jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 7

 El boggart del armario ropero: 


Harry sonrió. Para él, siempre merecía la pena ir a ver a Hagrid.

— Este es el final — dijo Demelza, marcando la página y dejando el libro en la tarima.

El director se puso en pie y anunció alegremente:

— Toca hacer un pequeño descanso. Es hora de comer.

Con un gesto, invitó a todos los presentes a que se levantaran de sus asientos. Hizo la ya acostumbrada floritura con la varita que provocó que los cómodos sillones, butacas y sofás fueran reemplazados por las cuatro mesas de las casas.

Las puertas del comedor se abrieron, por lo que muchos aprovecharon para salir a tomar el aire o para ir al baño. Harry se quedó de pie, ignorando el revuelo a su alrededor en favor de mantener la vista fija en Draco Malfoy, quien caminaba hacia la salida con paso firme. Crabbe y Goyle parecían algo extrañados ante su conducta, pero ninguno de ellos lo siguió.

— ¿Todo bien, Harry? — preguntó Sirius, cogiendo del hombro a Harry y guiándolo hasta la mesa de Gryffindor.

— Sí, claro.

Harry y Sirius tomaron asiento junto a Hermione y Ron, quien ya había empezado a servirse comida de los platos que acababan de aparecer sobre las mesas.

De reojo, Harry vio cómo Malfoy salía del comedor solo. Le daba mucha curiosidad saber a dónde iba.

— Voy al baño — dijo rápidamente antes de levantarse y dirigirse a las puertas, ignorando las miradas preocupadas de sus amigos.

Salió del comedor e inmediatamente supo que había tardado demasiado en hacerlo. Le había perdido la pista a Malfoy, que podía haberse ido en cualquier dirección.

En ese momento, un par de alumnos de Ravenclaw se le acercaron.

— Eh, Potter. Lo del basilisco fue genial. ¿En este libro también vas a cargarte algún monstruo?

— Eh… no.

El chico de Ravenclaw pareció algo decepcionado.

— ¿No nos puedes contar un poco de lo que va a pasar? Prometemos no decir nada.

A Harry le dieron ganas de replicar que, si querían saber lo que iba a pasar, se esperaran a que se leyera en vez de tocarle las narices a él. Sin embargo, antes de que pudiera abrir la boca se le ocurrió otra idea.

— Claro que puedo. Pero antes, ¿habéis visto salir a Malfoy del comedor?

Los dos chicos de Ravenclaw intercambiaron miradas.

— Sí — respondió uno de ellos. — Te podemos decir por dónde se ha ido si nos dices cómo acaba este libro.

— Vale — accedió Harry, alegrándose de que hubieran entendido lo que quería sin que él tuviera que explicarlo. — ¿Por dónde se ha ido?

— Por ahí. — Uno de ellos señaló uno de los pasillos a su izquierda.

— Vale, gracias.

— ¡Espera! Tienes que cumplir tu parte del trato.

— Al final del libro, un perro, un gato, una rata y un lobo se meten en un árbol.

Ignorando las caras de incredulidad de los Ravenclaw, Harry echó a andar antes de que pudieran recriminarle nada.

Caminó rápidamente, aguzando el oído cada vez que pasaba frente a una puerta cerrada por si Malfoy estuviera dentro. Dio un par de vueltas por los pasillos, sintiéndose cada vez más frustrado y preguntándose si quizá los Ravenclaw le habían tomado el pelo.

Sin embargo, supo que no había sido así cuando escuchó la voz de Malfoy al otro lado de una puerta entreabierta.

— … y deja ya de seguirme.

Harry frenó en seco. ¿Con quién hablaba Malfoy? ¿Acaso alguien más le había seguido? Harry no había visto a nadie salir del comedor detrás de él.

— Tengo cosas mejores que hacer que seguirte a ti.

A Harry le dio un vuelco el corazón. La voz que le había respondido a Malfoy estaba hechizada para que no pudiera identificarse, por lo que solo podía pertenecer a uno de los encapuchados.

¿Qué hacía uno de ellos hablando con Malfoy? Se acercó con sigilo a la puerta, consciente de que, al estar entreabierta, era arriesgado intentar espiar.

— Pues entonces lárgate.

— ¿Y si no quiero?

Malfoy se quedó en silencio. Frustrado, Harry dio un paso más hacia la puerta, preparado para correr en cuanto escuchara movimiento.

Pero no le dio tiempo. La puerta se abrió de golpe y Harry se quedó allí parado, mirando con los ojos como platos a la figura encapuchada frente a él.

— Mira, Malfoy. Parece que no soy el único al que le preocupas.

Harry abrió la boca para protestar, pero el encapuchado lo cogió del brazo y lo arrastró dentro del aula vacía.

— ¡Oye!

Con una risita, el desconocido soltó a Harry y salió de allí, cerrando la puerta con un rápido movimiento de varita.

— ¿Qué hace? — bufó Harry.

Malfoy fue a la puerta y trató de abrirla, sin éxito.

— ¡Eh! ¡Eh, tú! ¡Abre la puerta!

Se oyó una risa al otro lado de la puerta.

— Se abrirá sola cuando habléis. Daos prisa, os perderéis la comida.

Harry pegó la oreja a la puerta justo a tiempo para escuchar unas pisadas que se alejaban.

— No puede ir en serio — resopló, indignado. — ¡Abre la puerta!

Pero nadie respondió. Malfoy le pegó un último golpe a la puerta antes de encaminarse hacia una de las ventanas.

Harry lo siguió con la mirada, aunque enseguida se distrajo al notar dónde estaban. Se trataba de un aula de la planta baja del colegio, llena de mesas y sillas que parecían no haber sido utilizadas en mucho tiempo. Algunas de ellas estaban cubiertas con telas, aunque parecía que, quien las hubiera puesto allí, no se había esmerado mucho en hacerlo bien. Muchas de las telas estaban roídas y no conseguían tapar bien los muebles.

Harry volvió a prestar atención a Malfoy cuando escuchó un ruido. El chico trataba de abrir una de las ventanas, pero no consiguió moverla ni un centímetro. Sacó entonces la varita y probó varios hechizos en voz baja. Ninguno de ellos funcionó.

— Déjame a mí — dijo Harry, sacando su varita. Malfoy lo miró muy mal.

— Si yo no he podido, tú tampoco vas a poder, Potter.

— Eso ya lo veremos — murmuró Harry.

Sin embargo, dos minutos después tuvo que aceptar la derrota. Las ventanas debían estar hechizadas para que no pudieran abrirse, igual que la puerta.

— ¿Qué hacemos ahora? — bufó Harry. Malfoy se había sentado sobre una de las mesas y le daba vueltas a su varita con los dedos.

— Quedarnos aquí hasta que alguien se dé cuenta de que no estamos en el comedor — replicó Malfoy, sin siquiera mirar a Harry.

Harry quitó la tela que tapaba una de las sillas y se sentó, sintiéndose más irritado por momentos. Como si no tuviera ya suficientes problemas, ahora tenían que dejarlo encerrado con Malfoy para… ¿para que hablaran? Era lo más absurdo que había escuchado en mucho tiempo.

Malfoy y él no tenían nada de lo que hablar. La lectura estaba siendo difícil para todos y sí, Harry había sentido curiosidad por saber qué le pasaba a Malfoy, porque tenía la corazonada de que su actitud no se debía solo a la lectura. Por lo general, su instinto nunca fallaba, y ahora mismo le decía que Malfoy guardaba un secreto.

El descubrir a uno de los encapuchados hablando con él solo había reafirmado su teoría de que Malfoy ocultaba algo importante.

Pero, ¿cómo podía sonsacárselo? Ninguno de los dos quería hablar. Ya era bastante increíble que pudieran estar en la misma habitación sin pelear. Tener una conversación era pedir demasiado.

— Lo estarás pasando genial, ¿eh, Potter?

Sorprendido, Harry levantó la vista de los bordes de la tela con los que había estado jugando inconscientemente.

— ¿A qué te refieres?

Malfoy soltó un bufido.

— ¿Eres estúpido o te lo haces?

Enfadado, Harry se puso en pie, sujetando su varita con más fuerza. Malfoy se tensó y agarró su varita con firmeza, con los ojos fijos en Harry.

Sin embargo, Harry bajó la varita en cuanto vio bien al otro chico. En el comedor, con bastante más distancia entre ellos, le había parecido que Malfoy no tenía muy buen aspecto. Estaba algo pálido y parecía más apagado de lo normal. Pero viéndolo de cerca, quedaba claro que algo le pasaba.

Harry tardó unos segundos en darse cuenta de lo que le hacía pensar eso. No era su tono de piel, ni tenía ojeras ni nada por el estilo. Eran sus ojos. No había en ellos nada de la expresión engreída y desdeñosa que solía caracterizarlos. Por primera vez en toda su vida, Malfoy no lo miraba por encima del hombro y, durante un segundo, eso preocupó a Harry.

— ¿Qué miras? — gruñó Malfoy.

— ¿Qué te pasa? — preguntó Harry. Estaba seguro de que no iba a recibir respuesta, pero al menos iba a intentarlo.

