El ojo de la serpiente:
—Pues mañana iré a verlo otra vez —afirmó ésta muy decidida—. Si es necesario, le programaré las clases. ¡No me importa que echen a la profesora Trelawney, pero no voy a permitir que despidan a Hagrid!
La profesora Trelawney le lanzó a Hermione una mirada despectiva, aunque a Harry le dio la sensación de que se sentía un poco dolida.
— Ese era el final — anunció la chica de Slytherin. Antes de que nadie pudiera decir nada, la chica pasó de página para echarle un vistazo al título del siguiente capítulo.
Puso cara de sorpresa.
— El siguiente… ¿Puedo decirlo? — La chica se giró para mirar a Dumbledore, que asintió. — El siguiente capítulo se titula: El ojo de la serpiente.
Normalmente, el comedor se habría llenado de murmullos al escuchar un título tan ominoso. En esta ocasión, sin embargo, la impresión iba mucho más allá y la gran mayoría de los estudiantes no se atrevió a decir nada.
Todos tenían muy presente que, si los cálculos de Dumbledore no fallaban, ese sería el capítulo en el que comenzarían a leer sobre el futuro. Si los capítulos anteriores tenían títulos extravagantes o preocupantes, no pasaba nada porque sabían que todo se había solucionado al final y que los protagonistas de la historia estaban allí sentados, entre ellos, escuchando pacientemente la lectura. Pero a partir de ahora… ¿Quién podía decir lo que iba a suceder en ese capítulo? ¿Y en los siguientes?
La conciencia plena y absoluta de que iban a comenzar a leer el futuro pareció impactar de lleno contra los estudiantes, dejándolos sin aliento.
La chica de Slytherin que había estado leyendo dejó el libro sobre el atril, muy despacio, casi con reverencia. Bajó de la tarima y ocupó de nuevo su asiento entre sus amigas.
— Dime, Harry — habló Dumbledore, rompiendo el silencio. Tenía los ojos fijos en el suelo y tamborileaba los dedos en un gesto pensativo. — ¿Conoces el motivo por el que el capítulo se titula de esa manera?
Harry sintió las miradas de todo el comedor caer sobre él. Hizo memoria, tratando de encontrar algo que hubiera sucedido en las últimas semanas y que pudiera dar título a ese capítulo, pero todo lo que se le ocurría había tenido lugar después de que la gente del futuro llegara.
— No, señor — terminó por contestar.
Esta vez sí, sus palabras fueron seguidas de una oleada de murmullos nerviosos tan potentes que parecía que hubiera entrado en el comedor un enjambre de abejas.
— Entonces, este capítulo ya es sobre el futuro, ¿no? — preguntó Fred en voz alta. Todos se giraron para mirar a Dumbledore, que asintió lentamente. — Vale, pues quiero leerlo yo.
Antes de que nadie pudiera protestar, Fred se levantó y recorrió la distancia que lo separaba de la tarima. Tomó el libro, lo abrió por la página señalada y, tras mirar una vez al resto del comedor, con gesto excitado, comenzó a leer.
— El ojo de la serpiente — repitió.
Harry sentía que le costaba respirar. No tenía ni la más remota idea de cuál podía ser el motivo de ese título, pero presentía que no iba a gustarle.
El domingo por la mañana, Hermione volvió a la cabaña de Hagrid caminando con dificultad por la capa de medio metro de nieve que cubría los jardines. A Harry y a Ron les habría gustado acompañarla, pero la montaña de deberes había vuelto a alcanzar una altura alarmante, así que se quedaron de mala gana en la sala común e intentaron ignorar los gritos de alegría provenientes de los jardines, donde los alumnos se divertían patinando en el lago helado, deslizándose en trineo y, lo peor de todo, encantando bolas de nieve que volaban a toda velocidad hacia la torre de Gryffindor y golpeaban con fuerza los cristales de las ventanas.
— Vale, de eso me acuerdo — murmuró Ron. — Aún es el pasado.
— Pero hace nada que sucedió — replicó Hermione, también en voz baja. Ambos tenían aspecto nervioso. — ¿Qué creéis que será…?
— ¿Lo de la serpiente? — dijo Ron. — Ni idea. Pero me da mala espina.
Era evidente por la expresión de Hermione que ella sentía lo mismo.
—¡Ya está bien! —estalló Ron, que finalmente había perdido la paciencia, y sacó la cabeza por la ventana—. Soy prefecto, y si una de esas bolas de nieve vuelve a golpear esta ventana… ¡Ay! —Metió la cabeza rápidamente. Tenía la cara cubierta de nieve—.
Fred levantó la mirada y puso cara de inocente antes de leer:
Son Fred y George —dijo con amargura, y cerró la ventana—. ¡Imbéciles!
— Nosotros también te queremos, hermanito — se interrumpió Fred a sí mismo.
— Cuánto amor fraternal — dijo George con sarcasmo.
Ron soltó un bufido. La señora Weasley parecía dividida entre querer regañar a los gemelos por lanzar las bolas de nieve y querer regañar a Ron por llamarles imbéciles. Acabó no diciendo nada, probablemente porque ella estaba tan nerviosa por leer el futuro como todos los demás.
Hermione volvió de la cabaña de Hagrid poco antes de la hora de comer, temblando ligeramente y con la túnica mojada hasta las rodillas.
—¿Y bien? —le preguntó Ron, que levantó la cabeza al verla llegar—. ¿Ya le has programado las clases?
—Bueno, lo he intentado —contestó ella con desánimo, y se sentó en una butaca al lado de Harry. Luego sacó su varita mágica e hizo un complicado movimiento con ella. Del extremo salió un chorro de aire caliente que Hermione dirigió hacia su túnica, y ésta empezó a despedir vapor hasta que se secó por completo—.
— ¡Genial! — exclamó Colin. — Tenéis que enseñarnos a hacer eso en la siguiente reunión del E.D.
Ni siquiera estaba en la cabaña cuando he llegado, y he pasado media hora llamando a la puerta. Hasta que he visto que venía del bosque…
— ¿Media hora? — se sorprendió Dean. — ¿Por qué no regresaste al castillo?
— Tenía que hablar con él urgentemente — gruñó Hermione.
Harry soltó un gemido. El Bosque Prohibido estaba lleno del tipo de criaturas que podían hacer perder el empleo a Hagrid.
—¿Qué tiene guardado allí? ¿Te lo ha dicho? —inquirió.
— Tenéis que aprender a meteros en vuestros propios asuntos — dijo Hagrid sin maldad.
— Eso les habría ahorrado muchos problemas — murmuró la profesora Sprout.
—No —respondió Hermione tristemente—. Dice que quiere que sea una sorpresa. He intentado explicarle qué clase de persona es la profesora Umbridge, pero él no lo entiende.
Umbridge miró mal a Hermione, que la ignoró por completo.
Insiste en que nadie en su sano juicio preferiría estudiar los knarls a las quimeras. No, no creo que tenga una quimera —añadió al ver las caras de horror de Harry y de Ron—, pero no será porque no lo haya intentado, pues ha hecho un comentario sobre lo difícil que es conseguir sus huevos.
— ¡Quimeras! — exclamó la profesora Umbridge.
— Son criaturas fascinantes — replicó Hagrid.
No sé cuántas veces le habré dicho que haría mejor siguiendo el programa de la profesora Grubbly-Plank. Francamente, creo que ni siquiera me escuchaba. Está un poco raro, la verdad. Y sigue sin querer explicar cómo se hizo esas heridas.
Hagrid evitó su mirada y Harry tuvo la certeza absoluta de que, fuera lo que fuera lo que ocultaba, debía ser importante.
La reaparición de Hagrid en la mesa de los profesores al día siguiente no fue recibida con entusiasmo por parte de todos los alumnos. Algunos, como Fred, George y Lee, gritaron de alegría y echaron a correr por el pasillo que separaba la mesa de Gryffindor y la de Hufflepuff para estrecharle la enorme mano;
Hagrid les sonrió.
otros, como Parvati y Lavender, intercambiaron miradas lúgubres y movieron la cabeza.
Las chicas se ruborizaron y evitaron cruzar miradas con Hagrid. Ambas recibieron miradas despectivas debido a que, por la lectura, más gente que nunca le había tomado aprecio a Hagrid.
Harry sabía que muchos estudiantes preferían las clases de la profesora Grubbly-Plank, y lo peor era que en el fondo, si era objetivo, reconocía que tenían buenas razones: para la profesora Grubbly-Plank una clase interesante no era aquella en la que existía el riesgo de que alguien acabara con la cabeza seccionada.
— Nunca traería ninguna criatura que pudiera poner en peligro la cabeza de alguien — bufó Hagrid, exasperado.
El martes, Harry, Ron y Hermione, muy atribulados, se encaminaron hacia la cabaña de Hagrid a la hora de Cuidado de Criaturas Mágicas, bien abrigados para protegerse del frío.
— Esto ya ha pasado, ¿no? — preguntó un chico de segundo.
— Sí, aún no es el futuro — replicó Ron.
Harry estaba preocupado no sólo por lo que a Hagrid se le habría ocurrido enseñarles, sino también por cómo se comportaría el resto de la clase, y en particular Malfoy y sus amigotes, si los observaba la profesora Umbridge.
— Hacías bien en preocuparte — murmuró Hermione.
Con todo, no vieron a la Suma Inquisidora cuando avanzaban trabajosamente por la nieve hacia la cabaña de Hagrid, que los esperaba de pie al inicio del bosque. Hagrid no presentaba una imagen muy tranquilizadora: los cardenales, que el sábado por la noche eran de color morado, estaban en ese momento matizados de verde y amarillo, y algunos de los cortes que tenía todavía sangraban.
— ¿Cómo es eso posible? — preguntó Angelina, desconcertada.
Hubo murmullos, pero nadie dio una respuesta convincente.
Aquello desconcertó a Harry; la única explicación que se le ocurría era que a su amigo lo había atacado alguna criatura cuyo veneno impedía que las heridas que producía cicatrizaran. Para completar aquel lamentable cuadro, Hagrid llevaba sobre el hombro un bulto que parecía la mitad de una vaca muerta.
— Porque lo era — dijo Seamus. Lavender se puso verde al recordarlo.
—¡Hoy vamos a trabajar aquí! —anunció alegremente a los alumnos que se le acercaban, señalando con la cabeza los oscuros árboles que tenía a su espalda—. ¡Estaremos un poco más resguardados! Además, ellos prefieren la oscuridad.
—¿Quién prefiere la oscuridad? —preguntó Malfoy ásperamente a Crabbe y a Goyle con un deje de pánico en la voz—. ¿Quién ha dicho que prefiere la oscuridad? ¿Vosotros lo habéis oído?
— No tenía miedo — exclamó Malfoy, cuyas mejillas se sonrosaron al notar las risas de los demás. — Potter se lo imaginó.
Harry estaba seguro de no habérselo imaginado, pero prefirió no echar más leña al fuego.
Harry recordó la única ocasión en que Malfoy había entrado en el bosque; aquella vez tampoco demostró mucha valentía. Sonrió; después del partido de quidditch, a Harry le parecía magnífica cualquier cosa que produjera malestar a Malfoy.
— Ah, echaba de menos esto — dijo una chica de tercero con una sonrisita. — Vuelven a estar obsesionados el uno con el otro.
— De eso nada — bufó Harry, ignorando las risas a su alrededor.
— Pues yo creo que se odian más que nunca — dijo Susan Bones con serenidad.
—¿Listos? —preguntó Hagrid festivamente mirando a sus estudiantes—. Muy bien, he preparado una excursión al bosque para los de quinto año. He pensado que sería interesante que observarais a esas criaturas en su hábitat natural. Veréis, las criaturas que vamos a estudiar hoy son muy raras, creo que soy el único en toda Gran Bretaña que ha conseguido domesticarlas.
—¿Seguro que están domesticadas? —preguntó Malfoy, y el deje de pánico de su voz se hizo más pronunciado—. Porque no sería la primera vez que nos trae bestias salvajes a la clase.
— Pobrecito, está asustado — dijo Angelina con sorna.
— Reitero que Potter se lo estaba imaginando — replicó Malfoy. Sus mejillas seguían rosas y Harry disfrutó mucho de ese detalle.
