jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 5

 El dementor:


Charlie cerró el libro y se lo entregó a Dumbledore, quien no perdió un segundo antes de decir:

— El próximo capítulo se titula: El dementor. Me temo que va a ser mucho más difícil de leer que el anterior.

Se escucharon murmullos a lo largo de todo el comedor. Harry estaba seguro de que muchos alumnos recordaban los rumores que habían corrido aquel día sobre su desmayo al ver los dementores.

Le preocupaba un poco que todos volvieran a reírse de él por ese tema, pero todavía le preocupaba más saber que se iba a leer lo que él escuchaba cada vez que tenía un dementor cerca.

No quería tener que escucharlo. Ya había tenido bastante con haberlo vivido, y encima todo el comedor lo leería junto a él. Por millonésima vez, deseó que los encapuchados le hubieran permitido leer los libros antes que todos los demás. O, mejor aún, que le hubieran permitido no leerlos en público. ¿Por qué se dejó convencer tan fácilmente?

Recordaba los argumentos que habían utilizado. Entendía esa necesidad de que todos supieran lo que había pasado para aclarar malentendidos y proteger a ciertas personas, como Sirius, y también entendía que leer todo el futuro juntos sería una lección para todos. Sí, quizá serviría para que todos aprendieran de lo sucedido y no repitieran los mismos errores.

O quizá no. Quizá habría gente que, se leyera lo que se leyera, no cambiaría de parecer. Quizá habría alumnos que seguirían apoyando a Voldemort, porque sus familias lo hacían o porque estaban de acuerdo con sus ideales.

Pensó en Malfoy, quien había estado extrañamente callado toda la mañana. Ni siquiera lo había visto hablar mucho con Crabbe y Goyle. ¿Acaso la lectura estaba afectándolo? Quizá leer las cosas horribles que su padre le había hecho a Ginny había servido para que se diera cuenta de la clase de persona que era.

Durante un momento, Harry no pudo evitar sentir un poco de compasión hacia Malfoy. Darte cuenta de que tu padre era una mala persona debía ser algo horrible.

Su mente se dirigió entonces hacia Snape. Había tratado de no pensar en el tema, pero la conversación que habían tenido el día anterior todavía le inquietaba. Snape había dicho que James Potter era una de las peores personas que había conocido nunca, pero eso llevaba diciéndoselo años y jamás había tenido motivos para creerle. Incluso ahora, aun sabiendo que las cosas que había dicho de Lily Potter eran ciertas, no podía creerse la sarta de mentiras que Snape había dicho sobre su padre. Confiaba más en Sirius y en el profesor Lupin, quienes habían conocido a James Potter mejor que nadie.

¿Cómo se tomarían lo que estaban a punto de leer? También habían sido amigos de Lily. Tal como había dicho Dumbledore, este capítulo iba a ser muy difícil de leer para algunas personas.

— ¿Algún voluntario?

El director echó un vistazo a todos aquellos que habían levantado la mano y acabó escogiendo a Hannah Abbott, quien subió a la tarima y cogió el libro.

— El dementor— leyó.

Harry tragó saliva. Tenía muchas, muchas ganas de que no se leyera lo que estaban a punto de leer.

A la mañana siguiente, Tom despertó a Harry, sonriendo como de costumbre con su boca desdentada y llevándole una taza de té.

— Qué amable. Conmigo nunca ha sido así — gruñó un chico de segundo de Hufflepuff.

— Conmigo tampoco. Suele ser un poco gruñón — le dio la razón otro alumno, esta vez de Slytherin.

Harry se vistió, y trataba de convencer a Hedwig de que volviera a la jaula cuando Ron abrió de golpe la puerta y entró enfadado, poniéndose la camisa.

Cuanto antes subamos al tren, mejor —dijo—. Por lo menos en Hogwarts puedo alejarme de Percy.

Percy bufó al escuchar eso.

Ahora me acusa de haber manchado de té su foto de Penelope Clearwater. —Ron hizo una mueca—. Ya sabes, su novia. Ha ocultado la cara bajo el marco porque su nariz ha quedado manchada...

Varias personas rieron por lo bajo.

— No fui yo — se defendió Ron al ver la mirada reprobatoria de su madre. — Seguramente fueron los gemelos.

— No, no fuimos nosotros — dijo George. — Para una vez que no hacemos nada…

— ¿Me vais a decir que la foto se manchó por sí sola? — dijo Percy, molesto.

Sin embargo, ninguno de los hermanos Weasley confesó haberla manchado a propósito, así que Hannah siguió leyendo.

Tengo algo que contarte —comenzó Harry, pero lo interrumpieron Fred y George, que se asomaron a la habitación para felicitar a Ron por haber vuelto a enfadar a Percy.

Eso molestó aún más a Percy.

— Podías haberle contado lo de Sirius delante de nosotros — dijo Fred, fingiendo que no se había dado cuenta del ceño fruncido de su hermano. — Tenéis que dejar de cuchichear todo el tiempo y salvar el mundo vosotros solos.

Harry no sabía qué responderle. Por un lado, agradecía el sentimiento, pero otra parte de él prefería mantener sus secretos a buen recaudo.

Bajaron a desayunar y encontraron al señor Weasley, que leía la primera página de El Profeta con el entrecejo fruncido, y a la señora Weasley, que hablaba a Ginny y a Hermione de un filtro amoroso que había hecho de joven. Las tres se reían con risa floja.

Varias personas rieron. La señora Weasley se puso muy roja.

— Vaya, vaya — dijo Sirius con una gran sonrisa. — Eso no me lo esperaba.

— Oh, calla — le respondió la señora Weasley, roja como un tomate.

¿Qué me ibas a contar? —preguntó Ron a Harry cuando se sentaron.

Más tarde —murmuró Harry, al mismo tiempo que Percy irrumpía en el comedor.

— Lo dicho, deberíais confiar más en nosotros — dijo Fred. — Os podríamos ser útiles.

— Por ejemplo, podríamos haber bajado a la cámara y haberos ayudado— le apoyó George.

— O podríamos haber ido con vosotros a detener a Quirrell — añadió Fred. — O habernos batido en duelo con Lockhart cuando quiso desmemorizaros.

Ron frunció el ceño, pero no dijo nada. Harry, por otra parte, sentía que debía decir algo.

— La mayoría de veces, no planeamos las cosas — dijo finalmente. — Simplemente pasan.

Se oyó un bufido detrás de él. Confuso, Harry se giró y vio a Cormac McLaggen sonreír con sarcasmo.

— Buena excusa, Potter.

— No es una excusa — se defendió Harry.

— Oh, venga — dijo Cormac. — Sabes que, si tuvieras que pedirle ayuda a alguien, jamás se la pedirías a los gemelos Weasley. ¿Acaso no es obvio el por qué?

— ¿Qué narices estás diciendo? — dijo Fred, enfadándose. — Aquí lo único obvio es que estás metiéndote en asuntos que no te conciernen.

Cormac soltó una risa sarcástica.

— Aterriza, Weasley. Si Potter no os pide ayuda es porque vosotros dos no sois capaces de tomaros nada en serio. Solo sabéis gastar bromas estúpidas.

—No es por eso — exclamó Harry.

— Claro que lo es — siguió Cormac. Con una sonrisa llena de maldad, añadió: — Quizá es así como morirás, Fred Weasley. Seguro que…

George se puso en pie y, sin darle tiempo a McLaggen para que terminara la frase, se lanzó sobre él.

— ¡George! — exclamó la señora Weasley, levantándose a la par que su marido y todos sus hijos.

George le pegó un puñetazo a McLaggen, que, lleno de rabia, trató de devolverle el golpe. George lo esquivó y le lanzó otro puñetazo a McLaggen, pero, justo antes de que su puño hiciera contacto con la cara del otro Gryffindor, alguien lo tomó del brazo y lo alejó de él.

— ¡Déjame! — gritó George. — Voy a darle una lección…

— No merece la pena — dijo Fred, apretando el agarre que tenía sobre su gemelo. Parecía mucho más tranquilo de lo que Harry habría esperado que estuviese en esa situación. — Déjalo estar por ahora.

Bill y Charlie también se habían apresurado a agarrar a George por los brazos y el torso, alejándolo de McLaggen, quien sangraba por la nariz.

— Weasley, es suficiente.

La profesora McGonagall se había levantado de su asiento tras la mesa de profesores y se había acercado a ellos.

— ¿Ha oído lo que ha dicho McLaggen? — resopló Ron. Estaba rojo de ira. — Yo también le quiero pegar un puñetazo.

— He dicho que es suficiente — le espetó McGonagall, quien observaba como algunos amigos de Cormac lo ayudaban a detener la hemorragia. — McLaggen, míreme.

El chico le hizo caso y se encontró con la varita de McGonagall a pocos centímetros de su cara.

Aterrado, apenas tuvo tiempo de soltar un "¿Qué?" antes de que McGonagall pronunciara un hechizo.

— Episkeyo.

McLaggen soltó un grito y se llevó las manos a la nariz, que había dejado de sangrar.

— La fractura está reparada — dijo McGonagall en tono severo. — Hablaremos cuando acabe la lectura.

— ¿Hablaremos? ¡Pero profesora, el que me ha pegado es él!

— Y con buen motivo — replicó McGonagall. — Agradezca que solo se ha llevado un par de golpes. Ahora siéntese, o le añadiré más días de castigo.

Aturdido e indignado a partes iguales, Cormac se vio obligado a sentarse de nuevo. Fred le tiró de la manga a George para obligarlo a hacer lo mismo. Al pasar de vuelta a su asiento, Bill le revolvió el pelo a George en señal de apoyo. Por otro lado, Arthur Weasley lo había observado todo con el rostro pálido, mientras que Molly parecía consternada. En cuanto Fred y George se sentaron en el suelo frente a ella, alargó la mano para acariciarles el pelo a ambos. Harry estaba seguro de que, de no haber estado en público, la señora Weasley habría roto a llorar.

Respiró hondo. A él también le habían dado ganas de pegarle un puñetazo a Cormac, pero la reacción de George había sido tan rápida que ninguno de los demás había podido hacer nada más que observar.

