El león y la serpiente:
Siguieron discutiendo hasta que llegaron a la sala común, pero Harry no les hacía caso. Observaba muy atento el mapa del merodeador, pero al mismo tiempo recordaba que Cho le había dicho que la ponía nerviosa.
Hubo risitas y silbidos por todo el comedor. Harry pensó que ya no podía sentir más vergüenza, porque seguramente se le derretiría la cara si enrojecía aún más.
— Así acaba — anunció el chico de Hufflepuff.
— ¿Le importa leer el título del siguiente capítulo? — pidió Dumbledore. El chico asintió, pasó la página y leyó:
— El león y la serpiente.
Harry no pudo evitar hacer una mueca. Con ese título, solo podía esperar que se leyera aquel partido de Gryffindor contra Slytherin…
Ron debía haber llegado a la misma conclusión, porque se puso de un tono verdoso un poco desagradable.
El director escogió a una chica de cuarto para que leyera el siguiente capítulo. Harry agradeció mentalmente que la chica no fuera de Slytherin, porque lo que menos necesitaba era que quien leyera ese capítulo disfrutara abochornando a Gryffindor.
Sin perder tiempo, la chica comenzó a leer.
Durante las dos semanas siguientes, Harry tuvo la impresión de que llevaba una especie de talismán dentro del pecho, un secreto íntimo que lo ayudaba a soportar las clases de la profesora Umbridge y que incluso le permitía sonreír de manera insulsa cuando la miraba a los espantosos y saltones ojos.
— ¿Se refiere a Cho? — preguntó un niño de segundo.
— No, imbécil. Está hablando del E.D. — replicó un amigo suyo sin maldad.
Y hablando de maldad, Umbridge no se había tomado muy bien el comentario de los ojos saltones y parecía tener ganas de estrangular a Harry. Harry había visto esa misma mirada en los ojos de tío Vernon demasiadas veces.
Harry y el ED le oponían resistencia delante de sus propias narices, practicando precisamente lo que más temían ella y el Ministerio, y durante sus clases, cuando se suponía que Harry estaba leyendo el libro de Wilbert Slinkhard, lo que hacía en realidad era recordar los momentos más satisfactorios de las últimas reuniones del ED:
— Eso es adorable— rió Katie.
Neville había conseguido desarmar a Hermione;
Hubo vítores y silbidos de apreciación por todo el comedor. Neville se ruborizó intensamente, a la par que Hermione parecía un poco molesta, aunque no le duró mucho el enfado.
Colin Creevey había realizado a la perfección el embrujo paralizante; después de tres sesiones de duros esfuerzos, Parvati Patil había hecho una maldición reductora tan potente que había convertido en polvo la mesa de los chivatoscopios…
Tanto Colin como Parvati sonrieron con orgullo al recibir las felicitaciones y miradas impresionadas de parte del resto del colegio.
Resultaba casi imposible escoger una noche a la semana para las reuniones del ED, porque tenían que adaptarse al horario de entrenamientos de tres equipos de quidditch, que muchas veces se modificaban debido a las adversas condiciones climáticas. Pero eso no preocupaba a Harry: tenía la sensación de que, seguramente, era mejor que sus reuniones no tuvieran un horario fijo. Si alguien estaba observándolos, iba a costarle mucho descubrir un sistema predeterminado.
Umbridge le lanzó una mirada fulminante al escuchar eso. A Harry ya no le importaba. No sabía qué pasaría ahora con el E.D., una vez terminaran la lectura y tuvieran que enfrentarse a la realidad de que era necesario luchar contra Voldemort, pero quería pensar que el grupo se mantendría de forma indefinida. Había sido su principal fuente de alegría durante muchas semanas.
Hermione no tardó en idear un método muy ingenioso para comunicar la fecha y la hora de la siguiente reunión a los miembros del ED por si había que cambiarlas en el último momento, porque habría resultado sospechoso que los estudiantes de diferentes casas cruzaran el Gran Comedor para hablar entre ellos demasiado a menudo.
— ¿Tenían una forma secreta de comunicarse? — exclamó Lisa Turpin, impresionada.
— Tiene sentido — replicó Daphne.
Entregó a cada uno de los miembros del ED un galeón falso (Ron se emocionó mucho cuando vio por primera vez el cesto, convencido de que estaba regalando oro de verdad).
Algunos rieron y Ron hizo un ruidito raro con la garganta. A Harry le pareció que estaba muy nervioso, pero no por los galeones, sino por lo que se leería sobre el partido.
—¿Veis los números que hay alrededor del borde de las monedas? —dijo Hermione mostrándoles una para que la examinaran al final de su cuarta reunión.
— ¿Cuarta reunión? — exclamó Umbridge.
— No perdían el tiempo — dijo Flitwick que, al contrario que la profesora Umbridge, hablaba con cierto orgullo en su voz.
La moneda, gruesa y amarilla, reflejaba la luz de las antorchas—. En los galeones auténticos no son más que un número de serie que se refiere al duende que acuñó la moneda.
— No lo sabía — admitió Colin.
En estas monedas falsas, sin embargo, los números cambiarán para indicar la fecha y la hora de la siguiente reunión. Las monedas se calentarán cuando cambie la fecha, de modo que si las lleváis en un bolsillo lo notaréis.
Harry notó que Snape no parecía muy contento con ese detalle. Su expresión se endureció y observó a Hermione con ojos calculadores.
Cogeremos una cada uno, y cuando Harry decida la fecha de la siguiente reunión, él modificará los números de su moneda, y los de las demás también cambiarán para imitar los de la de Harry porque les he hecho un encantamiento proteico.
Hubo murmullos impresionados y hasta los profesores parecían incrédulos.
Las palabras de Hermione fueron recibidas con un silencio sepulcral. Ella observó a sus compañeros, que la miraban desconcertados—. No sé, me pareció buena idea —balbuceó—. Porque aunque la profesora Umbridge nos ordenara vaciar nuestros bolsillos, no hay nada sospechoso en llevar un galeón, ¿no? Pero…, bueno, si no queréis utilizarlas…
— ¿Cómo no van a querer utilizarlas? — dijo Bill. — Es una idea magnífica.
Hermione se ruborizó intensamente.
—¿Sabes hacer un encantamiento proteico? —le preguntó Terry Boot.
—Sí.
—Pero si eso…, eso corresponde al nivel de ÉXTASIS —comentó con un hilo de voz.
—Ya —repuso Hermione intentando parecer modesta—. Ya…, bueno…, sí, supongo que sí.
Terry sonrió.
— Con todo lo que os pasa a vosotros tres, no me explico de dónde sacas el tiempo para estudiar encantamientos del nivel de ÉXTASIS — dijo.
— Precisamente por todo lo que nos pasa, es mejor estar prevenidos — replicó Hermione.
—¿Por qué no te pusieron en Ravenclaw? —inquirió Ron mirando a Hermione maravillado—. ¡Con el cerebro que tienes!…
Hermione sonrió al recordar ese comentario. Harry vio que, durante unos momentos, Hermione tomaba de la mano a Ron, que pareció olvidar sus preocupaciones sobre el partido y aceptó la mano de Hermione con gusto. Harry apartó la mirada al sentir que se estaba entrometiendo en algo privado.
—Verás, el Sombrero Seleccionador estuvo a punto de mandarme a Ravenclaw —contestó Hermione alegremente—, pero al final se decidió por Gryffindor. Bueno, ¿qué decís? ¿Queréis usar los galeones?
Hubo un murmullo de aprobación general, y los compañeros se acercaron al cesto para coger su moneda.
— Nadie habría estado tan loco como para negarse — dijo Angelina. — Fue una idea buenísima, Hermione.
Hermione le sonrió.
Harry miró de reojo a Hermione.
—¿Sabes a qué me recuerda esto?
—No, ¿a qué?
—A las cicatrices de los mortífagos. Cuando Voldemort toca a uno de ellos, todos notan que les queman las cicatrices y así saben que tienen que reunirse con él.
— Mmm… Vale, eso me da un poco de mal rollo — dijo Dean.
No fue el único miembro del E.D. al que esa comparación le puso los pelos de punta.
—Sí, ya —contestó Hermione con tranquilidad—. De ahí fue de donde saqué la idea… Pero te habrás dado cuenta de que decidí grabar la fecha en unos trozos de metal, y no en la piel de los miembros del grupo.
— Y nosotros lo agradecemos — dijo Fred.
—Sí, claro… Lo prefiero así —respondió Harry, sonriente, y se guardó un galeón en el bolsillo—. Supongo que el único peligro de este sistema es que nos gastemos las monedas sin querer.
—Lo veo difícil —intervino Ron, que estaba examinando su galeón falso con cierta tristeza—. Yo no tengo ni un solo galeón auténtico con el que confundirlo.
Hubo alguna risita aislada en la zona de Slytherin, pero cada vez eran menos y menos personas las que se burlaban de los Weasley por ese asunto. Harry pensó que la lectura debía estar teniendo un efecto inesperado en ellos. O quizá los encapuchados habían previsto que la opinión general cambiaría de forma tan drástica como lo estaba haciendo…
Al acercarse el día del primer partido de quidditch de la temporada, Gryffindor contra Slytherin, las reuniones del ED quedaron suspendidas porque Angelina se empeñó en hacer entrenamientos casi diarios.
— Era necesario — declaró ella rotundamente al notar las miradas escandalizadas de muchos alumnos.
Dado que hacía mucho tiempo que no se celebraba la Copa de quidditch, el inminente encuentro había producido grandes expectativas y emoción.
— Para los de segundo, era nuestro primer partido de quidditch — dijo una chica de Ravenclaw. — Porque el Torneo de los Tres Magos ocupó todo nuestro primer año.
A la mención del Torneo, muchos intercambiaron miradas nerviosas y Amos Diggory, que parecía haberse desinflado después de leer todo el asunto de su hijo, mostró una expresión amarga.