Los de Slytherin murmuraron en señal de adhesión, y unos cuantos estudiantes de Gryffindor también parecían opinar que Malfoy tenía razón.
— Traidores — murmuró George.
—Claro que están domesticadas —contestó Hagrid frunciendo el entrecejo y colocándose bien la vaca muerta sobre el hombro.
—Entonces, ¿qué le ha pasado en la cara? —inquirió Malfoy.
—¡Eso no es asunto tuyo! —respondió Hagrid con enojo—. Y ahora, si ya habéis acabado de hacerme preguntas estúpidas, ¡seguidme!
— La pregunta sigue siendo relevante — dijo la profesora Umbridge. — Aún no sabemos cómo se hizo esas heridas.
— No es de tu incumbencia — replicó la profesora McGonagall. Quedaba claro que la mujer ya no tenía ni una gota de paciencia para Umbridge, que la miró con un profundo odio.
Se dio la vuelta y entró en el bosque, pero nadie se mostraba muy dispuesto a seguirlo. Harry miró a Ron y a Hermione, que suspiraron y asintieron con la cabeza, y los tres echaron a andar detrás de su amigo, precediendo al resto de la clase.
Hagrid pareció sentirse agradecido.
Caminaron unos diez minutos hasta llegar a un sitio donde los árboles estaban tan pegados que no había ni un copo de nieve en el suelo y parecía que había caído la tarde. Hagrid, con un gruñido, depositó la media vaca en el suelo, retrocedió y se volvió para mirar a los alumnos, la mayoría de los cuales pasaban sigilosamente de un árbol a otro hacia donde estaba él, escudriñando nerviosos los alrededores como si fueran a atacarlos en cualquier momento.
— No había motivo para tener miedo — dijo Hagrid, que volvía a sonar exasperado.
—Agrupaos, agrupaos —les aconsejó Hagrid—. Bueno, el olor de la carne los atraerá, pero de todos modos voy a llamarlos porque les gusta saber que soy yo.
Se dio la vuelta, movió la desgreñada cabeza para apartarse el cabello de la cara y dio un extraño y estridente grito que resonó entre los oscuros árboles como el reclamo de un pájaro monstruoso. Nadie rió: la mayoría de los estudiantes estaban demasiado asustados para emitir sonido alguno.
— Los estudiantes estaban aterrorizados — dijo Umbridge. — ¿Lo ve, señor ministro? ¿Ve como tengo razón? Hagrid no está capacitado para ser profesor.
— Le ruego que deje de hablar de las capacidades del resto de profesores — la cortó la profesora Sinistra, que lanzaba dagas con los ojos. — Porque dudo que quiera que volvamos a hablar de las suyas, profesora.
Harry tragó saliva. Estaba claro que la profesora estaba haciendo referencia a lo de la pluma de sangre y Harry deseó internamente que Umbridge se callara para que nadie volviera a mencionar el tema.
Por suerte, Dolores entendió la amenaza y cerró la boca.
Hagrid volvió a pegar aquel chillido. Luego pasó un minuto, durante el cual los alumnos, inquietos, siguieron escudriñando los alrededores por si veían acercarse algo. Y entonces, cuando Hagrid se echó el cabello hacia atrás por tercera vez e infló su enorme pecho, Harry le dio un codazo a Ron y señaló un espacio que había entre dos retorcidos tejos.
Un par de ojos blancos y relucientes empezaron a distinguirse en la penumbra, poco después la cara y el cuello de un dragón, y luego el esquelético cuerpo de un enorme y negro caballo alado surgió de la oscuridad.
Todos escuchaban con atención, muy impresionados.
— ¿Tienen la cara y el cuello de un dragón? — preguntó Ginny, asombrada.
— Y el cuerpo de un caballo que no ha comido en meses — añadió Harry. — Son rarísimos.
— ¿Qué son? — preguntó una niña de primero, algo asustada.
Con orgullo, Hagrid respondió:
— Se llaman Thestrals.
El animal se quedó mirando a los niños unos segundos mientras agitaba su larga y negra cola; a continuación agachó la cabeza y empezó a arrancar carne de la vaca muerta con sus afilados colmillos.
Harry sintió un alivio inmenso. Por fin tenía pruebas de que no se había imaginado aquellas criaturas, de que eran reales: Hagrid también las conocía.
— Espera, ¿son las criaturas que Potter vio tirando de los carruajes? — preguntó un chico de cuarto.
Harry asintió y los murmullos regresaron con fuerza.
Miró ansioso a Ron, pero su amigo seguía observando entre los árboles, y pasados unos segundos dijo en un susurro:
—¿Por qué no sigue llamando Hagrid?
El resto de los alumnos de la clase ponían la misma cara de aturdimiento y de nerviosa expectación que Ron, y miraban en todas direcciones menos al caballo que tenían delante. Al parecer, sólo había otras dos personas que podían verlo: un muchacho nervudo de Slytherin, que estaba detrás de Goyle y contemplaba al caballo con una expresión de profundo disgusto en la cara, y Neville, que seguía con la mirada los movimientos oscilantes de la larga cola negra del animal.
Neville agachó la cabeza, mientras que el chico de Slytherin les murmuraba algo a sus amigos.
En el resto del comedor, el ambiente era de confusión.
—¡Ah, aquí llega otro! —exclamó Hagrid con orgullo cuando otro caballo negro salió de entre los oscuros árboles. El animal plegó sus coriáceas alas, las pegó al cuerpo, agachó la cabeza y también se puso a comer—. A ver, que levanten la mano los que puedan verlos.
Harry la levantó. Estaba muy contento porque por fin iban a desvelarle el misterio de aquellos caballos.
Ahora que sabía la verdad tras ellos, ya no estaba tan contento.
Hagrid le hizo una seña con la cabeza.
—Sí, claro, ya sabía que tú los verías, Harry —dijo con seriedad—. Y tú también, ¿eh, Neville? Y…
—Perdone —dijo Malfoy con una voz socarrona—, pero ¿qué es exactamente eso que se supone que tendríamos que ver?
Harry miró a Malfoy. Ahora que el chico sabía lo que hacía falta para ver a los thestrals, se lo veía mucho más solemne.
Por toda respuesta, Hagrid señaló el cuerpo de la vaca muerta que yacía en el suelo. Los alumnos la contemplaron unos segundos; entonces varios de ellos ahogaron un grito y Parvati se puso a chillar. Harry entendió por qué: lo único que veían eran trozos de carne que se separaban solos de los huesos y desaparecían, y era lógico que lo encontraran muy extraño.
— ¿Extraño? Querrás decir aterrador — dijo Parvati, estremeciéndose.
—¿Quién lo hace? —preguntó Parvati, aterrada, retirándose hacia el árbol más cercano—. ¿Quién se está comiendo esa carne?
—Son thestrals —respondió Hagrid con orgullo, y Hermione, que estaba al lado de Harry, soltó un débil «¡Oh!» porque sabía de qué se trataba—. Hay una manada en Hogwarts. Veamos, ¿quién sabe…?
— Granger, seguro — dijo Ernie.
Hermione se ruborizó.
—Pero ¡si traen muy mala suerte! —lo interrumpió Parvati, alarmada—. Dicen que causan todo tipo de desgracias a quien los ve. Una vez la profesora Trelawney me contó…
—¡No, no, no! —negó Hagrid chasqueando la lengua—. ¡Eso no son más que supersticiones!
La profesora Trelawney miró mal a Hagrid, pero no dijo nada. A Harry le dio la sensación de que su pelea mutua con Umbridge había creado una especie de camaradería entre ellos, lo cual justificaría que la profesora no reaccionara con fuerza ante las palabras de Hagrid.
Los thestrals no traen mala suerte. Son inteligentísimos y muy útiles. Bueno, estos de aquí no tienen mucho trabajo, sólo tiran de los carruajes del colegio, a menos que Dumbledore tenga que hacer un viaje largo y no quiera aparecerse. Mirad, ahí llega otra pareja…
Dos caballos más salieron despacio de entre los árboles; uno de ellos pasó muy cerca de Parvati, que se estremeció y se pegó más al árbol, diciendo:
—¡Me parece que noto algo! ¡Creo que está cerca de mí!
— Qué ridículo — bufó Pansy.
— Mira quién fue a hablar — replicó Parvati, sonrojándose. — Tú estabas pegada a Malfoy como si los thestrals fueran a atacarte. Y lo peor es que Malfoy habría echado a correr el primero y te habría abandonado allí.
Pansy jadeó.
— ¿Qué tontería es esa? Deja de decir estupideces, Patil.
— Lo único estúpido es que pienses que Malfoy te protegería si os pasa algo — replicó Parvati sin piedad.
— ¿Y yo qué he hecho ahora para que me metáis en la discusión? — se quejó Draco.
Snape tuvo que pedir orden (mirando muy mal a Parvati en el proceso) antes de que la lectura pudiera continuar.
—No te preocupes, no te hará ningún daño —le aseguró Hagrid con paciencia—. Bueno, ¿quién puede decirme por qué algunos de vosotros los veis y otros no?
Hermione levantó la mano.
—Adelante —dijo Hagrid sonriéndole.
—Los únicos que pueden ver a los thestrals —explicó Hermione— son los que han visto la muerte.
Durante un instante, se hizo el silencio absoluto en el comedor. Harry habría deseado que nadie lo mirara, pero, como era habitual, su deseo no se cumplió.
—Exacto —confirmó Hagrid solemnemente—. Diez puntos para Gryffindor. Veréis, los thestrals…
—Ejem, ejem.
Hubo gemidos y quejas por todo el comedor.
— Otra vez no — suspiró Ginny.
La profesora Umbridge había llegado. Estaba a unos palmos de Harry, luciendo su capa y su sombrero verdes, y con el fajo de hojas de pergamino preparado. Hagrid, que nunca había oído aquella tosecilla falsa de la profesora Umbridge, miró preocupado al thestral que tenía más cerca, creyendo que era el animal el que había producido aquel sonido.
Se oyeron algunas risitas. Umbridge pareció algo ofendida.
Con una vocecita aguda, Fred leyó:
—Ejem, ejem.
— ¡No, no! — exclamó Umbridge. — Primero su hermano gemelo y ahora usted. ¡No voy a permitir que me imiten para ridiculizarme!
— Ya se ridiculiza usted sola, no necesita mi ayuda— replicó Fred.
— ¿Cómo se atreve?
Pero Fred siguió leyendo como si no pasara nada (aunque tenía una sonrisita en los labios) y Fudge consiguió calmar a Umbridge, que estaba furiosa.
—¡Ah, hola! —saludó Hagrid, sonriendo, cuando por fin localizó el origen de aquel ruidito.
—¿Ha recibido la nota que le he enviado a su cabaña esta mañana? —preguntó la profesora Umbridge hablando despacio y elevando mucho la voz, como había hecho anteriormente para dirigirse a Hagrid. Era como si le hablara a un extranjero corto de entendimiento—. La nota en la que le anunciaba que iba a supervisar su clase.
— Así la única que queda como una imbécil es ella — murmuró Ginny.
—Sí, sí —afirmó Hagrid muy contento—. ¡Me alegro de que haya encontrado el sitio! Bueno, como verá…, o quizá no… No lo sé… Hoy estamos estudiando los thestrals.
—¿Cómo dice? —preguntó la profesora Umbridge en voz alta, llevándose la mano a la oreja y frunciendo el entrecejo.
— ¿Qué es lo que no entiende? — se quejó Hannah.
— A Hagrid se le entiende perfectamente cuando habla — bufó Justin.
Hagrid parecía un poco confundido.
—¡Thestrals! —gritó—. Esos… caballos alados, grandes, ¿sabe?
Hagrid agitó sus gigantescos brazos imitando el movimiento de unas alas. La profesora Umbridge lo miró arqueando las cejas y murmuró mientras escribía en una de sus hojas de pergamino:
—«Tiene… que… recurrir… a… un… burdo… lenguaje… corporal.»
Se oyeron muchas protestas y Harry pudo oír con toda claridad cómo alguien llamaba a Umbridge algo muy feo. La profesora también lo oyó, pero, por más que gritó, no pudo identificar al autor de semejante insulto.
—Bueno…, en fin… —balbuceó Hagrid, y se volvió hacia sus alumnos. Parecía un poco aturullado—. Esto…, ¿por dónde iba?
