jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 19

 El vasallo de Lord Voldemort:


— Creo que esto se está saliendo de control — replicó el alumno.

— ¿Tú crees?

El desconocido se quitó la capucha para mirar fijamente a un rostro que era totalmente idéntico al suyo.

— La estúpida de Umbridge ya ha intentado parar la lectura varias veces — gruñó el alumno. — No sé cuánto tiempo va a soportar seguir aquí.

El desconocido rió.

— El que está perdiendo un poco el control eres tú, ¿no crees? Ha sido genial verte echarle una maldición a Umbridge, pero quizá deberías disimular un poco mejor.

George Weasley soltó un bufido.

— Se metió con Harry justo cuando él estaba pasándolo peor. Se lo tenía merecido.

— No lo niego — contestó su réplica. — Pero de entre todas las personas del comedor, fuiste tú quien le echó el maleficio. Si sigues haciéndolo, quizá alguien se pregunte por qué.

— Si preguntan, diré que el sapo se lo tiene merecido y nadie me llevará la contraria.

— Puede ser. O también es posible que se cuestionen por qué defiendes a Harry con tanto ímpetu.

Ambos cruzaron miradas. Sin poder evitarlo, a George se le desvió la mirada hacia el agujero sobre el que debería estar su oreja. Le dio un escalofrío.

Aún se le hacía raro hablar consigo mismo de esa manera, a pesar de que no era la primera vez. Estaba acostumbrado a hablar todos los días con alguien cuya cara era prácticamente idéntica a la suya, pero esto era diferente. No estaba hablando con su gemelo, sino con una versión de sí mismo a la que sentía que apenas conocía.

La primera conversación que habían tenido había sido probablemente la experiencia más extraña que George jamás había vivido. Había tenido lugar unas noches antes, cuando el propio George había decidido salir de la torre de Gryffindor a las tres de la mañana y dar un inocente paseo por los pasillos.

Bueno, lo de inocente es lo que diría si lo hubieran pillado. A decir verdad, había tenido unas intenciones muy claras cuando había decidido esperar despierto a que todo el mundo se durmiera, salir de la habitación sin despertar a nadie (ni siquiera a Fred), y salir de la sala común a las tres de la madrugada a pesar de las numerosas normas que lo prohibían.

El encapuchado que había hablado con ellos el primer día había sido muy directo: Fred moriría si no leían esos libros. George había tratado de tranquilizarse a sí mismo, diciéndose que el proceso de lectura estaba en marcha, que enseguida terminarían de leerlo todo y sabrían cómo evitar la muerte de Fred.

Sin embargo, otra parte de él estaba aterrada. ¿Cuántas veces había pedido Umbridge que se abandonara la lectura? ¿Cuántas veces habían dicho ella y el inútil de Fudge que lo que se estaba leyendo era una pérdida de tiempo? ¿Y sí la gente les hacía caso y decidían que todo era una farsa y que no merecía la pena terminar de leer? ¿Y si Umbridge y Fudge trataban de destruir los libros? O peor, ¿y si alguien los robaba antes de que pudieran terminar de leerlos?

Había tantas posibilidades de que todo saliera mal. Tantas, tantas posibilidades de que los libros fueran dañados, robados, destruidos, por todos aquellos a los que su lectura no les convenía. Como Malfoy, como todos aquellos Slytherin cuyos padres eran mortífagos, como Umbridge y Fudge, cuyas carreras estaban en peligro… A George no le habría extrañado que el propio Voldemort descubriera lo que estaban haciendo y tratara de entrar en Hogwarts para destruir los libros.

Si pasaba cualquiera de esas cosas, Fred moriría. La información necesaria para salvar su vida estaba en los últimos tomos y no llegarían ahí en semanas, al ritmo que iban. Así que la solución era obvia: George tenía que conseguir acceso a esos libros y leer el final antes de que algo pudiera suceder. De esa forma, aunque los libros fueran destruidos, él ya sabría qué hacer para evitar la muerte de Fred.

No era tan estúpido como para pensar que sería capaz de entrar en el despacho de Dumbledore sin que lo pillaran. Por ello, aunque estaba seguro de que los libros se encontrarían allí, decidió que ni lo intentaría. El plan era otro. Se acercaría al pasillo en el que se encontraba el despacho, donde seguro que alguno de los visitantes del futuro estaría haciendo guardia. Hablaría con ellos y, si eran de fiar, comprenderían su situación y le permitirían leer solo lo suficiente como para poder salvar a Fred en caso de que los libros desaparecieran.

Tenía muy clara una cosa: si los encapuchados no le permitían leer esa parte, no volvería a confiar en ellos. Ninguno de sus amigos le negaría esa petición, por tanto, si ellos lo hacían, es que no eran sus amigos.

Caminó en dirección al despacho de Dumbledore, manteniendo la varita en la mano y los ojos bien abiertos. Dio un par de vueltas por los pasillos colindantes y no se encontró a nadie. Frustrado, decidió que tendría que ser más atrevido, por lo que caminó hasta el pasillo en el que se encontraba el despacho y se quedó allí de pie, esperando en la oscuridad.

No pasó nada. George miró a un lado y a otro, y solo vio la oscuridad que lo rodeaba. Con desafío, dio un paso hacia la gárgola que protegía la entrada del despacho. No pasó nada. Dio otra zancada, y, de nuevo, no pasó nada. Volvió a mirar a su alrededor, totalmente seguro de que alguien le observaba, pero esa persona no se reveló.

Juntando todo el valor que sentía, lanzó una mirada desafiante hacia la oscuridad del pasillo y caminó los pocos pasos que lo separaban de la gárgola. Se quedó de pie frente a ella, aguzando el oído y escuchando únicamente los latidos de su corazón, que parecía que iba a salírsele del pecho.

Alargó la mano que no sostenía la varita y tocó la gárgola.

Y entonces lo oyó. Un susurro, como el de una túnica que se mueve al andar. Unos pasos suaves, casi imperceptibles, y, un segundo después, sintió una mano posarse sobre su hombro.

George se dio la vuelta con agilidad y apuntó su varita directamente hacia el último rostro que se habría esperado ver: el suyo.

Su primer pensamiento fue que se trataba de Fred. Su gemelo lo habría escuchado salir de la habitación y habría decidido seguirle en la oscuridad para saber qué tramaba (y para echarle en cara que fuera a hacer alguna trastada sin avisarle). Pero tras los primeros instantes de sorpresa, al disminuir la adrenalina, pudo notar las diferencias entre el rostro al que estaba mirando y el de Fred.

La persona a la que estaba mirando no podía ser mucho mayor que él, pero definitivamente no era un alumno de Hogwarts. Tenía aspecto de ser menor que Bill, pero había algo en sus ojos que le hizo pensar a George que estaba frente a alguien que había vivido cincuenta años en cuestión de tan solo un par. Y, si realmente se trataba de él mismo, entendía perfectamente lo que había sucedido para provocar semejante efecto.

— Sabía que serías el primero en intentar leer los libros — dijo el encapuchado cuyo rostro era idéntico al suyo.

George no dijo nada, ni bajó la varita. El desconocido sonrió y dio un paso al frente. Había algo extraño en esa sonrisa y a George se le puso la piel de gallina.

Y cuando el haz de luz de la varita iluminó el lado izquierdo de su cabeza, mostrando un agujero donde debería haber una oreja, George soltó un grito ahogado.

Habían pasado varios días desde ese momento. La conversación que habían tenido después, escondidos en la sala de los menesteres, sería algo que George jamás olvidaría.

— Si me preguntan por qué defiendo a Harry, responderé que tengo mil razones para hacerlo — replicó George, devolviendo con desafío la mirada penetrante de su yo del futuro. — Salvó a Ginny en la cámara de los secretos. Protegió a Ron muchas veces. Nos dio el dinero del torneo sin pedir nada a cambio. ¿Sigo?

— No es a mí a quien tienes que explicarle las cosas. Solo te digo que, si te vas de la lengua o llamas demasiado la atención, podrías poner en peligro todo el plan. Y sabes lo que eso significaría.

