jueves, 25 de agosto de 2022

Leyendo la orden del fénix, capítulo 15

 La suma inquisidora de Hogwarts:


— Eso es porque Harry es su propia persona — habló la señora Weasley. — Y harías bien en recordarlo de vez en cuando.

Sirius la miró mal.

Harry, que no deseaba que esos dos volvieran a pelearse, decidió interrumpir y cambiar de tema.

— ¿Cómo se llama el siguiente capítulo? — preguntó en voz alta. No le interesaba lo más mínimo, pero todo fuera por desviar la atención del colegio.

— Pues… — Summerby pasó de página y leyó: — La Suma Inquisidora de Hogwarts.

Hubo un murmullo de interés. Harry, por su parte, suspiró de alivio. Si iban a centrarse en Umbridge y en su estúpida misión de evaluar a todos los profesores, quizá podría tener un respiro por primera vez en toda la mañana. Deseaba que no se hablara ni de sus castigos, ni de la dichosa pluma.

Pero, sobre todo, lo que deseaba era que se leyera el futuro de una vez por todas. No podía quedar mucho y, aun así, le parecía tan lejano...

Creyeron que a la mañana siguiente tendrían que repasar El Profeta de Hermione de arriba abajo para encontrar el artículo que Percy mencionaba en su carta.

Harry se sobresaltó. Había estado tan metido en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que Dumbledore ya había escogido a otro alumno para leer. Se trataba de otro chico de Hufflepuff, o quizá de Ravenclaw. El chico se había quitado la corbata del uniforme y el escudo de su túnica estaba cubierto por una enorme chapa de Las Brujas de Macbeth. McGonagall le lanzaba miradas reprobatorias.

Sin embargo, cuando la lechuza que se lo había llevado acababa de levantar el vuelo desde la jarra de leche, Hermione soltó un grito ahogado y puso el periódico sobre la mesa para enseñar a sus amigos una gran fotografía de Dolores Umbridge que lucía una amplia sonrisa en los labios y pestañeaba lentamente

Harry se estremeció. No fue el único.

bajo el siguiente titular:

EL MINISTERIO EMPRENDE LA REFORMA EDUCATIVA Y NOMBRA A DOLORESUMBRIDGE PRIMERA SUMA INQUISIDORA

— Recuerdo ese artículo — suspiró Lavender.

¿La profesora Umbridge «Suma Inquisidora»? —repitió Harry, desconcertado. La tostada que estaba comiendo se le cayó de los dedos—. ¿Qué significa eso?

A pesar de todo lo que había sucedido, la profesora pareció orgullosa durante un instante.

Hermione leyó en voz alta:

Anoche el Ministerio de Magia tomó una decisión inesperada y aprobó una nueva ley con la que alcanzará un nivel de control sin precedentes sobre el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

— Eso es lo único que les importa: el control — resopló Tonks, indignada.

Varios alumnos le dieron la razón, y Harry notó cómo la expresión de Fudge se tornaba agria una vez más.

«Hace tiempo que el ministro está preocupado por los sucesos ocurridos en Hogwarts —explicó el asistente del ministro, Percy Weasley—. Y el paso que acaba de dar ha sido la respuesta a la preocupación manifestada por muchos padres angustiados respecto a la orientación que está tomando el colegio, una orientación con la que no están de acuerdo.»

— ¿De verdad había tantos padres angustiados? — preguntó una chica de tercero. — Los míos están la mar de tranquilos.

— Hay más de los que puede parecer — replicó Terry Boot. — Hay menos alumnos este año, ¿no lo has notado?

La chica negó con la cabeza, al tiempo que varios alumnos giraban las cabezas para examinar al resto del comedor. Con tanta gente allí metida, resultaba extraño pensar que otros años había incluso más alumnos en el colegio.

No es la primera vez en las últimas semanas que el ministro, Cornelius Fudge, utiliza nuevas leyes para introducir mejoras en el colegio de magos.

— Lo de que son mejoras es discutible — murmuró Dean.

Recientemente, el 30 de agosto, se aprobó el Decreto de Enseñanza n.° 22 para asegurar que, en caso de que el actual director no pudiera nombrar a un candidato para un puesto docente, el Ministerio tuviera derecho a elegir a la persona apropiada.

«Así fue como Dolores Umbridge ocupó su actual puesto como profesora en Hogwarts —explicó Weasley anoche—. Dumbledore no encontró a nadie para impartir la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras…

— No me extraña — dijo Katie. — Todos los profesores acaban muertos, desmemoriados, despedidos…

— Eso los que no son mortífagos de incógnito o tienen a Quien-Tú-Sabes en el cogote — añadió Lee.

y por eso el ministro nombró a Dolores Umbridge, lo que ha constituido, por supuesto, un éxito inmediato…»

Hubo bufidos por todo el comedor. Fudge se encogió notablemente en su asiento.

¿Que ha sido QUÉ? —saltó Harry.

Espera, aún hay más —dijo Hermione, apesadumbrada.

«… por supuesto, un éxito inmediato porque ha revolucionado por completo el sistema de enseñanza de dicha asignatura y porque así proporciona al ministro información de primera mano sobre lo que está pasando en Hogwarts.»

— La ha revolucionado, sí, pero para peor — se quejó Dean.

El Ministerio ha formalizado esta última función con la aprobación del Decreto de Enseñanza n.° 23, que crea el nuevo cargo de Sumo Inquisidor de Hogwarts.

«De este modo se inicia una emocionante nueva fase del plan del ministro para poner remedio a lo que algunos llaman el "descenso de nivel" de Hogwarts —explicó Weasley—. El Inquisidor tendrá poderes para supervisar a sus colegas y asegurarse de que su trabajo alcance el nivel requerido. El ministro ha ofrecido este cargo a la profesora Umbridge, además del puesto docente, y estamos encantados de anunciar que ella lo ha aceptado.»

— Imagina a los padres leyendo esto — dijo Colin con una mueca. — Hablan de Umbridge como si fuera un ángel.

Eso hizo pensar a Harry en lo difícil que sería cambiar la percepción que el mundo mágico ya tenía sobre el ministerio y sobre Hogwarts. Después de todo, habían hecho falta cinco libros para convencer a los alumnos de que les habían estado engañando durante meses… ¿Cómo pensaban los encapuchados convencer al resto de la sociedad?

Las nuevas medidas adoptadas por el Ministerio han recibido el entusiasta apoyo de los padres de los alumnos de Hogwarts.

«Estoy mucho más tranquilo desde que sé que Dumbledore estará sometido a una evaluación justa y objetiva —declaró el señor Lucius Malfoy, de 41 años, en su mansión de Wiltshire—.

Hubo gemidos y quejas por todas partes.

—Por supuesto, tenía que ser Malfoy — bufó Lee Jordan.

Draco se ruborizó ligeramente, pero no dijo nada.

Muchos padres, que queremos lo mejor para nuestros hijos, estábamos preocupados por algunas de las descabelladas decisiones que ha tomado Dumbledore en los últimos años y nos alegra saber que el Ministerio controla la situación.»

— ¿Descabelladas? — repitió un chico de primero, algo escéptico.

— Bueno, contratar a Lockhart definitivamente fue muy descabellado — dijo Fred.

Entre esas «descabelladas decisiones» están sin duda los controvertidos nombramientos docentes, anteriormente descritos en este periódico, que incluyen al hombre lobo Remus Lupin, al semigigante Rubeus Hagrid y al engañoso exauror Ojoloco Moody.

— ¿Y no mencionan a Lockhart? — exclamó Ron, indignado.

Abundan los rumores, desde luego, de que Albus Dumbledore, antiguo Jefe Supremo de la Confederación Internacional de Magos y Jefe de Magos del Wizengamot, ya no está en condiciones de dirigir el prestigioso Colegio Hogwarts.

— Los rumores los empezaron ellos mismos — suspiró el señor Weasley.

Fudge evitó cruzar miradas con él.

«Creo que el nombramiento de la Inquisidora es un primer paso hacia la garantía de que Hogwarts tenga un director en quien todos podamos depositar nuestra confianza», afirmó una persona perteneciente al Ministerio.

— Si pretende ser directora, va por mal camino — resopló Lavender.

La profesora Umbridge se mantuvo en silencio, a pesar de los numerosos ataques verbales contra su persona. A Harry le habría encantado saber qué se le estaba pasando por la cabeza.

Dos de los miembros de mayor antigüedad del Wizengamot, Griselda Marchbanks y Tiberius Ogden, han dimitido como protesta ante la introducción del cargo de Inquisidor de Hogwarts.

«Hogwarts es un colegio, no un puesto de avanzada del despacho de Cornelius Fudge —afirmó la señora Marchbanks—. Esto no es más que otro lamentable intento de desacreditar a Albus Dumbledore.»

Muchos aplaudieron.

— Siempre ha habido gente que veía las cosas como eran en realidad — declaró McGonagall.

— Y menos mal — suspiró la profesora Sprout.

(En la página 17 encontrarán una detallada descripción de las presuntas vinculaciones de la señora Marchbanks con grupos subversivos de duendes.)

Esta vez, se escucharon quejas a lo largo de todo el comedor.

— ¡Eso lo han hecho a propósito para desacreditarla a ella también! — exclamó Ernie.

— Quieren desacreditar a todas las personas que defiendan a Dumbledore — bufó al mismo tiempo una chica de Ravenclaw.

Fudge estaba poniéndose de un tono verdoso algo extraño.

Hermione terminó de leer y miró a sus amigos, que estaban sentados al otro lado de la mesa.

¡Ahora ya sabemos por qué nos han puesto a esa Umbridge! ¡Fudge aprobó el Decreto de Enseñanza y nos la ha impuesto! ¡Y ahora va y le da poderes para supervisar a los otros profesores! —Hermione respiraba muy deprisa y le brillaban los ojos—. No puedo creerlo. ¡Es un escándalo!

Ya lo sé —coincidió Harry, que se miró la mano derecha, apoyada con fuerza en la mesa, y vio el débil trazo de las palabras que la profesora Umbridge le había obligado a grabarse en la piel.

Harry notó las miradas sobre él e, inconscientemente, se encogió un poco. Debía añadir el asunto de Umbridge a la lista de temas que deseaba que no volvieran a mencionarse, lista encabezada por los Dursley.

Sintió una punzada al pensar en los Dursley. ¿Seguían en el colegio? ¿Se los volvería a encontrar? ¿Estaban leyéndolo todo? Y, si era así… ¿sabían lo de la pluma de Umbridge? Seguro que estaban de acuerdo con ella.

"Deben adorarla", pensó con desánimo.

Pero en la cara de Ron estaba dibujándose una sonrisa.

¿Qué pasa? —preguntaron Harry y Hermione al mismo tiempo, observándolo.

Es que me muero de ganas de ver cómo supervisan a la profesora McGonagalldijo Ron alegremente—. Umbridge va a enterarse de lo que es bueno.

Muchos se echaron a reír. La profesora McGonagall arqueó una ceja y no dijo nada, pero a Harry le pareció que había estado a punto de sonreír.