—«Presenta… signos… de… escasa… memoria… inmediata» —murmuró la profesora Umbridge lo bastante alto para que todos pudieran oírla.
Esta vez, fue una voz diferente la que soltó una tremenda palabrota contra Umbridge. Harry debía admirar la habilidad que tenían algunos para tirar la piedra y esconder la mano, porque tampoco pudo saber quién lo había hecho (aunque sospechaba de uno de los viejos amigos de Cedric, que parecía estar tratando de mostrar aspecto de inocente).
Draco Malfoy estaba exultante, como si las Navidades se hubieran adelantado un mes. Hermione, en cambio, estaba roja de ira reprimida.
Era evidente que Malfoy estaba haciendo un esfuerzo por no responderle a ninguna de las personas que lo miraban y murmuraban.
—¡Ah, sí! —exclamó Hagrid, y echó una ojeada a las notas de la profesora Umbridge, inquieto. Pero siguió adelante con valor—. Sí, os iba a contar por qué tenemos una manada. Pues veréis, empezamos con un macho y cinco hembras. Éste —le dio unas palmadas al caballo que había aparecido en primer lugar— se llama Tenebrus y es mi favorito. Fue el primero que nació aquí, en el bosque…
— ¿Nació en Hogwarts? — preguntó un niño de primero, muy impresionado.
Hagrid asintió con orgullo.
—¿Se da cuenta de que el Ministerio de Magia ha catalogado a los thestrals como criaturas peligrosas? —dijo Umbridge en voz alta interrumpiendo a Hagrid.
A Harry se le encogió el corazón, pero Hagrid se limitó a chasquear la lengua.
—¡Qué va, estos animales no son peligrosos! Bueno, quizá te peguen un bocado si los fastidias mucho…
—«Parece… que… la… violencia… lo motiva» —murmuró la profesora Umbridge, y continuó escribiendo en sus notas.
— Menuda chorrada — bufó la profesora McGonagall, indignada.
— Dolores, no… — Fudge frenó a Umbridge, que estaba a punto de replicar algo hiriente. El ministro parecía tremendamente cansado de su compañera.
—¡En serio, no son peligrosos! —dijo Hagrid, que se estaba poniendo un poco nervioso—. Mire, los perros muerden cuando se los molesta, ¿no? Lo que pasa es que los thestrals tienen mala reputación por eso de la muerte. Antes la gente creía que eran de mal agüero, ¿verdad? Porque no lo entendían, claro.
— Pues yo lo entiendo perfectamente y me siguen dando mala espina — susurró Lavender.
La profesora Umbridge no hizo ningún comentario más; terminó de escribir la última nota, levantó la cabeza, miró a Hagrid y volvió a hablar lentamente y en voz alta:
—Continúe dando la clase, por favor. Yo voy a pasearme —con mímica hizo como que caminaba y Malfoy y Pansy Parkinson rieron a carcajadas, aunque sin hacer ruido— entre los alumnos —señaló a unos cuantos estudiantes— y les haré preguntas —añadió, señalándose la boca mientras movía los labios.
— De verdad que no lo entiendo — dijo Ginny en voz alta. — Así la única que queda como una idiota es ella. Si todos los demás entienden a Hagrid perfectamente y ella es la única que tiene que usar mímica, ¿no es lógico que el problema lo tiene ella?
— Tienes toda la razón — respondió Dean. — Pero a los Slytherin les da igual la lógica. Solo querían humillar a Hagrid.
Ginny le sonrió a Dean y, en ese momento, Harry sintió un vacío extraño en el estómago. Recordó de golpe lo que había leído en el despacho de Dumbledore, días atrás…
Ginny y Dean saldrían juntos. Serían pareja. Ese dato cada vez le molestaba más.
Hagrid se quedó mirándola; no se explicaba por qué la profesora Umbridge actuaba como si él no entendiera su idioma. Hermione tenía lágrimas de rabia en los ojos.
—¡Eres una arpía! —dijo por lo bajo mientras la bruja se acercaba a Pansy Parkinson—. Ya sé lo que pretendes, asquerosa, retorcida y malvada…
— ¡Granger!
— Dolores, basta… — El ministro parecía más cansado con cada segundo que pasaba.
—Bueno… —continuó Hagrid haciendo un esfuerzo por recuperar el hilo de sus ideas—. Thestrals. Sí. Veréis, los thestrals tienen un montón de virtudes…
—¿Te resulta fácil —le preguntó la profesora Umbridge a Pansy Parkinson con voz resonante— entender al profesor Hagrid cuando habla?
Pansy, como Hermione, tenía lágrimas en los ojos, pero las suyas eran de risa. Cuando contestó, apenas se la entendió porque, al mismo tiempo que hablaba, intentaba contener una carcajada.
—No…, porque…, bueno…, no pronuncia muy bien…
— Mentirosa, estúpida arpía — soltó Angelina.
— ¡Johnson! — exclamó Snape.
— Castígueme si quiere — replicó ella, que miraba a Pansy con asco. — Pero usted sabe tan bien como yo que Parkinson se merece ese insulto y muchos más.
Snape castigó a Angelina, pero eso no consiguió que Pansy se sintiera mejor. Miraba hacia la zona de Gryffindor como si quisiera escupirles a todos en la cara.
La profesora Umbridge escribió más notas. Las pocas zonas de la cara de Hagrid que no estaban amoratadas se pusieron rojas, pero intentó fingir que no había oído la respuesta de Pansy.
—Esto…, sí, son muy buenos chicos, los thestrals. Bueno, una vez que estén domados, como éstos, nunca volveréis a perderos. Tienen un sentido de la orientación increíble, sólo hay que decirles adónde quieres ir…
—Lo increíble es que esos caballos lo entiendan a él, desde luego —observó Malfoy en voz alta, y Pansy Parkinson tuvo otro ataque de risa. La profesora Umbridge les sonrió con indulgencia y luego se volvió hacia Neville.
— Claro, a ellos se lo perdona todo porque le dan la razón en lo que quiere — dijo Katie.
— Qué asco — se quejó Lee.
—¿Tú puedes ver a los thestrals, Longbottom? —inquirió. Neville asintió con la cabeza—. ¿A quién has visto morir? —preguntó nuevamente con indiferencia.
—A… mi abuelo —contestó Neville.
— No puede hacer ese tipo de preguntas en medio de una clase — resopló McGonagall, que volvía a sonar indignada. — Es demasiado personal.
—¿Y qué opinas de ellos? —continuó la profesora Umbridge, señalando con una mano pequeña y regordeta a los caballos, que ya habían arrancado una gran cantidad de carne a la res, dejándola reducida a los huesos.
—Pues… —dijo Neville, acongojado, y miró a Hagrid—. Pues… están… muy bien.
—«Los… alumnos… están… demasiado… intimidados… para… admitir… que… tienen… miedo» —murmuró la profesora Umbridge tomando otra nota en sus pergaminos.
— No, de lo que tiene miedo es de que usted tergiverse sus palabras para dejar mal a Hagrid — dijo Bill con calma. — Pero eso ya lo sabe. Sé que da igual todo lo que le digamos, no va a dar su brazo a torcer. ¿Me equivoco?
La profesora Umbridge miró a Bill con desdén.
— No necesito que otro Weasley intente darme lecciones — replicó.
Fred siguió leyendo antes que pudiera seguir hablando.
—¡No! —protestó Neville—. ¡No, yo no tengo miedo!
—No pasa nada —dijo la profesora Umbridge, y le dio unas palmaditas en el hombro a Neville mostrando una sonrisa que pretendía ser de comprensión, aunque a Harry le pareció maliciosa—.
— Definitivamente lo era — dijo Neville.
—Bueno, Hagrid —se volvió hacia él una vez más, y elevó el tono de voz—, creo que ya he recogido suficiente información. Recibirá — mediante signos hizo como que cogía algo que estaba suspendido en el aire— los resultados de su supervisión —señaló sus notas— dentro de diez días.
Y levantó ambas manos, extendiendo mucho los dedos, y a continuación amplió más que nunca aquella sonrisa de sapo bajo el sombrero verde, se abrió paso entre los alumnos y dejó a Malfoy y a Pansy desternillándose de risa, a Hermione, temblando de ira, y a Neville, muy confundido y disgustado.
— No deja indiferente a nadie, desde luego — gruñó Sirius. En voz baja, añadió:— Pedazo de arpía.
—¡Es una repugnante, mentirosa y retorcida gárgola! —vociferaba Hermione media hora más tarde cuando regresaban al castillo por los senderos que habían abierto en la nieve a la ida—. Habéis visto lo que pretende, ¿no? Es esa fobia que les tiene a los híbridos. Intenta que parezca que Hagrid es una especie de trol idiota, y sólo porque tenía una madre giganta. ¡No hay derecho! La clase no ha estado nada mal. De acuerdo, si hubiera vuelto a traernos escregutos de cola explosiva… Pero los thestrals son prácticamente inofensivos; de hecho, tratándose de Hagrid, están muy bien.
— Has dado en el clavo, Hermione — dijo Lupin. — Es el odio que tiene hacia cualquier híbrido. Nunca entenderé cómo puede una persona estar tan llena de odio.
Umbridge pareció tremendamente ofendida por que Lupin se atreviera a criticarla, pero Fudge volvió a pararle los pues antes de que pudiera replicar nada.
—La profesora Umbridge dice que son peligrosos —apuntó Ron.
—Bueno, ya lo ha dicho Hagrid, saben cuidarse ellos solitos —repuso Hermione, impaciente—, y supongo que alguien como la profesora Grubbly-Plank no nos los enseñaría hasta que preparáramos los ÉXTASIS, pero lo cierto es que son interesantes, ¿verdad? Eso de que algunas personas puedan verlos y otras no… Me encantaría poder verlos.
—¿Ah, sí? —dijo Harry en voz baja.
— Ya la ha liado — dijo George.
Hermione comprendió que había metido la pata.
—Perdona, Harry… Lo siento mucho… No, claro que no… Qué estupidez acabo de decir.
—No pasa nada —replicó él—, no te preocupes.
— Potter no debería ser tan sensible — dijo Zacharias Smith. — Es obvio que Granger quiere ver a los thestrals, igual que todos nosotros. ¿Acaso no os da curiosidad saber cómo son? Una descripción no es suficiente. Pero claro, eso no significa que estemos dispuestos a pagar el precio que conlleva.
Hermione parecía sorprendida de que Smith la hubiera defendido.
—A mí me ha sorprendido que pudiera verlos tanta gente —comentó Ron—. Tres personas en una clase…
Durante un momento, Harry se preguntó cuánta gente en el comedor podría verlos. El número debía ser más alto de lo que se imaginaba.
Fred hizo una mueca de desagrado antes de leer:
—Sí, Weasley, ¿y sabes qué hemos pensado nosotros? —preguntó una sarcástica voz. Malfoy, Crabbe y Goyle caminaban detrás de ellos, pero la nieve amortiguaba el ruido de sus pasos y no se habían dado cuenta—. Que, a lo mejor, si contemplaras cómo alguien estira la pata, podrías ver mejor la quaffle. ¿Qué te parece?
— Me parece que eso es un castigo más para los tres, Malfoy — dijo la profesora McGonagall, cortante.
Malfoy no replicó nada, quizá porque sentía que los Weasley se le tirarían al cuello si lo hacía. Crabbe y Goyle parecían no haberse enterado de que acababan de ser castigados.
Malfoy, Crabbe y Goyle rieron a carcajadas y se separaron de ellos, encaminándose hacia el castillo. Cuando ya se habían alejado un poco se pusieron a cantar «A Weasley vamos a coronar». A Ron se le pusieron las orejas coloradas.
En el presente, también estaba poniéndose rojo a causa de la vergüenza.
—No les hagáis caso. Ignoradlos —les aconsejó Hermione; a continuación, sacó su varita mágica y volvió a hacer el encantamiento que producía aire caliente para abrir con él un camino en la capa de nieve intacta que los separaba de los invernaderos.
— Es muy fácil pedir que los ignoremos, lo difícil es hacerlo — dijo Ron con una mueca.
— Pero es lo que hay que hacer — insistió ella. — Solo buscan causar una reacción.
Llegó diciembre, y dejó más nieve y un verdadero alud de deberes para los alumnos de quinto año.
A Harry le dio un vuelco el corazón.
