jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 10

 El mapa del merodeador:


— Aquí termina — anunció Madam Hooch, devolviéndole el libro a Dumbledore.

El director se aclaró la garganta antes de decir:

— El siguiente capítulo se titula: El mapa del merodeador.

Harry se tensó. Sabía que eventualmente se mencionaría el mapa del merodeador, pero esperaba que fuera en un momento en el que se sintiera más preparado para discutir con Umbridge. Después de lo que acababan de leer, y de lo sucedido esa misma mañana, no tenía muchas ganas de pelear.

Pero lo haría, porque estaba seguro de que Umbridge no dejaría pasar la oportunidad de quitarle el mapa.

— ¿Alguien quiere leer este capítulo? — preguntó Dumbledore, ignorando los murmullos de interés y confusión que había provocado el título.

Varias personas levantaron la mano, entre ellas Jimmy Peakes, de Gryffindor, quien fue elegido para leer. Subió a la tarima, cogió el libro y, sin perder tiempo, comenzó a leer.

La señora Pomfrey insistió en que Harry se quedara en la enfermería el fin de semana. El muchacho no se quejó, pero no le permitió que tirara los restos de la Nimbus 2.000. Sabía que era una tontería y que la Nimbus no podía repararse, pero Harry no podía evitarlo. Era como perder a uno de sus mejores amigos.

— Era una gran escoba — dijo Wood solemnemente. — Fue una gran pérdida.

Lo visitó gente sin parar, todos con la intención de infundirle ánimos. Hagrid le envió unas flores llenas de tijeretas y que parecían coles amarillas,

— ¿Tenían tijeretas? — exclamó Hagrid. — Maldita sea…

y Ginny Weasley, sonrojada, apareció con una tarjeta de saludo que ella misma había hecho y que cantaba con voz estridente salvo cuando se cerraba y se metía debajo del frutero.

Ignorando las risas de los demás, Harry miró a Ginny, que se había puesto muy roja.

— Gracias por la tarjeta — dijo sinceramente. Ginny gimió.

— De nada. Aunque me habría gustado que cantara un poco mejor.

El equipo de Gryffindor volvió a visitarlo el domingo por la mañana, esta vez con Wood, que aseguró a Harry con voz de ultratumba que no lo culpaba en absoluto.

— Lo decía de verdad, no fue tu culpa — dijo Wood rápidamente, quizá porque había sentido las miradas amenazadoras de las tres cazadoras del equipo.

— Lo sé, no te preocupes — respondió Harry.

Ron y Hermione no se iban hasta que llegaba la noche. Pero nada de cuanto dijera o hiciese nadie podía aliviar a Harry, porque los demás sólo conocían la mitad de lo que le preocupaba.

— Nos lo podías haber contado todo — le reprochó Hermione. Harry se encogió de hombros, sin saber qué responder. Había tenido motivos para callarse sus preocupaciones.

No había dicho nada a nadie acerca del Grim, ni siquiera a Ron y a Hermione, porque sabía que Ron se asustaría y Hermione se burlaría.

Ron hizo una mueca.

— Nos conoces demasiado bien.

El hecho era, sin embargo, que el Grim se le había aparecido dos veces y en las dos ocasiones había habido accidentes casi fatales. La primera casi lo había atropellado el autobús noctámbulo. La segunda había caído de veinte metros de altura. ¿Iba a acosarlo el Grim hasta la muerte? ¿Iba a pasar él el resto de su vida esperando las apariciones del animal?

Sirius parecía horrorizado.

— ¡Claro que no! — exclamó. — Si hubiera sabido lo mucho que iba a asustarte, no habría ido a verte.

— También es mala suerte — dijo Tonks. — Justo cuando te ve, sucede algo peligroso que casi lo mata. Y encima tenía que ser el mismo año en el que oyó hablar del Grim por primera vez.

Harry hizo una mueca. Viendo las cosas de esa forma, era innegable que había tenido muy mala suerte.

Y luego estaban los dementores. Harry se sentía muy humillado cada vez que pensaba en ellos. Todo el mundo decía que los dementores eran espantosos, pero nadie se desmayaba al verlos... Nadie más oía en su cabeza el eco de los gritos de sus padres antes de morir.

— No mucha gente ha vivido horrores similares a los tuyos, Potter — dijo McGonagall con tono solemne. Harry no supo qué responder.

Porque Harry sabía ya de quién era aquella voz que gritaba. En la enfermería, desvelado durante la noche, contemplando las rayas que la luz de la luna dibujaba en el techo, oía sus palabras una y otra vez.

Escuchó a Hermione jadear y a Ginny susurrar "Madre mía". A su alrededor, las caras de todos se mostraban tristes e incluso los gemelos estaban serios.

Cuando se le acercaban los dementores, oía los últimos gritos de su madre, su afán por protegerlo de lord Voldemort, y las carcajadas de lord Voldemort antes de matarla...

— Es horrible — oyó decir a la señora Weasley, que volvía a estar aferrada al brazo de su marido y parecía muy triste.

Harry dormía irregularmente, sumergiéndose en sueños plagados de manos corruptas y viscosas y de gritos de terror, y se despertaba sobresaltado para volver a oír los gritos de su madre.

Harry notó las miradas de pena volver a caer sobre él sin piedad. Miró hacia abajo, centrando la vista en sus manos e ignorando al resto del comedor. Vio entonces cómo las manos de Hermione y Ginny se acercaban a las suyas al mismo tiempo. Dudó un instante y, tras unos segundos, relajó las suyas para permitir que ambas chicas le cogieran de la mano, como ya habían hecho antes.

Se dijo que lo hacía para aliviar a las chicas, que claramente se sentían mal por él y querían apoyarlo. Pero otra parte de él era consciente de lo agradable que era recibir ese apoyo.

Fue un alivio regresar el lunes al bullicio del colegio, donde estaba obligado a pensar en otras cosas, aunque tuviera que soportar las burlas de Draco Malfoy. Malfoy no cabía en sí de gozo por la derrota de Gryffindor. Por fin se había quitado las vendas y lo había celebrado parodiando la caída de Harry.

— Debería darle vergüenza, señor Malfoy — dijo McGonagall. A Harry le sorprendió lo enfadada que parecía. — Espero que leer todo esto le ayude a ver las cosas desde una perspectiva diferente.

Malfoy hizo una mueca, pero no dijo nada. No se atrevía a replicarle a McGonagall.

La mayor parte de la siguiente clase de Pociones la pasó Malfoy imitando por toda la mazmorra a los dementores.

— Qué poca elegancia — bufó Daphne Greengrass. Malfoy la miró con desdén.

— No eres quién para hablarme de elegancia, Greengrass — dijo arrastrando las palabras.

— La elegancia y la clase no son cosas que se puedan comprar con oro — intervino Astoria, la hermana pequeña de Daphne. — Creo que a veces se te olvida, Malfoy.

El chico la miró con una ceja arqueada, pero Jimmy Peakes siguió leyendo antes de que replicara.

Llegó un momento en que Ron no pudo soportarlo más y le arrojó un corazón de cocodrilo grande y viscoso. Le dio en la cara y consiguió que Snape le quitara cincuenta puntos a Gryffindor.

Peakes terminó de leer eso a duras penas, tratando de aguantar la risa. El resto de alumnos no tenían por qué aguantarse y estallaron en carcajadas. Incluso Hermione reía, a pesar de la enorme pérdida que aquello supuso para Gryffindor. Ron parecía muy orgulloso de sí mismo.

— Sublime, Ronnie. Sublime— dijo Fred, limpiándose una lágrima con gesto teatral. —. Mereció la pena perder cincuenta puntos.

— Es lo mejor que he leído en mi vida — rió Ginny.

Harry, que reía como todos los demás, no pudo evitar fijarse en Malfoy. Tenía cara de pocos amigos y fulminaba a Ron con la mirada, pero el tono rosado de sus mejillas mostraba lo mucho que lo había avergonzado esa escena.

Notó entonces que Ron miraba de reojo a su madre, pero la señora Weasley no parecía tener ninguna intención de regañarlo. Al contrario, Harry habría jurado que la había visto sonreír un momento, lo que solo hacía que la situación le pareciera más divertida aún.

En la mesa de profesores, las reacciones estaban muy divididas. Hagrid no ocultaba lo mucho que le divertía lo que acababan de leer, mientras que otros profesores trataban (en vano) de mantener el semblante serio. Flitwick estaba tan concentrado en no sonreír que parecía que estuviera estreñido. Snape parecía muy enfadado y Umbridge tenía cara de asco, pero Harry estaba seguro de que no se debía a que le tuviera mucho cariño a Malfoy, sino a que la idea de que un corazón de cocodrilo impactara en la cara de alguien le resultaba asquerosa.

Cuando todo el mundo se hubo calmado (y Colin Creevey pudo volver a sentarse recto), Peakes siguió leyendo con una gran sonrisa.

Si Snape vuelve a dar la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, me pondré enfermo —explicó Ron, mientras se dirigían al aula de Lupin, tras el almuerzo—. Mira a ver quién está, Hermione.

Snape fulminó a Ron con la mirada, haciendo que el chico se encogiera un poco en el asiento. Harry pensó que, cuando regresaran a las clases, Snape iba a cobrarse todos y cada uno de los comentarios desagradables que habían hecho sobre él a lo largo de los años.

Hermione se asomó al aula.

¡Estupendo!

El profesor Lupin había vuelto al aula. Ciertamente, tenía aspecto de convaleciente. Las togas de siempre le quedaban grandes y tenía ojeras.

— Pobrecito — se oyó decir a una alumna de segundo. Lupin le sonrió, agradecido.

Sin embargo, sonrió a los alumnos mientras se sentaban, y ellos prorrumpieron inmediatamente en quejas sobre el comportamiento de Snape durante la enfermedad de Lupin.

No es justo. Sólo estaba haciendo una sustitución. ¿Por qué tenía que mandarnos trabajo?

— Un profesor sustituto sigue siendo un profesor — dijo Snape despacio, como si estuviera hablando con gente muy estúpida. — Y, por lo tanto, tiene derecho a mandar cualquier trabajo que crea oportuno.

Las caras de muchos alumnos mostraban su desacuerdo, pero ninguno se atrevió a contradecir a Snape.

No sabemos nada sobre los hombres lobo...

¡... dos pergaminos!

¿Le dijisteis al profesor Snape que todavía no habíamos llegado ahí? — preguntó el profesor Lupin, frunciendo un poco el entrecejo.

Volvió a producirse un barullo.

Sí, pero dijo que íbamos muy atrasados...

... no nos escuchó...

¡... dos pergaminos!

— ¿Quién fue el pesado de los dos pergaminos? — preguntó Zacharias Smith. Dean hizo una mueca y se encogió un poco en el asiento, pero por suerte Smith no lo vio.

El profesor Lupin sonrió ante la indignación que se dibujaba en todas las caras.

No os preocupéis. Hablaré con el profesor Snape. No tendréis que hacer el trabajo.

Se oyeron jadeos entre los alumnos más jóvenes.

— No me lo puedo creer — dijo una chica de segundo con los ojos como platos. — Es la primera vez que veo un profesor de Defensa ser razonable.

El respeto y la admiración hacia Lupin no hacían más que crecer. Snape tenía una expresión amarga en el rostro.

¡Oh, no! —exclamó Hermione, decepcionada—. ¡Yo ya lo he terminado!

Se oyó alguna risita, algo que no le hizo ninguna gracia a Hermione.

