jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 3

 La invitación:


— Aquí acaba — anunció el chico de Hufflepuff, marcando la página.

— Excelente. ¿Puede leer el título del próximo capítulo? — le pidió Dumbledore

El chico asintió.

— El próximo se titula: La invitación.

Harry sonrió. Con ese título, solo podía suceder una cosa en el capítulo: que él recibiera la invitación para irse a pasar el verano con los Weasley e ir a los mundiales. O quizá se leería cuando los Weasley habían ido a Privet Drive a recogerle… En cualquier caso, estaba seguro de que iba a ser un capítulo agradable.

— ¿Alguien quiere leer? — preguntó Dumbledore en voz alta. Varias personas levantaron la mano, sorprendiendo a Harry, ya que apenas había habido voluntarios para leer los capítulos anteriores. Pensó que probablemente los estudiantes se habían dado cuenta de que los primeros capítulos del libro iban a ser más agradables (e incluso aburridos) y habían perdido el miedo a leer.

Eso no significaba que hubieran olvidado que en unas horas, o quizá al día siguiente, leerían la muerte de Cedric Diggory y todo lo sucedido aquella noche de junio.

Se notaba que no lo habían olvidado. Si bien había varias personas que habían levantado la mano, había en ellas una sensación de urgencia, como si quisieran leer cuanto antes para poder evitar tener que leer futuros capítulos.

De entre todas las manos que se alzaron, Dumbledore escogió la de Cho Chang. Viendo la cara de alivio de la Ravenclaw, Harry supo que había acertado: Cho no se había ofrecido a leer porque tuviera ganas de hacerlo. Era mejor ofrecerse voluntaria ahora y leer un capítulo agradable que esperar y acabar siendo obligada a leer uno de los capítulos más dolorosos.

Cho subió a la tarima y cogió el libro:

— La invitación —repitió.

Los tres Dursley ya se encontraban sentados a la mesa cuando Harry llegó a la cocina. Ninguno de ellos levantó la vista cuando él entró y se sentó.

Sirius soltó un gruñido y varios estudiantes se sobresaltaron.

El rostro de tío Vernon, grande y colorado, estaba oculto detrás de un periódico sensacionalista, y tía Petunia cortaba en cuatro trozos un pomelo, con los labios fruncidos contra sus dientes de conejo.

Se oyeron algunas risitas.

Dudley parecía furioso, y daba la sensación de que ocupaba más espacio del habitual, que ya es decir, porque él siempre abarcaba un lado entero de la mesa cuadrada.

— ¿Cómo de grande es la mesa? — preguntó la señora Pomfrey con tono de alarma.

Harry hizo señas con los brazos para indicar el tamaño aproximado y la enfermera pareció incluso más alarmada que antes.

— Ese niño necesita hacer dieta urgentemente — exclamó.

— Eso mismo pensaron en su colegio — asintió Harry. — Mis tíos lo pusieron a dieta ese verano.

Se oyeron murmullos de aprobación y la señora Pomfrey pareció satisfecha.

Cuando tía Petunia le puso en el plato uno de los trozos de pomelo sin azúcar con un temeroso «Aquí tienes, Dudley, cariñín», él la miró ceñudo. Su vida se había vuelto bastante más desagradable desde que había llegado con el informe escolar de fin de curso.

— ¿Temeroso? ¿Eso es que le tiene miedo a su propio hijo? — preguntó Katie Bell.

— Eso no es normal — replicó Angelina con cara de circunstancias. Varias personas le dieron la razón.

Como de costumbre, tío Vernon y tía Petunia habían logrado encontrar disculpas para las malas notas de su hijo: tía Petunia insistía siempre en que Dudley era un muchacho de gran talento incomprendido por sus profesores,

— Lo dudo mucho — bufó McGonagall.

en tanto que tío Vernon aseguraba que no quería «tener por hijo a uno de esos mariquitas empollones».

Se oyeron jadeos.

— Tu tío es un imbécil — dijo Dean en voz alta. La expresión asqueada de Seamus demostraba lo mucho que estaba de acuerdo con Dean.

Harry también opinaba lo mismo, así que no dijo ni una palabra para defender a tío Vernon.

Tampoco dieron mucha importancia a las acusaciones de que su hijo tenía un comportamiento violento. («¡Es un niño un poco inquieto, pero no le haría daño a una mosca!», dijo tía Petunia con lágrimas en los ojos.)

— Si no recuerdo mal, jugaba a perseguir a Potter para usarlo como saco de boxeo — dijo un chico de sexto. — Así que lo de no hacerle daño ni a una mosca…

— No sé si esa mujer de verdad piensa que su hijo es una buena persona o si sabe cómo es en realidad y solo trata de mantener una buena imagen de cara al público — comentó una chica con trenzas. Miró a Harry directamente y añadió: — ¿Tú que piensas?

Pillado por sorpresa, Harry solo acertó a decir:

— Eh…

Por suerte, Cho siguió leyendo en aquel momento.

Pero al final del informe había unos bien medidos comentarios de la enfermera del colegio que ni siquiera tío Vernon y tía Petunia pudieron soslayar. Daba igual que tía Petunia lloriqueara diciendo que Dudley era de complexión recia, que su peso era en realidad el propio de un niñito saludable, y que estaba en edad de crecer y necesitaba comer bien:

Se oyeron bufidos y alguna que otra risita.

