La derrota:
Ese Sirius Black tiene un genio insoportable.
Se hizo el silencio. Decenas de personas se giraron para mirar a Sirius, quien levantó las manos en señal de derrota y dijo:
— Probablemente no debí romper el lienzo, pero tenía mis motivos.
A juzgar por las expresiones de la gente, nadie le creía.
Dumbledore se puso en pie y tomó el libro que le tendía Bulstrode, quien pareció muy aliviada al bajar de la tarima.
— El siguiente capítulo se titula: La derrota. ¿Quién se ofrece para leer? — preguntó en tono jovial, como si el capítulo anterior no hubiera terminado de forma espantosa.
Ningún alumno se atrevió a levantar la mano. Sus caras y las miradas de reojo que le echaban a Sirius eran un indicativo perfecto del porqué.
— Yo lo haré — se ofreció finalmente Madam Hooch, la profesora de vuelo.
Dumbledore le tendió el libro, haciendo una suave inclinación ante ella mientras se lo daba.
Madam Hooch, sin perder ni un segundo, leyó:
—La derrota.
Harry tragó saliva. Le preocupaba un poco este capítulo. Si estaba en lo cierto, en él se iba a narrar aquel partido contra Hufflepuff en el que habían aparecido los dementores. Había sido la primera vez que había escuchado las últimas palabras de su madre antes de morir.
Pero eso no era lo peor. También había sido el partido en el que había jugado contra Cedric por primera vez.
Se había hecho a la idea de que tendría que leer todo lo ocurrido en cuarto curso, durante el Torneo de los Tres Magos y, en específico, durante la tercera prueba. Sin embargo, no había caído en la cuenta de que Cedric aparecería mucho antes en los libros.
El profesor Dumbledore mandó que los estudiantes de Gryffindor volvieran al Gran Comedor, donde se les unieron, diez minutos después, los de Ravenclaw, Hufflepuff y Slytherin. Todos parecían confusos.
— Al menos los Gryffindor sabían lo que había pasado — se escuchó gruñir a un chico de séptimo de Ravenclaw. — Los demás no teníamos ni idea.
Varios le dieron la razón.
—Los demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el castillo —explicó el profesor Dumbledore, mientras McGonagall y Flitwick cerraban todas las puertas del Gran Comedor—. Me temo que, por vuestra propia seguridad, tendréis que pasar aquí la noche. Quiero que los prefectos monten guardia en las puertas del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos Premios Anuales. Comunicadme cualquier novedad —añadió, dirigiéndose a Percy, que se sentía inmensamente orgulloso—.
Percy se ruborizó intensamente.
Avisadme por medio de algún fantasma. —El profesor Dumbledore se detuvo antes de salir del Gran Comedor y añadió—: Bueno, necesitareis...
Con un movimiento de la varita, envió volando las largas mesas hacia las paredes del Gran Comedor. Con otro movimiento, el suelo quedó cubierto con cientos de mullidos sacos de dormir rojos.
Harry no pudo evitar pensar que estaría muy bien que Dumbledore utilizara ese hechizo de nuevo. Los sofás y los sillones eran bastante cómodos, pero la idea de escuchar los libros acostado en un saco de dormir le parecía muy agradable.
—Felices sueños —dijo el profesor Dumbledore, cerrando la puerta.
El Gran Comedor empezó a bullir de excitación. Los de Gryffindor contaban al resto del colegio lo que acababa de suceder.
— Vaya, parece que lié una buena — rió Sirius. — Quizá debería disculparme por ello.
— ¿Tú crees? — dijo Lupin en tono irónico.
Muchos alumnos miraron a Sirius con cautela, sin saber qué pensar sobre él. A Harry empezaban a hartarle las miraditas de la gente. ¿Es que no podían esperar a que se leyera el libro entero antes de juzgar?
—¡Todos a los sacos! —gritó Percy—. ¡Ahora mismo, se acabó la charla! ¡Apagaré las luces dentro de diez minutos!
La señora Weasley le sonrió a Percy, visiblemente orgullosa.
—Vamos —dijo Ron a Hermione y a Harry. Cogieron tres sacos de dormir y se los llevaron a un rincón.
—¿Creéis que Black sigue en el castillo? —susurró Hermione con preocupación.
—Evidentemente, Dumbledore piensa que es posible —dijo Ron.
— Habría tenido que estar loco para quedarme en el castillo — bufó Sirius. — Lo mejor era salir y esconderme cerca de aquí.
Las expresiones horrorizadas de algunos alumnos incomodaron mucho a Harry. Bastante tenía con los nervios sobre lo que se iba a leer como para que encima todos estuvieran mirando a Sirius como si fuera a atacarlos en cualquier momento.
—Es una suerte que haya elegido esta noche, ¿os dais cuenta? —dijo Hermione, mientras se metían vestidos en los sacos de dormir y se apoyaban en el codo para hablar—. La única noche que no estábamos en la torre...
— No fue casualidad — volvió a interrumpir Sirius, recostándose contra una gran almohada que acababa de coger del suelo. — No fui a la torre buscando alumnos.
Varias personas miraron entonces a Harry, confusas y preocupadas, pero él decidió ignorar a todo el mundo.
—Supongo que con la huida no sabrá en qué día vive —dijo Ron—. No se ha dado cuenta de que es Halloween. De lo contrario, habría entrado aquí a saco.
Hermione se estremeció.
Sirius abrió la boca, pero Ron se le adelantó.
— Lo sé, lo sé. Estaba equivocado — resopló. — Creíamos que eras un asesino y que ibas detrás de Harry, ¿qué querías que pensáramos?
Sirius se encogió de hombros, sonriendo al darse cuenta de la cantidad de personas que estaban pendientes de cada palabra de esa conversación. Para sorpresa de Harry, su padrino le guiñó un ojo a Ron y no le contestó.
Harry entendió por qué cuando vio las caras de intriga de Parvati y Lavender. Igual que ellas, otros alumnos parecían decididos a descifrar el enigma que era Sirius Black.
A su alrededor todos se hacían la misma pregunta:
—¿Cómo ha podido entrar?
—A lo mejor sabe cómo aparecerse —dijo un alumno de Ravenclaw que estaba cerca de ellos—. Cómo salir de la nada.
— Nadie puede aparecerse en Hogwarts — dijo Ernie Macmillan, adelantándose a Hermione.
Harry oyó murmullos y notó que un chico de Ravenclaw miraba mal a Macmillan. Estaba casi seguro de que se trataba del mismo que acababa de hablar en el libro.
—A lo mejor se ha disfrazado —dijo uno de Hufflepuff, de quinto curso.
—Podría haber entrado volando—sugirió Dean Thomas.
— Ojalá — saltó Sirius. — Pero en vez de en escoba, habría estado genial llegar en un Ford Anglia volador. Tiene pinta de ser muy divertido.
Arthur Weasley le sonrió indulgentemente, a la par que Harry y Ron negaban con la cabeza.
— De divertido nada — gruñó Ron.
—Hay que ver, ¿es que soy la única persona que ha leído Historia de Hogwarts? —preguntó Hermione a Harry y a Ron, perdiendo la paciencia.
—Casi seguro —dijo Ron—. ¿Por qué lo dices?
— Eh, yo también la he leído — exclamó Susan Bones.
— Y yo — saltó uno de Ravenclaw, de segundo.
Varios alumnos se unieron a las quejas, sorprendiendo mucho a Harry. No se podía creer que tanta gente hubiera leído Historia de Hogwarts.
—Porque el castillo no está protegido sólo por muros —indicó Hermione—, sino también por todo tipo de encantamientos para evitar que nadie entre furtivamente. No es tan fácil aparecerse aquí. Y quisiera ver el disfraz capaz de engañar a los dementores. Vigilan cada una de las entradas a los terrenos del colegio. Si hubiera entrado volando, también lo habrían visto. Filch conoce todos los pasadizos secretos y estarán vigilados.
El trío intercambió miradas. En eso se habían equivocado: Filch no conocía todos los pasadizos.
—¡Voy a apagar las luces ya! —gritó Percy—. Quiero que todo el mundo esté metido en el saco y callado.