Hubo unos instantes de silencio absolutos en los que no hizo falta usar palabras, porque el sentimiento general era evidente. Si hubieran podido elegir, si volver atrás fuera posible, todos habrían preferido tener un campeonato de quidditch normal en vez de vivir el Torneo de los Tres Magos. Harry pensó que debía haber alumnos que no compartieran ese sentimiento, porque el torneo debió ser fascinante para todos aquellos que observaban desde la seguridad de las gradas. Ver dragones en Hogwarts, la construcción del laberinto, la emoción de las pruebas… Había sido un evento histórico y fascinante y grotesco y trágico, todo a la vez. Y en cierta manera, el regreso de la Copa de Quidditch ese año se sentía como una falsa vuelta a la normalidad, porque ya nada era como lo había sido antes.
Pero sobre esto, nadie dijo nada en voz alta. La chica de cuarto continuó leyendo, intentando que su tono sonara más alegre para romper la solemnidad inesperada que se había apoderado del comedor.
Como era lógico, los de Ravenclaw y los de Hufflepuff demostraban un vivo interés por el resultado del partido, pues ellos jugarían contra ambos equipos en el curso de aquel año. Los jefes de las casas de cada uno de los dos equipos enfrentados, pese a que intentaban disimularlo bajo un considerable alarde de espíritu deportivo, estaban ansiosos por ver ganar a los suyos. Harry comprendió hasta qué punto le importaba a la profesora McGonagall que Gryffindor venciera a Slytherin cuando la semana previa al partido decidió abstenerse de ponerles deberes.
— Eso es un milagro — dijo Sirius. — Creo que tiene más ganas de que gane Gryffindor que la propia Angelina.
— La profesora McGonagall siempre ha tenido claras cuáles deben ser las prioridades — dijo Wood con orgullo.
— El que no las tiene muy claras eres tú — murmuró Hermione, pero solo Harry, Ron y Ginny la escucharon.
—Creo que ya tenéis suficiente trabajo de momento —dijo con altivez. Nadie dio crédito a lo que acababa de oír hasta que la profesora McGonagall miró directamente a Harry y Ron y añadió con gravedad—: Ya me he acostumbrado a ver la Copa de quidditch en mi despacho, muchachos, y no tengo ningunas ganas de entregársela al profesor Snape, así que emplead el tiempo libre para entrenar, ¿entendido?
— Encima es el año de los TIMOS — dijo Tonks con una sonrisita. — La profesora McGonagall tiene muchas ganas de ganar.
McGonagall no lo negó.
Snape tampoco disimulaba que defendía los intereses de su equipo. Había reservado tantas veces el campo de quidditch para los entrenamientos de Slytherin que los de Gryffindor tenían dificultades para utilizarlo.
— Tendría que haber un límite de reservas— se quejó Wood.
— No decías lo mismo cuando Gryffindor acaparaba el campo — le contestó un Hufflepuff de séptimo.
— Nunca hemos llegado a ese extremo — se defendió Oliver.
También hacía oídos sordos a los continuos informes de los intentos de los de Slytherin de hacer maleficios a los jugadores de Gryffindor en los pasillos del colegio. El día que Alicia Spinnet se presentó en la enfermería con las cejas tan crecidas que le impedían ver y le tapaban la boca, Snape insistió en que debía de haber probado por su cuenta un encantamiento crecepelo y no quiso escuchar a los catorce testigos que aseguraban haber visto cómo el guardián de Slytherin, Miles Bletchley, le lanzaba un embrujo por la espalda mientras ella estaba estudiando en la biblioteca.
— Oh, por favor — bufó McGonagall. — Una cosa es no poner deberes, ¿pero ignorar un ataque deliberado? Severus, cada día me decepcionas más.
Snape pareció estar a punto de decir algo, pero no lo hizo. Después de todo lo que se había leído, no quedaban muchos profesores que fueran a apoyarlo.
Harry era optimista en cuanto a las posibilidades que Gryffindor tenía de ganar; al fin y al cabo nunca habían perdido contra el equipo de Malfoy.
— Y seguimos sin haberlo hecho — declaró Angelina con orgullo.
Malfoy le lanzó una mirada fulminante, pero no dijo nada. Harry se habría esperado que lanzara alguna puya contra Ron y el desastre del partido anterior, por lo que le sorprendió ese silencio. Si era sincero, muchas cosas sobre Malfoy le sorprendían últimamente.
Había que admitir que Ron todavía no había alcanzado el nivel de rendimiento que Wood habría aprobado, pero se estaba esforzando muchísimo para mejorar.
— Nadie puede alcanzar nunca ese nivel de rendimiento — dijo Katie. Wood se encogió de hombros y dijo:
— Creo que tampoco pedía tanto…
Las miradas del resto del equipo lo hicieron callar de inmediato.
Su punto débil era la tendencia a perder la confianza en sí mismo después de meter la pata; cuando le marcaban un tanto, se aturullaba mucho y entonces era probable que le marcaran más goles.
— Eso lo resume muy bien — suspiró Hermione. — Solo necesitas más confianza.
Ron parecía muy incómodo con el tema de conversación. Que buena parte del comedor no le quitara los ojos de encima para ver sus reacciones tampoco ayudaba mucho.
Por otra parte, Harry había visto a Ron hacer algunas paradas francamente espectaculares cuando su amigo estaba inspirado; en uno de los entrenamientos más memorables, Ron se había quedado colgado de la escoba, cogido con una sola mano, y le había dado una patada tan fuerte a la quaffle para alejarla del aro de gol que la pelota recorrió todo el terreno de juego y se coló por el aro central del extremo opuesto.
Viendo lo impresionados que estaban todos, Ron se hundió más en el asiento.
El resto del equipo comentó que aquella parada no tenía nada que envidiar a la que había hecho poco antes Barry Ryan, el guardián de la selección irlandesa, contra un lanzamiento del cazador estrella de Polonia, Ladislaw Zamojski. Hasta Fred había dicho que quizá Ron lograra que él y George se sintieran orgullosos de su hermano, y que estaban planteándose muy en serio reconocer que Ron tenía algún parentesco con ellos, lo cual le aseguraron que llevaban cuatro años cuestionándose.
— Fred, George… — empezó a decir la señora Weasley, pero Fred la interrumpió antes de que pudiera empezar a regañarlos.
— Puede que nos pasáramos un poco con ese comentario — dijo.
— Además de que no tiene ningún sentido — se metió una chica de tercero. Miraba a los gemelos muy enfadada. — Vuestro hermano lleva esos cuatro años enfrentándose a troles, a magos oscuros y a todo tipo de cosas peligrosas. ¿Y qué habéis hecho vosotros en ese tiempo? Caramelos.
— Vale, vale — se defendió Fred, algo molesto. — No hace falta que te pongas así.
Ron pareció un poco más animado al escuchar cómo esa chica lo defendía, pero su piel seguía de un tono verdoso que delataba los nervios que sentía.
Lo único que de verdad preocupaba a Harry era lo mucho que a Ron le afectaban las tácticas usadas por el equipo de Slytherin antes de que llegara el enfrentamiento. Harry, lógicamente, también había soportado los insidiosos comentarios de los de Slytherin durante cuatro años, de modo que cuando alguien le susurraba al oído: «Eh, Potty, me han dicho que Warrington ha jurado que el sábado te derribará de la escoba», en lugar de asustarse se ponía a reír. «Warrington tiene tan mala puntería que me preocuparía más si apuntara al jugador que estuviera a mi lado», replicó en aquella ocasión, con lo que Ron y Hermione se echaron a reír, y la sonrisita de suficiencia se borró del rostro de Pansy Parkinson.
Pansy se puso muy roja al escuchar las risas del resto del colegio.
— La verdad es que como táctica de intimidación se quedó un poco corta — dijo Ernie con una sonrisa.
— Es Parkinson, la imaginación no es lo suyo — replicó Justin.
Pansy lo fulminó con la mirada, pero al chico le dio totalmente igual y le devolvió una sonrisa burlona.
Pero Ron nunca había estado sometido a una implacable campaña de insultos, burlas e intimidaciones. Cuando los de Slytherin, entre ellos algunos de séptimo curso mucho más altos que él, murmuraban al cruzárselo en un pasillo: «¿Ya has reservado una cama en la enfermería, Weasley?», Ron no se reía, sino que se ponía verde en cuestión de segundos.
— Qué pena — dijo Romilda Vane.
— Esas actitudes deberían parar — suspiró la profesora Trelawney al mismo tiempo, con aire dramático.
Cuando Draco Malfoy imitaba a Ron dejando caer la quaffle (y lo hacía cada vez que ambos se veían), a éste se le ponían las orejas coloradas y empezaban a temblarle las manos de tal modo que si en ese momento llevaba algo en ellas, también se le caía.
Ron soltó un gemido involuntario y se hundió todavía más en el asiento.
Harry miró a Malfoy con tanta rabia como pudo, pero éste ni se dignó a mirar en su dirección.
El mes de octubre fue una sucesión ininterrumpida de días de viento huracanado y lluvia torrencial, y cuando llegó noviembre, hizo un frío glacial; el gélido viento y las intensas heladas matinales herían las manos y las caras si no se protegían.
— ¡Noviembre! — exclamó Hannah. — ¡De eso hace nada!
— Queda muy poco para llegar al presente — dijo Ernie. — Casi preferiría que no leyéramos el partido para poder avanzar. Quizá el próximo capítulo ya sea sobre el futuro…
La idea de que quedara tan poco para leer el futuro llenó el comedor de emoción. Por primera vez, Harry estaba de acuerdo en que el quidditch era totalmente innecesario en esa ocasión. Invertirían mucho mejor el tiempo pasando al siguiente capítulo y evitando leer la paliza que le habían dado a Ron durante el partido.
Los profesores probablemente también estaban de acuerdo, pero el director no hizo el más mínimo gesto para acelerar la lectura. La chica de cuarto comenzó a leer mucho más rápido que antes.
El cielo y el techo del Gran Comedor adoptaron un tono gris claro y perlado; las montañas que rodeaban Hogwarts estaban coronadas de nieve, y la temperatura dentro del castillo descendió tanto que muchos estudiantes llevaban puestos sus gruesos guantes de piel de dragón cuando iban por los pasillos de una clase a otra.
La mañana del partido amaneció fría y despejada. Cuando Harry despertó, giró la cabeza hacia la cama de Ron y lo vio sentado muy tieso, abrazándose las rodillas y mirando fijamente el vacío.
— Me estoy poniendo nervioso de escucharlo — dijo Dean. — Tienes que tranquilizarte, Ron.
