La cicatriz:
No se podía oír ni un suspiro. A pesar de que todos se lo habían esperado, la muerte de Frank Bryce había causado un impacto.
Sin embargo, el silencio abrumador del comedor fue roto por un grito de euforia.
Fudge soltó una risotada y miró a Dumbledore, con los ojos desorbitados.
— ¡Yo tenía razón! ¡La conversación no era real!
— ¿Qué quiere decir? — preguntó Umbridge inmediatamente.
Fudge, cuyo rostro estaba recuperando su color con cada segundo que pasaba, sonrió y leyó:
A trescientos kilómetros de distancia, un muchacho llamado Harry Potter se despertó sobresaltado.
— ¡Solo era un sueño! — exclamó Fudge. — ¡Fue un sueño de Potter!
Tras unos segundos de silencio aturdido, el comedor estalló en gritos.
— ¡No puede ser!
— ¡Me lo había tragado!
— ¿Cómo que solo era un sueño?
— ¡Potter! ¡Explícate!
Harry tenía ganas de arrancarle la cabeza a Fudge. O mejor a Umbridge, cuyos ojos se habían iluminado.
— ¡Ya lo habéis oído! ¡Solo se trataba de un sueño! — gritó con su voz aguda. Parecía estar a punto de ponerse en pie de la alegría. — ¡No os creáis nada de lo que acabamos de leer!
Sonreía como si le hubiera tocado la lotería.
Sin embargo, su sonrisa desapareció cuando las puertas del comedor se abrieron y uno de los desconocidos del futuro entró por ellas. Tanto estudiantes como profesores se quedaron en silencio, observando al intruso.
— Creo que se os está olvidando lo que os pedí el primer día — dijo el encapuchado. Aunque su voz estaba hechizada, se podía notar su tono de enfado. — No hagáis juicios precipitados. O, dicho de otro modo, esperad a tener toda la información antes de juzgar. Puede que lo que acabáis de leer Harry lo viera a través de un sueño, pero sucedió de verdad y se demostrará al final del libro, cosa que nunca sabréis si no os calláis y continuáis con la lectura.
Y, dejando a todo el comedor sumido en un silencio atónito, el encapuchado se marchó de allí.
— Eso… eso no cambia nada — fue Fudge quien habló primero. Aunque se lo veía algo cohibido tras la regañina del desconocido, no parecía haber cambiado de opinión. — Que quede constancia de que lo que hemos leído era un sueño. No hay pruebas de que… Ya-Sabéis-Quien… haya regresado.
— Una pregunta, ministro — habló McGonagall con calma. — Si se trataba de un simple sueño, ¿cómo es posible que Potter supiera lo de Bertha Jorkins? ¿Acaso se reveló a El Profeta?
Se oyeron murmullos. Fudge pareció bastante molesto.
— No lo recuerdo. Probablemente sí, si Potter lo sabía…
— Yo no recuerdo que saliera en el periódico, pero podría equivocarme — dijo McGonagall. Miraba directamente al ministro, que no fue capaz de aguantarle la mirada.
Dumbledore se levantó en ese momento y tomó el libro que Fudge había dejado tirado en la tarima.
— La lectura resolverá nuestras dudas, estoy seguro. ¿Quién quiere leer el siguiente capítulo?
Muy poca gente alzó la mano. Dumbledore escogió a un chico de Hufflepuff al que Harry no conocía.
El chico, cuyo pelo era tan rojo que podía haber pasado por un Weasley, subió a la tarima y leyó:
— La cicatriz.
Inmediatamente, al menos dos docenas de personas se giraron para mirar a Harry, quien se aplastó el cabello contra la frente tanto como pudo. Eso pareció molestar a más de uno, pero a Harry le dio igual.
Si tanto querían verle la cicatriz, podían enmarcar una de las numerosas fotos de él que El Profeta había publicado y ponérsela en la mesita de noche. Podían mirarla tanto como quisieran, mientras que a él que lo dejaran en paz.
Harry se hallaba acostado boca arriba, jadeando como si hubiera estado corriendo. Acababa de despertarse de un sueño muy vívido y tenía las manos sobre la cara. La antigua cicatriz con forma de rayo le ardía bajo los dedos como si alguien le hubiera aplicado un hierro al rojo vivo.
— No lo entiendo — dijo Hannah Abbott. — Es una cicatriz, ¿cómo puede dolerte?
— Ya le dolió cuando Quien-Tú-Sabes estaba en la nuca de Quirrell — le recordó Justin.
Se oyeron murmullos y luego alguien habló con tono de pánico:
— Entonces, ¿Quién-Vosotros-Sabéis estaba allí, en Privet Drive?
Más gente se giró para mirar a Harry, quien rodó los ojos.
— No — dijo en voz alta. — Pero tuve una visión sobre lo que él estaba haciendo en esos momentos. Por eso me dolía.