Malfoy pareció muy sorprendido, antes de fruncir el ceño y decir:

— ¿Y a ti que te importa?

— ¿De qué hablabas con… quien sea que fuera el de la capucha?

Malfoy lo miró con una ceja alzada.

— De nada que te interese.

— Ya lo has oído. Si no hablamos, no saldremos de aquí.

— Prefiero quedarme encerrado y no volver a escucharte hablar, Potter — replicó Malfoy de mal humor.

Exasperado, Harry volvió a sentarse en la silla.

Pasaron los minutos. Con el hambre que tenía, a Harry no le hacía ninguna gracia perderse toda la hora de la comida por culpa de Malfoy.

— La respuesta es no — gruñó Harry, decidiendo que, si quería comer, tendría que intentar hablar con Malfoy. — No me lo estoy pasando bien con todo esto.

Malfoy, que había parecido sorprendido al escuchar a Harry hablar de nuevo, soltó un bufido.

— Ya, claro. Debe ser horrible leer cómo derrotaste un basilisco con una espada — ironizó Malfoy.

— No habría tenido que hacerlo si tu padre no le hubiera dado ese diario a Ginny — replicó Harry en tono mordaz.

Malfoy jadeó y se puso en pie, cogiendo su varita con fuerza.

— No hables de mi padre.

Harry lo imitó. Había sido muy iluso al pensar que podría tener una conversación medio normal con Malfoy.

— ¿Qué pasa? ¿Vas a seguir defendiendo a tu querido padre mortífago?

— Te he dicho que no hables de él — replicó Malfoy, mirándolo con rabia.

— ¿O quizá es que empiezas a avergonzarte de él? — siguió Harry. — Dime, Malfoy. ¿Te parece bien lo que hizo tu padre con el diario?

— Eso no es asunto tuyo, Potter — escupió Malfoy. — Cierra la boca de una vez o te la voy a cerrar yo.

— Siempre me ha dado curiosidad — dijo Harry. — ¿Por qué existen los mortífagos? A mí no me haría ninguna gracia tener que inclinarme ante alguien a besarle los pies…

— ¿De qué diablos hablas? — preguntó Malfoy.

— ¿No lo sabes? En junio, cuando Voldemort regresó, llamó a un montón de sus antiguos mortífagos. Lo primero que hicieron fue tirarse al suelo ante él — respondió Harry, sintiéndose asqueado con solo recordarlo. — ¿Para qué queréis un líder que os trata como si fuerais basura?

— Estás mintiendo — dijo Malfoy. — No me creo nada de lo que dices.

— Pues no te lo creas — replicó Harry de mala gana. — De todas formas supongo que lo leeremos en el cuarto libro. Podrás escucharlo por ti mismo.

Para sorpresa de Harry, Malfoy le pegó una patada a una de las mesas, volcándola y levantando una oleada de polvo.

— Estoy harto de los libros — gritó Draco. — No quiero leer nada más. Me voy.

Fue a la puerta y trató de abrirla, pero seguía tan cerrada como antes.

— ¡Venga ya! ¡Abrid la puerta! — Comenzó a pegarle patadas y Harry decidió que lo mejor sería dejar que lo hiciera. Con un poco de suerte, tiraría la puerta abajo y podrían salir de allí.

Sin embargo, varios minutos después, la puerta seguía en su lugar y Malfoy se había quedado sin aire.

Se dejó caer en el suelo, tratando de respirar con normalidad, y Harry sintió una punzada al verlo. Esa misma mañana, había sido el propio Harry quien había acabado en el suelo, intentando controlar su respiración. Él no había conseguido calmarse hasta que pudo hablar con sus amigos y con Sirius, pero Crabbe y Goyle estaban en el comedor y el único que Malfoy tenía cerca en ese momento era él.

Por ello, Harry se forzó a acercarse a Malfoy, preguntándose si iba a arrepentirse de esto.

— ¿Estás mejor?

Draco abrió los ojos y lo fulminó con la mirada.

— Estoy perfectamente — dijo en tono sarcástico. — Mejor que nunca. Cierra la boca, Potter.

Harry se sentó sobre una de las mesas que quedaban cerca de la puerta, mirando directamente a Malfoy.

— ¿Tan grave es lo que te ha dicho esa persona? — preguntó Harry con curiosidad. No tenía ni idea de qué decirle a Malfoy, así que optó por preguntar las cosas que le habían hecho seguirlo hasta ese lugar. — ¿Es la primera vez que habláis o…?

Malfoy jadeó.

— No es asunto tuyo.

— Todo lo que tenga que ver con esa gente es asunto mío — replicó Harry. — Los libros que han traído cuentan mi vida. Tengo derecho a saber lo que te han dicho.

Draco dejó escapar una risa irónica.

— Ya lo sabrás, Potter. Cuando lo leamos.

Eso llamó la atención de Harry.

— Espera. ¿Te han contado algo del futuro?

— ¿Qué pasa? ¿Tienes envidia? — replicó Malfoy. — Por una vez, no eres tú el que sabe más sobre esos dichosos libros.

Harry se inclinó hacia delante, lleno de curiosidad.

— ¿Qué te han contado?

— Nada que te importe.

— Déjalo ya, Malfoy — resopló Harry, irritado. — No nos vamos a ir de aquí hasta que no me lo cuentes. ¿Por qué si no nos encerraría ese tipo en este sitio, eh? Piénsalo. Quiere que me lo cuentes.

— Pues yo no quiero contártelo.

— Pues vas a tener que hacerlo — replicó Harry de mala gana. — Y cuanto antes mejor. ¿O acaso quieres que nos quedemos aquí todo el descanso?

Malfoy se quedó en silencio.

A decir verdad, Harry no se había esperado que lo que estuviera molestando a Malfoy estuviera relacionado con el futuro. Más bien, suponía que su ego estaba sufriendo debido a todo lo que habían leído. Parte de él se alegraba de que Malfoy estuviera recibiendo un poco de su propia medicina, pero quizá estaba siendo demasiado de golpe.

— Esta mañana, me llevaron al sitio donde se reúnen y me enseñaron el último libro.

Harry se atragantó con su propia saliva.

— ¿¡Qué?!

— Lo que oyes — dijo Malfoy. Seguía sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la puerta. — Me hicieron leer una página del final.

Harry escuchaba con la boca abierta.

— ¿Por qué? ¿Qué pasaba?

Draco volvió a quedarse en silencio. Tenía la mirada perdida.

— Había fuego — dijo tranquilamente, como si le estuviera hablando del tiempo. — Y tú me salvabas la vida.

— Ah…

Malfoy giró la cabeza y miró a Harry.

— Y Crabbe moría.

Harry jadeó. Malfoy volvió a mirar hacia el frente y, durante un momento, Harry temió que se pusiera a llorar.

Pero no lo hizo. Draco respiró hondo y consiguió controlar sus emociones. Harry, no tanto.

— ¿Qué dices? — replicó cuando superó el shock. — ¿A Crabbe lo van a matar?

— El fuego lo provocó él mismo. Fue prácticamente un suicidio.

Harry notaba el corazón latirle con fuerza. De entre todas las cosas que esperaba descubrir cuando siguió a Malfoy, esta jamás se la habría imaginado.

Siempre le había parecido que Malfoy no trataba muy bien a Crabbe y Goyle, que eran más sus secuaces que sus amigos, pero viéndolo allí en el suelo no podía dudar de que la posible muerte de Crabbe le doliera. Y, si había algo que Harry comprendía, era lo horrible que es perder a alguien que te importa.

— Eh… bueno, piensa que eso ya no va a pasar — dijo Harry. — Para eso estamos leyendo, ¿no? Para que nadie tenga que morir.

— No — replicó Draco con sequedad. — Estamos leyendo para que nadie de tu lado tenga que morir.

— Pues cámbiate de lado — respondió Harry al instante. — Cambiaos los tres. Todavía estáis a tiempo.

Malfoy soltó una risa irónica.

— ¿Por qué querría hacer eso? ¿Es que se te ha olvidado con quien estás hablando, Potter?

— No se me ha olvidado — replicó Harry, armándose de paciencia. — Sé que no confías en Dumbledore, pero es mucho mejor que Voldemort. Sigo sin entender por qué hay gente que lo sigue.

— El señor tenebroso defiende nuestros ideales — alegó Malfoy. — Quiere proteger la pureza de la sangre e impedir que los muggles y los hijos de muggles se apropien de lo que es nuestro y destrocen nuestra cultura. El señor tenebroso nos dará gloria, oro y poder.

Asqueado, Harry tuvo que controlarse para no responderle algo hiriente a Malfoy. Había algo en su tono que le hacía pensar que esas no eran sus palabras, sino las palabras que había escuchado decenas de veces en su casa.

— Eso no es cierto — dijo Harry con dificultad, controlando la ira. — Lo que yo vi en el cementerio no era ni gloria ni poder. Todos los mortífagos estaban a su merced, postrados ante él. Era patético.

Malfoy le dio un golpe al suelo, haciendo saltar a Harry.

— ¿Patético? — repitió, furioso. — ¿Estás llamando patético a mi padre, Potter?