— ¿Crees que no lo sé? — replicó Ron con voz ronca.
—¿Estás bien? —le preguntó Harry. Ron asintió con la cabeza sin decir nada. Harry se acordó de cuando Ron, por error, se hizo a sí mismo un encantamiento vomitababosas; estaba tan pálido y sudoroso como entonces, y se mostraba igual de reacio a abrir la boca—. Lo que necesitas es un buen desayuno —le dijo Harry para animarlo—. ¡Vamos!
Hubo risitas por todas partes.
— Creo que comer es lo último que necesita — dijo Tonks.
El Gran Comedor estaba casi a rebosar cuando llegaron; los alumnos hablaban más alto de lo habitual y reinaba una atmósfera llena de vida y de entusiasmo. Cuando pasaron junto a la mesa de Slytherin, aumentó el nivel del ruido. Harry se volvió y vio que, además de los acostumbrados gorros y bufandas de color verde y plateado, todos llevaban una insignia de plata con una forma que parecía la de una corona.
Ron volvió a gemir. No siguió hundiéndose en el asiento porque si lo hacía, acabaría en el suelo.
— No hagas ni caso — le susurró Harry. — Pasará rápido. La chica que está leyendo no parece tener ganas de entretenerse mucho.
Y así era. La velocidad de la lectura había aumentado considerablemente tras notarse lo cerca que se encontraban de leer el futuro. Nadie le dijo nada a la chica, porque todos tenían tantas ganas como ella de avanzar.
Curiosamente, muchos alumnos de Slytherin saludaron con la mano a Ron riendo a mandíbula batiente. Harry intentó leer lo que estaba escrito en las insignias, pero como le interesaba mucho conseguir que Ron pasara de largo rápidamente, no quiso entretenerse demasiado.
— Hiciste bien — suspiró Hermione.
Llegaron a la mesa de Gryffindor y recibieron una calurosa bienvenida. Todos iban vestidos de rojo y dorado, pero, lejos de levantarle los ánimos a Ron, los vítores no lograron más que minar la poca moral que le quedaba; Ron se dejó caer en el banco más cercano con el aire de quien se sienta a comer por última vez.
—Debo de estar loco para hacer lo que voy a hacer —dijo con un susurro ronco—. Loco de atar.
— No es fácil controlar los nervios — dijo Charlie. — Fuiste muy valiente al asistir al partido a pesar de todo.
Ese comentario animó un poco a Ron, que seguía muy verde.
—No seas tonto —repuso Harry con firmeza, y le pasó un surtido de cereales—.Jugarás muy bien. Es lógico que estés nervioso.
—Lo haré fatal —lo contradijo Ron—. Soy malísimo. No acierto ni una. ¿Cómo se me ocurriría meterme en semejante lío?
— Tienes que dejar de torturarte — le dijo Percy. No hablaba mucho en voz alta porque, cada vez que lo hacía, una multitud de miradas acusatorias caían sobre él. En esta ocasión, las ignoró y dijo: — Si sigues diciéndote a ti mismo que lo harás fatal, provocarás que ese miedo se haga realidad.
Ron hizo una mueca. Era evidente que no sabía qué contestar.
—Contrólate —le ordenó Harry severamente—. Piensa en la parada que hiciste con el pie el otro día. Hasta Fred y George comentaron que había sido espectacular.
Ron giró el atormentado rostro hacia Harry.
—Eso fue un accidente —susurró muy afligido—. No lo hice a propósito. Resbalé de la escoba cuando nadie miraba, y en el momento en que intentaba volver a montarme en ella le di una patada a la quaffle sin querer.
— Oh — Fred pareció sorprendido durante un instante.
— Para ser un accidente, estuvo muy bien — ofreció George al ver que Ron se hundía todavía más.
—Bueno —dijo Harry recuperándose rápidamente de aquella desagradable sorpresa—, unos cuantos accidentes más como ése y tendremos el partido ganado, ¿no?
— Potter es un buen amigo — dijo un chico de sexto. — Yo no habría sido la mitad de compasivo con Weasley.
Hermione y Ginny se sentaron enfrente de ellos; llevaban bufandas, guantes y escarapelas de color rojo y dorado.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Ginny a Ron, que contemplaba la leche que había en el fondo de su cuenco de cereales vacío como si estuviera planteándose muy en serio la posibilidad de ahogarse en ella.
— Ay, no. No digáis eso ni en broma — A la señora Weasley le dio un escalofrío.
—Está un poco nervioso —puntualizó Harry.
—Eso es buena señal. Creo que en los exámenes nunca obtienes tan buenos resultados si no estás un poco nervioso —comentó Hermione con optimismo.
— Demasiado optimismo, creo yo — dijo Seamus. Dean le dio un codazo.
—¡Hola! —saludó entonces una vocecilla tenue y soñadora detrás de ellos.
Harry levantó la cabeza: Luna Lovegood se había alejado de la mesa de Ravenclaw y había ido a la de Gryffindor. Mucha gente la miraba sin parar, y unos cuantos estudiantes reían sin disimulo y la señalaban con el dedo. Luna había conseguido un gorro con forma de cabeza de león de tamaño natural y lo llevaba precariamente colocado en la cabeza.
El recuerdo del gorro de Luna hizo estallar las risas por todo el comedor.
—Yo estoy con Gryffindor —declaró la chica señalando su gorro pese a que no hacía ninguna falta—. Mirad lo que hace… —Levantó una mano y le dio unos golpecitos con la varita. El gorro abrió la boca y soltó un rugido extraordinariamente realista que hizo que todos los que había cerca pegaran un brinco—. ¿Verdad que es genial? —preguntó Luna muy contenta—. Quería que tuviera en la boca una serpiente que representara a Slytherin, pero no hubo tiempo. En fin… ¡Buena suerte, Ronald!
Y tras decir eso, la chica se marchó.
— Debió costarte una fortuna — dijo Colin, impresionado.
— No tanto. Lo hice a mano — replicó ella muy contenta. — Puedo hacerte uno para el próximo partido si quieres.
Colin asintió y parecía genuinamente ilusionado.
Cuando todavía no se habían recuperado de la impresión que les había causado el gorro, Angelina fue muy deprisa hacia ellos acompañada de Katie y de Alicia, cuyas cejas habían vuelto a su estado normal gracias a la señora Pomfrey.
—Cuando terminéis de desayunar —les indicó—, podéis ir directamente al terreno de juego. Comprobaremos las condiciones del campo y nos cambiaremos.
—Iremos enseguida —le aseguró Harry—. Es que Ron todavía tiene que comer un poco.
— Pues yo creo que es mala idea — murmuró Neville. — Con esos nervios, yo tampoco podría comer nada.
Sin embargo, pasados diez minutos quedó claro que Ron no podía ingerir nada más, y Harry creyó que lo mejor que podía hacer era bajar con él a los vestuarios. Cuando se levantaron de la mesa, Hermione se levantó también y, cogiendo a Harry por un brazo y apartándolo un poco, le susurró:
—No dejes que Ron lea lo que hay escrito en las insignias de los de Slytherin.
La señora Weasley frunció el ceño. Muchos Gryffindor fulminaron con la mirada a los Slytherin en ese momento y a Harry le agradó ver que algunos de ellos parecían muy incómodos.
Harry la miró de manera inquisitiva, pero ella negó con la cabeza para avisarle, porque Ron se acercaba a ellos sin prisa, con aire perdido y desesperado—. ¡Buena suerte, Ron! —le deseó Hermione poniéndose de puntillas y besándolo en la mejilla—. Y a ti también, Harry…
Pareció que Ron volvía un poco en sí cuando recorrieron el Gran Comedor hacia la puerta. Entonces se tocó el sitio donde Hermione lo había besado, un tanto aturdido, como si no estuviera muy seguro de lo que acababa de ocurrir.
— ¡Oh, por favor! — exclamó una chica de séptimo. — ¿Puede ser más obvio que a Weasley le gusta Granger?
— ¡Y a Granger también le gusta él! — replicó otra, de sexto. — ¿Os habéis fijado en cómo le ha deseado suerte con un beso mientras a Harry apenas le ha dicho nada?
El comedor se llenó de murmullos y risitas.
— Bueno, Lovegood también ha animado solo a Weasley — notó Jimmy Peakes.
— ¡Porque a Lovegood también le gusta! — exclamó alguien.
Hermione soltó un bufido y murmuró algo que Harry no entendió. Ron ya no estaba tan verde, pero sus orejas se habían vuelto de un rojo intenso.
Estaba tan distraído que no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor, pero Harry, intrigado, al pasar junto a la mesa de Slytherin echó una ojeada a las insignias con forma de corona, y esa vez vio las palabras que había grabadas en ellas:
A Weasley vamos a coronar.
De forma casi automática, Ron se estremeció al escuchar esas palabras.
Con la desagradable sensación de que aquello no podía presagiar nada bueno, Harry se llevó a toda prisa a Ron por el vestíbulo; bajaron la escalera de piedra y salieron a la fría mañana.
La helada hierba crujió bajo sus pies cuando descendieron por la ladera hacia el estadio. No había ni gota de viento y el cielo era una extensión uniforme de un blanco perlado, lo cual significaba que la visibilidad sería buena, pues el sol no los deslumbraría. Harry le remarcó a Ron aquellos esperanzadores factores mientras caminaban, pero no estaba seguro de que su amigo estuviera escuchándolo.
— Así que entrenar bajo la lluvia torrencial no sirvió de nada — dijo Padma.
Angelina la miró mal.
Angelina ya se había cambiado y estaba hablando con el resto del equipo cuando ellos entraron. Harry y Ron se pusieron las túnicas (Ron estuvo un buen rato intentando ponérsela del revés, hasta que Alicia se compadeció de él y fue a ayudarlo);
A pesar de que la mayoría del comedor se estaba posicionando a favor de Ron, nadie pudo evitar las risitas al escuchar ese detalle. Las orejas de Ron se pusieron todavía más rojas.
luego se sentaron para escuchar la charla previa al partido, mientras en el exterior el murmullo de voces iba aumentando de intensidad a medida que el público salía del castillo y bajaba al campo de quidditch.
