jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego ,capítulo 21

 El frente de Liberación de los Elfos:


Y continuó el camino hacia el castillo, al lado de Ron.

— Así termina — dijo el chico de segundo con una sonrisa.

No era el único que sonreía. Harry, sin embargo, no podía sonreír, porque la vergüenza era tal que no se lo permitía.

Si era sincero consigo mismo, tenía que admitir que no le molestaba del todo que Ron estuviera escuchando lo mucho que lo había echado de menos durante aquella pelea y lo que se había alegrado al recuperar su amistad, hasta el punto de haber valorado eso por encima de superar la primera prueba. Ron se había sentido bastante mal por aquello y no le había vuelto a fallar, así que en cierta forma podía considerar esto como una manera de demostrarle que le había perdonado. Pero, al mismo tiempo, saber que ahora todo el mundo era consciente de esos sentimientos hacía que se sintiera abochornado.

Por suerte, Ron no dijo nada sobre el tema, aunque a Harry le dio la sensación de que se hallaba más conmovido de lo que aparentaba.

El chico de segundo bajó de la tarima y Dumbledore tomó de nuevo el libro entre sus manos.

— El próximo capítulo se titula: El Frente de Liberación de los Elfos Domésticos  miró directamente a Hermione, que se puso colorada. — ¿Alguien se ofrece voluntario para leer?

Varias manos se alzaron en el aire y ninguna de ellas pertenecía a Hermione. Dumbledore se giró y examinó la mesa de profesores, donde también había alguien con la mano levantada.

— Profesora Burbage, si es tan amable — dijo finalmente Dumbledore, dedicándole una sonrisa a una profesora a la que Harry no conocía.

— ¿Quién es? — le susurró a Hermione.

— Es la profesora Charity Burbage. Enseña Estudios Muggle — respondió Hermione.

La profesora tomó el libro que Dumbledore le tendía y esperó a que él se sentara de nuevo para comenzar a leer.

Harry, Ron y Hermione fueron aquella noche a buscar a Pigwidgeon a la lechucería para que Harry le pudiera enviar una carta a Sirius diciéndole que había logrado burlar al dragón sin recibir ningún daño.

Sirius sonrió de oreja a oreja al escuchar eso.

Por el camino, Harry puso a Ron al corriente de todo lo que Sirius le había dicho sobre Karkarov. Aunque al principio Ron se mostró impresionado al oír que Karkarov había sido un mortífago, para cuando entraban en la lechucería se extrañaba de que no lo hubieran sospechado desde el principio.

— ¿Por qué? No era tan obvio — dijo Ernie Macmillan.

— No era nada obvio — lo corrigió Hannah Abbott. — Yo siempre pensé que simplemente tenía mal carácter.

— Bueno, en eso no te equivocabas — respondió Seamus.

Krum no dijo nada para defender a su antiguo director.

Todo encaja, ¿no? —dijo—. ¿No os acordáis de lo que dijo Malfoy en el tren de que su padre y Karkarov eran amigos? Ahora ya sabemos dónde se conocieron. Seguramente en los Mundiales iban los dos juntitos y bien enmascarados...

Decenas de personas miraron en ese momento a Malfoy, queriendo ver su reacción, pero el chico consiguió mantener el semblante neutral. Lo único que traicionó sus verdaderos sentimientos fue el tono de sus mejillas, que pasó de su habitual palidez a tornarse rosado.

Pero te diré una cosa, Harry: si fue Karkarov el que puso tu nombre en el cáliz, ahora mismo debe de sentirse como un idiota, ¿a que sí? No le ha funcionado, ¿verdad? ¡Sólo recibiste un rasguño!

— Ahí tiene razón, le salió el tiro por la culata — dijo Dean.

Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas. Ninguno hizo nada para corregir a Dean y a todos los demás que pensaban lo mismo que él.

Ven acá, yo lo haré.

Pigwidgeon estaba tan emocionado con la idea del reparto, que daba vueltas y más vueltas alrededor de Harry, ululando sin parar. Ron lo atrapó en el aire y lo sujetó mientras Harry le ataba la carta a la patita.

— Pigwigdeon debe ser la lechuza más adorable que hay en Hogwarts — dijo una niña de primero con ojos brillantes.

Aunque no dijo nada, estaba claro que a Ron le había agradado el cumplido hacia su mascota.

No es posible que el resto de las pruebas sean tan peligrosas como ésta... ¿Cómo podrían serlo? —siguió Ron, acercando a Pigwidgeon a la ventana—.

— Lo sé, lo sé — resopló Ron al notar que varias personas lo juzgaban con la mirada. — Sí que podían ser más peligrosas, lo sé…

¿Sabes qué? Creo que podrías ganar el Torneo, Harry, te lo digo en serio.

Harry sabía que Ron sólo se lo decía para compensar de alguna manera su comportamiento de las últimas semanas, pero se lo agradecía de todas formas.

— Qué monos sois — dijo Katie, quizá por enésima vez. Harry se preguntaba qué era lo que veía tan adorable en ellos.

Hermione, sin embargo, se apoyó contra el muro de la lechucería, cruzó los brazos y miró a Ron con el entrecejo fruncido.

A Harry le queda mucho por andar antes de que termine el Torneo —declaró muy seria—. Si esto ha sido la primera prueba, no me atrevo a pensar qué puede venir después.

— ¿Qué vino después? — preguntó un chico de primero.

Debía ser hijo de muggles, porque incluso los estudiantes que no habían estado en Hogwarts el año anterior habían podido seguir el torneo gracias a la prensa.

— Los campeones tuvieron que meterse al lado a luchar contra el calamar gigante — le aseguró otro chico, este de segundo.

Harry no estaba seguro de si lo decía de broma o si lo pensaba de verdad. En cualquier caso, el chico de primero pareció muy emocionado ante la idea y ningún otro alumno o profesor dijo nada para desmentir las palabras del estudiante de segundo.

Eres la esperanza personificada, Hermione —le reprochó Ron—. Parece que te hayas puesto de acuerdo con la profesora Trelawney.

Se oyeron risitas. Hermione hizo una mueca, y Trelawney tampoco pareció muy contenta.

Arrojó al mochuelo por la ventana. Pigwidgeon cayó cuatro metros en picado antes de lograr remontar el vuelo. La carta que llevaba atada a la pata era mucho más grande y pesada de lo habitual: Harry no había podido vencer la tentación de hacerle a Sirius un relato pormenorizado de cómo había burlado y esquivado al colacuerno volando en torno a él.

— Eso es adorable — rió Angelina.

— Fue un relato bastante entretenido. Me lo releí varias veces — afirmó Sirius. — Creo que todavía tengo esa carta en algún sitio...

Harry no pudo evitar sentirse muy contento al escuchar eso.

Contemplaron cómo desaparecía Pigwidgeon en la oscuridad, y luego dijo Ron:

Bueno, será mejor que bajemos para tu fiesta sorpresa, Harry. A estas alturas, Fred y George ya habrán robado suficiente comida de las cocinas del castillo.

— ¿Qué clase de fiesta sorpresa es si ya lo sabe? — dijo Roger Davies.

— Mientras haya comida, qué más da — respondió Seamus.

Por supuesto, cuando entraron en la sala común de Gryffindor todos prorrumpieron una vez más en gritos y vítores. Había montones de pasteles y de botellas grandes de zumo de calabaza y cerveza de mantequilla en cada mesa. Lee Jordan había encendido algunas bengalas fabulosas del doctor Filibuster, que no necesitaban fuego porque prendían con la humedad, así que el aire estaba cargado de chispas y estrellitas.

