El secreto de Hermione:
— ¿Le importa leer el título del siguiente capítulo? — pidió Dumbledore. Smith asintió y leyó:
— El secreto de Hermione.
El comedor se llenó de murmullos y decenas de personas se giraron para mirar a Hermione, cuya cara se puso de un intenso color rojo.
— Al fin vamos a saber lo que estuvo ocultando todo el año — exclamó Padma Patil.
Ernie frunció el ceño.
— ¿Te refieres al motivo por el que aparecía y desaparecía de repente?
— Sí. Espero que también expliquen cómo pudo ir a tantas clases — replicó Padma.
Zacharias Smith bajó de la tarima con aspecto aliviado. Dumbledore ni siquiera se puso en pie para decir:
— ¿Alguien desea leer este capítulo?
Si hubiera dicho "¿Alguien desea que cancele los exámenes?" no se habrían levantado más manos. A Harry le sorprendió ver que, exceptuándolos a él, Ron, Hermione y algunos Weasley, prácticamente todo el comedor se había ofrecido voluntario. Con tantas manos alzadas, casi resultaba difícil ver la tarima, donde Dumbledore sonreía.
— Bien, bien… ¿Qué tal… usted, señorita Edgecombe?
Marietta, la amiga de Cho, se levantó con prontitud y fue hacia la tarima.
— El secreto de Hermione— repitió.
A Harry le pareció que la chica tenía muchas ganas de saber qué narices había estado ocultando Hermione que mereciera tener un capítulo entero dedicado a ello.
—ASOMBROSO. Verdaderamente asombroso. Fue un milagro que quedaran todos con vida. No he oído nunca nada parecido. Menos mal que se encontraba usted allí, Snape...
—Gracias, señor ministro.
De pronto, toda la conversación de Snape con el ministro regresó a la mente de Harry palabra por palabra. Sintió una oleada de rabia dentro de él, pero se forzó a respirar hondo y a mantener la vista fija en el libro.
—Orden de Merlín, de segunda clase, diría yo. ¡Primera, si estuviese en mi mano!
—Muchísimas gracias, señor ministro.
— No lo entiendo — dijo un chico de tercero, algo aturdido. — ¿Por qué le van a dar una Orden de Merlín al profesor Snape?
— Supongo que ha salvado a Potter y los demás — respondió Astoria Greengrass.
Snape no dijo nada ni para confirmarlo ni para negarlo. A Harry le dio la sensación de que el profesor estaba muy, muy tenso.
Teniendo en cuenta todo lo que había pasado aquella noche, no le sorprendía.
—Tiene ahí una herida bastante fea. Supongo que fue Black.
—En realidad fueron Potter, Weasley y Granger, señor ministro.
—¡No!
— No sé cómo no os expulsaron por eso — dijo Dennis Creevey. La admiración en su voz era innegable.
— Yo tampoco lo sé — admitió Ron.
Snape lanzó una mirada fulminante en su dirección. Harry fingió que no se daba cuenta.
—Black los había encantado. Me di cuenta enseguida. A juzgar por su comportamiento, debió de ser un hechizo para confundir. Me parece que creían que existía una posibilidad de que fuera inocente. No eran responsables de lo que hacían. Por otro lado, su intromisión pudo haber permitido que Black escapara...
— Pero… eso no es cierto — dijo Susan Bones, confundida. — No hemos leído que Black hechizara a Harry, Ron y Hermione en ningún momento.
— Porque no lo hice — replicó Sirius. Susan dio un pequeño salto en el asiento al darse cuenta de que él la miraba. — Eso se lo inventó Snape para hacerse el héroe y que me condenaran al beso del dementor.
El comedor volvió a llenarse de murmullos y muchos miraron a Snape con cautela y, en algunos casos, con decepción. Snape, claramente frustrado, dijo:
— Os recuerdo que yo solo presencié parte de la conversación. Desde mi punto de vista, Potter, Weasley y Granger estaban fuera de los terrenos del colegio, en compañía de un asesino y un licántropo, defendiendo la ridícula idea de que un hombre que llevaba muerto doce años estaba vivo y era una rata.
Muchos estudiantes intercambiaron miradas. Harry se sintió un poco frustrado al ver que algunos parecían entender el punto de vista de Snape.
— No tiene excusa — murmuró Harry. — Debió habernos escuchado hasta el final.
A su lado, Ron asintió con ganas.
Obviamente, creyeron que podían atrapar a Black ellos solos. Han salido impunes en tantas ocasiones anteriores que me temo que se les ha subido a la cabeza... Y naturalmente, el director ha consentido siempre que Potter goce de una libertad excesiva.
— Cómo no, tenías que aprovechar la oportunidad de criticar a Potter frente al ministro, ¿no es así? — dijo McGonagall, mirando a Snape con el ceño fruncido.
— Yo solo expresé mi opinión.
— Una opinión basada en tus propias conjeturas, no en hechos reales — replicó la profesora. — Potter no recibe un trato preferencial.
Aunque Harry no lo diría en voz alta, notó una sensación cálida en el estómago al escuchar a la profesora McGonagall defenderlo con tanto ahínco.
— ¿Ah, no? — dijo Snape. — En ese caso, supongo que todos los estudiantes de primero que deciden romper las normas y volar sin permiso son otorgados el puesto de buscador de Gryffindor. Curiosamente, solo recuerdo que eso le sucediera a Potter.
La profesora McGonagall se ruborizó.
— Eso fue un caso excepcional.
— Exacto — replicó Snape.
Como McGonagall no dijo nada más, Marietta siguió leyendo.
—Bien, Snape. ¿Sabe? Todos hacemos un poco la vista gorda en lo que se refiere a Potter.
Fudge también se ruborizó intensamente al escuchar eso.
Harry contuvo las ganas de rodar los ojos. ¡Cuánto habían cambiado las cosas entre ellos!
—Ya. Pero ¿es bueno para él que se le conceda un trato tan especial? Personalmente, intento tratarlo como a cualquier otro.
— Oh, ¿como a cualquier otro? — repitió McGonagall. — Ya hemos leído tres libros que demuestran lo contrario, Severus.
— Al menos yo no trato a Potter como si fuera superior a los demás — le espetó Snape.
— No, lo tratas como si fuera basura — intervino Sirius, que miraba a Snape como si no hubiera nada que desease más en el mundo que darle un puñetazo.
Snape no se quedaba atrás. Si las miradas matasen, Sirius habría muerto en aquel instante.
Harry se alegró mucho cuando Dumbledore le pidió a Marietta que continuara leyendo. Por mucho que le halagara que Sirius y la profesora McGonagall lo defendieran frente a Snape, no se le olvidaba que, cuando acabaran de leer los libros y todo terminara, él tendría que volver a dar clases con él. No quería ni pensar en lo mal que Snape lo trataría después de todo lo que habían leído.
Además, tampoco se le olvidaba aquel momento, tan solo unos días atrás, en el que el profesor le había hablado de su madre. Si quería más información sobre ella, tendría que mejorar su relación con él… cosa que era imposible. Pero por lo menos, pensó Harry, podía intentar no empeorar las cosas aún más.
Entonces recordó lo que estaban a punto de leer y contuvo las ganas de gemir. Las cosas iban a empeorar quisiera él o no.
Y cualquier otro sería expulsado, al menos temporalmente, por exponer a sus amigos a un peligro semejante. Fíjese, señor ministro: contra todas las normas del colegio... después de todas las precauciones que se han tomado para protegerlo... Fuera de los límites permitidos, en plena noche, en compañía de un licántropo y un asesino... y tengo indicios de que también ha visitado Hogsmeade, pese a la prohibición.
— Solo buscabas excusas para que expulsaran a Harry — dijo Sirius en voz alta.
Harry notó que Lupin, quien estaba sentado a su lado, hacía una mueca al escucharlo.
— Solo exponía los hechos — se defendió Snape.
Dumbledore suspiró.
—Bien, bien..., ya veremos, Snape. El muchacho ha sido travieso, sin duda.
A juzgar por la cara de Ron, a él se le hacía tan extraño como a Harry oír al ministro ser amable con él.
Harry escuchaba acostado, con los ojos cerrados. Estaba completamente aturdido.
Las palabras que oía parecían viajar muy despacio hasta su cerebro, de forma que le costaba un gran esfuerzo entenderlas. Sentía los miembros como si fueran de plomo. Sus párpados eran demasiado pesados para levantarlos. Quería quedarse allí acostado, en aquella cómoda cama, para siempre...
Hermione se estremeció al oír eso. Con una mueca, dijo:
— No digas eso.
— ¿Qué? Es que estaba cómodo — replicó Harry, pero la cara de Hermione no cambió.
—Lo que más me sorprende es el comportamiento de los dementores... ¿Realmente no sospecha qué pudo ser lo que los hizo retroceder, Snape?
—No, señor ministro. Cuando llegué, volvían a sus posiciones, en las entradas.
— Yo tampoco lo entiendo — se oyó decir a alguien de sexto. — ¿Quién hizo ese patronus?
Nadie supo responderle y, los que sabían la respuesta, se quedaron callados.
—Extraordinario. Y sin embargo, Black, Harry y la chica...
—Todos estaban inconscientes cuando llegué allí. Até y amordacé a Black, hice aparecer por arte de magia unas camillas y los traje a todos al castillo.
Hubo una pausa. El cerebro de Harry parecía funcionar un poco más aprisa, y al hacerlo, una sensación punzante se acentuaba en su estómago.
Abrió los ojos.
Todo estaba borroso. Alguien le había quitado las gafas. Se hallaba en la oscura enfermería. Al final de la sala podía vislumbrar a la señora Pomfrey inclinada sobre una cama y dándole la espalda. Bajo el brazo de la señora Pomfrey, distinguió el pelo rojo de Ron.
— ¿Ron estaba bien? — preguntó una chica de primero en tono nervioso.
— Obviamente sí — replicó un amigo suyo. — ¿No lo ves ahí sentado?
Harry volvió la cabeza hacia el otro lado. En la cama de la derecha se hallaba Hermione. La luz de la luna caía sobre su cama. También tenía los ojos abiertos. Parecía petrificada, y al ver que Harry estaba despierto, se llevó un dedo a los labios. Luego señaló la puerta de la enfermería. Estaba entreabierta y las voces de Cornelius Fudge y de Snape entraban por ella desde el corredor.
