miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 4

 El caldero chorreante:


Les guiñó un ojo. Tenía la vista fija en un punto a un metro de Harry, quien no pudo evitar preguntarse si quizá Dumbledore había notado que algo le pasaba y por eso había ordenado que hicieran una pausa.

En cualquier caso, nunca lo sabría.

— El siguiente capítulo se titula: El Caldero Chorreante. ¿Quién quiere leer?

Varias personas se ofrecieron voluntarias. Para sorpresa de Harry, una de esas personas era Charlie Weasley, quien fue elegido por el director.

Con una sonrisa e ignorando los aplausos de los gemelos, Charlie subió a la tarima y cogió el libro.

— El Caldero Chorreante.

Harry se relajó al escuchar el título del capítulo. Recordaba aquellos días que había pasado solo en el callejón Diagon, deambulando tranquilamente por allí, visitando las tiendas y comiendo helado gratis. Esas dos semanas habían constituido las únicas vacaciones reales que había tenido ese año.

Harry tardó varios días en acostumbrarse a su nueva libertad. Nunca se había podido levantar a la hora que quería, ni comer lo que le gustaba.

Se oyeron algunas quejas y comentarios hacia los Dursley. Harry escuchó a Angelina llamar a tío Vernon algo muy grosero. Sin embargo, ninguno de los profesores la regañó, a pesar de que todos debían haberla oído.

Podía ir donde le apeteciera, siempre y cuando estuviera en el callejón Diagon, y como esta calle larga y empedrada rebosaba de las tiendas de brujería más fascinantes del mundo, Harry no sentía ningún deseo de incumplir la palabra que le había dado a Fudge ni de extraviarse por el mundo muggle.

— El callejón Diagon es genial — dijo Tonks. — Pero no sé si las tiendas más fascinantes del mundo están allí.

Varios alumnos parecieron indignados y miraron a Tonks como si estuviera diciendo bobadas. Kingsley la defendió diciendo:

— Cuando viajéis un poco, descubriréis que el mundo está lleno de lugares mágicos que ni os podéis imaginar ahora.

Tanto Tonks como Lupin le sonrieron, agradecidos.

— Oh, sí — dijo Dumbledore. — Por ejemplo, las callejuelas de Grottole esconden secretos absolutamente fascinantes.

La intriga y la emoción reemplazaron a la indignación que habían sentido unos momentos atrás.

Harry no tenía ni idea de dónde estaba Grottole, pero eso solo hizo que le interesara más aún el tema. Ciertamente, tenía sentido que hubiera muchos sitios como el callejón Diagon a lo largo del mundo. Quizá… si conseguían derrotar a Voldemort, una vez que se hubiera graduado, podría coger su escoba y un buen puñado de galeones e irse a recorrer el mundo.

La idea le parecía absolutamente maravillosa, pero entonces la voz de Charlie le devolvió a la realidad y se tuvo que obligar a seguir escuchando la lectura.

Desayunaba por las mañanas en el Caldero Chorreante, donde disfrutaba viendo a los demás huéspedes: brujas pequeñas y graciosas que habían llegado del campo para pasar un día de compras;

— ¿Te dedicabas a mirar a la gente que pasaba? — dijo Dean, arqueando una ceja. — Tenías que estar aburridísimo.

— Era interesante — le aseguró Harry.

magos de aspecto venerable que discutían sobre el último artículo aparecido en la revista La transformación moderna;

McGonagall pareció sorprendida. Harry supuso que era una lectora habitual de esa revista.

brujos de aspecto primitivo; enanitos escandalosos; y, en cierta ocasión, una bruja malvada con un pasamontañas de gruesa lana, que pidió un plato de hígado crudo.

— ¿Cómo sabías que era malvada? — preguntó Hermione. — Quizá solo tenía gustos un poco raros.

— ¿Comer hígado crudo te parece un poco raro? — dijo Ron. — Además, no llevaría pasamontañas en agosto si no tuviera que esconder su cara.

— Seguro que era una criminal — le dio la razón Sirius. Hermione no parecía muy convencida.

Después del desayuno, Harry salía al patio de atrás, sacaba la varita mágica, golpeaba el tercer ladrillo de la izquierda por encima del cubo de la basura, y se quedaba esperando hasta que se abría en la pared el arco que daba al callejón Diagon.

— Más información innecesaria — se quejó Zacharias Smith. — ¿Por qué tenemos que leer cómo se entra al callejón Diagon en cada libro?

— ¿Por qué tenemos que escuchar cómo te quejas cada vez que eso pasa? — gruñó Ron por lo bajo. Por suerte, Zacharias Smith no lo escuchó.

Harry pasaba aquellos largos y soleados días explorando las tiendas y comiendo bajo sombrillas de brillantes colores en las terrazas de los cafés, donde los ocupantes de las otras mesas se enseñaban las compras que habían hecho («es un lunascopio, amigo mío, se acabó el andar con los mapas lunares, ¿te das cuenta?»)

— ¿Por qué no podemos usar lunascopios en clase en vez de hacer mapas lunares? — dijo un chico de séptimo. — Ahorraríamos mucho tiempo.

La profesora de astronomía no pareció muy contenta con la sugerencia.

o discutían sobre el caso de Sirius Black («yo no pienso dejar a ninguno de mis chicos que salga solo hasta que Sirius vuelva a Azkaban»).

— Supongo que esos pobres chicos no han vuelto a salir solos desde entonces — dijo Sirius, fingiendo sentir pena y sacándole una sonrisa a Harry.

Harry ya no tenía que hacer los deberes bajo las mantas y a la luz de una vela;

— Aleluya — dijo Roger Davies en tono irónico.

ahora podía sentarse, a plena luz del día, en la terraza de la Heladería Florean Fortescue, y terminar todos los trabajos con la ocasional ayuda del mismo Florean Fortescue, quien, además de saber mucho sobre la quema de brujas en los tiempos medievales, daba gratis a Harry, cada media hora, un helado de crema y caramelo.

— ¿Cada media hora? — exclamó Molly Weasley. — Eso no es sano.

— No eran muy grandes — dijo Harry para tranquilizarla, aunque no funcionó mucho.

Después de llenar el monedero con galeones de oro, sickles de plata y knuts de bronce de su cámara acorazada en Gringotts, necesitó mucho dominio para no gastárselo todo enseguida.

— Yo me lo habría gastado — admitió Colin Creevey.

A juzgar por las expresiones de muchos, era obvio que no era el único.

Tenía que recordarse que aún le quedaban cinco años en Hogwarts, e imaginarse pidiéndoles dinero a los Dursley para libros de hechizos para no caer en la tentación de comprarse un juego de gobstones de oro macizo

— ¿Qué te pasa con las cosas de oro? — rió Alicia Spinnet. — En primero, también quisiste comprar un caldero de oro, ¿verdad?

Harry se ruborizó, a la par que muchos reían.

(un juego mágico muy parecido a las canicas, en el que las bolas lanzan un líquido de olor repugnante a la cara del jugador que pierde un punto).

— ¿Canicas? — preguntó Neville.

— También son bolas pequeñas, pero no tiran líquido a la cara de nadie — respondió Hermione.

También le tentaba una gran bola de cristal con una galaxia en miniatura dentro, que habría venido a significar que no tendría que volver a recibir otra clase de astronomía.

De nuevo, la profesora Sinistra, de astronomía, no pareció muy contenta.

Pero lo que más a prueba puso su decisión apareció en su tienda favorita (Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch) a la semana de llegar al Caldero Chorreante.

— ¿Es lo que creo que es? — dijo Ron, empezando a emocionarse.

Harry asintió.

Deseoso de enterarse de qué era lo que observaba la multitud en la tienda, Harry se abrió paso para entrar, apretujándose entre brujos y brujas emocionados, hasta que vio, en un expositor; la escoba más impresionante que había visto en su vida.

Eso llamó la atención de los amantes del quidditch, muchos de los cuales se pusieron a murmurar cosas por lo bajo. Harry escuchó la palabra "saeta", aunque no supo quién la dijo.

Acaba de salir... prototipo... —le decía un brujo de mandíbula cuadrada a su acompañante.

Es la escoba más rápida del mundo, ¿a que sí, papá? —gritó un muchacho más pequeño que Harry, que iba colgado del brazo de su padre.

— Qué mono — dijo Lavender.