Todas las velas se apagaron a la vez. La única luz venía de los fantasmas de color de plata, que se movían por todas partes, hablando con gravedad con los prefectos, y del techo encantado, tan cuajado de estrellas como el mismo cielo exterior. Entre aquello y el cuchicheo ininterrumpido de sus compañeros, Harry se sintió como durmiendo a la intemperie, arrullado por la brisa.
— Fue muy agradable — dijo Luna. — Como ir de excursión al campo.
— Pues yo no pude dormir nada — se quejó Cho Chang.
Cada hora aparecía por el salón un profesor para comprobar que todo se hallaba en orden. Hacia las tres de la mañana, cuando por fin se habían quedado dormidos muchos alumnos, entró el profesor Dumbledore. Harry vio que iba buscando a Percy, que rondaba por entre los sacos de dormir amonestando a los que hablaban. Percy estaba a corta distancia de Harry, Ron y Hermione, que fingieron estar dormidos cuando se acercaron los pasos de Dumbledore.
Percy pareció algo frustrado.
— ¿Es que no podéis pasar un curso sin escuchar las conversaciones privadas de otros?
— ¿Qué querías que hiciéramos, taparnos los oídos? — replicó Ron. — Estabas muy cerca de nosotros.
Claramente irritado, Percy no respondió nada.
—¿Han encontrado algún rastro de él, profesor? —le preguntó Percy en un susurro.
—No. ¿Por aquí todo bien?
—Todo bajo control, señor.
—Bien. No vale la pena moverlos a todos ahora. He encontrado a un guarda provisional para el agujero del retrato de Gryffindor. Mañana podrás llevarlos a todos.
Algunos gimieron al recordar el guarda provisional del que hablaba Dumbledore. Nadie le había cogido cariño.
—¿Y la señora gorda, señor?
—Se había escondido en un mapa de Argyllshire del segundo piso. Parece que se negó a dejar entrar a Black sin la contraseña, y por eso la atacó. Sigue muy consternada, pero en cuanto se tranquilice le diré al señor Filch que restaure el lienzo.
— Pobrecita — dijo Luna. — Aunque no tenía por qué estar tan asustada. Stubby Boardman no es peligroso.
— ¿Eh?
Sirius miró a Luna con tal confusión que Harry, sin poder evitarlo, soltó una risotada.
Otros muchos también juzgaban con la mirada a Luna, quien, o no se daba cuenta de lo que sucedía, o era una experta ignorando a los demás.
Harry oyó crujir la puerta del salón cuando volvió a abrirse, y más pasos.
—¿Señor director? —Era Snape. Harry se quedó completamente inmóvil, aguzando el oído—. Hemos registrado todo el primer piso. No estaba allí. Y Filch ha examinado las mazmorras. Tampoco ha encontrado rastro de él.
— ¿Cómo lo hizo? — se escuchó susurrar a Colin.
— Tengo mis trucos — respondió Sirius, guiñándole un ojo. Al contrario que muchos otros, Colin no pareció asustado al recibir la atención de Sirius.
—¿Y la torre de astronomía? ¿Y el aula de la profesora Trelawney? ¿Y la pajarera de las lechuzas?
—Lo hemos registrado todo...
—Muy bien, Severus. La verdad es que no creía que Black prolongara su estancia aquí.
Sirius parecía extremadamente orgulloso de sí mismo.
— Me da curiosidad. ¿Cómo conseguiste entrar y salir del colegio sin que te vieran? — preguntó Tonks.
— Me llevaré ese secreto a la tumba — respondió Sirius en tono teatral. Tonks resopló y rodó los ojos.
—¿Tiene alguna idea de cómo pudo entrar, profesor? —preguntó Snape. Harry alzó la cabeza ligeramente, para desobstruirse el otro oído.
Eso hizo que más de uno soltara una risita. Harry oyó a alguien murmurar "Cotilla".
—Muchas, Severus, pero todas igual de improbables.
Harry abrió un poco los ojos y miró hacia donde se encontraban ellos. Dumbledore estaba de espaldas a él, pero pudo ver el rostro de Percy, muy atento, y el perfil de Snape, que parecía enfadado.
—¿Se acuerda, señor director, de la conversación que tuvimos poco antes de... comenzar el curso? —preguntó Snape, abriendo apenas los labios, como para que Percy no se enterara.
Percy pareció bastante ofendido en ese momento.
—Me acuerdo, Severus —dijo Dumbledore. En su voz había como un dejo de reconvención.
—Parece... casi imposible... que Black haya podido entrar en el colegio sin ayuda del interior. Expresé mi preocupación cuando usted señaló...
— ¿El profesor Snape cree que alguien del colegio estaba ayudando a Black? —exclamó Terry Boot. — Eso es imposible.
— No esté tan seguro, Boot — replicó Snape. Tenía los ojos fijos en Lupin, quien mantuvo el semblante tranquilo a pesar de la mirada asesina que le estaba cayendo encima.
—No creo que nadie de este castillo ayudara a Black a entrar —dijo Dumbledore en un tono que dejaba bien claro que daba el asunto por zanjado. Snape no contestó —. Tengo que bajar a ver a los dementores. Les dije que les informaría cuando hubiéramos terminado el registro.
—¿No quisieron ayudarnos, señor? —preguntó Percy.
—Sí, desde luego —respondió Dumbledore fríamente—. Pero me temo que mientras yo sea director, ningún dementor cruzará el umbral de este castillo.
A Harry le dio un escalofrío. Al final los dementores sí que habían entrado al castillo…
Percy se quedó un poco avergonzado.
Incluso ahora, Percy parecía azorado.
Dumbledore salió del salón con rapidez y silenciosamente. Snape aguardó allí un momento, mirando al director con una expresión de profundo resentimiento. Luego también él se marchó.
Se escuchó a varias personas repetir la palabra "resentimiento", a la vez que miraban a Snape de forma especulativa.
Harry miró a ambos lados, a Ron y a Hermione. Tanto uno como otro tenían los ojos abiertos, reflejando el techo estrellado.
—¿De qué hablaban? —preguntó Ron.
Mientras la lectura continuaba en el comedor, una figura translúcida se deslizaba silenciosamente por los pasillos, buscando a alguien. Escuchó voces al otro lado de un aula y las siguió, atravesando la pared en el proceso.
— Oh. Hola, Nick.
El fantasma hizo una reverencia.
— Todo está en orden. No hay novedades en los perímetros del castillo.
— Perfecto. ¿Sabes algo sobre lo otro?
— Así es — respondió Nick en tono pomposo. — Todo va acorde al plan. Si me permite, creo que sería el momento oportuno para iniciar la segunda fase.
— Gracias, Nick. Creo que tienes razón.
Con claro orgullo, el fantasma de Gryffindor volvió a hacer una reverencia y salió del aula.
— ¿Deberíamos pedírselo ya? — preguntó una de las figuras encapuchadas. — ¿No es un poco pronto?
— No, creo que Nick tiene razón. Necesitamos hablar con Snape cuanto antes.
— ¿Y qué hacemos con lo de Harry?
— Eso déjamelo a mí.
En el comedor, la lectura continuaba sin problemas.
Durante los días que siguieron, en el colegio no se habló de otra cosa que de Sirius Black. Las especulaciones acerca de cómo había logrado penetrar en el castillo fueron cada vez más fantásticas; Hannah Abbott, de Hufflepuff, se pasó la mayor parte de la clase de Herbología contando que Black podía transformarse en un arbusto florido.
Se oyeron bufidos y más de una risita, aunque la risotada más grande fue la del propio Sirius. Hannah se puso muy, muy roja.
— Ojalá pudiera convertirme en un arbusto, sería muy útil — dijo Sirius, sonriente.
Habían quitado de la pared el lienzo rasgado de la señora gorda y lo habían reemplazado con el retrato de sir Cadogan y su pequeño y robusto caballo gris. Esto no le hacía a nadie mucha gracia. Sir Cadogan se pasaba la mitad del tiempo retando a duelo a todo el mundo, y la otra mitad inventando contraseñas ridículamente complicadas que cambiaba al menos dos veces al día.
— Era insoportable — se quejó Lavender. Varios Gryffindor le dieron la razón.
—Está loco de remate —le dijo Seamus Finnigan a Percy, enfadado—. ¿No hay otro disponible?