—Bueno, acabo de enterarme de la alineación definitiva de Slytherin —anunció Angelina consultando una hoja de pergamino—. Los golpeadores del año pasado, Derrick y Bole, ya no están en el equipo, pero por lo visto Montague los ha sustituido por los gorilas de rigor, y no por dos jugadores que vuelen particularmente bien. Son dos tipos que se llaman Crabbe y Goyle, no sé mucho acerca de ellos…
—Nosotros sí —dijeron Harry y Ron a la vez.
— Demasiado — se quejó Harry.
—Bueno, no parecen lo bastante listos para distinguir un extremo de la escoba del otro —observó Angelina mientras se guardaba la hoja de pergamino—, pero la verdad es que siempre me sorprendió que Derrick y Bole consiguieran encontrar el camino hasta el campo sin necesidad de letreros.
—Crabbe y Goyle están cortados por el mismo patrón —afirmó Harry.
Hubo risas por todo el comedor. Crabbe y Goyle, que al parecer eran lo suficientemente listos como para entender que Harry acababa de insultarlos, se crujieron los nudillos y le hicieron gestos amenazadores, pero a Harry no le preocupaba. Malfoy estaba sentado a su lado y, aunque tenía el ceño fruncido, no parecía especialmente molesto con Harry. ¿Cómo iba a estarlo, si él era la primera persona que admitía que Crabbe y Goyle eran idiotas?
Oían cientos de pasos que ascendían por los bancos escalonados de las tribunas del público. Había gente que cantaba, aunque Harry no logró entender la letra de la canción. Estaba empezando a ponerse nervioso, pero sabía que sus nervios no eran nada comparados con los de Ron, que volvía a presionarse el estómago con la mirada perdida en el vacío, la mandíbula apretada y la piel de un verde pálido.
— Me sorprende que no haya echado el desayuno todavía — dijo un chico de segundo.
— Dale tiempo — rió otro.
—Ya es la hora —anunció Angelina con voz queda, consultando su reloj—. ¡Ánimo, chicos! ¡Buena suerte!
Los miembros del equipo se levantaron, se cargaron las escobas al hombro y salieron del vestuario en fila india hacia el luminoso exterior. Los recibió un fuerte estallido de gritos y silbidos entre los cuales Harry seguía escuchando aquella canción, aunque en ese momento se oía amortiguada.
— ¿Por qué me da que esa canción no va a ser nada bueno? — dijo Sirius.
— Se ve venir de lejos — suspiró Lupin.
Los jugadores del equipo de Slytherin los esperaban de pie en el campo. Ellos también llevaban las insignias plateadas con forma de corona. El nuevo capitán, Montague, tenía la misma constitución que Dudley Dursley, con unos antebrazos enormes que parecían jamones peludos.
— ¿Me acabas de comparar con Dursley, Potter? — exclamó Montague, indignado. — ¿El muggle que tiene el tamaño de una ballena pequeña?
— Eres bastante grande — le dijo otro Slytherin, haciendo que Montague se indignara aún más.
— ¡Ha dicho que mis brazos son jamones peludos! ¡No defiendas a Potter!
— No estoy defendiendo a nadie — replico el primer chico, algo acobardado. — Solo digo que…
Pero Harry no escuchó qué decía, porque Montague le había lanzado una mirada asesina y el Slytherin menor se había quedado sin voz.
Detrás de Montague acechaban Crabbe y Goyle, casi tan corpulentos como él, parpadeando con pinta de estúpidos y blandiendo sus bates nuevos de golpeadores. Malfoy estaba a un lado, y la luz arrancaba destellos a su rubio pelo.
Hubo risitas.
— Vaya descripción, Potter — rió Zacharias Smith. — Parece que de verdad te guste Malfoy.
— De eso nada — bufó Harry, ignorando las carcajadas.
Al ver a Harry, sonrió
— A Malfoy también le gusta Potter, desde luego — dijo una chica de tercero con una sonrisita.
Malfoy puso cara rara y no se dignó a contestar.
y dio unos golpecitos a la insignia con forma de corona que llevaba prendida en el pecho.
—Daos la mano, capitanes —ordenó la señora Hooch, que hacía de árbitro, cuando Angelina y Montague se encontraron. Harry se dio cuenta de que Montague intentaba aplastarle los dedos a Angelina, aunque ella no hizo el más mínimo gesto de dolor—. Montad en vuestras escobas…
Montague y Angelina intercambiaron miradas asesinas.
La señora Hooch se puso el silbato en la boca y pitó.
A continuación soltaron las pelotas y los catorce jugadores emprendieron el vuelo. Harry vio con el rabillo del ojo cómo Ron salía como un rayo hacia los aros de gol. Harry subió un poco más y esquivó la primera bludger; luego dio una amplia vuelta por el terreno de juego mirando a su alrededor en busca de un destello dorado; en el otro extremo del estadio, Draco Malfoy estaba haciendo exactamente lo mismo.
— Están sincronizados — dijo una chica de primero con una risita tonta.
— Están jugando al mismo juego — replicó otra, de tercero, que observaba a la primera como si estuviera chiflada.
—Y es Johnson, Johnson con la quaffle, cómo juega esta chica, llevo años diciéndolo, pero ella sigue sin querer salir conmigo…
—¡JORDAN! —gritó la profesora McGonagall.
— Ya empezamos — rió Alicia.
Angelina puso los ojos en blanco, pero sonreía. Lee Jordan se ofreció para leer la parte del partido, pero la chica de cuarto no parecía dispuesta a soltar el libro. Seguía leyendo con bastante rapidez.
—Sólo era un comentario gracioso, profesora, para añadir un poco de interés… Ahora ha esquivado a Warrington, ha superado a Montague, ¡ay!, la bludger de Crabbe ha golpeado a Johnson por detrás…
— Eso dolió — murmuró Angelina.
Montague atrapa la quaffle, Montague sube de nuevo por el campo y… Una buena bludger de George Weasley le ha dado de lleno en la cabeza a Montague, que suelta la quaffle,
Montague miró mal a George, que fingió no darse cuenta.
la atrapa Katie Bell; Katie Bell, de Gryffindor, le hace un pase hacia atrás a Alicia Spinnet, y Spinnet sale disparada…
Los comentarios de Lee Jordan resonaban por el estadio y Harry aguzaba el oído para escucharlos pese al viento que silbaba en sus oídos y el barullo del público, que gritaba, abucheaba y cantaba sin descanso.
—… Regatea a Warrington, esquiva una bludger, te has salvado por los pelos, Alicia, y el público está entusiasmado, escuchadlo, ¿qué es lo que canta?
— No debí hacer eso — suspiró Lee. — Perdona, Ron.
— No pasa nada — replico Ron, aunque la voz se le quebró un poco. Era evidente que seguía muy nervioso.
Lee hizo una pausa para escuchar, y la canción se elevó, fuerte y clara, desde el mar verde y plata de los de Slytherin que se hallaban en las gradas.
Weasley no atrapa las pelotas y por el aro se le cuelan todas.
— ¿Tengo que leer esta bazofia? — se interrumpió la chica de cuarto a sí misma. Con impaciencia y antes de que nadie pudiera decir nada, recitó a toda velocidad:
Por eso los de Slytherin debemos cantar: a Weasley vamos a coronar.
Weasley nació en un vertedero
y se le va la quaffle por el agujero.
Gracias a Weasley hemos de ganar,
a Weasley vamos a coronar.
— No es una canción muy ingeniosa — dijo Luna. Pansy la miró mal y Harry no tuvo ninguna duda de que la chica había aportado parte de la letra.
Aunque era evidente que muchos encontraban la letra graciosa, parecía que buena parte del colegio le había tomado cariño a Ron después de tanto leer sobre su vida. El Slytherin estaba recibiendo muchas más miradas asesinas de las que Harry habría esperado. Los Weasley, así como los miembros de la Orden, tampoco tenían reparos en demostrarle a Malfoy lo que pensaban de él. Para Harry resultó muy satisfactorio ver cómo Malfoy era incapaz de sostenerle la mirada a Sirius, quien tenía una profunda mueca de asco.
—… ¡Y Alicia vuelve a pasársela a Angelina! —gritó Lee. Harry hizo un viraje brusco, rabiando por lo que acababa de escuchar, y comprendió que Lee intentaba apagar la letra de la canción con sus comentarios—.
Ron se lo agradeció a Lee, que le guiñó un ojo.
¡Vamos, Angelina! ¡Ya sólo tiene que superar al guardián!… LANZA… ¡AAAYYY!
Bletchley, el guardián de Slytherin, había parado la pelota; luego le lanzó la quaffle a Warrington, que salió como un rayo con ella, zigzagueando entre Alicia y Katie; los cánticos que ascendían desde las tribunas se hacían más y más fuertes a medida que Warrington se acercaba a Ron.
A Weasley vamos a coronar.
A Weasley vamos a coronar.
Y por el aro se le cuelan todas.
A Weasley vamos a coronar.
— Un poco repetitivo, ¿no? — dijo Tonks.
— Es asquegoso — replicó Fleur con desdén.
Esta vez, Malfoy sí pareció algo molesto y avergonzado, si el tinte rosa que podía percibirse en sus mejillas era indicativo de algo.
Harry no pudo evitarlo: dejó de buscar la snitch y giró su Saeta de Fuego para mirar a Ron, que era una figura solitaria al fondo del campo y estaba suspendido ante los tres aros de gol mientras el corpulento Warrington iba como un bólido hacia él.
Tanto Angelina como Wood regañaron a Harry.
— ¿Y si Malfoy hubiera encontrado la snitch en ese momento de distracción? — le dijo ella.
Harry no supo cómo defenderse.
—… Warrington tiene la quaffle, Warrington va hacia la portería, está fuera del alcance de las bludgers y sólo tiene al guardián delante…
De las gradas de Slytherin ascendió otra vez aquella canción:
Weasley no atrapa las pelotas y por el aro se le cuelan todas…
— Me están poniendo de muy mal humor — gruñó Charlie.
— No eres el único — murmuró Fred.
