jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 8

 La huida de la señora gorda:


— Aquí termina — dijo Neville, aliviado. Cerró el libro y se lo pasó a Dumbledore, que lo cogió con una sonrisa.

— El siguiente se titula: La huida de la señora gorda. ¿Quién quiere leer?

Las risas cesaron inmediatamente.

Los alumnos más jóvenes miraron a su alrededor con curiosidad, notando la tensión repentina de gran parte del alumnado. A juzgar por las miradas que le estaban echando a Sirius, ninguno había olvidado aquella terrorífica noche en la que todo el colegio había sido obligado a dormir en el Gran Comedor por la presencia de un asesino.

— ¿Y bien? — preguntó Dumbledore.

Muchos intercambiaron miradas, pero ninguno se ofreció voluntario.

— ¿Por qué no quieren leer? — dijo Sirius en un susurro. — ¿Piensan que me los voy a cargar por pronunciar mi nombre o algo?

— Eso parece — contestó Harry, viendo cómo dos chicas de cuarto miraban con cautela a Sirius, tratando de ser sutiles y fallando en el intento.

Tras un par de minutos de silencio, en los que Dumbledore esperó pacientemente a que algún valiente voluntario levantara la mano, el director sacó la varita.

— Me temo que, de nuevo, voy a tener que recurrir al azar.

Hizo unas extrañas florituras con la varita y, frente a él, se materializó una pequeña pluma, como ya había sucedido el día anterior.

Las miradas de todos se centraron en la pluma, que planeaba a lo largo y ancho del comedor y, de vez en cuando, se acercaba peligrosamente a algún alumno. Romilda Vane soltó un gritito ahogado cuando casi le rozó la cabeza, pero la pluma continuó su camino y llegó hasta la zona de Slytherin. Cuando se enredó en el pelo de Millicent Bulstrode, muchos suspiraron de alivio.

— Señorita Bulstrode, el azar ha hablado — dijo Dumbledore alegremente. — Suba a la tarima, por favor.

Con cara de pocos amigos, la chica caminó hacia el director y tomó el libro entre sus manos.

— La huida de la señora gorda —repitió. Y, sin esperar a que nadie dijera nada, comenzó a leer.

En muy poco tiempo, la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras se convirtió en la favorita de la mayoría. Sólo Draco Malfoy y su banda de Slytherin criticaban al profesor Lupin:

Millicent no parecía muy feliz de criticar a su propia casa, como bien demostraban su ceño fruncido y su tono amargo.

Mira cómo lleva la túnica —solía decir Malfoy murmurando alto cuando pasaba el profesor—. Viste como nuestro antiguo elfo doméstico.

A Harry le sorprendió la intensidad de las miradas que cayeron sobre Malfoy. Entre el cariño que muchos le habían tomado a Dobby y el aprecio que los alumnos de Lupin sentían por él, Malfoy se las había ingeniado para insultar a dos personas muy queridas al mismo tiempo.

Draco, sin embargo, se mantuvo totalmente impasible.

Pero a nadie más le interesaba que la túnica del profesor Lupin estuviera remendada y raída. Sus siguientes clases fueron tan interesantes como la primera.

— Porque un buen profesor lo seguirá siendo se vista como se vista — bufó McGonagall.

Lupin parecía algo azorado, pero sonreía.

Después de los boggarts estudiaron a los gorros rojos, unas criaturas pequeñas y desagradables, parecidas a los duendes, que se escondían en cualquier sitio en el que hubiera habido derramamiento de sangre, en las mazmorras de los castillos, en los agujeros de las bombas de los campos de batalla, para dar una paliza a los que se extraviaban.

Algunos alumnos de primero tenían la boca abierta de la impresión. Harry supuso que debía ser todo un shock escuchar cómo habían sido las clases de Defensa en años anteriores, cuando Umbridge todavía no estaba allí y aprendían cosas útiles de verdad.

De los gorros rojos pasaron a los kappas, unos repugnantes moradores del agua que parecían monos con escamas y con dedos palmeados, y que disfrutaban estrangulando a los que ignorantes que cruzaban sus estanques.

— ¿Y le parece que eso es apropiado? — dijo Umbridge, mirando directamente a Lupin. Parecía furiosa. — ¿Cree que darle lecciones a niños de trece años sobre criaturas que estrangulan a la gente es adecuado?

— Por supuesto — replicó Lupin con calma.

— Son criaturas peligrosas.

— Y por ello deben saber cómo defenderse ante ellas — contestó Lupin. — De eso trata la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Umbridge hizo una mueca extraña antes de sonreírle a Lupin, acto que le provocó escalofríos a Harry.

— Está claro que a usted sabe mucho sobre criaturas peligrosas, ¿no es así?

Harry escuchó a Hermione jadear. Ron murmuró por lo bajo:

— Aquí la única criatura peligrosa es ella.

Por su parte, Lupin le devolvió la sonrisa.

— Más que usted, por lo que me han contado.

Se oyeron jadeos y risitas a lo largo de todo el comedor. Sirius se echó a reír a carcajadas y, en ese momento, Harry comprendió por qué Lupin era uno de los merodeadores.

— ¿Cómo se atreve a hablarme así? — chilló Umbridge.

— Disculpe que me entrometa, Dolores — intervino Dumbledore. Harry habría jurado que lo había visto sonreír un instante antes. — Pero creo que es conveniente seguir la lectura. Cualquier problema que tenga con el profesor Lupin podrá resolverlo cuando acabemos de leer.

Le hizo un gesto a Millicent para que leyera. Sin embargo, la chica miró a Umbridge y se esperó a que fuera ella quien la invitara a seguir leyendo. Harry contuvo las ganas de rodar los ojos.

Harry habría querido que sus otras clases fueran igual de entretenidas. La peor de todas era Pociones.

— Qué sorpresa — ironizó Fred.

Snape estaba aquellos días especialmente propenso a la revancha y todos sabían por qué. La historia del boggart que había adoptado la forma de Snape y el modo en que lo había dejado Neville, con el atuendo de su abuela, se había extendido por todo el colegio.

Se oyeron risitas. Snape lanzó miradas asesinas a tantos alumnos como pudo. Cuando miró a Harry, éste le mantuvo la mirada unos segundos antes de arrepentirse y bajarla.

Todavía no sabía qué pensar sobre Snape. Había sido tan extraño que le hablara sobre su madre que le parecía un sueño. Quizá se había intoxicado con los vapores mientras limpiaba calderos y se había sumido en una especie de alucinación temporal o algo así. Eso lo explicaría todo.

Pero no, sabía que había sido real, aunque no lo pareciera. Snape había conocido a Lily Potter y le había hablado sobre ella. ¿Volvería a hacerlo? ¿Qué tendría que hacer Harry para conseguir que fuera así?

Snape no lo encontraba divertido. A la primera mención del profesor Lupin, aparecía en sus ojos una expresión amenazadora. A Neville lo acosaba más que nunca.

Neville hizo una mueca y Dean le dio unas palmaditas en la espalda en señal de apoyo.

Harry también aborrecía las horas que pasaba en la agobiante sala de la torre norte de la profesora Trelawney, descifrando símbolos y formas confusas, procurando olvidar que los ojos de la profesora Trelawney se llenaban de lágrimas cada vez que lo miraba.

Se oyeron bufidos y más de una risa. La profesora Trelawney pareció algo disgustada, y miró a Harry con reproche. Él fingió no darse cuenta.

No le podía gustar la profesora Trelawney, por más que unos cuantos de la clase la trataran con un respeto que rayaba en la reverencia. Parvati Patil y Lavender Brown habían adoptado la costumbre de rondar la sala de la torre de la profesora Trelawney a la hora de la comida, y siempre regresaban con un aire de superioridad que resultaba enojoso, como si supieran cosas que los demás ignoraban.

Parvati se ruborizó intensamente. Lavender miró mal a Harry.

— Es que sabíamos cosas que los demás no — se defendió. — Estuvimos practicando Adivinación en nuestros ratos libres.

— ¿Adivinasteis algo interesante? — preguntó Seamus en tono burlón. Las chicas le lanzaron una mirada fulminante y no contestaron.

Habían comenzado a hablarle a Harry en susurros, como si se encontrara en su lecho de muerte.

Varios rieron y esta vez Lavender también se sonrojó.

A nadie le gustaba realmente la asignatura sobre Cuidado de Criaturas Mágicas, que después de la primera clase tan movida se había convertido en algo extremadamente aburrido.

Hagrid hizo una mueca.

