miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 2

 El error de tía Marge:


Dumbledore se puso en pie alegremente y volvió a tomar el libro entre sus manos.

— El siguiente capítulo se titula: El error de tía Marge. ¿Alguien se ofrece voluntario para leer?

De nuevo, varias personas levantaron la mano. Harry notó que entre ellas se encontraban algunos de los que habían parecido frustrados con la falta de acción del capítulo anterior.

El director eligió a Lisa Turpin, de Ravenclaw, quien subió a la tarima, cogió el libro y repitió:

— El error de tía Marge.

Harry tragó saliva. Sabía que era inevitable que se leyera este capítulo, pero parte de él mantenía la esperanza de que no se mencionaran muchos detalles sobre aquella horrible semana.

Algunos de sus amigos sonreían, sabiendo lo que le había pasado a tía Marge, pero Harry fue incapaz de devolverles la sonrisa debido a lo nervioso que se estaba poniendo.

Cuando Harry bajó a desayunar a la mañana siguiente, se encontró a los tres Dursley ya sentados a la mesa de la cocina.

— Otro capítulo sobre los Dursley — dijo Angelina con una mueca. — ¿Qué hicieron esta vez? ¿Quién es tía Marge?

— Ahora lo verás — dijo Fred ocultando una risita.

Veían la televisión en un aparato nuevo, un regalo que le habían hecho a Dudley al volver a casa después de terminar el curso, porque se había quejado a gritos del largo camino que tenía que recorrer desde el frigorífico a la tele de la salita.

Se escucharon resoplidos a lo largo de todo el comedor. Pansy Parkinson tenía cara de sentirse totalmente asqueada.

Dudley se había pasado la mayor parte del verano en la cocina, con los ojos de cerdito fijos en la pantalla y sus cinco papadas temblando mientras engullía sin parar.

— ¿Cinco papadas? — exclamó la señora Pomfrey. — ¡Eso no es normal!

Harry pensó que, con la cantidad de comida que comía Dudley y el nulo ejercicio que hacía, sí era normal.

Harry se sentó entre Dudley y tío Vernon, un hombre corpulento, robusto, que tenía el cuello corto y un enorme bigote. Lejos de desearle a Harry un feliz cumpleaños, ninguno de los Dursley dio muestra alguna de haberse percatado de que Harry acababa de entrar en la cocina, pero él estaba demasiado acostumbrado para ofenderse.

De nuevo, se escucharon bufidos, y más de una persona lo miró con pena.

Ni siquiera había empezado la parte difícil todavía y Harry ya estaba comenzando a impacientarse.

Se sirvió una tostada y miró al presentador de televisión, que informaba sobre un recluso fugado.

«Tenemos que advertir a los telespectadores de que Black va armado y es muy peligroso.

Inmediatamente, medio comedor se giró para mirar a Sirius, quien sonrió al escuchar su nombre.

— No me esperaba que me mencionaran hasta dentro de varios capítulos — dijo alegremente. — Pero supongo que no debería sorprenderme, teniendo en cuenta cuál es el título del libro.

Harry bufó.

— Creo que se te va a mencionar en todos los capítulos — dijo. — Ese año no se hablaba de otra cosa.

A lo largo del comedor, la gente no se atrevía a decir nada. Se habían acostumbrado a la presencia de Sirius, pero todavía nadie confiaba en él.

— Supongo que este es el libro en el que, en teoría, se cuenta cómo escapó Sirius Black y por qué tanto Harry Potter como el profesor Dumbledore lo están ayudando — habló la profesora Umbridge en voz alta. — ¿Me equivoco?

— Es el libro en el que se demuestra que Sirius es inocente — gruñó Ron.

La profesora sonreía, algo que a Harry no le dio muy buena espina.

— Quisiera hacer un par de anotaciones, si me lo permite — se dirigió directamente a Dumbledore, quien la invitó educadamente a que continuara. — Bien. En primer lugar, quiero dejar constancia de que el ministerio hizo todo lo que estaba en su mano para proteger la seguridad de los magos y brujas del país.

A su lado, el ministro Fudge asintió, dándole la razón.

— En segundo lugar, — siguió hablando Umbridge, — debe quedar claro que, independientemente de lo que se lea en estos libros, Sirius Black es un preso fugado y condenado al beso del dementor.

Harry se puso en pie, lleno de ira, apenas consciente de que varias personas se habían levantado al mismo tiempo que él.

— Esa condena deberá ser revocada — escupió el profesor Lupin. — Nunca se celebró un juicio que demostrara la culpabilidad de Sirius Black. Fue enviado a Azkaban injustamente.

— ¡Mató a trece personas! — exclamó Fudge, también poniéndose en pie. — ¡Estaba solo en la escena del crimen!

— Porque intenté detener al verdadero asesino — declaró Sirius, levantándose y provocando que se oyeran jadeos y grititos ahogados en todo el comedor. — Estoy dispuesto a testificar bajo los efectos del veritaserum.

Nadie se esperaba eso. Se hizo el silencio absoluto mientras todos trataban de asimilarlo, y Fudge, con la cara totalmente roja, replicó:

— Deberás hacerlo, si este libro me convence de que mereces esa oportunidad.

— Entonces mantenga los oídos bien abiertos, señor ministro — respondió Sirius con tono irónico. — Porque en este libro va a descubrir quién fue la persona que asesinó a esos trece inocentes y traicionó a sus amigos. Y no fui yo.

Dicho eso, volvió a tomar asiento sin dejar de hacer contacto visual con Fudge. Umbridge parecía furiosa.

— Reitero que es usted un fugitivo — dijo con rabia. — El ministerio no tiene por qué celebrar ningún juicio ni por qué escuchar sus argumentos. ¡Ya ha sido condenado!

— Fue condenado injustamente — dijo Harry, repitiendo las palabras de Lupin. — ¿Qué parte de eso no entiende?

Umbridge jadeó, furiosa.

— Hábleme con respeto, señor Potter — chilló. — Veinte puntos menos para Gryffindor.

— El reloj de las casas sigue congelado, Dolores — la informó la profesora McGonagall en tono gélido. — Y si no tiene nada más que añadir, me gustaría continuar con la lectura. Todavía queda mucho que leer.

Umbridge abrió la boca para replicar, pero un gesto de Dumbledore hizo que una nerviosa Lisa Turpin siguiera leyendo antes de que la profesora pudiera decir nada más.

Se ha puesto a disposición del público un teléfono con línea directa para que cualquiera que lo vea pueda denunciarlo.»

Tanto Harry como Lupin y todas las demás personas que se habían puesto en pie volvieron a sentarse. La profesora Umbridge susurraba furiosamente al oído de Fudge, quien parecía cansado a pesar de que el día acababa de comenzar.

No hace falta que nos digan que no es un buen tipo —resopló tío Vernon echando un vistazo al fugitivo por encima del periódico—. ¡Fijaos qué pinta, vago asqueroso! ¡Fijaos qué pelo!

Sirius soltó una carcajada, subiendo sin saberlo el estado de ánimo de Harry.

— Me lo tomo como un cumplido. Si a Dursley le gustara como llevo el pelo, me lo raparía.

