudio y trabajo estaban permitidos, él tenía la impresión de que considerarían aquél excesivamente subversivo.
— Hasta Potter lo admite — bufó Umbridge.
—Bueno, ya buscaremos un sitio —dijo Hermione—. Cuando tengamos el sitio y la hora de la primera reunión os enviaremos un mensaje a todos. —Rebuscó en su mochila, sacó un rollo de pergamino y una pluma y vaciló un momento, como si estuviera armándose de valor para decir algo—. Creo que ahora cada uno debería escribir su nombre, para que sepamos que ha estado aquí. Pero también creo —añadió inspirando hondo— que todos deberíamos comprometernos a no ir por ahí contando lo que estamos haciendo. De modo que si firmáis, os comprometéis a no hablar de esto ni con la profesora Umbridge ni con nadie.
— ¡Ahí fue! — exclamó Marietta. — Nos maldijo cuando escribimos en el pergamino.
— ¡Y dale! ¡Que no fue una maldición! — Hermione estaba enfadada. — Y te recuerdo que nadie te obligó a firmar.
Fred cogió el pergamino y, decidido, firmó en él, pero Harry se fijó enseguida en que varias personas no parecían muy dispuestas a poner su nombre en la lista.
— No me sorprende — dijo Bill. — Si esa lista se hubiera perdido por ahí, podríais haberos metido en un buen lío.
—Esto… —empezó Zacharias con lentitud, y no cogió el pergamino que George intentaba pasarle—. Bueno…, estoy seguro de que Ernie me dirá cuándo es la reunión.
Pero Ernie tampoco parecía muy decidido a firmar.
— Par de cobardes — dijo una alumna de sexto. Ambos chicos parecieron avergonzados.
Hermione lo miró arqueando las cejas.
—Es que… ¡somos prefectos! —dijo Ernie—. Y si alguien encontrara esta lista… Bueno, quiero decir que… ya lo has dicho tú misma, si se entera la profesora Umbridge…
—Acabas de decir que haber formado este grupo es la cosa más importante de este curso —le recordó Harry.
— Eso, eso — rió Charlie.
—Sí, ya… —repuso Ernie—. Sí, y lo creo, pero…
—Ernie, ¿de verdad piensas que voy a dejar esta lista por ahí? —le preguntó Hermione con irritación.
—No. No, claro que no —contestó Ernie un poco aliviado—. Yo…, sí, claro que firmo.
— No me juzguéis — dijo Ernie con voz seca. — Sabéis que muchos de vosotros ni siquiera habríais ido a la reunión si os hubieran invitado.
Después de Ernie nadie puso reparos, aunque Harry vio que la amiga de Cho la miraba con reproche antes de escribir su nombre.
También la miraba con reproche en el presente.
Cuando hubo firmado el último, Zacharias, Hermione cogió el pergamino y lo guardó con cuidado en su mochila. En ese momento, el grupo experimentaba una sensación extraña. Era como si acabaran de firmar una especie de contrato.
— Es que lo habían firmado, en cierto modo — admitió Hermione. — Teníamos que asegurarnos de que el secreto estaba a salvo.
Los miembros del E.D. cada vez sentían más curiosidad por el tema, excepto Marietta, que había decidido que Hermione había echado una maldición sobre todos y no tenía pinta de estar dispuesta a cambiar de opinión.
—Bueno, el tiempo pasa —dijo Fred con decisión, y se puso en pie—. George, Lee y yo tenemos que comprar unos artículos delicados. Ya nos veremos más tarde.
— ¿Delicado? — preguntó su madre.
— Para hacer más artículos para la tienda — replicó Fred.
Su madre no dijo nada, lo que demostraba su nueva actitud hacia los planes de sus hijos. Parecía que su decisión de apoyar la apertura de la tienda iba en serio.
