miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 1

 Lechuzas mensajeras:


Dumbledore se puso en pie.

— Bienvenidos un día más a esta aventura — dijo alegremente. Todos se callaron de inmediato. — Hoy comenzamos un nuevo libro, el tercero de los siete que tenemos que leer.

Sacó el libro de uno de los pliegues de su túnica.

— Se titula: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban.

— Esto va a ser bueno — le susurró Ron a Harry.

Decenas de miradas se dirigieron momentáneamente hacia Sirius, quien consiguió con una sonrisa que todos miraran hacia otro lugar, nerviosos.

— Si me disculpáis, os ruego que os pongáis en pie un momento — dijo Dumbledore. Todo el mundo obedeció al instante, conociendo las intenciones del director.

Éste hizo una floritura con la varita y, como en días anteriores, hizo desaparecer las cuatro mesas de las casas y las sustituyó por multitud de sofás, sillones, cojines y almohadas de todo tipo y tamaño. Harry notó que, de nuevo, Dumbledore había decidido cambiar la gama de colores, ya que hoy las almohadas y los muebles tenían diferentes tonos rojizos y dorados.

Otras personas también lo notaron, porque varios Gryffindor rieron y aplaudieron. Harry vio que Malfoy ponía cara de asco al tomar asiento en un sillón granate con bordados en hilo dorado en los reposabrazos.

— ¿Creéis que ha elegido estos colores en mi honor? — preguntó Sirius en voz baja, con una gran sonrisa.

— Seguramente — concedió Harry, tomando asiento en un amplio y mullido sofá. Sus amigos se sentaron a su alrededor, algunos en el sofá y otros en el suelo. No pudo evitar alegrarse al notar lo cerca que se habían sentado Sirius y el profesor Lupin esta vez, porque, sabiendo lo que iban a leer, le apetecía tenerlos cerca.

Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue el hecho de que, por primera vez desde que comenzara la lectura de libros, todos los Weasley se habían sentado juntos por voluntad propia.

Había notado que Percy estaba sentado en la mesa de Gryffindor durante el desayuno. No lo había visto cruzar palabra con sus hermanos, pero había mantenido una charla constante con sus padres y parecía que habían arreglado las cosas. Molly Weasley estaba visiblemente más feliz que en días anteriores y eso, más que nada, fue lo que hizo que Harry se alegrara de que Percy hubiera regresado.

El resto de hermanos Weasley no estaban siendo hostiles hacia él, pero tampoco le habían dirigido la palabra en todo el desayuno. Y ahora que Percy se había sentado con ellos, justo al lado de su madre, Harry se preguntó cuánto tardaría en tener que hablar con sus hermanos.

— ¿Quién quiere leer? — preguntó Dumbledore cuando todo el mundo se hubo sentado.

Se escucharon murmullos y muchos intercambiaron miradas, a la par que varias manos se alzaban en el aire. Una de esas manos estaba muy, muy cerca de Harry.

Era de Luna Lovegood, que se había sentado junto a Ginny.

El director la señaló a ella y, con una sonrisa, la Ravenclaw subió a la tarima.

— Este capítulo se titula: Lechuzas mensajeras — anunció, con la voz suave a la que Harry ya estaba acostumbrado.

Escuchó en ese momento alguna risita aislada cuyo origen no supo identificar y, confuso, se vio obligado a prestar atención a la lectura cuando Luna comenzó a leer.

Harry Potter era, en muchos sentidos, un muchacho diferente.

Harry hizo una mueca. No empezaba bien el libro.

Sin embargo, los comentarios que esperaba escuchar sobre lo "especial" que era no llegaron. Nadie se rió de él ni protestó por la frase, como habría esperado. Quizá todo lo que habían leído en los dos primeros libros había servido para contextualizar la frase de modo que nadie pudiera rebatirla.

Por un lado, las vacaciones de verano le gustaban menos que cualquier otra época del año; y por otro, deseaba de verdad hacer los deberes, pero tenía que hacerlos a escondidas, muy entrada la noche.

— ¿Deseabas hacer los deberes? — repitió Fred, horrorizado.

— Quizá tú tendrías más ganas de hacerlos si te lo prohibieran — le dijo Hermione a Fred, quien lo pensó unos momentos antes de negar con la cabeza.

— Lo dudo mucho.

Y además, Harry Potter era un mago.

— Y eso es tan especial — ironizó Zacharias Smith, causando más de un bufido y risita ahogada.

Era casi medianoche y estaba tumbado en la cama, boca abajo, tapado con las mantas hasta la cabeza, como en una tienda de campaña. En una mano tenía la linterna y, abierto sobre la almohada, había un libro grande, encuadernado en piel (Historia de la Magia, de Adalbert Waffling).

— No me lo puedo creer — dijo Sirius, negando con la cabeza. — No solo estás estudiando a medianoche, sino que encima es Historia de la Magia.

— ¿No podías dormir y elegiste esa asignatura por eso? — preguntó Ron. Harry negó con la cabeza.

— Tenía que hacer los deberes.

— Tenías la excusa perfecta para no hacerlos — replicó George. — Solo tenías que decirle a McGonagall que tus tíos no te habían dejado. Luego ella lo habría comprobado y todos tan contentos.

Hermione parecía indignada.

— Dejad de corromper a Harry. ¡Le gusta estudiar! A veces…

Sirius volvió a negar con la cabeza, fingiendo estar decepcionado. Sin embargo, el profesor Lupin parecía alegrarse por Harry.

A decir verdad, Harry nunca se había considerado un mal estudiante. Jamás había suspendido una asignatura, si bien había estado cerca en más de una ocasión (especialmente en pociones). No le gustaba estudiar tanto como a Hermione, pero a nadie le gustaba estudiar tanto como a ella, así que no era el mejor ejemplo con el que compararse.

Harry recorría la página con la punta de su pluma de águila, con el entrecejo fruncido, buscando algo que le sirviera para su redacción sobre «La inutilidad de la quema de brujas en el siglo XIV».

Harry se fijó entonces en los profesores. Muchos habían parecido sorprendidos al escuchar que hacía los deberes a escondidas, pero ahora sus expresiones se dividían entre los que parecían alegrarse del repentino interés académico de Harry y entre los que claramente estaban pensando que ningún niño debería verse obligado a hacer los deberes a escondidas de su familia.

McGonagall claramente pertenecía a este último grupo, a juzgar por su ceño fruncido y sus brazos cruzados.

La pluma se detuvo en la parte superior de un párrafo que podía serle útil. Harry se subió las gafas redondas, acercó la linterna al libro y leyó:

— Leer de noche con una linterna es malo para la vista — murmuró Hermione.

Harry rodó los ojos.

— Como si mi vista pudiera empeorar mucho…

En la Edad Media, los no magos (comúnmente denominados muggles) sentían hacia la magia un especial temor, pero no eran muy duchos en reconocerla. En las raras ocasiones en que capturaban a un auténtico brujo o bruja, la quema carecía en absoluto de efecto. La bruja o el brujo realizaba un sencillo encantamiento para enfriar las llamas y luego fingía que se retorcía de dolor mientras disfrutaba del suave cosquilleo. A Wendelin la Hechicera le gustaba tanto ser quemada que se dejó capturar no menos de cuarenta y siete veces con distintos aspectos.

