miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban

 Introducción:


El retrato se abrió solo, aunque nadie se dio cuenta, y la figura invisible salió. George, escondido aún bajo la capa invisible y la capucha negra, pasó el resto de la noche mirando a la persona a la que más había echado de menos en toda su vida.

Harry se despertó con un grito ahogado. Se deshizo como pudo de las sábanas, que se le pegaban al cuerpo debido al sudor, y se sentó en la cama, tratando de respirar con normalidad.

Hacía días que no tenía una pesadilla. Había visto a Voldemort, que hablaba con alguien que se hallaba postrado ante él. Sentía cómo las palabras que habían dicho se le escapaban de la memoria con rapidez, pero lo que no podía olvidar era el momento en el que Voldemort había levantado la varita para utilizar la maldición cruciatus contra esa persona justo antes de que él se despertara.

Le dio un escalofrío. Estaba empapado en sudor y su corazón latía como si acabara de correr una maratón. ¿Qué había dicho Voldemort? Algo de tener que conseguir… ¿información? O quizá hablaba de conseguir el arma que llevaba meses buscando.

Se dejó caer sobre la cama y cerró los ojos, centrando toda su atención en los ronquidos de sus compañeros a lo largo de la habitación. Le ardía la cicatriz.

Era consciente de que no volvería a dormir. Sentía la memoria del cruciatus como si él mismo lo acabara de sufrir. Definitivamente, prefería los sueños en los que veía puertas cerradas y pasillos interminables.

¿Debería avisar a Dumbledore? Que la cicatriz le doliera tanto nunca indicaba nada bueno… pero si tenía que avisarlo cada vez que tenía una pesadilla, iría a verlo casi todas las noches. Además, no tenía nada relevante que decirle. "He visto a Voldemort torturar a alguien." ¿Qué tenía eso de novedoso o importante? Ni siquiera había reconocido a la persona que estaba siendo torturada.

Pasaron los minutos. Todavía no entraba luz por las ventanas del dormitorio, por lo que supuso que debía ser demasiado temprano como para levantarse. Sin embargo, la idea de quedarse acostado en la cama hasta que saliera el sol le agobiaba.

Se puso en pie y, tratando de no hacer ruido, cogió su ropa del baúl y se cambió en silencio. Minutos después, bajó a la sala común con la intención de pasar allí el par de horas que debían faltar para el amanecer.

Sin embargo, al llegar allí se le ocurrió otra idea. Puede que molestar a Dumbledore con otra de sus pesadillas no fuera la mejor opción, pero, ¿acaso no había otra persona en el colegio que estaría dispuesta a escucharlo? ¿Acaso no estaba su padrino allí mismo, a tan solo unos minutos de distancia?

Si subía a por su capa de invisibilidad, corría el riesgo de que alguno de sus compañeros se despertara y no quería dar explicaciones de por qué quería salir de la torre de Gryffindor tan temprano. Por ello, salió por el hueco del retrato sin siquiera dejar una nota a Ron por si se despertaba.

Caminó con rapidez por los pasillos vacíos, alegrándose más que nunca de no cruzarse con ningún profesor. Hubo un momento en el que uno de los fantasmas atravesó el corredor que él estaba a punto de cruzar, pero pareció no ver a Harry.

Llegó casi sin aire a la habitación de invitados en la que Sirius y Lupin se estaban quedando, en la cuarta planta. Sin embargo, tardó varios minutos en armarse de valor para llamar a la puerta. ¿Y si les molestaba? Era demasiado temprano, seguro que estarían durmiendo. Además, no había pasado nada importante.

Pero le habían dicho que, si necesitaba cualquier cosa, no dudara en avisarlos.

Antes de que pudiera cambiar de opinión, llamó a la puerta con un par de golpes suaves. Nadie respondió.

No se atrevía a tocar de nuevo. Ya estaba dando un paso atrás cuando la puerta se abrió y tras ella apareció el profesor Lupin, con aspecto de acabar de levantarse de la cama.

— ¡Harry! — exclamó. — ¿Todo bien? ¿Ha pasado algo?

— Eh…

— Pasa, pasa — Lupin lo agarró suavemente del hombro y lo guió hacia dentro.

Nada más entrar, lo primero que escuchó Harry fueron los ronquidos de su padrino.