Diciembre. Estaban leyendo diciembre.
Hizo memoria. Los encapuchados habían llegado la noche del 30 de noviembre. La lectura había comenzado el 1 de diciembre. Por lo tanto…
Por las expresiones alarmadas de sus amigos, supo que ellos también lo habían entendido.
— ¡Eso ya es el futuro! — exclamó Ginny. Todo el colegio se giró para mirarles.
Pasaron unos segundos hasta que el dato caló en las mentes de los demás.
— ¡Es verdad! — gritó Sirius, emocionado. — ¡Ya estamos en diciembre!
— ¡Al fin! — soltó Tonks, dejándose caer sobre el asiento en un gesto de enorme alivio.
El comedor pareció estallar entre gritos, vítores y jadeos de sorpresa y de alivio. Los Weasley intercambiaban miradas esperanzadas y, entre los profesores, el ambiente era tal que Harry se preguntó si estarían a punto de sacarse una botella de vino para celebrar.
El profesor Dumbledore se puso en pie.
— ¡Silencio! — pidió. Despacio, con dificultad, el comedor recobró la calma. Cuando hubo silencio, el director continuó hablando: — Hemos llegado al momento que todos estábamos esperando. Todo lo que hemos leído hasta ahora ha sido una recolección de hechos inamovibles. No podemos cambiar el pasado. — Su tono se volvió más solemne. — Pero sí podemos cambiar el futuro. Todo lo que era inamovible, ahora no lo es. Lo que leamos a partir de este momento está en el aire, variable, como todas las opciones que se presentan frente a nosotros.
El silencio que tanto había costado conseguir ahora se sentía pesado. Harry sentía que le faltaba la respiración.
— Ahora más que nunca debemos prestar atención a lo que escuchamos — siguió Dumbledore. — Y reflexionar sobre ello. Debemos encontrar la manera de evitar lo que deba ser evitado y de preservar todo aquello que queramos proteger. O, dicho de otra manera… — Dumbledore miró a Fred, que todavía sostenía el libro entre sus manos. — Debemos encontrar la manera de evitar la tragedia que se cierne sobre nosotros. Señor Weasley, continúe leyendo.
Fred asintió.
A Harry le dio un escalofrío. Todos los Weasley parecían mucho más serios que antes, y no era para menos. Ninguno de ellos había olvidado que Fred moriría en ese futuro del que iban a leer. George se había puesto muy pálido.
Fred tomó aire y, sin esperar a que nadie dijera nada más, siguió con la lectura.
Las obligaciones como prefectos de Ron y Hermione también se hacían más pesadas a medida que se aproximaba la Navidad.
— Eso es lógico — murmuró Hermione. Parecía querer tomar nota mental de cada detalle que leían.
Ginny se había puesto muy blanca después de las palabras de Dumbledore. Harry se preguntó qué pasaría si decidía tomarle la mano en ese momento. ¿Lo aceptaría? ¿O pensaría que era raro?
Los llamaron para que supervisaran la decoración del castillo («Intenta colgar una tira de espumillón por una punta cuando Peeves sujeta la otra y pretende estrangularte con ella», contó Ron),
— Vale, ya sé que no tengo que decorar con Peeves al lado — susurró Ron. Se lo veía nervioso, pero estaba claro que no era por Peeves.
para que vigilaran a los de primero y a los de segundo, que tenían que quedarse dentro del colegio a la hora del recreo porque fuera hacía demasiado frío («Hay que ver lo descarados que son esos mocosos; nosotros no éramos tan maleducados cuando íbamos a primero», aseguró Ron),
Algunos niños de primero miraron mal a Ron.
— No, vosotros solo salíais a medianoche para enfrentaros a perros de tres cabezas y llevar dragones ilegales a la torre — replicó uno de los niños.
— ¿Ves? A esto me refiero — bufó Ron. — Son unos descarados.
y para turnarse con Argus Filch para patrullar por los pasillos, pues el conserje sospechaba que el espíritu navideño podía traducirse en un brote de duelos de magos («Tiene estiércol en lugar de cerebro», dijo Ron, furioso).
— Harry, agradecería que dejes de retransmitir mis pensamientos — dijo Ron, a quien Filch estaba fulminando con la mirada. — Encima ni siquiera he tenido esos pensamientos todavía. ¡Qué raro!
Harry no sabía si debía disculparse o no.
Estaban tan ocupados que Hermione tuvo que dejar de tejer gorros de elfo, y estaba muy nerviosa porque sólo le quedaba lana para hacer otros tres.
—¡No soporto pensar en esos pobres elfos a los que todavía no he liberado y que tendrán que quedarse aquí en Navidad porque no hay suficientes gorros!
Harry, que no había tenido valor para explicarle que Dobby cogía todas las prendas que ella hacía, se inclinó aún más sobre su redacción de Historia de la Magia.
— Bueno, ahora ya sabes que puedes ahorrarte la lana — dijo Dean.
Hermione lo miró mal.
De todos modos, no le apetecía pensar en la Navidad. Por primera vez desde que estudiaba en Hogwarts, le habría encantado pasar las vacaciones lejos del colegio. Entre la prohibición de jugar al quidditch y lo preocupado que estaba por si ponían a Hagrid en periodo de prueba, le estaba cogiendo manía al colegio.
— No me extraña — dijo Sirius. — Encima con esa arpía aquí…
Lo único que de verdad le hacía ilusión eran las reuniones del ED, y durante las vacaciones tendrían que suspenderlas, pues casi todos los miembros del grupo pasarían las Navidades con sus familias. Hermione se iba a esquiar con sus padres, lo cual a Ron le hizo mucha gracia, porque no sabía que los muggles se atan unas estrechas tiras de madera a los pies para deslizarse por las montañas.
— Es muy divertido — dijo Colin.
— No lo niego — replicó Ron. — Pero se me hace raro.
Ron se iba a La Madriguera. Harry pasó varios días tragándose la envidia que sentía, hasta que, cuando le preguntó cómo iría a su casa aquella Navidad, su amigo exclamó: «Pero ¡si tú también vienes! ¿No te lo había dicho? ¡Mi madre me escribió hace semanas y me dijo que te invitara!»
Hermione puso los ojos en blanco, pero a Harry la noticia le levantó mucho los ánimos.
— Oh, Harry — la señora Weasley lo miró con ternura. — Por supuesto que estás invitado. No podía ser de otra manera.
Harry se ruborizó.
— A veces eres muy tonto — le dijo Ron sin malicia. Harry le dio un codazo a modo de respuesta.
La perspectiva de pasar aquellos días en La Madriguera era verdaderamente maravillosa, aunque la estropeaba un poco el sentimiento de culpa que tenía por no poder pasar las vacaciones con Sirius. Se preguntaba si conseguiría convencer a la señora Weasley de que invitara a su padrino durante las fiestas.
Harry vio que Sirius y la señora Weasley intercambiaban miradas.
Sin embargo, había demasiados factores adversos: dudaba que Dumbledore permitiera a Sirius salir de Grimmauld Place, y no estaba seguro de que la señora Weasley quisiera invitar a su padrino porque ellos dos siempre estaban en desacuerdo.
— Que estemos en desacuerdo no significa que no podamos convivir durante las fiestas — dijo Sirius. — Míranos ahora. Llevamos siglos aquí metidos y no nos hemos matado.
Sirius no había vuelto a comunicarse con Harry desde su última aparición en la chimenea, y a pesar de que el chico sabía que habría sido una imprudencia intentar ponerse en contacto con él, ya que la profesora Umbridge vigilaba constantemente, no le hacía ninguna gracia imaginar que Sirius estaría solo en la vieja casa de su madre, quién sabe si tirando del extremo de uno de esos regalos sorpresa que estallan al abrirlos, mientras Kreacher tiraba del otro.
— Qué deprimente — dijo Lupin.
— Harry, no hacía falta que te preocuparas tanto — habló Sirius con suavidad.
— Aún no me he preocupado — le recordó Harry.
Hubo un momento de silencio antes de que Sirius respondiera con un "Oh" sorprendido.
— Cierto — admitió. — Vale, esto de leer el futuro es raro. No me acostumbro.
Harry llegó con tiempo a la Sala de los Menesteres para la última reunión del ED antes de las vacaciones, y se alegró de ello porque, cuando las antorchas se encendieron, vio que Dobby se había tomado la libertad de decorar la sala con motivo de las Navidades; y se dio cuenta de que lo había hecho el elfo porque a nadie más se le habría ocurrido colgar un centenar de adornos dorados del techo, cada uno de los cuales iba acompañado de una fotografía de la cara de Harry y la leyenda «¡FELICES HARRY-NAVIDADES!».
A pesar de que el ambiente en el comedor todavía contaba con cierta pesadez y solemnidad, se escucharon risas por todas partes.
— Eso definitivamente hay que evitarlo — dijo Hermione con una risita.
— No, de eso nada — Ron se desternillaba de risa. — ¡Espero que Dobby esté escuchándolo!
Harry notó que Ginny sonreía, pero todavía se la veía un poco pálida.
— ¿Estás bien? — le susurró.
Ginny asintió.
— Sí, no te preocupes.
Harry arqueó una ceja y, viendo que no estaba conforme con la respuesta, Ginny añadió:
— Es solo que agradecería no tener que recordar una y otra vez que vamos a leer cómo Fred… — su voz se atascó ahí, como si fuera incapaz de pronunciar la palabra.
En un brote de valentía, Harry tomó su mano. Apretó ligeramente esos dedos que eran más pequeños que los suyos y sintió un gran alivio al notar que le devolvían el apretón.
— Piensa que solo vamos a tener que leerlo — dijo, tratando de animarla. — Pero no lo viviremos. No le pasará nada.
Ginny asintió de nuevo. Harry no supo si se sentía más tranquila que antes o no; solo supo que ella no soltó su mano, así que él tampoco lo hizo.
Sintiendo una nube de felicidad en su interior, siguió escuchando la lectura.
Cuando Harry descolgó el último adorno, la puerta se abrió con un chirrido y entró Luna Lovegood con su aire soñador de siempre.
—¡Hola! —dijo distraídamente, y echó una ojeada a lo que quedaba de la decoración—. Qué adornos tan bonitos. ¿Los has puesto tú?
—No —contestó Harry—, ha sido Dobby, el elfo doméstico.
— Si Lovegood piensa que son bonitos, debían ser horribles — dijo una chica de cuarto.
— Pero seguro que eran muy divertidos — la defendió Neville. La chica de cuarto lo miró mal, pero Luna le sonrió ampliamente. Al instante, las mejillas de Neville se tornaron rojas y su boca quedó entreabierta, como si acabara de darse cuenta de que le había contestado de malas maneras a alguien y se sorprendiera de ello.
—Muérdago —comentó Luna en el mismo tono soñador, señalando un ramito lleno de bayas blancas que Harry tenía casi encima de la cabeza. Él se apartó enseguida—. Bien hecho —comentó Luna muy seria—. Suele estar infestado de nargles.
— Se ha apartado para no tener que besarla — rió una chica de tercero.
— Dudo mucho que Lovegood esté interesada en besar a Potter — dijo Ernie. — No parece muy interesada, aunque nunca se sabe…
En ese momento, Harry notó la mano de Ginny apretar más la suya y sintió mariposas en el estómago. Luna, por su parte, no parecía muy interesada en el tema. Todavía miraba a Neville con curiosidad.
Harry se libró de tener que preguntar a Luna qué eran los nargles porque en ese momento llegaron Angelina, Katie y Alicia. Las tres jadeaban y estaban muertas de frío.
—Bueno —dijo la primera sin mucho ánimo, quitándose la capa y dejándola en un rincón—, por fin os hemos reemplazado.
—¿Reemplazado? —inquirió Harry sin comprender.
—A ti, a Fred y a George —aclaró Angelina, impaciente—. ¡Tenemos otro buscador!
— Qué mal suena eso de ser reemplazado — dijo Dean con una mueca.
Harry estaba muy de acuerdo.
—¿Quién es?
—Ginny Weasley —dijo Katie. Harry la miró boquiabierto.
Medio comedor se giró para mirar a Ginny, que parecía muy sorprendida. Harry fue consciente de que algunos ojos se paraban en sus manos entrelazadas, pero si Ginny no lo soltaba, él tampoco lo haría.
