jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 16

 La predicción de la profesora Trelawney:


— Qué bonito — dijo Luna en tono soñador.

— El capítulo acaba ahí — anunció Angelina, sonriente.

Dumbledore se puso en pie. Tenía los ojos brillantes de alegría.

— Es hora de hacer un pequeño descanso. Tenéis media hora.

Las puertas se abrieron y muchos casi corrieron hacia ellas, felices por poder salir del comedor un rato. Harry, sin embargo, no tenía ganas de moverse. El capítulo que acababan de leer había sido maravilloso y tenía la sensación de que el próximo no lo sería tanto. Iban a comenzar a leer todo lo que sucedió a finales de aquel año, incluyendo lo relativo a la inocencia de Sirius. Cuanto más lo pensaba, más nervioso se ponía. Deseaba que se leyera todo de una vez y, al mismo tiempo, temía lo que pudiera pasar después.

— Nosotros vamos a dar una vuelta — dijo Ginny, señalándose a sí misma, a Luna y a Neville. — ¿Venís?

Ron y Hermione negaron con la cabeza.

— Yo me quedo — dijo Ron, cogiendo una galleta del plato que acababa de aparecer frente a ellos. A lo largo de todo el comedor, se habían materializado numerosas tazas de té y platos llenos de dulces.

Ginny, Luna y Neville se marcharon y Harry cogió una galleta, imitando a Ron, a pesar de que no tenía hambre.

— Eh, Harry. Ese partido fue impresionante — dijo Sirius, sonriéndole.

— Lo sé — Harry le sonrió de vuelta. — ¿Vas a algún sitio?

Sirius se había puesto en pie, al igual que el profesor Lupin. Este último miraba hacia la mesa de profesores y parecía estar comunicándose con alguien. Harry ojeó la zona y enseguida vio que se trataba de Dumbledore, quien le hizo un gesto a Remus antes de echar a andar hacia la puerta del comedor.

Remus suspiró.

— Vamos, Sirius.

— ¿Eh? ¿Ya?

El profesor Lupin señaló a Dumbledore con la cabeza y Sirius rodó los ojos.

— Vale, voy.

Harry, Ron y Hermione observaban el intercambio con curiosidad. Viendo sus caras, Sirius dijo:

— Tenemos que ir a hablar con Dumbledore de… unos asuntos. Luego os vemos.

— ¿De qué asuntos? — preguntó Harry, pero Sirius hizo una mueca y negó con la cabeza.

— Luego te lo cuento.

Y así, Sirius y el profesor Lupin salieron del comedor, siguiendo a Dumbledore. Harry notó que el profesor Snape iba detrás de ellos.

— ¿De qué va todo eso? — preguntó Ron.

— Ni idea — dijo Hermione. — Pero debe ser algo importante.

En ese momento, Harry escuchó risitas cerca de él. Se giró y vio que un grupito de Hufflepuff de segundo estaba de pie a tan solo unos metros del sofá en el que él, Ron y Hermione estaban sentados.

Cuando vieron que Harry los miraba, uno de ellos soltó un chillido y empujó a otro hacia delante. El chico se quedó paralizado, pero entonces una de las chicas que iban con él dio un paso al frente.

— Potter, ¿podemos hacerte una pregunta? — dijo valientemente. Harry estuvo tentado de decirle por dónde podía meterse la pregunta, pero decidió que ser educado le ahorraría problemas.

— ¿Qué pregunta?

— ¿Alguna vez has vuelto a bajar a la cámara de los secretos?

La cuestión pilló a Harry totalmente por sorpresa. A juzgar por las expresiones de Ron y Hermione, a ellos también.

— No — replicó Harry, confuso. — ¿Por qué haría eso?

— Porque sería tu escondite perfecto — dijo el chico que se había quedado paralizado antes. Parecía que se le había pasado la impresión y había sido sustituida por emoción. — ¡Solo tú puedes entrar! Podrías hacerte una guarida o algo así.

— Yo tengo otra pregunta — saltó una de las chicas que había estado callada. — ¿Cómo pudiste matar al basilisco con la espada con un solo golpe? Siendo un bicho tan grande, ¿no sería como clavarle un alfiler?

— Eh…

Harry comenzó a arrepentirse de no haber salido del comedor.

— Yo tengo otra — dijo otro chico, el que había chillado. Tenía las mejillas muy rojas y casi temblaba de la emoción. — Pero es para Ron. ¿Cómo pudiste superar el tablero de ajedrez de McGonagall?

Ron abrió y cerró la boca un par de veces, anonadado, pero claramente complacido.

— Pues verás…

— ¿Y cómo es posible que tu hermana pequeña abriera la cámara y no lo supieras en todo el año? ¿Tan poco te importa? ¿No la quieres? — preguntó una de las chicas, una pelirroja a la que Harry había visto varias veces por los pasillos.

Ron jadeó y a Harry le dieron muchas ganas de decirle cuatro cosas a la chica. Por suerte, algo lo interrumpió:

— Yo tengo otra pregunta— dijo una voz a sus espaldas. Los tres se giraron al mismo tiempo y vieron que era Fred quien hablaba. — Hermione, ¿qué se sintió al pegarle una bofetada a Malfoy? ¿Es tan placentero como suena?

— Lo es — admitió ella, provocando que Ron soltara una risita.

— Y yo tengo otra — dijo la señora Weasley, acercándose a ellos. — ¿Qué hacéis aquí y por qué no estáis en el despacho del profesor Dumbledore, como deberíais?

Durante varios segundos, Harry se sintió muy confundido, pero vio entonces el brillo divertido en los ojos de la señora Weasley y entendió lo que quería hacer. Por suerte, Ron lo entendió mucho antes que él.

— ¡Es verdad, se nos había olvidado! — exclamó. — Vamos, Harry, Hermione. Tenemos esa reunión tan importante…

— Sí, sí, muy importante… — dijo Hermione, levantándose con apremio. — Tenemos que irnos. Sentimos no poder contestar a vuestras preguntas ahora.

El grupo de Hufflepuff pareció deprimido, pero ninguno de ellos intentó frenarles cuando casi corrieron hacia las puertas del comedor. Una vez fuera, caminaron hasta encontrar un pasillo vacío.

— Menos mal que tu familia ha hecho que nos libremos, Ron — dijo Hermione. — ¿Cómo se les ocurre preguntar algo así?

Ron se acercó a una de las ventanas, que estaba empañada por el frío que hacía fuera, y se dejó caer en el suelo bajo el cristal.

— Yo me alegro de que Ginny no estuviera allí — suspiró Ron. — ¿Creéis que ella piensa lo mismo? ¿Que como no nos dimos cuenta de lo que le pasaba, no la queremos?

— Claro que no — bufó Hermione. — Esa chica ha estado totalmente fuera de lugar.

— Creo que hay mucha gente que está tomándose demasiadas libertades con nosotros — dijo Harry, molesto. — ¿O no lo habéis notado? Hay gente que está deseando que nos peleemos.

Hermione asintió.

— Hay gente que pareció decepcionada cuando Ron y yo hicimos las paces en el libro — dijo. — Estaban deseando que nos peleáramos.

— Pero no es todo el mundo — interrumpió Ron. — Solo son algunos. La mayoría de gente estaba feliz por nosotros.

Los tres se quedaron en silencio, pensando y disfrutando de poder estar en un entorno en el que el único ruido era el repicar de las gotas de lluvia cayendo contra el cristal.

— Creo que, cuanto más leamos, más preguntas personales se atreverán a hacernos — dijo Hermione al cabo de unos minutos. — Sobre todo si empiezan a haber romances.

— Ya está sucediendo — dijo Ron. — ¿O no has escuchado lo que dicen sobre Harry y Cho?