— Tenéis una costumbre muy fea de escuchar conversaciones privadas — dijo Fudge, y a Harry le pareció que estaba algo nervioso.
Fue Fred quien respondió:
— La conversación era sobre ellos, tenían derecho a saber lo que se estaba diciendo — los defendió.
Snape lo miró muy mal, pero Fudge no dijo nada más. Seguía teniendo ese aspecto nervioso y, sabiendo cómo había acabado aquella noche, Harry entendía perfectamente por qué.
La señora Pomfrey llegó entonces caminando enérgicamente por la oscura sala hasta la cama de Harry. Se volvió para mirarla. Llevaba el trozo de chocolate más grande que había visto en su vida. Parecía un pedrusco.
— Yo quiero —dijo Dean.
Seamus rodó los ojos.
— Seguro que es una exageración.
— No lo era — les aseguró Harry. — Era más o menos así — gesticuló con las manos y vio cómo los ojos de Ron casi se le salían de las cuencas.
— El que tomé yo al día siguiente no fue tan grande — se quejó.
— Es que tú no estuviste en contacto con los dementores — le recordó Hermione.
—¡Ah, estás despierto! —dijo con voz animada. Dejó el chocolate en la mesilla de Harry y empezó a trocearlo con un pequeño martillo.
— ¿Era tan grande que hacía falta un martillo para romperlo? ¡Genial! — exclamó Colin.
—¿Cómo está Ron? —preguntaron al mismo tiempo Hermione y Harry.
Harry vio a Ron sonreír al escuchar eso.
—Sobrevivirá —dijo la señora Pomfrey con seriedad—. En cuanto a vosotros dos, permaneceréis aquí hasta que yo esté bien segura de que estáis... ¿Qué haces, Potter?
Harry se había incorporado, se ponía las gafas y cogió su varita.
—Tengo que ver al director —explicó.
—Potter —dijo con dulzura la señora Pomfrey—, todo se ha solucionado. Han cogido a Black. Lo han encerrado arriba. Los dementores le darán el Beso en cualquier momento.
— Pero es inocente — gimió Hannah Abbott.
— Sí, es muy injusto — añadió Angelina. — Está claro que se salvó, ¿pero cómo lo hizo?
Muchas miradas cayeron sobre Harry y Sirius, pero ninguno de ellos contestó.
De hecho, Harry no estaba seguro de que pudiera hablar en ese momento. Ambas chicas habían afirmado que Sirius era inocente… ¡creían en su inocencia! Y si ellas creían, seguro que había más gente que también lo hacía.
La idea de que Sirius pudiera ser liberado era más real que nunca y a Harry casi le daba miedo hacerse más ilusiones, por si todo se estropeaba de algún modo. Después de todo, tanto Umbridge como Fudge seguían sin aceptar la verdad que tenían frente a ellos.
Harry saltó de la cama. Hermione hizo lo mismo. Pero su grito se había oído en el pasillo de fuera. Un segundo después, entraron en la enfermería Cornelius Fudge y Snape.
—¿Qué es esto, Harry? —preguntó Fudge, con aspecto agitado—. Tendrías que estar en la cama... ¿Ha tomado chocolate? —le preguntó nervioso a la señora Pomfrey.
Sin querer, Harry cruzó miradas con Fudge. Ambos apartaron la vista tan rápido como pudieron, tremendamente incómodos.
—Escuche, señor ministro —dijo Harry—. ¡Sirius Black es inocente! ¡Peter Pettigrew fingió su propia muerte! ¡Lo hemos visto esta noche! No puede permitir que los dementores le hagan eso a Sirius, es...
Pero Fudge movía la cabeza en sentido negativo, sonriendo ligeramente.
—Harry, Harry, estás confuso. Has vivido una terrible experiencia. Vuelve a acostarte. Está todo bajo control.
Fudge hizo un sonido extraño con la garganta y se cruzó de brazos, evitando mirar a cualquier criatura viva presente en el comedor.
Sin embargo, muchos alumnos y profesores no tenían ningún reparo en lanzarle a Fudge miradas reprobatorias. McGonagall parecía especialmente molesta con el ministro.
—¡NADA DE ESO! —gritó Harry—. ¡HAN ATRAPADO AL QUE NO ES!
—Señor ministro, por favor, escuche —rogó Hermione. Se había acercado a Harry y miraba a Fudge implorante—. Yo también lo vi. Era la rata de Ron. Es un animago. Pettigrew, quiero decir. Y...
— ¿Cómo iba a creerme eso? — exclamó Fudge, no aguantando la presión de las docenas de personas que lo juzgaban con la mirada. — Durante doce años pensé que Pettigrew había muerto. ¡Solo dejó atrás un dedo!
— Que él mismo se cortó — le recordó Dumbledore. — Cornelius, entiendo lo extraña que debió parecerte esa historia. A veces la realidad es mucho más compleja y absurda de lo que pensamos.
Harry vio a varias personas asentir al escuchar eso. Viendo algunas de sus caras, quedaba claro que la inocencia de Sirius todavía era difícil de asimilar para más de uno.
El ministro pareció algo confundido ante la comprensión que Dumbledore le mostraba, como si esperara un ataque verbal por parte de Dumbledore en lugar de una respuesta apaciguadora.
—¿Lo ve, señor ministro? —preguntó Snape—. Los dos tienen confundidas las ideas. Black ha hecho un buen trabajo con ellos...
—¡NO ESTAMOS CONFUNDIDOS! —gritó Harry.
— Bien dicho, Harry — lo animó Fred.
—¡Señor ministro! ¡Profesor! —dijo enfadada la señora Pomfrey—. He de insistir en que se vayan. ¡Potter es un paciente y no hay que fatigarlo!
—¡No estoy fatigado, estoy intentando explicarles lo ocurrido! —dijo Harry furioso—. Si me escuchan...
— Nunca os escuchan — se quejó Katie. — No me extraña que siempre acabéis arreglando los problemas vosotros solos.
Varios profesores parecieron avergonzarse al escuchar eso.
Pero la señora Pomfrey le introdujo de repente un trozo grande de chocolate en la boca. Harry se atragantó y la mujer aprovechó la oportunidad para obligarle a volver a la cama.
Se oyeron risitas. Harry miró a la señora Pomfrey con reproche, pero ella, lejos de disculparse, se encogió de hombros y siguió prestando atención a Marietta.
—Ahora, por favor, señor ministro... Estos niños necesitan cuidados. Les ruego que salgan.
Volvió a abrirse la puerta. Era Dumbledore. Harry tragó con dificultad el trozo de chocolate y volvió a levantarse.
—Profesor Dumbledore, Sirius Black...
—¡Por Dios santo! ¿Es esto una enfermería o qué? Señor director, he de insistir en que...
— Pobre señora Pomfrey — dijo Luna. — Debe ser muy frustrante ser enfermera y que no te hagan caso.
— Es frustrante y peligroso — afirmó la señora Pomfrey. — Por suerte, lo que tenían Potter y Granger no era grave aquella vez.
—Te pido mil perdones, Poppy, pero necesito cambiar unas palabras con el señor Potter y la señorita Granger. He estado hablando con Sirius Black.
—Supongo que le ha contado el mismo cuento de hadas que metió en la cabeza de Potter —espetó Snape—. ¿Algo sobre una rata y sobre que Pettigrew está vivo?
— Pero no era un cuento de hadas, era cierto — dijo Terry Boot como si aún le costara creer que así fuera.
—Eso es efectivamente lo que dice Black —dijo Dumbledore, examinando detenidamente a Snape por sus gafas de media luna.
—¿Y acaso mi testimonio no cuenta para nada? —gruñó Snape—. Peter Pettigrew no estaba en la Casa de los Gritos ni vi señal alguna de él por allí.
— Creo que Snape está celoso de que Dumbledore le haga caso a Sirius antes que a él — susurró Ginny. Harry y Ron soltaron una risita.
—¡Eso es porque usted estaba inconsciente, profesor! —dijo con seriedad Hermione—. No llegó con tiempo para oír...
—¡Señorita Granger! ¡CIERRE LA BOCA!
Hermione hizo una mueca al escuchar eso.
— Qué maleducado — se quejó Tonks. Varias personas asintieron y le dieron la razón.
—Vamos, Snape —dijo Fudge—. La muchacha está trastornada, hay que ser comprensivos.
— El que está trastornado es él — bufó Ron en voz baja.
—Me gustaría hablar con Harry y con Hermione a solas —dijo Dumbledore bruscamente—. Cornelius, Severus, Poppy. Se lo ruego, déjennos.
—Señor director —farfulló la señora Pomfrey—. Necesitan tratamiento, necesitan descanso.
—Esto no puede esperar —dijo Dumbledore—. Insisto.
La señora Pomfrey frunció la boca, se fue con paso firme a su despacho, que estaba al final de la sala, y dio un portazo al cerrar.
En el presente, la señora Pomfrey tampoco parecía muy contenta. Le lanzó a Dumbledore una mirada llena de reproche que él contrarrestó con una sonrisa amable.
Fudge consultó la gran saboneta de oro que le colgaba del chaleco.
—Los dementores deberían de haber llegado ya. Iré a recibirlos. Dumbledore, nos veremos arriba.
— ¿Cómo se recibe a una horda de dementores? — preguntó Justin Finch-Fletchley.
— Manteniendo una distancia de seguridad muy amplia — replicó Fudge, estremeciéndose.
Fue hacia la puerta y la mantuvo abierta para que pasara Snape. Pero Snape no se movió.
—No creerá una palabra de lo que dice Black, ¿verdad? —susurró con los ojos fijos en Dumbledore.
—Quiero hablar a solas con Harry y con Hermione —repitió Dumbledore.
Snape avanzó un paso hacia Dumbledore.
Se oyeron jadeos.
—Sirius Black demostró ser capaz de matar cuando tenía dieciséis años —dijo Snape en voz baja—. No lo habrá olvidado. No habrá olvidado que intentó matarme.
—Mi memoria sigue siendo tan buena como siempre, Severus —respondió Dumbledore con tranquilidad.