— Perdón por venir tan temprano — dijo en voz baja.

Lupin, que estaba ataviado con un batín a cuadros, hizo un gesto para quitarle importancia. Cogió un par de tazas de una repisa y, tras darle un golpe a la tetera con la varita, le sirvió un té a Harry.

— Gracias — dijo él rápidamente. El profesor le sonrió y tomó asiento en una de las mullidas butacas que rodeaban la pequeña mesita sobre la que estaba la tetera.

— Siéntate, Harry — lo invitó amablemente. — Eres bienvenido a visitarnos a cualquier hora… incluso a las cinco de la mañana.

Harry le sonrió a modo de disculpa y bebió un sorbo de té. No podría explicar por qué, pero los ronquidos de Sirius le hacían sentirse más tranquilo.

— He tenido un sueño extraño — confesó Harry cuando vio que Lupin no tenía intención de volver a preguntarle. — Sobre Voldemort.

— ¿Qué sucedía? — preguntó Lupin con interés.

— Estaba torturando a alguien. Con la maldición cruciatus. — Harry tomó otro trago de té. — Creo que…

Lupin también tomó otro sorbo, dándole tiempo a Harry para que pensara bien lo que quería decir.

— Creo que estaba buscando información sobre algo — dijo finalmente. — Y supongo que la persona a la que estaba torturando no le dijo lo que quería saber.

— ¿Sobre qué crees que querría información? — preguntó Lupin tras unos segundos de silencio.

Harry lo miró directamente. Por su tono, estaba claro que no pensaba que lo que Harry le estaba contando fuera una tontería. Le estaba pidiendo su opinión real, como si fuera un igual.

— Sobre el arma que quiere conseguir — dijo Harry rápidamente. Sin embargo, algo en su subconsciente no parecía estar de acuerdo con eso. Si tan solo pudiera recordar lo que Voldemort había dicho…

— Puede ser — dijo Lupin. — En cualquier caso, sería prudente avisar al profesor Dumbledore.

Harry bebió un sorbo de té para evitar contestar.

— Puedo decírselo yo — se escuchó una voz ronca detrás de Lupin. Harry pegó un salto antes de darse cuenta de que la voz era la de Sirius.

— Buenos días — dijo Lupin alegremente. Con un movimiento de varita, sirvió té en otra de las tazas.

— ¿Cuánto tiempo llevas despierto? — preguntó Harry, algo alarmado al darse cuenta de que no había notado que, en algún momento, los ronquidos de Sirius habían cesado.

— No mucho — respondió su padrino a la vez que se dejaba caer sobre otra de las butacas. Tenía el pelo tan revuelto que Harry estaba seguro de que, de haberlo visto, Tía Petunia habría soltado un bufido de indignación.

Lupin debía estar pensando algo similar, porque sonrió y dijo:

— ¿Te has peleado con la almohada, Canuto?

Sirius lo miró mal.

— Ja, ja. No, pero he soñado que le pegaba un puñetazo a Snape en el Gran Comedor. ¿Qué te apuestas a que tendré que hacerlo hoy?

Lupin le lanzó una mirada de advertencia.

— Si quieres pelear, espérate a que se limpie tu nombre.

— ¿Y cómo se supone que voy a soportar a Snivellus hasta entonces? — bufó Sirius. — No hay forma de que acabemos de leer el tercer libro hoy mismo. Como mínimo tardaremos dos o tres días.

— Tendrás que soportarlo, igual que lo has hecho hasta ahora — insistió Lupin. Pareció dudar un momento, probablemente recordando que Sirius no había aguantado del todo bien los comentarios de Snape en ocasiones anteriores. — Y cuando el ministro prometa que no te mandará a Azkaban, serás libre de hacer lo que quieras.

Sirius volvió a resoplar, a la vez que cogía el bote de galletas que había sobre la mesa y se metía dos a la boca.

Harry, quien se había sentido mucho mejor tras contarle a Lupin lo del sueño, volvió a notar cómo su corazón se aceleraba.

Snape. Eso no había sido un sueño. El profesor de pociones le había hablado sobre su madre.