El propietario de la tienda decía a la gente:

¡La selección de Irlanda acaba de hacer un pedido de siete de estas maravillas! ¡Es la escoba favorita de los Mundiales!

— Tiene que ser la Saeta de Fuego — dijo Wood, emocionado.

Al apartar a una bruja de gran tamaño, Harry pudo leer el letrero que había al lado de la escoba:

SAETA DE FUEGO

Los murmullos emocionados hicieron que Hermione rodara los ojos, exasperada.

— Solo es una escoba — bufó.

— Solo es la mejor escoba de todos los tiempos — replicó Ron.

Este ultimísimo modelo de escoba de carreras dispone de un palo de fresno ultra fino y aerodinámico, tratado con una cera durísima, y está numerado a mano con su propia matrícula. Cada una de las ramitas de abedul de la cola ha sido especialmente seleccionada y afilada hasta conseguir la perfección aerodinámica.

A Wood casi se le caía la baba.

Todo ello otorga a la Saeta de Fuego un equilibrio insuperable y una precisión milimétrica. La Saeta de Fuego tiene una aceleración de 0 a 240 km/hora en diez segundos, e incorpora un sistema indestructible de frenado por encantamiento.

Harry sonrió. Por muy buena que hubiera sido la Nimbus, no podía negar que la Saeta era mucho mejor.

Preguntar precio en el interior

Preguntar el precio... Harry no quería ni imaginar cuanto costaría la Saeta de Fuego. Nunca le había apetecido nada tanto como aquello...

Sirius lo miró, con una gran sonrisa dibujada en su rostro.

— Te hice el regalo perfecto, ¿eh?

— No te haces una idea — respondió Harry.

Pero nunca había perdido un partido de quidditch en su Nimbus 2.000, ¿y de qué le servía dejar vacía su cámara de seguridad de Gringotts para comprarse la Saeta de Fuego teniendo ya una escoba muy buena?

— Muy bien pensado — lo felicitó McGonagall, para después fulminar con la mirada a aquellos que decían que, si hubieran estado en el lugar de Harry, la habrían comprado sin dudarlo.

Harry no preguntó el precio, pero regresó a la tienda casi todos los días sólo para contemplar la Saeta de Fuego.

— ¿No te parece un poco ridículo? — preguntó Ernie. — Solo es una escoba.

Oliver lo miró como si fuera el demonio.

— ¿Es que no has estado escuchando? — replicó. — Es la mejor escoba del mercado. Charlie, ¿lo puedes leer otra vez?

Con una risita, Charlie repitió las especificaciones de la Saeta, provocando que tanto Hermione como Ernie parecieran tener ganas de arrancarle el libro de las manos y seguir leyendo.

Sin embargo, había cosas que Harry tenía que comprar. Fue a la botica para aprovisionarse de ingredientes para pociones, y como la túnica del colegio le quedaba ya demasiado corta tanto por las piernas como por los brazos, visitó la tienda de Túnicas para Cualquier Ocasión de la señora Malkin y compró otra nueva. Y lo más importante de todo: tenía que comprar los libros de texto para sus dos nuevas asignaturas: Cuidado de Criaturas Mágicas y Adivinación.

— Ningún niño debería hacer ese tipo de compras solo — dijo la profesora Sprout. Parecía triste. — Prefiero leer que Potter quería comprar gobstones de oro. Eso es más acorde a su edad.

Varios de los adultos presentes en el comedor le dieron la razón. El señor y la señora Weasley parecían tan tristes como ella, pero Harry no entendía por qué. ¿Qué más daba que fuera él solo a comprarse las túnicas y los libros? Ni que tuviera cinco años…

Harry se sorprendió al mirar el escaparate de la librería. En lugar de la acostumbrada exhibición de libros de hechizos, repujados en oro y del tamaño de losas de pavimentar había una gran jaula de hierro que contenía cien ejemplares de El monstruoso libro de los monstruos.

Algunos de los estudiantes más jóvenes parecieron muy confundidos.

Por todas partes caían páginas de los ejemplares que se peleaban entre sí, mordiéndose violentamente, enzarzados en furiosos combates de lucha libre.

— Eso es porque no los tenían bien cuidados — se quejó Hagrid. — No les gusta estar enjaulados.

— Imagina dejarlos sueltos — susurró Ron. — Creo que habrían destrozado el callejón entero.

Harry no podía estar más de acuerdo.

Harry sacó del bolsillo la lista de libros y la consultó por primera vez. El monstruoso libro de los monstruos aparecía mencionado como uno de los textos programados para la asignatura de Cuidado de Criaturas Mágicas. En ese momento Harry comprendió por qué Hagrid le había dicho que podía serle útil. Sintió alivio. Se había preguntado si Hagrid tendría problemas con algún nuevo y terrorífico animal de compañía.

Muchos rieron, incluido Hagrid.

— Bueno, ese año trajo a Buckbeak — dijo Hermione en voz baja. Segundos después, sus ojos se abrieron de forma casi cómica. — ¡Oh, no! Fudge se enterará de que Buckbeak sigue vivo. ¿Y si intenta sentenciarlo a muerte otra vez?

— No podrá hacerlo — le aseguró Harry. — Dudo que siga siendo el ministro cuando se lea todo lo que ha hecho este año. O al menos eso espero…

Cuando Harry entró en Flourish y Blotts, el dependiente se acercó a él.

¿Hogwarts? —preguntó de golpe—. ¿Vienes por los nuevos libros?

Sí —respondió Harry—. Necesito...

Quítate de en medio —dijo el dependiente con impaciencia, haciendo a Harry a un lado.

— Qué maleducado — se quejó Padma Patil.

Se puso un par de guantes muy gruesos, cogió un bastón grande, con nudos, y se dirigió a la jaula de los libros monstruosos.

Espere —dijo Harry con prontitud—, ése ya lo tengo.

¿Sí? —El rostro del dependiente brilló de alivio—. ¡Cuánto me alegro! Ya me han mordido cinco veces en lo que va de día.

El comedor se llenó de gestos de comprensión.

— No me extraña que estuviese de mal humor — dijo Neville. — A veces aún tengo pesadillas con esos libros.

Desgarró el aire un estruendoso rasguido. Dos libros monstruosos acababan de atrapar a un tercero y lo estaban desgarrando.

Hagrid parecía disgustado.

¡Basta ya! ¡Basta ya! —gritó el dependiente, metiendo el bastón entre los barrotes para separarlos—. ¡No pienso volver a pedirlos, nunca más! ¡Ha sido una locura! Pensé que no podía haber nada peor que cuando trajeron los doscientos ejemplares del Libro invisible de la invisibilidad. Costaron una fortuna y nunca los encontramos...

Muchos se echaron a reír.

Bueno, ¿en qué puedo servirte?

Necesito Disipar las nieblas del futuro, de Cassandra Vablatsky —dijo Harry, consultando la lista de libros.

Ah, vas a comenzar Adivinación, ¿verdad? —dijo el dependiente quitándose los guantes y conduciendo a Harry a la parte trasera de la tienda, donde había una sección dedicada a la predicción del futuro.

Lavender y Parvati parecieron emocionadas ante la mención su asignatura favorita.

Había una pequeña mesa rebosante de volúmenes con títulos como Predecir lo impredecible, Protégete de los fallos y accidentes, Cuando el destino es adverso.

— Me los compraría todos si pudiera — le dijo Parvati a Lavender. — Menos el segundo, me han dicho que es un timo.

Harry miró de reojo a Hermione, sabiendo que la chica estaba haciendo un esfuerzo colosal para no decir nada.

Aquí tienes —le dijo el dependiente, que había subido unos peldaños para bajar un grueso libro de pasta negra—: Disipar las nieblas del futuro, una guía excelente de métodos básicos de adivinación: quiromancia, bolas de cristal, entrañas de animales...

Los alumnos de primero y segundo, que nunca habían estudiado Adivinación, escuchaban con interés.

Pero Harry no escuchaba. Su mirada había ido a posarse en otro libro que estaba entre los que había expuestos en una pequeña mesa: Augurios de muerte: qué hacer cuando sabes que se acerca lo peor.

Harry hizo una mueca. Se avergonzaba de haber creído en esas cosas, aunque fuera a ratos.

Yo en tu lugar no leería eso —dijo suavemente el dependiente, al ver lo que Harry estaba mirando—. Comenzarás a ver augurios de muerte por todos lados. Ese libro consigue asustar al lector hasta matarlo de miedo.

