El autobús noctámbulo:
— Te fugaste de casa — dijo Neville, con los ojos muy abiertos.
— Tus tíos debieron estar furiosos cuando volviste — dijo Dean, pero Harry negó con la cabeza.
— No volví — afirmó, confundiendo aún más a la gente.
— Aquí termina — anunció Lisa Turpin, marcando la página.
Harry suspiró de alivio.
— ¿Estás bien? — susurró Hermione.
— Sí.
No tenía ganas de hablar. Cada vez que leían algo sobre los Dursley, sentía cómo su energía se agotaba totalmente. Era peor que leer sobre las veces que había estado al borde de la muerte, porque al menos la gente no lo miraba con pena cuando eso sucedía.
— ¿Seguro? Porque yo creo que…
— Déjalo estar, Hermione — la interrumpió Ron. Sin embargo, no había en su tono ni rastro de enfado. Miraba a Harry con comprensión y, viendo eso, Hermione decidió hacerle caso.
Mientras tanto, el profesor Dumbledore se había levantado y sostenía el libro entre sus manos.
— El siguiente capítulo se titula: El autobús noctámbulo — anunció.
Harry no sabía cómo sentirse. Por un lado, le agradaba mucho dejar de leer cosas sobre los Dursley. Por otro, recordaba haber hablado sobre Sirius en el autobús noctámbulo, aunque los detalles de aquella conversación ya se perdían en su memoria.
Se forzó a respirar hondo. Seguramente había criticado a Sirius ese día, pero nada de lo que hubiera dicho llegaría ni de lejos al nivel de lo que había dicho y pensado meses después, tras escuchar que había traicionado a sus padres.
Además, Sirius no le daría la espalda cuando se leyera todo eso. Seguro que lo entendería. ¿Acaso no lo había asegurado él mismo, hacía tan solo unas horas?
Oyó la voz de Dumbledore, pidiendo voluntarios para leer. Como en trance, vio que varias manos se alzaban en el aire. Notaba como si tuviera algodones en los oídos.
Dumbledore debió elegir a alguien, porque todas las manos bajaron al mismo tiempo. Tras unos segundos, se oyó una voz:
— El autobús noctámbulo — dijo, y la voz no pertenecía a ningún alumno.
Haciendo un esfuerzo, volvió a prestar atención a la lectura y vio que la que leía, para su sorpresa, era Madam Pince.
Después de alejarse varias calles, se dejó caer sobre un muro bajo de la calle Magnolia, jadeando a causa del esfuerzo. Se quedó sentado, inmóvil, todavía furioso, escuchando los latidos acelerados del corazón.
Curiosamente, en el presente también podía escucharse los latidos del corazón.
Pero después de estar diez minutos solo en la oscura calle, le sobrecogió una nueva emoción: el pánico. De cualquier manera que lo mirara, nunca se había encontrado en peor apuro.
— Harry, no te ofendas, pero creo que has estado en situaciones peores — dijo Angelina.
— Sí, luchando contra un basilisco, por ejemplo — añadió Fred.
— O contra una horda de tarántulas asesinas — sugirió George.
— O contra el mismísimo Quien-Vosotros-Sabéis, en primero — bufó Creevey, mirando a Harry con admiración.
Estaba abandonado a su suerte y totalmente solo en el sombrío mundo muggle, sin ningún lugar al que ir. Y lo peor de todo era que acababa de utilizar la magia de forma seria, lo que implicaba, con toda seguridad, que sería expulsado de Hogwarts.
— ¿Cuántas veces has estado al borde de la expulsión? — preguntó Luna con curiosidad.
— Demasiadas — respondió Harry, recordando el debacle del verano anterior.
Había infringido tan gravemente el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad que estaba sorprendido de que los representantes del Ministerio de Magia no se hubieran presentado ya para llevárselo.
— Como si no tuviéramos nada mejor que hacer — resopló Umbridge.
A su lado, Fudge se removió, incómodo.
Le dio un escalofrío. Miró a ambos lados de la calle Magnolia. ¿Qué le sucedería? ¿Lo detendrían o lo expulsarían del mundo mágico? Pensó en Ron y Hermione, y aún se entristeció más. Harry estaba seguro de que, delincuente o no, Ron y Hermione querrían ayudarlo, pero ambos estaban en el extranjero, y como Hedwig se había ido, no tenía forma de comunicarse con ellos.
— Por supuesto que querríamos ayudarte — le aseguró Hermione.
Ron soltó una risita.
— Claro, aunque fueras un delincuente — añadió, dándole un golpe en el brazo de forma amistosa.
Varias personas reían.
— Estás siendo muy dramático — le dijo Parvati entre risas.
— Había infringido la ley — se defendió Harry, sintiendo cómo se ruborizaba. — Y estaba seguro de que me iban a expulsar.
Tampoco tenía dinero muggle. Le quedaba algo de oro mágico en el monedero, en el fondo del baúl, pero el resto de la fortuna que le habían dejado sus padres estaba en una cámara acorazada del banco mágico Gringotts, en Londres. Nunca podría llevar el baúl a rastras hasta Londres. A menos que...
— Oh, no — dijo Alicia Spinnet. — ¿Qué se te ha ocurrido?
— ¿A qué viene ese tono? — resopló Harry. — No se me ocurrió nada malo.
— No te ofendas — dijo Katie, repitiendo las palabras de Angelina —, pero ahora entiendo por qué Ron y Hermione decían que tus planes no suelen salir bien.
Aunque la chica le habló con tono suave y una sonrisa, Harry no estaba de humor para responderle de forma educada, por lo que decidió quedarse callado.
Miró la varita mágica, que todavía tenía en la mano. Si ya lo habían expulsado (el corazón le latía con dolorosa rapidez), un poco más de magia no empeoraría las cosas.
— Eso tiene sentido — se oyó decir a un chico de sexto.
Tenía la capa invisible que había heredado de su padre. ¿Qué pasaría si hechizaba el baúl para hacerlo ligero como una pluma, lo ataba a la escoba, se cubría con la capa y se iba a Londres volando?
— Es peligroso, pero no veo cómo puede salir mal — dijo Hannah Abbott.
— Seguro que sale mal — replicó Justin.
Harry rodó los ojos.
Podría sacar el resto del dinero de la cámara y… comenzar su vida de marginado.
— Cuánto drama — dijo Zacharias Smith. Varias personas le dieron la razón, y Harry tuvo que obligarse a no replicar.
¿De verdad pensaban que estaba siendo dramático? Hacía tan solo un cuarto de hora, habían perdido la cabeza al leer las cosas que había tenido que aguantar con tía Marge y tío Vernon. Cuando habían leído cómo tío Vernon había amenazado con levantarle la mano y lo que Marge había hecho cuando tenía cinco años, todos se habían escandalizado y habían comenzado a montar un drama.
Y ahora, leyendo el momento en el que Harry se había encontrado totalmente solo, creyéndose expulsado del colegio para siempre, sin familia ni hogar al que volver, ¿consideraban que el que estaba siendo dramático era él? ¿Basándose solo en un par de pensamientos que jamás deberían haber salido de su cabeza?
Enfadado y lleno de nervios, siguió escuchando la lectura.
Era un horrible panorama, pero no podía quedarse allí sentado o tendría que explicarle a la policía muggle por qué se hallaba allí a las tantas de la noche con una escoba y un baúl lleno de libros de encantamientos.