Lanzó una mirada de asco hacia donde estaba Harry, cuyo pelo desordenado había sido motivo de muchos enfados de tío Vernon.

Al contrario que Vernon, Sirius le sonrió a Harry.

— Tú también deberías tomártelo como un cumplido.

Harry le devolvió la sonrisa.

Sin embargo, comparado con el hombre de la televisión, cuya cara demacrada aparecía circundada por una revuelta cabellera que le llegaba hasta los codos, Harry parecía muy bien arreglado.

Sirius fingió ofenderse.

— Bueno, es un poco difícil mantenerse presentable después de doce años en Azkaban — dijo.

Lupin soltó un bufido.

— Nadie lo duda.

Volvió a aparecer el presentador.

«El ministro de Agricultura y Pesca anunciará hoy...»

¡Un momento! —ladró tío Vernon, mirando furioso al presentador—. ¡No nos has dicho de dónde se ha escapado ese enfermo! ¿Qué podemos hacer? ¡Ese lunático podría estar acercándose ahora mismo por la calle!

Harry cruzó miradas con Sirius, pero ambos decidieron callarse.

Tía Petunia, que era huesuda y tenía cara de caballo, se dio la vuelta y escudriñó atentamente por la ventana de la cocina. Harry sabía que a tía Petunia le habría encantado llamar a aquel teléfono directo. Era la mujer más entrometida del mundo, y pasaba la mayor parte del tiempo espiando a sus vecinos, que eran aburridísimos y muy respetuosos con las normas.

— No lo entiendo — dijo Ron. — Si eran aburridos, ¿para qué los espiaba?

Harry se encogió de hombros.

— Porque ella es todavía más aburrida, supongo.

¡Cuándo aprenderán —dijo tío Vernon, golpeando la mesa con su puño grande y amoratado— que la horca es la única manera de tratar a esa gente!

Algunos miraron a Sirius con cautela, pero él no parecía ofenderse lo más mínimo por el comentario.

— Tu tío es un poco extremo, ¿no? — dijo Dean con una mueca. Harry asintió, no queriendo explicarle exactamente cuán extremo podía llegar a ser Vernon Dursley en algunas cosas.

Muy cierto —dijo tía Petunia, que seguía espiando las judías verdes del vecino.

Mucha gente intercambió miradas confusas.

Tío Vernon apuró la taza de té, miró el reloj y añadió:

Tengo que marcharme. El tren de Marge llega a las diez.

Harry, cuya cabeza seguía en la habitación con el equipo de mantenimiento de escobas voladoras, volvió de golpe a la realidad.

Hermione volvió a sonreír.

— Creo que fue el mejor regalo que te he hecho nunca.

— No te haces una idea — le aseguró Harry.

¿Tía Marge? —barbotó—. No... no vendrá aquí, ¿verdad?

Muchos lo miraron con curiosidad.

— Parece que no te cae muy bien — dijo Lavender, sorprendida.

Harry bufó.

Tía Marge era la hermana de tío Vernon. Aunque no era pariente consanguíneo de Harry (cuya madre era hermana de tía Petunia), desde siempre lo habían obligado a llamarla «tía».

— ¿Por qué? — preguntó Hermione en voz baja. Lanzó a Harry una mirada de culpabilidad antes de decir: — Siempre se han esforzado por hacerte ver que no te consideraban parte de la familia. No tiene sentido que te obligaran a llamarla "tía".

Harry se encogió de hombros.

— No llamarla así sería una falta de educación, según ellos.

Tía Marge vivía en el campo, en una casa con un gran jardín donde criaba bulldogs. No iba con frecuencia a Privet Drive porque no soportaba estar lejos de sus queridos perros, pero sus visitas habían quedado vívidamente grabadas en la mente de Harry.

El comedor se sumió en murmullos. Muchos comentaban lo raro que era que estuviera tan pegada a sus perros, mientras que otros la defendían, recordando a sus mascotas.

En la fiesta que celebró Dudley al cumplir cinco años, tía Marge golpeó a Harry en las espinillas con el bastón para impedir que ganara a Dudley en el juego de las estatuas musicales.

Se oyeron jadeos. La señora Weasley se llevó la mano a la boca, horrorizada.

— ¿Le pegó a un niño de cinco años? — exclamó la profesora Sprout.

A su lado, McGonagall se había puesto tan blanca que Harry temió que fuera a desmayarse.

— Albus… — dijo con dificultad, debido a lo tensa que estaba. El director no la miró a los ojos, sino que tenía la vista fija en sus propias manos.

Por su parte, Harry quería que la tierra lo tragase, como cada vez que se leía algo sobre su vida con los Dursley.

Unos años después, por Navidad, apareció con un robot automático para Dudley y una caja de galletas de perro para Harry.

— Eso es cruel — se quejó Hannah Abbott.

En su última visita, el año anterior a su ingreso en Hogwarts, Harry le había pisado una pata sin querer a su perro favorito. Ripper persiguió a Harry, obligándole a salir al jardín y a subirse a un árbol, y tía Marge no había querido llamar al perro hasta pasada la medianoche. El recuerdo de aquel incidente todavía hacía llorar a Dudley de la risa.

— Vale, entiendo por qué la odias — dijo Dean con una mueca.

Marge pasará aquí una semana —gruñó tío Vernon—. Y ya que hablamos de esto —y señaló a Harry con un dedo amenazador—, quiero dejar claras algunas cosas antes de ir a recogerla.

— A ti sí que habría que dejarte claras algunas cosas — gruñó Ron. Los gemelos le dieron la razón.

Dudley sonrió y apartó la vista de la tele. Su entretenimiento favorito era contemplar a Harry cuando tío Vernon lo reprendía.

— Con ese ejemplo, no me extraña que sea como es — dijo Arthur Weasley.

Primero —gruñó tío Vernon—, usarás un lenguaje educado cuando te dirijas a tía Marge.

De acuerdo —contestó Harry con resentimiento—, si ella lo usa también conmigo.

— ¡Bien!

— ¡Así se habla!

Se escucharon varias exclamaciones a lo largo del comedor y, muy a su pesar, Harry fue incapaz de contener una sonrisa.

Segundo —prosiguió el tío Vernon, como si no hubiera oído la puntualización de Harry—: como Marge no sabe nada de tu

Lisa Turpin paró en seco, miró a Harry un segundo, y leyó con tono de sentirse muy indignada:

no sabe nada de tu anormalidad, no quiero ninguna exhibición extraña mientras esté aquí. Compórtate, ¿entendido?

Si tío Vernon hubiera estado en el comedor, más de uno le habría lanzado una maldición.

— Ahora resulta que somos anormales — resopló Nott. — Habría que darle una lección a ese muggle.

— No me sorprende que Potter esté tan mal de la cabeza — dijo Zabini. — Teniendo que crecer con ese imbécil como ejemplo…

Varias personas protestaron, defendiendo a Harry, cosa que él agradeció internamente.

Me comportaré si ella se comporta —contestó Harry apretando los dientes.

— Bien dicho — le animó Sirius.

Y tercero —siguió tío Vernon, casi cerrando los ojos pequeños y mezquinos, en medio de su rostro colorado—: le hemos dicho a Marge que acudes al Centro de Seguridad San Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables.