En fin, vámonos —propuso Hermione poniéndose en pie—. Si piensa supervisar la clase de Binns, será mejor que no lleguemos tarde…

Pero la profesora Umbridge no supervisó la clase de Historia de la Magia, que fue tan aburrida como la del lunes anterior;

— Ni Umbridge quería ir a la clase de Binns — susurró Ginny.

tampoco la encontraron en la mazmorra de Snape cuando llegaron para una clase de dos horas de Pociones, en la que a Harry le devolvieron su redacción sobre el ópalo con una enorme y puntiaguda D negra estampada en una esquina superior.

Algunos rieron por lo bajo. Snape miró a Harry con sorna.

Os he puesto la nota que os habrían puesto si hubierais presentado este trabajo en vuestro TIMO —explicó Snape con una sonrisita de suficiencia mientras se paseaba entre sus alumnos devolviéndoles los deberes corregidos—. Así os haréis una idea de los resultados que podéis esperar de vuestros exámenes.

— Nos vamos a morir de asco el año que viene — se quejó un alumno de cuarto.

— O a morirnos de verdad — replicó otro en tono lúgubre.

Se hizo el silencio.

— Jason, ¿estás bien? — le preguntó una amiga suya, que sonaba preocupada.

— ¿Se os ha olvidado que Quien-Vosotros-Sabéis ha regresado? — contestó el tal Jason. Todo el comedor escuchaba. — Nada nos asegura que estos libros nos ayuden a sobrevivir. Ni siquiera hemos leído nada del futuro aún.

La estancia se llenó de murmullos de inquietud.

— ¿Falta mucho para leer el futuro? — preguntó Hannah, nerviosa.

— Ya estamos leyendo septiembre de este año — replicó Astoria Greengrass, fingiendo tranquilidad. — Entre septiembre y diciembre no pueden haber muchas cosas, ¿no?

Miró a Harry en ese momento, y buena parte del comedor la imitó.

— Es Potter — dijo McLaggen con una mueca. — Lo mismo estos meses se ha cargado a otro bicho gigante con una espada y no nos hemos enterado.

Harry se quedó pensando. Por su mente pasó el E.D., cuyos miembros ahora intercambiaban miradas significativas. También pensó en Hagrid y en los gigantes…

— No dice nada — exclamó un chico de segundo. — ¡Eso es que han pasado cosas!

— No vamos a llegar nunca al futuro — dijo Jason, abatido.

— Con tanta interrupción no, desde luego — se quejó la profesora McGonagall. — Dawson, siga leyendo.

El chico de la chapa de las Brujas de Macbeth continuó con la lectura.

Snape llegó a la parte delantera de la clase y se dio la vuelta para mirar a los alumnos—. En general, el nivel de la redacción ha sido pésimo. La mayoría de vosotros habríais suspendido si hubiera sido un examen. Espero que os esforcéis mucho más en la redacción de esta semana sobre las diferentes variedades de antídotos para veneno; si no, tendré que empezar a castigar a los burros que obtengan una D.

¿A alguien le han puesto una D? ¡Ja! —dijo Malfoy en voz baja, y entonces Snape esbozó una sonrisa de complicidad.

Varias personas se quejaron. A Harry le agradó ver que Malfoy parecía ligeramente avergonzado.

Harry se dio cuenta de que Hermione lo miraba de reojo intentando ver qué nota había tenido, así que guardó su redacción sobre el ópalo en la mochila tan rápido como pudo, pues prefería no divulgar esa información.

Se oyeron risitas aisladas. Hermione murmuró un par de excusas.

Decidido a no proporcionar un pretexto a Snape para que lo regañara en aquella clase, Harry leyó y releyó cada una de las instrucciones escritas en la pizarra como mínimo tres veces antes de ponerlas en práctica. Su solución fortificante no tenía exactamente el tono turquesa claro de la de Hermione, pero al menos era azul y no rosa como la de Neville;

Neville se ruborizó intensamente, incapaz de ignorar las risas del resto de estudiantes.

al finalizar la clase, fue hasta la mesa de Snape y se la entregó con una mezcla de alivio y desafío.

Harry y Snape cruzaron miradas durante unos instantes. Fue Snape quien apartó la vista primero.

A Harry le habría gustado mucho poder leer la mente de Snape. La forma en que lo miraba era extraña, como si algo hubiera cambiado. Lo había notado desde hacía días, pero especialmente tras leer los últimos capítulos… El profesor había parecido estar en shock y no había dejado de observarlo con una expresión rara en el rostro.

Habría imaginado que Snape se regodearía al saber que Umbridge se lo había hecho pasar tan mal. Por supuesto, Snape le daría la razón a Umbridge y le recomendaría utilizar la pluma más a menudo, hasta que el mensaje calara hondo. Quizá incluso se la pediría prestada para sus propios castigos.

Pero Snape cada vez le sorprendía más, porque no reaccionaba como Harry esperaba. Ni siquiera le había dedicado una de esas sonrisitas llenas de suficiencia, ni se había burlado de él o dicho algo que implicara que Harry había merecido lo sucedido. En resumidas cuentas, Snape no se estaba comportando como Snape, y eso a Harry le ponía muy nervioso.

Bueno, no ha ido tan mal como la semana pasada, ¿verdad? —comentó Hermione cuando subían por la escalera de la mazmorra y cruzaban el vestíbulo hacia el Gran Comedor para ir a comer—. Y los deberes tampoco están tan mal, ¿no? — Como ninguno de sus amigos contestó, Hermione insistió—: Hombre, tampoco es que esperara la nota más alta, sobre todo si Snape los ha corregido como si fueran un examen de TIMO, pero un aprobado no está mal en esta etapa, ¿no os parece?

— Qué pesada — la criticó un chico de segundo.

Hermione lo miró mal.

Harry hizo un ruidito evasivo con la garganta—. Evidentemente, pueden pasar muchas cosas desde ahora hasta el examen, y tenemos mucho tiempo para mejorar, pero las notas que obtenemos ahora son una especie de punto de referencia, ¿no? Algo sobre lo que podemos construir… —Se sentaron juntos a la mesa de Gryffindor—. Evidentemente me habría encantado que me hubiera puesto una E…

— No se calla, ¿eh? — se unió una chica de tercero.

— Qué desesperación — bufó Marietta. Hermione frunció el ceño y no dijo nada, pero Harry estaba seguro de que se moría de ganas por contestarle a Marietta.

Hermione —dijo Ron con aspereza—, si quieres saber qué notas nos ha puesto, pregúntanoslo, ¿vale?

No, si yo no… Bueno, si queréis decírmelo…

— Era muy obvio — dijo Fred, rodando los ojos.

A mí me ha puesto una I —confesó Ron mientras se servía sopa—. ¿Estás contenta?

— Claro que no — resopló Hermione en voz baja.

Bueno, no tienes por qué avergonzarte de eso —dijo Fred, que acababa de llegar a la mesa con George y Lee Jordan y se había sentado a la derecha de Harry—. Una buena I no tiene nada de malo.

Pero ¿la I no significa…? —empezó Hermione.

Sí, «Insatisfactorio» —contestó Lee Jordan—. Pero es mejor que una D de «Desastroso», ¿no?

— Hombre, visto así… — dijo Seamus.

— Siempre puede ser peor — añadió Dean.

El chico que leía sonrió ligeramente antes de leer:

Harry notó que se le encendían las mejillas y fingió un acceso de tos mientras se comía el panecillo.

Buena parte del comedor se echó a reír y Harry deseó, por millonésima vez, que la tierra se lo tragase.

— Ya sabemos quién sacó una D — dijo Malfoy con una risita.

Cuando paró de toser lamentó comprobar que Hermione seguía hablando sobre las notas de los TIMOS.

Las risas continuaron. Hermione miró a Harry con cara de sentirse culpable.

O sea, que la mejor nota es la E de «Extraordinario» —iba diciendo—, y luego está la A…

No, la S —la corrigió George—, S de «Supera las expectativas». Y siempre he pensado que Fred y yo deberíamos tener S en todo porque superamos las expectativas sólo con presentarnos a los exámenes.

Se oyeron carcajadas entre los estudiantes. A Harry le pareció ver a Flitwick soltar una risita, pero McGonagall lo miró fijamente y el profesor cambió su expresión de inmediato.

Todos rieron excepto Hermione, que siguió insistiendo:

Bueno, después de la S está la A de «Aceptable», y ésa es la última nota de aprobado, ¿no?

Sí —confirmó Fred echando un panecillo entero en su cuenco de sopa; luego se lo metió en la boca y se lo tragó de una vez.

— ¿Va a pasar algo con el panecillo? — dijo Justin.

— No — Fred lo miró como si hubiera perdido un tornillo.

— Yo ya no me fío de nada — se excusó Justin. — Cada vez que sale un detalle que parece no tener importancia, es una clave para descubrir a un mortífago o algo así.

Varios alumnos murmuraron.

— Como cuando Moody no paraba de beber de ese frasco — se oyó decir a alguien de Ravenclaw.

— Estáis paranoicos — se quejó Fred.

Después está la I de «Insatisfactorio»… —Ron levantó ambos brazos fingiendo que lo celebraba—,

La señora Weasley lo miró con reproche.

y la D de «Desastroso».

Y luego la T —le recordó George.

¿La T? —repitió Hermione, desconcertada—. ¿Es más baja incluso que la D? ¿Qué demonios significa la T?

«Trol» —contestó George.

Harry volvió a reír, aunque no estaba seguro de si George bromeaba o no.

Muchos en el comedor también reían. Quedaba claro por las miraditas nerviosas de algunos que Harry no había sido el único en dudar de si era una broma.

Se imaginó que intentaba ocultar a Hermione que le habían puesto una T en todos los TIMOS, e inmediatamente decidió que trabajaría más a partir de entonces.

— No era mi intención provocar eso — dijo George solemnemente. Hermione le dio un codazo.

— Cualquier cosa que motive a Harry a trabajar es buena — declaró.

Harry no supo cómo tomarse ese comentario.

¿Ya habéis tenido alguna clase supervisada? —inquirió Fred.

No —contestó Hermione en el acto—. ¿Y vosotros?

Sólo una, antes de la comida —respondió George—. Encantamientos.

— Empezó bastante pronto — se sorprendió una chica de tercero. — Acababan de nombrarla Suma Inquisidora ese mismo día…

— En esta profesión, es necesario ser eficiente — dijo Umbridge, hablando en voz alta por primera vez en mucho tiempo.

Se hizo un silencio desagradable. Los alumnos se quedaron mirando a la profesora como si fuera un bicho asqueroso.

Nadie respondió y, fingiendo que Umbridge no había hablado, el chico de la chapa siguió leyendo:

¿Cómo ha ido? —preguntaron Harry y Hermione.

Fred se encogió de hombros.

No ha estado tan mal. La profesora Umbridge se ha quedado en un rincón tomando notas en un fajo de pergaminos cogidos con un sujetapapeles. Ya conocéis a Flitwick, la ha tratado como si fuera una invitada; no parecía que le preocupara ni lo más mínimo. Y ella no ha dicho casi nada. Le ha hecho un par de preguntas a Alicia sobre cómo son las clases normalmente, Alicia le ha dicho que eran muy interesantes y ya está.