— Podrías haber dicho que eras un estudiante de teatro — sugirió Colin. — Y que interpretabas a un mago.
Harry ni se esforzó en contestarle.
Harry volvió a abrir el baúl y lo fue vaciando en busca de la capa para hacerse invisible. Pero antes de que la encontrara se incorporó y volvió a mirar a su alrededor. Un extraño cosquilleo en la nuca le provocaba la sensación de que lo estaban vigilando, pero la calle parecía desierta y no brillaba luz en ninguna casa.
Se oyeron murmullos.
— Ya empezamos — dijo Bill Weasley, preocupado.
Volvió a inclinarse sobre el baúl y casi inmediatamente se incorporó de nuevo, todavía con la varita en la mano. Más que oírlo, lo intuyó: había alguien detrás de él, en el estrecho hueco que se abría entre el garaje y la valla.
Muchos se tensaron.
— Sal de ahí corriendo — dijo una chica de segundo. Harry frenó el impulso de decirle que eso había pasado dos años atrás.
Harry entornó los ojos mientras miraba el oscuro callejón. Si se moviera, sabría si se trataba de un simple gato callejero o de otra cosa.
— Ojala sea un gato — gimió Neville.
—¡Lumos! —susurró Harry. Una luz apareció en el extremo de la varita, casi deslumbrándole. La mantuvo en alto, por encima de la cabeza, y las paredes del nº 2, recubiertas de guijarros, brillaron de repente. La puerta del garaje se iluminó y Harry vio allí, nítidamente, la silueta descomunal de algo que tenía ojos grandes y brillantes.
Se oyeron jadeos.
— Debe ser algún animal callejero — se quejó Nott, juzgando con la mirada a todos los que parecían preocupados.
Sin embargo, Sirius y Harry intercambiaron miradas cómplices, sabiendo que no había sido así.
Se echó hacia atrás. Tropezó con el baúl. Alargó el brazo para impedir la caída, la varita salió despedida de la mano y él aterrizó junto al bordillo de la acera.
Se escuchó con claridad cómo alguien decía "Inútil". Harry se habría esperado que hubiera sido Malfoy, pero el chico tenía los brazos cruzados y miraba el libro fijamente, con la boca cerrada.
Sonó un estruendo y Harry se tapó los ojos con las manos, para protegerlos de una repentina luz cegadora...
Muchos intercambiaron miradas confusas.
Dando un grito, se apartó rodando de la calzada justo a tiempo. Un segundo más tarde, un vehículo de ruedas enormes y grandes faros delanteros frenó con un chirrido exactamente en el lugar en que había caído Harry. Era un autobús de dos plantas, pintado de rojo vivo, que había salido de la nada.
— ¡El autobús noctámbulo! — exclamaron un par de voces.
Esta vez, Harry no pudo evitar soltar un bufido. ¿Acaso no recordaban el título del capítulo? ¡Lo habían leído dos veces!
En el parabrisas llevaba la siguiente inscripción con letras doradas: AUTOBÚS NOCTÁMBULO. Durante una fracción de segundo, Harry pensó si no lo habría aturdido la caída. El cobrador, de uniforme rojo salto del autobús y dijo en voz alta sin mirar a nadie:
—Bienvenido al autobús noctámbulo, transporte de emergencia para el brujo abandonado a su suerte.
— Nunca mejor dicho — resopló McGonagall.
Alargue la varita, suba a bordo y lo llevaremos a donde quiera. Me llamo Stan Shunpike. Estaré a su disposición esta no...
El cobrador se interrumpió. Acababa de ver a Harry que seguía sentado en el suelo. Harry cogió de nuevo la varita y se levantó de un brinco. Al verlo de cerca, se dio cuenta de que Stan Shunpike era tan sólo unos años mayor que él: no tendría más de dieciocho o diecinueve. Tenía las orejas grandes y salidas, y un montón de granos.
Se escucharon muchas risas.
— ¿Cómo consiguió ese puesto? — preguntó Lavender. — Debió hacerlo nada más acabar Hogwarts.
— Supongo que tuvo suerte y el puesto había quedado vacante justo cuando se presentó — rió Tonks. Lavender la miró con cautela, con la mirada fija en su pelo rosa brillante.
—¿Qué hacías ahí? —dijo Stan, abandonando los buenos modales.
—Me caí —contestó Harry.
—¿Para qué? —preguntó Stan con risa burlona.
De nuevo, muchos rieron. Harry gruñó.
—No me caí a propósito —contestó Harry enfadado.
Se había hecho un agujero en la rodillera de los vaqueros y le sangraba la mano con que había amortiguado la caída.
Algunos de los que reían pararon al escuchar eso, sintiéndose mal por Harry.
De pronto recordó por qué se había caído y se volvió para mirar en el callejón, entre el garaje y la valla. Los faros delanteros del autobús noctámbulo lo iluminaban y era evidente que estaba vacío.
— Debieron ser los nervios — dijo Susan Bones. Sin embargo, se notaba en su voz que no estaba del todo convencida.
—¿Qué miras? —preguntó Stan.
—Había algo grande y negro —explicó Harry, señalando dubitativo—. Como un perro enorme...
Se oyeron jadeos, al mismo tiempo que decenas de cabezas se giraban para mirar a Sirius, quien tenía una sonrisa de oreja a oreja.
— ¿Qué pasa? — dijo en voz alta. — Tenía ganas de visitar a mi ahijado.
Ningún alumno se atrevió a replicar, excepto Fred.
— Casi lo matas del susto.
— ¡Yo no hice nada! — se defendió Sirius. — Se cayó él solo.
— Después de ver una cosa peluda, grande y oscura mirándome desde un callejón— replicó Harry. — Lo raro es que no saliera corriendo.
— Hay demasiadas situaciones en las que deberías salir corriendo y no lo haces — intervino la señora Weasley, mirando a Harry con preocupación.
Él no supo qué responderle.
Se volvió hacia Stan, que tenía la boca ligeramente abierta. No le hizo gracia que se fijara en la cicatriz de su frente.
—¿Qué es lo que tienes en la frente? —preguntó Stan.
—Nada —contestó Harry, tapándose la cicatriz con el pelo. Si el Ministerio de Magia lo buscaba, no quería ponerles las cosas demasiado fáciles.
Se oyó una sonora carcajada que pilló por sorpresa a más de uno.
— Potter — dijo Moody, aún con una sonrisa torcida —. Si tu intención es que no te encuentren, subir al autobús noctámbulo es lo peor que puedes hacer.
— Ahora ya lo sé — replicó Harry, tratando de mantener el tono neutral.
¿Cuándo iban a entender que estaban leyendo cosas que ya habían sucedido y que, por lo tanto, no servía de nada que trataran de darle lecciones?
—¿Cómo te llamas? —insistió Stan.
—Neville Longbottom —respondió Harry, dando el primer nombre que le vino a la cabeza—.
Medio comedor estalló en risas.
— ¿No podías inventarte uno que no existiera? — rió Lee Jordan.
Mientras tanto, Neville miraba a Harry con los ojos como platos.
— Perdón por eso — dijo Harry, muerto de la vergüenza. — No se me ocurrió otra cosa.
— No pasa nada — le aseguró Neville, sonriéndole. — Aunque me sorprende que te acordaras primero de mi nombre.
Harry se encogió de hombros. No sabía por qué le había venido a la cabeza el nombre de Neville y, honestamente, tampoco le importaba saberlo.