— Un niño saludable no ocupa todo el lateral de una mesa — resopló la señora Weasley.

el caso era que los que suministraban los uniformes ya no tenían pantalones de su tamaño. La enfermera del colegio había visto lo que los ojos de tía Petunia (tan agudos cuando se trataba de descubrir marcas de dedos en las brillantes paredes de su casa o de espiar las idas y venidas de los vecinos)

— Creo que yo no aguantaría ni una hora viviendo con tu tía, Harry — dijo Fred. — ¿Quién se fija en las huellas de la pared? Eso no es normal.

— Las paredes también hay que limpiarlas — le recordó Hermione. Fred rodó los ojos.

sencillamente se negaban a ver: que, muy lejos de necesitar un refuerzo nutritivo, Dudley había alcanzado ya el tamaño y peso de una ballena asesina joven.

— Eso es muy exagerado — exclamó Parvati. — ¿Cómo va a pesar lo mismo que una ballena?

El comedor al completo parecía incrédulo y varias personas se giraron para mirar a Harry, pidiendo respuestas.

Sin embargo, él solo alcanzó a encogerse de hombros y decir:

— No tengo ni idea de cuánto pesan las ballenas asesinas jóvenes, pero no me extrañaría que Dudley hubiera llegado a esos números aquel año. Estaba enorme…

— ¿Estaba? ¿Ahora ya no lo está? — preguntó Ernie Macmillan.

— No lo sé. Ahora es más alto que antes… No sé — dijo Harry, desconcertado. No veía qué tenía ese tema de importante.

Y de esa manera, después de muchas rabietas y discusiones que hicieron temblar el suelo del dormitorio de Harry y de muchas lágrimas derramadas por tía Petunia, dio comienzo el nuevo régimen de comidas. Habían pegado a la puerta del frigorífico la dieta enviada por la enfermera del colegio Smeltings, y el frigorífico mismo había sido vaciado de las cosas favoritas de Dudley (bebidas gaseosas, pasteles, tabletas de chocolate y hamburguesas)

— Bueno, creo que esas son las cosas favoritas de todo el mundo — dijo Lee Jordan. — ¿A quién no le gustan los pasteles?

Se escucharon un par de voces tímidas diciendo "A mí", pero ninguna de esas personas dio la cara.

y llenado en su lugar con fruta y verdura y todo aquello que tío Vernon llamaba «comida de conejo».

— ¿Cómo va a comer sano el chico con ese ejemplo? — dijo Tonks.

— Toda la culpa es de los padres — asintió Lupin.

Harry notó que la profesora Umbridge había apartado la vista del libro para mirar mal a Lupin en cuanto había abierto la boca. Le dieron muchas ganas de lanzarle algo a la cabeza, pero contuvo el impulso.

Para que Dudley no lo llevara tan mal, tía Petunia había insistido en que toda la familia siguiera el régimen.

— Eso es bueno, tu tío también lo necesita — dijo Wood.

Cho paró un momento de leer, arqueó las cejas en un gesto de incredulidad y continuó:

En aquel momento le sirvió su trozo de pomelo a Harry, quien notó que era mucho más pequeño que el de Dudley. A juzgar por las apariencias, tía Petunia pensaba que la mejor manera de levantar la moral a Dudley era asegurarse de que, por lo menos, podía comer más que Harry.

— ¿Te puso a dieta a ti también? — preguntó la señora Weasley, alarmada.

Cuando Harry asintió, fue como si Molly hubiera visto sus peores temores hacerse realidad.

— ¡Pero si estás delgaducho! ¿¡Cómo se le ocurre ponerte a dieta?! — exclamó.

Harry se había esperado que a la señora Weasley no le agradara ese detalle. Lo que no había visto venir era la rabia con la que la señora Pomfrey reaccionaría:

— ¡SERÁN EGOÍSTAS! — gritó. — Potter necesita una dieta, sí, ¡pero para ganar peso! Esto es inaceptable.

Harry tampoco había anticipado la cantidad de alumnos que estarían de acuerdo con ellas. Casi en shock, presenció cómo un grupo de estudiantes de Ravenclaw (a los que Harry siempre había considerado un poco repipis) se ponía en pie y soltaba improperios contra los Dursley. Varios Hufflepuff también insultaban y se quejaban por el trato recibido por Harry, a quien le causó mucha confusión (y le dio mucha ternura) ver a una niña de primero pegando saltos en su asiento y gritando que "¡Harry no se merece que lo traten así!".

En Gryffindor, los ánimos no estaban más calmados. Colin parecía consternado y Harry lo escuchó decir: "¡Lo querían matar de hambre!" Las chicas del equipo de quidditch le habían cogido mucha manía a tía Petunia, a juzgar por las coloridas palabras con que la estaban describiendo.

Sin embargo, nadie reparó en que aquellos más cercanos a Harry no reaccionaron de forma tan fuerte. Ron y Hermione estaban totalmente tranquilos. De hecho, Ron parecía estar disfrutando del caos. Ginny tampoco parecía especialmente preocupada, al igual que los gemelos. Sirius tenía el ceño fruncido y parecía enfadado, pero no gritaba, cómo sí lo hacían la señora Pomfrey y la profesora McGonagall, que parecía casi tan disgustada como la señora Weasley.

— Albus — dijo en tono cortante. —Pudieron haber puesto en riesgo la salud de Potter. Esta es una prueba más de que el chico no puede seguir viviendo con los Dursley.

— Como si hicieran falta más pruebas… — murmuró Ginny.

La señora Weasley seguía furiosa. Harry la había escuchado mencionar lo que le haría a "esos Dursley" si se los volvía a encontrar.

— No pasa nada — dijo Harry. — No seguí la dieta.

Pero muy poca gente le escuchó. Algo frustrado, se vio obligado a esperar a que todos callaran.

Tras un par de minutos, Cho, que no parecía nada contenta, siguió leyendo.