— ¿Me vais a elegir como buscadora?
— Supongo… — Angelina la miraba con cierta confusión. — ¿Es que sabes jugar?
— Eso digo yo — la interrumpió Ron. — ¿Desde cuándo juegas al quidditch?
Ginny puso los ojos en blanco.
— Llevo usando vuestras escobas desde hace años. Te sorprendería lo que puedo hacer.
Todos los Weasley parecían sorprendidos, excepto quizá la señora Weasley y Bill. Harry notó que los ojos de Ron se paraban momentáneamente en su mano y la de Ginny, y sintió una punzada de nervios.
—Sí, ya… —comentó Angelina, que luego sacó su varita y flexionó el brazo—, pero es muy buena, la verdad. No es que tenga nada contra ti, desde luego —añadió lanzándole una mirada asesina—, pero como tú no puedes jugar…
Harry se calló la respuesta que estaba deseando darle: ¿acaso se imaginaba que él no lamentaba su expulsión del equipo cien veces más que ella?
— Claro que lo lamentas más que yo — dijo Angelina. — Pero soy yo la que tiene el marrón de encontrar a gente para reemplazarte. Menos mal que el libro ha hecho eso por mí.
Miraba a Ginny con un renovado interés. A decir verdad, a Harry también le sorprendía saber que se le daba tan bien el quidditch.
—¿Y los golpeadores? —preguntó intentando controlar su voz.
—Andrew Kirke y Jack Sloper —dijo Alicia sin entusiasmo—. No es que sean muy buenos, pero comparados con el resto de inútiles que se han presentado…
— ¡Vaya! — exclamó Kirke.
— Bueno, al menos somos mejores que los demás — dijo Jack Sloper, a quien las palabras de Angelina parecían haberle ofendido un poco.
— ¡Qué alivio! — exclamó Angelina de repente. — ¿Significa esto que ya no tenemos que hacer la selección durante horas? ¡Ya tenemos equipo!
— Espera — le aconsejó Wood. — No cantes victoria hasta que los veas jugar.
La llegada de Ron, Hermione y Neville puso fin a aquella deprimente conversación, y unos minutos más tarde la sala estaba lo bastante llena para impedir que Harry recibiera las incendiarias miradas de reproche de Angelina.
Angelina no parecía estar dispuesta a disculparse.
—Bueno —dijo Harry, y llamó a sus compañeros al orden—. He pensado que esta noche podríamos repasar lo que hemos hecho hasta ahora, porque ésta es la última reunión antes de las vacaciones, y no tiene sentido empezar nada nuevo antes de un descanso de tres semanas…
—¿No vamos a hacer nada nuevo? —preguntó Zacharias Smith en un contrariado susurro, aunque lo bastante alto para que lo oyeran todos—. Si lo llego a saber, no vengo.
— Ahora ya lo sabes — dijo George. — No vengas a la siguiente. Ni a las demás, si quieres.
Smith lo miró muy mal.
—Pues mira, es una lástima que Harry no te lo haya dicho antes —replicó Fred. Varios estudiantes rieron por lo bajo.
Algunos rieron en el presente. Fred y George intercambiaron miradas cómplices.
Cuando Fred volvió a mirar al libro, arqueó una ceja y, con tono burlón, leyó:
Harry observó que Cho también reía y volvió a notar aquella sensación de vacío en el estómago, como si se hubiera saltado un escalón al bajar por una escalera.
El comedor al completo pareció echarse a reír a carcajadas, o eso sintió Harry. Ginny no reía y, tras unos momentos, soltó su mano sin siquiera mirarle a la cara.
Para Harry, fue como si le hubieran dado una patada en el estómago. Aunque quizá eso habría dolido menos.
—Practicaremos por parejas —siguió—. Empezaremos con el embrujo paralizante durante diez minutos; luego nos sentaremos en los cojines y volveremos a practicar los hechizos aturdidores.
Los alumnos, obedientes, se agruparon de dos en dos; Harry volvió a formar pareja con Neville.
— Bueno, ya no tienes que planear la siguiente reunión — dijo Seamus.
— ¡Claro que tiene que hacerlo! — saltó Dean. — Yo quiero aprender a hacer un patronus.
La sala se llenó enseguida de gritos intermitentes de ¡Impedimenta! Uno de los integrantes de cada pareja se quedaba paralizado un minuto, y durante ese tiempo el compañero miraba alrededor para ver lo que hacían las otras parejas; luego recuperaban el movimiento y les tocaba a ellos practicar el embrujo.
Harry miró de reojo a Ginny, que no parecía particularmente enfadada. La manera en la que lo había soltado había sido sutil, pero firme. ¿Lo habría hecho para no causar más revuelo alrededor de la ya pública vida amorosa de Harry? ¿O es que se había puesto celosa?
Eso último era demasiado bonito para ser verdad.
Neville había mejorado hasta límites insospechables. Al cabo de un rato, Harry, después de recuperar la movilidad tres veces seguidas, le pidió a Neville que practicara con Ron y Hermione para que él pudiera pasearse por la sala y observar cómo lo hacían los demás.
Varias personas vitorearon y animaron a Neville, que se puso muy rojo.
Al pasar junto a Cho, ella le sonrió; Harry resistió la tentación de pasar por su lado más veces.
Se oyeron risas por todas partes. Harry sintió su cara enrojecer y deseó por millonésima vez que no se leyeran ese tipo de detalles.
Miró a Cho, que parecía bastante avergonzada, y sus miradas se cruzaron. Algunos alumnos lo notaron, porque empezaron a silbar y a reír todavía más fuerte.
Harry fue el primero en apartar la mirada. Inevitablemente, sus ojos fueron directos a Ginny, que tenía la vista fija en Fred y una expresión de lo más neutral.
Tras diez minutos de practicar el embrujo paralizante, esparcieron los cojines por el suelo y se dedicaron al hechizo aturdidor. Como no había suficiente espacio para que todos practicaran a la vez, la mitad del grupo estuvo observando a la otra un rato, y luego cambiaron. Harry se sentía muy orgulloso mientras los contemplaba.
Varios miembros del E.D. sonrieron al escuchar eso.
Ciertamente, Neville aturdió a Padma Patil en lugar de a Dean, al que estaba apuntando, pero tratándose de Neville podía considerarse un fallo menor, y todos los demás habían mejorado muchísimo.
— Perdón — le dijo Neville a Padma, mientras el resto reía.
— Todavía no ha pasado, no tienes por qué disculparte — le recordó Seamus.
— Ah — parecía que Neville no había caído en la cuenta.
Al cabo de una hora, Harry les dijo que pararan.
—Lo estáis haciendo muy bien —comentó, sonriente—. Cuando volvamos de las vacaciones, empezaremos a hacer cosas más serias; quizá el encantamiento patronus.
— ¡Bien! — gritó Dean.
— ¡Ya era hora! — saltó Justin al mismo tiempo.
Hubo un murmullo de emoción y luego la sala empezó a quedarse vacía; los estudiantes se marchaban en grupos de dos y de tres, como de costumbre, y al salir por la puerta deseaban a Harry feliz Navidad. Éste, muy animado, ayudó a Ron y a Hermione a recoger los cojines, que amontonaron en un rincón. Ron y Hermione se fueron antes que Harry, que se rezagó un poco porque Cho todavía no se había ido, y él suponía que también le desearía unas felices fiestas.
— No me digas que se van a quedar solos — dijo Alicia con una sonrisita.
Harry tragó saliva. De pronto, la realidad impactó contra él como un muro de piedra: no tenía ni idea de lo que iban a leer. Por primera vez, ni siquiera podía imaginar qué era lo que estaba a punto de revelarse frente a todo el colegio. ¿Sería un momento embarazoso? ¿Sería un detalle sin importancia? No había manera de saberlo.
Todo estaba fuera de su control.
—No, ve tú primero —oyó que le decía a su amiga Marietta, y el corazón le dio tal vuelco que pareció que se lo enviaba a la altura de la nuez.
Se oyó un enorme OOOOOOOOOH, seguido de carcajadas.
Entre las risas, los silbidos y los gritos, Harry pensó que necesitaba que el suelo lo tragase de inmediato.
Estaba poniéndose muy nervioso. Parecía que se iba a quedar a solas con Cho… y eso no solía salir bien.
Harry fingió que enderezaba el montón de cojines. Estaba casi seguro de que se habían quedado solos, y esperó a que Cho dijera algo. Pero lo que oyó fue un fuerte sollozo.
— Cómo no — bufó Ron.
Cho lo miró mal.
Se dio la vuelta y vio a Cho, plantada en medio de la sala, con lágrimas en los ojos.
—¿Qué…? —No sabía qué hacer. Cho estaba de pie y lloraba en silencio—. ¿Qué te pasa? —le preguntó Harry débilmente.
— Jo, yo pensaba que iban a liarse — dijo Demelza. — Y va ella y se pone a llorar.
— Calla, que a lo mejor todavía pasa — le dijo una amiga suya.
Harry sentía una bola de nervios sobre el estómago. Había subestimado la lectura del futuro: no saber lo que iba a suceder le estaba matando por dentro.
Amos Diggory lo escuchaba todo con una expresión amarga.
Cho movió la cabeza y se secó las lágrimas con la manga.
—Lo siento… —se excusó—. Supongo que… es que… aprender todas estas cosas… Me imagino… que si él las hubiera sabido… todavía estaría vivo.
— Cedric no era estúpido — dijo uno de sus amigos, un corpulento chico de séptimo. Miraba a Cho con más dureza de la que Harry habría esperado. — Sabía defenderse. Si no lo hubieran atacado por sorpresa, las cosas podrían haber sido muy diferentes.
Cho asintió, aceptando esa respuesta. El ambiente volvió a tornarse más solemne que antes.
El corazón de Harry volvió a dar un vuelco más violento de lo habitual, y fue a parar a un punto situado más o menos a la altura de su ombligo. Debió haberlo supuesto. Cho sólo quería hablar de Cedric.
— Qué deprimente — dijo McLaggen. — Estar enamorado de alguien y que esa persona solo quiera hablar de su exnovio al que viste morir. Qué mala suerte tienes, Potter.
Pero Harry ya no escuchaba a McLaggen, porque, cuando había dicho la palabra enamorado, Ginny había agachado la cabeza y, durante un instante, había parecido triste. ¿Se estaba imaginando cosas? ¿Era su esperanza la que hablaba?
Para cuando terminó de formar esos pensamientos en su cabeza, ya no quedaba rastro de esa tristeza en el rostro de Ginny. La chica se mostraba impasible, casi aburrida, y Harry se sorprendió a sí mismo al desear que esa tristeza no hubiese sido imaginaria. Quizá era cruel, pero quería verla celosa.
—Él sabía hacer estas cosas —comentó Harry con aplomo—. Era muy bueno en defensa; si no, no habría llegado al centro de aquel laberinto. Pero si Voldemort se propone matarte, lo tienes muy difícil.
Al oír el nombre de Voldemort, Cho hipó bruscamente, pero siguió mirando a Harry a los ojos, sin pestañear.
Cho se ruborizó al leerse eso.
—Tú sobreviviste cuando sólo eras un crío —dijo con un hilo de voz.
—Sí, tienes razón —admitió Harry cansinamente, y fue hacia la puerta—. Pero no sé por qué, no lo sabe nadie, de modo que no es nada de lo que pueda estar orgulloso.
— Claro — dijo Ron. — No es que Harry sacara una varita de su biberón y hechizara a Quien-Vosotros-Sabéis.
Algunos rieron, pero Cho volvió a mirarlo mal.
—¡No, no te vayas! —exclamó Cho adoptando de nuevo una expresión llorosa—. Perdona que me haya puesto así… No me lo esperaba… —Volvió a hipar. Estaba muy guapa pese a que tenía los ojos rojos e hinchados.
Fred levantó la mirada del libro para guiñarle un ojo a Harry, al tiempo que buena parte del comedor volvía a reír.
Cho tenía la cara muy roja, pero no tanto como el propio Harry.
Harry se sentía inmensamente desgraciado. Se habría contentado con un simple «Feliz Navidad»—. Ya sé que tiene que ser horrible para ti que yo mencione a Cedric, porque tú lo viste morir… — continuó Cho,
— Vaya, al fin lo entiende — bufó Lavender en voz baja. — Estaba siendo un poco egoísta.
y volvió a secarse las lágrimas con la manga de la túnica—. Supongo que te gustaría olvidarlo. —Harry no dijo nada; Cho tenía razón, pero le parecía cruel confirmárselo—.