El profesor Flitwick le sonrió a Alicia, que le devolvió el gesto.

No me imagino al viejo Flitwick suspendiendo la supervisión —comentó George—. Casi siempre aprueba a todo el mundo.

Ahora le dedicó una sonrisa a George, que respondió haciendo una exagerada reverencia.

¿A quién tenéis esta tarde? —le preguntó Fred a Harry.

A Trelawney…

Una T como hay pocas…

Trelawney jadeó.

—… y a Umbridge.

— Esa también es una buena T… — murmuró Ron.

Pues hoy sé bueno y controla tu genio con la profesora Umbridge —le aconsejó George—. Angelina va a ponerse hecha una fiera como te pierdas otro entrenamiento de quidditch.

Angelina asintió y Harry, recordando todo aquello, suspiró con resignación.

Pero Harry no tuvo que esperar a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras para ver a la profesora Umbridge. Estaba sentado en la última fila de la lóbrega aula de Adivinación, sacando de su mochila el diario de sueños, cuando Ron le dio un codazo en las costillas; Harry giró la cabeza y observó que la profesora Umbridge entraba por la trampilla del suelo. La clase, que hasta entonces hablaba alegremente, guardó silencio de inmediato. El brusco descenso del ruido hizo que la profesora Trelawney, que se paseaba repartiendo copias de El oráculo de los sueños, se volviera para ver qué sucedía.

Había murmullos entre los alumnos del comedor.

— Esa clase tuvo que ser interesante — decía Colin. — La profesora Trelawney y la profesora Umbridge no se soportan.

— ¿Y quién las soporta? — replicó un amigo suyo, aunque tuvo cuidado de decirlo en voz baja.

Buenas tardes, profesora Trelawney —saludó la profesora Umbridge sonriendo ampliamente—. Espero que haya recibido mi nota en la que le indicaba la fecha y la hora en que la supervisaría.

La profesora Trelawney asintió con sequedad y, muy contrariada, le dio la espalda a la profesora Umbridge y siguió repartiendo los libros.

— Ya empiezan mal — susurró Tonks. — Asumo que esa supervisión no fue muy bien.

— Asumes bien — replicó Ron.

Sin dejar de sonreír, la profesora Umbridge cogió el respaldo de la butaca que había más cerca y la arrastró hasta la parte delantera de la clase para colocarla unos centímetros por detrás de la profesora Trelawney. Entonces se sentó, sacó las hojas de pergamino de su floreado bolso y se quedó mirando expectante a su colega esperando que comenzara la clase.

— Lo estaba disfrutando — dijo Parvati con asco.

La profesora Trelawney trataba de parecer serena, pero Harry veía cómo no paraba de retorcerse los dedos de las manos.

La profesora Trelawney se ciñó los chales con manos ligeramente temblorosas y miró a sus alumnos a través de sus gafas de cristales de aumento.

Hoy vamos a continuar con nuestro estudio de los sueños proféticos —dijo en un valeroso intento de adoptar su tono místico, aunque la voz también le temblaba un poco—. Colocaos por parejas, por favor, e interpretad las últimas visiones nocturnas de vuestro compañero con la ayuda del libro.

La profesora Trelawney se había ruborizado al escuchar que la voz le temblaba. Entre los alumnos, algunos intercambiaban miradas llenas de pena.

Fue hacia su butaca, pero como vio a la profesora Umbridge sentada justo detrás, de inmediato giró hacia la izquierda, donde se hallaban Parvati y Lavender, que ya estaban enfrascadas en un profundo análisis del último sueño de Parvati.

Hubo quien juzgó a las chicas, pero ellas mantuvieron la cabeza alta.

Harry abrió su ejemplar de El oráculo de los sueños mirando disimuladamente a la profesora Umbridge, que había empezado a tomar notas. Pasados unos minutos, ésta se levantó y empezó a pasearse por el aula siguiendo a la profesora Trelawney, escuchando las conversaciones que mantenía con los alumnos y haciendo preguntas de vez en cuando. Harry agachó la cabeza sobre su libro rápidamente.

— Esa técnica nunca falla — rió Lee. — No hay que hacer contacto visual.

— Con McGonagall no funciona muy bien — dijo Alicia con una mueca.

Deprisa, piensa un sueño por si el sapo viene hacia aquí.

Yo me lo inventé la última vez —protestó Ron—, ahora te toca a ti.

Hubo risitas. La profesora Trelawney miró mal a Ron y a Harry.

¡Ay, no sé! —dijo Harry, desesperado. No recordaba haber soñado nada en los últimos días—. Digamos que soñé que estaba… ahogando a Snape en mi caldero. Sí, eso servirá…

Ron contuvo la risa mientras abría El oráculo de los sueños.

Nadie contenía la risa en el comedor. Harry quiso evitar la mirada de Snape, pero no lo consiguió.

Sin embargo, el profesor no dijo nada al respecto. Se limitó a lanzarle a Harry una mirada llena de desdén, cosa que lo dejó muy confundido. El Snape que conocía no habría dejado escapar esa oportunidad de exigirle a Dumbledore que echara a Harry del colegio…

Vale, tenemos que sumar tu edad a la fecha en que tuviste el sueño, y el número de letras del tema… ¿Cuál sería el tema? ¿Ahogamiento, caldero o Snape?

Algunos trataron de disimular una sonrisa. Otros ni siquiera hicieron el esfuerzo.

No importa, elige el que quieras —contestó Harry, y se arriesgó a mirar hacia atrás.

La profesora Umbridge estaba de pie detrás de la profesora Trelawney, echando un vistazo por encima de su hombro y tomando notas, mientras la profesora de Adivinación interrogaba a Neville sobre su diario de sueños.

Seamus le dio a Neville una palmadita en el hombro, fingiendo darle el pésame.

A ver, ¿qué noche lo soñaste? —le preguntó Ron, enfrascado en sus cálculos.

No lo sé, anoche, o cuando te parezca —respondió Harry intentando escucharlo que Dolores Umbridge estaba diciéndole a la profesora Trelawney.

— Cómo no, Harry ya está escuchando a escondidas — dijo Angelina con una risita.

Harry se ruborizó.

En ese momento ya sólo estaban a una mesa de distancia de ellos. La profesora Umbridge anotaba algo más, y la profesora Trelawney parecía sumamente molesta.

— Oh, lo estaba, desde luego… — refunfuñó Trelawney.

Dígame —dijo la profesora Umbridge mirando a su colega—, ¿cuánto tiempo hace exactamente que imparte esta clase?

La profesora Trelawney la observó frunciendo el entrecejo, con los brazos cruzados y los hombros encorvados, como si quisiera protegerse cuanto pudiera de la humillación que suponía aquel examen.

Algunos la miraron con pena. Otros, sin embargo, parecían estar disfrutando de la incomodidad de la profesora. Después de todo, no era muy querida entre los estudiantes, aunque siempre la preferirían a ella antes que a Umbridge.

Tras una breve pausa, durante la cual pareció decidir que la pregunta no era tan ofensiva como para ignorarla por completo, contestó con un tono que denotaba un profundo resentimiento:

Casi dieciséis años.

— Hay que admitir que la pregunta no era ofensiva para nada — susurró Hermione.

Eso es mucho tiempo —repuso la profesora Umbridge, y lo anotó en sus hojas de pergamino—. ¿Y fue el profesor Dumbledore quien le ofreció el puesto?

Sí —respondió la profesora Trelawney con sequedad. La profesora Umbridge lo apuntó también.

— Seguro que ese detalle no le hizo ni pizca de gracia — resopló Hagrid.

Umbridge abrió la boca como si fuera a protestar, pero debió pensárselo dos veces, porque no dijo ni una palabra.

¿Y es usted la tataranieta de la famosa vidente Cassandra Trelawney?

Sí —respondió la profesora levantando un poco más la barbilla. Otra nota en las hojas de pergamino.

— Y con mucho orgullo — añadió la profesora Trelawney, dándose importancia.

Pero tengo entendido, y corríjame si me equivoco, que usted es la primera de su familia, desde Cassandra, que tiene el don de la clarividencia.

Estos dones suelen saltarse… tres generaciones —repuso la profesora Trelawney.

La sonrisa de sapo de la profesora Umbridge se ensanchó un poco más.

Claro, claro —dijo con dulzura, y tomó otra nota—.

— Si no se lo cree — dijo Trelawney con valentía, — le recomiendo que abra cualquier libro sobre Historia de la Adivinación. Verá que este tipo de dones se saltan generaciones…

— No me interesa lo más mínimo su asignatura — la cortó Umbridge. — Y no necesito ningún libro para saber que es usted un fraude.

— ¡Un fraude! — exclamó la profesora Trelawney. — ¿Acaso no está leyendo los mismos libros que yo? ¿No ha escuchado cómo predije la huida de Peter Pettigrew delante de Potter?

— ¡No me creo ni una palabra de lo que cuentan estos dichosos libros! — gritó Umbridge. — ¡Sobre mí solo han dicho mentiras!

Harry jadeó. ¿La profesora todavía tenía intención de negarlo todo?

Fudge se tapaba la cara con las manos. Fue Dumbledore quien tuvo que poner calma.

— Por favor, profesoras. La lectura debe continuar. — Sin esperar a que alguna de ellas replicara, el director le hizo un gesto a Dawson para que leyera.

¿Podría predecirme algo, por favor? —preguntó, y miró inquisidoramente a su colega sin dejar de sonreír.

La profesora Trelawney se puso tensa, como si no pudiera creer lo que acababa deoír.

En el presente, la profesora soltó un bufido desdeñoso.

Perdone, pero no la entiendo —dijo cogiendo convulsivamente el chal que tenía alrededor del esquelético cuello.

Me gustaría que me predijera algo —repitió la profesora Umbridge con toda claridad.

— Y lo dice así, como quien pide una hamburguesa — bufó Colin, ganándose las miradas confusas de algunos compañeros. Los hijos de magos no estaban muy familiarizados con los restaurantes de comida rápida que Dudley solía favorecer, pensó Harry.

Harry y Ron ya no eran los únicos que observaban y escuchaban a hurtadillas escondidos tras sus libros. La mayoría de los estudiantes miraban perplejos a la profesora Trelawney, que se enderezó completamente haciendo tintinear sus brazaletes y sus collares de cuentas.

¡El Ojo Interior no ve nada por encargo! —respondió escandalizada.

— No creo que eso le gustara mucho a Umbridge — se oyó decir a Cho.

Bien —dijo la profesora Umbridge, y tomó una nueva nota.

— La va a suspender — se lamentó Lavender.

— ¡Qué injusto! — dijo Hannah, apenada.

Pero… ¡un momento! —exclamó de pronto la profesora Trelawney en un intento de recuperar su tono etéreo, aunque el efecto místico se malogró un poco porque la voz le temblaba de rabia—. Creo…, creo… que veo algo. Algo… que la concierne a usted… Sí, noto algo…, algo tenebroso…, un grave peligro…

— No ha sido lo suficientemente creíble — suspiró Ginny.