Los demás estudiantes se marcharon también en grupos de dos y de tres. Cho se entretuvo mucho cerrando el broche de su mochila antes de marcharse, mientras la larga y oscura melena le oscilaba y le tapaba la cara;
— Así que te fijaste en su oscura y larga melena, ¿eh, Potter? — se burló McLaggen.
— Estoy segura de que Chang estaba esperando a propósito para intentar quedarse a solas con Potter — dijo una chica entre risitas.
pero su amiga la esperaba con los brazos cruzados, chasqueando la lengua, así que Cho no tuvo más remedio que irse con ella. Cuando ambas llegaron a la puerta, Cho se volvió y se despidió de Harry con la mano.
— Yo también me despedí con la mano, pero creo que a Harry le dio un poco igual — dijo Dean.
— Es que tu larga y oscura melena no oscila con el viento — replicó Seamus. Harry los fulminó con la mirada mientras ambos se echaban a reír.
—Bueno, creo que ha ido muy bien —opinó Hermione alegremente unos momentos más tarde, mientras ella, Harry y Ron salían de Cabeza de Puerco a la intensa luz de la mañana. Harry y Ron llevaban en la mano sus botellas de cerveza de mantequilla.
—Ese Zacharias es un cretino —dijo Ron mirando con rabia a Smith, que iba delante de ellos, apenas distinguible en la distancia.
— A mí tampoco me agradas, Weasley — dijo Zacharias con desgana.
—A mí tampoco me cae muy bien —admitió Hermione—, pero me oyó hablar con Ernie y Hannah en la mesa de Hufflepuff y parecía muy interesado en venir. ¿Qué querías que hiciera?
— Habría ido de todos modos — les informó el chico. — Os escuché decir el lugar de la quedada.
— Qué pesado eres — se quejó una chica de tercero.
Y en realidad, cuantos más seamos, mejor. Mira, Michael Corner y sus amigos no habrían venido si él no estuviera saliendo con Ginny…
Todas las miradas se fueron a Ginny y a Corner, que parecía muy incómodo.
Ron, que estaba bebiéndose las últimas gotas de cerveza de mantequilla de su botella, se atragantó y derramó toda la que tenía en la boca.
—¿Saliendo CON QUIÉN? —gritó. Tenía las orejas ardiendo—. ¿Que está saliendo con… que mi hermana está saliendo con…? ¿Ginny sale con Michael Corner?
— Por favor — bufó Ginny. — Ni que te hubieran dicho que iba a casarme.
— Me lo tenías que haber contado tú — replicó Ron. — Y además… ¿Corner? ¿En serio?
Ginny le dio un golpe en el brazo.
—Bueno, creo que por eso han venido él y sus amigos. Les interesa aprender defensa, desde luego, pero si Ginny no le hubiera contado a Michael lo que estaba…
—¿Desde cuándo salen juntos?
—Se conocieron el año pasado en el baile de Navidad y a final de curso empezaron a salir —explicó Hermione con serenidad.
La gente escuchaba con mucho interés. Parvati y Lavender prestaban más atención que nunca.
Habían llegado a la calle principal, y Hermione se detuvo frente a La Casa de las Plumas, en cuyo escaparate había una hermosa exposición de plumas de faisán—. Humm… Me encantaría comprarme una pluma nueva.
Y entonces Hermione entró en la tienda y Harry y Ron la siguieron.
—¿Quién de ellos era Michael Corner? —preguntó éste, furioso.
—El moreno —contestó Hermione.
— Y sigue el interrogatorio — suspiró Angelina.
—No me ha caído bien —dijo Ron de inmediato.
—No me sorprende —respondió Hermione por lo bajo.
Corner miró mal a Ron, que devolvió la mirada con tanta intensidad como pudo.
—Pero ¡si yo creía que a Ginny le gustaba Harry! —comentó Ron mientras seguía a Hermione por delante de una hilera de plumas expuestas en tarros de cobre.
— Yo también — admitió una chica de tercero. Varias voces más se unieron al sentimiento.
— ¡En el segundo libro le gustaba! — exclamó un chico de segundo.