— ¿Una visión? ¿El sueño era una visión? — dijo Jack Sloper, confuso. — ¿Entonces sí que era real?
Harry asintió y los murmullos aumentaron en volumen. Umbridge lo miraba tan mal que a Harry comenzaba a darle dolor de cabeza, y se preguntó si la profesora lo estaba maldiciendo por lo bajo.
Pero no, solo se dedicaba a mirarlo con odio mientras el resto del comedor asimilaba lo que Harry acababa de decir.
— Por favor, siga leyendo — pidió Dumbledore amablemente.
El pelirrojo de Hufflepuff hizo caso inmediatamente.
Se incorporó en la cama con una mano aún en la cicatriz de la frente y la otra buscando en la oscuridad las gafas, que estaban sobre la mesita de noche. Al ponérselas, el dormitorio se convirtió en un lugar un poco más nítido, iluminado por una leve y brumosa luz anaranjada que se filtraba por las cortinas de la ventana desde la farola de la calle.
— Si yo fuera tú, no me atrevería a dormir con la ventana abierta — admitió Neville. — ¿Y si alguien entrara a atacarte? Siempre te pasa de todo.
— Mira quién fue a hablar — replicó Harry con una sonrisa. Notando la ironía, Neville también sonrió.
Volvió a tocarse la cicatriz. Aún le dolía. Encendió la lámpara que tenía a su lado y se levantó de la cama; cruzó el dormitorio, abrió el armario ropero y se miró en el espejo que había en el lado interno de la puerta. Un delgado muchacho de catorce años le devolvió la mirada con una expresión de desconcierto en los brillantes ojos verdes, que relucían bajo el enmarañado pelo negro.
Hermione soltó un bufido.
— Esa descripción suena a algo que diría Rita Skeeter. Sus brillantes ojos verdes…
Harry resopló.
— No creerás que ella ha escrito esto, ¿no?
— Ni de broma — Hermione pareció algo asqueada ante la idea.
Examinó más de cerca la cicatriz en forma de rayo del reflejo. Parecía normal, pero seguía escociéndole.
Harry intentó recordar lo que soñaba antes de despertarse. Había sido tan real...
Y tanto, pensó Harry con amargura.
Aparecían dos personas a las que conocía, y otra a la que no. Se concentró todo lo que pudo, frunciendo el entrecejo, tratando de recordar...
— ¿Soñaste con alguien a quien no conoces? — preguntó un niño de primero. — Qué raro.
— ¿No lo has oído? No fue un sueño, fue una visión — replicó Angelina. El niño se quedó algo cortado.
Vislumbró la oscura imagen de una estancia en penumbra. Había una serpiente sobre una alfombra... un hombre pequeño llamado Peter y apodado Colagusano... y una voz fría y aguda... la voz de lord Voldemort. Sólo con pensarlo, Harry sintió como si un cubito de hielo se le hubiera deslizado por la garganta hasta el estómago.
Varias personas hicieron muecas al escuchar esa descripción. Harry no estaba seguro de si se debía a que estaban tan metidos en la lectura que podían sentirlo, o a que habían tenido una sensación similar en algún momento de su vida.
Apretó los ojos con fuerza e intentó recordar qué aspecto tenía lord Voldemort, pero no pudo, porque en el momento en que la butaca giró y él, Harry, lo vio sentado en ella, el espasmo de horror lo había despertado... ¿o había sido el dolor de la cicatriz?
— Yo voto por el horror — susurró Ron. — Debía tener un aspecto horrible.
¿Y quién era aquel anciano? Porque ya tenía claro que en el sueño aparecía un hombre viejo: Harry lo había visto caer al suelo. Las imágenes le llegaban de manera confusa. Se volvió a cubrir la cara con las manos e intentó representarse la estancia en penumbra, pero era tan difícil como tratar de que el agua recogida en el cuenco de las manos no se escurriera entre los dedos.
— Qué poético — comentó Luna. Parvati la miró raro.
Voldemort y Colagusano habían hablado sobre alguien a quien habían matado, aunque no podía recordar su nombre... y habían estado planeando un nuevo asesinato: el suyo.
— Cómo no — dijo Zacharias Smith con tono aburrido. — ¿Por qué siempre hay alguien intentando matarte?
— Eso quisiera saber yo — replicó Harry de mal humor.
Harry apartó las manos de la cara, abrió los ojos y observó a su alrededor tratando de descubrir algo inusitado en su dormitorio.
— ¿Qué pasa, Potter? ¿Tenías miedo? — dijo Malfoy con tono burlón.
— Creo que tú también lo tendrías si hubieras soñado con Quien-Tú-Sabes — replicó Katie Bell antes de que Harry pudiera defenderse por sí solo.
Malfoy rodó los ojos, le lanzó una última mirada burlona a Harry y volvió a centrarse en la lectura.