—Ninguno de los demás retratos quería el trabajo —dijo Percy—. Estaban asustados por lo que le ha ocurrido a la señora gorda. Sir Cadogan fue el único lo bastante valiente para ofrecerse voluntario.
— O lo bastante chiflado — bufó Seamus.
Lo que menos preocupaba a Harry era sir Cadogan. Lo vigilaban muy de cerca. Los profesores buscaban disculpas para acompañarlo por los corredores, y Percy Weasley (obrando, según sospechaba Harry, por instigación de su madre) le seguía los pasos por todas partes, como un perro guardián extremadamente pomposo.
Percy pareció sorprendido al ver que no había sido tan sutil como había pensado. En cuanto a los profesores, ninguno trató de negar los hechos ni pareció mínimamente avergonzado de haber sido pillado controlando a Harry.
Para colmo, la profesora McGonagall lo llamó a su despacho y lo recibió con una expresión tan sombría que Harry pensó que se había muerto alguien.
— Te diría que estás siendo un poco dramático, pero cada vez tengo más razones para pensar que tienes motivos para serlo — dijo Alicia Spinnet.
—No hay razón para que te lo ocultemos por más tiempo, Potter —dijo muy seriamente—. Sé que esto te va a afectar, pero Sirius Black...
—Ya sé que va detrás de mí —dijo Harry, un poco cansado—. Oí al padre de Ron cuando se lo contaba a su mujer. El señor Weasley trabaja para el Ministerio de Magia.
La profesora McGonagall se sorprendió mucho.
— Debes ser la única persona que ha conseguido dejar a McGonagall sin palabras — dijo Charlie.
Miró a Harry durante un instante y dijo:
—Ya veo. Bien, en ese caso comprenderás por qué creo que no debes ir por las tardes a los entrenamientos de quidditch. Es muy arriesgado estar ahí fuera, en el campo, sin más compañía que los miembros del equipo...
Wood jadeó. Nunca había sabido lo cerca que había estado de perder a su buscador aquel año.
—¡El sábado tenemos nuestro primer partido —dijo Harry, indignado—. ¡Tengo que entrenar, profesora!
La profesora McGonagall meditó un instante. Harry sabía que ella deseaba que ganara el equipo de Gryffindo; al fin y al cabo, había sido ella la primera que había propuesto a Harry como buscador.
— Y bien que hizo — soltó Wood. Harry se ruborizó.
Harry aguardó conteniendo el aliento.
—Mm... —la profesora McGonagall se puso en pie y observó desde la ventana el campo de quidditch, muy poco visible entre la lluvia—. Bien, te aseguro que me gustaría que por fin ganáramos la copa... De todas formas, Potter, estaría más tranquila si un profesor estuviera presente. Pediré a la señora Hooch que supervise tus sesiones de entrenamiento.
La señora Hooch arqueó las cejas al leer su propio nombre, haciendo que más de uno soltara una risita.
El tiempo empeoró conforme se acercaba el primer partido de quidditch. Impertérrito, el equipo de Gryffindor entrenaba cada vez más, bajo la mirada de la señora Hooch. Luego, en la sesión final de entrenamiento que precedió al partido del sábado, Oliver Wood comunicó a su equipo una noticia no muy buena:
—¡No vamos a jugar contra Slytherin! —les dijo muy enfadado—. Flint acaba de venir a verme. Vamos a jugar contra Hufflepuff.
Hubo murmullos de confusión entre los alumnos más jóvenes. Harry notó como empezaban a sudarle las manos.
Daría lo que fuera por poder saltarse ese capítulo.
—¿Por qué? —preguntaron todos.
—La excusa de Flint es que su buscador aún tiene el brazo lesionado —dijo Wood, rechinando con furia los dientes—. Pero está claro el verdadero motivo: no quieren jugar con este tiempo, porque piensan que tendrán menos posibilidades...
— Menudos cobardes — se quejó Jimmy Peakes, ganándose las quejas de varios Slytherin.
Durante todo el día había soplado un ventarrón y caído un aguacero, y mientras hablaba Wood se oía retumbar a los truenos.
—¡No le pasa nada al brazo de Malfoy! —dijo Harry furioso—. Está fingiendo.
— ¿Y tú qué sabes, Potter? — saltó Malfoy. — Quizá mi brazo estaba peor de lo que pensabas.
— Eso no te lo crees ni tú — replicó Fred.
—Lo sé, pero no lo podemos demostrar —dijo Wood con acritud—. Y hemos practicado todos estos movimientos suponiendo que íbamos a jugar contra Slytherin, y en su lugar tenemos a Hufflepuff, y su estilo de juego es muy diferente. Tienen un nuevo capitán buscador, Cedric Diggory...
Se hizo el silencio. Harry tragó saliva y parpadeó un par de veces, porque le picaban los ojos.
Entre los profesores, las caras se habían tornado solemnes. A Hagrid le temblaba el labio inferior, mientras que Dumbledore tenía los ojos tristes y cansados, fijos en el suelo.
Los alumnos no estaban mejor. Harry oyó un fuerte sollozo y supo sin mirar que se trataba de Cho Chang. Cuando se atrevió a mirar de reojo, vio que su amiga, Marietta, trataba de consolarla dándole palmaditas en la espalda.
Parte de Harry quería ir a consolarla también. Pero otra parte, aquella que se había peleado con Cho días antes, aquella que se sentía herida y molesta con la chica por haber ignorado sus sentimientos, no tenía ningún interés en hacerlo.
De repente, Angelina, Alicia y Katie soltaron una carcajada.
—¿Qué? —preguntó Wood, frunciendo la frente ante aquella actitud.
—Es ese chico alto y guapo, ¿verdad? —preguntó Angelina.
—¡Y tan fuerte y callado! —añadió Katie, y volvieron a reírse.
Ahora, ninguna de las chicas reía. Tenían la cabeza agachada y Alicia parecía a punto de echarse a llorar.
—Es callado porque no es lo bastante inteligente para juntar dos palabras —dijo Fred—.
— Retira eso, Weasley — saltó un chico de Hufflepuff, poniéndose en pie. Harry recordaba haberlo visto con Cedric, era uno de sus amigos.
— Lo retiro — dijo Fred en tono serio. — No lo decía de verdad. Si no hubiera sido inteligente, no habría podido llegar hasta la tercera prueba como lo hizo.
El chico de Hufflepuff debió darse cuenta de que la disculpa de Fred era sincera, porque volvió a sentarse sin decir nada más.
No sé qué te preocupa, Oliver. Los de Hufflepuff son pan comido. La última vez que jugamos con ellos, Harry cogió la snitch al cabo de unos cinco minutos, ¿no os acordáis?
— Eh, nuestro equipo era mucho mejor ese año — dijo Justin. — De hecho, ¿no ganamos aquel partido?
— Gracias por chafarme el final — se quejó un chico de primero.
—¡Jugábamos en condiciones muy distintas! —gritó Wood, con los ojos muy abiertos—. Diggory ha mejorado mucho el equipo. ¡Es un buscador excelente!
— El mejor buscador que ha tenido Hufflepuff en mucho tiempo — dijo Ernie Macmillan.
Se escuchó a Cho sollozar con más fuerza.
¡Ya sospechaba que os lo tomaríais así! ¡No debemos confiarnos! ¡Hay que tener bien claro el objetivo! ¡Slytherin intenta pillarnos desprevenidos! ¡Hay que ganar!
—Tranquilízate, Oliver —dijo Fred alarmado—. Nos tomamos muy en serio a Hufflepuff. Muy en serio.
— Madre mía, Wood. Te lo tomas demasiado en serio — dijo Lisa Turpin, sorprendida.
— Y por eso ahora me dedico al quidditch profesional — replicó Wood.
El día anterior al partido, el viento se convirtió en un huracán y la lluvia cayó con más fuerza que nunca. Estaba tan oscuro dentro de los corredores y las aulas que se encendieron más antorchas y faroles. El equipo de Slytherin se daba aires, especialmente Malfoy.
—¡Ah, si mi brazo estuviera mejor! —suspiraba mientras el viento golpeaba las ventanas.
— Encima de que te portas como un cobarde, vas presumiendo de ello — dijo Angelina, asqueada.