— ¿Y por qué lo venden? — preguntó Susan Bones. — ¿No sería mejor retirarlo de las librerías?

Muchos le dieron la razón.

Pero Harry siguió examinando la portada del libro. Mostraba un perro negro, grande como un oso, con ojos brillantes. Le resultaba extrañamente familiar...

— Espero que no creyeras que yo…

Al ver la cara de Harry, Sirius jadeó.

— No debí haber dejado que me vieras — se lamentó. — Bueno, al menos ahora sabes que no estás gafado ni nada de eso.

El dependiente puso en las manos de Harry el ejemplar de Disipar las nieblas del futuro.

¿Algo más? —preguntó.

Sí —dijo Harry, algo aturdido, apartando los ojos de los del perro y consultando la lista de libros—: Necesito... Transformación, nivel intermedio y Libro reglamentario de hechizos, curso 3º.

Diez minutos después, Harry salió de Flourish y Blotts con sus nuevos libros bajo el brazo, y volvió al Caldero Chorreante sin apenas darse cuenta de por dónde iba, y chocando con varias personas.

— Pobrecito — se compadeció Hannah Abbott. — Te pasa una cosa tras otra, ¿eh? No te dejan tomar un respiro.

— Ni que lo digas — dijo Harry. Recordaba lo mucho que había llegado a obsesionarse con el grim. Podía entender por qué ese libro mataba de miedo a sus lectores. Ver su portada había servido para atormentarle durante todo el año.

Subió las escaleras que llevaban a su habitación, entró en ella y arrojó los libros sobre la cama. Alguien la había hecho. Las ventanas estaban abiertas y el sol entraba a raudales. Harry oía los autobuses que pasaban por la calle muggle que quedaba detrás de él, fuera de la vista; y el alboroto de la multitud invisible, abajo, en el callejón Diagon. Se vio reflejado en el espejo que había en el lavabo.

No puede haber sido un presagio de muerte —le dijo a su reflejo con actitud desafiante—. Estaba muerto de terror cuando vi aquello en la calle Magnolia. Probablemente no fue más que un perro callejero.

— Eso me ofende — dijo Sirius, fingiendo sentirse indignado. — ¿Callejero? Soy… bueno, sí. Era un perro callejero.

Harry bufó, divertido.

Alzó la mano de forma automática, e intentó alisarse el pelo.

Es una batalla perdida —le respondió el espejo con voz silbante.

— Qué mal rollo que un espejo te hable — dijo un chico de primero, frunciendo el ceño.

Al pasar los días, Harry empezó a buscar con más ahínco a Ron y a Hermione.

Ambos sonrieron.

Por aquellos días llegaban al callejón Diagon muchos alumnos de Hogwarts, ya que faltaba poco para el comienzo del curso. Harry se encontró a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, compañeros de Gryffindor,

Los dos chicos vitorearon al escuchar sus nombres, sacándole una sonrisa a Harry.

en la tienda Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch, donde también ellos se comían con los ojos la Saeta de Fuego;

— Como todos — dijo Oliver. Harry escuchó a Percy soltar un bufido. Wood se giró para mirarlo y añadió: — Venga ya, hasta a ti te impresiona esa escoba. No intentes negarlo.

Percy se ruborizó.

— No me interesan las escobas. Sabes que no juego al quidditch.

— Algún día conseguiré que lo hagas — replicó Oliver. Le brillaban los ojos. Harry había visto esa expresión en sus ojos muchas veces, justo antes de jugar un partido especialmente emocionante.

se tropezó también, en la puerta de Flourish y Blotts, con el verdadero Neville Longbottom, un muchacho despistado de cara redonda. Harry no se detuvo para charlar; Neville parecía haber perdido la lista de los libros, y su abuela, que tenía un aspecto temible, le estaba riñendo.

Muchos rieron, mientras Neville parecía muy avergonzado.

Harry deseó que ella nunca se enterara de que él se había hecho pasar por su nieto cuando intentaba escapar del Ministerio de Magia.

— No creo que le importara — le aseguró Neville. — Le caes bien, Harry.

Harry despertó el último día de vacaciones pensando en que vería a Ron y a Hermione al día siguiente, en el expreso de Hogwarts.

— Me parece adorable que pasaras días buscándolos — rió Parvati.

Harry no entendía por qué era adorable, pero hacía tiempo que se había resignado a no entender a las chicas.

Pensó en Cho durante un momento. Le parecía increíble que solo hubieran pasado unos días desde que se habían besado en un aula vacía. Después de haber sentido interés por ella durante tanto tiempo, era sorprendente lo rápido que se había desilusionado.

Se levantó, se vistió, fue a contemplar por última vez la Saeta de Fuego, y se estaba preguntando dónde comería cuando alguien gritó su nombre. Se volvió.

¡Harry! ¡HARRY!

Allí estaban los dos, sentados en la terraza de la heladería Florean Fortescue.

— Así que os pusisteis de acuerdo para ir al mismo tiempo al callejón Diagon — dijo Lavender. — ¿Quedasteis en la heladería? ¿Los dos solos?

— Eh… Más o menos — respondió Ron, algo confuso. — Antes dimos una vuelta por el callejón.

— Os ibais a ver al día siguiente en el tren — replicó Lavender. Parvati escuchaba todo con avidez. — ¿Por qué teníais que quedar ese día?

— Para comprar los libros — replicó Hermione.

— ¿Teníais que hacerlo juntos?

Hermione rodó los ojos, exasperada. Harry no entendía nada y, a juzgar por la cara de Ron, él tampoco.

Por suerte, Charlie siguió leyendo y la pregunta de Lavender se quedó sin responder.

Ron, más pecoso que nunca; Hermione, muy morena; y los dos le llamaban la atención con la mano.

— Era por el sol — gruñó Ron, tocándose la cara. Hermione soltó una risita.

¡Por fin! —dijo Ron, sonriendo a Harry de oreja a oreja cuando éste se sentó—. Hemos estado en el Caldero Chorreante, pero nos dijeron que habías salido, y luego hemos ido a Flourish y Blotts, y al establecimiento de la señora Malkin, y...

Compré la semana pasada todo el material escolar. ¿Y cómo os enterasteis de que me alojo en el Caldero Chorreante?

— Ahora que lo pienso — dijo Ginny. — ¿Por qué no le enviaste una lechuza a Ron o a Hermione una vez que ya estabas en el Caldero Chorreante? Ya no tenías motivos para estar incomunicado.

— No lo pensé — admitió Harry. — Sabía que iba a verlos pronto, así que no me importó mucho esperar.

Mi padre —contestó Ron escuetamente.

Seguro que el señor Weasley, que trabajaba en el Ministerio de Magia, había oído toda la historia de lo que le había ocurrido a tía Marge.

Arthur asintió, confirmando la teoría de Harry.

¿Es verdad que inflaste a tu tía, Harry? —preguntó Hermione muy seria.

Fue sin querer —respondió Harry, mientras Ron se partía de risa—. Perdí el control.

La señora Weasley miró a Ron fijamente, y Harry estaba seguro de que, de no haber escuchado todas las cosas horribles que hizo tía Marge, lo habría regañado por reírse.

No tiene ninguna gracia, Ron —dijo Hermione con severidad—. Verdaderamente, me sorprende que no te hayan expulsado.

A mí también —admitió Harry—. No sólo expulsado: lo que más temía era ser arrestado. —Miró a Ron—: ¿No sabrá tu padre por qué me ha perdonado Fudge el castigo?

— Porque temía encontrarte hecho pedacitos — ironizó Ron.

Probablemente, porque eres tú. ¿No puede ser ése el motivo? —Encogió los hombros, sin dejar de reírse—. El famoso Harry Potter.

Snape frunció el ceño en una mueca de asco.

No me gustaría enterarme de lo que me haría a mí el Ministerio si se me ocurriera inflar a mi tía. Pero primero me tendrían que desenterrar, porque mi madre me habría matado.

— No hagas ese tipo de bromas — se quejó la señora Weasley. Se había puesto muy pálida.

De cualquier manera, tú mismo le puedes preguntar a mi padre esta tarde. ¡Esta noche nos alojamos también en el Caldero Chorreante! Mañana podrás venir con nosotros a King's Cross. ¡Ah, y Hermione también se aloja allí!