— ¿Qué tiene eso de importante? — se quejó Zabini. — ¿Qué es esto, una clase de Historia?

Varias personas le dieron la razón. Por desgracia, incluso Harry estaba de acuerdo con él, aunque jamás lo habría confesado en voz alta.

Luna siguió leyendo como si no la hubieran interrumpido.

Harry se puso la pluma entre los dientes y buscó bajo la almohada el tintero y un rollo de pergamino.

Harry volvió a escuchar el sonido de risitas y le pareció que venía de una zona llena de Ravenclaws, pero no estaba seguro. ¿Qué les hacía tanta gracia?

Lentamente y con mucho cuidado, destapó el tintero, mojó la pluma y comenzó a escribir, deteniéndose a escuchar de vez en cuando, porque si alguno de los Dursley, al pasar hacia el baño, oía el rasgar de la pluma, lo más probable era que lo encerraran bajo llave hasta el final del verano en el armario que había debajo de las escaleras.

Todo rastro de risa desapareció.

Varias personas lo miraron con pena y Harry, recordando todo el debacle con tía Marge, gimió internamente. Prefería mil veces leer los capítulos en los que su vida corría peligro antes que leer aquellos en los que aparecían los Dursley.

La familia Dursley, que vivía en el número 4 de Privet Drive, era el motivo de que Harry no pudiera tener nunca vacaciones de verano.

Harry se preguntó si serían imaginaciones suyas o si la voz de Luna se había vuelto más fría. Parecía que incluso a ella le caían mal los Dursley.

Tío Vernon, tía Petunia y su hijo Dudley eran los únicos parientes vivos que tenía Harry. Eran muggles, y su actitud hacia la magia era muy medieval.

— Bueno, al menos nunca han intentado quemarme en una hoguera — murmuró Harry. Ron bufó y Hermione pareció escandalizada.

En casa de los Dursley nunca se mencionaba a los difuntos padres de Harry, que habían sido brujos. Durante años, tía Petunia y tío Vernon habían albergado la esperanza de extirpar lo que Harry tenía de mago, teniéndolo bien sujeto.

— Si con "bien sujeto" quieren decir "encerrado en una alacena"… — bufó Bill Weasley.

Sirius soltó un gruñido que hizo que varios alumnos que estaban cerca saltaran en sus asientos.

Les irritaba no haberlo logrado y vivían con el temor de que alguien pudiera descubrir que Harry había pasado la mayor parte de los últimos dos años en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

— Qué curioso — dijo Hannah Abbott. — Tu vida siempre va al revés, Harry. Lo normal es que las familias estén orgullosas cuando alguien va a Hogwarts.

Varias personas bufaron y la llamaron insensible. Por su parte, Harry le sonrió y respondió:

— Yo creo que si mis tíos vieran Hogwarts les daría tanta envidia que no podrían soportarlo.

En eso todos estaban de acuerdo.

Lo único que podían hacer los Dursley aquellos días era guardar bajo llave los libros de hechizos, la varita mágica, el caldero y la escoba al inicio de las vacaciones de verano, y prohibirle que hablara con los vecinos.

—No entiendo lo de los vecinos — dijo Dean. — ¿No son muggles? ¿Por qué es un problema que hables con ellos?

Harry se encogió de hombros.

— Por si se me ocurría decir algo sobre magia, supongo.

Para Harry había representado un grave problema que le quitaran los libros, porque los profesores de Hogwarts le habían puesto muchos deberes para el verano.

— Si nos hubieras explicado la situación, habríamos hecho una excepción, Potter — dijo la profesora McGonagall. No parecía enfadada, pero Harry era incapaz de identificar el sentimiento que había en su voz. — Te habríamos permitido entregar los deberes más tarde.

— Ah — respondió Harry, sin saber qué decir. — Qué bien. Será útil saberlo el verano que viene.

Fue como si hubiera dicho que iba a casarse con el mismísimo Voldemort. Una decena de personas se giraron hacia él, alarmadas e indignadas, a la par que la señora Weasley exclamaba:

— No hará falta porque no vas a volver allí.

Harry asintió, no queriendo contrariar a la señora Weasley ahora que al fin parecía más animada.

— Harry — dijo Sirius solemnemente. — El verano que viene seré un hombre libre. Compraremos una casa y viviremos juntos.

Harry asintió otra vez.

Quería creer lo que Sirius le estaba diciendo y, de hecho, había momentos en los que podía creérselo. Sin embargo, una vez la ilusión inicial pasaba, regresaban las dudas. ¿Y si, a pesar de todo lo que estaban leyendo, no eran capaces de derrotar a Voldemort? ¿Y si Fudge no consideraba que Sirius debía ser puesto en libertad y lo enviaba de vuelta a Azkaban? ¿Y si le condenaban al beso del dementor?

¿Y si Sirius cambiaba de opinión sobre querer vivir con Harry cuando supiera todo lo que Harry había pensado sobre él durante su tercer año? Puede que fuera un poco infantil por su parte pensar que Sirius iba a darle la espalda tan fácilmente, pero, ¿acaso no sería normal que Sirius no quisiera vivir con alguien que le había deseado la muerte?

Se obligó a dejar a un lado esos pensamientos deprimentes y a escuchar a Luna.

Uno de los trabajos menos agradables, sobre pociones para encoger, era para el profesor menos estimado por Harry, Snape, que estaría encantado de tener una excusa para castigar a Harry durante un mes.

La súbita mención de Snape le pilló por sorpresa.

Inconscientemente, sus ojos se dirigieron directamente hacia el profesor, quien tenía la vista fija en el libro y cara de no estar de muy buen humor.

No había tenido mucho tiempo para pensar en la conversación que habían tenido el día anterior. Jamás habría imaginado que Snape conociera a Lily Potter y no la odiara como odiaba a James.

Durante un segundo, se ilusionó al pensar que quizá el profesor podría contarle más cosas sobre ella, pero la ilusión se deshizo de forma instantánea al pensar que, por mucho que le hubiera contado cosas, Snape seguía siendo Snape y no había forma de que accediera a compartir recuerdos sobre su madre si Harry se lo pedía.

Así que, durante la primera semana de vacaciones, Harry aprovechó la oportunidad: mientras tío Vernon, tía Petunia y Dudley estaban en el jardín admirando el nuevo coche de la empresa de tío Vernon (en voz muy alta, para que el vecindario se enterara),

— Imbéciles — gruñó Lee Jordan.

Harry fue a la planta baja, forzó la cerradura del armario de debajo de las escaleras, cogió algunos libros y los escondió en su habitación. Mientras no dejara manchas de tinta en las sábanas, los Dursley no tendrían por qué enterarse de que aprovechaba las noches para estudiar magia.

De nuevo, Harry escuchó algunas risitas que le sonaban muy fuera de lugar. Miró hacia el lugar de donde provenía el sonido y vio que un grupo de chicas de cuarto de Ravenclaw murmuraban con las cabezas muy juntas.

— Si les lanzo un hechizo, ¿crees que me meta en un lio? — susurró Ginny, con la mirada fija en el grupo de estudiantes.