— No es cobardía. Es estrategia — replicó Malfoy.
— ¿Así que admites que tu brazo estaba bien?
Malfoy no respondió, aunque tampoco era necesario. Todos sabían que había fingido.
Harry no tenía sitio en la cabeza para preocuparse por otra cosa que el partido del día siguiente. Entre clase y clase, Oliver Wood se le acercaba a toda prisa para darle consejos. La tercera vez que sucedió, Wood habló tanto que Harry se dio cuenta de pronto de que llegaba diez minutos tarde a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, y echó a correr mientras Wood le gritaba:
—¡Diggory tiene un regate muy rápido, Harry! Tendrás que hacerle una vaselina...
— Esa obsesión no es normal — se oyó decir a una chica de cuarto. Wood la miró muy mal.
Harry frenó al llegar a la puerta del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, la abrió y entró apresuradamente.
—Lamento llegar tarde, profesor Lupin. Yo...
Pero no era Lupin quien lo miraba desde la mesa del profesor; era Snape.
Se oyeron jadeos.
—La clase ha comenzado hace diez minutos, Potter. Así que creo que descontaremos a Gryffindor diez puntos. Siéntate.
Pero Harry no se movió.
—¿Dónde está el profesor Lupin? —preguntó.
Nadie lo regañó por desobedecer la orden de Snape.
—No se encuentra bien para dar clase hoy —dijo Snape con una sonrisa contrahecha—. Creo que te he dicho que te sientes.
Pero Harry permaneció donde estaba.
— Harry… — dijo Lupin. — Agradezco el detalle, pero quizá deberías haber hecho caso al profesor Snape.
Harry hizo una mueca pero no respondió. No se arrepentía de nada.
—¿Qué le ocurre?
A Snape le brillaron sus ojos negros.
—Nada que ponga en peligro su vida —dijo como si deseara lo contrario—. Cinco puntos menos para Gryffindor y si te tengo que volver a decir que te sientes serán cincuenta.
— ¿Por qué el profesor Snape odia tanto al profesor Lupin? — preguntó Hannah Abbott. — ¿Se conocían de antes?
— Por desgracia, sí — respondió Sirius, haciendo que Hannah saltara en su asiento. Lupin soltó un suspiro.
Harry se fue despacio hacia su sitio y se sentó. Snape miró a la clase.
—Como decía antes de que nos interrumpiera Potter, el profesor Lupin no ha dejado ninguna información acerca de los temas que habéis estudiado hasta ahora...
— Pensé que los alumnos podrían darte esa información, Severus — dijo Lupin educadamente. Snape no le hizo ni caso.
—Hemos estudiado los boggarts, los gorros rojos, los kappas y los grindylows — informó Hermione rápidamente—, y estábamos a punto de comenzar...
—Cállate —dijo Snape fríamente—. No te he preguntado. Sólo comentaba la falta de organización del profesor Lupin.
— Solo buscaba excusas para criticarle delante de todos — gruñó Ron. Desafortunadamente, el comedor estaba tan silencioso que se le escuchó en la mesa de profesores.
— No necesito excusas para criticar a nadie — replicó Snape.
—Es el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido — dijo Dean Thomas con atrevimiento, y la clase expresó su conformidad con murmullos. Snape puso el gesto más amenazador que le habían visto.
Harry notó que Lupin tenía una pequeña sonrisa, si bien trataba de disimularla. Por otro lado, Sirius sonreía abiertamente, por lo que fue víctima de la mirada más mordaz de la que Snape era capaz.
—Sois fáciles de complacer. Lupin apenas os exige esfuerzo... Yo daría por hecho que los de primer curso son ya capaces de manejarse con los gorros rojos y los grindylows. Hoy veremos...
— Ojalá enseñaran esas cosas en primero — dijo un chico de primer año.
— No es un currículo apropiado — intervino Umbridge.
— Pero es más útil e interesante — replicó el chico, causando que varias personas soltaran risitas. Umbridge puso cara de amargura y no replicó. Harry estaba seguro de que, en caso de que al terminar la lectura ella siguiera siendo la profesora de Defensa, ese chico tenía un cero asegurado.
Harry lo vio hojear el libro de texto hasta llegar al último capítulo, que debía de imaginarse que no habían visto.
—... los hombres lobo —concluyó Snape.
Se oyeron bufidos. Los que sabían lo que era Lupin, que eran muchos, lanzaron miradas de odio a Snape. Pero nadie lo miró peor que Sirius, quien soltó una risotada irónica y dijo:
— Vaya, Snivellus. No eres capaz de dar una sola clase sin portarte como un imbécil. No me extraña que Dumbledore no haya dejado que seas el profesor de Defensa.
Snape se puso en pie de un salto.
— Cierra la boca, Black, o te la cerraré yo.
Tenía la varita en la mano y Harry se sacó la suya de la túnica, por si acaso.
— Creo recordar que os pedí que os comportarais — intervino Dumbledore en tono cansado. — Severus, toma asiento, por favor.
Sirius y Snape se miraron con rabia unos momentos antes de que Snape siguiera las órdenes del director.
La señora Hooch siguió leyendo rápidamente.
—Pero profesor —dijo Hermione, que parecía incapaz de contenerse—, todavía no podemos llegar a los hombres lobo. Está previsto comenzar con los hinkypunks...
—Señorita Granger —dijo Snape con voz calmada—, creía que era yo y no tú quien daba la clase. Ahora, abrid todos el libro por la página 394.—Miró a la clase—: Todos. Ya.
— Eres muy injusto con Granger — dijo la profesora Sprout.
Snape hizo una mueca de odio y la ignoró por completo.
Con miradas de soslayo y un murmullo de descontento, abrieron los libros.
—¿Quién de vosotros puede decirme cómo podemos distinguir entre el hombre lobo y el lobo auténtico?
Todos se quedaron en completo silencio. Todos excepto Hermione, cuya mano, como de costumbre, estaba levantada.
— Qué sorpresa — ironizó Marietta. Hermione pareció molesta.
—¿Nadie? —preguntó Snape, sin prestar atención a Hermione. La sonrisa contrahecha había vuelto a su rostro—. ¿Es que el profesor Lupin no os ha enseñado ni siquiera la distinción básica entre...?
Se oyeron muchos bufidos y más de una queja.
—Ya se lo hemos dicho —dijo de repente Parvati—. No hemos llegado a los hombres lobo. Estamos todavía por...
— Bien dicho, Parvati — dijo Seamus. La chica se ruborizó.
—¡Silencio! —gruñó Snape—. Bueno, bueno, bueno... Nunca creí que encontraría una clase de tercero que ni siquiera fuera capaz de reconocer a un hombre lobo. Me encargaré de informar al profesor Dumbledore de lo atrasados que estáis todos...
— Oh, por favor — dijo McGonagall. — Esto es ridículo, Severus. Los alumnos no tienen la culpa de tus problemas personales con el profesor Lupin.
Snape parecía furioso, pero no se atrevió a discutir con McGonagall. Harry supuso que McGonagall era una de las pocas personas por las que Snape sentía algo de respeto.
—Por favor, profesor —dijo Hermione, que seguía con la mano levantada—. El hombre lobo difiere del verdadero lobo en varios detalles: el hocico del hombre lobo...
—Es la segunda vez que hablas sin que te corresponda, señorita Granger —dijo Snape con frialdad—. Cinco puntos menos para Gryffindor por ser una sabelotodo insufrible.
— ¡Severus! — exclamó McGonagall.
— Lo que hay que ver — dijo la señora Weasley, indignada. — Esto es inaceptable.
— Como habéis escuchado, no le di permiso a Granger para que hablara — replicó Snape de mala gana.
— Pero pediste que alguien te respondiera — dijo el profesor Flitwick, para sorpresa de Harry. Él no solía meterse en discusiones. — La señorita Granger no hizo nada malo.
Durante un momento, Harry pensó que Snape iba a levantarse y marcharse del comedor, pero, tras unos segundos de tensión (en los que le echó una mirada muy extraña a Dumbledore) no lo hizo.
Hermione se puso muy colorada, bajó la mano y miró al suelo, con los ojos llenos de lágrimas. Un indicio de hasta qué punto odiaban todos a Snape era que lo estaban fulminando con la mirada.