Algunos sonreían al escuchar la descripción.

Dean Thomas, que era muy bueno en dibujo, había colgado unos estandartes nuevos impresionantes, la mayoría de los cuales representaban a Harry volando en torno a la cabeza del colacuerno con su Saeta de Fuego, aunque un par de ellos mostraban a Cedric con la cabeza en llamas.

La zona de Hufflepuff estalló en gritos.

— ¡Perdón, perdón! — exclamó Dean, tratando de que se le oyera sobre los insultos. — ¡No era con mala intención!

— ¿Qué otra intención puede haber detrás de dibujar a alguien con la cabeza ardiendo? — le espetó un chico de séptimo de Hufflepuff.

— Vosotros llevabais capas en las que ponía Potter apesta, no podéis quejaros — replicó Dean.

— Eso, eso — saltó Seamus en su defensa. — Los primeros en atacar al otro campeón fuisteis vosotros.

Muchos Hufflepuff seguían mirando mal a Dean y Seamus, pero otros parecían más comprensivos. El señor Diggory definitivamente no entraba en esa última categoría: miraba directamente a Dean con una expresión amarga nada agradable.

Harry se sirvió comida (casi había olvidado lo que era sentirse de verdad hambriento)

— Pobrecillo — se oyó decir a la señora Weasley.

y se sentó con Ron y Hermione. No podía concebir tanta felicidad: tenía de nuevo a Ron de su parte, había pasado la primera prueba y no tendría que afrontar la segunda hasta tres meses después.

— Me encanta que lo primero que mencione sea que tiene a Ron a su lado — dijo Hannah. — Me alegro tanto de que vuestra pelea acabara.

Ron sonreía con ganas.

¡Jo, cómo pesa! —dijo Lee Jordan cogiendo el huevo de oro, que Harry había dejado en una mesa, y sopesándolo en una mano—. ¡Vamos, Harry, ábrelo! ¡A ver lo que hay dentro!

Se supone que tiene que resolver la pista por sí mismo —objetó Hermione—. Son las reglas del Torneo...

Se escucharon resoplidos provenientes de todas partes del comedor.

— ¿Te preocupas ahora por las reglas, después de que todos supieran lo de los dragones? — dijo Marietta.

Hermione rodó los ojos y no contestó.

También se suponía que tenía que averiguar por mí mismo cómo burlar al dragón —susurró Harry para que sólo Hermione pudiera oírlo, y ella sonrió sintiéndose un poco culpable.

¡Sí, vamos, Harry, ábrelo! —repitieron varios.

Lee le pasó el huevo a Harry, que hundió las uñas en la ranura y apalancó para abrirlo. Estaba hueco y completamente vacío. Pero, en cuanto Harry lo abrió, el más horrible de los ruidos, una especie de lamento chirriante y estrepitoso, llenó la sala.

Harry no pudo evitar soltar una risita al notar las expresiones de decepción de algunos alumnos que, inocentemente, se habían mostrado muy emocionados al escuchar que Harry abriría el huevo de oro.

Lo más parecido a aquello que Harry había oído había sido la orquesta fantasma en la fiesta de cumpleaños de muerte de Nick Casi Decapitado, cuyos componentes tocaban sierras musicales.

— Uf, ¿tan mal sonaba? — preguntó Terry Boot.

— Peor de lo que imaginas — replicó Ron.

¡Ciérralo! —gritó Fred, tapándose los oídos con las manos.

¿Qué era eso? —preguntó Seamus Finnigan, observando el huevo cuando Harry volvió a cerrarlo—. Sonaba como una banshee. ¡A lo mejor te hacen burlar a una de ellas, Harry!

— Eso habría sido genial — exclamó una chica de tercero.

¡Era como alguien a quien estuvieran torturando! —opinó Neville, que se había puesto muy blanco y había dejado caer los hojaldres rellenos de salchicha—. ¡Vas a tener que luchar contra la maldición cruciatus!

A Harry le dio un escalofrío. Miró a Krum, que murmuraba algo con Fleur, y supuso que los tres estaban pensando lo mismo: al final, la maldición cruciatus sí que se había utilizado en una de las pruebas…

No seas tonto, Neville, eso es ilegal —observó George—. Nunca utilizarían la maldición cruciatus contra los campeones. Yo creo que se parecía más bien a Percy cantando... A lo mejor tienes que atacarlo cuando esté en la ducha, Harry.

Se oyeron risitas, a la vez que Percy regañaba a George. Neville, que se había puesto pálido al pensar en la maldición cruciatus otra vez, también sonrió. Varios miembros de la orden le sonreían amablemente, aunque eso no pareció notarlo casi nadie.

¿Quieres un trozo de tarta de mermelada, Hermione? —le ofreció Fred. Hermione miró con desconfianza la fuente que él le ofrecía. Fred sonrió.

— No la cojas — dijo Percy rápidamente.

No te preocupes, no le he hecho nada —le aseguró—. Con las que hay que tener cuidado es con las galletas de crema.

Neville, que precisamente acababa de probar una de esas galletas, se atragantó y la escupió. Fred se rió.

Sólo es una broma inocente, Neville...

— De eso nada — rió Seamus.

Harry, que también recordaba lo que sucedió justo después, no pudo evitar sonreír.

Hermione se sirvió un trozo de tarta de mermelada y preguntó:

¿Has cogido todo esto de las cocinas, Fred?

Ajá —contestó Fred muy sonriente. Adoptó un tono muy agudo para imitar la voz de un elfo—: «¡Cualquier cosa que podamos darle, señor, absolutamente cualquier cosa!» Son la mar de atentos... Si les digo que tengo un poquito de hambre son capaces de ofrecerme un buey asado.

¿Cómo te las arreglas para entrar? —preguntó Hermione, con un tono de voz inocentemente indiferente.

A muchos se les iluminaron los ojos y un murmullo emocionado se extendió por el comedor.

Es bastante fácil —dijo Fred—. Hay una puerta oculta detrás de un cuadro con un frutero. Cuando uno le hace cosquillas a la pera, se ríe y... —Se detuvo y la miró con recelo—. ¿Por qué lo preguntas?

Entre los alumnos, el entusiasmo era visible.

— Vamos a tener que cambiar la entrada a las cocinas — dijo McGonagall con desgana.

— Eso parece — suspiró la profesora Sprout. — Es una pena. Esa pera ha aguantado años sin que la descubrieran.

Por nada —contestó rápidamente Hermione.

¿Vas a intentar ahora llevar a los elfos a la huelga? —inquirió George—. ¿Vas a dejar todo eso de la propaganda y sembrar el germen de la revolución?

Algunos se rieron alegremente, pero Hermione no contestó.

— Es obvio que lo va a intentar — dijo Marietta. — Pero dudo que lo consiguiera, si esto pasó el año pasado y seguimos teniendo elfos domésticos.

Hermione no apreció que se llamara la atención sobre su fracaso, pero no replicó nada.

¡No vayas a enfadarlos diciéndoles que tienen que liberarse y cobrar salarios! —le advirtió Fred—. ¡Los distraerás de su trabajo en la cocina!

Lo que no pudo evitar Hermione fue soltar un bufido indignado al escuchar eso. Fred fingió no notarlo.

El que los distrajo en aquel momento fue Neville al convertirse en un canario grande.

Medio comedor estalló en risas, a la vez que Neville se ruborizaba.

— Pobre, siempre le toca a él — dijo Hannah.

— Los señores Weasley harían bien centrando ese talento para las transformaciones en mejorar sus notas de mi asignatura — dijo McGonagall, que los miraba con una ceja alzada.