— Lo sé — replicó George en tono más solemne. — No voy a dejar que le hagan las cosas más difíciles a Harry, pero tampoco voy a poner en riesgo todo el plan. Nos jugamos demasiado.

En eso, ambos estaban de acuerdo.

En el comedor, la hora de comer casi estaba llegando a su fin.

Harry no podía tener más ganas de que acabara el descanso y comenzara la lectura. Durante la comida, Hermione había intentado varias veces sacar el tema de su… estado emocional, por llamarlo de alguna manera. Todas y cada una de las veces que había tratado de que Harry hablara de sus emociones, Harry había cambiado de tema al instante.

A decir verdad, no quería volver a hablar nunca jamás de lo que había pasado antes mientras leían, ni de lo que había sucedido el día anterior en los baños de chicos. Sí, había estado muy nervioso y lo había pasado mal, pero ya había pasado lo peor. Todo lo que quedaba en el libro iba a ser relativamente fácil de leer, así que no tenía por qué preocuparse.

Una vocecita en su cabeza le recordó que comenzarían a leer el cuarto libro en menos de veinticuatro horas y que entonces sí tendría cosas de las que preocuparse. Harry se metió un pastel de calabaza a la boca e ignoró esa estúpida voz.

Por suerte, Hermione se dio por vencida y él pudo tomarse su postre en paz. Todos los que habían salido del comedor ya hacía tiempo que habían regresado para comer, incluidos Sirius y el profesor Lupin, quien parecía exhausto. Ninguno de ellos tenía pinta de estar muy contento y Harry se preguntó dónde habrían estado y por qué.

Tras varios minutos, el profesor Dumbledore se puso en pie.

— Ahora que hemos descansado y recuperado energías, es hora de continuar con la lectura. Si me permiten…

Medio comedor ya se había levantado antes de que Dumbledore hiciera el gesto. Sonriendo, el director realizó la ya tan familiar floritura con la varita que convirtió las cuatro mesas en numerosos sillones, sofás y almohadas de diferentes tamaños. Harry notó que mantuvo los mismos colores que esa mañana: tonos tierra, verdes, blancos; y de pronto vio en su cabeza aquella noche nefasta en la que había ahuyentado a cien dementores con un patronus… el color blanco del encantamiento, contrastando con la oscuridad de la noche y con los tonos marrones y verdosos del bosque… Se preguntó si Dumbledore habría elegido esos colores a propósito, pero decidió que la idea era demasiado rebuscada como para ser cierta… aunque algo le decía que tenía razón.

— ¿Algún voluntario? — pidió Dumbledore alegremente.

Varios alumnos (y más de un profesor) levantaron la mano. El director escogió a Jack Sloper, de Gryffindor, que subió a la tarima en menos de diez segundos.

— El vasallo de lord Voldemort leyó.

Muchos alumnos se inclinaron en sus asientos, llenos de intriga.

Hermione dio un grito. Black se puso en pie de un salto. Harry saltó también como si hubiera recibido una descarga eléctrica.

Harry tardó unos segundos en recordar cómo había acabado el capítulo anterior. Lo habían dejado justo cuando Snape había aparecido…

Miró de reojo al profesor, que parecía desear estar en cualquier lugar que no fuera el comedor. Harry no podía culparlo, porque él sentía exactamente lo mismo.

He encontrado esto al pie del sauce boxeador —dijo Snape, arrojando la capa a un lado y sin dejar de apuntar al pecho de Lupin con la varita—. Muchas gracias, Potter, me ha sido muy útil.

Varias personas se giraron para mirar a Harry con reproche. Indignado, Harry replicó:

— Tenía cosas más importantes en las que pensar, ¿vale? Un perro enorme acababa de atacar a Ron, ¿recordáis?

Eso pareció avergonzar a algunos, pero otros siguieron mirándole como si pensaran que eso no era razón suficiente para perder de vista la capa de invisibilidad.

Snape estaba casi sin aliento, pero su cara rebosaba sensación de triunfo.

Tal vez os preguntéis cómo he sabido que estabais aquí —dijo con los ojos relampagueantes—. Acabo de ir a tu despacho, Lupin. Te olvidaste de tomar la poción esta noche, así que te llevé una copa llena. Fue una suerte. En tu mesa había cierto mapa. Me bastó un vistazo para saber todo lo que necesitaba. Te vi correr por el pasadizo.

— ¿Olvidó la poción? — chilló Umbridge. — ¿Cómo puede olvidar algo tan importante?

Lupin hizo una mueca.

— Fue cuando vi a Peter en el mapa. Descubrir que alguien a quien creías muerto está vivo y que has vivido una mentira durante doce años puede hacer que se te olviden cosas importantes.

— ¡No es excusa! — replicó la profesora.

Dumbledore suspiró.

— Por favor, señor Sloper. Continúe.

Jack le hizo caso de inmediato.

Severus... —comenzó Lupin, pero Snape no lo oyó.

Le he dicho una y otra vez al director que ayudabas a tu viejo amigo Black a entrar en el castillo, Lupin. Y aquí está la prueba. Ni siquiera se me ocurrió que tuvierais el valor de utilizar este lugar como escondrijo.

Sirius soltó un bufido, pero no dijo nada.

Te equivocas, Severus —dijo Lupin, hablando aprisa—. No lo has oído todo. Puedo explicarlo. Sirius no ha venido a matar a Harry.

Dos más para Azkaban esta noche —dijo Snape, con los ojos llenos de odio—.Me encantará saber cómo se lo toma Dumbledore. Estaba convencido de que eras inofensivo, ¿sabes, Lupin? Un licántropo domesticado...

— Eso estuvo fuera de lugar, Severus — dijo McGonagall con severidad.

El profesor Snape no pareció arrepentido.

Idiota —dijo Lupin en voz baja—. ¿Vale la pena volver a meter en Azkaban a un hombre inocente por una pelea de colegiales?

— ¿Ha llamado idiota a Snape? — dijo Dean, con los ojos como platos.

— Lo ha hecho — replicó Neville con un hilo de voz. Miraba a Lupin como si fuera un héroe.

Snape también miraba a Lupin, pero con odio.

¡PUM!

Del final de la varita de Snape surgieron unas cuerdas delgadas, semejantes a serpientes, que se enroscaron alrededor de la boca, las muñecas y los tobillos de Lupin. Éste perdió el equilibrio y cayó al suelo, incapaz de moverse. Con un rugido de rabia, Black se abalanzó sobre Snape, pero Snape apuntó directamente a sus ojos con la varita.

Dame un motivo —susurró—. Dame un motivo para hacerlo y te juro que lo haré.

Todo el comedor se quedó en completo silencio. Muchos tenían la boca abierta, incluidos Crabbe y Goyle, quienes miraban a Snape con más reverencia que nunca.

Malfoy, por otro lado, parecía muy sorprendido. Las reacciones en Slytherin eran bastante diversas. Muchos apoyaban a Snape, a juzgar por sus expresiones de avidez y emoción, mientras otros no parecían tan contentos ante la idea de que Snape asesinara a Sirius.

La tristeza de Dumbledore contrastaba mucho con la tensión de McGonagall, que tenía los ojos fijos en Snape y parecía estar deseando echarle la bronca de su vida.

Black se detuvo en seco. Era imposible decir qué rostro irradiaba más odio. Harry se quedó paralizado, sin saber qué hacer ni a quién creer. Dirigió una mirada a Ron y a Hermione. Ron parecía tan confundido como él, intentando todavía retener a Scabbers. Hermione, sin embargo, dio hacia Snape un paso vacilante y dijo casi sin aliento:

Profesor Snape, no... no perdería nada oyendo lo que tienen que decir, ¿no cree?

— Como siempre, Granger es la voz de la razón — dijo Ernie en voz baja. Sin embargo, el silencio de todos era tal, que se lo escuchó en gran parte del comedor.

