jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 20

 El beso del dementor:


— Ya está — dijo Jack Sloper, marcando la página.

Dumbledore se puso en pie y cogió el libro.

— El siguiente se titula: El beso del dementor.

Varias manos se alzaron en el aire, pertenecientes a alumnos intrigados que deseaban leer el capítulo. Sin embargo, pasaban los segundos y Dumbledore no escogía a nadie. Tenía la vista fija en el libro y una expresión pensativa que a Harry le dio mucha curiosidad.

Pasó todo un minuto y el comedor se llenó de murmullos. Aquellos que tenían la mano levantada la bajaron, algo molestos.

— Sí, creo que sí… — murmuró Dumbledore. Levantó entonces la mirada y se dirigió al resto del comedor: — Considero que es un buen momento para hacer un pequeño descanso. Creo que media hora será más que suficiente.

— Pero Albus — intervino McGonagall. — Acabamos de comer. Aún nos quedan varios capítulos por delante, ¿no sería mejor seguir leyendo?

— Por supuesto, Minerva, pero hay cosas que necesitan ser asimiladas antes de poder continuar — respondió Dumbledore amablemente. — Hagamos una pausa. Treinta minutos.

Y, dicho eso, bajó de la tarima y se dirigió a las puertas del comedor, que se abrieron antes de que él llegara.

— ¿Qué mosca le ha picado? — dijo Ron. Harry se encogió de hombros.

— A saber — respondió Hermione, mirando hacia la puerta e ignorando, igual que Harry, el caos que se había formado a su alrededor. Muchos alumnos se habían levantado y se dirigían también hacia las puertas, charlando animadamente, aunque algunos parecían un poco confundidos ante la súbita partida de Dumbledore.

Harry se sentía igual. La expresión de Dumbledore… Si no hubiera sido imposible, habría pensado que el director había estado comunicándose con alguien ahí arriba, en la tarima, y que de alguna forma había conseguido que nadie se diera cuenta.

Oyó a Sirius suspirar.

— Vamos a… dar una vuelta, ¿no, Remus? — dijo Sirius con cara de pocos amigos.

Lupin asintió y ambos se levantaron. Harry los siguió con la mirada hasta que se perdieron de vista, camuflados entre la oleada de estudiantes que también salían del comedor.

— ¿Qué se traerán entre manos? — preguntó Ginny con curiosidad.

— No sé, quizá solo quieren tomar un poco el aire — replicó Ron. — No me extrañaría, después de todo lo que hemos leído…

Ginny no pareció muy convencida y, a decir verdad, Harry tampoco.

Cada vez que habían tenido un descanso, Sirius se había acercado a él y había intentado charlar un rato, aunque la mayoría de veces había sido el propio Harry quien había preferido marcharse y poder descansar un rato de la tensión del comedor. Y, por supuesto, había sido Snape quien había acaparado todas sus tardes con horas de castigo y no le había permitido pasar mucho tiempo con su padrino.

Sin embargo, ya iban un par de ocasiones en las que Sirius y el profesor Lupin se marchaban juntos y no explicaban a dónde iban. ¿Qué le había dicho Sirius esa misma mañana, en el primer descanso?

Tenemos que ir a hablar con Dumbledore de… unos asuntos.

Snape también había ido con ellos en esa ocasión. Con curiosidad, Harry se giró para mirar hacia la mesa de profesores y vio que, efectivamente, Snape ya no estaba allí.

Sirius le había dicho que luego le contaría de qué se trataban esos asuntos, pero ese momento nunca había llegado. Harry se moría de curiosidad. ¿Qué tendrían que hablar Sirius, Lupin, Snape y Dumbledore que fuera tan urgente como para detener la lectura?

— Eh, chicos — dijo Fred, acercándose un poco a ellos. — Aprovechando que ahora Snape no nos oye… ¡Lo que hicisteis fue genial!

— ¡Lo dejasteis inconsciente! — exclamó George, que venía detrás de él. — Ha sido sublime.

— Extraordinario — añadió Fred.

— Impresionante — dijo George.

— Maravilloso.

— Magnífico.

Ron sonreía con ganas, pero Hermione pareció un poco preocupada.

— No lo hicimos a propósito — dijo rápidamente. — No era nuestra intención hacerle daño.

— Pues me alegro de que vuestras intenciones siempre salgan mal — intervino Dean, sonriente. — Si no hubiera sido por la cara de vinagre de Snape, os habría hecho la ola cuando hemos leído eso.

Ese comentario le sacó una sonrisa a Harry y una carcajada a Ron. Hermione, por otro lado, se mantuvo seria, aunque durante un momento a Harry le pareció ver el atisbo de una sonrisa en sus labios. Apenas fue un instante, así que decidió que probablemente había sido solo su imaginación.

— Sois geniales — dijo Neville, quien los miraba con tanta admiración que Harry sintió sus mejillas arder.

De pronto, una decena de estudiantes de Ravenclaw se acercó a ellos y, antes de que Harry pudiera asimilar lo que sucedía, todos les hablaban al mismo tiempo:

— ¡No me esperaba lo de la rata!

— Weasley, ¿qué se siente al saber que dormías con el asesino de los padres de tu mejor amigo?

— ¡Lo de Snape ha sido lo mejor que he oído en mi vida!