Volvió a sentir los nervios de la noche anterior. ¿Y si todo había sido mentira? Que Lily Potter era buena en pociones, que le gustaban las pociones curativas, que sacaba buenas notas y era querida por todos. Era más de lo que jamás había sabido sobre ella. Y se lo había dicho Snape.

— ¿Sabéis qué? — dijo Harry, improvisando. — Lo mejor de leer estos libros es que no hay que ir a clase.

Sirius soltó una risotada.

— Dilo por ti, nosotros ya no tenemos clases a las que ir — dijo en tono de burla.

Harry tragó saliva, preparando sus palabras.

— ¿Y no lo echáis de menos?

— ¡Claro que sí! — exclamó Sirius. — Mis años en Hogwarts fueron los mejores de mi vida.

— Nos lo pasábamos muy bien — sonrió Lupin con tono nostálgico.

— Ya, pero me refiero… ¿y las clases? ¿No echáis de menos ninguna asignatura?

Sirius lo miró con una ceja arqueada.

— No. ¿Por qué echaría de menos estudiar? — dijo, como si fuera lo más obvio del mundo. Lupin rodó los ojos.

— Yo sí — afirmó. — Transformaciones. Puede que la profesora McGonagall sea muy estricta, pero sus clases eran muy interesantes.

Sirius murmuró algo que sonó como "empollón", pero Lupin fingió no escucharlo.

— ¿Cuál era tu asignatura favorita, Sirius? — preguntó Harry. Si conseguía llegar a ese tema, podría preguntar por sus padres sin que pareciera planeado…

Sirius lo pensó unos momentos.

— Defensa, supongo — dijo, encogiéndose de hombros. — Y Transformaciones, por supuesto. Creo que a todos nos gustaba Transformaciones. James era especialmente bueno en esa clase.

A Harry le dio un brinco el corazón.

— ¿Y a mi madre? — preguntó, tratando de mantener el tono casual. — ¿Cuál era su asignatura favorita?

Sirius frunció el ceño, haciendo memoria, pero fue Lupin quien contestó:

— Creo que era Pociones — dijo, y a Harry casi se le paró el corazón en ese instante. — Se le daban muy bien.

— Oh, es verdad — dijo Sirius. — Snape iba a nuestra clase y era un friki de las pociones, pero Lily lo superaba incluso a él, a veces.

Harry tragó saliva. Volvió a llevarse la taza de té a los labios, pero ya estaba vacía.

— ¿Le gustaba toda clase de pociones? Quiero decir… hay pociones muy asquerosas.

Lupin rió por lo bajo.

— No pienses que Lily era delicada con esas cosas — le dijo. — No le importaba triturar gusarajos si hacía falta.

— Puaj. — Sirius fingió que le daban arcadas, haciendo que Lupin rodara los ojos otra vez.

— La mayoría de las mejores pociones tienen ingredientes desagradables — le recordó.

Harry aprovechó la oportunidad.

— Sobre todo las pociones curativas, ¿verdad? Creo recordar que Snape mencionó algo de eso en clase…

Lupin lo miró raro, así que Harry cogió una galleta para fingir normalidad. Sirius volvió a hacer un gesto de desconcierto.

— No tengo ni idea, aunque tiene sentido. Todas las pociones que nos daba la señora Pomfrey estaban asquerosas.

— ¿Significa eso que a mi madre se le daban bien las pociones curativas? — preguntó Harry, incapaz de aguantarlo más. — Si decís que le daba igual usar esa clase de ingredientes…

Lupin pareció pensarlo antes de decir:

— Sí, ahora que lo dices, se le daban bastante bien. Aunque no sé si es una causa directa de que ningún ingrediente le diera asco.

Harry asintió, tratando de controlar la mezcla de emociones en su interior. Era verdad. ¡Todo era verdad! Y todo eso se lo había dicho Snape.

— Lily podría haber trabajado como sanadora en San Mungo si se lo hubiera propuesto — dijo Sirius con orgullo.

Harry volvió a asentir. Notaba de nuevo ese miedo a hablar por si dejaban de contarle cosas sobre su madre. Durante un segundo, se planteó contarles lo que Snape le había dicho, pero lo descartó inmediatamente. Aunque Snape no había hecho nada malo (¡por una vez!), seguro que Sirius no estaría contento al saber todo lo que le había dicho sobre James Potter.