Señorita Granger, me temo que vas a ser expulsada del colegio —dijo Snape—. Tú, Potter y Weasley os encontráis en un lugar prohibido, en compañía de un asesino escapado y de un licántropo. Y ahora te ruego que, por una vez en tu vida, cierres la boca.

— ¡Severus! — exclamó McGonagall, indignada, pero Snape la ignoró.

Pero si... si fuera todo una confusión...

¡CALLATE, IMBÉCIL! —gritó de repente Snape, descompuesto—. ¡NO HABLES DE LO QUE NO COMPRENDES! —Del final de su varita, que seguía apuntando a la cara de Black, salieron algunas chispas. Hermione guardó silencio, mientras Snape proseguía —. La venganza es muy dulce —le dijo a Black en voz baja—. ¡Habría dado un brazo por ser yo quien te capturara!

— ¿Cómo puedes hablarle así a una alumna? — le reprochó la profesora Sprout. — No tienes derecho.

— Estaba en presencia de un asesino y un licántropo — replicó Snape. — Y dicha alumna trataba de defenderlos.

— ¡Y por un buen motivo! — dijo McGonagall. — Debiste haber escuchado lo que te pedían en vez de dejarte llevar por tus emociones como si fueras un adolescente.

La cara que puso Snape le indicó a Harry que, si cualquier otra persona le hubiera dicho algo así, esa persona habría recibido un maleficio en toda la cara. Pero se trataba de McGonagall, así que Snape mantuvo la boca cerrada.

Eres tú quien no comprende, Severus —gruñó Black—. Mientras este muchacho meta su rata en el castillo —señaló a Ron con la cabeza—, entraré en él sigilosamente.

¿En el castillo? —preguntó Snape con voz melosa—. No creo que tengamos que ir tan lejos. Lo único que tengo que hacer es llamar a los dementores en cuanto salgamos del sauce. Estarán encantados de verte, Black... Tanto que te darán un besito, me atrevería a decir...

Se oyeron murmullos. Las miradas iban de Sirius a Snape, mientras los alumnos trataban de decidir a quién de los dos deberían apoyar.

El rostro de Black perdió el escaso color que tenía.

Tienes que escucharme —volvió a decir—. La rata, mira la rata...

Pero había un destello de locura en la expresión de Snape que Harry no había visto nunca. Parecía fuera de sí.

— Yo también me di cuenta — susurró Hermione. — Parecía que estuviera loco.

Vamos todos —ordenó. Chascó los dedos y las puntas de las cuerdas con que había atado a Lupin volvieron a sus manos—. Arrastraré al licántropo. Puede que los dementores lo besen también a él.

— Eres despreciable — dijo Tonks en voz alta. Tenía la vista fija en Snape y una expresión llena de rabia que a Harry le pilló totalmente por sorpresa. Nunca se habría esperado que la amable Tonks pudiera parecer tan feroz.

— Solo hacía lo que creía correcto — respondió Snape con frialdad.

— ¿Correcto para quién? ¿Para tu ego? — replicó Tonks. — No tienes excusa.

Snape le lanzó una mirada fulminante, pero no dijo nada más para defenderse. Entre los alumnos, la confusión era casi palpable.

Sin saber lo que hacía, Harry cruzó la habitación con tres zancadas y bloqueó la puerta.

Quítate de en medio, Potter. Ya estás metido en bastantes problemas —gruñó Snape—. Si no hubiera venido para salvarte...

El profesor Lupin ha tenido cientos de oportunidades de matarme este curso — explicó Harry—. He estado solo con él un montón de veces, recibiendo clases de defensa contra los dementores. Si es un compinche de Black, ¿por qué no acabó conmigo?

— Buena pregunta — dijo Susan Bones. — Habría sido muy fácil, tuvo tantísimas oportunidades…

— No lo hizo porque no es un asesino — dijo Fred en voz alta. — Y quien piense lo contrario, es estúpido.

Miró directamente hacia los Slytherin, aunque no pareció que muchos se dieran por aludidos.

No me pidas que desentrañe la mente de un licántropo —susurró Snape—. Quítate de en medio, Potter.

— La mente de un licántropo es exactamente la misma que la de un humano normal, excepto las noches de luna llena — dijo Dumbledore en voz alta, como si estuviera impartiendo una lección. — Me temo que ese comentario no fue muy acertado, Severus.

Snape lo miró mal, pero no se atrevió a replicarle. Sirius pareció satisfecho al ver a Dumbledore regañar a Snape.

¡DA USTED PENA! —gritó Harry—. ¡SE NIEGA A ESCUCHAR SÓLO PORQUE SE BURLARON DE USTED EN EL COLEGIO!

Se oyeron jadeos.

¡SILENCIO! ¡NO PERMITIRÉ QUE ME HABLES ASÍ! —chilló Snape, más furioso que nunca—. ¡De tal palo tal astilla, Potter! ¡Acabo de salvarte el pellejo, tendrías que agradecérmelo de rodillas! ¡Te estaría bien empleado si te hubiera matado! Habrías muerto como tu padre, demasiado arrogante para desconfiar de Black. Ahora quítate de en medio o te quitaré yo. ¡APÁRTATE, POTTER!

— ¿Acabas de decir que Harry Potter debería haber muerto a manos de Sirius Black? — dijo McGonagall lentamente. A Harry se le puso la piel de gallina.

— Lo que quise decir… — empezó Snape, pero McGonagall lo interrumpió.

— Ni lo intentes. Ni una palabra más, Severus.

El profesor Snape cerró la boca, visiblemente frustrado.

Harry se decidió en una fracción de segundo. Antes de que Snape pudiera dar un paso hacia él había alzado la varita.

¡Expelliarmus! —gritó.

Se oyeron grititos ahogados.

Pero la suya no fue la única voz que gritó. Una ráfaga de aire movió la puerta sobre sus goznes. Snape fue alzado en el aire y lanzado contra la pared. Luego resbaló hasta el suelo, con un hilo de sangre que le brotaba de la cabeza. Estaba sin conocimiento.

Unas veinte personas se giraron para mirar a Harry con la boca abierta.

— Como ve, tengo motivos para ser duro con Potter — dijo Snape tras unos segundos de silencio. McGonagall abrió y cerró la boca un par de veces antes de decir:

— Si no hubieras sido tan intransigente y hubieras escuchado lo que te tenían que decir…

— Por supuesto — bufó Snape. — La culpa nunca es de Potter. Un alumno deja sin conocimiento a un profesor, pero está justificado porque se trata de Potter, ¿no es así?

— Estabas intentando entregar a dos personas inocentes a los dementores — dijo Bill Weasley. — No le eches la culpa a los demás de las consecuencias que hayan tenido tus actos.

Snape abrió la boca, furioso, pero entonces miró a Dumbledore. Mantuvieron la vista fija durante unos segundos que a Harry se le hicieron eternos y, finalmente, Snape ladró:

— ¡Sloper! Siga leyendo.

Harry miró a su alrededor. Ron y Hermione habían intentado desarmar a Snape en el mismo momento que él. La varita de Snape planeó trazando un arco y aterrizó sobre la cama, al lado de Crookshanks.

— Hasta atacáis a la vez — dijo Katie, admirada. — Vaya sincronización.

No deberías haberlo hecho —dijo Black mirando a Harry—. Tendrías que habérmelo dejado a mí...

Harry rehuyó los ojos de Black. No estaba seguro, ni siquiera en aquel momento, de haber hecho lo que debía.

— No te culpo — dijo Sirius. — Ahora que lo estamos leyendo, puedo ver lo confuso que debió ser todo para ti.

¡Hemos agredido a un profesor...! ¡Hemos agredido a un profesor...! — gimoteaba Hermione, mirando asustada a Snape, que parecía muerto—. ¡Vamos a tener muchos problemas!

— Oh, por supuesto — dijo Snape con tono gélido. — Creo que no es necesario que lo diga, pero tanto Potter como Weasley y Granger serán castigados por lo que acabamos de leer. Puede que os librarais en aquel entonces, pero ahora ya no hay escapatoria.