— ¿Eh?

Harry los miró con sorpresa. Había oído risitas cada vez que en el libro aparecía Cho y Harry pensaba que era guapa o se sonrojaba, pero no había oído comentarios de nadie.

— A decir verdad, a mí también me da curiosidad saber qué ha pasado entre Harry y Cho — admitió Hermione. Ron la miró como si le hubiera crecido una segunda cabeza.

— ¿Es que ha pasado algo?

— Oh, venga ya, Ron. Si apenas se miran.

Ambos se giraron para mirar a Harry, quien notó cómo su cara se encendía.

— ¿Ha pasado algo con Cho? — preguntó Ron, lleno de curiosidad, y Harry suspiró.

Apenas le tomó dos minutos contarles lo que había pasado unos días atrás: cómo Cho y él habían acabado en un aula vacía y se habían besado (Ron tosió al escucharlo, pero Harry sabía que lo había hecho para ocultar una risita) y cómo ella se había puesto a hablar de Cedric inmediatamente después. Eso último le costó confesarlo, porque aún le molestaba.

Hermione suspiró.

— Bueno, era de esperar. Pobrecita.

Ron casi se atragantó con su propia saliva.

— ¿Cómo que pobrecita? Lo que hizo fue cruel.

— Sí, pero hay que entenderla — replicó Hermione. — Le gusta Harry, pero ella estaba con Cedric y todavía le gusta. Pensadlo. Debe ser muy doloroso que te guste la única persona que vio morir a tu novio. Lo ha pasado fatal este año, debe estar muy confundida.

— Pues que arregle sus ideas antes de acercarse a Harry — bufó Ron.

— No es tan sencillo — replicó Hermione. — Estoy segura de que ella no pretende hacerle daño a Harry.

— No he dicho que esa fuera su intención — dijo Harry rápidamente. — Yo tampoco creo que sea mala persona.

Ron, sin embargo, no parecía del todo convencido.

Al cabo de un rato, los tres volvieron al comedor, donde la gran mayoría de alumnos y profesores ya había regresado. Ginny, Neville y Luna estaban sentados en los mismos lugares de antes, charlando animadamente. Sirius y Remus, por otro lado, parecían más serios que antes de irse. Harry se moría de ganas de saber de qué habían hablado.

Como siempre, Dumbledore pidió voluntarios para leer. Hubo un murmullo mientras aproximadamente unas quince personas levantaban la mano. Harry supuso que el número de voluntarios había aumentado debido a lo agradable que había sido el capítulo anterior.

Tras repasar la multitud con la mirada, Dumbledore eligió a un chico de Slytherin que a Harry le sonaba bastante, aunque no habría podido decir por qué.

El chico, de pelo oscuro y ojos azules, subió a la tarima entre los aplausos y las risas de sus amigos.

— ¡Vamos, Dan! — lo animó uno de ellos. El chico (Harry supuso que se llamaba Daniel) sonrió y leyó:

— La predicción de la profesora Trelawney.

Se oyeron murmullos de interés y a Harry le dio un escalofrío. Este capítulo definitivamente no iba a ser tan agradable como el anterior.

La profesora Trelawney, por su parte, pareció algo confusa.

La euforia por haber ganado la copa de quidditch le duró a Harry al menos una semana. Incluso el clima pareció celebrarlo. A medida que se aproximaba junio, los días se volvieron menos nublados y más calurosos,

— Es lo que pasa cuando se acerca el verano, Potter, independientemente de que Gryffindor gane la copa o no — dijo Nott con tono despectivo.

— Aún te duele esa derrota, ¿eh? — replicó Dean.

— No tanto como lo que os va a doler a vosotros perder este año — respondió Nott con malicia. — ¿No habéis perdido a la mitad del equipo? Y con ese guardián… Slytherin tiene la copa ganada.

Harry hizo una mueca. Con todo lo de los libros de futuro, había sido fácil no pensar en la prohibición de por vida que Umbridge le había impuesto a Fred, a George y a él tras el último partido. Tenía la esperanza de que los libros demostraran lo incompetente que era Umbridge y consiguieran que la echaran del colegio, en cuyo caso la prohibición quedaría revocada… o eso esperaba Harry.

Ron, que se había puesto muy rojo tras las palabras de Nott, soltó un gruñido y le lanzó una mirada asesina, pero no dijo nada para defenderse. Eso preocupó a Harry. Ron ya tenía suficientes problemas de confianza como guardián como para que Nott lo humillara delante de todo el comedor.

— No habrá ni torneo ni entrenamientos hasta que no terminemos de leer estos libros, cosa que no sucederá si no os calláis ahora mismo — los regañó McGonagall.

El chico de Slytherin siguió leyendo inmediatamente.

y lo que a todo el mundo le apetecía era pasear por los terrenos del colegio y dejarse caer en la hierba, con grandes cantidades de zumo de calabaza bien frío, o tal vez jugando una partida improvisada de gobstones, o viendo los fantásticos movimientos del calamar gigante por la superficie del lago.

Harry notó que muchos miraban hacia arriba, donde el cielo hechizado del comedor mostraba unos nubarrones oscuros. El tiempo no podía ser más diferente del que se describía en el libro y salir a pasear por los terrenos no sonaba nada apetecible en ese momento.

Pero no podían hacerlo. Los exámenes se echaban encima y, en lugar de holgazanear, los estudiantes tenían que permanecer dentro del castillo haciendo enormes esfuerzos por concentrarse mientras por las ventanas entraban tentadoras ráfagas de aire estival. Incluso se había visto trabajar a Fred y a George Weasley;

— Vaya — dijo Sirius, fingiendo asombro. — Eso es un hito único en la historia.

— Hasta nosotros nos sorprendimos — dijo George, provocando algunas risas. Su madre, por otro lado, no pareció muy contenta.

estaban a punto de obtener el TIMO (Título Indispensable de Magia Ordinaria). Percy se preparaba para el ÉXTASIS (EXámenes Terribles de Alta Sabiduría e Invocaciones Secretas), la titulación más alta que ofrecía Hogwarts.

— ¿Tan terribles son? — preguntó una chica de primero de Gryffindor, visiblemente nerviosa.

— No son para tanto — le aseguró Percy, aunque Harry estaba seguro de que mentía.

Como Percy quería entrar en el Ministerio de Magia, necesitaba las máximas puntuaciones. Se ponía cada vez más nervioso y castigaba muy severamente a cualquiera que interrumpiera por las tardes el silencio de la sala común. De hecho, la única persona que parecía estar más nerviosa que Percy era Hermione.

Nadie se sorprendió al oír eso.

— No quiero llegar a séptimo — se quejó otro alumno, esta vez de Hufflepuff.

— No digas bobadas — lo regañó McGonagall. — Los exámenes son muy importantes, pero llegarás a ellos estando perfectamente preparado.

Harry y Ron habían dejado de preguntarle cómo se las apañaba para acudir a la vez a varias clases, pero no pudieron contenerse cuando vieron el calendario de exámenes que tenía. La primera columna indicaba:

LUNES

9 en punto: Aritmancia

9 en punto: Transformaciones

Comida

1 en punto: Encantamientos

1 en punto: Runas Antiguas

— Tiene que ser un error — dijo Ernie.

— No lo era — le aseguró Ron.

¿Hermione? —dijo Ron con cautela, porque aquellos días saltaba fácilmente cuando la interrumpían—. Eeeh... ¿estás segura de que has copiado bien el calendario de exámenes?

Hermione frunció el ceño al escuchar eso.

— ¿Saltaba fácilmente? — repitió.

— Sí — dijeron Harry y Ron al unísono.

¿Qué? —dijo Hermione bruscamente, cogiendo el calendario y observándolo —. Claro que lo he copiado bien.

