El perro, el gato y la rata:
—¡Ya está! —susurró a Harry—. ¡No me lo puedo creer, lo han hecho!
— Y… así acaba — anunció el chico de Slytherin, rompiendo el silencio aturdido y horrorizado que se había extendido por todo el comedor.
— No hay tiempo que perder — dijo Dumbledore en tono jovial, contrastando enormemente con el sentimiento general que había en el comedor en ese momento. — Sigamos leyendo. El siguiente capítulo se titula — tomó el libro que Daniel había dejado en la tarima —: El perro, el gato y la rata.
Una decena de miradas confusas cayeron sobre Harry y compañía, pero Harry tenía otras cosas de las que preocuparse. El título del capítulo no dejaba lugar a dudas: había llegado el momento. Se leería aquella noche en la Casa de los Gritos y todos sabrían las cosas horribles que Harry había estado a punto de hacer.
Y Sirius… Sirius lo sabía. Era consciente de que su ahijado se había planteado matarlo, pero una vocecita parecía susurrarle a Harry: "¿Y si se enfada de todas formas? ¿Y si leer esto le hace daño? ¿Y si acaba odiándote?"
Era un pensamiento estúpido e infantil. Harry lo sabía, de verdad, lo sabía. Pero aun así…
Dumbledore debió pedir voluntarios, aunque Harry ni siquiera lo escuchó. Solo vio las manos alzarse en el aire, una tras otra. ¿Por qué había tantos voluntarios esta vez? ¿Por qué estaban todos tan entusiasmados por leer el capítulo mientras él sentía un nudo en el estómago?
Finalmente, subió a la tarima un estudiante al que Harry reconoció inmediatamente como uno de los chicos de Ravenclaw con los que había hablado el día anterior al pedirles indicaciones sobre el paradero de Malfoy. Cuando le habían preguntado qué iba a pasar en el libro, Harry había respondido…
— Al final del libro, un perro, un gato, una rata y un lobo se meten en un árbol.
A pesar de los nervios, Harry sonrió. Esos dos chicos debían estar muriéndose de curiosidad.
El que había sido elegido por Dumbledore cogió el libro con avidez y repitió:
— El perro, el gato y la rata.
—Espere un momento, señor Benson — le interrumpió Umbridge. — ¿Soy la única que opina que deberíamos dejar de leer inmediatamente?
Miró primero al ministro y luego a Dumbledore, con los ojos muy abiertos en un gesto de falsa inocencia que contrastaba con sus labios apretados y la tensión de su cuerpo.
— No veo ningún motivo por el que debamos detener la lectura, Dolores — dijo Dumbledore en tono amable. A Harry le pareció tan falso como la mirada de Umbridge. — Señor Benson, prosiga.
El chico de Ravenclaw empezó a leer:
A Harry se le quedó
— No, no prosiga — volvió a interrumpir Umbridge. Giró la cabeza para mirar directamente al ministro, quien tenía aspecto de estar muy incómodo. — Después de lo leído en el capítulo anterior, creo que no cabe ninguna duda de que estos libros están llenos de mentiras. Ya hemos aguantado bastante.
Todos los estudiantes la miraban, unos con cautela, otros con el ceño fruncido y muchos otros con hartazgo.
— ¿De qué mentiras habla? — preguntó McGonagall, irritada.
— Por supuesto, me refiero a esa absurda profecía que hizo la profesora Trelawney — le espetó Umbridge. — Señor ministro, he estado vigilando de cerca a esa profesora y puedo asegurarle que tiene de vidente lo mismo que usted y yo. Es imposible que hiciera una profecía real, y mucho menos una de ese calibre.
— ¿Cómo se atreve? — gritó la profesora Trelawney. — Soy yo la que ya ha aguantado bastante. Si me vuelve a faltar al respeto de esa manera…
— ¿Me está amenazando?
Por la cara que tenía Trelawney, Harry estaba seguro de que así era. Ron se inclinó para susurrarle:
— ¿Crees que le echará un maleficio?
— Ojalá — respondió Harry.
En la mesa de profesores, la discusión continuaba.
— Señor ministro — dijo Umbridge, muy enfadada— ¿Usted cree que esta persona, que me está amenazando por tener una opinión diferente a la suya, está capacitada para ser docente?
— Eh…
Dumbledore suspiró.
— Dolores — dijo despacio, como quien le habla a un animal salvaje. — Ya lo hemos comentado antes, pero lo repetiré nuevamente. Usted no tiene derecho a expulsar a ningún profesor del castillo y, mientras dure la lectura, ni siquiera tiene derecho a despedir a nadie.
— Como bien acaba de decir, no puedo hacer ninguna de esas cosas mientras dure la lectura — replicó Umbridge. — Pero la cuestión es que la lectura no va a continuar. Me niego a seguir leyendo esta sarta de mentiras. La adivinación no es una rama de la magia fiable, y mucho menos cuando está en manos de gente como ella — señaló a Trelawney con el dedo. — No me creo ni por un momento que esa profecía fuera real, si es que acaso llegó a suceder. Pero claro — soltó un bufido sarcástico — la única persona que podría corroborar que esa profecía es real es Potter, puesto que fue quien la presenció. Y ya sabemos lo fiable que es la palabra de Potter.
Si a Harry le hubieran contado unos días atrás lo que estaba a punto de suceder, no se lo habría creído.
Al menos dos decenas de personas se pusieron en pie, protestando y gritando improperios contra Umbridge. George la llamó algo muy fuerte que hizo que la señora Weasley le diera con una almohada en el hombro, escandalizada. Sirius también estaba en pie y Harry deseó que se sentara, porque lo último que quería ahora era darle motivos a Umbridge y Fudge para que lo arrestaran justo antes de leer sobre su inocencia.
Dumbledore se levantó y provocó un estallido con su varita, causando más de un grito. Tuvo el efecto deseado: el comedor al completo volvió a quedarse en silencio y algunos alumnos, asustados, se sentaron de nuevo. Otros permanecieron de pie, lanzando miradas desafiantes hacia la mesa de profesores.
Sin embargo, antes de que Dumbledore dijera nada más, las puertas del comedor se abrieron y entró uno de los encapuchados. Todo el mundo se giró para mirarlo.
— No me he jugado la vida viajando en el tiempo para que venga usted a poner en entredicho la veracidad de estos libros — dijo el desconocido. Como siempre, su voz estaba hechizada para que no se supiera si era un hombre o una mujer, pero ese hechizo no conseguía esconder el tono enfadado con el que habló.
Algunos de los alumnos que aún estaban de pie se sentaron, procurando no llamar la atención del desconocido. Incluso Harry tenía que admitir que ver a una figura cuya cara estaba en las sombras, vestida totalmente de negro y claramente enfadada, era espeluznante.
— ¿Pretende que me crea que esa profecía fue real? — exclamó Umbridge. — ¿Qué la profesora Trelawney, que no es capaz ni de leer correctamente unos posos de té sin predecirle la muerte a un alumno erróneamente, predijo que Quien-No-Debe-Ser-Nombrado regresaría? ¡Le recuerdo que la posición del ministerio sigue siendo que El Innombrable no ha vuelto!
— Dolores…
Fue Fudge el que la interrumpió. Harry tuvo que cerrar la boca, porque se le había quedado abierta.
El ministro parecía aún más incómodo que antes, pero había algo en él que parecía… ¿firmeza? ¿Seguridad?
— Hasta ahora, los libros no han contado ninguna mentira, que yo sepa — dijo Fudge. Todo el mundo escuchaba en silencio y Harry notó que el encapuchado se cruzaba de brazos. — Todos los diálogos en los que he estado presente se han leído tal cual sucedieron, palabra por palabra. Hasta ahora… todo ha encajado.
— Pero señor, la profecía…
— No estoy diciendo que la profecía fuera real — bufó Fudge. — Ni mucho menos que Quien-No-Debe-Ser-Nombrado haya regresado. Solo digo que, hasta donde puedo ver, todo lo que se ha leído hasta ahora es lo que pasó de verdad. La única forma de saber si dicen la verdad o no es leerlos todos.
Umbridge parecía haber tragado algo muy amargo.
— Pero estamos llenando la cabeza de los estudiantes con tonterías absurdas.
— Aquí la única absurda es usted — replicó el encapuchado. Parecía mucho menos enfadado que antes. — Sinceramente, no esperaba que el ministro la contradijera, pero me alegra mucho ver que está empezando a usar el cerebro.
Fudge se puso muy colorado.
— ¿Sabe lo que se me ocurre? — continuó el encapuchado. Todos los ojos estaban en él. — Si no va a dejar que continúe la lectura porque, en su opinión, la profecía de la profesora Trelawney nunca sucedió, ¿qué le parecería escucharla usted misma?
Se oyeron jadeos y murmullos por todo el comedor.
— A lo mejor vuelven a traer el pensadero — susurró Hermione.
Ron se ruborizó al recordar lo que había tenido que mostrar en el pensadero, tan solo unos días atrás.
— ¿A qué se refiere? — inquirió la profesora Umbridge, aunque parecía algo indecisa.
El encapuchado se sacó algo del bolsillo, le dio un golpe con la varita y, tal como Hermione había predicho, el pensadero en miniatura que habían visto un par de días atrás reapareció ante todos.
— Harry, ¿serías tan amable de prestarme el recuerdo de aquella profecía? — preguntó el desconocido. Harry miró a Ron y Hermione, luego a Dumbledore, luego a Sirius, y entonces asintió.
Se acercó al encapuchado, algo nervioso, pero enseguida notó que el desconocido no lo miraba a él. Tenía la vista fija (o eso le pareció a Harry) en un punto a sus espaldas. Harry se giró y vio que el señor Weasley también se había levantado y lo había seguido.
— Yo extraeré ese recuerdo — dijo amablemente, aunque era obvio que no se trataba de una simple sugerencia.