Harry tragó saliva. A este ritmo, estaría castigado hasta final de curso.

Lupin forcejeaba para librarse de las ligaduras. Black se inclinó para desatarlo.

Lupin se incorporó, frotándose los lugares entumecidos por las cuerdas.

Gracias, Harry —dijo.

Aún no creo en usted —repuso Harry.

— Bien dicho — dijo Ernie, que estaba inclinado hacia delante en su asiento y parecía muy metido en la historia.

Entonces es hora de que te ofrezcamos alguna prueba —dijo Black—. Muchacho, entrégame a Peter. Ya.

Ron apretó a Scabbers aún más fuertemente contra el pecho.

Venga —respondió débilmente—, ¿quiere que me crea que escapó usted de Azkaban sólo para atrapar a Scabbers? Quiero decir... —Miró a Harry y a Hermione en busca de apoyo—. De acuerdo, supongamos que Pettigrew pueda transformarse en rata... Hay millones de ratas. ¿Cómo sabía, estando en Azkaban, cuál era la, que buscaba?

— Esa es una buena pregunta — dijo Angelina. — ¿Cómo sabe que se trata de Pettigrew y no de una rata cualquiera?

— ¿Y cómo ha sabido que Ron la tenía? — añadió Alicia. — Black llevaba doce años en Azkaban, era imposible que supiera que Pettigrew estaba en Hogwarts.

Ambas miraron a Harry, pidiendo respuestas, pero él se quedó callado.

¿Sabes, Sirius? Ésa es una buena pregunta —observó Lupin, volviéndose hacia Black y frunciendo ligeramente el entrecejo—. ¿Cómo supiste dónde estaba?

Black metió dentro de la túnica una mano que parecía una garra y sacó una página arrugada de periódico, la alisó y se la enseñó a todos. Era la foto de Ron y su familia que había aparecido en el diario El Profeta el verano anterior. Sobre el hombro de Ron se encontraba Scabbers.

Alicia y Angelina jadearon. No fueron las únicas.

¿Cómo lo conseguiste? —preguntó Lupin a Black, estupefacto.

Fudge —explicó Black—. Cuando fue a inspeccionar Azkaban el año pasado, me dio el periódico. Y ahí estaba Peter, en primera plana... en el hombro de este chico. Lo reconocí enseguida. Cuántas veces lo vi transformarse. Y el pie de foto decía que el muchacho volvería a Hogwarts, donde estaba Harry...

Fudge se había puesto muy colorado. Tenía una expresión muy extraña y a Harry le dio la impresión de que estaba replanteándose todo cuanto había pasado aquel año.

¡Dios mío! —dijo Lupin en voz baja, mirando a Scabbers, luego la foto y otra vez a Scabbers—. Su pata delantera...

¿Qué le ocurre? —preguntó Ron, poniéndose chulito.

— No me puse chulito — murmuró Ron, indignado.

Le falta un dedo —explicó Black.

Claro —dijo Lupin—. Sencillo... e ingenioso. ¿Se lo cortó él?

Poco antes de transformarse —dijo Black—. Cuando lo arrinconé, gritó para que toda la calle oyera que yo había traicionado a Lily y a James. Luego, para que no pudiera echarle ninguna maldición, abrió la calle con la varita en su espalda, mató a todos los que se encontraban a siete metros a la redonda y se metió a toda velocidad por la alcantarilla, con las demás ratas...

— Tiene que ser una broma — dijo Wood con un hilo de voz. — ¿Por qué esa locura encaja tan bien con todo lo que sabemos hasta ahora?

— Porque esa locura es lo que sucedió en realidad — replicó Sirius.

Muchos alumnos parecían tan sorprendidos como Wood.

¿Nunca lo has oído, Ron? —le preguntó Lupin—. El mayor trozo que encontraron de Peter fue el dedo.

Mire, seguramente Scabbers tuvo una pelea con otra rata, o algo así. Ha estado con mi familia desde siempre.

Doce años exactamente ¿No te has preguntado nunca por qué vive tanto?

— Eso también lo han mencionado antes — dijo Terry Boot, asombrado. — Lo de que Scabbers llevaba doce años en la familia…

— Encaja demasiado bien — dijo Padma Patil.

Bueno, la hemos cuidado muy bien —dijo Ron.

Pero ahora no tiene muy buen aspecto, ¿verdad? —observó Lupin—. Apostaría a que su salud empeoró cuando supo que Sirius se había escapado.

¡La ha asustado ese gato loco! —repuso Ron, señalando con la cabeza a Crookshanks, que seguía ronroneando en la cama.

— ¡No! — exclamó Hannah Abbott. — ¿No compraron a Crookshanks cuando fueron a la tienda a por un tónico de ratas para Scabbers? ¡Scabbers ya estaba mal antes de que apareciera el gato!

El comedor se llenó de murmullos emocionados. Las miradas iban de Sirius a Harry, de Harry a Snape, de Snape a Lupin, una y otra y otra vez.

Pero no había sido así, pensó Harry inmediatamente. Scabbers ya tenía mal aspecto antes de encontrar a Crookshanks. Desde que Ron volvió de Egipto. Desde que Black escapó...

— Exacto — gruñó Moody. — Todo encaja.

Este gato no está loco —dijo Black con voz ronca. Alargó una mano huesuda y acarició la cabeza mullida de Crookshanks—. Es el más inteligente que he visto en mi vida. Reconoció a Peter inmediatamente. Y cuando me encontró supo que yo no era un perro de verdad. Pasó un tiempo antes de que confiara en mí. Finalmente, me las arreglé para hacerle entender qué era lo que pretendía, y me ha estado ayudando...

— ¡Por eso Crookshanks era tan malo con Scabbers! — exclamó Dennis.

De pronto, muchos miraron a Hermione con algo parecido a la vergüenza. Recordando lo mal que se lo habían hecho pasar, Harry pensó que, como mínimo, deberían disculparse.

¿Qué quiere decir? —preguntó Hermione en voz baja.

Intentó que Peter se me acercara, pero no pudo... Así que se apoderó de las contraseñas para entrar en la torre de Gryffindor. Según creo, las cogió de la mesilla de un muchacho...

— ¡Las contraseñas de Neville! — gimió Lavender. — Así que fue el gato…

Neville, quien ya sabía ese detalle, aceptó con gracia las miradas de disculpa de todos aquellos que lo habían juzgado (incluyendo a la profesora McGonagall).

El cerebro de Harry empezaba a hundirse por el peso de las muchas cosas que oía. Era absurdo... y sin embargo...

Sin embargo, Peter se olió lo que ocurría y huyó. Este gato, ¿decís que se llama Crookshanks?, me dijo que Peter había dejado sangre en las sábanas. Supongo que se mordió... Simular su propia muerte ya había resultado en otra ocasión.

— No me lo puedo creer. Encaja perfectamente — dijo Dean.

— Es frustrante, la verdad — admitió Ginny. — ¿Por qué todo parece tan obvio cuando ya ha pasado?

— Siempre tenemos las cosas en nuestras narices y no las vemos — gruñó Ron.

Estas palabras impresionaron a Harry y lo sacaron de su ensimismamiento.

¿Y por qué fingió su muerte? —preguntó furioso—. Porque sabía que usted lo quería matar, como mató a mis padres.

No, Harry —dijo Lupin.

Y ahora ha venido para acabar con él.

Sí, es verdad —dijo Black, dirigiendo a Scabbers una mirada diabólica.

— No le digas eso — bufó Tonks. Sirius la ignoró totalmente.

Entonces yo tendría que haber permitido que Snape lo entregara —gritó Harry.

Harry —dijo Lupin apresuradamente—, ¿no te das cuenta? Durante todo este tiempo hemos pensado que Sirius había traicionado a tus padres y que Peter lo había perseguido. Pero fue al revés, ¿no te das cuenta? Peter fue quien traicionó a tus padres. Sirius le siguió la pista y...

— ¿Eh? No lo entiendo — dijo un chico de segundo.