—… Va a ser la primera prueba para Weasley, el nuevo guardián de Gryffindor, hermano de los golpeadores Fred y George, y una nueva promesa del equipo… ¡Ánimo, Ron! —Pero un grito colectivo de alegría surgió de la zona de Slytherin: Ron se había lanzado a la desesperada, con los brazos en alto, y la quaffle había pasado volando entre ellos y había entrado limpiamente por el aro central de la portería de Ron—. ¡Slytherin ha marcado! —sonó la voz de Lee entre los vítores y los silbidos del público—. Diez a cero para Slytherin… Mala suerte, Ron.
Harry se habría esperado que los Slytherin aplaudieran, como venía siendo costumbre cada vez que leían un partido de quidditch, pero en el ambiente se respiraba algo diferente. Quizá era la manera en la que toda la casa Slytherin se había unido para meterse con Ron durante aquel partido, o quizá era el hecho de que ahora todos habían tenido la oportunidad de conocer a Ron mucho más a fondo de lo que jamás habrían esperado. Quizá, pensó Harry, todo lo que habían leído estaba causando que la imagen que los Slytherin tenían tanto de él como de sus amigos hubiera cambiado.
Quizá se debía a que las personas en las que en teoría podían confiar, como Umbridge, habían demostrado ser crueles e interesadas. O quizá se debía a que los desconocidos del futuro habían dejado muy claro desde el primer día lo que el regreso de Voldemort significaba. Quizá se debía que todos habían leído cómo, la noche en la que Voldemort regresó, sus padres o los padres de sus compañeros de casa se habían tenido que postrar en el suelo a sus pies y soportar ser vejados sin posibilidad de replicar.
Harry no se había parado a pensar en lo mucho que esos libros estaban afectando al resto del colegio.
Los de Slytherin entonaron aún más fuerte:
WEASLEY NACIÓ EN UN VERTEDERO
Y SE LE VA LA QUAFFLE POR EL AGUJERO…
La chica de cuarto rodó los ojos y siguió leyendo aún más rápido.
—… Gryffindor vuelve a estar en posesión de la quaffle, y ahora es Katie Bell quien recorre el campo… —gritó Lee con valor, aunque los cantos eran tan ensordecedores que apenas se le oía.
GRACIAS A WEASLEY HEMOS DE GANAR,
A WEASLEY VAMOS A CORONAR.
—¿Qué haces, Harry? —gritó Angelina al pasar a toda velocidad por su lado para alcanzar a Katie—. ¡MUÉVETE!
Entonces Harry se dio cuenta de que llevaba más de un minuto quieto en el aire, contemplando el desarrollo del partido sin acordarse siquiera de la snitch; horrorizado, hizo un descenso en picado y empezó de nuevo a describir círculos por el terreno de juego mirando alrededor e intentando no hacer caso del coro de voces que llenaba el estadio:
— Menudo desastre — suspiró Angelina.
— Harry… — Wood estaba sin habla.
Sintiéndose un poco estúpido, Harry replicó:
— Al final salió bien, ¿no? No me juzguéis.
A WEASLEY VAMOS A CORONAR.
A WEASLEY VAMOS A CORONAR.
Harry no paraba de mirar hacia uno y otro lado, pero no había ni rastro de la snitch; Malfoy también describía círculos por el estadio, igual que él. Hacia la mitad del campo se cruzaron y Harry oyó que Malfoy cantaba:
WEASLEY NACIÓ EN UN VERTEDERO…
— Al menos yo no estaba cantando mientras jugábamos — dijo Harry.
— Pero yo no me paré un minuto entero, Potter — replicó Malfoy al instante. — Lo tuyo es peor.
Angelina tenía una expresión amarga y, con una nota de horror, Harry se dio cuenta de que estaba de acuerdo con Malfoy. Debía ser la primera vez que esos dos compartían una opinión.
—… Ahí va Warrington otra vez —bramó Lee—, se la pasa a Pucey, Pucey deja atrás a Spinnet, vamos, Angelina, tú puedes alcanzarlo… Pues no, no ha podido… Pero Fred Weasley golpea una bonita bludger, no, ha sido George Weasley, bueno, qué más da, uno de los dos,
Eso provocó algunas risitas.
y Warrington suelta la quaffle y Katie Bell… también la deja caer… Montague se hace con ella: Montague, el capitán de Slytherin, coge la quaffle y empieza a recorrer el campo, ¡vamos, Gryffindor, bloqueadlo!
Harry pasó por detrás de los aros de gol de Slytherin y evitó mirar qué estaba ocurriendo en la portería de Ron. Al pasar junto al guardián de Slytherin, oyó a Bletchley cantando a coro con el público:
WEASLEY NO ATRAPA LAS PELOTAS…
— Le quiero pegar un puñetazo al tal Bletchley — declaró Charlie.
No lo dijo en voz baja y Bletchley se encogió un poco en el sillón en el que estaba. Los brazos anchos de Charlie parecían intimidarlo.
—… Pucey ha vuelto a regatear a Alicia y se dirige hacia los postes de gol… ¡Párala, Ron!
Harry no tuvo que mirar para saber qué había sucedido: hubo un terrible gemido en el extremo del campo de Gryffindor, acompañado de nuevos gritos y aplausos de los de Slytherin.
Hubo gemidos en la zona de Gryffindor. Recordar aquellos minutos de partido era insufrible.
Ron estaba tan quieto que parecía una estatua. Su piel se veía pálida y sudorosa.
Harry echó un vistazo hacia abajo y vio a Pansy Parkinson con su nariz chata, delante de las gradas y de espaldas al terreno de juego, dirigiendo a los seguidores de Slytherin, que cantaban:
POR ESO LOS DE SLYTHERIN DEBEMOS CANTAR:
A WEASLEY VAMOS A CORONAR.
— ¿Qué pasa con mi nariz? — se quejó Pansy.
— Que es horrible, como tu personalidad — replicó una chica de Ravenclaw.
El profesor Snape tuvo que intervenir para que no se produjera una pelea.
Pero veinte a cero no era nada, Gryffindor todavía tenía tiempo para remontar el resultado o para atrapar la snitch. Unos cuantos tantos y volverían a ponerse por delante, como siempre; Harry estaba convencido de ello mientras se colaba entre los otros jugadores y perseguía un resplandor que resultó ser la correa del reloj de Montague.
Montague soltó una risita.
— Tendrían que prohibir llevar relojes durante el partido — gruñó Angelina.
Pero Ron se dejó marcar dos tantos más, y Harry empezó a buscar la snitch con desesperación, casi con pánico. Ojalá pudiera atraparla pronto y poner así fin al partido.
— Perdón — dijo Ron con un hilo de voz. Harry le dio un golpe en el brazo.
— Ni lo digas — replicó.
—… Katie Bell de Gryffindor dribla a Pucey, elude a Montague, buen viraje, Katie, y le lanza la quaffle a Johnson, Angelina Johnson con la quaffle, ha superado a Warrington, va hacia la portería, vamos, Angelina, ¡GRYFFINDOR HA MARCADO! Cuarenta a diez en el marcador, cuarenta a diez para Slytherin, y Pucey con la quaffle…
Hubo gestos aliviados entre los Gryffindor al recordar ese tanto.
Harry oyó los rugidos del ridículo sombrero con forma de cabeza de león de Luna Lovegood entre los vítores de Gryffindor, y eso lo animó; sólo les llevaban treinta puntos de ventaja, eso no era nada, podían remontar fácilmente.
Luna sonrió con ganas al escuchar eso.
— Me alegra que mi sombrero te animara, Harry — dijo muy contenta.
En ese momento Harry esquivó una bludger que Crabbe había lanzado contra él y reanudó su desesperado registro del campo en busca de la snitch, sin perder de vista a Malfoy por si éste daba señales de haberla divisado; pero Malfoy, al igual que Harry, continuaba volando alrededor del estadio buscando en vano…
—… Pucey se la lanza a Warrington, Warrington a Montague, Montague se la devuelve a Pucey… Interviene Johnson, Johnson atrapa la quaffle, se la pasa a Bell, buena pasada, no, mala: Bell ha recibido el impacto de una bludger de Goyle, de Slytherin, y Pucey vuelve a estar en posesión…
La chica de cuarto leía tan rápido que Harry no sabía quién tenía la quaffle ni a dónde la llevaban.
WEASLEY NACIÓ EN UN VERTEDERO
Y SE LE VA LA QUAFFLE POR EL AGUJERO.
GRACIAS A WEASLEY HEMOS DE GANAR…
El tono impaciente de la chica, como si estuviera siendo obligada a leer un poema estúpido, hacía que la letra de la canción sonara todavía más ridícula e infantil.
Pero Harry la había visto por fin: la diminuta snitch dorada estaba suspendida a unos palmos del suelo en el extremo del campo de Slytherin.
Bajó en picado…
Sin embargo, en cuestión de segundos Malfoy descendió como un rayo hacia la izquierda de Harry; Draco era una figura borrosa, verde y plateada, que volaba pegada a su escoba…
A pesar de que todos tenían muy reciente el resultado de ese partido, el momento de encontrar la snitch nunca dejaba de ser emocionante.
La snitch bordeó el pie de uno de los postes de gol y salió disparada hacia el extremo opuesto de las gradas; aquel cambio de dirección favorecía a Malfoy, que estaba más cerca; Harry giró su Saeta de Fuego y a partir de ese momento él y Malfoy fueron a la par…
Volando a unos palmos del suelo, Harry soltó la mano derecha de la escoba y la estiró hacia la snitch… A su derecha, Malfoy también extendió el brazo, estirándolo al máximo, intentando alcanzar la bola…
Harry miró a Malfoy, que tenía los brazos cruzados y el ceño fruncido.
Parte de él se alegró de que Draco estuviera incómodo, porque Ron lo había pasado verdaderamente mal durante la lectura de ese capítulo y era todo culpa de Malfoy.
Sólo duró un par de desesperantes, angustiosos y vertiginosos segundos: los dedos de Harry se cerraron alrededor de la diminuta bola alada; Malfoy le arañó el dorso de la mano sin éxito; Harry tiró de la escoba hacia arriba, aprisionando la rebelde snitch en la mano, y los seguidores de Gryffindor gritaron de satisfacción…
Muchos Gryffindor se echaron a aplaudir, al tiempo que otros reían al saber que Malfoy le había arañado la mano a Harry.
Estaban salvados. Ya no importaba que Ron se hubiera dejado marcar aquellos tantos, nadie lo recordaría porque Gryffindor había ganado.