— ¿Acaso no es patético morir en un incendio que tú mismo has provocado para defender a alguien que te trata como una basura? — replicó Harry, enfadándose. — Mira, Malfoy. Haz lo que quieras. Pero si yo fuera tú, le pediría ayuda a Dumbledore.

— No necesito su ayuda — escupió Malfoy.

— Haz lo que quieras — repitió Harry. Empezaba a cansarse. — Tú decides. ¿Qué es más importante, esos ideales de mierda o la vida de tu amigo?

Draco jadeó y se puso en pie. Durante un momento, Harry pensó que iba a pegarle un puñetazo, pero el Slytherin se contuvo.

— Las dos cosas son importantes.

— Pero una lo es más que la otra.

Se miraron fijamente unos momentos y entonces escucharon un pequeño "clic", cuando la puerta del aula se abrió sola.

— Por fin — suspiró Harry, yendo hacia la puerta con rapidez por si acaso volvía a cerrarse.

Se giró y vio que Malfoy seguía de pie en el mismo sitio. Abrió la boca para decirle algo, pero se arrepintió y salió del aula en silencio, dejando allí a la única persona en el colegio que lo estaba pasando tan mal como él.

Harry hizo el camino hacia el Gran Comedor sumido en sus pensamientos, recordando una y otra y otra vez cada palabra de la conversación que acababan de tener.

Crabbe iba a morir si no cambiaban las cosas. Igual que Fred. Igual que el profesor Lupin.

Estamos leyendo para que nadie de tu lado tenga que morir.

Pero no era así, pensó Harry. Porque puede que Crabbe fuera un imbécil, pero no se merecía morir así. Leer los libros también evitaría su muerte. Dumbledore no permitiría que ningún alumno muriera.

Entró en el comedor y se dirigió a la mesa de Gryffindor, donde enseguida le empezaron a hacer mil preguntas.

— Luego os lo cuento — dijo Harry cuando Hermione le preguntó por tercera vez dónde había estado.

— Si necesitabas un rato a solas… Sabes que puedes contarnos lo que quieras — insistió Hermione. — ¿Te ha pasado lo mismo que esta mañana?

— No — replicó Harry mientras empapaba sus patatas con salsa de carne. — Estoy bien, de verdad. Lo de esta mañana… — sintió cómo se ruborizaba. — No creo que vuelva a pasarme, ha sido una cosa rara. No os preocupéis.

— Bueno — dijo Ron, quien ya había terminado con la comida y estaba tomándose una segunda ración de postre. — Hey, ¿os habéis dado cuenta de que vamos a leer frente a todos lo del boggart de Neville? Va a ser alucinante.

Harry no pudo evitar sonreír al recordarlo.

— A Snape le va a dar algo — dijo alegremente.

De reojo, vio que Hermione miraba a Ron de forma extraña y le pareció que Ron le respondía algo moviendo los labios, pero cuando levantó la vista para mirarlo bien, el chico se llevó un trozo de tarta a la boca.

A Harry le dio tiempo a comer tranquilamente y, cuando ya estaba con el postre, vio entrar a Malfoy, que se dirigió a la mesa de Slytherin sin mirar a nadie.

Con disimulo, Harry mantuvo la mirada puesta en él y vio cómo se sentaba junto a Crabbe y Goyle, que le dijeron algo. Malfoy les respondió y los otros dos chicos se callaron. Con una punzada, Harry pensó que probablemente Malfoy ni siquiera le había contado a Crabbe lo que había leído. ¿Cómo podía soportarlo?

Pasó un buen rato antes de que la comida desapareciera. Malfoy también tuvo tiempo de comer tranquilamente y Harry empezó a sospechar que quizá Dumbledore estaba alargando la hora de la comida para darle tiempo al Slytherin. Era el único que seguía comiendo, pero Harry dudaba de que alguien se hubiera dado cuenta. Todo el comedor estaba sumido en sus conversaciones, muchas de ellas relacionadas con las cosas que estaban leyendo y que estaban por leer.

Al cabo de un rato, desapareció la comida y se cerraron las puertas. Dumbledore les pidió a todos que se pusieran en pie y, como de costumbre, agito la varita para desvanecer las mesas y convertirlas en sillones, sofás, butacas y almohadas de tamaños variados.

— Espero que esta pequeña pausa haya servido para despejar un poco vuestras mentes — dijo Dumbledore cuando todo el mundo se hubo sentado. — El siguiente capítulo se titula: El boggart del armario ropero. ¿Algún voluntario para leer?

Neville Longbottom levantó la mano.

— ¿En serio? — murmuró Ron, mirando a Neville con más respeto que nunca. El chico parecía decidido, si bien se lo notaba muy, muy nervioso.

— Adelante — dijo Dumbledore, haciéndole un gesto con la mano.

Neville subió a la tarima (casi se tropieza con un cojín) y cogió el libro con manos temblorosas.

El boggart del armario ropero — repitió.

— Está como una cabra — se escuchó susurrar a Seamus. Harry no podía estar más de acuerdo, pero, al mismo tiempo, sentía cierto orgullo al ver a Neville ahí arriba sabiendo lo que iban a leer.

Malfoy no volvió a las aulas hasta última hora de la mañana del jueves, cuando los de Slytherin y los de Gryffindor estaban en mitad de la clase de Pociones, que duraba dos horas. Entró con aire arrogante en la mazmorra, con el brazo derecho en cabestrillo y cubierto de vendajes, comportándose, según le pareció a Harry, como si fuera el heroico superviviente de una horrible batalla.

Se oyeron algunas risitas y más de un bufido. Muchos miraron mal a Malfoy, que volvía a tener esa cara de póker que le daba tanta rabia a Harry. Sin embargo, ahora que sabía lo que rondaba en la mente del Slytherin, Harry entendía por qué tenía esa expresión.

¿Qué tal, Draco? —dijo Pansy Parkinson, sonriendo como una tonta—. ¿Te duele mucho?

— Tonto serás tú, Longbottom — replicó Pansy Parkinson, fulminando al chico con la mirada.

— Es lo que pone en el libro — se defendió Neville con tono nervioso.

— Sigue leyendo — le dijo McGonagall, lanzándole una mirada severa a Pansy.

Sí —dijo Malfoy, con gesto de hombre valiente. Pero Harry vio que guiñaba un ojo a Crabbe y Goyle en el instante en que Pansy apartaba la vista.

— Típico — dijo Angelina, rodando los ojos.

Varias personas se echaron a reír. Harry notó que Pansy se había ruborizado y que le sonreía a Malfoy, pero este seguía tan retraído como antes y no le hizo caso.

Siéntate —le dijo el profesor Snape amablemente.

— "Snape" y "amable" no pegan en la misma frase — dijo Fred con una mueca.

Harry y Ron se miraron frunciendo el entrecejo. Si hubieran sido ellos los que hubieran llegado tarde, Snape no los habría mandado sentarse, los habría castigado a quedarse después de clase. Pero Malfoy siempre se había librado de los castigos en las clases de Snape. Snape era el jefe de la casa de Slytherin y generalmente favorecía a los suyos, en detrimento de los demás.

— Como bien hemos visto en todos los libros anteriores — dijo Zacharias Smith. — ¿Van a hacer algo al respecto o van a dejar que siga quitándole puntos a otras casas sin motivo?

— Castigado, Smith — gruñó Snape.

— ¿Por qué? — protestó el Hufflepuff.

— Por faltar al respeto a un profesor. Ahora cállate y escucha.

Zacharias cerró la boca, no sin antes fulminar a Snape con la mirada.

Aquel día elaboraban una nueva pócima: una solución para encoger. Malfoy colocó su caldero al lado de Harry y Ron, para preparar los ingredientes en la misma mesa.

Algunos parecieron preocupados al escuchar eso. Bill los miró con una ceja arqueada.

— Dudo que Malfoy quisiera pasar el rato con vosotros. ¿Qué pretendía?

— Ahora lo verás — respondió Ron amargamente.

Profesor —dijo Malfoy—, necesitaré ayuda para cortar las raíces de margarita, porque con el brazo así no puedo.

Weasley, córtaselas tú —ordenó Snape sin levantar la vista. Ron se puso rojo como un tomate.

Bill suspiró. Al igual que muchos otros, consideraba que Malfoy estaba siendo un aprovechado.

Harry volvió a mirar a Malfoy, quien mantenía la cara de póker. Se sentía mejor cuando no sabía por qué Malfoy había cambiado de actitud.

No le pasa nada a tu brazo —le dijo a Malfoy entre dientes.

Malfoy le dirigió una sonrisita desde el otro lado de la mesa.

Ya has oído al profesor Snape, Weasley. Córtame las raíces.

— Te voy a cortar otra cosa — murmuró Ron. Escandalizada, Hermione le dio un golpe en el brazo.

Ron cogió el cuchillo, acercó las raíces de Malfoy y empezó a cortarlas mal, dejándolas todas de distintos tamaños.

Profesor —dijo Malfoy, arrastrando las silabas—, Weasley está estropeando mis raíces, señor.

— Eres insoportable, Malfoy — dijo Jimmy Peakes con cara de asco.