— Ni yo — admitió uno de cuarto.

¡ESO NO ES CIERTO! —gritó Harry—. ¡ERA SU GUARDIÁN SECRETO! ¡LO RECONOCIÓ ANTES DE QUE USTED APARECIESE! ¡ADMITIÓ QUE LOS MATÓ!

— ¿Ves? No debiste decirle eso, Sirius — resopló Tonks, cada vez más frustrada. — ¿Por qué no puedes decir las cosas claras en vez de ser tan dramático?

— Me llevo preguntando eso mismo toda la vida — dijo Lupin.

Sirius los miró a ambos con reproche.

Señalaba a Black, que negaba lentamente con la cabeza. Sus ojos hundidos brillaron de repente.

Harry..., la verdad es que fue como si los hubiera matado yo —gruñó—. Persuadí a Lily y a James en el último momento de que utilizaran a Peter. Los persuadí de que lo utilizaran a él como guardián secreto y no a mí. Yo tengo la culpa, lo sé. La noche que murieron había decidido vigilar a Peter, asegurarme de que todavía era de fiar. Pero cuando llegué a su guarida, ya se había ido. No había señal de pelea alguna. No me dio buena espina. Me asusté. Me puse inmediatamente en camino hacia la casa de tus padres. Y cuando la vi destruida y sus cuerpos... me di cuenta de lo que Peter había hecho. Y de lo que había hecho yo.

Todo el mundo se había quedado en silencio. Conforme la verdad se revelaba, más alumnos se llevaban las manos a la boca en señal de sorpresa o se inclinaban aún más en sus asientos, asombrados y confundidos a partes iguales.

Su voz se quebró. Se dio la vuelta.

Es suficiente —dijo Lupin, con una nota de acero en la voz que Harry no le había oído nunca—. Hay un medio infalible de demostrar lo que verdaderamente sucedió. Ron, entrégame la rata.

¿Qué va a hacer con ella si se la doy? —preguntó Ron con nerviosismo.

Obligarla a transformarse —respondió Lupin—. Si de verdad es sólo una rata, no sufrirá ningún daño.

— Dásela, Ron — dijo un chico de tercero. — A ver si así podemos salir de dudas de una vez.

Ron dudó. Finalmente puso a Scabbers en las manos de Lupin. Scabbers se puso a chillar sin parar, retorciéndose y agitándose. Sus ojos diminutos y negros parecían salirse de las órbitas.

— Si fuera solo una rata, no tendría por qué chillar así — dijo Daphne Greengrass con suspicacia.

¿Preparado, Sirius? —preguntó Lupin.

Black ya había recuperado la varita de Snape, que había caído en la cama. Se aproximó a Lupin y a la rata. Sus ojos húmedos parecían arder.

¿A la vez? —preguntó en voz baja.

Venga —respondió Lupin, sujetando a Scabbers con una mano y la varita con la otra—. A la de tres. ¡Una, dos y... TRES!

Un destello de luz azul y blanca salió de las dos varitas. Durante un momento Scabbers se quedó petrificada en el aire, torcida, en posición extraña. Ron gritó. La rata golpeó el suelo al caer. Hubo otro destello cegador y entonces...

Si la situación no hubiera sido tan tensa, Harry se habría reído al ver la expresión de Jack Sloper al leer el siguiente párrafo.

Fue como ver la película acelerada del crecimiento de un árbol. Una cabeza brotó del suelo. Surgieron las piernas y los brazos. Al cabo de un instante, en el lugar de Scabbers se hallaba un hombre, encogido y retorciéndose las manos. Crookshanks bufaba y gruñía en la cama, con el pelo erizado.

Todo el comedor se sumió en un silencio estupefacto que tardó varios segundos en aligerarse.

— ¿Esto es en serio? — bufó Cormac McLaggen.

— ¿Tuvimos a un animago dando vueltas por la sala común sin saberlo? — dijo un amigo suyo, asombrado.

— Qué mal rollo — exclamó Dean.

Era un hombre muy bajito, apenas un poco más alto que Harry y Hermione. Tenía el pelo ralo y descolorido, con calva en la coronilla. Parecía encogido, como un gordo que hubiera adelgazado rápidamente. Su piel parecía roñosa, casi como la de Scabbers, y le quedaba algo de su anterior condición roedora en lo puntiagudo de la nariz y en los ojos pequeños y húmedos. Los miró a todos, respirando rápida y superficialmente. Harry vio que sus ojos iban rápidamente hacia la puerta.

Harry se tensó con tan solo oír la descripción de Peter. Prácticamente podía verlo en su mente y la imagen le provocaba sentimientos muy fuertes. Por un lado, la ira; por otro, el dolor que sentía al recordar la última vez que había visto a Peter.

Mata al otro.

Le dio un escalofrío y, sintiendo inmediatamente las miradas de Ron y Hermione sobre él, se forzó a escuchar la lectura.

Hola, Peter —dijo Lupin con voz amable, como si fuera normal que las ratas se convirtieran en antiguos compañeros de estudios—. Cuánto tiempo sin verte.

Si... Sirius. Re... Remus —incluso la voz de Pettigrew era como de rata. Volvió a mirar a la puerta—. Amigos, queridos amigos...

— Queridos amigos, dice — bufó Angelina, asqueada.

Black levantó el brazo de la varita, pero Lupin lo sujetó por la muñeca y le echó una mirada de advertencia.

— Debiste haberme dejado hacerlo — gruñó Sirius. Lupin suspiró.

— Entonces no tendrías coartada y te condenarían al beso del dementor.

Entonces se volvió a Pettigrew con voz ligera y despreocupada.

Acabamos de tener una pequeña charla, Peter, sobre lo que sucedió la noche en que murieron Lily y James. Quizás te hayas perdido alguno de los detalles más interesantes mientras chillabas en la cama.

Remus —dijo Pettigrew con voz entrecortada, y Harry vio gotas de sudor en su pálido rostro—, no lo creerás, ¿verdad? Intentó matarme a mí...

— Maldito cobarde, mentiroso… — murmuraba Sirius, ganándose varias miradas alarmadas por parte de algunos alumnos.

Eso es lo que hemos oído —dijo Lupin más fríamente—. Me gustaría aclarar contigo un par de puntos, Peter, si fueras tan...

¡Ha venido porque otra vez quiere matarme! —chilló Pettigrew señalando a Black, y Harry vio que utilizaba el dedo corazón porque le faltaba el índice—. ¡Mató a Lily y a James, y ahora quiere matarme a mí...! ¡Tienes que protegerme, Remus!

La cara de Lupin era todo un poema. Harry nunca le había visto tener una expresión tan llena de asco.

El rostro de Black semejaba más que nunca una calavera, mientras miraba a Peter Pettigrew con sus ojos insondables.

Nadie intentará matarte antes de que aclaremos algunos puntos —dijo Lupin.

¿Aclarar puntos? —chilló Pettigrew, mirando una vez más a su alrededor, hacia las ventanas cegadas y hacia la única puerta—. ¡Sabía que me perseguiría! ¡Sabía que volvería a buscarme! ¡He temido este momento durante doce años!

— Yo más bien diría que se ha pasado doce años viviendo como un rey en casa de los Weasley — dijo Seamus con desdén. — No parecía estar aterrorizado cuando se comía los dulces de la sala común.

¿Sabías que Sirius se escaparía de Azkaban cuando nadie lo había conseguido hasta ahora? —preguntó Lupin, frunciendo el entrecejo.

¡Tiene poderes oscuros con los que los demás sólo podemos soñar! —chilló Pettigrew con voz aguda—. ¿Cómo, si no, iba a salir de allí? Supongo que El-que-no-debe-ser-nombrado le enseñó algunos trucos.

Sirius soltó tal gruñido que una niña de primero saltó al escucharlo.

Black comenzó a sacudirse con una risa triste y horrible que llenó la habitación.