— No es cruel — dijo Sirius. — Es normal que no quieras pensar en ese tipo de cosas. Y menos si estás hablando con una chica guapa, ¿no?
Sirius le guiñó un ojo, pero Harry habría preferido que no lo hiciera. Ginny seguía manteniendo una expresión neutral y no parecía muy interesada en el tema. Ni siquiera se burlaba de él, como los demás.
Eres un profesor estupendo, Harry —añadió ella forzando una débil sonrisa—. Yo nunca había podido aturdir a nadie.
—Gracias —dijo él, abochornado.
Se miraron el uno al otro largo rato. Harry sentía un deseo incontrolable de salir corriendo de la sala, y al mismo tiempo era incapaz de mover los pies.
— Ahí va a pasar algo — dijo Hannah, emocionada.
—Mira, muérdago —dijo Cho con voz queda, y señaló el techo.
— ¡Se van a besar! ¡Se van a besar! — gritó Romilda.
— ¡De eso nada! Potter quiere a Granger — saltó una chica de tercero.
— ¡Que no! ¡Está coladísimo por Cho! — gritó otra.
— ¿Es que no sabéis leer? — bufó un chico, de segundo. — ¡Está claro que le gusta Cho!
— ¡El que le gusta es Malfoy! — chilló una de cuarto. — ¡Y es recíproco!
Harry no sabía dónde meterse. Solo quería desaparecer.
—Sí —afirmó Harry. Tenía la boca seca—. Pero debe de estar lleno de nargles.
—¿Qué son nargles?
— Os lo puedo explicar cuando queráis — dijo Luna.
—No tengo ni idea —confesó Harry. Cho se le había acercado un poco más, y él sintió como si tuviera el cerebro bajo los efectos de un hechizo aturdidor—. Tendrás que preguntárselo a Luna.
Cho hizo un ruidito raro, entre un sollozo y una risa. Se había acercado todavía un poco más a él. Harry habría podido contar las pecas que tenía en la nariz.
— ¡Se van a besar! — volvió a chillar Romilda.
— ¡Me niego! — gritó una chica de segundo. — ¡Si Potter no acaba con Granger no quiero leer más!
— ¡Tiene que acabar con Malfoy!
— ¡No, con Weasley!
— ¿Con Ginny Weasley?
— ¡Me refería a Ron!
— ¡Ew! — exclamó Ron.
Harry volvió a mirar a Ginny, que se había sorprendido al escuchar su nombre.
— ¡Tiene que salir con Ginny Weasley! ¡Hace un rato estaban cogidos de la mano! — soltó un niño de primero.
Harry volvió a atragantarse él solito. El comedor al completo comenzó a discutir ese detalle y Harry miró a Ginny, esperando que no se notara el pánico en su cara.
— Que piensen lo que quieran — le dijo ella.
Si Harry era sincero, debía admitir que estaba un poco decepcionado por lo poco interesada que se veía a Ginny en ese tema. Quizá todo habían sido imaginaciones suyas y no le había soltado la mano porque estuviera celosa, sino por otro motivo.
McGonagall tuvo que pedir silencio para que Fred pudiera continuar la lectura.
Fred le lanzó a Harry una mirada sugestiva antes de leer:
—Me gustas mucho, Harry.
Cho soltó un chillido y todo el comedor volvió a vitorear. Parecía imposible mantener el silencio. Incluso los profesores intercambiaban miradas y sonrisitas burlonas. Snape tenía aspecto de haberse tragado algo amargo. A Sirius, por otro lado, parecía que acababan de decirle que se adelantaba la Navidad. El caso de Amos Diggory era diferente: parecía haberse tomado las palabras de Cho como una traición. Le lanzó a la chica una mirada desagradable.
Él no podía pensar. Un cosquilleo se extendía por todo su cuerpo, paralizándole los brazos, las piernas y el cerebro.
Harry podría haberse lanzado de la torre de Astronomía en ese momento.
Cho estaba demasiado cerca, y Harry veía las lágrimas que pendían de sus pestañas…
Fred hizo una pausa.
— ¡Dilo ya! — gritó Parvati.
— ¿Se besaron? — preguntó Lavender.
— Querrás decir si se besarán — la corrigió Dean, que parecía estar pasándoselo en grande. — Todavía no ha pasado.
— Ay, es verdad — exclamó Lavender. — ¡Es que esto es muy raro! ¡Fred, sigue leyendo!
Pero Fred se encogió de hombros.
— La siguiente línea dice esto — dijo, antes de leer:
Media hora más tarde, Harry entró en la sala común y encontró a Hermione y a Ron en los mejores sitios junto a la chimenea; casi todos los demás se habían acostado.
Harry se dejó caer sobre el asiento, agotado y aliviado a partes iguales.
No había detalles. No había más información. Podrían dejar ese tema atrás…
— ¿Pero entonces ha habido beso o no? — gritó una niña de primero.
— ¡Claro que sí! — replicó Demelza. — ¿Por qué si no iba a pasar media hora? ¡Es mucho tiempo!
— ¡Estamos leyendo el primer beso de Potter! — exclamó una chica de séptimo. — ¡Qué bonito!
— ¡Potter y Chang se han liado! — gritó un chico de tercero.
— No, aún no — le dijo Daphne, que tenía una sonrisita en los labios. — Pero lo van a hacer, supongo. O quizá no.
— ¿Cómo que quizá no? — estalló otra chica. — ¡Si lo hemos leído!
— Pero es el futuro — le recordó Daphne. — Si no quieren que pase, no pasará. Eso lo deciden ellos, ¿no crees?
Parecía que muchos alumnos estaban teniendo problemas para asimilar que lo que estaban leyendo ya no era el pasado.
Hermione estaba escribiendo una carta larguísima; ya había llenado medio rollo de pergamino, que colgaba por el borde de la mesa. Ron estaba tumbado sobre la alfombrilla de la chimenea intentando terminar sus deberes de Transformaciones.
—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó Ron cuando Harry se sentó en la butaca que había al lado de la de Hermione.
— Porque tenía los labios ocupados — se oyó decir a una chica de sexto, que se puso a reír como una tonta. Harry no se atrevía a mirar a nadie.
Harry no contestó. Estaba conmocionado. Por una parte quería contarles a sus amigos lo que acababa de suceder, pero por otra prefería llevarse aquel secreto a la tumba.
— Pues vas a tenerlo un poco difícil — dijo Sirius, inclinándose hacia Harry y dándole un par de palmaditas en la espalda. Parecía muy contento.
—¿Estás bien, Harry? —preguntó Hermione mirándolo con ojos escrutadores por encima del extremo de la pluma.
Harry se encogió de hombros con poco entusiasmo. La verdad era que no sabía si estaba bien o no.
— No sé si eso es bueno o malo — dijo Charlie.
— Yo tampoco — admitió Percy.
—¿Qué pasa? —inquirió Ron, y se incorporó un poco apoyándose en el codo para verlo mejor—. ¿Te ha ocurrido algo?
Harry no estaba seguro de por dónde empezar, y tampoco estaba seguro de que quisiera explicárselo. Cuando por fin decidió no decir nada, Hermione tomó las riendas de la situación.
—¿Es Cho? —preguntó con seriedad—. ¿Te ha abordado después de la reunión?
— ¿Cómo lo ha sabido? — preguntó Colin.
— Es Granger — replicó Terry por toda respuesta.
Harry, muy sorprendido, asintió con la cabeza. Ron rió por lo bajo, pero paró cuando Hermione lo miró con severidad.
—¿Y… qué quería? —preguntó Ron fingiendo indiferencia.
— Intercambiar saliva — dijo McLaggen.
— ¡Cállate! — le espetó Marietta, mirándolo con asco. Cho estaba tan roja que parecía a punto de explotar.
—Pues… —empezó a decir Harry con voz ronca; luego se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo—. Pues… ella…
—¿Os habéis besado? —inquirió Hermione bruscamente.
Ron se incorporó tan deprisa que derramó el tintero sobre la alfombra.
Hubo muchas risas.
Ignorando por completo el desastre, miró con interés a Harry.
—Bueno, ¿qué? —dijo.
Harry miró a Ron, que lo miraba a su vez entre risueño y curioso; luego dirigió la vista hacia Hermione, que tenía el entrecejo ligeramente fruncido, y asintió con la cabeza.
— ¡Lo sabía! — dijo Lee, riendo sin parar. No fue el único: todo el colegio se dividía entre los que vitoreaban y animaban a Harry y a Cho y los que parecían contrariados. Harry se fijó en que Malfoy tenía una peculiar mueca de asco en la cara.
Ginny, por otro lado, seguía mostrándose impasible. Harry ya no se atrevía a mirarla a la cara.
—¡Toma!
Ron hizo un ademán de triunfo con el puño y se puso a reír a carcajadas; unos estudiantes de segundo año de aspecto tímido que estaban más allá, junto a la ventana, se sobresaltaron. Harry esbozó una sonrisa de mala gana al ver que Ron se revolcaba sobre la alfombra. Hermione, por su parte, lanzó a Ron una mirada de profundo disgusto y siguió escribiendo su carta.
— Qué infantil — dijo Fleur. Ron se ruborizó.
—¿Y qué? —preguntó Ron por fin mirando a su amigo—. ¿Cómo ha sido?
Harry reflexionó un momento.
—Húmedo —respondió sinceramente. Ron hizo un ruido que podía interpretarse tanto como expresión de júbilo como de asco, no estaba muy claro—. Porque ella estaba llorando —aclaró Harry.
— Es que vaya forma de describirlo — dijo Sirius con una risita. — Caray, Harry. Quizá necesitas unas clases.
Harry no quiso preguntar a qué se refería Sirius.
—¡Ah! —dijo Ron, y su sonrisa se apagó un poco—. ¿Tan malo eres besando?
—No lo sé —contestó Harry, que no se lo había planteado, e inmediatamente lo asaltó la preocupación—. Quizá sí.
— Pobrecito — rió Angelina. — Seguro que no lloraba por eso. Bueno, supongo.
— ¡Ang! — Katie le dio un codazo. — Claro que no lloraba por eso.
Pero Harry no estaba muy seguro.
—Claro que no —intervino Hermione distraídamente sin dejar de escribir.
—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Ron.
—Porque últimamente Cho se pasa el día llorando —respondió Hermione con toda tranquilidad—. En las comidas, en los lavabos… En todas partes.
—Y tú, Harry, creíste que unos besos la animarían, ¿no? —preguntó Ron, y sonrió burlonamente.
— Cierra la boca, Weasley — soltó Marietta. — Me tienes harta.
— ¿Qué he hecho yo? — se defendió Ron.
Pero Marietta se limitó a lanzarle una mirada asesina y no contestó nada más. Cho no dijo nada. Seguía extremadamente roja.
—Ron —dijo Hermione con gravedad mientras mojaba la punta de la pluma en el tintero—, eres el ser más insensible que jamás he tenido la desgracia de conocer.
Se oyeron muchas risas. Ron soltó un bufido.
— ¿Qué se supone que significa eso? — dijo, indignado.
Hermione puso los ojos en blanco.
—¿Qué se supone que significa eso? —replicó Ron, indignado—. ¿Qué clase de persona llora mientras están besándola?
Ron se sorprendió al escuchar sus palabras en el libro.
— Vaya… — Hermione también parecía asombrada. — Bueno, esto demuestra que realmente eres tú el que dirá esas cosas. O las dijo. O tiene el potencial de decirlas.
— Por Merlín, qué complicado — bufó Tonks.
—Sí —dijo Harry con un deje de desesperación—. ¿Quién?
Hermione los miró a los dos como si le dieran lástima.
— Solo un poco — dijo Fleur.
Harry y Ron intercambiaron miradas abochornadas.
—¿Es que no entendéis cómo debe de sentirse Cho?
—No —contestaron Harry y Ron a la vez. Hermione suspiró y dejó la pluma sobre la mesa.