— ¿Creéis que lo decía de verdad? — preguntó un chico de segundo. Sonaba algo nervioso.

— ¡Qué va! Se lo inventó para impresionar a Umbridge — replicó Lee sin dudarlo.

Aun así, el chico de segundo se quedó pensativo.

— A ver… Es vidente de verdad. Quizá no era broma.

Esta vez, fue Pansy la que respondió:

— ¿En serio de lo crees? — dijo en tono despectivo. — Es obvio que fingía para que la profesora Umbridge no la despidiera.

— Yo nunca miento sobre mis predicciones — repuso la profesora, indignada. — ¡Y mucho menos para impresionar a esa mujer!

Sin embargo, era evidente que casi nadie la creía. Lavender y Parvati parecían ser casi las únicas que sí lo hacían.

La profesora Trelawney señaló con un tembloroso dedo a la profesora Umbridge, que siguió sonriéndole de manera insulsa con las cejas arqueadas.

Me temo… ¡Me temo que corre un grave peligro! —concluyó la profesora Trelawney con dramatismo.

— Bueno, Sirius Black le lanzó un maleficio hace nada — dijo Justin. — Quizá era verdad…

— ¿Solo Black? — repuso Ernie. — Creo que media familia Weasley también ha intentado hechizarla. ¿O me equivoco?

Los gemelos intercambiaron miradas cómplices, mientras que la profesora Umbridge los observaba con una expresión de profundo desprecio en el rostro.

Se produjo un silencio. La profesora Umbridge todavía tenía las cejas arqueadas.

Muy bien —repuso en voz baja, y volvió a hacer una anotación—. Si no escapaz de nada mejor…

Trelawney volvió a bufar.

— Quién se cree… — musitó, pero lo hizo en voz lo suficientemente alta como para que muchos la escucharan.

Se dio la vuelta y dejó a la profesora Trelawney plantada donde estaba mientras ésta respiraba con agitación. Harry miró de reojo a Ron y comprendió que su amigo estaba pensando exactamente lo mismo que él: ambos sabían que la profesora Trelawney era una farsante, pero, por otra parte, detestaban tanto a Umbridge que se sentían inclinados a defenderla.

Eso pareció sorprender a la profesora de Adivinación que, más animada, volvió a colocarse bien el chal y a sentarse erguida en su asiento.

— Mejor Trelawney que Umbridge, desde luego — dijo Ginny. En voz baja, añadió: — Qué bajo está el listón…

Harry asintió. Resultaba deprimente pensarlo.

Bueno, al menos hasta que unos segundos más tarde la profesora Trelawney se abatió sobre ellos.

¿Y bien? —dijo, chasqueando los dedos bajo la nariz de Harry con una brusquedad inusitada—. Déjame ver lo que has escrito en tu diario de sueños, por favor.

La profesora Trelawney tuvo la decencia de parecer avergonzada. Varios alumnos la miraban con expresiones exasperadas.

Pero cuando terminó de interpretar en voz alta los sueños de Harry (los cuales, incluso aquellos en los que comía gachas de avena, parecía que pronosticaban una muerte espantosa y prematura), él ya no sentía tanta compasión por ella.

— Es que soñar que comes gachas de avena es indicativo de una vida corta y aburrida — afirmó Fred. — Lo sabe todo el mundo, Harold. ¿No lo sabías?

Harry gimió al escuchar el apodo y trató de ignorar las risas de sus amigos.

La profesora Umbridge permaneció todo el rato de pie, un poco alejada, sin dejar de tomar notas, y cuando sonó la campana fue la primera en bajar por la escalerilla de plata, de modo que ya los esperaba en el aula cuando los alumnos llegaron, diez minutos más tarde, para su clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.

— ¡Dos clases seguidas con ella! — exclamó Ginny.

— Al menos no nos dirigió la palabra en Adivinación — dijo Ron, optimista.

Cuando entraron en el aula la encontraron tarareando y sonriendo.

Harry contuvo una risita al notar las muecas de asco de buena parte del comedor. Nadie parecía alegrarse de que Umbridge estuviera feliz.

— Debía sentirse muy contenta después de pasar toda la mañana juzgando al resto de profesores — dijo Ginny, asqueada. — Y más después de la clase con la profesora Trelawney.

— Tiene ansia de poder — respondió Hermione. — Disfruta muchísimo haciéndoselo pasar mal a los demás.

Tras decir eso, Hermione miró a Harry de reojo, pero el chico fingió no notarlo.

Harry y Ron le contaron a Hermione, que había estado en Aritmancia, lo que había pasado en Adivinación mientras los alumnos sacaban sus ejemplares de Teoría de defensa mágica, pero antes de que Hermione pudiera preguntar algo, la profesora Umbridge ya los había llamado al orden y todos se habían callado.

Guardad las varitas —ordenó sin dejar de sonreír, y los estudiantes más optimistas, que las habían sacado, volvieron a guardarlas con pesar en sus mochilas —.

— ¿Aún quedaba gente optimista? — dijo Dean.

— A esas alturas ya no es optimismo, es estupidez — resopló Seamus.

En la última clase terminamos el capítulo uno, de modo que hoy quiero que abráis el libro por la página diecinueve y empecéis a leer el capítulo dos, titulado «Teorías defensivas más comunes y su derivación». En silencio, por favor —añadió, y exhibiendo aquella amplia sonrisa de autosuficiencia, se sentó detrás de su mesa.

— Entonces, ¿ella no explica nada? — preguntó Bill. — ¿Ni siquiera lo que dice el libro aprobado por el Ministerio?

— No, solo lo leemos en silencio — replicó Ron. — Ella se limita a estar sentada viéndonos leer.

— ¡Qué aburrimiento! — soltó Sirius, diciendo lo que todo el mundo tenía en mente.

Los alumnos suspiraron mientras, todos a una, abrían los libros por la página 19. Harry, abatido, se preguntó si habría suficientes capítulos para pasarse el año leyendo en las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras,

— Creo que los hay — dijo Neville. — Los conté, son muchísimos.

— Por eso pesa tanto el dichoso libro — murmuró Ron.

y cuando estaba a punto de revisar el índice se fijó en que Hermione volvía a tener la mano levantada.

Hubo murmullos de excitación. Sabían que la clase estaba a punto de ponerse interesante.

La profesora Umbridge también lo había visto, y no sólo eso, sino que al parecer había diseñado una estrategia por si se presentaba aquella eventualidad. En lugar de fingir que no se había fijado en Hermione, se puso en pie y pasó por la primera hilera de pupitres hasta colocarse delante de ella; entonces se agachó y susurró para que el resto de la clase no pudiera oírla:

¿Qué ocurre esta vez, señorita Granger?

— Es una buena estrategia — admitió Lupin. — Pero dudo que Hermione vaya a dejar que se salga con la suya. ¿Me equivoco?

Hermione sonrió enigmáticamente.

Ya he leído el capítulo dos —respondió Hermione.

Muy bien, entonces vaya al capítulo tres.

También lo he leído. He leído todo el libro.

La profesora Umbridge parpadeó, pero recuperó el aplomo casi de inmediato.

— ¿Tanto se aburría? — dijo Marietta.

— Es Granger — replicó McLaggen. — Seguro que hasta lo disfrutó.

Hermione se ruborizó.

Estupendo. En ese caso, podrá explicarme lo que dice Slinkhard sobre los contraembrujos en el capítulo quince.

Dice que los contraembrujos no deberían llamarse así —contestó Hermione sin vacilar—.

Se escucharon risitas.

— Umbridge no sabe con quién está hablando — dijo Ron con una sonrisa. Hermione, que seguía sonrosada tras el comentario de McLaggen, se puso todavía más roja.

Dice que «contraembrujo» no es más que un nombre que la gente utiliza para denominar sus embrujos cuando quieren que parezcan más aceptables. —La profesora Umbridge arqueó las cejas y Harry se dio cuenta de que estaba impresionada, a su pesar—. Pero yo no estoy de acuerdo —añadió Hermione.

La profesora Umbridge soltó un bufido.

Las cejas de la profesora Umbridge se arquearon un poco más y su mirada adquirió una frialdad evidente.

¿No está usted de acuerdo?

— Qué poco le ha gustado eso — rió Ginny.

No —contestó Hermione, quien, a diferencia de la profesora, no hablaba en vozbaja, sino con una voz clara y potente que ya había atraído la atención del resto de la clase—.

Lupin sonrió.

— Por supuesto, no esperaba menos — dijo.

Hermione le devolvió la sonrisa, muy contenta.

Al señor Slinkhard no le gustan los embrujos, ¿verdad? En cambio, yo creo que pueden resultar muy útiles cuando se emplean para defenderse.

— Es un buen argumento — dijo Susan Bones.

¡¿Ah, sí?! —exclamó la profesora Umbridge olvidando bajar la voz y enderezándose—. Pues me temo que es la opinión del señor Slinkhard, y no la suya, la que nos importa en esta clase, señorita Granger.

— ¡Qué borde! — se quejó Katie.

Pero… —empezó a decir ella.

Basta —la atajó la profesora Umbridge; a continuación, se dirigió a la parte delantera de la clase y se quedó de pie delante de sus alumnos; todo el garbo que había exhibido al principio de la clase había desaparecido—. Señorita Granger, voy a restarle cinco puntos a la casa de Gryffindor.

— Está claro que no sabe manejar una clase llena de adolescentes — dijo la profesora Sprout. — No puede ponerse tan nerviosa porque una alumna cuestione el temario.

— Hace mucho que es evidente que la docencia no es su fuerte — dijo la profesora SInistra con desdén.

Umbridge tenía aspecto de estar mordiéndose la lengua.

Sus palabras desencadenaron un arranque de murmullos.

¿Por qué? —preguntó Harry, furioso.

¡No te metas en esto! —le susurró Hermione, alarmada.

— Van a castigarlo otra vez — se lamentó Hannah, preocupada.

Por perturbar el desarrollo de mi clase con interrupciones que no vienen al caso —contestó la profesora Umbridge suavemente—. Estoy aquí para enseñaros a utilizar un método aprobado por el Ministerio que no contempla la posibilidad de animar a los alumnos a expresar sus opiniones sobre temas de los que no entienden casi nada.

— Que los alumnos no puedan opinar va en contra de cualquier lógica — dijo Kingsley, sorprendiendo a muchos una vez más con su voz grave. — ¿No deberían las escuelas favorecer el pensamiento crítico?

A Harry le sorprendió ver que la profesora Umbridge se ruborizaba a causa de la vergüenza. Parecía que todavía le tenía respeto a Kingsley.

Es posible que vuestros anteriores profesores de esta disciplina os hayan permitido más libertades, pero dado que ninguno de ellos, tal vez con la excepción del profesor Quirrell, que al menos se limitó a abordar temas apropiados para vuestra edad, habría aprobado una supervisión del Ministerio…

— ¡Acaba de alabar a Quirrell! — exclamó Dennis.