Lo mismo sucedía en el presente. Incluso Lavender, quien no se había llevado muy bien con Hermione últimamente, parecía asqueada ante el trato de Snape hacia ella. Por su parte, Hermione se había puesto roja, pero no tanto como Ron, quien sentía tanta rabia que apretaba los puños.
Todos, en alguna ocasión, habían llamado sabelotodo a Hermione, y Ron, que lo hacia por lo menos dos veces a la semana, dijo en voz alta:
—Usted nos ha hecho una pregunta y ella le ha respondido. ¿Por qué pregunta si no quiere que se le responda?
Se oyeron varios "ooooh" por parte de algunos alumnos. Más de uno soltó una risita, mientras que otros parecían preocupados por la seguridad de Ron después de haberle dicho eso a Snape.
Fred y George se habían quedado con la boca abierta. Tras unos segundos de sorpresa, Fred fingió que se quitaba el sombrero frente a Ron. Y cuando Hermione le dedicó una sonrisa por haberla defendido, Ron se tranquilizó un poco y dejó de parecer tan enfadado.
Sus compañeros comprendieron al instante que había ido demasiado lejos.
— Y tanto — dijo Dean. — Pensé que Snape iba a matarte.
Harry había pensado lo mismo.
—Te quedarás castigado, Weasley —dijo Snape con voz suave y acercando el rostro al de Ron—. Y si vuelvo a oírte criticar mi manera de dar clase, te arrepentirás.
— Pues entonces va a tener que hacer que nos arrepintamos todos —dijo Terry Boot. — Porque todos estamos de acuerdo en que el profesor Snape se pasó con Granger.
Hermione también le sonrió a Terry. A Harry no le pareció que a Ron le hiciera mucha gracia.
Nadie se movió durante el resto de la clase. Siguió cada uno en su sitio, tomando notas sobre los hombres lobo del libro de texto, mientras Snape rondaba entré las filas de pupitres examinando el trabajo que habían estado haciendo con el profesor Lupin.
—Muy pobremente explicado... Esto es incorrecto... El kappa se encuentra sobre todo en Mongolia... ¿El profesor Lupin te puso un ocho? Yo no te habría puesto más de un tres.
— Y por eso Lupin es mejor profesor — murmuró Harry.
Cuando el timbre sonó por fin, Snape los retuvo:
—Escribiréis una redacción de dos pergaminos sobre las maneras de reconocer y matar a un hombre lobo. Para el lunes por la mañana. Ya es hora de que alguien meta en cintura a esta clase. Weasley, quédate, tenemos que hablar sobre tu castigo.
— ¿No vas a decir nada, Dumbledore? —saltó Sirius. A Harry le sorprendió ver lo furioso que estaba. — Sabes perfectamente por qué mandó ese trabajo.
— Es asqueroso — añadió Tonks, ganándose una mirada llena de odio por parte de Snape.
Al escuchar las palabras de Tonks, varios alumnos se llenaron de valor y se alzaron contra Snape, criticando su forma de dar clase y, especialmente, el trato que le daba a los alumnos.
Fue entonces cuando Snape se puso en pie, lleno de furia, y se dirigió directamente hacia las puertas del comedor.
— Severus…
— No, Albus — le espetó, sin siquiera girarse. — No tengo por qué quedarme aquí a escuchar como una panda de niñatos me critica.
— Te pido que seas razonable.
Pero Snape salió del comedor, dejando atrás un silencio sepulcral.
— Vaya, no me esperaba eso — murmuró Ron. No parecía nada disgustado con los acontecimientos.
— Eso le pasa por imbécil — dijo Sirius felizmente.
— Por favor, Rolanda… — pidió Dumbledore, con aspecto de estar muy cansado.
Madam Hooch siguió leyendo inmediatamente.
Harry y Hermione abandonaron el aula con los demás alumnos, que esperaron a encontrarse fuera del alcance de los oídos de Snape para estallar en críticas contra él.
—Snape nunca ha actuado así con ninguno de los otros profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, aunque quisiera el puesto —comentó Harry a Hermione—. ¿Por qué la tiene tomada con Lupin? ¿Será por lo del boggart?
— No puede ser algo tan simple —dijo Seamus.
— No lo es — le confirmó Ginny. — Snape la tiene tomada con Lupin desde mucho antes de eso.
—No sé—dijo Hermione pensativamente—. Pero espero que el profesor Lupin se recupere pronto.
El profesor Lupin se había mantenido callado durante un buen rato, incluso cuando Snape había salido del comedor hecho una furia. Sin embargo, en ese momento alzó la voz para decir:
— Muchas gracias. De verdad.
Hermione le sonrió, igual que Ginny y algunos otros estudiantes.
Ron los alcanzó cinco minutos más tarde, muy enfadado.
—¿Sabéis lo que ese... (llamó a Snape algo que escandalizó a Hermione) me ha mandado? Tengo que lavar los orinales de la enfermería. ¡Sin magia! —dijo con la respiración alterada. Tenía los puños fuertemente cerrados—. ¿Por qué no podía haberse ocultado Black en el despacho de Snape, eh? ¡Podía haber acabado con él!
— Menos mal que Snape se ha ido — bufó Ginny.
Sin embargo, que Snape no estuviera en el comedor no significaba que Ron no sufriría las consecuencias de sus palabras. La señora Weasley estaba escandalizada.
— ¡Que no te vuelva a escuchar decir algo semejante! ¿Me oyes? — exclamó.
— Sí, mamá — dijo Ron rápidamente, queriendo que se callara.
Al día siguiente, Harry se despertó muy temprano. Tan temprano que todavía estaba oscuro. Por un instante creyó que lo había despertado el ruido del viento. Luego sintió una brisa fría en la nuca y se incorporó en la cama. Peeves flotaba a su lado, soplándole en la oreja.
—¿Por qué has hecho eso? —le preguntó Harry enfadado.
Peeves hinchó los carrillos, sopló muy fuerte y salió del dormitorio hacia atrás, a toda prisa, riéndose.
— Yo le habría pegado un puñetazo — dijo Zabini. Más de uno le dio la razón.
Fuera del comedor, Snape caminaba por los pasillos, hecho una furia.
Estaba harto de que todo el mundo juzgara sus acciones. Y, sobre todo, estaba harto de que los estúpidos de Black y Lupin quedaran como los buenos de la película después de lo que habían hecho.
Llegó hasta las mazmorras y abrió la puerta de su despacho, pero frenó en seco al darse cuenta de que ya había alguien allí.
Medio segundo después, tenía la varita en la mano, lista para atacar.
— ¿Quién anda ahí? — preguntó.
— Alguien que quiere hablar contigo.
Una figura encapuchada se alejó de la estantería que había estado examinando, que estaba llena de tarros de ingredientes. Tenía un bote pequeño en la mano y lo miraba con curiosidad.
— ¿Quién eres?
— Eso da igual — replicó el desconocido, utilizando la voz hechizada que muchos habían llegado a resentir. — ¿Te importaría bajar la varita?
Snape no bajó la varita. Apuntaba directamente al encapuchado, sin apartar la vista de él.
— Sal inmediatamente de mi despacho — dijo lentamente. Cualquiera que hubiera escuchado su tono sabría que estaba muy enfadado. — Ahora.
— ¿No me has oído? Necesito hablar contigo.
— No voy a hablar con alguien que ni siquiera se digna a decirme su nombre.
Se hizo el silencio. El encapuchado parecía relajado, pero Snape se negaba a bajar la guardia.
— Si te dijera quién soy, me estaría poniendo en peligro — dijo el desconocido al cabo de unos momentos. — Sobre todo si aceptas la misión que quiero encomendarte.
— ¿Misión? — escupió Snape. — Yo no le hago favores a cualquiera.
— Sin tu ayuda, leer todos estos libros habrá sido en vano — contestó el desconocido. — Hay cosas que solo tú puedes hacer.
— Pues quizá tendrías que haberlo pensado antes de traer esos dichosos libros a Hogwarts.
El encapuchado dejó el bote sobre la mesa y suspiró.
