Una prueba inesperada:
Las risas inundaron el comedor. Percy gruñó y mantuvo el ceño fruncido mientras Fred y George se desternillaban de risa. Sirius felicitó a Ron por la broma y él pareció muy orgulloso.
— Ese es el final del capítulo — anunció la profesora Burbage.
— Excelente — Dumbledore sacó un reloj de bolsillo y lo observó durante unos instantes. Debió decidir que tenían tiempo de sobra, porque guardó de nuevo el reloj y dijo: — Continuemos. ¿Voluntarios, por favor?
Una decena de alumnos levantaron la mano.
— Usted, señor Rowley — señaló el director finalmente. Un chico alto y corpulento de Hufflepuff se puso en pie y caminó hacia la tarima, donde tomó el libro que la profesora Burbage acababa de dejar.
— El título es: Una prueba inesperada — dijo el chico.
— ¿Vamos a leer ya la segunda prueba? — preguntó Lavender, confusa.
— No creo — replicó Hermione, aunque ella tampoco parecía haber adivinado de qué iba a tratar el capítulo. De hecho, incluso Harry estaba bastante confundido. Durante un segundo, se atrevió a pensar igual que Lavender: que iban a pasar directamente a la segunda prueba y que, por lo tanto, no se leería nada relativo al baile de Navidad… pero eso implicaría tener mucha suerte y precisamente suerte era algo que Harry jamás había tenido.
El chico de Hufflepuff, Rowley, comenzó a leer.
—¡POTTER!, ¡Weasley!, ¿queréis atender?
La irritada voz de la profesora McGonagall restalló como un látigo en la clase de Transformaciones del jueves, y tanto Harry como Ron se sobresaltaron.
El comedor se llenó de risas. Harry y Ron evitaron la mirada de la profesora McGonagall.
La clase estaba acabando. Habían terminado el trabajo: las gallinas de Guinea que habían estado transformando en conejillos de Indias estaban guardadas en una jaula grande colocada sobre la mesa de la profesora McGonagall (el conejillo de Neville todavía tenía plumas),
— Pobre Neville, ¿por qué siempre se hacen ese tipo de comentarios sobre él? — dijo Hannah.
— Que deje de ser tan patoso y dejarán de nombrarlo — replicó Zacharias Smith, ganándose varias miradas enfadadas por parte de Gryffindors.
y habían copiado de la pizarra el enunciado de sus deberes («Describe, poniendo varios ejemplos, en qué deben modificarse los encantamientos transformadores al llevar a cabo cambios en especies híbridas»). La campana iba a sonar de un momento a otro. Cuando Harry y Ron, que habían estado luchando con dos de las varitas de pega de Fred y George a modo de espadas, levantaron la vista, Ron sujetaba un loro de hojalata, y Harry, una merluza de goma.
— Esas varitas no tienen mala pinta — dijo Kingsley.
Sirius asintió con ganas.
—Ahora que Potter y Weasley tendrán la amabilidad de comportarse de acuerdo con su edad —dijo la profesora McGonagall dirigiéndoles a los dos una mirada de enfado cuando la cabeza de la merluza de Harry cayó al suelo (súbitamente cortada por el pico del loro de hojalata de Ron) —, tengo que deciros algo a todos vosotros.
— La verdad es que es agradable ver a Harry y a Ron comportarse como cualquier adolescente aburrido en clase — dijo Lupin. — Hacía tiempo que eso no sucedía.
La señora Weasley asintió con un evidente deje de tristeza en sus ojos. Harry tuvo la sensación de que, si no hubieran leído todos los problemas que habían tenido a lo largo de los años (basiliscos, dragones, tarántulas, asesinos tras su cabeza), la señora Weasley les habría regañado por comportarse así en clase. En lugar de eso, parecía alegrarse un poco de que, por una vez, hubieran causado problemas por actuar como estudiantes normales y no por estar en situaciones peligrosas.
»Se acerca el baile de Navidad: constituye una parte tradicional del Torneo de los tres magos y es al mismo tiempo una buena oportunidad para relacionarnos con nuestros invitados extranjeros. Al baile sólo irán los alumnos de cuarto en adelante, aunque si lo deseáis podéis invitar a un estudiante más joven...
Harry sintió su estómago desplomarse. La poca esperanza que había albergado durante unos momentos de que no se leyera el baile de Navidad se esfumó por completo.
Lavender Brown dejó escapar una risita estridente. Parvati Patil le dio un codazo en las costillas, haciendo un duro esfuerzo por no reírse también, y las dos miraron a Harry.
Tanto Lavender como Parvati se sonrojaron al escuchar eso.
La profesora McGonagall no les hizo caso, lo cual le pareció injusto a Harry, ya que a Ron y a él sí que los había regañado.
Ahora, fue McGonagall quien evitó la mirada de Harry.
—Será obligatoria la túnica de gala —prosiguió la profesora McGonagall—. El baile tendrá lugar en el Gran Comedor, comenzará a las ocho en punto del día de Navidad y terminará a medianoche. Ahora bien... —La profesora McGonagall recorrió la clase muy despacio con la mirada—. El baile de Navidad es por supuesto una oportunidad para que todos echemos una cana al aire —dijo, en tono de desaprobación.
Se oyeron risitas.
— No parece que te haga mucha ilusión — dijo la profesora Sprout, sonriente.
La profesora McGonagall la miró con severidad y no respondió.
Lavender se rió más fuerte, poniéndose la mano en la boca para ahogar el sonido. Harry comprendió dónde estaba aquella vez lo divertido: la profesora McGonagall, que llevaba el pelo recogido en un moño muy apretado, no parecía haber echado nunca una cana al aire, en ningún sentido.
Los alumnos trataban de ocultar la risa. Los profesores también, pero con más éxito.
— Quizá deberíamos hacer más bailes en Hogwarts — dijo Dumbledore, cuyos ojos brillaban a causa de la diversión.
Tanto McGonagall como Snape le lanzaron miradas fulminantes. Harry estaba seguro de que, si Dumbledore decidía convertir los bailes de gala en una tradición anual, Snape presentaría su dimisión en menos de veinticuatro horas.
—Pero eso no quiere decir —prosiguió la profesora McGonagall— que vayamos a exigir menos del comportamiento que esperamos de los alumnos de Hogwarts. Me disgustaré muy seriamente si algún alumno de Gryffindor deja en mal lugar al colegio.
Sonó la campana, y se formó el habitual revuelo mientras recogían las cosas y se echaban las mochilas al hombro. La profesora McGonagall llamó por encima del alboroto:
—Potter, por favor, quiero hablar contigo.
— Ya se ha metido en problemas — dijo un chico de tercero. — ¿Lo va a regañar, no?
Miró a Harry, que frunció el ceño y no contestó.
Dando por supuesto que aquello tenía algo que ver con su merluza de goma descabezada, Harry se acercó a la mesa de la profesora con expresión sombría.
— Ojalá hubiera sido por eso — bufó Harry. Ron soltó una risita.
La profesora McGonagall esperó a que se hubiera ido el resto de la clase, y luego le dijo:
—Potter, los campeones y sus parejas...
—¿Qué parejas? —preguntó Harry.
Muchos se echaron a reír.