¿Qué? —gritó Harry.

Lo mismo gritaron muchos a lo largo del comedor.

— Ese hijo de… — Sirius estaba lívido, pero la señora Weasley parecía incluso más indignada que él.

— ¿Quién se creería que Harry es un delincuente? — exclamó.

— Bueno, mucha gente — replicó Fred, haciendo un gesto con la mano y señalando a gran parte del alumnado. — Hace solo dos semanas, toda esta gente consideraba que Harry era un loco y todas esas cosas.

Algunos bajaron la cabeza al escucharlo, avergonzados, mientras que otros fingieron no haberlo oído.

Y eso es lo que dirás tú también, si no quieres tener problemas —soltó tío Vernon.

Harry permaneció sentado en su sitio, con la cara blanca de ira, mirando a tío Vernon, casi incapaz de creer lo que oía. Que tía Marge se presentase para pasar toda una semana era el peor regalo de cumpleaños que los Dursley le habían hecho nunca, incluido el par de calcetines viejos de tío Vernon.

— ¿Qué clase de problemas? — preguntó el profesor Lupin, hablando despacio.

Harry hizo una mueca y no contestó, lo que hizo intercambiar miradas a Lupin y Sirius.

Bueno, Petunia —dijo tío Vernon, levantándose con dificultad—, me marcho a la estación. ¿Quieres venir, Dudders?

No —respondió Dudley, que había vuelto a fijarse en la tele en cuanto tío Vernon acabó de reprender a Harry.

— Imbécil — lo insultó Ron.

Duddy tiene que ponerse elegante para recibir a su tía —dijo tía Petunia alisando el espeso pelo rubio de Dudley—. Mamá le ha comprado una preciosa pajarita nueva.

Ginny fingió que le daban arcadas.

— Duddy — repitió George poniendo la voz aguda. — Si alguna vez vuelvo a verlo, pienso llamarlo así.

Tío Vernon dio a Dudley una palmadita en su hombro porcino.

Vuelvo enseguida —dijo, y salió de la cocina.

Harry, que había quedado en una especie de trance causado por el terror, tuvo de repente una idea.

Mientras muchos se giraban para mirarlo con pena y comprensión, Ron y Hermione se tensaron.

— ¿Una idea? — preguntó Hermione. — ¿Qué idea?

Harry rodó los ojos.

— Que me firmara la autorización si me portaba bien — dijo. — No todas mis ideas son malas.

— No, pero esa tampoco funciono — razonó Ron, haciendo bufar a Harry.

Dejó la tostada, se puso de pie rápidamente y siguió a tío Vernon hasta la puerta.

Tío Vernon se ponía la chaqueta que usaba para conducir:

No te voy a llevar —gruñó, volviéndose hacia Harry, que lo estaba mirando.

Se oyeron un par de insultos hacia tío Vernon.

Como si yo quisiera ir —repuso Harry—. Quiero pedirte algo. —Tío Vernon lo miró con suspicacia—. A los de tercero, en Hog... en mi colegio, a veces los dejan ir al pueblo.

¿Y qué? —le soltó tío Vernon, cogiendo las llaves de un gancho que había junto a la puerta.

Necesito que me firmes la autorización —dijo Harry apresuradamente.

¿Y por qué habría de hacerlo? —preguntó tío Vernon con desdén.

— Porque es un sitio maravilloso y todos los alumnos deberían poder ir — replicó la señora Pomfrey.

Bueno —repuso Harry, eligiendo cuidadosamente las palabras—, será difícil simular ante tía Marge que voy a ese Centro... ¿cómo se llamaba?

Se escucharon risas.

— Buena jugada — le dijo Wood, sonriente.

¡Centro de Seguridad San Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables! — bramó tío Vernon.

Y a Harry le encantó percibir una nota de terror en la voz de tío Vernon.

Eso hizo sonreír a más de uno.

Ajá —dijo Harry mirando a tío Vernon a la cara, tranquilo—. Es demasiado largo para recordarlo. Tendré que decirlo de manera convincente, ¿no? ¿Qué pasaría si me equivocara?

— Eso es muy Slytherin por tu parte — dijo Daphne Greengrass.

Inmediatamente, varios miembros de la casa Slytherin se lanzaron a contradecirla, así como varios Gryffindor que se sentían ofendidos.

— Suficiente — intervino la profesora McGonagall después de que Lee Jordan llamara a una chica de Slytherin "hija de Salazar". — Continúa con la lectura, señorita Turpin.

— No lo decía como un insulto — se defendió Daphne. — ¿Por qué iba a usar mi propia casa como insulto?

Los Gryffindor se ablandaron al escuchar eso, pero los Slytherin seguían algo alterados.

McGonagall volvió a pedirle a Lisa Turpin que siguiera leyendo, pero ella la miró, en silencio, antes de decir:

— No sé si es buena idea que lea esto.

Eso llamó la atención de todo el mundo. Harry trató de recordar exactamente qué se había dicho en aquella conversación, pero no era capaz de hacerlo.

— ¿Por qué motivo? — preguntó la profesora McGonagall.

— No creo que a Harry le haga gracia — respondió Lisa.

Harry nunca había sido cercano con ella. Iban al mismo año y habían coincidido en alguna clase, pero jamás habían tenido una conversación antes de que los encapuchados del futuro llegaran. Sin embargo, en aquel momento, Harry le habría dado un abrazo.

— Quizá debería leerlo yo primero — dijo Harry en voz alta. No tenía muchas esperanzas de que le hicieran caso, ya que nunca lo habían hecho cuando había pedido que algo no se leyera, pero si Lisa se negaba a leer, quizá tendrían que ceder en esta ocasión.

— Se debe leer absolutamente todo lo que está escrito en los libros — le recordó Umbridge con malicia. — Independientemente de su opinión o de lo que le haga gracia o no.

Varias personas protestaron, todas ellas amigas de Harry y más de la mitad con el pelo color rojo.

Sin embargo, fue Dumbledore quien dijo:

— Aunque todo debe ser leído, considero que Harry tiene derecho a leer esa frase antes que nadie.

Harry no esperó a que se lo dijeran dos veces. Se puso en pie y caminó hacia la tarima, sintiendo las miradas curiosas sobre él. Lisa Turpin le entregó el libro, señalando una línea en concreto.

Te lo haría recordar a golpes —rugió tío Vernon, abalanzándose contra Harry con el puño en alto. Pero Harry no retrocedió.

A Harry se le cayó el mundo a los pies. Si se leía eso en voz alta, las reacciones de Sirius y de los Weasley serían desproporcionadas, a juzgar por cómo habían reaccionado en situaciones anteriores.

— Eh… Creo que es mejor pasar a la siguiente frase porque… — dijo, tratando de encontrar alguna excusa creíble y fallando miserablemente. — porque esto es totalmente irrelevante. ¿Y si pasamos directamente a la cena con tía Marge? Ahí fue cuando…

Pero la profesora Umbridge lo interrumpió.

— Todo debe ser leído, señor Potter, no solo lo que a usted le convenga — dijo, sonriéndole de tal forma que a Harry se le erizó la piel de los brazos.