¿Que Voldemort me enseñó trucos? —dijo y Peter Pettigrew retrocedió como si Black acabara de blandir un látigo en su dirección—. ¿Qué te ocurre? ¿Te asustas al oír el nombre de tu antiguo amo? —preguntó Black—. No te culpo, Peter. Sus secuaces no están muy contentos de ti, ¿verdad?

— Claro — murmuró Parvati, horrorizada. — No se escondía de Black… sino de los demás.

No sé... qué quieres decir, Sirius —murmuró Pettigrew, respirando más aprisa aún. Todo su rostro brillaba de sudor.

No te has estado ocultando durante doce años de mí —dijo Black—. Te has estado ocultando de los viejos seguidores de Voldemort. En Azkaban oí cosas. Todos piensan que si no estás muerto, deberías aclararles algunas dudas. Les he oído gritar en sueños todo tipo de cosas. Cosas como que el traidor les había traicionado. Voldemort acudió a la casa de los Potter por indicación tuya y allí conoció la derrota. Y no todos los seguidores de Voldemort han terminado en Azkaban, ¿verdad? Aún quedan muchos libres, esperando su oportunidad, fingiendo arrepentimiento... Si supieran que sigues vivo...

— Tiene sentido — dijo Michael Corner. — Lo peor es que de verdad tiene sentido esta locura.

Harry miró a Fudge y Umbridge en ese momento y vio que ella tenía el rostro pálido y ligeramente verdoso, como si se estuviera mareando. Fudge, por otro lado, tenía la expresión de alguien que está viendo su carrera irse a la basura en un instante.

No entiendo de qué hablas... —dijo de nuevo Pettigrew, con voz más chillona que nunca. Se secó la cara con la manga y miró a Lupin—. No creerás nada de eso, de esa locura...

Tengo que admitir, Peter, que me cuesta comprender por qué un hombre inocente se pasa doce años convertido en rata —dijo Lupin impasible.

— Porque ni era inocente, ni tenía un lugar al que ir — dijo Arthur Weasley con repugnancia. — Traicionó a un bando y causó la caída del otro. Solo le quedaba esconderse.

¡Inocente, pero asustado! —chilló Pettigrew—. Si los seguidores de Voldemort me persiguen es porque yo metí en Azkaban a uno de sus mejores hombres: el espía Sirius Black.

El rostro de Black se contorsionó.

¿Cómo te atreves? —gruñó, y su voz se asemejó de repente a la del perro enorme que había sido—. ¿Yo, espía de Voldemort? ¿Cuándo he husmeado yo a los que eran más fuertes y poderosos? Pero tú, Peter... no entiendo cómo no comprendí desde el primer momento que eras tú el espía. Siempre te gustó tener amigos corpulentos para que te protegieran, ¿verdad? Ese papel lo hicimos nosotros: Remus y yo... y James...

— Menudo cobarde — bufó Angelina. Varias personas le dieron la razón, y Harry se alegró mucho al ver que tanta gente comenzaba a posicionarse contra Peter en lugar de contra Sirius.

Pettigrew volvió a secarse el rostro; le faltaba el aire.

¿Yo, espía...? Estás loco. No sé cómo puedes decir...

Lily y James te nombraron guardián secreto sólo porque yo se lo recomendé — susurró Black con tanto odio que Pettigrew retrocedió—. Pensé que era una idea perfecta... una trampa. Voldemort iría tras de mí, nunca pensaría que los Potter utilizarían a alguien débil y mediocre como tú... Sin duda fue el mejor momento de tu miserable vida, cuando le dijiste a Voldemort que podías entregarle a los Potter.

A pesar de que lo que estaban leyendo había sucedido hacía años, Harry sintió su sangre hervir. Su mente fabricó una imagen de la cara de orgullo de Pettigrew tras contarle a Voldemort dónde estaban los Potter, y estuvo a punto de ponerse en pie, coger su varita y salir a buscar a ese asesino.

Respiró hondo un par de veces, ignorando la mirada preocupada de Hermione, y siguió escuchando la lectura.

Pettigrew murmuraba cosas, aturdido. Harry captó palabras como «inverosímil» y «locura», pero no podía dejar de fijarse sobre todo en el color ceniciento de la cara de Pettigrew y en la forma en que seguía mirando las ventanas y la puerta.

— Va a intentar huir — dijo Colin, frustrado.

— Y lo va a conseguir. Recuerda la profecía de la profesora Trelawney — dijo uno de sus amigos, que parecía tan frustrado como él.

¿Profesor Lupin? —dijo Hermione, tímidamente—. ¿Puedo decir algo?

Por supuesto, Hermione —dijo Lupin cortésmente.

Pues bien, Scabbers..., quiero decir este... este hombre... ha estado durmiendo en el dormitorio de Harry durante tres años. Si trabaja para Quien-usted-sabe, ¿cómo es que nunca ha intentado hacerle daño?

Muchos alumnos intercambiaron miradas, confusos.

Eso es —dijo Pettigrew con voz aguda, señalando a Hermione con la mano lisiada—. Gracias. ¿Lo ves, Remus? ¡Nunca le he hecho a Harry el más leve daño! ¿Por qué no se lo he hecho?

Yo te diré por qué —dijo Black—. Porque no harías nada por nadie si no te reporta un beneficio. Voldemort lleva doce años escondido, dicen que está medio muerto. Tú no cometerías un asesinato delante de Albus Dumbledore por servir a una piltrafa de brujo que ha perdido todo su poder, ¿a que no? Tendrías que estar seguro de que es el más fuerte en el juego antes de volver a ponerte de su parte. ¿Para qué, si no, te alojaste en una familia de magos? Para poder estar informado, ¿verdad, Peter? Sólo por si tu viejo protector recuperaba las fuerzas y volvía a ser conveniente estar con él.

Toda confusión desapareció al instante.

— En serio, odio que tenga tanto sentido — dijo Angelina. — No quiero creer que tuviéramos a un asesino viviendo con nosotros durante años.

— Dormía con Ron — recordó Seamus, súbitamente alarmado. — ¿Recuerdas? ¡Se comía tus sábanas!

Ron se estremeció.

— No me lo recuerdes — gimió.

Pettigrew abrió y cerró la boca varias veces. Se había quedado sin habla.

Eh... ¿Señor Black... Sirius? —preguntó tímidamente Hermione. —A Black le sorprendió que lo interpelaran de esta manera, y miró a Hermione fijamente, como si nadie se hubiera dirigido a él con tal respeto en los últimos años—. Si no le importa que le pregunte, ¿cómo escapó usted de Azkaban? Si no empleó magia negra...

Sirius le sonrió a Hermione.

— Es que literalmente nadie me había hablado con tanto respeto en años — explicó, aunque no hacía falta.

¡Gracias! —dijo Pettigrew, asintiendo con la cabeza—. ¡Exacto! ¡Eso es precisamente lo que yo...!

Pero Lupin lo silenció con una mirada. Black fruncía ligeramente el entrecejo con los ojos puestos en Hermione, pero no como si estuviera enfadado con ella: más bien parecía meditar la respuesta.

No sé cómo lo hice —respondió—.

Varias personas parecieron desinflarse en sus asientos.

— Pues qué mal — se quejó un chico de séptimo. — Me da curiosidad.

Creo que la única razón por la que nunca perdí la cabeza es que sabía que era inocente. No era un pensamiento agradable, así que los dementores no me lo podían absorber... Gracias a eso conservé la cordura y no olvidé quién era... Gracias a eso conservé mis poderes... así que cuando ya no pude aguantar más me convertí en perro. Los dementores son ciegos, como sabéis. — Tragó saliva—. Se dirigen hacia la gente porque perciben sus emociones... Al convertirme en perro, notaron que mis sentimientos eran menos humanos, menos complejos, pero pensaron, claro, que estaba perdiendo la cabeza, como todo el mundo, así que no se preocuparon. Pero yo me encontraba débil, muy débil, y no tenía esperanza de alejarlos sin una varita.

— Así que el truco está en ser un animago y en haber sido encarcelado sin ser culpable — dijo el mismo chico de séptimo que antes. — Normal que nadie se haya escapado de Azkaban.