Tuvieron una clase muy agradable. El profesor Lupin había llevado una caja de cristal que contenía un hinkypunk, una criatura pequeña de una sola pata que parecía hecha de humo, enclenque y aparentemente inofensiva.

Atrae a los viajeros a las ciénagas —dijo el profesor Lupin mientras los alumnos tomaban apuntes—. ¿Veis el farol que le cuelga de la mano? Le sale al paso, el viajero sigue la luz y entonces...

El hinkypunk produjo un chirrido horrible contra el cristal.

Si alguien hubiera necesitado pruebas para creer que las clases de Lupin eran muy interesantes, solo habría tenido que mirar a los alumnos en aquel momento. Todos escuchaban con atención, tanto los que estaban en cursos superiores (y no habían llegado a estudiar ese tema a causa de las irregularidades en esa asignatura) como los más jóvenes. Lupin parecía muy contento al ver la reacción general, pero era Sirius quien sonreía como un loco.

Al sonar el timbre, todos, Harry entre ellos, recogieron sus cosas y se dirigieron a la puerta, pero...

Espera un momento, Harry —le dijo Lupin—, me gustaría hablar un momento contigo.

— ¡Si no has hecho nada! — se quejó un chico de primero.

— No iba a castigarme — respondió Harry pacientemente. No podía culpar al pobre chico por ser precavido con los profesores después de todo lo que habían leído.

Harry volvió sobre sus pasos y vio al profesor cubrir la caja del hinkypunk.

Me han contado lo del partido —dijo Lupin, volviendo a su mesa y metiendo los libros en su maletín—. Y lamento mucho lo de tu escoba. ¿Será posible arreglarla?

No —contestó Harry—, el árbol la hizo trizas.

Wood hizo una mueca de dolor. Harry vio a Angelina rodar los ojos.

Lupin suspiró.

Plantaron el sauce boxeador el mismo año que llegué a Hogwarts. La gente jugaba a un juego que consistía en aproximarse lo suficiente para tocar el tronco. Un chico llamado Davey Gudgeon casi perdió un ojo y se nos prohibió acercarnos. Ninguna escoba habría salido airosa.

— ¡Es mi tío! — exclamó una chica de sexto. — Ahora lleva un ojo de cristal.

— ¿Cómo el del profesor Moody? — preguntó Roger Davies.

— Qué va, el de mi tío no da miedo.

¿Ha oído también lo de los dementores? —dijo Harry, haciendo un esfuerzo. Lupin le dirigió una mirada rápida.

— Me sorprende que le sacaras el tema sin que nadie te presionara a hacerlo — dijo Hermione, impresionada.

Harry se encogió de hombros. Lupin le había caído bien desde el principio. Por algún motivo, le había sido fácil confiar en él.

Sí, lo oí. Creo que nadie ha visto nunca tan enfadado al profesor Dumbledore. Están cada vez más rabiosos porque Dumbledore se niega a dejarlos entrar en los terrenos del colegio... Fue la razón por la que te caíste, ¿no?

Sí —respondió Harry. Dudó un momento y se le escapó la pregunta que le rondaba por la cabeza—. ¿Por qué? ¿Por qué me afectan de esta manera? ¿Acaso soy...?

Harry notó cómo se ruborizaba. Aquella había sido una conversación privada, ¿por qué tenían que leerla frente a todos?

Por otro lado, varios profesores sonreían o tenían expresiones algo extrañas. Si no hubiera sido imposible, habría jurado que McGonagall parecía algo… ¿enternecida?

No tiene nada que ver con la cobardía —dijo el profesor Lupin tajantemente, como si le hubiera leído el pensamiento—. Los dementores te afectan más que a los demás porque en tu pasado hay cosas horribles que los demás no tienen. —

De nuevo, las miraditas de pena cayeron sobre él una tras otra, dándole ganas de marcharse de allí o de hundirse bajo el sofá, lo que fuera más rápido.

— Yo me reí de Potter cuando se desmayó en el tren — dijo un chico de Slytherin en voz alta. Harry no había hablado con él nunca, pero le sonaba de verlo en los pasillos. — Si hubiera sabido la razón por la que se desmayó, no me habría burlado. Creo que te debo una disculpa, Potter.

Completamente aturdido, Harry aceptó las disculpas del otro chico, sintiéndose como si el mundo estuviera a punto de acabarse. ¿Un Slytherin se había disculpado con él? ¿Por voluntad propia?

A su alrededor, sus amigos de Gryffindor estaban tan sorprendidos como él. A Dumbledore le brillaban los ojos.

Un rayo de sol invernal cruzó el aula, iluminando el cabello gris de Lupin y las líneas de su joven rostro—.

— Vaya contraste — murmuró Hermione. — Rostro joven y cabello gris.

— Es lo que tiene la licantropía — respondió Ginny, también en voz baja. — Aun así, yo creo que está bastante bien.

Se deshicieron en risitas y Harry intercambió una mirada confundida con Ron.

Los dementores están entre las criaturas más nauseabundas del mundo. Infestan los lugares más oscuros y más sucios. Disfrutan con la desesperación y la destrucción ajenas, se llevan la paz, la esperanza y la alegría de cuanto les rodea. Incluso los muggles perciben su presencia, aunque no pueden verlos.

Harry recordó a Dudley.

Si alguien se acerca mucho a un dementor, éste le quitará hasta el último sentimiento positivo y hasta el último recuerdo dichoso. Si puede, el dementor se alimentará de él hasta convertirlo en su semejante: en un ser desalmado y maligno. Le dejará sin otra cosa que las peores experiencias de su vida. Y el peor de tus recuerdos, Harry, es tan horrible que derribaría a cualquiera de su escoba. No tienes de qué avergonzarte.

Todo el mundo escuchaba con aire solemne.

— Eso quiere decir que… inconscientemente, siempre has recordado la muerte de tus padres — dijo Romilda Vane con voz queda.

Harry asintió, muy incómodo ante la cantidad de personas que se habían girado para mirarlo al escuchar las palabras de Romilda.

Cuando hay alguno cerca de mí... —Harry miró la mesa de Lupin, con los músculos del cuello tensos— oigo el momento en que Voldemort mató a mi madre.

Ginny le apretó un poco la mano al oír eso y Harry le devolvió al apretón.

Lupin hizo con el brazo un movimiento repentino, como si fuera a coger a Harry por el hombro, pero lo pensó mejor.

— Tenías que haberle dado un abrazo —se quejó Tonks.

— No creo que le hubiera hecho mucha gracia — respondió Lupin.

Hubo un momento de silencio y luego...

¿Por qué acudieron al partido? —preguntó Harry con tristeza.

Están hambrientos —explicó Lupin tranquilamente, cerrando el maletín, que dio un chasquido—. Dumbledore no los deja entrar en el colegio, de forma que su suministro de presas humanas se ha agotado... Supongo que no pudieron resistirse a la gran multitud que había en el estadio. Toda aquella emoción... El ambiente caldeado... Para ellos, tenía que ser como un banquete.

— Así que fue nuestra felicidad la que los atrajo — dijo Justin Finch-Fletchley con cara de asco. — ¿Por qué existen criaturas así?

— Ojalá desaparecieran todos los dementores — dijo Hannah. Parecía muy triste.

Azkaban debe de ser horrible —masculló Harry. Lupin asintió con melancolía.

— ¿Estabas pensando en mí? — preguntó Sirius. Lupin hizo una mueca.

— Puede ser.

— O sea que sí.

Lupin no respondió.

La fortaleza está en una pequeña isla, perdida en el mar. Pero no hacen falta muros ni agua para tener a los presos encerrados, porque todos están atrapados dentro de su propia cabeza, incapaces de tener un pensamiento alegre. La mayoría enloquece al cabo de unas semanas.

— Y con razón — murmuró Hagrid, lo suficientemente alto como para que se le escuchara.

Pero Sirius Black escapó —dijo Harry despacio—. Escapó...

El maletín de Lupin cayó de la mesa. Tuvo que inclinarse para recogerlo.

— Perdón por eso — dijo Harry rápidamente. — Si hubiera sabido…

— No tenías forma de saber que yo conocía a Sirius — le interrumpió Lupin con tono amable. — No tienes por qué disculparte.

Sí —dijo incorporándose—. Black debe de haber descubierto la manera de hacerles frente. Yo no lo habría creído posible... En teoría, los dementores quitan al brujo todos sus poderes si están con él el tiempo suficiente.

— ¿No se te hizo raro llamarme Black? — volvió a preguntar Sirius. Esta vez Lupin suspiró.

— Mucho. Pero después de doce años, me acabé acostumbrando.

Mientras ellos hablaban, muchos miraban a Sirius con cautela. Harry contuvo las ganas de rodar los ojos.

Usted ahuyentó en el tren a aquel dementor —dijo Harry de repente.

Hay algunas defensas que uno puede utilizar —explicó Lupin—. Pero en el tren sólo había un dementor. Cuantos más hay, más difícil resulta defenderse.

¿Qué defensas? —preguntó Harry inmediatamente—. ¿Puede enseñarme?

— Así que por eso sabes hacer un patronus — dijo Moody. — Hiciste un gran trabajo con él, Lupin.

Harry no pudo evitar ruborizarse.

No soy ningún experto en la lucha contra los dementores, Harry. Más bien lo contrario...

Pero si los dementores acuden a otro partido de quidditch, tengo que tener algún arma contra ellos.

— Bien dicho — lo animó Wood.

Lupin vio a Harry tan decidido que dudó un momento y luego dijo:

Bueno, de acuerdo. Intentaré ayudarte. Pero me temo que no podrá ser hasta el próximo trimestre. Tengo mucho que hacer antes de las vacaciones. Elegí un momento muy inoportuno para caer enfermo.

— Bueno, caes enfermo todos los meses — dijo Tonks.

— Pero unos meses sucede en fechas más oportunas que otras — le explicó Lupin.

Con la promesa de que Lupin le daría clases antidementores, la esperanza de que tal vez no tuviera que volver a oír la muerte de su madre, y la derrota que Ravenclaw infligió a Hufflepuff en el partido de quidditch de finales de noviembre, el estado de ánimo de Harry mejoró mucho.

Lupin sonrió y no hacía falta ser un genio para saber que se debía a que se alegraba de haber podido ayudar a Harry.

Gryffindor no había perdido todas las posibilidades de ganar la copa, aunque tampoco podían permitirse otra derrota. Wood recuperó su energía obsesiva y entrenó al equipo con la dureza de costumbre bajo la fría llovizna que persistió durante todo el mes de diciembre. Harry no vio la menor señal de los dementores dentro del recinto del colegio. La ira de Dumbledore parecía mantenerlos en sus puestos, en las entradas.

— ¿Mereció la pena entrenar tanto tiempo? — preguntó una chica de primero de Ravenclaw. — ¿Ganasteis la copa?

— ¡No respondáis! — exclamó otro alumno de primero, esta vez de Hufflepuff. — No quiero que me chaféis el final del libro.

Algunos Gryffindor intercambiaron miradas, sin saber qué hacer, hasta que Angelina dijo:

— No vamos a decir lo que pasó, pero por supuesto que mereció la pena el esfuerzo. Entrenar duro siempre es bueno, incluso cuando pierdes.

Dos semanas antes de que terminara el trimestre, el cielo se aclaró de repente, volviéndose de un deslumbrante blanco opalino, y los terrenos embarrados aparecieron una mañana cubiertos de escarcha. Dentro del castillo había ambiente navideño. El profesor Flitwick, que daba Encantamientos,

El profesor Flitwick dio un saltito en su asiento, como cada vez que escuchaba su nombre.

ya había decorado su aula con luces brillantes que resultaron ser hadas de verdad, que revoloteaban.