— Qué inocente — rió Tonks.
Harry notó cómo se ruborizaba.
La profesora McGonagall lo miró recelosa, como si pensara que intentaba tomarle el pelo.
—Vuestras parejas para el baile de Navidad, Potter —dijo con frialdad—. Vuestras parejas de baile.
Harry sintió que se le encogían las tripas.
— Ay, pobrecito — Aunque se compadecía de él, no parecía que a la señora Weasley le diera mucha pena realmente. Parecía divertirse tanto como Sirius, que había soltado una buena carcajada.
—¿Parejas de baile? —Notó cómo se ponía rojo—. Yo no bailo —se apresuró a decir.
—Sí, claro que bailas —replicó algo irritada la profesora McGonagall—. Eso era lo que quería decirte. Es tradición que los campeones y sus parejas abran el baile.
— A ninguno de nosotgos nos hizo gacia — admitió Fleur.
Harry se imaginó de repente a sí mismo con sombrero de copa y frac, acompañado de alguna chica ataviada con el tipo de vestido con volantes que tía Petunia se ponía siempre para ir a las fiestas del jefe de tío Vernon.
— No creo que ninguna chica de Hogwarts se vistiera así — se oyó decir a una alumna de sexto. Varias le dieron la razón.
Harry se preguntó si se debía a que todas detestaban el estilo de tía Petunia o si a la que despreciaban era a ella.
—Yo no bailo —insistió.
— No tenías escapatoria — dijo Fred entre risas.
—Es la tradición —declaró con firmeza la profesora McGonagall—. Tú eres campeón de Hogwarts, y harás lo que se espera de ti como representante del colegio. Así que encárgate de encontrar pareja, Potter.
—Pero... yo no...
—Ya me has oído, Potter —dijo la profesora McGonagall en un tono que no admitía réplicas.
Rowley leyó el siguiente párrafo y se echó a reír a carcajadas. Ante las miradas curiosas de todos, tomó aire y, sonriendo y tratando en vano de reprimir la risa, leyó:
Una semana antes, Harry habría pensado que encontrar una pareja de baile era pan comido comparado con enfrentarse a un colacuerno húngaro. Pero, habiendo ya pasado esto último, y teniendo que afrontar la perspectiva de pedirle a una chica que bailara con él, le parecía que era preferible volver a pasar por lo del colacuerno.
Muchos alumnos, especialmente los de cursos superiores, miraban a Harry y se reían.
A Harry le ardía la cara. ¿Qué derecho tenían todos a reírse de él? ¿Acaso para ellos había sido fácil pedirle salir a alguien?
— Yo te entiendo — dijo Ron en voz baja. — Yo también habría preferido al dragón.
Harry nunca había visto que se apuntara tanta gente para pasar las Navidades en Hogwarts. Él siempre lo hacía, claro, porque la alternativa que le quedaba era regresar a Privet Drive, pero siempre había formado parte de una exigua minoría. Aquel año, en cambio, daba la impresión de que todos los alumnos de cuarto para arriba se iban a quedar, y todos parecían también obsesionados con el baile que se acercaba, sobre todo las chicas.
— Muchos chicos también estaban obsesionados — dijo Lisa Turpin.
— Pues sí. Tendríais que haber escuchado las conversaciones en los dormitorios de Ravenclaw — dijo Anthony Goldstein. — Algunos se quedaban hablando sobre el baile hasta las tantas de la noche.
Harry notó que más de un chico de Ravenclaw miraba a Goldstein con reproche.
Y era sorprendente descubrir de pronto cuántas chicas parecía haber en Hogwarts. Nunca se había dado cuenta de eso. Chicas que reían y cuchicheaban por los corredores del castillo, chicas que estallaban en risas cuando los chicos pasaban por su lado, chicas emocionadas que cambiaban impresiones sobre lo que llevarían la noche de Navidad...
— Oh, así que ya está sucediendo — sonrió Sirius. — Harry está empezando a notar a las chicas…
— Se hace mayor — rió Tonks.
Harry quiso pegarle a Sirius un buen golpe, pero se contuvo.
—¿Por qué van siempre en grupo? —se quejó Harry tras cruzarse con una docena aproximada de chicas que se reían y lo miraban—. ¿Cómo se supone que tiene que hacer uno para pedirle algo a una sola?
— Echándole valor — dijo Ginny.
—¿Quieres echarle el lazo a una? —dijo Ron—. ¿Tienes alguna idea de con cuál lo vas a intentar?
Harry no respondió. Tenía muy claro a quién le hubiera gustado pedírselo, pero no conseguiría reunir el valor...
Rowley soltó una risita antes de leer:
Cho le llevaba un año, era preciosa, jugaba maravillosamente al quidditch y tenía mucho éxito entre la gente.
Las risas, los silbidos y los aplausos no se hicieron esperar. Harry sintió ganas de que se abriera el suelo y se lo tragaran las cocinas. De hecho, no le parecía mala idea levantarse de allí, bajar a donde se encontraban los elfos domésticos y pedirles amablemente que le hicieran desaparecer del colegio para siempre.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano por ignorar las risas (ni siquiera los Weasley habían conseguido mantener el semblante serio), se atrevió a mirar a Cho por un instante.
La chica estaba roja como un tomate, rodeada de media decena de Ravenclaws que reían y cuchicheaban con ella. Cruzaron miradas y ella le hizo un gesto con la cabeza antes de articular, sin dejar escapar ningún sonido, un "Gracias" que Harry entendió perfectamente.
Harry asintió brevemente para que Cho supiera que la había entendido y decidió atreverse a mirar a sus amigos a la cara.
Ron había dejado escapar una risita, pero por lo general había conseguido controlarse bien. Hermione se mordía el labio y era obvio que el único motivo por el que no estaba riendo a carcajadas era que Harry era su amigo. Ginny simplemente sonreía y no miraba directamente a Harry. La verdad, le habría gustado verla un poco celosa…
No. Tenía que parar de hacer esto. Entre los sueños raros y su mente haciéndole recordar la mano de Ginny sobre su abdomen el día anterior mientras le decía que respirara hondo…
Detuvo ese pensamiento tan rápido como pudo. Por suerte, su cara estaba roja desde hacía un buen rato, así que nadie notó nada extraño y, todavía sonriendo, el chico de Hufflepuff siguió leyendo.
Ron parecía comprender qué era lo que le pasaba a Harry por la cabeza.
—Mira, no vas a tener ningún problema. Eres un campeón. Acabas de burlar al colacuerno húngaro. Me apuesto a que harían cola para bailar contigo.
En atención a su amistad recientemente reanudada, Ron redujo al mínimo la amargura de su voz.
— Se le notan los celos — dijo una chica de Slytherin.
— Pero está claro que Weasley trataba de superarlos. Estaba haciendo un esfuerzo, ¿acaso eso no cuenta? — replicó otra, una rubia que estaba sentada muy cerca de la primera.
Y, para sorpresa de Harry, resultó que Ron tenía razón.
Se oyeron silbidos y risitas.