En realidad, había una cantidad extraordinaria de cosas inusitadas en él: a los pies de la cama había un baúl grande de madera, abierto, y dentro de él un caldero, una escoba, una túnica negra y diversos libros de embrujos; los rollos de pergamino cubrían la parte de la mesa que dejaba libre la jaula grande y vacía en la que normalmente descansaba Hedwig, su lechuza blanca; en el suelo, junto a la cama, había un libro abierto. Lo había estado leyendo por la noche antes de dormirse. Todas las fotos del libro se movían. Hombres vestidos con túnicas de color naranja brillante y montados en escobas voladoras entraban y salían de la foto a toda velocidad, arrojándose unos a otros una pelota roja.
— ¿Qué tiene todo eso de inusitado? — dijo Cormac McLaggen. — Me parece una habitación bastante normal.
— Es inusitado para los muggles — respondió un chico de Hufflepuff. Harry estaba seguro de que era hijo de muggles. — Supongo que a eso se refiere.
Harry fue hasta el libro, lo cogió y observó cómo uno de los magos marcaba un tanto espectacular colando la pelota por un aro colocado a quince metros de altura. Luego cerró el libro de golpe. Ni siquiera el quidditch (en opinión de Harry, el mejor deporte del mundo) podía distraerlo en aquel momento.
Sirius soltó un falso jadeo.
— ¿Ni siquiera el quidditch? Debías estar preocupadísimo. ¿Seguro que no tenías fiebre?
Harry sonrió, y vio que Ron, Hermione y Ginny también lo hacían.
Dejó Volando con los Cannons en su mesita de noche, se fue al otro extremo del dormitorio y retiró las cortinas de la ventana para observar la calle.
Ron pareció orgulloso de que el libro de los Cannons fuera el único que Harry había estado leyendo por voluntad propia.
El aspecto de Privet Drive era exactamente el de una respetable calle de las afueras en la madrugada de un sábado. Todas las ventanas tenían las cortinas corridas. Por lo que Harry distinguía en la oscuridad, no había un alma en la calle, ni siquiera un gato.
Varias miradas se fueron hacia McGonagall, que rodó los ojos.
Y aun así, aun así... Nervioso, Harry regresó a la cama, se sentó en ella y volvió a llevarse un dedo a la cicatriz. No era el dolor lo que le incomodaba: estaba acostumbrado al dolor y a las heridas. En una ocasión había perdido todos los huesos del brazo derecho, y durante la noche le habían vuelto a crecer, muy dolorosamente.
— Todos nos acordamos de eso — dijo Ginny con una mueca.
— Maldito Lockhart — gruñó Ron. La señora Weasley abrió la boca, probablemente para regañar a Ron por maldecir a alguien, pero pareció pensarlo unos segundos y prefirió quedarse callada. A Harry le hizo gracia: hasta la señora Weasley, que había sido su más ardiente fan, le guardaba algo de rencor a Lockhart.
No mucho después, un colmillo de treinta centímetros de largo se había clavado en aquel mismo brazo.
Se oyó más de un quejido.
— Eso fue el basilisco — dijo Cho. — Longbottom tenía razón. Te pasa de todo.
Harry no podía estar más de acuerdo.
Y durante el último curso, sin ir más lejos, se había caído desde una escoba voladora a quince metros de altura.
— Tiene gracia que caer desde quince metros de altura sea tu accidente menos grave — dijo Fred.
— No, no la tiene — se quejó la señora Weasley.
Estaba habituado a sufrir extraños accidentes y heridas: eran inevitables cuando uno iba al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, y él tenía una habilidad especial para atraer todo tipo de problemas.
— No hace falta que lo jures — bufó Ron, sacándole una sonrisa a Harry.
No, lo que a Harry le incomodaba era que la última vez que le había dolido la cicatriz había sido porque Voldemort estaba cerca. Pero Voldemort no podía andar por allí en esos momentos... La misma idea de que lord Voldemort merodeara por Privet Drive era absurda, imposible.
— La verdad es que quedaría un poco ridículo — susurró Harry, para que solo Ron, Hermione y Ginny lo escucharan. — ¿Os lo imagináis? Con su capa ondeante y su cara de serpiente, paseando al lado del parterre de flores de la señora del número seis.
Ron soltó un resoplido, mitad incredulidad mitad risa. Hermione trató de ocultar una sonrisita, mientras que Ginny directamente soltó una carcajada. Varias personas los miraron con curiosidad.
Harry escuchó atentamente en el silencio. ¿Esperaba sorprender el crujido de algún peldaño de la escalera, o el susurro de una capa? Se sobresaltó al oír un tremendo ronquido de su primo Dudley, en el dormitorio de al lado.
Eso provocó algunas risitas. A Harry no le hizo mucha gracia.