— ¿Estáis preparados para todo lo que vamos a leer hoy? — dijo Sirius con una sonrisa. Harry fingió que no se sentía decepcionado con el cambio de tema.

— No nos queda otra opción que estarlo — replicó Lupin. — ¿Por qué tú no estás nervioso?

— No, la pregunta es: ¿por qué tú estás nervioso? — contestó Sirius. — Vamos a leer lo buen profesor que eres, Lunático. El ministro va a tener que besar el suelo por donde pisas cuando escuche lo buenas que eran tus clases.

Lupin bebió un gran sorbo de té, pero Harry estaba seguro de que lo hacía para ocultar que se había ruborizado.

— Vamos a leer el año en el que todos pensábamos que eras un asesino — replicó Lupin eventualmente. — ¿No te pone ni un poquito nervioso?

— Nah.

— Pues debería.

Sirius lo miró mal, pero no se esperaba que Harry se pusiera de parte de Lupin:

— Creo que el profesor Lupin tiene razón — dijo. — Piensa que el libro está escrito desde mi punto de vista y yo pensé que eras un asesino hasta el final del curso.

— ¿Y qué?

— Pues que vas a ser el villano durante todo el libro — dijo Lupin, exasperado.

— Me da igual. Estoy acostumbrado.

Sonreía de tal forma que a Harry no le quedó la menor duda de que su padrino disfrutaría la atención que iba a recibir, aunque fuera negativa.

— Vale, pero… Supongo que debería advertírtelo — dijo Harry. — No sé hasta qué punto se verán reflejados mis pensamientos, pero hubo un tiempo en el que llegué a odiarte.

— Oh. — Sirius abrió mucho los ojos, sorprendido. — ¿En serio?

Harry asintió.

— Cuando escuché por primera vez que habías traicionado a mis padres y que eras mi padrino… Solo quiero que recuerdes que ya no pienso nada de eso — se apresuró a decirle.

— Lo sé — le aseguró Sirius. Soltó un suspiro dramático antes de añadir: — ¿Cómo podrías odiarme? Te compré una Saeta de Fuego.

Harry le tiró una galleta.


— ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

— Claro que sí.

— Pero…

— Ya lo hemos hablado. Es necesario.

— Podríamos provocarle un trauma con esto. ¿No os parece que es cruel?

— Creo que sería más cruel no enseñárselo. De todas formas, ya es tarde. George ha ido a por él.

Pasaron un par de minutos antes de que la puerta del aula en la que se encontraban se abriera. Por ella entraron una figura encapuchada y un alumno de quinto, cuya expresión denotaba terror absoluto.

— Ya hemos llegado — anunció el encapuchado, con la voz hechizada. — Lo he traído.

— Buenos días, Malfoy.

Draco Malfoy, que se había puesto la túnica sobre el pijama, recorrió la mirada por la sala llena de encapuchados como si se encontrara ante un tribunal.

— ¿Por qué me habéis hecho venir aquí? — preguntó. Si bien su voz no sonaba del todo normal, no se le había quebrado, lo cual tenía bastante mérito.

— Tenemos algo que enseñarte — dijo uno de los encapuchados.

— ¿El qué? ¿Por qué a mí solo? ¿Por qué no hay más alumnos?

Su voz se había tornado ligeramente más aguda con cada pregunta.

— Esto tienes que verlo solo.

— ¿Y el profesor Snape? ¿Sabe que estoy aquí?

— Cierra la boca y lee esto — dijo un encapuchado, cogiendo un libro abierto y poniéndoselo en las manos con más fuerza de la necesaria.

— Quizá deberíamos decirle que se siente…

Todos ignoraron esa propuesta.

Draco giró el libro entre sus manos, de forma que pudo leer la portada.

Harry Potter y las Reliquias de la Muerte

— ¿Qué es esto?

— Es el último libro.

Draco miró al encapuchado que había hablado con sorpresa.

— ¿Por qué…?

— Calla y lee. Ahora lo entenderás — gruñó uno de los desconocidos.

Malfoy tragó saliva y centró la mirada en las páginas que le habían marcado.

¡Corred!