— A lo mejor lo olvidaríamos todos si no nos obligaran a leerlo con todo detalle — dijo Katie con una mueca.
Pero entonces…
¡PUM!
Una bludger golpeó con fuerza a Harry en la parte baja de la espalda, y cayó de la escoba. Afortunadamente, estaba a menos de dos metros del suelo porque había descendido mucho para atrapar la snitch, pero aun así se le cortó la respiración cuando aterrizó de espaldas en el helado campo.
— ¡Pero si el partido ya había acabado! — exclamó Sirius. — ¿Quién fue el imbécil?
Miró a Crabbe y Goyle directamente. Por muy fuertes que fueran, ninguno de ellos tenía el valor suficiente como para mirar a Sirius Black a la cara y mantener el gesto amenazante que les caracterizaba.
Enseguida oyó el estridente silbato de la señora Hooch, un rugido en las gradas formado por silbidos, gritos furiosos y abucheos, un ruido sordo y luego la desesperada voz de Angelina:
—¿Estás bien?
—Claro que estoy bien —contestó Harry muy serio; le cogió la mano y dejó que Angelina lo ayudara a levantarse.
— Menos mal — suspiró la señora Weasley, aliviada.
La señora Hooch volaba hacia uno de los jugadores de Slytherin que estaba por encima de Harry, aunque desde donde él estaba no pudo ver quién era.
—Ha sido ese matón, Crabbe —dijo Angelina, furiosa—, te ha lanzado la bludger en cuanto ha visto que habías atrapado la snitch. Pero ¡hemos ganado, Harry, hemos ganado!
Sirius fulminó a Crabbe con la mirada. Entre los profesores, las caras eran de decepción y desagrado.
— Las peleas entre las casas son cada vez peores — dijo la profesora Sprout. — Es preocupante.
— Desde luego, Pomona — suspiró la profesora McGonagall.
Harry oyó un bufido detrás de él y se dio la vuelta sin soltar la snitch: Draco Malfoy había aterrizado cerca. Pese a que estaba pálido por el disgusto, todavía era capaz de mirar a Harry con aire despectivo.
— Le ha dolido la derrota — dijo Tonks.
—Le has salvado el pellejo a Weasley, ¿eh? —le dijo—. Nunca había visto un guardián más patoso… Pero claro, nació en un vertedero… ¿Te ha gustado la letra de mi canción, Potter?
— Encima lo dice con orgullo — dijo Terry Boot, sorprendido. — Si esa letra parecía que la hubiera escrito un niño de ocho años.
— Mi hermano tiene ocho años y habría hecho una canción mucho más ingeniosa — añadió un chico de Hufflepuff que miraba a Malfoy con un profundo desprecio.
Harry no contestó. Dio media vuelta y fue a reunirse con el resto de los jugadores de su equipo, que entonces descendían uno a uno, gritando y agitando los puños, triunfantes; todos excepto Ron, que había desmontado de su escoba junto a los postes de gol e iba despacio, solo, hacia los vestuarios.
Muchos miraron a Ron con pena, los que no estaban ocupados fulminando a Malfoy con la mirada.
Fred y George le dieron a Ron varias palmadas en la espalda a modo de apoyo, aunque él seguía muy pálido y más que avergonzado.
—¡Queríamos escribir un par de versos más! —gritó Malfoy mientras Katie y Alicia abrazaban a Harry—. Pero no se nos ocurría nada que rimara con gorda y fea… Queríamos cantarle también a su madre, ¿sabes?
La reacción fue instantánea. La señora Weasley dejó escapar un "Oh" de sorpresa y, antes de que pudiera hacer o decir nada, varios Weasley se habían puesto en pie con la intención de ir a por Malfoy.
Sin embargo, Moody se les adelantó. Le lanzó a Malfoy un hechizo con tanta rapidez que el chico no pudo ni sacar la varita para defenderse. Draco soltó un grito a la vez que su cuerpo dejaba el asiento.
— ¡Discúlpate! — gritó Moody, haciendo levitar a Malfoy varios palmos sobre las cabezas de los demás. Moody lo puso bocabajo y lo agitó un poco. — ¡Pide perdón!
— ¡Alastor! — exclamó la profesora McGonagall. Buena parte de los profesores también se levantó, incluyendo a Dumbledore.
— Alastor, por favor… — dijo el director, pero Moody no le hizo ni caso.
— Alguien tiene que enseñarle a este chico lo que son los modales — replicó el auror. — ¡Discúlpate!
— ¡Perdón! — chilló Malfoy, cuya cabeza comenzaba a ponerse muy roja debido a la sangre acumulada.
— ¡Con Ron Weasley también! Le debes una disculpa.
— ¡Vale, vale! ¡Lo siento!
Con un golpe seco de varita, Moody dejó caer a Malfoy sobre un grupo de Slytherins de cuarto. Malfoy se levantó con premura y, mientras se colocaba bien la túnica y Pansy le arreglaba el pelo, le lanzó una mirada aterrada a Moody.
— Chico, todavía eres joven y estás a tiempo de cambiar — le dijo Moody. Su tono de voz sonaba muy diferente al de hacía tan solo un momento. Todo el comedor le escuchaba. — Que no se te olvide.
Moody se sentó como si no hubiera pasado nada. Los Weasley, que habían estado a punto de ir a pegar a Malfoy, también retomaron sus asientos al darse cuenta de que el castigo de Moody había sido bastante peor que lo que ellos mismos pretendían hacer. La señora Weasley parecía dividida entre sentir pena por Malfoy y estar enfadada con él.
Cuando Malfoy se hubo sentado, con la piel ruborizada a causa de la vergüenza y del castigo, la chica de cuarto siguió leyendo.
—Hay que ser desgraciado… —dijo Angelina mirando a Malfoy con desprecio.
—Tampoco pudimos incluir «pobre perdedor» para referirnos a su padre, claro…
Entonces Fred y George oyeron lo que estaba diciendo Malfoy. Le estaban estrechando la mano a Harry y, de pronto, se pusieron muy rígidos y se volvieron para mirar a Malfoy.
También en el presente todos los Weasley se enfadaron mucho al oír eso, pero Malfoy ya había pagado por esas palabras. A decir verdad, Harry casi sentía un poco de pena por él, aunque esa pena desaparecía muy rápido si pensaba en todo lo que acababan de leer… y en que apenas habían pasado unas semanas desde ese momento.
Y, sin embargo, Malfoy había cambiado mucho en esas semanas. Harry se preguntó si este castigo de Moody no causaría más daños de lo que esperaban… Después de todo, ¿por qué iba Malfoy a pasarse a su lado si los miembros de la Orden lo trataban de esa manera?
—¡No le hagáis caso! —exclamó Angelina sujetando a Fred por el brazo—. No le hagas caso, Fred, deja que grite todo lo que quiera. Lo que ocurre es que no sabe perder, el muy creído…
— Exactamente — dijo Alicia. — Solo es un mal perdedor.
—Pero a ti te caen muy bien los Weasley, ¿verdad, Potter? —continuó Malfoy con una sonrisa burlona—. Hasta pasas las vacaciones en su casa, ¿no es cierto? No entiendo cómo soportas el hedor, aunque supongo que cuando te has criado con muggles, hasta ese tugurio de los Weasley debe de oler bien…
Al escuchar todo eso una vez más, la pena que Harry sentía por Malfoy disminuyó considerablemente.
Harry sujetó a George. Entre tanto, Angelina, Alicia y Katie habían unido sus fuerzas para impedir que Fred se abalanzara sobre Malfoy, que se reía a carcajadas. Harry buscó con la mirada a la señora Hooch, pero vio que todavía estaba amonestando a Crabbe por aquel ataque ilegal con la bludger.
— No nos vendría nada mal tener dos árbitros — gruñó la señora Hooch. — O más profesores vigilando al acabar los partidos.
—A lo mejor —añadió Malfoy lanzando a Harry una mirada de asco antes de darse la vuelta— es que todavía te acuerdas de cómo apestaba la casa de tu madre, Potter, y la pocilga de los Weasley te lo recuerda…
Sirius hizo un ruido extraño y Harry temió que siguiera los pasos de Moody, pero pudo controlarse.
Malfoy, que también había escuchado ese sonido, miró a Sirius con cautela.
Harry no se enteró de que había soltado a George, pero un segundo más tarde ambos corrían a toda velocidad hacia Malfoy. Harry no se detuvo a pensar que los profesores lo estaban mirando: lo único que quería era hacerle a Draco todo el daño que pudiera; no le dio tiempo a sacar la varita mágica, así que echó hacia atrás el puño en el que tenía la snitch y se lo hundió a Malfoy con todas sus fuerzas en el estómago…
— ¡Dale, Harry!
— ¡Vamos, Potter!
— ¡Tú puedes!
— ¡Dale a ese hurón!
En otro momento, la forma en la que todo el colegio se había puesto de su parte e insultaba a Malfoy le habría encantado a Harry. Sin embargo, esa vocecita en su cabeza que decía "Malfoy debería dejar de seguir los pasos de su padre y venir a nuestro lado" le recordaba que tratar mal a Malfoy probablemente no fuera la mejor manera de conseguirlo. Si los encapuchados habían estado hablando tanto con él —mucho más que con el propio Harry, cosa que no le gustaba nada—, debía ser porque era importante para ellos.
—¡Harry! ¡HARRY! ¡GEORGE! ¡NO!
Oía chillidos de chicas, los gritos de dolor de Malfoy, a George, que maldecía, un silbato y el bramido del público a su alrededor, pero nada de eso le importaba. Hasta que alguien que estaba cerca gritó «¡Impedimenta!» y Harry cayó hacia atrás por la fuerza del hechizo, no abandonó su propósito de machacar a puñetazos a Malfoy.
— ¡Potter es violento! — exclamó la profesora Umbridge. — Nadie puede negarlo después de ese espectáculo.
— Malfoy lo provocó — lo defendió Lee.
— No es excusa — replicó ella. — Un alumno que no es capaz de controlar su mal genio no debería estar en Hogwarts.
Sirius soltó un bufido.
— Y una profesora que tortura alumnos tampoco debería estarlo, pero no la veo marcharse.