— Por supuesto — respondió el encapuchado alegremente. — Yo tampoco dejaría a un desconocido apuntar con la varita a la cabeza de mis familiares.
Harry se ruborizó hasta las orejas. El señor Weasley asintió y le repitió a Harry las instrucciones que ya había oído dos días atrás.
— Piensa en aquel momento. Concéntrate — dijo el señor Weasley. Harry cerró los ojos y pensó con todas sus fuerzas en aquella calurosa tarde. Casi podía verlo: la profesora Trelawney, con la mirada perdida y una expresión aterradora, diciendo esas cosas horribles con aquella voz que hizo que se le erizara la piel…
Abrió los ojos justo a tiempo para ver al señor Weasley dejar el hilo plateado de sus recuerdos dentro del pensadero.
— Muy bien — dijo el encapuchado, mucho más contento que antes. — Profesora Umbridge, Ministro de Magia, ¿desean salir de dudas?
Umbridge parecía reacia, pero cuando Fudge dio un paso adelante, ella también lo hizo.
— Si no les importa, yo también quiero verlo — dijo Dumbledore con emoción. — Admito que me da mucha curiosidad.
Los tres se acercaron al encapuchado.
— ¡Esperen! — saltó Trelawney. Todo el comedor se giró para mirarla. —Yo… — se colocó bien el fular, que tenía medio caído. — Como he dicho antes, no poseo ningún recuerdo de aquel momento… A decir verdad, me gustaría…
— Por supuesto, Sybill — dijo Dumbledore. — Venga con nosotros.
Y así, los cuatro entraron en el pensadero.
En el momento en el que las cuatro figuras desaparecieron del comedor, los estudiantes estallaron en comentarios y exclamaciones.
— ¡La profesora Umbridge se está pasando! — chilló Parvati. — Pobre profesora Trelawney.
— Es que no la deja en paz — bufó Lavender.
— ¡Ni a ella ni a Hagrid! — exclamó Ernie Macmillan. — La tiene tomada con ellos.
— ¿Pero vosotros creéis que la profecía es verdad? — preguntó un chico de Hufflepuff. — ¿Creéis que Quien-Vosotros-Sabéis ha vuelto?
Le cayeron una decena de miradas exasperadas.
— Si no fuera así, no estaríamos leyendo todo esto — replicó McGonagall. El hecho de que fuera una profesora quien respondiera pilló a muchos por sorpresa. El silencio regresó al comedor y todos se quedaron mirándola, expectantes.
Viendo que tenía toda una audiencia y sabiendo perfectamente lo que los estudiantes querían saber, la profesora McGonagall suspiró y dijo:
— Cuando llegaron los libros, tanto el director como el ministro recibieron pruebas más que suficientes de que se trataban de objetos del futuro. También se les habló sobre la guerra que sucederá si no le paramos los pies ahora mismo a Quien-No-Debe-Ser-Nombrado.
Todos la escuchaban con atención.
— Sin embargo, el ministro y la profesora Umbridge opinan que las pruebas que han visto solo demuestran que habrá una guerra, pero no el motivo de la misma.
— En otras palabras — dijo Sirius en voz alta. — Admiten que habrá una lucha pero se niegan a ver que será provocada por Voldemort.
— Exactamente — asintió McGonagall.
— Pero saben que los libros son del futuro — dijo Lupin, muy serio. — Por tanto, cuando se lea que Voldemort ha regresado, no tendrán más remedio que aceptarlo.
Se oyeron jadeos y murmullos. La profesora McGonagall asintió.
— Eso espero — dijo finalmente.
En ese momento, Dumbledore, Fudge, Umbridge y Trelawney salieron del pensadero. Harry solo tuvo que mirar la cara de Umbridge para saber que el recuerdo había probado la veracidad del libro con creces.
— Muy bien, creo que este asunto ya está resuelto — dijo Dumbledore felizmente. Se dirigió al encapuchado: — Muchas gracias por su ayuda.
— De nada.
El desconocido volvió a encoger el pensadero y se lo metió en el bolsillo. Salió del comedor sin decir una palabra más.
Fudge y Umbridge retomaron sus asientos. Esta última tenía cara de haber perdido la mayor apuesta de su vida. Trelawney, por otro lado, parecía sumamente orgullosa.
— La profecía fue real — dijo el director en voz alta. — Y también es real todo lo que estamos a punto de leer. Por favor, señor Benson…
El chico de Ravenclaw, que llevaba un buen rato esperando, comenzó a leer el capítulo.
A Harry se le quedó la mente en blanco a causa de la impresión. Los tres se habían quedado paralizados bajo la capa invisible. Los últimos rayos del sol arrojaron una luz sanguinolenta sobre los terrenos, en los que las sombras se dibujaban muy alargadas.
El silencio aturdido que había invadido el comedor tras el regreso de la comitiva del pensadero se convirtió en un silencio horrorizado.
— ¿De verdad mataron a Buckbeak? — dijo una niña de primero con un hilo de voz.
— Yo esperaba que se salvara en el último momento — dijo una amiga suya.
— Yo también — admitió un chico de tercero.
Detrás de ellos oyeron un aullido salvaje.
—¡Hagrid! —susurró Harry. Sin pensar en lo que hacia, fue a darse la vuelta, pero Ron y Hermione lo cogieron por los brazos.
—No podemos —dijo Ron, blanco como una pared—. Se verá en un problema más serio si se descubre que lo hemos ido a visitar...
— Oh, Harry — jadeó Hagrid, sacando un pañuelo y enjugándose las lágrimas. — No os merezco. De verdad que no os merezco.
— No digas eso — lo regañó Ron.
Hermione respiraba floja e irregularmente.
—¿Cómo... han podido...? —preguntó jadeando, como si se ahogase—. ¿Cómo han podido?
— Es que sentía que me ahogaba — admitió Hermione en voz baja. — Fue horrible.
—Vamos —dijo Ron, tiritando.
— ¿Tiritando? ¿En junio? — dijo Roger Davies.
— Temblando de la impresión, idiota — replicó un chico de séptimo. Davies se puso algo colorado.
Reemprendieron el camino hacia el castillo, andando muy despacio para no descubrirse. La luz se apagaba. Cuando llegaron a campo abierto, la oscuridad se cernía sobre ellos como un embrujo.
— Qué poético — dijo Luna. Harry debía admitir que tenía razón.
—Scabbers, estate quieta —susurró Ron, llevándose la mano al pecho. La rata se retorcía como loca. Ron se detuvo, obligando a Scabbers a que se metiera del todo en el bolsillo—. ¿Qué te ocurre, tonta? Quédate quieta... ¡AY! ¡Me ha mordido!
Harry escuchó un gruñido y supo sin mirar que se trataba de Sirius. Lo que no se esperaba fue el pequeño golpe que oyó a un par de asientos del suyo. Miró de reojo y vio que el señor Weasley, que parecía muy enfadado, había dejado caer el puño sobre el respaldo de su sillón.
Harry no estaba acostumbrado a ver al señor Weasley enfadado. A decir verdad, era una imagen que lo aterrorizaba, aunque jamás lo admitiría en voz alta.
—¡Ron, cállate! —susurró Hermione—. Fudge se presentará aquí dentro de un minuto...
—No hay manera.
Scabbers estaba aterrorizada. Se retorcía con todas sus fuerzas, intentando soltarse de Ron.
— ¿Qué diablos le pasa? — dijo Dean.
— Maldito bicho, estate quieto — bufó un chico de segundo de Slytherin.
—¿Qué le ocurre?
Pero Harry acababa de ver a Crookshanks acercándose a ellos sigilosamente, arrastrándose y con los grandes ojos amarillos destellando pavorosamente en la oscuridad. Harry no sabía si el gato los veía o se orientaba por los chillidos de Scabbers.
— Sigo sin saber si los gatos ven a través de la capa de invisibilidad — murmuró Neville.
A Harry le habría encantado responderle, pero ni él lo tenía muy claro.
—¡Crookshanks! —gimió Hermione—. ¡No, vete, Crookshanks! ¡Vete!
Pero el gato se acercaba más...
— Otra vez ese dichoso gato — se quejó una chica de sexto. — ¿Al final se va a comer a Scabbers o no?
— No — gruñó Hermione.
—Scabbers... ¡NO!
Demasiado tarde... La rata escapó por entre los dedos de Ron, se echó al suelo y huyó a toda prisa. De un salto, Crookshanks se lanzó tras el roedor, y antes de que Harry y Hermione pudieran detenerlo, Ron se salió de la capa y se internó en la oscuridad.
—¡Ron! —gimió Hermione.
— Esto no va a acabar bien — murmuró Katie.
Ella y Harry se miraron y lo siguieron a la carrera. Era imposible correr a toda velocidad debajo de la capa, así que se la quitaron y la llevaron al vuelo, ondeando como un estandarte mientras seguían a Ron.
— ¿Como un estandarte? — repitió Anthony Goldstein. — ¿Y si se te hubiera resbalado?
— Pues me habría parado a cogerla — bufó Harry como si fuera lo más obvio del mundo.
Oían delante de ellos el ruido de sus pasos y los gritos que dirigía a Crookshanks.
—Aléjate de él..., aléjate... Scabbers, ven aquí...
Oyeron un golpe seco.
—¡Te he atrapado! Vete, gato asqueroso.
Hermione frunció el ceño.
Harry y Hermione casi chocaron contra Ron. Estaba tendido en el suelo. Scabbers había vuelto a su bolsillo y Ron sujetaba con ambas manos el tembloroso bulto.
—Vamos, Ron, volvamos a cubrirnos —dijo Hermione jadeando—. Dumbledore y el ministro saldrán dentro de un minuto.