— ¡Era Voldemort! ¡Literalmente! — bufó Sirius al mismo tiempo.

Sí, Quirrell era un profesor excelente —dijo Harry en voz alta—, pero tenía un pequeño inconveniente: que por su turbante se asomaba lord Voldemort.

Esa declaración fue recibida con uno de los silencios más aplastantes que Harry había oído en su vida.

— Normal — dijo Charlie, sonriendo. — Has sido muy directo.

Harry no se arrepentía, a pesar de que recordaba cuál había sido la consecuencia de aquellas palabras.

Y entonces…

Creo que le sentará bien otra semana de castigos, Potter —sentenció la profesora Umbridge sin alterarse.

Hubo jadeos y murmullos por todas partes. De inmediato, el comedor pareció dividirse en dos grupos de personas: los que, escandalizados, miraban a Harry con pena, y los que preferían lanzarle a Umbridge miradas llenas de odio y desprecio.

— ¿De verdad tuviste otra semana más de castigos? ¿Con la pluma? — dijo Fred con tono de no querer creérselo.

Sabiendo que no tenía sentido mentir, Harry asintió. Quizá debería haber predicho que Sirius no se lo tomaría bien, pero tuvo suerte: Lupin lo predijo por él y, cuando su padrino hizo el amago de coger su varita, Lupin ya se la había quitado del bolsillo.

— Pagará por lo que hizo — dijo Remus para aplacar a Sirius, que tenía una expresión asesina en el rostro. — Pero no es el momento.

Harry se sintió muy aliviado cuando su padrino respiró hondo y aceptó las palabras de Lupin. Umbridge, que se había puesto pálida durante un instante, también se relajó.

El corte que Harry tenía en la mano todavía no se había curado, y a la mañana siguiente volvía a sangrar. Harry no se quejó durante el castigo de la tarde, pues estaba decidido a no dar aquella satisfacción a la profesora Umbridge. Escribió una y otra vez «No debo decir mentiras» sin que un solo sonido escapara de sus labios, aunque el corte iba haciéndose más profundo con cada letra.

Lo peor de aquella segunda semana de castigos fue, como había predicho George, la reacción de Angelina.

— ¡No me digas eso! — exclamó Angelina. — ¡Esos castigos consistían en cortarte la mano! Mi reacción no pudo ser peor.

— Das verdadero miedo desde que te convertiste en capitana — le confesó Lee Jordan.

— ¡De eso nada! — replicó Angelina. El resto del equipo evitó hacer contacto visual con ella.

El martes, a la hora del desayuno, acorraló a Harry cuando éste llegó a la mesa de Gryffindor y se puso a gritarle de tal modo que la profesora McGonagall se acercó desde la mesa de los profesores.

Señorita Johnson, ¿cómo se atreve a montar semejante escándalo en el Gran Comedor? ¡Cinco puntos menos para Gryffindor!

— Qué injusto — se quejó Dean en voz baja para que McGonagall no lo oyera.

Pero profesora… Han vuelvo a castigar a Harry…

¿Qué pasa, Potter? —preguntó la profesora McGonagall con enojo dirigiéndose a Harry—. ¿Te han castigado? ¿Quién?

— ¿Acaso no es obvio? — bufó Ron por lo bajo. Ni él ni Dean se atrevían a criticar a McGonagall en un tono de voz que ella pudiera escuchar.

La profesora Umbridge —masculló esquivando los negros y pequeños ojos de la profesora McGonagall, que lo taladraban a través de las gafas cuadradas.

¿Estás diciéndome que, después de la advertencia que te hice el lunes pasado —dijo, bajando la voz para que no la oyera un grupo de curiosos de Ravenclaw que tenía detrás—, has vuelto a perder los estribos en la clase de la profesora Umbridge?

— Ahora lo va a regañar también la profesora McGonagall — dijo Susan con pena. — Vaya día.

— Ni que lo digas — replicó Harry.

Sí —confesó Harry mirando al suelo.

¡Tienes que aprender a controlarte, Potter! ¡Estás buscándote problemas! ¡Cinco puntos menos para Gryffindor!

Pero… ¿qué? ¡No, profesora! —se rebeló Harry, furioso ante aquella injusticia. Ya me ha castigado ella, ¿por qué tiene que restarme puntos también?

— ¡Eso, eso! — protestaron varias voces de Gryffindor.

¡Porque por lo visto los castigos no surten el más mínimo efecto! —exclamó la profesora McGonagall de manera cortante—. ¡No, Potter, no quiero oír ni una palabra más! ¡Y usted, señorita Johnson, haga el favor de reservar en el futuro sus gritos para el campo de quidditch si no quiere perder la capitanía del equipo!

Angelina soltó un gruñido. La profesora le lanzó una mirada severa.

Y tras pronunciar esas palabras, la profesora McGonagall se encaminó pisando fuerte hacia la mesa de los profesores. Angelina lanzó a Harry una mirada de profundo desprecio y se alejó de él, tras lo cual el chico se sentó en el banco junto a Ron, echando chispas.

¡Le quita puntos a Gryffindor porque todas las tardes me abro la mano con una plumilla! ¿Es eso justo?

— No era consciente del tipo de castigo que recibía Potter — dijo McGonagall al notar las miradas acusatorias de buena parte del comedor.

Te comprendo, Harry —dijo su amigo compasivamente mientras le servía beicon—. Está completamente chiflada.

Muchos rieron con disimulo. La señora Weasley regañó a Ron en una retahíla de susurros apresurados, cosa que pareció suficiente para la profesora.

Hermione, sin embargo, se limitó a hojear El Profeta y no comentó nada.

Crees que la profesora McGonagall tiene razón, ¿verdad? —le preguntó Harrya la fotografía de Cornelius Fudge que le tapaba la cara a Hermione.

Fudge soltó un hipido. No había esperado escuchar su nombre tan de repente.

Lamento que te haya quitado puntos, pero creo que hace bien advirtiéndote que no pierdas los estribos con Umbridge —sentenció la voz de su amiga mientras Fudge gesticulaba enérgicamente en la primera plana cuando pronunciaba un discurso.

— ¡Traidora! — se escuchó exclamar a alguien en la zona de Hufflepuff.

Indignada, Hermione replicó:

— ¡Habrase visto! ¿Ahora soy una traidora por decirle que mantenga la calma?

— No les hagas caso — murmuró Ron.

Harry no le dirigió la palabra a Hermione en Encantamientos, pero cuando entraron en Transformaciones se le olvidó que estaba enfadado con ella.

A pesar de todo, Hermione no pudo evitar una sonrisa al escuchar eso. Harry notó murmullos en varias zonas del comedor.

— No puede estar mucho tiempo enfadado con ella — decía una chica de tercero. — ¡Están hechos el uno para el otro!

— ¡Que no! — replicó otra, de segundo. — ¡Ella estaría mejor con Fred Weasley!

Hermione se atragantó con su propia saliva. Ron puso cara de haberse tragado algo amargo y Fred, por su parte, no parecía haberse enterado de nada.

La profesora Umbridge estaba sentada en un rincón sosteniendo las hojas de pergamino, y al verla, lo ocurrido durante el desayuno se borró de su memoria.

Estupendo —murmuró Ron cuando se sentaron en los asientos que solían ocupar—. Ahora veremos cómo le dan su merecido a esa Umbridge.

La emoción se podía notar por todo el comedor. Umbridge se tensó visiblemente.

La profesora McGonagall entró en el aula con aire marcial sin dar ni la más leve muestra de saber que la profesora Umbridge estaba allí.

¡Ya basta! —exclamó, y la clase se calló de inmediato—. Señor Finnigan, haga el favor de venir a buscar los trabajos y repártalos. Señorita Brown, coja esta caja de ratones, por favor; no seas tonta, niña, no te van a hacer nada, y dale uno a cada alumno.

Lavender puso cara de asco.

Ejem, ejem.

La profesora Umbridge utilizó la misma tosecilla ridícula con que había interrumpido a Dumbledore la primera noche del curso.

— Me dan ganas de darle una patada cada vez que hace eso — murmuró Sirius.

La profesora McGonagall, sin embargo, la ignoró por completo.

Se oyeron risas. McGonagall mantuvo su cara de póker, pero a Harry le pareció que estaba orgullosa de cómo había llevado aquella situación.

Seamus le devolvió su redacción a Harry, quien la cogió sin mirarlo y vio, con gran alivio, que le habían puesto una A.

— Bien hecho, Harry — lo felicitó Lupin. Harry sonrió.

Muy bien, escuchadme todos con atención. Dean Thomas, si vuelves a hacerle eso a tu ratón voy a castigarte. La mayoría de vosotros ya habéis conseguido que vuestros caracoles desaparezcan, e incluso quienes les dejasteis un poco de caparazón habéis captado lo esencial del hechizo. Hoy vamos a…

Ejem, ejem —insistió la profesora Umbridge.

— ¡Qué pesada! — se quejó Demelza.

Días atrás, una afirmación como esa le habría costado a Demelza una buena regañina de Umbridge y quizá algún castigo. Sin embargo, la profesora parecía reacia a hablar en voz alta en esos momentos. El asunto de la pluma pesaba sobre el comedor con más fuerza de lo que Harry habría imaginado.

¿Sí? —dijo la profesora McGonagall volviéndose con las cejas tan juntas que formaban una larga y severa línea.

La profesora Sprout soltó una risita.

Estaba preguntándome, profesora, si habría recibido usted la nota en la que le detallaba la fecha y la hora de su supervi…

Es evidente que la he recibido, porque si no ya le habría preguntado qué está haciendo en mi aula —la interrumpió la profesora McGonagall, y dicho eso le dio la espalda.

Muchos se echaron a reír, tanto alumnos como profesores. Flitwick parecía encantado con la respuesta.

— Ojalá haber visto eso en persona — se lamentó George. — Su cara debió ser épica.

Muchos estudiantes intercambiaron miradas de regocijo—. Como iba diciendo, hoy vamos a practicar el hechizo desvanecedor con ratones, lo cual resulta mucho más difícil. Bien, el hechizo desvanecedor…

Ejem, ejem.

— ¿Qué quiere ahora? — se quejó Zacharias Smith. — Así no hay quien avance la clase.

Me gustaría saber —empezó la profesora McGonagall, conteniendo su ira y volviéndose hacia la profesora Umbridge— cómo espera hacerse una idea de mis métodos de enseñanza si no para de interrumpirme. Verá, por lo general, no tolero que la gente hable cuando estoy hablando yo.

— ¡Bien dicho!

— ¡La ha puesto en su sitio!

— ¡Ja! Se lo ha dejado claro.

El comedor se llenó de afirmaciones y exclamaciones a favor de McGonagall. Umbridge parecía estar mordiéndose la lengua, pero consiguió contener sus ganas de replicar.

La profesora Umbridge se quedó como si acabara de recibir una bofetada.