¿Serviría de algo preguntarte cómo vas a hacer dos exámenes a la vez? —le dijo Harry.

No —respondió Hermione lacónicamente—. ¿Habéis visto mi ejemplar de Numerología y gramática?

— ¿En serio vas a hacer dos exámenes a la vez? — preguntó Dennis Creevey, mirando a Hermione con los ojos como platos. La chica se encogió de hombros y evitó contestar. Mucha gente la miraba con curiosidad y, en algunos casos, con desconfianza. Harry se preguntaba qué estarían pensando esas personas.

Sí, lo cogí para leer en la cama —dijo Ron en voz muy baja.

Se oyeron risas.

Hermione empezó a revolver entre montañas de pergaminos en busca del libro. Entonces se oyó un leve roce en la ventana. Hedwig entró aleteando, con un sobre fuertemente atenazado en el pico.

Harry sonrió. Por algún motivo, le hacía ilusión cada vez que aparecía Hedwig.

Es de Hagrid —dijo Harry, abriendo el sobre—. La apelación de Buckbeak se ha fijado para el día 6.

Es el día que terminamos los exámenes —observó Hermione, que seguía buscando el libro de Aritmancia.

— Qué conveniente — dijo Seamus, sorprendido.

Y tendrá lugar aquí. Vendrá alguien del Ministerio de Magia y un verdugo. Hermione levantó la vista, sobresaltada.

¡Traen a un verdugo a la sesión de apelación! Es como si ya estuviera decidido.

— Está claro que ya lo estaba — dijo Susan Bones, frunciendo el ceño. — Es una injusticia.

Harry notó que Fudge parecía azorado.

Sí, eso parece —dijo Harry pensativo.

¡No pueden hacerlo! —gritó Ron—. ¡He pasado años leyendo cosas para su defensa! ¡No pueden pasarlo todo por alto!

— Nunca podré agradecer lo mucho que os implicasteis — dijo Hagrid. Le brillaban los ojos y Harry temió que volviera a llorar.

— No tienes que agradecérnoslo — dijo Ron. De reojo, Harry vio que la señora Weasley miraba a Ron con orgullo.

Pero Harry tenía la horrible sensación de que la Comisión para las Criaturas Peligrosas había tomado ya su decisión, presionada por el señor Malfoy.

— Y tenías razón — murmuró Ginny de mal humor.

El chico de Slytherin, Daniel, sonrió y miró a Malfoy antes de leer:

Draco, que había estado notablemente apagado desde el triunfo de Gryffindor en la final de quidditch, había recuperado parte de su anterior petulancia. Por los comentarios socarrones que entreoía Harry, Malfoy estaba seguro de que matarían a Buckbeak, y parecía encantado de ser el causante.

— Serás rastrero — bufó Angelina.

— ¿En serio disfrutabas saber que por tu culpa iban a matar a una criatura inocente? — dijo Katie, asqueada.

Mucha gente se giró para mirar a Malfoy, que volvía a estar sentado en un sillón enorme.

— Os recuerdo que lo que estamos leyendo es lo que Potter pensó, no lo que sucedía en realidad — replicó Malfoy. — Además, ni siquiera Potter estaba seguro de que lo que yo estaba pensando. En el libro pone que yo le parecía encantado, no que lo estuviera de verdad.

— Es lo mismo. Está claro que lo disfrutabas — dijo Ron, lanzándole una mirada llena de furia.

— No es lo mismo. ¿Puedes volver a leer esa última frase, donde dice lo de parecía? — dijo Malfoy, dirigiéndose a Daniel.

— No — respondió el otro Slytherin antes de seguir leyendo. Viendo la mirada helada que Malfoy le echó, Harry estaba seguro de que él y ese tal Daniel no se llevaban nada bien.

Lo único que podía hacer Harry era contenerse para no imitar a Hermione cuando abofeteó a Malfoy. Y lo peor de todo era que no tenían tiempo ni ocasión de visitar a Hagrid, porque las nuevas y estrictas medidas de seguridad no se habían levantado, y Harry no se atrevía a recoger la capa invisible del interior de la estatua de la bruja.

— Yo no me habría atrevido a dejarla ahí tanto tiempo. ¿Y si me la roban? — dijo Terry Boot.

— Si la cogía y me pillaban, sería peor que un robo — explicó Harry cuando vio que varias personas le daban la razón a Terry. — Me quedaría sin capa y encima estaría castigado de por vida.

Comenzó la semana de exámenes y el castillo se sumió en un inusitado silencio. Los alumnos de tercero salieron del examen de Transformaciones el lunes a la hora de la comida, agotados y lívidos, comparando lo que habían hecho y quejándose de la dificultad de los ejercicios, consistentes en transformar una tetera en tortuga.

McGonagall rodó los ojos, pero no dijo nada.

Hermione irritó a todos porque juraba que su tortuga era mucho más galápago, cosa que a los demás les traía sin cuidado.

Hermione pareció algo molesta.

La mía tenía un pitorro en vez de cola. ¡Qué pesadilla...!

¿Las tortugas echan vapor por la boca?

Se oyeron risas.

La mía seguía teniendo un sauce dibujado en el caparazón. ¿Creéis que me quitarán puntos?

— Deberían — dijo Bill con una risita.

— Por supuesto que sí — confirmó McGonagall. Muchos alumnos que se encontraban actualmente en tercero parecieron nerviosos.

Después de una comida apresurada, la clase volvió a subir para el examen de Encantamientos. Hermione había tenido razón: el profesor Flitwick puso en el examen los encantamientos estimulantes.

— No es justo — se quejó Parvati. — Ellos tres iban con ventaja.

— No sabíamos que saldría — se defendió Hermione. — Solo que era muy posible.

Eso no convenció a nadie y Parvati siguió mirándola mal.

Harry, por los nervios, exageró un poco el suyo, y Ron, que era su pareja en el ejercicio, se echó a reír como un histérico. Tuvieron que llevárselo a un aula vacía y dejarlo allí una hora, hasta que estuvo en condiciones de llevar a cabo el encantamiento.

— Perdón por eso — se disculpó Harry, ignorando las risas a su alrededor.

— No pasa nada — dijo Ron, encogiéndose de hombros. — La verdad, fue bastante agradable.

Después de cenar, los alumnos se fueron inmediatamente a sus respectivas salas comunes, pero no a relajarse, sino a repasar Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones y Astronomía.

— Qué estrés — se quejó Sirius. — Nosotros no teníamos que estudiar tanto.

— Sí que debíamos — dijo Lupin. — Otra cosa es que tú no lo hicieras.

Sirius sonrió y varias personas se quedaron mirándole.

— No es mi culpa que enseguida se me quedara todo — dijo. — Nunca tuve que echarle tantas horas.

Lupin rodó los ojos. Harry deseaba que dijera algo, porque no sabía si Sirius de verdad había sacado tan buenas notas como estaba sugiriendo, pero Lupin no dijo nada para contradecirle.

Hagrid presidió el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas, que se celebró la mañana siguiente, con un aire ciertamente preocupado. Parecía tener la cabeza en otra parte.

— Normal — dijo Luna.

Había llevado un gran cubo de gusarajos al aula, y les dijo que para aprobar tenían que conservar el gusarajo vivo durante una hora. Como los gusarajos vivían mejor si se los dejaba en paz, resultó el examen más sencillo que habían tenido nunca, y además concedió a Harry, a Ron y a Hermione muchas oportunidades de hablar con Hagrid.

— Ejem…

Daniel paró de leer y Harry gimió internamente.

— Según lo que estamos leyendo, Hagrid utilizó como método de evaluación un examen demasiado sencillo que no iba acorde con el nivel de los alumnos — dijo Umbridge. — De nuevo, la incompetencia de este profesor queda demostrada, señor ministro.