Malfoy agarró a Goyle, que estaba aturdido, y lo arrastró por el suelo; Crabbe, con cara de pánico, les tomó la delantera a todos; Harry, Ron y Hermione salieron como flechas tras ellos, perseguidos por el fuego. Pero no era un fuego normal; Crabbe debía de haber utilizado alguna maldición que Harry no conocía. Al doblar una esquina, las llamas los siguieron como si tuvieran vida propia, o pudieran sentir y estuvieran decididas a matarlos. Entonces el fuego empezó a mutar y formó una gigantesca manada de bestias abrasadoras: llameantes serpientes, quimeras y dragones se alzaban y descendían y volvían a alzarse, alimentándose de objetos inservibles acumulados durante siglos, metiéndoselos en fauces provistas de colmillos o lanzándolos lejos con las garras de las patas; cientos de trastos saltaban por los aires antes de ser consumidos por aquel infierno.

Horrorizado, Draco levantó la mirada del libro.

— ¿Qué es esto?

— El futuro. Sigue leyendo.

Malfoy, Crabbe y Goyle habían desaparecido, y Harry, Ron y Hermione se detuvieron en seco. Los monstruos de fuego, sin parar de agitar las garras, los cuernos y las colas, los estaban rodeando. El calor iba cercándolos poco a poco, compacto como un muro.

¿Qué hacemos? —gritó Hermione por encima del ensordecedor bramido del fuego—. ¿Qué hacemos?

¡Aquí, deprisa, aquí!

Harry agarró un par de gruesas escobas de un montón de trastos y le lanzó una a Ron, que montó en ella con Hermione detrás. Harry montó en la otra y, dando fuertes pisotones en el suelo, los tres se elevaron y esquivaron por poco el pico con cuernos de un saurio de fuego que intentó atraparlos con las mandíbulas. El humo y el calor resultaban insoportables; debajo de ellos, el fuego maldito consumía los objetos de contrabando de varias generaciones de alumnos, los abominables resultados de un millar de experimentos prohibidos, los secretos de infinidad de personas que habían buscado refugio en aquella habitación. Harry no veía ni rastro de Malfoy ni de sus secuaces.

— ¿Es mi muerte? — preguntó, entrando en pánico. — ¿Moriré quemándome en fuego mágico?

— Termina de leer — le insistió uno de ellos. Si Malfoy no hubiera estado tan tenso, habría notado que esa voz sonaba más amable.

Descendió cuanto pudo y sobrevoló a los monstruos ígneos, que seguían saqueándolo todo a su paso; los buscó, pero sólo veía fuego. ¡Qué forma tan espantosa de morir! Harry nunca había imaginado nada parecido.

¡Salgamos de aquí, Harry! ¡Salgamos de aquí! —gritó Ron, aunque el denso y negro humo impedía ver dónde estaba la puerta.

Y entonces, en medio de aquella terrible conmoción, en medio del estruendo de las devoradoras llamas, Harry oyó un débil y lastimero grito.

¡Es demasiado arriesgado! —gritó Ron, pero Harry viró en el aire. Como las gafas le protegían los ojos del humo, pasó por encima de la tormenta de fuego, buscando alguna señal de vida, una extremidad o una cara que todavía no estuviera calcinada.

Y entonces los vio: estaban encaramados en una frágil torre de pupitres calcinados, y Malfoy abrazaba a Goyle, que estaba inconsciente. Harry descendió en picado hacia ellos. Draco lo vio llegar y levantó un brazo; Harry se lo agarró, pero al punto supo que no lo conseguiría: Goyle pesaba demasiado y la sudorosa mano de Malfoy resbaló al instante de su presa…

Draco se llevó una mano a la boca, ocultando tras ella parte de la expresión de absoluto horror que tenía en ese momento.

¡Si morimos por su culpa, te mato, Harry! —rugió Ron, y en el preciso instante en que una enorme y llameante quimera se abatía sobre ellos, entre Hermione y él subieron a Goyle a su escoba y volvieron a elevarse, cabeceando y balanceándose, mientras Malfoy se montaba en la de Harry.

¡La puerta! ¡Vamos hacia la puerta! —gritó Malfoy al oído de Harry, y éste aceleró, yendo tras Ron, Hermione y Goyle a través de una densa nube de humo negro, casi sin poder respirar.

— ¿Y Crabbe? — murmuró, más para sí que para los demás. Tenía las pupilas dilatadas, llenas de miedo, y todos lo observaban con aire solemne.