— Convencerte de que nos ayudes va a ser más difícil que derrotar a Voldemort. Curiosamente, es imposible que hagamos lo segundo si no conseguimos lo primero.
— No pronuncies su nombre delante de mí — dijo Snape con una mueca.
— En el comedor no te molesta.
— Si me molesta o no, no es de tu incumbencia. Sal ahora mismo de mi despacho.
El encapuchado caminó hacia la puerta, ignorando la punta de la varita de Snape, que seguía dirigida hacia él.
— El que debe salir de aquí y volver al comedor eres tú. Pero bueno, me conformo con que pienses en lo que te he dicho. — Se giró al llegar a la puerta y añadió: — Volveré esta noche para hablar contigo.
Y, sin decir nada más, salió de allí.
En el comedor, la lectura continuaba.
Harry tanteó en busca de su despertador y lo miró: eran las cuatro y media. Echando pestes de Peeves, se dio la vuelta y procuró volver a dormirse. Pero una vez despierto fue difícil olvidar el ruido de los truenos que retumbaban por encima de su cabeza, los embates del viento contra los muros del castillo y el lejano crujir de los árboles en el bosque prohibido. Unas horas después se hallaría allí fuera, en el campo de quidditch, batallando en medio del temporal. Finalmente, renunció a su propósito de volver a dormirse, se levantó, se vistió, cogió su Nimbus 2.000 y salió silenciosamente del dormitorio.
— Maldito Peeves — gruñó Wood por lo bajo. — Precisamente ese día Harry necesitaba descansar.
Más de uno rodó los ojos al escucharlo.
Cuando Harry abrió la puerta, algo le rozó la pierna. Se agachó con el tiempo justo de coger a Crookshanks por el extremo de la cola peluda y sacarlo a rastras.
—¿Sabes? Creo que Ron tiene razón sobre ti —le dijo Harry receloso—. Hay muchos ratones por aquí. Ve a cazarlos. Vamos —añadió, echando a Crookshanks con el pie, para que bajara por la escalera de caracol—. Deja en paz a Scabbers.
Hermione lo miró con reproche.
— ¿Lo echaste con el pie?
— No le di una patada — se defendió Harry. — Solo lo empujé un poquito.
El ruido de la tormenta era más fuerte en la sala común. Harry tenía demasiada experiencia para creer que se cancelaría el partido. Los partidos de quidditch no se cancelaban por nimiedades como una tormenta. Sin embargo, empezaba a preocuparse. Wood le había indicado quién era Cedric Diggory en el corredor; Diggory estaba en quinto y era mucho mayor que Harry. Los buscadores solían ser ligeros y veloces, pero el peso de Diggory sería una ventaja con aquel tiempo, porque tendría muchas menos posibilidades de que el viento le desviara el rumbo.
El silencio había regresado al comedor. Harry vio que a Cho Chang le caían lágrimas silenciosas por la cara. Además, varios Hufflepuff también parecían muy tristes. En el resto de casas, el aire era de solemnidad y respeto.
Harry no quería seguir leyendo. Ahora vendría todo lo difícil… Los dementores, los gritos de su madre, el grim, el partido contra Cedric…
¿Qué pasaría si se levantaba y se iba, igual que Snape? No habían parado la lectura porque el profesor se hubiera marchado. ¿Podrían seguir leyendo si él también se iba?
Harry pasó ante la chimenea las horas que quedaban hasta el amanecer. De vez en cuando se levantaba para evitar que Crookshanks volviera a escabullirse por la escalera que llevaba al dormitorio de los chicos.
— Ese gato quería desayunarse a Scabbers — dijo Dennis Creevey, en un tono más bajo de lo normal.
Al cabo de un tiempo le pareció a Harry que ya era la hora del desayuno y se dirigió él solo hacia el retrato.
—¡En guardia, malandrín! —lo retó sir Cadogan.
—«Cállate ya»— contestó Harry, bostezando.
— Cómo me alegro de que ese loco no siga custodiando la entrada de Gryffindor — dijo Ron en voz baja.
Se reanimó algo tomando un plato grande de gachas de avena y cuando ya había empezado con las tostadas, apareció el resto del equipo.
—Va a ser difícil —dijo Wood, sin probar bocado.
—Deja de preocuparte, Oliver —lo tranquilizó Alicia—. No nos asustamos por un poquito de lluvia.
Pero era bastante más que un poquito de lluvia.
— Era mucho más que un poquito de lluvia — dijo Neville.
— Sí, creo que no me he secado del todo desde entonces — dijo Fred, haciendo sonreír a más de uno.
El quidditch era tan popular que todo el colegio salió a ver el partido, como de costumbre. Corrían por el césped hasta el campo de quidditch, con la cabeza agachada contra el feroz viento que arrancaba los paraguas de las manos. Poco antes de entrar en el vestuario, Harry vio a Malfoy, a Crabbe y a Goyle camino del campo de quidditch; cubiertos por un enorme paraguas, lo señalaban y se reían.
Nadie tenía ánimos para meterse con Malfoy en ese momento. Muchos alumnos, especialmente aquellos que habían sido cercanos a Cedric, se preparaban para escuchar el partido.
Los miembros del equipo se pusieron la túnica escarlata y aguardaron la habitual arenga de Wood, pero ésta no se produjo. Wood intentó varias veces hablarles, tragó saliva con un ruido extraño, cabeceó desesperanzado y les indicó por señas que lo siguieran.
En el presente, Katie le dio a Wood un par de palmaditas en la espalda, en señal de apoyo.
El viento era tan fuerte que se tambalearon al entrar en el campo. A causa del retumbar de los truenos, no podían saber si la multitud los aclamaba. La lluvia rociaba los cristales de las gafas de Harry. ¿Cómo demonios iba a ver la snitch en aquellas condiciones?
Ahora algunos parecían preocupados. Incluso Sirius tenía el ceño fruncido.
Los de Hufflepuff se aproximaron desde el otro extremo del campo, con la túnica amarillo canario. Los capitanes de ambos equipos se acercaron y se estrecharon la mano. Diggory sonrió a Wood, pero Wood parecía tener ahora la mandíbula encajada y se limitó a hacer un gesto con la cabeza. Harry vio que la boca de la señora Hooch articulaba:
—Montad en las escobas.
La señora Hooch hizo una mueca rara al leer eso.
— ¿Tan extraño es leer tus propias palabras? — dijo Ron por lo bajo. Hermione asintió con ganas.
Harry sacó del barro el pie derecho y pasó la pierna por encima de la Nimbus 2.000. La señora Hooch se llevó el silbato a los labios y dio un pitido que sonó distante y estridente... Dio comienzo el partido.
Harry se elevó rápidamente, pero la Nimbus 2.000 oscilaba a causa del viento. La sostuvo tan firmemente como pudo y dio media vuelta de cara a la lluvia, con los ojos entornados.
— Eso no pinta bien — se oyó decir a un alumno de primero.
Al cabo de cinco minutos, Harry estaba calado hasta los huesos y helado de frío. Apenas podía ver a sus compañeros de equipo y menos aún la pequeña snitch. Atravesó el campo de un lado a otro, adelantando bultos rojos y amarillos, sin idea de lo que sucedía. El viento no le permitía oír los comentarios. La multitud estaba oculta bajo un mar de capas y de paraguas maltrechos. En dos ocasiones estuvo a punto de ser derribado por una bludger. Su visión estaba tan limitada por el agua de las gafas que no las vio acercarse.
— Quizá no deberíamos permitir que los partidos se celebren en esas condiciones — dijo la señora Pomfrey.
Perdió la noción del tiempo. Era cada vez más difícil sujetar la escoba con firmeza. El cielo se oscureció, como si hubiera llegado la noche en plena mañana. Dos veces estuvo a punto de chocar contra otro jugador, que no sabía si era de su equipo o del oponente. Todos estaban ahora tan calados, y la lluvia era tan densa, que apenas podía distinguirlos...
— Nunca he visto una tormenta tan grande — dijo una chica de segundo con tono nervioso. Si Harry hubiera tenido que apostar, diría que la chica le tenía pánico a los relámpagos.
Con el primer relámpago llegó el pitido del silbato de la señora Hooch. Harry sólo pudo ver a través de la densa lluvia la silueta de Wood, que le indicaba por señas que descendiera. Todo el equipo aterrizó en el barro, salpicando.