Hagrid había perdido la confianza. Ahora pasaban lección tras lección aprendiendo a cuidar a los gusarajos, que tenían que contarse entre las más aburridas criaturas del universo.

— Los hipogrifos son más interesantes, de eso no hay duda — bufó Ernie Macmillan.

¿Por qué alguien se preocuparía de cuidarlos? —preguntó Ron tras pasar otra hora embutiendo las viscosas gargantas de los gusarajos con lechuga cortada en tiras.

— Bueno, son el alimento de muchas criaturas más grandes — dijo Hermione.

Ron pareció horrorizado.

— ¿Quién querría pasar horas cuidando gusarajos para que llegue otro bicho más grande y se los coma?

Hermione rodó los ojos.

A comienzos de octubre, sin embargo, hubo otra cosa que mantuvo ocupado a Harry, algo tan divertido que compensaba la insatisfacción de algunas clases. Se aproximaba la temporada de quidditch y Oliver Wood, capitán del equipo de Gryffindor, convocó una reunión un jueves por la tarde para discutir las tácticas de la nueva temporada.

Era fácil saber quiénes eran fans del quidditch y quiénes no. Solo hacía falta fijarse en los que se habían emocionado con tan solo nombrarse ese tema.

En un equipo de quidditch había siete personas: tres cazadores, cuya función era marcar goles metiendo la quaffle

— Oh, no. Otra vez no — se quejó Zacharias Smith.

— ¿Nos van a explicar las reglas del quidditch otra vez? — resopló Marcus Belby. — ¡No hace falta!

Con cara de hastío, Bulstrode siguió leyendo.

(una pelota como la de fútbol, roja) por uno de los aros que había en cada lado del campo, a una altura de quince metros; dos golpeadores equipados con fuertes bates para repeler las bludgers (dos pesadas pelotas negras que circulaban muy aprisa, zumbando de un lado para otro, intentando derribar a los jugadores);

El comedor se llenó de murmullos. Nadie estaba escuchando a Millicent, que leyó el resto del párrafo tan rápido que las palabras se confundían entre sí.

un guardián que defendía los postes sobre los que estaban los aros; y el buscador, que tenía el trabajo más difícil de todos, atrapar la dorada snitch, una pelota pequeña con alas, del tamaño de una nuez, cuya captura daba por finalizado el juego y otorgaba ciento cincuenta puntos al equipo del buscador que la hubiera atrapado.

— Preferiría que narraran con más detalle los partidos de quidditch — dijo Ron. — Las reglas ya nos las sabemos todos.

Harry no podía estar más de acuerdo.

Oliver Wood era un fornido muchacho de diecisiete años que cursaba su séptimo y último curso. Había cierto tono de desesperación en su voz mientras se dirigía a sus compañeros de equipo en los fríos vestuarios del campo de quidditch que se iba quedando a oscuras.

Eso hizo que muchos volvieran a escuchar a Millicent, quien volvió a leer a una velocidad normal. Ninguno de los profesores la regañó por haber acelerado la lectura.

Es nuestra última oportunidad..., mi última oportunidad... de ganar la copa de quidditch —les dijo, paseándose con paso firme delante de ellos—. Me marcharé al final de este curso, no volveré a tener otra oportunidad.

— Bueno, ahora estás en un equipo oficial — dijo Colin. — Yo diría que sí que vas a tener más oportunidades de conseguir premios.

— Pero no la copa de quidditch de Hogwarts — replicó Wood. — Era ese año o nunca.

Gryffindor no ha ganado ni una vez en los últimos siete años.

Algunos Slytherin se burlaron de los Gryffindor, que respondieron con quejas y algún que otro gesto inapropiado.

De acuerdo, hemos tenido una suerte horrible: heridos..., cancelación del torneo el curso pasado... —Wood tragó saliva, como si el recuerdo aún le pusiera un nudo en la garganta—.

Se oyeron risitas. Wood no pareció ofenderse.

Pero también sabemos que contamos con el mejor... equipo... de este... colegio —añadió, golpeándose la palma de una mano con el puño de la otra y con el conocido brillo frenético en los ojos—. Contamos con tres cazadoras estupendas. —Wood señaló a Alicia Spinnet, Angelina Johnson y Katie Bell—.

Las tres chicas sonrieron.

Tenemos dos golpeadores invencibles.

Déjalo ya, Oliver, nos estás sacando los colores —dijeron Fred y George a la vez, haciendo como que se sonrojaban.

Muchos se echaron a reír.

¡Y tenemos un buscador que nos ha hecho ganar todos los partidos! —dijo Wood, con voz retumbante y mirando a Harry con orgullo incontenible—.

Harry se ruborizó al recordarlo. Ron lo notó y soltó una risita.

Y estoy yo —añadió.

Nosotros creemos que tú también eres muy bueno —dijo George.

Un guardián muy chachi —confirmó Fred.

— Tan chachi que ahora juega para uno de los mejores equipos de toda Gran Bretaña — dijo Percy. — Teníamos un equipo espectacular ese año.

Oliver pareció muy orgulloso.

La cuestión es —continuó Wood, reanudando los paseos— que la copa de quidditch debiera de haber llevado nuestro nombre estos dos últimos años. Desde que Harry se unió al equipo, he pensado que la cosa estaba chupada. Pero no lo hemos conseguido y este curso es la última oportunidad que tendremos para ver nuestro nombre grabado en ella...

Harry abrió la boca, pero la cerró al instante. Había estado a punto de disculparse por no haber podido ganar la copa en sus dos primeros años en Hogwarts, pero sabía que nadie se lo tomaría muy bien.

Era consciente de que no había sido culpa suya, al menos no del todo. En primero, había estado inconsciente en la enfermería por el ataque de Voldemort. Y en segundo, ni siquiera se había celebrado la final de quidditch, por culpa de Voldemort otra vez.

Todos le habían dicho ya que no debía sentirse culpable, pero era un poco difícil no hacerlo cuando, de haber estado presente en la final de primero, quizá habrían podido llevarse la copa (o al menos no habrían perdido por tantos puntos, ya que habrían tenido un jugador más).

Wood hablaba con tal desaliento que incluso a Fred y a George les dio pena.

Fred y George asintieron solemnemente.

Oliver, éste será nuestro año —aseguró Fred.

Lo conseguiremos, Oliver —dijo Angelina.

Por supuesto —corroboró Harry.

— Qué bonito — dijo Luna con una sonrisa.

Con la moral alta, el equipo comenzó las sesiones de entrenamiento, tres tardes a la semana. El tiempo se enfriaba y se hacía más húmedo, las noches más oscuras, pero no había barro, viento ni lluvia que pudieran empañar la ilusión de ganar por fin la enorme copa de plata.

— Nunca entenderé esa obsesión por conseguirla — dijo un chico de sexto de Ravenclaw.

Muchos lo miraron mal.

Una tarde, después del entrenamiento, Harry regresó a la sala común de Gryffindor con frío y entumecido, pero contento por la manera en que se había desarrollado el entrenamiento, y encontró la sala muy animada.

¿Qué ha pasado? —preguntó a Ron y Hermione, que estaban sentados al lado del fuego, en dos de las mejores sillas, terminando unos mapas del cielo para la clase de Astronomía.

Primer fin de semana en Hogsmeade —le dijo Ron, señalando una nota que había aparecido en el viejo tablón de anuncios—. Finales de octubre. Halloween.

— Esto está siendo muy raro — dijo Angelina. — Está siendo un capítulo agradable.

— Sí, aún no te ha atacado nada ni has acabado en la enfermería — dijo Lee Jordan. — Sin ofender — añadió al ver la ceja alzada de Harry.

— Recordad el título del capítulo — les dijo Katie Bell en voz queda.

Tanto Lee como Angelina miraron a Sirius de reojo. Él les sonrió inocentemente, provocando que apartaran la mirada al instante.

Estupendo —dijo Fred, que había seguido a Harry por el agujero del retrato—.Tengo que ir a la tienda de Zonko: casi no me quedan bombas fétidas.

Hasta Harry se dio cuenta de la mirada asesina que Filch le echó a los gemelos.

Harry se dejó caer en una silla, al lado de Ron, y la alegría lo abandonó. Hermione comprendió lo que le pasaba.

Harry, estoy segura de que podrás ir la próxima vez —le consoló—. Van a atrapar a Black enseguida. Ya lo han visto una vez.

— Lo primero es cierto — dijo Sirius sonriente. — Lo segundo, no tanto.