Los alumnos de primero, que todavía no habían pasado ninguna navidad en Hogwarts, parecían ilusionados ante la idea de ver hadas.

Los alumnos comentaban entusiasmados sus planes para las vacaciones. Ron y Hermione habían decidido quedarse en Hogwarts, y aunque Ron dijo que era porque no podía aguantar a Percy durante dos semanas,

Percy gruñó.

y Hermione alegó que necesitaba utilizar la biblioteca, no consiguieron engañar a Harry: se quedaban para hacerle compañía y él se sintió muy agradecido.

Se oyeron varios "Oooh" a lo largo del comedor.

— No pensaba que fuera tan obvio — admitió Hermione. Harry rodó los ojos.

— ¿Tan tonto creéis que soy? — dijo, exasperado.

— Solo un poco — replicó Ron, ganándose un codazo en las costillas.

Para satisfacción de todos menos de Harry, estaba programada otra salida a Hogsmeade para el último fin de semana del trimestre.

¡Podemos hacer allí todas las compras de Navidad! —dijo Hermione—. ¡A mis padres les encantaría el hilo dental mentolado de Honeydukes!

Se oyeron risas.

— Siendo dentistas, ese debió ser el mejor regalo de sus vidas — rió Colin.

Resignado a ser el único de tercero que no iría, Harry le pidió prestado a Wood su ejemplar de El mundo de la escoba, y decidió pasar el día informándose sobre los diferentes modelos. En los entrenamientos había montado en una de las escobas del colegio, una antigua Estrella Fugaz muy lenta que volaba a trompicones; estaba claro que necesitaba una escoba propia.

— Teniendo todo el dinero que tienes, me sorprende que no te compraras una escoba nueva inmediatamente después de perder la otra — dijo Parvati.

— Es una decisión importante, no se puede tomar tan rápido — respondió Harry. Unos asientos más allá, Wood asentía enérgicamente.

La mañana del sábado de la excursión, se despidió de Ron y de Hermione, envueltos en capas y bufandas, y subió solo la escalera de mármol que conducía a la torre de Gryffindor. Habla empezado a nevar y el castillo estaba muy tranquilo y silencioso.

—Ojalá pudiéramos leer la excursión de Weasley y Granger — dijo una chica de sexto. — Debió ser casi como una cita.

Ron y Hermione se ruborizaron intensamente.

¡Pss, Harry!

Se dio la vuelta a mitad del corredor del tercer piso y vio a Fred y a George que lo miraban desde detrás de la estatua de una bruja tuerta y jorobada.

— Aquí viene — murmuró Ron. Harry asintió.

Fred lo miró un momento antes de susurrar:

— ¿Vas a dejar que lean eso?

— ¿Acaso puedo impedirlo? — dijo Harry, apenado.

Si por él fuera, no se leería nada sobre el mapa. Pero teniendo en cuenta que salía hasta en el título del capítulo, sería imposible evitar que descubrieran lo que era.

¿Qué hacéis? —preguntó Harry con curiosidad—. ¿Cómo es que no estáis camino de Hogsmeade?

Hemos venido a darte un poco de alegría antes de irnos —le dijo Fred guiñándole el ojo misteriosamente—. Entra aquí...

— ¿Alegría? — dijo un chico de séptimo, arqueando las cejas. Se oyeron algunas risitas.

Le señaló con la cabeza un aula vacía que estaba a la izquierda de la estatua de la bruja. Harry entró detrás de Fred y George. George cerró la puerta sigilosamente y se volvió, mirando a Harry con una amplia sonrisa.

Un regalo navideño por adelantado, Harry —dijo.

— Esto no puede ser bueno — murmuró la señora Weasley.

Fred sacó algo de debajo de la capa y lo puso en una mesa, haciendo con el brazo un ademán rimbombante. Era un pergamino grande, cuadrado, muy desgastado. No tenía nada escrito. Harry, sospechando que fuera una de las bromas de Fred y George, lo miró con detenimiento.

¿Qué es?

Harry miró a Sirius, quien parecía un niño que acababa de recibir un regalo de navidad.

— ¡El mapa! ¿Te lo dieron los Weasley?

Harry asintió. Notó que Fred y George miraban a Sirius de forma especulativa.

Esto, Harry, es el secreto de nuestro éxito —dijo George, acariciando el pergamino.

Nos cuesta desprendernos de él —dijo Fred—. Pero anoche llegamos a la conclusión de que tú lo necesitas más que nosotros.

De todas formas, nos lo sabemos de memoria. Tuyo es. A nosotros ya no nos hace falta.

— Si era algo tan importante, ¿por qué no se lo disteis a Ron? Es vuestro hermano — preguntó Lavender.

Fred y George intercambiaron miradas.

— Harry lo necesitaba más — dijo George finalmente. — Además, siempre se meten en líos los dos juntos.

— Los tres. No te olvides de Hermione — añadió Fred.

— Hicisteis bien en dárselo a Harry — dijo Ron, para sorpresa de muchos. — Quiero decir… Si alguien debería tenerlo, es él.

No explicó por qué, algo que Harry agradeció internamente y que dejó a muchos otros claramente disgustados.

¿Y para qué necesito un pergamino viejo? —preguntó Harry.

¡Un pergamino viejo! —exclamó Fred, cerrando los ojos y haciendo una mueca de dolor, como si Harry lo hubiera ofendido gravemente—. Explícaselo, George.

Bueno, Harry... cuando estábamos en primero... y éramos jóvenes, despreocupados e inocentes... —Harry se rió. Dudaba que Fred y George hubieran sido inocentes alguna vez—.

También reía la gente en el comedor.

— Nos ofendes, Harry — dijo Fred. — En nuestra infancia, fuimos los seres más inocentes del país.

— Eso no te lo crees ni tú — gruñó la señora Weasley.

Bueno, más inocentes de lo que somos ahora... tuvimos un pequeño problema con Filch.

Tiramos una bomba fétida en el pasillo y se molestó.

Así que nos llevó a su despacho y empezó a amenazarnos con el habitual...

... castigo...

... de descuartizamiento...

Dumbledore suspiró y miró a Filch de forma significativa, pero éste no le sostuvo la mirada.

... y fue inevitable que viéramos en uno de sus archivadores un cajón en que ponía «Confiscado y altamente peligroso».

No me digáis... —dijo Harry sonriendo.

Bueno, ¿qué habrías hecho tú? —preguntó Fred— George se encargó de distraerlo lanzando otra bomba fétida, yo abrí a toda prisa el cajón y cogí... esto.

— ¿Un trozo de pergamino? — dijo Cormac McLaggen. — ¿Qué hacía eso en el cajón de las cosas peligrosas?

— Obviamente, no se trata de un simple pergamino — respondió Sirius en tono gélido antes de que los gemelos pudieran hacerlo. — Como sabrás si cierras la boca y escuchas la lectura.

Harry soltó una risita al ver la cara de espanto que se le había quedado a McLaggen. Claramente, a Sirius no se le había olvidado lo cruel que había sido McLaggen con los gemelos hacía un rato.

No fue tan malo como parece —dijo George—. Creemos que Filch no sabía utilizarlo. Probablemente sospechaba lo que era, porque si no, no lo habría confiscado.

— Tendréis que devolver ese artilugio y ser castigados por haberlo robado — escupió Filch, mirando con odio a los gemelos y a Harry.

— Aceptaré el castigo sin rechistar — respondió Fred. — No me arrepiento de nada.

Si bien algunos profesores parecían algo molestos, la emoción que reinaba más entre ellos era la curiosidad.

¿Y sabéis utilizarlo?

Si —dijo Fred, sonriendo con complicidad—. Esta pequeña maravilla nos ha enseñado más que todos los profesores del colegio.

Me estáis tomando el pelo —dijo Harry, mirando el pergamino.

— Eso me dolió — dijo Fred en tono teatral, llevándose la mano al pecho. Harry rodó los ojos.

Ah, ¿sí? ¿Te estamos tomando el pelo? —dijo George.

Sacó la varita, tocó con ella el pergamino y pronunció: —Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.

Harry hizo una mueca. Ahora todos sabrían cómo se usa el mapa.

E inmediatamente, a partir del punto en que había tocado la varita de George, empezaron a aparecer unas finas líneas de tinta, como filamentos de telaraña. Se unieron unas con otras, se cruzaron y se abrieron en abanico en cada una de las esquinas del pergamino. Luego empezaron a aparecer palabras en la parte superior. Palabras en caracteres grandes, verdes y floreados que proclamaban:

Los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta proveedores de artículos para magos traviesos están orgullosos de presentar EL MAPA DEL MERODEADOR.

El comedor se llenó de murmullos.

— ¿Quiénes son esos? — preguntó Terry Boot. Los gemelos se encogieron de hombros al mismo tiempo.

Sirius y Lupin tenían perfectas caras de póker, aunque a Sirius parecía costarle más suprimir la emoción.

Era un mapa que mostraba cada detalle del castillo de Hogwarts y de sus terrenos. Pero lo más extraordinario eran las pequeñas motas de tinta que se movían por él, cada una etiquetada con un nombre escrito con letra diminuta. Estupefacto, Harry se inclinó sobre el mapa. Una mota de la esquina superior izquierda, etiquetada con el nombre del profesor Dumbledore, lo mostraba caminando por su estudio.

Se oyeron jadeos. Todos los murmullos cesaron cuando la gente comenzó a prestar atención atentamente.

La gata del portero, la Señora Norris, patrullaba por la segunda planta, y Peeves se hallaba en aquel momento en la sala de los trofeos, dando tumbos. Y mientras los ojos de Harry recorrían los pasillos que conocía, se percató de otra cosa: aquel mapa mostraba una serie de pasadizos en los que él no había entrado nunca.

— No puede ser verdad — dijo Neville con los ojos como platos.

— ¿Existe un mapa así? — exclamó Seamus.

— ¡Increíble! — saltó Dean.

— ¡No es justo! — se oyó una voz desde la zona de Ravenclaw. — ¿Qué pasa con la privacidad de la gente? ¡Ese mapa no debería existir!

Y entonces se armó la tercera guerra mundial.

Gran parte del comedor defendía la existencia del mapa, utilizando argumentos tales como su utilidad a la hora de encontrar a los profesores o llegar a las aulas a tiempo. Otros muchos, consideraban que era una falta de respeto a su privacidad el salir en el mapa y que alguien pudiera ver dónde estaban las veinticuatro horas del día. Marcus Belby, de Ravenclaw, defendía que nadie tenía derecho a incluirle en un mapa al que él no podía acceder. Angelina le había respondido que, si tenía cosas que ocultar, era su problema. Por otro lado, Malfoy casi gritaba que Harry no tenía ningún derecho a usar ese mapa, pero Astoria Greengrass le llevaba la contraria.

En la mesa de profesores, también se había formado el caos. McGonagall tenía cara de estar muy enfadada y discutía con Sprout, mientras otros profesores parecían más curiosos que preocupados.

Pero todas las conversaciones cesaron al instante cuando se escuchó el chillido de Umbridge a lo largo de todo el comedor:

— ¡SILENCIO!

Harry se preparó mentalmente. Había sabido que este momento llegaría.

— Potter — dijo Umbridge con ímpetu. Se había puesto en pie y miraba a Harry con furia. — Ese mapa es un objeto peligroso y debe ser entregado inmediatamente al ministerio.