Pero antes de que pudieran volver a taparse, antes incluso de que pudieran recuperar el aliento, oyeron los pasos de unas patas gigantes. Algo se acercaba a ellos en la oscuridad: un enorme perro negro de ojos claros.
Muchos jadearon y se escucharon grititos ahogados por todo el comedor.
— ¡El Grim!
— Que no, que es Sirius Black.
— ¡Sirius Black!
Harry quiso coger la varita, pero era ya demasiado tarde. El perro había dado un gran salto y sus patas delanteras le golpearon el pecho. Harry cayó de espaldas, con un fardo de pelo. Sintió el cálido aliento del fardo, sus dientes de tres centímetros de longitud...
— ¡Te atacó! — chilló Romilda Vane.
— Solo intentaba evitar que el sauce boxeador le diera una paliza — se defendió Sirius. Muchos lo miraban con auténtico pánico.
Pero el empujón lo había llevado demasiado lejos. Se apartó rodando. Aturdido, sintiendo como si le hubieran roto las costillas, trató de ponerse en pie; oyó rugir al animal, preparándose para un nuevo ataque.
— Perdona, no pretendía saltar con tanta fuerza — se disculpó Sirius. — A veces es un poco difícil controlar la fuerza cuando eres un perro.
— No pasa nada — dijo Harry, quien se sentía como si estuviera en una montaña rusa. Los nervios que había sentido antes se habían relajado un poco tras todo lo sucedido con Umbridge y el pensadero, pero ahora estaban regresando con tanta fuerza que resultaba alarmante.
Ron se levantó. Cuando el perro volvió a saltar contra ellos, Ron empujó a Harry hacia un lado y el perro mordió el brazo estirado de Ron.
— ¡Ron! — gimió la señora Weasley.
No fue la única que exclamó su nombre. Varias personas lo miraban con admiración, incluyendo a media docena de chicas. Ron se ruborizó intensamente.
— Empujaste a Harry para protegerlo y te pusiste en peligro — dijo Katie con un hilo de voz. — De verdad, tenéis una amistad preciosa.
Harry sentía que debía darle las gracias a Ron. De hecho, muchas personas lo estaban mirando en ese momento con expectación, apremiándolo con la mirada. Sin embargo, se sentía como si le hubieran echado un encantamiento paralizador.
Ya no había vuelta atrás. Se iba a leer sobre la inocencia de Sirius
(y sobre el hecho de que Harry casi lo había matado)
y lo liberarían. Sería libre para tomar su custodia y podrían irse a vivir juntos
(si Sirius no le odiaba después de lo que iban a leer)
y él no tendría que volver nunca más con los Dursley.
— Harry, ¿todo bien? — susurró alguien en su oído. Harry se sobresaltó.
— ¿Eh?
Era Ron, que lo miraba con preocupación.
— ¿Estás bien? — repitió en un susurro.
Harry asintió, aunque más bien pareció un espasmo.
Harry embistió y agarró al animal por el pelo, pero éste arrastraba a Ron con tanta facilidad como si fuera un muñeco de trapo.
Entonces, algo surgido de no se sabía dónde golpeó a Harry tan fuerte en la cara que volvió a derribarlo. Oyó a Hermione chillar de dolor y caer también. Harry manoteó en busca de la varita, parpadeando para quitarse la sangre de los ojos.
— ¿Sangre? — chilló un chico de cuarto. — ¿Qué te lanzó Black a la cara?
— No le lancé nada — se volvió a defender Sirius. — Estábamos frente al sauce boxeador.
Algunos comenzaban a comprender lo que estaba sucediendo, a juzgar por sus caras.
—¡Lumos! —susurró.
La luz de la varita iluminó un grueso árbol. Habían perseguido a Scabbers hasta el sauce boxeador, y sus ramas crujían como azotadas por un fortísimo viento y oscilaban de atrás adelante para impedir que se aproximaran.
Sirius hizo un gesto como diciendo: "¿Veis?"
Al pie del árbol estaba el perro, arrastrando a Ron y metiéndolo por un hueco que había en las raíces. Ron luchaba denodadamente, pero su cabeza y su torso se estaban perdiendo de vista.
—¡Ron! —gritó Harry, intentando seguirlo, pero una gruesa rama le propinó un restallante y terrible trallazo que lo obligó a retroceder.
— ¿Es que no podéis tener ni un final de curso normal? — bufó Justin Finch-Fletchley.
— En primero, acabaron rescatando la piedra filosofal de manos de Quien-Vosotros-Sabéis después de luchar contra piezas de ajedrez gigantes, un troll, llaves voladoras y pociones venenosas — dijo Terry Boot, contando con los dedos. — En segundo, se cargaron un basilisco.
— Y en tercero, están luchando contra un árbol — acabó Nott en tono despectivo. — Habéis bajado un poco la calidad, ¿no?
— Espera y verás — replicó Ron de mala gana.
Lo único que podían ver ya de Ron era la pierna con la que el muchacho se había enganchado en una rama para impedir que el perro lo arrastrase. Un horrible crujido cortó el aire como un pistoletazo. La pierna de Ron se había roto y el pie desapareció en aquel momento.
Se oyeron jadeos.
— Oh, no — gimió Lavender.
— Eso debió doler — dijo Susan Bones.
Ron se ruborizó.
— Un poco — admitió.
— Más que un poco, diría yo — dijo Bill. Harry notó entonces que el mayor de los Weasley miraba a Sirius con una expresión extraña. — ¿Sabes qué, Black? Si no fuera por todo lo que sé, ahora mismo te pegaría un puñetazo.
— Me uno a eso — dijo Charlie rápidamente. En su caso, estaba mucho más claro lo molesto que se encontraba con Sirius. De hecho, ahora que Harry los estaba mirando, era obvio que todos los Weasley parecían bastante disgustados con Sirius.
— No le rompí la pierna a propósito — se defendió Sirius. — Fue sin querer.
Harry no se había dado cuenta de lo furioso que estaba el señor Weasley hasta que habló:
— Aunque fuera sin querer, eso no cambia que le rompiste una pierna a Ron — dijo con voz suave. Había algo en ese tono de voz que hizo que a Harry le diera un escalofrío. — Como mínimo, deberías disculparte.
Sirius tragó saliva.
— Claro que sí. Ron, de verdad, lo siento — dijo rápidamente.
Ron, quien parecía bastante complacido al ser defendido por toda su familia, sonrió y dijo:
— No pasa nada. La señora Pomfrey me curó enseguida.
Por suerte, los Weasley decidieron dejarlo ahí. Incluso la señora Weasley, que parecía estar dispuesta a gritarle cuatro cosas a Sirius, cerró la boca y volvió a centrarse en la lectura.
—Harry, tenemos que pedir ayuda —gritó Hermione. Ella también sangraba. El sauce le había hecho un corte en el hombro.
—¡No! ¡Este ser es lo bastante grande para comérselo! ¡No tenemos tiempo!
— Este ser — repitió Sirius, fingiendo estar ofendido. — Creo que lo peor que me han llamad… ¿Harry?
A Harry le había dado un vuelco el corazón al escuchar el tono "ofendido" de Sirius. Tardó unos momentos en darse cuenta de que estaba de broma, pero para entonces su estómago ya había dado varias volteretas.
— ¿Estás bien? — preguntó Sirius en voz baja, inclinándose hacia él.
Harry asintió de nuevo. No sabía qué cara debía tener para que tanto él como Ron le hubieran preguntado lo mismo.
—No conseguiremos pasar sin ayuda.
Otra rama les lanzó otro latigazo, con las ramitas enroscadas como puños.
— ¿Soy la única a la que eso le ha parecido adorable? — se oyó decir a una chica de cuarto. Nadie respondió.
—Si ese perro ha podido entrar, nosotros también —jadeó Harry, corriendo y zigzagueando, tratando de encontrar un camino a través de las ramas que daban trallazos al aire, pero era imposible acercarse un centímetro más sin ser golpeados por el árbol.
—¡Socorro, socorro! —gritó Hermione, como una histérica, dando brincos sin moverse del sitio—. ¡Por favor...!
— Menos mal que no queríais que os vieran — bufó Zacharias Smith.
— La situación ha cambiado bastante — replicó Cho Chang, mirándolo mal. Smith hizo una mueca y cerró la boca.
Crookshanks dio un salto al frente. Se deslizó como una serpiente por entre las ramas que azotaban el aire y se agarró con las zarpas a un nudo del tronco.
De repente, como si el árbol se hubiera vuelto de piedra, dejó de moverse.
— ¡Qué fuerte! — exclamó Colin.
— ¿El sauce boxeador se puede parar? — saltó un chico de segundo. — ¡Genial!
Estaba claro en aquel momento que muchos alumnos intentarían encontrar el nudo del tronco en cuanto tuvieran la oportunidad de salir del castillo.
—¡Crookshanks! —gritó Hermione, dubitativa. Cogió a Harry por el brazo tan fuerte que le hizo daño—.
— Ups, perdona, Harry — dijo Hermione.
Harry asintió otra vez. Notó que Hermione se quedaba mirándolo y gimió internamente.
— ¿Harry? ¿Todo bien?
— Claro — respondió Harry, aunque sonó falso hasta para sus oídos.
No sabía qué le pasaba. No tenía motivos para estar tan nervioso. Recordó la conversación que había tenido con Sirius el día anterior, cuando había perdido los nervios y había acabado hecho un desastre en el suelo del baño. No tenía nada por lo que preocuparse. ¿Qué era lo peor que podría pasar? ¿Que Sirius se diera cuenta de que los pensamientos de Harry aquel día habían sido mucho más fuertes de lo que creía y dejara de confiar en él? ¿Que todo el colegio se volviera en su contra por haberse planteado matar a su padrino? ¿Que Umbridge se las ingeniara para que lo echaran de Hogwarts por ser un peligro para todos? ¿Que lo mandaran de vuelta a Privet Drive?