— Pero vamos ya por el quinto — replicó Hannah. — Han pasado años.
Hermione lo miró con desdén y movió la cabeza negativamente.
—A Ginny le gustaba Harry, pero se le pasó hace meses. No es que no le caigas bien, Harry… —aclaró, mirando a su amigo mientras examinaba una larga pluma negra y dorada.
Harry no quiso mirar a nadie en ese momento, porque temía que, si lo hacía, verían a través de él y sabrían que ese dato ya no le hacía ni pizca de gracia. De hecho, dolía...
Harry, que todavía tenía vivo en la memoria el gesto de despedida de Cho, no encontraba aquel tema tan interesante como Ron, que temblaba de indignación;
Involuntariamente, Harry soltó un bufido.
— ¿Qué pasa? — preguntó Ron.
— Oh, nada — respondió Harry de inmediato. No podía decirle lo irónico que resultaba escucharse a sí mismo pasando de Ginny y pensando en Cho cuando, en el presente, sus sentimientos eran totalmente los contrarios.
pero la cuestión le hizo pensar en algo que hasta entonces había pasado por alto.
—¿Por eso ahora me habla? —le preguntó a Hermione—. Antes nunca abría la boca delante de mí.
—Exacto —confirmó Hermione—. Sí, creo que me quedaré ésta…
Algunas personas reían. Ginny no parecía muy avergonzada, aunque a Harry le pareció que estaba algo tensa.
Fue al mostrador y pagó quince sickles y dos knuts mientras Ron seguía respirando con agitación.
—Ron —dijo Hermione con severidad, y se dio la vuelta y le dio un pisotón—, por eso precisamente Ginny no te ha dicho que sale con Michael, porque sabía que te lo tomarías mal. Así que haz el favor de no insistir en el tema.
— Exacto — dijo Ginny. — Reaccionaste exactamente como pensé que lo harías. Eres muy predecible.
Ron jadeó.
— No habría reaccionado así si no me hubiera encontrado el pastel por sorpresa.
Ginny rodó los ojos y no contestó.
—¿Qué quieres decir? ¿Quién se lo toma mal? Yo no voy a insistir en nada… — continuó mascullando Ron cuando salieron a la calle.
Algunos reían. Otros miraban a Ron con exasperación, grupo al que pertenecía Hermione.
Hermione miró a Harry y puso los ojos en blanco, y luego, en voz baja, mientras Ron seguía despotricando contra Michael Corner, dijo:
—Y hablando de Michael y Ginny… ¿Qué tal Cho y tú?
Harry gimió al mismo tiempo que buena parte del comedor volvía a silbar y a reír.
—¿Qué quieres decir? —saltó Harry, que tuvo la sensación de que estaba lleno de agua hirviendo. La cara le ardía a pesar del frío. ¿Tan evidente era?
— Oh, venga ya — Harry se tapó la cara con las manos. Las risas eran cada vez más estridentes y se le clavaban en el cerebro como puñales. No quiso mirar a Cho, ni a Ginny, ni a absolutamente nadie.
—Bueno —dijo Hermione sonriendo—, no te ha quitado los ojos de encima, ¿no?
Los silbidos fueron acompañados de un potente "Uuuuuuuh" y de muchas risas. Harry se atrevió a mirar y vio que Cho estaba roja como un tomate y que, a su lado, Marietta tenía cara de pocos amigos.
Hasta entonces, Harry nunca se había fijado en lo bonito que era el pueblo de Hogsmeade.
— Así acaba — anunció la niña de primero mientras muchos aplaudían entre risas y silbidos sugerentes.
— ¡Vaya final! — exclamó Demelza. — Si Potter y Chang no acaban juntos después de todo esto, ¡me como mi sombrero!
Ginny soltó un pequeño bufido. En ese momento, Dumbledore se levantó y, con una sonrisa, se dirigió a todo el colegio:
— Ya es hora de comer. Hagamos un descanso y nos vemos dentro de una hora.