Malfoy lo miró con una ceja arqueada, como si no le importara lo más mínimo lo que Peakes dijera, y Harry se alegró un poquito de que al menos hubiera reaccionado.

Snape fue hacia la mesa, aproximó la nariz ganchuda a las raíces y dirigió a Ron una sonrisa desagradable, por debajo de su largo y grasiento pelo negro.

Neville pareció nervioso al leer eso. Snape lo miró muy mal, a pesar de que el chico simplemente estaba leyendo las descripciones del libro.

Dele a Malfoy sus raíces y quédese usted con las de él, Weasley.

Pero señor...

Ron había pasado el último cuarto de hora cortando raíces en trozos exactamente iguales.

Ahora mismo —ordenó Snape, con su voz más peligrosa.

— El que es insoportable es Snape — dijo Sirius en voz alta. — Al menos Malfoy tiene la excusa de que todavía es un crío.

— Cierra la boca, Black — replicó Snape en tono mordaz. — O haré que la cierres.

— Qué miedo — ironizó Sirius. Sin embargo, la mirada de advertencia de Dumbledore hizo que Sirius decidiera dejar el tema.

Más nervioso que antes, Neville siguió leyendo.

Ron cedió a Malfoy sus propias raíces y volvió a empuñar el cuchillo.

Profesor, necesitaré que me pelen este higo seco —dijo Malfoy, con voz impregnada de risa maliciosa.

Potter, pela el higo seco de Malfoy —dijo Snape, echándole a Harry la mirada de odio que reservaba sólo para él.

— ¿No te das cuenta de lo pedante que eres? — dijo Angelina, mirando directamente a Malfoy. — Espero que los libros te estén ayudando a verte a ti mismo desde otra perspectiva.

— ¿Qué obsesión tienes conmigo, Johnson? — contestó Malfoy arrastrando las palabras. — Empiezo a pensar que te gusto.

— Puaj. Ni en tus sueños — respondió Angelina, asqueada.

Harry cogió el higo seco de Malfoy mientras Ron trataba de arreglar las raíces que ahora tenía que utilizar él. Harry peló el higo seco tan rápido como pudo, y se lo lanzó a Malfoy sin dirigirle una palabra. La sonrisa de Malfoy era más amplia que nunca.

No sonreía en el presente. Era curioso ver cómo algunos Slytherin reían por lo bajo al escuchar cómo Malfoy había humillado a Harry y Ron, mientras el mismo Malfoy no hacía ningún signo de estar disfrutándolo.

¿Habéis visto últimamente a vuestro amigo Hagrid? —les preguntó Malfoy en voz baja.

A ti no te importa —dijo Ron entrecortadamente, sin levantar la vista.

Me temo que no durará mucho como profesor —comentó Malfoy, haciendo como que le daba pena—. A mi padre no le ha hecho mucha gracia mi herida...

— Tu papi no pudo hacer nada para echar a Hagrid del colegio — dijo Lee Jordan.

Continúa hablando, Malfoy, y te haré una herida de verdad —le gruñó Ron.

— Bien dicho, Ron — lo felicitó Fred por lo bajo. Su madre le lanzó una mirada de reproche.

... Se ha quejado al Consejo Escolar y al ministro de Magia. Mi padre tiene mucha influencia, no sé si lo sabéis. Y una herida duradera como ésta... —Exhaló un suspiro prolongado pero fingido—. ¿Quién sabe si mi brazo volverá algún día a estar como antes?

— Cualquiera con dos dedos de frente lo sabe — bufó la señora Pomfrey, exasperada.

Malfoy se ruborizó ligeramente.

¿Así que por eso haces teatro? —dijo Harry, cortándole sin querer la cabeza a un ciempiés muerto, ya que la mano le temblaba de furia—. ¿Para ver si consigues que echen a Hagrid?

Bueno —dijo Malfoy, bajando la voz hasta convertirla en un suspiro—, en parte sí, Potter. Pero hay otras ventajas. Weasley, córtame los ciempiés.

— Imbécil — gruñó Ron.

Neville hizo una pausa antes de leer:

Unos calderos más allá, Neville afrontaba varios problemas. Solía perder el control en las clases de Pociones. Era la asignatura que peor se le daba y el miedo que le tenía al profesor Snape empeoraba las cosas. Su poción, que tenía que ser de un verde amarillo brillante, se había convertido en...

Neville volvió a hacer una pausa, lleno de nervios.

— Vamos, Neville — lo animó Ginny en voz alta. El chico le sonrió débilmente antes de tomar aire y seguir leyendo:

¡Naranja, Longbottom! —exclamó Snape, levantando un poco con el cazo y vertiéndolo en el caldero, para que lo viera todo el mundo—. ¡Naranja! Dime, muchacho, ¿hay algo que pueda penetrar esa gruesa calavera que tienes ahí? ¿No me has oído decir muy claro que se necesitaba sólo un bazo de rata? ¿No he dejado muy claro que no había que echar más que unas gotas de jugo de sanguijuela? ¿Qué tengo que hacer para que comprendas, Longbottom?

— ¡Severus! — exclamó McGonagall. — Ese trato hacia un alumno es inaceptable. ¿Es que no tienes conciencia?

— Longbottom podría haber hecho explotar mi clase — se defendió Snape con tono gélido.

— Pero no lo hizo — lo defendió McGonagall. — No sirve como excusa.

Harry se alegró al ver que Dumbledore parecía muy decepcionado.

— Sigue leyendo, por favor — le pidió a Neville en tono amable.

Neville estaba colorado y temblaba. Parecía que se iba a echar a llorar.

En el presente, las dos primeras cosas también se aplicaban. Sin embargo, no parecía que fuera a llorar, a pesar de estar reviviendo ese momento frente a todo el colegio. Harry sintió el respeto que tenía por Neville crecer por momentos.

Por favor, profesor —dijo Hermione—, puedo ayudar a Neville a arreglarlo...

No recuerdo haberle pedido que presuma, señorita Granger —dijo Snape fríamente, y Hermione se puso tan colorada como Neville—. Longbottom, al final de esta clase le daremos unas gotas de esta poción a tu sapo y veremos lo que ocurre. Quizá eso te anime a hacer las cosas correctamente.

— No me lo puedo creer — dijo la profesora Sprout.

— Inaceptable — resopló McGonagall. — Absolutamente inaceptable.

— No voy a decir nada porque eres nuestro colega, Severus — dijo Flitwick. El enfado solo hacía que su voz de pito sonara aún más aguda. — Pero creo que ya sabes lo que pienso.

En ese momento, la señora Weasley se puso en pie.

— Puede que ustedes no puedan decirle al profesor Snape las cosas claras por ser su colega — dijo en voz alta. — Pero yo no tengo ese problema.

Snape la miró con una ceja alzada.

— No tiene derecho a…

— Oh, claro que lo tengo — lo interrumpió Molly, enfadada. — Como madre de siete alumnos que han pasado por este colegio, cuatro de los cuales todavía siguen aquí, tengo todo el derecho del mundo a decir mi opinión. ¿En serio no ve todo lo que está mal en lo que le dijo a ese pobre chico?

Ron miraba a su madre con la boca abierta.

— Lo primero — siguió Molly, con el ceño fruncido y los ojos llenos de ira. — Si Hermione podía ayudar a Neville a arreglar la poción, también podía hacerlo usted, ¿no es así? ¿O es que Hermione sabe más de pociones que usted?

— No voy a tolerar que cuestione mis habilidades, señora Weasley — jadeó Snape, mirándola con furia.

— No tengo más remedio que cuestionarlas — replicó Molly. — Basándome en lo que acabamos de leer, no es usted capaz de arreglar una poción. Porque, si es capaz de hacerlo y ha preferido gritar e insultar a un alumno en vez de ayudarlo, debería ser destituido de su puesto de profesor inmediatamente.

— ¿Cómo se atreve a…?

— ¡Di que sí, Molly! — la animó Sirius, quien tenía cara de estar recibiendo el mejor regalo de Navidad de su vida. — Suéltaselo todo.

— Lo segundo — continuó la señora Weasley, — ¿Cree que amenazar a un alumno con envenenar a su mascota es apropiado? ¿Lo considera un buen método de enseñanza? Porque si es así, de nuevo, le pido al director que lo destituya de su puesto cuanto antes.

Muchos miraban a Molly con asombro y, en muchos casos, con admiración. Neville parecía a punto de llorar.

— Y lo tercero — siguió. — Si ni tiene usted la paciencia para enseñar ni tiene como objetivo el que los alumnos aprendan algo, ¿qué hace aquí? Creo que otro tipo de trabajo le vendría mejor. Uno en el que no tenga que tratar con niños.

Arthur se había puesto algo rojo, pero no parecía avergonzado. La mirada que le echó a su mujer hizo que Harry se sonrojara y apartara la vista.

— ¿Algo más que añadir? — dijo Snape con el tono gélido que solía reservar para Harry.

— De momento no — replicó Molly, volviendo a sentarse. — Pero espero que el director haya escuchado mis palabras, ya que creo que usted no lo va a hacer.