Harry se reprendió mentalmente. Se estaba comportando como un estúpido: en la casa no había nadie aparte de él y de tío Vernon, tía Petunia y Dudley, y era evidente que ellos dormían tranquilos y que ningún problema ni dolor había perturbado su sueño.
— Ojalá fueran ellos los que tuvieran pesadillas — gruñó Sirius. Varias personas lo miraron con cautela, haciendo que Harry rodara los ojos. Ya habían leído sobre su inocencia, ¿qué más necesitaban para dejar de desconfiar de él?
Cuando más le gustaban los Dursley a Harry era cuando estaban dormidos; despiertos nunca constituían para él una ayuda.
Harry gimió internamente. Esperaba que no se mencionara mucho a los Dursley. No tenía ganas de lidiar con los comentarios y con las miraditas de pena (y, en algunos casos, de burla) que recibía cada vez que hacían su aparición en la lectura.
Tío Vernon, tía Petunia y Dudley eran los únicos parientes vivos que tenía. Eran muggles (no magos) que odiaban y despreciaban la magia en cualquiera de sus formas, lo que suponía que Harry era tan bienvenido en aquella casa como una plaga de termitas.
— Esos imbéciles — se oyó gruñir a Sirius, lo que le ganó otro par de miradas nerviosas.
Habían explicado sus largas ausencias durante el curso en Hogwarts los últimos tres años diciendo a todo el mundo que estaba internado en el Centro de Seguridad San Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables.
— El que debería estar en ese centro es su hijo Dudley — se quejó la señora Weasley.
Varias personas le dieron la razón.
Los Dursley estaban al corriente de que, como mago menor de edad, a Harry no le permitían hacer magia fuera de Hogwarts, pero aun así le echaban la culpa de todo cuanto iba mal en la casa.
Las miradas de pena que Harry había estado esperando llegaron con toda su fuerza. Harry tuvo que hacer un esfuerzo para ignorar a todo el mundo.
Harry no había podido confiar nunca en ellos, ni contarles nada sobre su vida en el mundo de los magos. La sola idea de explicarles que le dolía la cicatriz y que le preocupaba que Voldemort pudiera estar cerca, le resultaba graciosa.
— No me extraña que nunca confíes en nadie — admitió Katie Bell. — Con una familia así…
— Y no solo su familia — añadió Angelina. — ¿Cuántas veces le han fallado los profesores? Quirrell intentó matarle, McGonagall lo ignoró cuando le avisó sobre el robo de la Piedra Filosofal, Lockhart resultó ser un fraude y casi le borra la memoria, Snape… no hace falta ni que lo diga.
McGonagall hizo una mueca al escuchar eso, pero Snape ni se inmutó.
Y sin embargo había sido Voldemort, principalmente, el responsable de que Harry viviera con los Dursley. De no ser por él, Harry no tendría la cicatriz en la frente. De no ser por él, Harry todavía tendría padres...
— Qué pensamientos tan deprimentes — se quejó Ginny. — Estar en Privet Drive te roba la felicidad.
— No te haces una idea — dijo Harry, asintiendo con ganas.
Tenía apenas un año la noche en que Voldemort (el mago tenebroso más poderoso del último siglo, un brujo que había ido adquiriendo poder durante once años) llegó a su casa y mató a sus padres. Voldemort dirigió su varita hacia Harry, lanzó la maldición con la que había eliminado a tantos magos y brujas adultos en su ascensión al poder e, increíblemente, ésta no hizo efecto: en lugar de matar al bebé, la maldición había rebotado contra Voldemort. Harry había sobrevivido sin otra lesión que una herida con forma de rayo en la frente, en tanto que Voldemort quedaba reducido a algo que apenas estaba vivo.
— Eso ya lo sabemos. — Esta vez fue un chico de Ravenclaw el que se quejó. — ¿Por qué todos los libros empiezan con un resumen innecesario?
Harry y sus amigos intercambiaron miradas. Todos recordaban cuál había sido la teoría de Hermione: que, si los libros habían sido escritos mediante un hechizo, quizá el encantamiento no estaba diseñado para que todos los tomos se leyeran uno tras otro, de ahí que se incluyera un pequeño resumen.
O quizá alguien los había escrito sin ayuda de la magia y simplemente había decidido empezar cada libro con un resumen para asegurarse de que nadie se olvidaba de nada… aunque era complicado que los alumnos olvidaran datos tan grandes como que los padres de Harry habían muerto a manos de Voldemort.
El tema de los libros y quién los había escrito seguía intrigando a Harry. Pero, sobre todo, quería saber quiénes eran los que habían traído los libros. La conversación que había tenido con sus amigos el día anterior seguía fresca en su mente. ¿Cómo podían estar seguros de que era buena idea confiar en esos desconocidos?
Desprovisto de su poder y casi moribundo, Voldemort había huido; el terror que había atenazado a la comunidad mágica durante tanto tiempo se disipó, sus seguidores huyeron en desbandada y Harry se hizo famoso.