—A ver, es evidente que está muy triste por la muerte de Cedric. Supongo que, además, está hecha un lío porque antes le gustaba Cedric y ahora le gusta Harry, y no puede decidir cuál de los dos le gusta más. Por otra parte, debe de sentirse culpable, porque a lo mejor cree que es un insulto a la memoria de Cedric besarse con Harry y esas cosas, y también debe de preocuparle qué dirá la gente si empieza a salir con Harry. De todos modos, lo más probable es que no esté segura de lo que siente por Harry, porque él estaba con Cedric cuando éste murió, así que todo es muy complicado y doloroso. ¡Ah, y por si fuera poco, teme que la echen del equipo de quidditch de Ravenclaw porque últimamente vuela muy mal!
Cho parecía muy sorprendida.
— Eso lo resume bien — dijo con un hilo de voz.
Muchos la miraron con pena, mientras otros todavía seguían con risitas después del beso.
Cuando Hermione terminó su discurso, se produjo un silencio de perplejidad. Entonces Ron dijo:
—Nadie puede sentir tantas cosas a la vez. ¡Explotaría!
— Por eso llora todo el rato — le dijo Padma. — No se te da nada bien entender a las mujeres.
Ron soltó un resoplido.
—Que tú tengas la variedad de emociones de una cucharilla de té no significa que los demás seamos iguales —repuso Hermione con crueldad, y volvió a coger su pluma.
Esa frase causó una oleada de risas a costa de Ron.
— ¡Lo ha comparado con una cucharilla de té! ¡Ja, ja, ja! — Luna parecía estar pasándoselo en grande.
—Fue ella la que empezó —explicó Harry—. Yo no habría… Vino hacia mí y… cuando me di cuenta, estaba llorando desconsoladamente. Yo no sabía qué hacer…
—No me extraña, Harry —comentó Ron, alarmado sólo de pensarlo.
— Vaya birria de primer beso — dijo Lisa Turpin. — El pobre se siente peor después que antes…
Harry prefería no pensar mucho en ese asunto. Sabía que el futuro ya había cambiado, porque su primer beso había sucedido días atrás… Aunque también había sido con Cho, pero no en las mismas circunstancias.
Se preguntó si su yo del libro también perdería el interés por Cho tan rápido como le había sucedido a él. ¿Y si empezaba a gustarle Ginny? No creía poder soportar leer sobre eso delante de los Weasley. Tampoco creía que pudiera sobrevivir su eso ocurría.
—Lo único que tenías que hacer era ser cariñoso con ella —aclaró Hermione levantando la cabeza con impaciencia—. Lo fuiste, ¿verdad?
—Bueno —contestó Harry, y un desagradable calor se extendió por su cara—, más o menos… Le di unas palmaditas en la espalda… —Parecía que Hermione estaba conteniéndose con muchísima dificultad para no poner los ojos en blanco.
La gente no podía parar de reír. Fred tenía aspecto de estar disfrutando mucho de la lectura.
—Bueno, supongo que pudo ser peor. ¿Vas a volver a verla?
—Me imagino que sí. En las reuniones del ED, ¿no?
—Ya sabes a qué me refiero —contestó Hermione, impaciente.
— Potter es muy lento — dijo una chica de séptimo.
Harry no dijo nada. Las palabras de su amiga le abrían un nuevo mundo de aterradoras posibilidades.
— El mundo de las citas puede ser muy aterrador — dijo Sirius. — Pero puedo darte muchos consejos.
— Yo también puedo darte un consejo — lo interrumpió Lupin. — Nunca hagas caso de los consejos de Sirius.
— ¡Eh! Que yo tenía mucho éxito con las chicas — protestó Sirius, indignado.
Lupin puso los ojos en blanco.
— Porque eres guapo. Si hubieras tenido una cara más normal, no habrías conseguido ni la mitad de citas.
Sirius jadeó. Tras unos segundos de silencio estupefacto, añadió:
— Te lo perdono porque me has llamado guapo.
Lupin soltó un bufido y Tonks se echó a reír.
Intentó imaginar que iba a algún sitio con Cho (a Hogsmeade, quizá) y que estaba a solas con ella durante varias horas seguidas. Después de lo que había pasado, lo lógico era que Cho esperase que le pidiera salir con él… Aquella idea hizo que el estómago se le encogiera dolorosamente.
— Tenías que habérselo pedido justo después del beso — dijo Katie.
— No sirve de nada que se lo digas, no ha pasado todavía — dijo Alicia. — Ni va a pasar, al menos no así.
— Si pasa, solo espero que Chang no esté llorando otra vez — replicó Lavender.
—No te preocupes —continuó Hermione, que volvía a estar enfrascada en la redacción de su carta—, tendrás oportunidades de sobra para pedírselo.
—¿Y si Harry no quiere? —insinuó Ron, que había estado observando a su amigo con una expresión de perspicacia poco habitual en él.
— ¿Cómo que poco habitual? — se quejó Ron.
—No seas tonto —repuso Hermione distraídamente—. Hace siglos que a Harry le gusta Cho, ¿verdad, Harry?
Él no contestó. Sí, Cho le gustaba desde hacía siglos, pero siempre que se había imaginado una escena en la que aparecían los dos, ella estaba divirtiéndose, y no llorando desconsoladamente sobre su hombro.
Al final, ese había sido el problema, pensó Harry amargamente. Incluso en el presente, el motivo por el que las cosas con Cho no habían podido funcionar era porque el fantasma de Cedric seguía entre los dos. Cho había necesitado consuelo y apoyo, no un nuevo novio, y Harry tenía sus propios problemas con la memoria de Cedric. No eran capaces de tener una conversación en la que no saliera el nombre de Cedric.
Algo le decía que, por mucho que continuaran leyendo, eso no iba a cambiar.
—Oye, ¿para quién es esa novela que estás escribiendo? —le preguntó Ron a Hermione mientras intentaba leer lo que había escrito en el trozo de pergamino que ya llegaba al suelo. Ella lo subió para que Ron no pudiera ver nada.
—Para Viktor —contestó.
Krum levantó la cabeza, sorprendido.
—¿Viktor Krum?
—¿A cuántos Viktor más conocemos?
Ron no dijo nada, pero parecía contrariado.
— ¡Está celoso! — rió una chica de segundo.
— ¡Que se aguante! Granger tiene que salir con Krum — replicó otra.
Ron soltó un bufido indignado. Intercambió miradas con Hermione, que parecía estar conteniendo una risita, e hizo un gesto raro con el brazo. Harry estaba seguro de que Ron había estado a punto de pasarle el brazo sobre los hombros a Hermione, pero había decidido no hacerlo.
Permanecieron en silencio durante otros veinte minutos: Ron terminaba su redacción de Transformaciones entre resoplidos de impaciencia y tachaduras; Hermione escribía sin parar hasta que llegó al final del pergamino, que enrolló y selló con mucho cuidado; y Harry contemplaba el fuego deseando más que nunca que la cabeza de Sirius apareciera entre las llamas y le diera algún consejo sobre cómo comportarse con las chicas.
— Créeme, no quieres eso — repitió Lupin.
— Ni que tus consejos fueran mejores — contestó Sirius, contrariado. — Yo al menos ligaba. Tú no puedes decir lo mismo.
Lupin lo miró con una ceja arqueada.
— ¿Seguro que no puedo decir lo mismo?
Se miraron durante unos momentos, pensando a saber en qué recuerdos compartidos, y a Harry le habría encantado saber lo que pasaba por sus cabezas. Finalmente, Sirius resopló y murmuró algo que Harry no entendió. Lupin parecía satisfecho.
Pero las llamas sólo crepitaban, cada vez más pequeñas, hasta que las brasas quedaron reducidas a cenizas; entonces Harry giró la cabeza y vio que, una vez más, se habían quedado solos en la sala común.
— Como siempre — dijo Lavender.
—Buenas noches —dijo entonces Hermione bostezando, y se marchó por la escalera de los dormitorios de las chicas.
—No sé qué habrá visto en Krum —comentó Ron cuando Harry y él subían la escalera de los chicos.
Krum arqueó una ceja.
— Tienes que dejar de criticar a Viktor — le dijo Hermione a Ron, que soltó un gemido.
—Bueno —dijo Harry deteniéndose a pensarlo—. Es mayor que nosotros, ¿no? Y es un jugador internacional de quidditch…
— ¿Os parece poco? — rió una chica de séptimo. Harry había notado que le hacía ojitos a Krum.
—Sí, pero aparte de eso… —continuó Ron, que parecía exasperado—. No sé, es un protestón y un imbécil, ¿no?
—Un poco protestón sí es —admitió Harry, que seguía pensando en Cho.
Tanto Ron como Harry se ruborizaron intensamente. Se oyeron risas por todas partes y Krum se quedó mirándolos a ambos.
— ¿Prrotestón? — repitió Krum, frunciendo el ceño.
— Perdón — dijo Harry, sintiendo que volvía a morir de la vergüenza. Hermione parecía exasperada. Ginny, sin embargo, no reaccionó mucho. Parecía que la lectura la estaba aburriendo, porque llevaba un buen rato sin decir nada y sin apenas moverse.
Se quitaron las túnicas y se pusieron los pijamas en silencio. Dean, Seamus y Neville ya dormían. Harry dejó sus gafas en la mesilla y se acostó, pero no cerró las cortinas de su cama adoselada, sino que se quedó contemplando el trozo de cielo estrellado que se veía por la ventana que había junto a la cama de Neville. Si la noche anterior a aquella misma hora hubiera sabido que veinticuatro horas más tarde iba a besar a Cho Chang…
— No habrías dormido — rió Wood.
Harry decidió que debía añadir el beso con Cho a la lista de temas que deseaba que no volvieran a mencionarse nunca.
—Buenas noches —gruñó Ron, que dormía a la derecha de Harry.
—Buenas noches —repuso él.
Quizá la próxima vez…, si es que había una próxima vez…, ella estaría un poco más contenta. Debería haberle pedido salir; seguramente ella estaría esperando que lo hiciera, y en esos momentos debía de estar furiosa con él…
— No creo que estuviera furiosa — dijo Cho, sorprendiendo a todos al hablar en voz alta. Estaba muy roja, pero se mantenía serena. — Y que sepáis que Harry y yo ya hemos hablado de este tema y lo hemos zanjado. Podéis dejar de mirarnos como si fuéramos monos de feria.
Su declaración pilló por sorpresa a todo el mundo, incluido a Harry.
— Entonces, ¿estáis saliendo? — preguntó Demelza. — ¿O has rechazado a Harry?
— Hemos decidido que tener una relación no sería sano para ninguno de los dos — replicó Cho con entereza. Se la veía nerviosa al hablar frente a todo el comedor, pero sonaba decidida. — Yo necesito tiempo para asimilar lo de Cedric. Y Harry también. Pensaba que estar juntos nos ayudaría a superarlo, pero creo que solo provocaría que nos hiciéramos más daño.
Se hizo el silencio. Los estudiantes estaban muy sorprendidos ante la revelación, pero no tanto como los profesores. Algunos tenían aspecto de no haberse esperado semejante muestra de madurez por parte de Cho y de Harry.
— Entonces… ¿Esto que hemos leído no va a pasar? — preguntó una niña de primero.
— Esto no — replicó Cho. — Hemos decidido que no.
Hubo murmullos por todo el comedor. Parecía que había opiniones muy diferentes entre los alumnos.
— Además — añadió Cho al cabo de unos momentos. Cuando tuvo la atención de todos, dijo: — Estoy segura de que a Harry ya no le gusto tanto.
Harry soltó un bufido involuntario. Decenas de miradas cayeron sobre él, haciendo que su cara volviera a arder.
— Eh…
— ¿Cómo que ya no le gustas? — dijo Pansy, sorprendida. — Si solo han pasado unas semanas desde que empezamos a leer.
Para el asombro de todos, fue Dumbledore quien contestó:
— Pero han pasado muchas cosas en este tiempo — dijo. — La llegada de nuestros queridos visitantes del futuro ha traído muchas más consecuencias de las que podáis imaginar. La lectura que estamos realizando es solo una de ellas.
Esas palabras pusieron nerviosos a muchos. Al cabo de unos momentos, cuando quedó claro que Cho no iba a añadir nada más, Fred siguió leyendo.
¿O estaría tumbada en la cama llorando por la muerte de Cedric? Harry no sabía qué pensar. Las explicaciones que le había dado Hermione sólo habían conseguido que todo pareciera más complicado en lugar de ayudarlo a entender lo que sucedía.