Así que... así que este autobús... —dijo con rapidez, esperando desviar la atención de Stan—. ¿Has dicho que va a donde yo quiera?
—Sí —dijo Stan con orgullo—. A donde quieras, siempre y cuando haya un camino por tierra. No podemos ir por debajo del agua.
Algunos parecieron muy interesados al escuchar eso.
Nos has dado el alto, ¿verdad? —dijo, volviendo a ponerse suspicaz—. Sacaste la varita y... ¿verdad?
—Sí —respondió Harry con prontitud—. Escucha, ¿cuánto costaría ir a Londres?
— Se te da bien mentir bajo presión — dijo George. — Es una habilidad muy útil.
Al notar la mirada reprobatoria de su madre, no dijo nada más.
—Once sickles —dijo Stan—. Pero por trece te damos además una taza de chocolate y por quince una bolsa de agua caliente y un cepillo de dientes del color que elijas.
— Es mejor pagar los trece — dijo Tonks. — El chocolate está bastante bien, pero el cepillo es muy cutre y la bolsa de agua caliente siempre tiene fugas.
Harry tomó nota mentalmente, aunque esperaba no tener que volver a subir en ese autobús nunca más.
Harry rebuscó otra vez en el baúl, sacó el monedero y entregó a Stan unas monedas de plata. Entre los dos cogieron el baúl, con la jaula de Hedwig encima, y lo subieron al autobús.
No había asientos; en su lugar, al lado de las ventanas con cortinas, había media docena de camas de hierro. A los lados de cada una había velas encendidas que iluminaban las paredes revestidas de madera.
Se oyeron murmullos de asombro.
— Nunca he viajado de noche en el autobús noctámbulo — dijo una chica de tercero. — No sabía que ponen camas.
— No sé para qué — se quejó un amigo suyo. — Es imposible dormir allí.
Harry no podía estar más de acuerdo.
Un brujo pequeño con gorro de dormir murmuró en la parte trasera:
—Ahora no, gracias: estoy escabechando babosas. —Y se dio la vuelta, sin dejar de dormir.
Se escucharon algunas risitas.
—La tuya es ésta —susurró Stan, metiendo el baúl de Harry bajo la cama que había detrás del conductor, que estaba sentado ante el volante—. Éste es nuestro conductor, Ernie Prang. Éste es Neville Longbottom, Ernie.
Algunos rieron. Por otra parte, Fred jadeó.
— Me acabo de dar cuenta…
Tanto Harry como Hermione y el resto de los Weasley miraron a Fred con curiosidad.
— ¿De qué? — preguntó Ginny, viendo que Fred se había llevado la mano a la boca en una expresión de horror.
— Harry no ha mencionado a Malfoy todavía en este libro — dijo Fred casi en un susurro. — ¡Y la primera persona en la que pensó fue Neville!
George jadeó, llevándose las manos a la cabeza en un gesto dramático.
— No puede ser. ¿Harry ha reemplazado a Malfoy? ¿Cómo ha podido pasar?
— Con lo que se querían… — George suspiró.
Dos segundos después, un cojín especialmente grande impactaba contra la cabeza de Fred. Harry miró alrededor, buscando otro que lanzarle a George, y Ginny le tendió uno pequeño y dorado que tenía pinta de estar bastante duro.
A juzgar por el grito que soltó George cinco segundos después, así era.
Ernie Prang, un brujo anciano que llevaba unas gafas muy gruesas, le hizo un ademán con la cabeza. Harry volvió a taparse la cicatriz con el flequillo y se sentó en la cama.
—Vámonos, Ernie —dijo Stan, sentándose en su asiento, al lado del conductor. Se oyó otro estruendo y al momento Harry se encontró estirado en la cama, impelido hacia atrás por la aceleración del autobús noctámbulo.
— Ya se me han quitado las ganas de subir — dijo una chica de cuarto. Algunos le dieron la razón, aunque Harry estaba seguro de que más de uno de ellos debía haberlo hecho alguna vez, ya que asentían con bastante vigor.
Al incorporarse miró por la ventana y vio, en medio de la oscuridad, que pasaban a velocidad tremenda por una calle irreconocible. Stan observaba con gozo la cara de sorpresa de Harry.
—Aquí estábamos antes de que nos dieras el alto —explicó—. ¿Dónde estamos, Ernie? ¿En Gales?
—Sí —respondió Ernie.
Se oyeron exclamaciones de admiración de todos aquellos que jamás habían oído hablar del autobús noctámbulo.
—¿Cómo es que los muggles no oyen el autobús? —preguntó Harry.
—¿Ésos? —respondió Stan con desdén—. No saben escuchar, ¿a que no? Tampoco saben mirar. Nunca ven nada.
Hermione bufó.
— Podría decir que el autobús está hechizado sin necesidad de hablar así de los muggles.
—Vete a despertar a la señora Marsh —ordenó Ernie a Stan—. Llegaremos a Abergavenny en un minuto.
Stan pasó al lado de la cama de Harry y subió por una escalera estrecha de madera. Harry seguía mirando por la ventana, cada vez más nervioso. Ernie no parecía dominar el volante. El autobús noctámbulo invadía continuamente la acera, pero no chocaba contra nada. Cuando se aproximaba a ellos, los buzones, las farolas y las papeleras se apartaban y volvían a su sitio en cuanto pasaba.
— ¿Se apartaban? — repitió Justin, perplejo. — ¿Cómo puede ser que los muggles no lo noten?
— Sucede muy rápido — explicó el profesor Flitwick. — Es muy difícil ver algo que se mueve a tal velocidad.
Stan reapareció, seguido por una bruja ligeramente verde arropada en una capa de viaje.
—Hemos llegado, señora Marsh —dijo Stan con alegría, al mismo tiempo que Ernie pisaba a fondo el freno, haciendo que las camas se deslizaran medio metro hacia delante.
— Ahora entiendo lo que decíais de que es imposible dormir — dijo Roger Davies.
La señora Marsh se tapó la boca con un pañuelo y se bajó del autobús tambaleándose. Stan le arrojó el equipaje y cerró las portezuelas con fuerza. Hubo otro estruendo y volvieron a encontrarse viajando a la velocidad del rayo, por un camino rural, entre árboles que se apartaban.
— Pobre, debió pasarlo mal— dijo Luna.
Harry no habría podido dormir aunque viajara en un autobús que no hiciera aquellos ruidos ni fuera a tal velocidad. Se le revolvía el estómago al pensar en lo que podía ocurrirle, y en si los Dursley habrían conseguido bajar del techo a tía Marge.
— No es un tipo de magia especialmente difícil de deshacer — dijo Kingsley. — Supongo que los encargados de arreglar ese problema no tardarían más de media hora en tenerlo todo solucionado.
Stan había abierto un ejemplar de El Profeta y lo leía con la lengua entre los dientes. En la primera página, una gran fotografía de un hombre con rostro triste y pelo largo y enmarañado le guiñaba a Harry un ojo, lentamente. A Harry le resultaba extrañamente familiar.
Harry se tensó y todos sus nervios regresaron de golpe, formando una bola en su estómago.
Miró de reojo a Sirius, quien parecía no haberse dado cuenta aún de quién era el hombre del que hablaban.
—¡Ese hombre! —dijo Harry, olvidando por unos momentos sus problemas—. ¡Salió en el telediario de los muggles!
Muchos miraron a Sirius, pero él, sorprendido, fijó la vista en Harry.