— Con demasiada tranquilidad, diría yo — se quejó Malfoy. — Black intentó matar al profesor Snape y Dumbledore se lo toma como si no hubiera sido nada.
— Oh, no, señor Malfoy. Al contrario — replicó el director. — Me lo tomo muy en serio.
Harry no supo que había querido decir con eso. Lo que sí vio fue que Sirius hacia una mueca y agachaba la cabeza, evitando la mirada del director, y que Snape torcía la boca en un gesto que claramente mostraba su desacuerdo con lo que acababa de decir Dumbledore.
Snape giró sobre los talones y salió con paso militar por la puerta que Fudge mantenía abierta. La puerta se cerró tras ellos y Dumbledore se volvió hacia Harry y Hermione. Los dos empezaron a hablar al mismo tiempo.
—Señor profesor, Black dice la verdad: nosotros vimos a Pettigrew.
—Escapó cuando el profesor Lupin se convirtió en hombre lobo.
—Es una rata.
—La pata delantera de Pettigrew... quiero decir, el dedo: él mismo se lo cortó.
—Pettigrew atacó a Ron. No fue Sirius.
— Ejem…
Harry casi gruñó al escuchar ese sonido.
Marietta dejó de leer y se giró para mirar a Umbridge, cuyo rostro mostraba desconcierto.
— Permítanme hacer una observación. Tanto Potter como Weasley y Granger creyeron en cuestión de minutos en todo lo que Black y Lupin les contaron. ¿Soy a la única a la que le parece un poco extraño que Potter odiara a Sirius Black hasta el punto de plantearse asesinarlo, pero unos minutos después de su primera conversación ya deseara irse a vivir con él?
— Sí — gruñó Moody.
Umbridge le lanzó una mirada despectiva y siguió hablando:
— Un odio tan fuerte no puede convertirse en cariño con tanta rapidez — insistió. — Potter no solo accedió a vivir con un total desconocido a quien había odiado hasta hacía tan solo unos minutos, sino que utilizó esa idea como su recuerdo más feliz para realizar el encantamiento Patronus.
— ¿A dónde quieres llegar con eso, Dolores? — le dijo Fudge. Umbridge le sonrió y el orgullo en su cara hizo que a Harry le dieran ganas de pegarle una bofetada.
— Quiero decir que no me lo creo. Recuerde todo lo que hemos leído hasta ahora, señor ministro. Potter no es estúpido. Y, sobre todo, Potter no confía fácilmente en los demás. ¿Recuerda el primer libro? Pasó todo el año desconfiando del profesor Snape simplemente porque era desagradable con él en clase. En segundo año, fue capaz de beber la poción multijugos con tal de averiguar si el señor Malfoy era el heredero de Slytherin, porque, a pesar de haber pasado dos años compartiendo clases con él, Potter no confiaba en él.
— Claro que no confiaba — bufó Harry. — Y él tampoco confía en mí. No somos amigos.
Malfoy puso cara de asco, como si la idea de ser su amigo fuera lo más horrible que había escuchado en mucho tiempo.
— Exactamente, señor Potter — dijo Umbridge con suficiencia. — No confías en él porque no es tu amigo. Sirius Black tampoco lo era. Solo era un desconocido a quien habías considerado el asesino de tus padres durante meses. Y, de pronto, ¿ir a vivir con él es la idea más maravillosa del mundo? ¿La liberación de Black te hace tan feliz que eres capaz de utilizarla para crear un patronus? Lo dudo mucho.
El comedor, que se había quedado totalmente en silencio mientras Umbridge hablaba, se llenó de murmullos.
— Sigo sin entender a dónde quiere ir a parar — dijo Fudge.
— Me temo que yo sí que lo entiendo, Cornelius — dijo Dumbledore. Aunque habló con calma, a Harry le pareció que estaba enfadándose. — Lo que Dolores quiere insinuar es que la confianza que Potter depositó en Sirius Black no era real.
— ¿Cómo que no era real? — resopló Sirius. Se giró para encarar a Umbridge: — ¿Qué pasa? ¿Es que cree que hechicé a Harry y los demás? ¿Que utilicé… qué se yo, la maldición Imperius, y los obligué a confiar en mí?
— ¿Eso es una confesión? — sonrió Umbridge.
— No, es una estupidez — replicó Sirius.
Los murmullos aumentaron de intensidad. Harry, sabiendo el peligro que suponía que los alumnos sacaran conclusiones tras haber escuchado a Umbridge, decidió intervenir:
— Si Sirius hubiera usado algún hechizo para manipularnos, habría salido en los libros — dijo en voz alta. Su comentario fue seguido de varios "Oh" y "Es verdad", lo que le hizo sentir una pizca de alivio.
— En eso te equivocas, Potter, porque los libros están escritos desde tu punto de vista — respondió Umbridge. — Por tanto, si tú no te diste cuenta de que estabas siendo hechizado, eso no sería mencionado en la lectura.
En ese momento, las puertas del comedor volvieron a abrirse y Harry supo sin mirar que se trataba de uno de los desconocidos del futuro.
Esa persona, fuera quien fuera, caminó directamente hacia la tarima y se posicionó junto a Marietta, quien tenía pinta de sentirse muy intimidada.
Allí de pie, frente a todo el comedor, con el rostro oculto por la capucha de su túnica negra, esa persona habló:
— Los libros cuentan hechos, no fantasías. Lo que habéis leído es exactamente lo que sucedió. Sirius Black no necesitó hechizar a nadie para ganarse la confianza de Harry, Ron y Hermione.
— ¿Y qué pruebas tiene de que no fuera así? — insistió Umbridge. El encapuchado se giró ligeramente hacia ella y a Harry le dio un escalofrío, aunque no habría podido saber por qué.
— Usted hablaba de confianza hace tan solo un minuto. Yo ahora mismo os pido a todos los aquí presentes que confiéis en mí y en la veracidad de la información que se está compartiendo con vosotros. Si queréis pruebas de que todo es cierto, las tendréis, pero solo cuando la lectura haya finalizado.
Habiendo dicho eso, sin esperar a que nadie respondiera, el encapuchado bajó de la tarima y salió del comedor, ignorando las miradas que seguían cada uno de sus pasos.
Tras su marcha, el comedor al completo se quedó en silencio. Fue Umbridge quien habló primero:
— Dice tener pruebas, pero no las comparte. ¿Cómo espera que confiemos en su palabra cuando ni siquiera sabemos quién es?
— Dolores… Yo no creo que Black hechizara a Potter — dijo Fudge.
Harry se atragantó con su propia saliva al escuchar eso, debido al shock. No fue el único que se sorprendió: oyó a Hermione jadear, Ginny y Luna cruzaron miradas sorprendidas y la cara de Ron era todo un poema.
Pero la mejor cara era la de Umbridge, a quien parecía que le acababan de anunciar su inminente matrimonio con un escreguto de cola explosiva.
— ¿Disculpe?
— Si Black hubiera hechizado a Potter, también habría tenido que hacerlo con Dumbledore — bufó Fudge. — Y, sinceramente… Dudo que pudiera. Sin ofender.
— No me ofendo — dijo Sirius alegremente. — De hecho, me halaga mucho pensar que la profesora Umbridge me considera tan poderoso como para poder engañar al mismísimo Dumbledore.
— Yo no he dicho eso — farfulló Umbridge, pero ya era demasiado tarde. Acababa de perder toda la credibilidad frente al comedor, y había sido el propio Fudge quien se la había arrebatado. Harry sabía que tenía que tener cara de idiota a causa de la sorpresa, pero no le importó.
Dumbledore, quien parecía mucho más contento que antes, le pidió a Marietta que siguiera leyendo.
Pero Dumbledore levantó una mano para detener la avalancha de explicaciones.
—Ahora tenéis que escuchar vosotros y os ruego que no me interrumpáis, porque tenemos muy poco tiempo —dijo con tranquilidad—. Black no tiene ninguna prueba de lo que dice, salvo vuestra palabra. Y la palabra de dos brujos de trece años no convencerá a nadie. Una calle llena de testigos juró haber visto a Sirius matando a Pettigrew. Yo mismo di testimonio al Ministerio de que Sirius era el guardián secreto de los Potter.
— A veces se me olvida que teníais solo trece años — admitió Bill. Los señores Weasley asintieron, totalmente de acuerdo con él.
—El profesor Lupin también puede testificarlo —dijo Harry, incapaz de mantenerse callado.
—El profesor Lupin se encuentra en estos momentos en la espesura del bosque, incapaz de contarle nada a nadie. Cuando vuelva a ser humano, ya será demasiado tarde. Sirius estará más que muerto. Y además, la gente confía tan poco en los licántropos que su declaración tendrá muy poco peso. Y el hecho de que él y Sirius sean viejos amigos...
Lupin hizo una mueca al escuchar todo eso.
—Pero...
—Escúchame, Harry. Es demasiado tarde, ¿lo entiendes? Tienes que comprender que la versión del profesor Snape es mucho más convincente que la vuestra.
—Él odia a Sirius —dijo Hermione con desesperación—. Por una broma tonta que le gastó.
— ¿Una broma tonta? — repitió Snape lentamente. Miraba a Hermione con tanto odio que hasta Harry sintió ganas de correr a esconderse. — ¿Consideras que intentar matar a alguien es una broma tonta?
— No… Yo no…. No quise decir eso, profesor — se disculpó Hermione.
— Castigada, Granger — replicó Snape. Hermione asintió y agachó la cabeza. Nadie trató de defenderla, porque era obvio que Snape no le levantaría el castigo.
—Sirius no ha obrado como un inocente. La agresión contra la señora gorda..., entrar con un cuchillo en la torre de Gryffindor... Si no encontramos a Pettigrew, vivo o muerto, no tendremos ninguna posibilidad de cambiar la sentencia.
—Pero usted nos cree.
—Sí, yo sí —respondió en voz baja—. Pero no puedo convencer a los demás ni desautorizar al ministro de Magia.
— Para no querer desautorizarme, lo ha intentado muchas veces en los últimos meses — bufó Fudge. Dumbledore pareció sorprendido.
— En absoluto, Cornelius. Nunca he pretendido desautorizarte, sino ayudarte.