La profesora McGonagall se puso en pie en ese momento y tomó el libro de entre las manos de Harry. Sus ojos escanearon la página y todos pudieron ver cómo se ponía blanca de ira.

— Albus… — repitió, y si hubiera dicho el nombre de Harry en ese tono, éste habría salido corriendo en dirección contraria.

Sin embargo, el director no se movió. Entre los estudiantes aumentaron los murmullos, y Harry había notado las miradas preocupadas de sus amigos.

— Me temo que, en esta ocasión, la profesora Umbridge tiene razón — dijo finalmente Dumbledore. — Debemos leerlo todo.

Harry esperaba que no se notara lo decepcionado que se sentía. No había guardado muchas esperanzas de que le hicieran caso en esta ocasión, pero escuchar a Dumbledore darle la razón a Umbridge dolía más de lo esperado.

— Está bien — dijo Harry finalmente. — Pues yo mismo lo leeré.

Dicho eso, cogió el libro que sostenía la profesora McGonagall y, colocándolo en la tarima con más fuerza de la necesaria, leyó:

Te lo haría recordar a golpes —rugió tío Vernon, abalanzándose contra Harry con el puño en alto. Pero Harry no retrocedió.

Escuchó los jadeos y los gritos a lo largo del comedor, pero los ignoró totalmente y siguió leyendo, consciente de que Lisa Turpin y la profesora McGonagall estaban de pie junto a él.

Eso no le hará olvidar a tía Marge lo que yo le haya dicho —dijo Harry en tono serio.

Tío Vernon se detuvo con el puño aún levantado y el rostro desagradablemente amoratado.

Oyó las exclamaciones de los Weasley. La voz de la señora Weasley se oía sobre todas las demás, maldiciendo a Vernon Dursley y jurando que Harry jamás volvería a Privet Drive. Sirius no se quedaba atrás, y Harry estaba seguro de que no era el que más gritaba porque el profesor Lupin estaba al lado para calmarlo.

Siguió leyendo, no dándole tiempo a la gente para que comentara nada.

Pero si firmas la autorización, te juro que recordaré el colegio al que se supone que voy, y que actuaré como un mug... como una persona normal, y todo eso.

Harry vio que tío Vernon meditaba lo que le acababa de decir, aunque enseñaba los dientes, y le palpitaba la vena de la sien.

Varios comentaban que tío Vernon tenía problemas para controlar su ira. Se oyó a alguien decir que Harry había sido una víctima de abuso infantil, término que hizo que subiera la voz y acelerara aún más el ritmo de lectura, obligando a la gente a callarse.

De acuerdo —atajó de manera brusca—, te vigilaré muy atentamente durante la estancia de Marge. Si al final te has sabido comportar y no has desmentido la historia, firmaré esa cochina autorización.

Dio media vuelta, abrió la puerta de la casa y la cerró con un golpe tan fuerte que se cayó uno de los cristales de arriba.

Harry le pasó el libro a Lisa, considerando que la peor parte había pasado. Le faltaba el aire.

Regresó a su asiento a paso ligero, sin hacer contacto visual con nadie. Nada más sentarse, lo recibieron los comentarios preocupados de Ron y Hermione, pero él los ignoró totalmente.

Estaba harto. Puede que su vida con los Dursley no hubiese sido idílica, pero no habían abusado de él. Esa era la palabra que se usaba para casos mucho más graves, de los que salen por la tele en las noticias y nadie duda de su gravedad.

Las reacciones de todos le parecían desproporcionadas. Todos los Weasley lo miraban y parecían listos para levantarse e ir a buscar a los Dursley si Harry se lo pedía. ¡Y tío Vernon ni siquiera le había pegado aquella vez! No tenían que ponerse así.

McGonagall volvió a sentarse, todavía tensa y muy enfadada, a la vez que Lisa retomaba la lectura. Harry agradeció notar que había subido el tono de voz, queriendo llamar la atención de todos para que dejaran de mirarlo.

Harry no volvió a la cocina. Regresó por las escaleras a su habitación. Si tenía que obrar como un auténtico muggle, mejor empezar en aquel momento. Muy despacio y con tristeza, fue recogiendo todos los regalos y tarjetas de cumpleaños y los escondió debajo de la tabla suelta, junto con sus deberes.

Se oyeron algunos gemidos y comentarios sobre lo triste que era eso.

Se dirigió a la jaula de Hedwig. Parecía que Errol se había recuperado. Hedwig y él estaban dormidos, con la cabeza bajo el ala. Suspiró. Los despertó con un golpecito.

Hedwig —dijo un poco triste—, tendrás que desaparecer una semana. Vete con Errol. Ron cuidará de ti. Voy a escribirle una nota para darle una explicación. Y no me mires así.

Hedwig lo miraba con sus grandes ojos ambarinos, con reproche.

Todo el mundo se había quedado en silencio. Lavender parecía tener el corazón roto, a juzgar por su expresión. Parvati no se quedaba atrás.

No quería hacer contacto visual con sus amigos ni con ninguno de los Weasley. Ni siquiera con Sirius o Lupin, a pesar de que estos habían intentado hablarle. Tenía la vista fija en el libro y no tenía intención de mirar a nadie hasta que estuviera seguro de que nadie iba a comentarle nada sobre tío Vernon.

Sin embargo, notó en ese momento cómo alguien le tomaba la mano. Era una mano pequeña, pero sabía que no era la de Hermione. La persona que tenía a su lado era Ginny y, a pesar de la convicción que tenía sobre no mirar a ninguno de sus amigos durante un rato, no pudo evitar mirarla de reojo.

La menor de los Weasley también tenía la vista fija en el libro, pero su mano se había aferrado a la de Harry con firmeza. No parecía tener ninguna intención de hablarle en ese momento, cosa que Harry agradeció internamente. Tampoco parecía querer soltarlo y, para su sorpresa, Harry descubrió que no le importaba.

No es culpa mía. No hay otra manera de que me permitan visitar Hogsmeade con Ron y Hermione.

Diez minutos más tarde, Errol y Hedwig (ésta con una nota para Ron atada a la pata) salieron por la ventana y volaron hasta perderse de vista. Harry, muy triste, cogió la jaula y la escondió en el armario.

— Eso es horrible — dijo Hannah Abbott con tristeza. — Ella es tu único apoyo en ese infierno…

Alguien volvió a llamarla insensible, pero a Harry no le interesó lo más mínimo saber quién había sido.

Pero no tuvo mucho tiempo para entristecerse. Enseguida tía Petunia le empezó a gritar para que bajara y se preparase para recibir a la invitada.

¡Péinate bien! —le dijo imperiosamente tía Petunia en cuanto llegó al vestíbulo.

Se oyeron insultos hacia tía Petunia. Curiosamente, ninguno de los profesores regañó a los alumnos por utilizar ese lenguaje. De hecho, la forma en la que McGonagall apretaba los labios sugería que ella misma deseaba utilizar ese tipo de palabras contra tía Petunia.

Harry no entendía por qué tenía que aplastarse el pelo contra el cuero cabelludo. A tía Marge le encantaba criticarle, así que cuanto menos se arreglara, más contenta estaría ella.