Al día siguiente, una chica de Hufflepuff con el pelo rizado que iba a tercero y con la que Harry no había hablado jamás le pidió que fuera al baile con ella. Harry se quedó tan sorprendido que dijo que no antes de pararse a pensarlo. La chica se fue bastante dolida, y Harry tuvo que soportar durante toda la clase de Historia de la Magia las burlas de Dean, Seamus y Ron a propósito de ella.
Mientras muchos reían, otros parecían compadecerse de la pobre Hufflepuff.
Harry notó revuelo en una de las esquinas del comedor y enseguida supo por qué. Allí se hallaba la chica del pelo rizado; dos de sus amigas la estaban abrazando y ella parecía bastante avergonzada.
— Sería un buen momento para pedirle perdón — le susurró Hermione.
Sin embargo, la chica no levantó la mirada y Harry no se atrevió a hablarle en voz alta, pues lo último que quería era llamar más la atención sobre sí mismo.
Al día siguiente se lo pidieron otras dos, una de segundo y (para horror de Harry) otra de quinto que daba la impresión de que podría pegarle si se negaba.
Las risas continuaron. La chica de segundo, que ahora estaba en tercero, reía tanto como los demás. La de sexto seguía teniendo pinta de poder pegarle una paliza si así lo deseaba.
—Pero si está muy bien —le dijo Ron cuando paró de reírse.
—Me saca treinta centímetros —contestó Harry, aún desconcertado—. ¿Te imaginas cómo será intentar bailar con ella?
— A lo mejor a ella no la habrías pisado tanto — dijo Parvati.
Indignado, Harry estuvo a punto de responder, pero las carcajadas de Ron, Seamus y Dean no le dejaron.
Recordaba las palabras de Hermione sobre Krum: «¡Sólo les gusta porque es famoso!» Harry dudaba mucho que alguna de aquellas chicas que le habían pedido ser su pareja hubieran querido ir con él al baile si no hubiera sido campeón de Hogwarts. Luego se preguntó si eso le molestaría en caso de que se lo pidiera Cho.
— Probablemente no — rió Tonks.
En conjunto, Harry tenía que admitir que, incluso con la embarazosa perspectiva de tener que abrir el baile, su vida había mejorado mucho después de superar la primera prueba. Ya no le decían todas aquellas cosas tan desagradables por los corredores, y sospechaba que Cedric podía haber tenido algo que ver: tal vez hubiera dicho a sus compañeros de Hufflepuff que lo dejaran en paz, en agradecimiento a la advertencia de Harry.
— Así fue — admitió un chico de Hufflepuff, uno de los amigos de Cedric. — Aunque no nos dijo por qué. Solo nos pidió que te dejáramos en paz.
También parecía haber por todas partes menos insignias de «Apoya a CEDRIC DIGGORY». Por supuesto, Draco Malfoy seguía recitándole algún pasaje del artículo de Rita Skeeter a la menor oportunidad, pero cosechaba cada vez menos risas por ello.
— Es que la misma broma todo el tiempo acaba cansando — dijo Roger Davies.
Y, como para no enturbiar la felicidad de Harry, en El Profeta no había aparecido ninguna historia sobre Hagrid.
—No parecía muy interesada en criaturas mágicas, en realidad —les contó Hagrid durante la última clase del trimestre, cuando Harry, Ron y Hermione le preguntaron cómo le había ido en la entrevista con Rita Skeeter.
— ¿Entonces de qué quería hablarte, Hagrid? — preguntó Justin.
— De Harry.
Algunos bufaron.
— Qué sorpresa — ironizó George.
Para alivio de ellos, Hagrid abandonó la idea del contacto directo con los escregutos, y aquel día se guarecieron simplemente tras la cabaña y se sentaron a una mesa de caballetes a preparar una selección de comida fresca con la que tentarlos.
—Sólo quería hablar de ti, Harry —continuó Hagrid en voz baja—. Bueno, yo le dije que somos amigos desde que fui a buscarte a casa de los Dursley. «¿Nunca ha tenido que regañarlo en cuatro años?», me preguntó. «¿Nunca le ha dado guerra en clase?» Yo le dije que no, y a ella no le hizo ninguna gracia. Creo que quería que le dijera que eres horrible, Harry.
— Solo quería contenido para sus horribles artículos — se quejó la señora Weasley.
— Pero esa vez no consiguió nada — dijo Arthur con optimismo.
—Claro que sí —corroboró Harry, echando unos cuantos trozos de hígado de dragón en una fuente de metal, y cogiendo el cuchillo para cortar un poco más—. No puede seguir pintándome como un héroe trágico, porque se hartarían.
— ¡Por eso ahora te pintan como un loco en El Profeta! — exclamó Dennis.
— Me temo que la señorita Skeeter no es la única responsable de eso — dijo Dumbledore.
Fudge se ruborizó visiblemente.
—Ahora quiere un nuevo punto de vista, Hagrid —opinó Ron, mientras cascaba huevos de salamandra—. ¡Tendrías que haberle dicho que Harry era un criminal demente!
—¡Pero no lo es! —dijo Hagrid, realmente sorprendido.
Harry le sonrió a Hagrid.
—Debería haber ido a hablar con Snape —comentó Harry en tono sombrío—. Le puede decir lo que quiere oír sobre mí en cualquier momento: «Potter no ha hecho otra cosa que traspasar límites desde que llegó a este colegio...»
Hubo algunas risitas. Snape fulminó a Harry con la mirada.
—¿Ha dicho eso? —se asombró Hagrid, mientras Ron y Hermione se reían—. Bueno, habrás desobedecido alguna norma, Harry, pero en realidad eres bueno.
—Gracias, Hagrid —le dijo Harry sonriendo.
— ¿Alguna norma? — repitió Snape, incrédulo. — ¿Acaso queda alguna norma del colegio que Potter no haya roto?
— Aún no ha matado a nadie — se oyó decir a alguien. Algunos resoplaron al oír eso, divertidos. Snape, sin embargo, no parecía encontrar divertida la broma.
—¿Vas a ir al baile de Navidad, Hagrid? —quiso saber Ron.
—Creo que me daré una vuelta por allí, sí —contestó Hagrid con voz ronca—.
— Según tengo entendido, no solo fuíste al baile, sino que además tuviste una cita — dijo Sirius con una gran sonrisa.
Hagrid se puso rojo como un tomate.
Será una buena fiesta, supongo. Tú vas a abrir el baile, ¿no, Harry? ¿Con quién vas a bailar?
—Aún no tengo con quién —contestó Harry, sintiéndose enrojecer de nuevo. Hagrid no insistió.
— Qué amable por su parte — dijo Katie.
Cada día de la última semana del trimestre fue más bullicioso que el anterior. Por todas partes corrían los rumores sobre el baile de Navidad, aunque Harry no daba crédito ni a la mitad de ellos. Por ejemplo, decían que Dumbledore le había comprado a la señora Rosmerta ochocientos barriles de hidromiel con especias.
La profesora McGonagall soltó un bufido.
— Menuda exageración — dijo.
Parecía ser verdad, sin embargo, lo de que había contratado a Las Brujas de Macbeth. Harry no sabía quiénes eran exactamente porque nunca había tenido una radio mágica; pero, viendo el entusiasmo de los que habían crecido escuchando la CM (los Cuarenta Magistrales), suponía que debían de ser un grupo musical muy famoso.