Bueno, aunque no lo echaran del colegio, lo mandarían de vuelta a Privet Drive de todas formas porque Sirius no querría vivir con alguien que le había deseado la muerte con tanta fuerza.
No. Estaba siendo estúpido. Y dramático, como ya le habían dicho muchas veces a lo largo de la lectura. Pero claro, tampoco es que pudiera fijarse mucho en qué decían sobre él, teniendo en cuenta que la opinión de todos cambiaba constantemente. Lo mismo decían que estaba siendo dramático de más que se ponían a llorar por él. Lo mismo lo tomaban por mentiroso que lo defendían frente a todos los demás. Sus opiniones eran totalmente impredecibles.
Pero había otras personas cuya opinión sí era predecible, y sí le importaba. Estaba seguro de que la señora Weasley se escandalizaría cuando supiera que Harry había apuntado a Sirius con la varita y se había planteado matarlo. ¿Y si su opinión sobre él cambiaba y ya no volvía a invitarle a su casa? ¿Y si le decía a Ron que se alejara de él, como hizo Percy?
No, la señora Weasley jamás haría eso. Y Sirius jamás le haría daño. Y sus amigos jamás le harían de lado.
Se obligó a respirar hondo y escuchar la lectura.
¿Cómo sabía...?
—Es amigo del perro —dijo Harry con tristeza—. Los he visto juntos... Vamos. Ten la varita a punto.
— Se me había olvidado eso — murmuró Alicia Spinnet.
En unos segundos recorrieron la distancia que les separaba del tronco, pero antes de que llegaran al hueco que había entre las raíces, Crookshanks se metió por él agitando la cola de brocha. Harry lo siguió. Entró a gatas, metiendo primero la cabeza, y se deslizó por una rampa de tierra hasta la boca de un túnel de techo muy bajo.
— Qué recuerdos — suspiró Sirius. Lupin rodó los ojos, aunque tenía una pequeña sonrisa.
Crookshanks estaba ya lejos de él y sus ojos brillaban a la luz de la varita de Harry. Un segundo después, entró Hermione.
—¿Dónde está Ron? —le preguntó con voz aterrorizada.
—Por aquí —indicó Harry, poniéndose en camino con la espalda arqueada, siguiendo a Crookshanks.
—¿Adónde irá este túnel? —le preguntó Hermione, sin aliento.
—No sé... Está señalado en el mapa del merodeador, pero Fred y George creían que nadie lo había utilizado nunca. Se sale del límite del mapa, pero daba la impresión de que iba a Hogsmeade...
— Aunque pareciera que iba a Hogsmeade, no debíais haberlo seguido — dijo una chica de segundo. — ¿Y si era peligroso?
— Bueno, yo creo que seguir a un perro peligroso que resultó ser un asesino es bastante peligroso ya de por sí — ironizó Zabini.
Avanzaban tan aprisa como podían, casi doblados por la cintura. Por momentos podían ver la cola de Crookshanks. El pasadizo no se acababa. Parecía tan largo como el que iba a Honeydukes. Lo único en que podía pensar Harry era en Ron y en lo que le podía estar haciendo el perrazo...
Ron le puso la mano en el hombro y Harry se sobresaltó. No se atrevió a mirar a su amigo a la cara.
Al correr agachado, le costaba trabajo respirar y le dolía...
Y entonces el túnel empezó a elevarse, y luego a serpentear, y Crookshanks había desaparecido. En vez de ver al gato, Harry veía una tenue luz que penetraba por una pequeña abertura.
Se detuvieron jadeando, para coger aire. Avanzaron con cautela hasta la abertura. Levantaron las varitas para ver lo que había al otro lado.
— Teníais que haber llevado las varitas levantadas todo el camino — gruñó Moody.
Había una habitación, muy desordenada y llena de polvo. El papel se despegaba de las paredes. El suelo estaba lleno de manchas. Todos los muebles estaban rotos, como si alguien los hubiera destrozado.
Sirius y Tonks miraron a Lupin sin disimulo. Él no les hizo ni caso.
Las ventanas estaban todas cegadas con maderas.
Harry miró a Hermione, que parecía muy asustada, pero asintió con la cabeza. Harry salió por la abertura mirando a su alrededor. La habitación estaba desierta, pero a la derecha había una puerta abierta que daba a un vestíbulo en sombras. Hermione volvió a cogerse del brazo de Harry.
A Harry le pareció oír murmullos, pero no entendió nada de lo que decían. Con el paso de los minutos, notaba su corazón latir con más y más fuerza.
Miraba de un lado a otro con los ojos muy abiertos, observando las ventanas tapadas.
—Harry —susurró—. Creo que estamos en la Casa de los Gritos.
Muchos jadearon. El comedor entero se quedó en silencio.
Harry miró a su alrededor. Posó la mirada en una silla de madera que estaba cerca de ellos. Le habían arrancado varios trozos y una pata.
—Eso no lo han hecho los fantasmas —observó.
— Quizá no había fantasmas en la Casa de los Gritos — dijo Hannah Abbott, muy pálida. — Quizá había monstruos.
— De eso nada — bufó Sirius, haciendo saltar a más de uno. Hannah se puso más blanca todavía.
En ese momento oyeron un crujido en lo alto. Algo se había movido en la parte de arriba. Miraron al techo. Hermione le cogía el brazo con tal fuerza que perdía sensibilidad en los dedos. La miró. Hermione volvió a asentir con la cabeza y lo soltó.
— ¿Os comunicáis sin palabras? Qué bonito — dijo una chica de tercero.
Harry no entendió muy bien exactamente qué era lo bonito de eso, pero no dijo nada. No quería llamar la atención sobre sí mismo más de lo que fuera necesario. Ron todavía tenía la mano sobre su hombro, lo que significaba que se había dado cuenta de que no estaba del todo bien.
Tan en silencio como pudieron, entraron en el vestíbulo y subieron por la escalera, que se estaba desmoronando. Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, salvo el suelo, donde algo arrastrado escaleras arriba había dejado una estela ancha y brillante.
— ¿Ese algo arrastrado era Ron? — preguntó Seamus con los ojos como platos. Hermione asintió.
Llegaron hasta el oscuro descansillo.
—Nox —susurraron a un tiempo, y se apagaron las luces de las varitas. Solamente había una puerta abierta. Al dirigirse despacio hacia ella, oyeron un movimiento al otro lado. Un suave gemido, y luego un ronroneo profundo y sonoro. Cambiaron una última mirada y un último asentimiento con la cabeza.
Sosteniendo la varita ante sí, Harry abrió la puerta de una patada.
— Vamos, Harry — murmuró Neville.
Crookshanks estaba acostado en una magnífica cama con dosel y colgaduras polvorientas. Ronroneó al verlos. En el suelo, a su lado, sujetándose la pierna que sobresalía en un ángulo anormal, estaba Ron. Harry y Hermione se le acercaron rápidamente.
Varios hicieron muecas al escuchar lo de "ángulo anormal".
—¡Ron!, ¿te encuentras bien?
—¿Dónde está el perro?
—No hay perro —gimió Ron. El dolor le hacía apretar los dientes—. Harry, esto es una trampa...
—¿Qué...?
—Él es el perro. Es un animago...
Ron miraba por encima del hombro de Harry. Harry se dio la vuelta. El hombre oculto en las sombras cerró la puerta tras ellos.
Se oyeron gritos ahogados, a pesar de que todos sabían quién era ese hombre.
Una masa de pelo sucio y revuelto le caía hasta los codos. Si no le hubieran brillado los ojos en las cuencas profundas y oscuras, habría creído que se trataba de un cadáver. La piel de cera estaba tan estirada sobre los huesos de la cara que parecía una calavera. Una mueca dejaba al descubierto sus dientes amarillos. Era Sirius Black.
— ¿Un cadáver? ¿En serio? ¿Tan mal estaba? — bufó Sirius.
— Pues sí — replicó Lupin. — Si te sirve de consuelo, has mejorado bastante.
Sirius le sonrió.
—¡Expelliarmus! —exclamó, dirigiendo hacia ellos la varita de Ron.
Las varitas que empuñaban Harry y Hermione saltaron de sus manos, y Black las recogió. Dio un paso hacia ellos, con los ojos fijos en Harry.
Muchos miraron a Sirius con cautela. Él todavía sonreía.
—Pensé que vendrías a ayudar a tu amigo —dijo con voz ronca. Su voz sonaba como si no la hubiera empleado en mucho tiempo—. Tu padre habría hecho lo mismo por mí. Habéis sido muy valientes por no salir corriendo en busca de un profesor. Muchas gracias. Esto lo hará todo mucho más fácil...
Tonks gimió.
— Venga ya, Sirius. No lo estás poniendo nada fácil.
— Tenías que haber ido al grano directamente — le reprochó Lupin. Sirius se encogió de hombros.
— Hice lo que pude — se defendió.
Pasaron unos segundos y el chico de Ravenclaw no siguió leyendo. Tenía los ojos fijos en la página, muy abiertos, como en shock.
— ¿Señor Benson? — dijo McGonagall. — Continúe en voz alta, por favor.
— Eh…
Miró a Harry, quien sintió en ese momento cómo se le venía el mundo encima. Era ahora. Iba a ser ahora. Iban a leerlo. Benson ya lo había leído y lo estaba juzgando. Y lo juzgarían todos los demás y Sirius se enfadaría y Dumbledore se sentiría decepcionado.
Su cara de pánico debió ser más que obvia, porque varias personas le miraron con preocupación.
— ¿Harry? — dijo Ginny.
— Hey… — Ron intentó llamar su atención, pero Harry estaba demasiado ocupado intentando recordar cómo respirar.
Notaba una sensación en el pecho como si algo muy grande y pesado se hubiera sentado encima de él.