— Vaya, de verdad que no me esperaba que se me mencionara tanto nada más empezar el libro.
No parecía disgustado. Al contrario, la atención parecía emocionarle, pero Harry se sentía cada vez peor. ¿Y si Sirius tampoco se esperaba que Harry lo hubiera odiado tanto, a pesar de habérselo advertido esa misma mañana? ¿Y si se ofendía?
No podía dejar de darle vueltas.
Stan volvió a la primera página y rió entre dientes.
—Es Sirius Black —asintió—. Por supuesto que ha salido en el telediario muggle, Neville. ¿Dónde has estado este tiempo?
— Encerrado en el infierno — respondió Dean por él. Harry no sentía que pudiera hablar. Los nervios lo estaban matando.
Si tan solo pudiera recordar si había dicho algo contra Sirius en esa conversación…
Volvió a sonreír con aire de superioridad al ver la perplejidad de Harry. Desprendió la primera página del diario y se la entregó a Harry.
—Deberías leer más el periódico, Neville.
— Ya sabes, Neville — dijo Seamus en tono de broma. — Tienes que estar informado.
El Neville real se ruborizó.
Harry acercó la página a la vela y leyó:
BLACK SIGUE SUELTO
El Ministerio de Magia confirmó ayer que Sirius Black, tal vez el más malvado recluso que haya albergado la fortaleza de Azkaban, aún no ha sido capturado.
Harry se obligó a respirar hondo. Solo estaba leyendo algo que otra persona había escrito. No eran sus pensamientos, por lo que Sirius no podía enfadarse con él por lo que se leyera.
¿Había dicho algo hiriente después de haber leído ese artículo? Por más que lo intentaba, no era capaz de recordarlo.
Mientras tanto, Sirius se jactaba frente a Lupin de haber sido declarado "el más malvado recluso de Azkaban". Lupin parecía exasperado.
«Estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para volver a apresarlo, y rogamos a la comunidad mágica que mantenga la calma», ha declarado esta misma mañana el ministro de Magia Cornelius Fudge.
Fudge pegó un salto en su asiento, no esperando escuchar su nombre todavía.
Fudge ha sido criticado por miembros de la Federación Internacional de Brujos por haber informado del problema al Primer Ministro muggle. «No he tenido más remedio que hacerlo», ha replicado Fudge, visiblemente enojado. «Black está loco, y supone un serio peligro para cualquiera que se tropiece con él, ya sea mago o muggle. He obtenido del Primer Ministro la promesa de que no revelará a nadie la verdadera identidad de Black. Y seamos realistas, ¿quién lo creería si lo hiciera?»
— Hice lo correcto — habló Fudge, dirigiéndose a los alumnos. — Además, si no hubiera advertido al ministro muggle de que un recluso peligroso se había fugado, seguramente también me habrían criticado por ello.
— Ahí tiene razón — murmuró Ron. — Pero jamás se lo diré a la cara.
Mientras que a los muggles se les ha dicho que Black va armado con un revólver (una especie de varita de metal que los muggles utilizan para matarse entre ellos),
Varios hijos de muggles se echaron a reír, incrédulos. Incluso Hermione soltó una risita.
— ¿Varita de metal? — repitió. — Quien escribiera esto no ha debido ver un revólver en su vida.
la comunidad mágica vive con miedo de que se repita la matanza que se produjo hace doce años, cuando Black mató a trece personas con un solo hechizo.
Varios miraron a Sirius con cautela, a la par que se hacía un silencio incómodo. Sirius mantuvo la cabeza alta y la vista fija en el libro.
Harry observó los ojos ensombrecidos de Black, la única parte de su cara demacrada que parecía poseer algo de vida. Harry no había visto nunca a un vampiro, pero había visto fotos en sus clases de Defensa Contra las Artes Oscuras, y Black, con su piel blanca como la cera, parecía uno.
Con una mueca, sintiendo la bola en su estómago crecer insistentemente, se obligó a mirar a Sirius.
Esperaba verlo enfadado, pero la risotada que soltó en ese momento le pilló totalmente por sorpresa.
— ¿Un vampiro? ¡Ojalá! — exclamó Sirius. — ¿Sabes lo poderosos que son? Podría hacer tantas cosas…
Muchos lo miraron con miedo. A su lado, Lupin rodó los ojos.
—Da miedo mirarlo, ¿verdad? —dijo Stan, que mientras leía el artículo se había estado fijando en Harry.
—¿Mató a trece personas —preguntó Harry, devolviéndole a Stan la página— con un hechizo?
Harry volvió a mirar a Sirius de reojo. Solo estaba haciendo preguntas sobre lo que había leído. No tenía motivos para estar nervioso, y aun así…
—Sí —respondió Stan—. Delante de testigos y a plena luz del día. Causó conmoción, ¿no es verdad, Ernie?
—Sí —confirmó Ernie sombríamente.
El comedor seguía en silencio. Nadie se atrevía a decir nada sobre Sirius estando éste presente.
Para ver mejor a Harry, Stan se volvió en el asiento, con las manos en el respaldo.
—Black era un gran partidario de Quien-tú-sabes —dijo.
Sirius bufó.
— Ni de broma.
— Eso todavía está por demostrar — intervino la profesora Umbridge valientemente.
— No se preocupe — contestó Sirius con fingido respeto. — No tendrá que esperar mucho para comprobarlo.
Se miraron, con los ojos llenos de odio. El silencio en el comedor era total.
—¿Quién? ¿Voldemort? —dijo Harry sin pensar.
Stan palideció hasta los granos.
Esta vez, nadie rió.
Ernie dio un giro tan brusco con el volante que tuvo que quitarse del camino una granja entera para esquivar el autobús.
Dean abrió la boca, seguramente para comentar lo imposible que le parecía que sucediera eso sin que los muggles se dieran cuenta, pero decidió no hacerlo al ver que Sirius todavía parecía molesto.
—¿Te has vuelto loco? —gritó Stan—. ¿Por qué has mencionado su nombre?
—Lo siento —dijo Harry con prontitud—. Lo siento, se... se me olvidó.
Se oyeron bufidos.
—¡Que se te olvidó! —exclamó Stan con voz exánime—. ¡Caramba, el corazón me late a cien por hora!
—Entonces... entonces, ¿Black era seguidor de Quien-tú-sabes? —soltó Harry como disculpa.
Harry se maldijo a sí mismo. ¿Es que no podía dejar el tema como estaba?
—Sí —confirmó Stan, frotándose todavía el pecho—. Sí, exactamente. Muy próximo a Quien-tú-sabes, según dicen...
Sirius volvió a bufar, enfadado e indignado.
Harry repitió mentalmente lo que ya había pensado antes: solo estaba haciendo las preguntas lógicas. No estaba dando sus opiniones personales sobre Sirius, así que éste no tenía motivos para enfadarse con él.
De cualquier manera, cuando el pequeño Harry Potter acabó con Quien-tú-sabes (Harry volvió a aplastarse el pelo contra la cicatriz), todos los seguidores de Quien-tú-sabes fueron descubiertos, ¿verdad, Ernie?
— Debe ser muy raro escuchar cómo hablan de ti frente a tus narices — dijo Lee Jordan. Harry asintió.
Casi todos sabían que la historia había terminado una vez vencido Quien-tú-sabes, y se volvieron muy prudentes. Pero no Sirius Black. Según he oído, pensaba ser el lugarteniente de Quien-tú-sabes cuando llegara al poder.