¡Ah, lo siento, Neville! —gritó Fred, por encima de las carcajadas—. Se me había olvidado. Es la galleta de crema que hemos embrujado.

Un minuto después las plumas de Neville empezaron a desprenderse, y, una vez que se hubieron caído todas, su aspecto volvió a ser el de siempre. Hasta él se rió.

— Al menos se lo toma con humor — dijo Justin.

— Creo que no le queda otra, con todo lo que le pasa — respondió Ernie.

Neville suspiró y asintió brevemente.

¡Son galletas de canarios! —explicó Fred con entusiasmo—. Las hemos inventado George y yo... Siete sickles cada una. ¡Son una ganga!

Hubo murmullos de interés entre el alumnado.

— Pues no están nada mal de precio — se oyó murmurar a un chico de tercero.

Harry estaba seguro de que, cuando todo esto acabara, Fred y George tendrían una lista de pedidos bastante extensa.

Era casi la una de la madrugada cuando por fin Harry subió al dormitorio acompañado de Ron, Neville, Seamus y Dean. Antes de cerrar las cortinas de su cama adoselada, Harry colocó la miniatura del colacuerno húngaro en la mesita de noche, donde el pequeño dragón bostezó, se acurrucó y cerró los ojos.

Se escucharon varios "ooh" y varias personas comentaron lo adorable que sonaba.

— Son criaturas hermosas — dijo Hagrid con los ojos brillantes de emoción.

En realidad, pensó Harry, echando las cortinas, Hagrid tenía algo de razón: los dragones no estaban tan mal...

Eso hizo que Hagrid sonriera aún más.

El comienzo del mes de diciembre llevó a Hogwarts vientos y tormentas de aguanieve. Aunque el castillo siempre resultaba frío en invierno por las abundantes corrientes de aire, a Harry le alegraba encontrar las chimeneas encendidas y los gruesos muros cada vez que volvía del lago, donde el viento hacía cabecear el barco de Durmstrang e inflaba las velas negras contra la oscuridad del cielo.

— ¿No pasabais frío? — preguntó Angelina.

— El barrco estaba prreparrado para prrotegerrnos de las temperraturras de fuera — respondió Krum. — Además, nuestrros uniforrmes abrrigan más que los vuestrros.

Imaginó que el carruaje de Beauxbatons también debía de resultar bastante frío.

— Paga eso existen los encantamientos de aislamiento — dijo Fleur en voz alta. — Allí no entgaba nada de fgío.

Notó que Hagrid mantenía los caballos de Madame Maxime bien provistos de su bebida preferida: whisky de malta sin rebajar. Los efluvios que emanaban del bebedero, situado en un rincón del potrero, bastaban para que la clase entera de Cuidado de Criaturas Mágicas se mareara. Esto resultaba inconveniente, dado que seguían cuidando de los horribles escregutos y necesitaban tener la cabeza despejada.

— ¿Es correcto eso que acabo de escuchar? — dijo Umbridge. — ¿Hagrid permitió que los alumnos estuvieran tan cerca del alcohol como para que estuvieran mareados? Cada detalle que se descubre sobre sus clases prueba una y otra vez que está usted incapacitado para ser profesor.

— Menuda arpía — se oyó murmurar a Seamus, al tiempo que Hagrid se ponía muy coloreado.

No estoy seguro de si hibernan o no —dijo Hagrid a sus alumnos, que temblaban de frío, en la siguiente clase, en la huerta de las calabazas—. Lo que vamos a hacer es probar si les apetece echarse un sueñecito... Los pondremos en estas cajas.

Sólo quedaban diez escregutos. Aparentemente, sus deseos de matarse se habían limitado a los de su especie. Para entonces tenían casi dos metros de largo.

Hubo jadeos.

— ¿Tanto? — exclamó un chico de primero. — Me los imaginaba mucho más pequeños.

— Al principio lo eran — se lamentó Ron. — Pero luego...

El grueso caparazón gris, las patas poderosas y rápidas, las colas explosivas, los aguijones y los aparatos succionadores se combinaban para hacer de los escregutos las criaturas más repulsivas que Harry hubiera visto nunca.

Hagrid pareció lamentar oír eso. Sin embargo, muchos de los alumnos que habían tenido que lidiar con los escregutos el año anterior asintieron con ganas, totalmente de acuerdo con Harry.

Desalentada, la clase observó las enormes cajas que Harry acababa de llevarles, todas provistas de almohadas y mantas mullidas.

Los meteremos dentro —explicó Hagrid—, les pondremos las tapas, y a ver qué sucede.

Pero no tardó en resultar evidente que los escregutos no hibernaban y que no se mostraban agradecidos de que los obligaran a meterse en cajas con almohadas y mantas, y los dejaran allí encerrados.

— Qué raro — ironizó Malfoy.

Hagrid enseguida empezó a gritar: «¡No os asustéis, no os asustéis!», mientras los escregutos se desmadraban por el huerto de las calabazas tras dejarlo sembrado de los restos de las cajas, que ardían sin llama. La mayor parte de la clase (con Malfoy, Crabbe y Goyle a la cabeza) se había refugiado en la cabaña de Hagrid y se había atrincherado allí dentro.

Malfoy se ruborizó al escuchar las risitas a su costa. Crabbe y Goyle miraron a Harry con rabia, como si él tuviera la culpa.

Harry, Ron y Hermione, sin embargo, estaban entre los que se habían quedado fuera para ayudar a Hagrid. Entre todos consiguieron sujetar y atar a nueve escregutos, aunque a costa de numerosas quemaduras y heridas. Al final no quedaba más que uno.

Umbridge le susurraba algo a Fudge, que asentía.

¡No lo espantéis! —les gritó Hagrid a Harry y Ron, que le lanzaban chorros de chispas con las varitas. El escreguto avanzaba hacia ellos con aire amenazador, el aguijón levantado y temblando—. ¡Sólo hay que deslizarle una cuerda por el aguijón para que no les haga daño a los otros!

¡Por nada del mundo querríamos que sufrieran ningún daño! —exclamó Ron con enojo mientras Harry y él retrocedían hacia la cabaña de Hagrid, defendiéndose del escreguto a base de chispas.

— … es completamente irresponsable — Harry alcanzó a oír algunas de las palabras que decía Umbridge. Viendo la cara de Hagrid, era obvio que él también lo había escuchado.

Bien, bien, bien... esto parece divertido.

Rita Skeeter estaba apoyada en la valla del jardín de Hagrid, contemplando el alboroto.

— ¿Qué narices hacia allí? — preguntó Sirius con el ceño fruncido.

— Precisamente, tocar las narices — replicó Fred.

Aquel día llevaba una gruesa capa de color fucsia con cuello de piel púrpura y, colgado del brazo, el bolso de piel de cocodrilo.

— Qué hortera — dijo Parvati con una mueca.

Hagrid se lanzó sobre el escreguto que estaba acorralando a Harry y Ron, y lo aplastó contra el suelo. El animal disparó por la cola un chorro de fuego que estropeó las plantas de calabaza cercanas.

Neville murmuró algo que sonó como "pobres calabazas".

¿Quién es usted? —le preguntó Hagrid a Rita Skeeter, mientras le pasaba al escreguto un lazo por el aguijón y lo apretaba.

Rita Skeeter, reportera de El Profeta —contestó Rita con una sonrisa. Le brillaron los dientes de oro.

— Esa sonrisa me da muy mala espina — dijo Lee Jordan.