— ¿Por qué harías eso?

— ¿Sabes por qué se están riendo?

Harry negó con la cabeza y Ginny, con el ceño fruncido, hizo un gesto señalando a Luna.

— Son las compañeras de habitación de Luna. Siempre se están burlando de ella…

— He oído que le esconden las cosas, ¿verdad? — intervino Hermione, también susurrando. — Que se las roban y las dejan por ahí para que las busque.

— Entre otras muchas cosas — resopló Ginny. Por la mirada que les estaba echando a las chicas, Harry estaba seguro de que estaban a segundos de ser las víctimas de uno de los famosos encantamientos mocomurciélago de Ginny.

La verdad, si decidía hechizar a esas chicas, Harry no la detendría. No conocía mucho a Luna, pero le caía bien y era miembro del ED.

Por suerte, las Ravenclaw se callaron y prestaron atención a la lectura, haciendo que Ginny se viera obligada a calmarse.

Harry no quería problemas con sus tíos y menos en aquellos momentos, porque estaban enfadados con él,

— Qué sorpresa — dijo Sirius. — ¿Qué habías hecho, respirar?

— No, ahora verás — respondió Harry.

y todo porque cuando llevaba una semana de vacaciones había recibido una llamada telefónica de un compañero mago.

Ron hizo un ruido extraño con la garganta y miró a Harry con los ojos como platos.

— Oh, no. ¿Te castigaron por eso?

A lo largo del comedor, se escucharon muchos murmullos de interés. Harry oyó a alguien repetir las palabras "llamada telefónica" y "mago" con incredulidad.

Ron Weasley, que era uno de los mejores amigos que Harry tenía en Hogwarts, procedía de una familia de magos. Esto significaba que sabía muchas cosas que Harry ignoraba, pero nunca había utilizado el teléfono. Por desgracia, fue tío Vernon quien respondió:

— Esto no pinta bien — dijo Dean, aunque parecía estar conteniendo las ganas de sonreír.

Ron gimió.

¿Diga?

Harry, que estaba en ese momento en la habitación, se quedó de piedra al oír que era Ron quien respondía.

¿HOLA? ¿HOLA? ¿ME OYE? ¡QUISIERA HABLAR CON HARRY POTTER!

Luna gritó eso a todo pulmón, haciendo que varias personas saltaran y que otros muchos rieran.

Ron daba tales gritos que tío Vernon dio un salto y alejó el teléfono de su oído por lo menos medio metro, mirándolo con furia y sorpresa.

— Oh, Ron — dijo su madre, dividida entre estar divertida o alarmada.

Por su parte, Ron se había puesto rojo hasta las orejas.

¿QUIÉN ES? —voceó en dirección al auricular—. ¿QUIÉN ES?

¡RON WEASLEY! —gritó Ron a su vez, como si el tío Vernon y él estuvieran comunicándose desde los extremos de un campo de fútbol—. SOY UN AMIGO DE HARRY, DEL COLEGIO.

Muchos se echaron a reír.

— Creo que eso es lo peor que podrías haber dicho — dijo George, dándole una palmadita en la espalda a Ron en señal de apoyo.

— No es mi culpa — se quejó Ron. — Nunca había usado uno de esos.

— Te expliqué cómo hacerlo — dijo Hermione, exasperada.

— No me dijiste que no hacía falta gritar.

— ¡Creí que era obvio!

Ron bufó.

— ¿Cómo va a ser obvio? Sigo sin entender como puede ser que mi voz llegara hasta Privet Drive por esos cablecitos.

— Tu voz no fue transportada literalmente por los cables — exclamó Hermione. — No funciona así.

Cuando Hermione se lanzó a explicarle en susurros a Ron exactamente cómo funciona un teléfono, Luna siguió leyendo.

Los minúsculos ojos de tío Vernon se volvieron hacia Harry, que estaba inmovilizado.

¡AQUÍ NO VIVE NINGÚN HARRY POTTER! —gritó tío Vernon, manteniendo el brazo estirado, como si temiera que el teléfono pudiera estallar—. ¡NO SÉ DE QUÉ COLEGIO ME HABLA! ¡NO VUELVA A LLAMAR AQUÍ! ¡NO SE ACERQUE A MI FAMILIA!

— Caray, Ron — dijo Seamus. — Casi le provocas un infarto.

— ¿No se acerque a mi familia? — repitió Dean, incrédulo. — Habla como si fueras parte de la mafia o algo.

Colgó el teléfono como quien se desprende de una araña venenosa. La bronca que siguió fue una de las peores que le habían echado.

Ron gimió de nuevo y se tapó la cara con las manos.

— Perdón por eso, Harry.

— No pasa nada — se apresuró a decir. — Además, es divertido, si lo piensas.

— Habría sido más divertido si no te hubieran regañado por ello — dijo Lupin. — Pero sí, hay que admitir que la imagen de Ron y Vernon Dursley gritándose por teléfono resulta bastante… cómica.

De hecho, muchos alumnos todavía reían con ganas.

¡CÓMO TE ATREVES A DARLE ESTE NÚMERO A GENTE COMO... COMO TÚ! —le gritó tío Vernon, salpicándolo de saliva.

— Odio cuando hace eso — dijo Susan Bones con el ceño fruncido. — Habla de los magos como si fuéramos unos parias.

— Para él, lo somos — afirmó Justin Finch-Fletchley, y no hizo falta que Harry dijera lo cierto que era eso.

Ron, obviamente, comprendió que había puesto a Harry en un apuro, porque no volvió a llamar.

— Tenías que haber vuelto a llamar, pero esta vez susurrando en vez de gritando — dijo George.

— De eso nada— replicó Ron con una mueca. — No es muy agradable que te griten al oído.

— Bueno, eso es exactamente lo que hiciste tú — dijo Harry. Al ver la expresión de Ron, se echó a reír.

La mejor amiga de Harry en Hogwarts, Hermione Granger, tampoco lo llamó. Harry se imaginaba que Ron le había dicho a Hermione que no lo llamara, lo cual era una pena, porque los padres de Hermione, la bruja más inteligente de la clase de Harry,

Hermione se ruborizó.

eran muggles, y ella sabía muy bien cómo utilizar el teléfono, y probablemente habría tenido tacto suficiente para no revelar que estudiaba en Hogwarts.

— Tenía que haberte llamado yo primero — admitió Hermione. — No lo pensamos bien.

De manera que Harry había permanecido cinco largas semanas sin tener noticia de sus amigos magos, y aquel verano estaba resultando casi tan desagradable como el anterior. Sólo había una pequeña mejora: después de jurar que no la usaría para enviar mensajes a ninguno de sus amigos, a Harry le habían permitido sacar de la jaula por las noches a su lechuza Hedwig. Tío Vernon había transigido debido al escándalo que armaba Hedwig cuando permanecía todo el tiempo encerrada.

Ahora que Harry sabía de qué se reían las Ravenclaw, le molestó escucharlas más que antes.

Harry terminó de escribir sobre Wendelin la Hechicera e hizo una pausa para volver a escuchar. Sólo los ronquidos lejanos y ruidosos de su enorme primo Dudley rompían el silencio de la casa. Debía de ser muy tarde. A Harry le picaban los ojos de cansancio. Sería mejor terminar la redacción la noche siguiente...