Tampoco entendía muy bien qué sucedía en el presente. ¿Por qué Cho había dicho todo eso? ¿Para que dejaran de burlarse de ellos?
«Eso es lo que deberían enseñarnos aquí —pensó, y se giró hacia un lado—, cómo funciona el cerebro de las chicas… Sería mucho más útil que lo que nos enseñan en Adivinación, desde luego…»
— Eso no es difícil — dijo George.
La profesora Trelawney los miró mal a los dos.
Neville gimoteaba en sueños. Se oyó el lejano ulular de una lechuza.
Harry soñó que estaba otra vez en la sala del ED. Cho lo acusaba de haberla obligado a ir allí mediante engaños; decía que había prometido regalarle ciento cincuenta cromos de ranas de chocolate si se presentaba.
Cho pareció muy sorprendida. Algunos rieron, mientras otros miraban a Harry con incredulidad.
Harry protestaba… Cho gritaba: «¡Mira, Cedric me dio cientos de cromos de ranas de chocolate!» Y sacaba puñados de cromos de la túnica y los lanzaba al aire.
— Creo que esto demuestra que lo que Cho ha dicho es muy cierto — dijo Angelina. — Nadie debería tener pesadillas después de su primer beso. Está claro que esa relación no es sana para ninguno de los dos.
Visto de esa manera, a Harry le pareció que tenía mucha lógica.
Entonces Cho se volvía hacia Hermione, que decía: «Es verdad, Harry, se lo prometiste… Creo que será mejor que le regales otra cosa a cambio… ¿Qué te parece si la obsequias con tu Saeta de Fuego?» Y Harry respondía que no podía darle su Saeta de Fuego a Cho porque la tenía la profesora Umbridge,
Hermione también parecía muy sorprendida.
— Supongo que soñaste eso porque defendí a Cho — dijo, sintiéndose culpable.
y que todo aquello era absurdo, que él sólo había ido a la sala del ED para colgar unos adornos navideños que tenían la forma de la cabeza de Dobby…
— ¿Qué? — Ron arqueó una ceja.
— Y yo que sé — se defendió Harry. ¿Cómo iba a entender una pesadilla que ni siquiera había tenido todavía?
Entonces el sueño cambió…
Harry notaba su cuerpo liso, fuerte y flexible. Se deslizaba entre unos relucientes barrotes de metal, sobre una fría y oscura superficie de piedra…
— Eso me da muy mala espina — dijo Dean.
El ambiente se tensó con rapidez. El cambio de sueño había sido tan brusco que resultaba escalofriante.
Harry tuvo un mal presentimiento, y entonces recordó el título del capítulo.
Iba pegado al suelo y se arrastraba sobre el vientre… Estaba oscuro, y, sin embargo, él veía a su alrededor brillantes objetos de extraños y vivos colores. Giraba la cabeza… A primera vista el pasillo estaba vacío, pero no… Había un hombre sentado en el suelo, enfrente de él, con la barbilla caída sobre el pecho, y su silueta destacaba contra la oscuridad…
Todos los miembros de la Orden parecían haberse inclinado hacia delante. Moody, que no había dicho nada en todo ese rato más que para reírse brevemente de Harry, tenía el ceño fruncido.
Harry sacaba la lengua… Percibía el olor que desprendía aquel hombre, que estaba vivo pero adormilado, sentado frente a una puerta, al final del pasillo…
Harry se moría de ganas de morder a aquel hombre… Pero debía contener el impulso…, tenía cosas más importantes que hacer…
— ¿Por qué parece que Harry sea… una serpiente? — preguntó Hannah, aterrada.
— Está soñando que lo es— replicó Susan. Sonaba nerviosa. — Supongo que es solo un sueño…
— No — la cortó Justin, que se había puesto blanco. — Es como el sueño de Frank Bryce. Es real.
Esas palabras fueron como un soplo de aire helado. El silencio fue total.
No obstante, el hombre se movía… Una capa plateada resbalaba de sus piernas cuando se ponía en pie de un brinco, y Harry veía cómo su oscilante y borrosa silueta se elevaba ante él; veía cómo el hombre sacaba una varita mágica de su cinturón…
— ¿Una capa plateada? — repitió Sirius.
— ¿No será…? — empezó a decir Kingsley.
No tenía alternativa… Se elevaba del suelo y atacaba una, dos, tres veces, hundiéndole los colmillos al hombre, y notaba cómo sus costillas se astillaban entre sus mandíbulas y sentía el tibio chorro de sangre…
Algunos jadearon.
— Espero que no esté pasando de verdad — dijo la profesora Sprout, muy pálida.
— Oh, Pomona… — McGonagall no parecía tener tanta esperanza como ella.
Umbridge y Fudge escuchaban todo con expresiones de confusión.
El hombre gritaba de dolor… y luego se quedaba callado… Se tambaleaba, se apoyaba en la pared… La sangre manchaba el suelo…
A Harry le dolía muchísimo la cicatriz… Le dolía como si su cabeza fuera a estallar…
— Es real — dijo Bill. — No hay ninguna duda.
Muchos miraron a Harry en ese momento, y la diversión por su primer beso y la vergüenza que había pasado parecieron esfumarse de la mente de todos.
—¡Harry! ¡HARRY! —Abrió los ojos. Estaba empapado de pies a cabeza en un sudor frío, las sábanas de la cama se le enrollaban alrededor del cuerpo como una camisa de fuerza, y notaba un intenso dolor en la frente, como si le estuvieran poniendo un atizador al rojo vivo—. ¡Harry!
— Menos mal que lo han despertado — suspiró la señora Weasley, aliviada.
Ron lo miraba muy asustado de pie junto a su cama, donde había también otras personas. Harry se sujetó la cabeza con ambas manos; el dolor lo cegaba… Giró hacia un lado y vomitó desde el borde del colchón.
— ¿Vomitó? — repitió Sirius, sorprendido.
— Eso no ha pasado nunca — dijo Ron. Parecía asustado. — Harry, esta pesadilla tuvo que ser horrible…
La alarma crecía entre todos los presentes.
—Está muy enfermo —dijo una voz aterrada—. ¿Llamamos a alguien?
—¡Harry! ¡Harry!
Tenía que contárselo a Ron, era muy importante que se lo contara… Respiró hondo con la boca abierta y se incorporó en la cama. Esperaba no vomitar otra vez; el dolor casi no le dejaba ver.
Fred paró de golpe. Se quedó en silencio, mirando la página como si no creyera lo que estaba viendo. Luego, despacio, levantó la mirada para dirigirla a su familia.
Harry no estaba acostumbrado a ver a Fred asustado, así que la visión de sus ojos llenos de pánico hizo que le diera un vuelco el estómago.
— ¿Qué pasa? — preguntó George, alarmado.
Todos los Weasley lo miraban. Fred tragó saliva antes de leer:
—Tu padre —dijo entre jadeos—. Han… atacado… a tu padre.
—¡Qué! —exclamó Ron sin comprender.
— ¿Qué estás diciendo? — dijo la señora Weasley, y su voz se quebró. — ¿Qué?
—¡Tu padre! Lo han mordido. Es grave. Había sangre por todas partes…
—Voy a pedir ayuda —dijo la misma voz aterrada, y Harry oyó pasos que salían del dormitorio.
Todo el mundo se giró para mirar al señor Weasley, que tenía aspecto sorprendido.
— Vaya — exclamó, y no añadió nada más. El silencio era aplastante.
—Tranquilo, Harry —lo calmó un Ron titubeante—. Sólo…, sólo era un sueño…
—¡No! —saltó Harry, furioso; era fundamental que su amigo lo entendiera—. No era ningún sueño…, no era un sueño corriente… Yo estaba allí… y esa cosa… lo atacó.
La expresión de horror de la señora Weasley parecía aumentar a cada segundo que pasaba.
Oyó que Seamus y Dean cuchicheaban, pero no le importó. El dolor de la frente estaba remitiendo un poco, aunque todavía sudaba y temblaba como si tuviera fiebre. Volvió a vomitar y Ron se apartó dando un salto hacia atrás.
— Yo… No creo que fuera una simple pesadilla — dijo Bill finalmente. Estaba blanco como la cera. — Harry no reaccionaría así… Si solo fuera un sueño.
— Eso parece — respondió el señor Weasley con calma.
Su tranquilidad contrastaba enormemente con la sorpresa horrorizada del resto de su familia. Parecían haberse quedado sin habla. Harry, por su parte, sentía un profundo horror que no podía expresar con palabras.
—Estás enfermo, Harry —insistió con voz temblorosa—. Neville ha ido a pedir ayuda.
—¡Estoy bien! —dijo él con voz ahogada, y se limpió la boca con el pijama. Temblaba de modo incontrolable—. No me pasa nada, es por tu padre por quien tienes que preocuparte. Tenemos que averiguar dónde está… Está sangrando mucho… Yo era… Había una serpiente inmensa.
Cada detalle parecía cimentar lo sucedido en la cabeza de todos. Ginny, pálida y sudorosa, tenía los puños cerrados con tanta fuerza que debía dolerle. Ron se había quedado con la boca abierta y parecía no haber asimilado lo que estaban escuchando. George parecía perdido, mientras que los tres Weasley mayores se dividían entre un pálido y tembloroso Percy y dos serenos pero angustiados Charlie y Bill. Fleur le había tomado la mano a Bill, en señal de apoyo.
La señora Weasley sujetaba el brazo de su marido con fuerza. No lloraba, pero Harry estaba seguro de que lo haría.
Intentó levantarse de la cama, pero Ron lo empujó contra ella; Dean y Seamus seguían hablando en susurros, allí cerca. Harry no supo si había pasado un minuto o diez; seguía allí sentado, temblando, y notaba que el dolor de la cicatriz remitía lentamente. Entonces oyó pasos que subían a toda prisa por la escalera y volvió a distinguir la voz de Neville.
—¡Aquí, profesora!
La profesora McGonagall entró corriendo en el dormitorio con su bata de cuadros escoceses y con las gafas torcidas sobre el puente de la huesuda nariz.
— Menos mal que han llamado a un profesor esta vez — dijo la señora Pomfrey. Parecía tan angustiada como los demás. El silencio reinaba en el comedor.
—¿Qué pasa, Potter? ¿Dónde te duele?
Harry nunca se había alegrado tanto de verla, pues lo que necesitaba en ese momento era a alguien que perteneciera a la Orden del Fénix, y no que lo mimaran ni le recetaran pociones inútiles.
—Es el padre de Ron —afirmó, y volvió a incorporarse—. Lo ha atacado una serpiente y está grave. Lo he visto todo.
Los miembros de la Orden intercambiaban miradas rápidas y severas. Harry tuvo la certeza de que ellos comprendían mejor que él lo que estaban leyendo.
—¿Qué quieres decir con eso de que lo has visto? —preguntó la profesora
McGonagall juntando las oscuras cejas.
—No lo sé… Estaba durmiendo y de pronto estaba allí…
—¿Quieres decir que lo has soñado?
—¡No! —gritó Harry, enojado; ¿es que nadie lo entendía?—.
— Ahora todos lo entendemos — dijo Hermione con voz queda. Harry se fijó en que sujetaba el brazo de Ron de una manera muy similar a como lo hacía la señora Weasley con su marido.
Al principio estaba soñando, pero era un sueño completamente diferente, una tontería… Y de pronto esa imagen lo ha interrumpido. Era real, no me lo he imaginado. El señor Weasley estaba dormido en el suelo y lo atacaba una serpiente inmensa, había mucha sangre, se desmayaba, alguien tiene que averiguar dónde está… —La profesora McGonagall lo miraba a través de sus torcidas gafas como si le horrorizara lo que estaba viendo—. ¡Ni estoy mintiendo ni me he vuelto loco! —insistió Harry a voz en grito—. ¡Le digo que lo he visto todo!
La voz de Fred se quebró en el último momento. Tomó aire antes de leer, con más calma:
—Te creo, Potter —dijo la profesora McGonagall, cortante—. Ponte la bata. Vamos a ver al director.
— Menos mal que le ha creído — suspiró Tonks.
Todos miraban a Harry y al señor Weasley, que seguía muy tranquilo.
— Ese es el final — declaró Fred. Sonaba más cansado que nunca.