Creía que Dumbledore le había dicho que ya no se le permitía entrar en Hogwarts —contestó ceñudo Hagrid, que se incorporó y empezó a arrastrar el escreguto hacia sus compañeros.

Rita actuó como si no lo hubiera oído.

— Qué maleducada — se quejó Daphne Greengrass.

¿Cómo se llaman esas fascinantes criaturas? —preguntó, acentuando aún más su sonrisa.

Escregutos de cola explosiva —gruñó Hagrid.

¿De verdad? —dijo Rita, llena de interés—. Nunca había oído hablar de ellos... ¿De dónde vienen?

— ¿En serio le interesan los escregutos? — preguntó Jimmy Peakes, escéptico.

— Claro que no. Solo quería meter a Hagrid en problemas — respondió Ron.

Harry notó que, por encima de la enmarañada barba negra de Hagrid, la piel adquiría rápidamente un color rojo mate, y se le cayó el alma a los pies. ¿Dónde había conseguido Hagrid los escregutos?

Hagrid se puso tan rojo en el presente como lo había hecho el año anterior durante aquella conversación. Varios profesores le lanzaron miradas alarmadas, pero ninguno dijo nada. Umbridge se sentó muy erguida en su asiento y se quedó mirando al libro con los ojos entrecerrados.

Hermione, que parecía estar pensando lo mismo, se apresuró a intervenir. —Son muy interesantes, ¿verdad? ¿Verdad, Harry?

¿Qué? ¡Ah, sí...!, ¡ay!... muy interesantes —dijo Harry al recibir un pisotón.

— Sois un cielo — sonrió Katie, a la vez que algunos reían.

— No os merezco — dijo Hagrid al mismo tiempo.

Harry y Hermione le sonrieron.

¡Ah, pero si estás aquí, Harry! —exclamó Rita Skeeter cuando lo vio—. Así que te gusta el Cuidado de Criaturas Mágicas, ¿eh? ¿Es una de tus asignaturas favoritas?

Sí —declaró Harry con rotundidad. Hagrid le dirigió una sonrisa.

También le sonreía en el presente.

Divinamente —dijo Rita—. Divinamente de verdad. ¿Lleva mucho dando clase? —le preguntó a Hagrid.

Harry notó que los ojos de ella pasaban de Dean (que tenía un feo corte en la mejilla) a Lavender (cuya túnica estaba chamuscada), a Seamus (que intentaba curarse varios dedos quemados) y luego a las ventanas de la cabaña, donde la mayor parte de la clase se apiñaba contra el cristal, esperando a que pasara el peligro.

— Ah… Perdón por eso. Daños colaterales… — se disculpó Hagrid en voz alta.

Ninguno de los alumnos mencionados parecía molesto, excepto quizá Lavender, pero ni siquiera ella miró mal a Hagrid.

Éste es sólo mi segundo curso —contestó Hagrid.

Divinamente... ¿Estaría usted dispuesto a concederme una entrevista? Podría compartir algo de su experiencia con las criaturas mágicas. El Profeta saca todos los miércoles una columna zoológica, como estoy segura de que sabrá. Podríamos hablar de estos... eh... «escorbutos de cola positiva».

Escregutos de cola explosiva —la corrigió Hagrid—. Eh... sí, ¿por qué no?

— Algo trama — dijo Alicia. — Esa mujer no es de fiar.

Angelina y Katie asintieron.

A Harry aquello le dio muy mala espina, pero no había manera de decírselo a Hagrid sin que Rita Skeeter se diera cuenta, así que aguantó en silencio mientras Hagrid y Rita Skeeter acordaban verse en Las Tres Escobas esa misma semana para una larga entrevista. Luego sonó la campana en el castillo, señalando el fin de la clase.

¡Bueno, Harry, adiós! —lo saludó Rita Skeeter con alegría cuando él se iba con Ron y Hermione—. ¡Hasta el viernes por la noche, Hagrid!

— Qué frustrante — se quejó Susan Bones. — Es obvio que piensa jugársela a Hagrid.

Le dará la vuelta a todo lo que diga Hagrid —dijo Harry en voz baja.

Mientras no haya importado los escregutos ilegalmente o algo así... —agregó Hermione muy preocupada.

Se miraron entre sí. Ése era precisamente el tipo de cosas de las que Hagrid era perfectamente capaz.

— ¿Fue así? — preguntó la profesora Umbridge. — ¿Los consiguió de manera ilegal?

— Prefiero no responder — replicó Hagrid, con más seguridad de la que sentía realmente. El hecho de que no fuera capaz de mirar a Umbridge a los ojos lo delataba.

Hagrid ya ha dado antes muchos problemas, y Dumbledore no lo ha despedido nunca —dijo Ron en tono tranquilizador—. Lo peor que podría pasar sería que Hagrid tuviera que deshacerse de los escregutos. Perdón, ¿he dicho lo peor? Quería decir lo mejor.

Harry y Hermione se rieron y, algo más alegres, se fueron a comer.

A Hagrid no le hizo mucha gracia ese comentario, pero, después de leer todo lo que los escregutos les habían hecho pasar a los alumnos, no pudo defenderlos.

Harry disfrutó mucho la clase de Adivinación de aquella tarde. Seguían con los mapas planetarios y las predicciones; pero, como Ron y él eran amigos de nuevo, la clase volvía a resultar muy divertida.

Hermione sonrió al escuchar eso. Ron también y Harry, contagiándose, no pudo evitar hacerlo también.

La profesora Trelawney, que se había mostrado tan satisfecha de los dos cuando predecían sus horribles muertes, volvió a enfadarse de la risa tonta que les entró en medio de su explicación de las diversas maneras en que Plutón podía alterar la vida cotidiana.

Me atrevo a pensar —dijo en su voz tenue que no ocultaba el evidente enfado— que algunos de los presentes —miró reveladoramente a Harry— se mostrarían menos frívolos si hubieran visto lo que he visto yo al mirar esta noche la bola de cristal. Estaba yo sentada cosiendo, cuando no pude contener el impulso de consultar la bola. Me levanté, me coloqué ante ella y sondeé en sus cristalinas profundidades... ¿Y a que no diríais lo que vi devolviéndome la mirada?

¿Un murciélago con gafas? —dijo Ron en voz muy baja. Harry hizo enormes esfuerzos para no reírse.

En el comedor, nadie hacía esfuerzos para no reírse, excepto algunos profesores. La señora Weasley le lanzó a Ron una mirada de advertencia, pero él estaba demasiado ocupado riéndose de su propio comentario como para darse cuenta.

La muerte, queridos míos.

Parvati y Lavender se taparon la boca con las manos, horrorizadas.

— ¿Por qué os sorprendíais tanto? Si siempre dice lo mismo — dijo Seamus.

— Deberíais respetar más a la profesora — se quejó Lavender. — Ha hecho profecías reales, ¡ya lo demostraron con el pensadero!

Harry gimió. Vale, puede que la profesora Trelawney hubiera hecho una profecía real la noche que Sirius escapó, pero eso no significaba que todas las veces que predecía su muerte tuviera razón. ¡Él seguía vivo!

Sí —dijo la profesora Trelawney—, viene acercándose cada vez más, describiendo círculos en lo alto como un buitre, bajando, cerniéndose sobre el castillo...

Miró con enojo a Harry, que bostezaba con descaro.

— Qué falta de respeto — bufó Parvati.

— Quizá Harry la respetaría más si dejara de predecir su muerte en cada clase — lo defendió Sirius.

Parvati no se atrevió a discutir con él.