— La he escuchado perfectamente — dijo Dumbledore en tono amable. — Severus…

Snape giró la cabeza con tanta rapidez que Harry pensó que debió hacerse daño en el cuello. Dumbledore y él se miraron unos momentos. Snape estaba tan furioso que Harry podía ver desde su asiento lo tensa que tenía la mandíbula.

— Sigue leyendo, Longbottom — ladró Snape finalmente, y Harry casi se sintió decepcionado de que no hubiera intentado discutir con la señora Weasley.

Ahora Harry entendía por qué los hijos de los Weasley sentían tanto respeto por su madre. En ese momento, todos ellos la miraban con una mezcla de orgullo, asombro e incredulidad.

— No me puedo creer que le hayas dicho todo eso — dijo Bill en un susurro impresionado.

La señora Weasley se ruborizó intensamente.

— Llevaba tiempo guardándomelo — admitió. A Harry le dieron ganas de reír, pero se contuvo. El ambiente en el comedor se había quedado bastante tenso, sobre todo porque la expresión del profesor Snape podría haberle provocado pesadillas a cualquiera en ese momento.

Con valor, Neville siguió leyendo:

Snape se alejó, dejando a Neville sin respiración, a causa del miedo.

¡Ayúdame! —rogó a Hermione.

Snape gruñó y Neville tragó saliva visiblemente.

¡Eh, Harry! —dijo Seamus Finnigan, inclinándose para cogerle prestada a Harry la balanza de bronce—. ¿Has oído? El Profeta de esta mañana asegura que han visto a Sirius Black.

Sirius, que sonreía como un idiota, se irguió en el asiento al escuchar su nombre.

¿Dónde? —preguntaron con rapidez Harry y Ron. Al otro lado de la mesa, Malfoy levantó la vista para escuchar con atención.

— Cotilla — murmuró Dean.

No muy lejos de aquí —dijo Seamus, que parecía emocionado—. Lo ha visto una muggle. Por supuesto, ella no entendía realmente. Los muggles piensan que es sólo un criminal común y corriente, ¿verdad? El caso es que telefoneó a la línea directa. Pero cuando llegaron los del Ministerio de Magia, ya se había ido.

— Ah, sí — dijo Sirius con una mueca. — Eso estuvo cerca.

Muchos lo miraron con miedo. Entre el estallido de Molly Weasley, la expresión asesina de Snape y el recordatorio de que estaban en presencia de un presunto asesino de verdad, muchos no se atrevían a abrir la boca.

No muy lejos de aquí... —repitió Ron, mirando a Harry de forma elocuente. Dio media vuelta y sorprendió a Malfoy mirando.

¿Qué, Malfoy? ¿Necesitas que te pele algo más?

A pesar de la tensión, se escuchó más de una risita.

Pero a Malfoy le brillaban los ojos de forma malvada y estaban fijos en Harry. Se inclinó sobre la mesa.

¿Pensando en atrapar a Black tú solo, Potter?

Exactamente —dijo Harry.

Los finos labios de Malfoy se curvaron en una sonrisa mezquina.

Desde luego, yo ya habría hecho algo. No estaría en el cole como un chico bueno. Saldría a buscarlo.

— Y una mierda — dijo Seamus sin poder contenerse. — Te habrías quedado aquí como el niño de papá que eres.

— Cállate, Finnegan — replicó Malfoy, aunque no le puso muchas ganas.

¿De qué hablas, Malfoy? —dijo Ron con brusquedad.

¿No sabes, Potter...? —musitó Malfoy, casi cerrando sus ojos claros.

¿Qué he de saber?

Malfoy soltó una risa despectiva, apenas audible.

Tal vez prefieres no arriesgar el cuello —dijo—. Se lo quieres dejar a los dementores, ¿verdad? Pero en tu caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.

— ¿Por qué siempre pasan estas cosas? — murmuró Ron. — Tenemos las respuestas en las narices y no las vemos. Como con lo de Hermione.

— Lo de Hermione es más grave — dijo Ginny. — No me puedo creer que no lo notarais en todo el año.

— Espera, ¿tú lo sabías? — preguntó Harry.

— No, me lo contó después — admitió Ginny. — Pero yo no pasaba con ella tantas horas como vosotros.

Ahí tenía razón, pensó Harry.

¿De qué hablas? —le preguntó Harry de mal humor. En aquel momento, Snape dijo en voz alta:

Deberíais haber terminado de añadir los ingredientes. Esta poción tiene que cocerse antes de que pueda ser ingerida. No os acerquéis mientras está hirviendo. Y luego probaremos la de Longbottom...

Molly Weasley fulminó a Snape con la mirada, quien le devolvió el gesto con tanta intensidad como pudo.

Crabbe y Goyle rieron abiertamente al ver a Neville azorado y agitando su poción sin parar. Hermione le murmuraba instrucciones por la comisura de la boca, para que Snape no lo viera. Harry y Ron recogieron los ingredientes no usados, y fueron a lavarse las manos y a lavar los cazos en la pila de piedra que había en el rincón.

— Es muy fuerte que Hermione tuviera que ayudar a Neville en secreto — dijo Tonks con una mueca.

Snape también la miró mal a ella.

¿Qué ha querido decir Malfoy? —susurró Harry a Ron, colocando las manos bajo el chorro de agua helada que salía de una gárgola—. ¿Por qué tendría que vengarme de Black? Todavía no me ha hecho nada.

Cosas que inventa —dijo Ron—. Le gustaría que hicieras una locura...

Harry hizo una mueca. Al final, casi había hecho una locura.

Haber hablado con Sirius sobre el tema le había quitado un gran peso de encima, pero, aun así, podía sentir esos nervios todavía ahí, danzando en su interior. Se sentiría mucho mejor cuando acabaran este libro.

Cuando faltaba poco para que terminara la clase, Snape se dirigió con paso firme a Neville, que se encogió de miedo al lado de su caldero.

Venid todos y poneos en corro —dijo Snape. Los ojos negros le brillaban—. Y ved lo que le sucede al sapo de Longbottom. Si ha conseguido fabricar una solución para encoger, el sapo se quedará como un renacuajo. Si lo ha hecho mal (de lo que no tengo ninguna duda), el sapo probablemente morirá envenenado.

— Severus…

Fue Dumbledore quien habló y, si hubiera dicho el nombre de Harry con semejante decepción, probablemente se habría puesto a llorar.

Snape no se puso a llorar, pero parecía incapaz de mirar al director a los ojos.

Los de Gryffindor observaban con aprensión y los de Slytherin con entusiasmo. Snape se puso el sapo Trevor en la palma de la mano izquierda e introdujo una cucharilla en la poción de Neville, que había recuperado el color verde. Echó unas gotas en la garganta de Trevor.

— Es increíble — bufó McGonagall, enfadadísima. — Si a ese sapo le llega a pasar algo…

Se hizo un silencio total, mientras Trevor tragaba. Luego se oyó un ligero «¡plop!» y el renacuajo Trevor serpenteó en la palma de la mano de Snape. Los de Gryffindor prorrumpieron en aplausos. Snape, irritado, sacó una pequeña botella del bolsillo de su toga, echó unas gotas sobre Trevor y éste recobró su tamaño normal.

Cinco puntos menos para Gryffindor —dijo Snape, borrando la sonrisa de todas las caras—. Le dije que no lo ayudara, señorita Granger. Podéis retiraraos.

La mesa de Gryffindor estalló en protestas hacia Snape. Harry se unió alegremente a los gritos.

Cuando los alumnos (y algunos profesores) se hubieron calmado, Neville siguió leyendo. Parecía azorado. Por su parte, Snape tenía cara de querer estar en cualquier sitio menos en el comedor, y Harry pensó que se lo merecía.

Harry, Ron y Hermione subieron las escaleras hasta el vestíbulo. Harry todavía meditaba lo que le había dicho Malfoy, en tanto que Ron estaba furioso por lo de Snape.

¡Cinco puntos menos para Gryffindor porque la poción estaba bien hecha! ¿Por qué no mentiste, Hermione? ¡Deberías haber dicho que lo hizo Neville solo!

— Porque era innegable que lo ayudó — dijo Padma Patil. Aunque no lo dijo con mala intención, algunos la miraron mal.

Ella no contestó. Ron miró a su alrededor.

¿Dónde está Hermione?

Harry también se volvió. Estaban en la parte superior de las escaleras, viendo pasar al resto de la clase que se dirigía al Gran Comedor para almorzar.

Venía detrás de nosotros —dijo Ron, frunciendo el entrecejo.

Algunos parecieron confundidos.

Malfoy los adelantó, flanqueado por Crabbe y Goyle. Dirigió a Harry una sonrisa de suficiencia y desapareció.

Ahí está —dijo Harry

Hermione jadeaba un poco al subir las escaleras a toda velocidad. Con una mano sujetaba la mochila; con la otra sujetaba algo que llevaba metido en la túnica.

¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Ron.

¿El qué? —preguntó a su vez Hermione, reuniéndose con ellos.

Hace un minuto venías detrás de nosotros y un instante después estabas al pie de las escaleras.

— Somos idiotas — susurró Harry. Ron asintió con fervor. A su lado, Hermione tenía una pequeña sonrisa y Harry intuyó que la chica estaba disfrutando ver cómo los había engañado durante todo el año.