Se hizo un silencio. La profesora Umbridge parecía dispuesta a replicar, pero la chica de cuarto la interrumpió al seguir leyendo.
—¿Qué demonios te pasa? —gritó la señora Hooch cuando Harry se puso en pie.
Por lo visto, había sido ella quien le había lanzado el embrujo paralizante; llevaba el silbato en una mano y la varita mágica en la otra, y había dejado abandonada su escoba a unos metros de allí. Malfoy estaba acurrucado en el suelo, gimiendo y lloriqueando, y sangraba por la nariz.
Malfoy pareció algo avergonzado al leerse esos detalles, aunque Harry no estaba seguro de si su cara se debía a eso o a que todavía estaba recuperándose del castigo de Moody.
George tenía un labio partido; las tres cazadoras todavía sujetaban con dificultad a Fred, y Crabbe reía socarronamente un poco más allá.
— ¿Su amigo estaba llorando en el suelo y él se reía? Vaya amistad — bufó Tonks.
—¡Nunca había visto un comportamiento como éste! ¡Al castillo, los dos, y directamente al despacho del jefe de vuestra casa! ¡Ahora mismo!
Harry y George salieron del campo, jadeantes y sin decirse nada. Los pitidos y los abucheos del público se debilitaron gradualmente hasta que ambos llegaron al vestíbulo, donde ya no se oía nada más que sus propios pasos. Harry se dio cuenta de que todavía había algo que se movía en su mano derecha, cuyos nudillos se había lastimado al golpear a Malfoy en la mandíbula. Miró hacia abajo y vio las plateadas alas de la snitch, que sobresalían entre sus dedos con la intención de liberarse.
— ¿Esa snitch es importante para algo? — preguntó Justin.
— Oh, cállate — le dijo Ernie. — Deja de buscar conspiraciones en cada detalle, me vas a volver loco.
— La bruja del velo era Mundungus — le espetó Justin. — Siempre que se hace hincapié en algo hay algún motivo detrás.
Ernie rodó los ojos y no contestó.
Tan pronto como llegaron a la puerta del despacho de la profesora McGonagall, ésta apareció en el pasillo, caminando a grandes zancadas hacia ellos. Llevaba una bufanda de Gryffindor, pero se la quitó del cuello con manos temblorosas antes de llegar a donde estaban Harry y George. Estaba furiosa.
—¡Adentro! —les ordenó, y señaló la puerta. Harry y George entraron en el despacho. La profesora McGonagall se colocó detrás de su mesa, frente a los muchachos, temblando de ira mientras tiraba la bufanda de Gryffindor al suelo—. ¿Y bien? Jamás había visto una exhibición tan vergonzosa. ¡Dos contra uno! ¡Explicaos ahora mismo!
— Vaya forma de terminar el partido… — murmuró Neville.
— Con las ganas que tenía McGonagall de ganar — dijo Dean con gesto de dolor.
—Malfoy nos provocó —respondió Harry fríamente.
—¿Que os provocó? —gritó la profesora McGonagall golpeando la mesa con el puño. La lata de cuadros escoceses dio tal bote que cayó, se abrió y cubrió el suelo de tritones de jengibre—. Él acababa de perder el partido, ¿no? ¡Claro que quería provocaros! Pero ¿qué demonios ha dicho que pueda justificar que vosotros dos…?
—Ha insultado a mis padres —gruñó George—. Y a la madre de Harry.
— Malfoy se pasó — dijo una chica de tercero. — No deberían castigar a Harry y a George.
— Una pelea es una pelea — gruñó McGonagall. — Merecían un castigo, aunque no el que recibieron…
Miró de reojo a Umbridge, que mantuvo la cabeza alta a pesar de todo.
—Y en lugar de dejar que lo solucionara la señora Hooch, vosotros dos decidís hacer una exhibición de duelo muggle, ¿verdad? —bramó la profesora McGonagall— ¿Tenéis idea de lo que…?
—Ejem, ejem.
Harry y George giraron rápidamente la cabeza. Dolores Umbridge estaba plantada en el umbral, envuelta en una capa verde de tweed que acentuaba aún más su parecido con un sapo gigantesco, y sonreía de aquella forma asquerosa, forzada y siniestra que Harry había acabado por asociar con un desastre inminente.
— La que faltaba — bufó Sirius.
—¿Necesita ayuda, profesora McGonagall? —preguntó la profesora Umbridge con su dulce y venenosa voz.
La sangre se agolpó en la cara de la profesora McGonagall.
—¿Ayuda? —repitió, controlando la voz—. ¿Qué clase de ayuda?
— ¿Van a pelearse ellas dos también? — preguntó un chico de tercero.
— No creo — respondió otro, aunque no parecía muy seguro.
La profesora Umbridge entró en el despacho exhibiendo su repugnante sonrisa y se situó junto a la mesa de la profesora McGonagall.
—Verá, me ha parecido que agradecería la intervención de alguien con autoridad.
A Harry no le habría sorprendido ver salir chispas por las aletas de la nariz de la profesora McGonagall.
Incluso en el presente, recordar aquel comentario había hecho que McGonagall enfureciera. A Harry le sorprendió el control que exhibió, porque la mirada que le echó a Umbridge demostraba que, si por ella fuera, la habría transformado en polvo y pelusa en un instante.
—Pues se ha equivocado —replicó ésta, y siguió hablando con los chicos como si la profesora Umbridge no estuviera allí—. Y vosotros dos a ver si me escucháis bien. ¡No me importa que Malfoy os haya provocado, por mí puede haber insultado a todos los miembros de vuestras respectivas familias; vuestro comportamiento ha sido lamentable y voy a poneros a los dos una semana de castigos! ¡No me mires así, Potter, tú te lo has buscado! ¡Y si me entero de que alguno de los dos vuelve a…!
—Ejem, ejem.
Era interesante ver la reacción colectiva al "Ejem, ejem". Las caras de asco, de exasperación e incluso de odio llenaban el comedor.
La profesora McGonagall cerró los ojos, como si estuviera haciendo un esfuerzo para no perder la paciencia, y volvió a mirar a la profesora Umbridge.
—¿Sí?
—Creo que merecen algo más que castigos —apuntó Dolores Umbridge, y su sonrisa se hizo más amplia.
— Lo está disfrutando — gruñó Hermione.
La profesora McGonagall abrió mucho los ojos.
—Pero por desgracia es más importante lo que yo crea, porque estos dos alumnos están en mi casa, Dolores —dijo forzando una sonrisa que pretendía imitar a la de su interlocutora y que le produjo una rigidez total en el rostro.
— No me lo imagino — admitió Seamus.
—Perdone, Minerva —replicó la profesora Umbridge con una sonrisa tonta—, pero ahora comprobará que mi opinión importa más de lo que usted cree. A ver, ¿dónde está? Cornelius acaba de enviármelo… Bueno —soltó una risita falsa mientras hurgaba en su bolso—, el ministro acaba de enviármelo…
Ginny fingió vomitar.
— Vaya forma más cutre de presumir de que puede llamar al ministro por su nombre de pila — dijo Hermione con asco.
No era la única que pensaba así. Incluso el ministro parecía abochornado y Harry lo vio alejar su silla ligeramente de la de Umbridge. La profesora, por su parte, se mantuvo bastante serena a pesar de que era imposible que no hubiera notado el rechazo del ministro.
¡Ah, sí…, aquí está! —Sacó un trozo de pergamino y lo desenrolló, aclarándose la garganta remilgadamente antes de empezar a leer lo que había escrito en él—. Ejem, ejem… «Decreto de Enseñanza Número Veinticinco.»
—¡Otro decreto! —exclamó la profesora McGonagall con violencia.
— ¿Cuántos piensa aprobar? — se quejó Lupin.
— Todos los necesarios hasta que pueda echar a Dumbledore del colegio y decidir qué profesores se quedan y cuáles se van — dijo Kingsley con calma. — Es una dictadura.
—Pues sí —repuso Dolores Umbridge sin dejar de sonreír—. De hecho, Minerva, fue usted quien me hizo ver que necesitábamos una enmienda… ¿Recuerda que invalidó mi orden cuando no quise permitir que se volviera a formar el equipo de quidditch de Gryffindor? Usted le presentó el caso a Dumbledore, quien insistió en que se permitiera jugar al equipo, ¿verdad? Pues bien, yo no podía tolerar eso. Hablé inmediatamente con el ministro, y coincidió conmigo en que la Suma Inquisidora debe tener poder para retirar privilegios a los alumnos, porque de no ser así, ella, es decir, yo, tendría menos autoridad que los simples profesores.
— Que los simples profesores — repitió el profesor Flitwick. Parecía enfadado de verdad, cosa rara en él. — Son los simples profesores los que tienen a sus espaldas el peso de la educación de generaciones de alumnos enteras mientras el ministerio no hace más que ponérselo más difícil con decretos absurdos y políticas abusivas. Y ahora pretende darle aún más poder a un miembro del ministerio, a un político, antes que a las personas que llevan años de su vida dedicados a la enseñanza. Si Cornelius Fudge no deshace esos decretos al terminar la lectura, puede dar su carrera por terminada.
Fudge no fue capaz de mirar al profesor Flitwick a los ojos. Por otro lado, muchos alumnos lo miraban con más admiración que nunca, pues era raro escucharle hablar de forma tan seria y mordaz.
Y supongo, Minerva, que ahora entenderá que yo tenía mucha razón cuando intenté impedir que se volviera a formar el equipo de Gryffindor. ¡Qué genio tan espantoso!
— Que no busque excusas — murmuró Hermione.
En fin, estaba leyendo nuestra enmienda… Ejem, ejem… «En lo sucesivo, la Suma Inquisidora tendrá autoridad absoluta sobre los castigos, las sanciones y la supresión de privilegios de los estudiantes de Hogwarts, y podrá modificar los castigos, las sanciones y la supresión de privilegios que hayan podido ordenar otros miembros del profesorado. Firmado, Cornelius Fudge, ministro de Magia, Orden de Merlín, Primera Clase, etc., etc.» —Enrolló el pergamino y lo guardó en su bolso con la sonrisa en los labios—. Así pues… Me veo obligada a suspender a estos dos alumnos de por vida — sentenció, mirando primero a Harry y luego a George.