Snape miró mal a Harry en ese momento, sacándolo de sus pensamientos y haciendo que volviera a centrarse en la lectura para saber por qué narices Snape lo estaba mirando así.
Fue bastante impactante para él enterarse, el día de su undécimo cumpleaños, de que era un mago. Y aún había resultado más desconcertante descubrir que en el mundo de los magos todos conocían su nombre. Al llegar a Hogwarts, las cabezas se volvían y los cuchicheos lo seguían por dondequiera que iba.
Algunas personas parecieron avergonzadas.
Pero ya se había acostumbrado: al final de aquel verano comenzaría el cuarto curso. Y contaba los días que le faltaban para regresar al castillo.
— Debes de ser el alumno que espera la vuelta a clases con más ganas — dijo Jimmy Peakes.
Harry se encogió de hombros. Estaba seguro de que debía haber otros como él, que disfrutaban mucho más de la vida en el castillo que de la que tenían en sus casas.
Pero todavía quedaban dos semanas para eso. Abatido, volvió a repasar con la vista los objetos del dormitorio, y sus ojos se detuvieron en las tarjetas de felicitación que sus dos mejores amigos le habían enviado a finales de julio, por su cumpleaños. ¿Qué le contestarían ellos si les escribía y les explicaba lo del dolor de la cicatriz?
— No recuerdo que lo hicieras — dijo Hermione inmediatamente.
— Es que no lo hice — replicó Harry.
De inmediato, la voz asustada y estridente de Hermione Granger le vino a la cabeza:
El chico de Hufflepuff puso la voz más aguda de lo normal para leer:
¿Que te duele la cicatriz? Harry, eso es tremendamente grave... ¡Escribe al profesor Dumbledore! Mientras tanto yo iré a consultar el libro Enfermedades y dolencias mágicas frecuentes... Quizá encuentre algo sobre cicatrices producidas por maldiciones...
Varias personas se echaron a reír. Hermione miró mal al Hufflepuff, que le sonrió a modo de disculpa.
Ron era una de las personas que reía.
— Las has clavado — dijo felizmente. — Eso es exactamente lo que te habría dicho Hermione.
— Lo sé — sonrió Harry. Hermione no parecía muy contenta, pero tampoco negó que habría respondido de forma muy similar a la de la imaginación de Harry.
Sí, ése sería el consejo de Hermione: acudir sin demora al director de Hogwarts, y entretanto consultar un libro.
— No habría sido un mal consejo — dijo Dumbledore.
Harry no estaba de acuerdo. Ir a contarle a Dumbledore una pesadilla le parecía bastante infantil.
Harry observó a través de la ventana el oscuro cielo entre negro y azul. Dudaba mucho que un libro pudiera ayudarlo en aquel momento. Por lo que sabía, era la única persona viva que había sobrevivido a una maldición como la de Voldemort, así que era muy improbable que encontrara sus síntomas en Enfermedades y dolencias mágicas frecuentes. En cuanto a lo de informar al director, Harry no tenía la más remota idea de adónde iba Dumbledore en sus vacaciones de verano. Por un instante le divirtió imaginárselo, con su larga barba plateada, túnica talar de mago y sombrero puntiagudo, tumbándose al sol en una playa en algún lugar del mundo y dándose loción protectora en su curvada nariz.
Eso provocó que medio comedor estallara en risas. Dumbledore pareció divertido y, tras unos segundos, sacó la varita e hizo un movimiento brusco con ella. Unas gafas de sol aparecieron en el aire y se posaron sobre su nariz.
— Me temo que se te olvidó el detalle de las gafas, Harry — dijo en tono jovial. — Nunca voy a la playa sin unas de estas.
Harry escuchó a Lavender susurrarle a Parvati:
— Yo quiero aprender ese hechizo.
Ambas miraban las gafas de sol que Dumbledore había hecho aparecer, que eran bastante elegantes.
— Por favor, señor Grint. Continúe leyendo — le pidió el director.
El chico de Hufflepuff le hizo caso.
Pero, dondequiera que estuviera Dumbledore, Harry estaba seguro de que Hedwig lo encontraría: la lechuza de Harry nunca había dejado de entregar una carta a su destinatario, aunque careciera de dirección. Pero ¿qué pondría en ella?
Querido profesor Dumbledore: Siento molestarlo, pero la cicatriz me ha dolido esta mañana. Atentamente, Harry Potter.
Se oyeron un par de risitas.
Incluso en su mente, las palabras sonaban tontas.
— Podías habérmela enviado — dijo Dumbledore, al tiempo que hacía desaparecer las gafas de sol. — A mí no me parece un mensaje tonto.
Harry hizo una mueca y evitó contestar.