— Yo no estaría tan tranquila si estuviera en su lugar, Black — dijo la profesora Umbridge. — Que aún no se le haya detenido no significa que vaya a librarse de su condena. Le puedo asegurar que…

Fudge hizo un gesto con la mano para que Umbridge callara.

— Arreglaremos ese asunto cuando acabemos de leer y sepamos toda la verdad — dijo, visiblemente frustrado. — Así que centrémonos en acabar estos dichosos libros.

Black no está tan loco como para intentar nada en Hogsmeade. Pregúntale a McGonagall si puedes ir ahora, Harry. Pueden pasar años hasta la próxima ocasión.

— ¿Años? — resopló Charlie. — Si hay excursiones varias veces al año.

— No lo sabía — gruñó Ron.

¡Ron! —dijo Hermione—. Harry tiene que permanecer en el colegio...

No puede ser el único de tercero que no vaya. Vamos, Harry, pregúntale a McGonagall...

Sí, lo haré —dijo Harry, decidiéndose.

— ¿Funcionó? — preguntó Hannah Abbott. Harry negó con la cabeza.

Hermione abrió la boca para sostener la opinión contraria, pero en ese momento Crookshanks saltó con presteza a su regazo.

Una araña muerta y grande le colgaba de la boca.

A Ron le dio un escalofrío.

¿Tiene que comerse eso aquí delante? —preguntó Ron frunciendo el entrecejo.

Bravo, Crookshanks, ¿la has atrapado tú solito? —dijo Hermione. Crookshanks masticó y tragó despacio la araña, con los ojos insolentemente fijos en Ron.

— Creo que ese gato te odia — dijo Alicia Spinnet.

No lo sueltes —pidió Ron irritado, volviendo a su mapa del cielo—. Scabbers está durmiendo en mi mochila.

Harry bostezó. Le apetecía acostarse, pero antes tenía que terminar su mapa. Cogió la mochila, sacó pergamino, pluma y tinta, y empezó a trabajar.

Si quieres, puedes copiar el mío —le dijo Ron, poniendo nombre a su última estrella con un ringorrango y acercándole el mapa a Harry.

Algunos profesores, incluida McGonagall, no parecieron muy contentos con la idea de que Harry se copiara de Ron.

Hermione, que no veía con buenos ojos que se copiara, apretó los labios, pero no dijo nada. Crookshanks seguía mirando a Ron sin pestañear, sacudiendo el extremo de su peluda cola. Luego, sin previo aviso, dio un salto.

¡EH! —gritó Ron, apoderándose de la mochila, al mismo tiempo que Crookshanks clavaba profundamente en ella sus garras y comenzaba a rasgarla con fiereza—. ¡SUELTA, ESTÚPIDO ANIMAL!

— ¡Va a por Scabbers! — exclamó un chico de tercero.

Ron intentó arrebatar la mochila a Crookshanks, pero el gato siguió aferrándola con sus garras, bufando y rasgándola.

¡No le hagas daño, Ron! —gritó Hermione.

— No iba a hacerle daño — se defendió Ron al notar las miradas llenas de reproche de muchos compañeros. — Solo quería que soltara la mochila. Al gato ni lo toqué.

Todos los miraban. Ron dio vueltas a la mochila, con Crookshanks agarrado todavía a ella, y Scabbers salió dando un salto...

¡SUJETAD A ESE GATO! —gritó Ron en el momento en que Crookshanks soltaba los restos de la mochila, saltaba sobre la mesa y perseguía a la aterrorizada Scabbers.

Se oyeron bufidos.

— Ese gato la ha tomado con Scabbers — dijo Justin Finch-Fletchley. — Creo que se lo quiere merendar.

Hermione se mordió el labio. Harry sabía que estaba deseando que se descubriera quién era Scabbers en realidad para que nadie le tuviera pena.

George Weasley se lanzó sobre Crookshanks, pero no lo atrapó; Scabbers pasó como un rayo entre veinte pares de piernas y se fue a ocultar bajo una vieja cómoda.

Harry miró a Sirius, casi esperando verlo reírse, pero la mueca que tenía en la cara no era de alegría. Había algo amargo en su expresión.

Crookshanks patinó y frenó, se agachó y se puso a dar zarpazos con una pata delantera.

Ron y Hermione se apresuraron a echarse sobre él. Hermione cogió a Crookshanks por el lomo y lo levantó. Ron se tendió en el suelo y sacó a Scabbers con alguna dificultad, tirando de la cola.

¡Mírala! —le dijo a Hermione hecho una furia, poniéndole a Scabbers delante de los ojos—. ¡Está en los huesos! Mantén a ese gato lejos de ella.

— ¡Bien dicho, Ron! — exclamó el chico de Hufflepuff con el que, días atrás, había intercambiado cromos de las ranas de chocolate.

— Granger está siendo una desconsiderada — resopló una Slytherin de tercero. Varias personas le dieron la razón y Hermione, visiblemente enfadada, hizo un esfuerzo por mantener la boca cerrada.

¡Crookshanks no sabe lo que hace! —dijo la joven con voz temblorosa—. ¡Todos los gatos persiguen a las ratas, Ron!

— Precisamente por eso, tendrías que tener más cuidado a la hora de dejarlo suelto por ahí — dijo Lavender en tono cortante. — Sabías perfectamente lo que podía pasar.

— Crookshanks no le hizo nada a Scabbers — replicó Hermione. — Y si no quieres creerlo, espera a que terminemos el libro y lo entenderás.

Lavender le lanzó a Hermione una mirada llena de rabia.

¡Hay algo extraño en ese animal! —dijo Ron, que intentaba persuadir a la frenética Scabbers de que volviera a meterse en su bolsillo—. Me oyó decir que Scabbers estaba en la mochila.

Vaya, qué tontería —dijo Hermione, hartándose—. Lo que pasa es que Crookshanks la olió. ¿Cómo si no crees que...?

— Me inclino por la opción de Granger — dijo una chica de séptimo. — Es imposible que el gato lo entendiera.

— ¿Por qué? — replicó Seamus. — Los animales entienden muchas cosas de las que decimos. Por eso podemos adiestrar a los perros, basta con decirles "Ven" y lo hacen.

— Eso pasa porque los perros aprenden a asociar ciertos sonidos con acciones — intervino un Ravenclaw de segundo al que Harry no conocía de nada. — No es porque entiendan nuestra lengua.

— Pero ese gato ha entendido que Scabbers estaba en la mochila — se metió otra chica. A Harry le sonaba de haberla visto en algún partido de quidditch. — ¿Y si en realidad no es un gato?

— ¿Y qué otra cosa va a ser, un duende? — bufó Angelina.

— No, un animago — insistió la chica. — Pensadlo. No se le daría tanta importancia a la pelea entre un gato y una rata si no estuviera pasando algo raro.

Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas, sorprendidos, gesto que no pasó desapercibido para varios alumnos.

— ¿Entonces es verdad? — preguntó Colin, asombrado. — ¿El gato era un animago?

— No. Granger todavía tiene ese gato — dijo Parvati. — Es imposible, a no ser que tenga un humano como mascota…

— No me extrañaría — bufó Lavender por lo bajo, pero Hermione la escuchó.

— Deja de decir bobadas— exclamó. — Crookshanks solo es un gato.

Pero muchos no parecieron convencidos. Bulstrode siguió leyendo cuando vio que nadie más decía nada.

¡Ese gato la ha tomado con Scabbers! —dijo Ron, sin reparar en cuantos había a su alrededor, que empezaban a reírse—. Y Scabbers estaba aquí primero. Y está enferma.

Ron se marchó enfadado, subiendo por las escaleras hacia los dormitorios de los chicos.

— Ahí Weasley tenía toda la razón — dijo Rose Zeller, de Hufflepuff. — Pobre Scabbers.

— A esa rata que le den — gruñó Moody. Se oyeron jadeos y muchas personas miraron a Ron, como esperando que se enfrentara a Moody para defender a su mascota, pero él se quedó callado.

Al día siguiente, Ron seguía enfadado con Hermione. Apenas habló con ella durante la clase de Herbología, aunque Harry, Hermione y él trabajaban juntos con la misma Vainilla de viento.

— Yo no os entiendo — dijo Terry Boot, mirando al trío con curiosidad. — Sois el grupo de amigos más estrecho que he visto nunca, pero a la vez... ¿Por qué os peleáis tanto?

Se dirigía directamente a Ron y Hermione, quienes parecían no tener respuesta.

— Que se peleen no significa que no se preocupen por el otro — respondió finalmente Ginny. — Yo creo que disfrutan discutiendo.