¿Qué? —Hermione parecía un poco confusa—. ¡Ah, tuve que regresar para coger una cosa! ¡Oh, no...!

En la mochila de Hermione se había abierto una costura. A Harry no le sorprendía; contenía al menos una docena de libros grandes y pesados.

¿Por qué llevas encima todos esos libros? —le preguntó Ron.

Ya sabes cuántas asignaturas estudio —dijo Hermione casi sin aliento—. ¿No me podrías sujetar éstos?

Pero... —Ron daba vueltas a los libros que Hermione le había pasado y miraba las tapas—. Hoy no tienes estas asignaturas. Esta tarde sólo hay Defensa Contra las Artes Oscuras.

— No puede ser — dijo Tonks, abriendo mucho los ojos. Miró a Hermione antes de decir: — ¿Te dieron uno?

La chica asintió y Tonks pareció muy impresionada.

Ninguno de los alumnos parecía entender a qué se refería.

Ya —dijo Hermione, pero volvió a meter todos los libros en la mochila, como si no la hubieran comprendido—. Espero que haya algo bueno para comer. Me muero de hambre —añadió, y continuó hacia el Gran Comedor.

¿No tienes la sensación de que Hermione nos oculta algo? —preguntó Ron a Harry.

— ¿Qué te hace pensar eso? — dijo Ginny en tono irónico. Ron soltó un bufido.

El profesor Lupin no estaba en el aula cuando llegaron a su primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Lupin se removió en su asiento y Harry no fue capaz de decidir si parecía nervioso o emocionado por leer su primera clase con ellos. El que sí que parecía muy emocionado era Sirius, que prácticamente saltaba en el asiento.

Todos se sentaron, sacaron los libros, las plumas y los pergaminos, y estaban hablando cuando por fin llegó el profesor. Lupin sonrió vagamente y puso su desvencijado maletín en la mesa. Estaba tan desaliñado como siempre, pero parecía más sano que en el tren, como si hubiera tomado unas cuantas comidas abundantes.

— Es que lo había hecho — admitió Lupin en voz baja.

Buenas tardes —dijo—. ¿Podríais, por favor, meter los libros en la mochila? La lección de hoy será práctica. Sólo necesitaréis las varitas mágicas.

Los que nunca habían tenido clase con Lupin parecieron muy impresionados.

— No creo que sea necesario tener clases prácticas de Defensa contra las Artes Oscuras — dijo Umbridge.

— Difiero — contestó el profesor Lupin con educación. Umbridge le dedicó una mirada especialmente desagradable.

La clase cambió miradas de curiosidad mientras recogía los libros. Nunca habían tenido una clase práctica de Defensa Contra las Artes Oscuras, a menos que se contara la memorable clase del año anterior, en que el antiguo profesor había llevado una jaula con duendecillos y los había soltado en clase.

— Sí, creo que "memorable" lo define bien — dijo un chico de segundo, haciendo reír a varias personas.

Bien —dijo el profesor Lupin cuando todo el mundo estuvo listo—. Si tenéis la amabilidad de seguirme...

Desconcertados pero con interés, los alumnos se pusieron en pie y salieron del aula con el profesor Lupin. Este los condujo a lo largo del desierto corredor. Doblaron una esquina. Al primero que vieron fue a Peeves el poltergeist, que flotaba boca abajo en medio del aire y tapaba con chicle el ojo de una cerradura. Peeves no levantó la mirada hasta que el profesor Lupin estuvo a medio metro. Entonces sacudió los pies de dedos retorcidos y se puso a cantar una monótona canción:

Locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin...

Se oyeron algunos jadeos.

Fred y George intercambiaron miradas significativas.

Aunque casi siempre era desobediente y maleducado, Peeves solía tener algún respeto por los profesores. Todos miraron de inmediato al profesor Lupin para ver cómo se lo tomaría. Ante su sorpresa, el mencionado seguía sonriendo.

Yo en tu lugar quitaría ese chicle de la cerradura, Peeves —dijo amablemente—. El señor Filch no podrá entrar a por sus escobas.

Filch no pareció especialmente agradecido con Lupin, a juzgar por su ceño fruncido.

Filch era el conserje de Hogwarts, un brujo fracasado y de mal genio que estaba en guerra permanente con los alumnos y por supuesto con Peeves.

Algunos rieron al escuchar esa descripción, lo que hizo que Filch pareciera incluso más malhumorado.

Pero Peeves no prestó atención al profesor Lupin, salvo para soltarle una sonora pedorreta.

— Habrá que darle una lección a Peeves — dijo Sirius. Muchos parecieron aterrorizados al escucharlo, pero Lupin simplemente sonrió y negó con la cabeza.

— No hace falta. Ya me ocupé yo.

El profesor Lupin suspiró y sacó la varita mágica.

Es un hechizo útil y sencillo —dijo a la clase, volviendo la cabeza—. Por favor, estad atentos.

Alzó la varita a la altura del hombro, dijo ¡Waddiwasi! y apuntó a Peeves.

Sirius se echó a reír antes incluso de que Neville pudiera leer las consecuencias del hechizo. Harry supuso que lo había utilizado en varias ocasiones y sabía perfectamente lo que hacía.

Con la fuerza de una bala, el chicle salió disparado del agujero de la cerradura y fue a taponar la fosa nasal izquierda de Peeves; éste ascendió dando vueltas como en un remolino y se alejó como un bólido, zumbando y echando maldiciones.

Nadie le recriminó nada a Lupin. De hecho, muchos alumnos parecían impresionados.

¡Chachi, profesor! —dijo Dean Thomas, asombrado.

Gracias, Dean —respondió el profesor Lupin, guardando la varita—. ¿Continuamos?

Se pusieron otra vez en marcha, mirando al desaliñado profesor Lupin con creciente respeto.

Lupin sonrió al escuchar eso. Sirius y Tonks también.

Los condujo por otro corredor y se detuvo en la puerta de la sala de profesores.

Entrad, por favor —dijo el profesor Lupin abriendo la puerta y cediendo el paso.

En la sala de profesores, una estancia larga, con paneles de madera en las paredes y llena de sillas viejas y dispares, no había nadie salvo un profesor. Snape estaba sentado en un sillón bajo y observó a la clase mientras ésta penetraba en la sala. Los ojos le brillaban y en la boca tenía una sonrisa desagradable.

— ¿Tenía que ser él? — se quejó Sirius. — ¿No podía haber otro profesor?

Snape le dedicó una mirada mordaz.

Cuando el profesor Lupin entró y cerró la puerta tras él, dijo Snape:

Déjela abierta, Lupin. Prefiero no ser testigo de esto. —Se puso de pie y pasó entre los alumnos. Su toga negra ondeaba a su espalda. Ya en la puerta, giró sobre sus talones y dijo—: Posiblemente no le haya avisado nadie, Lupin, pero Neville Longbottom está aquí. Yo le aconsejaría no confiarle nada difícil. A menos que la señorita Granger le esté susurrando las instrucciones al oído.

Se escucharon jadeos y murmullos. A Harry le pareció oír un "Vaya imbécil" por la zona de Ravenclaw.

Snape estaba furioso.

Neville se puso colorado. Harry echó a Snape una mirada fulminante; ya era desagradable que se metiera con Neville en clase, y no digamos delante de otros profesores.

Neville levantó la vista del libro para sonreírle a Harry, quien le devolvió el gesto.

El profesor Lupin había alzado las cejas.

Tenía la intención de que Neville me ayudara en la primera fase de la operación, y estoy seguro de que lo hará muy bien.

El rostro de Neville se puso aún más colorado. Snape torció el gesto, pero salió de la sala dando un portazo.

— Es como un crío. Nunca entenderé cómo ha llegado a ser profesor — murmuró Arthur, sorprendiendo a Harry.

Ahora —dijo el profesor Lupin llamando la atención del fondo de la clase, donde no había más que un viejo armario en el que los profesores guardaban las togas y túnicas de repuesto. Cuando el profesor Lupin se acercó, el armario tembló de repente, golpeando la pared.

Se oyeron murmullos de interés. La profesora Umbridge tenía una expresión muy amarga en su rostro.

— ¿Otro profesor que lleva criaturas peligrosas a clase? — dijo. — Esto es inaceptable.

— Hay muchas cosas inaceptables en este colegio — dijo McGonagall, mirándola con las cejas alzadas. — Pero las clases del profesor Lupin no entraban en esa categoría.

»No hay por qué preocuparse —dijo con tranquilidad el profesor Lupin cuando algunos de los alumnos se echaron hacia atrás, alarmados—. Hay un boggart ahí dentro.

Casi todos pensaban que un boggart era algo preocupante. Neville dirigió al profesor Lupin una mirada de terror y Seamus Finnigan vio con aprensión moverse el pomo de la puerta.

Seamus se ruborizó al escuchar eso.

— Deja de fijarte en todo, Harry — dijo con una mueca.

A los boggarts les gustan los lugares oscuros y cerrados —prosiguió el profesor Lupin—: los roperos, los huecos debajo de las camas, el armario de debajo del fregadero... En una ocasión vi a uno que se había metido en un reloj de pared. Se vino aquí ayer por la tarde, y le pregunté al director si se le podía dejar donde estaba, para utilizarlo hoy en una clase de prácticas.