—¡He pedido tiempo muerto! —gritó a sus jugadores—. Venid aquí debajo.
Se apiñaron en el borde del campo, debajo de un enorme paraguas. Harry se quitó las gafas y se las limpió con la túnica.
—¿Cuál es la puntuación?
—Cincuenta puntos a nuestro favor. Pero si no atrapamos la snitch, seguiremos jugando hasta la noche.
— ¿Conseguisteis marcar cincuenta puntos? — exclamó Sirius. — Eso es genial.
Las cazadoras del equipo parecieron muy orgullosas de sí mismas.
—Con esto me resulta imposible —respondió Harry, blandiendo las gafas.
En ese instante apareció Hermione a su lado. Se tapaba la cabeza con la capa e, inexplicablemente, estaba sonriendo.
En ese momento, se abrieron las puertas del comedor y entró Snape. Todo el mundo se giró para mirarle.
Caminó hacia su lugar en la mesa de profesores con la cabeza bien alta, sin mirar a nadie. Tenía una perfecta cara de póker.
— Me alegra que estés de vuelta, Severus — dijo Dumbledore. Snape se sentó y, tras hacerle un gesto con la cabeza al director (e ignorar a todos los demás), fijó su vista en Madam Hooch.
—¡Tengo una idea, Harry! ¡Dame tus gafas, rápido!
Se las entregó, y ante la mirada de sorpresa del equipo, golpeó las gafas con su varita y dijo:
—Impervius. —Y se las devolvió a Harry diciendo—: Ahí las tienes: ¡repelerán el agua!
Se oyeron murmullos de interés.
— Me apunto ese hechizo — dijo un chico de séptimo que también llevaba gafas.
Wood la hubiera besado:
Hermione soltó una risita y Wood ni siquiera lo negó.
—¡Magnífico! —exclamó emocionado, mientras ella se alejaba—. ¡De acuerdo, vamos a ello!
El hechizo de Hermione funcionó. Harry seguía entumecido por el frío y más empapado que nunca en su vida, pero podía ver. Lleno de una renovada energía, aceleró la escoba a través del aire turbulento buscando en todas direcciones la snitch, esquivando una bludger, pasando por debajo de Diggory, que volaba en dirección contraria...
Cada mención de Cedric le suponía a Harry una tortura. Notaba como muchos de sus compañeros lo miraban, queriendo ver cada una de sus reacciones. ¿Es que no podían meterse en sus propios asuntos y dejarlo en paz?
Brilló otro rayo, seguido por el retumbar de un trueno. La cosa se ponía cada vez más peligrosa. Harry tenía que atrapar la snitch cuanto antes...
Se volvió, intentando regresar hacia la mitad del campo, pero en ese momento otro relámpago iluminó las gradas y Harry vio algo que lo distrajo completamente: la silueta de un enorme y lanudo perro negro, claramente perfilada contra el cielo, inmóvil en la parte superior y más vacía de las gradas.
Se escucharon jadeos y Sirius hizo una mueca.
— Perdón por eso. No quise asustarte.
— Lo sé, no te preocupes — respondió Harry.
Las manos entumecidas le resbalaron por el palo de la escoba y la Nimbus descendió varios metros. Retirándose de los ojos el flequillo empapado, volvió a mirar hacia las gradas: el perro había desaparecido.
— ¿Era el grim? — preguntó un chico de segundo con algo de miedo.
— Que no, que era yo — dijo Sirius, quizá con más fuerza de la que debería, porque el chico soltó un gritito y se encogió en el asiento.
—¡Harry! —gritó Wood angustiado, desde los postes de Gryffindor—. ¡Harry, detrás de ti!
Harry miró hacia atrás con los ojos abiertos de par en par. Cedric Diggory atravesaba el campo a toda velocidad, y entre ellos, en el aire cuajado de lluvia, brillaba una diminuta bola dorada...
Muchos se inclinaron en sus asientos, sintiendo la emoción del partido por primera vez desde que comenzaran a leerlo.
Con un sobresalto, Harry pegó el cuerpo al palo de la escoba y se lanzó hacia la snitch como una bala.
—¡Vamos! —gritó a la Nimbus, al mismo tiempo que la lluvia le azotaba la cara— . ¡Más rápido!
Pero algo extraño pasaba. Un inquietante silencio caía sobre el estadio. Ya no se oía el viento, aunque soplaba tan fuerte como antes. Era como si alguien hubiera quitado el sonido, o como si Harry se hubiera vuelto sordo de repente. ¿Qué sucedía?
— ¿Te quedaste sordo por la lluvia? — preguntó inocentemente una chica de primero.
Harry no contestó, y tampoco lo hizo ningún otro alumno. Todos los que habían estado allí recordaban perfectamente lo que había sucedido.
Y entonces le penetró en el cuerpo una ola de frío horrible y ya conocida, exactamente en el momento en que veía algo que se movía por el campo, debajo de él. Antes de que pudiera pensar, Harry había apartado la vista de la snitch y había mirado hacia abajo. Abajo había al menos cien dementores, con el rostro tapado, y todos señalándole.
El silencio era total. Horrorizada, Ginny dijo:
— ¿Te señalaban?
Harry asintió. Jamás olvidaría aquel momento.
Aún estaba a tiempo de levantarse y marcharse. No quería leer lo que venía ahora.
Ginny le tomó la mano en ese momento, con gesto preocupado, y Harry se dio cuenta de que se había puesto a temblar otra vez. Ron le pasó el brazo alrededor de los hombros y Harry lo dejó.
Fue como si le subiera agua helada por el pecho y le cortara por dentro. Y entonces volvió a oírlo... Alguien gritaba dentro de su cabeza..., una mujer...
Madam Hooch frunció el ceño antes de leer:
—A Harry no. A Harry no. A Harry no, por favor.
—Apártate, estúpida... apártate...
—A Harry no. Te lo ruego, no. Cógeme a mí. Mátame a mí en su lugar...
Harry agachó la cabeza, notando las decenas de miradas sobrecogidas que caían sobre él.
— Oh, no… — gimió Hermione, tomando la mano que Harry tenía libre.
A Harry se le había enturbiado el cerebro con una especie de niebla blanca. ¿Qué hacía? ¿Por qué montaba una escoba voladora? Tenía que ayudarla. La mujer iba a morir, la iban a matar...
— No puede ser — dijo Bill en un suspiro. — ¿Está oyendo…?
Ron asintió solemnemente. Todo el comedor estaba en silencio y Harry escuchó más de un sollozo. Estaba seguro de que Cho era una de las personas que lloraban.
Harry caía, caía entre la niebla helada.
—A Harry no, por favor. Ten piedad, te lo ruego, ten piedad...
— Es horrible… — gimió la señora Weasley. Harry no necesitaba mirarla para saber que tenía lágrimas en los ojos.
Decidió que tenía que ser valiente. Antes de poder arrepentirse, levantó la cabeza y miró directamente a la mesa de profesores, no atreviéndose a mantenerle la mirada a sus compañeros.
Lo que vio le sorprendió mucho. Había visto a Snape de muchas formas, pero jamás lo había visto tan horrorizado como estaba en ese momento. Tenía una expresión de dolor que Harry no llegaba a comprender del todo.
Sabía que Snape había conocido a su madre, ¿pero acaso habían sido amigos? ¿Por qué si no iba a tener Snape esa cara tan llena de dolor? Hagrid se enjugó las lágrimas en un pañuelo, al tiempo que la profesora Sprout le daba palmaditas en la espalda al profesor Flitwick, quien también parecía haberse emocionado. Todo eso era normal, era esperable. Lo de Snape no.
Alguien de voz estridente estalló en carcajadas. La mujer gritaba y Harry no se enteró de nada más.
— Es muy injusto — dijo la profesora McGonagall con la voz ronca.
— Así es, Minerva — respondió Dumbledore con tristeza. — Es tremendamente injusto.
—Ha tenido suerte de que el terreno estuviera blando.
—Creí que se había matado.
—¡Pero si ni siquiera se ha roto las gafas!
Harry suspiró, aliviado. Lo peor había pasado.