Umbridge lanzó una mirada llena de desprecio hacia Dumbledore, pero Harry notó que Fudge no parecía tan molesto como ella.
Harry miró fijamente el rostro serio de Dumbledore y sintió como si se hundiera el suelo bajo sus pies. Siempre había tenido la idea de que Dumbledore lo podía arreglar todo. Creía que podía sacar del sombrero una solución asombrosa. Pero no: su última esperanza se había esfumado.
Dumbledore agachó la cabeza y a Harry le pareció que esas palabras le habían dolido. Sin embargo, más aún le habían dolido a Harry, que este año las había sentido más ciertas que nunca.
—Lo que necesitamos es ganar tiempo —dijo Dumbledore despacio. Sus ojos azul claro pasaban de Harry a Hermione.
—Pero... —empezó Hermione, poniendo los ojos muy redondos—. ¡AH!
— ¿Eh? — dijo Dean.
Hermione no respondió, a pesar de que varias personas la miraron con mucha curiosidad.
—Ahora prestadme atención —dijo Dumbledore, hablando muy bajo y muy claro—. Sirius está encerrado en el despacho del profesor Flitwick, en el séptimo piso. Torre oeste, ventana número trece por la derecha. Si todo va bien, esta noche podréis salvar más de una vida inocente. Pero recordadlo los dos: no os pueden ver. Señorita Granger, ya conoces las normas. Sabes lo que está en juego. No deben veros.
— Así que el profesor Dumbledore conspiró para que Black escapara— dijo Umbridge. — Esto es inaudito…
Fudge miraba a Dumbledore como si lo hubiera traicionado.
— Debo admitir que así fue — dijo el director. — Pero creo que, tras lo que hemos leído, puede comprender por qué lo hice.
Fudge abrió y cerró la boca un par de veces, anonadado. Viendo que no decía nada, Marietta siguió leyendo.
Harry no entendía nada. Dumbledore se alejó y al llegar a la puerta se volvió.
—Os voy a cerrar con llave. Son —consultó su reloj— las doce menos cinco. Señorita Granger, tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.
—¿Buena suerte? —repitió Harry, cuando la puerta se hubo cerrado tras Dumbledore—. ¿Tres vueltas? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es lo que tenemos que hacer?
Lo mismo se preguntaban todos en el comedor.
— Hermione, explícalo de una vez, ¿qué te traías entre manos? — dijo Parvati.
— Ahora lo verás — replicó ella.
Pero Hermione rebuscaba en el cuello de su túnica y sacó una cadena de oro muy larga y fina.
—Ven aquí, Harry —dijo perentoriamente—. ¡Rápido! —Harry, perplejo, se acercó a ella. Hermione estiró la cadena por fuera de la túnica y Harry pudo ver un pequeño reloj de arena que pendía de ella—. Así. —Puso la cadena también alrededor del cuello de Harry—. ¿Preparado? —dijo jadeante.
— ¿Preparado para qué? — preguntó Dean.
—¿Qué hacemos? —preguntó Harry sin comprender. Hermione dio tres vueltas al reloj de arena.
La sala oscura desapareció. Harry tuvo la sensación de que volaba muy rápidamente hacia atrás. A su alrededor veía pasar manchas de formas y colores borrosos. Notaba palpitaciones en los oídos. Quiso gritar, pero no podía oír su propia voz.
Se oyeron jadeos.
— ¿Qué diantres estaba pasando? — exclamó un chico de séptimo.
— No entiendo nada — dijo Pansy Parkinson, quien miraba a Hermione como si fuera un bicho raro.
— Yo sí — exhaló Malfoy, asombrado y celoso a partes iguales. — ¿Por qué tenía Granger uno de esos?
— Para poder ir a todas las clases — replicó Hermione. Malfoy dejó escapar un bufido y Harry estaba seguro de que, igual que él, si Malfoy hubiera tenido acceso a un giratiempo, ni de broma lo habría utilizado para poder estudiar más.
Sintió el suelo firme bajo sus pies y todo volvió a aclararse.
Se hallaba de pie, al lado de Hermione, en el vacío vestíbulo, y un chorro de luz dorada bañaba el suelo pavimentado penetrando por las puertas principales, que estaban abiertas. Miró a Hermione con la cadena clavándosele en el cuello.
— ¿Llevabais puesta la misma cadena? — dijo Lavender. — Entonces debiais estar muy pegaditos.
Hermione rodó los ojos y Harry, algo confuso, decidió que lo mejor era ignorar a la chica.
—Hermione, ¿qué...?
—¡Ahí dentro! —Hermione cogió a Harry del brazo y lo arrastró por el vestíbulo hasta la puerta del armario de la limpieza. Lo abrió, empujó a Harry entre los cubos y las fregonas, entró ella tras él y cerró la puerta.
Se oyeron risitas y más de un silbido.
— Así que os encerrasteis en un armario a solas — dijo Cormac McLaggen con tono sugerente. — Espero que aprovecharais bien el tiempo.
— Créeme, lo aprovechamos muy bien — replicó Harry, recordando lo intensas que habían sido las siguientes tres horas hasta que habían podido rescatar a Sirius a lomos de Buckbeak.
No fue consciente de lo que había dicho hasta que oyó los jadeos y las carcajadas de algunos de sus compañeros.
— Harry — bufó Hermione, algo ruborizada. — No lo digas así, que van a pensar lo que no es.
— ¡No lo decía en ese sentido! — exclamó Harry. — Quería decir…
Pero era demasiado tarde. Las risitas y los silbidos continuaron y Harry notó que Ron se había tensado un poco.
— Así que… ¿aprovechasteis el tiempo? — repitió lentamente, como asimilando las palabras de Harry.
— Sí, salvando a Buckbeak, escondiéndonos en el bosque y rescatando a Sirius — susurró Harry rápidamente. — A eso me refería.
— Ah, vale — dijo Ron aliviado.
Cuando las risitas cesaron, Marietta siguió leyendo.
—¿Qué..., cómo...? Hermione, ¿qué ha pasado?
—Hemos retrocedido en el tiempo —susurró Hermione, quitándole a Harry, a oscuras, la cadena del cuello—. Tres horas.
— ¿Cómo?
— ¡Genial!
— ¿Cómo lo hicisteis?
— ¿Eso se puede hacer?
— ¡Claro, con un giratiempo! No puedo creer que no se me ocurriera antes.
— ¡Qué fuerte!
Todo el mundo hablaba al mismo tiempo.
— ¡A eso me refería con lo de que aprovechamos el tiempo! — dijo Harry en voz alta. Supo que se le había escuchado en gran parte del comedor cuando una chica de segundo exclamó en voz alta: ¡Qué mal! ¡Con la buena pareja que hacían!
Marietta tuvo que esperar un par de minutos a que todo el mundo se relajara un poco antes de poder seguir leyendo.
Harry se palpó la pierna y se dio un fuerte pellizco. Le dolió mucho, lo que en principio descartaba la posibilidad de que estuviera soñando.
Hermione rodó los ojos al escuchar eso.
—Pero...
—¡Chist! ¡Escucha! ¡Alguien viene! ¡Creo que somos nosotros! —Hermione había pegado el oído a la puerta del armario—. Pasos por el vestíbulo... Sí, creo que somos nosotros yendo hacia la cabaña de Hagrid.
— ¿Vosotros? — dijo Neville. — ¿Cómo podíais ser vosotros si estabais escondidos?
— Al usar un giratiempo, no puedes cambiar lo que ya ha sucedido — le explicó Hermione. — Solo puedes volver al pasado para disponer de ese periodo de tiempo otra vez, pero todo lo que hiciste la primera vez se mantiene intacto.
Muchos se quedaron en silencio al escuchar la explicación de Hermione.
— Pero si se mantiene intacto, ¿cómo vais a salvar a Black? — preguntó Seamus.
— Llegando a él antes que los dementores y Fudge — explicó Harry.
—¿Quieres decir que estamos aquí en este armario y que también estamos ahí fuera?
—Sí —respondió Hermione, con el oído aún pegado a la puerta del armario—.Estoy segura de que somos nosotros. No parecen más de tres personas. Y... vamos despacio porque vamos ocultos por la capa invisible. —Dejó de hablar, pero siguió escuchando—. Acabamos de bajar la escalera principal...
— Debió ser muy raro escucharos a vosotros mismos — dijo Charlie.
— Y tanto — murmuró Harry.
Hermione se sentó en un cubo puesto boca abajo. Harry estaba impaciente y quería que Hermione le respondiera a algunas preguntas.
— A algunas no, a muchas — dijo Harry.
—¿De dónde has sacado ese reloj de arena?
—Se llama giratiempo —explicó Hermione—. Me lo dio la profesora McGonagall el día que volvimos de vacaciones. Lo he utilizado durante el curso para poder asistir a todas las clases. La profesora McGonagall me hizo jurar que no se lo contaría a nadie. Tuvo que escribir un montón de cartas al Ministerio de Magia para que me dejaran tener uno. Les dijo que era una estudiante modelo y que no lo utilizaría nunca para otro fin.
— Obviamente, se equivocaba — dijo Snape, ganándose varias miradas desagradables.
Le doy vuelta para volver a disponer de la hora de clase. Gracias a él he podido asistir a varias clases que tenían lugar al mismo tiempo, ¿te das cuenta? Pero, Harry, me temo que no entiendo qué es lo que quiere Dumbledore que hagamos. ¿Por qué nos ha dicho que retrocedamos tres horas? ¿En qué va a ayudar eso a Sirius?
— Yo tengo una pregunta mejor — dijo Fred. — ¿Cómo es posible que tuvieras un giratiempo durante todo el curso y solo lo usaras para ir a clase? ¿Dónde está tu lado aventurero?
— Hice una promesa — se defendió Hermione.
— Así que ese era el gran secreto — dijo Ernie. — A mí lo que me fascina es que Harry y Ron no se dieran cuenta en todo el año de que estabas viajando en el tiempo.
Ron dejó escapar un bufido.
— Le preguntamos mil veces y nunca respondió — dijo. — ¿Qué más podíamos hacer? Ni siquiera sabíamos que viajar en el tiempo era posible. No podíamos habernos imaginado lo que sucedía.
Hermione sonrió y Harry estaba seguro de que ella se sentía orgullosa de haberlos tenido engañados durante tanto tiempo.