Pero tía Petunia no sabía lo que se ocultaba bajo la tabla suelta del piso de arriba. No tenía ni idea de que Harry no estaba siguiendo el régimen.

— ¿Veis? — dijo en voz alta, aprovechando que había regresado el silencio. — Os lo he intentado decir antes. No seguí la dieta.

Algunas personas parecieron aliviadas, especialmente la señora Weasley.

— ¿De dónde sacaste comida? — preguntó Justin con curiosidad.

— Me la enviaron. — Harry le hizo un gesto a Cho para que siguiera leyendo.

En cuanto éste se había enterado de que tenía que pasar el verano alimentándose de tiras de zanahoria, había enviado a Hedwig a casa de sus amigos pidiéndoles socorro, y ellos habían cumplido maravillosamente:

Ron y Hermione sonrieron al escuchar eso.

Hedwig había vuelto de casa de Hermione con una caja grande llena de cosas sin azúcar para picar (los padres de Hermione eran dentistas);

— Si hubiera sabido lo estricta que era la dieta, te habría enviado cosas más nutritivas — admitió Hermione.

Harry se encogió de hombros. Se había alegrado mucho de tener cosas no tan sanas para compensar toda la fruta y verdura que se había visto obligado a comer.

Hagrid, el guardabosque de Hogwarts, le había enviado una bolsa llena de bollos de frutos secos hechos por él (Harry ni siquiera los había tocado: ya había experimentado las dotes culinarias de Hagrid);

Eso provocó algunas risas. Ahora que todos sabían que Harry se había saltado la dieta, los ánimos volvían a relajarse.

Harry le hizo un gesto de disculpa a Hagrid, pero él simplemente sonrió como diciendo "No tiene importancia".

en cuanto a la señora Weasley, le había enviado a la lechuza de la familia, Errol, con un enorme pastel de frutas y pastas variadas.

— Opino igual que Hermione — dijo la señora Weasley. — Debí haberte enviado más cosas. No pensé que fuera una dieta tan estricta. Desayunar solo un trozo de pomelo…

— No pasé nada de hambre — respondió Harry, tratando de animarla. — De hecho, me habría sobrado comida si me hubieran enviado más.

La señora Weasley se tranquilizó un poco al escuchar eso.

El pobre Errol, que era viejo y débil, tardó cinco días en recuperarse del viaje.

— Qué pena — dijo Lavender. — Quizá deberíais jubilarlo ya.

— Quizá — admitió Ron.

Y luego, el día de su cumpleaños (que los Dursley habían pasado olímpicamente por alto),

— Qué sorpresa — ironizó Fred.

había recibido cuatro tartas estupendas enviadas por Ron, Hermione, Hagrid y Sirius. Todavía le quedaban dos, y por eso, impaciente por tomarse un desayuno de verdad cuando volviera a su habitación, empezó a comerse el pomelo sin una queja.

Se oyeron algunas risitas.

— Creo que Dursley habría dado cualquier cosa por tener una de esas tartas — rió un chico de cuarto de Slytherin.

Tío Vernon dejó el periódico a un lado con un resoplido de disgusto y observó su trozo de pomelo.

¿Esto es el desayuno? —preguntó de mal humor a tía Petunia.

Ella le dirigió una severa mirada y luego asintió con la cabeza, mirando de forma harto significativa a Dudley, que había terminado ya su parte de pomelo y observaba el de Harry con una expresión muy amarga en sus pequeños ojos de cerdito.

— Espero que no te lo quitara — dijo Ron con expresión oscura.

— Pues no lo recuerdo, pero juraría que no lo hizo — replicó Harry.

Tío Vernon lanzó un intenso suspiro que le alborotó el poblado bigote y cogió la cuchara.

Llamaron al timbre de la puerta. Tío Vernon se levantó con mucho esfuerzo y fue al recibidor. Veloz como un rayo, mientras su madre preparaba el té, Dudley le robó a su padre lo que le quedaba de pomelo.

Se oyeron algunos resoplidos de incredulidad.

Harry oyó un murmullo en la entrada, a alguien riéndose y a tío Vernon respondiendo de manera cortante. Luego se cerró la puerta y oyó rasgar un papel en el recibidor.

Recordando de pronto qué era lo que había sucedido en aquel momento, Harry soltó una risotada. Al menos unas diez personas lo miraron como si estuviera perdiendo la cabeza.

Tía Petunia posó la tetera en la mesa y miró a su alrededor preguntándose dónde se había metido tío Vernon. No tardó en averiguarlo: regresó un minuto después, lívido.

Tú —le gritó a Harry—. Ven a la sala, ahora mismo.

Harry notó a Ron tensarse a su lado. Hermione también se inclinó hacia delante en el asiento, nerviosa, y Ginny tenía los labios fruncidos.

Sirius, por otro lado, frunció el ceño y miró hacia el libro con odio, como si el propio Vernon Dursley estuviera sosteniéndolo. Cho pareció algo nerviosa, pero continuó leyendo.

Desconcertado, preguntándose qué demonios había hecho en aquella ocasión, Harry se levantó, salió de la cocina detrás de tío Vernon y fue con él hasta la habitación contigua. Tío Vernon cerró la puerta con fuerza detrás de ellos.

Gran parte del comedor se había quedado en silencio. La risotada de Harry no concordaba con lo que estaban leyendo, y tampoco lo hacia la sonrisa que todavía tenía en sus labios. Las miradas curiosas no hacían más que aumentar.

Vaya —dijo, yendo hasta la chimenea y volviéndose hacia Harry como si estuviera a punto de pronunciar la sentencia de su arresto—. Vaya.