— Señor Benson — insistió McGonagall. El chico de Ravenclaw miró a Harry una última vez antes de leer:
Harry oyó la burla sobre su padre como si Black la hubiera proferido a voces. Notó la quemazón del odio, que no dejaba lugar al miedo. Por primera vez en su vida habría querido volver a tener en su mano la varita, no para defenderse, sino para atacar... para matar.
Harry nunca había escuchado un silencio tan profundo como el que se produjo en ese momento. Casi como si fuera a cámara lenta, vio cómo decenas de personas se daban la vuelta para mirarlo. Escuchó un ruido extraño y tardó varios segundos en darse cuenta de que se trataba de su propia respiración, que sonaba entrecortada.
Tenía que mirar a Sirius. Tenía que mirarlo y saber…
Dos manos grandes se posaron en sus mejillas y Sirius le obligó a mirarlo a la cara.
— No pasa nada, Harry — dijo Sirius, y Harry se aferró a cada palabra. — Ya hemos hablado de esto. No pasa nada porque pensaras esas cosas. La situación era muy diferente.
Harry quería hablar, decirle algo a su padrino, pero sentía como si estuviera paralizado. Notaba un cosquilleo muy extraño en las manos y en los pies.
— Así que Potter quiso matar a Black — dijo Umbridge, cuya voz resonó por todo el comedor. — ¿Por qué no me sorprende? Llevo meses diciendo que Potter es peligroso.
— Cierre la boca.
La voz había sido la de la señora Weasley, llena de furia y asco, pero el maleficio que cruzó el gran comedor fue de George.
Le impactó a Umbridge en toda la cabeza y, al instante, le empezaron a crecer numerosos bultos llenos de pus en toda la cara. Umbridge soltó un alarido y se llevó las manos a la cara, pero eso pareció hacerle daño y la hizo gritar más fuerte.
Harry lo veía todo como si se tratara de una película. Aún notaba las manos de Sirius en sus mejillas, la mano de Ron en su hombro, apoyándole silenciosamente, y había más manos… ¿Desde cuándo Hermione había estado cogiéndole la mano? Ginny sostenía la otra, ¿cuándo había pasado eso?
Y alguien le estaba tocando la espalda, haciendo pequeños círculos para calmarlo… ¿era el profesor Lupin? Y a su derecha, había una horda de pelirrojos que se habían puesto en pie y miraban hacia la mesa de profesores con fiereza.
Sin embargo, en la mesa de profesores no es que hubiera muchos problemas. De hecho, Umbridge era la única que parecía preocupada por lo que acababan de leer. McGonagall parecía furiosa, mientras que la profesora Sprout tenía tal cara de asco que resultaba casi cómica. Ambas miraban a Umbridge como si fuera una mancha en sus zapatos favoritos. Hagrid tenía pinta de estar preparado para levantarse a defender a Harry a la mínima señal de confrontación. Flitwick, por otro lado, no parecía especialmente preocupado por lo que acababan de leer, al igual que el resto de profesores. Ninguno de ellos miraba a Harry como si fuera un monstruo o como si estuvieran horriblemente decepcionados con él. Ni siquiera Snape.
De hecho, la expresión de Snape era de lo más curiosa. Si Harry hubiera podido pensar con claridad, habría podido analizar más a detalle lo que estaba viendo, pero sentía el cerebro embotado. Lo único que sabía era que Snape no lo estaba mirando a él, sino a Umbridge, y que su expresión era de desagrado.
Sentía cómo sus sentidos regresaban poco a poco, pero con ellos también regresaba la bola en el estómago que había sentido tantas otras veces.
Oyó a Umbridge chillar, vio cómo Dumbledore, con más calma de la necesaria, apuntaba con su varita a la cara de la profesora para arreglar el desastre. Oyó cómo ella gritaba que George debería ser expulsado. También oyó y vio a media casa de Gryffindor ponerse en pie para defenderlos tanto a George como a él. Angelina tenía la varita en la mano y parecía lista para lanzarle un maleficio a Umbridge si hacía falta.
— ¿ES QUE VA A IGNORARLO? — gritaba Umbridge. — ¡Ha dicho que quería matar a alguien!
— No lo ha dicho, lo ha pensado — chilló la señora Weasley, interrumpiéndola. — ¡Y no lo hizo! Tenía trece años y estaba frente al que creía responsable de la muerte de sus padres, ¡por supuesto que iba a pensar algo así!
— ¡Eso no cambia nada! — gritó Umbridge. — Potter quiso matar a alguien. ¡Hasta le apuntó con la varita! Y no sabemos si intentó matarlo o no.
Sirius se incorporó, soltando a Harry.
— Lo sabrías si me preguntaras — dijo en voz alta. El jaleo del comedor paró al instante. — Harry no intentó matarme. No fue capaz. — Volvió a mirar a Harry unos instantes antes de añadir: — Harry Potter tuvo delante a quien creía el culpable de la muerte de sus padres y lo dejó vivir. Tuvo delante a quien lo condenó a vivir diez años con esos horribles Dursleys, y lo dejó vivir. Si algo demuestra esto, es que Harry es una gran persona.
Todo el comedor se quedó en silencio. En ese momento, una mano apareció detrás de Harry y le pasó un pañuelo por la cara.
— Hay que limpiar eso antes de que Umbridge lo vea y se ponga contenta — murmuró esa persona, que Harry tardó unos segundos en darse cuenta de que era Fred. Tardó otro par de segundos más en asimilar lo que le acababa de decir, y solo entonces notó que tenía los ojos y las mejillas llenos de lágrimas.
Quiso soltarle la mano a Hermione y Ginny para coger el pañuelo y limpiarse él mismo la cara, pero ninguna de las dos dejó que la soltara. Así que, muy a su pesar, tuvo que dejar que lo hiciera Fred.
— ¿Por qué siempre encontráis excusas para Potter? — bufó Umbridge. — ¡Desearle a alguien la muerte no es excusable!
— Creo que, en este caso, lo es — dijo Fudge finalmente. Umbridge casi se atragantó.
Fue en ese momento en el que Umbridge debió darse cuenta de que no tenía a nadie de su lado. Ni siquiera los Slytherin la apoyaban. Harry se atrevió a mirar de reojo hacia la zona en la que Malfoy estaba sentado y vio que el chico parecía en shock. Se preguntó qué le había dejado así: la idea de que Harry hubiera podido tener ese tipo de pensamientos oscuros, o el hecho de que tanta gente lo defendiera a pesar de ello.
Ese último pensamiento tardó unos segundos en procesarse en su cerebro, pero, cuando lo hizo, Harry sintió cómo el nudo de su estómago se aflojaba un poquito.
— Ahora que todo ha sido aclarado, sigamos leyendo — dijo Dumbledore. Harry casi gimió al darse cuenta de que el director no había mostrado ningún sentimiento hacia lo que acababan de leer, ni positivo ni negativo. ¿Qué pensaría ahora de él?
— ¡No está todo aclarado! — saltó Umbridge. — Si no quiere expulsar a Potter por haber pensado algo tan horrible, al menos no puede negarme que lo que acaba de hacer Weasley es intolerable. ¡Me ha lanzado un maleficio!
— Bien merecido — dijo Trelawney, aunque se llevó la mano a la boca un segundo después, como si no hubiera pretendido decirlo en voz alta.
— No voy a…
— Luego discutiremos ese tema, Dolores — interrumpió Dumbledore. — El tiempo apremia. Señor Benson, por favor…
El chico de Ravenclaw siguió leyendo con aspecto de estar algo aturdido.
Sin saber lo que hacía, se adelantó, pero algo se movió a sus costados, y dos pares de manos lo sujetaron y lo hicieron retroceder.
—¡No, Harry! —exclamó Hermione, petrificada. Ron, sin embargo, se dirigió a Black:
—Si quiere matar a Harry, tendrá que matarnos también a nosotros —dijo con fiereza, aunque el esfuerzo que había hecho para levantarse lo había dejado aún más pálido, y oscilaba al hablar.
Se oyeron exclamaciones de sorpresa y de admiración, y varias personas se pusieron a aplaudir.
— ¡Bravo, Ron! — exclamó Dennis Creevey.
— ¡Así se habla! — dijo Dean.
Harry, quien aún no había conseguido controlar sus emociones del todo, miró a Ron y quiso darle las gracias por aquello, pero no le salió la voz. Ron pareció entenderlo de todas formas, porque sonrió y le pasó el brazo sobre los hombros.
Algo titiló en los ojos sombríos de Black.
—Échate —le dijo a Ron en voz baja— o será peor para tu pierna.
— Podías haberle dicho "No voy a matar a Harry" en lugar de eso — le reprochó Tonks. Sirius, que se había quedado sentado junto a Harry, se encogió de hombros y dijo:
— No estaba pensando con claridad.
—¿Me ha oído? —dijo Ron débilmente, apoyándose en Harry para mantenerse en pie—. Tendrá que matarnos a los tres.
La señora Weasley gimió.
—Sólo habrá un asesinato esta noche —respondió Black, acentuando la mueca.
La tensión regresó al comedor con fuerza. Varias personas se giraron para mirar a Sirius con caras de pánico.
— ¡Entonces sí quería matar a Harry! — exclamó un chico de primero.
— No — gruñó Sirius, pasando el brazo por el reposacabezas del sillón y dejando caer su mano sobre el pelo de Harry en un gesto protector. — Si dejáis de interrumpir, veréis a quién quería matar de verdad.
Eso no tranquilizó a nadie.
—¿Por qué? —preguntó Harry, tratando de soltarse de Ron y de Hermione—. No le importó la última vez, ¿a que no? No le importó matar a todos aquellos muggles al mismo tiempo que a Pettigrew... ¿Qué ocurre, se ha ablandado usted en Azkaban?