— ¡Teníais al asesino en el dormitorio y no lo sabíais! Hay que estar ciego…

— ¿Seguro que no atacasteis a Snape a propósito?

— ¿Cómo es posible que no supierais que la rata era un humano? ¡La tuvisteis doce años!

— ¿Y cómo es posible que vosotros no tengáis un mínimo de respeto y abordéis así a la gente, eh? — interrumpió la señora Weasley, que se había puesto en pie y miraba a los Ravenclaw con severidad. — Estamos en el descanso. ¡Dejad descansar a los demás!

Todos ellos se fueron murmurando por lo bajo, sin haber recibido una sola respuesta a sus preguntas. Harry le dio las gracias, siendo plenamente consciente de que era la segunda vez que los salvaba de una encerrona como esa.

La tensión en el despacho de Dumbledore se habría podido cortar con un cuchillo.

Nada más entrar en la estancia, el director había tomado asiento tras su mesa y, sin decir una palabra, se había dedicado a acariciar las plumas de Fawkes durante los siguientes cinco minutos.

Sirius y Lupin estaban allí de pie, esperando, sin atreverse a decir nada. Snape estaba algo apartado de ellos y miraba al director con clara irritación.

— ¿Para qué querías que nos volviéramos a reunir? — dijo Sirius al cabo de unos momentos, incapaz de soportar el silencio incómodo que se había formado.

— Espera un momento, Sirius — respondió Dumbledore sin dejar de acariciar a Fawkes. — Lo sabrás en unos instantes.

El silencio regresó. Snape se cruzó de brazos y siguió mirando a Dumbledore con incluso más irritación que antes. Lupin suspiró, pero no dejó escapar ninguna queja.

Un minuto después, un ruido a sus espaldas les alertó de que alguien estaba entrando al despacho.

Ninguno de ellos se sorprendió al ver que se trataba de uno de los desconocidos del futuro.

— Muy bien — dijo Dumbledore finalmente. — Ahora que estamos todos, podemos comenzar.

— ¿De qué tenemos que hablar? — interrumpió Sirius. — Pensaba que ya lo habíamos aclarado todo.

— Yo también — dijo Dumbledore. — Pero parece que me equivocaba.

Se puso en pie y, con toda la calma del mundo, dejó a Fawkes en su percha. Sin embargo, ninguno de los hombres allí presentes se tragaba esa fachada. Puede que el director pareciera tranquilo, pero había algo en su voz, en sus ojos y en sus movimientos que delataba sus verdaderos sentimientos: no estaba contento con ninguno de los presentes.

— Yo he hecho todo lo que me pediste, Albus — dijo Snape con firmeza. — A pesar de lo que hemos leído hasta ahora, no he atacado ni humillado a Black ni a Lupin. Ni siquiera he respondido a sus comentarios.

— Yo no he hecho ningún comentario— se apresuró a decir Sirius. — Hasta cuando Snape le ha dicho a Harry que ojalá yo lo hubiera matado, me he quedado callado.

— Eso no es lo que dije — ladró Snape. — Dije que, si hubiera sucedido, se lo habría merecido.

— Suficiente — intervino Dumbledore, lanzándoles una mirada severa que reservaba para solo unos pocos. — Comprendo que estamos leyendo momentos muy tensos y que es muy fácil dejarse llevar por viejos rencores, pero os pedí un favor y no lo estáis cumpliendo.

— ¡Claro que lo estamos cumpliendo! — exclamó Sirius. — Querías que no nos peleáramos más y no lo hemos hecho. He tenido la boca cerrada cada vez que se ha mencionado a Snape. ¿No es suficiente?

— Se te está olvidando la segunda parte de mi petición, Sirius — respondió Dumbledore. — Haz memoria…

Sirius chasqueó la lengua y miró a Lupin como diciendo "Se le ha ido la cabeza". Sin embargo, la expresión seria de Remus mostraba que él sí recordaba la segunda parte del trato.

— Nos pediste que tratáramos de entender el punto de vista del otro — dijo Lupin. — Que no solo no nos atacáramos física o verbalmente, sino que hiciéramos un esfuerzo por comprender el porqué de las acciones de los demás.

Dumbledore asintió.

— Así es. Y me temo que ninguno de los tres ha seguido mis instrucciones. Los comentarios hirientes han disminuido, pero el odio continúa ahí. Comprendo que el último capítulo ha sido especialmente desagradable…

— ¿Tú crees? — interrumpió Snape con tono irónico. — Me he quedado en silencio a pesar de tener a todo el colegio insultándome y alegrándose de que Potter y sus secuaces me dejaran inconsciente. No puedes pedirme que haga más.

— Lo único que te pido, Severus, es que trates de comprender por qué todo el colegio se está posicionando de parte de Harry y de Sirius. Ya has escuchado el punto de vista de Remus y de Sirius en ese último capítulo. Solo te queda reflexionar sobre lo que has oído.

— ¿Es por eso por lo que me has hecho leer? — intervino Lupin. Miraba a Dumbledore con una ceja alzada en una expresión mezcla de incredulidad y hastío. — ¿Para que yo también reflexione?

Dumbledore asintió y Lupin rodó los ojos.

— Soy perfectamente consciente de cuales han sido mis errores, Albus — dijo. — No necesito leerlos en voz alta frente a todo el colegio para comprenderlos.