— Menudo imbécil — gruñó Sirius, mirando a Cormac de reojo. Éste se dio cuenta, porque se puso muy, muy pálido al ver al temido Sirius Black mirarle con tanto asco.

— Siga leyendo, señorita Abbott — le pidió Dumbledore. De pronto, parecía muy triste.

Con el ajetreo de la partida, Harry tampoco tuvo tiempo de hablar con Ron. Todos estaban muy ocupados bajando los baúles por la estrecha escalera del Caldero Chorreante y apilándolos en la puerta, con Hedwig y Hermes, la lechuza de Percy, encaramadas en sus jaulas. Al lado de los baúles había un pequeño cesto de mimbre que bufaba ruidosamente.

A Harry le parecía tan banal lo que estaban leyendo, en comparación con lo que acababan de vivir, que hasta estaba perdiendo el interés por seguir escuchando.

Había pensado que Fred y George estaban llevando muy bien el tema de su… Del futuro de Fred. El encapuchado que les había hablado el primer día no había sido precisamente suave al contarles lo que podría pasarle a Fred si no leían los libros.

Aquel encapuchado no había sido el mismo que había visto en la lechucería, el que le había pegado a Nott… El que le había recordado mucho a George.

Después de lo que acababa de ver, ya no tenía ninguna duda.

Vale, Crookshanks —susurró Hermione a través del mimbre—, te dejaré salir en el tren.

No lo harás —dijo Ron terminantemente—. ¿Y la pobre Scabbers?

— Que se la coma — bufó Sirius. Recibió algunas miradas de alarma.

Se señaló el bolsillo del pecho, donde un bulto revelaba que Scabbers estaba allí acurrucada.

El señor Weasley, que había aguardado fuera a los coches del Ministerio, se asomó al interior.

Aquí están —anunció—. Vamos, Harry.

— Fue él — susurró Harry, intentando que solo Ron y Hermione lo escucharan.

Ambos se giraron para mirarlo, confusos.

El señor Weasley condujo a Harry a través del corto trecho de acera hasta el primero de los dos coches antiguos de color verde oscuro, los dos conducidos por brujos de mirada furtiva con uniforme de terciopelo verde esmeralda.

— ¿De qué hablas? — preguntó Hermione, también susurrando.

Sube, Harry —dijo el señor Weasley, mirando a ambos lados de la calle llena de gente. Harry subió a la parte trasera del coche, y enseguida se reunieron con él Hermione y Ron, y para disgusto de Ron, también Percy.

Percy pareció contrariado, y Ron se apresuró a decir en voz alta:

— No es por nada, Perce, pero me estabas echando la culpa de un montón de cosas que yo no había hecho.

— Lo de la insignia ha quedado demostrado — replicó Percy. — Pero sigo sin saber qué le pasó a esa foto.

— Quizá le cayó agua de una gotera o algo así — sugirió Dean. Percy no pareció muy convencido.

El viaje hasta King's Cross fue muy tranquilo, comparado con el que Harry había hecho en el autobús noctámbulo. Los coches del Ministerio de Magia parecían bastante normales, aunque Harry vio que podían deslizarse por huecos que no podría haber traspasado el coche nuevo de la empresa de tío Vernon.

Muchos parecieron impresionados. Sin embargo, Harry apenas estaba prestando atención. Cuando vio que nadie los miraba, volvió a susurrar:

— ¿Recordáis lo que estuvimos hablando? ¿Sobre la identidad del encapuchado de la lechucería?

Hermione se puso alerta inmediatamente.

— Claro que sí.

Llegaron a King's Cross con veinte minutos de adelanto; los conductores del Ministerio les consiguieron carritos, descargaron los baúles, saludaron al señor Weasley y se alejaron, poniéndose, sin que se supiera cómo, en cabeza de una hilera de coches parados en el semáforo.

— Fue él — repitió Harry, esperando que sus amigos recordaran bien aquella conversación.

A juzgar por la manera en la que a Ron se le abrieron los ojos de la sorpresa, la recordaba perfectamente.

— ¿Estás seguro? — susurró Ron. — ¿El que le pegó a Nott…?

Harry asintió. Ron miró de reojo a George, quien tenía cara de seguir muy enfadado. A su lado, Fred tenía el ceño fruncido.

El señor Weasley se mantuvo muy pegado a Harry durante todo el camino de la estación.

Bien, pues —propuso mirándolos a todos—. Como somos muchos, vamos a entrar de dos en dos. Yo pasaré primero con Harry.

El señor Weasley fue hacia la barrera que había entre los andenes nueve y diez, empujando el carrito de Harry y, según parecía, muy interesado por el Intercity 125 que acababa de entrar por la vía 9. Dirigiéndole a Harry una elocuente mirada, se apoyó contra la barrera como sin querer. Harry lo imitó.

— ¿No se te hizo raro que el señor Weasley te acompañara a ti y no a uno de sus hijos? — preguntó Ernie Macmillan. — Creo que es obvio que intentaba protegerte.

A Harry, quien estaba centrado en hablar en susurros con Ron y Hermione, le pilló totalmente por sorpresa lo que dijo Ernie.

— Eh… No lo pensé mucho — dijo, hablando en voz alta otra vez. — Todos entramos en parejas, así que habría entrado con un Weasley sí o sí.

— O conmigo — dijo Hermione.

— O contigo — cedió Harry.

Un instante después, cayeron de lado a través del metal sólido y se encontraron en el andén nueve y tres cuartos. Levantaron la mirada y vieron el expreso de Hogwarts, un tren de vapor de color rojo que echaba humo sobre un andén repleto de magos y brujas que acompañaban al tren a sus hijos. De repente, detrás de Harry aparecieron Percy y Ginny. Jadeaban y parecía que habían atravesado la barrera corriendo.

— ¿En qué te basas para creer que era George? — preguntó Ron, volviendo a susurrar. Apenas movía la boca. — ¿Solo con ver cómo le pegaba a McLaggen eres capaz de saberlo?

— No es solo por el puñetazo — respondió Harry, tras esperar unos segundos para asegurarse de que nadie los escuchaba murmurar. — Es por su voz.

¡Ah, ahí está Penelope! —dijo Percy, alisándose el pelo y sonrojándose.

Se oyeron risas, pero para ellos sonaban muy lejanas. Ante la mirada confusa de Ron, Harry susurró:

— Me sorprendió el tono que usó para hablarle a Nott. Me pareció tan… oscuro, tan amargo, que me extrañaba mucho que pudiera venir de George. Pero ahora…

Tanto Hermione como Ron lo entendieron al instante. Ellos también acababan de escuchar a George gritarle a McLaggen.

Se quedaron en silencio, asimilando lo que acababan de descubrir.

Ginny miró a Harry, y ambos se volvieron para ocultar la risa en el momento en que Percy se acercó sacando pecho (para que ella no pudiera dejar de notar la insignia reluciente) a una chica de pelo largo y rizado.

Se oyeron risitas. Michael Corner gruñó y miró mal a Harry, pero él no le hizo ni caso. No sabía cómo sentirse. Por un lado, era emocionante estar tan seguro de la identidad de uno de los encapuchados. Por otro, resultaba deprimente pensar en que George pudiera haber sufrido tanto, hasta el punto de regresar atrás en el tiempo para salvar a su hermano.

Después de que Hermione y el resto de los Weasley se reunieran con ellos, Harry y el señor Weasley se abrieron paso hasta el final del tren, pasaron ante compartimentos repletos de gente y llegaron finalmente a un vagón que estaba casi vacío. Subieron los baúles, pusieron a Hedwig y a Crookshanks en la rejilla portaequipajes, y volvieron a salir para despedirse de los padres de Ron.

La señora Weasley besó a todos sus hijos, luego a Hermione y por último a Harry. Éste se sintió embarazado pero muy agradecido cuando ella le dio un abrazo de más.

La señora Weasley le sonrió, aunque aún se la veía muy afectada por lo que acababa de suceder. Harry le devolvió la sonrisa, esperando animarla un poco.

Cuídate, Harry ¿Lo harás? —dijo separándose de él, con los ojos especialmente brillantes. Luego abrió su enorme bolso y dijo—: He preparado bocadillos para todos. Aquí los tenéis, Ron... no, no son de conserva de buey.. Fred... ¿dónde está Fred? ¡Ah, estás ahí, cariño...!

Hannah pareció algo arrepentida de leer eso. La señora Weasley gimió y se inclinó hacia delante para darle un abrazo a Fred, quien le dio unas palmaditas en el hombro a su madre.

Harry —le dijo en voz baja el señor Weasley—, ven aquí un momento.

Señaló una columna con la cabeza y Harry lo siguió hasta ella. Se pusieron detrás, dejando a los otros con la señora Weasley.

Tengo que decirte una cosa antes de que te vayas —dijo el señor Weasley con voz tensa.

— Vaya, parece que no hacía falta que los espiaras — dijo Angelina en tono jovial. Harry estaba seguro de que pretendía desviar la atención de todos aquellos que miraban cómo Molly abrazaba a su hijo.

No es necesario, señor Weasley. Ya lo sé.

¿Que lo sabes? ¿Cómo has podido saberlo?

— Lo raro sería que no se hubiera enterado — dijo Sirius. — ¿Es que no sabéis hablar en voz baja?

Le guiñó un ojo al señor Weasley, que le sonrió débilmente.

Yo... eh... les oí anoche a usted y a su mujer. No pude evitarlo. Lo siento...

No quería que te enteraras de esa forma —dijo el señor Weasley, nervioso.

No... Ha sido la mejor manera. Así me he podido enterar y usted no ha faltado a la palabra que le dio a Fudge.

— Técnicamente es cierto — dijo Bill, al notar la expresión frustrada de Fudge.

Harry, debes de estar muy asustado...

No lo estoy —contestó Harry con sinceridad—. De verdad —añadió, porque el señor Weasley lo miraba incrédulo—. No trato de parecer un héroe, pero Sirius Black no puede ser peor que Voldemort, ¿verdad?