— Pobrecito — dijo Lavender.

— No entiendo por qué estamos leyendo esto — dijo Charlie Weasley en voz baja, de forma que solo los Weasley y aquellos que estaban alrededor lo escucharon. — ¿Pasó algo ese día, Harry?

— Pues…

Harry hizo memoria. Recordaba bien la noche en la que había escrito aquella redacción, pero solo porque había sido su cumpleaños y le habían llegado muchas cartas.

— No realmente — admitió. — Era mi cumpleaños y recibí algunas felicitaciones. Y después me fui a dormir.

— ¿Eso es todo? — dijo Ron, incrédulo. — Caray. A quien haya escrito esto le deben encantar los cumpleaños.

— No sabemos si lo ha escrito una persona — le recordó Hermione.

— Pero tampoco hemos podido confirmar que exista un hechizo que pueda hacerlo — replicó Ron.

Contra eso, Hermione no pudo decir nada.

Tapó el tintero, sacó una funda de almohada de debajo de la cama, metió dentro la linterna, la Historia de la Magia, la redacción, la pluma y el tintero, se levantó y lo escondió todo debajo de la cama, bajo una tabla del entarimado que estaba suelta.

Sabía que era estúpido, porque ninguno de los estudiantes y profesores iría nunca a Privet Drive sin que él estuviera presente, pero le molestaba un poco que todos supieran que escondía cosas bajo el suelo de su habitación. Había sido su escondite secreto durante años y ahora todo el mundo lo conocía.

Se puso de pie, se estiró y miró la hora en la esfera luminosa del despertador de la mesilla de noche.

Era la una de la mañana. Harry se sobresaltó: hacía una hora que había cumplido trece años y no se había dado cuenta.

Varias personas le sonrieron y le felicitaron, incluyendo a Sirius, quien le dio tantas palmaditas en la espalda que le provocó un ataque de tos.

Harry aún era un muchacho diferente en otro aspecto: en el escaso entusiasmo con que aguardaba sus cumpleaños. Nunca había recibido una tarjeta de felicitación.

Se oyeron murmullos y Harry estaba seguro de que medio comedor sentía pena por él.

— Pero ese año sí que recibiste tarjetas — sonrió Ron.

No pudo evitarlo. Harry le sonrió de vuelta.

Los Dursley habían pasado por alto sus dos últimos cumpleaños y no tenía ningún motivo para suponer que fueran a acordarse del siguiente.

— Que les den — bufó Moody, quien había acaparado un sillón enorme para él solo.

Varios lo miraron con cautela.

Harry atravesó a oscuras la habitación, pasando junto a la gran jaula vacía de Hedwig, y llegó hasta la ventana, que estaba abierta. Se apoyó en el alféizar y notó con agrado en la cara, después del largo rato pasado bajo las mantas, el frescor de la noche. Hacía dos noches que Hedwig se había ido. Harry no estaba preocupado por ella (en otras ocasiones se había ausentado durante períodos equivalentes), pero esperaba que no tardara en volver. Era el único ser vivo en aquella casa que no se asustaba al verlo.

Las reacciones fueron muy variadas. Algunos parecieron entristecerse al escuchar eso, mientras otros sonreían y se alegraban de que Harry tuviera a alguien de su parte en Privet Drive.

— No me extraña que la quieras tanto — dijo Hermione con voz queda.

Súbitamente, a Harry le dieron muchas ganas de volver a subir a la lechucería para pasar un rato con Hedwig, pero no podía hacerlo.

Aunque Harry seguía siendo demasiado pequeño y esmirriado para su edad, había crecido varios centímetros durante el último año.

Harry se ruborizó. Se oyeron algunas risas.

— ¿Van a mencionar en todos los libros lo pequeño que eres? — dijo Fred con una sonrisita.

— Quién sabe, quizá en el último libro pegue el estirón — añadió George.

Harry soltó un bufido.

Sin embargo, su cabello negro azabache seguía como siempre: sin dejarse peinar. No importaba lo que hiciera con él, el pelo no se sometía. Tras las gafas tenía unos ojos verdes brillantes, y sobre la frente, claramente visible entre el pelo, una cicatriz alargada en forma de rayo.

— ¿Por qué todos los libros empiezan igual? — preguntó Hermione con curiosidad. — Siempre comienzan con una descripción física de Harry. Luego se cuenta la historia de cómo se hizo la cicatriz y se hace un resumen del libro anterior.

Harry se preguntó cómo había conseguido recordar exactamente el orden en el que se explicaban las cosas.

— Esa introducción sirve para refrescar la memoria del lector — dijo Dumbledore, para sorpresa de Harry. — Y para que, en caso de leer los libros por separado, el lector tenga un pequeño resumen de lo acontecido en otros libros y poder así seguir el hilo de lo que sucede.

— Pero no estamos leyendo los libros por separado — replicó Hermione. — Los estamos leyendo todos a la vez, uno tras otro. No necesitamos que nos refresquen la memoria.

¿Qué más daba eso? Pensó Harry. Sin embargo, había algo en los ojos de Hermione que le decía que estuviera callado. Parecía que la chica quería que Dumbledore le confirmara algo.

— Así es — admitió el director. — Me temo que la manera en la que estamos leyendo estos libros no es la forma usual de disfrutar de una buena lectura. En mi caso particular, preferiría leer con calma y dejar varios días pasar entre tomo y tomo, pero eso no es posible.

Hermione asintió y Luna siguió leyendo al ver que ninguno de los dos decía nada más.

Aquella cicatriz era la más extraordinaria de todas las características inusuales de Harry. No era, como le habían hecho creer los Dursley durante diez años,

Sirius gruñó. Harry fijó la vista en Snape, queriendo ver si éste reaccionaba, pero el profesor ni se inmutó.

En momentos así, desearía poder leer la mente. Y, si todo lo que le había dicho el encapuchado era cierto, quizá algún día sería capaz de hacerlo. Pero primero tendría que aprender a proteger su mente utilizando la Oclumancia, cosa que le emocionaba bastante.

una huella del accidente de automóvil que había acabado con la vida de los padres de Harry, porque Lily y James Potter no habían muerto en un accidente de tráfico, sino asesinados.

De nuevo, muchas miradas de pena cayeron sobre Harry, que esperó pacientemente a que desaparecieran. Quería preguntarle algo a Hermione y no podía hacerlo hasta que dejaran de mirarlo.

Asesinados por el mago tenebroso más temido de los últimos cien años: lord Voldemort. Harry había sobrevivido a aquel ataque sin otra secuela que la cicatriz de la frente cuando el hechizo de Voldemort, en vez de matarlo, había rebotado contra su agresor. Medio muerto, Voldemort había huido...

— Hermione — susurró Harry, llamando la atención de su amiga. — ¿A qué venía esa conversación con Dumbledore?

Hermione esperó unos segundos, fijándose en que nadie les estuviera mirando, antes de susurrar:

— Si los libros han sido escritos por una persona específicamente para que nosotros los leamos, repetir toda esta información al principio de cada libro sería una pérdida de tiempo, ¿no crees?

