jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 11

La saeta de fuego:


— Creo que todos necesitamos un pequeño descanso — anunció Dumbledore. — Seguiremos leyendo dentro de una hora.

— Tengo que contaros una cosa — susurró Harry en cuanto todo el mundo comenzó a ponerse en pie.

— Vamos fuera — replicó Hermione.

Le dijeron al resto de los Weasley que necesitaban tomar el aire un rato y comenzaron a andar hacia las puertas, pero Harry frenó en seco tras dar dos pasos.

— ¿No vienes? — le dijo a Ginny, que se había quedado sentada en su lugar.

La chica pareció sorprendida.

— Eh… claro, voy.

Salieron los cuatro, conscientes de que decenas de miradas los seguían. Una vez fuera del comedor, Harry comenzó a andar directamente hacia las escaleras.

— ¿Dónde vamos? — preguntó Ron.

— A donde nadie pueda oírnos — respondió Harry sin pararse. Los demás lo siguieron sin rechistar.

Subieron las escaleras con rapidez, sintiendo cómo el sonido de las voces en el comedor iba disminuyendo cada vez más. Para cuando llegaron al cuarto piso, solo se escuchaban sus pasos y sus respiraciones agitadas.

— ¿Entramos en algún aula de por aquí? — sugirió Ron.

Harry negó con la cabeza y siguió subiendo. No pararon hasta que llegaron al séptimo piso, al tramo de pasillo en el que se encontraba la sala de los menesteres.

Harry caminó tres veces frente a esa pared y en ella apareció una puerta de roble. Sin decir nada, los cuatro amigos entraron en la sala, que se había convertido en una copia casi exacta de la sala común de Gryffindor.

— ¿Qué es eso que nos tienes que contar? — preguntó Hermione, sentándose en una de las butacas más mullidas.

Harry se dejó caer en otra de las butacas. No tenía ni idea de cómo contarles su conversación con Malfoy, así que decidió que lo mejor sería ir al grano.

— A la hora de comer, no salí del comedor a dar una vuelta. Lo hice para seguir a Malfoy.

— Qué sorpresa — dijo Ron en tono irónico. — Me lo tenía que haber imaginado.

Impacientándose un poco, Harry continuó:

— Cuando lo encontré, vi que no estaba solo. Malfoy estaba hablando con una de las personas del futuro — dijo. — Y no es la primera vez que hablan con él a solas.

Hermione se inclinó hacia delante.

— ¿Por qué querrían hablar con él en privado?

Harry tragó saliva y Ginny debió notar que se había puesto algo nervioso, porque dijo en tono amable:

— ¿Sabes de qué hablaban?

Harry asintió. Respiró hondo antes de responder:

— Esta mañana le hicieron ir a un aula en la que había varios de ellos. Parece que le enseñaron parte del último libro.

Hermione jadeó y Ron soltó un bufido. Ginny, por su parte, frunció el ceño y dijo:

— ¿Por qué?

— Querían que leyera… algo en concreto.

— ¿Sabes el qué? — preguntó Hermione. Harry asintió solemnemente.

— Le han obligado a leer la muerte de Crabbe.

Ron hizo un sonido muy raro con la garganta, mientras Ginny lo miraba con la boca abierta.

— Mi madr… — Hermione se llevó la mano a la boca, horrorizada.

— Creo que esa gente del futuro está intentando que Malfoy cambie — dijo Harry tras unos segundos de silencio. — Crabbe murió de forma horrible y no habría sucedido si no hubiera estado del lado de Voldemort.

— ¿Cómo… cómo murió? — preguntó Ron con un hilo de voz.

— Provocó un fuego y acabó quemándose a sí mismo — respondió Harry. Ron hizo una mueca y Ginny jadeó, mientras Hermione se tapaba la cara con las manos.

— No me lo puedo creer — murmuró.

— ¿Por qué le han enseñado eso a Malfoy? — bufó Ron, que se había puesto un poco verde. — Es cruel…

Hermione levantó la cabeza para mirarlos a la cara antes de suspirar y decir:

— Piénsalo. Si quieren que Malfoy cambie de bando, lo mejor que pueden hacer es enseñarle las consecuencias que tendrá no hacerlo. Es brillante… y sí, también es cruel.

— En cualquier caso, creo que funciona — dijo Harry. — Tendríais que haber visto la cara de Malfoy mientras me lo contaba. Estaba…

Luchó para encontrar una palabra que lo definiera. La que le venía a la cabeza era "destrozado", pero le costaba unir esa palabra a Draco Malfoy.

— ¿Te lo contó el propio Malfoy? — dijo Ginny. — Eso es un poco raro.

— Cuando llegué al aula donde se escondía, uno de los encapuchados estaba con él — explicó Harry. — Y entonces ese tipo nos encerró en el aula hasta que habláramos.

Ron hizo una mueca.

— ¿Hasta que hablarais?

— Quería que Malfoy se viera obligado a contarme lo de Crabbe.

— ¿Pero por qué? — dijo Ginny. — Si la gente del futuro quiere que sepas lo de Crabbe, ¿por qué no te lo dicen ellos?

Harry abrió la boca para responder, pero entonces se dio cuenta de que no sabía la respuesta. Miró a Hermione, quien tenía el ceño fruncido y la vista fija en el reposabrazos de Harry.

— Creo que lo que la gente del futuro quiere no es que Harry sepa lo de Crabbe — dijo finalmente. — Creo que pretenden que Harry convenza a Malfoy de cambiarse de bando. Seguro que le has dicho que debería hacerlo, ¿verdad?

Harry asintió.

— Le he dicho que debería pedirle ayuda a Dumbledore.

— Pues espero que lo haga — dijo Ginny. — Puede que sea un imbécil, pero ver a tu mejor amigo quemarse vivo es algo que no le desearía a nadie.

Se quedaron varios minutos más en la sala de los menesteres, disfrutando del silencio y de poder hablar tranquilamente sin tener que elevar la voz o susurrar para que nadie los escuchara.

Cuando Ron dijo que le apetecía comer algo, bajaron de nuevo al Gran Comedor, pero una voz los distrajo cuando iban por el segundo piso.

— ¡No me interesa!

Harry intercambió miradas con sus amigos.

— ¿Esa era la voz de Snape? — susurró Hermione.

Harry asintió y, tratando de no hacer ruido, fue por el pasillo en dirección a la voz que acababan de escuchar.

Cuando llegaron a la esquina del pasillo, Ginny se asomó con disimulo.

— Es uno de los encapuchados — murmuró.

Harry se asomó sobre su cabeza y, efectivamente, en medio del pasillo se encontraban Snape y uno de los desconocidos, que llevaba puesta la túnica con capucha negra de siempre.

— Solo digo que deberías escucharme.

— ¿Acaso no he sido lo suficientemente claro? — replicó Snape, furioso. — No me interesa lo que tengas que decirme. Si tanto me necesitáis, ya sabes lo que pido a cambio.

— No puedo decirte quién soy — respondió el desconocido. — Al menos no ahora. Te lo explicaré todo esta noche, cuando acabe la lectura.

Dicho eso, echó a andar en dirección a Harry y los demás, que echaron a correr hacia las escaleras antes de que pudieran ser vistos.

— ¿De qué iba todo eso? — resopló Ron al llegar a la puerta del comedor. Pero mientras los cuatro trataban de recuperar el aire, un grito agudo proveniente del interior del comedor les hizo entrar corriendo, varita en mano.

La visión que los recibió fue una que Harry no olvidaría en su vida.

La profesora Umbridge estaba en la tarima, gritando como una loca y sosteniendo una cosa rosada y larga que Harry tardó varios segundos en identificar como su propia lengua. Le vino un recuerdo de Dudley el verano anterior, cuando los gemelos Weasley le habían dado un caramelo longuilinguo después de casi destrozar el salón de los Dursley.

Soltó una carcajada que apenas se oyó entre las decenas de alumnos que gritaban por la confusión y el miedo y los que reían sin parar.

Fudge, sudando y visiblemente agobiado, agitó la varita sobre la enorme lengua de Umbridge, pero no sucedió nada. La profesora soltó un chillido y siguió gritando como una posesa, tratando de decir algo que nadie comprendió.

— ¿Por qué nadie hace nada? — exclamó Hermione.

— Porque a nadie le importa — respondió Ron felizmente.

Y era cierto. La mayoría de alumnos miraba la escena con cierta curiosidad morbosa, mientras que los pocos que tenían algo de respeto por Umbridge parecían horrorizados, y algunos de los más pequeños tenían pinta de tener mucho miedo. Además, Sirius reía a carcajadas y su risa parecía asustar a más de uno.

Entre los profesores, ninguno parecía tener mucha prisa por detener el hechizo. Pero cuando el intento de Fudge fracasó, el profesor Flitwick dio un paso adelante y, tras hacer un par de movimientos de varita, murmuró algo que hizo que la hinchazón en la lengua de Umbridge disminuyera al instante.

Harry y sus amigos regresaron a sus asientos, todavía con la vista fija en Umbridge, a la que le caían gotas de sudor por la frente y se le había caído el lazo de la cabeza.

— ¿Quién ha sido? — chilló, todavía sin aire. — ¡Exijo saber quién ha sido!

— Tranquilícese, Dolores — dijo Dumbledore amablemente. — Me temo que se ha tratado de una simple pócima para agrandar. Probablemente la haya ingerido sin darse cuenta.

Umbridge se giró hacia la mesa de profesores hecha una furia y comenzó a examinar el plato de galletas y dulces que había frente a su asiento. Solo entonces se dio cuenta Harry de que también había dulces en la mesita que había frente a su asiento.

— Han aparecido por sí solos — explicó Luna, viendo la cara de confusión de Harry. — Los elfos domésticos nos los han subido para picar algo durante el descanso.

En ese momento, los gemelos se sentaron frente a Harry y los demás, sonriendo de oreja a oreja.

— ¿Habéis visto el show? — preguntó Fred.

— ¿Cómo habéis conseguido que Umbridge se coma un caramelo longuilinguo? — bufó Ron. Parecía maravillado.

— Shh, no lo digas tan alto —dijo George.

Sin embargo, no hacía falta que Ron dijera nada para que la señora Weasley supiera qué acababa de suceder. Se había puesto en pie y miraba a los gemelos con furia. Cuando dio un paso hacia ellos, Fred tragó saliva y dijo:

— George, vámonos de aquí.

Dos segundos después, los dos chicos salían del comedor dando grandes zancadas, con su madre pisándoles los talones.

— De esta no se libran — dijo Ron con una sonrisa. — Aunque si por mí fuera, no les castigaría. Eso ha estado genial.

— Podría haber sido peligroso — exclamó Hermione. Todavía miraba a Umbridge, quien parecía haberse recuperado físicamente, aunque seguía examinando cada dulce como si le fuera la vida en ello.

— Esos caramelos los perfeccionaron hace un año — dijo Ginny. — No son peligrosos.

— Eso no significa que esté bien que le den uno a Umbridge — replicó Hermione.

— No puedo decir que me dé pena — admitió Harry. Le había parecido bastante gracioso ver a Umbridge con una lengua de dos metros. — Lo que no sé es cómo han podido colar el caramelo en la mesa de los profesores sin que nadie les viera.