— Encima tiene permiso del director — bufó Umbridge.

— Fue una de las mejores clases de defensa que hemos tenido nunca — dijo Dean en voz alta. Umbidge lo miró como si fuera un gusano.

— Si con "una de las mejores" quieres decir que fue peligrosa, entonces sí, lo fue.

— No estuvimos en peligro — dijo Parvati. — Fue muy interesante.

Umbridge fingió no escucharla.

La primera pregunta que debemos contestar es: ¿qué es un boggart?

Hermione levantó la mano.

Es un ser que cambia de forma —dijo—. Puede tomar la forma de aquello que más miedo nos da.

Los alumnos de primeros años escuchaban con mucho interés. Lupin parecía muy orgulloso de sí mismo, aunque no tanto como Sirius, que no podía dejar de sonreír.

Yo no lo podría haber explicado mejor —admitió el profesor Lupin, y Hermione se puso radiante de felicidad—.

Hermione se sonrojó.

El boggart que está ahí dentro, sumido en la oscuridad, aún no ha adoptado una forma. Todavía no sabe qué es lo que más miedo le da a la persona del otro lado. Nadie sabe qué forma tiene un boggart cuando está solo, pero cuando lo dejemos salir, se convertirá de inmediato en lo que más temamos. Esto significa —prosiguió el profesor Lupin, optando por no hacer caso de los balbuceos de terror de Neville

Se oyeron risas y Neville se ruborizó intensamente.

— que ya antes de empezar tenemos una enorme ventaja sobre el boggart. ¿Sabes por qué, Harry?

Era difícil responder a una pregunta con Hermione al lado, que no dejaba de ponerse de puntillas, con la mano levantada.

Hermione gimió y las risas aumentaron.

— Lo siento — dijo la chica. Harry le sonrió y le hizo un gesto que decía "No pasa nada".

Pero Harry hizo un intento:

¿Porque somos muchos y no sabe por qué forma decidirse?

Exacto —dijo el profesor Lupin. Y Hermione bajó la mano algo decepcionada —.

— Sabelotodo — resopló Pansy. Hermione la ignoró completamente.

Siempre es mejor estar acompañado cuando uno se enfrenta a un boggart, porque se despista. ¿En qué se debería convertir, en un cadáver decapitado o en una babosa carnívora? En cierta ocasión vi que un boggart cometía el error de querer asustar a dos personas a la vez y el muy imbécil se convirtió en media babosa. No daba ni gota de miedo.

— ¿Ha dicho imbécil? — se oyó decir a un impresionado alumno de primero.

El respeto general por Lupin no hacía más que aumentar.

El hechizo para vencer a un boggart es sencillo, pero requiere fuerza mental. Lo que sirve para vencer a un boggart es la risa. Lo que tenéis que hacer es obligarle a que adopte una forma que vosotros encontréis cómica. Practicaremos el hechizo primero sin la varita. Repetid conmigo: ¡Riddíkulo!

¡Riddíkulo! —dijeron todos a la vez.

Harry oyó a algunos alumnos murmurar el hechizo, como si estuvieran en clase. Lupin sonreía con ganas, aunque trataba de disimularlo con la mano.

Bien —dijo el profesor Lupin—. Muy bien. Pero me temo que esto es lo más fácil. Como veis, la palabra sola no basta. Y aquí es donde entras tú, Neville.

El armario volvió a temblar. Aunque no tanto como Neville, que avanzaba como si se dirigiera a la horca.

Muchos rieron. Neville tomó aire y agarró el libro con más fuerza, con expresión decidida.

Bien, Neville —prosiguió el profesor Lupin—. Empecemos por el principio: ¿qué es lo que más te asusta en el mundo? —Neville movió los labios, pero no dijo nada—. Perdona, Neville, pero no he entendido lo que has dicho —dijo el profesor Lupin, sin enfadarse.

Muchos se inclinaron en sus asientos, llenos de curiosidad.

Neville miró a su alrededor, con ojos despavoridos, como implorando ayuda.

— Pobrecito — murmuró Parvati.

Luego dijo en un susurro:

El profesor Snape.

Medio comedor se echó a reír a carcajadas. Sin embargo, ninguno de los adultos reía. Snape los fulminaba a todos con la mirada.

Cuando todos se hubieron calmado, Neville siguió leyendo con una pequeña sonrisa.

Casi todos se rieron. Incluso Neville se sonrió a modo de disculpa. El profesor Lupin, sin embargo, parecía pensativo.

El profesor Snape... mm... Neville, creo que vives con tu abuela, ¿es verdad?

Sí —respondió Neville, nervioso—. Pero no quisiera tampoco que el boggart se convirtiera en ella.

Se oyeron más risas y esta vez Neville también rió.

No, no. No me has comprendido —dijo el profesor Lupin, sonriendo—. Lo que quiero saber es si podrías explicarnos cómo va vestida tu abuela normalmente.

Neville estaba asustado, pero dijo:

Bueno, lleva siempre el mismo sombrero: alto, con un buitre disecado encima; y un vestido largo... normalmente verde; y a veces, una bufanda de piel de zorro.

Los alumnos de Gryffindor de quinto sonreían con ganas y más de uno había comenzado a reír ya e intentaba disimularlo. Ninguno había olvidado aquella clase.

¿Y bolso? —le ayudó el profesor Lupin.

Sí, un bolso grande y rojo —confirmó Neville.

— Qué hortera — dijo Romilda Vane.

Bueno, entonces —dijo el profesor Lupin—, ¿puedes recordar claramente ese atuendo, Neville? ¿Eres capaz de verlo mentalmente?

Sí —dijo Neville, con inseguridad, preguntándose qué pasaría a continuación.

Cuando el boggart salga de repente de este armario y te vea, Neville, adoptará la forma del profesor Snape —dijo Lupin—. Entonces alzarás la varita, así, y dirás en voz alta: ¡Riddíkulo!, concentrándote en el atuendo de tu abuela. Si todo va bien, el boggart-profesor Snape tendrá que ponerse el sombrero, el vestido verde y el bolso grande y rojo.

Snape miró a Lupin como si fuera la persona a la que más odiaba en el mundo en ese momento. Mientras tanto, una docena de alumnos se había echado a reír con solo imaginarse lo que iba a pasar.

Hubo una carcajada general. El armario tembló más violentamente.

Si a Neville le sale bien —añadió el profesor Lupin—, es probable que el boggart vuelva su atención hacia cada uno de nosotros, por turno. Quiero que ahora todos dediquéis un momento a pensar en lo que más miedo os da y en cómo podríais convertirlo en algo cómico...

— Eres muy buen profesor — dijo Kingsley, impresionado. Lupin se lo agradeció.

La sala se quedó en silencio. Harry meditó... ¿qué era lo que más le aterrorizaba en el mundo?

Muchos se inclinaron en sus asientos con interés y Harry hizo una mueca. Prefería pasar directamente al momento en el que Neville se enfrentó al boggart.

Lo primero que le vino a la mente fue lord Voldemort, un Voldemort que hubiera recuperado su antigua fuerza. Pero antes de haber empezado a planear un posible contraataque contra un boggart-Voldemort, se le apareció una imagen horrible: una mano viscosa, corrompida, que se escondía bajo una capa negra..., una respiración prolongada y ruidosa que salía de una boca oculta... luego un frío tan penetrante que le ahogaba...

— Los dementores — dijo Hannah Abbott en un susurro que se escuchó por todo el comedor, pues todos se habían quedado en silencio al escuchar esa descripción.

Harry se estremeció. Miró a su alrededor, deseando que nadie lo hubiera notado. La mayoría de sus compañeros tenía los ojos fuertemente cerrados. Ron murmuraba para sí:

Arrancarle las patas.

Harry adivinó de qué se trataba. Lo que más miedo le daba a Ron eran las arañas.

— Y ahora todos entendemos por qué — dijo Dean con una mueca.

¿Todos preparados? —preguntó el profesor Lupin.

Harry se horrorizó. Él no estaba preparado. Pero no quiso pedir más tiempo. Todos los demás asentían con la cabeza y se arremangaban.

— Podías haber pedido más tiempo — dijo la profesora McGonagall. — Seguro que el profesor Lupin te lo habría dado.

— Lo sé — dijo Harry rápidamente. Lupin le sonrió amablemente.

Nos vamos a echar todos hacia atrás, Neville —dijo el profesor Lupin—, para dejarte el campo despejado. ¿De acuerdo? Después de ti llamaré al siguiente, para que pase hacia delante... Ahora todos hacia atrás, así Neville podrá tener sitio para enfrentarse a él.

Todos se retiraron, arrimándose a las paredes, y dejaron a Neville solo, frente al armario. Estaba pálido y asustado, pero se había arremangado la túnica y tenía la varita preparada.

En el presente, Neville también parecía mucho más decidido que antes. Snape estaba visiblemente furioso, pero Neville continuó leyendo como si no lo hubiera notado.