— Eso me ofende — dijo Sirius. — ¿Es que has olvidado ese artículo de El Profeta? Soy malo. Malo malísimo, el más malvado de todos los criminales.

Eso le sacó una sonrisa a Harry, a pesar de todo. De reojo, vio que la señora Weasley soltaba a Fred, quien parecía aliviado.

El señor Weasley se estremeció al oír aquel nombre, pero no comentó nada.

Harry, sabía que estabas hecho..., bueno, de una pasta más dura de lo que Fudge cree. Me alegra que no tengas miedo, pero...

— Está hecho de la pasta más dura que hay — gruñó Moody. Harry se ruborizó.

¡Arthur! —gritó la señora Weasley, que ya hacía subir a los demás al tren—. ¡Arthur!, ¿qué haces? ¡Está a punto de irse!

Ya vamos, Molly —dijo el señor Weasley Pero se volvió a Harry y siguió hablando, más bajo y más aprisa—. Escucha, quiero que me des tu palabra...

¿De que seré un buen chico y me quedaré en el castillo? —preguntó Harry con tristeza.

— Era por tu bien — le reprochó Hermione. Harry rodó los ojos.

— Pues al final resulta que podía haber ido a Hogsmeade sin problemas — replicó en voz baja. — Y que estaba durmiendo en la misma habitación que mi mayor enemigo.

Eso dejó a Hermione sin palabras.

No exactamente —respondió el señor Weasley, más serio que nunca—. Harry, prométeme que no irás en busca de Black.

Harry lo miró fijamente.

¿Qué?

Lo mismo preguntaban muchos.

— ¿Por qué diantres haría eso? — preguntó Anthony Goldstein.

— Vale, Potter no tiene muchas luces, pero ir tras un asesino me parece demasiado hasta para él — dijo Zacharias Smith. A Harry le dieron ganas de lanzarle algo.

Se oyó un potente silbido y pasaron unos guardias cerrando todas las puertas del tren.

Prométeme, Harry —dijo el señor Weasley hablando aún más aprisa—, que ocurra lo que ocurra...

¿Por qué iba a ir yo detrás de alguien que sé que quiere matarme? —preguntó Harry, sin comprender.

— Eso mismo — urgió Katie Bell. — ¿Por qué lo haría? Es ridículo.

Harry tragó saliva.

Prométeme que, oigas lo que oigas...

¡Arthur, aprisa! —gritó la señora Weasley.

Salía vapor del tren. Éste había comenzado a moverse. Harry corrió hacia la puerta del vagón, y Ron la abrió y se echó atrás para dejarle paso. Se asomaron por la ventanilla y dijeron adiós con la mano a los padres de los Weasley hasta que el tren dobló una curva y se perdieron de vista.

— Al final no se lo prometiste — notó Lupin. — Eso explica muchas cosas.

Muchas personas lo miraron con curiosidad.

Tengo que hablaros a solas —dijo entre dientes a Ron y Hermione en cuanto el tren cogió velocidad.

Vete, Ginny —dijo Ron.

¡Qué agradable eres! —respondió Ginny de mal humor; y se marchó muy ofendida.

En el presente, Ginny bufó, molesta.

— Siempre hacéis lo mismo — murmuró. — Incluso ahora.

Harry se quedó mirándola, sorprendido.

— Eh…

Ginny lo miró fijamente, con cara de estar de muy mal humor.

— Lleváis un buen rato cuchicheando. No sé lo que estáis diciendo, pero no estoy sorda del todo. Ni ciega — añadió. — Aunque no sé qué podéis estar tramando ahora, si solo estamos leyendo.

— No estamos tramando nada — replicó Ron en voz baja. — Es solo que…

— ¿Que qué?

Ron miró a Hermione y luego a Harry, pidiendo ayuda con la mirada.

— Que creo que he descubierto algo — susurró finalmente Harry. No tenía motivos para desconfiar de Ginny. Además, siendo una Weasley, ¿acaso no tenía ella más derecho que él a saber lo de George?

Eso llamó la atención de Ginny, que dejó de mirarlos mal.

— ¿El qué? — respondió, también susurrando.

Hannah seguía leyendo.

Harry, Ron y Hermione fueron por el pasillo en busca de un compartimento vacío, pero todos estaban llenos salvo uno que se encontraba justo al final.

En éste sólo había un ocupante: un hombre que estaba sentado al lado de la ventana y profundamente dormido. Harry, Ron y Hermione se detuvieron ante la puerta. El expreso de Hogwarts estaba reservado para estudiantes y nunca habían visto a un adulto en él, salvo la bruja que llevaba el carrito de la comida.

— ¿Había un adulto en el tren? — preguntó un chico de tercero, sorprendido. — Qué raro.

Ginny los miraba con atención, ignorando la lectura. Harry acercó la cabeza hacia ella para explicarle lo de la lechucería y lo que acababa de pensar.

El extraño llevaba una túnica de mago muy raída y remendada. Parecía enfermo y exhausto. Aunque joven, su pelo castaño claro estaba veteado de gris.

Sirius miró de reojo a Lupin, quien parecía algo incómodo, ya que Sirius no era el único que lo observaba en ese momento.

— Entonces, ¿crees que es George? — susurró Ginny, totalmente metida en su conversación con el trío. — ¿Estás seguro?

— Casi seguro — dijo Harry. — No tenemos forma de comprobarlo, a no ser que vayamos a preguntarle a uno de ellos.

— No creo que nos respondan — replicó Hermione.

¿Quién será? —susurró Ron en el momento en que se sentaban y cerraban la puerta, eligiendo los asientos más alejados de la ventana.

Es el profesor R. J. Lupin —susurró Hermione de inmediato.

Se escucharon varios vítores por parte de algunos alumnos, así como algunos aplausos. Ruborizado, el profesor Lupin les sonrió.

Sirius parecía realmente contento.

¿Cómo lo sabes?

Lo pone en su maleta —respondió Hermione señalando el portaequipajes que había encima del hombre dormido, donde había una maleta pequeña y vieja atada con una gran cantidad de nudos. El nombre, «Profesor R. J. Lupin», aparecía en una de las esquinas, en letras medio desprendidas.

— Qué cutre — se oyó decir a Pansy Parkinson.

La chica no se esperaba la cantidad de miradas asesinas que cayeron sobre ella. Muchos alumnos, los que lo habían tenido como profesor, adoraban al profesor Lupin.

Me pregunto qué enseñará —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando el pálido perfil del profesor Lupin.

Está claro —susurró Hermione—. Sólo hay una vacante, ¿no es así? Defensa Contra las Artes Oscuras.

Los alumnos más jóvenes, que no habían estado en el colegio cuando Lupin fue profesor, lo miraron con sorpresa y curiosidad.

Harry, Ron y Hermione ya habían tenido dos profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, que habían durado sólo un año cada uno. Se decía que el puesto estaba gafado.

Bueno, espero que no sea como los anteriores —dijo Ron no muy convencido —. No parece capaz de sobrevivir a un maleficio hecho como Dios manda. Pero bueno, ¿qué nos ibas a contar?

Ron se puso muy rojo, a la vez que se oyeron risas. Lupin fingió ofenderse:

— Disculpe usted, señor Weasley, pero soy perfectamente capaz de sobrevivir a un maleficio — dijo. Sus ojos le sonreían.

— ¿Seguro? — dijo Sirius. — Porque podemos comprobarlo. ¿Nos batimos en duelo?

Se oyeron varios grititos ahogados. Para sorpresa de Harry, el profesor Lupin se lo pensó varios segundos antes de decir:

— Quizá, cuando acabe la lectura.

Harry estaba seguro de que solo lo había dicho para ver las caras de los alumnos. Muchos parecían consternados al imaginar al que había sido uno de sus profesores favoritos luchando contra el temido Sirius Black.

Harry explicó la conversación entre los padres de Ron y las advertencias que el señor Weasley acababa de hacerle. Cuando terminó, Ron parecía atónito y Hermione se tapaba la boca con las manos. Las apartó para decir:

¿Sirius Black escapó para ir detrás de ti? ¡Ah, Harry, tendrás que tener muchísimo cuidado! No vayas en busca de problemas...

— Sí, Harry, ten mucho cuidado — sonrió Sirius. — No vaya a encontrarte el mago más malvado de todos los tiempos.

— Te ha encantado eso, ¿eh? — le dijo Harry.

— Claro que sí.

Yo no busco problemas —respondió Harry, molesto—. Los problemas normalmente me encuentran a mí.

— Creo que eso define todos tus años en Hogwarts — dijo Neville.

— Bueno, más o menos — intervino Alicia Spinnet. — Fue su decisión ir a salvar la piedra Filosofal.

— Y bajar a la cámara, en lugar de buscar a un adulto competente — añadió Padma Patil.

Harry gruñó. No había tenido más opción que hacer esas cosas. Si se hubiera esperado a que los profesores hicieran algo, el resultado habría sido catastrófico.

¡Qué tonto tendría que ser Harry para ir detrás de un chalado que quiere matarlo! —exclamó Ron, temblando.

— Ups — dijo Ron con una risita. Harry lo miró mal.

Se tomaban la noticia peor de lo que Harry había esperado. Tanto Ron como Hermione parecían tenerle a Black más miedo que él.

— Como siempre — dijo Hermione. — No sé cómo podías estar tan tranquilo.

Nadie sabe cómo se ha escapado de Azkaban —dijo Ron, incómodo—. Es el primero. Y estaba en régimen de alta seguridad.


Pero lo atraparán, ¿a que sí? —dijo Hermione convencida—. Bueno, están buscándolo también todos los muggles...

— Como si esos pudieran encontrar algo — resopló Zabini. Muchos lo miraron mal, y McGonagall lo amenazó con castigarlo si volvía a insultar a los muggles.

¿Qué es ese ruido? —preguntó de repente Ron.

De algún lugar llegaba un leve silbido. Miraron por el compartimento.

Viene de tu baúl, Harry —dijo Ron poniéndose en pie y alcanzando el portaequipajes.

Un momento después, había sacado el chivatoscopio de bolsillo de entre la túnica de Harry. Daba vueltas muy aprisa sobre la palma de la mano de Ron, brillando muy intensamente.