— Con ayuda de los elfos domésticos — dijo Luna, que estaba sentada al lado de Ginny. — Creo que a ellos tampoco les cae muy bien la profesora Umbridge.

Harry no pudo evitar soltar una risita. No le costaba creer que Fred y George hubieran convencido a Dobby de incluir un caramelo longuilinguo entre los dulces de Umbridge.

Con algo de cautela, Ron cogió una de las galletas que había en el plato más cercano a ellos y la examinó con detenimiento.

— ¿Creéis que es seguro?

— Tú prueba — dijo Ginny sonriendo. Ron la miró mal antes de meterse la galleta entera a la boca.

Tras unos segundos, viendo que no sucedía nada, todos cogieron un puñado de galletas del plato.

— ¿Habéis visto eso? — dijo Sirius, sentándose en el suelo frente a ellos. Sonreía como si la navidad se hubiera adelantado. — Ha sido lo mejor que he visto en mucho tiempo.

— Se van a meter en un lío enorme — replicó Hermione y la mirada que le echó a Sirius hizo que Harry pensara en McGonagall.

— Pero ha merecido la pena — le aseguró Ron.

— Por cierto, ¿a dónde habéis ido antes? — preguntó Sirius, tomando uno de los dulces del plato y mirándolo por todos lados antes de echárselo a la boca.

— A tomar el aire un rato — respondió Harry. No quería contarle lo de Crabbe en el comedor, donde cualquiera podría escucharlo.

Sirius se quedó mirándolo fijamente.

— ¿Te encuentras bien?

A Harry la pregunta lo pilló por sorpresa y casi se atraganta con el chocolate que se acababa de meter a la boca.

— C-Claro — dijo con dificultad, mientras Ron le daba palmaditas en la espalda. — ¿Por qué preguntas?

Sirius respondió, bajando el tono de voz:

— Si te ha vuelto a pasar algo como lo de esta mañana puedes decírmelo.

Harry hizo una mueca.

— No ha sido eso. No creo que me vuelva a pasar.

— A mí me extrañaría que no vuelva a pasarte — dijo Hermione. Suavizó el tono de voz al ver la cara de Harry: — Con todo lo que nos queda por leer… Quiero decir, si el futuro es tan malo como para que haya venido gente del futuro a cambiarlo, estoy segura de que leerlo será muy difícil para todos.

Harry no supo qué responderle, porque tras escuchar que Crabbe había muerto quemado por su propio fuego, no podía negar que Hermione tenía razón. Leer el futuro tenía el potencial de ser incluso más difícil que leer el pasado.

— Leamos lo que leamos, lo que importa realmente es lo que hagamos con esa información — dijo Ginny. — No sé vosotros, pero yo prefiero leer mil cosas horribles si eso evita que tenga que vivirlas.

Harry se tranquilizó un poco al escuchar eso. Ginny tenía razón: puede que quedaran cosas aterradoras y espantosas por leer, pero merecería la pena hacerlo si así evitaban tener que pasar por ellas de verdad.

Al cabo de unos minutos, regresaron los gemelos Weasley seguidos muy de cerca por su madre, quien tenía las mejillas rojas (probablemente de tanto gritar, pensó Harry). El resto del alumnado también volvió al comedor y se sentó en sus lugares, hablando de los libros o, en muchos casos, de lo maravilloso que había sido ver a Umbridge ser víctima de una broma pesada. Los gemelos, a pesar de la regañina que les había caído por parte de la señora Weasley, le sonrieron a Harry al pasar a su lado y sentarse en el suelo junto a ellos. Sirius se levantó del suelo y volvió a sentarse al lado de Lupin, aunque ambos estaban muy cerca de Harry y los demás.

Dumbledore se puso en pie y todos los murmullos cesaron.

— La hora de descanso ha concluido. Creo que solo nos va a dar tiempo a leer dos capítulos más antes de acabar por hoy, así que espero que esta hora de descanso os haya dado la energía necesaria para terminar la lectura con buen humor.

Les dedicó una sonrisa y Harry tuvo que contener las ganas de reír al ver la cara de Umbridge, a quien el descanso no es que le hubiera sentado precisamente bien.

— ¿Quién quiere leer el siguiente capítulo? — Dumbledore tomó el libro y leyó: — Se titula: La Saeta de Fuego.

Se oyeron murmullos de interés y Wood inmediatamente levantó la mano.

— Tú ya has leído — le dijo Angelina.

— ¿Y qué? No me importaría repetir.

Dumbledore sonrió con indulgencia, pero pasó la mirada por el resto del comedor buscando a alguien que no hubiera leído ya.

Sus ojos pararon en la zona de Ravenclaw, donde Anthony Goldstein había levantado la mano. Le hizo una señal con la mano y el chico se dirigió a la tarima con paso decidido.

— La Saeta de Fuego  leyó.

Sirius miró a Harry, sonriente, y Harry no pudo evitar devolverle la sonrisa. Tenía la sensación de que este capítulo iba a ser más agradable que el anterior.

Harry no sabía muy bien cómo se las había apañado para regresar al sótano de Honeydukes, atravesar el pasadizo y entrar en el castillo. Lo único que sabía era que el viaje de vuelta parecía no haberle costado apenas tiempo y que no se daba muy clara cuenta de lo que hacía, porque en su cabeza aún resonaban las frases de la conversación que acababa de oír.

La ilusión por leer que había sentido hacía un instante se esfumó por completo. Había olvidado lo mal que había acabado el capítulo anterior.

¿Por qué nadie le había explicado nada de aquello? Dumbledore, Hagrid, el señor Weasley, Cornelius Fudge... ¿Por qué nadie le había explicado nunca que sus padres habían muerto porque les había traicionado su mejor amigo?

Hagrid hizo una mueca y Dumbledore agachó la cabeza, mientras Fudge parecía algo azorado. Fue el señor Weasley el que, con voz queda, le dijo:

— No es algo fácil de decir. Quizá deberíamos haberlo hecho, pero bastante mal lo estabas pasando por tener a un supuesto asesino detrás de ti.

— Eras muy pequeño… — dijo la señora Weasley, pero Arthur negó con la cabeza.

— Yo creo que eras lo suficientemente mayor como para saberlo. Merecías saber la verdad, Harry, pero esperaba que la descubrieras cuando Sirius Black ya estuviera de vuelta en Azkaban.

Arthur le lanzó una mirada de disculpa a Sirius, quien replicó:

— Lo entiendo. Tienes razón, habría sido lo mejor para Harry.

Aunque a Harry le habría gustado que hubieran sido sinceros con él desde el principio, una parte de él comprendía por qué habían tratado de esperar a que la situación se arreglara para contarle toda la historia. No le gustaba que le hubieran ocultado cosas, pero entendía el por qué.

Ron y Hermione observaron intranquilos a Harry durante toda la cena, sin atreverse a decir nada sobre lo que habían oído, porque Percy estaba sentado cerca.

Percy hizo una mueca.

— Os pasabais la vida teniendo cuidado de no decir cosas cerca de mí — dijo con amargura. — Y lo peor es que, aunque lo hubierais hecho, quizá ni me habría dado cuenta. Nunca me daba cuenta de nada.

— Tú fuiste el único que se dio cuenta de que yo lo estaba pasando mal en primero — dijo Ginny en voz baja. Percy la miró como si le hubiera salido una segunda cabeza.

— ¿Qué dices? No tenía ni idea de lo que estaba pasando.

— Pero sabías que yo no estaba bien — insistió Ginny. — Aunque pensaras que era por otros motivos, como que Fred y George me asustaban y cosas así.

Percy abrió y cerró la boca, sin saber qué responder. Mientras tanto, Goldstein siguió leyendo.

Cuando subieron a la sala común atestada de gente, descubrieron que Fred y George, en un arrebato de alegría motivado por las inminentes vacaciones de Navidad, habían lanzado media docena de bombas fétidas.

Se oyeron risitas.

— Gracias por eso — ironizó un chico de séptimo con una mueca. Fred y George hicieron una reverencia, aceptando el "agradecimiento".

Harry, que no quería que Fred y George le preguntaran si había ido o no a Hogsmeade, se fue a hurtadillas hasta el dormitorio vacío y abrió el armario. Echó todos los libros a un lado y rápidamente encontró lo que buscaba: el álbum de fotos encuadernado en piel que Hagrid le había regalado hacía dos años, que estaba lleno de fotos mágicas de sus padres. Se sentó en su cama, corrió las cortinas y comenzó a pasar las páginas hasta que...

Oyó a Sirius jadear.

— ¿Estás buscándome?

Harry asintió con una mueca.

Se detuvo en una foto de la boda de sus padres. Su padre saludaba con la mano, con una amplia sonrisa. El pelo negro y alborotado que Harry había heredado se levantaba en todas direcciones. Su madre, radiante de felicidad, estaba cogida del brazo de su padre. Y allí... aquél debía de ser. El padrino. Harry nunca le había prestado atención.

— Eso me ofende, yo era el más guapo de esa foto — dijo Sirius en tono jovial, aunque a Harry le pareció algo fingido.

Recordaba que escuchar aquella conversación le había hecho odiar a Sirius. Todos esos pensamientos… ¿iban a leerlos ahora? ¿De verdad Sirius se lo tomaría bien?

Tragó saliva, sintiéndose algo nervioso.

Si no hubiera sabido que era la misma persona no habría reconocido a Black en aquella vieja fotografía. Su rostro no estaba hundido y amarillento como la cera, sino que era hermoso y estaba lleno de alegría.

— Eso está mejor — dijo Sirius. — ¿Has oído eso, Remus? Mi rostro es hermoso.

— No le hagas mucho caso al libro. También se te describe como el mayor seguidor de Voldemort, ¿recuerdas?

Sirius soltó un bufido de indignación.

— ¿Qué insinúas?

El profesor Lupin lo ignoró y, con una sonrisa, volvió a mirar a Goldstein.

¿Trabajaría ya para Voldemort cuando sacaron aquella foto? ¿Planeaba ya la muerte de las dos personas que había a su lado? ¿Se daba cuenta de que tendría que pasar doce años en Azkaban, doce años que lo dejarían irreconocible?

— ¿Quieres decir que ya no soy hermoso? — exclamó Sirius con un falso tono de dolor. — Eso me ofende.

Harry sintió una punzada al escuchar eso. Algo debió notarse en su cara, porque Ron se inclinó un poco para susurrarle:

— No lo dice de verdad. No le hagas caso.

«Pero los dementores no le afectan —pensó Harry, fijándose en aquel rostro agradable y risueño—. No tiene que oír los gritos de mi madre cuando se aproximan demasiado...»

Harry se estremeció al oír eso. El ambiente en el comedor era tenso, a pesar de los intentos de Sirius por animarlo un poco.

Harry cerró de golpe el álbum y volvió a guardarlo en el armario. Se quitó la túnica y las gafas y se metió en la cama, asegurándose de que las cortinas lo ocultaban de la vista.

Se abrió la puerta del dormitorio.

¿Harry? —preguntó la dubitativa voz de Ron.

Pero Harry se quedó quieto, simulando que dormía.

Harry miró a Ron de reojo, sintiéndose aliviado al ver comprensión en su rostro en vez de enfado.