En el presente, Umbridge luchaba por mantener una expresión neutral, pero era obvio lo mucho que le molestaba que todo el colegio se hubiera puesto en su contra. Harry se preguntó qué le estaría pasando por la cabeza. ¿Acaso se había rendido? ¿Y qué pasaba con Fudge?

Había tantos asuntos sin resolver que Harry sentía que le estallaría la cabeza si trataba de pensar en todos ellos.

No dijo nada, pero colocó bien las hojas de pergamino que estaban cogidas con el sujetapapeles y empezó a escribir furiosamente.

La profesora McGonagall, haciendo gala de una indiferencia suprema, se dirigió de nuevo a los alumnos.

— ¿Qué podía escribir sobre ella? — dijo Seamus. — "Me ha dicho que esté en silencio mientras enseña." Me parece una petición razonable.

— Seguro que escribió algo como que le faltó el respeto delante de los alumnos — sugirió Parvati.

Como iba diciendo, la dificultad del hechizo desvanecedor es proporcional a la complejidad del animal que queremos hacer desaparecer. El caracol, que es un invertebrado, no supone un gran desafío; el ratón, que es un mamífero, plantea un reto mucho mayor. Por lo tanto, éste no es un hechizo que podáis realizar si estáis pensando en la cena. Bien, ya conocéis el conjuro, veamos de qué sois capaces…

— Parece que Transformaciones de quinto va a ser mucho más interesante que en cuarto — dijo una chica de Ravenclaw con ilusión.

— No te haces una idea — replicó Ernie.

¡Cómo se atreve a sermonearme por perder los estribos con Umbridge! —le murmuró Harry a Ron, aunque sonreía: casi se le había pasado del todo el enfado con la profesora McGonagall.

Eso hizo sonreír a más de uno. A Harry le dio la impresión de que la profesora McGonagall estaba contenta.

Dolores Umbridge no siguió a la profesora McGonagall por el aula como había hecho con la profesora Trelawney; quizá se diese cuenta de que la profesora McGonagall no lo permitiría.

— Oh, por supuesto — dijo McGonagall. — La habría expulsado de mi aula.

Sin embargo, tomó muchas notas, sentada en un rincón, y cuando finalmente la profesora McGonagall dijo a sus alumnos que podían recoger, se levantó con semblante adusto.

Bueno, algo es algo —comentó Ron mientras cogía una larga y escurridiza cola de ratón y la metía en la caja que Lavender estaba pasando por los pasillos.

— Conseguiste hacer desaparecer casi todo el ratón en la primera clase. Está muy bien — le dijo Tonks. — A mí Transformaciones me costaba horrores.

Ron pareció animarse al oír eso.

Cuando salían en fila del aula, Harry vio que la profesora Umbridge se acercaba a la mesa de la profesora McGonagall; entonces le dio un codazo a Ron, que a su vez le dio un codazo a Hermione, y los tres se quedaron rezagados adrede para escuchar.

— Trabajo en equipo — rió Katie.

¿Cuánto tiempo hace que imparte clases en Hogwarts? —le preguntó la profesora Umbridge.

En diciembre hará treinta y nueve años —contestó la profesora McGonagall bruscamente, y cerró su bolso con brío.

— ¡Treinta y nueve! — exclamó una niña de primero. — ¡Mi madre ni había nacido!

McGonagall la miró con una ceja arqueada y la niña, dándose cuenta de lo que había dicho, se puso muy roja y pidió perdón.

La profesora Umbridge anotó algo una vez más.

Muy bien —añadió—, recibirá el resultado de su supervisión dentro de diez días.

Me muero de impaciencia —replicó la profesora McGonagall con desprecio, y se encaminó hacia la puerta con grandes zancadas—.

Las risitas fueron más que evidentes. Muchos miraban a la profesora con aún más respeto que antes.

Daos prisa, vosotros tres — añadió dirigiéndose a Harry, Ron y Hermione.

Harry no pudo evitar dirigirle una tímida sonrisa, y habría jurado que la profesora McGonagall se la devolvía.

La profesora ni lo confirmó ni lo desmintió, pero Harry seguía pensando exactamente lo mismo.

Harry creyó que no volvería a ver a Dolores Umbridge hasta el castigo de aquella tarde, pero se equivocaba. Después de recorrer el césped hacia el bosque para asistir a la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, la encontraron esperándolos junto a la profesora Grubbly-Plank con sus dichosas hojas de pergamino para tomar notas.

— Esa mujer está en todas partes — bufó la señora Weasley.

Usted no siempre imparte esta clase, ¿verdad? —oyó Harry que le preguntaba a Grubbly-Plank cuando llegaron a la mesa de caballete donde los bowtruckles cautivos, que parecían un montón de ramitas vivas, escarbaban en busca de cochinillas.

Correcto —confirmó la profesora con las manos cogidas detrás de la espalda mientras se balanceaba sobre la parte anterior de la planta del pie—. Soy la sustituta del profesor Hagrid.

Era obvio con solo mirar a Hagrid que se estaba empezando a poner algo nervioso. Tamborileaba los dedos a un ritmo cada vez más agitado.

Harry intercambió una mirada de desasosiego con sus dos amigos. Malfoy hablaba en voz baja con Crabbe y Goyle; seguro que aprovecharía aquella oportunidad para contarle patrañas sobre Hagrid a un miembro del Ministerio.

— Está claro. No van a desaprovechar la oportunidad — dijo Terry Boot.

Crabbe y Goyle le devolvieron al resto del comedor las miradas desagradables que estaban recibiendo. Malfoy, por otro lado, se comportaba como si la situación no fuera con él.

Humm —murmuró la profesora Umbridge, bajando la voz, aunque Harry pudo oírla a la perfección—. El director se muestra extrañamente reacio a proporcionarme información acerca de este asunto… ¿Podría usted decirme cuál es el motivo de la prolongada excedencia del profesor Hagrid?

Harry vio que Malfoy levantaba la cabeza, atento.

No era el único. En el presente, muchos alumnos se habían inclinado o erguido en sus asientos al escuchar eso. El misterio de la ausencia de Hagrid resultaba de gran interés.

Me temo que no —respondió la profesora Grubbly-Plank con toda tranquilidad —. Sé lo mismo que usted. Dumbledore me envió una lechuza preguntándome si me gustaría hacer una sustitución de dos semanas, y acepté. Es lo único que puedo decirle. Bueno…, ¿ya podemos empezar?

Sí, por favor —respondió la profesora Umbridge tomando notas de nuevo.

— ¡Qué bien está tratando a la profesora Grubbly-Plank! — exclamó Demelza.

— Es porque está sustituyendo a Hagrid, y Umbridge no soporta a Hagrid — replicó Angelina. — Es asqueroso.

En aquella clase, la profesora Umbridge adoptó una táctica diferente: se paseó entre los estudiantes formulando preguntas sobre criaturas mágicas. La mayoría supo contestar correctamente, y Harry se animó un poco: al menos la clase no estaba poniendo en evidencia a Hagrid.

Eso hizo sonreír a Hagrid, aunque fue una sonrisa titubeante.

Ya que es usted miembro temporal del cuerpo docente, y por lo tanto me imagino que tiene una perspectiva más objetiva —dijo luego la profesora Umbridge, que había regresado junto a la profesora Grubbly-Plank tras interrogar detenidamente a Dean Thomas—, dígame, ¿qué le parece Hogwarts? ¿Considera que recibe suficiente apoyo de la dirección del colegio?

Sí, ya lo creo. Dumbledore es un excelente director —contestó la profesora Grubbly-Plank con entusiasmo—. Sí, estoy muy contenta con su forma de llevar las cosas, muy contenta.

Hubo alguna risita.

— Esa no es la respuesta que quería — dijo Lee, encantado.

— Pues que se aguante — añadió Dean con una sonrisa.

La profesora Umbridge adoptó una expresión de educada incredulidad, anotó algo en sus hojas y prosiguió:

¿Y qué materia tiene previsto enseñar a esta clase durante el curso, suponiendo, por supuesto, que el profesor Hagrid no vuelva?

— ¿Y por qué no iba a volver? — bufó Hagrid sin poder contenerse. — Hogwarts es mi hogar.

Esta vez, Umbridge replicó:

— Solo es su hogar porque se lo permite el equipo directivo. Si la directiva cambia, su situación también lo hará.

— ¿Eso es una amenaza? — contestó Hagrid.

— Solo es un hecho. — Dolores sonrió. En ese instante, Harry sintió mucha rabia hacia ella y estaba seguro de no ser el único.

Oh, estudiaremos las criaturas que suelen salir en el TIMO —respondió la profesora Grubbly-Plank—. No queda mucho por hacer. Ya han estudiado los unicornios y los escarbatos; he pensado que podríamos dedicarnos a los porlocks y a los kneazles, y asegurarnos de que saben reconocer a los crups y a los knarls…

Sí, desde luego parece que usted sabe lo que hace —dijo la profesora Umbridge, que hizo ostentosamente una señal de visto en sus notas. A Harry no le gustó el énfasis que puso en la palabra «usted», y aún menos la pregunta que le formuló a continuación a Goyle—: Tengo entendido que en esta clase ha habido heridos, ¿es eso cierto?

— Está buscando problemas a propósito — se quejó Colin.

Goyle esbozó una estúpida sonrisa y Malfoy se apresuró a contestar por él.

Fui yo —respondió—. Me golpeó un hipogrifo.

— Porque fuiste un idiota — añadió Fred por él.

— Porque no supiste seguir unas simples instrucciones — dijo Daphne Greengrass exactamente al mismo tiempo.

Las mejillas de Malfoy se volvieron rosadas. Parecía que se moría de ganas de replicar algo, pero consiguió controlarse.

¿Un hipogrifo? —se extrañó la profesora Umbridge, escribiendo frenéticamente en sus pergaminos.

Sí, pero fue porque Malfoy es tan estúpido que no escuchó las instrucciones que le dio Hagrid —intervino Harry, furioso.

Varias personas asintieron y murmuraron a favor de Harry. Draco se ruborizó aún más intensamente.

Ron y Hermione soltaron un gemido y la profesora Umbridge giró con lentitud la cabeza hacia donde estaba Harry.

Creo que añadiremos una tarde más de castigo —dijo impasible—.

Se escucharon quejas por todo el comedor. El profesor Flitwick cerró los ojos en una expresión de impotencia y Hagrid le dio una palmadita en el hombro que casi lo tiró de la silla.

Bueno, muchas gracias, profesora Grubbly-Plank, creo que ya tengo todo lo que necesito. Recibirá los resultados de su supervisión dentro de diez días.

Estupendo —repuso ella, y la profesora Umbridge regresó por la ladera de césped hacia el castillo.

— Ojalá se tropiece y se coma el suelo — murmuró Fred.

El tal Dawson, que estaba leyendo, hizo una pausa momentánea. Miró a Harry de reojo antes de volver a bajar la mirada y decir:

Era casi medianoche cuando Harry salió del despacho de la profesora Umbridge. La mano le sangraba tanto que se le había manchado el pañuelo con que se la había envuelto.