Fudge abrió la boca para replicar, pero Hagrid se le adelantó.

— Y yo le recuerdo que el contenido de la materia en tercero incluía el cuidado de los gusarajos, como bien se ha leído en otros capítulos — dijo. — Y también le recuerdo que el objetivo de los exámenes es evaluar el aprendizaje del contenido de la materia y que, ya que el tema de los hipogrifos no podía evaluarlo gracias al ministerio, me vi obligado a evaluar el resto.

A Harry le dieron ganas de darle un aplauso, pero se conformó con ver la cara de vinagre que puso la profesora Umbridge al escucharlo.

— Continuemos leyendo, por favor — dijo Fudge en tono cansado.

Buckbeak está algo deprimido —les dijo Hagrid inclinándose un poco, haciendo como que comprobaba que el gusarajo de Harry seguía vivo—. Ha estado encerrado demasiado tiempo. Pero... en cualquier caso, pasado mañana lo sabremos.

— Eso no puedes defenderlo — interrumpió Umbridge. — No está permitido hablarle a un alumno sobre temas personales durante un examen.

— No veo nada de malo en ello, teniendo en cuenta el contexto del examen — dijo Dumbledore. Umbridge pareció muy, muy irritada.

Aquella tarde tuvieron el examen de Pociones: un absoluto desastre. Por más que lo intentó, Harry no consiguió que espesara su «receta para confundir», y Snape, vigilándolo con aire de vengativo placer, garabateó en el espacio de la nota, antes de alejarse, algo que parecía un cero.

Harry se dio cuenta de que no pudo haber sido un cero. Después de todo, no suspendió la asignatura.

A media noche, arriba, en la torre más alta, tuvieron el de Astronomía; el miércoles por la mañana el de Historia de la Magia, en el que Harry escribió todo lo que Florean Fortescue le había contado acerca de la persecución de las brujas en la Edad Media, y hubiera dado cualquier cosa por poderse tomar además en aquella aula sofocante uno de sus helados de nueces y chocolate.

— Tú y todos — dijo Ron, a quien parecía estar haciéndosele la boca agua.

El miércoles por la tarde tenían el examen de Herbología, en los invernaderos, bajo un sol abrasador. Luego volvieron a la sala común, con la nuca quemada por el sol y deseosos de encontrarse al día siguiente a aquella misma hora, cuando todo hubiera finalizado.

— Y tanto — bufó Dean. — Aquella semana de exámenes fue horrible.

— Quizá os costó tanto porque llevabais desde primero sin hacer exámenes — dijo Alicia Spinnet. — En vuestro segundo año se cancelaron.

A Harry le pareció que probablemente tenía razón.

El penúltimo examen, la mañana del jueves, fue el de Defensa Contra las Artes Oscuras. El profesor Lupin había preparado el examen más raro que habían tenido hasta la fecha.

— Cómo no — dijo Tonks con una sonrisa.

Una especie de carrera de obstáculos fuera, al sol, en la que tenían que vadear un profundo estanque de juegos que contenía un grindylow; atravesar una serie de agujeros llenos de gorros rojos; chapotear por entre ciénagas sin prestar oídos a las engañosas indicaciones de un hinkypunk; y meterse dentro del tronco de un árbol para enfrentarse con otro boggart.

— Vaya — dijo Kingsley, impresionado.

Lupin pareció orgulloso de sí mismo y Harry pensó que tenía motivos para estarlo. Había sido el examen más original que había hecho nunca.

Estupendo, Harry —susurró Lupin, cuando el joven bajó sonriente del tronco—. Nota máxima.

Sirius sonreía con ganas.

— Por supuesto, no podía ser de otra manera — dijo con orgullo. Harry se ruborizó ligeramente.

Sonrojado por el éxito, Harry se quedó para ver a Ron y a Hermione.

Se oyeron algunas risitas.

— ¿Sonrojado? Qué mono — dijo Romilda Vane y Harry quiso que se lo tragara la tierra.

Ron lo hizo muy bien hasta llegar al hinkypunk, que logró confundirlo y que se hundiese en la ciénaga hasta la cintura. Hermione lo hizo perfectamente hasta llegar al árbol del boggart. Después de pasar un minuto dentro del tronco, salió gritando.

¡Hermione! —dijo Lupin sobresaltado—. ¿Qué ocurre?

La pro... profesora McGonagall —dijo Hermione con voz entrecortada, señalando al interior del tronco—. Me... ¡me ha dicho que me han suspendido en todo!

Mucha gente se echó a reír a carcajadas. Hermione, muy colorada, era incapaz de mirar a nadie a la cara.

— Ese debe ser el miedo más ridículo que he escuchado nunca — dijo un Slytherin de séptimo.

— ¿En serio eso es lo que más miedo te da? Vaya tontería — reía una chica de cuarto de Ravenclaw.

— ¡Basta! — gritó Fleur, para sorpresa de Harry. Muchos se quedaron mirándola, perplejos, y algunas risas cesaron de inmediato. — ¿Es que no usáis la cabeza?

Hermione seguía mirando hacia el suelo, totalmente colorada. Fleur continuó cuando vio que la gran mayoría de gente la miraba con curiosidad (y con interés, especialmente por parte de algunos a quienes su lado veela parecía haber encandilado).

— El miedo de Hegmione no es simplemente suspendeg — dijo. — Es todo lo que ello supone. Es miedo al fgacaso, miedo a no seg suficientemente buena. Es miedo a pegdeg todo lo que ha conseguido a pesag de habeg tgabajado dugo dugante todo el año y habeg hecho tantos sacgificios. ¿Acaso a vosotgos nunca os ha dado miedo fracasag?

Algunos parecieron algo cohibidos ante la regañina de Fleur. Hermione estaba muy roja, pero al menos había levantado la cabeza y miraba al resto del comedor con desafío.

Harry notó que Bill miraba a Fleur con una gran sonrisa. Como nadie se atrevió a decir nada, Daniel siguió leyendo.

Costó un rato tranquilizar a Hermione. Cuando por fin se recuperó, ella, Harry y Ron volvieron al castillo. Ron seguía riéndose del boggart de Hermione, pero cuando estaban a punto de reñir, vieron algo al final de las escaleras.

Ron hizo una mueca. Era obvio que, tras la explicación de Fleur, se sentía mal por haberse reído de Hermione.

Ella, sin embargo, no le recriminó nada.

— Entiendo lo ridículo que parecía — dijo en voz baja. — Pero como ha dicho Fleur, es… más profundo de lo que parece.

Ron asintió.

— Ahora lo entiendo.

Cornelius Fudge, sudando bajo su capa de rayas, contemplaba desde arriba los terrenos del colegio. Se sobresaltó al ver a Harry.

También se sobresaltó en el presente al escuchar su nombre.

¡Hola, Harry! —dijo—. ¿Vienes de un examen? ¿Te falta poco para acabar?

Sí —dijo Harry. Hermione y Ron, como no tenían trato con el ministro de Magia, se quedaron un poco apartados.

— Entrasteis en modo planta — dijo Dean, asintiendo con comprensión. — Yo lo hago cada vez que mi madre se encuentra a una de sus amigas en el mercado.

Estupendo día —dijo Fudge, contemplando el lago—. Es una pena..., es una pena... —suspiró ampliamente y miró a Harry—. Me trae un asunto desagradable, Harry, La Comisión para las Criaturas Peligrosas solicitó que un testigo presenciase la ejecución de un hipogrifo furioso. Como tenía que visitar Hogwarts por lo de Black, me pidieron que entrara.

— ¿Para la ejecución? — repitió Hannah Abbott. — ¿No había una apelación?