Ron le dio una palmadita en el hombro antes de quitar el brazo que tenía a su alrededor. Tanto Ginny como Hermione siguieron como estaban, cogiéndole la mano a Harry. Cuando todo esto acabara, Harry tendría mucho que agradecer a sus amigos.
Harry oía las voces, pero no encontraba sentido a lo que decían. No tenía ni idea de dónde se hallaba, ni de por qué se encontraba en aquel lugar, ni de qué hacia antes de aquel momento. Lo único que sabía era que le dolía cada centímetro del cuerpo como si le hubieran dado una paliza.
Muchos parecieron aliviados al ver que ya no había gritos.
— Eso ha sido… Guau — dijo Ernie Macmillan. Estaba sudoroso.
— No me puedo creer que hayas tenido que escuchar…. — empezó a decir Neville. — Es horrible.
Harry asintió. Ciertamente, era lo más horrible que había tenido que escuchar nunca.
Durante un segundo, escuchó en su mente la voz de Voldemort diciendo "Mata al otro", pero se obligó a pensar en otra cosa.
—Es lo más pavoroso que he visto en mi vida.
Horrible... Lo más pavoroso... Figuras negras con capucha... Frío... Gritos...
Harry abrió los ojos de repente. Estaba en la enfermería. El equipo de quidditch de Gryffindor, lleno de barro, rodeaba la cama. Ron y Hermione estaban allí también y parecían haber salido de la ducha.
—¡Harry! —exclamó Fred, que parecía exageradamente pálido bajo el barro—. ¿Cómo te encuentras?
— Claro que estaba pálido — dijo Fred en voz alta. — Te caíste desde unos veinte metros. Casi nos da algo al verlo.
Muchos de los que habían estado en el partido le dieron la razón.
La memoria de Harry fue recuperando los acontecimientos por orden: el relámpago..., el Grim..., la snitch..., y los dementores.
—¿Qué sucedió? —dijo incorporándose en la cama, tan de repente que los demás ahogaron un grito.
—Te caíste —explicó Fred—. Debieron de ser... ¿cuántos? ¿Veinte metros?
—Creímos que te habías matado —dijo Alicia, temblando.
En el presente, Angelina le dio un abrazo a Alicia, como si así pudiera reconfortar a la Alicia del pasado.
Hermione dio un gritito. Tenía los ojos rojos.
Harry le apretó la mano, dándole las gracias silenciosamente.
—Pero el partido —preguntó Harry—, ¿cómo acabó? ¿Se repetirá?
Nadie respondió. La horrible verdad cayó sobre Harry como una losa.
—¿No habremos... perdido?
— Podrías haber perdido la vida — dijo el profesor Lupin. — Perder un partido no es nada en comparación.
Ahí tenía razón, pensó Harry.
—Diggory atrapó la snitch —respondió George— poco después de que te cayeras. No se dio cuenta de lo que pasaba. Cuando miró hacia atrás y te vio en el suelo, quiso que se anulara. Quería que se repitiera el partido. Pero ganaron limpiamente. Incluso Wood lo ha admitido.
Se hizo el silencio.
— Diggory era un buen tipo — habló finalmente Wood. — No tenía por qué pedir que se repitiera el partido, pero lo hizo. Eso dice mucho de él.
— Era una de las mejores personas que he conocido nunca — dijo un chico de Hufflepuff, amigo de Cedric. A Harry le pareció que tenía los ojos un poco rojos. — No le hizo ninguna gracia ganar aquel partido de esa manera.
Regresó el silencio. Cuando la señora Hooch vio que nadie añadía nada más, siguió leyendo, usando un tono mucho más suave que su tono usual.
—¿Dónde está Wood? —preguntó Harry de repente, notando que no estaba allí.
—Sigue en las duchas —dijo Fred—. Parece que quiere ahogarse.
Wood rodó los ojos.
Harry acercó la cara a las rodillas y se cogió el pelo con las manos. Fred le puso la mano en el hombro y lo zarandeó bruscamente.
—Vamos, Harry, es la primera vez que no atrapas la snitch.
—Tenía que ocurrir alguna vez —dijo George.
— Creo que perder de vez en cuando es bueno — dijo Susan Bones. — Te hace valorar más las victorias.
Harry asintió, sabiendo que tenía razón.
—Todavía no ha terminado —dijo Fred—. Hemos perdido por cien puntos, ¿no? Si Hufflepuff pierde ante Ravenclaw y nosotros ganamos a Ravenclaw, y Slytherin...
—Hufflepuff tendrá que perder al menos por doscientos puntos —dijo George. —Pero si ganan a Ravenclaw...
—Eso no puede ser. Los de Ravenclaw son muy buenos.
—Pero si Slytherin pierde frente a Hufflepuff..
—Todo depende de los puntos... Un margen de cien, en cualquier caso...
— Lo teníais muy difícil — dijo una chica de primero de Slytherin.
— Pero no era imposible — respondió Jack Sloper.
Harry guardaba silencio. Habían perdido. Por primera vez en su vida, había perdido un partido de quidditch.
— Mejor perder el partido que perder la vida — murmuró Hermione.
Después de unos diez minutos, la señora Pomfrey llegó para mandarles que lo dejaran descansar.
—Luego vendremos a verte —le dijo Fred—. No te tortures, Harry. Sigues siendo el mejor buscador que hemos tenido.
El equipo salió en tropel, dejando el suelo manchado de barro. La señora Pomfrey cerró la puerta detrás del último, con cara de mal humor. Ron y Hermione se acercaron un poco más a la cama de Harry.
— ¿A Ron y Hermione los dejó quedarse? — dijo Parvati, sorprendida.
— Como si hubiera podido echarlos — resopló la señora Pomfrey.
—Dumbledore estaba muy enfadado —dijo Hermione con voz temblorosa—. Nunca lo había visto así. Corrió al campo mientras tú caías, agitó la varita mágica y entonces se redujo la velocidad de tu caída. Luego apuntó a los dementores con la varita y les arrojó algo plateado. Abandonaron inmediatamente el estadio... Le puso furioso que hubieran entrado en el campo... lo oímos...
Muchos miraron a Dumbledore con más respeto que antes. Habían olvidado que había sido capaz de ahuyentar a cien dementores él solo.
—Entonces te puso en una camilla por arte de magia —explicó Ron—. Y te llevó al colegio flotando en la camilla. Todos pensaron que estabas...
A Ron le dio un escalofrío. Harry lo miró con sorpresa, pero Ron no le sostuvo la mirada.
Su voz se apagó, pero Harry apenas se dio cuenta. Pensaba en lo que le habían hecho los dementores, en la voz que suplicaba. Alzó los ojos y vio a Hermione y a Ron tan preocupados que rápidamente buscó algo que decir.
—¿Recogió alguien la Nimbus?
Harry hizo una mueca. Aún le dolía haber perdido la Nimbus.
Ron y Hermione se miraron.
—Eh...
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
—Bueno, cuando te caíste... se la llevó el viento —dijo Hermione con voz vacilante.
—¿Y?
—Y chocó... chocó... contra el sauce boxeador.
Se oyeron jadeos y más de un grito ahogado.
— Qué mala suerte — exclamó Astoria Greengrass, de Slytherin.
Harry sintió un pinchazo en el estómago. El sauce boxeador era un sauce muy violento que estaba solo en mitad del terreno del colegio.
—¿Y? —preguntó, temiendo la respuesta.
—Bueno, ya sabes que al sauce boxeador —dijo Ron— no le gusta que lo golpeen.
— Eso lo sabemos bien — bufó Harry. Ron asintió con ganas.
—El profesor Flitwick la trajo poco antes de que recuperaras el conocimiento — explicó Hermione en voz muy baja.
Se agachó muy despacio para coger una bolsa que había a sus pies, le dio la vuelta y puso sobre la cama una docena de astillas de madera y ramitas, lo que quedaba de la fiel y finalmente abatida escoba de Harry.
— Qué pena, las Nimbus son buenísimas — dijo Katie. A su lado, Wood tenía cara de dolor.
— Aquí termina — anunció Madam Hooch, devolviéndole el libro a Dumbledore.
El director se aclaró la garganta antes de decir:
— El siguiente capítulo se titula: El mapa del merodeador.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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