Oyó a Ron que salía de nuevo y se dio la vuelta para ponerse boca arriba, con los ojos muy abiertos. Sintió correr a través de sus venas, como veneno, un odio que nunca había conocido.

Goldstein levantó la mirada del libro para mirar a Harry, quien notó cómo decenas de alumnos hacían lo mismo.

Trató de mantener una expresión neutral, aunque era difícil hacerlo cuando todo el mundo lo miraba.

— ¿Por qué paras? Sigue leyendo — dijo Ginny en voz alta, haciendo que Goldstein la mirara mal un momento antes de seguir con la lectura.

Harry no dijo nada, pero internamente agradeció el gesto de Ginny.

No se atrevía a mirar a Sirius y, para más inri, volvía a notar un peso en el estómago que no tenía nada que ver con las galletas que se había comido y todo que ver con los nervios que sentía en ese momento.

Decidiendo que debía ser valiente (¡era un Gryffindor!), miró de reojo a Sirius y vio que él también lo miraba.

— ¿Estás bien? — susurró, tan bajito que Harry prácticamente tuvo que leerle los labios para saber lo que había dicho.

Harry asintió y Sirius le sonrió, haciendo que parte de esos nervios repentinos se disiparan.

Podía ver a Black riéndose de él en la oscuridad, como si tuviera pegada a los ojos la foto del álbum. Veía, como en una película, a Sirius Black haciendo que Peter Pettigrew (que se parecía a Neville Longbottom) volara en mil pedazos.

Neville pegó un saltito en su asiento, sorprendido.

— No te pareces a Pettigrew en nada — se apresuró a decir Harry, antes de darse cuenta de que Neville ni siquiera sabía quién era y, por tanto, no podía ofenderse.

Oía (aunque no sabía cómo sería la voz de Black) un murmullo bajo y vehemente: «Ya está, Señor, los Potter me han hecho su guardián secreto...» Y entonces aparecía otra voz que se reía con un timbre muy agudo, la misma risa que Harry oía dentro de su cabeza cada vez que los dementores se le acercaban.

— Eso es horrible — gimió Parvati. A su lado, Lavender parecía horrorizada.

— ¿Estás bien? — Harry oyó a Hermione murmurar.

— Sí — replicó. Empezaba a cansarse de que todos le preguntaran lo mismo.

Por la expresión que puso Hermione, estaba claro que no la había convencido. ¿Qué cara debía tener Harry como para que todos le hicieran la misma pregunta una y otra vez?

Harry..., tienes un aspecto horrible.

Harry bufó. Sentía como si eso estuviera respondiendo a sus propios pensamientos.

Harry no había podido pegar el ojo hasta el amanecer. Al despertarse, había hallado el dormitorio desierto, se había vestido y bajado la escalera de caracol hasta la sala común, donde no había nadie más que Ron, que se comía un sapo de menta y se frotaba el estómago, y Hermione, que había extendido sus deberes por tres mesas.

— ¿Tres mesas? — repitió Alicia Spinnet, sorprendida.

— Tenía muchas asignaturas — le recordó Hermione.

¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Harry

¡Se han ido! Hoy empiezan las vacaciones, ¿no te acuerdas? —preguntó Ron, mirando a Harry detenidamente—. Es ya casi la hora de comer. Pensaba ir a despertarte dentro de un minuto.

— Sois unos amigos increíbles — dijo Hannah Abbott, mirando directamente a Ron y Hermione. — Es adorable lo mucho que cuidáis de Harry.

— ¿Eh? — Ron la miró con confusión.

— Lo dejasteis dormir toda la mañana — insistió Hannah. — Y estabais pendientes de despertarlo para que no se saltara la comida.

— ¿Y qué tiene eso de especial? — dijo Ron, visiblemente confundido.

— Son gestos que muestran lo mucho que os importa Harry — le explicó Angelina. — Y que no te des cuenta hace que sea aún más adorable.

Ron miró a Harry como diciendo "Han perdido la cabeza". Hermione, por otro lado, tenía una pequeña sonrisa.

Harry se sentó en una silla al lado del fuego. Al otro lado de las ventanas, la nieve seguía cayendo. Crookshanks estaba extendido delante del fuego, como un felpudo de pelo canela.

Hermione jadeó.

— ¿Estás comparando a Crookshanks con un felpudo? — dijo, ignorando las risas de algunos alumnos.

— Es lo que parecía — se defendió Harry.

Es verdad que no tienes buen aspecto, ¿sabes? —dijo Hermione, mirándole la cara con preocupación.

Estoy bien —dijo Harry.

— Sí, claro — murmuró Ron. Harry lo ignoró.

Escucha, Harry —dijo Hermione, cambiando con Ron una mirada—. Debes de estar realmente disgustado por lo que oímos ayer. Pero no debes hacer ninguna tontería.

¿Como qué? —dijo Harry

Como ir detrás de Black —dijo Ron, tajante.

Harry se dio cuenta de que habían ensayado aquella conversación mientras él estaba dormido. No dijo nada.

— Ups — dijo Ron.

Hermione hizo una mueca.

— No sabía que te habías dado cuenta — dijo en tono de disculpa.

— Era bastante obvio — respondió Harry. Al ver que su amiga parecía nerviosa, le sonrió.

Puede que en aquel momento no le hubiera hecho mucha gracia que hablaran de él a sus espaldas, pero ahora, viéndolo todo con perspectiva, podía entender por qué lo habían hecho y se sentía agradecido.

No lo harás. ¿Verdad que no, Harry? —dijo Hermione.

Porque no vale la pena morir por Black —dijo Ron.

Harry los miró. No entendían nada.

Harry tragó saliva. Le estaban dando muchas ganas de correr a la tarima y quitarle el libro a Goldstein hasta que aceptara leer directamente el momento en el que había recibido la saeta. No tenían por qué leer esa conversación privada.

¿Sabéis qué veo y oigo cada vez que se me acerca un dementor? —Ron y Hermione negaron con la cabeza, con temor—. Oigo a mi madre que grita e implora a Voldemort. Y si vosotros escucharais a vuestra madre gritando de ese modo, a punto de ser asesinada, no lo olvidaríais fácilmente.

El comedor estaba totalmente en silencio. Harry respiró hondo, tratando de calmar los latidos de su corazón.

Miró a los profesores y vio que McGonagall estaba pálida y parecía disgustada. Flitwick tenía la cabeza gacha y parecía entristecido, y a Harry no le habría sorprendido que Hagrid sacara un pañuelo en ese momento, porque parecía a punto de llorar.

Pero el más sorprendente era Snape. Tenía los labios apretados y el cuerpo tan tenso que, a pesar de la distancia que los separaba, Harry podía notarlo. Leer sobre Lily Potter parecía afectarle bastante, lo cual era curioso y extraño al mismo tiempo.

Y si descubrierais que alguien que en principio era amigo suyo la había traicionado y le había enviado a Voldemort...

No puedes hacer nada —dijo Hermione con aspecto afligido—. Los dementores atraparán a Black, lo mandarán otra vez a Azkaban... ¡y se llevará su merecido!

Hermione hizo una mueca.

— Perdón por eso, Sirius.

— No pasa nada — le aseguró él.

Escuchar su voz hizo que a Harry le diera otra punzada en el estómago. Tenía muchas ganas de que esta conversación acabara.

Ya oísteis lo que dijo Fudge. A Black no le afecta Azkaban como a la gente normal. No es un castigo para él como lo es para los demás.

Entonces, ¿qué pretendes? —dijo Ron muy tenso—. ¿Acaso quieres... matar a Black?

A Harry le dio un vuelco el corazón.

— ¡Ron! — exclamó la señora Weasley.

— No le estaba diciendo que lo hiciera — dijo Ron rápidamente. — Solo quería saber qué le estaba pasando por la cabeza.

Aun así, la señora Weasley parecía alarmada.

No seas tonto —dijo Hermione, con miedo—. Harry no quiere matar a nadie, ¿verdad que no, Harry?

Harry volvió a quedarse callado. No sabía qué pretendía.

Goldstein volvió a parar de leer para mirar a Harry, esta vez con sorpresa.

Harry vio casi a cámara lenta cómo todos los alumnos, profesores y miembros de la orden se giraban para mirarlo, algunos con sorpresa, otros con miedo.

Con el corazón a mil por hora, Harry dijo:

— Jamás lo habría matado. Tuve la oportunidad y no lo hice. No soy un asesino. — Oía su propia voz como si viniera de muy lejos. Era consciente de que estaba volviendo a suceder lo mismo que esa mañana, pero no tenía ni idea de cómo pararlo.

Ron le pasó el brazo alrededor de los hombros, a la vez que alguien (¿Ginny?) le cogía la mano. Ginny (definitivamente era ella) se levantó de su lugar al lado de Harry y se sentó en el suelo frente a él, sin soltarle la mano. Y entonces Sirius tomó el lugar de Ginny, pillando por sorpresa a Harry cuando le revolvió el pelo con una mano y se inclinó para besarle la cabeza delante de todo el gran comedor.

— Sabemos que no eres ningún asesino — dijo en voz alta. — Además, haría falta mucho más que un crío de tercero para derrotarme a mí. No por nada soy la primera persona que ha conseguido escapar de Azkaban.

De forma casi cómica, todas las miradas de miedo que se habían dirigido a Harry se fueron directamente hacia Sirius. Si no hubiera estado al borde de un ataque de pánico, Harry se habría reído.

— Siga leyendo, señor Goldstein — dijo Dumbledore cortésmente, provocando que todo el mundo tuviera que dejar de mirar a Sirius y a Harry.

Harry no quería ni mirar a los profesores, por miedo a lo que pudiera ver en sus caras. Pero, sobre todo, no se atrevía a mirar al resto de los Weasley, ni a Lupin y Sirius, aunque no parecía que el último se hubiera ofendido.

Estaba seguro de que había decepcionado a la señora Weasley, por lo que mantuvo los ojos fijos en Goldstein y trató de no mirar a nadie.

Lo único que sabía es que la idea de no hacer nada mientras Black estaba libre era insoportable.

Malfoy sabe algo —dijo de pronto—. ¿Os acordáis de lo que me dijo en la clase de Pociones? «Pero en tu caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.»

¿Vas a seguir el consejo de Malfoy y no el nuestro? —dijo Ron furioso—.

— Eso me ofende incluso ahora — bufó Ron. Aún tenía el brazo sobre los hombros de Harry, por lo que aprovechó para empujarlo ligeramente contra sí mismo en un medio abrazo medio zarandeo. — Seguir el consejo de un Malfoy nunca puede traer nada bueno.

— Ya lo sé — bufó Harry, alegrándose al notar que su voz había salido en un tono normal.

Escucha... ¿sabes lo que recibió a cambio la madre de Pettigrew después de que Black lo matara? Mi padre me lo dijo: la Orden de Merlín, primera clase, y el dedo de Pettigrew dentro de una caja. Fue el trozo mayor de él que pudieron encontrar. Black está loco, Harry, y es muy peligroso.

— Arthur, no debiste contar…

— Es mejor que Ron lo supiera — la interrumpió el señor Weasley. — Escucha todo lo que le está diciendo a Harry. Está intentando persuadirlo para que no busque a Black. Es mejor que supieran a qué se enfrentaban.