Harry la miró en la oscuridad.
—Quizás ocurriera algo que podemos cambiar ahora —dijo pensativo—. ¿Qué puede ser? Hace tres horas nos dirigíamos a la cabaña de Hagrid...
—Ya estamos tres horas antes, nos dirigimos a la cabaña —explicó Hermione—. Acabamos de oírnos salir.
Harry frunció el entrecejo. Estaba estrujándose el cerebro.
Eso provocó risas. Harry casi se ofendió al escuchar a Malfoy soltar una risita despectiva.
—Dumbledore dijo simplemente... dijo simplemente que podíamos salvar más de una vida inocente... —Y entonces se le ocurrió—: ¡Hermione, vamos a salvar a Buckbeak!
— ¿Entonces Buckbeak sobrevivió? — preguntó Dennis.
— ¡Claro! Tiene sentido — exclamó Lee Jordan. —Por eso Hagrid no se ha pasado todo el libro llorando.
—Pero... ¿en qué ayudará eso a Sirius?
—Dumbledore nos dijo dónde está la ventana del despacho de Flitwick, donde tienen encerrado a Sirius con llave. Tenemos que volar con Buckbeak hasta la ventana y rescatar a Sirius. Sirius puede escapar montado en Buckbeak. ¡Pueden escapar juntos!
— Es un plan genial — dijo Ginny.
— Es un plan horrible — dijo la señora Weasley al mismo tiempo. — ¿Pensabais volar sobre Buckbeak a esa altura? ¿Lo hicisteis?
Les lanzó una mirada suplicante, pero Harry no pudo mentirle y, cuando asintió con la cabeza, la oyó gemir.
— Pero no nos pasó nada — le aseguró Harry. — No nos hicimos ni un rasguño.
Eso pareció tranquilizarla.
Hermione parecía aterrorizada.
—¡Si conseguimos hacerlo sin que nos vean será un milagro!
— Pues parece que el milagro sucedió — dijo Alicia Spinnet, sonriente.
—Bueno, tenemos que intentarlo, ¿no crees? —dijo Harry. Se levantó y pegó el oído a la puerta—. No parece que haya nadie. Vamos...
Harry empujó y abrió la puerta del armario. El vestíbulo estaba desierto. Tan en silencio y tan rápido como pudieron, salieron del armario y bajaron corriendo los escalones. Las sombras se alargaban. Las copas de los árboles del bosque prohibido volvían a brillar con un fulgor dorado.
— Qué descripción tan bonita — dijo Luna.
—¡Si alguien se asomara a la ventana..! —chilló Hermione, mirando hacia atrás, hacia el castillo.
—Huiremos —dijo Harry con determinación—. Nos internaremos en el bosque. Tendremos que ocultarnos detrás de un árbol o algo así, y estar atentos.
—¡De acuerdo, pero iremos por detrás de los invernaderos! —dijo Hermione, sin aliento—. ¡Tenemos que apartarnos de la puerta principal de la cabaña de Hagrid o de lo contrario nos veremos a nosotros mismos! Ya debemos de estar llegando a la cabaña.
— Se os da bastante bien improvisar — los felicitó Tonks.
Harry se sintió muy halagado.
Pensando todavía en las intenciones de Hermione, Harry echó a correr delante de ella. Atravesaron los huertos hasta los invernaderos, se detuvieron un momento detrás de éstos y reanudaron el camino a toda velocidad, rodeando el sauce boxeador y yendo a ocultarse en el bosque...
A salvo en la oscuridad de los árboles, Harry se dio la vuelta. Unos segundos más tarde, llegó Hermione jadeando.
—Bueno —dijo con voz entrecortada—, tenemos que ir a la cabaña sin que se note. Que no nos vean, Harry.
— Una pregunta — interrumpió Roger Davies. — ¿Por qué no podía veros nadie? ¿No habría sido más fácil ir a la cabaña y explicarle a vuestros yo del pasado lo que estaba sucediendo?
— Claro que no — fue McGonagall quien respondió. — Una de las reglas más importantes del giratiempo es que una persona no puede ver a su versión del futuro. Las consecuencias podrían ser fatales.
Davies pareció algo decepcionado al escucharlo.
Anduvieron en silencio entre los árboles, por la orilla del bosque. Al vislumbrar la fachada de la cabaña de Hagrid, oyeron que alguien llamaba a la puerta. Se escondieron tras un grueso roble y miraron por ambos lados. Hagrid apareció en la puerta tembloroso y pálido, mirando a todas partes para ver quién había llamado. Y Harry oyó su propia voz que decía:
—Somos nosotros. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar, nos la quitaremos.
—No deberíais haber venido —susurró Hagrid. Se hizo a un lado y cerró rápidamente la puerta.
—Esto es lo más raro en que me he metido en mi vida —dijo Harry con entusiasmo.
— ¿Con entusiasmo? — repitió la señora Weasley, arqueando una ceja.
Fred y George sonrieron, como si entendieran perfectamente lo que Harry había sentido.
— Yo diría que lo de la cámara secreta fue más raro aún — dijo Colin.
Un chico de Slytherin soltó un bufido y exclamó:
— No, lo más raro fue escapar de un perro de tres cabezas.
—Vamos a adelantarnos un poco —susurró Hermione—. ¡Tenemos que acercarnos más a Buckbeak!
Avanzaron sigilosamente hasta que vieron al nervioso hipogrifo atado a la valla que circundaba la plantación de calabazas de Hagrid.
—¿Ahora? —susurró Harry
—¡No! —dijo Hermione—. Si nos lo llevamos ahora, los hombres de la comisión creerán que Hagrid lo ha liberado. ¡Tenemos que esperar hasta que lo vean atado!
— Muy bien pensado — dijo Dumbledore alegremente. — No esperaba menos.
Hermione se ruborizó intensamente.
—Eso supone unos sesenta segundos —dijo Harry. Les empezaba a parecer irrealizable.
— ¿Te estás acobardando, Potter? — dijo Malfoy. Harry rodó los ojos.
— No.
En ese momento oyeron romperse una pieza de porcelana.
—Ya se le ha caído a Hagrid la jarra de leche —dijo Hermione—. Dentro de un momento encontraré a Scabbers.
Efectivamente, minutos después oyeron el chillido de sorpresa de Hermione.
—Hermione —dijo Harry de repente—, ¿y si entráramos en la cabaña y nos apoderásemos de Pettigrew?
— ¡Hazlo! — exclamó Jack Sloper.
— ¡Atrápalo!
— ¡Que no se escape!
McGonagall soltó un bufido que hizo que Harry recordara que su forma de animago era un gato.
— ¿Es que no habéis escuchado nada de lo que he explicado antes? — dijo. — Potter y Granger no pueden verse a sí mismos, o de lo contrario las consecuencias podrían ser catastróficas.
—¡No! —exclamó Hermione con temor—. ¿No lo entiendes? ¡Estamos rompiendo una de las leyes más importantes de la brujería! ¡Nadie puede cambiar lo ocurrido, nadie! Ya has oído a Dumbledore... Si nos ven...
—Sólo nos verían Hagrid y nosotros mismos.
McGonagall le lanzó a Harry una mirada severa, como si estuviera contradiciéndola.
—Harry, ¿qué crees que pasaría si te vieras a ti mismo entrando en la cabaña de Hagrid? —dijo Hermione.
—Creería... creería que me había vuelto loco —dijo Harry—. O que había magia oscura por medio.
— O que he visto a un fantasma — murmuró Harry.
—Exactamente. No lo comprenderías. Incluso puede que te atacaras a ti mismo. La profesora McGonagall me dijo que han sucedido cosas terribles cuando los brujos se han inmiscuido con el tiempo. ¡Muchos terminaron matando por error su propio yo, pasado o futuro!
Se oyeron jadeos.
— Eso es horrible — dijo Oliver Wood con una mueca.
—Vale —dijo Harry—, sólo era una idea. Yo pensaba nada más que...
Pero Hermione le dio un codazo y señaló hacia el castillo. Harry movió la cabeza unos centímetros para tener una visión más clara de la puerta central. Dumbledore, Fudge, el anciano de la comisión y Macnair, el verdugo, bajaban los escalones.
—¡Estamos a punto de salir! —dijo Hermione en voz baja.
Harry notó que varias personas se inclinaban en sus asientos, ansiosas.
Efectivamente, un momento después se abrió la puerta trasera de la cabaña de Hagrid y Harry se vio a sí mismo con Ron y con Hermione saliendo por ella con Hagrid. Sin duda era la situación más rara en que se había visto, permanecer detrás del árbol y verse a sí mismo en el huerto de las calabazas.
— Sigo pensando que lo del perro de tres cabezas fue más raro — dijo el chico de Slytherin.
—No temas, Buckbeak —dijo Hagrid—. No temas. —Se volvió hacia los tres amigos—. Venga, marchaos.
—Hagrid, no podemos... Les diremos lo que de verdad sucedió.
—No pueden matarlo...
—¡Marchaos! Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además os metierais en un lío.
— Ya hemos leído esto antes — se quejó Nott.
— Te aguantas y lo lees otra vez — replicó un Slytherin de sexto. Nott le lanzó una mirada fulminante.
Harry vio a Hermione echando la capa invisible sobre los tres en el huerto de calabazas.
—Marchaos, rápido. No escuchéis.
Hagrid tenía pinta de haberse puesto nervioso de nuevo, a pesar de que sabía que Buckbeak había sobrevivido.
Llamaron a la puerta principal de la cabaña de Hagrid. El grupo de la ejecución había llegado. Hagrid dio media vuelta y se metió en la cabaña, dejando entreabierta la puerta de atrás. Harry vio que la hierba se aplastaba a trechos alrededor de la cabaña y oyó alejarse tres pares de pies. Él, Ron y Hermione se habían marchado, pero el Harry y la Hermione que se ocultaban entre los árboles podían ahora escuchar por la puerta trasera lo que sucedía dentro de la cabaña.
—¿Dónde está la bestia? —preguntó la voz fría de Macnair.
—Fu... fuera contestó Hagrid.
— La bestia — repitió Lupin con desagrado. — Nunca me ha caído bien Macnair.