— Claro que no — exclamó Hermione.

— Bueno, un poco — dijo Ron al mismo tiempo.

Se miraron y, tras unos segundos, Hermione soltó una risita. Harry notó que las orejas de Ron se habían puesto coloradas.

Al ver que no respondían nada más, Millicent siguió leyendo de mal humor.

¿Cómo está Scabbers? —le preguntó Hermione acobardada, mientras arrancaban a la planta unas vainas gruesas y rosáceas, y vaciaban las brillantes habas en un balde de madera.

Está escondida debajo de mi cama, sin dejar de temblar —dijo Ron malhumorado, errando la puntería y derramando las habas por el suelo del invernadero.

— Qué pena — dijo Cho Chang, visiblemente preocupada.

— Pues a mí no me da ninguna pena — murmuró Sirius. Harry dio gracias a que ninguno de los otros alumnos lo había escuchado.

¡Cuidado, Weasley, cuidado! —gritó la profesora Sprout, al ver que las habas retoñaban ante sus ojos.

La profesora Sprout suspiró al recordar eso.

Luego tuvieron Transformaciones. Harry, que estaba resuelto a pedirle después de clase a la profesora McGonagall que le dejara ir a Hogsmeade con los demás, se puso en la cola que había en la puerta, pensando en cómo convencerla.

— No había nada que pudieras decirme para convencerme, Potter — dijo McGonagall. — Esa decisión no me correspondía a mí.

Harry asintió. Quizá no había sido muy inteligente pedirle a McGonagall que firmara la autorización, pero al menos podía decir que lo había intentado todo para ir de excursión.

Lo distrajo un alboroto producido al principio de la hilera. Lavender Brown estaba llorando.

Decenas de miradas cayeron sobre Lavender, que se puso algo roja.

Parvati la rodeaba con el brazo y explicaba algo a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, que escuchaban muy serios.

¿Qué ocurre, Lavender? —preguntó preocupada Hermione, cuando ella, Harry y Ron se acercaron al grupo.

— Parece que os llevabais mejor antes que ahora — susurró Ginny. Hermione hizo una mueca y no respondió.

Esta mañana ha recibido una carta de casa —susurró Parvati—. Se trata de su conejo Binky. Un zorro lo ha matado.

Se escucharon varios "Oooh" de pena. Más de uno le dio el pésame a Lavender.

¡Vaya! —dijo Hermione—. Lo siento, Lavender.

¡Tendría que habérmelo imaginado! —dijo Lavender en tono trágico—. ¿Sabéis qué día es hoy?

Eh...

¡16 de octubre! ¡«Eso que temes ocurrirá el viernes 16 de octubre»! ¿Os acordáis? ¡Tenía razón!

Se oyeron jadeos a lo largo de todo el comedor.

— ¿Entonces la adivinación funciona de verdad? — preguntó inocentemente un chico de primero.

— Claro que sí — replicó la profesora Trelawney, dándose aires de importancia. — Es un arte, una habilidad innata que no todo el mundo puede poseer.

Algunos la miraron con admiración, antes de que Daphne Greengrass dijera:

— Vale, lo del 16 de octubre sucedió, pero Potter sigue vivo. ¿No se supone que iba a morir?

Se hizo el silencio. La profesora Trelawney la miró con disgusto.

— El futuro es una cosa muy incierta — dijo finalmente. — Y a veces se predicen cosas con mucha antelación.

Se escucharon grititos ahogados, a la vez que muchos miraban a Harry con alarma.

— Oh — dijo Harry. — Entonces, ¿está diciendo que voy a morir?

— Bueno, todos vamos a morir en algún momento, ¿no? — dijo Ron antes de que Trelawney pudiera contestar. — Eso lo puede predecir cualquiera.

La profesora Trelawney miró muy mal a Ron.

— La predicción no es solo que el señor Potter vaya a morir — replicó de mala gana. — Sino que su muerte llegará a una edad temprana.

— Eso es una tontería — bufó Hermione. Ya no parecía importarle lo que Trelawney pensara sobre ella.

La profesora Umbridge observaba la discusión con una gran sonrisa en su boca de sapo. Solo por eso, Harry decidió no contestar nada más.

Toda la clase se acababa de reunir alrededor de Lavender. Seamus cabeceó con pesadumbre.

Lavender le sonrió a Seamus.

Hermione titubeó. Luego dijo:

Tú, tú... ¿temías que un zorro matara a Binky?

Bueno, no necesariamente un zorro —dijo Lavender, alzando la mirada hacia Hermione y con los ojos llenos de lágrimas—. Pero tenía miedo de que muriera.

Vaya —dijo Hermione. Volvió a guardar silencio. Luego preguntó—: ¿Era viejo?

— Creo que sé por dónde vas, Hermione — dijo Angelina. — Me parece que esta conversación no va a acabar muy bien.

No... —dijo Lavender sollozando—. ¡So... sólo era una cría!

Parvati le estrechó los hombros con más fuerza.

En el presente, Parvati le puso la mano en el hombro a Lavender en señal de apoyo, como si lo del conejo hubiera sucedido hacía poco.

Pero entonces, ¿por qué temías que muriera? —preguntó Hermione. Parvati la fulminó con la mirada—. Bueno, miradlo lógicamente —añadió Hermione hacia el resto del grupo—. Lo que quiero decir es que..., bueno, Binky ni siquiera ha muerto hoy. Hoy es cuando Lavender ha recibido la noticia... —Lavender gimió—. Y no puede haberlo temido, porque la ha pillado completamente por sorpresa.

— Hay momentos en los que es mejor no usar la lógica — le dijo la señora Weasley amablemente.

Hermione asintió, algo dolida.

— Pues yo cgeo que Hegmione tenía gazón — dijo Fleur Delacour. — La adivinación me paguece una tonteguía.

La profesora Trelawney miró de tal forma a Fleur que Harry se sorprendió de que la chica pudiera mantenerle la mirada.

Cuando vio que nadie decía nada más, Millicent siguió leyendo.

No le hagas caso, Lavender —dijo Ron—. Las mascotas de los demás no le importan en absoluto.

Se oyeron jadeos.

— No es que no me importara Scabbers — se defendió Hermione. Parecía dolida.

— Pues tienes una forma muy rara de demostrar que te importa — replicó Lavender.

Las dos chicas se miraron, clavándose dagas con los ojos.

— Bueno, ya da igual — dijo Ron. — Han pasado siglos desde eso.

— Que haya pasado tiempo no significa que ya no importe — intervino Parvati.

Hermione no sabía dónde meterse. Harry, recordando todas las veces en las que ella le había apoyado durante la lectura, le dio la mano para apoyarla.

Por desgracia, ese gesto no pasó desapercibido para Lavender y Parvati.

— Vaya… No me esperaba que estuvieras de parte de ella, Harry — dijo Lavender en tono frío.

— ¿Mejor así? — replicó Harry, tomando la mano de Ron con la que tenía libre. Oyó varias risitas.

Lavender frunció el ceño, pero como Ron también se había reído, no dijo nada. Millicent siguió leyendo.

La profesora McGonagall abrió en ese momento la puerta del aula, lo que tal vez fue una suerte. Hermione y Ron se lanzaban ya miradas asesinas, y al entrar en el aula se sentaron uno a cada lado de Harry y no se dirigieron la palabra en toda la hora.

— ¿Por qué estamos leyendo todo esto? — dijo Nott con tono aburrido. — A mí me da igual si Granger y Weasley se pelearon o no.

— Si sale en los libros es que es importante — replicó Alicia Spinnet.

Nott la miró con sorna.

— En los libros también se explica tres veces como se juega al quidditch.

Ante eso, Alicia no pudo decir nada.

Harry no había pensado aún qué le iba a decir a la profesora McGonagall cuando sonara el timbre al final de la clase, pero fue ella la primera en sacar el tema de Hogsmeade.

¡Un momento, por favor! —dijo en voz alta, cuando los alumnos empezaban a salir—. Dado que sois todos de Gryffindor, como yo, deberíais entregarme vuestras autorizaciones antes de Halloween. Sin autorización no hay visita al pueblo, así que no se os olvide.

Neville levantó la mano.

Perdone, profesora. Yo... creo que he perdido...

Se oyeron muchas risas y Neville se puso muy rojo.

Tu abuela me la envió directamente, Longbottom —dijo la profesora McGonagall—. Pensó que era más seguro. Bueno, eso es todo, podéis salir.

Las risas aumentaron.

— Ni tu abuela se fía de ti — dijo un Slytherin de sexto. — Qué triste.