— ¿Qué habías hecho? — preguntó Terry Boot.

Harry negó con la cabeza y señaló hacia el libro.

A Harry le hubiera encantado preguntar «¿Vaya qué?», pero no juzgó prudente poner a prueba el humor de tío Vernon tan temprano, y menos teniendo en cuenta que éste se encontraba sometido a una fuerte tensión por la carencia de alimento. Así que decidió adoptar una expresión de cortés desconcierto.

— Ojalá se lo hubieras dicho — dijo Fred. — ¡Imagina su cara!

— De eso nada — se metió la señora Weasley. — Creo que es mejor no enfadar a ese hombre…

Dándose cuenta de lo que quería decir su madre, Fred cerró la boca. Harry fingió no darse cuenta de lo que la señora Weasley había implicado. Cuanto menos se hablara sobre el tema, mejor.

Acaba de llegar esto —dijo tío Vernon, blandiendo ante Harry un trozo de papel de color púrpura—. Una carta. Sobre ti.

El desconcierto de Harry fue en aumento. ¿Quién le escribiría a tío Vernon sobre él? ¿Conocía a alguien que enviara cartas por correo?

— ¿Fue Hermione? — preguntó Luna. Harry negó con la cabeza otra vez.

Tío Vernon miró furioso a Harry; luego bajó los ojos al papel y empezó a leer:

Estimados señor y señora Dursley:

No nos conocemos personalmente, pero estoy segura de que Harry les habrá hablado mucho de mi hijo Ron.

La señora Weasley jadeó y se llevó una mano a la boca.

— Oh, no — gimió. — ¿Te puse en aprietos con mi carta?

— No se preocupe — se apresuró a decir Harry. — La verdad es que fue bastante divertido.

La señora Weasley pareció muy confundida.

Como Harry les habrá dicho, la final de los Mundiales de quidditch tendrá lugar el próximo lunes por la noche, y Arthur, mi marido, acaba de conseguir entradas de primera clase gracias a sus conocidos en el Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

Se oyeron exclamaciones y algún alumno silbó de forma apreciativa.

— ¿De primera clase? Caray, qué calidad — dijo Roger Davies.

Espero que nos permitan llevar a Harry al partido, ya que es una oportunidad única en la vida. Hace treinta años que Gran Bretaña no es la anfitriona de la Copa y es extraordinariamente difícil conseguir una entrada. Nos encantaría que Harry pudiera quedarse con nosotros lo que queda de vacaciones de verano y acompañarlo al tren que lo llevará de nuevo al colegio.

Harry sonrió. En aquel momento, no había podido prestar mucha atención a las palabras de la señora Weasley, pero ahora podía tomarse unos segundos para apreciarlas. Que los Weasley quisieran que Harry se quedara en su casa y acompañarlo al tren le seguía pareciendo demasiado bueno para ser real.

Sería preferible que Harry nos enviara la respuesta de ustedes por el medio habitual, ya que el cartero muggle nunca nos ha entregado una carta y me temo que ni siquiera sabe dónde vivimos.

Esperando ver pronto a Harry, se despide cordialmente

Molly Weasley

La señora Weasley se ruborizó cuando una docena de personas se dieron la vuelta para mirarla.

P. D.: Espero que hayamos puesto bastantes sellos.

Tío Vernon terminó de leer, se metió la mano en el bolsillo superior y sacó otra cosa.

Mira esto —gruñó.

Levantó el sobre en que había llegado la carta, y Harry tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa. Todo el sobre estaba cubierto de sellos salvo un trocito, delante, en el que la señora Weasley había consignado en letra diminuta la dirección de los Dursley.

Las carcajadas llenaron el comedor. Harry no había notado cuántos hijos de muggles había hasta que todos comenzaron a reír al mismo tiempo. Incluso Hermione soltó una risita, aunque trató de disimularla. La señora Weasley se puso todavía más roja.

— Sabía que no lo había hecho bien… — murmuró.

Sonriendo, Harry le dijo:

— No se preocupe, la carta llegó a mí y eso es lo que importa.

Eso hizo sonreír a la señora Weasley.

Creo que si que han puesto bastantes sellos —comentó Harry, como si cualquiera pudiera cometer el error de la señora Weasley.

— ¿Es que cuántos había que poner? — preguntó Ron.

— Con uno sobra — explicó Hermione. Tanto Ron como la señora Weasley hicieron una mueca. Harry supuso que el sobre lleno de sellos no había sido únicamente idea de la señora Weasley.

Hubo un fulgor en los ojos de su tío.

El cartero se dio cuenta —dijo entre sus dientes apretados—. Estaba muy interesado en saber de dónde procedía la carta. Por eso llamó al timbre. Daba la impresión de que le parecía divertido.

— A cualquiera con sentido del humor le parecería divertido — dijo Dennis Creevey.

— ¿Un poco cotilla el cartero, no? — dijo Alicia Spinnet al mismo tiempo. Angelina y Katie le dieron la razón.

Harry no dijo nada. Otra gente podría no entender por qué tío Vernon armaba tanto escándalo porque alguien hubiera puesto demasiados sellos en un sobre, pero Harry había vivido demasiado tiempo con ellos para no comprender hasta qué punto les molestaba cualquier cosa que se saliera de lo ordinario. Nada los aterrorizaba tanto como que alguien pudiera averiguar que tenían relación (aunque fuera lejana) con gente como la señora Weasley.

Los Weasley parecieron algo ofendidos al escuchar eso, pero, sorprendentemente, no fueron ellos los primeros en criticar a los Dursley.