— Oh, lo sé, pero…

Harry tragó saliva. Reuniendo valor, miró de reojo a la señora Weasley, que tenía la vista puesta en su marido y parecía disgustada. Debía estar terriblemente decepcionada con Harry.

El padre de Malfoy debe de haberle contado algo —dijo Harry, sin hacer caso de las explicaciones de Ron—. Pertenecía al círculo de allegados de Voldemort.

Llámalo Quien-tú-sabes, ¿quieres hacer el favor? —repuso Ron enfadado.

— Después de oírlo tantas veces, ya ni me molesta — dijo Ron por lo bajo.

Entonces está claro que los Malfoy sabían que Black trabajaba para Voldemort...

¡Y a Malfoy le encantaría verte volar en mil pedazos, como Pettigrew! Contrólate. Lo único que quiere Malfoy es que te maten antes de que tengáis que enfrentaros en el partido de quidditch.

— Esa es una acusación muy grave — dijo Snape. Había un brillo extraño en sus ojos y Harry no sabía a qué se debía. — Está acusando al señor Malfoy de desearle la muerte a Potter e incluso incitarlo a hacer algo que podría matarlo.

— Es que eso es exactamente lo que hizo Malfoy — exclamó Fred. — Quería que mataran a Harry.

— Que yo sepa, aquí el único que se ha planteado matar a alguien es Potter — dijo Snape despacio, saboreando las palabras.

— Severus…

— ¡Eso sí que no!

Fue Molly Weasley quien gritó, interrumpiendo a Dumbledore. La matriarca de los Weasley se puso en pie, mirando al profesor de pociones con furia.

— ¡Harry no es ningún asesino! No puedes juzgar a un niño de trece años por lo que haya podido pensar después de escuchar esas cosas tan horribles. ¡Harry jamás le ha hecho daño a Sirius! ¡Nunca lo haría!

Harry jadeó. Le picaban los ojos y tuvo que pestañear varias veces para que se le pasara. En ese momento, agradeció mucho que Ron aún tuviera el brazo a su alrededor y que Sirius hubiera mantenido la mano sobre su cabeza, porque se sentía como si se hubiera desinflado.

La señora Weasley no lo odiaba y, a juzgar por la expresión del señor Weasley, él tampoco. Se atrevió entonces a mirar al resto de los Weasley y vio que Bill miraba a Snape con asco, mientras Charlie tenía una expresión muy seria. Ninguno de ellos parecía estar en desacuerdo con su madre. Ni siquiera Percy, aunque Harry lo había escuchado jadear cuando se había leído que Harry no sabía si pretendía matar a Sirius o no.

— Tener trece años no es excusa para casi matar a alguien — replicó Snape en tono mordaz.

— Pero Harry no intentó matar a nadie — dijo la señora Weasley. Miraba a Snape de tal forma que hasta Harry se sentía un poco cohibido al verla. — Lo que hemos leído son sus pensamientos, no sus acciones. ¿Acaso no estamos leyendo el mismo libro?

— Molly tiene razón — dijo Lupin antes de que Snape pudiera contestar. — Estamos leyendo los pensamientos de un chico de trece años tras enterarse de algo muy fuerte y vivir experiencias extremadamente traumáticas a causa de los dementores. Juzgarle por lo que haya podido pensar en un momento así es totalmente injusto.

— Que tuviera trece años no cambia el hecho de que se planteó matar a alguien. — Fue Umbridge la que habló, con una voz dulce y aguda que no consiguió ocultar el odio que sentía hacia Harry. — Creo que esta es una prueba más de que el chico no está muy bien de la cabeza, con todo respeto.

— Con todo respeto, es usted imbécil — dijo Sirius. Se oyeron jadeos a lo largo de todo el comedor. Soltando un suspiro enorme, Sirius se puso en pie. — Pero vamos a ver, ¿es que no tenéis ojos en la cara?

No solo se dirigía a Snape y Umbridge, sino también al resto del comedor. Su mirada iba de un alumno a otro, causando que más de uno agachara la cabeza.

— La persona en la que estaba pensando Harry soy yo — dijo, hablando alto y despacio, como si estuviera hablando con un montón de idiotas. — Si alguien tiene derecho a juzgar esos pensamientos, soy yo, ¿no? Y mi opinión sobre ellos es que no me extraña que Harry se planteara la posibilidad de matarme. — Se encogió de hombros, quitándole importancia al asunto. — Yo mismo quise matar a la persona que realmente traicionó a James y Lily y los vendió a Voldemort. Y yo no solo lo pensé, sino que traté de hacerlo. Supongo que eso convierte a Harry en mejor persona de lo que yo soy.

Sirius volvió a sentarse al lado de Harry, dejando a todo el comedor sumido en el silencio.

— Yo estoy con ellos — dijo Colin Creevey al cabo de unos momentos. — Harry tenía motivos para pensar esas cosas. Si yo tuviera que escuchar los gritos de mi madre al morir, creo que también querría que el culpable de su muerte pagara por lo que hizo.

Se oyeron murmullos y Harry se relajó al darse cuenta de que muchas otras personas lo defendían. La señora Weasley, que seguía de pie, miró al profesor Snape con un gesto triunfal antes de volver a sentarse. Sin embargo, pareció pensarlo mejor, caminó los pocos pasos que la separaban de Harry y lo abrazó.

Harry tenía la garganta cerrada y, temiendo que si hablaba se echaría a llorar, asintió cuando la señora Weasley se apartó de él y le susurró que todo iba a estar bien. Sonriendo, Ron le volvió a pasar el brazo alrededor de los hombros y su madre le revolvió el pelo, mirándolo con dulzura.

Cuando la señora Weasley hubo regresado a su asiento y los murmullos hubieron cesado, Goldstein siguió leyendo, algo aturdido.

Harry, por favor —dijo Hermione, con los ojos brillantes de lágrimas—, sé sensato. Black hizo algo terrible, terrible. Pero no... no te pongas en peligro. Eso es lo que Black quiere... Estarías metiéndote en la boca del lobo si fueras a buscarlo. Tus padres no querrían que te hiciera daño, ¿verdad? ¡No querrían que fueras a buscar a Black!

No sabré nunca lo que querrían, porque por culpa de Black no he hablado con ellos nunca —dijo Harry con brusquedad.

Harry hizo una mueca.

— Perdón por hablarte así, Hermione — dijo con dificultad. Todavía tenía los nervios a flor de piel.

— No te preocupes — se apresuró a decir ella.

Hubo un silencio en el que Crookshanks se estiró voluptuosamente, sacando las garras. El bolsillo de Ron se estremeció.

Ron bufó. Algunos lo miraron con extrañez.

Mira —dijo Ron, tratando de cambiar de tema—, ¡estamos en vacaciones! ¡Casi es Navidad! Vamos a ver a Hagrid. No le hemos visitado desde hace un montón de tiempo.

¡No! —dijo Hermione rápidamente—. Harry no debe abandonar el castillo, Ron.

Sí, vamos —dijo Harry incorporándose—. ¡Y le preguntaré por qué no mencionó nunca a Black al hablarme de mis padres!

— Qué cabezota — dijo Ginny. Harry vio que sonreía y, para su sorpresa, se encontró sonriéndole de vuelta.

Seguir discutiendo sobre Sirius Black no era lo que Ron había pretendido.

Podríamos echar una partida de ajedrez —dijo apresuradamente—. O de gobstones. Percy dejó un juego.

No. Vamos a ver a Hagrid —dijo Harry con firmeza.

— Te salió el plan por la culata — dijo Charlie.

— Al menos intenté distraerlo — resopló Ron.

Harry le habría dicho lo mucho que se lo agradecía, pero no se sentía con energías para más conversaciones profundas.

Así que recogieron las capas de los dormitorios y se pusieron en camino, cruzando el agujero del retrato («¡En guardia, felones, malandrines!»). Recorrieron el castillo vacío y salieron por las puertas principales de roble.

Caminaron lentamente por el césped, dejando sus huellas en la nieve blanda y brillante, mojando y congelando los calcetines y el borde inferior de las capas. El bosque prohibido parecía ahora encantado. Cada árbol brillaba como plata y la cabaña de Hagrid parecía una tarta helada.

— Tiene que ser muy bonito — dijo un chico de primero. — ¿Cuándo podremos salir del castillo? Yo quiero ver el bosque nevado.

— Pronto — le aseguró la profesora McGonagall.

Ron llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta.

No habrá salido, ¿verdad? —preguntó Hermione, temblando bajo la capa. Ron pegó la oreja a la puerta.

Hay un ruido extraño —dijo—. Escuchad. ¿Es Fang?

Harry y Hermione también pegaron el oído a la puerta. Dentro de la cabaña se oían unos suspiros de dolor.

Se oyeron murmullos y varias personas miraron a Hagrid con preocupación.

¿Pensáis que deberíamos ir a buscar a alguien? —dijo Ron, nervioso.

¡Hagrid! —gritó Harry, golpeando la puerta—. Hagrid, ¿estás ahí?

Hubo un rumor de pasos y la puerta se abrió con un chirrido. Hagrid estaba allí, con los ojos rojos e hinchados, con lágrimas que le salpicaban la parte delantera del chaleco de cuero.

— ¿Qué le pasaba? — exclamó Dean.

Durante un momento, Harry se sintió muy mal consigo mismo. Había olvidado por completo que ese día habían descubierto lo de Buckbeak. Iba a ser difícil para Hagrid leer todo lo que sucedió.

¡Lo habéis oído! —gritó, y se arrojó al cuello de Harry.

Como Hagrid tenía un tamaño que era por lo menos el doble de lo normal, aquello no era cuestión de risa. Harry estuvo a punto de caer bajo el peso del otro, pero Ron y Hermione lo rescataron, cogieron a Hagrid cada uno de un brazo y lo metieron en la cabaña, con la ayuda de Harry.

— Perdón — se disculpó Hagrid. — No estaba pensando con claridad.

Eso solo hizo que las miradas de curiosidad y preocupación aumentaran.

Hagrid se dejó llevar hasta una silla y se derrumbó sobre la mesa, sollozando de forma incontrolada. Tenía el rostro lleno de lágrimas que le goteaban sobre la barba revuelta.

Goldstein leyó eso con una ceja arqueada.

¿Qué pasa, Hagrid? —le preguntó Hermione aterrada. Harry vio sobre la mesa una carta que parecía oficial. —¿Qué es, Hagrid?

Hagrid redobló los sollozos, entregándole la carta a Harry, que la leyó en voz alta:

— ¿Iban a despedirlo por lo de Malfoy? — aventuró Susan Bones.

— No. Ahora lo verás — gruñó Ron, mirando de reojo a Malfoy, quien mantuvo la cabeza bien alta.

Estimado Señor Hagrid:

En relación con nuestra indagación sobre el ataque de un hipogrifo a un alumno que tuvo lugar en una de sus clases, hemos aceptado la garantía del profesor Dumbledore de que usted no tiene responsabilidad en tan lamentable incidente.

— Genial — dijo Dean sonriente.

Estupendo, Hagrid —dijo Ron, dándole una palmadita en el hombro.

Pero Hagrid continuó sollozando y movió una de sus manos gigantescas, invitando a Harry a que siguiera leyendo.