Harry asintió y Hermione siguió hablando:

— Creo que, si una persona los hubiera escrito a mano, no habría incluido esas introducciones que repiten todo lo que ya ha sucedido. Esa persona sabría que vamos a leer todos los libros de golpe y que no necesitamos que nos refresquen la memoria.

— Entonces, ¿crees que no lo ha escrito una persona? — preguntó Ron en voz baja. — ¿Crees que lo han tenido que hacer con un hechizo?

— Es lo más probable — afirmó Hermione. Parecía emocionada. — Pensadlo. Si existe un hechizo que puede escribir libros, seguramente esté diseñado de tal forma que conecte entre sí los diferentes libros de una colección para que no se pierda el hilo conductor.

Tenía mucho sentido, pero Harry no podía evitar sentirse un poco decepcionado. Si los libros habían sido escritos utilizando un encantamiento, entonces podrían haber sido escritos por cualquiera.

Pero Harry había tenido que vérselas con él desde el momento en que llegó a Hogwarts. Al recordar junto a la ventana su último encuentro, Harry pensó que si había cumplido los trece años era porque tenía mucha suerte.

— Qué gran verdad — dijo Neville, devolviendo al trío a la lectura.

Miró el cielo estrellado, por si veía a Hedwig, que quizá regresara con un ratón muerto en el pico, esperando sus elogios. Harry miraba distraído por encima de los tejados y pasaron algunos segundos hasta que comprendió lo que veía.

Perfilada contra la luna dorada y creciendo a cada instante se veía una figura de forma extrañamente irregular que se dirigía hacia Harry batiendo las alas.

Algunos se inclinaron hacia delante.

— Ya me extrañaba a mí que no sucediera nada raro— dijo Angelina.

Se quedó quieto viéndola descender. Durante una fracción de segundo, Harry no supo, con la mano en la falleba, si cerrar la ventana de golpe. Pero entonces la extraña criatura revoloteó sobre una farola de Privet Drive, y Harry, dándose cuenta de lo que era, se hizo a un lado.

Eso confundió a muchos.

Tres lechuzas penetraron por la ventana, dos sosteniendo a otra que parecía inconsciente.

— ¿Lechuzas? Me esperaba un monstruo con alas — se quejó Angelina.

No fue la única que pareció algo decepcionada.

Aterrizaron suavemente sobre la cama de Harry, y la lechuza que iba en medio, y que era grande y gris, cayó y quedó allí inmóvil. Llevaba un paquete atado a las patas.

— Errol — gimió Ron con una mueca. — Deberíamos jubilarlo ya.

— Se ofendería si traemos otra lechuza para que sea la principal de la familia — le dijo Ginny.

— Con Pig se lleva bien — replicó Ron.

— Pero porque Pig es tuya — dijo Ginny. — No es la lechuza familiar.

Harry reconoció enseguida a la lechuza inconsciente. Se llamaba Errol y pertenecía a la familia Weasley. Harry se lanzó inmediatamente sobre la cama, desató los cordeles de las patas de Errol, cogió el paquete y depositó a Errol en la jaula de Hedwig. Errol abrió un ojo empañado, ululó débilmente en señal de agradecimiento y comenzó a beber agua a tragos.

Varios Weasley le sonrieron.

— Eres un cielo, Harry — le dijo la señora Weasley, haciendo que se ruborizara.

Harry volvió al lugar en que descansaban las otras lechuzas. Una de ellas (una hembra grande y blanca como la nieve) era su propia Hedwig. También llevaba un paquete y parecía muy satisfecha de sí misma. Dio a Harry un picotazo cariñoso cuando le quitó la carga, y luego atravesó la habitación volando para reunirse con Errol.

Muchos sonrieron al escuchar ese intercambio entre Hedwig y Harry.

— Me están dando ganas de comprarme una lechuza — dijo Parvati.

Harry no reconoció a la tercera lechuza, que era muy bonita y de color pardo rojizo, pero supo enseguida de dónde venía, porque además del correspondiente paquete portaba un mensaje con el emblema de Hogwarts.

Cuando Harry le cogió la carta a esta lechuza, ella erizó las plumas orgullosamente, estiró las alas y emprendió el vuelo atravesando la ventana e internándose en la noche.

— ¿Hogwarts envía cartas a medianoche? — preguntó Ernie Macmillan, sorprendido. — A mí siempre me llegan por la mañana.

Algunos rodaron los ojos, incluido Ron.

Harry se sentó en la cama, cogió el paquete de Errol, rasgó el papel marrón y descubrió un regalo envuelto en papel dorado y la primera tarjeta de cumpleaños de su vida.

Si bien muchos parecieron tristes al leer eso, otros tantos le sonrieron, felices por él.

Abrió el sobre con dedos ligeramente temblorosos.

Se oyeron varias exclamaciones y suspiros claramente femeninos.

— Qué mono — dijo Romilda Vane.

Harry la ignoró completamente, igual que tuvo que ignorar la mirada sugerente que le había echado Sirius. Le ardía la cara.

A su lado, Ron no podía parar de reír, aunque intentaba disimularlo con la mano.

Cayeron dos trozos de papel: una carta y un recorte de periódico. Supo que el recorte de periódico pertenecía al diario del mundo mágico El Profeta porque la gente de la fotografía en blanco y negro se movía. Harry recogió el recorte, lo alisó y leyó:

FUNCIONARIO DEL MINISTERIO DE MAGIA RECIBE EL GRAN PREMIO

Todos los Weasley sonrieron al escuchar eso.

Arthur Weasley, director del Departamento Contra el Uso Incorrecto de los Objetos Muggles, ha ganado el gran premio anual Galleon Draw que entrega el diario El Profeta.

— Vaya — exclamó Sirius. — Ese premio es de los grandes.

A juzgar por lo impresionados que parecían muchos, debían haber escuchado hablar de ese premio más de una vez.

El señor Weasley, radiante de alegría, declaró a El Profeta: «Gastaremos el dinero en unas vacaciones estivales en Egipto, donde trabaja Bill, nuestro hijo mayor, deshaciendo hechizos para el banco mágico Gringotts.»

Bill sonrió al notar las miradas admiradas de algunos estudiantes. A su lado, Fleur Delacour también sonreía con orgullo.

La familia Weasley pasará un mes en Egipto, y regresará para el comienzo del nuevo curso escolar de Hogwarts, donde estudian actualmente cinco hijos del matrimonio Weasley.

Observó la fotografía en movimiento, y una sonrisa se le dibujó en la cara al ver a los nueve Weasley ante una enorme pirámide, saludándolo con la mano.

Los Weasley sonrieron aún más al escuchar eso, y la señora Weasley pareció muy enternecida.

La pequeña y rechoncha señora Weasley, el alto y calvo señor Weasley, los seis hijos y la hija tenían (aunque la fotografía en blanco y negro no lo mostrara) el pelo de un rojo intenso. Justo en el centro de la foto aparecía Ron, alto y larguirucho, con su rata Scabbers sobre el hombro y con el brazo alrededor de Ginny, su hermana pequeña.

Molly se había ruborizado al escuchar su descripción, pero no estaba tan roja como Ron.