— A lo mejor ya se había hecho — sugirió Justin.

¿Significa eso que la revisión del caso ya ha tenido lugar? —interrumpió Ron, dando un paso adelante.

No, no. Está fijada para la tarde —dijo Fudge, mirando a Ron con curiosidad.

Fudge se removió un poco en su asiento. Tenía pinta de estar cada vez más incómodo.

¡Entonces quizá no tenga que presenciar ninguna ejecución! —dijo Ron resueltamente—. ¡El hipogrifo podría ser absuelto!

— Cuánta esperanza — dijo Roger Davies. — Yo creo que al hipogrifo se lo van a cargar. No lo he vuelto a ver en el colegio.

Varios lo miraron mal, pero nadie podía rebatir sus palabras porque tampoco ellos habían vuelto a ver a Buckbeak. Los que sabían la verdad se mantuvieron callados.

Antes de que Fudge pudiera responder, dos magos entraron por las puertas del castillo que había a su espalda. Uno era tan anciano que parecía descomponerse ante sus ojos;

— Vaya descripción — dijo Seamus con una mueca.

el otro era alto y fornido, y tenía un fino bigote de color negro. Harry entendió que eran representantes de la Comisión para las Criaturas Peligrosas, porque el anciano miró de soslayo hacia la cabaña de Hagrid y dijo con voz débil:

Santo Dios, me estoy haciendo viejo para esto. A las dos en punto, ¿no, Fudge?

El hombre del bigote negro toqueteaba algo que llevaba al cinto; Harry advirtió que pasaba el ancho pulgar por el filo de un hacha.

Se oyeron jadeos y más de un gritito ahogado.

— Iban a matarlo de todas formas, dijera lo que dijera Hagrid — gimió Hannah Abbott.

Ron abrió la boca para decir algo, pero Hermione le dio con el codo en las costillas y señaló el vestíbulo con la cabeza.

¿Por qué no me has dejado? —dijo enfadado Ron, entrando en el Gran Comedor para almorzar—. ¿Los has visto? ¡Hasta llevan un hacha! ¡Eso no es justicia!

— Eso, Granger, ¿por qué no le has dejado? — se quejó Zacharias Smith.

Hermione frunció el ceño y señaló hacia el libro en vez de responder.

Ron, tu padre trabaja en el Ministerio. No puedes ir diciéndole esas cosas a su jefe —respondió Hermione, aunque también ella parecía muy molesta—. Si Hagrid conserva esta vez la cabeza y argumenta adecuadamente su defensa, es posible que no ejecuten a Buckbeak...

— Estaba claro que lo iban a ejecutar — insistió Zacharias. — Al menos os podríais haber quedado a gusto diciéndole al ministro lo que pensabais en realidad.

— Y entonces el padre de Ron perdería su puesto de trabajo — dijo Padma Patil, mirando a Zacharias como si no tuviera cerebro.

El señor Weasley, por su parte, no parecía muy preocupado por ello. Le agradeció a Hermione el gesto, pero Harry estaba seguro de que, si Ron hubiera discutido con Fudge, Arthur no se habría enfadado mucho.

Pero a Harry le parecía que Hermione no creía en realidad lo que decía. A su alrededor, todos hablaban animados, saboreando por adelantado el final de los exámenes, que tendría lugar aquella tarde, pero Harry, Ron y Hermione, preocupados por Hagrid y Buckbeak, permanecieron al margen.

Hagrid se sonó la nariz.

— Muchas gracias por preocuparos tanto — dijo con la voz entrecortada.

— No las des — dijo Hermione.

El último examen de Harry y Ron era de Adivinación.

Harry tragó saliva. Recordaba muy bien ese examen. La parte más difícil del libro empezaba ahora y tenía muchas ganas de que acabara cuanto antes.

El último de Hermione, Estudios Muggles. Subieron juntos la escalera de mármol. Hermione los dejó en el primer piso, y Harry y Ron continuaron hasta el séptimo, donde muchos de su clase estaban sentados en la escalera de caracol que conducía al aula de la profesora Trelawney, repasando en el último minuto.

— ¿Cómo se puede estudiar adivinación? — dijo un chico de segundo. — ¿No es una habilidad que solo algunos poseen y que no se puede controlar?

— Se puede aprender a identificar las señales del futuro, si tienes la mente lo suficientemente abierta — dijo la profesora Trelawney misteriosamente. — Pero por supuesto, la mayoría de gente no consigue ver más allá de lo que dicen los posos de té.

— ¿Acaso los posos de té dicen algo? — murmuró Ron.

Nos va a examinar por separado —les informó Neville, cuando se sentaron a su lado. Tenía Disipar las nieblas del futuro abierto sobre los muslos, por las páginas dedicadas a la bola de cristal—. ¿Alguno ha visto algo alguna vez en la bola de cristal? —preguntó desanimado.

Nanay —dijo Ron.

Algunos rieron y Harry notó que varias personas parecían aliviadas. Eran de tercero y Harry supuso que estaban cursando Adivinación por primera vez. Quizá ya habían dado la primera lección sobre bolas de cristal y tampoco habían visto nada.

Miraba el reloj de vez en cuando. Harry se dio cuenta de que calculaba lo que faltaba para el comienzo de la revisión del caso de Buckbeak.

— Lo siento tanto — dijo Hagrid. — Te distraje en medio de los exámenes. No debí dejar que os implicarais tanto.

— Ya te hemos dicho que no pasa nada — dijo Harry. — No nos obligaste a ayudarte, lo hicimos porque quisimos.

A Hagrid volvieron a brillarle los ojos y Harry deseó que no llorara otra vez. Por suerte, tomó control de sus emociones y no lo hizo.

La cola de personas que había fuera del aula se reducía muy despacio. Cada vez que bajaba alguien por la plateada escalera de mano, los demás le preguntaban entre susurros:

¿Qué te ha preguntado? ¿Qué tal te ha ido?

Pero nadie aclaraba nada.

¡Me ha dicho que, según la bola de cristal, sufriré un accidente horrible si revelo algo! —chilló Neville, bajando la escalera hacia Harry y Ron, que acababa de llegar al rellano en ese momento.

Hermione bufó.

— Eso lo dijo para que no le contaras a nadie qué salía en el examen.

— Ahora ya lo sé — dijo Neville con una mueca.

Es muy lista —refunfuñó Ron—. Empiezo a pensar que Hermione tenía razón —dijo señalando la trampilla con el dedo—: es una impostora.

La profesora Trelawney miró muy mal a Ron, quien fingió no darse cuenta.

Sí—dijo Harry, mirando su reloj. Eran las dos—. Ojalá se dé prisa.

Parvati bajó la escalera rebosante de orgullo.

Me ha dicho que tengo todas las características de una verdadera vidente —dijo a Ron y a Harry—. He visto muchísimas cosas... Bueno, que os vaya bien.

— ¿De verdad viste algo? — le preguntó Seamus.

— Claro que sí. Las bolas de cristal muestran el futuro de verdad — replicó ella.

Hermione rodó los ojos, pero no quiso responder nada, cosa que Harry agradeció. Lo último que quería era otra discusión sobre si la adivinación era real o no, especialmente sabiendo lo que estaban a punto de leer.

Bajó aprisa por la escalera de caracol, hasta llegar junto a Lavender.

Ronald Weasley —anunció desde arriba la voz conocida y susurrante. Ron hizo un guiño a Harry y subió por la escalera de plata.

Harry era el único que quedaba por examinarse. Se sentó en el suelo, con la espalda contra la pared, escuchando una mosca que zumbaba en la ventana soleada. Su mente estaba con Hagrid, al otro lado de los terrenos del colegio.

Hagrid le sonrió, visiblemente emocionado, y Harry le sonrió de vuelta.