— En tu caso, Remus, no se trata solo de identificar cuáles han sido tus errores — dijo Dumbledore. Su tono de voz sonaba más suave que antes. — Sé que no necesitas que te recuerden en qué te has equivocado. Lo que quiero es que asumas tus errores y los aceptes, igual que los ha aceptado todo el colegio cuando se los has leído en voz alta. Salir del colegio durante tus transformaciones fue muy peligroso, pero sucedió hace años y no hubo que lamentar ninguna desgracia. Asume tus errores y perdónate, Remus.

Lupin tragó saliva y asintió.

— En cuanto a ti, Sirius — siguió Dumbledore, girándose para mirarle directamente a los ojos. — Tú más que nadie tienes la necesidad de comprender el punto de vista de los demás. Si pretendes cuidar de Harry…

— Lo haré bien — interrumpió Sirius. — Comprendo perfectamente a Harry.

— ¿Estás seguro?

Sirius frunció el ceño.

— Claro que lo estoy. Es mi ahijado.

Dumbledore suspiró.

— Precisamente, Sirius. Es tu ahijado, no tu mejor amigo. ¿Estás seguro de que comprendes a Harry?

Sirius resopló, indignado:

— Ya he dicho que sí. Nos llevamos muy bien.

— Potter y Longbottom también se llevan bien y no por ello están capacitados para ser guardianes el uno del otro — gruñó Snape.

Sirius le lanzó una mirada fulminante.

— Sé lo que digo. Cuando todo esto acabe, me convertiré en el guardián de Harry y os demostraré que puedo hacerlo bien. Vais a tener que comeros vuestras palabras.

— Espero que así sea — admitió Dumbledore.

Snape soltó un bufido.

— Debo admitir que me pregunto si es buena idea dejar a Potter en manos de alguien que todavía no comprende por qué está mal conducir a alguien a la guarida de un hombre lobo.

— Yo no te obligué a ir — le espetó Sirius.

— Pero sabías que lo haría — replicó Snape. — Intentaste matarme. Tu bromita me habría costado la vida si el imbécil de Potter no se hubiera acobardado.

Sirius sacó la varita en menos de un segundo.

— Ni se te ocurra volver a insultar a James en mi presencia — rugió.

— Bajad las varitas — habló el encapuchado, dando un paso al frente. Tanto Sirius como Snape, quien había sacado la suya en cuanto Sirius había hecho el primer movimiento, se mantuvieron en la misma posición. — He dicho que bajéis las varitas.

— No recibo órdenes de desconocidos — gruñó Snape. El encapuchado soltó una palabrota por lo bajini.

Fue la mirada de Dumbledore lo que hizo que ambos hombres bajaran las varitas.

— Harry está condenado — dijo el director con tristeza.

Sirius jadeó.

— ¿Qué quieres decir?

— Está rodeado de adultos que no son capaces de ponerse en el lugar de los demás, ni siquiera por un instante — explicó Dumbledore. — Se supone que tenéis que cuidar de él, pero no sé cómo lo conseguiréis si no podéis mostrar un mínimo de empatía hacia los demás.

Tanto Sirius como Snape evitaron la mirada del director, que suspiró y dijo:

— Creo que no puedo deciros nada más al respecto. Por favor, no olvidéis todo lo que hemos hablado. Podéis marcharos.

No hizo falta que lo dijera dos veces. El primero en salir fue Sirius, quien prácticamente corrió hacia la puerta. Snape y Lupin lo siguieron.

En el despacho, quedaron solo Dumbledore y el encapuchado.

— No te preocupes, Albus — dijo el desconocido. — Cuando Snape haga lo que debe hacer, seguro que Sirius y los demás se ablandan un poco.

— Espero que tengas razón — respondió el director tras unos segundos de silencio.

La media hora de descanso llegó a su fin mucho antes de lo que a Harry le habría gustado.

Una vez que el grupo de Ravenclaws hubo sido ahuyentado por la señora Weasley se les acercó otro grupito formado por gente de varias casas, incluyendo Slytherin. Por suerte, esta vez habían sido Charlie y Percy los que habían alejado al grupo de curiosos, que no paraban de hacer preguntas sobre Scabbers y sobre Sirius, aprovechando que este último no estaba en el comedor.

Gracias a la protección de los Weasley, Harry había pasado un descanso bastante agradable. Se había sentado en el suelo junto a Ron, Hermione, Ginny, Luna, Neville y los gemelos Weasley, y habían pasado un buen rato charlando y relajándose un poco.

Cuando Sirius y Lupin entraron en el comedor, Harry resistió la tentación de ir a preguntarles exactamente dónde habían estado y por qué. Ninguno de ellos parecía muy contento, así que lo mejor sería esperar a que estuvieran de mejor humor. Si algo había aprendido de Tío Vernon es que, si quieres respuestas, debes esperar al momento oportuno.

Dumbledore regresó tan solo unos minutos más tarde que Sirius y Lupin. Snape entró detrás de él, aunque algo apartado, y a Harry le pareció que tenía pinta de estar más enfadado de lo que había estado al salir del comedor.

Cuando el director se puso de pie en la tarima, todos los alumnos y profesores regresaron a sus asientos de antes.