Algunos miraron a Lupin en ese momento, y Harry tardó varios segundos en entender que pensaban que él era la persona a la que el chivatoscopio estaba reaccionando.

— No giraba por el profesor Lupin — gruñó, haciendo que todos lo miraran a él. — Giraba por… otra cosa.

¿Eso es un chivatoscopio? —preguntó Hermione con interés, levantándose para verlo mejor.

Sí... Pero claro, es de los más baratos —dijo Ron—. Se puso como loco cuando lo até a la pata de Errol para enviárselo a Harry.

— ¿Por qué sería? — ironizó Ron.

¿No hacías nada malo en ese momento? —preguntó Hermione con perspicacia.

¡No! Bueno..., no debía utilizar a Errol. Ya sabes que no está preparado para viajes largos... Pero ¿de qué otra manera hubiera podido hacerle llegar a Harry el regalo?

— Un chivatoscopio jamás reaccionaría a algo tan simple como eso — dijo Moody.

Ron rodó los ojos. Ahora ya lo sabía.

Vuélvelo a meter en el baúl —le aconsejó Harry, porque su silbido les perforaba los oídos— o le despertará.

Señaló al profesor Lupin con la cabeza.

Lupin le sonrió, agradecido.

Ron metió el chivatoscopio en un calcetín especialmente horroroso de tío Vernon, que ahogó el silbido, y luego cerró el baúl.

— ¿Por qué tenías ese calcetín? — preguntó Parvati, asqueada.

— Fue útil para guardar el chivatoscopio — se defendió Harry.

Podríamos llevarlo a que lo revisen en Hogsmeade —dijo Ron, volviendo a sentarse. Fred y George me han dicho que en Dervish y Banges, una tienda de instrumentos mágicos, venden cosas de este tipo.

¿Sabes más cosas de Hogsmeade? —dijo Hermione con entusiasmo—. He leído que es la única población enteramente no muggle de Gran Bretaña...

Sí, eso creo —respondió Ron de modo brusco—. Pero no es por eso por lo que quiero ir. ¡Sólo quiero entrar en Honeydukes!

— No creo que hablar de Hogsmeade delante de Harry sea lo más amable — dijo Susan Bones.

Ron y Hermione no parecieron muy contentos, cosa que Harry podía entender. Después de todo, en ese momento aún no habían sabido que él no podría ir a Hogsmeade. Sabía muy bien cómo se sentía que juzgaran tus acciones sin tener en cuenta el contexto.

¿Qué es eso? —preguntó Hermione.

Es una tienda de golosinas —respondió Ron, poniendo cara de felicidad—, donde tienen de todo... Diablillos de pimienta que te hacen echar humo por la boca... y grandes bolas de chocolate rellenas de mousse de fresa y nata de Cornualles, y plumas de azúcar que puedes chupar en clase y parecer que estás pensando lo que vas a escribir a continuación...

A juzgar por las caras de muchos alumnos, deseaban enormemente estar en Honeydukes en ese momento. Incluso a Harry se le había hecho la boca agua.

Pero Hogsmeade es un lugar muy interesante —presionó Hermione con impaciencia—. En Lugares históricos de la brujería se dice que la taberna fue el centro en que se gestó la revuelta de los duendes de 1612. Y la Casa de los Gritos se considera el edificio más embrujado de Gran Bretaña…

Sirius soltó una risotada. Lupin, por su parte, quiso camuflar una sonrisa al rascarse la nariz con la mano.

... Y enormes bolas de helado que te levantan unos centímetros del suelo mientras les das lenguetazos —continuó Ron, que no oía nada de lo que decía Hermione.

Se oyeron risas.

— Di que sí, Ron — dijo Lee Jordan. — Honeydukes es lo mejor de Hogsmeade.

— Después de Zonko — añadió Fred.

Hermione se volvió hacia Harry.

¿No será estupendo salir del colegio para explorar Hogsmeade?

Supongo que sí—respondió Harry apesadumbrado—. Ya me lo contaréis cuando lo hayáis descubierto.

¿Qué quieres decir? —preguntó Ron.

Yo no puedo ir. Los Dursley no firmaron la autorización y Fudge tampoco quiso hacerlo.

Ron se quedó horrorizado.

Muchos miraron con pena a Harry, quien se forzó a no rodar los ojos. ¿Es que no recordaban que, en el presente, sí tenía autorización para ir al pueblo?

¿Que no puedes venir? Pero... hay que buscar la forma... McGonagall o algún otro te dará permiso...

Harry se rió con sarcasmo. La profesora McGonagall, jefa de la casa Gryffindor, era muy estricta.

— Si hubiera podido firmártela, lo habría hecho — dijo McGonagall. — Pero no es de mi competencia.

Podemos preguntar a Fred y a George. Ellos conocen todos los pasadizos secretos para salir del castillo...

Filch se enderezó en su asiento junto a la pared.

¡Ron! —le interrumpió Hermione—. Creo que Harry no debería andar saliendo del colegio a escondidas estando suelto Black...

Ya, supongo que eso es lo que dirá McGonagall cuando le pida el permiso — observó Harry.

Pero si nosotros estamos con él... Black no se atreverá a...

No digas tonterías, Ron —interrumpió Hermione—. Black ha matado a un montón de gente en mitad de una calle concurrida. ¿Crees realmente que va a dejar de atacar a Harry porque estemos con él?

— Claro que sí — dijo Sirius. — Me das mucho miedo, Hermione. Creo que podrías barrer el suelo conmigo.

Estaba claro que no lo decía en serio, pero merecía la pena escucharlo decir eso solo por ver las caras de confusión de muchos alumnos. Harry rió al ver la cara de un alumno de primero de Hufflepuff, que miraba a Hermione con casi tanto miedo como había mirado a Sirius.

Por su parte, Hermione no sabía si sonreír o no, aunque al final no pudo evitar hacerlo.

Mientras hablaba, Hermione enredaba las manos en la correa de la cesta en que iba Crookshanks.

¡No dejes suelta esa cosa! —exclamó Ron.

Pero ya era demasiado tarde. Crookshanks saltó con ligereza de la cesta, se desperezó, bostezó y se subió de un brinco a las rodillas de Ron; el bulto del bolsillo de Ron estaba temblando y él se quitó al gato de encima, dándole un empujón irritado.

— Hermione, no tienes corazón — bufó Lavender. — ¿Cómo puedes ser tan desconsiderada?

Hermione jadeó.

— ¿Desconsiderada? ¿Qué debía hacer, dejar al pobre Crookshanks encerrado todo el viaje?

— Sí — replicó Lavender. — Pero claro, preferías que se comiera a Scabbers, ¿verdad? Y al final lo consiguió.

— Que no. Que Crookshanks no se comió a Scabbers — dijo Ron. — Lo que pasó fue otra cosa.

— Bueno, da igual — dijo Lavender, algo ruborizada. — La cuestión es que Hermione no tuvo ninguna consideración contigo o con tu mascota.

Hermione parecía furiosa, por lo que Harry agradeció que Hannah siguiera leyendo.

¡Apártate de aquí!

¡No, Ron! —exclamó Hermione con enfado.

Ron estaba a punto de responder cuando el profesor Lupin se movió. Lo miraron con aprensión, pero él se limitó a volver la cabeza hacia el otro lado, con la boca todavía ligeramente abierta, y siguió durmiendo.

— Vaya, evitas problemas hasta mientras duermes — dijo Tonks, impresionada. — Qué buen profesor.

Lupin se puso algo rojo.

El expreso de Hogwarts seguía hacia el norte, sin detenerse. Y el paisaje que se veía por las ventanas se fue volviendo más agreste y oscuro mientras aumentaban las nubes.

A través de la puerta del compartimento se veía pasar gente hacia uno y otro lado. Crookshanks se había instalado en un asiento vacío, con su cara aplastada vuelta hacia Ron, y tenía los ojos amarillentos fijos en su bolsillo superior.

— Maldito gato — se oyó decir a un chico de cuarto. Hermione bufó, indignada, pero fue Sirius quien replicó:

— Estás hablando del gato más inteligente que he visto nunca. Bueno, después de la profesora McGonagall, claro está.

Muchos jadearon y miraron directamente a la profesora, queriendo ver su reacción, pero ella mantuvo la cara de póker. Sin embargo, a Harry le pareció que las comisuras de sus labios estaban más arqueadas de lo normal, como si estuviera evitando sonreír.

A la una en punto llegó la bruja regordeta que llevaba el carrito de la comida.

¿Crees que deberíamos despertarlo? —preguntó Ron, incómodo, señalando al profesor Lupin con la cabeza—. Por su aspecto, creo que le vendría bien tomar algo.

— Eres un cielo, Ron — dijo Lavender.

Ron se ruborizó. Su madre lo miraba con orgullo.

Hermione se aproximó cautelosamente al profesor Lupin.

Eeh... ¿profesor? —dijo—. Disculpe... ¿profesor?

El dormido no se inmutó.

— Debías estar agotado — dijo Sirius. — La noche anterior debió ser muy… ajetreada.

Le guiñó un ojo. Harry se quedó perplejo al escuchar varios grititos ahogados y alguna que otra risita. Lavender y Parvati se habían quedado con la boca abierta y miraban al profesor con las mejillas ligeramente rosadas.

Al lado de Harry, Hermione también soltó una risita. Harry la miró, sin esconder su confusión.

— ¿Qué es tan gracioso? — preguntó en voz baja.

— Ay, Harry. Qué mal se te da pillar este tipo de humor — rió Hermione.

Ofendido, giró la cabeza para mirar a Ron, pero se puso de mal humor al notar que su amigo había pillado el chiste, a juzgar por la sonrisita que tenía.

Bufó y centró su atención en la lectura, ignorando a sus amigos.

No te preocupes, querida —dijo la bruja, entregándole a Harry unos pasteles con forma de caldero—. Si se despierta con hambre, estaré en la parte delantera, con el maquinista.

— Esa es información muy importante — dijo un chico de segundo. Varios le dieron la razón.