Entonces vi a Peter en aquella foto... comprendí que estaba en Hogwarts, con Harry... en una situación perfecta para actuar si oía decir que el Señor de las Tinieblas recuperaba fuerzas... —Pettigrew negó con la cabeza y movió la boca sin emitir sonido alguno, mirando a Black como hipnotizado—... Estaba dispuesto a hacerlo en cuanto estuviera seguro de sus aliados..., estaba dispuesto a entregarles al último de los Potter. Si les entregaba a Harry, ¿quién se atrevería a pensar que había traicionado a lord Voldemort? Lo recibirían con honores...

— Así que, de alguna manera, podemos decir que Fudge fue quien propició que Black escapara de Azkaban — dijo Roger Davies, sorprendido.

Harry nunca se había parado a pensarlo de ese modo, pero era cierto.

Así que ya veis, tenía que hacer algo. Yo era el único que sabía que Peter estaba vivo...

Harry recordó lo que el padre de Ron le había dicho a su esposa: «Los guardianes dicen que hacía tiempo que Black hablaba en sueños. Siempre decía las mismas palabras: "Está en Hogwarts."»

— ¡Claro! Peter, no Harry — exclamó un chico de primero.

Era como si alguien hubiera prendido una llama en mi cabeza, y los dementores no podían apagarla. No era un pensamiento agradable..., era una obsesión... pero me daba fuerzas, me aclaraba la mente. Por eso, una noche, cuando abrieron la puerta para dejarme la comida, salí entre ellos, en forma de perro. Les resulta tan difícil percibir las emociones animales que se confundieron.

— Creo que me voy a hacer animago solo por si algún día… — se oyó decir a un chico de tercero de Hufflepuff.

— ¿Por si algún día qué, eh? ¿Por si acabas en Azkaban? — replicó un amigo suyo.

— Claro.

— Venga ya. Si te pedí que mataras aquella araña y la sacaste del dormitorio en un vaso.

El otro chico soltó un bufido.

Estaba delgado, muy delgado... Lo bastante delgado para pasar a través de los barrotes. Nadé como un perro. Viajé hacia el norte y me metí en Hogwarts con la forma de perro... He vivido en el bosque desde entonces... menos cuando iba a ver el partido de quidditch, claro... Vuelas tan bien como tu padre, Harry... —Miró al muchacho, que esta vez no apartó la vista—. Créeme —añadió Black—. Créeme. Nunca traicioné a James y a Lily. Antes habría muerto.

Y Harry lo creyó.

Sirius sonrió con ganas, contagiándoselo a Lupin y al propio Harry. El resto del comedor todavía parecía en shock, pero la verdad ya era innegable.

Asintió con la cabeza, con un nudo en la garganta.

¡No!

Pettigrew se había arrodillado, como si el gesto de asentimiento de Harry hubiera sido su propia sentencia de muerte. Fue arrastrándose de rodillas, humillándose, con las manos unidas en actitud de rezo.

Sirius, soy yo, soy Peter... tu amigo. No..., tú no...

— ¿Cómo se puede ser tan patético? — se quejó Malfoy. A Harry le dolió estar de acuerdo con él en algo.

Black amagó un puntapié y Pettigrew retrocedió.

Ya hay bastante suciedad en mi túnica sin que tú la toques.

¡Remus! —chilló Pettigrew volviéndose hacia Lupin, retorciéndose ante él, implorante—. Tú no lo crees. ¿No te habría contado Sirius que habían cambiado el plan?

No si creía que el espía era yo, Peter —dijo Lupin—. Supongo que por eso no me lo contaste, Sirius —dijo Lupin despreocupadamente, mirándolo por encima de Pettigrew.

Perdóname, Remus —dijo Black.

— ¿Por qué pensaste que Lupin era el espía? — preguntó Harry. No le había dado muchas vueltas en aquel entonces porque había cosas más importantes en las que pensar, pero ahora le daba mucha curiosidad.

Sirius hizo una mueca.

— Es complicado — dijo. — En aquel entonces, Voldemort estaba reclutando muchos hombres lobo… les prometía cosas increíbles a cambio de su lealtad. Estaba seguro de que había un espía entre nosotros y Remus era quién más papeletas tenía. Jamás habría pensado que Voldemort se interesaría por alguien tan débil como Peter.

Harry asintió, viéndole el sentido a la explicación.

No hay por qué, Canuto, viejo amigo —respondió Lupin, subiéndose las mangas—. Y a cambio, ¿querrás perdonar que yo te creyera culpable?

Por supuesto —respondió Black, y un asomo de sonrisa apareció en su demacrado rostro. También empezó a remangarse—. ¿Lo matamos juntos?

Creo que será lo mejor —dijo Lupin con tristeza.

— ¿Lo mataron? — dijo una chica de segundo, sorprendida.

— Lo dudo. La profecía dijo que el vasallo escapará — replicó Justin Finch-Flechley.

No lo haréis, no seréis capaces... —dijo Pettigrew. Y se volvió hacia Ron, arrastrándose—. Ron, ¿no he sido un buen amigo?, ¿una buena mascota? No dejes que me maten, Ron. Estás de mi lado, ¿a que sí?

Pero Ron miraba a Pettigrew con repugnancia.

¡Te dejé dormir en mi cama! —dijo.

Ron gimió de nuevo, sintiendo una decena de miradas caer sobre él.

— Cada vez que lo pienso, me dan ganas de ir a darme una ducha y cambiar las sábanas — dijo, asqueado.

Buen muchacho... buen amo... —Pettigrew siguió arrastrándose hacia Ron—. No lo consentirás... yo era tu rata... fui una buena mascota...

Si eras mejor como rata que como hombre, no tienes mucho de lo que alardear —dijo Black con voz ronca.

— Lo peor es que es cierto — dijo George. — Fue mejor rata que persona.

Ron, palideciendo aún más a causa del dolor, alejó su pierna rota de Pettigrew. Pettigrew giró sobre sus rodillas, se echó hacia delante y asió el borde de la túnica de Hermione.

Dulce criatura... inteligente muchacha... no lo consentirás... ayúdame...

Hermione tiró de la túnica para soltarla de la presa de Pettigrew y retrocedió horrorizada.

Hermione hizo una mueca de asco al recordarlo.

Pettigrew temblaba sin control y volvió lentamente la cabeza hacia Harry

Harry, Harry... qué parecido eres a tu padre... igual que él...

¿CÓMO TE ATREVES A HABLAR A HARRY? —bramó Black—. ¿CÓMO TE ATREVES A MIRARLO A LA CARA? ¿CÓMO TE ATREVES A MENCIONAR A JAMES DELANTE DE ÉL?

— Hay que tener valor — bufó McGonagall, muy enfadada.

Harry —susurró Pettigrew, arrastrándose hacia él con las manos extendidas—, Harry, James no habría consentido que me mataran... James habría comprendido, Harry... Habría sido clemente conmigo...

Tanto Black como Lupin se dirigieron hacia él con paso firme, lo cogieron por los hombros y lo tiraron de espaldas al suelo. Allí quedó, temblando de terror, mirándolos fijamente.

— Dejadlo que tiemble — dijo Percy, asqueado. — No me puedo creer que fuera mi mascota durante años.

— Lo mismo digo — dijo Ron.

Vendiste a Lily y a James a lord Voldemort —dijo Black, que también temblaba—. ¿Lo niegas?

Pettigrew rompió a llorar. Era lamentable verlo: parecía un niño grande y calvo que se encogía de miedo en el suelo.

Harry miró alrededor y se alegró al ver que nadie parecía sentir compasión por Peter. Al contrario: todo lo que veía era asco, desprecio e indignación.

Sirius, Sirius, ¿qué otra cosa podía hacer? El Señor de las Tinieblas... no tienes ni idea... Tiene armas que no podéis imaginar... Estaba aterrado, Sirius. Yo nunca fui valiente como tú, como Remus y como James. Nunca quise que sucediera... El-que-no-debe-ser-nombrado me obligó.