— ¿Vinieron Las Brujas de Macbeth? — exclamó una niña de primero.
— Ojalá hubiera nacido un año antes — se lamentó una amiga suya.
Algunos profesores, como el pequeño Flitwick, desistieron de intentar enseñarles gran cosa al ver que sus mentes estaban tan claramente situadas en otro lugar.
Flitwick dio un saltito al escuchar su nombre tan repentinamente.
En la clase del miércoles los dejó jugar, y él se pasó la mayor parte de la hora comentando con Harry lo perfecto que le había salido el encantamiento convocador que había usado en la primera prueba del Torneo de los tres magos.
La profesora Umbridge hizo una mueca al escuchar que Flitwick los había dejado jugar.
Otros profesores no fueron tan generosos. Nada apartaría al profesor Binns, por ejemplo, de avanzar pesadamente a través de sus apuntes sobre las revueltas de los duendes. Dado que Binns no había permitido que su propia muerte alterara el programa, todos supusieron que una tontería como la Navidad no lo iba a distraer lo más mínimo.
— Hogwarts podría estar ardiendo y el profesor Binns seguiría dando clase como si nada — dijo Lee Jordan.
Era sorprendente cómo podía conseguir que incluso unos altercados sangrientos y fieros como las revueltas de los duendes sonaran igual de aburridos que el informe de Percy sobre los culos de los calderos.
De forma similar a la de Flitwick, Percy dio un pequeño salto al oír su nombre. Fred, George y Charlie se rieron de él.
También McGonagall y Moody los hicieron trabajar hasta el último segundo de clase, y Snape antes hubiera adoptado a Harry que dejarlos jugar durante una lección.
La cara de horror de Snape hizo que Harry no pudiera evitar reírse.
Con una mirada muy desagradable les informó de que dedicaría la última clase del trimestre a un examen sobre antídotos.
—Es un puñetero —dijo amargamente Ron aquella noche en la sala común de Gryffindor—. Colocarnos un examen el último día... Estropearnos el último cachito de trimestre con montones de cosas que repasar...
Harry dejó de reír inmediatamente. Snape tenía la vista fija en Ron y una expresión de profundo desprecio.
— ¿Soy un... qué, señor Weasley? — preguntó, y su tono gélido hizo que a Harry se le pusiera la piel de gallina.
— Nada, profesor. Perdón — dijo Ron rápidamente. Miraba a Snape como si su vida estuviera en peligro y, a decir verdad, Harry no estaba seguro de si así era.
— Añadiremos un castigo más a la lista, Weasley — replicó Snape. Por su cara, no había ninguna duda de que el castigo sería muy desagradable.
—Mmm... pero no veo que te estés agobiando mucho —replicó Hermione, mirándolo por encima de sus apuntes de Pociones.
Ron se entretenía levantando un castillo con los naipes explosivos, que era mucho más divertido que hacerlo con la baraja muggle porque el edificio entero podía estallar en cualquier momento.
La señora Weasley, que ya le había dedicado a Ron una mirada de advertencia tras escuchar lo que había dicho sobre Snape, se puso a murmurar algo, indignada. Ron se tensó al notarlo y Harry estaba seguro de que, cuando la lectura acabara, a Ron le esperaba una buena regañina.
—Es Navidad, Hermione —le recordó Harry. Estaba arrellanado en un butacón al lado de la chimenea, leyendo Volando con los Cannons por décima vez.
Hermione también lo miró a él con severidad.
— Pareces su madre — la criticó una chica de cuarto.
Hermione rodó los ojos y no contestó.
—Creí que harías algo constructivo, Harry, aunque no quisieras estudiar los antídotos.
—¿Como qué? —inquirió Harry mientras observaba a Joey Jenkins, de los Cannons, lanzarle una bludger a un cazador de los Murciélagos de Ballycastle.
—¡Como pensar en ese huevo!
— La verdad es que dedicar un poco de tiempo a investigar algo que puede salvarte la vida no es mala idea — dijo Bill, aunque sonreía.
—Vamos, Hermione, tengo hasta el veinticuatro de febrero —le recordó Harry. Había metido el huevo en el baúl del dormitorio y no lo había vuelto a abrir desde la fiesta que había seguido a la primera prueba. Después de todo, aún quedaban dos meses y medio hasta el día en que necesitaría saber qué significaba aquel gemido chirriante.
— Dos meses no son nada — dijo Lupin. — Y no sabías cuánto tiempo te tomaría descifrar la pista.
Aunque Harry comprendía lo que Lupin quería decir, no pudo evitar sentirse un poco frustrado. Hacía un año de eso, y todo había salido bien en esa prueba a pesar de su procrastinación.
—¡Pero te podría llevar semanas averiguarlo! —objetó Hermione—. Y vas a quedar como un auténtico idiota si todos descifran la siguiente prueba menos tú.
—Déjalo en paz, Hermione. Se merece un descanso —dijo Ron. Y, al colocar en el techo del castillo las últimas dos cartas, el edificio entero estalló y le chamuscó las cejas.
Muchos se echaron a reír.
—Muy guapo, Ron... Esas cejas te combinarán a la perfección con la túnica de gala.
Eran Fred y George. Se sentaron a la mesa con Ron y Hermione mientras aquél evaluaba los daños.
Algunas personas se giraron para mirar las cejas de Ron con interés.
— Mis cejas están perfectamente — bufó Ron.
—Ron, ¿nos puedes prestar a Pigwidgeon? —le preguntó George.
—No, está entregando una carta —contestó Ron—. ¿Por qué?
—Porque George quiere que sea su pareja de baile —repuso Fred sarcásticamente.
Se escucharon carcajadas por todo el comedor. Fred hizo una reverencia a modo de agradecimiento.
—Pues porque queremos enviar una carta, so tonto —dijo George.
—¿A quién seguís escribiendo vosotros dos, eh? —preguntó Ron.
—Aparta las narices, Ron, si no quieres que se te chamusquen también —le advirtió Fred moviendo la varita con gesto amenazador—.
— Algo tramaban — dijo Susan Bones.
Algunos se quedaron mirando a los gemelos por si daban información sobre el tema, pero ambos permanecieron callados.
Bueno... ¿ya tenéis todos pareja para el baile?
—No —respondió Ron.
—Pues mejor te das prisa, tío, o pillarán a todas las guapas —dijo Fred.
Se oyeron risitas. Sirius asentía con ganas.
—¿Con quién vas tú? —quiso saber Ron.
—Con Angelina —contestó enseguida Fred, sin pizca de vergüenza.
—¿Qué? —exclamó Ron, sorprendido—. ¿Se lo has pedido ya?
—Buena pregunta —reconoció Fred. Volvió la cabeza y gritó—: ¡Eh, Angelina!
— No puede ser — dijo Charlie, sonriendo.— ¿Se lo pediste así?
— Ahora verás — replicó Fred, orgulloso.
Angelina, que estaba charlando con Alicia Spinnet cerca del fuego, se volvió hacia él.
—¿Qué? —le preguntó.
—¿Quieres ser mi pareja de baile?
Angelina le dirigió a Fred una mirada evaluadora.