— No lo entiendo — dijo Krum. — ¿Porr qué los aterrorizaba? Los Weasley parrecen más amables que ellos.

La señora Weasley le sonrió a Krum, agradeciéndole con la mirada. Ron, por otro lado, frunció el ceño y se puso de mal humor.

Tío Vernon seguía mirando a Harry, que intentaba mantener su expresión neutra. Si no hacía ni decía ninguna tontería, podía lograr que lo dejaran asistir al mejor espectáculo de su vida.

— Sé que debiste conseguir no decir ninguna tontería, porque al final viniste al mundial — dijo Fred. — Pero admito que me resulta sorprendente que fueras capaz de semejante hazaña.

Harry le dio un golpe con una almohada.

Esperó a que tío Vernon añadiera algo, pero simplemente seguía mirándolo. Harry decidió romper el silencio.

Entonces, ¿puedo ir? —preguntó.

Un ligero espasmo cruzó el rostro de tío Vernon, grande y colorado. Se le erizó el bigote.

— ¿Eso es posible? — preguntó Padma Patil.

Michael Corner tenía el ceño fruncido y se pasaba la mano sobre el labio, donde apenas tenía dos pelos mal contados.

— Creo que no.

Harry creía saber lo que tenía lugar detrás de aquel mostacho: una furiosa batalla en la que entraban en conflicto dos de los instintos más básicos en tío Vernon. Permitirle marchar haría feliz a Harry, algo contra lo que tío Vernon había luchado durante trece años.

— Imbécil — gruñó Ron por lo bajo.

— Estúpido Dursley — murmuró Ginny.

Pero, por otro lado, dejar que se fuera con los Weasley lo que quedaba de verano equivalía a deshacerse de él dos semanas antes de lo esperado, y tío Vernon aborrecía tener a Harry en casa.

— Esto es deprimente — se quejó Lisa Turpin. — No le quiere hacer feliz pero tampoco quiere tenerlo en la casa. ¿Cómo se puede ser tan… tan…?

— ¿Asqueroso? — sugirió Anthony Goldstein. Lisa asintió.

— Eso mismo.

Para ganar algo de tiempo, volvió a mirar la carta de la señora Weasley.

¿Quién es esta mujer? —inquirió, observando la firma con desagrado.

La conoces —respondió Harry—. Es la madre de mi amigo Ron. Lo estaba esperando cuando llegamos en el expreso de Hog... en el tren del colegio al final del curso.

Había estado a punto de decir «expreso de Hogwarts», y eso habría irritado a tío Vernon. En casa de los Dursley no se podía mencionar el nombre del colegio de Harry.

— Esa es una de las normas más absurdas que he oído nunca — dijo Ernie Macmillan. — No mencionar el nombre del colegio no va a hacer que deje de existir.

Harry resopló, pero no dijo nada. Le parecía bastante hipócrita que Ernie dijera eso cuando él se negaba a llamar a Voldemort por su nombre.

Tío Vernon hizo una mueca con su enorme rostro como si tratara de recordar algo muy desagradable.

¿Una mujer gorda? —gruñó por fin—. ¿Con un montón de niños pelirrojos?

La señora Weasley pareció ofendida y Harry no pudo evitar sentirse mal. Desearía que tío Vernon no hubiera dicho eso.

Harry frunció el entrecejo pensando que tenía gracia que tío Vernon llamara gordo a alguien cuando su propio hijo, Dudley, acababa de lograr lo que había estado intentando desde que tenía tres años: ser más ancho que alto.

— ¿Eso es literal o es como lo de la ballena? — preguntó Susan Bones.

— Lo de la ballena también era literal — dijo Hannah.

Susan rodó los ojos.

— Es imposible que lo fuera. Las ballenas pueden pesar hasta mil kilos. ¡O más!

— Pero se refería a una ballena joven — insistió Hannah. Susan se dio por vencida y no dijo nada más.

Tío Vernon volvió a examinar la carta.

Quidditch —murmuró entre dientes—, quidditch. ¿Qué demonios es eso?

Wood hizo una mueca de desagrado.

— Es el mejor deporte del mundo, un respeto — se quejó.

Harry sintió una segunda punzada de irritación.

Es un deporte —dijo lacónicamente— que se juega sobre esc...

¡Vale, vale! —interrumpió tío Vernon casi gritando.

— ¿Por qué pregunta si no va a dejar que respondas? — dijo Daphne Greengrass, irritada.

Con cierta satisfacción, Harry observó que su tío tenía expresión de miedo.

De reojo, Harry notó que Umbridge inclinaba un poco la cabeza al escuchar eso.

Gimió internamente. Si pretendía volver a acusarlo de ser un mago oscuro en potencia o algo así por haber disfrutado de la expresión de miedo de tío Vernon… No, no quería gastar energía ni en imaginarlo. Su paciencia con Umbridge era cada vez más inexistente.

Daba la impresión de que sus nervios no aguantarían el sonido de las palabras «escobas voladoras» en la sala de estar.

— Ese hombre no está bien de la cabeza — dijo Lee Jordan.

— ¿Tú crees? — ironizó Angelina.

Disimuló volviendo a examinar la carta. Harry descubrió que movía los labios formando las palabras «que nos enviara la respuesta de ustedes por el medio habitual».

¿Qué quiere decir eso de «el medio habitual»? —preguntó irritado.

— ¿Soy la única a la que le sorprende que esté haciendo preguntas e interesándose por entender la situación? — dijo Hermione.

— Yo estaba pensando lo mismo — admitió Percy. — Es un poco raro.