— ¿Por qué siempre se me describe como larguirucho? — se quejó. — No es mi culpa ser más alto que tú.

Harry fingió ofenderse y le dio un golpe suave en el brazo.

Harry no sabía de nadie que mereciera un premio más que los Weasley, que eran muy buenos y pobres de solemnidad.

Esta vez, fue el turno de Harry de sonrojarse. A la vez que varios Weasley seguían sonriéndole y Fred y George le daban muchas palmadas en la espalda, deseó que la tierra se lo tragara.

Cogió la carta de Ron y la desdobló.

Querido Harry:

¡Feliz cumpleaños!

Siento mucho lo de la llamada de teléfono. Espero que los muggles no te dieran un mal rato. Se lo he dicho a mi padre y él opina que no debería haber gritado.

— Y tiene razón — resopló Colin, divertido.

Egipto es estupendo. Bill nos ha llevado a ver todas las tumbas, y no te creerías las maldiciones que los antiguos brujos egipcios ponían en ellas. Mi madre no dejó que Ginny entrara en la última. Estaba llena de esqueletos mutantes de muggles que habían profanado la tumba y tenían varias cabezas y cosas así.

— Pff, seguro que no era para tanto — se quejó Ginny. — Ron solo es un año mayor que yo. ¿Por qué él podía entrar y yo no?

Harry estaba seguro de que debía haber usado ese mismo argumento el día que no la dejaron entrar a la pirámide, porque la señora Weasley ni se lo pensó a la hora de replicar.

— Porque eras muy pequeña y punto.

Cuando mi padre ganó el premio de El Profeta no me lo podía creer. ¡Setecientos galeones! La mayor parte se nos ha ido en estas vacaciones, pero me van a comprar otra varita mágica para el próximo curso.

— Menos mal — dijo Dean. — El que debe hacer las cosas arder es Seamus, no tú. Fue muy tedioso tener que vigilaros a los dos.

Seamus le dio un golpe a Dean con una de las almohadas doradas.

Harry recordaba muy bien cómo se le había roto a Ron su vieja varita mágica. Fue cuando el coche en que los dos habían ido volando a Hogwarts chocó contra un árbol del parque del colegio.

— Todos lo recordamos muy bien — dijo McGonagall con sequedad, haciendo que más de uno soltara una risita.

Regresaremos más o menos una semana antes de que comience el curso. Iremos a Londres a comprar la varita mágica y los nuevos libros. ¿Podríamos vernos allí?

¡No dejes que los muggles te depriman!

— Eso es difícil, viendo el panorama — dijo Alicia Spinnet con una mueca.

Intenta venir a Londres.

Ron

Posdata: Percy ha ganado el Premio Anual. Recibió la notificación la semana pasada.

Percy casi saltó al escuchar su nombre.

Harry volvió a mirar la foto. Percy, que estaba en el séptimo y último curso de Hogwarts, parecía especialmente orgulloso. Se había colocado la medalla del Premio Anual en el fez que llevaba graciosamente sobre su pelo repeinado. Las gafas de montura de asta reflejaban el sol egipcio.

Algunos rieron ante la descripción de Percy, quien se había sonrojado.

Luego Harry cogió el regalo y lo desenvolvió. Parecía una diminuta peonza de cristal. Debajo había otra nota de Ron:

Harry:

Esto es un chivatoscopio de bolsillo. Si hay alguien cerca que no sea de fiar, en teoría tiene que dar vueltas y encenderse. Bill dice que no es más que una engañifa para turistas magos, y que no funciona, porque la noche pasada estuvo toda la cena sin parar. Claro que él no sabía que Fred y George le habían echado escarabajos en la sopa.

Hasta pronto,

Ron

Mientras el comedor al completo se echaba a reír y Bill le lanzaba varios cojines a los gemelos con más fuerza de la necesaria, Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas.

— Pues parece que sí que funcionaba — dijo Ron con la garganta seca.

Harry puso el chivatoscopio de bolsillo sobre la mesita de noche, donde permaneció inmóvil, en equilibrio sobre la punta, reflejando las manecillas luminosas del reloj. Lo contempló durante unos segundos, satisfecho, y luego cogió el paquete que había llevado Hedwig.

Ron sonrió, orgulloso de que a Harry le hubiera gustado su regalo.

— Así que la primera tarjeta de felicitación por tu cumpleaños de toda tu vida te la envió Ron — comentó Katie Bell. — Tenéis una amistad preciosa.

Harry casi se atragantó con su propia saliva, cosa que agradeció, ya que le evitó tener que responderle a Katie. A su lado, Ron estaba tan rojo como él debía estarlo, ya que notaba sus mejillas arder.

También contenía un regalo envuelto en papel, una tarjeta y una carta, esta vez de Hermione:

Querido Harry:

Ron me escribió y me contó lo de su conversación telefónica con tu tío Vernon. Espero que estés bien.

Si no hubiera estado todavía intentando superar el comentario de Katie, Harry le habría agradecido a Hermione su preocupación.

En estos momentos estoy en Francia de vacaciones y no sabía cómo enviarte esto (¿y si lo abrían en la aduana?), ¡pero entonces apareció Hedwig! Creo que quería asegurarse de que, para variar, recibías un regalo de cumpleaños.

Se oyeron varios "oooooh".

— ¿Cómo es posible que tu lechuza te quiera tanto? — se quejó un chico de segundo. — ¡La mía me odia!

El regalo te lo he comprado por catálogo vía lechuza. Había un anuncio en El Profeta (me he suscrito, hay que estar al tanto de lo que ocurre en el mundo mágico). ¿Has visto la foto que salió de Ron y su familia hace una semana? Apuesto a que está aprendiendo montones de cosas, me muero de envidia... los brujos del antiguo Egipto eran fascinantes.

Ron sonrió con orgullo.

— Tenías envidia, ¿eh? — dijo sonriendo. — Apuesto a que te habría encantado estar allí.

— Claro — dijo ella inmediatamente. — Habría aprendido un montón de cosas. Además, seguro que a ti te habría encantado estar en Francia, tomando el sol en la playa… — Bajó la mirada para fijarla en las mejillas de Ron y añadió: — Aunque creo que te quemarías, con la piel tan blanca que tienes.

Ron se tocó la cara y gruñó.

— Puedo ir a la playa perfectamente — se quejó. — Para eso existen los encantamientos anti-solares.

Luna siguió leyendo.

Aquí también tienen un interesante pasado en cuestión de brujería. He tenido que reescribir completa la redacción sobre Historia de la Magia para poder incluir algunas cosas que he averiguado. Espero que no resulte excesivamente larga: comprende dos pergaminos más de los que había pedido el profesor Binns.

— ¿Dos pergaminos? — exclamó Sirius.

Ella lo ignoró totalmente.

Ron dice que irá a Londres la última semana de vacaciones. ¿Podrías ir tú también? ¿Te dejarán tus tíos? Espero que sí. Si no, nos veremos en el expreso de Hogwarts el 1 de septiembre.

Besos de

Hermione

Posdata: Ron me ha dicho que Percy ha recibido el Premio Anual. Me imagino que Percy estará en una nube. A Ron no parece que le haga mucha gracia.