Sirius comenzaba a impacientarse, a juzgar por la forma en la que movía la pierna con un tic nervioso.
El caso es que arrinconaron a Black en una calle llena de muggles, Black sacó la varita y de esa manera hizo saltar por los aires la mitad de la calle. Pilló a un mago y a doce muggles que pasaban por allí. Horrible, ¿no?
Muchos alumnos parecían totalmente aterrorizados. Harry notó cómo más de uno se movía ligeramente, alejándose del lugar donde Sirius se había sentado.
¿Y sabes lo que hizo Black entonces? —prosiguió Stan con un susurro teatral.
—¿Qué? —preguntó Harry
—Reírse —explicó Stan—. Se quedó allí riéndose. Y cuando llegaron los refuerzos del Ministerio de Magia, dejó que se lo llevaran como si tal cosa, sin parar de reír a mandíbula batiente. Porque está loco, ¿verdad, Ernie? ¿Verdad que está loco?
— Sigo sin entender eso — dijo Ron. — ¿Por qué no opusiste resistencia?
— Porque me estaba volviendo loco de verdad, supongo — respondió Sirius. — Había tenido demasiadas emociones de golpe. Para cuando pude asimilar lo que había pasado, ya estaba en Azkaban.
Muchos parecieron quedarse pensativos tras escuchar esas palabras. Harry esperaba que Fudge estuviera atento.
—Si no lo estaba cuando lo llevaron a Azkaban, lo estará ahora —dijo Ernie con voz pausada—. Yo me maldeciría a mí mismo si tuviera que pisar ese lugar, pero después de lo que hizo le estuvo bien empleado.
Sirius hizo una mueca.
—Les dio mucho trabajo encubrirlo todo, ¿verdad, Ernie? —dijo Stan—. Toda la calle destruida y todos aquellos muggles muertos. ¿Cuál fue la versión oficial, Ernie?
—Una explosión de gas —gruñó Ernie.
Varios hijos de muggles parecieron sorprendidos al saber que se había utilizado una excusa tan simple.
—Y ahora está libre —dijo Stan volviendo a examinar la cara demacrada de Black, en la fotografía del periódico—. Es la primera vez que alguien se fuga de Azkaban, ¿verdad, Ernie? No entiendo cómo lo ha hecho. Da miedo, ¿no? No creo que los guardias de Azkaban se lo pusieran fácil, ¿verdad, Ernie?
Sirius se estremeció. No parecía muy contento y Harry tuvo que respirar hondo otra vez. Hermione lo miró con curiosidad, pero él fingió no darse cuenta.
Ernie se estremeció de repente.
—Sé buen chico y cambia de conversación. Los guardias de Azkaban me ponen los pelos de punta.
— Como a todos — gruñó Hagrid.
Recordando que Hagrid había estado en Azkaban, muchos lo miraron con pena.
Stan retiró el periódico a regañadientes, y Harry se reclinó contra la ventana del autobús noctámbulo, sintiéndose peor que nunca. No podía dejar de imaginarse lo que Stan contaría a los pasajeros noches más tarde: «¿Has oído lo de ese Harry Potter? Hinchó a su tía como si fuera un globo. Lo tuvimos aquí, en el autobús noctámbulo, ¿verdad, Ernie? Trataba de huir...»
— Bueno, no es lo peor que han dicho sobre ti — dijo Ron.
Eso no podía negarlo.
Harry había infringido las leyes mágicas, exactamente igual que Sirius Black.
Se oyeron varios bufidos y alguna que otra risita incrédula.
— ¿Exactamente igual? — repitió Ginny, incrédula. — Que yo sepa, tú no mataste a nadie.
— Solo la inflaste como si fuera un globo — añadió Ron.
Sirius soltó una risotada.
— Supongo que en realidad tenías razón. Tú no mataste a nadie y yo tampoco, aunque al menos yo no inflé a mi tía… Si lo piensas bien, lo único que hicimos fue hacer magia frente a muggles.
Harry jadeó.
— ¡Entonces sí que infringí las leyes igual que tú!
Varios Weasley rieron, pero el resto del comedor no parecía muy divertido. Claramente, dudaban de que Sirius fuera inocente, a pesar de que las probabilidades de que Dumbledore permitiera que un asesino estuviera entre ellos eran nulas.
¿Inflar a tía Marge sería considerado lo bastante grave para ir a Azkaban?
Sin poder evitarlo, muchos alumnos (y algún que otro profesor) se echaron a reír.
— Con la cantidad de cosas que has tenido que vivir, es increíble lo inocente que eres a veces — dijo Lupin con una sonrisa.
Harry sintió cómo se ruborizaba.
Harry no sabía nada acerca de la prisión de los magos, aunque todos a cuantos había oído hablar sobre ella empleaban el mismo tono aterrador. Hagrid, el guardabosques de Hogwarts, había pasado allí dos meses el curso anterior. Tardaría en olvidar la expresión de terror que puso cuando le dijeron adónde lo llevaban, y Hagrid era una de las personas más valientes que conocía.
El guardabosques le sonrió, sintiéndose halagado.
El autobús noctámbulo circulaba en la oscuridad echando a un lado los arbustos, las balizas, las cabinas de teléfono, los árboles, mientras Harry permanecía acostado en el colchón de plumas, deprimido.
—Te faltaba un poco de música dramática de fondo — rió Parvati.
A Harry no le hizo gracia.
Después de un rato, Stan recordó que Harry había pagado una taza de chocolate caliente, pero lo derramó todo sobre la almohada de Harry con el brusco movimiento del autobús entre Anglesea y Aberdeen.
— Qué mala suerte — dijo Tonks con una mueca.
Brujos y brujas en camisón y zapatillas descendieron uno por uno del piso superior, para abandonar el autobús. Todos parecían encantados de bajarse.
Al final sólo quedó Harry.
—Bien, Neville —dijo Stan, dando palmadas—,
Se volvieron a oír risitas. Neville parecía contento de que su nombre le hubiera sido de tanta utilidad a Harry.
¿a qué parte de Londres?
—Al callejón Diagon —respondió Harry.
—De acuerdo —dijo Stan—, agárrate fuerte...
— Sé que tu plan era sacar dinero de Gringotts — dijo Moody. — Pero, si de verdad querías escapar de la autoridad, deberías haber esperado unos días antes de intentarlo.
Harry gruñó. Ya lo sabía.
PRUMMMMBBB.
Escuchar a la señora Pince imitando ese sonido dejó a más de uno con la boca abierta, y causó más de una risa.
Circularon por Charing Cross como un rayo. Harry se incorporó en la cama, y vio edificios y bancos apretujándose para evitar al autobús. El cielo aclaraba. Reposaría un par de horas, llegaría a Gringotts a la hora de abrir y se iría, no sabía dónde.
— A la Madriguera — dijo Ron rápidamente. — Si alguna vez vuelves a estar en esa situación, ni se te ocurra dudar.
Harry abrió y cerró la boca varias veces, sin saber cómo contestar. Si no hubiera habido tanta gente a su alrededor, quizá le habría dado un abrazo a Ron, a pesar de que ninguno de los dos solía hacer esos gestos.
Todavía sentía la bola de nervios en su interior, a pesar de que sabía que la conversación sobre Sirius ya había terminado. No habría podido explicar por qué estaba tan nervioso.