— Ahora sí, creo que todos hemos tenido tiempo para reflexionar sobre lo que hemos leído hasta ahora — dijo Dumbledore animadamente. — Sigamos leyendo. ¿Algún voluntario?

Varias personas levantaron la mano. Dumbledore escogió a Zacharias Smith (Ron gruñó al verlo), quien subió a la tarima, cogió el libro y leyó:

— El Beso del dementor.

Harry tenía una idea bastante acertada de lo que estaban a punto de leer y no le hacía ninguna gracia.

Harry no había formado nunca parte de un grupo tan extraño. Crookshanks bajaba las escaleras en cabeza de la comitiva. Lupin, Pettigrew y Ron lo seguían, como si participaran en una carrera. Detrás iba el profesor Snape, flotando de manera fantasmal, tocando cada peldaño con los dedos de los pies y sostenido en el aire por su propia varita, con la que Sirius le apuntaba. Harry y Hermione cerraban la marcha.

— ¿Ibais siguiendo al gato? — dijo Zabini, incrédulo. — ¿Es que no podíais orientaros solos?

— Claro que podíamos — gruñó Ron. — Pero era más fácil seguir a Crookshanks.

Fue difícil volver a entrar en el túnel. Lupin, Pettigrew y Ron tuvieron que ladearse para conseguirlo. Lupin seguía apuntando a Pettigrew con su varita. Harry los veía avanzar de lado, poco a poco, en hilera. Crookshanks seguía en cabeza. Harry iba inmediatamente detrás de Sirius, que continuaba dirigiendo a Snape con la varita. Éste, de vez en cuando, se golpeaba la cabeza en el techo, y Harry tuvo la impresión de que Sirius no hacía nada por evitarlo.

Se oyeron risitas. Snape lanzó una mirada fulminante a tantos alumnos como pudo. Sirius, por su parte, trató de parecer inocente, aunque falló estrepitosamente.

¿Sabes lo que significa entregar a Pettigrew? —le dijo Sirius a Harry bruscamente, mientras avanzaban por el túnel.

Que tú quedarás libre —respondió Harry

Sí... —dijo Sirius—. No sé si te lo ha dicho alguien, pero yo también soy tu padrino.

Sí, ya lo sabía —respondió Harry

— Menos mal que lo sabias, habría sido todo un shock descubrirlo así — dijo Angelina.

— Bueno, creo que fue peor descubrirlo como lo hizo — le recordó Katie. — Al menos ahora sabe que Black no es un asesino.

— Es verdad — admitió Angelina.

Bueno, tus padres me nombraron tutor tuyo —dijo Sirius solemnemente—, por si les sucedía algo a ellos... —Harry esperó. ¿Quería decir Sirius lo que él se imaginaba?— Por supuesto —prosiguió Black—, comprendo que prefieras seguir con tus tíos. Pero... medítalo. Cuando mi nombre quede limpio... si quisieras cambiar de casa...

A Harry se le encogió el estómago.

— Es demasiado pronto — dijo la profesora Sprout, comprensiva.

— Creo que te precipitaste un poco — habló también Tonks.

¿Qué? ¿Vivir contigo? —preguntó, golpeándose accidentalmente la cabeza contra una piedra que sobresalía del techo—. ¿Abandonar a los Dursley?

Harry hizo una mueca. Cruzó los dedos, esperando que nadie dijera nada sobre los Dursley esta vez.

Claro, ya me imaginaba que no querrías —dijo inmediatamente Sirius—. Lo comprendo. Sólo pensaba que...

Pero ¿qué dices? —exclamó Harry, con voz tan chirriante como la de Sirius—. ¡Por supuesto que quiero abandonar a los Dursley! ¿Tienes casa? ¿Cuándo me puedo mudar?

— Oh, Harry — dijo la señora Weasley con tanta tristeza que Harry ni siquiera pudo mirarla a la cara.

— ¿Lo estás diciendo en serio? — preguntó Padma Patil. — Acababas de conocer a Black… Hacía una hora, pensabas que era un asesino. ¿Y ya estabas dispuesto a mudarte con él?

— ¿Por qué no? — dijo Harry a la defensiva.

— Cualquier cosa es mejor que los Dursley — gruñó Ron. Harry estaba totalmente de acuerdo.

Sirius se volvió hacia él. La cabeza de Snape rascó el techo, pero a Sirius no le importó.

¿Quieres? ¿Lo dices en serio?

¡Sí, muy en serio!

Harry hizo todo lo posible por ignorar las miradas de pena que cayeron sobre él.

— Que prefieras vivir con un desconocido a quien creías un asesino antes que con los Dursley… dice mucho sobre ellos — dijo Bill. La señora Weasley asintió, entristecida.

En el rostro demacrado de Sirius se dibujó la primera sonrisa auténtica que Harry había visto en él. La diferencia era asombrosa, como si una persona diez años más joven se perfilase bajo la máscara del consumido. Durante un momento se pudo reconocer en él al hombre que sonreía en la boda de los padres de Harry.

En el presente, Sirius también sonreía.

— ¿Así que sonreír me hace más joven? Voy a ir así todo el rato — dijo, sonriendo con ganas y enseñando todos los dientes.

— Así pareces un psicópata — le informó Lupin. Sirius rodó los ojos.