Neville no sabía dónde meterse.

Pregúntaselo ahora —susurró Ron a Harry

Ah, pero... —fue a decir Hermione.

Adelante, Harry —le incitó Ron con testarudez.

— Eh, eso es como en los dibujos animados — dijo Dean. — Ron es el demonio y Hermione es el ángel susurrándote al oído lo que debes hacer.

La mayoría de gente pareció muy confundida al escucharlo. Solo algunos hijos de muggles rieron.

— Yo no soy un demonio — dijo Ron, alarmado.

— Es un cliché muy común entre los muggles.

Hermione le explicó entre susurros en qué consistía.

Harry aguardó a que saliera el resto de la clase y se acercó nervioso a la mesa de la profesora McGonagall.

¿Sí, Potter?

Harry tomó aire.

Profesora, mis tíos... olvidaron... firmarme la autorización —dijo.

— Ya, lo olvidaron — dijo Angelina. — Tendrías que haber pensado una excusa mejor.

— Sí, podías haber dicho que el gato de Hermione se había comido la autorización, por ejemplo — dijo Lee Jordan.

La profesora McGonagall lo miró por encima de sus gafas cuadradas, pero no dijo nada.

Y por eso... eh... ¿piensa que podría... esto... ir a Hogsmeade?

La profesora McGonagall bajó la vista y comenzó a revolver los papeles de su escritorio.

Me temo que no, Potter. Ya has oído lo que dije. Sin autorización no hay visita al pueblo. Es la norma.

Algunos parecieron decepcionados al escuchar eso.

Pero... mis tíos... ¿sabe?, son muggles. No entienden nada de... de las cosas de Hogwarts —explicó Harry, mientras Ron le hacía señas de ánimo—. Si usted me diera permiso...

Pero no te lo doy —dijo la profesora McGonagall poniéndose en pie y guardando ordenadamente sus papeles en un cajón—. El impreso de autorización dice claramente que el padre o tutor debe dar permiso. —Se volvió para mirarlo, con una extraña expresión en el rostro. ¿Era de pena?—. Lo siento, Potter, pero es mi última palabra. Lo mejor será que te des prisa o llegarás tarde a la próxima clase.

— Claro que era de pena — resopló McGonagall. — Todos los alumnos deberían poder ir a Hogsmeade al menos una vez.

No había nada que hacer. Ron llamó de todo a la profesora McGonagall y eso le pareció muy mal a Hermione.

También se lo pareció a McGonagall, que miró a Ron con severidad. Entre eso y la mirada fulminante que le había echado su madre, Ron no tuvo más remedio que agachar la cabeza y mirar el suelo hasta que ambas volvieran a mirar a Bulstrode.

Hermione puso cara de «mejor así», lo cual consiguió enfadar a Ron aún más, y Harry tuvo que aguantar que todos sus compañeros de clase comentaran en voz alta y muy contentos lo que harían al llegar a Hogsmeade.

— Es que era mejor que no fueras a Hogsmeade — bufó Hermione. — Había un asesino suelto que iba detrás de ti.

— En realidad no — le recordó Harry.

— Pero eso no lo sabíamos.

Por lo menos te queda el banquete. Ya sabes, el banquete de la noche de Halloween.

Sí —aceptó Harry con tristeza—. Genial.

— Pobrecito — se escuchó decir a alguien de Hufflepuff.

El banquete de Halloween era siempre bueno, pero sabría mucho mejor si acudía a él después de haber pasado el día en Hogsmeade con todos los demás. Nada de lo que le dijeran le hacía resignarse. Dean Thomas, que era bueno con la pluma, se había ofrecido a falsificar la firma de tío Vernon, pero como Harry ya le había dicho a la profesora McGonagall que no se la habían firmado, no era posible probar aquello.

— No me puedo creer que os lo plantearais siquiera — bufó McGonagall, indignada. — ¿De verdad pensáis que habría colado?

Dean murmuró algo sobre que "era mejor con la pluma de lo que ella creía". Ginny soltó una risita al escucharlo.

— Te avisaré si algún día necesito tus habilidades con la pluma — dijo en un susurro. Dean sonrió y le guiñó un ojo.

De pronto, Harry recordó que era muy posible que esos dos acabaran juntos. Era muy fácil olvidarlo, ya que no los veía interactuar mucho. ¿Cómo habrían acabado siendo novios en el futuro?

— ¿Pasa algo? — susurró Ginny, sacando a Harry de sus pensamientos.

— ¿Eh?

— Me estabas mirando fijamente.

— Oh… Perdona, me he despistado.

Ginny le sonrió y Harry, algo azorado, se la devolvió con torpeza.

Ron sugirió no muy convencido la capa invisible, pero Hermione rechazó de plano la posibilidad recordándole a Ron lo que les había dicho Dumbledore sobre que los dementores podían ver a través de ellas.

— Cuantas más cosas sé sobre los dementores, menos gracia me hacen — dijo Jimmy Peakes con una mueca.

Percy pronunció las palabras que probablemente le ayudaron menos a resignarse:

Arman mucho revuelo con Hogsmeade, pero te puedo asegurar que no es para tanto —le dijo muy serio—. Bueno, es verdad que la tienda de golosinas es bastante buena, pero la tienda de artículos de broma de Zonko es francamente peligrosa. Y la Casa de los Gritos merece la visita, pero aparte de eso no te pierdes nada.

Percy se disculpó con la mirada. Harry le hizo un gesto que decía "No pasa nada".

La mañana del día de Halloween, Harry se despertó al mismo tiempo que los demás y bajó a desayunar muy triste, pero tratando de disimularlo.

— Me dan ganas de darle un abrazo — se oyó decir a Romilda Vane. Su comentario fue seguido por risas, a la par que Harry gemía por lo bajo. Sirius le guiñó un ojo.

Te traeremos un montón de golosinas de Honeydukes —le dijo Hermione, compadeciéndose de él.

Sí, montones —dijo Ron. Por fin habían hecho las paces él y Hermione.

— ¿Y por qué eso no lo hemos leído? — preguntó Parvati.

— Supongo que porque yo no estaba — respondió Harry.

No os preocupéis por mí —dijo Harry con una voz que procuró que le saliera despreocupada—. Ya nos veremos en el banquete. Divertios.

— No parecías despreocupado — le informó Ron, dándole una palmadita en la espalda.

Los acompañó hasta el vestíbulo, donde Filch, el conserje, de pie en el lado interior de la puerta, señalaba los nombres en una lista, examinando detenida y recelosamente cada rostro y asegurándose de que nadie salía sin permiso.

¿Te quedas aquí, Potter? —gritó Malfoy, que estaba en la cola, junto a Crabbe y a Goyle—. ¿No te atreves a cruzarte con los dementores?

— Ya estamos. — Angelina rodó los ojos. — ¿Es que no te cansas de ser un imbécil, Malfoy?

— ¿Y tú no te cansas de ser una estúpida, Johnson? — replicó Malfoy, arrastrando las palabras. Harry casi se alegró de escucharlo decir algo más acorde al Malfoy que conocía.

Fred llamó entonces algo muy feo a Malfoy, ganándose una regañina de parte de su madre.

Harry no le hizo caso y volvió solo por las escaleras de mármol y los pasillos vacíos, y llegó a la torre de Gryffindor.

¿Contraseña? —dijo la señora gorda despertándose sobresaltada.

«Fortuna maior» —contestó Harry con desgana.

El retrato le dejó paso y entró en la sala común. Estaba repleta de chavales de primero y de segundo, todos hablando, y de unos cuantos alumnos mayores que obviamente habían visitado Hogsmeade tantas veces que ya no les interesaba.

— Cuando tienes que estudiar para los ÉXTASIS, ir a Hogsmeade no conviene — dijo una chica de séptimo. Varios le dieron la razón.

¡Harry! ¡Harry! ¡Hola, Harry! —Era Colin Creevey, un estudiante de segundo que sentía veneración por Harry y nunca perdía la oportunidad de hablar con él—. ¿No vas a Hogsmeade, Harry? ¿Por qué no? ¡Eh! —Colin miró a sus amigos con interés—, ¡si quieres puedes venir a sentarte con nosotros!

Medio comedor se echó a reír. Colin se ruborizó intensamente, mientras varios de sus amigos reían a carcajadas. Incluso Dennis Creevey estaba riendo con ganas.

No, gracias, Colin —dijo Harry, que no estaba de humor para ponerse delante de gente deseosa de contemplarle la cicatriz de la frente—.Yo... he de ir a la biblioteca. Tengo trabajo.