Por fin, después de unos veinte minutos, los pies grandes de Ron volvieron a aparecer en la escalera.

¿Qué tal? —le preguntó Harry, levantándose.

Una porquería —dijo Ron—. No conseguía ver nada, así que me inventé algunas cosas. Pero no creo que la haya convencido...

— Por supuesto que no — replicó la profesora Trelawney. Harry estaba seguro de que no habría respondido de forma tan tajante si Ron no acabara de llamarla impostora en el libro.

Nos veremos en la sala común —musitó Harry cuando la voz de la profesora Trelawney anunció:

¡Harry Potter!

— ¿Crees que es casualidad que te dejara para el último? — preguntó Charlie en voz baja. — Llevaba todo el año un poco obsesionada contigo…

— Ni idea — admitió Harry. Ni lo sabía ni quería saberlo.

En la sala de la torre hacia más calor que nunca. Las cortinas estaban echadas, el fuego encendido, y el habitual olor mareante hizo toser a Harry mientras avanzaba entre las sillas y las mesas hasta el lugar en que la profesora Trelawney lo aguardaba sentada ante una bola grande de cristal.

Buenos días, Harry —dijo suavemente—. Si tuvieras la amabilidad de mirar la bola... Tómate tu tiempo, y luego dime lo que ves dentro de ella...

— Parece un examen bastante fácil — dijo una chica de primero. — Miras la bola y, si no ves nada, te lo inventas.

Trelawney pareció indignarse al escuchar eso.

Harry se inclinó sobre la bola de cristal y miró concentrándose con todas sus fuerzas, buscando algo más que la niebla blanca que se arremolinaba dentro, pero sin encontrarlo.

¿Y bien? —le preguntó la profesora Trelawney con delicadeza—. ¿Qué ves?

El calor y el humo aromático que salía del fuego que había a su lado resultaban asfixiantes. Pensó en lo que Ron le había dicho y decidió fingir.

— Era de esperar — dijo Sirius con una risita. — Espero que te inventaras algo interesante.

Eeh... —dijo Harry—. Una forma oscura...

¿A qué se parece? —susurró la profesora Trelawney—. Piensa...

La mente de Harry echó a volar y aterrizó en Buckbeak.

Un hipogrifo —dijo con firmeza.

Hagrid sonrió y Harry no necesitó preguntar para saber por qué. El guardabosques se había sentido tan mal por haberles quitado tiempo de estudio y haberlos distraído durante los exámenes, que saber que de forma indirecta había ayudado a Harry con un examen era todo un alivio.

¿De verdad? —susurró la profesora Trelawney, escribiendo deprisa y con entusiasmo en el pergamino que tenía en las rodillas—. Muchacho, bien podrías estar contemplando la solución del problema de Hagrid con el Ministerio de Magia. Mira más detenidamente... El hipogrifo, ¿tiene cabeza?

Sí —dijo Harry con seguridad.

¿Estás seguro? —insistió la profesora Trelawney—. ¿Totalmente seguro, Harry? ¿No lo ves tal vez retorciéndose en el suelo y con la oscura imagen de un hombre con un hacha detrás?

— Eso es cruel — dijo Hannah con una mueca.

— Qué desagradable — se quejó un chico de Slytherin.

No —dijo Harry, comenzando a sentir náuseas.

— Espero que le vomitaras encima — se oyó decir a alguien de Ravenclaw, pero Harry no supo quién habló.

¿No hay sangre? ¿No está Hagrid llorando?

¡No! —contestó Harry, con crecientes deseos de abandonar la sala y aquel calor —. Parece que está bien. Está volando...

— Habría sido más fácil seguirle la corriente — dijo Angelina.

— Me alegro de no haberlo hecho — bufó Harry.

La profesora Trelawney suspiró.

Bien, querido. Me parece que lo dejaremos aquí... Un poco decepcionante, pero estoy segura de que has hecho todo lo que has podido.

— ¿Solo te ponía buena nota si veías cosas negativas? — dijo Michael Corner.

— Así que por eso suspendí — dijo un chico de sexto.

Aliviado, Harry se levantó, cogió la mochila y se dio la vuelta para salir. Pero entonces oyó detrás de él una voz potente y áspera:

Sucederá esta noche.

Los alumnos intercambiaron miradas confusas. Harry sintió cómo se le ponía la piel de gallina.

Harry dio media vuelta. La profesora Trelawney estaba rígida en su sillón. Tenía la vista perdida y la boca abierta.

— ¿Qué le pasaba? — preguntó Dean alarmado.

¿Cómo dice? —preguntó Harry.

Pero la profesora Trelawney no parecía oírle. Sus pupilas comenzaron a moverse. Harry estaba asustado. La profesora parecía a punto de sufrir un ataque.

Los alumnos parecían horrorizados. Todo el mundo se había quedado totalmente en silencio.

El muchacho no sabía si salir corriendo hacia la enfermería. Y entonces la profesora Trelawney volvió a hablar con la misma voz áspera, muy diferente a la suya:

El Señor de las Tinieblas está solo y sin amigos, abandonado por sus seguidores. Su vasallo ha estado encadenado doce años. Hoy, antes de la medianoche, el vasallo se liberará e irá a reunirse con su amo. El Señor de las Tinieblas se alzará de nuevo, con la ayuda de su vasallo, más grande y más terrible que nunca. Hoy... antes de la medianoche... el vasallo... irá... a reunirse... con su amo...

— ¿Esto es en serio? ¿Es una profecía de verdad? — casi susurró Neville, con los ojos como platos.

Harry asintió. A lo largo del comedor, muchos jadearon al ver su respuesta. Miraron a la profesora Trelawney con más respeto que nunca, sin darse cuenta de que hasta ella parecía tremendamente sorprendida.

— A ver, a ver… — dijo Terry Boot, que parecía algo nervioso. — El Señor de las Tinieblas está claro quién es. "Su vasallo ha estado encadenado doce años." — Miró de reojo a Sirius. — Pero si Black fuera el vasallo, Harry no sería su amigo, ¿verdad?

— Entonces está claro. Tiene que haber otro vasallo — dijo Luna como si fuera lo más obvio del mundo. — Hay otra persona que también ha estado encadenada durante doce años y que esa noche escapó.

Se oyeron murmullos. Nadie sabía qué pensar. Por orden de la profesora McGonagall , el chico de Slytherin siguió leyendo.

Su cabeza cayó hacia delante, sobre el pecho. La profesora Trelawney emitió un gruñido. Luego, repentinamente, volvió a levantar la cabeza.

La profesora Trelawney, que había mantenido la cabeza alta durante su profecía, no pareció muy alegre al escuchar lo del gruñido.

Lo siento mucho, chico —añadió con voz soñolienta—. El calor del día, ¿sabes...? Me he quedado traspuesta.

Harry se quedó allí un momento, mirándola.

¿Pasa algo, Harry?

Daniel paró de leer y se quedó mirando el libro con una ceja arqueada.

— ¿De verdad no se dio cuenta?

Todos miraron a la profesora, que levantó la cabeza en gesto teatral y dijo:

— Me temo que no tengo ningún recuerdo de ese momento. La maldición de los videntes es que jamás recordamos nuestras más importantes profecías.

Lavender y Parvati la miraban como si fuese una diosa.

Usted... acaba de decirme que... el Señor de las Tinieblas volverá a alzarse, que su vasallo va a regresar con él...

La profesora Trelawney se sobresaltó.

¿El Señor de las Tinieblas? ¿El-que-no-debe-ser-nombrado? Querido muchacho, no se puede bromear con ese tema... Alzarse de nuevo, Dios mío...

— Encima lo niega — bufó Ernie, que se había puesto pálido.