No volvieron a hablar hasta que llegaron al final del túnel. Crookshanks salió el primero, disparado. Evidentemente había apretado con la zarpa el nudo del tronco, porque Lupin, Pettigrew y Ron salieron sin que se produjera ningún rumor de ramas enfurecidas.

— Pues parece que el gato sí que era inteligente — dijo Malfoy. Sonaba impresionado.

A Harry le pareció que Hermione tenía algo de orgullo en su rostro en ese momento.

Sirius hizo salir a Snape por el agujero y luego se detuvo para ceder el paso a Harry y a Hermione. No quedó nadie dentro. Los terrenos estaban muy oscuros. La única luz venía de las ventanas distantes del castillo.

— Qué miedo — dijo un chico de primero.

— Tiene que ser genial estar en los terrenos de noche — dijo otro al mismo tiempo.

Sin decir una palabra, emprendieron el camino. Pettigrew seguía jadeando y gimiendo de vez en cuando. A Harry le zumbaba la cabeza. Iba a dejar a los Dursley, iría a vivir con Sirius Black, el mejor amigo de sus padres... Estaba aturdido. ¡Cuando dijera a los Dursley que se iba a vivir con el presidiario que habían visto en la tele...!

Eso sacó más de una sonrisa.

— No te fuiste a vivir con él, ¿no? — preguntó Neville. Harry negó con la cabeza.

— Qué pena — dijo Dean. — Me habría gustado ver la reacción de tus tíos al decirles que te ibas a vivir con un supuesto asesino en busca y captura.

Recordando el momento en el que le había hablado de su padrino a los Dursley por primera vez, Harry sonrió.

Un paso en falso, Peter, y... —dijo Lupin delante de ellos, amenazador, apuntando con la varita al pecho de Pettigrew.

— Me cuesta imaginarme al profesor Lupin siendo amenazador — admitió Hannah Abbott.

Atravesaron los terrenos del colegio en silencio, con pesadez. Las luces del castillo se dilataban poco a poco. Snape seguía inconsciente, fantasmalmente transportado por Sirius, la barbilla rebotándole en el pecho. Y entonces...

Una nube se desplazó. De repente, aparecieron en el suelo unas sombras oscuras.

La luz de la luna caía sobre el grupo.

Zacharias Smith levantó la mirada del libro para dirigirla directamente a Lupin, en una expresión de shock absoluto.

— ¿Esto pasó de verdad? — preguntó.

Lupin hizo una mueca y asintió. El comedor se llenó de murmullos impacientes y Smith siguió leyendo.

Snape tropezó con Lupin, Pettigrew y Ron, que se habían detenido de repente. Sirius se quedó inmóvil. Con un brazo indicó a Harry y a Hermione que no avanzaran.

Harry vio la silueta de Lupin. Se puso rígido y empezó a temblar.

Algunos jadearon. Otros se llevaron la mano a la boca, ocultando sus expresiones de horror.

¡Dios mío! —dijo Hermione con voz entrecortada—. ¡No se ha tomado la poción esta noche! ¡Es peligroso!

Corred —gritó Sirius—. ¡Corred! ¡Ya!

Pero Harry no podía correr. Ron estaba encadenado a Pettigrew y a Lupin.

Se oyeron gritos ahogados. La señora Weasley gimió y alargó el brazo para agarrar a Ron de la muñeca, sin despegar la vista del libro. Ron pareció algo azorado, pero no pudo soltarse del agarre.

Saltó hacia delante, pero Sirius lo agarró por el pecho y lo echó hacia atrás.

Dejádmelo a mí. ¡CORRED!

Oyeron un terrible gruñido. La cabeza de Lupin se alargaba, igual que su cuerpo. Los hombros le sobresalían. El pelo le brotaba en el rostro y las manos, que se retorcían hasta convertirse en garras. A Crookshanks se le volvió a erizar el pelo. Retrocedió.

— ¡Qué horror! — chilló Umbridge. Se había puesto pálida y miraba a Lupin como si se estuviera convirtiendo en un lobo feroz allí mismo frente a ella. — ¿¡Cómo pudo permitir que eso sucediera!? ¡Debería echarlo del castillo inmediatamente! ¡Es un peligro!

— Esto sucedió hace dos años, profesora — le recordó McGonagall.

— ¡Pero hoy es luna llena! — insistió Umbridge. — Si aquella vez se le olvidó tomar la poción, ¿quién puede asegurar que esta vez no se le haya olvidado también?

Se oyeron murmullos y varias personas miraron a Lupin con cautela. Sirius fue a decir algo para cerrarle la boca a Umbridge, pero, para sorpresa de Harry, fue Snape quien habló primero:

— A veces siento que le hablo a la pared — dijo en tono irónico. — ¿O no recuerda que hace tan solo un par de horas dije que yo mismo he preparado la poción que Lupin ha ingerido? ¿Y tampoco recuerda el momento en el que aseguré que he estado presente mientras la tomaba?

— Las pociones pueden fallar— le espetó Umbridge, claramente nerviosa. Snape la miró como si fuera un insecto.

— Me tomo eso como un insulto, Dolores — dijo lentamente. — Mis pociones nunca fallan. Lupin no será peligroso esta noche… al menos, no más de lo normal.