—Bueno, vale —aceptó, y se volvió para seguir hablando con Alicia, con una leve sonrisa en la cara.
Muchos silbaron y algunos incluso se echaron a aplaudir. Angelina sonreía.
— No puedo creer que funcionara — dijo Wood. — Lo haces parecer fácil.
Fred parecía encantado ante el reconocimiento.
—Ya lo veis —les dijo Fred a Harry y Ron—: pan comido. —Se puso en pie, bostezó y añadió—: Tendremos que usar una lechuza del colegio, George. Vamos...
En cuanto se fueron, Ron dejó de tocarse las cejas y miró a Harry por encima de los restos del castillo, que ardían sin llama.
—Tendríamos que hacer algo, ¿sabes? Pedírselo a alguien. Fred tiene razón: podemos acabar con un par de trols.
Se oyeron quejas por todo el comedor.
— Muy maduro, Weasley — dijo una chica de sexto.
— ¡Ni los trols querrían ir contigo al baile! — exclamó otra, de Hufflepuff. Harry la recordaba porque era una de las chicas que insistían en que Hermione y él deberían salir juntos. No parecía que Ron le cayera bien en absoluto.
Ron no replicó, pero su ceño fruncido mostraba lo mucho que le molestaban los comentarios.
Hermione dejó escapar un bufido de indignación.
—¿Un par de qué, perdona?
—Bueno, ya sabes —dijo Ron, encogiéndose de hombros—. Preferiría ir solo que con... con Eloise Midgen, por ejemplo.
Ron se puso blanco, al tiempo que medio comedor jadeaba y miraba a Eloise, cuya cara (todavía cubierta de acné) se estaba poniendo de un intenso color rojo.
— Eloise no iría contigo ni aunque le pagaras, Weasley — dijo una chica con fiereza. Estaba sentada al lado de Eloise, por lo que Harry asumió que se trataba de su mejor amiga.
—Su acné está mucho mejor últimamente. ¡Y es muy simpática!
—Tiene la nariz torcida —objetó Ron.
— Torcida va a estar la tuya, imbécil — La mejor amiga de Eloise se puso en pie y comenzó a caminar hacia Ron, cuya cara de pánico era reminiscente de aquella excursión por el bosque con las tarántulas. Por suerte, Eloise estiró el brazo y agarró a su amiga de la túnica.
— Déjalo — dijo. — No merece la pena. Te meterás en un lío.
Pero Harry pensó que a su amiga no parecía importarle lo más mínimo si se metía en un lío o no. Trató de dar otro paso hacia Ron, pero Eloise tiró de su túnica hacia atrás y la obligó a sentarse.
Mientras ambas murmuraban (Eloise, calmada, su amiga, furiosa), Rowley continuó leyendo, cosa que Harry agradeció, porque la amiga de Eloise no era la única que miraba mal a Ron en ese momento.
—Ya veo —exclamó Hermione enfureciéndose—. Así que, básicamente, vas a intentar ir con la chica más guapa que puedas, aunque sea un espanto como persona.
—Eh... bueno, sí, eso suena bastante bien —dijo Ron.
— Eres insoportable — bufó de nuevo la chica de Hufflepuff a la que Ron no le caía nada bien.
— ¿Insoportable por qué? ¿Acaso es un crimen querer salir con alguien atractivo? — lo defendió una chica de cuarto. A Harry le sonaba mucho, y tardó varios segundos en recordar que la chica había leído uno de los capítulos de ese día. Habían mencionado su nombre, pero era incapaz de recordarlo.
— No es un crimen, pero…
— Pero nada — replicó la chica. Miraba a la Hufflepuff con mucha rabia. — Ron no ha hecho nada malo.
— ¿La conoces de algo? — susurró Fred.
Ron, que había estado observando la discusión con los ojos como platos, salió de su aturdimiento y respondió, también susurrando:
— No. Bueno, ayer por la tarde fue bastante amable con Hermione y conmigo. Nos avisó para que no nos castigaran.
Hermione soltó un bufido.
— Se inventó esa norma para que nos fuéramos — dijo. — Estoy segura.
— ¿Pero por qué haría eso?
Hermione miró a Ron como si fuera el ser más lento del universo.
— ¿Tú qué crees?
Pero Ron estaba muy confuso y, a decir verdad, Harry también.
— Brant, Faulk, ¡silencio las dos! — acabó exclamando la profesora McGonagall. Las dos chicas continuaron lanzándose dagas con la mirada, pero no dijeron nada más.
—Me voy a la cama —espetó Hermione, y sin decir otra palabra salió para la escalera que llevaba al dormitorio de las chicas.
— Es que no sé cómo los soporta — se oyó decir a alguien que no dio la cara porque McGonagall seguía molesta.
Deseosos de impresionar a los visitantes de Beauxbatons y Durmstrang, los de Hogwarts parecían determinados a engalanar el castillo lo mejor posible en Navidad. Cuando estuvo lista la decoración, Harry pensó que era la más sorprendente que había visto nunca en el castillo: a las barandillas de la escalinata de mármol les habían añadido carámbanos perennes; los acostumbrados doce árboles de Navidad del Gran Comedor estaban adornados con todo lo imaginable, desde luminosas bayas de acebo hasta búhos auténticos, dorados, que ululaban;
Los de primero escuchaban la descripción con caras de admiración y envidia.
y habían embrujado las armaduras para que entonaran villancicos cada vez que alguien pasaba por su lado. Era impresionante oír Adeste, fideles... cantado por un yelmo vacío que no sabía más que la mitad de la letra.
— ¿Impresionante? Querrás decir frustrante — dijo Ernie.
— Eso, eso. No se callaban ni a golpes — se quejó Justin.
Hannah soltó una risita.
— No deberías haberle pegado a esa armadura. Solo conseguiste que cantara más fuerte.
En varias ocasiones, Filch, el conserje, tuvo que sacar a Peeves de dentro de las armaduras, donde se ocultaba para llenar los huecos de los villancicos con versos de su invención, siempre bastante groseros.
— ¿Vamos a leer alguno? — preguntó un niño de primero con emoción.
— No — replicó Rowley tras echarle un vistazo rápido al siguiente párrafo. El de primero pareció decepcionado.
Y Harry aún no había invitado a Cho al baile. Él y Ron se estaban poniendo muy nerviosos aunque, como Harry observó, sin pareja. Ron no haría tanto el ridículo como él, porque se suponía que Harry tenía que abrir el baile con los demás campeones.
—Supongo que siempre quedará Myrtle la Llorona —comentó en tono lúgubre, refiriéndose al fantasma que habitaba en los servicios de las chicas del segundo piso.
Muchos se echaron a reír.
— Ojalá hubieras llevado a Myrtle — dijo Fred. — Habría sido todo un espectáculo.
— Y seguro que le habría hecho mucha ilusión — añadió Luna.
—Tendremos que hacer de tripas corazón, Harry —le dijo Ron el viernes por la mañana, en un tono que sugería que se proponían asaltar una fortaleza inexpugnable —. Antes de que volvamos esta noche a la sala común, tenemos que haber conseguido pareja, ¿vale?
—Eh... vale —asintió Harry.
— Asaltar una fortaleza habría sido más fácil — gruñó Ron.