Daría más miedo si no hubiera dicho lo mismo ochenta veces antes —comentó Harry, cuando por fin salieron al aire fresco de la escalera que había bajo el aula de la profesora Trelawney—. Pero si me hubiera muerto cada vez que me lo ha pronosticado, sería a estas alturas un milagro médico.

Muchos se echaron a reír. La profesora Trelawney seguía con el ceño fruncido, pero no dijo nada para defenderse.

Serías un concentrado de fantasma —dijo Ron riéndose alegremente cuando se cruzaron con el Barón Sanguinario, que iba en el sentido opuesto, con una expresión siniestra en los ojos—. Al menos no nos han puesto deberes. Espero que la profesora Vector le haya puesto a Hermione un montón de trabajo. Me encanta no hacer nada mientras ella está...

— Qué cruel — bufó una chica de sexto.

— De cruel nada. A Hermione le encanta hacer deberes, ¿no es así? — dijo Fred.

Ella rodó los ojos y no contestó.

Pero Hermione no fue a cenar, ni la encontraron en la biblioteca cuando fueron a buscarla. Dentro sólo estaba Viktor Krum. Ron merodeó un rato por las estanterías, observando a Krum y cuchicheando con Harry sobre si pedirle un autógrafo. Pero luego Ron se dio cuenta de que había al acecho seis o siete chicas en la estantería de al lado debatiendo exactamente lo mismo, y perdió todo interés en la idea.

El comedor se llenó de risas y Ron se ruborizó intensamente. Krum le hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza al que Ron respondió con un gruñido.

Pero ¿adónde habrá ido? —preguntó Ron mientras volvían con Harry a la torre de Gryffindor.

Ni idea... «Tonterías.»

Apenas había empezado la Señora Gorda a despejar el paso, cuando las pisadas de alguien que se acercaba corriendo por detrás les anunciaron la llegada de Hermione.

¡Harry! —llamó, jadeante, y patinó al intentar detenerse en seco (la Señora Gorda la observó con las cejas levantadas)—. Tienes que venir, Harry. Tienes que venir: es lo más sorprendente que puedas imaginar. Por favor...

— ¿Qué había pasado? — exclamó Colin.

— Debe ser algo importante — respondió Dennis, emocionado.

Agarró a Harry del brazo e intentó arrastrarlo por el corredor.

¿Qué pasa? —preguntó Harry.

Ya lo verás cuando lleguemos. Ven, ven, rápido...

Harry miró a Ron, y él le devolvió la mirada, intrigado.

Vale —aceptó Harry, que dio media vuelta para acompañar a Hermione. Ron se apresuró para no quedarse atrás.

— ¿Había otro troll en Hogwarts? — preguntó una niña de primero inocentemente.

— No creo, nos habríamos enterado — respondió Justin.

¡Ah, no os preocupéis por mí! —les gritó bastante irritada la Señora Gorda—. ¡No es necesario que os disculpéis por haberme molestado! No me importa quedarme aquí, franqueando el paso hasta que volváis.

Muchas gracias —contestó Ron por encima del hombro.

La señora Weasley, que todavía había parecido molesta por el comportamiento de Ron en clase de Adivinación, sonrió al escuchar eso.

¿Adónde vamos, Hermione? —preguntó Harry, después de que ella los hubo conducido por seis pisos y comenzaron a bajar la escalinata de mármol que daba al vestíbulo.

¡Ya lo veréis, lo veréis dentro de un minuto! —dijo Hermione emocionada.

La emoción de la Hermione del libro se contagiaba al resto del comedor.

Al final de la escalinata dobló a la izquierda y fue aprisa hacia la puerta por la que Cedric Diggory había entrado la noche en que el cáliz de fuego eligió su nombre y el de Harry. Harry nunca había estado allí. Él y Ron siguieron a Hermione por otro tramo de escaleras que, en lugar de dar a un sombrío pasaje subterráneo como el que llevaba a la mazmorra de Snape, desembocaba en un amplio corredor de piedra, brillantemente iluminado con antorchas y decorado con alegres pinturas, la mayoría bodegones.

La profesora McGonagall suspiró, al tiempo que Sprout negaba con la cabeza, resignada.

— Van a las cocinas — dijeron las dos al mismo tiempo.

Eso hizo que muchos (los que jamás se habían planteado la posibilidad de ir a robar comida a las cocinas) se sintieran decepcionados. El resto (la mayoría) siguió escuchando con emoción.

¡Ah, espera...! —exclamó Harry, a medio corredor—. Espera un minuto, Hermione.

¿Qué? —Ella se volvió para mirarlo con expresión impaciente.

Creo que ya sé de qué se trata —dijo Harry.

Le dio un codazo a Ron y señaló la pintura que había justo detrás de Hermione: representaba un gigantesco frutero de plata.

¡Hermione! —dijo Ron cayendo en la cuenta—. ¡Nos quieres liar otra vez en ese rollo del pedo!

Medio comedor se echó a reír a carcajadas. Hermione frunció el ceño, muy molesta.

¡No, no, no es verdad! —se apresuró a negar ella—. Y no se llama «pedo», Ron.

¿Le has cambiado el nombre? —preguntó Ron, frunciendo el entrecejo—. ¿Qué somos ahora, el Frente de Liberación de los Elfos Domésticos? Yo no me voy a meter en las cocinas para intentar que dejen de trabajar, ni lo sueñes.

— Qué poco la apoyas — bufó una chica de Hufflepuff.

— ¿Ves? Por eso Hermione estaría mejor saliendo con Harry — saltó otra chica que estaba sentada a su lado.

Harry se atragantó al oírla y Ron hizo una mueca rara, pero fue Hermione la que habló:

— Oh, por favor. ¿Qué más os da quién salga con quién? No es de vuestra incumbencia.

Las dos chicas de Hufflepuff se quedaron mirándola sin muestra alguna de arrepentimiento.

— Teniendo en cuenta que nos están obligando a pasar días leyendo vuestras vidas, creo que sí que es de nuestra incumbencia — replicó una de ellas.

— De eso nada — dijo Hermione, más molesta que antes.

Las dos Hufflepuff ya no insistieron más, pero estaba claro que Hermione no las había convencido.

¡No te pido nada de eso! —contestó Hermione un poco harta—. Acabo de venir a hablar con ellos y me he encontrado... ¡Ven, Harry, quiero que lo veas!

Cogiéndolo otra vez del brazo, tiró de él hasta la pintura del frutero gigante, alargó el índice y le hizo cosquillas a una enorme pera verde, que comenzó a retorcerse entre risitas, y de repente se convirtió en un gran pomo verde. Hermione lo accionó, abrió la puerta y empujó a Harry por la espalda, obligándolo a entrar.

— Definitivamente hay que cambiar la entrada — suspiró la profesora Sprout, quien obviamente había notado las expresiones ilusionadas de gran parte del comedor.

Harry alcanzó a echar un rápido vistazo a una sala enorme con el techo muy alto, tan grande como el Gran Comedor que había encima, llena de montones de relucientes ollas de metal y sartenes colgadas a lo largo de los muros de piedra, y una gran chimenea de ladrillo al otro extremo, cuando algo pequeño se acercó a él corriendo desde el medio de la sala.

¡Harry Potter, señor! —chilló—. ¡Harry Potter!

— ¡Es Dobby! — exclamó Dennis.

Un segundo después el elfo le dio un abrazo tan fuerte en el estómago que lo dejó sin aliento, y Harry temió que le partiera las costillas.

¿Do... Dobby? —dijo, casi ahogado.

¡Es Dobby, señor, es Dobby! —chilló una voz desde algún lugar cercano a su ombligo—. ¡Dobby ha esperado y esperado para ver a Harry Potter, señor, hasta que Harry Potter ha venido a verlo, señor!