— ¿No os basta con estar siempre juntos en el colegio? — dijo Lavender, con tono de estar disgustada. — ¿También tenéis que estarlo en vacaciones?

— Solo fue un día — respondió Ron. Miró a Harry como diciendo "¿Qué mosca le ha picado?".

La muchacha asintió con la cabeza, sonriendo.

Mis padres me han traído esta mañana, con todas mis cosas del colegio.

¡Estupendo! —dijo Harry, muy contento—.

Hermione le sonrió.

¿Habéis comprado ya todos los libros y el material para el próximo curso?

Mira esto —dijo Ron, sacando de una mochila una caja delgada y alargada, y abriéndola—: una varita mágica nueva. Treinta y cinco centímetros, madera de sauce, con un pelo de cola de unicornio.

— Menos mal — rió Dean. Tanto Seamus como Ron lo miraron mal, recordando lo que había dicho antes sobre tener que vigiarlos a ambos para que no hicieran explotar nada.

Y tenemos todos los libros. —Señaló una mochila grande que había debajo de su silla—. ¿Y qué te parecen los libros monstruosos? El librero casi se echó a llorar cuando le dijimos que queríamos dos.

Eso hizo reír a varias personas.

¿Y qué es todo eso, Hermione? —preguntó Harry, señalando no una sino tres mochilas repletas que había a su lado, en una silla.

Bueno, me he matriculado en más asignaturas que tú, ¿no te acuerdas? —dijo Hermione—. Son mis libros de Aritmancia, Cuidado de Criaturas Mágicas, Adivinación, Estudio de las Runas Antiguas, Estudios Muggles...

— Eso es imposible — bufó Ernie. — No podías tener todas esas asignaturas a la vez.

— Me las apañé para conseguirlo — dijo Hermione. Sin embargo, muchos alumnos se pusieron a hablar al mismo tiempo, comentando lo extraño que era que Hermione pudiera matricularse en tantas asignaturas y, en algunos casos, diciendo lo loca que estaba.

— Aritmancia era a la misma hora que Adivinación — dijo Justin, haciendo memoria. — No podías estar en ambas asignaturas.

— Granger dejó de ir a Adivinación cuando vio que no se le daba bien — explicó Parvati.

Indignada, Hermione replicó:

— ¡No la dejé porque no se me diera bien! La dejé porque me parece… — Frenó en seco, consciente de que la profesora Trelawney estaba presente. — Eh… Me parece una asignatura menos interesante que Aritmancia, para mi gusto.

A pesar de que había suavizado el golpe, la profesora Trelawney no pareció muy contenta.

—Ejem, ejem…

Harry gruñó. Sabía lo que iba a pasar.

La profesora Umbridge sonreía, y eso nunca traía nada bueno.

— No se corte, señorita Granger. Creo que muchos compartimos su opinión.

— Yo no…

Hermione se mordió el labio. Por muy mal que le cayera la profesora Trelawney, Umbridge le caía aún peor.

— Sigamos con la lectura, por favor — intervino Dumbledore. Harry supuso que se había dado cuenta de que la profesora Trelawney se había tensado y miraba a Umbridge como si quisiera pegarle.

¿Para qué quieres hacer Estudios Muggles? —preguntó Ron volviéndose a Harry y poniendo los ojos en blanco—. ¡Tú eres de sangre muggle! ¡Tus padres son muggles! ¡Ya lo sabes todo sobre los muggles!

— Ahí tiene razón — dijo Angelina, mirando a Hermione con curiosidad.

Pero será fascinante estudiarlos desde el punto de vista de los magos —repuso Hermione con seriedad.

Si bien muchos parecían entenderla (especialmente aquellos nacidos de muggles), otros claramente pensaban que estaba loca.

¿Tienes pensado comer o dormir este curso en algún momento, Hermione? — preguntó Harry mientras Ron se reía.

— La respuesta es no — dijo Ron. Harry asintió vigorosamente y Hermione rodó los ojos.

— Pude dormir — se defendió.

Hermione no les hizo caso:

Todavía me quedan diez galeones —dijo comprobando su monedero—. En septiembre es mi cumpleaños, y mis padres me han dado dinero para comprarme el regalo de cumpleaños por adelantado.

¿Por qué no te compras un libro? —dijo Ron poniendo voz cándida.

Algunos rieron.

No, creo que no —respondió Hermione sin enfadarse—.

— ¿Estaba enferma? — preguntó Fred.

— Debía tener fiebre — dijo George, mirando a Hermione con falsa preocupación.

— Ja, ja — replicó Hermione en tono irónico.

Lo que más me apetece es una lechuza. Harry tiene a Hedwig y tú tienes a Errol...

— ¿Lechuza? — repitió Neville, sorprendido. — ¿No tienes un gato?

Hermione le sonrió.

No, no es mío. Errol es de la familia. Lo único que poseo es a Scabbers.

Ron gruñó y Sirius se tensó visiblemente.

Se sacó la rata del bolsillo—. Quiero que le hagan un chequeo —añadió, poniendo a Scabbers en la mesa, ante ellos—. Me parece que Egipto no le ha sentado bien.

Scabbers estaba más delgada de lo normal y tenía mustios los bigotes.

— No fue Egipto lo que le sentó mal — bufó Fred.

Muchos lo miraron con curiosidad.

Ahí hay una tienda de animales mágicos —dijo Harry, que por entonces conocía ya bastante bien el callejón Diagon—. Puedes mirar a ver si tienen algo para Scabbers. Y Hermione se puede comprar una lechuza.

Así que pagaron los helados, cruzaron la calle para ir a la tienda de animales.

— Veamos cómo conseguiste a esa maravilla de gato que tienes, Hermione — dijo Sirius.

Hermione pareció encantada con el comentario de Sirius.

No había mucho espacio dentro. Hasta el último centímetro de la pared estaba cubierto por jaulas. Olía fuerte y había mucho ruido, porque los ocupantes de las jaulas chillaban, graznaban, silbaban o parloteaban. La bruja que había detrás del mostrador estaba aconsejando a un cliente sobre el cuidado de los tritones de doble cola, así que Harry, Ron y Hermione esperaron, observando las jaulas.

Un par de sapos rojos y muy grandes estaban dándose un banquete con moscardas muertas;

Varias personas hicieron muecas de asco.

cerca del escaparate brillaba una tortuga gigante con joyas incrustadas en el caparazón;

— Wow — dijo Dean. — Debe valer una fortuna.

— ¿Por qué le han puesto joyas a una tortuga? — preguntó una chica de primero, indignada. — Espero que no le doliera…

— Nadie le ha incrustado las joyas a esa tortuga — respondió Hagrid. — Nacen así. Son muy raras y provienen de países con climas muy diferentes al nuestro, así que solo aquellos con recursos para cuidarlas están capacitados para comprarlas y mantenerlas sanas.

Harry se preguntó si los Malfoy tendrían una tortuga de esas.

serpientes venenosas de color naranja trepaban por las paredes de su urna de cristal; un conejo gordo y blanco se transformaba sin parar en una chistera de seda y volvía a su forma de conejo haciendo «¡plop!».

Muchos hijos de muggles parecieron sumamente extrañados al escuchar eso.

Había gatos de todos los colores, una escandalosa jaula de cuervos, un cesto con pelotitas de piel del color de las natillas que zumbaban ruidosamente y, encima del mostrador, una enorme jaula de ratas negras de pelo lacio y brillante que jugaban a dar saltos sirviéndose de la cola larga y pelada.

— Ugh, las recuerdo. Esas presumidas — dijo Ron, asqueado.

El cliente de los tritones de doble cola salió de la tienda y Ron se aproximó al mostrador.

Se trata de mi rata —le explicó a la bruja—. Desde que hemos vuelto de Egipto está descolorida.

— Y peor aún se va a poner — gruñó Sirius por lo bajo.

Ponla en el mostrador —le dijo la bruja, sacando unas gruesas gafas negras del bolsillo.

Ron sacó a Scabbers y la puso junto a la jaula de las ratas, que dejaron sus juegos y corrieron a la tela metálica para ver mejor. Como casi todo lo que Ron tenía, Scabbers era de segunda mano (antes había pertenecido a su hermano Percy)

Ron se ruborizó al escuchar sonidos de risas desde otro lado del comedor, donde un grupo de Slytherin se había adueñado de varios sofás.

y estaba un poco estropeada. Comparada con las flamantes ratas de la jaula, tenía un aspecto muy desmejorado.