Habitual para nosotros —explicó Harry y, antes de que su tío pudiera detenerlo, añadió—: Ya sabes, lechuzas mensajeras. Es lo normal entre magos.

Tío Vernon parecía tan ofendido como si Harry acabara de soltar una horrible blasfemia. Temblando de enojo, lanzó una mirada nerviosa por la ventana; parecía temeroso de ver a algún vecino con la oreja pegada al cristal.

Algunos alumnos parecieron confundidos. Otros, sin embargo, comprendieron inmediatamente cuál había sido el error de Harry.

Cho chasqueó la lengua con desagrado antes de leer:

¿Cuántas veces tengo que decirte que no menciones tu anormalidad bajo este techo? —dijo entre dientes.

Los bufidos, las quejas y los insultos hacia Vernon Dursley regresaron con fuerza.

— ¡Anormal será él! — gritó Jack Sloper.

— ¡Pedazo de imbécil! — exclamó una chica de tercero.

Tras un par de minutos, en los que Harry deseó poder desaparecer de allí, la gente se quedó lo suficientemente callada como para que Cho pudiera continuar leyendo.

Su rostro había adquirido un tono ciruela vivo—. Recuerda dónde estás, y recuerda que deberías agradecer un poco esa ropa que Petunia y yo te hemos da...

Después de que Dudley la usó —lo interrumpió Harry con frialdad;

— ¡Bien hecho, Harry! — exclamó Sirius con orgullo. — Que sepa que no puede faltarte al respeto.

Harry notó una sensación cálida en el estómago al escuchar a su padrino decir eso.

de hecho, llevaba una sudadera tan grande para él que tenía que dar cinco vueltas a las mangas para poder utilizar las manos y que le caía hasta más abajo de las rodillas de unos vaqueros extremadamente anchos.

Harry notó sus mejillas arder. Por suerte, la gente estaba demasiado ocupada soltando bilis contra los Dursley como para fijarse mucho en él.

— No se gastó ni una libra en comprarte ropa y aun así tiene el descaro de echártelo en cara — dijo Hermione, asqueada.

— ¿Y te sorprende? Lo encerraba en una alacena — bufó Ron. — Creo que la ropa era el menor de sus problemas.

Harry sabía que Ron tenía razón, pero parte de él deseaba que no hubiera mencionado lo de la alacena, porque la señora Weasley había hecho una mueca de dolor al recordarlo.

¡No consentiré que se me hable en ese tono! —exclamó tío Vernon, temblando de ira.

Pero Harry no pensaba resignarse. Ya habían pasado los tiempos en que se había visto obligado a aceptar cada una de las estúpidas disposiciones de los Dursley. No estaba siguiendo el régimen de Dudley, y no se iba a quedar sin ir a los Mundiales de Quidditch por culpa de tío Vernon si podía evitarlo.

— ¡Genial!

— ¡Así se habla, Harry!

— ¡Demuéstrale quién manda!

Los gritos y las exclamaciones llenaron el comedor.

Harry respiró hondo para relajarse y luego dijo:

Vale, no iré a los Mundiales. ¿Puedo subir ya a mi habitación? Tengo que terminar una carta para Sirius. Ya sabes... mi padrino.

Lo había hecho, había pronunciado las palabras mágicas. Vio cómo la colorada piel de tío Vernon palidecía a ronchas, dándole el aspecto de un helado de grosellas mal mezclado.

Sirius se echó a reír a carcajadas. A su lado, Lupin sonreía, mientras Tonks también reía con ganas.

— ¡Buena idea, Harry! — exclamó la auror. — De algo tiene que servir tener a un fugitivo como padrino.

Harry también sonrió. Ciertamente, le había sido muy útil en aquel momento.

Le... ¿le vas a escribir, de verdad? —dijo tío Vernon, intentando aparentar tranquilidad. Pero Harry había visto cómo se le contraían de miedo los diminutos ojos.

— Te fijas en cada detalle, ¿eh? — dijo Neville.

Harry se encogió de hombros otra vez. No sentía que fuera especialmente observador.

Bueno, sí... —contestó Harry, como sin darle importancia—. Hace tiempo que no ha tenido noticias mías y, bueno, si no le escribo puede pensar que algo va mal.

— Sublime — dijo George, aplaudiendo lentamente.

— Una jugada maestra, Harry — añadió Fred.

Se detuvo para disfrutar el efecto de sus palabras.

— Eso, eso. Disfrútalo — rió Ron.

Casi podía ver funcionar los engranajes del cerebro de tío Vernon debajo de su grueso y oscuro cabello peinado con una raya muy recta. Si intentaba impedir que Harry escribiera a Sirius, éste pensaría que lo maltrataban. Si no lo dejaba ir a los Mundiales de Quidditch, Harry se lo contaría a Sirius, y Sirius sabría que lo maltrataban.

Harry notó cómo los ánimos de varias personas cambiaban y tardó unos segundos en darse cuenta del porqué. McGonagall se había puesto seria, al igual que la profesora Sprout, el profesor Flitwick y Dumbledore. Snape ya estaba serio de antes (con una expresión de vinagre que contrastaba mucho con las carcajadas del comedor), pero ahora tenía el ceño fruncido. Los señores Weasley tampoco parecían nada contentos, a juzgar por sus caras de circunstancias.

Y entonces supo por qué. Era la primera vez que en los libros se mencionaba directamente la palabra "maltrato" para referirse a su relación con los Dursley, al menos que Harry pudiera recordar.

Sinceramente, Harry no consideraba que lo que él había vivido fuera maltrato. No le habían maltratado, no era como esos niños que salían en el telediario de vez en cuando, tras haber sido descubierto que sus padres o guardianes los habían tenido encerrados durante meses o les habían dado una paliza de muerte.