Sin embargo, debemos hacer constar nuestra preocupación en lo que concierne al mencionado hipogrifo. Hemos decidido dar curso a la queja oficial presentada por el señor Lucius Malfoy,

Varias personas miraron a Malfoy en ese momento.

y este asunto será, por lo tanto, llevado ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. La vista tendrá lugar el día 20 de abril. Le rogamos que se presente con el hipogrifo en las oficinas londinenses de la Comisión, en el día indicado. Mientras tanto, el hipogrifo deberá permanecer atado y aislado.

Atentamente...

Seguía la relación de los miembros del Consejo Escolar.

¡Vaya! —dijo Ron—. Pero, según nos has dicho, Hagrid, Buckbeak no es malo. Seguro que lo consideran inocente.

— Ahora que lo pienso, creo que no he vuelto a ver a ese hipogrifo — dijo Seamus. — No me digas que…

Ninguno de los que sabían lo que le había sucedido a Buckbeak quiso decir nada.

No conoces a los monstruos que hay en la Comisión para las Criaturas Peligrosas... —dijo Hagrid con voz ahogada, secándose los ojos con la manga—. La han tomado con los animales interesantes.

— Si con animales interesantes se refiere a los peligrosos… — dijo Umbridge.

— Buckbeak no era peligroso — gruñó Hagrid. — Ningún hipogrifo de Hogwarts lo es.

Un ruido repentino, procedente de un rincón de la cabaña de Hagrid, hizo que Harry, Ron y Hermione se volvieran. Buckbeak, el hipogrifo, estaba acostado en el rincón, masticando algo que llenaba de sangre el suelo.

Lavender pareció muy asqueada.

¡No podía dejarlo atado fuera, en la nieve! —dijo con la voz anegada en lágrimas—. ¡Completamente solo! ¡En Navidad!

A Harry le sorprendió escuchar alguna risita. ¿Quién podía reírse de Hagrid cuando estaba tan mal?

Harry, Ron y Hermione se miraron. Nunca habían coincidido con Hagrid en lo que él llamaba «animales interesantes» y otras personas llamaban «monstruos terroríficos». Pero Buckbeak no parecía malo en absoluto. De hecho, a juzgar por los habituales parámetros de Hagrid, era una verdadera ricura.

— No tenía ocho patas, eso es una gran ventaja — dijo Ron.

— Y tampoco tenía tres cabezas — añadió Harry.

Hagrid les sonrió.

En ese momento, Harry se dio cuenta de que todavía estaba cogiendo la mano de Ginny. Era curioso. No estaba acostumbrado a coger de la mano a nadie, pero resultaba extrañamente natural hacerlo con Ginny. Pensó que debería soltarle la mano, más que nada porque ellos nunca habían sido muy cercanos, aunque la lectura estaba haciendo que pasaran juntos mucho más tiempo del habitual. Además, ella le había dado la mano para apoyarlo cuando lo estaba pasando mal, seguir agarrado a ella cuando se encontraba mejor sería aprovecharse un poco de su amabilidad.

Sin embargo, otra parte de él, la que consideraba que era muy agradable coger de la mano a Ginny, no tenía ningunas ganas de soltarla. Y como ninguno de los Weasley parecía querer matarlo por estar cogido de la mano de su hermanita pequeña, Harry decidió que se mantendría así hasta que ella lo soltara.

Tendrás que presentar una buena defensa, Hagrid —dijo Hermione sentándose y posando una mano en el enorme antebrazo de Hagrid—. Estoy segura de que puedes demostrar que Buckbeak no es peligroso.

¡Dará igual! —sollozó Hagrid—. Lucius Malfoy tiene metidos en el bolsillo a todos esos diablos de la Comisión. ¡Le tienen miedo! Y si pierdo el caso, Buckbeak...

— Así que tu papi va aterrorizando a todo el mundo para conseguir lo que quiere — dijo Angelina dirigiéndose directamente a Malfoy. — Es patético.

— Retira eso, Johnson — replicó Malfoy enfadado.

— No.

Ambos se miraron muy mal y Goldstein tardó varios segundos en volver a leer, como si hubiera estado esperando a que uno de ellos atacara al otro.

Se pasó el dedo por el cuello, en sentido horizontal. Luego gimió y se echó hacia delante, hundiendo el rostro en los brazos.

¿Y Dumbledore? —preguntó Harry.

Ya ha hecho por mí más que suficiente —gimió Hagrid—. Con mantener a los dementores fuera del castillo y con Sirius Black acechando, ya tiene bastante.

— Podías haberme pedido ayuda — le aseguró Dumbledore. — Habría hecho todo lo posible por ayudarte.

— Lo sé. Gracias — respondió Hagrid, azorado.

Ron y Hermione miraron rápidamente a Harry, temiendo que comenzara a reprender a Hagrid por no contarle toda la verdad sobre Black. Pero Harry no se atrevía a hacerlo. Por lo menos en aquel momento en que veía a Hagrid tan triste y asustado.

— Eres demasiado bueno — dijo Hagrid con ternura. — Con todo lo que te estaba pasando, yo debería haberte consolado a ti, no al revés.

Harry no supo qué responderle.

Escucha, Hagrid —dijo—, no puedes abandonar. Hermione tiene razón. Lo único que necesitas es una buena defensa. Nos puedes llamar como testigos...

Estoy segura de que he leído algo sobre un caso de agresión con hipogrifo — dijo Hermione pensativa— donde el hipogrifo quedaba libre. Lo consultaré y te informaré de qué sucedió exactamente.

— No me volveré a quejar de que seáis los alumnos favoritos de Hagrid — dijo Ernie Macmillan- — Os lo habéis ganado a pulso.

Hagrid lanzó un gemido aún más fuerte. Harry y Hermione miraron a Ron implorándole ayuda.

Eh... ¿preparo un té? —preguntó Ron. Harry lo miró sorprendido—. Es lo que hace mi madre cuando alguien está preocupado —musitó Ron encogiéndose de hombros.

Se oyeron risas.

— Qué mono — dijo Katie Bell con una sonrisa. Ron se puso algo rojo. Harry notó que la señora Weasley miraba a su hijo con orgullo.

Por fin, después de que le prometieran ayuda más veces y con una humeante taza de té delante, Hagrid se sonó la nariz con un pañuelo del tamaño de un mantel, y dijo:

Tenéis razón. No puedo dejarme abatir. Tengo que recobrarme...

Fang, el jabalinero, salió tímidamente de debajo de la mesa y apoyó la cabeza en una rodilla de Hagrid.

— Cada vez que sale Fang me dan ganas de tener un perro — dijo Montague, de Slytherin. — Aunque yo quiero uno que sea útil para algo.

Hagrid lo miró muy mal.

Estos días he estado muy raro —dijo Hagrid, acariciando a Fang con una mano y limpiándose las lágrimas con la otra—. He estado muy preocupado por Buckbeak y porque a nadie le gustan mis clases.

De verdad que nos gustan —se apresuró a mentir Hermione.

— No teníais por qué mentir — dijo Hagrid. — Aunque os lo agradezco.

¡Sí, son estupendas! —dijo Ron, cruzando los dedos bajo la mesa—. ¿Cómo están los gusarajos?

Muertos —dijo Hagrid con tristeza—. Demasiada lechuga.

¡Oh, no! —exclamó Ron. El labio le temblaba.

— ¿No me digas que al final te importaban los gusarajos? — dijo Fred con una ceja arqueada.

— Pues no, pero sí me importaba Hagrid — replicó Ron.

Y los dementores me hacen sentir muy mal —añadió Hagrid, con un estremecimiento repentino—. Cada vez que quiero tomar algo en Las Tres Escobas, tengo que pasar junto a ellos. Es como estar otra vez en Azkaban.

Algunos se tensaron al recordar que Hagrid había estado en prisión.

Se quedó callado, bebiéndose el té. Harry, Ron y Hermione lo miraban sin aliento. No le habían oído nunca mencionar su estancia en Azkaban. Después de una breve pausa, Hermione le preguntó con timidez:

¿Tan horrible es Azkaban, Hagrid?

— Menuda pregunta — bufó Lavender. — Claro que lo es.

No te puedes hacer ni idea —respondió Hagrid, en voz baja—. Nunca me había encontrado en un lugar parecido. Pensé que me iba a volver loco. No paraba de recordar cosas horribles: el día que me echaron de Hogwarts, el día que murió mi padre, el día que tuve que desprenderme de Norberto...

— ¿Renunciar a Norberto fue tan traumático como perder a su padre? — se oyó decir a alguien al fondo del comedor. Harry no supo quién habló, pero se alegró mucho de que no se lo hubiera escuchado en la mesa de profesores, porque no creía que Hagrid reaccionara bien a semejante pregunta.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Norberto era la cría de dragón que Hagrid había ganado cierta vez en una partida de cartas—.

— Nos acordamos — dijo Zabini rodando los ojos.

Al cabo de un tiempo uno no recuerda quién es. Y pierde el deseo de seguir viviendo. Yo hubiera querido morir mientras dormía. Cuando me soltaron, fue como volver a nacer, todas las cosas volvían a aparecer ante mí. Fue maravilloso.

Se oyeron murmullos nerviosos.

Sin embargo, los dementores no querían dejarme marchar.

¡Pero si eras inocente! —exclamó Hermione. Hagrid resopló.

¿Y crees que eso les importa? Les da igual. Mientras tengan doscientas personas a quienes extraer la alegría, les importa un comino que sean culpables o inocentes.

— Eso es horrible — dijo Cho Chang. Tenía lágrimas en los ojos.

— Yo creo que los dementores no deberían custodiar Azkaban — dijo Padma Patil. — Deberían estar lejos de cualquier persona.

Harry no podía estar más de acuerdo.

Hagrid se quedó callado durante un rato, con la vista fija en su taza de té. Luego añadió en voz baja—: Había pensado liberar a Buckbeak, para que se alejara volando... Pero ¿cómo se le explica a un hipogrifo que tiene que esconderse? Y... me da miedo transgredir la ley... —Los miró, con lágrimas cayendo de nuevo por su rostro—. No quisiera volver a Azkaban.

— Eres un buen hombre, Hagrid — dijo Moody. Hagrid le agradeció sus palabras con un gesto.

La visita a la cabaña de Hagrid, aunque no había resultado divertida, había tenido el efecto que Ron y Hermione deseaban. Harry no se había olvidado de Black, pero tampoco podía estar rumiando continuamente su venganza y al mismo tiempo ayudar a Hagrid a ganar su caso.

— ¿Rumiando su venganza? — dijo McLaggen. — Entonces sí que pretendía hacerle daño a Black.

— Rumiar significa pensar — replicó Hermione. — Lo que quiere decir que Harry no tenía ni la más remota idea de lo que quería hacer.

McLaggen resopló y la miró mal, pero a Hermione no pareció molestarle.

Él, Ron y Hermione fueron al día siguiente a la biblioteca y volvieron a la sala común cargados con libros que podían ser de ayuda para preparar la defensa de Buckbeak. Los tres se sentaron delante del abundante fuego, pasando lentamente las páginas de los volúmenes polvorientos que trataban de casos famosos de animales merodeadores. Cuando alguno encontraba algo relevante, lo comentaba a los otros.