Ernie pisó el freno, y el autobús noctámbulo derrapó hasta detenerse delante de una taberna vieja y algo sucia, el Caldero Chorreante, tras la cual estaba la entrada mágica al callejón Diagon.
Muchos sonrieron, contentos de volver a leer sobre lugares conocidos.
—Gracias —le dijo a Ernie. Bajó de un salto y con la ayuda de Stan dejó en la acera el baúl y la jaula de Hedwig—. Bueno —dijo Harry—, entonces, ¡adiós!
Pero Stan no le prestaba atención. Todavía en la puerta del autobús, miraba con los ojos abiertos de par en par la entrada enigmática del Caldero Chorreante.
—Conque estás aquí, Harry —dijo una voz.
— Oh, no — dijo Colin, con los ojos muy abiertos. — ¿Quién te encontró?
Antes de que Harry se pudiera dar la vuelta, notó una mano en el hombro. Al mismo tiempo, Stan gritó:
—¡Caray! ¡Ernie, ven aquí! ¡Ven aquí!
Eso llamó la atención de muchos, que se irguieron en sus asientos, llenos de curiosidad.
Harry miró hacia arriba para ver quién le había puesto la mano en el hombro y sintió como si le echaran un caldero de agua helada en el estómago. Estaba delante del mismísimo Cornelius Fudge, el ministro de Magia.
— ¡No puede ser! — exclamó Dean. Al mismo tiempo, Seamus se echaba a reír a carcajadas.
No era el único. El comedor se hallaba dividido entre los que reían sin parar y los que, incrédulos, comentaban la mala suerte de Harry.
— Siempre igual — rió Katie. — Es verdad que nada te sale bien, ¿eh?
Harry gimió. ¿Qué culpa tenía él? ¡Sus planes no eran malos!
Stan saltó a la acera, tras ellos.
—¿Cómo ha llamado a Neville, señor ministro? —dijo nervioso.
Eso hizo que las risas aumentaran.
Harry se fijó en ese momento en que Umbridge miraba al ministro de reojo, con expresión confundida.
Fudge, un hombre pequeño y corpulento vestido con una capa larga de rayas, parecía distante y cansado.
—¿Neville? —repitió frunciendo el entrecejo—. Es Harry Potter.
—¡Lo sabía! —gritó Stan con alegría—. ¡Ernie! ¡Ernie! ¡Adivina quién es Neville! ¡Es Harry Potter! ¡Veo su cicatriz!
Casi de forma automática, los ojos de Harry se dirigieron a Snape, justo a tiempo para ver la cara de asco que había puesto al escuchar eso.
—Sí —dijo Fudge irritado—. Bien, estoy muy orgulloso de que el autobús noctámbulo haya transportado a Harry Potter, pero ahora él y yo tenemos que entrar en el Caldero Chorreante...
Muchos miraban al ministro, luego a Harry, luego al ministro. Todos eran conscientes de las tensiones que había actualmente entre ellos.
Fudge apretó más fuerte el hombro de Harry,
Sirius gruñó.
y Harry se vio conducido al interior de la taberna. Una figura encorvada, que portaba un farol, apareció por la puerta de detrás de la barra. Era Tom, el dueño desdentado y lleno de arrugas.
—¡Lo ha atrapado, señor ministro! —dijo Tom—. ¿Querrá tomar algo? ¿Cerveza? ¿Brandy?
— "Atrapado" — dijo Ginny con una mueca. — Como si hubiera tenido que hacer algo. Solo te esperó al bajar del autobús.
—Tal vez un té —contestó Fudge, que aún no había soltado a Harry.
Detrás de ellos se oyó un ruido de arrastre y un jadeo, y aparecieron Stan y Ernie acarreando el baúl de Harry y la jaula de Hedwig, y mirando emocionados a su alrededor.
—¿Por qué no nos has dicho quién eras, Neville? —le preguntó Stan sonriendo, mientras Ernie, con su cara de búho, miraba por encima del hombro de Stan con mucho interés.
Varios rieron.
—Y un salón privado, Tom, por favor —pidió Fudge lanzándoles una clara indirecta.
—Adiós —dijo Harry con tristeza a Stan y Ernie, mientras Tom indicaba a Fudge un pasadizo que salía del bar.
—¡Adiós, Neville! —dijo Stan.
Incluso Neville rió al escuchar eso.
Fudge llevó a Harry por el estrecho pasadizo, tras el farol de Tom, hasta que llegaron a una pequeña estancia. Tom chascó los dedos, y se encendió un fuego en la chimenea. Tras hacer una reverencia, se fue.
—Siéntate, Harry —dijo Fudge, señalando una silla que había al lado del fuego.
Harry suspiró, preparándose mentalmente para el momento incómodo que sabía que iba a darse ahora mismo.
Harry se sentó. Se le había puesto carne de gallina en los brazos, a pesar del fuego.
— Pobrecito — se escuchó decir a Romilda Vane.
Fudge se quitó la capa de rayas y la dejó a un lado. Luego se subió un poco los pantalones del traje verde botella y se sentó enfrente de Harry.
—Soy Cornelius Fudge, ministro de Magia.
Algunos bufaron. Fudge se puso muy rojo.
— Yo no era consciente de que Potter me había visto antes — replicó.
Por supuesto, Harry ya lo sabía. Había visto a Fudge en una ocasión anterior, pero como entonces llevaba la capa invisible que le había dejado su padre en herencia, Fudge no podía saberlo.
El ministro asintió enérgicamente.
Tom, el propietario, volvió con un delantal puesto sobre el camisón y llevando una bandeja con té y bollos. Colocó la bandeja sobre la mesa que había entre Fudge y Harry, y salió de la estancia cerrando la puerta tras de sí.
—Bueno, Harry —dijo Fudge, sirviendo el té—, no me importa confesarte que nos has traído a todos de cabeza. ¡Huir de esa manera de casa de tus tíos! Había empezado a pensar... Pero estás a salvo y eso es lo importante.
Ahora que Harry sabía que Fudge había estado preocupado por si Sirius lo había encontrado y asesinado, veía la conversación de una forma totalmente diferente.
Fudge se untó un bollo con mantequilla y le acercó el plato a Harry.
—Come, Harry, pareces desfallecido.
— Cómo han cambiado las cosas — bufó Ron.
A Harry le resultaba increíble que ese momento hubiera sido hacía tan solo dos años. Le parecía muy lejano.
Ahora... te agradará oír que hemos solucionado la hinchazón de la señorita Marjorie Dursley. Hace unas horas que enviamos a Privet Drive a dos miembros del departamento encargado de deshacer magia accidental. Han desinflado a la señorita Dursley y le han modificado la memoria. No guarda ningún recuerdo del incidente. Así que asunto concluido y no hay que lamentar daños.
— Qué pena — dijo Cormac McLaggen. — Ojalá lo recordara. Creo que le vendría bien una lección de humildad.
— A ti también te vendría bien — murmuró Ron.
Fudge sonrió a Harry por encima del borde de la taza. Parecía un tío contemplando a su sobrino favorito.
Se oyó una tos, pero Harry estaba seguro de que trataba de ocultar una risa.
Fudge se había puesto aún más rojo y evitaba mirar a Harry a toda costa. Sin embargo, lo mejor era la cara de Umbridge, quien parecía haber chupado un limón especialmente ácido.
Harry, que no podía creer lo que oía, abrió la boca para hablar, pero no se le ocurrió nada que decir, así que la volvió a cerrar.