Está dormido, ¿verdad? —dijo Ron en voz baja, cuando la bruja cerró la puerta del compartimento—. Quiero decir que... no está muerto, claro.

No, no: respira —susurró Hermione, cogiendo el pastel en forma de caldero que le alargaba Harry.

— Qué dramáticos sois — dijo la profesora McGonagall, alarmada. — Por supuesto que estaba vivo.

Ron se disculpó con Lupin, que no tenía pinta de haberse ofendido.

Tal vez no fuera un ameno compañero de viaje, pero la presencia del profesor Lupin en el compartimento tenía su lado bueno. A media tarde, cuando empezó a llover y la lluvia emborronaba las colinas, volvieron a oír a alguien por el pasillo, y las tres personas a las que tenían menos aprecio aparecieron en la puerta: Draco Malfoy y sus dos amigotes, Vincent Crabbe y Gregory Goyle.

— Ya estaban tardando en aparecer — dijo Fred. — Ahora veremos si Harry de verdad ha reemplazado a Malfoy por Neville.

Harry gruñó y trató de ignorarlo.

Draco Malfoy y Harry se habían convertido en enemigos desde que se conocieron, en su primer viaje en tren a Hogwarts. Malfoy, que tenía una cara pálida, puntiaguda y como de asco,

Se oyeron risas.

pertenecía a la casa de Slytherin. Era buscador en el equipo de quidditch de Slytherin, el mismo puesto que tenía Harry en el de Gryffindor. Crabbe y Goyle parecían no tener otro objeto en la vida que hacer lo que quisiera Malfoy.

— Has dado en el clavo — dijo Lee Jordan.

Los dos eran corpulentos y musculosos. Crabbe era el más alto, y llevaba un corte de pelo de tazón y tenía el cuello muy grueso. Goyle llevaba el pelo corto y erizado, y tenía brazos de gorila.

Más gente se echó a reír. Harry miró a Crabbe y Goyle y vio que no parecían especialmente ofendidos. Esperaba que Malfoy sí lo estuviera, pero mantenía la misma expresión neutral que había tenido durante todo el día. ¿Qué rayos le pasaba? Empezaba a preocuparle.

Bueno, mirad quiénes están ahí —dijo Malfoy con su habitual manera de hablar, arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimento—. El chalado y la rata.

Crabbe y Goyle se rieron como bobos.

— Como lo que son — dijo Harry por lo bajo.

He oído que tu padre por fin ha tocado oro este verano —dijo Malfoy—. ¿No se habrá muerto tu madre del susto?

Varios Weasley no perdieron ni un segundo en contestarle a Malfoy. La señora Weasley tuvo que pedir a sus hijos que se calmaran y volvieran a sentarse.

Sin embargo, Malfoy ni se inmutó. Observó a los Weasley mientras le gritaban como si estuviera viendo un programa de televisión poco interesante.

Ron se levantó tan aprisa que tiró al suelo el cesto de Crookshanks. El profesor Lupin roncó.

¿Quién es ése? —preguntó Malfoy, dando un paso atrás en cuanto se percató de la presencia de Lupin.

Un nuevo profesor —contestó Harry, que se había levantado también por si tenía que sujetar a Ron—. ¿Qué decías, Malfoy?

Malfoy entornó sus ojos claros. No era tan idiota como para pelearse delante de un profesor.

— Cobarde — gruñó Charlie.

Vámonos —murmuró a Crabbe y Goyle, con rabia. Y desaparecieron.

Harry y Ron volvieron a sentarse. Ron se frotaba los nudillos.

No pienso aguantarle nada a Malfoy este curso —dijo enfadado—. Lo digo en serio. Si hace otro comentario así sobre mi familia, le cogeré la cabeza y...

Ron hizo un gesto violento.

— Ron… — lo regañó su madre. Sin embargo, Ron tenía demasiado recientes las palabras de Malfoy como para sentirse mal.

Cuidado, Ron —susurró Hermione, señalando al profesor Lupin—. Cuidado...

Pero el profesor Lupin seguía profundamente dormido.

— Vaya, de verdad tenías que estar totalmente agotado — se sorprendió Tonks.

Sirius soltó una risita y abrió la boca para decir algo, pero esta vez Lupin lo detuvo.

La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los compartimentos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía durmiendo.

Sirius le lanzó una mirada sugerente a Lupin, quien rodó los ojos.

Debemos de estar llegando —dijo Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor Lupin por la ventanilla, ahora completamente negra.

Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad.

— Creo que ese ha sido el viaje en tren más tranquilo que habéis tenido — dijo un chico de primero. Harry gimió internamente.

Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cuidado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fuera del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete...

No podemos haber llegado aún —dijo Hermione mirando el reloj. —Entonces, ¿por qué nos detenemos?

La diferencia entre los que habían estado en el tren aquel año y los estudiantes de primero y segundo era abismal. Mientras los más pequeños estaban llenos de curiosidad, los mayores se habían puesto tensos y, en muchos casos, habían palidecido.

El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales.

Harry, que era el que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se asomaban cabezas curiosas. El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una oscuridad total.

— Vaya — dijo el mismo chico de primero de antes. — No sé para qué hablo.

¿Qué sucede? —dijo detrás de Harry la voz de Ron.

¡Ay! —gritó Hermione—. ¡Me has pisado, Ron!

Algunos de los alumnos más jóvenes rieron. Los mayores no.

Harry volvió a tientas a su asiento.

¿Habremos tenido una avería?

No sé...

— Debe ser eso — dijo una chica de primero.

Harry contuvo las ganas de rodar los ojos. ¿Es que había olvidado el título del capítulo?

Se oyó el sonido que produce la mano frotando un cristal mojado, y Harry vio la silueta negra y borrosa de Ron, que limpiaba el cristal y miraba fuera.

Algo pasa ahí fuera —dijo Ron—. Creo que está subiendo gente...

— Eso es imposible — dijo Umbridge. — Ninguna persona está autorizada a subir al tren una vez que ya se ha puesto en marcha.

Fudge se inclinó para susurrarle algo al oído y Harry vio cómo Umbridge palidecía.

La puerta del compartimento se abrió de repente y alguien cayó sobre las piernas de Harry, haciéndole daño.

¡Perdona! ¿Tienes alguna idea de lo que pasa? ¡Ay! Lo siento...

Hola, Neville —dijo Harry, tanteando en la oscuridad, y tirando hacia arriba de la capa de Neville.

— Así que Neville cayó sobre tu regazo — exclamó Fred. — Oh, no. De verdad se nos ha roto la parejita, George.

— Bueno, Neville me cae mejor que Malfoy — dijo George, quien parecía más animado que antes. — Es un mejor partido para Harry.

Harry bufó y los ignoró. Neville, sin embargo, se había ruborizado hasta las orejas. Se oyeron varias risas.

¿Harry? ¿Eres tú? ¿Qué sucede?

¡No tengo ni idea! Siéntate...

Se oyó un bufido y un chillido de dolor. Neville había ido a sentarse sobre Crookshanks.

— Qué mala pata — rió Sirius.

Voy a preguntarle al maquinista qué sucede.

Harry notó que pasaba por su lado, oyó abrirse de nuevo la puerta, y después un golpe y dos fuertes chillidos de dolor.

¿Quién eres?

¿Quién eres?

¿Ginny?

¿Hermione?

¿Qué haces?

Buscaba a Ron...

Entra y siéntate...

Aquí no —dijo Harry apresuradamente—. ¡Estoy yo!

Eso provocó varios "Ooooh" y más de una risita.

— ¿Se sentó sobre ti? — preguntó Lee Jordan, arqueando las cejas de forma sugerente. Ginny le lanzó una almohada.

— No puede ser — dijo Fred. — ¿Es un triángulo amoroso?

— Harry, Malfoy, Neville y ahora Ginny — dijo George, contando con los dedos. — Es un cuadrado amoroso.

— Para que fuera un cuadrado, tendrían que estar todos conectados entre sí — replicó Hermione.

Mientras Fred y George hacían cuentas mentales, Hannah siguió leyendo.

¡Ay! —exclamó Neville.

¡Silencio! —dijo de repente una voz ronca.

Por fin se había despertado el profesor Lupin. Harry oyó que algo se movía en el rincón que él ocupaba. Nadie dijo nada.

Eso llamó la atención de muchos, especialmente de aquellos que no conocían a Lupin y sentían curiosidad por él.

Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento. El profesor Lupin parecía tener en la mano un puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban cautelosos.

— Bien, bien — dijo Moody.

No os mováis —dijo con la misma voz ronca, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera alcanzarla.

De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha. Harry miró hacia abajo y lo que vio le hizo contraer el estómago. De la capa surgía una mano gris, viscosa y con pústulas. Como algo que estuviera muerto y se hubiera corrompido bajo el agua...

El comedor se quedó en silencio, roto solo por algún que otro gritito ahogado.

Sólo estuvo a la vista una fracción de segundo. Como si el ser que se ocultaba bajo la capa hubiera notado la mirada de Harry, la mano se metió entre los pliegues de la tela negra. Y entonces aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire.

A Harry le dio un escalofrío, y no fue el único. De reojo, vio que Hermione se había puesto muy pálida, pero no tanto como Sirius.

— Quería succionar algo más que aire — murmuró el animago.

Un frío intenso se extendió por encima de todos. Harry fue consciente del aire que retenía en el pecho. El frío penetró más allá de su piel, le penetró en el pecho, en el corazón...

Hannah leía con dificultad.

Los ojos de Harry se quedaron en blanco. No podía ver nada. Se ahogaba de frío. Oyó correr agua. Algo lo arrastraba hacia abajo y el rugido del agua se hacía más fuerte...

— A mí no me pasó eso — dijo Dean Thomas, en voz tan baja que parecía que no quisiera que lo escucharan. Sin embargo, el silencio era tal que se pudo escuchar su voz por casi todo el comedor.

Y entonces, a lo lejos, oyó unos aterrorizados gritos de súplica. Quería ayudar a quien fuera. Intentó mover los brazos, pero no pudo. Una niebla espesa y blanca lo rodeaba, y también estaba dentro de él...