Harry debía admitir que era entretenido ver a Snape mirar con tanto asco a alguien que no fuera él mismo o uno de sus amigos.

— Confío plenamente en las habilidades del profesor Snape para realizar la poción — dijo Dumbledore en voz alta. — Por favor, señor Smith, continúe.

Mientras el licántropo retrocedía, abriendo y cerrando las fauces, Sirius desapareció del lado de Harry. Se había transformado. El perro grande como un oso saltó hacia delante. Cuando el licántropo se liberó de las esposas que lo sujetaban, el perro lo atrapó por el cuello y lo arrastró hacia atrás, alejándolo de Ron y de Pettigrew. Estaban enzarzados, mandíbula con mandíbula, rasgándose el uno al otro con las zarpas.

Lupin hizo una mueca.

— Lo lamento tanto.

— No te disculpes — dijo Sirius. — No podías controlarlo.

Harry se quedó como hipnotizado. Estaba demasiado atento a la batalla para darse cuenta de nada más. Fue el grito de Hermione lo que lo alertó.

También en el comedor, muchos se habían quedado con la boca abierta, escuchando la descripción de la pelea y tratando de asimilar que el lobo y el perro estaban allí presentes, sentados tranquilamente en un sofá.

Pettigrew había saltado para coger la varita caída de Lupin. Ron, inestable a causa de la pierna vendada, se desplomó en el suelo. Se oyó un estallido, se vio un relámpago y Ron quedó inmóvil en tierra. Otro estallido: Crookshanks saltó por el aire y volvió a caer al suelo.

— Ese hijo de perra — gruñó Charlie.

— ¿Te dejó inconsciente? — dijo Neville, preocupado. Ron asintió, visiblemente indignado.

¡Expelliarmus! —exclamó Harry, apuntando a Pettigrew con su varita. La varita de Lupin salió volando y se perdió de vista—. ¡Quédate donde estás! —gritó Harry mientras corría.

Demasiado tarde. Pettigrew también se había transformado. Harry vio su cola pelona azotar el antebrazo de Ron a través de las esposas, y lo oyó huir a toda prisa por la hierba.

Se oyeron jadeos y más de una palabrota. Harry vio a Flitwick agitar el puño, muy enfadado, y Hagrid dijo una palabra que hizo bufar a Umbridge.

Oyeron un aullido y un gruñido sordo. Al volverse, Harry vio al hombre lobo adentrándose en el bosque a la carrera.

Sirius, ha escapado. ¡Pettigrew se ha transformado! —gritó Harry.

Sirius sangraba. Tenía heridas en el hocico y en la espalda, pero al oír las palabras de Harry volvió a salir velozmente y al cabo de un instante el rumor de sus patas se perdió.

Lupin gimió al escuchar eso.

— No te preocupes. Sé que suena mal, pero no dolía tanto — dijo Sirius.

Lupin no pareció muy convencido.

Harry y Hermione se acercaron aprisa a Ron.

¿Qué le ha hecho? —preguntó Hermione.

Ron tenía los ojos entornados, la boca abierta. Estaba vivo. Oían su respiración. Pero no parecía reconocerlos.

No sé.

— Parece un simple desmaius — dijo Kingsley. — Que es exactamente el hechizo que debisteis usar contra Pettigrew.

Dijo eso último mirando a Sirius y Lupin.

— Pues sí — admitió Sirius.

Harry miró desesperado a su alrededor. Black y Lupin habían desaparecido... No había nadie cerca salvo Snape, que seguía flotando en el aire, inconsciente.

Será mejor que los llevemos al castillo y se lo digamos a alguien —dijo Harry, apartándose el pelo de los ojos y tratando de pensar—. Vamos...

— No me lo puedo creer — dijo Fred. — ¿Vais a ir al castillo a pedir ayuda?

— Yo directamente no me lo creo — replicó George. — Nunca piden ayuda a nadie, no van a empezar ahora.

Oyeron un aullido que venía de la oscuridad: un perro dolorido.

Sirius —murmuró Harry, mirando hacia la negrura.

Tuvo un momento de indecisión, pero no podían hacer nada por Ron en aquel momento, y a juzgar por sus gemidos, Black se hallaba en apuros.

— ¿Y qué otra cosa podíais hacer más que volver al castillo? — dijo Parvati. — Si el perro… es decir, si Black no podía luchar contra el profesor Lupin, vosotros menos.

— Te recuerdo que se cargaron un basilisco con una espada — dijo Colin.

Harry echó a correr, seguido por Hermione. El aullido parecía proceder de los alrededores del lago. Corrieron en aquella dirección y Harry notó un frío intenso sin darse cuenta de lo que podía suponer.

Harry tragó saliva.

El aullido se detuvo. Al llegar al lago vieron por qué: Sirius había vuelto a transformarse en hombre. Estaba en cuclillas, con las manos en la cabeza.

¡Noooo! —gemía—. ¡Noooooo, por favor!

Y entonces los vio Harry. Eran los dementores.

— Oh, no — dijo Ginny. — Esto se va a poner mal…

— No te haces una idea — gimió Harry.

Al menos cien, y se acercaban a ellos como una masa negra. Se dio la vuelta. Aquel frío ya conocido penetró en su interior y la niebla empezó a oscurecerle la visión. Por cada lado surgían de la oscuridad más y más dementores. Los estaban rodeando...