Hum —dijo la bruja, cogiendo y levantando a Scabbers—, ¿cuántos años tiene?

— Unos treinta y pico — replicó Sirius, ganándose muchas miradas confundidas.

No lo sé —respondió Ron—. Es muy vieja. Era de mi hermano.

¿Qué poderes tiene? —preguntó la bruja examinando a Scabbers de cerca.

— Ser un imbécil — dijo Sirius en voz baja. Harry ahogó una risa.

Bueenoooo... —dijo Ron.

La verdad era que Scabbers nunca había dado el menor indicio de poseer ningún poder que mereciera la pena. Los ojos de la bruja se desplazaron desde la partida oreja izquierda de la rata a su pata delantera, a la que le faltaba un dedo, y chascó la lengua en señal de reprobación.

El trío intercambió miradas. Resultaba increíble lo importante que era ese detalle. Sin embargo, mirando a su alrededor, estaba claro que nadie le había dado importancia.

Ha pasado lo suyo —comentó la bruja.

Ya estaba así cuando me la pasó Percy —se defendió Ron.

— Ya le faltaba un dedo cuando la encontré —replicó a su vez Percy, porque varias personas lo habían mirado mal.

No se puede esperar que una rata ordinaria, común o de jardín como ésta viva mucho más de tres años —dijo la bruja—. Ahora bien, si buscas algo un poco más resistente, quizá te guste una de éstas...

Señaló las ratas negras, que volvieron a dar saltitos. Ron murmuró:

Presumidas.

Algunos rieron. Otros parecían empatizar con Ron y su reticencia a cambiar de mascota.

Bueno, si no quieres reemplazarla, puedes probar a darle este tónico para ratas —dijo la bruja, sacando una pequeña botella roja de debajo del mostrador.

Vale —dijo Ron—. ¿Cuánto...? ¡Ay!

Ron se agachó cuando algo grande de color canela saltó desde la jaula más alta, se le posó en la cabeza y se lanzó contra Scabbers, bufando sin parar.

— ¡Sí! — exclamó Sirius, echándose a reír. Muchos alumnos parecían aterrorizados ante esa reacción.

¡No, Crookshanks, no! —gritó la bruja, pero Scabbers salió disparada de sus manos como una pastilla de jabón, aterrizó despatarrada en el suelo y huyó hacia la puerta.

Varios se giraron para mirar a Ron con pena, suponiendo que ese había sido el fin de su mascota, pero se sorprendieron al ver que el chico, si bien no sonreía, tampoco parecía muy afectado por la situación.

¡Scabbers! —gritó Ron, saliendo de la tienda a toda velocidad, detrás de la rata; Harry lo siguió.

Tardaron casi diez minutos en encontrar a Scabbers, que se había refugiado bajo una papelera, en la puerta de la tienda de Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch.

— Menos mal — se alegró Susan Bones. Ron no le respondió.

Ron volvió a guardarse la rata, que estaba temblando.

— Que se aguante — gruñó Sirius. Muchos lo seguían mirando con cautela.

Se estiró y se rascó la cabeza.

¿Qué ha sido?

O un gato muy grande o un tigre muy pequeño —respondió Harry.

— No es tan grande — exclamó Hermione. — Solo tiene mucho pelo.

— Y muy mal humor — añadió Ron. Hermione lo miró mal.

¿Dónde está Hermione?

Supongo que comprando la lechuza.

Volvieron por la calle abarrotada de gente hasta la tienda de animales mágicos. Llegaron cuando salía Hermione, pero no llevaba ninguna lechuza: llevaba firmemente sujeto el enorme gato de color canela.

Se oyeron jadeos y alguna que otra risa.

— ¿Es que odias a Weasley? — rió un chico de tercero. Hermione no le hizo caso.

¿Has comprado ese monstruo? —preguntó Ron pasmado.

Es precioso, ¿verdad? —preguntó Hermione, rebosante de alegría.

Las risas aumentaron.

— No entiendo nada — dijo una chica de sexto. — Con lo buenos amigos que sois, ¿cómo se te ocurrió comprar ese gato?

— Fue la mejor decisión que pude haber tomado — afirmó Hermione, acabando con las protestas de varios alumnos de un plumazo.

Ya habían aprendido que, si Harry, Ron o Hermione afirmaban algo con tanta seguridad, tenían buenas razones para hacerlo.

«Sobre gustos no hay nada escrito», pensó Harry. El pelaje canela del gato era espeso, suave y esponjoso, pero el animal tenía las piernas combadas y una cara de mal genio extrañamente aplastada, como si hubiera chocado de cara contra un tabique.

— ¡Harry! — exclamó Hermione, mientras decenas de alumnos se partían de risa.

— Perdón — se disculpó Harry. — Aunque es la verdad…

Hermione parecía indignada. Sin embargo, unos segundos después su expresión se relajó y miró a Harry con mucha más suavidad que antes.

— No te disculpes por algo que ni siquiera llegaste a decir en voz alta. No puedes controlar lo que piensas.

Harry abrió y cerró la boca un par de veces, notando cómo se le formaba un nudo en la garganta. Todavía tenía los nervios a flor de piel, aunque se encontraba mucho mejor que antes.

El hecho de que todo el mundo juzgara sus pensamientos le había causado mucho estrés. Que Hermione le dijera que no tenía por qué disculparse significaba mucho más de lo que podría imaginar.

Por toda respuesta, Harry asintió, no sabiendo qué decir.

Sin embargo, en aquel momento en que Scabbers no estaba a la vista, el gato ronroneaba suavemente, feliz en los brazos de Hermione.

Eso hizo sonreír a Hermione, pero lo extraño para todos fue ver a Ron y Sirius sonriendo también.

¡Hermione, ese ser casi me deja sin pelo!

No lo hizo a propósito, ¿verdad, Crookshanks? —dijo Hermione.

— No me extraña que os pelearais ese año — dijo Parvati. — Estabas siendo muy desconsiderada.

Hermione frunció el ceño. A decir verdad, Harry también pensaba que Hermione no había sido muy amable con Ron ese año, pero se alegraba de que hubiera sido así y sabía que Ron pensaba lo mismo. No quedaba nada del cariño que Ron había sentido por Scabbers.

¿Y qué pasa con Scabbers? —preguntó Ron, señalando el bolsillo que tenía a la altura del pecho—. ¡Necesita descanso y tranquilidad! ¿Cómo va a tenerlos con ese ser cerca?

Eso me recuerda que te olvidaste el tónico para ratas —dijo Hermione, entregándole a Ron la botellita roja—. Y deja de preocuparte. Crookshanks dormirá en mi dormitorio y Scabbers en el tuyo, ¿qué problema hay? El pobre Crookshanks...

— ¿Y qué pasa con la sala común? — preguntó Cormac McLaggen. — Hubo más de una pelea allí por culpa de ese gato.

— ¿No se acabó comiendo a Scabbers? — dijo Lavender. — Recuerdo que Ron lo pasó fatal.

— Crookshanks no se comió a Scabbers — bufó Hermione. — Eso fue un malentendido.

— Fue más que un malentendido. No os hablasteis durante mucho tiempo — le recordó Parvati.

— Sí que fue un malentendido — dijo Ron, zanjando la discusión. — ¿Podemos seguir leyendo?

Antes de que Lavender o Parvati pudieran decir nada más, Charlie siguió leyendo en voz alta.

La bruja me dijo que llevaba una eternidad en la tienda. Nadie lo quería.

Me pregunto por qué —dijo Ron sarcásticamente, mientras emprendían el camino del Caldero Chorreante.

— ¿Qué pasó para que cambiaras de opinión sobre ese gato? — preguntó Ernie Macmillan, sorprendido.

— Ya lo leeremos — gruñó Ron.

Encontraron al señor Weasley sentado en el bar leyendo El Profeta.

¡Harry! —dijo levantando la vista y sonriendo—, ¿cómo estás?

El señor Weasley se ruborizó ligeramente, como cada vez que escuchaba su nombre sin esperárselo.

Bien, gracias —dijo Harry en el momento en que él, Ron y Hermione llegaban con todas sus compras.

El señor Weasley dejó el periódico, y Harry vio la fotografía ya familiar de Sirius Black, mirándole.