Harry escondió la cabeza cuando Macnair apareció en la ventana de Hagrid para mirar a Buckbeak. Luego oyó a Fudge.
—Tenemos que leer la sentencia, Hagrid. Lo haré rápido. Y luego tú y Macnair tendréis que firmar. Macnair, tú también debes escuchar. Es el procedimiento.
El rostro de Macnair desapareció de la ventana. Tendría que ser en ese momento o nunca.
—Espera aquí —susurró Harry a Hermione—. Yo lo haré.
— ¡Vamos, Harry! — exclamó alguien al fondo del comedor. Harry miró y vio que un grupo de Hufflepuffs estaban al borde de sus asientos, como si estuvieran viendo una película especialmente interesante.
Mientras Fudge volvía a hablar, Harry salió disparado de detrás del árbol, saltó la valla del huerto de calabazas y se acercó a Buckbeak.
—«La Comisión para las Criaturas Peligrosas ha decidido que el hipogrifo Buckbeak, en adelante el condenado, sea ejecutado el día seis de junio a la puesta del sol...»
Hagrid gimió al escuchar eso y ocultó la cara tras su enorme mano. Varias personas lo miraron con pena.
Guardándose de parpadear, Harry volvió a mirar fijamente los feroces ojos naranja de Buckbeak e inclinó la cabeza. Buckbeak dobló las escamosas rodillas y volvió a enderezarse. Harry soltó la cuerda que ataba a Buckbeak a la valla.
—«... sentenciado a muerte por decapitación, que será llevada a cabo por el verdugo nombrado por la Comisión, Walden Macnair...»
—Vamos, Buckbeak —murmuró Harry—, ven, vamos a salvarte. Sin hacer ruido, sin hacer ruido...
— Al final, la primera clase de cuidado de criaturas mágicas sí que fue útil — comentó Dean en voz alta. A Umbridge no pareció que le hiciera mucha gracia.
—«... por los abajo firmantes.» Firma aquí, Hagrid.
Harry tiró de la cuerda con todas sus fuerzas, pero Buckbeak había clavado en el suelo las patas delanteras.
Se oyeron varios "¡Noo!" y "¡Muévete!".
—Bueno, acabemos ya —dijo la voz atiplada del anciano de la Comisión en el interior de la cabaña de Hagrid—. Hagrid, tal vez fuera mejor que te quedaras aquí dentro.
—No, quiero estar con él... No quiero que esté solo.
— Qué bonito — comentó Luna.
Se oyeron pasos dentro de la cabaña.
—Muévete, Buckbeak —susurró Harry
Harry tiró de la cuerda con más fuerza. El hipogrifo echó a andar agitando un poco las alas con talante irritado. Aún se hallaban a tres metros del bosque y se les podía ver perfectamente desde la puerta trasera de la cabaña de Hagrid.
—Un momento, Macnair, por favor —dijo la voz de Dumbledore—. Usted también tiene que firmar. —Los pasos se detuvieron. Buckbeak dio un picotazo al aire y anduvo algo más aprisa.
Fudge miró de reojo a Dumbledore.
— Eso lo hizo a propósito — lo acusó. — ¿Verdad?
— Claro que no — dijo Dumbledore. — Yo no podía saber que Harry y Hermione habían viajado en el tiempo y se encontraban allí. Simplemente fue una bonita casualidad.
Pero Fudge no parecía muy seguro y, a decir verdad, Harry tampoco lo estaba.
La cara pálida de Hermione asomaba por detrás de un árbol.
—¡Harry, date prisa! —dijo.
Harry aún oía la voz de Dumbledore en la cabaña. Dio otro tirón a la cuerda. Buckbeak se puso a trotar a regañadientes. Llegaron a los árboles...
—¡Rápido, rápido! —gritó Hermione, saliendo como una flecha de detrás del árbol, asiendo también la cuerda y tirando con Harry para que Buckbeak avanzara más aprisa. Harry miró por encima del hombro. Ya estaban fuera del alcance de las miradas. Desde allí no veían el huerto de Hagrid.
Se oyeron suspiros de alivio y un par de personas aplaudieron, aunque Harry no supo quiénes fueron.
—¡Para! —le dijo a Hermione—. Podrían oírnos.
La puerta trasera de la cabaña de Hagrid se había abierto de golpe. Harry Hermione y Buckbeak se quedaron inmóviles. Incluso el hipogrifo parecía escuchar con atención.
— Probablemente lo hacía — dijo Hagrid con orgullo. — Los hipogrifos son muy inteligentes.
Silencio. Luego...
—¿Dónde está? —dijo la voz atiplada del anciano de la comisión—. ¿Dónde está la bestia?
—¡Estaba atada aquí! —dijo con furia el verdugo—. Yo la vi. ¡Exactamente aquí!
—¡Qué extraordinario! —dijo Dumbledore. Había en su voz un dejo de desenfado.
Eso hizo que Fudge volviera a mirar a Dumbledore, cuya expresión trataba de demostrar inocencia y neutralidad. Sin embargo, Harry estaba tan seguro como Fudge de que Dumbledore había sabido perfectamente qué acababa de pasar con el hipogrifo.
—¡Buckbeak! —exclamó Hagrid con voz ronca.
Se oyó un sonido silbante y a continuación el golpe de un hacha. El verdugo, furioso, la había lanzado contra la valla. Luego se oyó el aullido y en esta ocasión pudieron oír también las palabras de Hagrid entre sollozos:
—¡Se ha ido!, ¡se ha ido! Alabado sea, ¡ha escapado! Debe de haberse soltado solo. Buckbeak, qué listo eres.
— Gracias de nuevo — dijo Hagrid con la voz algo ronca. Harry y Hermione le sonrieron.
— Así que por eso escuchasteis el hacha — exclamó Angelina. — ¡Lo que cortó fue la valla!
Muchos alumnos parecieron asombrados ante ese detalle.
Buckbeak empezó a tirar de la cuerda, deseoso de volver con Hagrid. Harry y Hermione la sujetaron con más fuerza, hundiendo los talones en tierra.
—¡Lo han soltado! —gruñía el verdugo—. Deberíamos rastrear los terrenos y el bosque.
—Macnair, si alguien ha cogido realmente a Buckbeak, ¿crees que se lo habrá llevado a pie? —le preguntó Dumbledore, que seguía hablando con desenfado—. Rastrea el cielo, si quieres... Hagrid, no me iría mal un té. O una buena copa de brandy.
— Estoy seguro — bufó Fudge. — Definitivamente estoy seguro. Usted sabía dónde estaba ese hipogrifo.
Dumbledore no respondió. Se limitó a sonreír enigmáticamente y a hacerle a Marietta una señal para que continuara con la lectura.
—Por... por supuesto, profesor —dijo Hagrid, al que la alegría parecía haber dejado flojo—. Entre, entre...
Harry y Hermione escuchaban con atención: oyeron pasos, la leve maldición del verdugo, el golpe de la puerta y de nuevo el silencio.
—¿Y ahora qué? —susurró Harry, mirando a su alrededor.
— Ahora celebráis que habéis salvado una vida inocente — dijo George.
— Aún teníamos que salvar otra — le recordó Hermione.
—Tendremos que quedarnos aquí escondidos —dijo Hermione con miedo—. Tenemos que esperar a que vuelvan al castillo. Luego aguardaremos a que pase el peligro y nos acercaremos a la ventana de Sirius volando con Buckbeak. No volverá por allí hasta dentro de dos horas... Esto va a resultar difícil...
Miró por encima del hombro, a la espesura del bosque. El sol se ponía en aquel momento.
— Es fascinante leer cómo llegasteis hasta mi ventana — susurró Sirius. — Supongo que salvarme a mí fue incluso más difícil que salvar a Buckbeak…
— Ni te lo imaginas — susurró Harry de vuelta.
—Habrá que moverse —dijo Harry, pensando—. Tenemos que ir donde podamos ver el sauce boxeador o no nos enteraremos de lo que ocurre.
—De acuerdo —dijo Hermione, sujetando la cuerda de Buckbeak aún más firme —. Pero hemos de seguir ocultos, Harry, recuérdalo.
Harry rodó los ojos. Sin embargo, recordó entonces que él no se había mantenido oculto del todo y se alegró de que Hermione no hubiera visto ese gesto.
Se movieron por el borde del bosque, mientras caía la noche, hasta ocultarse tras un grupo de árboles entre los cuales podían distinguir el sauce.
—¡Ahí está Ron! —dijo Harry de repente.
Una figura oscura corría por el césped y el aire silencioso de la noche les transmitió el eco de su grito.
—Aléjate de él..., aléjate... Scabbers, ven aquí...
— Ya echaba de menos a Ron — admitió una chica de tercero. — No ha salido en todo el capítulo.
— Se mencionó que estaba en la cama de la enfermería — dijo un chico, también de tercero. — Se perdió toda la aventura a través del tiempo.
Ron hizo una mueca al escuchar eso.
Y entonces vieron a otras dos figuras que salían de la nada. Harry se vio a sí mismo y a Hermione siguiendo a Ron. Luego vio a Ron lanzándose en picado.
—¡Te he atrapado! Vete, gato asqueroso.
— Pobre Crookshanks — dijo Romilda Vane. — Al final no era tan malo.
Hermione pareció muy contenta de pronto.
—¡Ahí está Sirius! —dijo Harry. El perrazo había surgido de las raíces del sauce. Lo vieron derribar a Harry y sujetar a Ron—. Desde aquí parece incluso más horrible, ¿verdad? —añadió mientras el perro arrastraba a Ron hasta meterlo entre las raíces—. ¡Eh, mira! El árbol acaba de pegarme. Y también a ti. ¡Qué situación más rara!
— Entonces, mientras el árbol os pegaba una paliza, ¿vosotros lo observabais sin hacer nada? — dijo Anthony Goldstein. — Pues vaya.
— No podíamos hacer nada — replicó Hermione.
El sauce boxeador crujía y largaba puñetazos con sus ramas más bajas. Podían verse a sí mismos corriendo de un lado para otro en su intento de alcanzar el tronco. Y de repente el árbol se quedó quieto.
—Crookshanks ya ha apretado el nudo —explicó Hermione.
—Allá vamos... —murmuró Harry—. Ya hemos entrado.