— ¿De dónde salieron? — preguntó Ernie, alarmado. — ¿No se supone que estabais dentro del castillo?

— ¡Nos dijeron que no podían entrar en Hogwarts! — exclamó Cho Chang.

— Entraron sin permiso — dijo Dumbledore. Su tono de voz mostraba exactamente lo mucho que despreciaba a los dementores.

¡Hermione, piensa en algo alegre! —gritó Harry levantando la varita y parpadeando con rapidez para aclararse la visión, sacudiendo la cabeza para alejar el débil grito que había empezado a oír por dentro...

«Voy a vivir con mi padrino. Voy a dejar a los Dursley.»

— Harry — exclamó Sirius, conmovido. Harry notó sus mejillas arder y evitó la mirada de su padrino.

Se obligó a no pensar más que en Sirius y comenzó a repetir a gritos:

¡Expecto patronum! ¡Expecto patronum!

Black se estremeció. Rodó por el suelo y se quedó inmóvil, pálido como la muerte.

Muchas personas escuchaban con expresiones de puro terror. A Harry no le cabía ninguna duda de que, después de este libro, el mayor miedo de muchos serían los dementores.

«Todo saldrá bien. Me iré a vivir con él.»

¡Expecto patronum! ¡Ayúdame, Hermione! ¡Expecto patronum!

¡Expecto...! —susurró Hermione—. ¡Expecto... expecto!

— Por favor, que lo consigan, por favor, que lo consigan — murmuraba Neville.

Pero no era capaz. Los dementores se aproximaban y ya estaban a tres metros escasos de ellos. Formaban una sólida barrera en torno a Harry y Hermione, y seguían acercándose...

¡EXPECTO PATRONUM! —gritó Harry, intentando rechazar los gritos de sus oídos—. ¡EXPECTO PATRONUM!

— ¿De dónde salían tantos dementores? — gimió Susan Bones.

— Cómo me alegro de no haber estado ahí — admitió Justin.

Un delgado hilo de plata salió de su varita y bailoteó delante de él, como si fuera niebla. En ese instante, Harry notó que Hermione se desmayaba a su lado. Estaba solo, completamente solo...

— Lo siento, no pude más — se disculpó Hermione.

— No pasa nada — respondió Harry.

¡Expecto...! ¡Expecto patronum!

Harry sintió que sus rodillas golpeaban la hierba fría. La niebla le nublaba los ojos. Haciendo un enorme esfuerzo, intentó recordar. Sirius era inocente, inocente...

«Todo saldrá bien. Voy a vivir con él.»

— Que irte a vivir con un desconocido fuera tu pensamiento feliz… — dijo Romilda Vane. Tenía los ojos llorosos. — ¡Qué triste!

¡Expecto patronum! —dijo entrecortadamente.

A la débil luz de su informe patronus, vio detenerse un dementor muy cerca de él. No podía atravesar la niebla plateada que Harry había hecho aparecer, pero sacaba por debajo de la capa una mano viscosa y pútrida. Hizo un ademán como para apartar al patronus.

— ¿Pueden apartar al patronus? — exclamó Roger Davies, alarmado.

— Si es débil, sí — replicó McGonagall.

¡No... no! —exclamó Harry entrecortadamente—. Es inocente. ¡Expecto patronum!

Sentía sus miradas y oía su ruidosa respiración como un viento demoníaco. El dementor más cercano parecía haberse fijado en él. Levantó sus dos manos putrefactas y se bajó la capucha.

Se oyeron jadeos. Harry volvió a tragar saliva. Se le había puesto la piel de gallina.

En el lugar de los ojos había una membrana escamosa y gris que se extendía por las cuencas. Pero tenía boca: un agujero informe que aspiraba el aire con un estertor de muerte.

El comedor al completo se quedó en silencio. Las expresiones horrorizadas de todos le resultarían casi cómicas si no fuera porque tenía la imagen del dementor sin capucha grabada en su mente. ¿Cuántas veces lo había visto en pesadillas?

Un terror de muerte se apoderó de Harry, impidiéndole moverse y hablar. Su patronus tembló y desapareció. La niebla blanca lo cegaba. Tenía que luchar...

— Vamos, Harry, tú puedes — lo animó Colin, aunque estaba bastante pálido.

Expecto patronum... No podía ver..., a lo lejos oyó un grito conocido..., expecto patronum... Palpó en la niebla en busca de Sirius y encontró su brazo. No se lo llevarían...

— Era un desconocido — dijo Lisa Turpin. — ¿Por qué lo protegías tanto?

— Era mi padrino, aunque aún no lo conociera bien — se defendió Harry.

Pero, de repente, un par de manos fuertes y frías rodearon el cuello de Harry. Lo obligaron a levantar el rostro. Sintió su aliento..., iban a eliminarlo primero a él...

— Ay, no — gimió Ginny. También se había puesto un poco pálida. Harry le puso una mano en el hombro.

— Eh, que al final salió bien — le susurró.

— Ya, pero lo que estamos leyendo es horrible — dijo ella con una mueca.

Sintió su aliento corrupto..., su madre le gritaba en los oídos..., sería lo último que oyera en la vida.