Pero cada vez que vio a Cho aquel día (durante el recreo, y luego a la hora de la comida, y una vez más cuando iba a Historia de la Magia) estaba rodeada de amigas.
Las risitas y los silbidos volvieron en todo su esplendor.
— No recuerdo que fuerais juntos al baile — dijo McLaggen. — ¿Chang te dio calabazas, Potter?
Harry no contestó, pero su silencio solo hizo que las risitas aumentaran.
¿Es que no iba sola a ninguna parte? ¿Podría pillarla por sorpresa de camino a los servicios? Pero no: también a los servicios iba acompañada de una escolta de cuatro o cinco chicas. Aunque, si no se daba prisa, se adelantaría algún otro.
Harry gruñó. Ojalá hubiera sabido que ya era tarde. Se habría ahorrado mucha vergüenza.
Le costó concentrarse en el examen de antídotos, y por eso se olvidó de añadir el ingrediente principal (un bezoar), por lo que Snape le puso un cero.
Se oyeron algunos bufidos y Harry vio a Snape rodar los ojos.
Pero no le preocupó: estaba demasiado absorto reuniendo valor para lo que se disponía a hacer. Cuando sonó la campana, cogió la mochila y salió corriendo de la mazmorra.
—Nos vemos en la cena— les dijo a Ron y Hermione, y se abalanzó escaleras arriba.
Sólo tendría que preguntarle a Cho si podía hablar con ella, eso era todo...
— Ay, lo va a hacer — dijo Angelina, cogiendo del brazo a Alicia con fuerza. — No quiero oírlo…
Harry tampoco quería y, de hecho, le pareció que ese sería un buen momento para levantarse y marcharse del comedor. Pero estaba helado: pegado al asiento y tan tenso que pensó que sería incapaz de levantarse si lo intentara.
Se apresuró por los abarrotados corredores en su busca, y (antes incluso de lo que esperaba) la encontró saliendo de una clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—Eh... Cho... ¿Podría hablar un momento contigo?
Tendrían que prohibir las risas tontas, pensó Harry furioso cuando todas las chicas que estaban con Cho empezaron a reírse.
Las amigas de Cho también reían en el presente. Eso hizo que se ganaran más de una mirada enfadada.
— Pobrecillo. Ya es bastante difícil sin tener un público tan escandaloso — dijo Hagrid.
Ella, sin embargo, no lo hizo.
— Me cae bien Cho — dijo una chica de segundo.
Cho le sonrió.
—Claro —dijo, y lo siguió adonde no podían oírlos sus compañeras de clase. Harry se volvió a mirarla y el estómago le dio una sacudida, como si bajando una escalera se hubiera saltado un escalón sin darse cuenta.
Carcajadas. Harry las oía, pero era como si estuvieran muy lejos, porque toda la sangre le estaba subiendo a la cabeza y sus oídos ya no funcionaban con normalidad.
—Eh... —balbuceó.
No podía pedírselo. No podía. Pero tenía que hacerlo. Cho lo miraba, y parecía desconcertada. Se le trabó la lengua.
Rowley observó el libro durante un instante antes de echarse a reír como si le acabaran de contar el mejor chiste del mundo.
— Señor Rowley, haga el favor — lo regañó McGonagall.
Con dificultad, el chico leyó:
—¿Quieresveviralmailecombigo?
— ¿Qué? — Se oyeron varias voces.
— Deja de reír y habla claro — le pidió la profesora Sprout.
— No, no — dijo Rowley, agarrándose las costillas. — Es que eso es lo que pone, profesora. ¿Quieresveviralmailecombigo?
Hubo un momento de silencio. Harry vio como si fuera a cámara lenta cómo la profesora Sprout, con expresión extrañada, se levantaba y tomaba el libro que Rowley apenas podía sostener a causa de la risa. Cuando la profesora leyó esa parte y apareció una sonrisita en su cara, todo el comedor lo tomó como confirmación de que las palabras de Rowley eran ciertas.
Y entonces estallaron en risas.
— Eres todo un casanova — reía Charlie. Tanto Krum como (para mortificación de Harry) Bill y Fleur parecían encontrar muy divertido el asunto.
Harry miró entonces a Sirius y se sintió traicionado al ver que estaba agarrado a Lupin y doblado de la risa.
— Voy a tener que darte algunas lecciones — dijo, sin aire, cuando pudo incorporarse.
Para desgracia de Harry, incluso sus mejores amigos estaban haciendo un trabajo horrible al disimular la risa. Cuando Harry los miró con reproche, Ron y Hermione se rindieron y se echaron a reír con tantas ganas como los demás.
— Perdón, perdón. Es que tiene gracia, tienes que admitirlo — dijo Hermione.
— Yo no se la veo — gruñó Harry. Le ardía la cara con tanta intensidad que pensó que nunca recuperaría su color normal.
Pasaron un par de minutos antes de que los profesores consiguieran que hubiera suficiente silencio como para continuar leyendo. Harry sospechaba que les habría tomado menos tiempo si ellos no hubieran estado riendo también.
—¿Cómo? —dijo Cho.
—¿Que... querrías venir al baile conmigo? —le preguntó Harry. ¿Por qué tenía que ponerse rojo? ¿Por qué?
— Ay, el amor — se oyó exclamar a alguien, seguido de un montón de risas. Harry pensó que ya daba todo igual: leyera lo que leyera en el futuro, pasara lo que pasara, jamás sentiría tanta vergüenza como en ese instante. Debía ser físicamente imposible sentirse más avergonzado de lo que estaba.
—¡Ah! —exclamó Cho, y se puso roja ella también—. ¡Ah, Harry, lo siento muchísimo! —Y parecía verdad—. Ya me he comprometido con otro.
— Ouch, ¡qué dolor! — dijo Lee Jordan, al tiempo que Fred y George le daban a Harry tantas palmadas en la espalda que sintió que se iba a romper.
—¡Ah! —dijo Harry.
Qué raro: un momento antes, las tripas se le retorcían como culebras; pero de repente parecía que las tripas se hubieran ido a otra parte.
— Qué penita — dijo Lavander, aunque todavía sonreía después del ataque de risa que le había dado antes.
—Bueno, no te preocupes —añadió.
—Lo siento muchísimo —repitió ella.
—No pasa nada —aseguró Harry.
Se quedaron mirándose, y luego dijo Cho:
—Bueno...
—Sí... —contestó Harry.
—Bueno, hasta luego —se despidió Cho, que seguía muy colorada.
— ¡Qué incómodo! — dijo Angelina.
— Duele escucharlo — añadió Katie con una mueca.
Harry se negaba a mirar a nadie. Tenía la vista puesta en el libro y solo en el libro.
Sin poder contenerse, Harry la llamó.
—¿Con quién vas?
—Con Cedric —dijo ella—. Con Cedric Diggory.
Hubo murmullos.
—Ah, bien —respondió Harry.
Y volvió a notar las tripas. Parecía como si durante su breve ausencia hubieran ido a llenarse de plomo.
— Las calabazas duelen — dijo un chico de séptimo sabiamente. — Pero te recuperarás.
— Fue hace un año — dijo Harry rápidamente, viendo la oportunidad. — Ya me he recuperado.