En cuanto desaparecieron, el árbol volvió a agitarse. Unos segundos después, oyeron pasos cercanos. Dumbledore, Macnair, Fudge y el anciano de la Comisión se dirigían al castillo.
Se escucharon jadeos.
— ¡Por qué poco! — exclamó Terry Boot.
—¡En cuanto bajamos por el pasadizo! —dijo Hermione—. ¡Ojalá Dumbledore hubiera venido con nosotros...!
—Macnair y Fudge habrían venido también —dijo Harry con tristeza—. Te apuesto lo que quieras a que Fudge habría ordenado a Macnair que matara a Sirius allí mismo.
Fudge no lo negó y Sirius hizo una mueca.
Vieron a los cuatro hombres subir por la escalera de entrada del castillo y perderse de vista. Durante unos minutos el lugar quedó vacío. Luego...
—¡Aquí viene Lupin! —dijo Harry al ver a otra persona que bajaba la escalera y se dirigía corriendo hacia el sauce. Harry miró al cielo. Las nubes ocultaban la luna.
— ¿Iba corriendo? Qué mono — dijo una Ravenclaw de sexto.
— Claro, tenía que reencontrarse con su… mejor amigo de la adolescencia — le contestó una amiga suya, que estaba sentada justo frente a ella. Ambas chicas se deshicieron en risitas y Harry, algo confuso, vio que Lupin alzaba una ceja en una expresión de incredulidad.
Dos segundos después, Sirius soltó una risotada. Como ninguno dijo nada, Marietta siguió leyendo.
Vieron que Lupin cogía del suelo una rama rota y apretaba con ella el nudo del tronco. El árbol dejó de dar golpes y también Lupin desapareció por el hueco que había entre las raíces.
—¡Ojalá hubiera cogido la capa! —dijo Harry—. Está ahí... —Se volvió a Hermione—. Si saliera ahora corriendo y me la llevara, no la podría coger Snape.
—¡Harry, no nos deben ver!
— Pues precisamente por eso, coger la capa de invisibilidad os sería muy útil — dijo Charlie.
Hermione parecía exasperada.
—¿Cómo puedes soportarlo? —le preguntó a Hermione con irritación—. ¿Estar aquí y ver lo que sucede sin hacer nada? —Dudó—. ¡Voy a coger la capa!
—¡Harry, no!
Hermione sujetó a Harry a tiempo por la parte trasera de la túnica. En ese momento oyeron cantar a alguien. Era Hagrid, que se dirigía hacia el castillo, cantando a voz en grito y oscilando ligeramente al caminar. Llevaba una botella grande en la mano.
— Uf, casi — dijo Fred.
— Por qué poco — añadió George.
—¿Lo ves? —susurró Hermione—. ¿Ves lo que habría ocurrido? ¡Tenemos que estar donde nadie nos pueda ver! ¡No, Buckbeak!
El hipogrifo hacia intentos desesperados por ir hacia Hagrid. Harry aferró también la cuerda para sujetar a Buckbeak. Observaron a Hagrid, que iba haciendo eses hacia el castillo. Desapareció. Buckbeak cejó en sus intentos de escapar. Abatió la cabeza con tristeza.
Hagrid se sonó la nariz con fuerza. Umbridge puso cara de asco al oírlo.
Apenas dos minutos después las puertas del castillo volvieron a abrirse y Snape apareció corriendo hacia el sauce, en pos de ellos.
Harry cerró fuertemente los puños al ver que Snape se detenía cerca del árbol, mirando a su alrededor. Cogió la capa y la sostuvo en alto.
—Aparta de ella tus asquerosas manos —murmuró Harry entre dientes.
Harry tragó saliva. Con más valentía de la que sentía, levantó la mirada para dirigirla a Snape, cuya cara realmente daba miedo.
— Añadiremos un castigo más a la lista, Potter. Por faltarle el respeto a un profesor — dijo Snape con suavidad. Cuando su voz sonaba tan calmada, era cuando más peligroso podía ser.
Sabiendo eso, Harry asintió y mantuvo la boca cerrada.
—¡Chist!
Snape cogió la rama que había usado Lupin para inmovilizar el árbol, apretó el nudo con ella y, cubriéndose con la capa, se perdió de vista.
— Hay que admitir que Snape fue valiente al regresar al lugar en el que casi lo matan siendo un adolescente — dijo Tonks en voz baja. Sirius bufó al escucharla.
—Ya está —dijo Hermione en voz baja—. Ahora ya estamos todos dentro. Y ahora sólo tenemos que esperar a que volvamos a salir...
Cogió el extremo de la cuerda de Buckbeak y lo amarró firmemente al árbol más cercano. Luego se sentó en el suelo seco, rodeándose las rodillas con los brazos.
—Harry, hay algo que no comprendo... ¿Por qué no atraparon a Sirius los dementores? Recuerdo que se aproximaban a él antes de que yo me desmayara.
Harry se sentó también. Explicó lo que había visto. Cómo, en el momento en que el dementor más cercano acercaba la boca a Sirius, algo grande y plateado llegó galopando por el lago y ahuyentó a los dementores.
— Sigo sin entender eso — declaró un chico de primero.
Como nadie lo comprendía, no recibió respuesta.
Cuando terminó Harry de explicarlo, Hermione tenía la boca abierta.
—Pero ¿qué era?
—Sólo hay una cosa que puede hacer retroceder a los dementores —dijo Harry—. Un verdadero patronus, un patronus poderoso.
— Y tan poderoso — dijo Kingsley. — Para poder ahuyentar a tantos dementores, debió invocarlo un mago muy capaz.
Harry sintió sus mejillas arder y deseó que nadie se diera cuenta.
—Pero ¿quién lo hizo aparecer?
Harry no dijo nada. Volvió a pensar en la persona que había visto en la otra orilla del lago. Imaginaba quién podía ser... Pero ¿cómo era posible?
Muchos miraron a Harry con curiosidad, pero él se quedó callado.
—¿No viste qué aspecto tenía? —preguntó Hermione con impaciencia—. ¿Era uno de los profesores?
—No.
—Pero tuvo que ser un brujo muy poderoso para alejar a todos los dementores... Si el patronus brillaba tanto, ¿no lo iluminó? ¿No pudiste ver...?
—Sí que lo vi —dijo Harry pensativo—. Aunque tal vez lo imaginase. No pensaba con claridad. Me desmayé inmediatamente después...
— ¿Pero vas a decir ya qué es lo que viste? — se quejó Zacharias Smith.
—¿Quién te pareció que era?
—Me pareció —Harry tragó saliva, consciente de lo raro que iba a sonar aquello —, me pareció mi padre.
Se escucharon gritos ahogados y jadeos, seguidos de un silencio sepulcral. Tras unos segundos, fue la profesora Sprout quien habló primero:
— No es posible — dijo, con los ojos como platos.
— Oh, Harry — dijo McGonagall. Viendo su expresión, Harry estaba seguro de que sabía perfectamente qué era lo que Harry había visto en realidad.
Muchos parecían estar de acuerdo con Sprout. Sin embargo, para Harry fue muy fácil distinguir a aquellos que, al igual que McGonagall, habían comprendido a quién había visto Harry realmente. Esos últimos eran los que lo miraban con pena y, en algunos casos, con admiración.
Miró a Hermione y vio que estaba con la boca abierta. La muchacha lo miraba con una mezcla de inquietud y pena.
—Harry, tu padre está..., bueno..., está muerto —dijo en voz baja.
—Lo sé —dijo Harry rápidamente.
— No hacía falta que se lo recordaras — resopló Romilda Vane. Hermione la miró muy mal.
—¿Crees que era su fantasma?
—No lo sé. No... Parecía sólido.
—Pero entonces...
—Quizá tuviera alucinaciones —dijo Harry—. Pero a juzgar por lo que vi, se parecía a él. Tengo fotos suyas... —Hermione seguía mirándolo como preocupada por su salud mental—. Sé que parece una locura —añadió Harry con determinación.
— No es que pensara que estabas loco — dijo Hermione apresuradamente. — Solo es que me parecía imposible…
— Lo sé — dijo Harry.
Se volvió para echar un vistazo a Buckbeak, que metía el pico en la tierra, buscando lombrices. Pero no miraba realmente al hipogrifo. Pensaba en su padre y en sus tres amigos de toda la vida. Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta... ¿No habrían estado aquella noche los cuatro en los terrenos del castillo? Colagusano había vuelto a aparecer aquella noche, cuando todo el mundo pensaba que estaba muerto. ¿Era imposible que su padre hubiera hecho lo mismo? ¿Había visto visiones en el lago? La figura había estado demasiado lejos para distinguirla bien, y sin embargo, antes de perder el sentido, había estado seguro de lo que veía.
Muchos parecieron apenados al escuchar eso. Harry se atrevió a mirar de reojo a Sirius y Lupin y vio que ambos estaban serios, con un deje de tristeza en sus rostros que hizo sentir mal a Harry.
La idea de que los cuatro merodeadores hubieran estado juntos aquella noche, después de tantos años, era demasiado bonita. Harry recordaba bien lo que había sentido al darse cuenta de que no había sido así.
Las hojas de los árboles susurraban movidas por la brisa. La luna aparecía y desaparecía tras las nubes. Hermione se sentó de cara al sauce, esperando. Y entonces, después de una hora...
— ¿Esperasteis una hora en silencio? — preguntó Parvati, incrédula.
— Hablábamos de vez en cuando — dijo Harry, aunque no recordaba si había sido así o no.
—¡Ya salen! —exclamó Hermione. Se pusieron en pie. Buckbeak levantó la cabeza. Vieron a Lupin, Ron y Pettigrew saliendo con dificultad del agujero de las raíces. Luego salió Hermione. Luego Snape, inconsciente, flotando. A continuación iban Harry y Black. Todos echaron a andar hacia el castillo. El corazón de Harry comenzaba a latir muy fuerte. Levantó la vista al cielo. De un momento a otro pasaría la nube y la luna quedaría al descubierto...
—Harry —musitó Hermione, como si adivinara lo que pensaba él—, tenemos que quedarnos aquí. No nos deben ver. No podemos hacer nada.
—¿Y vamos a consentir que Pettigrew vuelva a escaparse? —dijo Harry en voz baja.