Harry cerró los ojos, tragando saliva y obligándose a pensar en el presente. No había dementores allí, ni los habría, así que, ¿por qué casi podía sentir ese frío en su interior?

¡Harry! ¡Harry! ¿Estás bien? Alguien le daba palmadas en la cara.

¿Qué?

Harry abrió los ojos. Sobre él había algunas luces y el suelo temblaba... El expreso de Hogwarts se ponía en marcha y la luz había vuelto.

Muchos parecían aturdidos. Ron le pasó el brazo sobre los hombros y, solo entonces, Harry se dio cuenta de lo tenso que se había puesto.

Trató de relajar los músculos, sin éxito.

Por lo visto había resbalado del asiento y caído al suelo. Ron y Hermione estaban arrodillados a su lado, y por encima de ellos vio a Neville y al profesor Lupin, mirándolo. Harry sentía ganas de vomitar. Al levantar la mano para subirse las gafas, notó su cara cubierta por un sudor frío.

— No lo entiendo — dijo Justin, hablando despacio. — ¿Por qué reaccionaste de esa manera? ¿El dementor intentó hacerte algo?

— Cuando entró en nuestro compartimento, recuerdo haber sentido ese frío que se ha descrito — dijo Ernie. — Pero todo lo demás no…

Muchos miraban a Harry con la misma confusión que Justin y Ernie sentían.

Ron y Hermione lo ayudaron a levantarse y a sentarse en el asiento.

¿Te encuentras bien? —preguntó Ron, asustado.

Sí —dijo Harry, mirando rápidamente hacia la puerta. El ser encapuchado había desaparecido—. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está ese... ese ser? ¿Quién gritaba?

No gritaba nadie —respondió Ron, aún más asustado.

Eso confundió aún más a la gente.

— Había asumido que Granger o Weasley se habían puesto a gritar — dijo Daphne Greengrass. — ¿Qué eran esos gritos, entonces?

— Ya lo leeremos — replicó Ron, tajante. Daphne lo miró mal.

Harry examinó el compartimento iluminado. Ginny y Neville lo miraron, muy pálidos.

Pero he oído gritos...

Todos se sobresaltaron al oír un chasquido. El profesor Lupin partía en trozos una tableta de chocolate.

Toma —le dijo a Harry, entregándole un trozo especialmente grande—. Cómetelo. Te ayudará.

Varios profesores y miembros de la orden parecieron aliviados. La señora Weasley le dio las gracias a Lupin, que respondió con un gesto de la cabeza.

Harry cogió el chocolate, pero no se lo comió.

— Muy mal — dijo la señora Pomfrey, molesta.

¿Qué era ese ser? —le preguntó a Lupin.

Un dementor —respondió Lupin, repartiendo el chocolate entre los demás—. Era uno de los dementores de Azkaban.

Los que nunca habían visto uno de cerca parecieron aterrados.

Todos lo miraron. El profesor Lupin arrugó el envoltorio vacío de la tableta de chocolate y se lo guardó en el bolsillo.

Coméoslo —insistió—. Os vendrá bien. Disculpadme, tengo que hablar con el maquinista...

— El chocolate es el mejor remedio para el ataque de un dementor — dijo la señora Pomfrey en voz bien alta, con tono de estar dando una lección. — Si os encontráis en una situación similar a la que estamos leyendo, no dudéis en aceptar el chocolate.

Pasó por delante de Harry y desapareció por el pasillo.

¿Seguro que estás bien, Harry? —preguntó Hermione con preocupación, mirando a Harry.

No entiendo... ¿Qué ha sucedido? —preguntó Harry, secándose el sudor de la cara.

— Pobrecito — se escuchó decir a Katie Bell.

Bueno, ese ser... el dementor... se quedó ahí mirándonos (es decir, creo que nos miraba, porque no pude verle la cara), y tú, tú...

Creí que te estaba dando un ataque o algo así —dijo Ron, que parecía todavía asustado—. Te quedaste como rígido, te caíste del asiento y empezaste a agitarte...

Varias personas parecieron consternadas. McGonagall se había puesto muy pálida, igual que el profesor Flitwick. Dumbledore parecía triste, mientras que Hagrid tenía una expresión que hizo que a Harry le dieran ganas de darle un abrazo. También los Weasley parecían preocupados por él. Curiosamente, Sirius era el que más tranquilo parecía. Harry supuso que pasar doce años encerrado con los dementores hacía que un simple desmayo no pareciera gran cosa.

Y entonces el profesor Lupin pasó por encima de ti, se dirigió al dementor y sacó su varita —explicó Hermione—. Y dijo: «Ninguno de nosotros esconde a Sirius Black bajo la capa. Vete.» Pero el dementor no se movió, así que Lupin murmuró algo y de la varita salió una cosa plateada hacia el dementor. Y éste dio media vuelta y se fue...

Harry nunca se había parado a pensarlo, pero para Lupin debía haber sido muy doloroso mencionar a Sirius.

— ¿Una cosa plateada? — preguntó un alumno de tercero con curiosidad.

— Un patronus — explicó Lupin. — Es un encantamiento que repele a los dementores.

Muchos parecieron impresionados.

Ha sido horrible —dijo Neville, en voz más alta de lo normal—. ¿Notasteis el frío cuando entró?

Yo tuve una sensación muy rara —respondió Ron, moviendo los hombros con inquietud—, como si no pudiera ya volver a sentirme contento...

La señora Weasley gimió.

Ginny, que estaba encogida en su rincón y parecía sentirse casi tan mal como Harry, sollozó. Hermione se le acercó y le pasó un brazo por detrás, para reconfortarla.

Ginny hizo una mueca y se tapó la cara con las manos.

— Todo lo que hago en los libros es llorar — se quejó.

— Bueno, al menos tú no te desmayaste — dijo Harry, intentando animarla.

Pero ¿no os habéis caído del asiento? —preguntó Harry, extrañado.

No —respondió Ron, volviendo a mirar a Harry con preocupación—. Ginny temblaba como loca, aunque...

En retrospectiva, Harry podía comprender por qué Ginny había reaccionado con casi tanta fuerza como él. Las personas que habían sufrido eran más susceptibles ante el ataque de un dementor, por lo que, sabiendo todo lo que Ginny había sufrido por culpa de Ryddle, era de esperar que su reacción fuera bastante fuerte.

Harry no conseguía entender. Estaba débil y tembloroso, como si se estuviera recuperando de una mala gripe. También sentía un poco de vergüenza. ¿Por qué había perdido el control de aquella manera, cuando los otros no lo habían hecho?

Mucha gente parecía estar pensando lo mismo. McGonagall dijo:

— Los dementores tienen un efecto mucho más fuerte sobre aquellas personas que han sufrido durante su vida. Tanto Potter como Weasley tienen recuerdos que aumentan la fuerza de los dementores.

Ginny hizo una mueca, no apreciando que McGonagall le recordara a todos lo de la cámara.

El profesor Lupin regresó. Se detuvo al entrar, miró alrededor y dijo con una breve sonrisa:

No he envenenado el chocolate, ¿sabéis?

Harry le dio un mordisquito y ante su sorpresa sintió que algo le calentaba el cuerpo y que el calor se extendía hasta los dedos de las manos y de los pies.

Muchos parecieron asombrados.

Llegaremos a Hogwarts en diez minutos —dijo el profesor Lupin—. ¿Te encuentras bien, Harry?

Harry no preguntó cómo se había enterado el profesor Lupin de su nombre.

— A veces se te olvida que eres famoso — dijo Angelina.

Sirius se echó a reír, alarmando a varias personas.

— Remus no sabe el nombre de Harry porque sea famoso — dijo. — Lo sabe desde que nació.

— Querrás decir, desde antes de que naciera — lo corrigió Lupin. — Decidieron su nombre con meses de antelación.

Sirius asintió, haciendo memoria.

Harry escuchaba con fascinación. Cada detalle que descubría sobre sus padres le parecía un tesoro.

Sí —dijo, un poco confuso.

No hablaron apenas durante el resto del viaje. Finalmente se detuvo el tren en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho barullo para salir del tren: las lechuzas ululaban, los gatos maullaban y el sapo de Neville croaba debajo de su sombrero.

Algunos rieron. Ya se estaban recuperando de la tensión provocada por la lectura del ataque del dementor.

— Aprendiste cómo hacer que no se escapara — dijo Luna apreciativamente. — Muy bien.

Neville se ruborizó.

En el pequeño andén hacía un frío que pelaba; la lluvia era una ducha de hielo.

¡Por aquí los de primer curso! —gritaba una voz familiar. Harry, Ron y Hermione se volvieron y vieron la silueta gigante de Hagrid en el otro extremo del andén, indicando por señas a los nuevos estudiantes (que estaban algo asustados) que se adelantaran para iniciar el tradicional recorrido por el lago.

— ¿Algo asustados? — dijo una chica de tercero, que había estado en primero el año que estaban leyendo. — Estábamos aterrados.

¿Estáis bien los tres? —gritó Hagrid, por encima de la multitud.

Lo saludaron con la mano, pero no pudieron hablarle porque la multitud los empujaba a lo largo del andén.

El trío le sonrió a Hagrid, quien les devolvió el gesto.

Harry, Ron y Hermione siguieron al resto de los alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los alumnos al menos cien diligencias, todas tiradas (o eso suponía Harry) por caballos invisibles, porque cuando subieron a una y cerraron la portezuela, se puso en marcha ella sola, dando botes.

Caballos invisibles…

A Harry le dio un escalofrío. Ya no eran invisibles para él.

La diligencia olía un poco a moho y a paja. Harry se sentía mejor después de tomar el chocolate, pero aún estaba débil. Ron y Hermione lo miraban todo el tiempo de reojo, como si tuvieran miedo de que perdiera de nuevo el conocimiento.

— Lo cuidáis mucho — notó Katie Bell. — De verdad, tenéis una amistad preciosa.

Harry sonrió levemente. A veces, no podía creer la suerte que había tenido de conocer a Ron y Hermione.