Eso despertó el interés de muchos.
— ¿Ah, sí? — dijo Parvati. — Y… ¿te gusta otra persona ahora?
Ella y Lavender se hicieron hacia delante, llenas de curiosidad y con muchas ganas de cotillear.
En ese momento, Harry sintió una punzada de pánico. ¿Cómo respondía a eso? Y lo peor… ¿y si el libro respondía por él?
No, no. Ginny no le gustaba. Solo había tenido un sueño raro, por lo de la Oclumancia y tal… Solo era eso.
Así que negó con la cabeza. Parvati y Lavender seguían mirándole con suspicacia, pero no insistieron. Y Harry, por su parte, volvió a centrar la mirada en el libro.
Un instante después, no pudo resistirse y miró a Ginny, pero ella ya estaba mirando a Rowley con una expresión totalmente neutral, así que era imposible saber si le había importado…
Olvidándose por completo de la cena, volvió lentamente a la torre de Gryffindor, y la voz de Cho le retumbó en los oídos con cada paso que daba: «Con Cedric... Con Cedric Diggory.» Cedric había empezado a caerle bastante bien, y había estado dispuesto a olvidar que le hubiera ganado al quidditch, y que fuera guapo, y que lo quisiera todo el mundo, y que fuera el campeón favorito de casi todos.
— ¿Seguro que el que te gustaba no era Cedric? — rió una chica de sexto.
Pero en aquel momento comprendió que Cedric era un guapito inepto que no tenía bastante cerebro para llenar un dedal.
Se oyeron gritos ahogados. Amos Diggory le lanzó a Harry la mirada más furiosa que pudo.
— Fueron los celos — dijo Lupin en voz alta, seguramente porque vio que un grupo de Hufflepuffs estaba a punto de decirle algo a Harry. — ¿Acaso a vosotros nunca os ha caído mal alguien solo por estar con la persona que os gusta?
— ¿Hablas por experiencia? — dijo Tonks con una sonrisita.
— Obviamente — respondió Sirius antes de que Lupin pudiera abrir la boca. — Siempre estaba celoso de mis novias.
Lupin le pegó un puñetazo en el brazo y lo hizo caer del sillón. Sirius se incorporó riendo.
—«Luces de colores» —le dijo a la Señora Gorda con la voz apagada. Habían cambiado la contraseña el día anterior.
—¡Sí, cielo, por supuesto! —gorjeó ella, acomodándose su nueva cinta de oropel al tiempo que lo dejaba pasar.
Al entrar en la sala común, Harry miró a su alrededor y para sorpresa suya vio que Ron estaba sentado en un rincón alejado, pálido como un muerto.
Eso llamó la atención de todos.
— ¿Qué había pasado? — dijo Colin, sorprendido.
Ron gimió y se encogió en el asiento.
— No, por favor… Que no se lea eso… — murmuró.
Ginny se hallaba sentada a su lado, hablando con él en voz muy baja.
—¿Qué pasa, Ron? —dijo Harry al llegar junto a ellos. Ron lo miró con expresión de horror.
—¿Por qué lo hice? —exclamó con desesperación—. ¡No puedo entender por qué lo hice!
—¿El qué? —le preguntó Harry.
— Eso queremos saber todos — dijo Terry Boot con interés.
—Eh... simplemente le pidió a Fleur Delacour que fuera al baile con él —explicó Ginny, que parecía estar a punto de sonreír, pero se contuvo y le dio a Ron una palmada de apoyo moral en el brazo.
Se oyeron risas por todas partes.
— ¿En serio? ¿Cómo te atreviste? — dijo Wood, sonriente.
Ron no contestó. Se había puesto muy rojo.
—¿Que tú qué? —dijo Harry.
—¡No puedo entender por qué lo hice! —repitió Ron—. ¿A qué he jugado? Había gente (estaba todo lleno) y me volví loco... ¡Con todo el mundo mirando! Simplemente la adelanté en el vestíbulo. Estaba hablando con Diggory. Y entonces me vino el impulso... ¡y se lo pedí!
Ron gimió y se tapó la cara con las manos.
La posición de Ron en el presente era bastante similar. Todos reían y, durante un momento, Harry se planteó reírse para vengarse porque él se había reído cuando habían leído lo de Cho. Pero todavía sentía en el cuerpo la vergüenza tan intensa que había sufrido y, sabiendo que Ron estaría sintiendo algo parecido, solo pudo sonreír con compasión y darle unas cuantas palmadas en la espalda a modo de apoyo.
Siguió hablando, aunque apenas se entendía lo que decía.
—Me miró como si yo fuera una especie de holotúrido. Ni siquiera me respondió. Y luego... no sé... recuperé el sentido y eché a correr.
Si bien la mayoría todavía reía, algunos le tenían a Ron el suficiente cariño y respeto como para enfadarse con Fleur. Ella fingió no notar las miradas, o quizá es que no le importaban lo más mínimo.
—Es en parte una veela —dijo Harry—. Tenías razón: su abuela era veela. No es culpa tuya. Estoy seguro de que llegaste cuando estaba desplegando todos sus encantos para atraer a Diggory, y te hicieron efecto a ti.
Pero eso sí le importó a Fleur.
— Yo no tgataba de atgaeg a Cedgic — dijo, indignada. — Jamás me integuesó. Si hubiega sido así, lo sabgíais. Cuando me gusta algo, lo consigo.
Algunos no parecían creerle.
Pero ella pierde el tiempo. Diggory va con Cho Chang.
Ron levantó la mirada.
—Le acabo de pedir que sea mi pareja —añadió Harry con voz apagada—, y me lo ha dicho.
De pronto, Ginny había dejado de sonreír.
Harry dio un salto al escuchar eso. ¿Por qué había dejado de sonreír Ginny? No recordaba ese detalle.
Decenas de personas miraron a Ginny con pena en ese momento, aunque también se escuchó alguna risita maliciosa. Ella mantuvo el semblante neutral y la mirada fija en el libro.
—Esto es una estupidez —afirmó Ron—. Somos los únicos que quedamos sin pareja. Bueno, además de Neville. ¿A que no adivinas a quién se lo pidió él? ¡A Hermione!
—¿Qué? —exclamó Harry, completamente anonadado por aquella impactante noticia.
Fue el turno de Neville de ponerse totalmente rojo.
—¡Lo que oyes! —dijo Ron, y recobró parte del color al empezar a reírse—. ¡Me lo contó después de Pociones! Dijo que ella siempre ha sido muy buena con él, que siempre lo ha ayudado con el trabajo y todo eso... Pero ella le contestó que ya tenía pareja. ¡Ja! ¡Como si eso fuera posible! Lo que pasa es que no quería ir con Neville...
Hermione soltó un bufido, indignada.
— Bueno, ahora ya sabes que sí que tenía pareja — dijo de mal humor.
Ron hizo una mueca y asintió.
Porque, claro, ¿quién sería capaz de ir con él?
— Perdón, Neville. No hago más que meter la pata en este capítulo — dijo Ron, que se había hundido tanto en el asiento que parecía varios centímetros más bajo que Harry.
—¡No digas eso! —dijo Ginny enfadada—. No te rías...