— ¡Menuda tontería! — exclamó Ron. No fue el único que saltó contra Umbridge, como bien notó Harry. Muchos de sus amigos también gritaban.

— ¡Suficiente! — volvió a chillar Umbridge. — Si lo que acabamos de leer es cierto, ese mapa es capaz de mostrar dónde están todas las personas del colegio en cada momento. Eso es magia muy avanzada y me temo que podría ser incluso magia oscura.

— ¡Claro que no! — Esta vez, fue Sirius quien se puso en pie, llamando la atención de todo el mundo y provocando que todos cerraran la boca. — Por supuesto que es magia avanzada, pero no hay ni gota de magia oscura en ese mapa.

— ¿Y eso cómo lo sabe? — dijo Umbridge. A Harry le dio la impresión de que le iban a salir chispas por los ojos, por lo furiosa que estaba.

— Porque lo sé — replicó Sirius.

Fudge se puso en pie en ese momento.

— Da igual si el mapa fue creado con magia oscura o no. Es un objeto peligroso que, además, atenta contra la privacidad de todo el alumnado y del profesorado. Debe ser entregado a las autoridades inmediatamente — dijo, dándose importancia.

— De eso nada — replicó Harry. — El mapa es mío y me lo voy a quedar.

— Potter, sé razonable — insistió el ministro. Harry lo fulminó con la mirada.

— Si me permite…

La voz sedosa de Snape hizo que todos se callaran de inmediato.

— ¿Severus? — preguntó Dumbledore. Quizá fueron imaginaciones suyas, pero a Harry le pareció notar un deje de algo extraño en el tono de Dumbledore… ¿tal vez, advertencia?

— Si ese objeto es tan peligroso, lo será aquí y en el ministerio — dijo Snape. — Por tanto, la mejor opción es destruirlo.

Sirius le pegó una patada a una almohada, mandándola a volar y haciendo gritar a varios estudiantes.

— No finjas que te interesa la seguridad de los alumnos — dijo Sirius. — Solo quieres destruir el mapa por tus propias razones egoístas.

— El mapa no será destruido — intervino Dumbledore antes de que Snape pudiera replicar. Ambos hombres se miraban con odio y a Harry le pareció que Snape tenía la mano preparada para coger la varita en cualquier momento. — Ese mapa tiene dueño y éste tiene derecho a conservarlo.

— ¿Quién es el dueño real? — preguntó la señora Pomfrey.

— Harry — respondió Dumbledore.

El caos regresó en todo su esplendor.

— ¡A Potter le dieron el mapa esos Weasley! ¡Y ellos lo habían robado! — exclamó Umbridge. — ¿O acaso ha olvidado lo que acabamos de leer?

— Dumbledore, esto es inaceptable — resopló Fudge. — Un objeto tan extraño no puede permanecer con un alumno. ¡Ni siquiera sabemos de dónde salió! Es necesario llevarlo al ministerio y examinarlo.

— ¡Sobre mi cadáver! — gritó Sirius.

— ¡Así será! — replicó Umbridge.

— El mapa en sí no es peligroso — bufó Lupin, claramente frustrado. — Lo peligroso sería que cayera en las manos indebidas.

Umbridge soltó un bufido que podría rivalizar con los de Crookshanks.

— ¡El mapa va a ser confiscado! Quieran ustedes o no.

Los estudiantes tenían sus propias opiniones. Algunos seguían gritándose, sumidos en sus peleas, mientras Harry trataba de escuchar cada palabra que se dijera desde la mesa de profesores. No le importaba lo más mínimo lo que pensaran los demás alumnos, pero debía asegurarse de que los profesores no le quitarían el mapa.

Dumbledore levantó la varita y de ella salió un sonido extraño y estridente que hizo que muchos alumnos se taparan los oídos.

— Creo que no me he explicado con suficiente claridad — dijo Dumbledore cuando todo el mundo se hubo callado. — El mapa fue creado por unas personas en concreto. Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta. Hasta ahí todos estamos de acuerdo, ¿verdad?

Cuando nadie le llevó la contraria, siguió hablando.

— Esas personas dejaron el mapa en Hogwarts, probablemente con la idea de que sirviera a futuras generaciones. Después de todo, ¿de qué sirve tener un mapa de Hogwarts a tiempo real si no estás en Hogwarts?

Varios alumnos intercambiaron miradas. Ninguno lo había pensado desde ese punto de vista.

— Por lo tanto, si asumimos que ese era el plan de los creadores, el alumno que encontrara el mapa pasaría a ser su nuevo dueño temporal — siguió Dumbledore. — Lo que convierte a los señores Weasley en los propietarios del mapa. Y entonces ellos, siguiendo con la tradición de pasar el mapa a las nuevas generaciones, se lo dieron a alguien que lo necesitaba. El mapa es de Potter y lo será hasta que él se marche de Hogwarts o decida dárselo a alguien.

— Eso es una tontería — farfulló Fudge.

— Además — lo interrumpió Dumbledore con frialdad, — hay otros motivos por los que Harry es el dueño legítimo de ese mapa. Creo que las descubriremos todas a lo largo de este libro. Hasta que no lo leamos todo, no podremos decidir qué hacer con el mapa.

Harry no podía estar más agradecido con Dumbledore. Sabía que eventualmente todos sabrían quiénes eran los merodeadores y por qué el mapa era legítimamente de Harry, pero la explicación de Dumbledore serviría para calmar las aguas y evitar que le quitaran el mapa por el momento.

Y así fue. Viendo que había perdido la batalla, Fudge regresó a su asiento, con la tez roja de ira y los puños apretados. Umbridge siguió sus pasos, algo aturdida y más que furiosa. En cuanto al alumnado, todos se vieron obligados a sentarse de nuevo y callarse sus opiniones, ya que el tono de Dumbledore había dejado claro que, quien se opusiera a él, tendría una dura lucha por delante.

Jimmy Peakes siguió leyendo, algo más nervioso que antes.

Muchos parecían conducir...

Exactamente a Hogsmeade —dijo Fred, recorriéndolos con el dedo—. Hay siete en total. Ahora bien, Filch conoce estos cuatro. —Los señaló—. Pero nosotros estamos seguros de que nadie más conoce estos otros. Olvídate de éste de detrás del espejo de la cuarta planta. Lo hemos utilizado hasta el invierno pasado, pero ahora está completamente bloqueado.

Se oyeron jadeos.

— ¿Había un pasadizo ahí? — dijo Zabini, incrédulo.

Y en cuanto a éste, no creemos que nadie lo haya utilizado nunca, porque el sauce boxeador está plantado justo en la entrada.

Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas. Sin que se dieran cuenta, Lupin y Sirius hicieron lo mismo.

Pero éste de aquí lleva directamente al sótano de Honeydukes. Lo hemos atravesado montones de veces. Y la entrada está al lado mismo de esta aula, como quizás hayas notado, en la joroba de la bruja tuerta.

Harry gimió internamente. Ahora todos sabían dónde estaban los pasadizos. Ya no podría salir de Hogwarts sin que lo pillaran. Eso mismo debían estar pensando muchos, a juzgar por los murmullos y las expresiones de alegría de varios alumnos.

Algunos profesores tenían expresiones triunfales. Harry supuso que siempre se habían preguntado cómo era posible que los alumnos salieran sin que los vieran.

Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta —suspiró George, señalando la cabecera del mapa—. Les debemos tanto...

De reojo, Harry vio a Sirius y Lupin sonreír.

Hombres nobles que trabajaron sin descanso para ayudar a una nueva generación de quebrantadores de la ley —dijo Fred solemnemente.

Sirius asintió con falsa solemnidad.

Bien —añadió George—. No olvides borrarlo después de haberlo utilizado.

De lo contrario, cualquiera podría leerlo —dijo Fred en tono de advertencia. —No tienes más que tocarlo con la varita y decir: «¡Travesura realizada!», y se quedará en blanco.

Harry hizo una mueca. Seguía sin hacerle gracia que todos supieran como se usaba el mapa.

Así que, joven Harry —dijo Fred, imitando a Percy admirablemente—, pórtate bien.

Percy fulminó con la mirada a los gemelos.

Nos veremos en Honeydukes —le dijo George, guiñándole un ojo. Salieron del aula sonriendo con satisfacción.

— Sabíais que a Harry lo perseguía un asesino — dijo la señora Weasley con voz queda. — ¿Cómo pudisteis darle ese mapa?

— No le perseguía ningún asesino — se excusó Fred, pero su madre le lanzó una mirada que le hizo callar al instante.

— ¡Eso no lo sabías! — dijo, tratando de no subir la voz. — ¿Y si Sirius hubiera sido peligroso?

— Harry iba a estar acompañado todo el tiempo — respondió George. — Dudo mucho que Sirius hubiera podido acercarse a él en Honeydukes o en las Tres Escobas.

A pesar de que tenía razón, Molly no se dejó convencer.

— No debisteis hacerlo. Podíais haberlo puesto en peligro.

Viendo que habían perdido la batalla, los gemelos agacharon la cabeza y volvieron a centrarse en la lectura, aunque a Harry no le pareció que tuvieran pinta de estar muy arrepentidos.

Se sentía muy halagado por la preocupación de la señora Weasley hacia él, pero se alegraba muchísimo de que Fred y George le hubieran dado el mapa aquel día.

Harry se quedó allí, mirando el mapa milagroso. Vio que la mota de tinta que correspondía a la Señora Norris se volvía a la izquierda y se paraba a olfatear algo en el suelo. Si realmente Filch no lo conocía, él no tendría que pasar por el lado de los dementores. Pero incluso mientras permanecía allí, emocionado, recordó algo que en una ocasión había oído al señor Weasley: «No confíes en nada que piense si no ves dónde tiene el cerebro.»

Arthur sonrió y Harry, algo azorado, evitó mirarlo a toda costa.

Aquel mapa parecía uno de aquellos peligrosos objetos mágicos contra los que el señor Weasley les advertía. «Artículos para magos traviesos...» Ahora bien, meditó Harry, él sólo quería utilizarlo para ir a Hogsmeade. No era lo mismo que robar o atacar a alguien... Y Fred y George lo habían utilizado durante años sin que ocurriera nada horrible.

Oyó a la señora Weasley suspirar. Sin embargo, fue Lupin el que habló.

— A esto me refería antes — dijo en voz alta. — El mapa no es peligroso. Te puede ayudar a moverte por el castillo o a visitar Hogsmeade fácilmente. No es lo mismo usarlo para espiar a alguien o para robar que para ir a una tienda de golosinas.

Dijo todo eso con la mirada fija en McGonagall, para sorpresa de Harry. La profesora no había parecido muy feliz al descubrir la existencia del mapa y, con una punzada, Harry se dio cuenta de que si había alguien que pudiera quitarle el mapa, era ella. Si Umbridge o Fudge lo intentaban, Harry lucharía con todo lo que tenía para evitarlo. Si McGonagall le exigía que se lo diera para guardarlo bajo custodia, Harry no podría negarse y mucho menos lanzarle un maleficio.

Harry recorrió con el dedo el pasadizo secreto que llevaba a Honeydukes. Entonces, muy rápidamente, como si obedeciera una orden, enrolló el mapa, se lo escondió en la túnica y se fue a toda prisa hacia la puerta del aula. La abrió cinco centímetros. No había nadie allí fuera. Con mucho cuidado, salió del aula y se colocó detrás de la estatua de la bruja tuerta.

— Eso fueron los genes Potter empujándote a pasártelo bien por una vez — dijo Sirius felizmente. Parecía mucho más tranquilo que antes, lo que alegró a Harry.