Mientras el coche avanzaba lentamente hacia unas suntuosas verjas de hierro flanqueadas por columnas de piedra coronadas por estatuillas de cerdos alados, Harry vio a otros dos dementores encapuchados y descomunales, que montaban guardia a cada lado. Estuvo a punto de darle otro frío vahído. Se reclinó en el asiento lleno de bultos y cerró los ojos hasta que hubieron atravesado la verja.

— Pobre… — dijo Romilda Vane.

El carruaje cogió velocidad por el largo y empinado camino que llevaba al castillo; Hermione se asomaba por la ventanilla para ver acercarse las pequeñas torres. Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione y Ron bajaron.

Al bajar, Harry oyó una voz que arrastraba alegremente las sílabas:

— Debe ser Malfoy — dijo un chico de sexto. — Es el único que siempre es descrito diciendo que arrastra las sílabas.

¿Te has desmayado, Potter? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente te desmayaste?

Malfoy le dio con el codo a Hermione al pasar por su lado, y salió al paso de Harry, que subía al castillo por la escalinata de piedra. Sus ojos claros y su cara alegre brillaban de malicia.

— Qué sorpresa — ironizó Angelina.

Harry miró a Malfoy y lo vio más interesado en la lectura que antes.

¡Lárgate, Malfoy! —dijo Ron con las mandíbulas apretadas.

¿Tú también te desmayaste, Weasley? —preguntó Malfoy, levantando la voz—. ¿También te asustó a ti el viejo dementor, Weasley?

— Seguro que tú estabas aterrorizado — le dijo Terry Boot. Malfoy lo miró mal.

— De eso nada — dijo, hablando por primera vez en todo el día. — No me dan miedo los dementores.

— Pues deberían — le cortó la profesora McGonagall.

¿Hay algún problema? —preguntó una voz amable. El profesor Lupin acababa de bajarse de la diligencia que iba detrás de la de ellos.

Malfoy dirigió una mirada insolente al profesor Lupin, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. Con cierto sarcasmo en la voz, dijo:

Oh, no, eh... profesor...

Entonces dirigió a Crabbe y Goyle una sonrisita, y subieron los tres hacia el castillo.

Varias personas miraron muy mal a Malfoy. Lupin era muy respetado por aquellos que lo habían tenido de profesor.

Sin embargo, la persona que más se había ofendido era Sirius, quien lanzó una mirada asesina a Malfoy que lo hizo palidecer de inmediato.

Hermione pinchaba a Ron en la espalda para que se diera prisa, y los tres se unieron a la multitud apiñada en la parte superior; a través de las gigantescas puertas de roble, y en el interior del vestíbulo, que estaba iluminado con antorchas y acogía una magnífica escalera de mármol que conducía a los pisos superiores.

A la derecha, abierta, estaba la puerta que daba al Gran Comedor. Harry siguió a la multitud, pero apenas vislumbró el techo encantado, que aquella noche estaba negro y nublado, cuando lo llamó una voz:

¡Potter, Granger, quiero hablar con vosotros!

Harry y Hermione dieron media vuelta, sorprendidos. La profesora McGonagall, que daba clase de Transformaciones y era la jefa de la casa de Gryffindor, los llamaba por encima de las cabezas de la multitud.

— Qué raro — dijo Susan Bones. — No habían hecho nada…

Varios asintieron, confusos.

— ¿Por qué asumís que cada vez que un profesor quiere hablaros es para castigaros? — bufó McGonagall.

Nadie supo responderle.

Tenía una expresión severa y un moño en la nuca; sus penetrantes ojos se enmarcaban en unas gafas cuadradas. Harry se abrió camino hasta ella con cierta dificultad y un poco de miedo. Había algo en la profesora McGonagall que solía hacer que Harry sintiera que había hecho algo malo.

La profesora frunció el ceño. Varios alumnos parecían simpatizar con Harry en eso.

No tenéis que poner esa cara de asustados, sólo quiero hablar con vosotros en mi despacho —les dijo—. Ve con los demás, Weasley.

Ron se les quedó mirando mientras la profesora McGonagall se alejaba con Harry y Hermione de la bulliciosa multitud; la acompañaron a través del vestíbulo, subieron la escalera de mármol y recorrieron un pasillo.

— Lo normal es que nos echen la bronca a los tres — dijo Ron. — Fue muy confuso.

Ya en el despacho (una pequeña habitación que tenía una chimenea en la que ardía un fuego abundante y acogedor), hizo una señal a Harry y a Hermione para que se sentaran. También ella se sentó, detrás del escritorio, y dijo de pronto:

El profesor Lupin ha enviado una lechuza comunicando que te sentiste indispuesto en el tren, Potter.

Se oyeron varios "Aaah" cuando la gente comprendió por qué lo habían llamado.

Antes de que Harry pudiera responder, se oyó llamar suavemente a la puerta, y la señora Pomfrey, la enfermera, entró con paso raudo. Harry se sonrojó. Ya resultaba bastante embarazoso haberse desmayado o lo que le hubiera pasado, para que encima armaran aquel lío.

— No es para nada embarazoso — dijo la señora Pomfrey. — Tuviste una reacción normal, teniendo en cuenta las circunstancias.

Harry no estaba de acuerdo.

Estoy bien —dijo—, no necesito nada...

Ah, eres tú —dijo la señora Pomfrey, sin escuchar lo que decían e inclinándose para mirarlo de cerca—. Supongo que has estado otra vez metiéndote en algo peligroso.

Algunos sonrieron.

— Sí que es verdad que te pasas la vida en la enfermería — dijo Padma Patil.

— No es mi culpa — se quejó Harry.

Ha sido un dementor, Poppy —dijo la profesora McGonagall.

Cambiaron una mirada sombría y la señora Pomfrey chascó la lengua con reprobación.

Poner dementores en un colegio —murmuró echando para atrás la silla de Harry y apoyando una mano en su frente—. No será el primero que se desmaya. Sí, está empapado en sudor. Son seres terribles, y el efecto que tienen en la gente que ya de por sí es delicada...

¡Yo no soy delicado! —repuso Harry, ofendido.

Eso provocó algunas risitas.

— No lo decía con mala intención, Potter — dijo la señora Pomfrey, exasperada.

Por supuesto que no —admitió distraídamente la señora Pomfrey, tomándole el pulso.

¿Qué le prescribe? —preguntó resueltamente la profesora McGonagall—. ¿Guardar cama? ¿Debería pasar esta noche en la enfermería?

Para muchos, era extraño escuchar a la profesora McGonagall sonar tan preocupada por alguien.

¡Estoy bien! —repuso Harry, poniéndose en pie de un brinco. Le atormentaba pensar en lo que diría Malfoy si lo enviaban por aquello a la enfermería.

— Vaya, ya vuelve a pensar en Malfoy — dijo Fred. — Pero prefiero a Neville antes que al hurón.

Miró mal a Malfoy, quien fingió no darse cuenta.

Bueno. Al menos tendría que tomar chocolate —dijo la señora Pomfrey, que intentaba examinar los ojos de Harry.

Ya he tomado un poco. El profesor Lupin me lo dio. Nos dio a todos.

¿Sí? —dijo con aprobación la señora Pomfrey—. ¡Así que por fin tenemos un profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que conoce los remedios!

Lupin le sonrió a la señora Pomfrey.

¿Estás seguro de que te sientes bien, Potter? —preguntó la profesora McGonagall.

Sí —dijo Harry.

Muy bien. Haz el favor de esperar fuera mientras hablo un momento con la señorita Granger sobre su horario. Luego podremos bajar al banquete todos juntos.

— ¿Sobre su horario imposible? — dijo Ernie. Hermione rodó los ojos.

Harry salió al corredor con la señora Pomfrey, que se marchó hacia la enfermería murmurando algo para sí. Harry sólo tuvo que esperar unos minutos. A continuación salió Hermione, radiante de felicidad, seguida por la profesora McGonagall, y los tres bajaron las escaleras de mármol, hacia el Gran Comedor.

— ¿Por qué estabas tan contenta? — preguntó Parvati.

Hermione sonrió enigmáticamente y no respondió.

Estaba lleno de capirotes negros. Las cuatro mesas largas estaban llenas de estudiantes. Sus caras brillaban a la luz de miles de velas. El profesor Flitwick, que era un brujo bajito y con el pelo blanco, salió con un viejo sombrero y un taburete de tres patas.

Como siempre que se lo mencionaba sin que lo esperara, el profesor Flitwick pegó un salto en su asiento, haciendo reír a más de uno.

¡Nos hemos perdido la selección! —dijo Hermione en voz baja.

Los nuevos alumnos de Hogwarts obtenían casa por medio del Sombrero Seleccionador, que iba gritando el nombre de la casa más adecuada para cada uno (Gryffindor, Ravenclaw, Hufflepuff, Slytherin).

Algunos trataron de aplaudir cuando Hannah mencionaba sus casas, pero lo leyó tan rápido que solo se escucharon unos aplausos aislados que se fusionaban entre sí.

La profesora McGonagall se dirigió con paso firme a su asiento en la mesa de los profesores, y Harry y Hermione se encaminaron en sentido contrario, hacia la mesa de Gryffindor, tan silenciosamente como les fue posible. La gente se volvía para mirarlos cuando pasaban por la parte trasera del Comedor y algunos señalaban a Harry. ¿Había corrido tan rápido la noticia de su desmayo delante del dementor?

— Pues sí — dijo Seamus. — Todo el mundo hablaba de ello.

Harry gruñó, molesto. ¿Por qué la gente era tan cotilla?

Él y Hermione se sentaron a ambos lados de Ron, que les había guardado los asientos.

¿De qué iba la cosa? —le preguntó a Harry.

Comenzó a explicarse en un susurro, pero entonces el director se puso en pie para hablar y Harry se calló.

— Siempre estáis murmurando — dijo Parvati. — Es fascinante, siempre tenéis cosas que hablar en secreto.