— Qué considerado — ironizó Ginny. Harry bufó, divertido.

Oyó crujir la gravilla bajo las ruedas del coche de tío Vernon. Luego, los golpes de las puertas del coche y pasos por el camino del jardín.

¡Abre la puerta! —susurró tía Petunia a Harry

Harry abrió la puerta con un sentimiento de pesadumbre.

— Normal — dijo Dean.

En el umbral de la puerta estaba tía Marge. Se parecía mucho a tío Vernon: era grande, robusta y tenía la cara colorada. Incluso tenía bigote, aunque no tan poblado como el de tío Vernon. En una mano llevaba una maleta enorme; y debajo de la otra se hallaba un perro viejo y con malas pulgas.

— Parece una mujer encantadora — dijo Fred. — Creo que me he enamorado.

— Yo la he visto primero — dijo George, lanzándole un beso al libro y provocando que Harry sintiera una mezcla muy extraña entre asco y diversión.

Lisa Turpin, quien se había ruborizado al ver a George mandar un beso en su dirección, tartamudeó mientras leía:

¿Dónde está mi Dudders? —rugió tía Marge—. ¿Dónde está mi sobrinito querido?

— Sobrinito — repitió Ron.

— Creo que el diminutivo le sobra — dijo Hermione con una mueca.

Dudley se acercó andando como un pato, con el pelo rubio totalmente pegado al gordo cráneo y una pajarita que apenas se veía debajo de las múltiples papadas.

Si no hubiera estado de tan mal humor, se habría echado a reír al ver las caras de asco de muchos de sus compañeros.

Tía Marge tiró la maleta contra el estómago de Harry (y le cortó la respiración), estrechó a Dudley fuertemente con un solo brazo, y le plantó en la mejilla un beso sonoro.

— ¿Cuánta fuerza tiene esa mujer para haberte cortado la respiración? — exclamó Hermione.

— Mucha — respondió Harry. Ron hizo una mueca antes de decir:

— Mira el lado bueno. Al menos te libraste de que te diera un beso a ti.

Harry bufó, a la par que Hermione soltaba una risita.

Tanto ella como Ron parecían haber entendido desde el primer momento que Harry no deseaba comentar la escenita con Vernon. Ginny todavía le sostenía la mano, y los gemelos aún fingían discutir por saber quién de ellos se casaría con tía Marge.

Muy a su pesar, Harry no pudo evitar sonreír. Tenía unos amigos magníficos.

Harry sabía bien que Dudley soportaba los abrazos de tía Marge sólo porque le pagaba muy bien por ello, y con toda seguridad, al separarse después del abrazo, Dudley encontraría un billete de veinte libras en el interior de su manaza.

— Menudo interesado — dijo Terry Boot.

¡Petunia! —gritó tía Marge pasando junto a Harry sin mirarlo, como si fuera un perchero.

Varios bufaron.

Tía Marge y tía Petunia se dieron un beso, o más bien tía Marge golpeó con su prominente mandíbula el huesudo pómulo de tía Petunia.

— Eso suena doloroso — dijo Ginny con una mueca.

Entró tío Vernon sonriendo jovialmente mientras cerraba la puerta.

¿Un té, Marge? —preguntó—. ¿Y qué tomará Ripper?

Ripper sorberá el té que se me derrame en el plato —dijo tía Marge mientras entraban todos en tropel en la cocina, dejando a Harry solo en el vestíbulo con la maleta.

Muchos parecieron asqueados.

— ¿Deja que el perro lama el plato que usa ella? — dijo Romilda Vane, horrorizada.

Pero Harry no lo lamentó; cualquier cosa era mejor que estar con tía Marge. Subió la maleta por las escaleras hasta la habitación de invitados lo más despacio que pudo.

— Buena estrategia — dijo Sirius.

No pudo evitarlo. Aunque no quería hacerlo, miró de reojo a Sirius y vio que éste lo miraba con preocupación. Harry desvió la mirada hacia el libro inmediatamente.

Cuando regresó a la cocina, a tía Marge le habían servido té y pastel de frutas, y Ripper lamía té en un rincón, haciendo mucho ruido. Harry notó que tía Petunia se estremecía al ver a Ripper manchando el suelo de té y babas. Tía Petunia odiaba a los animales.

— Creo que ambas son demasiado extremas en sus opiniones — dijo Ernie Macmillan.

¿Has dejado a alguien al cuidado de los otros perros, Marge? —inquirió tío Vernon.

El coronel Fubster los cuida —dijo tía Marge con voz de trueno—. Está jubilado. Le viene bien tener algo que hacer. Pero no podría dejar al viejo y pobre Ripper. ¡Sufre tanto si no está conmigo...!

— Pues que sufra — murmuró Ron.

Ripper volvió a gruñir cuando se sentó Harry. Tía Marge se fijó en él por primera vez.

Conque todavía estás por aquí, ¿eh? —bramó.

Sí —respondió Harry.

Lisa Turpin alzó una ceja y tomó aire antes de leer:

No digas sí en ese tono maleducado —gruñó tía Marge—. Demasiado bien te tratan Vernon y Petunia teniéndote aquí con ellos. Yo en su lugar no lo hubiera hecho. Si te hubieran abandonado a la puerta de mi casa te habría enviado directamente al orfanato.

La tensión en el comedor aumentó. Muchos gritaron improperios contra tía Marge, la mayoría de ellos estudiantes de Gryffindor.

— Ojalá me hubieran mandado a un orfanato — gruñó Harry. Ginny le apretó la mano.

— ¿Qué es eso de "demasiado bien te tratan"? — dijo Hermione, indignada. — Me parece increíble…

La señora Weasley parecía haber entendido que Harry no estaba cómodo con las muestras excesivas de preocupación hacia él, porque se había agarrado al brazo de su marido y mantenía la boca cerrada y el ceño fruncido.

Sirius, por otro lado, no tenía el mismo tacto. Llamó a tía Marge algo muy feo en voz alta, tan feo que la profesora Umbridge pareció escandalizada.

Harry estuvo a punto de decir que hubiera preferido un orfanato a vivir con los Dursley, pero se contuvo al recordar la autorización para ir a Hogsmeade. Se le dibujó en la cara una triste sonrisa.

Varias personas lo miraron con pena. Harto, centró la vista en el libro. Debió apretar la mano de Ginny inconscientemente, porque notó cómo ésta le devolvía el apretón.

Era curioso, en verdad. Ginny y él nunca habían pasado mucho tiempo juntos ni habían sido grandes amigos. Era la hermana de Ron, una amiga, integrante del ED y poco más. Sin embargo, después de todo lo que habían vivido en los últimos días, Harry notó que no se le hacía raro estar allí sentado cogiéndole la mano a Ginny Weasley. Era incluso agradable, si olvidaba que estaban rodeados de decenas de personas.

¡No pongas esa cara! —rugió tía Marge—. Ya veo que no has mejorado desde la última vez que te vi. Esperaba que el colegio te hubiera enseñado modales.

— ¿Te acaba de gritar por parecer triste? — dijo Parvati, horrorizada.

Tomó un largo sorbo de té, se limpió el bigote y preguntó—: ¿Adónde me has dicho que lo enviáis, Vernon?