— No te habríamos mirado la cicatriz — exclamó uno de los amigos de Colin. — Puede que él sea tu fan número uno, pero nosotros somos gente normal.

— ¡Hey! — se quejó Colin. Cogió una almohada y le dio con ella a su amigo en toda la cara, mientras muchos reían.

Después de aquello no tenía más remedio que dar media vuelta y salir por el agujero del retrato.

Colin pareció algo arrepentido, pero Harry le aseguró que no tenía importancia. Después de todo, al final le había venido bien salir de la sala común.

¿Con qué motivo me has despertado? —refunfuñó la señora gorda cuando pasó por allí.

Harry anduvo sin entusiasmo hacia la biblioteca, pero a mitad de camino cambió de idea; no le apetecía trabajar. Dio media vuelta y se topó de cara con Filch, que acababa de despedir al último de los visitantes de Hogsmeade.

¿Qué haces? —le gruñó Filch, suspicaz.

Nada —respondió Harry con franqueza.

— Para una vez que de verdad no estás haciendo nada, van y te pillan — dijo Tonks, divertida.

¿Nada? —le soltó Filch, con las mandíbulas temblando—. ¡No me digas! Husmeando por ahí tú solo. ¿Por qué no estás en Hogsmeade, comprando bombas fétidas, polvos para eructar y gusanos silbantes, como el resto de tus desagradables amiguitos?

— Si tanto odias a los estudiantes, ¿qué haces aquí? — dijo un chico de cuarto mirando directamente a Filch.

— Trabajar, cosa que vosotros no habéis hecho en vuestra vida — gruñó el conserje.

Nadie se atrevió a contestarle.

Harry se encogió de hombros.

Bueno, regresa a tu sala común —dijo Filch, que siguió mirándolo fijamente hasta que Harry se perdió de vista.

Pero Harry no regresó a la sala común; subió una escalera, pensando en que tal vez podía ir a la pajarera de las lechuzas,

— ¿Ibas a ver a Hedwig? — dijo Ginny. Harry asintió.

— Igual que en casa de tus tíos — notó Padma Patil. — Hedwig siempre está ahí cuando quieres compañía.

— Qué bonito — dijo Luna, sonriéndole a Harry. Él también sonrió. La lectura estaba haciendo que valorara a Hedwig todavía más de lo que ya lo hacía.

e iba por otro pasillo cuando dijo una voz que salía del interior de un aula:

¿Harry? —Harry retrocedió para ver quién lo llamaba y se encontró al profesor Lupin, que lo miraba desde la puerta de su despacho—. ¿Qué haces? —le preguntó Lupin en un tono muy diferente al de Filch—. ¿Dónde están Ron y Hermione?

Sirius sonreía de oreja a oreja.

— Estabas tardando en acercarte a Harry.

Lupin sonrió, ignorando las miradas confusas de muchos alumnos.

En Hogsmeade —respondió Harry, con voz que fingía no dar importancia a lo que decía.

Ah —dijo Lupin. Observó a Harry un momento—. ¿Por qué no pasas? Acabo de recibir un grindylow para nuestra próxima clase.

— Parece que tu intento por fingir estar bien no coló — dijo Ginny.

— Me alegro de que no colara — confesó Harry. — Fue bastante agradable pasar tiempo con el profesor Lupin.

— Tenías que aprovechar. No todos los años se tiene un profesor de Defensa que no quiere matarte — dijo Fred, haciendo que Harry soltara un bufido.

¿Un qué? —preguntó Harry.

Entró en el despacho siguiendo a Lupin. En un rincón había un enorme depósito de agua. Una criatura de un color verde asqueroso, con pequeños cuernos afilados, pegaba la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y delgados.

Los alumnos de primeros años parecían muy interesados. Umbridge, por otro lado, tenía cara de haber chupado un limón especialmente ácido.

Es un demonio de agua —dijo Lupin, observando el grindylow ensimismado —. No debería darnos muchas dificultades, sobre todo después de los kappas. El truco es deshacerse de su tenaza. ¿Te das cuenta de la extraordinaria longitud de sus dedos? Fuertes, pero muy quebradizos.

El grindylow enseñó sus dientes verdes y se metió en una espesura de algas que había en un rincón.

— ¿Dónde ha aprendido todo eso, profesor? — preguntó Dean Thomas. — Porque dudo que fuera en Hogwarts.

— Pasé años viajando y aprendiendo muchas cosas — respondió Lupin. Las miradas de admiración que recibía aumentaron considerablemente.

¿Una taza de té? —le preguntó Lupin, buscando la tetera—. Iba a prepararlo.

Bueno —dijo Harry, algo embarazado.

Harry notó que algunos de los profesores tenían expresiones algo extrañas. Flitwick sonreía con ganas, al igual que Hagrid, mientras que McGonagall era más sutil.

Lupin dio a la tetera un golpecito con la varita y por el pitorro salió un chorro de vapor.

Siéntate —dijo Lupin, destapando una caja polvorienta—. Lo lamento, pero sólo tengo té en bolsitas. Aunque me imagino que estarás harto del té suelto.

Harry lo miró. A Lupin le brillaban los ojos.

— No lo entiendo — dijo un chico de primero.

— Creo que lo dice por el té de las clases de adivinación — respondió un amigo suyo.

Se oyeron varios "Aaah" cuando muchos alumnos comprendieron a la vez el comentario de Lupin.

¿Cómo lo sabe? —preguntó Harry

Me lo ha dicho la profesora McGonagall —explicó Lupin, pasándole a Harry una taza descascarillada—. No te preocupa, ¿verdad?

No —respondió Harry.

— Un poco sí — dijo Charlie, mirando a Harry como diciendo "No intentes negarlo". Harry se encogió de hombros.

— Prefería no pensar en ello, la verdad.

Pensó por un momento en contarle a Lupin lo del perro que había visto en la calle Magnolia, pero se contuvo. No quería que Lupin creyera que era un cobarde y menos desde que el profesor parecía suponer que no podía enfrentarse a un boggart.

— No habría pensado que eres un cobarde — dijo Lupin rápidamente. — Podías habérmelo contado.

Algo de los pensamientos de Harry debió de reflejarse en su cara, porque Lupin dijo:

¿Estás preocupado por algo, Harry?

No —mintió Harry. Sorbió un poco de té y vio que el grindylow lo amenazaba con el puño—. Sí —dijo de repente, dejando el té en el escritorio de Lupin—.

Muchos se sorprendieron al escuchar eso.

— No me lo puedo creer — dijo Katie Bell. — ¿Vas a confiar en un profesor?

— Increíble — añadió Angelina en tono dramático. — Pensé que nunca vería esto.

Harry rodó los ojos. Vale, era cierto que no solía contar lo que le preocupaba a los profesores, más que nada porque no solían tomarlo en serio. Pero el profesor Lupin había sido diferente en ese sentido.

Había sido el mejor profesor de Defensa que jamás había tenido. Y ahora solo tenía a Umbridge. Ese pensamiento le deprimía.

¿Recuerda el día que nos enfrentamos al boggart?

Sí —respondió Lupin.

¿Por qué no me dejó enfrentarme a él? —le preguntó.

Lupin alzó las cejas.

Creí que estaba claro —dijo sorprendido.

Harry, que había imaginado que Lupin lo negaría, se quedó atónito.

Se oyeron algunas risitas.

¿Por qué? —volvió a preguntar.

Bueno —respondió Lupin frunciendo un poco el entrecejo—, pensé que si el boggart se enfrentaba contigo adoptaría la forma de lord Voldemort.

Millicent se atragantó un poco al llegar al nombre de Voldemort, pero consiguió pronunciarlo.

Harry se le quedó mirando, impresionado. No sólo era aquélla la respuesta que menos esperaba, sino que además Lupin había pronunciado el nombre de Voldemort. La única persona a la que había oído pronunciar ese nombre (aparte de él mismo) era el profesor Dumbledore.

Lupin recibió muchas miradas llenas de curiosidad.

— Eh, yo también digo Voldemort sin problemas — dijo Sirius en voz alta, provocando que más de uno apartara la mirada.

— Pero a ti no te conocía — le recordó Harry, algo confuso. Tardó varios segundos en darse cuenta de por qué Sirius había hecho ese comentario. Ahora, varios alumnos lo miraban también a él con curiosidad e intriga, como si fuera un puzzle que quisieran descifrar.