Ron hizo una mueca al escuchar eso. Sus padres lo miraron con renovada preocupación, recordando todo lo que habían leído sobre las inseguridades de Ron. Por suerte, la charla que habían tenido en privado había servido para tranquilizarlos, lo que permitió que en ese momento pudieran mantenerse callados.

Percy, por su parte, no quiso callarse.

— No te hacía mucha gracia, pero creo que vas a seguir mis pasos — le dijo a Ron en tono de broma. — Ya eres prefecto. Perfectamente podrías convertirte en Premio Anual.

— Ni loco — replicó Ron con una mueca, aunque Harry sabía que, de recibir el premio, Ron se alegraría mucho.

Luna siguió leyendo, cosa que Fred aprovechó para decir en voz baja:

— Vaya, Perce. Parece que vuelves a dirigirnos la palabra.

Percy se tensó visiblemente.

— Fred… — le advirtió su madre, pero Fred ni la miró. Tenía los ojos fijos en Percy.

— Me han dicho que has hablado con ellos — dijo, señalando con la cabeza a sus padres. Percy asintió.

— Y pretendo hablar con todos vosotros también — afirmó Percy, manteniéndole la mirada a Fred. Se lo notaba mucho más valiente que el día anterior.

— ¿Y qué nos quieres decir? — preguntó George, ignorando la voz de Luna, que continuaba leyendo.

Harry volvió a sonreír mientras dejaba a un lado la carta de Hermione y cogía el regalo. Pesaba mucho.

— No pretenderás que lo diga todo ahora — resopló Percy. — No es el momento.

— Solo tienes que decir una cosa — insistió Fred. Percy y él se miraron fijamente unos momentos antes de que Percy dijera:

— Fui un imbécil. Lo siento.

Hubo unos segundos de silencio, rotos solo por la voz de Luna de fondo.

— Vas a tener que comprarme una escoba nueva para que te perdone — dijo Fred, sonriendo finalmente. — Una de las buenas. ¿Cuánto te pagan en el ministerio?

— No lo suficiente como para comprar una Saeta de Fuego — bufó Percy.

Fred chasqueó la lengua.

— Vaya, tendré que conformarme con una de las básicas.

La señora Weasley, que había estado a punto de regañar a Fred al escuchar lo de la escoba, decidió mantenerse en silencio al ver que Fred y George sonreían abiertamente y que Percy, quien había estado sumamente tenso los últimos minutos, se relajaba y les devolvía la sonrisa.

— Yo también quiero una escoba — anunció Ginny. — Y yo no me conformo con una de las básicas.

— A ti te regalaré la mejor — le prometió Percy, aunque todos sabían que, como mucho, podría comprarle una escoba de juguete.

— Tendrás que comprar una para cada Weasley — le dijo George. — Sin excepciones.

Percy asintió, intentando no sonreír.

Sonriendo con ganas, Harry volvió a centrarse en la lectura.

Conociendo a Hermione, estaba convencido de que sería un gran libro lleno de difíciles embrujos, pero no. El corazón le dio un vuelco cuando quitó el papel y vio un estuche de cuero negro con unas palabras estampadas en plata:

EQUIPO DE MANTENIMIENTO DE ESCOBAS VOLADORAS.

¡Ostras, Hermione! —murmuró Harry, abriendo el estuche para echar un vistazo.

Hermione se rió por lo bajo.

— Veo que te gustó mi regalo.

— Me encantó — afirmó Harry. — Gracias otra vez.

— Oh, mira, genial — dijo Ron. — Podrás usar el equipo de mantenimiento en la escoba que te regale Percy.

Harry se tensó y le lanzó una mirada de advertencia a Ron, quien la ignoró totalmente.

— Pero Harry ya tiene una Saeta — dijo Fred. — Es difícil superar eso.

— Creo que es mejor que le compre un casco — dijo Charlie. — Le será más útil.

— ¡Hey! — se quejó Harry, a la vez que Ron asentía con ganas.

Sin embargo, mientras los hermanos Weasley comentaban las cosas que Percy debía regalarle a Harry, cada cual más sorprendente (y humillante, en algunos casos), Percy lo miraba con reserva.

Harry le devolvió la mirada, sin saber qué decir. Se escuchaba la voz de Luna de fondo.

Contenía un tarro grande de abrillantador de palo de escoba marca Fleetwood, unas tijeras especiales de plata para recortar las ramitas, una pequeña brújula de latón para los viajes largos en escoba y un Manual de mantenimiento de la escoba voladora.

— Creo que contigo no bastará con sobornarte con escobas — dijo finalmente Percy, tras varios segundos de silencio. El resto de hermanos Weasley dejaron de sugerir cosas, viendo que la atmósfera se había tensado.

Percy tomó aire y abrió la boca para seguir hablando, pero Harry lo interrumpió.

— Yo no necesito escobas — dijo firmemente, esperando que Percy comprendiera lo que quería decir.

Tras unos momentos, Percy asintió y le extendió la mano. Tenía la mandíbula tensa por los nervios y Harry estaba seguro de que, si rechazaba el apretón de manos, Percy se sentiría tremendamente humillado.

Así que estiró el brazo y le cogió la mano, sellando así la tregua entre ellos.

Todos los Weasley sonreían en aquel momento, mientras Luna, ajena a todo, seguía leyendo.

Después de sus amigos, lo que Harry más apreciaba de Hogwarts era el quidditch, el deporte que contaba con más seguidores en el mundo mágico. Era muy peligroso, muy emocionante, y los jugadores iban montados en escoba. Harry era muy bueno jugando al quidditch. Era el jugador más joven de Hogwarts de los últimos cien años. Uno de sus trofeos más estimados era la escoba de carreras Nimbus 2.000.

— Volvemos a leer cosas que todo el mundo sabe ya — dijo Cormac McLaggen, rodando los ojos. — Y aún no ha pasado nada interesante en todo el capítulo.

Varios le dieron la razón.

Harry dejó a un lado el estuche y cogió el último paquete. Reconoció de inmediato los garabatos que había en el papel marrón: aquel paquete lo había enviado Hagrid, el guardabosques de Hogwarts.

Hagrid le sonrió a Harry, quien devolvió el gesto. Después de hacer las paces con Percy, se sentía más liviano.

Desprendió la capa superior de papel y vislumbró una cosa verde y como de piel, pero antes de que pudiera desenvolverlo del todo, el paquete tembló y lo que estaba dentro emitió un ruido fuerte, como de fauces que se cierran.

Se oyeron murmullos y varias personas parecían preocupadas.

Harry se estremeció. Sabía que Hagrid no le enviaría nunca nada peligroso a propósito, pero es que las ideas de Hagrid sobre lo que podía resultar peligroso no eran muy normales: Hagrid tenía amistad con arañas gigantes; había comprado en las tabernas feroces perros de tres cabezas; y había escondido en su cabaña huevos de dragón (lo cual estaba prohibido).

— Y por todo ello, debería ser apartado de su labor docente — dijo Umbridge.

Nadie le hizo caso.

Harry tocó el paquete con el dedo, con temor. Volvió a hacer el mismo ruido de cerrar de fauces.