Aquí hay algo. Hubo un caso, en 1722... pero el hipogrifo fue declarado culpable. ¡Uf! Mirad lo que le hicieron. Es repugnante.

A Harry le dio un escalofrío. Aún recordaba lo que le habrían hecho a Buckbeak si no hubieran podido usar el giratiempo.

Esto podría sernos útil. Mirad. Una mantícora atacó a alguien salvajemente en 1296 y fue absuelta... ¡Oh, no! Lo fue porque a todo el mundo le daba demasiado miedo acercarse...

Se oyó más de un bufido.

Entretanto, en el resto del castillo habían colgado los acostumbrados adornos navideños, que eran magníficos, a pesar de que apenas quedaban estudiantes para apreciarlos. En los corredores colgaban guirnaldas de acebo y muérdago; dentro de cada armadura brillaban luces misteriosas; y en el vestíbulo los doce habituales árboles de Navidad brillaban con estrellas doradas. En los pasillos había un fuerte y delicioso olor a comida que, antes de Nochebuena, se había hecho tan potente que incluso Scabbers sacó la nariz del bolsillo de Ron para olfatear.

Harry, Ron y Hermione habían estado sonriendo al escuchar la descripción tan maravillosa de Hogwarts, hasta que Scabbers había aparecido.

La mañana de Navidad, Ron despertó a Harry tirándole la almohada.

¡Despierta, los regalos!

— Los regalos habrían estado ahí aunque me despertara más tarde — bufó Harry. Ron sonrió a modo de respuesta.

Harry cogió las gafas y se las puso. Entornando los ojos para ver en la semioscuridad, miró a los pies de la cama, donde se alzaba una pequeña montaña de paquetes. Ron rasgaba ya el papel de sus regalos.

Otro jersey de mamá. Marrón otra vez. Mira a ver si tú tienes otro.

Molly hizo una mueca.

— El siguiente será de otro color — le prometió. Ron no parecía tener mucha fe en que cumpliera su promesa.

Harry tenía otro. La señora Weasley le había enviado un jersey rojo con el león de Gryffindor en la parte de delante, una docena de pastas caseras, un trozo de pastel y una caja de turrón.

— Gracias, señora Weasley — dijo Harry, sonriéndole. Ella le sonrió de vuelta.

— No hay de qué.

Al retirar las cosas, vio un paquete largo y estrecho que había debajo.

¿Qué es eso? —preguntó Ron mirando el paquete y sosteniendo en la mano los calcetines marrones que acababa de desenvolver.

No sé...

Wood se removió en su asiento, emocionado. Al lado de Harry, Sirius también parecía entusiasmado por leer esto.

Harry abrió el paquete y ahogó un grito al ver rodar sobre la colcha una escoba magnífica y brillante. Ron dejó caer los calcetines y saltó de la cama para verla de cerca.

No puedo creerlo —dijo con la voz quebrada por la emoción. Era una Saeta de Fuego, idéntica a la escoba de ensueño que Harry había ido a ver diariamente a la tienda del callejón Diagon.

— ¿Con la voz quebrada? — dijo Sirius con una gran sonrisa. Harry notó cómo se ruborizaba.

El palo brilló en cuanto Harry le puso la mano encima. La sentía vibrar. La soltó y quedó suspendida en el aire, a la altura justa para que él montara. Sus ojos pasaban del número dorado de la matrícula a las aerodinámicas ramitas de abedul y perfectamente lisas que formaban la cola.

La sonrisa de Sirius no hacía más que aumentar y Harry pensó que ya debía dolerle la cara.

— Acerté de lleno — dijo con orgullo.

¿Quién te la ha enviado? —preguntó Ron en voz baja.

Mira a ver si hay tarjeta —dijo Harry.

Ron rasgó el papel en que iba envuelta la escoba.

¡Nada! Caramba, ¿quién se gastaría tanto dinero en hacerte un regalo?

— Solo el mejor padrino del mundo — dijo Sirius.

— Deja de echarte flores — dijo Lupin, aunque sonreía. Sirius fingió ofenderse y le dio un golpe en el brazo, a modo de "venganza". Muchos miraban ese intercambio con curiosidad.

Bueno —dijo Harry, atónito—. Estoy seguro de que no fueron los Dursley.

— Eso está claro — resopló McGonagall.

Estoy seguro de que fue Dumbledore —dijo Ron, dando vueltas alrededor de la Saeta de Fuego, admirando cada centímetro—. Te envió anónimamente la capa invisible...

Había sido de mi padre —dijo Harry—. Dumbledore se limitó a remitírmela. No se gastaría en mí cientos de galeones. No puede ir regalando a los alumnos cosas así.

— Ay, si por mí fuera… — exclamó Dumbledore en tono teatral. — Pero tenía razón, señor Potter. No fui yo.

— Claro, fui yo — dijo Sirius en voz bien alta, como si quedara alguien el comedor que no supiera que se la había comprado él.

Ése es el motivo por el que no podría admitir que fue él —dijo Ron—. Por si algún imbécil como Malfoy lo acusaba de favoritismo. ¡Malfoy! —Ron se rió estruendosamente—. ¡Ya verás cuando te vea montado en ella! ¡Se pondrá enfermo! ¡Ésta es una escoba de profesional!

— De nada sirve tener una escoba de profesional si sobre ella no hay un profesional — dijo Malfoy de mala gana. Sin embargo, la mayoría de gente había visto a Harry jugar y no cabía ninguna duda de que era un gran jugador, por lo que su comentario no tuvo el impacto deseado.

No me lo puedo creer —musitó Harry pasando la mano por la Saeta de Fuego mientras Ron se retorcía de la risa en la cama de Harry pensando en Malfoy.

Malfoy le lanzó a Ron una mirada fulminante.

¿Quién...?

Ya sé quién ha podido ser... ¡Lupin!

¿Qué? —dijo Harry riéndose también—. ¿Lupin? Mira, si tuviera tanto dinero, podría comprarse una túnica nueva.

— Perdón — dijo Harry rápidamente. Lupin no parecía ofendido.

— Ciertamente, con lo que vale una Saeta de Fuego podría haberme comprado veinte túnicas — dijo con una sonrisa.

— ¿Veinte solo? Yo diría que más — dijo Sirius. Lupin rodó los ojos.

Sí, pero le caes bien —dijo Ron—. Cuando tu Nimbus se hizo añicos, él estaba fuera, pero tal vez se enterase y decidiera acercarse al callejón Diagon para comprártela.

¿Que estaba fuera? —preguntó Harry—. Durante el partido estaba enfermo.

Bueno, no se encontraba en la enfermería —dijo Ron—. Yo estaba allí limpiando los orinales, por el castigo de Snape, ¿te acuerdas?

Harry miró a Ron frunciendo el entrecejo.

— Vaya, así que empezasteis a notar cosas raras en Navidad — dijo Lupin, impresionado. — Aunque creo recordar que Hermione sabía lo que soy mucho antes de Navidad, ¿me equivoco?

— Lo supe desde que el profesor Snape nos mandó aquel trabajo — respondió ella.

No me imagino a Lupin haciendo un regalo como éste.

¿De qué os reís los dos?

Hermione acababa de entrar con el camisón puesto y llevando a Crookshanks, que no parecía contento con el cordón de oropel que llevaba al cuello.

— Al menos podías haberte puesto la ropa antes de ir a la habitación de los chicos — bufó Lavender.

Hermione jadeó, indignada.

— ¿Qué quieres decir? ¡Llevaba el camisón!

— ¿Y te parece bien ir en camisón a ver a los chicos? — Lavender miraba a Hermione con desdén y Harry no entendía nada.

— Solo estaban Harry y Ron — se defendió ella. — Y el camisón que llevaba era de invierno, así que no enseñaba nada, si eso es lo que te molesta.

Ambas chicas se fulminaron con la mirada y Harry vio que Ron estaba tan confundido como él.

Cuando se hubieron callado, Goldstein siguió leyendo con aires de decepción.

¡No lo metas aquí! —dijo Ron, sacando rápidamente a Scabbers de las profundidades de la cama y metiéndosela en el bolsillo del pijama. Pero Hermione no le hizo caso. Dejó a Crookshanks en la cama vacía de Seamus y contempló la Saeta de Fuego con la boca abierta.

— ¡A esto me refería! — exclamó Lavender. — ¿Por qué tenías que meter a tu gato en la habitación de los chicos? ¡Sabías que Scabbers estaba ahí!

— Crookshanks es un buen chico — replicó Hermione. — ¿A que sí, Ron?

— Eh…

Pillado totalmente por sorpresa, Ron no supo qué decir, por lo que se encogió de hombros y asintió al mismo tiempo. Eso no fue suficiente para convencer a Lavender, que siguió mirando muy mal a Hermione.

¡Vaya, Harry! ¿Quién te la ha enviado?

No tengo ni idea. No traía tarjeta.

Ante su sorpresa, Hermione no estaba emocionada ni intrigada. Antes bien, se ensombreció su rostro y se mordió el labio.

Harry gimió. Aquel día no había acabado nada, nada bien.

¿Qué te ocurre? —le preguntó Ron.

No sé —dijo Hermione—. Pero es raro, ¿no os parece? Lo que quiero decir es que es una escoba magnífica, ¿verdad?

Ron suspiró exasperado:

Es la mejor escoba que existe, Hermione —aseguró.

— Y lo sigue siendo — dijo Wood. — Están trabajando en un nuevo modelo que la supere, pero todavía no lo han conseguido.

Harry se emocionó mucho al escuchar eso.

Así que debe de ser carísima...

Probablemente costó más que todas las escobas de Slytherin juntas —dijo Ron con cara radiante.

— ¿Cuánto dinero tienen los Black? — bufó Colin Creevey.

— Mucho — dijo Sirius con una sonrisa.

Bueno, ¿quién enviaría a Harry algo tan caro sin si quiera decir quién es?

¿Y qué más da? —preguntó Ron con impaciencia—. Escucha, Harry, ¿puedo dar una vuelta en ella? ¿Puedo?

Creo que por el momento nadie debería montar en esa escoba —dijo Hermione. Harry y Ron la miraron.

— La señorita Granger tenía razón — dijo la profesora McGonagall. — Es peligroso aceptar un regalo como ese sin siquiera saber de dónde viene.

Harry contuvo las ganas de rodar los ojos.

¿Qué crees que va a hacer Harry con ella? ¿Barrer el suelo? —preguntó Ron. Pero antes de que Hermione pudiera responder, Crookshanks, saltó desde la cama de Seamus al pecho de Ron.

Hermione gimió y se tapó la cara con las manos.

¡LLÉVATELO DE AQUÍ! —bramó Ron, notando que las garras de Crookshanks le rasgaban el pijama y que Scabbers intentaba una huida desesperada por encima de su hombro. Cogió a Scabbers por la cola y fue a propinar un puntapié a Crookshanks, pero calculó mal y le dio al baúl de Harry, volcándolo. Ron se puso a dar saltos, aullando de dolor.

— Qué mala pata — dijo Seamus con una mueca.

— Ese gato está loco — se oyó decir a un chico de Ravenclaw.