Harry gimió. Si bien ya no le preocupaba tanto que Sirius se enfadara, recordaba perfectamente que había espiado a los Weasley cuando hablaban sobre Sirius. Seguro que eso saldría en los libros.

¿Todavía no lo han cogido? —preguntó.

No —dijo el señor Weasley con el semblante preocupado—. En el Ministerio nos han puesto a todos a trabajar en su busca, pero hasta ahora no se ha conseguido nada.

Sirius soltó una risita. Fudge le lanzó una mirada llena de rabia.

¿Tendríamos una recompensa si lo atrapáramos? —preguntó Ron—. Estaría bien conseguir algo más de dinero...

Muchos miraron a Ron con alarma y Harry tardó unos segundos en comprender que pensaban que Sirius se enfadaría con él.

Sin embargo, el animago soltó una risotada.

No seas absurdo, Ron —dijo el señor Weasley, que, visto más de cerca, parecía muy tenso—. Un brujo de trece años no va a atrapar a Black. Lo cogerán los guardianes de Azkaban. Ya lo verás.

El trío intercambió miradas, a la vez que Sirius volvía a reír.

— Arthur, no te haces una idea de lo equivocado que estabas — dijo. El señor Weasley sonrió débilmente.

— Ahora ya lo sé.

En ese momento entró en el bar la señora Weasley cargada con compras y seguida por los gemelos Fred y George, que iban a empezar quinto curso en Hogwarts, Percy, último Premio Anual, y Ginny, la menor de los Weasley.

Charlie leyó ese párrafo con una gran sonrisa.

Ginny, que siempre se había sentido un poco cohibida en presencia de Harry, parecía aún más tímida de lo normal.

Ginny gimió.

Tal vez porque él le había salvado la vida en Hogwarts durante el último curso. Se puso colorada y murmuró «hola» sin mirarlo.

Muchos se echaron a reír. Harry trató de mantener el semblante tan neutral como pudo.

Percy, sin embargo, le tendió la mano de manera solemne, como si él y Harry no se hubieran visto nunca, y le dijo:

Charlie soltó una risita antes de leer en tono solemne:

Es un placer verte, Harry.

Percy bufó, mientras muchos reían (sobre todo los gemelos).

Hola, Percy —contestó Harry, tratando de contener la risa.

Espero que estés bien —dijo Percy ceremoniosamente, estrechándole la mano. Era como ser presentado al alcalde.

Percy gimió, avergonzado.

— ¿Quieres una almohada para taparte la cara? — rió Ginny. Percy la miró mal.

— ¿Son imaginaciones mías o hacemos mucho eso? — dijo Ron. — A lo mejor tendríamos que tener una almohada designada para morir de la vergüenza detrás de ella.

— Vale — dijo Ginny, cogiendo una almohada bastante grande. — Corrijo. Percy, ¿quieres la Gran Almohada de la Vergüenza?

— No — gruñó Percy, haciendo reír a varias personas.

Muy bien, gracias...

¡Harry! —dijo Fred, quitando a Percy de en medio de un codazo, y haciendo ante él una profunda reverencia—. Es estupendo verte, chico...

Maravilloso —dijo George, haciendo a un lado a Fred y cogiéndole la mano a Harry—. Sencillamente increíble.

El comedor se llenó de risas. Fred y George parecían muy orgullosos de sí mismos, aunque Percy no parecía muy contento.

Percy frunció el entrecejo.

Ya vale —dijo la señora Weasley.

¡Mamá! —dijo Fred, como si acabara de verla, y también le estrechó la mano—. Esto es fabuloso...

En el presente, Fred le extendió la mano a su madre, queriendo imitar aquel recuerdo. La señora Weasley pareció pensarlo un momento antes de cogerle la mano pero, en vez de estrechársela, la mantuvo entre las suyas.

— ¡Mamá! — se quejó Fred, tratando de soltarse, pero Molly lo tenía bien agarrado.

— Ahora te aguantas.

Muchos de los que estaban prestando atención a los Weasley se echaron a reír, disfrutando de la expresión mortificada de Fred. Harry debía admitir que era gracioso ver a uno de los gemelos sufrir las consecuencias de una de sus bromas.

He dicho que ya vale —dijo la señora Weasley, depositando sus compras sobre una silla vacía—. Hola, Harry, cariño. Supongo que has oído ya todas nuestras emocionantes noticias. —Señaló la insignia de plata recién estrenada que brillaba en el pecho de Percy—. El segundo Premio Anual de la familia —dijo rebosante de orgullo.

Fred trató de recuperar su mano, pero la señora Weasley no parecía tener ninguna intención de soltarlo. A su lado, George reía por lo bajo.

Y último —dijo Fred en un susurro.

— De eso nada — dijo Molly, mirando a Ron con orgullo. Éste se ruborizó hasta las orejas.

De eso no me cabe ninguna duda —dijo la señora Weasley, frunciendo de repente el entrecejo—. Ya me he dado cuenta de que no os han hecho prefectos.

— Menos mal — murmuró Fred. Molly le lanzó una mirada severa.

¿Para qué queremos ser prefectos? —dijo George, a quien la sola idea parecía repugnarle—. Le quitaría a la vida su lado divertido.

Ni Percy, ni Hermione ni la señora Weasley parecieron muy contentos al escuchar eso.

Ginny se rió.

¿Quieres hacer el favor de darle a tu hermana mejor ejemplo? —dijo cortante la señora Weasley.

— Somos un gran ejemplo — dijo George.

— Un ejemplo de lo que no hay que hacer — intervino Angelina, haciendo que George bufara.

Ginny tiene otros hermanos para que le den buen ejemplo —respondió Percy con altivez—. Voy a cambiarme para la cena...

Se fue y George dio un suspiro.

Intentamos encerrarlo en una pirámide —le dijo a Harry—, pero mi madre nos descubrió.

— Nunca habéis sido muy amables con vuestro hermano — comentó Luna.

Ninguno de los chicos Weasley supo cómo contestarle. Percy parecía bastante incómodo.

Aquella noche la cena resulto muy agradable. Tom, el tabernero, juntó tres mesas del comedor, y los siete Weasley, Harry y Hermione tomaron los cinco deliciosos platos de la cena.

Harry sonrió al recordar eso.

¿Cómo iremos a King's Cross mañana, papá? —preguntó Fred en el momento en que probaban un suculento pudín de chocolate.

El Ministerio pone a nuestra disposición un par de coches —respondió el señor Weasley.

Todos lo miraron.

¿Por qué? —preguntó Percy con curiosidad.

— Para asegurarse de que yo no intentaba atacar a Harry — dijo Sirius en voz alta. — Me ofende que me consideréis tan estúpido como para intentar acercarme a Harry cuando iba a estar rodeado de tanta gente.

Dijo eso último mirando directamente a Fudge y Umbridge. El ministro se había puesto algo rojo.

Por ti, Percy —dijo George muy serio—. Y pondrán banderitas en el capó, con las iniciales «P. A.» en ellas...

Por «Presumido del Año» —dijo Fred.

Muchos se echaron a reír. Sin embargo, todavía con el comentario de Luna en mente, ninguno de los Weasley rió.

— Quizá nos pasábamos un poco — admitió Fred. Miró a su madre de reojo y trató de recuperar su mano, que Molly aún sostenía entre las suyas. No funcionó.

— Os pasabais bastante — resopló Percy. — Aunque admito que a veces me lo merecía.

A Harry le sorprendió mucho que Percy dijera eso. Quizá se había tomado en serio el proyecto de arreglar las cosas con su familia y hablar cuando había un problema.

Todos, salvo Percy y la señora Weasley, soltaron una carcajada.

¿Por qué nos proporciona coches el Ministerio, padre? —preguntó Percy con voz de circunstancias.

Charlie lo leyó con un tono pomposo que, más que a Percy, a Harry le recordó a Ernie Macmillan.

Bueno, como ya no tenemos coche, me hacen ese favor, dado que soy funcionario.

Lo dijo sin darle importancia, pero Harry notó que las orejas se le habían puesto coloradas, como las de Ron cuando se azoraba.

En el presente, también las tenía rojas.

Menos mal —dijo la señora Weasley con voz firme—. ¿Os dais cuenta de la cantidad de equipaje que lleváis entre unos y otros? Qué buena estampa haríais en el metro muggle... Lo tenéis ya todo listo, ¿verdad?