Neville le sonrió a Ginny, que le devolvió la sonrisa. Harry observó el intercambio con una emoción que no pudo determinar.
Justo en aquel momento entró Hermione por el hueco del retrato.
—¿Por qué no habéis ido a cenar? —les preguntó al acercarse a ellos.
—Porque... (ah, dejad de reíros) porque les han dado calabazas a los dos — explicó Ginny.
Eso les paralizó la risa.
Pero activó las risas del comedor.
—Muchas gracias, Ginny —murmuró Ron con amargura.
—¿Están pilladas todas las guapas, Ron? —le dijo Hermione con altivez—. ¿Qué, empieza a parecerte bonita Eloise Midgen? Bueno, no os preocupéis. Estoy segura de que en algún lugar encontraréis a alguien que quiera ir con vosotros.
— Se nota que le habíais tocado las narices a Granger — rió una chica de séptimo.
Pero Ron estaba observando a Hermione como si de repente la viera bajo una luz nueva.
—Hermione, Neville tiene razón: tú eres una chica...
—¡Qué observador! —dijo ella ácidamente.
— No puede ser de verdad — dijo Bill. Miraba a Ron con incredulidad. — En cuatro años, ¿no te habías dado cuenta de que Hermione es una chica?
— Cállate — le pidió Ron, abatido.
—¡Bueno, entonces puedes ir con uno de nosotros!
Muchas chicas bufaron al escuchar eso.
—No, lo siento —espetó Hermione.
—¡Oh, vamos! —insistió Ron—. Necesitamos una pareja: vamos a hacer el ridículo si no llevamos a nadie. Todo el mundo tiene ya pareja...
— Pues, si querías ir con ella, habérselo pedido antes — exclamó una Slytherin de tercero.
— Exacto — gruñó Hermione.
Ron parecía más abatido por momentos.
—No puedo ir con vosotros —repuso Hermione, ruborizándose—, porque ya tengo pareja.
—¡Vamos, no te quedes con nosotros! —dijo Ron—. ¡Le dijiste eso a Neville para librarte de él!
—¿Ah, sí? —replicó Hermione, y en sus ojos brilló una mirada peligrosa—. ¡Que tú hayas tardado tres años en notarlo, Ron, no quiere decir que nadie se haya dado cuenta de que soy una chica!
— ¡Bien dicho! — la animaron varias voces.
— Ron necesita madurar urgentemente — se oyó decir a alguien de séptimo.
Ron murmuró algo que Harry no llegó a entender.
Ron la miró. Luego volvió a sonreír.
—Vale, vale, ya sabemos que eres una chica. ¿Y ahora quieres venir?
—¡Ya os lo he dicho! —exclamó Hermione muy enfadada—. ¡Tengo pareja!
Y volvió a salir como un huracán hacia el dormitorio de las chicas.
— No sé cómo resististe las ganas de pegarle una bofetada — admitió Ginny. — Yo en tu lugar se la habría dado.
— Tengo mucha paciencia — replicó Hermione.
Ron estaba tan abatido que ni siquiera respondió.
—Es mentira —afirmó Ron, viéndola irse.
—No, no lo es —dijo Ginny en voz baja.
—Entonces, ¿con quién va? —preguntó Ron bruscamente.
—Yo no os lo voy a decir. Eso es cosa de ella —contestó Ginny.
Hermione le dio las gracias a Ginny , que le sonrió como respuesta.
—Bueno —dijo Ron, que parecía extraordinariamente desconcertado—, esto es ridículo. Ginny, tú puedes ir con Harry, y yo...
Harry tragó saliva. Tampoco recordaba ese detalle.
—No puedo —lo cortó Ginny, y también se puso colorada—. Soy la pareja de... de Neville.
— Aaah, eso explica por qué le molestó tanto lo que dijeron de él— se oyó decir a una chica de primero.
— No es la única explicación — le dijo una chica de cuarto, guiñándole un ojo, pero la de primero no pareció entenderlo. De hecho, Harry tampoco estaba muy seguro de entender qué quería decir.
Me lo pidió después de que Hermione le dijera que no, y yo pensé... bueno... si no es con él no voy a poder ir, porque aún no estoy en cuarto. —Parecía muy triste—. Creo que voy a bajar a cenar —concluyó. Se levantó y se fue por el hueco del retrato, con la cabeza gacha.
— Pues si le ponía tan triste ir con Neville, que no hubiera ido — dijo Hannah Abbott, molesta.
— ¿Es que no lo pillas? No es por Neville — dijo Susan Bones. — Es porque quería ir con otra persona, pero esa persona ni siquiera pensó en ella…
Harry escuchó esa conversación con bastante confusión. ¿Quién le había gustado a Ginny el año anterior?
Ron miró a Harry.
—¿Qué mosca les ha picado? —preguntó.
Pero Harry acababa de ver entrar por el hueco del retrato a Parvati y Lavender. Había llegado el momento de emprender acciones drásticas.
—Espera aquí —le pidió a Ron. Se levantó, fue hacia Parvati y le preguntó:
—Parvati, ¿te gustaría ir al baile conmigo?
Volvieron a escucharse muchas risitas. Parvati sonreía.
— A mí no me pediste que fuevalbaileconbigo — dijo.
Harry gimió y evitó responder. Ella se echó a reír.
A Parvati le dio un ataque de risa. Harry esperó que se le pasara cruzando los dedos dentro del bolsillo de la túnica.
—Sí. Vale —contestó al final, poniéndose muy roja.
Los silbidos y las risitas aumentaron.
— ¿Tenías los dedos cruzados? Qué mono — rió Parvati.
A Harry volvía a arderle la cara.
—Gracias —dijo Harry, aliviado—. Lavender... ¿quieres ir con Ron?
—Ella es la pareja de Seamus —respondió Parvati, y las dos se rieron más que antes.
— ¿Por qué se reían? — gruñó Seamus.
Ellas no contestaron porque estaban ocupadas riéndose.
Harry suspiró.
—¿Sabéis de alguien que pueda ir con Ron? —preguntó, bajando la voz para que Ron no pudiera oírlo.
—¿Qué tal Hermione Granger? —sugirió Parvati.
Algunos aplaudieron al escuchar eso.
— ¡Tendrían que haber ido juntos! — exclamó un chico de tercero.
— ¡De eso nada! — replicó otra voz.
—Ya tiene pareja.
Parvati se sorprendió mucho.
Hermione gruñó al oír eso.
—Oh... ¿quién es?
Harry se encogió de hombros.
—Ni idea —repuso—. ¿Qué me decís de Ron?
—Bueno... —dijo Parvati pensativamente—, tal vez mi hermana... Padma, ya sabes, de Ravenclaw. Si quieres se lo pregunto.
Decenas de personas se giraron para mirar a Padma, que no parecía muy emocionada al recordar el baile.
—Sí, te lo agradezco —respondió Harry—. Me lo dices, ¿vale?
Y volvió con Ron pensando que aquel baile daba más quebraderos de cabeza que otra cosa, y rogando con todas sus fuerzas que Padma Patil no tuviera la nariz torcida.
Padma soltó un bufido de indignación.
— Ese es el final del capítulo — dijo Rowley, marcando la página.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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