¡NO MIENTAS! —bramó Black—. ¡LE HABÍAS ESTADO PASANDO INFORMACIÓN DURANTE UN AÑO ANTES DE LA MUERTE DE LILY Y DE JAMES! ¡ERAS SU ESPÍA!

— ¿¡Durante un año?! — exclamó Lee Jordan. — ¡Menudo cabrón!

¡Estaba tomando el poder en todas partes! —dijo Pettigrew entrecortadamente— . ¿Qué se ganaba enfrentándose a él?

¿Qué se ganaba enfrentándose al brujo más malvado de la Historia? —preguntó Black, furioso—. ¡Sólo vidas inocentes, Peter!

— ¡Bien dicho! — dijo Dean.

¡No lo comprendes! —gimió Pettigrew—. Me habría matado, Sirius.

¡ENTONCES DEBERÍAS HABER MUERTO! —bramó Black—. ¡MEJOR MORIR QUE TRAICIONAR A TUS AMIGOS! ¡TODOS HABRÍAMOS PREFERIDO LA MUERTE A TRAICIONARTE A TI!

— No os merecía como amigos — dijo Ginny. Harry no podía estar más de acuerdo.

Black y Lupin se mantenían uno al lado del otro, con las varitas levantadas.

Tendrías que haberte dado cuenta —dijo Lupin en voz baja— de que si Voldemort no te mataba lo haríamos nosotros. Adiós, Peter.

Eso provocó que varias personas miraran a Lupin con cautela. Sin embargo, el desprecio hacia Peter era tanto que la mayoría de gente no parecía especialmente disgustada ante su inminente muerte.

Hermione se cubrió el rostro con las manos y se volvió hacia la pared.

¡No! —gritó Harry Se adelantó corriendo y se puso entre Pettigrew y las varitas —. ¡No podéis matarlo! —dijo sin aliento—. No podéis.

Harry gimió y escondió la cara entre las manos. Si había algo de lo que se arrepentía en la vida, era de esa decisión.

Recordó entonces lo que le había dicho a Cedric justo antes de coger la copa.

Vamos los dos. La cogeremos los dos al mismo tiempo. Será la victoria de Hogwarts.

No sabía de qué decisión se arrepentía más.

Tanto Black como Lupin se quedaron de piedra.

Harry, esta alimaña es la causa de que no tengas padres —gruñó Black—. Este ser repugnante te habría visto morir a ti también sin mover ni un dedo. Ya lo has oído. Su propia piel maloliente significaba más para él que toda tu familia.

Lo sé —jadeó Harry—. Lo llevaremos al castillo. Lo entregaremos a los dementores. Puede ir a Azkaban. Pero no lo matéis.

— Quisiera tomar este momento para recordaros a todos lo que hemos leído antes — dijo Sirius en voz alta. — Como a alguien se le ocurra insinuar que Harry tiene madera de asesino o que es peligroso, se las verá conmigo.

— Si después de leer esto queda alguien que piense así, el problema no es de Harry, sino de la poca comprensión lectora de esa persona— añadió Bill Weasley.

Harry les sonrió, agradecido.

¡Harry! —exclamó Pettigrew entrecortadamente, y rodeó las rodillas de Harry con los brazos—. Tú... gracias. Es más de lo que merezco. Gracias.

Suéltame —dijo Harry, apartando las manos de Pettigrew con asco—. No lo hago por ti. Lo hago porque creo que mi padre no habría deseado que sus mejores amigos se convirtieran en asesinos por culpa tuya.

— Ahí tienes razón — dijo Lupin con tristeza.

Nadie se movió ni dijo nada, salvo Pettigrew, que jadeaba con la mano crispada en el pecho. Black y Lupin se miraron. Y bajaron las varitas a la vez.

Tú eres la única persona que tiene derecho a decidir, Harry —dijo Black—. Pero piensa, piensa en lo que hizo.

Que vaya a Azkaban —repitió Harry—. Si alguien merece ese lugar, es él.

— Debería ser condenado a cadena perpetua en Azkaban — dijo Hagrid, cuya rabia era evidente.

Pettigrew seguía jadeante detrás de él.

De acuerdo —dijo Lupin—. Hazte a un lado, Harry.— Harry dudó—. Voy a atarlo —añadió Lupin—. Nada más, te lo juro.

Harry se quitó de en medio. Esta vez fue de la varita de Lupin de la que salieron disparadas las cuerdas, y al cabo de un instante Pettigrew se retorcía en el suelo, atado y amordazado.

— Teníamos que haberlo dejado inconsciente — se lamentó Ron.

Pero si te transformas, Peter —gruñó Black, apuntando a Pettigrew con su varita—, te mataremos. ¿Estás de acuerdo, Harry?

Harry bajó la vista para observar la lastimosa figura, y asintió de forma que lo viera Pettigrew.

— Para asustarlo — dijo Harry rápidamente al ver que Umbridge abría la boca. — Solo para asustarlo.

Viendo que tenía las de perder, la profesora se quedó callada.

De acuerdo —dijo de repente Lupin, como cerrando un trato—. Ron, no sé arreglar huesos como la señora Pomfrey pero creo que lo mejor será que te entablillemos la pierna hasta que te podamos dejar en la enfermería.

Se acercó a Ron aprisa, se inclinó, le golpeó en la pierna con la varita y murmuró:

¡Férula!

Unas vendas rodearon la pierna de Ron y se la ataron a una tablilla. Lupin lo ayudó a ponerse en pie. Ron se apoyó con cuidado en la pierna y no hizo ni un gesto de dolor.

Mejor —dijo—. Gracias.

— Férula — repitió Neville. — Gracias, creo que me puede ser útil.

El profesor Lupin le sonrió.

¿Y qué hacemos con el profesor Snape? —preguntó Hermione, en voz baja, mirando a Snape postrado en el suelo.

— Me había olvidado de él — admitió Ginny.

No le pasa nada grave —explicó Lupin, inclinándose y tomándole el pulso—. Sólo os pasasteis un poco. Sigue sin conocimiento. Eh... tal vez sea mejor dejarlo así hasta que hayamos vuelto al castillo. Podemos llevarlo tal como está. —Luego murmuro—: Mobilicorpus.

El cuerpo inconsciente de Snape se incorporó como si tiraran de él unas cuerdas invisibles atadas a las muñecas, el cuello y las rodillas. La cabeza le colgaba como a una marioneta grotesca.

Snape fulminó con la mirada a todo aquel que se atrevió a sonreír al escuchar esa descripción.

Estaba levantado unos centímetros del suelo y los pies le colgaban. Lupin cogió la capa invisible y se la guardó en el bolsillo.

Dos de nosotros deberían encadenarse a esto —dijo Black, dándole a Pettigrew un puntapié—, sólo para estar seguros.

Yo lo haré —se ofreció Lupin.

Y yo —dijo Ron, con furia y cojeando.

— Mala idea. Muy mala idea — murmuró Ron.

— ¿No habría sido más fácil usar un encantamiento desmaius? — dijo Tonks, alzando una ceja y juzgando a Sirius y Lupin con la mirada.

— Sí — admitió Lupin. — No estábamos pensando con claridad.

Black hizo aparecer unas esposas macizas. Pettigrew volvió a encontrarse de pie, con el brazo izquierdo encadenado al derecho de Lupin y el derecho al izquierdo de Ron. El rostro de Ron expresaba decisión. Se había tomado la verdadera identidad de Scabbers como un insulto.

— No me extraña — dijo Seamus. — Hasta yo me siento insultado por haber compartido habitación con ese traidor durante años.

Dean asintió, mostrando que él también sentía lo mismo.

Crookshanks saltó ágilmente de la cama y se puso el primero, con la cola alegremente levantada.

— Sigue sin gustarme tu gato, pero ahora me cae mejor que antes — admitió Lavender. Hermione sonrió.

— Ya está — dijo Jack Sloper, marcando la página.

Dumbledore se puso en pie y cogió el libro.

— El siguiente se titula: El beso del dementor.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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