¿Qué tenía que hacer? Sacó de nuevo el mapa y vio con asombro que en él había aparecido una mota de tinta con el rótulo «Harry Potter». Esta mota se encontraba exactamente donde estaba el verdadero Harry, hacia la mitad del corredor de la tercera planta.

— Eso no lo hace un simple hechizo localizador — dijo Flitwick, impresionado. — Los creadores de ese mapa debieron usar magia muy específica y avanzada.

Sirius sonrió con orgullo al oír eso. Por su parte, Lupin trató de ser más disimulado y mantener la expresión neutral.

Harry lo miró con atención. Su otro yo de tinta parecía golpear a la bruja con la varita. Rápidamente, Harry extrajo su varita y le dio a la estatua unos golpecitos. Nada ocurrió. Volvió a mirar el mapa. Al lado de la mota había un diminuto letrero, como un bocadillo de tebeo. Decía: «Dissendio.»

— Eso es alucinante — dio Neville.

¡Dissendio! —susurró Harry, volviendo a golpear con la varita la estatua de la bruja.

Inmediatamente, la joroba de la estatua se abrió lo suficiente para que pudiera pasar por ella una persona delgada. Harry miró a ambos lados del corredor, guardó el mapa, metió la cabeza por el agujero y se impulsó hacia delante. Se deslizó por un largo trecho de lo que parecía un tobogán de piedra y aterrizó en una tierra fría y húmeda. Se puso en pie, mirando a su alrededor. Estaba totalmente oscuro. Levantó la varita, murmuró ¡Lumos!, y vio que se encontraba en un pasadizo muy estrecho, bajo y cubierto de barro.

— Creo que yo prefiero quedarme en Hogwarts antes que pasar por ahí — dijo Demelza Robins con una mueca.

Levantó el mapa, lo golpeó con la punta de la varita y dijo: «¡Travesura realizada!» El mapa se quedó inmediatamente en blanco. Lo dobló con cuidado, se lo guardó en la túnica, y con el corazón latiéndole con fuerza, sintiéndose al mismo tiempo emocionado y temeroso, se puso en camino.

— Hey, Gred, ¿recuerdas lo emocionante que fue usar el mapa por primera vez?

— Por supuesto, Feorge. Qué tiempos aquellos — dijo, fingiendo limpiarse una lágrima.

El pasadizo se doblaba y retorcía, más parecido a la madriguera de un conejo gigante que a ninguna otra cosa. Harry corrió por él, con la varita por delante, tropezando de vez en cuando en el suelo ó mucho, pero a Harry le animaba la idea de llegar a Honeydukes.

— ¿Y a quién no? — dijo Ron.

— No a todo el mundo le gustan las golosinas — le respondió Hermione. Ron hizo una mueca.

— Hay gente muy rara.

Después de una hora más o menos, el camino comenzó a ascender. Jadeando, aceleró el paso. Tenía la cara caliente y los pies muy fríos.

— ¿Y a mí qué me importa cómo tuviera Potter los pies? — resopló Zacharias Smith. Se oyó alguna risita y Harry no supo qué responderle, porque estaba de acuerdo en que era un detalle completamente innecesario.

Diez minutos después, llegó al pie de una escalera de piedra que se perdía en las alturas. Procurando no hacer ruido, comenzó a subir. Cien escalones, doscientos... perdió la cuenta mientras subía mirándose los pies...

— ¿Tantos? — dijo Parvati con una mueca.

Luego, de improviso, su cabeza dio en algo duro. Parecía una trampilla. Aguzó el oído mientras se frotaba la cabeza.

Se oyeron algunas risitas. A Harry no le hacía tanta gracia.

No oía nada. Muy despacio, levantó ligeramente la trampilla y miró por la rendija. Se encontraba en un sótano lleno de cajas y cajones de madera. Salió y volvió a bajar la trampilla. Se disimulaba tan bien en el suelo cubierto de polvo que era imposible que nadie se diera cuenta de que estaba allí.

Ahora todos sabían que estaba allí, pensó Harry, sintiéndose algo deprimido.

Harry anduvo sigilosamente hacia la escalera de madera. Ahora oía voces, además del tañido de una campana y el chirriar de una puerta al abrirse y cerrarse.

Mientras se preguntaba qué haría, oyó abrirse otra puerta mucho más cerca de él. Alguien se dirigía hacia allí.

Y coge otra caja de babosas de gelatina, querido. Casi se han acabado —dijo una voz femenina.

— ¡De verdad está en Honeydukes! — exclamó Dennis Creevey.

Un par de pies bajaba por la escalera. Harry se ocultó tras un cajón grande y aguardó a que pasaran. Oyó que el hombre movía unas cajas y las ponía contra la pared de enfrente. Tal vez no se presentara otra oportunidad...

— Es el momento perfecto para salir de allí — dijo Moody.

Rápida y sigilosamente, salió del escondite y subió por la escalera. Al mirar hacia atrás vio un trasero gigantesco y una cabeza calva y brillante metida en una caja.

Se oyó más de una carcajada. A su lado, Ron soltó un bufido seguido de una risita.

Harry llegó a la puerta que estaba al final de la escalera, la atravesó y se encontró tras el mostrador de Honeydukes. Agachó la cabeza, salió a gatas y se volvió a incorporar.

— Se te daría bien trabajar como auror — dijo Kingsley, sorprendiendo a Harry. — No cualquiera puede entrar en una tienda abarrotada sin que le vean.

Harry se ruborizó intensamente.

Honeydukes estaba tan abarrotada de alumnos de Hogwarts que nadie se fijó en Harry. Pasó por detrás de ellos, mirando a su alrededor, y tuvo que contener la risa al imaginarse la cara que pondría Dudley si pudiera ver dónde se encontraba.

— Habría que llevar a Dudley a Honeydukes solo para que vea lo que se pierde — dijo Seamus. Varios le dieron la razón, incluido Ron, quien dijo que le haría oler todos los botes de plumas de azúcar y no le dejaría probar ninguna.

La tienda estaba llena de estantes repletos de los dulces más apetitosos que se puedan imaginar. Cremosos trozos de turrón, cubitos de helado de coco de color rosa trémulo, gruesos caramelos de café con leche, cientos de chocolates diferentes puestos en filas.

— ¿Tenemos que leer esto? — preguntó Ginny, llevándose una mano al estómago.

— Yo pensaba que el goloso de la familia era Ron — le dijo Harry en tono burlón.

— No, él es el pozo sin fondo. Es diferente — contestó Ginny. — A mí me gustan los dulces, pero si comiera todo lo que come él, no podría entrar por la puerta del dormitorio.

— Come lo que quiere y solo crece hacia arriba — dijo Hermione, mirando a Ron de arriba abajo. — Qué injusto.

— ¡Hey! — Ron no sabía si tomárselo como un cumplido o no, así que optó por hacer una mueca extraña y no decir nada.

Había un barril enorme lleno de alubias de sabores y otro de Meigas Fritas, las bolas de helado levitador de las que le había hablado Ron. En otra pared había dulces de efectos especiales: el chicle droobles, que hacía los mejores globos (podía llenar una habitación de globos de color jacinto que tardaban días en explotar),

— ¿Color jacinto? ¿Ese qué color es? — preguntó un chico de tercero.

— ¿Qué más da? Me está entrando hambre — replicó un amigo suyo.

la rara seda dental con sabor a menta, diablillos negros de pimienta («¡quema a tus amigos con el aliento!»); ratones de helado («¡oye a tus dientes rechinar y castañetear!»); crema de menta en forma de sapo («¡realmente saltan en el estómago!»); frágiles plumas de azúcar hilado y caramelos que estallaban.

Para cuando Jimmy Peakes terminó de leer esa descripción, a medio comedor se le caía la baba.

Harry se apretujó entre una multitud de chicos de sexto, y vio un letrero colgado en el rincón más apartado de la tienda («Sabores insólitos»). Ron y Hermione estaban debajo, observando una bandeja de pirulíes con sabor a sangre.

— ¿A sangre? — exclamó una chica de primero, asqueada.

— Puede que no estén mal — dijo el chico que estaba sentado a su lado. — ¿Nunca te las mordido la lengua sin querer? La sangre está buena.

La chica movió su asiento ligeramente hacia la derecha, alejándose de él.

Harry se les acercó a hurtadillas por detrás.

Uf, no, Harry no querrá de éstos. Creo que son para vampiros —decía Hermione.

¿Y qué te parece esto? —dijo Ron acercando un tarro de cucarachas a la nariz de Hermione.

Aún peor —dijo Harry.

A Ron casi se le cayó el bote.

Muchos se echaron a reír.

— Me parece muy bonito que le estuvierais comprando chuches a Harry — dijo Alicia Spinnet. — Aunque lo de las cucarachas…

— Recuérdame que nunca te pida que me traigas golosinas — dijo Ginny con una mueca. Ron se encogió de hombros.

— Si se venden es porque alguien las compra.

Harry no quería saber quién querría comprar esa clase de dulces.

¡Harry! —gritó Hermione—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo... como lo has hecho...?

¡Ahí va! —dijo Ron muy impresionado—. ¡Has aprendido a materializarte!

— No seas iluso — dijo Adrian Pucey. — Nadie puede aparecerse en Hogwarts.

— Ya lo sé — gruñó Ron.

Por supuesto que no —dijo Harry. Bajó la voz para que ninguno de los de sexto pudiera oírle y les contó lo del mapa del merodeador.

— ¿Veis? Sabíamos que Harry lo compartiría — dijo George.

¿Por qué Fred y George no me lo han dejado nunca? ¡Son mis hermanos!

— No lo necesitabas, hermanito — dijo Fred, estirándose para revolverle el pelo a Ron, quien se apartó con un gruñido.

¡Pero Harry no se quedará con él! —dijo Hermione, como si la idea fuera absurda—. Se lo entregará a la profesora McGonagall. ¿A que sí, Harry?

¡No! —contestó Harry.

¿Estás loca? —dijo Ron, mirando a Hermione con ojos muy abiertos—. ¿Entregar algo tan estupendo?

— Tendríais que haberlo hecho — dijo McGonagall. Los miraba con severidad y Harry se puso algo nervioso.

El trío no dijo nada para defenderse, por lo que Peakes siguió leyendo.

¡Si lo entrego tendré que explicar dónde lo conseguí! Filch se enteraría de que Fred y George se lo cogieron.

— Es todo un detalle que no quisieras delatarnos — dijo George.

— Sí, no como otras personas — Fred miró fijamente a Hermione, quien se puso algo roja.

Pero ¿y Sirius Black? —susurró Hermione—. ¡Podría estar utilizando alguno de los pasadizos del mapa para entrar en el castillo! ¡Los profesores tienen que saberlo!

— Cualquiera podría usar los pasadizos para entrar en el colegio — dijo Umbridge. — Por eso el mapa no debería estar aquí.

— Ahora todos sabemos dónde están los pasadizos y podremos bloquearlos — replicó McGonagall. — Que el mapa se quede en Hogwarts no significará que los alumnos puedan utilizarlo para salir del colegio.

De mal humor, Umbridge volvió a centrarse en la lectura.

No puede entrar por un pasadizo —dijo enseguida Harry—. Hay siete pasadizos secretos en el mapa, ¿verdad? Fred y George saben que Filch conoce cuatro. Y en cuanto a los otros tres... uno está bloqueado y nadie lo puede atravesar; otro tiene plantado en la entrada el sauce boxeador, de forma que no se puede salir; y el que acabo de atravesar yo..., bien..., es realmente difícil distinguir la entrada, ahí abajo, en el sótano... Así que a menos que supiera que se encontraba allí...