Ron no ha metido aún las cosas nuevas en el baúl —dijo Percy con tono de resignación—. Las ha dejado todas encima de mi cama.

— Soplón — le dijo Ron a Percy, quien bufó y replicó:

— No haber dejado tus cosas sobre mi cama.

Lo mejor es que vayas a preparar el equipaje, Ron, porque mañana por la mañana no tendremos mucho tiempo —le reprendió la señora Weasley.

Ron miró a Percy con cara de pocos amigos.

En el presente, ambos hermanos parecían llevarse mucho mejor, cosa que también sorprendía a Harry. No había hablado con Ron sobre aquella conversación que él y Percy habían tenido a escondidas. Había notado que Ron se mostraba mucho más amable hacia él desde entonces y le daba mucha curiosidad saber de qué habrían hablado.

Después de la cena todos se sentían algo pesados y adormilados. Uno por uno fueron subiendo las escaleras hacia las habitaciones, para ultimar el equipaje del día siguiente. La habitación de Ron y Percy era contigua a la de Harry. Acababa de cerrar su baúl con llave cuando oyó voces de enfado a través de la pared, y fue a ver qué ocurría.

Harry gimió.

— Dámela — le dijo a Ginny, señalando la Almohada de la Vergüenza. — La voy a necesitar.

Con cara de curiosidad, Ginny le tendió la almohada.

La puerta de la habitación 12 estaba entreabierta, y Percy gritaba.

Estaba aquí, en la mesita. Me la quité para sacarle brillo.

No la he tocado, ¿te enteras? —gritaba Ron a su vez.

La señora Weasley no pareció nada contenta al escuchar eso.

¿Qué ocurre? —preguntó Harry.

Mi insignia de Premio Anual ha desaparecido —dijo Percy volviéndose a Harry.

Lo mismo ha ocurrido con el tónico para ratas de Scabbers —añadió Ron, sacando las cosas de su baúl para comprobarlas—. Puede que me lo haya olvidado en el bar...

— O que alguien haya entrado a robaros a los dos — sugirió Justin Finch-Fletchley.

¡Tú no te mueves de aquí hasta que aparezca mi insignia! —gritó Percy.

— Que conste que yo no fui — dijo Ron, al notar la mirada de reproche de su madre.

Percy hizo una mueca.

Yo iré por lo de Scabbers, ya he terminado de preparar el equipaje —dijo Harry a Ron.

Harry se hallaba en mitad de las escaleras, que estaban muy oscuras, cuando oyó dos voces airadas que procedían del comedor. Tardó un segundo en reconocer que eran las de los padres de Ron.

El señor y la señora Weasley parecieron muy sorprendidos. Harry apretó la almohada contra sí, deseando que esa escena pasara rápido.

Se quedó dudando, porque no quería que ellos se dieran cuenta de que los había oído discutiendo, y el sonido de su propio nombre le hizo detenerse y luego acercarse a la puerta del comedor.

— ¿Nos espiaste? — dijo Molly.

— No era mi intención — se disculpó Harry. — Escuché mi nombre y…

Pero la señora Weasley no parecía enfadada. Más bien, se la veía preocupada.

No tiene ningún sentido ocultárselo —decía acaloradamente el señor Weasley —. Harry tiene derecho a saberlo. He intentado decírselo a Fudge, pero se empeña en tratar a Harry como a un niño. Tiene trece años y...

— Los críos de trece años son niños todavía — dijo Tonks, mirando a algunos alumnos. — Mira que pequeños.

— No somos niños — replicó una chica de tercero, indignada.

¡Arthur, la verdad le aterrorizaría! —dijo la señora Weasley en voz muy alta—. ¿Quieres de verdad enviar a Harry al colegio con esa espada de Damocles? ¡Por Dios, está muy tranquilo sin saber nada!

— Necesitaba saberlo — dijo Harry, viendo la expresión horrorizada de la señora Weasley, quien se había dado cuenta de que Harry escuchó todo lo que ella no quería que escuchara.

No quiero asustarlo, ¡quiero prevenirlo! —contestó el señor Weasley—. Ya sabes cómo son Harry y Ron, que se escapan por ahí. Se han internado en el bosque prohibido dos veces.

— Y las que quedan — murmuró Ron. Por suerte, su padre no lo escuchó.

¡Pero Harry no debe hacer lo mismo en este curso! ¡Cada vez que pienso lo que podía haberle sucedido la otra noche, cuando se escapó de casa...! Si el autobús noctámbulo no lo hubiera recogido, me juego lo que sea a que el Ministerio lo hubiera encontrado muerto.

— No por mi culpa — dijo Sirius, notando las miradas que muchos estudiantes le acababan de echar. — Nunca le haría daño a Harry. ¿Acaso no lo he dicho ya?

Sin embargo, ninguno de esos estudiantes parecía tener la más mínima confianza en Sirius. Sus caras lo demostraban.

Pero no está muerto, está bien, así que ¿de qué sirve...?

Molly: dicen que Sirius Black está loco, y quizá lo esté, pero fue lo bastante inteligente para escapar de Azkaban, y se supone que eso es imposible.

— Gracias por el cumplido — dijo Sirius, sonriendo. El señor Weasley se rascó la nariz para ocultar una sonrisita.

Han pasado tres semanas y no le han visto el pelo. Y me da igual todo lo que declara Fudge a El Profeta: no estamos más cerca de pillarlo que de inventar varitas mágicas que hagan los hechizos solas.

Fudge pareció muy ofendido al escuchar eso. Sin embargo, aunque Harry habría supuesto que el señor Weasley se sentiría avergonzado al haber sido pillado criticando a Fudge, Arthur parecía muy tranquilo.

Quizá, igual que Harry, creía que era posible que Fudge perdiera su puesto una vez que se leyera todo lo que había hecho en los meses anteriores.

Lo único que sabemos con seguridad es que Black va detrás...

Sirius miró fijamente al señor Weasley.

— Lo sé, lo sé — dijo Arthur, exasperado. — Resulta que lo único que sabíamos con seguridad era falso.

— ¿Oye eso, señor ministro? — dijo Sirius, girándose para mirar a Fudge. — Todo lo que creían era falso.

— Eso ya lo veremos — farfulló Fudge.

Pero Harry estará a salvo en Hogwarts.

Pensábamos que Azkaban era una prisión completamente segura. Si Black es capaz de escapar de Azkaban, será capaz de entrar en Hogwarts.

Sirius sonreía de oreja a oreja. Muchos alumnos lo miraban con recelo, recordando que, efectivamente, había conseguido entrar en Hogwarts.

— Ese sigue siendo un misterio sin resolver — dijo Fudge. — ¿Cómo entró en el colegio?

— Supongo que lo leeremos al final de este libro — respondió Sirius con cara de estar disfrutando el negarle las respuestas a Fudge.

Pero nadie está realmente seguro de que Black vaya en pos de Harry...

Se oyó un golpe y Harry supuso que el señor Weasley había dado un puñetazo en la mesa.

Muchos lo miraron con sorpresa.

— Debía estar muy preocupado por ti, Harry— dijo Lupin, asombrado.

— Por supuesto — dijo Arthur. Harry no dijo nada, no sabiendo cómo expresar la gratitud que sentía.

Molly, ¿cuántas veces te tengo que decir que... que no lo han dicho en la prensa porque Fudge quería mantenerlo en secreto? Pero Fudge fue a Azkaban la noche que Black se escapó. Los guardias le dijeron a Fudge que hacía tiempo que Black hablaba en sueños. Siempre decía las mismas palabras: «Está en Hogwarts, está en Hogwarts.»

— No me refería a Harry — dijo Sirius. Su tono era tan serio que muchos alumnos parecieron asustarse con solo oírlo.

Black está loco, Molly, y quiere matar a Harry. Si me preguntas por qué, creo que Black piensa que con su muerte Quien-tú-sabes volvería al poder. Black lo perdió todo la noche en que Harry detuvo a Quien-tú-sabes. Y se ha pasado diez años solo en Azkaban, rumiando todo eso...

— Quizá debería disculparme por eso — dijo el señor Weasley. — Lamento haber plantado todas esas ideas en la cabeza de Harry. Aunque, en aquel momento, pensé que estaba en lo correcto.

— No te disculpes — replicó Sirius. — Gracias por cuidar de Harry.

Harry se ruborizó levemente al escuchar ese intercambio.