—¡Harry! —sollozó Hermione—. ¡Cállate!
—¡ÉL MATÓ A MIS PADRES! —gritó Harry.
Harry se estremeció. No quería recordar nada de esto. Se sentía un idiota. Tanto sus amigos como los Weasley, Sirius y Lupin le habían demostrado su apoyo. Ya no tenía motivos para estar así de… emocional. ¿Por qué no lograba tranquilizarse?
Y haciendo un último esfuerzo se liberó de Ron y de Hermione, y se lanzó. Había olvidado la magia. Había olvidado que era bajito y poca cosa y que tenía trece años, mientras que Black era un hombre adulto y alto. Lo único que sabía Harry era que quería hacerle a Black todo el daño posible, y que no le importaba el que recibiera a cambio.
Agachó la cabeza, no queriendo mirar a la cara a absolutamente nadie. Oyó murmullos, pero se negó a escuchar lo que decían. Ron lo apretó un poco contra sí, pero entonces Sirius prácticamente lo arrancó del agarre de Ron y lo envolvió en un abrazo.
Harry era consciente de que más de la mitad del colegio lo estaba mirando, pero le dio igual. Dejó que Sirius le abrazara.
Tal vez fuera por la impresión que le produjo ver a Harry cometiendo aquella necedad, pero Black no levantó a tiempo las varitas.
— O quizá fue porque no pretendía atacaros con ellas — dijo Sirius en tono irónico. Harry, quien tenía la cabeza contra su pecho, dejó escapar un pequeño bufido.
— Puede ser — murmuró.
Harry sujetó por la muñeca la mano libre de Black, desviando la orientación de las varitas. Tras propinarle un puñetazo en el pómulo, los dos cayeron hacia atrás, contra la pared.
— Buena esa, Harry — dijo algún Weasley a su derecha. Por la voz debió ser Charlie.
Hermione y Ron gritaron. Vieron un resplandor cegador cuando las varitas que Black tenía en la mano lanzaron un chorro de chispas que por unos centímetros no dieron a Harry en la cara.
Eso hizo jadear a más de uno. Harry se incorporó justo a tiempo para ver a la señora Weasley lanzarle una mirada de advertencia a Sirius.
— Solo fueron chispas — se defendió Sirius. — Si hubiera querido hacerle daño, habría usado un maleficio.
Harry sintió retorcerse bajo sus dedos el brazo de Black, pero no lo soltó y golpeó con la otra mano. Pero Black aferró con su mano libre el cuello de Harry.
— ¿Qué? — chilló la señora Weasley. Sirius tragó saliva.
—No —susurró—. He esperado demasiado tiempo.
Apretó los dedos. Harry se ahogaba.
— ¡Sirius! — exclamó Lupin.
— ¡No pretendía hacerle daño! — se excusó Sirius. — Lo juro. Solo quería que se apartara de mi camino.
Sus excusas no funcionaron. La mayoría del comedor lo miraba con miedo, mientras que los que no tenían miedo lo que sentían era furia. Harry estaba seguro de que, si hubieran estado en Grimmauld Place en vez de en el Gran Comedor, la señora Weasley le habría lanzado un maleficio a Sirius.
A Harry casi se le había olvidado ese detalle. No le había dado importancia porque entendía que Sirius había estado intentando llegar hasta Pettigrew y que él no se lo había estado poniendo nada fácil. ¿Sería así como se sentía Sirius sobre lo que Harry había pensado y hecho aquel día?
Las gafas se le habían caído hacia un lado. Entonces vio el pie de Hermione, salido de no se sabía dónde. Black soltó a Harry profiriendo un alarido de dolor. Ron se arrojó sobre la mano con que Black sujetaba la varita y Harry oyó un débil tintineo.
— ¿Le diste una patada a Black? — dijo Terry Boot con los ojos como platos. Hermione se ruborizó.
Se soltó del nudo de cuerpos y vio su propia varita en el suelo. Se tiró hacia ella, pero...
—¡Ah!
Crookshanks se había unido a la lucha, clavándole las zarpas delanteras en el brazo. Harry se lo sacudió de encima, pero Crookshanks se dirigió como una flecha hacia la varita de Harry.
— ¡Ese maldito gato!
— ¡Sabía que no era de fiar!
— Asquerosa bola de pelo…
Hermione trató de mirar mal a todo el que criticaba a Crookshanks, pero eran tantos que le fue imposible.
—¡NO! —exclamó Harry, y propinó a Crookshanks un puntapié que lo tiró a un lado bufando.
Hermione no miró mal a Harry por eso, y Harry supuso que la chica aún estaba preocupada por él.
No dejaba de hacer el ridículo delante de sus amigos. De hecho, esta vez lo había hecho delante de todo el comedor… ¿cuánta gente se habría dado cuenta de que había llorado? Esperaba que no mucha.
Harry recogió la varita y se dio la vuelta.
—¡Apartaos! —gritó a Ron y a Hermione.
No necesitaron oírlo dos veces. Hermione, sin aliento y con sangre en el labio, se hizo a un lado, recogiendo su varita y la de Ron. Ron se arrastró hasta la cama y se derrumbó sobre ella, jadeando y con la cara ya casi verde, asiéndose la pierna rota con las manos.
— Pobres — dijo Susan Bones.
— Y nosotros en el castillo, cenando tranquilamente sin tener ni idea de nada — se quejó Seamus.
— Sois muy valientes— dijo Oliver Wood, mirándolos con orgullo. Ron se ruborizó.
Black yacía de cualquier manera junto a la pared. Su estrecho tórax subía y bajaba con rapidez mientras veía a Harry aproximarse muy despacio, apuntándole directamente al corazón con la varita.
Harry tragó saliva.
—¿Vas a matarme, Harry? —preguntó.
En el presente, Harry negó con la cabeza, sintiéndose empalidecer. Ron volvió a pasarle el brazo sobre los hombros y lo estrechó contra sí mismo. Sirius, por otro lado, decidió volver a posar la mano sobre la cabeza de Harry.
Harry se paró delante de él, sin dejar de apuntarle con la varita, y bajando la vista para observarle la cara. El ojo izquierdo se le estaba hinchando y le sangraba la nariz.
—Usted mató a mis padres —dijo Harry con voz algo temblorosa, pero con la mano firme.
— Con la mano firme… O sea, que iba a hacerlo — oyó decir a alguien de Ravenclaw.
Unas diez personas exclamaron que eso era imposible.
Black lo miró fijamente con aquellos ojos hundidos.
—No lo niego —dijo en voz baja—. Pero si supieras toda la historia...
— ¿Cómo que no lo niegas? — dijo Kingsley.
— Madre mía… — Tonks rodó los ojos. — ¿Cómo no va a pensar que eres el malo de la historia si dices esas cosas?
Lupin suspiró, negando con la cabeza. Sirius los miró a todos con algo de indignación.
— Era una situación muy tensa, ¿vale? No estaba pensando mucho en lo que decía.
—¿Toda la historia? —repitió Harry, con un furioso martilleo en los oídos—. Los entregó a Voldemort, eso es todo lo que necesito saber.
—Tienes que escucharme —dijo Black con un dejo de apremio en la voz—. Lo lamentarás si no... si no comprendes...
—Comprendo más de lo que cree —dijo Harry con la voz cada vez más temblorosa—. Usted no la ha oído nunca, ¿verdad? A mi madre, impidiendo que Voldemort me matara... Y usted lo hizo. Lo hizo...
Sirius se estremeció. Harry, sintiéndose culpable, le lanzó una mirada que pretendía ser una disculpa, pero Sirius negó con la cabeza y le revolvió el pelo.
Antes de que nadie pudiera decir nada más, algo canela pasó por delante de Harry como un rayo. Crookshanks saltó sobre el pecho de Black y se quedó allí, sobre su corazón. Black cerró los ojos y los volvió a abrir mirando al gato.
— Tienes que estar de coña — bufó Dean.
—Vete —ordenó Black, tratando de quitarse de encima al animal. Pero Crookshanks le hundió las garras en la túnica. Volvió a Harry su cara fea y aplastada, y lo miró con sus grandes ojos amarillos. Hermione, que estaba a su derecha, lanzó un sollozo.
— Tenías que haberle pegado la patada, Ron — resopló Ritchie Coote.
Harry miró a Black y a Crookshanks, sujetando la varita aún con más fuerza. ¿Y qué si tenía que matar también al gato? Era un aliado de Black... Si estaba dispuesto a morir defendiéndolo, no era asunto suyo. Si Black quería salvarlo, eso sólo demostraría que le importaba más Crookshanks que los padres de Harry...
— ¿Para eso también hay una excusa? — intervino Umbridge. — ¿Querer matar a un gato inocente también es a causa de tener trece años y estar en una situación complicada?
— Harry no le hizo nada a Crookshanks — dijo Hermione en voz alta. Miraba a Umbridge con odio.
Harry, sin embargo, había sentido esas palabras como si fueran un puñal.
Harry levantó la varita. Había llegado el momento de vengar a sus padres. Iba a matar a Black. Tenía que matarlo. Era su oportunidad...
Gimió y cerró los ojos. Se sentía mareado. Trató de respirar hondo, aunque su respiración sonaba muy temblorosa y le costó mucho tomar una bocanada de aire. Centró toda su atención en la gente que tenía alrededor. La mano de Sirius, que seguía sobre su pelo, enredándolo todavía más de lo que ya estaba normalmente. Ron, que tenía el brazo sobre sus hombros en lo que prácticamente era un abrazo. Hermione, que todavía le cogía la mano y, de vez en cuando, hacía circulitos y le masajeaba los dedos, como para demostrarle que seguía ahí. Ginny, cuya mano encajaba sorprendentemente bien en la suya, y apretaba cada vez que leían algo fuerte.