Harry dudó. ¿Y si Black sabía que la entrada del pasadizo estaba allí?

Sirius soltó una risotada.

— Por supuesto que lo sabía — dijo en voz alta. Se oyeron varios grititos ahogados y Harry rodó los ojos. ¿Es que Sirius no se cansaba de asustar a la gente?

Ron, sin embargo, se aclaró la garganta y señaló un rótulo que estaba pegado en la parte interior de la puerta de la tienda:

POR ORDEN DEL MINISTERIO DE MAGIA

Se recuerda a los clientes que hasta nuevo aviso los dementores patrullarán las calles cada noche después de la puesta de sol. Se ha tomado esta medida pensando en la seguridad de los habitantes de Hogsmeade y se levantará tras la captura de Sirius Black. Es aconsejable, por lo tanto, que los ciudadanos finalicen las compras mucho antes de que se haga de noche.

¡Felices Pascuas!

— ¿Pascuas? ¿No es navidad? — preguntó una chica de segundo.

— Se puede decir pascuas para referirse a la navidad — le explicó un Ravenclaw mayor.

— Pues no me parece bien. Es confuso — refunfuñó la chica.

¿Lo veis? —dijo Ron en voz baja—. Me gustaría ver a Black tratando de entrar en Honeydukes con los dementores por todo el pueblo. De cualquier forma, los propietarios de Honeydukes lo oirían entrar, ¿no? Viven encima de la tienda.

Sí, pero... —Parecía que Hermione se esforzaba por hallar nuevas objeciones —. Mira, a pesar de lo que digas, Harry no debería venir a Hogsmeade porque no tiene autorización. ¡Si alguien lo descubre se verá en un grave aprieto! Y todavía no ha anochecido: ¿qué ocurriría si Sirius Black apareciera hoy? ¿Si apareciera ahora?

— Granger, ¿por qué eres tan aguafiestas? — dijo Pansy Parkinson. Hermione la fulminó con la mirada y no respondió.

Pues que las pasaría moradas para localizar aquí a Harry —dijo Ron, señalando con la cabeza la nieve densa que formaba remolinos al otro lado de las ventanas con parteluz. Vamos, Hermione, es Navidad. Harry se merece un descanso.

— Si lo hubiera querido localizar, lo habría hecho fácilmente — alardeó Sirius. A Harry le estaban entrando ganas de ponerle un calcetín en la boca para que dejara de hacer esos comentarios. Cada vez que parecía que los alumnos se habían relajado, Sirius decía algo que les recordaba que estaban en presencia de un supuesto asesino.

Hermione se mordió el labio. Parecía muy preocupada.

¿Me vas a delatar? —le preguntó Harry con una sonrisa.

— Ya sabías la respuesta — gruñó Hermione. Harry sonrió.

— Por supuesto que la sabía.

Claro que no, pero, la verdad...

¿Has visto las Meigas Fritas, Harry? —preguntó Ron, cogiéndolo del brazo y llevándoselo hasta el tonel en que estaban—.

Se oyeron risas y Hermione rodó los ojos, exasperada.

¿Y las babosas de gelatina? ¿Y las píldoras ácidas? Fred me dio una cuando tenía siete años. Me hizo un agujero en la lengua. Recuerdo que mi madre le dio una buena tunda con la escoba. —Ron se quedó pensativo, mirando la caja de píldoras—. ¿Creéis que Fred picaría y cogería una cucaracha si le dijera que son cacahuetes?

— Más quisieras — dijo Fred. — Tendrías que inventarte algo más elaborado para que colara.

— No sé, por lo menos métela dentro de un pastel o algo — sugirió George.

— O hazla papilla y échamela en la bebida.

— No me deis ideas — dijo Ron, aunque parecía estar tomando nota mentalmente.

Después de pagar los dulces que habían cogido, salieron los tres a la ventisca de la calle.

Hogsmeade era como una postal de Navidad. Las tiendas y casitas con techumbre de paja estaban cubiertas por una capa de nieve crujiente. En las puertas había adornos navideños y filas de velas embrujadas que colgaban de los árboles.

— Suena precioso — dijo una chica de primero, de Gryffindor.

— Lo es — le aseguró Luna Lovegood.

A Harry le dio un escalofrío. A diferencia de Ron y Hermione, no había cogido su capa.

A la señora Pomfrey no pareció hacerle mucha gracia oír eso.

Subieron por la calle, inclinando la cabeza contra el viento. Ron y Hermione gritaban con la boca tapada por la bufanda.

Ahí está correos.

Zonko está allí.

Podríamos ir a la casa de los gritos.

— Id allí — les instó Sirius. — Es… un lugar fascinante.

Viendo las caras de algunos, estaba claro que, tras ese comentario, no pisarían la casa de los gritos en su vida.

Os propongo otra cosa —dijo Ron, castañeteando los dientes—. ¿Qué tal si tomamos una cerveza de mantequilla en Las Tres Escobas?

A Harry le apetecía muchísimo, porque el viento era horrible y tenía las manos congeladas. Así que cruzaron la calle y a los pocos minutos entraron en el bar.

A Harry le dio un vuelco el corazón. Había estado tan preocupado por si le quitaban el mapa que se le había olvidado que ese día habían pasado más cosas.

Estaba calentito y lleno de gente, de bullicio y de humo. Una mujer guapa y de buena figura servía a un grupo de pendencieros en la barra.

Algunos soltaron risitas al escuchar esa descripción.

Ésa es la señora Rosmerta —dijo Ron—. Voy por las bebidas, ¿eh? —añadió sonrojándose un poco.

Eso provocó las carcajadas de más de uno. Ron se sonrojó con fuerza. Hermione, por otro lado, no parecía muy contenta.

Harry y Hermione se dirigieron a la parte trasera del bar, donde quedaba libre una mesa pequeña, entre la ventana y un bonito árbol navideño, al lado de la chimenea. Ron regresó cinco minutos más tarde con tres jarras de caliente y espumosa cerveza de mantequilla.

¡Felices Pascuas! —dijo levantando la jarra, muy contento.

— Me sigue sonando raro — refunfuñó la misma chica de antes.

Harry bebió hasta el fondo. Era lo más delicioso que había probado en la vida, y reconfortaba cada célula del cuerpo.

Los que nunca habían probado la cerveza de mantequilla se morían por hacerlo. Los que ya lo habían hecho, deseaban beber una en ese momento.

Una repentina corriente de aire lo despeinó. Se había vuelto a abrir la puerta de Las Tres Escobas. Harry echó un vistazo por encima de la jarra y casi se atragantó.

Eso llamó la atención de muchos, que se irguieron en sus asientos con interés.

El profesor Flitwick y la profesora McGonagall acababan de entrar en el bar con una ráfaga de copos de nieve.

Tanto Flitwick como McGonagall parecieron muy sorprendidos.

Los seguía Hagrid muy de cerca, inmerso en una conversación con un hombre corpulento que llevaba un sombrero hongo de color verde lima y una capa de rayas finas: era Cornelius Fudge, el ministro de Magia.

— Tiene que ser una broma — bufó Seamus.

— No puedes tener tan mala suerte — gimió Angelina al mismo tiempo.

En menos de un segundo, Ron y Hermione obligaron a Harry a agacharse y esconderse debajo de la mesa, empujándolo con las manos. Chorreando cerveza de mantequilla y en cuclillas, empuñando con fuerza la jarra vacía, Harry observó los pies de los tres adultos, que se acercaban a la barra, se detenían, se daban la vuelta y avanzaban hacia donde él estaba.

— Oh, no — Hannah Abbott se había llevado las manos a la boca, horrorizada. — ¡Te van a pillar!

— Me temo que no — replicó McGonagall, y su tono le hizo pensar a Harry que iba a estar castigado hasta que se graduara.

Hermione susurró:

¡Mobiliarbo!

El árbol de Navidad que había al lado de la mesa se elevó unos centímetros, se corrió hacia un lado y, suavemente, se volvió a posar delante de ellos, ocultándolos.

— Genial — murmuró Ginny, impresionada.

Mirando a través de las ramas más bajas y densas, Harry vio las patas de cuatro sillas que se separaban de la mesa de al lado, y oyó a los profesores y al ministro resoplar y suspirar mientras se sentaban.

Luego vio otro par de pies con zapatos de tacón alto y de color turquesa brillante, y oyó una voz femenina:

Una tacita de alhelí...

Para mí —indicó la voz de la profesora McGonagall.

— No solo te escapaste del colegio para ir a Hogsmeade sin permiso mientras un supuesto asesino te buscaba —dijo McGonagall lentamente, — sino que encima te escondiste bajo una mesa para espiar una conversación privada.

— No pretendía espiar — se defendió Harry. — No es mi culpa que nuestras mesas estuvieran tan cerca y pudiera oírlo todo.

— ¿Lo escuchaste todo? — preguntó McGonagall, y a Harry le pareció que, más que enfadada, parecía preocupada.

— Sí, profesora — respondió con sinceridad. McGonagall hizo una mueca y, sin decir nada más, le indicó a Peakes que siguiera leyendo.

Dos litros de hidromiel caliente con especias...

Gracias, Rosmerta —dijo Hagrid.

— ¿Dos litros? — masculló Seamus.

— Menudo estómago — dijo Dean.

Un jarabe de cereza y gaseosa con hielo y sombrilla.

¡Mmm! —dijo el profesor Flitwick, relamiéndose.

Flitwick se ruborizó intensamente.

El ron de grosella tiene que ser para usted, señor ministro.

Gracias, Rosmerta, querida —dijo la voz de Fudge—. Estoy encantado de volver a verte. Tómate tú otro, ¿quieres? Ven y únete a nosotros...

Muchas gracias, señor ministro.

Fudge sonrió al recordar eso.

Harry vio alejarse y regresar los llamativos tacones. Sentía los latidos del corazón en la garganta. ¿Cómo no se le había ocurrido que también para los profesores era el último fin de semana del trimestre? ¿Cuánto tiempo se quedarían allí sentados? Necesitaba tiempo para volver a entrar en Honeydukes a hurtadillas si quería volver al colegio aquella noche...

— Es muy fácil olvidar que los profesores también somos personas — dijo la profesora Sprout en tono irónico.

A la pierna de Hermione le dio un tic.

— Normal — bufó Ginny.

¿Qué le trae por estos pagos, señor ministro? —dijo la voz de la señora Rosmerta.

Harry vio girarse la parte inferior del grueso cuerpo de Fudge, como si estuviera comprobando que no había nadie cerca. Luego dijo en voz baja:

¿Qué va a ser, querida? Sirius Black. Me imagino que sabes lo que ocurrió en el colegio en Halloween.

— No me digas que van a hablar de algo serio — dijo Ernie Macmillan. — No sé cómo lo haces, Harry, pero siempre estás en el sitio indicado para enterarte de las cosas importantes.

— Encima esta vez ni siquiera está tratando de espiar, ha sido casualidad — dijo Susan Bones. — Tiene que ser una especie de don.

Harry pensó que, más que un don, era una maldición.

Sí, oí un rumor —admitió la señora Rosmerta.

¿Se lo contaste a todo el bar, Hagrid? —dijo la profesora McGonagall enfadada.

Hagrid se sonrojó.

¿Cree que Black sigue por la zona, señor ministro? —susurró la señora Rosmerta.

Estoy seguro —dijo Fudge escuetamente.

— Por una vez, tiene usted razón en algo — dijo Sirius. Fudge se atragantó con su propia saliva al escucharlo.