— No puedo seguir leyendo sobre esto — dijo Sirius. Aunque trataba de mantener la calma, era evidente que estaba furioso. — No mientras ella siga aquí.

— No creo que se mencione mucho más — le respondió Harry.

— Ese no es el problema. El problema es que esa mujer siga en el colegio, en la misma sala que tú — replicó Sirius. — Tendríamos que encerrarla en las mazmorras.

— No es mala idea — dijo Moody, pensativo. Su tono de voz hizo que a Harry le diera un escalofrío.

Se había imaginado que al regresar encontraría la sala común vacía, pero Ron y Hermione estaban esperándolo. Se alegró de verlos, sobre todo porque Hermione no se mostró crítica con él, sino comprensiva.

— Qué bonito que estuvieran esperándolo — dijo Romilda.

Toma —dijo con inquietud mientras le acercaba un pequeño cuenco lleno de un líquido amarillo—, pon la mano en remojo, es una solución de tentáculos de murtlap pasteurizados y escabechados. Te irá bien.

Lavender puso cara de asco.

— Suena horrible.

— Pero es muy efectivo — replicó Harry.

Harry metió la mano, dolorida y sangrante, en el cuenco y experimentó una agradable sensación de alivio.

Varias personas hicieron muecas de asco y Harry tuvo que contener las ganas de rodar los ojos. Se pasaban el día cortando ingredientes asquerosos en pociones, ¿y ahora les daba asco la solución de Murlap? Harry había tocado cosas peores en las mazmorras.

Crookshanks se enroscó alrededor de sus piernas maullando fuerte; luego saltó a su regazo y se quedó acurrucado.

Gracias —dijo Harry reconfortado, acariciando a Crookshanks detrás de las orejas con la mano izquierda.

— Oh, qué monada — dijo Demelza. — No sé quién es más mono, si el gato o Harry.

Harry se atragantó al oír eso.

Sigo pensando que deberías quejarte de esto —afirmó Ron en voz baja.

No —contestó Harry cansinamente.

— Weasley tenía razón — dijo una chica de sexto.

— Pues yo entiendo a Potter — replicó un amigo suyo, de Hufflepuff. — Era entre él y la profesora Umbridge. Yo tampoco habría dicho nada.

— Pues te habrías equivocado — respondió la chica con sinceridad.

La profesora McGonagall se pondría furiosa si supiera…

— Oh, ya lo creo — exclamó McGonagall. — Y sigo furiosa.

Sí, lo más probable —admitió Harry—. Pero ¿cuánto crees que tardaría Umbridge en aprobar otro decreto diciendo que cualquier profesor que se queje de la Suma Inquisidora será inmediatamente despedido?

— Potter, eres un alumno — dijo McGonagall. — No es tu obligación proteger a los profesores. Es al contrario.

Harry evitó su mirada. No sabía qué contestar a eso porque, si era sincero consigo mismo, no entendía qué había de malo en que protegiera a los profesores que le importaban. No quería que los echaran del colegio y Umbridge y Fudge tuvieran el camino libre para hacer lo que les diera la gana.

Ron despegó los labios para responder, pero no articuló ningún sonido, y al cabo de un momento volvió a cerrarlos, derrotado.

— Lo mismo te digo a ti, Weasley — volvió a hablar McGonagall. A Harry le dio la impresi´n de que su preocupación por ella la había enternecido. — Sois alumnos. Sé que lleváis desde primero protegiendo el colegio a un nivel mucho mayor de lo que jamás se le podría pedir a cualquier estudiante, pero eso no significa que esté bien. No es vuestra responsabilidad proteger al profesorado.

Harry y Ron asintieron. El ambiente en el comedor se había tornado más serio.

Esa mujer es repugnante —afirmó Hermione con un susurro—. Repugnante. Cuando has entrado estaba diciéndole a Ron… que tenemos que tomar cartas en el asunto.

— Estoy cansada de tolerar la manera en la que se han normalizado los insultos contra mí — explotó Umbridge. — Señorita Granger, ¡discúlpese!

— Me niego — replicó Hermione. Harry, que no se había esperado una respuesta tan rotunda, se quedó mirándola con admiración.

— Esto es intolerable…

— Su presencia en el colegio es intolerable — se metió McGonagall. — Yo también estoy cansada, Dolores. Sigamos leyendo y acabemos con esto cuanto antes.

Estaba claro que Umbridge quería seguir discutiendo, pero Fudge murmuró algo y consiguió que se callara.

Yo propongo que la envenenemos —sugirió Ron con gravedad.

Hubo carcajadas por todo el comedor, e incluso algún aplauso. Sin embargo, la profesora Umbridge se puso en pie al mismo tiempo. Miraba a Ron con rabia.

— ¡Weasley! ¡Lo que ha dicho es un delito!

— Solo es un adolescente exagerando — habló Fudge con voz cansada. — Dolores, siéntese.

La profesora se giró para encararlo.

— ¿Es que no lo ha oído, ministro? ¡Está hablando de asesinarme!

— ¿En serio piensa que lo decía de verdad? — resopló la profesora Sinistra.

— Oh, por favor — bufó McGonagall.

— Mi hijo no es ningún asesino — exclamó la señora Weasley. — No puede tomarse tan en serio el comentario de un crío de quince años.

— ¡Ha dicho que quiere envenenarme! — gritó Umbridge.

— Puede que no sea el comentario más apropiado del mundo, pero los adolescentes dicen tonterías cuando están solos — replicó el profesor Flitwick con calma. — No haga una montaña de esto.

Ron lo observaba todo con los ojos como platos.

— Ni siquiera me acordaba de ese comentario — dijo en un susurro.

Finalmente, Fudge consiguió que la profesora volviera a su asiento y la lectura pudo continuar, ni sin que antes Umbridge le lanzada una mirada asesina a Ron.

No, en serio… Tendríamos que decir algo sobre lo mala profesora que es y sobre el hecho de que con ella no vamos a aprender nada de Defensa —propuso Hermione.

Pero ¿qué quieres que hagamos? —le preguntó Ron con un bostezo—. Es demasiado tarde, ¿no? Ya le han dado el empleo, y ahora no se va a marchar. De eso se encargará Fudge.

— Ahí tienen razón — dijo Bill. — Quejarse a los profesores no habría servido de nada, al menos en lo que se refiere al temario. Por otro lado, el asunto de los castigos sí que le habría causado problemas a Umbridge.

Bueno —aventuró Hermione—, se me ha ocurrido… —Miró con cierto nerviosismo a Harry y prosiguió—: Se me ha ocurrido que a lo mejor ha llegado el momento… de que actuemos por nuestra cuenta.

¿De que actuemos por nuestra cuenta? —repitió recelosamente Harry, que todavía tenía la mano metida en la solución de tentáculos de murtlap.

— ¿Qué se le ha ocurrido esta vez? — preguntó McLaggen con curiosidad.

Harry, Ron, Hermione y Ginny intercambiaron miradas. No les hacía ninguna gracia que se supiera esto…

Me refiero a… aprender Defensa Contra las Artes Oscuras nosotros solos — aclaró Hermione.

Eso llamó la atención de los profesores, y también de buena parte de la Orden.

¿Pretendes hacernos trabajar aún más? ¿No te das cuenta de que Harry y yo volvemos a tener los deberes atrasados y sólo llevamos dos semanas de curso?

Pero ¡esto es mucho más importante que los deberes! —protestó Hermione. Harry y Ron la miraron con los ojos desorbitados.

— ¿Seguro que eso lo dijo Granger? — preguntó Pansy. — No le pega.

Varias personas asintieron, asombradas, y Hermione suspiró.

¡No sabía que en el universo hubiera algo más importante que los deberes! — exclamó Ron.

No seas tonto, claro que lo hay —replicó Hermione, y Harry percibió atemorizado que de pronto la cara de su amiga denotaba aquel tipo de fervor que la PEDDO le solía inspirar—.

— Qué peligro — comentó Sirius. Hermione puso los ojos en blanco.

Se trata de prepararnos, como dijo Harry en la primera clase de Umbridge, para lo que nos espera fuera del colegio. Se trata de asegurarnos de que verdaderamente sepamos defendernos. Si no aprendemos nada durante un año…

— Todo eso suena muy bien — dijo Daphne. — ¿Pero cómo pretendías conseguirlo?

Hermione miró a la chica durante un instante antes de decir, algo preocupada:

— Supongo que ahora lo leeremos…

No podremos hacer gran cosa nosotros solos —repuso Ron con desánimo—. Sí, podemos buscar embrujos en la biblioteca e intentar practicarlos, supongo…

No, estoy de acuerdo contigo: ya hemos superado esa etapa en la que sólo podíamos aprender cosas en los libros —dijo Hermione—. Necesitamos un profesor, un profesor de verdad que nos enseñe a usar los hechizos y nos corrija si los hacemos mal.

— ¿Granger está diciendo que los libros no son suficiente? — exclamó Michael Corner.

— Justo después de decir que los deberes no son importantes — añadió Justin. — Creo que la han poseído.

Algunos rieron, pero otros parecían estar planteándoselo en serio.

Si estás pensando en Lupin… —empezó a decir Harry.

No, no, no estoy pensando en Lupin —dijo Hermione—. Él está demasiado ocupado con la Orden, y además sólo podríamos verlo los fines de semana que fuéramos a Hogsmeade, y eso no sería suficiente.

— Yo también estaba pensando en ti — admitió Tonks. — ¿No contactaron contigo?

Lupin negó con la cabeza.

— No tengo ni la más remota idea de lo que están hablando.

Entonces, ¿en quién? —preguntó Harry, mirándola con el entrecejo fruncido. Hermione suspiró profundamente.

¿No lo habéis captado? —se lamentó—. Podrías hacerlo tú, Harry.

Hubo un momento de silencio. Una ligera brisa nocturna hacía crujir los cristales de las ventanas y el fuego ardía con luz parpadeante.

En el comedor, la reacción era bastante similar. Los miembros del E.D. trataban de no cruzar miradas para no delatarse, mientras el resto del colegio procesaba la información.

Podría hacer ¿qué? —se sorprendió él.

Podrías enseñarnos Defensa Contra las Artes Oscuras.

Harry la miró fijamente. Luego dirigió la vista hacia Ron, dispuesto a cambiar con él una de aquellas miradas de exasperación que compartían cuando Hermione les salía con algún descabellado proyecto como la PEDDO.

— Hey — se quejó Hermione.

Harry no se disculpó.

Sin embargo, para desesperación de Harry, Ron no parecía nada exasperado, y, después de reflexionar unos instantes con el entrecejo un poco fruncido, dijo:

No es mala idea.

— A mí me parece una tontería — dijo Malfoy, que sonaba escéptico. — ¿Qué os va a enseñar Potter que no podáis leer en un libro?

— Cómo asesinar a un basilisco con una espada legendaria, por ejemplo — replicó un niño de primero.

— ¡Dejad ya el tema del basilisco! — exclamó Draco, exasperado.

— Cuánta envidia — se oyó decir a alguien de Ravenclaw, pero Harry no supo quién había hablado, solo que sus palabras hicieron que Malfoy soltara un resoplido indignado.