Así que intentó imaginarse la reacción de su otro mejor amigo, Ron Weasley, y al instante el pecoso rostro de Ron, con su larga nariz, flotaba ante él con una expresión de desconcierto:
Ron se inclinó hacia delante en el asiento, un poco preocupado. El chico de Hufflepuff imitó el tono de Ron para leer:
¿Que te duele la cicatriz? Pero... pero no puede ser que Quien-tú-sabes esté ahí cerca, ¿verdad? Quiero decir... que te habrías dado cuenta, ¿no? Intentaría liquidarte, ¿no es cierto? No sé, Harry, a lo mejor las cicatrices producidas por maldiciones duelen siempre un poco... Le preguntaré a mi padre...
Volvieron a escucharse risitas.
— A ti también te ha clavado — dijo Ginny, sonriente.
— No lo niego — admitió Ron. — Da un poco de miedo, la verdad.
Harry bufó.
— Os conozco demasiado bien.
El señor Weasley era un mago plenamente cualificado que trabajaba en el Departamento Contra el Uso Incorrecto de los Objetos Muggles del Ministerio de Magia, pero no tenía experiencia en materia de maldiciones, que Harry supiera.
— Efectivamente, no tengo ni pajolera idea — dijo Arthur con tono jovial.
En cualquier caso, no le hacía gracia la idea de que toda la familia Weasley se enterara de que él, Harry, se había preocupado mucho a causa de un dolor que seguramente duraría muy poco.
— ¿Por qué no? Nos lo podías haber contado, cielo — dijo la señora Weasley.
A modo de respuesta, el Hufflepuff siguió leyendo.
La señora Weasley alborotaría aún más que Hermione;
La señora Weasley se ruborizó al oír eso.
y Fred y George, los gemelos de dieciséis años hermanos de Ron, podrían pensar que Harry estaba perdiendo el valor.
— Claro que no — se quejó George.
— ¿Qué imagen tienes de nosotros? — dijo Fred.
— Ya solo con el sueño que tuviste tenías motivos para estar nervioso — siguió George. — Y si le añades lo de la cicatriz… bueno, normal que estuvieras preocupado.
Harry no pudo evitar sonreír. En cierto modo, se sintió reconfortado al saber que no le habrían juzgado si hubiera decidido contarles lo de la cicatriz.
Los Weasley eran su familia favorita: esperaba que pudieran invitarlo a quedarse algún tiempo con ellos (Ron le había mencionado algo sobre los Mundiales de Quidditch), y no quería que esa visita estuviera salpicada de indagaciones sobre su cicatriz.
Todos los Weasley parecieron muy felices al escuchar eso. Harry, que notaba sus mejillas arder, deseó que la tierra se lo tragase.
Harry se frotó la frente con los nudillos. Lo que realmente quería (y casi le avergonzaba admitirlo ante sí mismo) era alguien como... alguien como un padre: un mago adulto al que pudiera pedir consejo sin sentirse estúpido, alguien que lo cuidara, que hubiera tenido experiencia con la magia oscura...
El ambiente del comedor se tornó solemne.
— Oh, Harry — dijo la señora Weasley. Harry casi entró en pánico al ver que los ojos le brillaban con lágrimas.
Como ella, muchas otras personas parecían haberse tomado ese pensamiento muy a pecho. Las miraditas de pena habían regresado con fuerza, y venían acompañadas de expresiones de ánimo y caras de tristeza.
— ¿Por qué estáis todos tan tristes? — dijo Sirius en voz alta. — ¿Es que no os dais cuenta? Me estaba describiendo a mí.
Algunos lo miraron como si hubiera dicho una tontería, pero entonces el chico de Hufflepuff siguió leyendo:
Y entonces encontró la solución. Era tan simple y tan obvia, que no podía creer que hubiera tardado tanto en dar con ella: Sirius.
Varias de las miradas de pena se convirtieron en expresiones de alivio. Harry notó una sensación cálida en el estómago al darse cuenta de la cantidad de gente que se alegraba genuinamente de que él al fin tuviera a alguien a quien contarle las cosas difíciles.
Harry saltó de un brinco de la cama, fue rápidamente al otro extremo del dormitorio y se sentó a la mesa. Sacó un trozo de pergamino, cargó de tinta la pluma de águila, escribió «Querido Sirius», y luego se detuvo, pensando cuál sería la mejor forma de expresar su problema y sin dejar de extrañarse de que no se hubiera acordado antes de Sirius. Pero bien mirado no era nada sorprendente: al fin y al cabo, hacía menos de un año que había averiguado que Sirius era su padrino.
— Menos de un año desde que lo averiguaste y apenas un par de meses desde que descubriste que no era un asesino — notó Dean.
Había un motivo muy simple para explicar la total ausencia de Sirius en la vida de Harry: había estado en Azkaban, la horrenda prisión del mundo mágico vigilada por unas criaturas llamadas dementores, unos monstruos ciegos que absorbían el alma y que habían ido hasta Hogwarts en persecución de Sirius cuando éste escapó.