— ¿Qué demonios le envió? — se escuchó decir a un alumno de primero, que sonaba atemorizado.

Harry cogió la lámpara de la mesita de noche, la sujetó firmemente con una mano y la levantó por encima de su cabeza, preparado para atizar un golpe.

— A falta de varita… — dijo Tonks, sonriendo.

Entonces cogió con la otra mano lo que quedaba del envoltorio y tiró de él.

Cayó un libro.

La confusión de los alumnos más pequeños era muy obvia.

Harry sólo tuvo tiempo de ver su elegante cubierta verde, con el título estampado en letras doradas, El monstruoso libro de los monstruos, antes de que el libro se levantara sobre el lomo y escapara por la cama como si fuera un extraño cangrejo.

Oh... ah —susurró Harry.

— ¿El libro estaba vivo? — chilló una alumna de primero.

— ¡Qué fuerte!

— Yo quiero uno — dijo un chico, también de primero.

— No, no quieres — le aseguró Terry Boot.

Cayó de la cama produciendo un golpe seco y recorrió con rapidez la habitación, arrastrando las hojas. Harry lo persiguió procurando no hacer ruido.

— Eso me recuerda a cuando Dobby fue a visitarte — dijo Ron. — ¿Por qué siempre acabas intentando no hacer ruido mientras algo mágico da vueltas por tu cuarto?

— Ni idea — bufó Harry.

Se había escondido en el oscuro espacio que había debajo de su mesa. Rezando para que los Dursley estuvieran aún profundamente dormidos, Harry se puso a cuatro patas y se acercó a él.

¡Ay!

El libro se cerró atrapándole la mano y huyó batiendo las hojas, apoyándose aún en las cubiertas. Harry gateó, se echó hacia delante y logró aplastarlo.

Varios suspiraron de alivio. Hagrid parecía algo decepcionado.

Tío Vernon emitió un sonoro ronquido en el dormitorio contiguo. Hedwig y Errol lo observaban con interés mientras Harry sujetaba el libro fuertemente entre sus brazos, se iba a toda prisa hacia los cajones del armario y sacaba un cinturón para atarlo. El libro monstruoso tembló de ira, pero ya no podía abrirse ni cerrarse, así que Harry lo dejó sobre la cama y cogió la carta de Hagrid.

— Todos tuvimos que atar el libro con algo — se quejó Ernie.

— El mío no paraba de morderme — dijo Neville con una mueca.

— Con lo fácil que era calmarlo — se lamentó Hagrid.

Querido Harry:

¡Feliz cumpleaños!

He pensado que esto te podría resultar útil para el próximo curso. De momento no te digo nada más. Te lo diré cuando nos veamos.

Espero que los muggles te estén tratando bien.

Con mis mejores deseos,

Hagrid

— ¿Útil? — repitió la profesora Umbridge. — ¿Qué tiene de útil un libro que muerde?

— Era el libro de texto de ese año — le informó Hagrid fríamente.

A Harry le dio mala espina que Hagrid pensara que podía serle útil un libro que mordía, pero dejó la tarjeta de Hagrid junto a las de Ron y Hermione, sonriendo con más ganas que nunca.

Varias personas sonrieron al leer eso, incluidos muchos Weasley, Hagrid, Sirius y Lupin.

Ya sólo le quedaba la carta de Hogwarts.

— ¿Otra carta? — se quejó Roger Davies. — ¿Cuántas van ya?

— Este capítulo me está aburriendo mucho — se quejó Pansy Parkinson.

A decir verdad, nadie podía negar que todavía no había pasado nada especialmente relevante. Sin embargo, a Harry le estaba gustando mucho el capítulo, precisamente porque no estaba sucediendo nada. Era agradable recordar cómo había abierto todas esas cartas, sus primeras tarjetas de cumpleaños, y lo feliz que se había sentido esa noche. Aunque todos se estaban aburriendo, él deseaba que hubiera más capítulos como este.

Percatándose de que era más gruesa de lo normal, Harry rasgó el sobre, extrajo la primera página de pergamino y leyó:

Estimado señor Potter:

Le rogamos que no olvide que el próximo curso dará comienzo el 1 de septiembre. El expreso de Hogwarts partirá a las once en punto de la mañana de la estación de King's Cross, anden nueve y tres cuartos.

— Ya lo sabemos — se quejó otra vez Cormac McLaggen.

A los alumnos de tercer curso se les permite visitar determinados fines de semana el pueblo de Hogsmeade. Le rogamos que entregue a sus padres o tutores el documento de autorización adjunto para que lo firmen.

Los alumnos de primero y segundo parecieron muy interesados al escuchar eso.

También se adjunta la lista de libros del próximo curso.

Atentamente,

Profesora M. McGonagall

Subdirectora

Harry extrajo la autorización para visitar el pueblo de Hogsmeade, y la examinó, ya sin sonreír. Sería estupendo visitar Hogsmeade los fines de semana; sabía que era un pueblo enteramente dedicado a la magia y nunca había puesto en él los pies. Pero ¿cómo demonios iba a convencer a sus tíos de que le firmaran la autorización?

De nuevo, las miradas de pena regresaron, y Harry no quería ni pensar en cómo reaccionarían cuando supieran lo que había pasado con tía Marge.

— Pero sí que vas a Hogsmeade — dijo Neville en voz alta. — Así que te firmaron la autorización, ¿no?

— Mi autorización está firmada— respondió Harry. Ya se enterarían de que no habían sido precisamente los Dursley quienes habían firmado el permiso.

Miró el despertador. Eran las dos de la mañana.

— ¿Pasaste una hora leyendo las cartas? — notó Hermione, sorprendida.

Harry se ruborizó.

— Eso parece.

— ¿Cuántas veces las releíste? — preguntó Fred con una sonrisita y Harry lo miró mal.

Hermione, enternecida, le dio un rápido abrazo a Harry antes de volver a prestarle atención a Luna.

Decidió pensar en ello al día siguiente, se metió en la cama y se estiró para tachar otro día en el calendario que se había hecho para ir descontando los días que le quedaban para regresar a Hogwarts.

— Eres adorable — dijo Angelina con una mueca que parecía de dolor. — Demasiado adorable.

Harry no tenía ni idea sobre cómo responder.

Se quitó las gafas y se acostó para contemplar las tres tarjetas de cumpleaños.

Aunque era un muchacho diferente en muchos aspectos, en aquel momento Harry Potter se sintió como cualquier otro: contento, por primera vez en su vida, de que fuera su cumpleaños.

— Aquí termina — dijo Luna con una gran sonrisa. Marcó la página y dejó el libro en el atril antes de volver a su sitio.

— ¿Ya está? — preguntó Padma Patil, incrédula. — ¿Eso es todo?

— No ha pasado nada en todo el capítulo — se quejó un chico de tercero.

— A mí me ha parecido un capítulo precioso — dijo Cho Chang, antes de mirar a Harry y sonreírle.

Algo nervioso, él le devolvió la sonrisa.

Dumbledore se puso en pie alegremente y volvió a tomar el libro entre sus manos.

— El siguiente capítulo se titula: El error de tía Marge. ¿Alguien se ofrece voluntario para leer?


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 


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