—¡Ah! ¿Te preocupas por la reacción de tus tíos? —añadió Fudge—. Bueno, no te negaré que están muy enfadados, Harry, pero están dispuestos a volver a recibirte el próximo verano, con tal de que te quedes en Hogwarts durante las vacaciones de Navidad y de Semana Santa.
— Nunca lo había pensado — murmuró Harry de pronto. — Pero Fudge ha conocido a los Dursley en persona. ¡Ha estado en Privet Drive!
Se le hacía rarísimo pensarlo. No podía imaginárselo allí.
Harry carraspeó.
—Siempre me quedo en Hogwarts durante la Navidad y la Semana Santa — observó—. Y no quiero volver nunca a Privet Drive.
— Bien dicho — dijo Sirius. Varias personas dijeron lo mismo y parecieron alarmadas al hablar al mismo tiempo que el temido Sirius Black.
—Vamos, vamos. Estoy seguro de que no pensarás así cuando te hayas tranquilizado —dijo Fudge en tono de preocupación—. Después de todo, son tu familia, y estoy seguro de que sentís un aprecio mutuo... eh... muy en el fondo.
Muchos lanzaron miradas incrédulas a Fudge, quien se apresuró a decir:
— Ya no lo pienso. Cuando dije eso, no era consciente de la situación.
Harry ni se molestó en contestar. Solo quería que el tema de los Dursley dejara de resurgir. De hecho, desearía saltarse la lectura hasta el momento en el que se demostraba la inocencia de Sirius, evitando así todas las partes en las que Harry pensaba lo mucho que lo odiaba. Y también todo lo relacionado con los dementores. ¿Leerían lo que sucedió en el tren? Seguro que sí.
Definitivamente, todo sería mucho más fácil cuando terminaran este libro.
¿O no? Porque después de este libro, vendría el que hablaba sobre cuarto curso… Podría demostrar que no se presentó voluntariamente al Torneo de los Tres Magos, pero tendría que leer cómo todo el mundo se volvió contra él (de nuevo), todas las pruebas, todas sus interacciones con Cedric… La tercera prueba. El cementerio.
Mata al otro.
Tomó aire, tratando de respirar con normalidad. La bola de nervios en su estómago seguía ahí y lanzaba señales que le recorrían todo el cuerpo como si estuvieran hechas de electricidad.
No se le ocurrió a Harry desmentir a Fudge. Quería oír cuál sería su destino.
—Así que todo cuanto queda por hacer —añadió Fudge untando de mantequilla otro bollo— es decidir dónde vas a pasar las dos últimas semanas de vacaciones. Sugiero que cojas una habitación aquí, en el Caldero Chorreante, y...
Madam Pince leía, pero Harry apenas la escuchaba.
Tendrían que leer todo lo que había sucedido en el cementerio. Era inevitable, ya que era el único modo de demostrar que Voldemort había regresado. ¿Leerían también cómo Cedric lo había ayudado a superar la segunda prueba? ¿Leerían cómo Harry le había pedido que ambos cogieran la copa al mismo tiempo? ¿Lo culparían por su muerte?
—Un momento —interrumpió Harry—. ¿Y mi castigo?
Fudge parpadeó.
—¿Castigo?
—¡He infringido la ley! ¡El Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad!
— ¿Por qué se lo recuerdas? — dijo George, incrédulo.
Harry no le hizo caso. Su cerebro había entrado en una espiral de la que parecía no poder salir.
Después de leer lo del cementerio, tendrían que leer todo lo que pasó más tarde. Los dementores en Little Whinging. La reacción de tío Vernon. Cómo casi lo habían echado de Privet Drive, cómo lo habían expulsado de Hogwarts momentáneamente.
—¡No te vamos a castigar por una tontería como ésa! —gritó Fudge, agitando con impaciencia la mano que sostenía el bollo—. ¡Fue un accidente! ¡No se envía a nadie a Azkaban sólo por inflar a su tía!
— Obviamente — rió Lavender, pero a Harry su risa le sonó muy lejana. Volvía a sentir como si tuviera los oídos llenos de algodón.
Pero aquello no cuadraba del todo con el trato que el Ministerio de Magia había dispensado a Harry anteriormente.
—¡El año pasado me enviaron una amonestación oficial sólo porque un elfo doméstico tiró un pastel en la casa de mi tío! —exclamó Harry arrugando el entrecejo —. ¡El Ministerio de Magia me comunicó que me expulsarían de Hogwarts si volvía a utilizarse magia en aquella casa!
Y eso también tendría que tenerlo en cuenta. Leerían la vista que tuvo con el ministerio, donde trataron de tacharlo de delincuente frente a todo el tribunal. Leerían la forma en la que todos lo habían tratado en los últimos meses. Y sus pesadillas, porque estaba seguro de que aparecerían en los libros. ¿Leerían también los castigos con Umbridge?
— Harry, ¿estás bien? — escuchó murmurar a Hermione. No le contestó. Estaba ocupado intentando respirar con normalidad. Notaba el corazón latirle a cien por hora.
Si a Harry no le engañaban los ojos, Fudge parecía embarazado.
—Las circunstancias cambian, Harry... Tenemos que tener en cuenta... Tal como están las cosas actualmente... No querrás que te expulsemos, ¿verdad?
—Por supuesto que no —dijo Harry.
Eran demasiadas cosas en las que pensar. Lo peor era lo de Cedric. Y lo de Sirius. ¿Y si para cuando leyeran todas esas cosas, Sirius había decidido que no quería vivir con Harry? Aunque había conversaciones que no recordaba bien, no podía olvidar aquella vez que había deseado la muerte de su padrino.
Notó una mano en su espalda, seguida de la voz de Ron:
— Respira — murmuró el chico. — Despacio…
La lectura continuaba con normalidad.
—Bueno, entonces, ¿por qué protestas? —dijo Fudge riéndose, sin darle importancia—. Ahora cómete un bollo, Harry, mientras voy a ver si Tom tiene una habitación libre para ti.
— Qué raro se me hace escuchar a Fudge ofreciéndole bollos a Harry — dijo Charlie, perplejo.
Fudge salió de la estancia con paso firme, y Harry lo siguió con la mirada. Estaba sucediendo algo muy raro. ¿Por qué lo había esperado Fudge en el Caldero Chorreante si no era para castigarlo por lo que había hecho? Y pensando en ello, seguro que no era normal que el mismísimo ministro de Magia se encargara de problemas como la utilización de la magia por menores de edad.
— Porque pensaban que Sirius te había cortado en pedacitos, Har… — dijo Fred, pero paró en seco al mirar a Harry. — Eh, ¿todo bien? — añadió en un tono más bajo.
Harry no podía responder. Seguía tratando de controlar su respiración, consciente de que aquellos que estaban sentados junto a él podían escuchar cómo luchaba por hacerlo.
— Creo que está teniendo un ataque de ansiedad — oyó decir a Ginny.
Para su vergüenza, notó cómo los ojos le picaban, como si fuera a llorar.
Madam Pince seguía leyendo y el resto del comedor escuchaba con interés, completamente ajeno a lo que sucedía.
Fudge regresó acompañado por Tom, el tabernero.