Entre los jadeos, las caras de horror y las miradas de pena, Harry deseó que la tierra se lo tragase, a ver si así todos dejaban de mirarlo.

— Los dementores son terribles — dijo Dennis Creevey, quien estaba tan pálido como su hermano.

— Así es — replicó Dumbledore. — Si por mí fuera, jamás habría permitido que se acercaran a Hogwarts. De hecho, ni siquiera me parecen fiables para guardar la prisión de Azkaban.

Fudge pareció tomarse eso como un insulto personal.

— ¿Qué otras criaturas podrían vigilar la prisión de forma tan efectiva? — dijo. — ¿Y qué haríamos con los dementores si no estuvieran en Azkaban? ¿Preferirías tenerlos vagando por las calles?

— Por supuesto que no — respondió Dumbledore. — Estoy seguro de que hay otras opciones. Y en cuanto a las criaturas que pueden guardar la prisión, creo que los humanos son una gran alternativa. La gente del agua también podría colaborar, por supuesto.

Umbridge soltó una risita despectiva.

— La gente del agua es conocida por ser desleal. Se sublevarían en cuanto el ministerio les diera la espalda.

— Igual que los dementores — dijo Dumbledore.

Fudge soltó un bufido.

— Los dementores son fieles al ministerio. ¡Los tenemos controlados!

— No se ofenda, señor ministro — dijo McGonagall. — Pero lo que estamos leyendo no es precisamente un ataque controlado. Entraron a Hogwarts sin su permiso.

— Eso fue un caso aislado — se defendió el ministro. — Jamás volverá a suceder.

Harry resopló.

— Si no pudo controlar a los dementores cuando sucedió aquello, ¿qué le hace pensar que no se le van a sublevar en cualquier momento? — dijo en voz alta.

— ¡No se van a sublevar! — gritó Fudge. — Repito que los tenemos bajo control.

— El ministerio solo tiene a los dementores bajo control porque ellos no tienen una oferta mejor — dijo McGonagall. — Si alguien les ofreciera mejores condiciones, es decir, más víctimas, estoy segura de que no dudarían en rebelarse contra el ministerio.

— ¿Y quién les va a ofrecer más víctimas? — se metió Umbridge.

— Creo que la respuesta es obvia — replicó McGonagall.

— Voldemort hará todo lo posible por tener a los dementores de su lado — intervino Dumbledore, dirigiéndose directamente a Fudge. — Espero que estés preparado, Cornelius.

Fudge seguía en sus trece.

— ¡El ministerio no va a perder el control sobre los dementores! Hemos pasado años fortaleciendo nuestras relaciones con ellos. No nos darán la espalda tan fácilmente.

Dejando salir un suspiro, Dumbledore le hizo una seña a Zacharias Smith para que continuara leyendo.

Y entonces, a través de la niebla que lo ahogaba, le pareció ver una luz plateada que adquiría brillo. Se sintió caer de bruces en la hierba.

Boca abajo, demasiado débil para moverse, sintiéndose mal y temblando, Harry abrió los ojos. Una luz cegadora iluminaba la hierba... Habían cesado los gritos, el frío se iba...

— ¿Se está muriendo? — chilló una alumna de primero.

— ¡Claro que no! — replicó la profesora McGonagall.

Algo hacía retroceder a los dementores... algo que daba vueltas en torno a él, a Sirius y a Hermione. Los estertores dejaban de oírse. Se iban. Volvía a hacer calor.

— Alguien está ayudándolos — dijo Katie Bell. — ¿Quién fue?

— Debió ser el profesor Snape — dijo Malfoy. — Nadie más habría podido hacerlo. Weasley y Granger estaban inconscientes, el lobo estaba suelto, la rata se había ido y el perro y Potter estaban medio muertos.

— Te recuerdo que Snape también estaba inconsciente — dijo Ginny.

Malfoy rodó los ojos y no contestó.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Harry levantó la cabeza unos centímetros y vio entre la luz a un animal que galopaba por el lago. Con la visión empañada por el sudor, Harry trató de distinguir de qué se trataba. Era brillante como un unicornio. Haciendo un esfuerzo por conservar el sentido, Harry lo vio detenerse al llegar a la otra orilla. Durante un instante vio también, junto al brillo, a alguien que daba la bienvenida al animal y levantaba la mano para acariciarlo. Alguien que le resultaba familiar. Pero no podía ser...

Harry sonrió con tristeza al recordar eso. Había sido muy bonito pensar que su padre había regresado de alguna manera para salvarles la vida. Puede que hubiera sido un pensamiento infantil y poco realista, pero el rato en el que había creído en la posibilidad de que su padre hubiera estado esa noche en el bosque había sido uno de los momentos más valiosos que podía recordar.

— ¿Quién era? — preguntó Seamus con curiosidad. Harry no contestó y se alegró al ver que ni Ron ni Hermione lo hacían.

Harry no lo entendía. No podía pensar en nada. Sus últimas fuerzas lo abandonaron y al desmayarse dio con la cabeza en el suelo.

— Auch. Pobrecito — dijo Lavender con una mueca.

— Aquí acaba — anunció Zacharias Smith.

— ¿Le importa leer el título del siguiente capítulo? — pidió Dumbledore. Smith asintió y leyó:

— El secreto de Hermione.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

No hay comentarios:

Publicar un comentario