¡Pero usted acaba de decirlo! Usted ha dicho que el Señor de las Tinieblas...

Creo que tú también te has quedado dormido —repuso la profesora Trelawney— . Desde luego, nunca predeciría algo así.

— No, que va — ironizó Fred.

Harry bajó la escalera de mano y la de caracol, haciéndose preguntas... ¿Acababa de oír a la profesora Trelawney haciendo una verdadera predicción? ¿O había querido acabar el examen con un final impresionante?

— Si fue eso último, me voy a enfadar mucho — dijo una chica de tercero. — Esa profecía ha sido lo más interesante del capítulo.

Cinco minutos más tarde pasaba aprisa por entre los troles de seguridad que estaban a la puerta de la torre de Gryffindor. Las palabras de la profesora Trelawney resonaban aún en su cabeza.

— No me extraña — dijo Lupin.

Se cruzó con muchos que caminaban a zancadas, riendo y bromeando, dirigiéndose hacia los terrenos del colegio y hacia una libertad largamente deseada. Cuando llegó al retrato y entró en la sala común, estaba casi desierta. En un rincón, sin embargo, estaban sentados Ron y Hermione.

La profesora Trelawney me acaba de decir...

Pero se detuvo al fijarse en sus caras.

Buckbeak ha perdido —dijo Ron con voz débil—. Hagrid acaba de enviar esto.

Se oyeron jadeos, quejas y gritos ahogados por todo el comedor.

— No pueden hacer eso — exclamó Padma Patil. — Estoy segura de que ni siquiera le dieron una oportunidad.

— ¿De verdad se van a cargar a Buckbeak? — preguntó Colin, que parecía tener el corazón roto.

Hagrid mantuvo la cara de póker y Harry decidió hacer lo mismo.

La nota de Hagrid estaba seca esta vez: no había lágrimas en ella. Pero su mano parecía haber temblado tanto al escribirla que apenas resultaba legible.

Apelación perdida. La ejecución será a la puesta del sol. No se puede hacer nada. No vengáis. No quiero que lo veáis.

Hagrid

— Al menos tuvo la cortesía de no invitar a los alumnos a ver a la bestia siendo sacrificada — dijo Umbridge.

Lo que no se esperaba fue la cantidad de miradas asesinas que cayeron sobre ella.

Tenemos que ir —dijo Harry de inmediato—. ¡No puede estar allí solo, esperando al verdugo!

— No os merezco — dijo Hagrid, emocionándose otra vez.

Pero es a la puesta del sol —dijo Ron, mirando por la ventana con los ojos empañados—. No nos dejarán salir, y menos a ti, Harry...

Harry se tapó la cabeza con las manos, pensando.

Si al menos tuviéramos la capa invisible...

¿Dónde está? —dijo Hermione.

— ¿Es que vas a ir a por ella? — dijo Ernie. Hermione no respondió.

Harry le explicó que la había dejado en el pasadizo, debajo de la estatua de la bruja tuerta.

... Si Snape me vuelve a ver por allí, me veré en un serio aprieto —concluyó.

Eso es verdad —dijo Hermione, poniéndose en pie—. Si te ve... ¿Cómo se abre la joroba de la bruja?

— ¿En serio vas a ir a por la capa? — dijo George esta vez. Miraba a Hermione con asombro.

La chica se encogió de hombros y siguió callada.

Se le dan unos golpecitos y se dice «¡Dissendio!» —explicó Harry—. Pero...

Hermione no aguardó a que terminara la frase; atravesó la sala con decisión, abrió el retrato y se perdió de vista.

¿Habrá ido a cogerla? —dijo Ron, mirando el punto por donde había desaparecido la muchacha.

— Obviamente sí — dijo Daphne Greengrass rodando los ojos. Sin embargo, muchos no terminaron de creérselo hasta que se leyó la siguiente línea:

A eso había ido. Hermione regresó al cuarto de hora, con la capa plateada cuidadosamente doblada y escondida bajo la túnica.

¡Hermione, no sé qué te pasa últimamente! —dijo Ron, sorprendido—. Primero le pegas a Malfoy, luego te vas de la clase de la profesora Trelawney...

Hermione se sintió halagada.

— Es que era un cumplido — dijo Ron.

Varias personas miraron a Hermione como si estuvieran reevaluándola.

— No sé por qué os sorprendéis tanto — habló Daphne otra vez. — Os recuerdo que hizo una poción prohibida para entrar en la sala común de Slytherin. Y que le dio a Crabbe y Goyle una pócima para dormir.

— Y, en primero, le mintió a McGonagall cuando pasó lo del troll — añadió otra chica de Slytherin a la que Harry no conocía.

Hermione se ruborizó intensamente y evitó la mirada de cualquiera de los profesores.

Bajaron a cenar con los demás, pero no regresaron luego a la torre de Gryffindor. Harry llevaba escondida la capa en la parte delantera de la túnica. Tenía que llevar los brazos cruzados para que no se viera el bulto.

— Ya sabéis, si veis a Harry andando con los brazos cruzados, es que esconde algo — dijo Lee Jordan medio en broma.

Esperaron en una habitación contigua al vestíbulo hasta asegurarse de que éste estuviese completamente vacío. Oyeron a los dos últimos que pasaban aprisa y cerraban dando un portazo. Hermione asomó la cabeza por la puerta.

Vale —susurró—. No hay nadie. Podemos taparnos con la capa.

Caminando muy juntos, de puntillas y bajo la capa, para que nadie los viera, bajaron la escalera y salieron. El sol se hundía ya en el bosque prohibido, dorando las ramas más altas de los árboles.

— ¿No los van a pillar? Qué raro — dijo Jimmy Peakes.

Llegaron a la cabaña y llamaron a la puerta. Hagrid tardó en contestar, cuando por fin lo hizo, miró a su alrededor, pálido y tembloroso, en busca de la persona que había llamado.

Somos nosotros —susurró Harry—. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar, nos la quitaremos.

No deberíais haber venido —dijo Hagrid, también susurrando.

Pero se hizo a un lado, y ellos entraron.

— Porque aunque había dicho que no fueseis, estaba claro que no quería estar solo — dijo Lavender.

Hagrid cerró la puerta rápidamente y Harry se desprendió de la capa. Hagrid no lloró ni se arrojó al cuello de sus amigos. No parecía saber dónde se encontraba ni qué hacer. Resultaba más trágico verlo así que llorando.

A muchos les dio pena. Varios alumnos le sonrieron a Hagrid para darle ánimos.

¿Queréis un té? —invitó.

Sus manos enormes temblaban al coger la tetera.

Hagrid hizo una mueca.

¿Dónde está Buckbeak, Hagrid? —preguntó Ron, vacilante.

Lo... lo tengo en el exterior —dijo Hagrid, derramando la leche por la mesa al llenar la jarra—. Está atado en el huerto, junto a las calabazas. Pensé que debía ver los árboles y oler el aire fresco antes de...

A Hagrid le temblaba tanto la mano que la jarra se le cayó y se hizo añicos.

— Pobrecito — dijo Demelza Robins y a Harry le pareció que estaba a punto de llorar.

Yo lo haré, Hagrid —dijo Hermione inmediatamente, apresurándose a limpiar el suelo.

Hay otra en el aparador —dijo Hagrid sentándose y limpiándose la frente con la manga. Harry miró a Ron, que le devolvió una mirada de desesperanza.

¿No hay nada que hacer, Hagrid? —preguntó Harry sentándose a su lado—. Dumbledore...

— Seguro que Dumbledore puede hacer algo — murmuró Dean.