A Crookshanks se le erizó el pelo. Un silbido agudo y metálico llenó el dormitorio. El chivatoscopio de bolsillo se había salido de los viejos calcetines de tío Vernon y daba vueltas encendido en medio del dormitorio.

¡Se me había olvidado! —dijo Harry, agachándose y cogiendo el chivatoscopio—. Nunca me pongo esos calcetines si puedo evitarlo...

— ¿Qué situación podría provocar que te pongas esos calcetines asquerosos? — preguntó Fred.

— No sé. Si el resto están sucios…

— Necesitas calcetines nuevos — dijo la señora Weasley inmediatamente. A Harry no le parecía que necesitara más calcetines, pero no se atrevió a protestar.

En la palma de la mano, el chivatoscopio silbaba y giraba. Crookshanks le bufaba y enseñaba los colmillos.

Sería mejor que sacaras de aquí a ese gato —dijo Ron furioso. Estaba sentado en la cama de Harry, frotándose el dedo gordo del pie—. ¿No puedes hacer que pare ese chisme? —preguntó a Harry mientras Hermione salía a zancadas del dormitorio, los ojos amarillos de Crookshanks todavía maliciosamente fijos en Ron.

— ¿Maliciosamente? — repitió Hermione, algo ofendida.

— Son las palabras del libro, no las mías — dijo Harry. — Aunque…

Pero la mirada de Hermione hizo que decidiera cerrar la boca.

Harry volvió a meter el chivatoscopio en los calcetines y éstos en el baúl. Lo único que se oyó entonces fueron los gemidos contenidos de dolor y rabia de Ron.

Scabbers estaba acurrucada en sus manos. Hacía tiempo que Harry no la veía, porque siempre estaba metida en el bolsillo de Ron, y le sorprendió desagradablemente ver que Scabbers, antaño gorda, ahora estaba esmirriada; además, se le habían caído partes del pelo.

— Se lo merece — gruñó Sirius. Varios alumnos lo miraron con miedo.

No tiene buen aspecto, ¿verdad? —observó Harry.

¡Es el estrés! —dijo Ron—. ¡Si esa estúpida bola de pelo la dejara en paz, se encontraría perfectamente!

Pero Harry, acordándose de que la mujer de la tienda de animales mágicos había dicho que las ratas sólo vivían tres años, no pudo dejar de pensar que, a menos que Scabbers tuviera poderes que nunca había revelado, estaba llegando al final de su vida. Y a pesar de las frecuentes quejas de Ron de que Scabbers era aburrida e inútil, estaba seguro de que Ron lamentaría su muerte.

— Scabbers ya estaba mal antes de que Hermione adoptara a Crookshanks — dijo Angelina.

— Pero el estrés por tener que huir del gato le hizo empeorar — dijo Romilda Vane.

Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas.

Aquella mañana, en la sala común de Gryffindor, el espíritu navideño estuvo ausente. Hermione había encerrado a Crookshanks en su dormitorio, pero estaba enfadada con Ron porque había querido darle una patada. Ron seguía enfadado por el nuevo intento de Crookshanks de comerse a Scabbers.

— ¡Normal que Weasley intentara darle una patada al gato! — exclamó Roger Davies. — ¡Casi se come a su mascota!

— Pero el gato no tiene la culpa, es su instinto — lo defendió Terry Boot.

— Granger tendría que haberlo controlado mejor — insistió Demelza Robins.

— O quizá Weasley tenía que haber cuidado mejor a su rata — dijo una chica de Hufflepuff a la que Harry no conocía.

Y, de pronto, casi todo el comedor discutía sobre quién había tenido razón en esa pelea. Los bandos estaban muy igualados.

— ¡Granger le faltó al respeto a Weasley! ¿Qué clase de amiga permite que su mascota se coma a la de su mejor amigo?

— ¡La culpa fue de Weasley por pretender que un gato no se porte como un gato!

— Además, ¡Hermione no podría controlar al gato las veinticuatro horas ni aunque quisiera!

— ¡Pero no tenía por qué llevarlo al dormitorio de los chicos!

— ¡Ignoró a Weasley cuando le pidió que se lo llevara!

— ¡Pero ella no esperaba que el gato reaccionara así!

— ¿Cómo que no? Ya había intentado comerse a Scabbers varias veces.

Las voces se solapaban entre sí y Harry no tenía ni idea de quién hablaba. Tampoco le importaba. Su atención estaba fija en Ron y Hermione, quienes estaban bastante tensos.

— Me dan ganas de decirles exactamente por qué Crookshanks la tenía tomada con Scabbers — gruñó Hermione. Ron hizo una mueca.

— No sé si eso ayudaría mucho.

Hermione giró la cabeza tan rápido para mirarlo que debió hacerse daño en el cuello.

— ¿Cómo que no? Si supieran quién era realmente Scabbers…

— Ya, pero… — Ron tragó saliva antes de decir: — Tú no sabías que Scabbers no era… lo que parecía. Pensabas que era una rata normal, ¿no?

— Sí, ¿y? — replicó Hermione.

— Pues que cuando dejaste a Crookshanks suelto en nuestra habitación, tú pensabas que solo era mi mascota — respondió Ron. Harry no sabía si parecía más enfadado o decepcionado. — Y te dio igual. Te pedí que sacaras al gato y no lo hiciste. ¿Qué motivos tenías para traer al gato a nuestra habitación?

— ¡Era Navidad! — exclamó Hermione.

— ¿Y por eso querías que Crookshanks tuviera una cena especial? — resopló Ron. Hermione jadeó.

— ¡Claro que no! ¡Yo no quería que le pasara nada a Scabbers!

— Entonces, ¿por qué no sacaste a Crookshanks de la habitación cuando te lo pedí? — bufó Ron.

— Mira, Ron — dijo Hermione con dificultad. — Han pasado años desde eso. Ahora sabemos por qué Crookshanks actuó como lo hizo y que Scabbers no era una ratita inocente. ¿O me vas a decir que aún le tienes cariño?

— ¡No es eso! — exclamó Ron. — ¿Es que no ves el problema?

— ¿Qué problema? — dijo Hermione, exasperada. — ¡Han pasado años!

Las peleas a lo largo del comedor se fueron acallando al darse cuenta muchos de que Ron y Hermione estaban discutiendo.

— El problema es que, en ese momento, para nosotros Crookshanks solo era un gato y Scabbers solo era mi rata. Y tú decidiste que traer a tu gato a un dormitorio en el que no era bienvenido porque era Navidad era más importante que la vida de mi mascota.

Hermione se quedó con la boca abierta.

— Yo…

— Mira, me alegro de que compraras a Crookshanks por todo lo que pasó después — siguió Ron. — Pero no puedes negar que te portaste fatal conmigo y con Scabbers.

Hermione parecía a punto de llorar.

— Yo nunca pensé que la vida de Scabbers fuera menos importante que la de Crookshanks — dijo con un hilo de voz. — Creía que lo sabías.

— Pues no, no lo sabía — replicó Ron. — Porque nunca te importó poner a Scabbers en peligro para que Crookshanks estuviera más cómodo.

Hermione abrió y cerró la boca, sin saber qué decir, y Harry deseó que Goldstein siguiera leyendo para que todos dejaran de mirarles.

Por suerte, la profesora McGonagall le pidió al chico que siguiera leyendo, algo que hizo de mala gana.

Harry desistió de reconciliarlos y se dedicó a examinar la Saeta de Fuego que había bajado con él a la sala común. No se sabía por qué, esto también parecía poner a Hermione de malhumor. No decía nada, pero no dejaba de mirar con malos ojos la escoba, como si ella también hubiera criticado a su gato.

Hermione tenía los ojos llorosos y la vista fija en el suelo. Harry no sabía muy bien qué hacer. Por un lado, estaba de acuerdo con Ron en que, en el momento en el que todo esto había sucedido, habían creído que Scabbers era solo una rata y, por tanto, Hermione había puesto la vida de la querida mascota de Ron en peligro por su propio egoísmo. Por otro lado, Scabbers había resultado ser Pettigrew y Crookshanks lo había calado desde el primer momento, lo que hacía que sus reacciones fueran mucho más comprensibles.

A la hora del almuerzo bajaron al Gran Comedor y descubrieron que habían vuelto a arrimar las mesas a los muros, y que ahora sólo había, en mitad del salón, una mesa con doce cubiertos.

Se encontraban allí los profesores Dumbledore, McGonagall, Snape, Sprout y Flitwick, junto con Filch, el conserje, que se había quitado la habitual chaqueta marrón y llevaba puesto un frac viejo y mohoso.

Filch miró mal a Harry, como si fuera culpa suya que su traje estuviera mohoso.

Sólo había otros tres alumnos: dos del primer curso, muy nerviosos, y uno de quinto de Slytherin, de rostro huraño.

Harry oyó murmullos y vio a los dos alumnos que habían estado en primero aquel año, que susurraban con emoción.

¡Felices Pascuas! —dijo Dumbledore cuando Harry, Ron y Hermione se acercaron a la mesa—. Como somos tan pocos, me pareció absurdo utilizar las mesas de las casas. ¡Sentaos, sentaos!

Harry, Ron y Hermione se sentaron juntos al final de la mesa.

— ¿Os sentasteis juntos aunque estabais peleados? — dijo Parvati.

— Tampoco es que hubiera muchos asientos para elegir — replicó Ron. Hermione hizo una mueca.

¡Cohetes sorpresa! —dijo Dumbledore entusiasmado, alargando a Snape el extremo de uno grande de color de plata. Snape lo cogió a regañadientes y tiró. Sonó un estampido, el cohete salió disparado y dejó tras de sí un sombrero de bruja grande y puntiagudo, con un buitre disecado en la punta.

Se oyeron risitas. Nadie había olvidado el boggart. Snape fulminó con la mirada a tantos alumnos como pudo.

Harry, acordándose del boggart, miró a Ron y los dos se rieron. Snape apretó los labios y empujó el sombrero hacia Dumbledore, que enseguida cambió el suyo por aquél.

¡A comer! —aconsejó a todo el mundo, sonriendo.

Varios sonrieron al imaginar eso.

Mientras Harry se servía patatas asadas, las puertas del Gran Comedor volvieron a abrirse. Era la profesora Trelawney, que se deslizaba hacia ellos como si fuera sobre ruedas. Dada la ocasión, se había puesto un vestido verde de lentejuelas que acentuaba su aspecto de libélula gigante.

La profesora apretó los labios y miró mal a Harry, pero no dijo nada. Algunos alumnos se reían de su descripción.

¡Sybill, qué sorpresa tan agradable! —dijo Dumbledore, poniéndose en pie.

He estado consultando la bola de cristal, señor director —dijo la profesora Trelawney con su voz más lejana—. Y ante mi sorpresa, me he visto abandonando mi almuerzo solitario y reuniéndome con vosotros. ¿Quién soy yo para negar los designios del destino? Dejé la torre y vine a toda prisa, pero os ruego que me perdonéis por la tardanza...

—Vamos, que le apeteció bajar y se inventó una excusa — bufó Dean por lo bajo.

Por supuesto —dijo Dumbledore, parpadeando—. Permíteme que te acerque una silla...