Las criaturas de fuego maldito lanzaban al aire con alborozo los pocos objetos que las llamas todavía no habían devorado, y por todas partes volaban copas, escudos, un destellante collar, una vieja y descolorida diadema…

Pero ¿qué haces? ¿Qué haces? ¡La puerta está por allí! —gritó Malfoy, pero Harry dio un brusco viraje y descendió en picado. La diadema caía como a cámara lenta, girando hacia las fauces de una serpiente, y de pronto se ensartó en la muñeca de Harry…

Todos vieron como los ojos de Malfoy casi volaban sobre el papel, ignorando las frases que no tenían ningún sentido para él sin el contexto y buscando los nombres que le interesaban.

El chico volvió a virar al ver que la serpiente se lanzaba hacia él; voló hacia arriba y fue derecho hacia el sitio donde, si no calculaba mal, estaba la puerta, abierta. Ron, Hermione y Goyle habían desaparecido, y Malfoy chillaba y se sujetaba a Harry tan fuerte que le hacía daño. Entonces, a través del humo, Harry atisbo un rectángulo en la pared y dirigió la escoba hacia allí. Unos instantes más tarde, el aire limpio le llenó los pulmones y se estrellaron contra la pared del pasillo que había detrás de la puerta.

Malfoy quedó tumbado boca abajo, jadeando, tosiendo y dando arcadas; Harry rodó sobre sí, se incorporó y comprobó que la puerta de la Sala de los Menesteres se había esfumado y Ron y Hermione estaban sentados en el suelo, jadeando, al lado de Goyle, todavía inconsciente.

Crabbe —murmuró Malfoy nada más recobrar la voz—. Crabbe…

Está muerto —dijo Harry con aspereza.

— No — dijo Malfoy, cerrando el libro de golpe. — No.

— Sí — replicó sin piedad el encapuchado que acababa de traerlo, George. — Ese es el destino que os espera a ti y a tus amigos si seguís por el camino que os han marcado vuestros padres mortífagos.

— No, esto no…

Quedaba claro que quería decir que no era real. Su expresión aterrada y dolida casi provocaba que algunos sintieran compasión por él.

— Te enseñamos esto porque algunos de nosotros piensan que aun puedes redimirte. Si quieres vivir, si quieres que tus amigos y tu familia vivan y sean felices, no escojas el lado equivocado — dijo uno de ellos en tono amable.

Antes de que Draco pudiera decir nada más, un par de manos lo cogieron de los hombros y lo condujeron fuera del aula, quitándole el libro de las manos en el proceso.

Cerraron la puerta en sus narices, dejándolo solo en el pasillo. Se quedó allí parado, horrorizado, y tardó varios minutos en asimilar lo sucedido y regresar a su sala común.


Harry se encontraba de camino a la torre de Gryffindor. Había desayunado con Sirius y el profesor Lupin, cosa que había servido para mejorar muchísimo su estado de ánimo tras el sueño que había tenido.

Su intención era volver a la torre y fingir que no había tenido ninguna pesadilla. Todavía era bastante temprano, así que perfectamente podía volver a acostarse en su dormitorio y "levantarse" junto a los demás.

Sin embargo, sus planes fueron frustrados cuando una figura encapuchada apareció frente a él al cruzar un pasillo.

Su instinto hizo que cogiera la varita inmediatamente. El encapuchado levantó las manos en señal de inocencia.

— Tranquilo, no soy un mortífago — dijo, utilizando esa voz hechizada que tanto le ponía de los nervios. — Tienes que venir conmigo.

— ¿A dónde? — preguntó Harry, bajando la varita y sintiéndose algo estúpido. ¿Acaso no había decidido ya que todos los encapuchados eran buenas personas? ¿Y si acababa de apuntar con la varita a uno de sus amigos?

— Tú sígueme.

El encapuchado echó a andar y Harry, todavía sintiéndose mal, lo siguió. Caminaron un rato y finalmente llegaron a la gárgola que protegía el acceso al despacho de Dumbledore.

— Eh… no sé si es buena idea que yo…

Pero el encapuchado o no lo escuchó o fingió no hacerlo. Dijo la contraseña y Harry caminó detrás de él, sintiéndose más confuso por momentos. ¿Por qué tenían que ver a Dumbledore a estas horas de la mañana?