—La habitación 11 está libre, Harry —le comunicó Fudge—. Creo que te encontrarás muy cómodo. Sólo una petición (y estoy seguro de que lo entenderás): no quiero que vayas al Londres muggle, ¿de acuerdo? No salgas del callejón Diagon. Y tienes que estar de vuelta cada tarde antes de que oscurezca. Supongo que lo entiendes. Tom te vigilará en mi nombre.
—De acuerdo —respondió Harry—. Pero ¿por qué...?
— Por supuesto, era porque trataba de proteger a Potter, por motivos obvios — dijo Fudge, dándose importancia. — Pero eso no podía decírselo.
Algunos asintieron, viendo la verdad en las palabras del ministro.
—No queremos que te vuelvas a perder —explicó Fudge, riéndose con ganas—. No, no... mejor saber dónde estás... Lo que quiero decir...
Fudge se aclaró ruidosamente la garganta y recogió su capa.
—Me voy. Ya sabes, tengo mucho que hacer.
Harry tenía la vista fija en un punto en el suelo, evitando a toda costa mirar a cualquiera de sus amigos. Lo último que quería en el mundo era perder los nervios delante de todo el comedor, así que se esforzó en respirar profundamente e ignorar la bola de nervios de su estómago.
—¿Han atrapado a Black? —preguntó Harry.
Los dedos de Fudge resbalaron por los broches de plata de la capa.
—¿Qué? ¿Has oído algo? Bueno, no. Aún no, pero es cuestión de tiempo.
— Muy sutil — ironizó la profesora Sprout. Fudge se ruborizó.
Los guardias de Azkaban no han fallado nunca, hasta ahora... Y están más irritados que nunca. —Fudge se estremeció ligeramente—. Bueno, adiós.
Más de una persona se estremeció también al pensar en los dementores.
Alargó la mano y Harry, al estrecharla, tuvo una idea repentina.
—¡Señor ministro! ¿Puedo pedirle algo?
—Por supuesto —sonrió Fudge.
—Los de tercer curso, en Hogwarts, tienen permiso para visitar Hogsmeade, pero mis tíos no han firmado la autorización. ¿Podría hacerlo usted?
Se oyeron risas.
— ¿Le pidió al mismísimo Fudge que le firmara la autorización? — resopló Tonks, incrédula. — Qué valiente.
Harry se sentía de todo menos valiente. Ron le daba palmaditas en la espalda sutilmente, mientras que Hermione había intentado cogerle la mano, pero Harry se lo había impedido. Estaba tan nervioso que no se sentía capaz de tener nada vivo entre sus manos. En vez de eso, se agarraba a su propio uniforme con fuerza.
Fudge parecía incómodo.
—Ah —exclamó—. No, no, lo siento mucho, Harry. Pero como no soy ni tu padre ni tu tutor...
—Pero usted es el ministro de Magia —repuso Harry—. Si me diera permiso...
— Hay que tener valor — bufó Umbridge. Varias personas la miraron mal.
— Si necesitas salir del comedor, hazlo — murmuró Hermione. Harry negó con la cabeza.
Si se levantaba ahora, llamaría la atención de todos. Tenía que calmarse primero, tenía que calmarse…
—No. Lo siento, Harry, pero las normas son las normas —dijo Fudge rotundamente—. Quizá puedas visitar Hogsmeade el próximo curso. De hecho, creo que es mejor que no... Sí. Bueno, me voy. Espero que tengas una estancia agradable aquí, Harry.
Harry se llevó una mano temblorosa a la boca, sintiendo como si fuera a vomitar. ¿Qué diablos le pasaba? El capítulo que estaban leyendo ni siquiera era de los malos. No moría nadie, ni regresaban magos oscuros, ni nadie intentaba pegarle o echarle de casa. Y no había dicho nada malo de Sirius, así que éste no tendría motivos para odiarlo.
Pero los tendría eventualmente.
Y con una última sonrisa, salió de la estancia. Tom se acercó a Harry sonriendo.
—Si quiere seguirme, señor Potter... Ya he subido sus cosas...
A Harry le dio una arcada, que provocó que se le llenaran los ojos de lágrimas. Por suerte, tan solo Ron, Hermione, Ginny y los gemelos Weasley se habían dado cuenta de lo que estaba sucediendo, pero si vomitaba, todo el comedor lo sabría.
Pensar eso solo lo ponía más nervioso.
— Creo que deberías salir — dijo Ginny, preocupada.
— Claro, di que vas al baño y no pasará nada — afirmó Hermione en voz baja.
— No — Para sorpresa de Harry, fue Ron quien dijo lo que él estaba pensando. — Debe quedar muy poco para acabar el capítulo. Es mejor que se espere.
Harry siguió a Tom por una escalera de madera muy elegante hasta una puerta con un número 11 de metal colgado en ella. Tom la abrió con la llave para que Harry pasara.
Dentro había una cama de aspecto muy cómodo, algunos muebles de roble con mucho barniz, un fuego que crepitaba alegremente y, encaramada sobre el armario...
— ¿Cómo va a ser mejor que se espere? — dijo Hermione en rápidos susurros. — Míralo.
— Lo estoy mirando — replicó Ron, cuya mano seguía apretando el hombro de Harry. — No puede faltar mucho para acabar el capítulo. No pasa nada porque se espere — insistió.
Harry siguió tratando de regular su respiración, centrando toda su atención en las palabras de Ron. Tenía toda la razón: debía de faltar muy poco para terminar. No pasaba nada…
—¡Hedwig! —exclamó Harry.
La blanca lechuza dio un picotazo al aire y se fue volando hasta el brazo de Harry.
—Tiene una lechuza muy lista —dijo Tom con una risita—. Ha llegado unos cinco minutos después de usted. Si necesita algo, señor Potter, no dude en pedirlo.
— Creo que voy a comprarme una lechuza — se escuchó decir a un chico de primero.
— Yo también quiero una — replicó un amigo suyo.
— No todas son tan fieles como Hedwig — les advirtió Ernie Macmillan, pero a los de primero les dio igual.
Volvió a hacer una inclinación, y abandonó la habitación.
Harry se sentó en su cama durante un rato, acariciando a Hedwig y pensando en otras cosas. El cielo que veía por la ventana cambió rápidamente del azul intenso y aterciopelado a un gris frío y metálico, y luego, lentamente, a un rosa con franjas doradas.
Harry no escuchaba nada de lo que se leía. Estaba pendiente del momento en el que la voz de Madam Pince callara. Le temblaba el cuerpo, pero al menos no estaba teniendo más arcadas.
Apenas podía creer que acabara de abandonar Privet Drive hacía sólo unas horas, que no hubiera sido expulsado y que tuviera por delante la perspectiva de pasar dos semanas sin los Dursley.
— Por una vez, las cosas salieron bien — sonrió Angelina. Miró de reojo a Harry y lo que vio debió sorprenderla, porque giró la cabeza totalmente. Abrió la boca para decir algo, pero Fred le hizo un gesto para que callara.
—Ha sido una noche muy rara, Hedwig —dijo bostezando.
Y sin siquiera quitarse las gafas, se desplomó sobre la almohada y se quedó dormido.
— Aquí termina — anunció Madam Pince, cerrando el libro.
Dumbledore se puso en pie.
— Creo que va siendo hora de tomar un pequeño descanso. Continuaremos la lectura dentro de media hora.
Harry no esperó a que se lo dijeran dos veces. Se puso en pie y se dirigió hacia las puertas del comedor, que acababan de abrirse por sí solas. Ron, Hermione, Ginny y los gemelos iban detrás de él.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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