¿Sabe que los dementores han registrado ya dos veces este local? —dijo la señora Rosmerta—. Me espantaron a toda la clientela. Es fatal para el negocio, señor ministro.

Rosmerta querida, a mí no me gustan más que a ti —dijo Fudge con incomodidad—. Pero son precauciones necesarias... Son un mal necesario. Acabo de tropezarme con algunos: están furiosos con Dumbledore porque no los deja entrar en los terrenos del castillo.

Menos mal —dijo la profesora McGonagall tajantemente. —¿Cómo íbamos a dar clase con esos monstruos rondando por allí?

— Me habría pasado el año en la enfermería si Dumbledore hubiera permitido eso— murmuró Harry en voz baja.

— Al menos habríamos podido hincharnos a chocolate — dijo Ron. — Pero creo que no habría merecido la pena.

Bien dicho, bien dicho —dijo el pequeño profesor Flitwick, cuyos pies colgaban a treinta centímetros del suelo.

Flitwick hizo una mueca y agitó un poco los pies, que también le colgaban ahora a bastantes centímetros del suelo.

De todas formas —objetó Fudge—, están aquí para defendernos de algo mucho peor. Todos sabemos de lo que Black es capaz...

— ¿Van a volver a contar lo malo malísimo que soy? — dijo Sirius fingiendo aburrirse.

Harry tragó saliva. Recordaba lo que había escuchado aquel día y cómo su opinión sobre Sirius había cambiado drásticamente. Notó una punzada en el estómago y volvió a tragar saliva, tratando de calmar los nervios.

¿Sabéis? Todavía me cuesta creerlo —dijo pensativa la señora Rosmerta—. De toda la gente que se pasó al lado Tenebroso, Sirius Black era el último del que hubiera pensado... Quiero decir, lo recuerdo cuando era un niño en Hogwarts. Si me hubierais dicho entonces en qué se iba a convertir, habría creído que habíais tomado demasiado hidromiel.

Eso pilló por sorpresa a muchos. Harry supuso que habían crecido escuchando lo horrible que era Sirius Black y nadie se había parado a pensar en que quizá no siempre había sido así.

No sabes la mitad de la historia, Rosmerta —dijo Fudge con aspereza—. La gente desconoce lo peor.

¿Lo peor? —dijo la señora Rosmerta con la voz impregnada de curiosidad—. ¿Peor que matar a toda esa gente?

— ¿Qué puede haber peor? — susurró Parvati, algo cohibida. Todo el mundo se había quedado en silencio, en parte porque no querían perderse nada de esa conversación, pero también porque la presencia de Sirius les incomodaba ahora más que nunca.

Desde luego, eso quiero decir —dijo Fudge.

No puedo creerlo. ¿Qué podría ser peor?

Dices que te acuerdas de cuando estaba en Hogwarts, Rosmerta —susurró la profesora McGonagall—. ¿Sabes quién era su mejor amigo?

Pues claro —dijo la señora Rosmerta riendo ligeramente—. Nunca se veía al uno sin el otro. ¡La de veces que estuvieron aquí! Siempre me hacían reír. ¡Un par de cómicos, Sirius Black y James Potter!

Se oyeron jadeos y gritos ahogados.

— ¿Eran amigos? — exclamó Colin, asombrado. — No puede ser…

Muchos miraron a Harry como pidiéndole respuestas, pero él mantuvo la boca cerrada. Ya era hora de que comenzaran a fijarse en las cosas y llegar a sus propias conclusiones.

A Harry se le cayó la jarra de la mano, produciendo un fuerte ruido de metal. Ron le dio con el pie.

Nadie podía culpar a Ron por eso.

Exactamente —dijo la profesora McGonagall—. Black y Potter. Cabecillas de su pandilla. Los dos eran muy inteligentes. Excepcionalmente inteligentes. Creo que nunca hemos tenido dos alborotadores como ellos.

— Tenemos que ponernos las pilas — le dijo Fred a George. McGonagall hizo una mueca.

No sé —dijo Hagrid, riendo entre dientes—. Fred y George Weasley podrían dejarlos atrás.

— Gracias, Hagrid.

— Agradecemos tu confianza en nosotros.

Hagrid les sonrió.

¡Cualquiera habría dicho que Black y Potter eran hermanos! —terció el profesor Flitwick—. ¡Inseparables!

¡Por supuesto que lo eran! —dijo Fudge—. Potter confiaba en Black más que en ningún otro amigo. Nada cambió cuando dejaron el colegio. Black fue el padrino de boda cuando James se casó con Lily. Luego fue el padrino de Harry. Harry no sabe nada, claro. Ya te puedes imaginar cuánto se impresionaría si lo supiera.

La gente escuchaba con la boca abierta.

— Entonces… — dijo un valiente alumno de séptimo de Gryffindor. — ¿Black traicionó a su mejor amigo? ¿Permitió que intentaran matar a su ahijado?

— Por supuesto que no — respondió Sirius. Por primera vez, lo hizo en tono serio. — Jamás habría traicionado a James. Prefiero morir antes que poner en peligro la vida de Harry.

Harry notó una sensación cálida en la zona de su estómago y le dieron muchas ganas de darle un abrazo a Sirius, pero se contuvo.

¿Porque Black se alió con Quien-ustedes-saben? —susurró la señora Rosmerta.

Aún peor, querida... —Fudge bajó la voz y continuó en un susurro casi inaudible—. Los Potter no ignoraban que Quien-tú-sabes iba tras ellos. Dumbledore, que luchaba incansablemente contra Quien-tú-sabes, tenía cierto número de espías. Uno le dio el soplo y Dumbledore alertó inmediatamente a James y a Lily. Les aconsejó ocultarse. Bien, por supuesto que Quien-tú-sabes no era alguien de quien uno se pudiera ocultar fácilmente. Dumbledore les dijo que su mejor defensa era el encantamiento Fidelio.

— ¿Fidelio? — repitió un alumno, confundido. Peakes siguió leyendo rápidamente.

¿Cómo funciona eso? —preguntó la señora Rosmerta, muerta de curiosidad. El profesor Flitwick carraspeó.

Es un encantamiento tremendamente complicado —dijo con voz de pito—

Flitwick hizo una mueca al escuchar eso.

que supone el ocultamiento mágico de algo dentro de una sola mente. La información se oculta dentro de la persona elegida, que es el guardián secreto. Y en lo sucesivo es imposible encontrar lo que guarda, a menos que el guardián secreto opte por divulgarlo. Mientras el guardián secreto se negara a hablar, Quien-tú-sabes podía registrar el pueblo en que estaban James y Lily sin encontrarlos nunca, aunque tuviera la nariz pegada a la ventana de la salita de estar de la pareja.

Todo el mundo escuchaba con interés. Harry jamás había visto a nadie tan atento en clase de encantamientos, pero estaba seguro de que, después de esto, muchos prestarían más atención en clase.

¿Así que Black era el guardián secreto de los Potter? —susurró la señora Rosmerta.

Naturalmente —dijo la profesora McGonagall—. James Potter le dijo a Dumbledore que Black daría su vida antes de revelar dónde se ocultaban, y que Black estaba pensando en ocultarse él también... Y aun así, Dumbledore seguía preocupado. Él mismo se ofreció como guardián secreto de los Potter.

— Debimos aceptar esa oferta — dijo Sirius amargamente. A su lado, Lupin tenía cara de estar muy triste. — Nos habríamos ahorrado mucho sufrimiento.

Harry prefería no pensar en esas cosas. Era increíble lo mucho que una mala decisión había cambiado su vida.

¿Sospechaba de Black? —exclamó la señora Rosmerta.

Dumbledore estaba convencido de que alguien cercano a los Potter había informado a Quien-tú-sabes de sus movimientos —dijo la profesora McGonagall con voz misteriosa—. De hecho, llevaba algún tiempo sospechando que en nuestro bando teníamos un traidor que pasaba información a Quien-tú-sabes.

Se oyeron murmullos.

— Entonces Black traicionó a los Potter mucho antes de que Quien-Vosotros-Sabéis intentara atacarlos — dijo Ernie. Sirius lo fulminó con la mirada, haciendo que el chico se encogiera en el asiento.

— No, yo no traicioné a nadie — dijo. — Nada es lo que parece.

La gente parecía incluso más confundida que antes.

¿Y a pesar de todo James Potter insistió en que el guardián secreto fuera Black?

Así es —confirmó Fudge—. Y apenas una semana después de que se hubiera llevado a cabo el encantamiento Fidelio...

¿Black los traicionó? —musitó la señora Rosmerta.

Desde luego. Black estaba cansado de su papel de espía. Estaba dispuesto a declarar abiertamente su apoyo a Quien-tú-sabes. Y parece que tenía la intención de hacerlo en el momento en que murieran los Potter. Pero como sabemos todos, Quien-tú-sabes sucumbió ante el pequeño Harry Potter. Con sus poderes destruidos, completamente debilitado, huyó. Y esto dejó a Black en una situación incómoda. Su amo había caído en el mismo momento en que Black había descubierto su juego. No tenía otra elección que escapar...

Sirius lo escuchaba todo con amargura.

— Lo peor es que tenía sentido — dijo. — Entiendo perfectamente por qué todo el mundo se creyó esa historia. ¿Cómo pueden encajar tan bien tantas mentiras?

Nadie supo contestarle.

Sucio y asqueroso traidor —dijo Hagrid, tan alto que la mitad del bar se quedó en silencio.

Chist —dijo la profesora McGonagall.

En el presente, Hagrid se disculpó con Sirius, quien no parecía enfadado con él.

¡Me lo encontré —bramó Hagrid—, seguramente fui yo el último que lo vio antes de que matara a toda aquella gente! ¡Fui yo quien rescató a Harry de la casa de Lily y James, después de su asesinato! Lo saqué de entre las ruinas, pobrecito. Tenía una herida grande en la frente y sus padres habían muerto...

Súbitamente, a Harry le dieron muchas ganas de irse de allí. Puede que ya hubiera escuchado esa conversación antes, pero recordar cada detalle no estaba siendo nada fácil.

Y Sirius Black apareció en aquella moto voladora que solía llevar. No se me ocurrió preguntarme lo que había ido a hacer allí. No sabía que él había sido el guardián secreto de Lily y James. Pensé que se había enterado del ataque de Quien-vosotros-sabéis y había acudido para ver en qué podía ayudar. Estaba pálido y tembloroso. ¿Y sabéis lo que hice? ¡ME PUSE A CONSOLAR A AQUEL TRAIDOR ASESINO!—exclamó Hagrid.

— Fui un imbécil — dijo Hagrid, apenado. — Sirius Black no es ningún asesino.

Muchos parecieron sorprendidos al escuchar eso viniendo de Hagrid. Ciertamente, era curioso el contraste entre las palabras que decía el Hagrid del libro y las que decía el Hagrid del presente.

Hagrid, por favor —dijo la profesora McGonagall—, baja la voz.

¿Cómo iba a saber yo que su turbación no se debía a lo que les había pasado a Lily y a James? ¡Lo que le turbaba era la suerte de Quien-vosotros-sabéis! Y entonces me dijo: «Dame a Harry, Hagrid. Soy su padrino. Yo cuidaré de él...»

Cuando había escuchado esa conversación por primera vez, Harry no había podido comprender del todo el peso de esas palabras. Ahora, sabiendo que Sirius lo había dicho de verdad, que realmente se había ofrecido para cuidarlo, no pudo evitar sentir emociones muy contradictorias. Por un lado, le llenaba de felicidad saber que Sirius había estado dispuesto a criarlo. Pero por otro lado… eso nunca había llegado a suceder, y pensar en todo lo que pudo ser y no fue era doloroso.