Los seguidores de Voldemort no pronunciaban su nombre jamás. Harry casi podía ver lo que estaban pensando muchos alumnos: o bien Sirius era muy, muy cercano a Voldemort (tanto como para poder dirigirse a él con ese nombre sin morir en el intento), o no era un mortífago.

Por desgracia, algunos parecían estar inclinándose más hacia la primera opción, a juzgar por sus expresiones de horror. Sirius fingió no darse cuenta de nada.

Es evidente que estaba en un error —añadió Lupin, frunciendo el entrecejo—. Pero no creí que fuera buena idea que Voldemort se materializase en la sala de profesores. Pensé que se aterrorizarían.

— Y tenía razón — dijo Lavender, algo nerviosa con tan solo imaginarlo.

El primero en quien pensé fue Voldemort —dijo Harry con sinceridad—. Pero luego recordé a los dementores.

Ya veo —dijo Lupin pensativamente—. Bien, bien..., estoy impresionado. — Sonrió ligeramente ante la cara de sorpresa que ponía Harry—. Eso sugiere que lo que más miedo te da es... el miedo. Muy sensato, Harry.

— ¿Eh? No entiendo eso — dijo Roger Davies. — Lo que le da miedo son las criaturas, no el miedo en sí.

— Usa el cerebro — replicó Michael Corner. Davies lo miró muy mal.

Harry no supo qué contestar, de forma que dio otro sorbo al té.

¿Así que pensabas que no te creía capaz de enfrentarte a un boggart? —dijo Lupin astutamente.

Bueno..., sí —dijo Harry. Estaba mucho más contento—.

Eso hizo sonreír a Lupin. Harry no sabía por qué, pero se sentía un poco avergonzado. No estaba acostumbrado a que las charlas con los profesores le hicieran sentirse mejor.

Profesor Lupin, usted conoce a los dementores...

Le interrumpieron unos golpes en la puerta.

Adelante —dijo Lupin.

Se abrió la puerta y entró Snape. Llevaba una copa de la que salía un poco de humo y se detuvo al ver a Harry.

Se escucharon murmullos.

Entornó sus ojos negros.

¡Ah, Severus! —dijo Lupin sonriendo—. Muchas gracias. ¿Podrías dejarlo aquí, en el escritorio? —Snape posó la copa humeante. Sus ojos pasaban de Harry a Lupin—. Estaba enseñando a Harry mi grindylow —dijo Lupin con cordialidad, señalando el depósito.

Fascinante —comentó Snape, sin mirar a la criatura—. Deberías tomártelo ya, Lupin.

— ¿Qué era eso? — preguntó Colin Creevey en un susurro.

Nadie le contestó.

Sí, sí, enseguida —dijo Lupin.

He hecho un caldero entero. Si necesitas más...

— Si no supiera que el profesor Snape odia al profesor Lupin, hasta pensaría que estaba preocupado por él — dijo Hermione en voz baja.

— Eso es porque no estabas allí para escuchar el tono en el que habló — respondió Harry, bajando la voz también.

Seguramente mañana tomaré otro poco. Muchas gracias, Severus.

De nada —respondió Snape. Pero había en sus ojos una expresión que a Harry no le gustó. Salió del despacho retrocediendo, sin sonreír y receloso.

Muchos pasaban la vista entre Snape y Lupin, pidiendo respuestas con la mirada. Ninguno de ellos dijo nada para aclarar el asunto, y nadie iba a ser tan temerario de preguntar.

Harry miró la copa con curiosidad. Lupin sonrió.

El profesor Snape, muy amablemente, me ha preparado esta poción —dijo—. Nunca se me ha dado muy bien lo de preparar pociones y ésta es especialmente difícil. —Cogió la copa y la olió—. Es una pena que no admita azúcar —añadió, tomando un sorbito y torciendo la boca.

— "Snape" y "amablemente" no pegan en la misma frase — dijo Sirius con una mueca.

— Snape me hizo un gran favor ese año al prepararme la poción — le recordó Lupin seriamente. Sirius no pareció muy contento, pero no dijo nada más contra Snape, quien lo miraba como si fuera el origen de todos sus males.

¿Por qué...? —comenzó Harry.

Lupin lo miró y respondió a la pregunta que Harry no había acabado de formular:

No me he encontrado muy bien —dijo—. Esta poción es lo único que me sana.

— Vaya, para un profesor bueno que hay de Defensa y resulta que está enfermo — se quejó un chico de segundo. — ¿Por eso se fue de Hogwarts?

— En cierta manera, sí — respondió Lupin.

— ¿Pero está mejor ahora? ¿Puede volver?

La desesperación en la voz de los de primero era evidente. A Harry le dieron un poco de pena.

— No es una decisión que dependa de mí — dijo Lupin, sonriéndoles amablemente.

— No, no puede volver — respondió Umbridge al mismo tiempo.

Sirius gruñó y murmuró algo por lo bajo.

Es una suerte tener de compañero al profesor Snape; no hay muchos magos capaces de prepararla.

Muchos Slytherin miraron con orgullo al jefe de su casa, cuya expresión amarga se suavizó un poco.

El profesor Lupin bebió otro sorbo y Harry tuvo el impulso de quitarle la copa de las manos.

Sin poder evitarlo, varios alumnos se echaron a reír a carcajadas, incluidos los gemelos. Lupin trató de disimular una sonrisa y Sirius también reía con ganas.

— Si quisiera envenenar a Lupin, no lo haría delante de testigos — resopló Snape.

El profesor Snape está muy interesado por las Artes Oscuras —barbotó.

¿De verdad? —preguntó Lupin, sin mucho interés, bebiendo otro trago de la poción.

Hay quien piensa... —Harry dudó, pero se atrevió a seguir hablando—, hay quien piensa que sería capaz de cualquier cosa para conseguir el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Las risas aumentaron.

— Parece que te ganaste muy rápido el respeto de Harry — comentó la señora Pomfrey. — Es la primera vez que lo veo tan preocupado por un profesor.

A Lupin le brillaban los ojos. Harry, aunque se sentía algo avergonzado, no lo negó.

Lupin vació la copa e hizo un gesto de desagrado.

Asqueroso —dijo—. Bien, Harry. Tengo que seguir trabajando. Nos veremos en el banquete.

De acuerdo —dijo Harry, dejando su taza de té. La copa, ya vacía, seguía echando humo.

— Bueno, el profesor Lupin sobrevivió, así que no era veneno — dijo Susan Bones sonriente.

Aquí tienes —dijo Ron—. Hemos traído todos los que pudimos.

Un chaparrón de caramelos de brillantes colores cayó sobre las piernas de Harry. Ya había anochecido, y Ron y Hermione acababan de hacer su aparición en la sala común, con la cara enrojecida por el frío viento y con pinta de habérselo pasado mejor que en toda su vida.

Eso hizo reír a más de uno.

— ¿Os lo pasasteis bien los dos solitos en Hogsmeade? — dijo un chico de séptimo en tono sugerente.

— Se lo pasaron mejor que en toda su vida — añadió Anthony Goldstein con una sonrisita.

Ron se puso tan rojo como su pelo. Hermione, por otro lado, soltó un bufido y se negó a contestar.

Gracias —dijo Harry, cogiendo un paquete de pequeños y negros diablillos de pimienta—. ¿Cómo es Hogsmeade? ¿Dónde habéis ido?

A juzgar por las apariencias, a todos los sitios. A Dervish y Banges, la tienda de artículos de brujería, a la tienda de artículos de broma de Zonko, a Las Tres Escobas, para tomarse unas cervezas de mantequilla caliente con espuma, y a otros muchos sitios...

— Me encantaría poder leer vuestra excursión — admitió Hannah Abbott. — Con lo mucho que peleáis, sería interesante ver cómo os portáis cuando estáis los dos solos.

— No nos pasamos el día peleando — replicó Hermione. — Podemos llevarnos bien.

¡La oficina de correos, Harry! ¡Unas doscientas lechuzas, todas descansando en anaqueles, todas con claves de colores que indican la velocidad de cada una!

Honeydukes tiene un nuevo caramelo: daban muestras gratis. Aquí tienes un poco, mira.

Nos ha parecido ver un ogro. En Las Tres Escobas hay todo tipo de gente...

— Pues anda que en Cabeza de Puerco — rió Hagrid. — Allí sí que hay todo tipo de gente.

Harry hizo todo lo posible para no mirar a ninguno de los miembros del ED. Esperaba que ellos tampoco mostraran ninguna reacción, por si Umbridge estaba atenta.

Ojalá te hubiéramos traído cerveza de mantequilla. Realmente te reconforta.