El director ya se encontraba sentado en su escritorio.

— Buenos días — los saludó al entrar. — ¿A qué debo esta visita tan temprana?

Ambos devolvieron el saludo.

— ¿Recuerda lo que hablamos? — dijo el encapuchado.

Durante unos segundos, Dumbledore miró al desconocido con una expresión extraña. Entonces asintió.

— No deberíamos perder ni un día más — dijo el encapuchado.

El director bajó la cabeza y, tras pensar unos momentos, volvió a asentir. Harry no se atrevía a abrir la boca.

— Dime, Harry — habló el desconocido. — ¿Has tenido pesadillas últimamente?

Sorprendido, lo primero que pensó fue que Sirius o Lupin le habían dicho algo, pero sabía que eso era imposible. No les había dado tiempo.

— Eh… sí, supongo.

— ¿Sabes por qué tienes esas pesadillas?

Harry se señaló la cicatriz.

— Por esto.

El encapuchado asintió con la cabeza antes de decir:

— Sí, más o menos, pero es mucho más complicado. Dime, ¿te gustaría que las pesadillas desaparecieran?

Notó su pulso acelerarse.

— Claro que sí — dijo, quizá con demasiado ímpetu, porque eso provocó que Dumbledore se moviera por primera vez desde que habían entrado.

— Puedo ayudarte a conseguirlo — dijo el encapuchado, recobrando la atención de Harry. — Aunque no será fácil. — Cogió aire y, tras mirar al director unos momentos, explicó: — Entre Voldemort y tú hay una conexión especial. No podemos romper esa conexión, pero puedo ayudarte a bloquearla, al menos hasta cierto punto. Lo que te voy a enseñar no la bloqueará del todo, pero puede ser útil.

— ¿Lo que me vas a enseñar? — repitió Harry. — ¿Qué es?

Inmediatamente pensó en poderosos hechizos y encantamientos.

— Se llama Oclumancia — dijo Dumbledore, con la vista fija en su escritorio. — Es el arte de bloquear la mente contra ataques externos.

— El termino opuesto es Legeremancia — añadió el encapuchado. – Es la habilidad de penetrar en la mente de otra persona.

— Entonces, ¿es como leer la mente?

— Algo así — asintió el encapuchado. Dumbledore tenía una pequeña sonrisa. – Voldemort es muy bueno en Legeremancia. Por ello, en cualquier momento podría tratar de entrar en tu mente y hacerte ver lo que él quisiera que veas, fuera real o no.

Ante la expresión horrorizada de Harry, Dumbledore dijo:

— Esas pesadillas que tienes… Podría utilizarlas para plantar imágenes falsas en tu mente y conseguir hacerte daño.

— Pero estoy en Hogwarts — replicó Harry. — ¿No se supone que aquí no puede entrar?

— La conexión que tenéis es única — contestó Dumbledore, aún sin mirarlo. — Y me temo que no sé hasta qué punto las protecciones de Hogwarts pueden ayudarte. Impiden que Tom entre en el castillo, pero no pueden bloquear esa conexión mental que compartís.

— Es también por este motivo por el que el profesor Dumbledore lleva meses evitando mirarte a los ojos — añadió el encapuchado inocentemente.

Harry jadeó.

— El director teme que el odio que Voldemort siente hacia él pueda facilitarle el acceso a tu mente en aquellos momentos en los que estás en contacto con él — explicó el desconocido.

Harry miró a Dumbledore, que tenía la vista fija en el escritorio.

— Me temo que no he sabido llevar este tema de la forma adecuada — admitió el director. — Y puedo haber provocado que pienses que no te aprecio, Harry, o que estoy enfadado contigo. No se trata de eso. No te miro a los ojos porque temo que, si lo hago, Tom pueda sentir mi presencia y trate de entrar en tu mente a la fuerza.

Harry abrió y cerró la boca, sin saber qué decir. Todos esos meses... Todas las veces que había pensado que el director estaba enfadado con él, todas las veces en las que había querido pedirle ayuda y no lo había hecho… ¿todo era para protegerlo?

— Entonces — dijo Harry finalmente, obligándose a centrarse en el tema en cuestión. — Si aprendo oclumencia, ¿podré bloquear a Voldemort si intenta poseerme?