Al colegio San Bruto —dijo con prontitud tío Vernon—. Es una institución de primera categoría para casos desesperados.

Bien —dijo tía Marge—. ¿Utilizan la vara en San Bruto, chico? —dijo, orientando la boca hacia el otro lado de la mesa.

Se oyeron jadeos.

— ¿Está preguntando lo que creo que está preguntando? — dijo Sirius lentamente.

Harry hizo una mueca. ¡Cómo desearía estar leyendo de nuevo el capítulo anterior!

Bueeenooo...

Tío Vernon asentía detrás de tía Marge.

Sí —dijo Harry, y luego, pensando que era mejor hacer las cosas bien, añadió —: sin parar.

Excelente —dijo tía Marge—.

— ¿¡Excelente?! — bramó Hagrid, haciendo saltar a varios alumnos (y al profesor Flitwick). — ¿Cómo que excelente?

Lisa Turpin siguió leyendo con cara de asco.

No comprendo esas ñoñerías de no pegar a los que se lo merecen. Una buena paliza es lo que haría falta en el noventa y nueve por ciento de los casos. ¿Te han sacudido con frecuencia?

Los improperios hacia tía Marge aumentaron en volumen e intensidad. Harry nunca había visto a la señora Pomfrey tan furiosa, pero la que más le sorprendió fue la vivaracha profesora Sprout, quien ahora tenía la cara roja y debió murmurar algo muy feo, ya que el profesor Flitwick se giró a mirarla, escandalizado. Por otro lado, McGonagall parecía estar de acuerdo con lo que fuera que hubiera dicho Sprout, a juzgar por su expresión.

Harry se fijó entonces en Snape. Tenía una perfecta cara de póker y, de nuevo, Harry deseó poder leer la mente.

Ya lo creo —respondió Harry—, muchísimas veces.

Tía Marge arrugó el entrecejo.

Sigue sin gustarme tu tono, muchacho. Si puedes hablar tan tranquilamente de los azotes que te dan, es que no te sacuden bastante fuerte.

Se hizo el silencio. Todos estaban demasiado indignados como para decir algo.

Petunia, yo en tu lugar escribiría. Explica con claridad que con este chico admites la utilización de los métodos más enérgicos.

— Habría que utilizar esos métodos contra ella — dijo Sirius. — A ver si le siguen pareciendo tan buenos después de probarlos.

Tal vez a tío Vernon le preocupara que Harry pudiera olvidar el trato que acababan de hacer; de cualquier forma, cambió abruptamente de tema:

¿Has oído las noticias esta mañana, Marge? ¿Qué te parece lo de ese preso que ha escapado?

Varios bufaron. Sirius parecía confundido, y Harry supuso que no sabía si alegrarse o no de haber servido para arreglar la situación.

Con tía Marge en casa, Harry empezaba a echar de menos la vida en el número 4 de Privet Drive tal como era antes de su aparición.

— Eso dice mucho — murmuró Hermione.

Tío Vernon y tía Petunia solían preferir que Harry se perdiera de vista, cosa que ponía a Harry la mar de contento. Tía Marge, por el contrario, quería tener a Harry continuamente vigilado, para poder lanzar sugerencias encaminadas a mejorar su comportamiento.

— ¿Y cómo pretende mejorar tu comportamiento? — se quejó Ron. — Si no haces nada malo.

— Hasta respirar es malo si lo hace Harry — dijo Fred amargamente.

A ella le encantaba comparar a Harry con Dudley, y le producía un placer especial entregarle a éste regalos caros mientras fulminaba a Harry con la mirada, como si quisiera que Harry se atreviera a preguntar por qué no le daba nada a él. No dejaba de lanzar indirectas sobre los defectos de Harry.

— No lo entiendo — dijo Padma Patil. — ¿No sale Harry ganando en cualquier comparación que haga con su primo Dudley?

— Bueno, Dudley gana en estupidez — respondió Lee Jordan, haciendo reír a varias personas.

No debes culparte por cómo ha salido el chico, Vernon —dijo el tercer día, a la hora de la comida—. Si está podrido por dentro, no hay nada que hacer.

Los insultos regresaron.

— La que está podrida por dentro es ella — escupió Sirius.

— No me extraña que la inflaras — murmuró Ron. Tenía el ceño fruncido y Harry sabía que estaba conteniendo sus comentarios para intentar no contribuir a alargar la lectura más de lo necesario. Lo agradecía más de lo que jamás habría podido expresar.

Harry intentaba pensar en la comida, pero le temblaban las manos y el rostro le ardía de ira.

— Yo no habría aguantado — dijo Seamus. — Creo que me habría levantado de la mesa y me habría largado.

«Tengo que recordar la autorización, tengo que pensar en Hogsmeade, no debo decir nada, no debo levantarme.»

— Parece que tienes un buen autocontrol, Potter — dijo Moody.

Harry hizo una mueca y negó con la cabeza.

Tía Marge alargó el brazo para coger la copa de vino.

Es una de las normas básicas de la crianza, se ve claramente en los perros: de tal palo, tal astilla.

En aquel momento estalló la copa de vino que tía Marge tenía en la mano.

Se hizo el silencio durante un momento.

— Lo retiro — dijo Moody, aunque no parecía decepcionado. Al contrario, tanto él como muchos otros parecían alegrarse de que la copa hubiera estallado.

En todas direcciones salieron volando fragmentos de cristal, y tía Marge parpadeó y farfulló algo. De su cara grande y encarnada caían gotas de vino.

¡Marge! —chilló tía Petunia—. ¡Marge!, ¿te encuentras bien?

No te preocupes —gruñó tía Marge secándose la cara con la servilleta—. Debo de haber apretado la copa demasiado fuerte. Me pasó lo mismo el otro día, en casa del coronel Fubster. No tiene importancia, Petunia, es que cojo las cosas con demasiada fuerza...

— ¿Lo dice de verdad? — preguntó Lavender. — ¿O fuiste tú?

— Fui yo — admitió Harry. — Pero fue sin querer.

— La magia accidental no es normal a esas edades — dijo la profesora Umbridge.

— Tampoco es normal estar sometido a situaciones de tanto estrés — replicó McGonagall.

Pero tanto tía Petunia como tío Vernon miraban a Harry suspicazmente, de forma que éste decidió quedarse sin tomar el pudín y levantarse de la mesa lo antes posible.

Se apoyó en la pared del vestíbulo, respirando hondo. Hacía mucho tiempo que no perdía el control de aquella manera, haciendo estallar algo. No podía permitirse que aquello se repitiera. La autorización para ir a Hogsmeade no era lo único que estaba en juego... Si continuaba así, tendría problemas con el Ministerio de Magia.

Cuánta razón había tenido, pensó Harry amargamente.

Harry era todavía un brujo menor de edad y tenía prohibido por la legislación del mundo mágico hacer magia fuera del colegio. Su expediente no estaba completamente limpio. El verano anterior le habían enviado una amonestación oficial en la que se decía claramente que si el Ministerio volvía a tener constancia de que se empleaba la magia en Privet Drive, expulsarían a Harry del colegio.