El caso de Harry era diferente, mucho menos severo en su opinión, y por ello la palabra "maltrato" no le agradaba lo más mínimo.

Cho siguió leyendo y Harry se alegró mucho, porque no quería que ninguno de los profesores dijera nada sobre el tema.

A tío Vernon sólo le quedaba una salida, y Harry pudo ver esa conclusión formársele en el cerebro como si el rostro grande adornado con el bigote fuera transparente. Harry trató de no reírse y de mantener la cara tan inexpresiva como le fuera posible. Y luego...

Bien, de acuerdo. Puedes ir a esa condenada... a esa estúpida... a esa Copa del Mundo. Escríbeles a esos... a esos Weasley para que vengan a recogerte, porque yo no tengo tiempo para llevarte a ningún lado. Y puedes pasar con ellos el resto del verano. Y dile a tu... tu padrino... dile... dile que vas.

— Nunca me he alegrado tanto de que Vernon sea un cobarde — dijo Sirius alegremente.

— Lo mismo digo — sonrió Harry.

Muy bien —asintió Harry, muy contento.

Se volvió y fue hacia la puerta de la sala, reprimiendo el impulso de gritar y dar saltos. Iba a... ¡Se iba con los Weasley! ¡Iba a presenciar la final de los Mundiales!

Muchas personas sonreían y Harry no pudo evitar sentirse agradecido al ver que tanta gente se alegraba por él.

En el recibidor estuvo a punto de atropellar a Dudley, que acechaba detrás de la puerta esperando oír una buena reprimenda contra Harry y se quedó desconcertado al ver su amplia sonrisa.

¡Qué buen desayuno!, ¿verdad? —le dijo Harry—. Estoy lleno, ¿tú no?

Parte del alumnado se echó a reír.

— ¡Genial! — exclamaron los gemelos al mismo tiempo.

Riéndose de la cara atónita de Dudley, Harry subió los escalones de tres en tres y entró en su habitación como un bólido.

Lo primero que vio fue que Hedwig ya había regresado. Estaba en la jaula, mirando a Harry con sus enormes ojos ambarinos y chasqueando el pico como hacía siempre que estaba molesta. Harry no tardó en ver qué era lo que le molestaba en aquella ocasión.

¡Ay! —gritó.

Las sonrisas fueron reemplazadas por ceños fruncidos y caras de confusión con una rapidez impresionante.

— ¿Qué ha pasado ahora? — preguntó Romilda Vane. — ¿Hay otro elfo doméstico en tu habitación?

Harry rodó los ojos. No todo lo que le pasaba tenía que ser extraño. Aquella vez, la causa de la molestia de Hedwig había sido totalmente normal e inofensiva.

Acababa de pegarle en un lado de la cabeza lo que parecía ser una pelota de tenis pequeña, gris y cubierta de plumas.

— ¡Pig! — exclamó Ron.

Fue todo lo que hizo falta para que todos comprendieran lo que sucedía.

Harry se frotó con fuerza la zona dolorida al tiempo que intentaba descubrir qué era lo que lo había golpeado, y vio una lechuza diminuta, lo bastante pequeña para ocultarla en la mano, que, como si fuera un cohete buscapiés, zumbaba sin parar por toda la habitación.

— Qué mona — dijo Demelza Robins.

— Y qué pesada — añadió Zacharias Smith. — ¿Hace falta hacer tanto alboroto para entregar una carta?

Algunos lo miraron mal.

Harry se dio cuenta entonces de que la lechuza había dejado caer a sus pies una carta. Se inclinó para recogerla, reconoció la letra de Ron y abrió el sobre. Dentro había una nota escrita apresuradamente:

Harry:

¡MI PADRE HA CONSEGUIDO LAS ENTRADAS! Irlanda contra Bulgaria, el lunes por la noche. Mi madre les ha escrito a los muggles para pedirles que te dejen venir y quedarte. A lo mejor ya han recibido la carta, no sé cuánto tarda el correo muggle. De todas maneras, he querido enviarte esta nota por medio de Pig.

— Esa es una buena pregunta, ¿cuánto tarda el correo muggle? — preguntó un chico de segundo.

— Depende de dónde vivas y de dónde venga la carta— le explicó Colin. — Puede tardar días, semanas, incluso meses.

El chico de segundo pareció sorprendido.

— ¿Meses? Qué mal. ¿Y si es una carta urgente?

— Si necesitas algo urgentemente, llamas por teléfono — se metió Hermione.

Viendo que el chico no preguntaba más, Cho siguió leyendo.

Harry reparó en el nombre «Pig», y luego observó a la diminuta lechuza que zumbaba dando vueltas alrededor de la lámpara del techo. Nunca había visto nada que se pareciera menos a un cerdo. Quizá no había entendido bien la letra de Ron.

Eso provocó que muchos se echaran a reír.

— El nombre no le pega nada. Pobre lechucita — se lamentó una niña de primero.

Ginny frunció el ceño.

— Su nombre es muy bonito. Se llama Pigwigdeon — dijo. Recibió miradas bastante desconcertadas.

— ¿Te parece un nombre bonito? — preguntó una chica de cuarto de Ravenclaw. — ¿En serio?

— No es mi culpa que Ron lo acorte como Pig — se defendió Ginny.

— ¡Pig suena mejor que Pigwidgeon! — insistió la chica de Ravenclaw.

Ginny rodó los ojos, murmuró algo por lo bajo y la ignoró totalmente.