Y, si abría un poco los ojos y miraba a los que tenía alrededor, podía ver que Luna y Neville seguían ahí, en el suelo frente a él. No se habían apartado al saber que se había planteado matar a alguien. Y los Weasley también seguían allí, con aspecto de ser tan protectores sobre él como siempre lo habían sido.
Pasaron unos segundos y Harry seguía inmóvil, con la varita en alto. Black lo miraba fijamente, con Crookshanks sobre el pecho. En la cama en la que estaba tendido Ron se oía una respiración jadeante. Hermione permanecía en silencio.
— ¿Puedes volver a leer eso? — dijo Sirius de pronto. Benson casi saltó, parpadeó dos veces y repitió.
Pasaron unos segundos y Harry seguía inmóvil, con la varita en alto.
— Hasta ahí — sonrió Sirius. — ¿Veis? No fue capaz. Se quedó helado.
Umbridge lo fulminaba con la mirada.
Y entonces oyeron algo que no habían oído hasta entonces. Unos pasos amortiguados. Alguien caminaba por el piso inferior.
—¡ESTAMOS AQUÍ ARRIBA! —gritó Hermione de pronto—. ¡ESTAMOS AQUÍ ARRIBA! ¡SIRIUS BLACK! ¡DENSE PRISA!
— Al fin — dijo Angelina con la mano en el pecho. — Espero que, quien fuera, os ayudara.
Black sufrió tal sobresalto que Crookshanks estuvo a punto de caerse. Harry apretó la varita con una fuerza irracional. ¡Mátalo ya!, dijo una voz en su cabeza. Pero los pasos que subían las escaleras se oían cada vez más fuertes, y Harry seguía sin moverse.
— Reitero — dijo Sirius en voz alta. — Seguía sin moverse. ¿Lo habéis oído bien?
— Perfectamente — contestó Dumbledore. — Si a alguien le quedaba alguna duda de que Harry Potter no tiene madera de asesino, creo que ya no la tiene.
Harry sintió cómo se desinflaba. Ron debió notarlo también, porque lo apretó más fuerte, como si quisiera sostenerlo.
Dumbledore lo acababa de defender. No estaba decepcionado, o al menos no lo parecía. Habría podido llorar del alivio que sentía.
La puerta de la habitación se abrió de golpe entre una lluvia de chispas rojas y Harry se volvió cuando el profesor Lupin entró en la habitación como un rayo.
— ¡Bien!
Se oyeron varias exclamaciones.
El profesor Lupin tenía la cara exangüe, y la varita levantada y dispuesta. Miró a Ron, que yacía en la cama; a Hermione, encogida de miedo junto a la puerta; a Harry, que no dejaba de apuntar a Black con la varita; y al mismo Black, desplomado a los pies de Harry y sangrando.
—¡Expelliarmus! —gritó Lupin.
La varita de Harry salió volando de su mano. También lo hicieron las dos que sujetaba Hermione. Lupin las cogió todas hábilmente y luego penetró en la habitación, mirando a Black, que todavía tenía a Crookshanks protectoramente encaramado en el pecho.
— Espera, ¿le quitó la varita a Harry? — dijo Padma Patil. — ¿Por qué?
Lupin se quedó callado.
Harry se sintió de pronto como vacío. No lo había matado. Le había faltado valor. Black volvería a manos de los dementores.
Harry hizo una mueca. Sin embargo, casi nadie parecía estar juzgándolo por esos pensamientos, así que se obligó a centrarse en la lectura.
Entonces habló Lupin, con una voz extraña que temblaba de emoción contenida:
—¿Dónde está, Sirius?
Harry miró a Lupin. No comprendía qué quería decir. ¿De quién hablaba?
En el comedor, la gente parecía tan confusa como Harry se había sentido en aquel momento.
Se volvió para mirar de nuevo a Black, cuyo rostro carecía completamente de expresión. Durante unos segundos no se movió. Luego, muy despacio, levantó la mano y señaló a Ron. Desconcertado, Harry se volvió hacia el sorprendido Ron.
Las caras de desconcierto habrían sido hasta graciosas si no hubiera habido tanta tensión en el comedor.
—Pero entonces... —murmuró Lupin, mirando tan intensamente a Black que parecía leer sus pensamientos—, ¿por qué no se ha manifestado antes? A menos que... —De repente, los ojos de Lupin se dilataron como si viera algo más allá de Black, algo que no podía ver ninguno de los presentes— ... a menos que fuera él quien... a menos que cambiaras... sin decírmelo...
— Exacto — murmuró Sirius. Lupin y él se miraron de forma significativa.
Muy despacio, sin apartar los hundidos ojos de Lupin, Black asintió con la cabeza.
—Profesor Lupin, ¿qué pasa? —interrumpió Harry en voz alta—. ¿Qué...?
Pero no terminó la pregunta, porque lo que vio lo dejó mudo. Lupin bajaba la varita. Un instante después, se acercó a Black, le cogió la mano, tiró de él para incorporarlo y para que Crookshanks cayese al suelo, y abrazó a Black como a un hermano.
Sirius sonrió, al igual que Lupin. A lo largo del comedor, se oyeron jadeos y gritos ahogados.
— ¿Fue usted quien lo dejó entrar en el colegio? — exclamó un chico de séptimo. Lupin negó con la cabeza.
— Eso lo hizo él solito.
— ¿De qué se conocían?
— Ahora lo escucharéis todos — dijo Sirius alegremente.
Harry se sintió como si le hubieran agujereado el fondo del estómago.
— Supongo que debimos haber dejado los abrazos para después — dijo Lupin con una mueca.
—¡NO LO PUEDO CREER! —gritó Hermione.
Lupin soltó a Black y se volvió hacia ella. Hermione se había levantado del suelo y señalaba a Lupin con ojos espantados.
—Usted... usted...
—Hermione...
—¡... usted y él!
—Tranquilízate, Hermione.
Hermione se ruborizó.
—¡No se lo dije a nadie! —gritó Hermione—. ¡Lo he estado encubriendo!
— ¿Encubriendo el qué? — preguntó una chica de primero.
— Lo de que es un licántropo, supongo— dijo Ernie.
Los de primero y segundo parecieron espantados.
— ¿Pero eso lo decíais de verdad? — chilló una chica, mirando a Lupin con pánico.
Cuando varios de los mayores asintieron, la chica empalideció muchísimo.
Lupin no dijo nada para defenderse. Sin embargo, Sirius no pudo quedarse callado.
— ¿Sabéis que existe una poción maravillosa que convierte a los hombres lobo en seres dóciles y amables? — dijo alegremente. — ¿Y sabéis que Remus la toma todos los meses, de forma que, aunque hoy se convierta en lobo, no será más que una bola de pelo inofensiva?
Varios jadearon.
— ¿Hoy? — gimió Pansy Parkinson.
— ¡Hoy es luna llena! — exclamó Marietta Edgecombe.
— ¡Se va a convertir en licántropo!
— ¿Qué hora es? ¿Y si se convierte mientras estamos aquí con él?
Un gran estallido provocó que todo el mundo se callara.
— Por favor, os ruego que escuchéis atentamente lo que se os dice antes de sacar conclusiones precipitadas — dijo Dumbledore. Harry notó que sus ojos, usualmente brillantes, no tenían ni rastro de ese brillo. — Como ha dicho Sirius Black, existe una poción que permite que los hombres lobo mantengan su mente durante la transformación. El profesor Lupin la ha tomado esta semana, así que no supondrá ningún peligro para nadie. Se convertirá en…. ¿cómo ha dicho? Una bola de pelo inofensiva.
Eso pareció tranquilizar a muchos, pero otros no tenían pinta de habérselo creído.
—¡Hermione, escúchame, por favor! —exclamó Lupin—. Puedo explicarlo...
Harry temblaba, no de miedo, sino de una ira renovada.
—Yo confié en usted —gritó a Lupin, flaqueándole la voz— y en realidad era amigo de él.
—Estáis en un error —explicó Lupin—. No he sido amigo suyo durante estos doce años, pero ahora sí... Dejadme que os lo explique...
— En vez de pedir que os dejen explicarlo, usad ese tiempo para explicarlo — bufó Tonks, frustrada.
—¡NO! —gritó Hermione—. Harry, no te fíes de él. Ha ayudado a Black a entrar en el castillo. También él quiere matarte. ¡Es un hombre lobo!
Se hizo un vibrante silencio. Todos miraban a Lupin, que parecía tranquilo, aunque estaba muy pálido.
Hermione gimió.
— Perdón por eso, profesor — se disculpó.
— No pasa nada — dijo Lupin amablemente.
—Estás acertando mucho menos que de costumbre, Hermione —dijo—. Me temo que sólo una de tres. No es verdad que haya ayudado a Sirius a entrar en el castillo, y te aseguro que no quiero matar a Harry... —Se estremeció visiblemente—. Pero no negaré que soy un hombre lobo.
Algunos jadearon y Harry se preguntó si de verdad había quedado gente que no se había creído que Lupin fuera un hombre lobo hasta este punto.
Ron hizo un esfuerzo por volver a levantarse, pero se cayó con un gemido de dolor. Lupin se le acercó preocupado, pero Ron exclamó:
—¡Aléjate de mí, licántropo!
— ¡Ron! — exclamó su madre, pero no hizo falta que dijera nada. Ron ya estaba disculpándose con Lupin, quien le quitó importancia al asunto.
Lupin se paró en seco. Y entonces, con un esfuerzo evidente, se volvió a Hermione y le dijo:
—¿Cuánto hace que lo sabes?
—Siglos —contestó Hermione—. Desde que hice el trabajo para el profesor Snape.
— Como veis, Snape mandó ese trabajo solo para hacerle daño a Remus — dijo Sirius amargamente.
— Era parte del temario — se excusó Snape con facilidad.