¡Ja! ¡Pero yo tenía órdenes de Dumbledore y le dije a Black que no! Dumbledore me había dicho que Harry tenía que ir a casa de sus tíos. Black discutió, pero al final tuvo que ceder. Me dijo que cogiera su moto para llevar a Harry hasta la casa de los Dursley. «No la necesito ya», me dijo. Tendría que haberme dado cuenta de que había algo raro en todo aquello. Adoraba su moto. ¿Por qué me la daba?

— Porque llevar a Harry a un sitio seguro era más importante que cualquier otra cosa — respondió Sirius con sinceridad. — Me podía comprar otra moto, pero a Harry no lo podía reemplazar.

La respuesta era tan simple que a muchos les dejó descolocados.

¿Por qué decía que ya no la necesitaba? La verdad es que una moto deja demasiadas huellas, es muy fácil de seguir.

— No tenía motivos para huir porque no hice nada — volvió a interrumpir Sirius. Harry se preguntó por qué se esforzaba tanto de pronto, si había estado disfrutando el miedo que provocaba en los estudiantes durante días.

Pensó que, quizá, lo que Sirius pretendía ahora era evitar que la gente aceptara sin pensar la versión de los hechos que se estaba narrando solo porque parecía tener sentido. A base de interrumpir constantemente ofreciendo respuestas alternativas, estaba consiguiendo que nadie supiera qué creer, lo cual era mejor que creer ciegamente en una sarta de mentiras.

Dumbledore sabía que él era el guardián de los Potter. Black tenía que huir aquella noche. Sabía que el Ministerio no tardaría en perseguirlo. Pero ¿y si le hubiera entregado a Harry, eh? Apuesto a que lo habría arrojado de la moto en alta mar.

Sirius jadeó. Por primera vez, a Harry le pareció que se había ofendido.

— ¡Claro que no! ¡Nunca haría eso! —exclamó. — Pretendía cuidarlo. Tenía derecho, soy su padrino.

— Perdón, perdón otra vez — dijo Hagrid, abatido. — Ahora me doy cuenta de la cantidad de estupideces que dije aquel día.

¡Al hijo de su mejor amigo! Y es que cuando un mago se pasa al lado tenebroso, no hay nada ni nadie que le importe...

Malfoy hizo una mueca extraña en ese momento. A Harry le habría encantado saber qué se le estaba pasando por la cabeza.

Tras la perorata de Hagrid hubo un largo silencio. Luego, la señora Rosmerta dijo con cierta satisfacción:

Pero no consiguió huir, ¿verdad? El Ministerio de Magia lo atrapó al día siguiente.

¡Ah, si lo hubiéramos encontrado nosotros...! —dijo Fudge con amargura—. No fuimos nosotros, fue el pequeño Peter Pettigrew: otro de los amigos de Potter. Enloquecido de dolor, sin duda, y sabiendo que Black era el guardián secreto de los Black, él mismo lo persiguió.

Sirius gruñó con fuerza. A su lado, Lupin tenía el semblante serio, pero en sus ojos había un brillo que a Harry le hizo recordar a la fiera que había visto en tercer año, la noche que Lupin olvidó tomar la poción.

¿Pettigrew...? ¿Aquel gordito que lo seguía a todas partes? —preguntó la señora Rosmerta.

Adoraba a Black y a Potter. Eran sus héroes —dijo la profesora McGonagall—. No era tan inteligente como ellos y a menudo yo era brusca con él. Podéis imaginaros cómo me pesa ahora... —Su voz sonaba como si tuviera un resfriado repentino.

— Que no te pese, Minerva — dijo Dumbledore, para sorpresa de muchos. — Pettigrew nunca fue lo que creímos.

— Ahora ya lo sé — contestó McGonagall.

Venga, venga, Minerva —le dijo Fudge amablemente—. Pettigrew murió como un héroe. Los testigos oculares (muggles, por supuesto, tuvimos que borrarles la memoria...) nos contaron que Pettigrew había arrinconado a Black. Dicen que sollozaba: «¡A Lily y a James, Sirius! ¿Cómo pudiste...?» Y entonces sacó la varita. Aunque, claro, Black fue más rápido. Hizo polvo a Pettigrew.

— Ojala — gruñó Sirius. Lupin le dio un golpe en el brazo a modo de advertencia, pero fue demasiado tarde. Decenas de miradas aterrorizadas cayeron sobre él, que rodó los ojos y murmuró algo que sonó como una palabrota.

La profesora McGonagall se sonó la nariz y dijo con voz llorosa:

¡Qué chico más alocado, qué bobo! Siempre fue muy malo en los duelos. Tenía que habérselo dejado al Ministerio...

McGonagall parecía asqueada al escuchar sus propias palabras.

Os digo que si yo hubiera encontrado a Black antes que Pettigrew, no habría perdido el tiempo con varitas... Lo habría descuartizado, miembro por miembro — gruñó Hagrid.

Ahora, muchos miraban a Hagrid con cautela.

— Así que, además de ser un profesor deplorable y de enviar a sus alumnos al bosque a ser comidos por tarántulas — dijo Umbridge, — también sería capaz de descuartizar a una persona. ¿Puede alguien explicarme por qué no se le ha expulsado ya del colegio?

Harry suspiró. Empezaba a hartarse de que Umbridge tratara de echar a Hagrid a la más mínima.

— Nadie va a ser despedido hasta que acabemos la lectura de todos los libros — repitió Dumbledore pacientemente, aunque a Harry le pareció que la paciencia se le estaba agotando. — Lo repetiré las veces que haga falta, aunque preferiría no tener que hacerlo.

Umbridge cerró la boca, fulminando con la mirada a Dumbledore y después a Hagrid.

No sabes lo que dices, Hagrid —dijo Fudge con brusquedad—. Nadie salvo los muy preparados Magos de Choque del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales habría tenido una oportunidad contra Black, después de haberlo acorralado. En aquel entonces yo era el subsecretario del Departamento de Catástrofes en el Mundo de la Magia, y fui uno de los primeros en personarse en el lugar de los hechos cuando Black mató a toda aquella gente. Nunca, nunca lo olvidaré. Todavía a veces sueño con ello. Un cráter en el centro de la calle, tan profundo que había reventado las alcantarillas. Había cadáveres por todas partes. Muggles gritando. Y Black allí, riéndose, con los restos de Pettigrew delante... Una túnica manchada de sangre y unos... unos trozos de su cuerpo.

Se hizo el silencio.

— ¿Cómo puede explicar eso? — dijo Fudge lentamente. — Yo mismo vi todas esas cosas. Y Black reía… ¿Por qué reiría si fuera una víctima en todo esto?

— Porque ya no podía más — admitió Sirius. — Porque Pettigrew nos la había jugado y yo acababa de perderlo todo. Casi pierdo la cabeza.

De nuevo, la sinceridad en su voz hizo que muchos no supieran qué pensar. Los hechos que se estaban narrando en el libro tenían mucho sentido, pero no encajaban para nada con la realidad que estaban viviendo y con lo que les estaba contando el Sirius de carne y hueso que tenían delante.

La voz de Fudge se detuvo de repente. Cinco narices se sonaron.

Bueno, ahí lo tienes, Rosmerta —dijo Fudge con la voz tomada—. A Black se lo llevaron veinte miembros del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales, y Pettigrew fue investido Caballero de primera clase de la Orden de Merlín, que creo que fue de algún consuelo para su pobre madre. Black ha estado desde entonces en Azkaban.

— A Pettigrew tendrían que retirarle esa Orden de Merín — dijo Hermione con una mueca de asco. Harry asintió. No se le ocurría una persona que la mereciera menos.

La señora Rosmerta dio un largo suspiro.

¿Es cierto que está loco, señor ministro?

Me gustaría poder asegurar que lo estaba —dijo Fudge—. Ciertamente creo que la derrota de su amo lo trastornó durante algún tiempo. El asesinato de Pettigrew y de todos aquellos muggles fue la acción de un hombre acorralado y desesperado: cruel, inútil, sin sentido.

— Todo eso es cierto — interrumpió Sirius. — Pero el que estaba acorralado y desesperado no era yo.

Fudge y él se miraron fijamente unos instantes, antes de que Peakes siguiera leyendo.

Sin embargo, en mi última inspección de Azkaban pude ver a Black. La mayoría de los presos que hay allí hablan en la oscuridad consigo mismos. Han perdido el juicio... Pero me quedé sorprendido de lo normal que parecía Black. Estuvo hablando conmigo con total sensatez. Fue desconcertante. Me dio la impresión de que se aburría.

— Claro que me aburría — bufó Sirius. — En Azkaban no hay nada que hacer.

— Los presos no suelen tener la suficiente cordura como para querer hacer algo — dijo Tonks.

Me preguntó si había acabado de leer el periódico. Tan sereno como os podáis imaginar, me dijo que echaba de menos los crucigramas. Sí, me quedé estupefacto al comprobar el escaso efecto que los dementores parecían tener sobre él. Y él era uno de los que estaban más vigilados en Azkaban, ¿sabéis? Tenía dementores ante la puerta día y noche.

Curiosamente, fue eso más que nada lo que hizo que muchos miraran a Sirius con miedo. Él rodó los ojos y dijo:

— Hay motivos por los que pude soportar a los dementores tanto tiempo. Los sabréis todos cuando acabemos de leer esto.

Pero ¿qué pretende al fugarse? —preguntó la señora Rosmerta—. ¡Dios mío, señor ministro! No intentará reunirse con Quien-usted-sabe, ¿verdad?

Me atrevería a afirmar que es su... su... objetivo final —respondió Fudge evasivamente—. Pero esperamos atraparlo antes. Tengo que decir que Quien-tú-sabes, solo y sin amigos, es una cosa... pero con su más devoto seguidor, me estremezco al pensar lo poco que tardará en volver a alzarse...

— Así que admite que la posibilidad de que Quien-Usted-Sabe regrese es muy alta — dijo McGonagall como quien no quiere la cosa.

— Solo si contara con ayuda — replicó Fudge rápidamente.

— Cosa que sucedió — dijo Dumbledore. — Uno de sus seguidores lo encontró y lo ayudó a recuperar su fuerza.

Fudge no dijo nada, y Harry no sabía si se debía a que finalmente iba a dejar de negar el regreso de Voldemort o a que suponía que tenía las de perder y no tenía ganas de discutir.

Hubo un sonido hueco, como cuando el vidrio golpea la madera. Alguien había dejado su vaso.

Si tiene que cenar con el director, Cornelius, lo mejor será que nos vayamos acercando al castillo.

Todos los pies que había ante Harry volvieron a soportar el cuerpo de sus propietarios. La parte inferior de las capas se balanceó y los llamativos tacones de la señora Rosmerta desaparecieron tras el mostrador. Volvió a abrirse la puerta de Las Tres Escobas, entró otra ráfaga de nieve y los profesores desaparecieron.

¿Harry?

Las caras de Ron y Hermione se asomaron bajo la mesa. Los dos lo miraron fijamente, sin saber qué decir.

— Así acaba — dijo Peakes. Estaba algo pálido y tenía pinta de arrepentirse de haber elegido leer precisamente ese capítulo.

— Creo que todos necesitamos un pequeño descanso — anunció Dumbledore. — Seguiremos leyendo dentro de una hora.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA  PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii

No hay comentarios:

Publicar un comentario