¿Qué es lo que no es mala idea? —le preguntó Harry.

Que nos enseñes tú.

Pero si… —Harry sonrió, convencido de que sus amigos estaban tomándole el pelo—. Pero si yo no soy profesor. Yo no puedo…

— Efectivamente, Potter no es profesor — habló Umbridge. Estaba lívida. — Y, por tanto, esa idea es absurda.

— Pues yo no lo veo mal — respondió el profesor Flitwick. — Las clases particulares siempre vienen bien. Ah, recuerdo cuando teníamos el club de duelo, en los viejos tiempos…

A Umbridge no parecía importarle lo más mínimo el viejo club de duelo.

Harry, eres el mejor de nuestro curso en Defensa Contra las Artes Oscuras —le recordó Hermione.

¿Yo? —dijo Harry sonriendo más abiertamente—. Eso no es verdad, tú me has superado en todos los exámenes que…

No, Harry —aseguró Hermione cortante—. Tú me superaste en tercero, el único curso en que ambos hicimos el examen y tuvimos un profesor que sabía algo de la asignatura.

Lupin sonrió.

— Creo que a Hermione aún le duele — dijo Lavender.

Hermione no lo negó.

Pero no estoy hablando de resultados de exámenes, Harry. ¡Piensa en todo lo que has hecho!

¿Qué quieres decir?

¿Sabes qué? No estoy seguro de querer que me dé clases alguien tan estúpido —le insinuó Ron a Hermione con una sonrisita.

Harry le dio un golpe a Ron en el hombro.

— ¡Ay! ¿Por qué…?

— Porque ese día no lo hice — replicó él con una sonrisita.

Luego miró a Harry e, imitando a Goyle cuando se concentraba, dijo—: Vamos a ver… En primero salvaste la Piedra Filosofal de las manos de Quien-tú-sabes…

Goyle se crujió los dedos de las manos, con la vista fija en Ron.

Pero no gracias a mi habilidad —explicó Harry—, sino porque tuve suerte.

En segundo —lo interrumpió Ron— mataste al basilisco y destruiste a Ryddle.

Sí, pero si no llega a ser por Fawkes…

— Deja de poner excusas — dijo Wood.

— No son excusas — se quejó Harry.

En tercero —prosiguió Ron, subiendo el tono de voz— ahuyentaste a más de un centenar de dementores de una sola vez…

Sabes perfectamente que eso fue por chiripa, si el giratiempo no hubiera…

— ¡Vamos, Ron! Déjale claro lo genial que es — dijo una chica de tercero entre risitas.

— Potter tiene la autoestima por los suelos — comentó al mismo tiempo un chico de sexto.

El año pasado —continuó Ron ya casi a voz en grito— volviste a vencer a Quien-tú-sabes…

¿Queréis hacer el favor de escucharme? —saltó Harry casi enfadado porque Ron y Hermione lo miraban sonriendo—. Escuchadme, ¿de acuerdo? Dicho así suena fabuloso, pero lo que pasó fue que tuve suerte, yo ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, no planeé nada, me limité a hacer lo que se me ocurría, y casi siempre conté con ayuda…

— Claro que tuviste ayuda, pero eso no te quita mérito — dijo Ginny.

Por algún motivo, a Harry no le molestaba que fuera Ginny quien se lo dijera.

Ron y Hermione seguían sonriendo y Harry se puso aún más nervioso; ni siquiera sabía con exactitud por qué estaba tan enfadado.

— Es que no tiene sentido. Te están alabando — dijo Jimmy Peakes, confuso.

¡No os quedéis ahí sentados sonriendo como si vosotros supierais más que yo! Era yo el que estaba allí, ¿no? —dijo acaloradamente—. Yo sé lo que pasó. Y si salí bien parado de esas situaciones no fue porque supiera mucho de Defensa Contra las Artes Oscuras, sino porque…, porque recibí ayuda en el momento preciso, o porque acerté por casualidad… Pero me libré por los pelos, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo… ¡PARAD DE REÍR!

— Ha explotado — dijo Fred con una mueca.

— Pues no entiendo por qué — replicó Angelina. — Es lo que dice Peakes. Estaban diciendo cosas buenas de él.

Harry no tenía ni idea de cómo explicar por qué se había sentido tan mal durante esa conversación. Por suerte, el chico de la chapa siguió leyendo y no tuvo que dar explicaciones.

El cuenco que contenía la solución de murtlap cayó al suelo y se rompió y Harry se dio cuenta de que estaba de pie, aunque no recordaba haberse levantado. Crookshanks se escondió debajo de un sofá y la sonrisa de Ron y Hermione desapareció.

— Se han dado cuenta de que han tocado un tema que no debían — dijo Parvati.

— Como para no darnos cuenta — replicó Ron.

¡No tenéis ni idea! ¡Vosotros nunca habéis tenido que enfrentaros a él! ¿Creéis que basta con memorizar un puñado de hechizos y lanzárselos, como si estuvierais en clase? En esas circunstancias eres totalmente consciente de que no hay nada que te separe de la muerte salvo…, salvo tu propio cerebro o tus agallas o lo que sea, como si fuera posible pensar fríamente cuando sabes que estás a milésimas de segundo de que te maten, o de que te torturen, o de ver morir a tus amigos…

El comedor se quedó en completo silencio. Resultaba increíble lo rápido que podía cambiar el humor general con tan solo unas palabras.

Lo que se siente cuando uno se enfrenta a situaciones así… nunca nos lo han enseñado en las clases. Y vosotros dos me miráis como si yo fuera muy listo porque estoy aquí de pie, vivo, y Diggory fuera un estúpido, como si él hubiera metido la pata…

Amos Diggory levantó la mirada al escuchar el nombre de su hijo. Tenía una expresión muy seria en el rostro.

No lo entendéis; pudo pasarme a mí, me habría pasado de no ser porque Voldemort me necesitaba para…

Nosotros no queríamos decir eso, Harry —se excusó Ron, que contemplaba aterrado a su amigo—. No nos estábamos metiendo con Diggory, no pretendíamos… Nos has interpretado mal —añadió mirando desesperado a Hermione, que estaba muy afligida.

— Es obvio que no se estaban metiendo con Diggory — dijo Pansy, confundida. — Potter, se te fue la cabeza.

— ¿Es que no lo entendéis? — bufó Ginny. — Hay cosas que no se pueden explicar o practicar como si estuvieras en clase. Por mucho que alguien intente enseñarte a defenderé, cuando llega una situación peligrosa solo te tienes a ti mismo. Harry no estaba más preparado que Diggory, solo sobrevivió porque Quien-Ya-Sabéis lo necesitaba y porque pudo escapar. Decir que venció al Que-No-Debe-Ser-Nombrado y tratarlo como si fuera un genio, ¿en qué lugar deja a Diggory?

— Pero nadie estaba hablando de Diggory — insistió Pansy. — Fue Potter el que lo interpretó de esa manera.

— Claro que lo interpretó de esa manera — replicó Ginny. — Hace solo unos meses que tuvo que ver cómo lo asesinaban y lleva desde entonces sintiéndose culpable. Y ahora viene alguien a decirle que es un genio por sobrevivir. ¿Cómo no va a pensar en Diggory, en la persona que no sobrevivió? Decir que él sobrevivió por ser un genio implica que la persona que murió lo hizo por ser menos capaz. — Ginny se giró para mirar a Ron y Hermione. — Que conste que os entiendo también a vosotros. No teníais mala intención y estoy de acuerdo con lo que queríais decir, solo digo que la reacción de Harry no es tan infundada como puede parecer a simple vista.

Harry, que no había dicho ni una palabra en todo ese rato, sintió una oleada de gratitud hacia Ginny. Era consciente de que había estado bastante sensible cuando se trataba del tema de Cedric, pero escuchar de boca de alguien que sus sentimientos estaban justificados le hacía sentir alivio.

Harry —dijo ella con timidez—, ¿es que no lo ves? Por eso…, por eso precisamente te necesitamos. Necesitamos saber… có-cómo es en realidad… enfrentarse a…, enfrentarse a Vo-Voldemort.

Era la primera vez que Hermione pronunciaba el nombre de Voldemort, y fue eso más que ninguna otra cosa lo que calmó a Harry.

Muchos parecieron impresionados. El chico que leía se llevó la mano a la boca momentáneamente, como si hubiera dicho una palabrota, antes de seguir leyendo como si nada.

Se sentó en la butaca, respirando agitadamente, y entonces se dio cuenta de que volvía a dolerle muchísimo la mano. Enseguida lamentó haber roto el cuenco del murtlap.

— Qué desperdicio — suspiró la profesora Sprout.

Bueno, piénsatelo… —insinuó Hermione con voz queda—. Por favor.

Harry no sabía qué decir. Estaba arrepentido de aquel arrebato, así que asintió sin reparar apenas en lo que estaba aceptando.

Harry no sabía si tendría que pedir perdón a sus amigos por aquella discusión. No lo había hecho en su día y no parecía que esperaran una disculpa en el presente.

Hermione se puso en pie.

En fin, me voy a la cama —anunció, esforzándose por hablar con naturalidad. Buenas noches…

Ron también se había levantado.

¿Vienes? —le preguntó con suavidad a Harry.

Harry escuchó a un par de chicas de sexto cuchichear. Una de ellas repitió en voz baja "Con suavidad" y la otra respondió: "¡Qué monos!"

Confuso, Harry dejó de escucharlas al tiempo que ellas dejaban escalar sendas risitas.

Sí. Ahora mismo… Voy a limpiar esto —dijo señalando el cuenco roto. Ron asintió y se marchó—. ¡Reparo! —murmuró luego Harry apuntando con la varita alos trozos de porcelana rotos. Los fragmentos se unieron solos y el cuenco quedó como nuevo, pero no había forma de devolver la solución de murtlap al cuenco.

— Tendrían que inventar un hechizo para eso — dijo una chica de segundo.

— Seguro que ya existe pero Potter no lo conoce — replicó otra, del mismo curso.

De pronto Harry se sintió tan cansado que estuvo tentado de dejarse caer de nuevo en la butaca y dormir allí mismo, pero hizo un esfuerzo para levantarse y siguió a Ron por la escalera. Aquella noche durmió mal y volvió a tener sueños en los que veía largos pasillos y puertas cerradas con llave, y al día siguiente, cuando despertó, volvía a dolerle la cicatriz.

— Esos sueños definitivamente tienen algo que ver con Quien-No-Debe-Ser-Nombrado — dijo Justin con ímpetu.

— Déjate ya de teorías conspiranoicas — le reprochó Ernie.

— Así acaba el capítulo — anunció el chico sin corbata, marcando la página.

Dumbledore se puso en pie. Para sorpresa de Harry, tomó el libro y le echó un ojo al siguiente capítulo antes de decir:

— Podemos leer uno más antes de comer, ¿no os parece? — Con una sonrisa, añadió: — ¿Algún voluntario?


°LA HISTORIA NO ME PERTENECE SINO A LA AUTORA LUXERII EN FFNET

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