— Otra vez no — se quejó Zacharias Smith. — Eso ya lo sabemos.

Oyó a los Dursley levantarse de la mesa y se apresuró a desaparecer escaleras arriba.

Harry soportó los tres días siguientes obligándose a pensar en el Manual de mantenimiento de la escoba voladora cada vez que tía Marge se metía con él. El truco funcionó bastante bien, aunque debía de darle aspecto de atontado y tía Marge había empezado a decir que era subnormal.

— Oh, Harry — dijo Hermione, dándole otro abrazo rápido. Harry le devolvió al abrazo con una mano, ya que con la otra todavía sostenía la mano de Ginny y no tenía ganas de soltarla todavía. Probablemente debería hacerlo, pero la chica tampoco había dado señales de querer soltarlo, así que, por egoísta que sonara, no renunciaría a ese pequeño apoyo hasta que ella quisiera o hasta que el capítulo terminara.

Por fin llegó la última noche que había de pasar tía Marge en la casa. Tía Petunia preparó una cena por todo lo alto y tío Vernon descorchó varias botellas de vino. Tomaron la sopa y el salmón sin hacer ninguna referencia a los defectos de Harry; durante el pastel de merengue de limón, tío Vernon aburrió a todos con un largo discurso sobre Grunnings, la empresa de taladros para la que trabajaba; luego tía Petunia preparó café y tío Vernon sacó una botella de brandy.

— Diría que la última noche parece agradable — dijo Neville. — Pero si lo hubiera sido, no estaríamos leyéndola, ¿verdad?

Harry asintió.

¿Puedo tentarte, Marge?

Tía Marge había bebido ya bastante vino. Su rostro grande estaba muy colorado.

Sólo un poquito —dijo con una sonrisita—. Bueno, un poquito más... un poco mas... ya vale.

Se oyeron bufidos.

Dudley se comía su cuarta ración de pastel.

— No me sorprende que tenga cinco papadas — dijo Susan Bones.

Tía Petunia sorbía el café con el dedo meñique estirado. Harry habría querido subir a su habitación, pero tropezó con los ojos pequeños e iracundos de tío Vernon y supo que debía quedarse allí.

— La de problemas que se habrían ahorrado si te hubieran dejado subir a tu habitación — dijo Hermione en voz baja. Ron soltó una risita.

— Creo que desean haberlo hecho.

¡Aaah! —dijo tía Marge lamiéndose los labios y dejando la copa vacía en la mesa—. Una comilona estupenda, Petunia. Por las noches me contento con cualquier frito. Con doce perros que cuidar...

— Me ofende que le gusten los perros — gruñó Sirius, haciendo sonreír a Harry.

Eructó a sus anchas y se dio una palmada en la voluminosa barriga—. Perdón. Pero me gusta ver a un buen mozo —prosiguió guiñándole el ojo a Dudley—. Serás un hombre de buen tamaño, Dudders, como tu padre. Sí, tomaré una gota más de brandy, Vernon...

Muchos miraban el libro con repulsa.

— Qué mala educación — se quejó Lavender.

En cuanto a éste...

Señaló a Harry con la cabeza. El muchacho sintió que se le encogía el estómago. «El manual», pensó con rapidez.

— Fue un regalo muy útil — le dijo Harry a Hermione. — Aunque no funcionara muy bien esa noche.

Ella le sonrió tristemente.

— Nunca tendrías que haberte visto obligado a usar mi regalo de esa manera.

Con una mueca, Harry asintió y volvió a centrarse en la lectura.

Éste no tiene buena planta, ha salido pequeñajo. Pasa también con los perros. El año pasado tuve que pedirle al coronel Fubster que asfixiara a uno, porque era raquítico. Débil. De mala raza.

— ¿Te está comparando con un perro al que asfixió? — chilló la señora Weasley. — ¿Cómo se atreve?

— ¿Cómo puede ser tan víbora? — exclamó Tonks, para sorpresa de Harry.

No fueron las únicas que gritaron. Varias personas insultaron a tía Marge y defendieron a Harry.

Harry intentó recordar la página 12 de su libro: «Encantamiento para los que van al revés.»

Como decía el otro día, todo se hereda. La mala sangre prevalece. No digo nada contra tu familia, Petunia. —Con su mano de pala dio una palmadita sobre la mano huesuda de tía Petunia—. Pero tu hermana era la oveja negra. Siempre hay alguna, hasta en las mejores familias. Y se escapó con un gandul. Aquí tenemos el resultado.

— ¿Un gandul? — repitió Lupin, alterado. — Esa mujer no tiene ni idea de lo que está diciendo.

Sirius directamente soltó varios insultos hacia tía Marge. Sin embargo, Harry no le estaba haciendo ni caso. Tenía la vista fija en Snape, quien se había tensado visiblemente al escuchar la mención de Lily Potter.

Harry miraba su plato, sintiendo un extraño zumbido en los oídos. «Sujétese la escoba por el palo.» No podía recordar cómo seguía. La voz de tía Marge parecía perforar su cabeza como un taladro de tío Vernon.

Esta vez, nadie preguntó qué era un taladro. La mayoría de gente estaba indignada y furiosa: algunos, debido a lo que se estaba diciendo sobre Harry; otros, por el desdén con el que los Dursley hablaban sobre los magos. A nadie le agradaba esa familia.

Ese Potter —dijo tía Marge en voz alta, cogiendo la botella de brandy y vertiendo más en su copa y en el mantel—, nunca me dijisteis a qué se dedicaba.

Tío Vernon y tía Petunia estaban completamente tensos. Incluso Dudley había retirado los ojos del pastel y miraba a sus padres boquiabierto.

— Se lo merecen — resopló Bill. — Por vivir contando mentiras.

No... no trabajaba —dijo tío Vernon, mirando a Harry de reojo—. Estaba parado.

— Tu tío sabía que ibas a explotar — le dijo Hermione en un susurro. — Y aun así no se calló.

— Hay que ser imbécil — dijo Ron.

¡Lo que me imaginaba! —comentó tía Marge echándose un buen trago de brandy y limpiándose la barbilla con la manga—. Un inútil, un vago y un gorrón que...

Sirius se puso en pie, furioso.

— James Potter es una de las personas más trabajadoras que he conocido en mi vida. ¿¡Cómo se atreve esa mujer a decir todas esas mentiras sobre él!?

— Ella se basaba en las cosas que Vernon Dursley le había contado — dijo Lupin para calmarlo, pero solo sirvió para echarle más leña al fuego.

— ¡Peor me lo pones! Dursley sí que conoció a James. ¿Recuerdas?

Harry levantó la cabeza al escuchar eso. ¿Tío Vernon conocía a su padre? ¿En persona?

— Lo recuerdo — dijo Lupin. — Siéntate, Sirius. Deja que la señorita Turpin siga leyendo.

Notando finalmente que había paralizado la lectura, Sirius se sentó, refunfuñando.

No era nada de eso —interrumpió Harry de repente.

Todos se callaron. Harry temblaba de arriba abajo. Nunca había estado tan enfadado.

Se oyeron murmullos.

— ¿Ni siquiera cuando Lockhart te quitó los huesos del brazo? — preguntó Colin.