A varias personas les dieron escalofríos con tan solo pensar en los dementores.
Pero Sirius era inocente, ya que los asesinatos por los que lo habían condenado eran en realidad obra de Colagusano, el secuaz de Voldemort a quien casi todo el mundo creía muerto. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, sabían que la verdad era otra: el curso anterior habían tenido a Colagusano frente a frente, aunque luego sólo el profesor Dumbledore les había creído.
— Ya estamos otra vez con el resumen innecesario — se quejó una chica de cuarto.
A Harry empezaba a molestarle que se quejaran tanto. Vale, él estaba de acuerdo en que los primeros capítulos de cada libro estaban llenos de información repetida, ¿pero acaso no se les hacía tedioso quejarse de ello cada vez que sucedía? Si se quedaban en silencio y escuchaban la lectura, tardarían menos en acabar esas partes repetitivas.
Durante una hora de gloriosa felicidad, Harry había creído que podría abandonar a los Dursley, porque Sirius le había ofrecido un hogar una vez que su nombre estuviera rehabilitado.
Había sido un sueño que todavía no había podido cumplir. La idea de que, tras terminar la lectura de los libros, quizá podría irse a vivir con Sirius… Resultaba una idea tan maravillosa que ni siquiera se atrevía a creérsela del todo. ¿Cuántas cosas tenían que pasar antes de llegar a ese momento? Tenían que acabar la lectura, limpiar el nombre de Sirius de forma oficial y pública, hacer el papeleo para que los Dursley dejaran de ser sus tutores legales… Eso último no supondría un problema. Dudaba mucho que los Dursley fueran a ponerle trabas. Al contrario, seguramente agradecerían a Sirius por quitarles a Harry de encima.
Pero aquella oportunidad se había esfumado muy pronto: Colagusano se había escapado antes de que hubieran podido llevarlo al Ministerio de Magia, y Sirius había tenido que huir volando para salvar la vida. Harry lo había ayudado a hacerlo sobre el lomo de un hipogrifo llamado Buckbeak, y desde entonces Sirius permanecía oculto.
— Me da curiosidad — admitió Colin. — ¿Cómo puede el fugitivo más buscado del país huir a lomos de un hipogrifo sin ser visto?
Sirius sonrió.
— Es que soy un genio — replicó. A su lado, el profesor Lupin rodó los ojos.
Harry se había pasado el verano pensando en la casa que habría tenido si Colagusano no se hubiera escapado. Había resultado especialmente duro volver con los Dursley sabiendo que había estado a punto de librarse de ellos para siempre.
— Ahora sí que te has librado de ellos — dijo Sirius en voz alta. — Porque, cuando acabemos de leer, arreglaré las cosas para que puedas venirte conmigo. No tendrás que volver a verles las caras si no quieres.
Sonaba precioso, pero Harry seguía sin querer creérselo. Cuanto más se lo creyera y más se ilusionara, más grande sería el batacazo después.
No obstante, y aunque no pudiera estar con Sirius, éste había sido de cierta ayuda para Harry. Gracias a Sirius, ahora podía tener todas sus cosas con él en el dormitorio.
Sirius pareció algo confundido al leer eso.
Antes, los Dursley no lo habían consentido: su deseo de hacerle la vida a Harry tan penosa como fuera posible, unido al miedo que les inspiraba su poder, habían hecho que todos los veranos precedentes guardaran bajo llave el baúl escolar de Harry en la alacena que había debajo de la escalera.
— Aún me cuesta asimilar que no te dejaran ni hacer los deberes — bufó Hermione.
Pero su actitud había cambiado al averiguar que su sobrino tenía como padrino a un asesino peligroso (oportunamente, Harry había olvidado decirles que Sirius era inocente).
Se oyeron risas.
— No es un detalle que necesiten saber — dijo Fred alegremente.
Desde que había vuelto a Privet Drive, Harry había recibido dos cartas de Sirius. No se las había entregado una lechuza, como era habitual en el correo entre magos, sino unos pájaros tropicales grandes y de brillantes colores.
— Claro, lo mejor para no llamar la atención — ironizó Tonks.
— Pues curiosamente fue la opción más segura que pude encontrar — replicó Sirius.
A Hedwig no le habían hecho gracia aquellos llamativos intrusos y se había resistido a dejarlos beber de su bebedero antes de volver a emprender el vuelo.
— Pobrecitos — se lamentó Lavender.
A Harry, en cambio, le habían gustado: le habían hecho imaginarse palmeras y arena blanca, y esperaba que dondequiera que se encontrara Sirius (él nunca decía dónde, por si interceptaban la carta) se lo estuviera pasando bien.
Sirius sonrió al escuchar eso, y no fue el único.