El profesor Dumbledore, aunque viejo, siempre daba la impresión de tener mucha energía. Su pelo plateado y su barba tenían más de medio metro de longitud; llevaba gafas de media luna; y tenía una nariz extremadamente curva. Solían referirse a él como al mayor mago de la época, pero no era por eso por lo que Harry le tenía tanto respeto. No se podía menos de confiar en Albus Dumbledore, y cuando Harry lo vio sonreír con franqueza a todos los estudiantes, se sintió tranquilo por vez primera desde que el dementor había entrado en el compartimento del tren.

Harry se ruborizó. Se oyeron algunas risas, así como más de un bufido sarcástico. Aunque la visión que todos tenían de Dumbledore y de Harry había mejorado mucho desde que habían llegado los encapuchados, algunos todavía tenían muy presentes todos los artículos en los que El Profeta había desacreditado a Dumbledore.

Por su parte, Dumbledore sonreía, aunque tenía la vista fija en sus propias manos, que tenía entrelazadas sobre su regazo. Ahora que Harry sabía por qué no le miraba, ya no se sentía ofendido.

— Eso es lo más bonito que me han dicho en mucho tiempo — dijo Dumbledore, provocando que se oyeran aún más risas. Harry quería que la tierra se lo tragase.

¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su barba—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que deciros a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro excelente banquete os deje aturdidos.

Hannah estaba imitando el tono que solía utilizar Dumbledore en sus discursos. Sin embargo, Harry estaba seguro de que no lo estaba haciendo de forma consciente.

Dumbledore se aclaró la garganta y continuó—: Como todos sabéis después del registro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tenemos actualmente en nuestro colegio a algunos dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia. —Se hizo una pausa y Harry recordó que el señor Weasley había dicho sobre que a Dumbledore no lo le agradaba que los dementores custodiaran el colegio—.

— Si hubiera podido evitarlo, jamás habría permitido que los dementores hubieran estado en Hogwarts — dijo el director.

Después de lo leído, todos comprendían por qué.

Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio —continuó Dumbledore—, y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los dementores no se les puede engañar con trucos o disfraces, ni siquiera con capas invisibles — añadió como quien no quiere la cosa, y Harry y Ron se miraron—.

Se oyeron muchos bufidos y alguna que otra risa incrédula.

— Les estaba mandando una advertencia delante de nuestras narices y no nos dimos cuenta — dijo Oliver sorprendido.

No está en la naturaleza de un dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, os advierto a todos y cada uno de vosotros que no debéis darles ningún motivo para que os hagan daño. Confío en los prefectos y en los últimos ganadores de los Premios Anuales para que se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los dementores.

Percy, que se sentaba a unos asientos de distancia de Harry, volvió a sacar pecho y miró a su alrededor orgullosamente.

Se escucharon risitas. Percy se ruborizó.

Dumbledore hizo otra pausa. Recorrió la sala con una mirada muy seria y nadie movió un dedo ni dijo nada.

Por hablar de algo más alegre —continuó—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores. En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras.

Gran parte del comedor comenzó a aplaudir en ese momento, sorprendiendo a Lupin. Los alumnos de tercero para arriba aplaudían con ganas, especialmente los de Gryffindor.

Halagado, Lupin sonrió, agradeciendo con la mano las muestras de apoyo. A su lado, Sirius sonreía con ganas mientras aplaudía entusiasmado. Harry también aplaudía, feliz al ver a Lupin siendo reconocido por tantos como el mejor profesor de defensa que habían tenido.

Miró a Umbridge y se alegró al ver que tenía cara de haber chupado un limón especialmente ácido.

Cuando los aplausos hubieron acabado, Hannah, quien había soltado el libro para unirse a la ovación, lo cogió de nuevo y siguió leyendo.

Hubo algún aplauso aislado y carente de entusiasmo. Sólo los que habían estado con él en el tren aplaudieron con ganas, Harry entre ellos.

— Qué diferencia — dijo Tonks. — Parece que te ganaste el respeto de mucha gente.

Lupin sonreía y a Harry le alegró mucho verlo tan feliz.

El profesor Lupin parecía un adán en medio de los demás profesores, que iban vestidos con sus mejores togas.

Se escuchó alguna risita desde la zona de Slytherin, pero nadie se atrevió a decir nada.

¡Mira a Snape! —le susurró Ron a Harry en el oído.

El profesor Snape, el especialista en Pociones, miraba al profesor Lupin desde el otro lado de la mesa de los profesores. Era sabido que Snape anhelaba aquel puesto, pero incluso a Harry, que aborrecía a Snape, le asombraba la expresión que tenía en aquel momento, crispando su rostro delgado y cetrino. Era más que enfado: era odio. Harry conocía muy bien aquella expresión: era la que Snape adoptaba cada vez que lo veía a él.

Muchos miraron a Snape con curiosidad. Por supuesto, el profesor no se había unido a los aplausos, cosa que muchos de sus colegas sí habían hecho. Mantuvo una perfecta cara de póker hasta que Hannah siguió leyendo, haciendo que todos dejaran de mirarlo.

En cuanto al otro último nombramiento —prosiguió Dumbledore cuando se apagó el tibio aplauso para el profesor Lupin—, siento deciros que el profesor Kettleburn, nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al final del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan.

Se oyeron jadeos.

Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques.

De nuevo, los estudiantes aplaudieron, tal como habían hecho años atrás. Esta vez, también se unieron los alumnos de primero y segundo. Hagrid los saludó, sonriendo ampliamente, con la cara totalmente roja.

Harry, Ron y Hermione se miraron atónitos. Luego se unieron al aplauso, que fue especialmente caluroso en la mesa de Gryffindor. Harry se inclinó para ver a Hagrid, que estaba rojo como un tomate y se miraba las enormes manos, con la amplia sonrisa oculta por la barba negra.

Harry rió al darse cuenta de lo poco que había cambiado Hagrid en ese aspecto.

¡Tendríamos que haberlo adivinado! —dijo Ron, dando un puñetazo en la mesa —. ¿Qué otro habría sido capaz de mandarnos que compráramos un libro que muerde?

Eso provocó muchas risas, incluyendo la del propio Hagrid.

Harry, Ron y Hermione fueron los últimos en dejar de aplaudir, y cuando el profesor Dumbledore volvió a hablar, pudieron ver que Hagrid se secaba los ojos con el mantel.

Muchos sonrieron al escuchar eso. Hagrid seguía rojo como un tomate.

Bien, creo que ya he dicho todo lo importante —dijo Dumbledore—. ¡Que comience el banquete!

Las fuentes doradas y las copas que tenían delante se llenaron de pronto de comida y bebida. Harry, que de repente se dio cuenta de que tenía un hambre atroz, se sirvió de todo lo que estaba a su alcance, y empezó a comer.

— ¿Cuánto falta para la hora de comer? — preguntó Seamus. Dean miró su reloj.

— Aún falta.

Algunos parecieron decepcionados al escuchar eso.

Fue un banquete delicioso. El Gran Comedor se llenó de conversaciones, de risas y del tintineo de los cuchillos y tenedores. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, tenían ganas de que terminara para hablar con Hagrid. Sabían cuánto significaba para él ser profesor. Hagrid no era un mago totalmente cualificado; había sido expulsado de Hogwarts en tercer curso por un delito que no había cometido. Fueron Harry, Ron y Hermione quienes, durante el curso anterior, habían limpiado el nombre de Hagrid.

Hagrid les sonrió. Todavía les estaba muy agradecido por eso.

Finalmente, cuando los últimos bocados de tarta de calabaza desaparecieron de las bandejas doradas, Dumbledore anunció que era hora de que todos se fueran a dormir y ellos vieron llegado su momento.

¡Enhorabuena, Hagrid! —gritó Hermione muy alegre, cuando llegaron a la mesa de los profesores.

— ¿Estuvisteis esperando todo el rato para ir a felicitarlo? — dijo Roger Davies. — No me extraña que seáis sus favoritos.

Ni Hagrid ni el trío se esforzaron en negarlo. Eran los favoritos de Hagrid, y con razón.

Todo ha sido gracias a vosotros tres —dijo Hagrid mientras los miraba, secando su cara brillante en la servilleta—. No puedo creerlo... Un gran tipo, Dumbledore... Vino derecho a mi cabaña después de que el profesor Kettleburn dijera que ya no podía más. Es lo que siempre había querido.

Embargado de emoción, ocultó la cara en la servilleta y la profesora McGonagall les hizo irse.

Algunos reían. Otros parecían enternecidos.

Harry, Ron y Hermione se reunieron con los demás estudiantes de la casa Gryffindor que subían en tropel la escalera de mármol y, ya muy cansados, siguieron por más corredores y subieron más escaleras, hasta que llegaron a la entrada secreta de la torre de Gryffindor. Los interrogó un retrato grande de señora gorda, vestida de rosa:

— Nuestra entrada es mejor — dijo una Ravenclaw. — Decir una contraseña me parece muy simple.

— Si no usáis contraseñas, ¿cómo entráis a la torre? — preguntó Adrian Pucey, de Slytherin.

— Resolviendo un acertijo o respondiendo a una pregunta — replicó la chica de Ravenclaw.

A Harry le parecía que los Ravenclaw se complicaban mucho la vida.

¿Contraseña?

¡Dejadme pasar dejadme pasar! —gritaba Percy desde detrás de la multitud—. ¡La última contraseña es «Fortuna Maior»!

¡Oh, no! —dijo con tristeza Neville Longbottom. Siempre tenía problemas para recordar las contraseñas.

Se oyeron risas. Neville se ruborizó.

Después de cruzar el retrato y recorrer la sala común, chicos y chicas se separaron hacia las respectivas escaleras. Harry subió la escalera de caracol sin otro pensamiento que la alegría de estar otra vez en Hogwarts. Llegaron al conocido dormitorio de forma circular, con sus cinco camas con dosel, y Harry, mirando a su alrededor, sintió que por fin estaba en casa.

— Qué bonito — dijo Luna, sonriendo.

— Ya está — anunció Hannah, marcando la página y dejando el libro en la tarima.

— Bien, bien —. Dumbledore se puso en pie y, como de costumbre, tomó el libro. — Creo que podemos leer un capítulo más antes de comer. El siguiente se titula: Posos de té y garras de hipogrifo.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 


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