Muchos sonrieron. El elfo se había ganado el cariño de gran parte del alumnado.

Dobby lo soltó y retrocedió unos pasos, sonriéndole. Sus enormes ojos verdes, que tenían la forma de pelotas de tenis, rebosaban lágrimas de felicidad. Estaba casi igual a como Harry lo recordaba: la nariz en forma de lápiz, las orejas de murciélago, los dedos y pies largos... Lo único diferente era la ropa.

Cuando Dobby trabajaba para los Malfoy, vestía siempre la misma funda de almohadón vieja y sucia.

— Se me había olvidado que Dobby trabajaba para los Malfoy — exclamó una chica de tercero.

— Pues qué poca memoria — gruñó Malfoy.

Pero aquel día llevaba la combinación de prendas de vestir más extraña que Harry hubiera visto nunca. Al elegir él mismo la ropa había hecho un trabajo aún peor que los magos que habían ido a los Mundiales.

— ¿Es que eso era posible? — bufó Dean.

— Pues sí, ya lo verás — replicó Harry.

De sombrero llevaba una cubretetera en la que había puesto un montón de insignias, y, sobre el pecho desnudo, una corbata con dibujos de herraduras; a ello se sumaba lo que parecían ser unos pantalones de fútbol de niño, y unos extraños calcetines. Harry reconoció uno de ellos como el calcetín negro que él mismo se había quitado, engañando al señor Malfoy para que se lo pasara a Dobby, con lo cual le había concedido involuntariamente la libertad. El otro era de rayas de color rosa y naranja.

Demelza Robins escuchaba la descripción con cara de sentirse horrorizada.

— Que alguien se lleve a ese elfo de compras — dijo, alarmada.

— No es mala idea, aunque no sé si lo aceptaría — sonrió Dumbledore.

¿Qué haces aquí, Dobby? —dijo Harry sorprendido.

¡Dobby ha venido para trabajar en Hogwarts, señor! —chilló Dobby emocionado—. El profesor Dumbledore les ha dado trabajo a Winky y Dobby, señor.

— ¡Así que Dobby está aquí! — exclamó Colin.

¿Winky? —se asombró Harry—. ¿Es que también está aquí?

¡Sí, señor, sí! —Dobby agarró a Harry de la mano y tiró de él entre las cuatro largas mesas de madera que había allí. Cada una de las mesas, según notó Harry al pasar por entre ellas, estaba colocada exactamente bajo una de las cuatro que había arriba, en el Gran Comedor. En aquel momento se hallaban vacías porque la cena había acabado, pero se imaginó que una hora antes habrían estado repletas de platos que luego se enviarían a través del techo a sus correspondientes del piso de arriba.

— Exactamente — dijo Dumbledore.

En la cocina había al menos cien pequeños elfos, que se inclinaban sonrientes cuando Harry, arrastrado por Dobby, pasaba entre ellos. Todos llevaban el mismo uniforme: un paño de cocina estampado con el blasón de Hogwarts y atado a modo de toga, como había visto que hacía Winky.

— ¿Solo Dobby se viste diferente? — preguntó Neville.

— Es el elfo más original — sonrió Luna.

Dobby se detuvo ante la chimenea de ladrillo.

¡Winky, señor! —anunció.

Winky estaba sentada en un taburete al lado del fuego. A diferencia de Dobby, ella no había andado apropiándose de ropa. Llevaba una faldita elegante y una blusa con un sombrero azul a juego que tenía agujeros para las orejas. Sin embargo, mientras que todas las prendas del extraño atuendo de Dobby se hallaban tan limpias y bien cuidadas que parecían completamente nuevas, Winky no parecía dar ninguna importancia a su ropa: tenía manchas de sopa por toda la pechera de la blusa y una quemadura en la falda.

— Ay, pobrecita. Debe estar muy deprimida — se lamentó Angelina.

Hola, Winky —saludó Harry.

A Winky le tembló el labio. Luego rompió a llorar, y las lágrimas se derramaron desde sus grandes ojos castaños y le cayeron a la blusa, como en los Mundiales de Quidditch.

— ¿Se puso a llorar solo porque le dijeron hola? — dijo Dean. — Creo que necesita ayuda profesional...

¡Ah, por Dios! —dijo Hermione. Ella y Ron habían seguido a Harry y Dobby hasta el otro extremo de la cocina—. Winky, no llores, por favor, no...

Pero Winky lloró aún con más fuerza. Por su parte, Dobby le sonrió a Harry.

—¿Le apetecería a Harry Potter una taza de té? —chilló bien alto, por encima de los sollozos de Winky.

— La sensibilidad no es lo suyo — dijo Susan Bones.

— ¿Qué puedes esperar de un elfo que le rompió el brazo a Harry para protegerlo? — resopló Jimmy Peakes.

Eh... bueno —aceptó Harry.

Al instante, unos seis elfos domésticos llegaron al trote por detrás, llevando una bandeja grande de plata cargada con una tetera, tazas para Harry, Ron y Hermione, una lecherita y un plato lleno de pastas.

¡Qué buen servicio! —dijo Ron impresionado.

No fue el único alumno que se mostró impresionado. En ese momento, muchos deseaban estar en las cocinas.

Hermione lo miró con el entrecejo fruncido, pero los elfos parecían encantados. Hicieron una profunda reverencia y se retiraron.

— ¿Ves? Ellos son felices — dijo Pansy Parkinson.

Hermione fingió no haberla escuchado.

¿Cuánto tiempo llevas aquí, Dobby? —preguntó Harry, mientras Dobby servía el té.

¡Sólo una semana, Harry Potter, señor! —contestó Dobby muy contento—. Dobby vino para ver al profesor Dumbledore, señor. ¿Sabe, señor?, a un elfo doméstico que ha sido despedido le resulta muy difícil conseguir un nuevo puesto de trabajo.

Varios alumnos asintieron.

— Es raro que despidan a un elfo — explicó el profesor Flitwick. — Los elfos suelen mantenerse durante generaciones en la misma familia. Un elfo doméstico que ha sido despedido, por lo general, debe haber desobedecido seriamente a su amo, y eso no da buena imagen a la hora de buscar nuevo empleo.

Harry, que recordaba bien todo lo que Dobby y Winky habían contado aquel día, sabía lo ciertas que eran las palabras del profesor.

Al decir esto, Winky redobló la fuerza de sus sollozos. La nariz, que era parecida a un tomate aplastado, le goteaba sobre la blusa, y ella no hacía nada para impedirlo.

Algunos hicieron muecas de asco al oír eso. Otros, solo parecían sentir pena por Winky.

¡Dobby ha viajado por todo el país durante dos años intentando encontrar trabajo, señor! —chilló Dobby—. ¡Pero Dobby no ha encontrado trabajo, señor, porque Dobby quiere que le paguen!

— Y eso también complica el asunto — sonrio Flitwick. A Harry le dio la impresión de que el profesor estaba de acuerdo con que a los elfos se les diera una paga.

Los elfos domésticos que había por la cocina, que escuchaban y observaban con interés, apartaron la mirada al oír aquellas palabras, como si Dobby hubiera dicho algo grosero y vergonzoso.

Hermione, por el contrario, le dijo:

¡Me parece muy bien, Dobby!

¡Gracias, señorita! —respondió Dobby, enseñándole los dientes al sonreír—. Pero la mayor parte de los magos no quieren un elfo doméstico que exige que le paguen, señorita. «¡Pues vaya un elfo doméstico!», dicen, y me dan un portazo. A Dobby le gusta trabajar, pero quiere llevar ropa y quiere que le paguen, Harry Potter... ¡A Dobby le gusta ser libre!