— Me lo pasé muy bien — afirmó. — Aquello era el paraíso. Y tendrías que haber visto a las chicas…
— Sirius — lo interrumpió Lupin, lanzándole una mirada de advertencia. — Harry no necesita saber eso.
Sirius se encogió de hombros y le lanzó al incrédulo Harry una mirada de disculpa.
Harry dudaba que los dementores sobrevivieran durante mucho tiempo en un lugar muy soleado. Quizá por eso Sirius había ido hacia el sur.
— Fue uno de los motivos, sí — afirmó Sirius.
Las cartas de su padrino (ocultas bajo la utilísima tabla suelta que había debajo de la cama de Harry) mostraban un tono alegre, y en ambas le insistía en que lo llamara si lo necesitaba. Pues bien, en aquel momento lo necesitaba...
Se oyó un "Oooh" y varias personas miraron a Harry con expresiones extrañas. Harry tardó varios segundos en darse cuenta de que lo miraban con ternura.
— Al fin admites que necesitas a alguien. Qué bonito — dijo Romilda Vane.
Harry deseó por segunda vez en el mismo día que la tierra se lo tragase.
La lámpara de Harry pareció oscurecerse a medida que la fría luz gris que precede al amanecer se introducía en el dormitorio. Finalmente, cuando los primeros rayos de sol daban un tono dorado a las paredes y empezaba a oírse ruido en la habitación de tío Vernon y tía Petunia, Harry despejó la mesa de trozos estrujados de pergamino y releyó la carta ya acabada:
— ¿Cuánto tiempo tardaste en escribirla? — preguntó Dean.
— No tanto — dijo Harry, sin querer admitir que tardó horas en hacerlo.
Querido Sirius:
Gracias por tu última carta. Vaya pájaro más grande: casi no podía entrar por la ventana.
Aquí todo sigue como siempre. La dieta de Dudley no va demasiado bien.
Mi tía lo descubrió ayer escondiendo en su habitación unas rosquillas que había traído de la calle. Le dijeron que tendrían que rebajarle la paga si seguía haciéndolo, y él se puso como loco y tiró la videoconsola por la ventana.
Se oyeron quejas y más de un insulto hacia Dudley.
— Yo tuve que rogarle a mis padres para que me compraran mi videoconsola — bufó un chico de Ravenclaw. — ¿Y va este y la tira por la ventana? ¡Que me la hubiera enviado a mí!
— O a mí — se quejó otro. — Vaya forma de tirar el dinero a la basura.
Es una especie de ordenador en el que se puede jugar. Fue algo bastante tonto, realmente, porque ahora ni siquiera puede evadirse con su Mega-Mutilation, tercera generación.
— Mega-Mutilation — repitió la profesora Sprout con una ceja alzada. — Suena interesante.
— No tiene pinta de ser muy educativo — dijo la señora Weasley con una mueca.
Yo estoy bien, sobre todo gracias a que tienen muchísimo miedo de que aparezcas de pronto y los conviertas en murciélagos.
— No es mala idea — dijo Sirius. — Algún día lo haré.
Harry rió, aunque Hermione puso cara de alarma. Parecía estar dudando sobre si Sirius estaba de broma o no.
Después de pensarlo varios segundos, Harry también dudó. Su padrino parecía estar planteándoselo de verdad.
Sin embargo, esta mañana me ha pasado algo raro. La cicatriz me ha vuelto a doler. La última vez que ocurrió fue porque Voldemort estaba en Hogwarts. Pero supongo que es imposible que él ronde ahora por aquí, ¿verdad? ¿Sabes si es normal que las cicatrices producidas por maldiciones duelan años después?
— Muy bien planteado. Das toda la información, pero sin que parezca que estás preocupado — dijo Terry Boot.
Harry no podía negar que la carta le había quedado perfecta.
Enviaré esta carta en cuanto regrese Hedwig. Ahora está por ahí, cazando. Recuerdos a Buckbeak de mi parte.
Harry
— ¿Cómo se le da recuerdos a un hipogrifo? — rió una chica de segundo.
— Son muy inteligentes, seguro que se acordaba de Harry — contestó una amiga suya.
«Sí —pensó Harry—, no está mal así.» No había por qué explicar lo del sueño, pues no quería dar la impresión de que estaba muy preocupado.
— Me lo podías haber contado — dijo Sirius. — No te habría juzgado.
Harry volvió a encogerse de hombros. No se arrepentía de habérselo callado en ese momento.
Plegó el pergamino y lo dejó a un lado de la mesa, preparado para cuando volviera Hedwig. Luego se puso de pie, se desperezó y abrió de nuevo el armario. Sin mirar al espejo, empezó a vestirse para bajar a desayunar.
— Aquí acaba — anunció el chico de Hufflepuff, marcando la página.
— Excelente. ¿Puede leer el título del próximo capítulo? — le pidió Dumbledore
El chico asintió.
— El próximo se titula: La invitación.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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