Lo ha intentado —respondió Hagrid—. No puede hacer nada contra una sentencia de la Comisión. Les ha dicho que Buckbeak es inofensivo, pero tienen miedo. Ya sabéis cómo es Lucius Malfoy... Me imagino que los ha amenazado... Y el verdugo, Macnair, es un viejo amigo suyo. Pero será rápido y limpio, y yo estaré a su lado.

A este punto, muchos miraban muy mal a Malfoy, quien trataba de evitar cruzar miradas con los demás. Harry se imaginaba lo incómodo que debía sentirse.

Hagrid tragó saliva. Sus ojos recorrían la cabaña buscando algún retazo de esperanza.

Dumbledore estará presente. Me ha escrito esta mañana. Dice que quiere estar conmigo. Un gran hombre, Dumbledore...

Hagrid le dio las gracias a Dumbledore, quien las aceptó cortésmente.

Hermione, que había estado rebuscando en el aparador de Hagrid, dejó escapar un leve sollozo, que reprimió rápidamente. Se incorporó con la jarra en las manos y esforzándose por contener las lágrimas.

Harry oyó a alguien decir "Qué pena".

Nosotros también estaremos contigo, Hagrid —comenzó, pero Hagrid negó con la despeinada cabeza.

Tenéis que volver al castillo. Os he dicho que no quería que lo vierais. Y tampoco deberíais estar aquí. Si Fudge y Dumbledore te pillan fueran sin permiso, Harry, te verás en un aprieto.

Por el rostro de Hermione corrían lágrimas silenciosas, pero disimuló ante Hagrid preparando el té. Al coger la botella de leche para verter parte de ella en la jarra, dio un grito.

— ¿Qué pasa ahora? — bufó Cormac McLaggen.

¡Ron! No... no puedo creerlo. ¡Es Scabbers!

Ron la miró boquiabierto.

¿Qué dices?

Harry aguantó las ganas de reír al ver las caras de algunos de sus compañeros. Ya sabían que Scabbers estaba viva, porque ellos mismos se lo habían tenido que decir para que dejaran de atacar a Hermione, pero ver que reapareció de forma tan simple parecía haber dejado en shock a más de uno.

Hermione acercó la jarra a la mesa y la volcó. Con un gritito asustado y desesperado por volver a meterse en el recipiente, Scabbers apareció correteando por la mesa.

¡Scabbers! —exclamó Ron desconcertado—. Scabbers, ¿qué haces aquí?

Cogió a la rata, que forcejeaba por escapar, y la levantó para verla a la luz. Tenía un aspecto horrible. Estaba más delgada que nunca. Se le había caído mucho pelo, dejándole amplias lagunas, y se retorcía en las manos de Ron, desesperada por escapar.

Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas. Ahora sabían por qué Scabbers había parecido tan estresada.

No te preocupes, Scabbers —dijo Ron—. No hay gatos. No hay nada que temer.

— No estés tan seguro — gruñó Sirius. Varios alumnos lo miraron con miedo.

De pronto, Hagrid se puso en pie, mirando la ventana fijamente. Su cara, habitualmente rubicunda, se había puesto del color del pergamino.

Ya vienen...

— ¿Qué significa rubicunda? — se oyó susurrar a uno de sexto.

— ¿Redonda? — replicó un amigo suyo.

Harry, Ron y Hermione se dieron rápidamente la vuelta. Un grupo de hombres bajaba por los lejanos escalones de la puerta principal del castillo. Delante iba Albus Dumbledore. Su barba plateada brillaba al sol del ocaso. A su lado iba Cornelius Fudge. Tras ellos marchaban el viejo y débil miembro de la Comisión y el verdugo Macnair.

Tenéis que iros —dijo Hagrid. Le temblaba todo el cuerpo—. No deben veros aquí... Marchaos ya.

Ron se metió a Scabbers en el bolsillo y Hermione cogió la capa.

Salid por detrás.

— Deberías haberlos escoltado hasta el castillo — interrumpió Umbridge. — Eso es lo que haría un buen…

Daniel siguió leyendo sin dejarla terminar.

Lo siguieron hacia la puerta trasera que daba al huerto. Harry se sentía muy raro y aún más al ver a Buckbeak a pocos metros, atado a un árbol, detrás de las calabazas. Buckbeak parecía presentir algo. Volvió la cara afilada de un lado a otro y golpeó el suelo con la zarpa, nervioso.

— Ay, no — gimió Parvati.

No temas, Buckbeak —dijo Hagrid con voz suave—. No temas. —Se volvió hacia los tres amigos—. Venga, marchaos.

Pero no se movieron.

Hagrid, no podemos... Les diremos lo que de verdad sucedió.

No pueden matarlo...

— Eso, eso — murmuró Dean.

¡Marchaos! —ordenó Hagrid con firmeza—. Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además os metierais en un lío.

No tenían opción. Mientras Hermione echaba la capa sobre los otros dos, oyeron hablar al otro lado de la cabaña. Hagrid miró hacia el punto por el que acababan de desaparecer.

Marchaos, rápido —dijo con acritud—. No escuchéis.

— El sonido tiene que ser horrible — dijo Lisa Turpin con una mueca.

Y volvió a entrar en la cabaña al mismo tiempo que alguien llamaba a la puerta de delante.

Lentamente, como en trance, Harry, Ron y Hermione rodearon silenciosamente la casa. Al llegar al otro lado, la puerta se cerró con un golpe seco.

Vámonos aprisa, por favor —susurró Hermione—. No puedo seguir aquí, no lo puedo soportar...

— Ninguno de nosotros podía — dijo Ron, tragando saliva.

Empezaron a subir hacia el castillo. El sol se apresuraba a ocultarse; el cielo se había vuelto de un gris claro teñido de púrpura, pero en el oeste había destellos de rojo rubí.

Ron se detuvo en seco.

Por favor, Ron —comenzó Hermione.

Se trata de Scabbers..., quiere salir.

— Maldita rata — se quejó Anthony Goldstein. — ¿Es que no había otro momento para decidir escaparse otra vez?

Ron se inclinaba intentando impedir que Scabbers se escapara, pero la rata estaba fuera de sí; chillando como loca, se debatía y trataba de morder a Ron en la mano.

Scabbers, tonta, soy yo —susurró Ron.

— ¿Seguro que no era una rata cualquiera? — preguntó una chica de sexto.

— Fue mi mascota durante años, podría reconocerla perfectamente — dijo Ron, indignado.

Oyeron abrirse una puerta detrás de ellos y luego voces masculinas.

¡Por favor, Ron, vámonos, están a punto de hacerlo! —insistió Hermione.

Vale, ¡quédate quieta, Scabbers!

Siguieron caminando; al igual que Hermione, Harry procuraba no oír el sordo rumor de las voces que sonaban detrás de ellos.

— Debió ser horrible — dijo Cho Chang, quien se había puesto muy pálida.

Ron volvió a detenerse.

No la puedo sujetar... Calla, Scabbers, o nos oirá todo el mundo.

La rata chillaba como loca, pero no lo bastante fuerte para eclipsar los sonidos que llegaban del jardín de Hagrid. Las voces de hombre se mezclaban y se confundían. Hubo un silencio y luego, sin previo aviso, el inconfundible silbido del hacha rasgando el aire.

Todo el comedor se quedó en silencio.

Hermione se tambaleó.

¡Ya está! —susurró a Harry—. ¡No me lo puedo creer, lo han hecho!

— Y… así acaba — anunció el chico de Slytherin, rompiendo el silencio aturdido y horrorizado que se había extendido por todo el comedor.

— No hay tiempo que perder — dijo Dumbledore en tono jovial, contrastando enormemente con el sentimiento general que había en el comedor en ese momento. — Sigamos leyendo. El siguiente capítulo se titula — tomó el libro que Daniel había dejado en la tarima —: El perro, el gato y la rata.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii






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