¿Y tú que has hecho? —le preguntó Hermione—. ¿Has trabajado?

No —respondió Harry—. Lupin me invitó a un té en su despacho. Y entró Snape...

Les contó lo de la copa. Ron se quedó con la boca abierta.

¿Y Lupin se la bebió? —exclamó—. ¿Está loco?

Volvieron las risas.

— Os diría que ningún profesor planea matar a otro — dijo McGonagall. — Pero entre Quirrell y Lockhart, no me extraña que seáis tan desconfiados.

Hermione miró la hora.

Será mejor que vayamos bajando. El banquete empezará dentro de cinco minutos.

Pasaron por el retrato entre la multitud, todavía hablando de Snape.

Pero si él..., ya sabéis... —Hermione bajó la voz, mirando a su alrededor con cautela—. Si intentara envenenar a Lupin, no lo haría delante de Harry.

— Quien sabe — dijo Moody. — Podría envenenar a Lupin y usar a Potter para salvarse el pellejo. Solo tiene que hacer que Potter diga que Snape solo le dio una poción medicinal.

Muchos parecieron alarmados al escuchar eso. Snape, por su parte, no parecía muy contento con Moody en ese momento.

Sí, quizá tengas razón —dijo Harry mientras llegaban al vestíbulo y lo cruzaban para entrar en el Gran Comedor. Lo habían decorado con cientos de calabazas con velas dentro, una bandada de murciélagos vivos que revoloteaban y muchas serpentinas de color naranja brillante que caían del techo como culebras de río.

— Me están dando ganas de que sea Halloween otra vez — se oyó decir a alguien de cuarto. Varios estuvieron de acuerdo con él.

La comida fue deliciosa. Incluso Hermione y Ron, que estaban que reventaban de los dulces que habían comido en Honeydukes, repitieron. Harry no paraba de mirar a la mesa de los profesores. El profesor Lupin parecía alegre y más sano que nunca.

Se oyeron varios suspiros.

— Eres adorable, Harry — dijo Katie Bell. — No me puedo creer que estuvieras vigilando al profesor Lupin por si le pasaba algo.

— Eh…

Harry no tenía ni la más remota idea sobre cómo responder. Muchos lo miraban con la misma expresión que Katie. La señora Weasley sonreía con ganas.

— Gracias, Harry — dijo Lupin. Sonreía y los ojos le brillaban incluso más que antes.

— No hay de qué — respondió Harry, algo cohibido.

Hablaba animadamente con el pequeñísimo profesor Flitwick, que impartía Encantamientos. Harry recorrió la mesa con la mirada hasta el lugar en que se sentaba Snape. ¿Se lo estaba imaginando o Snape miraba a Lupin y parpadeaba más de lo normal?

— Te lo estabas imaginando — bufó Snape.

El banquete terminó con una actuación de los fantasmas de Hogwarts. Saltaron de los muros y de las mesas para llevar a cabo un pequeño vuelo en formación. Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor, cosechó un gran éxito con una representación de su propia desastrosa decapitación.

— Le encanta contar esa historia, diga lo que diga — rió la profesora Sprout.

Fue una noche tan estupenda que Malfoy no pudo enturbiar el buen humor de Harry al gritarle por entre la multitud, cuando salían del Gran Comedor:

¡Los dementores te envían recuerdos, Potter!

— Cada vez tus insultos son más cutres, Malfoy — dijo Ginny. — Estás perdiendo facultades.

Malfoy apretó los labios y miró mal a Ginny, pero no contestó nada. Harry notó que algunos Slytherin lo miraban de forma extraña. Quizá les sorprendía que Malfoy no estuviera siendo tan borde con los Gryffindor como de costumbre.

Bueno, más les sorprendería saber cómo iba a terminar Crabbe si Malfoy no cambiaba de actitud, pensó Harry.

Harry, Ron y Hermione siguieron al resto de los de su casa por el camino de la torre de Gryffindor, pero cuando llegaron al corredor al final del cual estaba el retrato de la señora gorda, lo encontraron atestado de alumnos.

¿Por qué no entran? —preguntó Ron intrigado.

A Harry le sorprendió la rapidez con la que el alumnado se tensó. La gran mayoría había olvidado el título del capítulo, habiéndose dejado llevar por las escenas agradables que se narraban.

Harry miró delante de él, por encima de las cabezas. El retrato estaba cerrado.

Dejadme pasar, por favor —dijo la voz de Percy. Se esforzaba por abrirse paso a través de la multitud, dándose importancia—. ¿Qué es lo que ocurre? No es posible que nadie se acuerde de la contraseña. Dejadme pasar, soy el Premio Anual.

Nadie rió. Los alumnos mayores recordaban perfectamente lo que había sucedido esa noche, mientras que los más jóvenes eran lo suficientemente perspicaces como para darse cuenta de que algo malo estaba a punto de suceder.

Por su parte, Sirius no parecía molesto ante la súbita tensión que se había creado por su culpa.

La multitud guardó silencio entonces, empezando por los de delante. Fue como si un aire frío se extendiera por el corredor. Oyeron que Percy decía con una voz repentinamente aguda:

Que alguien vaya a buscar al profesor Dumbledore, rápido.

— ¿Qué pasó? — preguntó una chica de primero que tenía pinta de estar asustándose mucho.

— Ahora lo verás — contestó un chico de cuarto.

Las cabezas se volvieron. Los de atrás se ponían de puntillas.

¿Qué sucede? —preguntó Ginny, que acababa de llegar.

Ginny pareció sorprenderse al escuchar su nombre.

Al cabo de un instante hizo su aparición el profesor Dumbledore, dirigiéndose velozmente hacia el retrato. Los alumnos de Gryffindor se apretujaban para dejarle paso, y Harry, Ron y Hermione se acercaron un poco para ver qué sucedía.

¡Anda, mi madr...! —exclamó Hermione, cogiéndose al brazo de Harry.

Se oyeron gritos ahogados entre los de primero y segundo.

— Vaya, ¿Granger se cogió al brazo de Harry? — dijo McLaggen lentamente. — Weasley, cuidado, que te la quitan.

Ron jadeó. Abrió y cerró la boca varias veces, como un pez fuera del agua, pero al final solo pudo decir:

— Cierra la boca, McLaggen.

Hermione se había puesto algo roja. Harry decidió no decir nada, porque le pareció que eso era exactamente lo que McLaggen buscaba.

La señora gorda había desaparecido del retrato, que había sido rajado tan ferozmente que algunas tiras del lienzo habían caído al suelo. Faltaban varios trozos grandes.

Los alumnos más jóvenes de Gryffindor parecieron horrorizados al escuchar eso.

Dumbledore dirigió una rápida mirada al retrato estropeado y se volvió. Con ojos entristecidos vio a los profesores McGonagall, Lupin y Snape, que se acercaban a toda prisa.

Hay que encontrarla —dijo Dumbledore—. Por favor, profesora McGonagall, dígale enseguida al señor Filch que busque a la señora gorda por todos los cuadros del castillo.

¡Apañados vais! —dijo una voz socarrona.

Era Peeves, que revoloteaba por encima de la multitud y estaba encantado, como cada vez que veía a los demás preocupados por algún problema.

Se oyeron bufidos.

¿Qué quieres decir, Peeves? —le preguntó Dumbledore tranquilamente. La sonrisa de Peeves desapareció. No se atrevía a burlarse de Dumbledore. Adoptó una voz empalagosa que no era mejor que su risa.

A Harry le pareció ver que Dumbledore sonreía.

Le da vergüenza, señor director. No quiere que la vean. Es un desastre de mujer. La vi correr por el paisaje, hacia el cuarto piso, señor, esquivando los árboles y gritando algo terrible —dijo con alegría—. Pobrecita —añadió sin convicción.

— ¿Gritando algo terrible? — repitió un chico de segundo.

¿Dijo quién lo ha hecho? —preguntó Dumbledore en voz baja.

Sí, señor director —dijo Peeves, con pinta de estar meciendo una bomba en sus brazos—. Se enfadó con ella porque no le permitió entrar, ¿sabe? —Peeves dio una vuelta de campana y dirigió a Dumbledore una sonrisa por entre sus propias piernas —. Ese Sirius Black tiene un genio insoportable.

Se hizo el silencio. Decenas de personas se giraron para mirar a Sirius, quien levantó las manos en señal de derrota y dijo:

— Probablemente no debí romper el lienzo, pero tenía mis motivos.

A juzgar por las expresiones de la gente, nadie le creía.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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