A la de tres, Neville —dijo el profesor Lupin, que apuntaba con la varita al pomo de la puerta del armario—. A la una... a las dos... a las tres... ¡ya!

Un haz de chispas salió de la varita del profesor Lupin y dio en el pomo de la puerta. El armario se abrió de golpe y el profesor Snape salió de él, con su nariz ganchuda y gesto amenazador. Fulminó a Neville con la mirada.

El boggart debía haber tenido una mirada muy, muy similar a la que tenía ahora el Snape real.

Neville se echó hacia atrás, con la varita en alto, moviendo la boca sin pronunciar palabra. Snape se le acercaba, ya estaba a punto de cogerlo por la túnica...

¡Ri... Riddíkulo! —dijo Neville.

Se oyó un chasquido como de látigo. Snape tropezó: llevaba un vestido largo ribeteado de encaje y un sombrero alto rematado por un buitre apolillado. De su mano pendía un enorme bolso rojo.

El comedor al completo se echó a reír.

— ¡Muy bien, Neville! — exclamó Fred.

— ¡Así se hace! — añadió George.

Sonriendo, con las mejillas algo rojas, Neville esperó a que las risas hubieran terminado para seguir leyendo.

Por otro lado, Snape parecía estar deseando que todo el alumnado tuviera una muerte lenta y dolorosa.

Hubo una carcajada general. El boggart se detuvo, confuso, y el profesor Lupin gritó:

¡Parvati! ¡Adelante!

Parvati pareció sorprendida.

— ¿Va a salir toda la clase? — dijo. — Pensaba que solo veríamos lo de Neville.

Parvati avanzó, con el rostro tenso. Snape se volvió hacia ella. Se oyó otro chasquido y en el lugar en que había estado Snape apareció una momia cubierta de vendas y con manchas de sangre; había vuelto hacia Parvati su rostro sin ojos, y comenzó a caminar hacia ella, muy despacio, arrastrando los pies y alzando sus brazos rígidos...

Tanto Parvati como su hermana Padma se pusieron muy pálidas.

¡Riddíkulo! —gritó Parvati.

Se soltó una de las vendas y la momia se enredó en ella, cayó de bruces y la cabeza salió rodando.

— ¡Bien! — exclamó Lavender, sonriéndole a Parvati, quien le devolvió la sonrisa.

¡Seamus! —gritó el profesor Lupin. Seamus pasó junto a Parvati como una flecha.

¡Crac! Donde había estado la momia se encontraba ahora una mujer de pelo negro tan largo que le llegaba al suelo, con un rostro huesudo de color verde: una banshee. Abrió la boca completamente y un sonido sobrenatural llenó la sala: un prolongado aullido que le puso a Harry los pelos de punta.

— A ti y a todos — dijo Hermione.

¡Riddíkulo! —gritó Seamus.

La banshee emitió un sonido ronco y se llevó la mano al cuello. Se había quedado afónica.

— Eso es genial — dijo Sirius, impresionado. Seamus pareció orgulloso de sí mismo.

¡Crac! La banshee se convirtió en una rata que intentaba morderse la cola, dando vueltas en círculo; a continuación... ¡crac!, se convirtió en una serpiente de cascabel que se deslizaba retorciéndose, y luego... ¡crac!, en un ojo inyectado en sangre.

— Qué asco — se oyó decir a una alumna de tercero.

¡Está despistado! —gritó Lupin—. ¡Lo estamos logrando! ¡Dean!

Dean se adelantó.

¡Crac! El ojo se convirtió en una mano amputada que se dio la vuelta y comenzó a arrastrarse por el suelo como un cangrejo.

¡Riddíkulo! —gritó Dean.

Se oyó un chasquido y la mano quedó atrapada en una ratonera.

— ¿Por qué te da miedo una mano? — preguntó Ron con curiosidad.

— ¿Por qué a ti no te da miedo? — replicó Dean.

¡Excelente! ¡Ron, te toca!

Ron se dirigió hacia delante. ¡Crac!

Algunos gritaron. Una araña gigante, de dos metros de altura y cubierta de pelo, se dirigía hacia Ron chascando las pinzas amenazadoramente.

— Esto me trae recuerdos — dijo Ernie Macmillan con una mueca. Todo el comedor sentía lo mismo: ninguno había logrado olvidar a Aragog.

Por un momento, Harry pensó que Ron se había quedado petrificado. Pero entonces...

¡Riddíkulo! —gritó Ron.

Las patas de la araña desaparecieron y el cuerpo empezó a rodar. Lavender Brown dio un grito y se apartó de su camino a toda prisa. El cuerpo de la araña fue a detenerse a los pies de Harry.

— ¿Va a aparecer un dementor? — preguntó Colin, emocionado.

Alzó la varita, pero...

¡Aquí! —gritó el profesor Lupin de pronto, avanzando rápido hacia la araña. ¡Crac!

La araña sin patas había desaparecido. Durante un segundo todos miraron a su alrededor con los ojos bien abiertos, buscándola. Entonces vieron una esfera de un blanco plateado que flotaba en el aire, delante de Lupin, que dijo ¡Riddíkulo! casi con desgana.

— ¿Una esfera? — dijo un chico de segundo. — ¿Cómo una bola de cristal?

— Quizá el profesor Lupin tuvo una mala experiencia con una vidente — sugirió una alumna de primero.

Lupin les sonrió indulgentemente, pero no les corrigió ni les explicó nada.

¡Crac!

¡Adelante, Neville, y termina con él! —dijo Lupin cuando el boggart cayó al suelo en forma de cucaracha. ¡Crac! Allí estaba de nuevo Snape. Esta vez, Neville avanzó con decisión.

Muchos sonrieron al escuchar eso.

¡Riddíkulo! —gritó, y durante una fracción de segundo vislumbraron a Snape vestido de abuela, antes de que Neville emitiera una sonora carcajada y el boggart estallara en mil volutas de humo y desapareciera.

Neville leyó eso último con una gran sonrisa y toda la casa Gryffindor comenzó a aplaudir con ganas. Incluso la profesora McGonagall parecía querer sonreír, aunque lo disimulaba muy bien.

A Harry le sorprendió que Snape no se levantara y se marchara del comedor. Tenía mucho más aguante de lo que parecía.

Cuando los aplausos cesaron (Fred, George y Lee fueron los últimos en dejar de aplaudir), Neville siguió leyendo alegremente.

¡Muy bien! —gritó el profesor Lupin mientras la clase prorrumpía en aplausos— . Muy bien, Neville. Todos lo habéis hecho muy bien. Veamos... cinco puntos para Gryffindor por cada uno de los que se han enfrentado al boggart... Diez por Neville, porque lo hizo dos veces. Y cinco por Hermione y otros cinco por Harry.

— Bien, bien — dijo Sirius. — Tienes que compensar la injusticia de Snape.

Pero yo no he intervenido —dijo Harry.

Tú y Hermione contestasteis correctamente a mis preguntas al comienzo de la clase —dijo Lupin sin darle importancia—. Muy bien todo el mundo. Ha sido una clase estupenda. Como deberes, vais a tener que leer la lección sobre los boggart y hacerme un resumen. Me lo entregaréis el lunes. Eso es todo.

— ¿Puedes volver a darnos clase? — dijo Dean, girándose para mirar a Lupin. — Por favor.

— No está en mi mano — respondió Lupin, ignorando la mirada llena de odio que Umbridge le estaba lanzando. Muchos parecieron decepcionados.

Los alumnos abandonaron entusiasmados la sala de profesores. Harry, sin embargo, no estaba contento. El profesor Lupin le había impedido deliberadamente que se enfrentara al boggart. ¿Por qué? ¿Era porque había visto a Harry desmayarse en el tren y pensó que no sería capaz? ¿Había pensado que Harry se volvería a desmayar?

— Claro que no — dijo Lupin rápidamente. — Ya sabes por qué lo hice.

Harry asintió, recordando aquella conversación que había tenido con él. Varios alumnos los miraron con curiosidad.

Pero nadie más se había dado cuenta.

¿Habéis visto cómo he podido con la banshee? —decía Seamus.

¿Y la mano? —dijo Dean, imitándola con la suya.

¿Y Snape con el sombrero?

¿Y mi momia?

Me pregunto por qué al profesor Lupin le dan miedo las bolas de cristal — preguntó Lavender.

Ha sido la mejor clase de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido. ¿No es verdad? —dijo Ron, emocionado, mientras regresaban al aula para coger las mochilas.

— Lo fue — dijo Dean. — Las clases de ese año fueron las mejores.

Sirius pareció incluso más orgulloso que Lupin al escuchar eso.

Parece un profesor muy bueno —dijo Hermione—. Pero me habría gustado haberme enfrentado al boggart yo también.

¿En qué se habría convertido el boggart? —le preguntó Ron, burlándose—, ¿en un trabajo de clase en el que sólo te pusieran un nueve?

Muchos se echaron a reír.

— Aquí termina — dijo Neville, aliviado. Cerró el libro y se lo pasó a Dumbledore, que lo cogió con una sonrisa.

— El siguiente se titula: La huida de la señora gorda. ¿Quién quiere leer?

Las risas cesaron inmediatamente.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 






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