Aunque Harry ya sabía lo que venía, no pudo evitar sentir una punzada de dolor. Saber que tenía prohibido jugar al quidditch era horrible, pero saber que era por culpa de Umbridge y de Malfoy lo hacía aún peor.
Harry notó que la snitch se agitaba furiosa en su mano.
—¿Suspendernos? —repitió, y su voz sonó extrañamente distante—. ¿No podremos volver a jugar al quidditch… nunca más?
— Hasta la snitch estaba enfadada — bufó Hannah, asombrada.
—En efecto, señor Potter, creo que una suspensión de por vida conseguirá su propósito —confirmó la profesora Umbridge, y su sonrisa se ensanchó aún más mientras observaba a Harry, que intentaba asimilar lo que ella acababa de decir—. Tanto a usted como a su amigo, el señor Weasley. Y creo que, para estar seguros, deberíamos suspender también al gemelo de este joven. Si sus compañeros no lo hubieran sujetado, estoy convencida de que también habría atacado al señor Malfoy.
— ¡Pero si Fred ni siquiera había hecho nada! — exclamó Tonks.
— Eso le da igual — replicó Lupin con amargura.
Les confiscaré las escobas, por descontado; las guardaré en mi despacho para asegurarme de que se cumpla mi prohibición. Pero seré razonable, profesora McGonagall —prosiguió, volviéndose de nuevo hacia ésta, que estaba de pie y la miraba fijamente, tan quieta como si fuera una estatua de hielo—. El resto del equipo puede seguir jugando, pues no he detectado señales de violencia en ningún otro jugador. Buenas tardes.
— Razonable, dice. Esa vieja… — Wood parecía tener dificultad para hablar con serenidad. — No conoce lo que significa la palabra razonable.
Y con un aire de máxima satisfacción, la profesora Umbridge salió del despacho dejando tras ella un silencio espeluznante.
— Lo disfrutó muchísimo, eso es lo peor — dijo Ginny. — Me dan ganas de…
Cogió uno de los almohadones con volantes que los rodeaban y lo retorció con las manos.
—Suspendidos —dijo Angelina con voz apagada aquella noche en la sala común—. Suspendidos de por vida… Nos hemos quedado sin buscador y sin golpeadores. ¿Qué vamos a hacer ahora?
No tenían la sensación de haber ganado el partido. Allá donde mirara, Harry sólo veía caras de desconsuelo y de enfado;
— Seguro que en la sala común de Slytherin lo estaban celebrando — dijo Fred con una mueca.
— No te creas — replicó Daphne. — Perdimos el partido y éramos conscientes de ello.
— Habla por ti — dijo Pansy. — Yo me alegré mucho de que echaran a Potter del equipo.
— A mí me preocupaba más que nuestra casa perdiera la copa de quidditch, pero creo que tenemos prioridades diferentes — respondió Daphne con frialdad.
los miembros del equipo estaban repantigados alrededor de la chimenea; todos excepto Ron, al que nadie había visto desde que había finalizado el partido.
—Es una injusticia —declaró Alicia, como atontada—. ¿Qué ha pasado con Crabbe y con esa bludger que te lanzó después de que sonara el silbato? ¿Acaso a él lo han suspendido?
—No —contestó Ginny con tristeza; ella y Hermione estaban sentadas a ambos lados de Harry—. Sólo tiene que copiar algo, he oído a Montague reírse de eso en la cena.
— Es muy injusto — se quejó Susan Bones.
— Tendrían que haber echado a Crabbe del equipo — dijo Cho en voz alta. — Y a Malfoy, por provocar la pelea.
— No pueden echarlo, ¿no recuerdas que compró su posición? — le dijo Terry Boot.
Malfoy los fulminó a ambos con la mirada.
—¡Y suspender a Fred, cuando él no ha hecho nada! —añadió Alicia, furiosa, golpeándose la rodilla con el puño.
—No he hecho nada porque no me habéis dejado —intervino él con una expresión muy desagradable en la cara—. Si no me hubierais sujetado, habría hecho puré a ese cerdo.
— Fred — lo regañó su madre débilmente. Se la veía muy preocupada por todo lo que acababan de leer. Sobre todo, miraba a Ron con preocupación, y Harry estaba seguro de que, de haber estado a solas, se habría acercado a él a arroparlo para consolarlo un poco. Ron seguía bastante pálido y muy callado, pero ahora que el partido había pasado parecía que comenzaba a recuperar un poco de color.
Harry, abatido, se quedó mirando la oscura ventana. Estaba nevando. La snitch que había atrapado en el partido volaba en esos momentos describiendo círculos por la sala común; los estudiantes la miraban como hipnotizados, y Crookshanks saltaba de una butaca a otra intentando cogerla.
— Pensaba que las snitch hay que devolverlas — dijo Hannah.
— No creo que nadie estuviera pensando en eso — replicó Justin.
—Voy a acostarme —anunció Angelina, y se puso lentamente en pie—. A lo mejor resulta que todo esto no es más que una pesadilla… A lo mejor mañana me despierto y me doy cuenta de que todavía no hemos jugado el partido…
— Qué bajón — dijo Lavender. — Fue una noche horrible.
Alicia y Katie no tardaron en seguirla. Fred y George se fueron a la cama poco después y fulminaron con la mirada a todo aquel con el que se cruzaron; Ginny también se marchó enseguida. Harry y Hermione fueron los únicos que se quedaron junto al fuego.
— Siempre os quedáis los últimos — notó Luna.
—¿Has visto a Ron? —le preguntó Hermione con voz queda. Harry negó con la cabeza—. Creo que nos evita. ¿Dónde crees que…?
Pero en aquel preciso momento oyeron un crujido detrás de ellos. El retrato de la Señora Gorda se abrió y por el hueco entró Ron. Estaba tremendamente pálido y tenía nieve en el pelo. Al ver a Harry y a Hermione, se quedó paralizado.
— Claramente, esperaba que ya os hubierais ido a dormir — dijo Parvati. Lavender asintió.
— Pero creo que es mejor que lo esperaran — dijo. — Para que no se sintiera aún más solo.
—¿Dónde has estado? —le preguntó ésta con inquietud levantándose de un brinco.
—Paseando —balbuceó Ron. Todavía llevaba puesto el uniforme de quidditch.
—Debes de estar congelado —observó Hermione—. ¡Ven y siéntate aquí!
Harry habría preferido que es conversación no se leyera frente a todo el colegio. No era común ver a Ron tan vulnerable y no le gustaba la idea de que todo el colegio lo presenciara.
Ron se acercó a la chimenea, se dejó caer en la butaca más alejada de Harry y esquivó su mirada. La snitch robada seguía volando por encima de sus cabezas.
—Perdóname —murmuró Ron mirándose los pies.
—¿Por qué tengo que perdonarte? —preguntó Harry.
—Por creer que podía jugar al quidditch —respondió Ron—. Voy a renunciar mañana por la mañana.
— Lo que me faltaba — bufó Angelina.
— Ang…
Angelina miró a Katie con exasperación antes de respirar hondo y calmarse.
—Si renuncias —repuso Harry con fastidio— sólo quedarán tres jugadores en el equipo. —Como Ron lo miraba con extrañeza, Harry añadió—: Me han suspendido de por vida. Y también a Fred y a George.
—¿Qué? —gritó Ron.
— Hay que ver el lado bueno — dijo Dean. — Al menos esa noticia ha servido para hacer reaccionar a Ron.
— Ese no es el lado bueno — replicó Seamus. — El lado bueno es que, cuando la lectura acabe, Umbridge se irá del colegio y Harry y los gemelos podrán volver a jugar.
A Harry ese momento le parecía muy lejano.
Hermione le contó la historia con todo detalle porque Harry se sentía incapaz de volver a explicarla. Cuando hubo terminado, Ron parecía aún más angustiado.
—Todo ha sido culpa mía…
—Tú no me hiciste pegar a Malfoy —dijo Harry con enfado.
—Si no fuera tan malo jugando al quidditch…
— Deja de autocompadecerte, Weasley — le reprochó un chico de séptimo. — Lo hecho, hecho está.
Ron asintió. Estaba recuperando el color poco a poco al notar que buena parte del comedor estaba de su lado más que del de Malfoy.
—Eso no tiene nada que ver…
—Es que esa canción me puso histérico…
—Habría puesto histérico a cualquiera… —Hermione se levantó, fue hasta la ventana para retirarse de la discusión y contempló la nieve que caía formando remolinos detrás del cristal—. Basta, ¿me oyes? —estalló Harry—. ¡Ya estamos bastante fastidiados, y sólo falta que tú te eches la culpa de todo!
— Es bonito ver cómo Harry y Hermione intentan consolar a Ron — dijo Katie. — Suele ser al revés.
Algunos la miraron sin entender, tras lo que ella añadió:
— Ron suele apoyar a Harry con todas las cosas que le pasan. Siempre es Harry quien está en medio de todos los dramas y Ron, quien le apoya. Esta vez es al contrario.
— Bueno, yo diría que Harry también necesitaba apoyo después de perder el derecho a jugar al quidditch de por vida — dijo Lee. — Pero sí, veo lo que quieres decir.
Ron se calló y se quedó mirando, muy triste, el empapado dobladillo de su túnica. Al cabo de un rato, dijo con un hilo de voz:
—Nunca me había sentido tan mal.
—Ya somos dos —contestó Harry con amargura.
— Vaya victoria — bufó McLaggen. — Qué deprimente.
—Bueno —empezó a decir Hermione con voz ligeramente temblorosa—, se me ha ocurrido una cosa que a lo mejor os anima un poco a los dos.
—No me digas —dijo Harry, escéptico.
—Sí —afirmó Hermione, y se apartó del negro cristal de la ventana salpicado de nieve. Una amplia sonrisa iluminaba su rostro—. Hagrid ha vuelto.
— Ese es el final — declaró la chica de cuarto, pero nadie la escuchó.
Todos los ojos estaban fijos en Hagrid, que parecía muy sorprendido por el giro que acababa de dar el capítulo.
— Así que… — La profesora Umbridge se inclinó hacia delante, con los ojos fijos en Hagrid y una expresión voraz. — Al fin vamos a saber la verdad.