—Estará encantado —dijo Lupin con poco entusiasmo—. Os puso ese trabajo para que alguno de vosotros se percatara de mis síntomas. ¿Comprobaste el mapa lunar y te diste cuenta de que yo siempre estaba enfermo en luna llena? ¿Te diste cuenta de que el boggart se transformaba en luna al verme?
—Las dos cosas —respondió Hermione en voz baja.
Se hizo un silencio estupefacto.
— Vale, he de admitir que, visto así, parece bastante obvio — dijo Daphne Greengrass. — ¿Por qué nadie se dio cuenta ese año?
— Porque nunca nos damos cuenta de nada — bufó Michael Corner.
Lupin lanzó una risa forzada.
—Nunca he conocido una bruja de tu edad tan inteligente, Hermione.
—No soy tan inteligente —susurró Hermione—. ¡Si lo fuera, le habría dicho a todo el mundo lo que es usted!
—Ya lo saben —dijo Lupin—. Al menos, el personal docente lo sabe.
Hubo murmullos. Para muchos, era obvio que todos los profesores debían saberlo. Para otros, era toda una sorpresa.
—¿Dumbledore lo contrató sabiendo que era usted un licántropo? —preguntó Ron con voz ahogada—. ¿Está loco?
—Hay profesores que opinan que sí —admitió Lupin—. Le costó convencer a ciertos profesores de que yo era de fiar.
— A Snape — murmuró Ginny por lo bajo. — No creo que ninguno de los otros se opusiera.
—¡Y ESTABA EN UN ERROR! —gritó Harry—. ¡HA ESTADO AYUDÁNDOLO TODO ESTE TIEMPO!
Señalaba a Black, que se había dirigido hacia la cama adoselada y se había echado encima, ocultando el rostro con mano temblorosa. Crookshanks saltó a su lado y se subió en sus rodillas ronroneando.
— La verdad, no parece muy peligroso estando ahí acostado con un gato — admitió Hannah Abbott.
Ron se alejó, arrastrando la pierna.
—No he ayudado a Sirius —dijo Lupin—. Si me dejáis, os lo explicaré. Mirad...—Separó las varitas de Harry, Ron y Hermione y las lanzó hacia sus respectivos dueños. Harry cogió la suya asombrado—. Ya veis —prosiguió Lupin, guardándose su propia varita en el cinto—. Ahora vosotros estáis armados y nosotros no. ¿Queréis escucharme?
— Ahora sí que estáis haciéndolo bien — los felicitó Tonks. Lupin y Sirius rodaron los ojos, aunque a Harry le pareció que Lupin parecía complacido.
Harry no sabía qué pensar. ¿Sería un truco?
—Si no lo ha estado ayudando —dijo mirando furiosamente a Black—, ¿cómo sabía que se encontraba aquí?
—Por el mapa —explicó Lupin—. Por el mapa del merodeador. Estaba en mi despacho examinándolo...
— O cotilleando — susurró Cormac McLaggen, pero se lo escuchó en gran parte del comedor.
—¿Sabe utilizarlo? —le preguntó Harry con suspicacia.
—Por supuesto —contestó Lupin, haciendo con la mano un ademán de impaciencia—. Yo colaboré en su elaboración. Yo soy Lunático... Es el apodo que me pusieron mis amigos en el colegio.
Fred y George jadearon.
— ¡Lo sabía! — gritó Fred. — ¡Lo sabía! ¡Tú eres Lunático! ¡Lunático! ¡Claro!
— ¿Y tú? ¿Cuál de ellos eres? — exclamó George, mirando a Sirius. — ¿¡Cornamenta!? No, ¡Canuto! Colagusano no te pega.
— ¡Tiene que ser Canuto! — dijo Fred. — ¡Canuto! Porque es un perro.
Ambos miraron a Sirius, pidiendo confirmación. Él los miraba con cara de estar pasándoselo en grande.
— Yo soy Cornamenta, obviamente — respondió Sirius. — Me pusieron ese apodo después de que mi novia del colegio me pusiera los cuernos.
Harry, quien quince minutos atrás habría pensado que no volvería a ser capaz de reír, soltó una risotada. Ron y Hermione también lo hicieron y Lupin, resoplando, cogió una almohada y se la estampó a Sirius en toda la cara.
— No le hagáis caso. Es Canuto.
— Jo, Remus. Le quitas la gracia.
El profesor Lupin rodó los ojos.
Fred y George miraban a Sirius y Lupin como si fueran sus más grandes ídolos. Harry se preguntó cuánto tardarían en pedirles un autógrafo.
Benson, algo confundido, siguió leyendo.
—¿Usted hizo...?
—Lo importante es que esta tarde lo estaba examinando porque tenía la idea de que tú, Ron y Hermione intentaríais salir furtivamente del castillo para visitar a Hagrid antes de que su hipogrifo fuera ejecutado. Y estaba en lo cierto, ¿a que sí? — Comenzó a pasear sin dejar de mirarlos, levantando el polvo con los pies—.
— Os tiene calados — dijo Seamus.
Supuse que os cubriríais con la vieja capa de tu padre, Harry.
—¿Cómo sabe lo de la capa?
Sirius soltó una risita.
— Probablemente hemos estado más veces bajo esa capa que tú, Harry — rió. — Apenas la has tenido cinco años, nosotros la tuvimos durante toda nuestra vida escolar y más allá.
—¡La de veces que vi a James desaparecer bajo ella! —dijo Lupin, repitiendo el ademán de impaciencia—.
Harry notó que Fred y George intercambiaban miradas.
Que llevéis una capa invisible no os impide aparecer en el mapa del merodeador. Os vi cruzar los terrenos del colegio y entrar en la cabaña de Hagrid. Veinte minutos más tarde dejasteis a Hagrid y volvisteis hacia el castillo. Pero en aquella ocasión os acompañaba alguien.
—¿Qué dice? —interrumpió Harry—. Nada de eso. No nos acompañaba nadie.
Se oyeron murmullos. La gente estaba muy confundida.
—No podía creer lo que veía —prosiguió Lupin, todavía paseando, sin escuchar a Harry—. Creía que el mapa estaría estropeado. ¿Cómo podía estar con vosotros?
—¡No había nadie con nosotros!
— ¿El mapa ya no funcionaba? — preguntó Lisa Turpin.
— Funcionaba perfectamente — replicó Lupin.
—Y entonces vi otro punto que se os acercaba rápidamente, con la inscripción «Sirius Black». Vi que chocaba con vosotros, vi que arrastraba a dos de vosotros hasta el interior del sauce boxeador.
—¡A uno de nosotros! —dijo Ron enfadado.
—No, Ron —dijo Lupin—. A dos.
— Tiene sentido — asintió Luna. Varias personas la miraron con escepticismo.
— No, no lo tiene — replicó una chica de Ravenclaw, de cuarto.
— Claro que lo tiene — insistió Luna. — Está claro quién es el vasallo al que se refería la profecía. El que estuvo doce años encadenado. Es el mismo que iba con Ron cuando fue arrastrado hacia el sauce boxeador.
— Nadie iba con Ron — dijo la misma chica. A Harry le estaba cayendo bastante mal. Recordaba que era una de las compañeras de curso de Luna, de las que no eran precisamente amables con ella.
— Tenía a alguien en su bolsillo, ¿recuerdas? — dijo Luna finalmente.
Tras unos segundos, varias personas parecieron comprenderlo. Otras, como la compañera de Luna, simplemente la miraron como si estuviera loca.
Dejó de pasearse y miró a Ron.
—¿Me dejas echarle un vistazo a la rata? —dijo con amabilidad.
— Venga ya — dijo la chica de Ravenclaw. Luna sonrió.
A lo largo del comedor, los murmullos no hicieron más que incrementar.
—¿Qué? —preguntó Ron—. ¿Qué tiene que ver Scabbers en todo esto?
—Todo —respondió Lupin—. ¿Podría echarle un vistazo, por favor?
Ron dudó. Metió la mano en la túnica. Scabbers salió agitándose como loca. Ron tuvo que agarrarla por la larga cola sin pelo para impedirle escapar. Crookshanks, todavía en las rodillas de Black, se levantó y dio un suave bufido.
— No entiendo nada — declaró Lee Jordan. Varias personas coincidieron con él.
Lupin se acercó más a Ron. Contuvo el aliento mientras examinaba detenidamente a Scabbers.
—¿Qué? —volvió a preguntar Ron, con cara de asustado y manteniendo a Scabbers junto a él—. ¿Qué tiene que ver la rata en todo esto?
—No es una rata —graznó de repente Sirius Black.
— No me lo creo — dijo Lavender, con los ojos como platos. — Dime que no.
— Es imposible… — murmuró Parvati.
Pero, mientras la verdad se iba mostrando más y más, más increíble parecía todo.
—¿Qué quiere decir? ¡Claro que es una rata!
—No lo es —dijo Lupin en voz baja—. Es un mago.
—Un animago —aclaró Black— llamado Peter Pettigrew.
— ¿QUÉ? — exclamó Angelina, que literalmente se había quedado con la boca abierta.
— ¡No puede ser!
— ¡Estuvo viviendo con Ron durante tres años!
— ¡No, durante doce! ¡Vivía en La Madriguera!
Los alumnos gritaban, incrédulos, y Harry no podía culparlos. ¿Quién se habría imaginado que Scabbers sería un hombre adulto?
— ¡Pettigrew está muerto! ¡Es imposible! — chilló Umbridge. — ¡Es totalmente imposible!
Fudge se había puesto del color del pergamino.
— ¡Aquí termina! — tuvo que gritar Benson, porque nadie le hacía caso.
Dumbledore se puso en pie con una gran sonrisa.
— Creo que ha sido un capítulo muy esclarecedor. Supongo que el siguiente lo será todavía más. Se titula: Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta. ¿Quién quiere leer?
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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