Se hizo el silencio. Harry pegó aún más el oído a la puerta.

Algunos habrían reído, de no ser por la seriedad de la conversación que Harry estaba espiando.

Bien, Arthur. Debes hacer lo que te parezca mejor. Pero te olvidas de Albus Dumbledore. Creo que nada le podría hacer daño en Hogwarts mientras él sea el director. Supongo que estará al corriente de todo esto.

— Ya no estoy tan segura de eso — murmuró la señora Weasley. Miraba al director con el ceño fruncido, y todavía sostenía la mano de Fred, que parecía haberse resignado.

Por supuesto que sí. Tuvimos que pedirle permiso para que los guardias de Azkaban se apostaran en los accesos al colegio. No le hizo mucha gracia, pero accedió.

¿No le hizo gracia? ¿Por qué no, si están ahí para atrapar a Black?

— A nadie le hizo gracia — bufó McGonagall.

Dumbledore no les tiene mucha simpatía a los guardias de Azkaban —respondió el señor Weasley con disgusto—. Tampoco yo se la tengo, si nos ponemos así... Pero cuando se trata con alguien como Black, hay que unir fuerzas con los que uno preferiría evitar.

— Wow, no me extraña que me odiaras, Harry — dijo Sirius. — Me están describiendo como el mayor villano de la historia.

— En aquel momento, todos creíamos que lo eras — dijo Molly con voz queda.

Si salvan a Harry...

En ese caso, no volveré a decir nada contra ellos —dijo el señor Weasley con cansancio—. Es tarde, Molly. Será mejor que subamos...

Se oyeron unas risitas y Harry vio que dos estudiantes, dos chicos de sexto, miraban a Fred y murmuraban algo entre risas.

Harry oyó mover las sillas. Tan sigilosamente como pudo, se alejó para no ser visto por el pasadizo que conducía al bar. La puerta del comedor se abrió y segundos después el rumor de pasos le indicó que los padres de Ron subían las escaleras.

Los dos estudiantes continuaron riéndose.

— ¿Qué pasa? — dijo Fred en voz alta, interrumpiendo a Charlie. — ¿De qué os reís?

Los dos chicos se sorprendieron al notar que Fred les hablaba a ellos.

— Eh… de nada — dijo uno de ellos.

— Pues entonces cerrad la boca — gruñó George.

Charlie siguió leyendo, no dándoles tiempo a los estudiantes para que contestaran.

De reojo, Harry vio cómo la señora Weasley soltaba la mano de Fred, mirándolo con comprensión. Sin embargo, Fred volvió a coger la mano de su madre, lanzándoles una mirada desafiante a los chicos de sexto.

La botella de tónico para las ratas estaba bajo la mesa a la que se habían sentado. Harry esperó hasta oír cerrarse la puerta del dormitorio de los padres de Ron y volvió a subir por las escaleras, con la botella.

Harry miró de reojo a la señora Weasley, notando que seguía sin parecer molesta porque Harry los espiara, lo cual era todo un alivio para él.

Fred y George estaban agazapados en la sombra del rellano de la escalera, partiéndose de risa al oír a Percy poniendo patas arriba la habitación que compartía con Ron, en busca de la insignia.

La tenemos nosotros —le susurró Fred al oído—. La hemos mejorado.

En la insignia se leía ahora: Premio Asnal.

Medio comedor se echó a reír a carcajadas, incluidos los gemelos. Sin embargo, Ron no parecía nada contento.

Harry lanzó una risa forzada. Le llevó a Ron el tónico para ratas, se encerró en la habitación y se echó en la cama.

Así que Sirius Black iba tras él. Eso lo explicaba todo.

— Tu vida es una montaña rusa — dijo Colin. — Cuando parece que todo va bien, siempre aparece algo para complicar las cosas.

— No he tenido ni un día de calma desde que entré en Hogwarts — bufó Harry. Aunque no lo decía del todo en serio, la verdad era que casi siempre había tenido algo sobre lo que preocuparse. Era un pensamiento un poco deprimente.

Fudge había sido indulgente con él porque estaba muy contento de haberlo encontrado con vida. Le había hecho prometer a Harry que no saldría del callejón Diagon, donde había un montón de magos para vigilarle. Y había mandado dos coches del Ministerio para que fueran todos a la estación al día siguiente, para que los Weasley pudieran proteger a Harry hasta que hubiera subido al tren.

— Exacto — dijo Fudge. — Porque, como ministro, siempre he tratado de cumplir con mis obligaciones y proteger a cada miembro de la comunidad mágica.

Harry escuchó más de un bufido a su alrededor. Sin embargo, también notó que muchos alumnos miraban a Fudge con más admiración que antes.

Harry estaba tumbado, escuchando los gritos amortiguados que provenían de la habitación de al lado, y se preguntó por qué no estaría más asustado.

— Quizá tu subconsciente recordaba que yo no soy un malvado asesino — sugirió Sirius.

Harry no creía que fuera por eso.

Sirius Black había matado a trece personas con un hechizo; los padres de Ron, obviamente, pensaban que Harry se aterrorizaría al enterarse de la verdad. Pero Harry estaba completamente de acuerdo con la señora Weasley en que el lugar más seguro de la Tierra era aquel en que estuviera Albus Dumbledore. ¿No decía siempre la gente que Dumbledore era la única persona que había inspirado miedo a lord Voldemort? ¿No le daría a Black, siendo la mano derecha de Voldemort, tanto miedo como a éste?

— Uy sí, me aterroriza Dumbledore — dijo Sirius en tono irónico. — A veces tengo pesadillas en las que me ahoga con su barba.

Harry soltó un bufido que era medio risa, medio sorpresa.

Por otra parte, Dumbledore no parecía para nada ofendido.

— Me temo que mi barba puede llegar a ser un arma mortal. A mí ha tratado de ahogarme en varias ocasiones, mientras duermo.

Harry no estaba seguro de si lo decía en serio o no. Viendo las caras de muchos estudiantes, tampoco ninguno de ellos lo tenía claro.

Y además estaban los guardias de Azkaban, de los que hablaba todo el mundo. La mayoría de las personas les tenían un miedo irracional,

— De irracional nada — resopló Harry por lo bajo.

y si estaban apostados alrededor del colegio, las posibilidades de que Black pudiera entrar parecían muy escasas.

Sirius sonrió ampliamente y Harry rodó los ojos, exasperado. Estaba seguro de que el ego de su padrino aumentaría exponencialmente cuando leyeran cómo había entrado en Hogwarts.

No, en realidad, lo que más preocupaba a Harry era que ya no tenía ninguna posibilidad de que le permitieran visitar Hogsmeade.

Se oyeron risas, bufidos y exclamaciones a partes iguales.

— ¿Te dicen que te persigue un asesino y solo piensas en que no podrás ir de excursión? — exclamó Angelina.

— Hay que ver el lado bueno. Al menos ese pensamiento es propio de un niño de trece años — dijo la profesora Sprout. Si bien muchos le dieron la razón, también hubo protestas por parte de alumnos de tercero que afirmaban no pensar igual que Harry.

— Si a mí me persiguiera un asesino, me preocuparía mucho — dijo una chica de tercero de Ravenclaw.

Nadie querría dejarle abandonar la seguridad del castillo hasta que hubieran atrapado a Black; de hecho, Harry sospechaba que vigilarían cada uno de sus movimientos hasta que hubiera pasado el peligro.

— Pues estabas en lo correcto — dijo Lupin.

Arrugó el ceño mirando al oscuro techo. ¿Creían que no era capaz de cuidar de sí mismo? Había escapado tres veces de lord Voldemort. No era un completo inútil...

— Nadie pensaba eso — dijo la señora Weasley.

Sin querer, le vino a la mente la silueta animal que había visto entre las sombras en la calle Magnolia. Qué hacer cuando sabes que se acerca lo peor...

No me van a matar —dijo Harry en voz alta.

— Claro que no — dijo Sirius. Por su tono, parecía que acabara de escuchar la frase más estúpida del mundo.

Así me gusta, amigo —contestó el espejo con voz soñolienta.

— Aquí acaba.

Charlie cerró el libro y se lo entregó a Dumbledore, quien no perdió un segundo antes de decir:

— El próximo capítulo se titula: El dementor. Me temo que va a ser mucho más difícil de leer que el anterior.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 




No hay comentarios:

Publicar un comentario