Siguió leyendo:

Vamos a ir a buscarte tanto si quieren los muggles como si no, porque no te puedes perder los Mundiales. Lo que pasa es que mis padres pensaban que era mejor pedirles su consentimiento. Si dicen que te dejan, envía a Pig inmediatamente con la respuesta, e iremos a recogerte el domingo a las cinco en punto. Si no te dejan, envía también a Pig e iremos a recogerte de todas maneras el domingo a las cinco.

Harry sonrió al escuchar eso, al igual que todos los Weasley.

— ¿Para qué servía la carta, entonces? — preguntó alguien de Hufflepuff.

— Para cabrear a Dursley con lo de los sellos — rió alguien de tercero de Slytherin.

La señora Weasley volvió a ruborizarse al recordarlo.

Hermione llega esta tarde. Percy ha comenzado a trabajar: en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional. No menciones nada sobre el extranjero mientras estés aquí a menos que quieras que te mate de aburrimiento.

Hasta pronto,

Ron

Percy miró mal a Ron, quien fingió no darse cuenta.

— Para que lo sepas, tenía información muy interesante sobre eventos de ámbito internacional — dijo Percy, ofendido.

— Te creemos — replicó Bill lacónicamente. Percy también lo miró mal a él.

¡Cálmate! —dijo Harry a la pequeña lechuza, que revoloteaba por encima de su cabeza gorjeando como loca (Harry supuso que era a causa del orgullo de haber llevado la carta a la persona correcta)—. ¡Ven aquí! Tienes que llevar la contestación.

— Es la lechuza más adorable que he visto nunca — dijo una chica de tercero.

— Yo prefiero a Hedwig — admitió Hannah. — Es tan mona. ¡Y muy lista!

Harry se sintió orgulloso al oír eso. No es que Pig le cayera mal, pero ninguna lechuza podía compararse con Hedwig.

La lechuza revoloteó hasta posarse sobre la jaula de Hedwig, que le echó una mirada fría, como desafiándola a que se acercara más. Harry volvió a coger su pluma de águila y un trozo de pergamino, y escribió:

Todo perfecto, Ron: los muggles me dejan ir. Hasta mañana a las cinco. ¡Me muero de impaciencia!

Harry

Plegó la nota hasta hacerla muy pequeña y, con inmensa dificultad, la ató a la diminuta pata de la lechuza, que aguardaba muy excitada.

— ¿Tan pequeña es la lechuza? — dijo Zabini con gesto de incredulidad. — ¿No sería más fácil usar una más grande a la que no fuera tan complicado atarle las cartas?

Ron hizo un gesto de desinterés.

— A Pig le gusta llevar las cartas. Mientras pueda con su peso, no me importa si cuesta un poco atárselas a la pata.

Zabini no parecía compartir su opinión, pero no dijo nada más.

En cuanto la nota estuvo asegurada, la lechuza se marchó: salió por la ventana zumbando y se perdió de vista.

Harry se volvió hacia Hedwig.

¿Estás lista para un viaje largo? —le preguntó. Hedwig ululó henchida de dignidad.

Eso hizo sonreír a Harry.

¿Puedes hacerme el favor de llevar esto a Sirius? —le pidió, cogiendo la carta—. Espera: tengo que terminarla.

Volvió a desdoblar el pergamino y añadió rápidamente una postdata:

Si quieres ponerte en contacto conmigo, estaré en casa de mi amigo Ron hasta el final del verano. ¡Su padre nos ha conseguido entradas para los Mundiales de quidditch!

— ¿Cómo lo hizo? No era nada fácil conseguir entradas a esas alturas — dijo Nott. Por su tono de voz y el brillo malicioso de sus ojos, Harry estaba seguro de que el chico buscaba pelea.

— Tengo mis contactos — replicó el señor Weasley sin rodeos. Nott abrió la boca para decir algo, pero todo el mundo dejó de prestarle atención cuando Cho siguió leyendo, por lo que se vio obligado a quedarse callado.

Una vez concluida la carta, la ató a una de las patas de Hedwig, que permanecía más quieta que nunca, como si quisiera mostrar el modo en que debía comportarse una lechuza mensajera.

— Tu lechuza es una diva — rió Ginny.

— Es una orgullosa — dijo Harry con tono afectuoso.

Estaré en casa de Ron cuando vuelvas, ¿de acuerdo? —le dijo Harry.

Ella le pellizcó cariñosamente el dedo con el pico y, a continuación, con un zumbido, extendió sus grandes alas y salió volando por la ventana.

— ¿Se puede pellizcar cariñosamente? — preguntó Padma Patil, escéptica.

— Dices eso porque no tienes una lechuza. Así es como demuestran afecto — dijo Terry Boot.

Harry la observó mientras desaparecía. Luego se metió debajo de la cama, tiró de la tabla suelta y sacó un buen trozo de tarta de cumpleaños. Se lo comió sentado en el suelo, disfrutando de la felicidad que lo embargaba: tenía tarta, mientras que Dudley sólo tenía pomelo;

Eso hizo que muchos rieran. Harry sonrió con tan solo recordar lo bien que se había sentido aquel día.

era un radiante día de verano; se iría de casa de los Dursley al día siguiente, la cicatriz ya había dejado de dolerle e iba a presenciar los Mundiales de Quidditch.

— Al fin te pasa algo bueno — dijo Angelina, sonriendo abiertamente.

Como ella, muchos alumnos y profesores parecían alegrarse por Harry.

Cho tomó aire antes de leer:

Era difícil, precisamente en aquel momento, preocuparse por algo. Ni siquiera por lord Voldemort.

Se hizo el silencio. Con expresión incómoda, Cho dijo:

— Ese es el final.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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