— Es el elfo más raro del mundo — comentó Lee Jordan, aunque sonreía.

— Me cae bien — dijo Luna.

Los elfos domésticos de Hogwarts se alejaban de Dobby poco a poco, como si sufriera una enfermedad contagiosa. Winky se quedó donde estaba, aunque se puso a llorar aún con más fuerza.

¡Y después, Harry Potter, Dobby va a ver a Winky y se entera de que Winky también ha sido liberada! —dijo Dobby contento.

Al oír esto, Winky se levantó de golpe del taburete y, echándose boca abajo sobre el suelo de losas de piedra, se puso a golpearlo con sus diminutos puños mientras lloraba con verdadero dolor.

Las reacciones fueron muy variadas. Mientras algunos sentían pena por Winky, otros defendían a Dobby y se enfadaban porque la elfina lo hubiera golpeado.

Hermione se apresuró a dejarse caer de rodillas a su lado, e intentó consolarla, pero nada de lo que decía tenía ningún efecto.

Dobby prosiguió su historia chillando por encima del llanto de Winky.

— La empatía definitivamente tiene que mejorarla — dijo Angelina, divertida.

— Cada vez me da más pena Winky — admitió Katie.

¡Y entonces se le ocurrió a Dobby, Harry Potter, señor! «¿Por qué Dobby y Winky no buscan trabajo juntos?», dice Dobby. «¿Dónde hay bastante trabajo para dos elfos domésticos?», pregunta Winky. Y Dobby piensa, ¡y cae en la cuenta, señor! ¡Hogwarts! Así que Dobby y Winky vinieron a ver al profesor Dumbledore, señor, ¡y el profesor Dumbledore los contrató!

— La verdad es que fue una idea muy inteligente — dijo Ginny.

Dobby sonrió muy contento, y de los ojos volvieron a brotarle lágrimas de felicidad.

¡Y el profesor Dumbledore dice que pagará a Dobby, señor, si Dobby quiere que se le pague! ¡Y así Dobby es un elfo libre, señor, y Dobby recibe un galeón a la semana y libra un día al mes!

— Pues tampoco es tanto dinero — dijo Charlie.

— Ni tantas vacaciones — añadió Bill. — Pero claro, para un elfo eso debe ser una paga increíble.

¡Eso no es mucho! —dijo Hermione desde el suelo, por encima de los continuados llantos y puñetazos de Winky.

El profesor Dumbledore le ofreció a Dobby diez galeones a la semana, y librar los fines de semana —explicó Dobby, estremeciéndose repentinamente, como si la posibilidad de tantas riquezas y tiempo libre lo aterrorizara—, pero Dobby regateó hacia abajo, señorita... A Dobby le gusta la libertad, señorita, pero no quiere demasiada, señorita. Prefiere trabajar.

— Es que está en su naturaleza — dijo Pansy en voz alta. — Por eso trabajan para nosotros.

— Que les guste trabajar no significa que tengamos derecho a explotarlos — dijo Hermione con frialdad.

¿Y cuánto te paga a ti el profesor Dumbledore, Winky? —le preguntó Hermione con suavidad.

Si pensaba que aquella pregunta la alegraría, estaba completamente equivocada. Winky dejó de llorar, pero cuando se sentó miró a Hermione con sus enormes ojos castaños, con la cara empapada y una expresión de furia.

— Esto va a ser bueno — murmuró Fred.

¡Winky puede ser una elfina desgraciada, pero todavía no recibe paga! —chilló—. ¡Winky no ha caído tan bajo! ¡Winky se siente avergonzada de ser libre! ¡Como debe ser!

¿Avergonzada? —repitió Hermione sin comprender—. ¡Pero, vamos, Winky! ¡Es el señor Crouch el que debería avergonzarse, no tú! Tú no hiciste nada incorrecto. ¡Es él el que se portó contigo horriblemente!

— No creo que le haga ninguna gracia escuchar eso — dijo Lupin.

Pero, al oír aquellas palabras, Winky se llevó las manos a los agujeros del sombrero y se aplastó las orejas para no oír nada, a la vez que chillaba:

¡Usted no puede insultar a mi amo, señorita! ¡Usted no puede insultar al señor Crouch! ¡El señor Crouch es un buen mago, señorita! ¡El señor Crouch hizo bien en despedir a Winky, que es mala!

— Es horrible — se lamentó una chica de segundo. — ¿Qué hay que hacer para unirse a la P.E.D.D.O.?

A Hermione se le iluminó la cara.

— Podemos hablar luego. Te daré todos los detalles.

A Winky le está costando adaptarse, Harry Potter —chilló Dobby en tono confidencial—. Winky se olvida de que ya no está ligada al señor Crouch. Ahora podría decir lo que piensa, pero no lo hará.

— ¿Dobby está diciendo que Winky miente o es cosa mía? — dijo Dean.

— Quizá Winky de verdad piensa que es mala — supuso Seamus. — Pero ni idea.

Entonces, ¿los elfos domésticos no pueden decir lo que piensan sobre sus amos? —preguntó Harry.

¡Oh, no, señor, no! —contestó Dobby, repentinamente serio—. Es parte de la esclavitud del elfo doméstico, señor. Guardamos sus secretos con nuestro silencio, señor. Nosotros sostenemos el honor familiar y nunca hablamos mal de ellos. Aunque el profesor Dumbledore le dijo a Dobby que él no le daba importancia a eso. El profesor Dumbledore dijo que somos libres para... para...

Dobby se puso nervioso de pronto, y le hizo a Harry una seña para que se acercara más. Harry se inclinó hacia él. Entonces Dobby le susurró:

Dijo que somos libres para llamarlo... para llamarlo... vejete chiflado, si queremos, señor.

Pillados por sorpresa, la gran mayoría de los alumnos se echó a reír con ganas. Incluso los profesores no podían ocultar lo mucho que les había divertido ese comentario. A Harry le chocó ver a Snape con una ceja alzada y las comisuras de los labios ligeramente levantadas en una sonrisa casi imperceptible. A Dumbledore por su parte, le brillaban los ojos de alegría.

Dobby se rió con una risa nerviosa. Estaba asustado.

Pero Dobby no quiere llamarlo así, Harry Potter —dijo, retomando el tono normal y sacudiendo la cabeza para hacer que sus orejas palmearan la una con la otra —. Dobby aprecia muchísimo al profesor Dumbledore, y estará orgulloso de guardarle sus secretos.

Dumbledore asintió con gratitud al oír eso.

Pero ¿ahora puedes decir lo que quieras sobre los Malfoy? —le preguntó Harry, sonriendo.

Malfoy miró mal a Harry.

En los inmensos ojos de Dobby había una mirada de temor.

Dobby... Dobby podría —dijo dudando. Encogió sus pequeños hombros—. Dobby podría decirle a Harry Potter que sus antiguos amos eran... eran... ¡magos tenebrosos!

— Qué sorpresa — ironizó Sirius.

Malfoy mantuvo la cabeza alta y no dijo nada para defenderse de los murmullos sobre él que acababan de formar.

Dobby se quedó quieto un momento, temblando, horrorizado de su propio atrevimiento. Luego corrió hasta la mesa más cercana y empezó a darse cabezazos contra ella, muy fuerte.

¡Dobby es malo! ¡Dobby es malo! —chilló.

— Ay, no — Lavender y Parvati parecieron entristecer al escuchar eso.

Algunos miraron mal a Malfoy, como si fuera su culpa.