— Es Oclumancia — lo corrigió el encapuchado. — Y no, no podrías evitar que te poseyera si ese fuera su objetivo. Pero puedes hacérselo menos fácil. Y te ayudara con las pesadillas, eso seguro.

— De acuerdo — dijo finalmente. — ¿Cómo aprendo Oclumancia?

— Hemos diseñado un plan infalible — sonrió el encapuchado. — Espero que te guste.


Una hora después, Harry entró en el comedor, que ya estaba lleno de estudiantes y profesores que desayunaban tranquilamente.

Nada más sentarse, Ron y Hermione le preguntaron dónde había estado.

— Con Dumbledore — respondió, cogiendo tostadas y untándolas con mermelada. — Tengo muchas cosas que contaros.

— Nosotros también tenemos cosas que contarte — dijo Ron. — Antes de entrar al comedor, hemos visto a Malfoy…

Eso llamó la atención de Harry, que dejó su tostada a medio preparar.

— ¿Malfoy? ¿Qué pasa con él?

— Ha sido muy raro — intervino Hermione. — Había un grupo de Ravenclaws en la puerta del comedor y se les oía hablar en voz alta. Estaban criticando a Malfoy por… bueno, por todo lo que hemos leído. Parece que a la gente le cae muy bien Dobby, porque no paraban de decir que la familia Malfoy no tenía corazón por haberlo tratado de ese modo.

Harry asintió. Podía entender perfectamente el sentimiento de esos Ravenclaws.

— Pero lo interesante vino después — siguió Ron. — Uno de ellos, el chico ese de sexto que parece un armario, le puso la zancadilla a Malfoy cuando intentó entrar al comedor.

Harry jadeó.

— ¿Y qué pasó?

— ¡Nada! Eso es lo raro — exclamó Ron. — Me habría esperado que Malfoy intentara hechizarlo, pero solo lo miró mal y siguió andando. Parecía un zombie, te lo prometo.

Harry miró hacia la mesa de Slytherin, donde Malfoy removía la comida en su plato sin llevársela a la boca.

— ¿No te parece raro que no intentara vengarse de los Ravenclaw? Yo creo que está tramando algo — afirmó Ron a la vez que se llenaba el plato de salchichas.

— O quizá se ha dado cuenta de que todavía se van a leer muchas cosas horribles sobre él — sugirió Hermione. — Puede que se haya rendido y no pretenda defenderse.

— O puede que no sepa cómo defenderse — añadió Ginny, quien había estado escuchando la conversación con interés. — La gente puede ser muy cruel.

— Por cierto, ¿cómo ha ido tu charla con Corner? — preguntó Hermione. Harry casi se atragantó con su zumo. ¿Acaso Ginny y Corner habían intentado arreglar las cosas después del desastre del día anterior?

Ginny se encogió de hombros.

— Ha ido bien. Se le ha pasado el enfado y se ha dado cuenta de que se ha pasado.

— ¿Vais a volver? — preguntó Ron. Por su tono, estaba claro que quería que la respuesta fuera "no".

Ginny rodó los ojos.

— No, no vamos a volver. Pero vamos a intentar ser amigos.

Harry seguía sorprendido, pero tras escuchar que todo había ido bien y que tratarían de ser amigos, volvió a centrar su atención en Malfoy.

Lo miró de nuevo. El Slytherin seguía moviendo la comida en el plato, pero apenas se llevaba nada a la boca. Le pareció que tenía pinta de estar molesto y… ¿triste? No le dirigía la palabra a nadie, a pesar de que muchos a su alrededor estaban sumidos en conversaciones.

Terminaron de desayunar, aunque Harry apenas comió nada. El té y las galletas de la mañana no le habían llenado mucho, pero aun así le habían quitado bastante el apetito.

Cuando todos hubieron terminado de comer, Dumbledore se puso en pie.

— Bienvenidos un día más a esta aventura — dijo alegremente. Todos se callaron de inmediato. — Hoy comenzamos un nuevo libro, el tercero de los siete que tenemos que leer.

Sacó el libro de uno de los pliegues de su túnica.

— Se titula: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban.

— Esto va a ser bueno — le susurró Ron a Harry.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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