E hizo, con la varita, que por el aire se acercara una silla que dio unas vueltas antes de caer ruidosamente entre los profesores Snape y McGonagall. La profesora Trelawney, sin embargo, no se sentó. Sus enormes ojos habían vagado por toda la mesa y de pronto dio un leve grito.

¡No me atrevo, señor director! ¡Si me siento, seremos trece! ¡Nada da peor suerte! ¡No olvidéis nunca que cuando trece comen juntos, el primero en levantarse es el primero en morir!

— Menuda chorrada — se oyó decir a Zacharias Smith.

A Harry le preocupó que no fuera Hermione quien criticara las excentricidades de la profesora Trelawney. Miró a la chica y vio que seguía teniendo los ojos llorosos, aunque no le caían lágrimas por la cara.

¿Qué podía hacer? Estaba de acuerdo con Ron… Hasta cierto punto. No podía olvidar que Scabbers era Pettigrew, así que no era desagradable pensar en las penurias que Crookshanks le había hecho pasar. Pero si veía las cosas desde el punto de vista de Ron en tercer año, quedaba claro que Hermione había sido innecesariamente cruel con él al poner la vida de su mascota en peligro.

Habían pasado años y todo se había solucionado. No quería tener que pensar en cómo arreglar una situación que en teoría ya estaba arreglada.

Nos arriesgaremos, Sybill —dijo impaciente la profesora McGonagall—. Por favor, siéntate. El pavo se enfría.

La profesora Trelawney dudó. Luego se sentó en la silla vacía con los ojos cerrados y la boca muy apretada, como esperando que un rayo cayera en la mesa. La profesora McGonagall introdujo un cucharón en la fuente más próxima.

¿Quieres callos, Sybill?

Eso le sacó una sonrisa a más de uno.

La profesora Trelawney no le hizo caso. Volvió a abrir los ojos, echó un vistazo a su alrededor y dijo:

Pero, ¿dónde está mi querido profesor Lupin?

El profesor Lupin sonrió al escuchar eso.

Me temo que ha sufrido una recaída —dijo Dumbledore, animando a todos a que se sirvieran—. Es una pena que haya ocurrido el día de Navidad.

Pero seguro que ya lo sabías, Sybill.

Se oyeron varias risitas. La profesora Trelawney no parecía muy contenta.

La profesora Trelawney dirigió una mirada gélida a la profesora McGonagall.

Por supuesto que lo sabía, Minerva —dijo en voz baja—. Pero no quiero alardear de saberlo todo. A menudo obro como si no estuviera en posesión del ojo interior, para no poner nerviosos a los demás.

Eso explica muchas cosas —respondió la profesora McGonagall.

Esta vez, muchos se echaron a reír a carcajadas. McGonagall no parecía nada arrepentida.

La profesora Trelawney elevó la voz:

Si te interesa saberlo, he visto que el profesor Lupin nos dejará pronto. Él mismo parece comprender que le queda poco tiempo. Cuando me ofrecí a ver su destino en la bola de cristal, huyó.

Me lo imagino.

— Bueno, dejé el colegio, si a eso te referías — dijo Lupin con una sonrisa. La profesora Trelawney parecía disgustada.

Dudo —observó Dumbledore, con una voz alegre pero fuerte que puso fin a la conversación entre las profesoras McGonagall y Trelawney— que el profesor Lupin esté en peligro inminente. Severus, ¿has vuelto a hacerle la poción?

Sí, señor director —dijo Snape.

Bien —dijo Dumbledore—. Entonces se levantará y dará una vuelta por ahí en cualquier momento. Derek, ¿has probado las salchichas? Son estupendas.

Uno de los chicos que Harry había visto antes se puso rojo como un tomate, provocando que sus amigos rieran.

El muchacho de primer curso enrojeció intensamente porque Dumbledore se había dirigido directamente a él, y cogió la fuente de salchichas con manos temblorosas.

— Qué mono — rió una chica que estaba sentada justo frente a él. El tal Derek estaba tan rojo que podía haberse hecho pasar por Weasley.

La profesora Trelawney se comportó casi con normalidad hasta que, dos horas después, terminó la comida. Atiborrados con el banquete y tocados con los gorros que habían salido de los cohetes sorpresa, Harry y Ron fueron los primeros en levantarse de la mesa, y la profesora dio un grito.

¡Queridos míos! ¿Quién de los dos se ha levantado primero? ¿Quién?

Lavender y Parvati jadearon.

No sé —dijo Ron, mirando a Harry con inquietud.

Dudo que haya mucha diferencia —dijo la profesora McGonagall fríamente—. A menos que un loco con un hacha esté esperando en la puerta para matar al primero que salga al vestíbulo.

Varios alumnos (y Hagrid y Sirius) se echaron a reír.

Incluso Ron se rió. La profesora Trelawney se molestó.

¿Vienes? —dijo Harry a Hermione.

No —contestó Hermione—. Tengo que hablar con la profesora McGonagall.

Probablemente para saber si puede darnos más clases —bostezó Ron yendo al vestíbulo, donde no había ningún loco con un hacha.

— Me alegro — dijo Fred en tono irónico.

Harry hizo una mueca. Recordaba por qué Hermione se había quedado a hablar con McGonagall. Esto no iba a ser agradable…

Cuando llegaron al agujero del cuadro, se encontraron a sir Cadogan celebrando la Navidad con un par de monjes, antiguos directores de Hogwarts y su robusto caballo. Se levantó la visera de la celada y les ofreció un brindis con una jarra de hidromiel.

¡Felices, hip, Pascuas! ¿La contraseña?

«Vil bellaco» —dijo Ron.

¡Lo mismo que vos, señor! —exclamó sir Cadogan, al mismo tiempo que el cuadro se abría hacia delante para dejarles paso.

— Parece simpático — dijo Justin Finch-Fletchley.

— Era insoportable — replicó Lee Jordan.

Harry fue directamente al dormitorio, cogió la Saeta de Fuego y el equipo de mantenimiento de escobas mágicas que Hermione le había regalado para su cumpleaños, bajó con todo y se puso a mirar si podía hacerle algo a la escoba; pero no había ramitas torcidas que cortar y el palo estaba ya tan brillante que resultaba inútil querer sacarle más brillo. Él y Ron se limitaron a sentarse y a admirarla desde cada ángulo hasta que el agujero del retrato se abrió y Hermione apareció acompañada por la profesora McGonagall.

— Espera… — dijo Sirius a Hermione. — ¿Has hecho lo que creo que has hecho?

Hermione cerró los ojos un momento. Suspiró y, más decidida, abrió los ojos y asintió con la cabeza.

Aunque la profesora McGonagall era la jefa de la casa de Gryffindor, Harry sólo la había visto en la sala común en una ocasión y para anunciar algo muy grave. Él y Ron la miraron mientras sostenían la Saeta de Fuego. Hermione pasó por su lado, se sentó, cogió el primer libro que encontró y ocultó la cara tras él.

— Cobarde — bufó McLaggen. — Si te has chivado, al menos ten el valor de decírselo a Potter a la cara.

— Cierra la boca — replicó Ron, para sorpresa de Harry. Hermione también pareció sorprenderse.

Conque es eso —dijo la profesora McGonagall con los ojos muy abiertos, acercándose a la chimenea y examinando la Saeta de Fuego—. La señorita Granger me acaba de decir que te han enviado una escoba, Potter.

Harry y Ron se volvieron hacia Hermione. Podían verle la frente colorada por encima del libro, que estaba del revés.

— Podías haber disimulado mejor — le dijo Harry. Hermione hizo una mueca.

¿Puedo? —pidió la profesora McGonagall. Pero no aguardó a la respuesta y les quitó de las manos la Saeta de Fuego. La examinó detenidamente, de un extremo a otro—. Mmm... ¿y no venía con ninguna nota, Potter? ¿Ninguna tarjeta? ¿Ningún mensaje de ningún tipo?

Nada —respondió Harry, como si no comprendiera.

Ya veo... —dijo la profesora McGonagall—. Me temo que me la tendré que llevar, Potter.

— Era lógico — dijo la profesora Hooch. — Es muy fácil esconder maleficios en una escoba.

¿Qué?, ¿qué? —dijo Harry, poniéndose de pie de pronto—. ¿Por qué?

Tendremos que examinarla para comprobar que no tiene ningún hechizo —explicó la profesora McGonagall—. Por supuesto, no soy una experta, pero seguro que la señora Hooch y el profesor Flitwick la desmontarán.

Ambos profesores asintieron. Por su parte, Wood parecía estar sufriendo con solo imaginarlo.

¿Desmontarla? —repitió Ron, como si la profesora McGonagall estuviera loca.

Tardaremos sólo unas semanas —aclaró la profesora McGonagall—. Te la devolveremos cuando estemos seguros de que no está embrujada.

— Me parece lo más sensato — dijo la señora Weasley. — Sin saber quién te la había mandado o por qué… Era muy peligroso.

Harry prefirió no decir que la escoba no tenía ningún maleficio y que no habían tenido motivos para desmontarla.

No tiene nada malo —dijo Harry. La voz le temblaba—. Francamente, profesora...

Eso no lo sabes —observó la profesora McGonagall con total amabilidad—, no lo podrás saber hasta que hayas volado en ella, por lo menos. Y me temo que eso será imposible hasta que estemos seguros de que no se ha manipulado. Te tendré informado.

La profesora McGonagall dio media vuelta y salió con la Saeta de Fuego por el retrato, que se cerró tras ella.

— Pobre Hermione — dijo Katie Bell con una mueca. — Dudo que se tomen muy bien lo que ha hecho…

Harry se quedó mirándola, con la lata de pulimento aún en la mano. Ron se volvió hacia Hermione.

¿Por qué has ido corriendo a la profesora McGonagall?

Hermione dejó el libro a un lado. Seguía con la cara colorada. Pero se levantó y se enfrentó a Ron con actitud desafiante:

Porque pensé (y la profesora McGonagall está de acuerdo conmigo) que la escoba podía habérsela enviado Sirius Black.

— Y tenía razón — dijo Hermione, todavía con la vista fija en el suelo. — Puede que la escoba no tuviera ninguna maldición, pero sí que te la envió Sirius.

Harry suspiró.

— Entiendo por qué lo hiciste y te perdono — dijo en voz alta, asegurándose de que todo el comedor lo escuchaba. — Aunque me habría gustado que me avisaras primero.

Hermione asintió, aliviada. Miró entonces a Ron.

— ¿Y tú?

— ¿Yo qué?

— ¿Sigues enfadado? — preguntó ella, mordiéndose el labio.

Ron la miró unos momentos. A Harry le pareció que, más que enfadado, parecía dolido.

— Ni siquiera me has pedido perdón.

Hermione jadeó.

— Lo siento. Lo digo de verdad. — Volvía a tener los ojos llorosos y Harry deseó que Ron la perdonara solo para no verla llorar.

— Vale, te perdono — dijo Ron con rapidez. Harry supuso que, como él, no deseaba ver a Hermione llorando.

— Eh… el capítulo acaba ahí — dijo Goldstein, haciendo que todos volvieran a mirarlo a él en vez de a Ron y Hermione.

Dumbledore se puso en pie y tomó el libro que el chico le tendía.

— Bien, bien. Solo nos queda un capítulo por hoy. Se titula: El patronus. ¿Quién quiere leerlo?


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

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