Harry agarró a Dobby por la parte de atrás de la corbata y tiró de él para separarlo de la mesa.

Gracias, Harry Potter, gracias —dijo Dobby sin aliento, frotándose la cabeza.

—Sólo te hace falta un poco de práctica —repuso Harry.

— ¿Practica insultando a Malfoy? Si necesita ayuda, me ofrezco voluntario — dijo Fred.

¡Práctica! —chilló Winky furiosa—. ¡Deberías avergonzarte de ti mismo, Dobby, decir eso de tus amos!

¡Ellos ya no son mis amos, Winky! —replicó Dobby desafiante—. ¡A Dobby ya no le preocupa lo que piensen!

A Malfoy tampoco parecía preocuparle especialmente lo que pensara Dobby.

¡Eres un mal elfo, Dobby! —gimió Winky, con lágrimas brotándole de los ojos —. ¡Pobre señor Crouch!, ¿cómo se las apañará sin Winky? ¡Me necesita, necesita mis cuidados! He cuidado de los Crouch toda mi vida, y mi madre lo hizo antes que yo, y mi abuela antes que ella... ¿Qué dirían si supieran que me han liberado? ¡Ah, el oprobio, la vergüenza! —Volvió a taparse la cara con la falda y siguió llorando.

— Cuánta presión — dijo Cho.

Winky —le dijo Hermione con firmeza—, estoy completamente segura de que el señor Crouch se las apaña bien sin ti. Lo hemos visto, ¿sabes?

¿Han visto a mi amo? —exclamó Winky sin aliento, alzando la cara llena de lágrimas y mirándola con ojos como platos—. ¿Lo ha visto usted aquí, en Hogwarts?

Sí —repuso Hermione—. Él y el señor Bagman son jueces en el Torneo de los tres magos.

¿También viene el señor Bagman? —chilló Winky.

Para sorpresa de Harry (y también de Ron y Hermione, por la expresión de sus caras), Winky volvió a indignarse.

Muchos parecieron extrañados al oír eso.

¡El señor Bagman es un mago malo!, ¡un mago muy malo! ¡A mi amo no le gusta, no, nada en absoluto!

— ¡Vaya! — exclamó Corner, y no fue el único.

— Vale que Bagman ha demostrado ser un inútil, ¿pero también es mala persona? — se extrañó un chico de segundo.

Fred y George asintieron, por lo que la curiosidad de muchos aumentó. Sin embargo, no dijeron nada, por lo que la profesora continuó leyendo.

¿Bagman malo? —se extrañó Harry.

¡Ay, sí! —dijo Winky, afirmando enérgicamente con la cabeza—. ¡Mi amo le contó a Winky algunas cosas! Pero Winky no lo dice... Winky guarda los secretos de su amo... —Volvió a deshacerse en lágrimas, y la oyeron murmurar entre sollozos, con la cabeza otra vez escondida en la falda—: ¡Pobre amo, pobre amo!, ¡ya no tiene a Winky para que lo ayude!

— Le contó cosas... — dijo Colin, emocionado. — ¿Qué cosas?

— Baja a las cocinas y pregúntale — replicó un Gryffindor de séptimo.

Como fue imposible sacarle a Winky otra palabra sensata, la dejaron llorar y se acabaron el té mientras Dobby les hablaba alegremente sobre su vida como elfo libre y los planes que tenía para su dinero.

¡Dobby va a comprarse un jersey, Harry Potter! —explicó muy contento, señalándose el pecho desnudo.

¿Sabes una cosa, Dobby? —le dijo Ron, que parecía haberle tomado aprecio—. Te daré el que me haga mi madre esta Navidad; siempre me regala uno. No te disgusta el color rojo, ¿verdad? —Dobby se emocionó—. Tendremos que encogerlo un poco para que te venga bien, pero combinará perfectamente con la cubretetera.

— ¡Qué amable! — exclamó Lavender. Ron se ruborizó.

Miró de reojo a su madre, quizá esperando verla enfadada por haberse comprometido a regalar su jersey hecho a mano, pero ella no parecía nada molesta. De hecho, la mirada que le echó a Ron estaba llena de orgullo.

— Eso fue muy amable por tu parte — dijo la señora Weasley con dulzura.

Ron se ruborizó todavía más.

Cuando se disponían a irse, muchos de los elfos que había por allí se les acercaron a fin de ofrecerles cosas de picar para que las tomaran mientras subían la escalera. Hermione declinó, entristecida por la manera en que los elfos hacían reverencias, pero Harry y Ron se llenaron los bolsillos con empanadillas y pasteles.

Algunos rieron.

¡Muchísimas gracias! —les dijo Harry a los elfos, que se habían arracimado junto a la puerta para darles las buenas noches—. ¡Hasta luego, Dobby!

Harry Potter... ¿puede Dobby ir a verlo alguna vez, señor? —preguntó el elfo con timidez.

Por supuesto que sí —respondió Harry, y Dobby sonrió.

— Dobby me recuerda a Colin — dijo uno de los amigos de Colin, ganándose un golpe en el brazo por parte de este.

¿Sabéis una cosa? —comentó Ron cuando Harry, Hermione y él habían dejado atrás las cocinas, y subían hacia el vestíbulo—. He estado todos estos años muy impresionado por la manera en que Fred y George robaban comida de las cocinas. Y, la verdad, no es que sea muy dificil, ¿no? ¡Arden en deseos de obsequiarlo a uno con ella!

— Nuestro secreto, al descubierto — suspiró George.

Creo que no podía haberles ocurrido nada mejor a esos elfos, ¿sabéis? —dijo Hermione, subiendo delante de ellos por la escalinata de mármol—. Me refiero a que Dobby viniera a trabajar aquí. Los otros elfos se darán cuenta de lo feliz que es siendo libre, ¡y poco a poco empezarán a desear lo mismo!

— No sé yo — dijo Sirius. — Ha pasado un año. ¿Ha habido algún avance?

Hermione negó con la cabeza, algo molesta.

Esperemos que no se fijen mucho en Winky —dijo Harry.

Ella se animará —afirmó Hermione, aunque parecía un poco dudosa—. En cuanto se le haya pasado el susto y se haya acostumbrado a Hogwarts, se dará cuenta de que está mucho mejor sin ese señor Crouch.

Parece que lo quiere mucho —apuntó Ron con la boca llena (acababa de empezar un pastel de crema).

— Me comería uno ahora — dijo Charlie.

Al menos diez personas afirmaron lo mismo.

Sin embargo, no tiene muy buena opinión de Bagman, ¿verdad? —comentó Harry—. Me pregunto qué dirá el señor Crouch de él en su casa.

Seguramente dice que no es un buen director de departamento —repuso Hermione—, y la verdad es que algo de razón sí que tiene, ¿no?

Aun así preferiría trabajar para él que para Crouch —declaró Ron—. Al menos Bagman tiene sentido del humor.

— Yo preferiría no trabajar para ninguno de los dos — dijo Bill.

Que Percy no te oiga decir eso —le advirtió Hermione, sonriendo ligeramente.

No, bueno, Percy no trabajaría para alguien que tuviera sentido del humor — dijo Ron, comenzando un relámpago de chocolate—. Percy no reconocería una broma aunque bailara desnuda delante de él llevando la cubretetera de Dobby.

Las risas inundaron el comedor. Percy gruñó y mantuvo el ceño fruncido mientras Fred y George se desternillaban de risa. Sirius felicitó a Ron por la broma y el pareció muy orgulloso.

— Ese es el final del capítulo — anunció la profesora Burbage.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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