— No — respondió Harry.

— ¿Ni cuando descubriste que Ryddle intentó culpar a Hagrid de lo de la cámara?

— Ahí estaba más preocupado que enfadado — replicó Harry. El chico de tercero que le había preguntado no pareció del todo convencido.

¡MÁS BRANDY! —gritó tío Vernon, que se había puesto pálido. Vació la botella en la copa de tía Marge—. Tú, chico —gruñó a Harry—, vete a la cama.

Ron y Hermione miraron a Harry, confusos. Harry señaló al libro por toda respuesta.

No, Vernon —dijo entre hipidos tía Marge, levantando una mano. Fijó en los de Harry sus ojos pequeños y enrojecidos—. Sigue, muchacho, sigue. Conque estás orgulloso de tus padres, ¿eh? Van y se matan en un accidente de coche... borrachos, me imagino...

Sirius abrió y cerró la boca varias veces, antes de conseguir articular:

— ¡No bebían!

— Ni conducían coches — bufó Lupin. —Pero eso ella no lo sabe.

Harry, quien notaba cómo volvía a enfadarse al escuchar de nuevo las palabras de Marge, quiso centrarse en el presente tanto como pudo. Sin embargo, lo que lo rodeaba eran los improperios hacia Marge y los comentarios sobre lo sucedido.

Así que centró su atención en la mano de Ginny, quien seguía apoyándolo silenciosamente.

No murieron en ningún accidente de coche —repuso Harry, que sin darse cuenta se había levantado.

¡Murieron en un accidente de coche, sucio embustero, y te dejaron para que fueras una carga para tus decentes y trabajadores tíos! —gritó tía Marge, inflándose de ira—. Eres un niño insolente, desagradecido y...

— ¡La única insolente es ella! — exclamó Dean.

— ¡Será imbécil! — gritaba Lee Jordan.

Se oyeron muchos comentarios por el estilo, casi todos provenientes de alumnos (aunque Harry estaba seguro de que Flitwick había gritado algo no muy apropiado).

Sin embargo, Ron se inclinó para susurrarle:

— ¿"Inflándose de ira"?

Tenía una ceja alzada y media sonrisa. Harry bufó.

— Literalmente.

Pero tía Marge se cortó en seco. Por un momento fue como si le faltasen las palabras. Se hinchaba con una ira indescriptible... Pero la hinchazón no se detenía.

— Esa es una metáfora un poco extraña — dijo Cho Chang, confusa.

— No es una metáfora — replicó Hermione.

Su gran cara encarnada comenzó a aumentar de tamaño. Se le agrandaron los pequeños ojos y la boca se le estiró tanto que no podía hablar. Al cabo de un instante, saltaron varios botones de su chaqueta de mezclilla y golpearon en las paredes... Se inflaba como un globo monstruoso. El estómago se expandió y reventó la cintura de la falda de mezclilla. Los dedos se le pusieron como morcillas...

El comedor se sumió en el más absoluto silencio. Muchos escuchaban con la boca abierta, hasta que, tras unos segundos de estupor, varias personas se echaron a reír a carcajadas. Muchos los siguieron, entre aplausos y risas, y hasta Harry no pudo evitar sonreír al verse rodeado de tanta alegría.

— ¡La inflaste de verdad! — exclamó Wood con una sonrisa. — ¡Genial!

Harry se fijó en los profesores y notó que ninguno de ellos parecía especialmente enfadado con él. De hecho, el profesor Flitwick tenía aspecto de alegrarse bastante por el brote de magia accidental de Harry.

Sin embargo, nadie se alegraba tanto como Sirius, quien casi se lanzó a abrazar a Harry.

— ¡Eso es impresionante! — exclamó tras soltar una risotada. — Se lo tenía merecido.

— En eso estamos de acuerdo — replicó Harry.

Lisa Turpin siguió leyendo, sonriente.

¡MARGE! —gritaron a la vez tío Vernon y tía Petunia, cuando el cuerpo de tía Marge comenzó a elevarse de la silla hacia el techo. Estaba completamente redonda, como un inmenso globo con ojos de cerdito. Ascendía emitiendo leves ruidos como de estallidos. Ripper entró en la habitación ladrando sin parar. —¡NOOOOOOO!

— Es surrealista — rió Hermione, aunque se tapaba la boca con la mano, queriendo disimularlo.

Ron no se molestaba en disimular lo mucho que le agradaba ver a Marge recibiendo su merecido y sonreía abiertamente. Lo mismo hacía el resto de Weasleys, excepto quizá Percy, pero incluso él se había enfadado mucho al escuchar todo lo que Marge estaba diciéndole a Harry.

Tío Vernon cogió a Marge por un pie y trató de bajarla, pero faltó poco para que se elevara también con ella. Un instante después, Ripper dio un salto y hundió los colmillos en la pierna de tío Vernon.

Se escuchó un gran "ooooh" seguido de muchas risas.

— Eso es el karma — dijo Parvati, sonriendo.

Harry salió corriendo del comedor, antes de que nadie lo pudiera detener, y se dirigió al armario que había debajo de las escaleras. Por arte de magia, la puerta del armario se abrió de golpe cuando llegó ante ella. En unos segundos arrastró el baúl hasta la puerta de la casa. Subió las escaleras rápidamente, se echó bajo la cama, levantó la tabla suelta y sacó la funda de almohada llena de libros y regalos de cumpleaños.

Todos habían comprendido lo que estaba haciendo Harry y las risas disminuyeron, a la par que la preocupación de algunos ascendía.

Salió de debajo de la cama, cogió la jaula vacía de Hedwig, bajó las escaleras corriendo y llegó al baúl en el instante en que tío Vernon salía del comedor con la pernera del pantalón hecha jirones.

¡VEN AQUÍ! —bramó—. ¡REGRESA Y ARREGLA LO QUE HAS HECHO!

— Encima le pide ayuda — bufó Charlie.

Pero una rabia imprudente se había apoderado de Harry. Abrió el baúl de una patada, sacó la varita y apuntó con ella a tío Vernon.

Se oyeron jadeos. Algunos se llevaron la mano a la boca e, inmediatamente, Harry notó cómo el comedor se dividía entre los que deseaban que hechizara a tío Vernon y los que consideraban que se metería en demasiados problemas si lo hacía.

Tía Marge se lo merecía —dijo Harry jadeando—. Se merecía lo que le ha pasado. No te acerques.

— Ahí tienes razón — dijo Sirius. Varias personas asintieron, a pesar de que Sirius les provocaba cierto respeto y solían preferir fingir que no estaba.

Tentó a sus espaldas buscando el tirador de la puerta.

Me voy —añadió—. Ya he tenido bastante.

Momentos después arrastraba el pesado baúl, con la jaula de Hedwig debajo del brazo, por la oscura y silenciosa calle.

— Te fugaste de casa — dijo Neville, con los ojos muy abiertos.

— Tus tíos debieron estar furiosos cuando volviste — dijo Dean, pero Harry negó con la cabeza.

— No volví — afirmó, confundiendo aún más a la gente.

— Aquí termina — anunció Lisa Turpin, marcando la página.

Harry suspiró de alivio.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 


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