— Os conocéis demasiado bien — dijo Katie. — Me encanta que Hermione supiera exactamente lo que Harry estaba pensando.
— Tampoco es que fuera muy difícil adivinarlo — dijo Oliver.
—¿Y cómo esperas encontrar una rata en la oscuridad? —le atajó Hermione—. No podemos hacer nada. Si hemos regresado es sólo para ayudar a Sirius. ¡No debes hacer nada más!
—Está bien.
— Pues no estoy de acuerdo — interrumpió Cormac McLaggen. — Debisteis hacer algo.
— Tú sí que debes hacer algo: cerrar la boca — dijo George.
McLaggen parecía dispuesto a empezar otra pelea, pero McGonagall le lanzó una mirada severa. Marietta siguió leyendo.
La luna salió de detrás de la nube. Vieron las pequeñas siluetas detenerse en medio del césped. Luego las vieron moverse.
—¡Mira a Lupin! —susurró Hermione—. Se está transformando.
—¡Hermione! —dijo Harry de repente—. ¡Tenemos que hacer algo!
— Que no se puede — dijo un chico de cuarto, exasperado.
—No podemos. Te lo estoy diciendo todo el tiempo.
—¡No hablo de intervenir! ¡Es que Lupin se va a adentrar en el bosque y vendrá hacia aquí!
— Oh — exclamó el mismo chico de cuarto.
Como él, a muchos les pilló desprevenidos ese detalle.
— Ya me extrañaba a mí que las cosas fueran tan fáciles — dijo Percy con una mueca.
Hermione ahogó un grito.
—¡Rápido! —gimió, apresurándose a desatar a Buckbeak—. ¡Rápido! ¿Dónde vamos? ¿Dónde nos ocultamos? ¡Los dementores llegarán de un momento a otro!
—¡Volvamos a la cabaña de Hagrid! —dijo Harry—. Ahora está vacía. ¡Vamos!
— Buena idea — dijo el señor Weasley. A su lado, la señora Weasley se había puesto algo pálida y sujetaba la mano de su marido con fuerza.
Corrieron todo lo aprisa que pudieron. Buckbeak iba detrás de ellos a medio galope. Oyeron aullar al hombre lobo a sus espaldas.
Vieron la cabaña. Harry derrapó al llegar a la puerta. La abrió de un tirón y dejó pasar a Hermione y a Buckbeak, que entraron como un rayo.
— ¿Dejaste pasar al hipogrifo antes de entrar tú? Estás loco — dijo Malfoy.
Harry no supo qué responder, así que optó por rodar los ojos e ignorarlo.
Harry entró detrás de ellos y echó el cerrojo. Fang, el perro jabalinero, ladró muy fuerte.
—¡Silencio, Fang, somos nosotros! —dijo Hermione, avanzando rápidamente hacia él y acariciándole las orejas para que callara—. ¡Nos hemos salvado por poco! —dijo a Harry.
—Sí...
Harry miró por la ventana. Desde allí era mucho más difícil ver lo que ocurría. Buckbeak parecía muy contento de volver a casa de Hagrid. Se echó delante del fuego, plegó las alas con satisfacción y se dispuso a echar un buen sueñecito.
Hagrid sonrió al escuchar eso, y no fue el único. Parecía que mucha gente le había cogido cariño a Buckbeak.
—Será mejor que salga —dijo Harry pensativo—. Desde aquí no veo lo que ocurre. No sabremos cuándo llega el momento. —Hermione levantó los ojos para mirarlo. Tenía expresión de recelo—. No voy a intervenir —añadió Harry de inmediato—. Pero si no vemos lo que ocurre, ¿cómo sabremos cuál es el momento de rescatar a Sirius?
—Bueno, de acuerdo. Aguardaré aquí con Buckbeak... Pero ten cuidado, Harry. Ahí fuera hay un licántropo y multitud de dementores.
— ¿De verdad lo vas a dejar ir solo? — exclamó Angelina. — ¡Seguro que la lía!
— ¡Eh! — se quejó Harry.
Harry salió y bordeó la cabaña. Oyó gritos distantes. Aquello quería decir que los dementores se acercaban a Sirius... El otro Harry y la otra Hermione irían hacia él en cualquier momento...
Miró hacia el lago, con el corazón redoblando como un tambor. Quienquiera que hubiese enviado al patronus, haría aparición enseguida.
Los que no habían deducido quién había sido el del patronus parecieron muy emocionados. Los que sí lo habían comprendido se debatían entre mirar a Harry con pena o con suma admiración. Ambas cosas incomodaban a Harry.
Durante una fracción de segundo se quedó ante la puerta de la cabaña de Hagrid sin saber qué hacer. «No deben verte.» Pero no quería que lo vieran, quería ver él. Tenía que enterarse...
Ya estaban allí los dementores. Surgían de la oscuridad, llegaban de todas partes. Se deslizaban por las orillas del lago. Se alejaban de Harry hacia la orilla opuesta... No tendría que acercarse a ellos.
— Es tu oportunidad — oyó murmurar a Neville.
Echó a correr. No pensaba más que en su padre... Si era él, si era él realmente, tenía que saberlo, tenía que averiguarlo.
— ¿Y si no lo era? — dijo Hannah Abbott. — La decepción debió ser enorme…
Harry asintió e ignoró las miradas de pena que volvieron a caer sobre él.
Cada vez estaba más cerca del lago, pero no se veía a nadie. En la orilla opuesta veía leves destellos de plata: eran sus propios intentos de conseguir un patronus.
Había un arbusto en la misma orilla del agua. Harry se agachó detrás de él y miró por entre las hojas. En la otra orilla los destellos de plata se extinguieron de repente. Sintió emoción y terror: faltaba muy poco.
—¡Vamos! —murmuró, mirando a su alrededor—. ¿Dónde estás? Vamos, papá.
Se oyeron gemidos y varias personas parecieron conmovidas, a juzgar por sus expresiones. La señora Weasley se limpió una lágrima con la manga de la túnica.
— Espero que de verdad tu padre estuviera ahí, Harry — dijo Angelina con voz queda. — Porque la idea de que lo llamaras así y no apareciera...
Harry no dijo nada. De reojo, vio que Sirius y Lupin intercambiaban miradas sombrías.
Pero nadie acudió. Harry levantó la cabeza para mirar el círculo de los dementores del otro lado del lago. Uno de ellos se bajaba la capucha. Era el momento de que apareciera el salvador. Pero no veía a nadie.
Y entonces lo comprendió. No había visto a su padre, se había visto a sí mismo.
El comedor se llenó de gritos ahogados y exclamaciones.
— ¡No!
— ¡Qué pena!
— ¿No se supone que te vuelves loco si te ves a ti mismo?
— Pobre Harry.
Harry ignoró a todo el mundo.
Harry salió de detrás del arbusto y sacó la varita.
—¡EXPECTO PATRONUM! —exclamó.
Y de la punta de su varita surgió, no una nube informe, sino un animal plateado, deslumbrante y cegador. Frunció el entrecejo tratando de distinguir lo que era. Parecía un caballo. Galopaba en silencio, alejándose de él por la superficie negra del lago. Lo vio bajar la cabeza y cargar contra los dementores... En ese momento galopaba en torno a las formas negras que estaban tendidas en el suelo, y los dementores retrocedían, se dispersaban y huían en la oscuridad. Y se fueron.
Muchos escuchaban con la boca abierta.
— Sabía que podías hacer un patronus — dijo Justin, asombrado. — Pero no me esperaba que pudieras ahuyentar a tantos dementores a la vez.
— Harry es muy poderoso — dijo Sirius con orgullo.
Harry habría disfrutado más de ver la amargura en la cara de Umbridge si no fuera porque aquel momento había resultado tan agridulce. Saber que había sido capaz de realizar un hechizo tan poderoso le agradaba mucho, pero habría sido mil veces mejor si su padre hubiera aparecido realmente en el bosque.
El patronus dio media vuelta. Volvía hacia Harry a medio galope, cruzando la calma superficie del agua. No era un caballo. Tampoco un unicornio. Era un ciervo. Brillaba tanto como la luna... Regresaba hacia él.
Lupin tenía un deje nostálgico en su expresión. Sirius, por otro lado, sonreía con ganas.
Se detuvo en la orilla. Sus pezuñas no dejaban huellas en la orilla. Miraba a Harry con sus ojos grandes y plateados. Lentamente reclinó la cornamenta. Y Harry comprendió:
—Cornamenta —susurró.
Oyó a alguien sollozar y no quiso ni saber quién había sido. Mantuvo la mirada fija en el libro, tratando de mantener una expresión neutral e ignorar a todas y cada una de las personas que lo miraban con tristeza.
Pero se desvaneció cuando alargó hacia él las temblorosas yemas de sus dedos.
— Eso es muy triste — dijo Parvati, apenada. — Primero, esperas a que tu padre te salve pero acabas teniendo que salvarte a ti mismo. Y después, su imagen desaparece frente a ti antes de que puedas tocarla.
— Creo que la lección está clara — dijo un chico de séptimo. — Es una metáfora perfecta, ¿no creéis? Es lo que llevamos leyendo desde el principio. Potter no tiene a nadie que cuide de él, así que siempre tiene que salvarse a sí mismo.
Harry hizo una mueca. No le gustaba nada que la gente analizara ese tipo de cosas personales. Por suerte, Marietta siguió leyendo y él pudo evitar contestar.
Harry se quedó así, con la mano extendida. Luego, con un vuelco del corazón, oyó tras él un ruido de cascos. Se dio la vuelta y vio a Hermione, que se acercaba a toda prisa, tirando de Buckbeak.
—¿Qué has hecho? —dijo enfadada—. Dijiste que no intervendrías.
— Habrías muerto si no lo hubiera hecho — dijo Lavender.
— Ahora ya lo sé — bufó Hermione.
—Sólo he salvado nuestra vida... Ven aquí, detrás de este arbusto: te lo explicaré.
Hermione escuchó con la boca abierta el relato de lo ocurrido.
—¿Te ha visto alguien?
—Sí. ¿No me has oído? ¡Me vi a mí mismo, pero creí que era mi padre!
— Como podéis ver — dijo McGonagall, que tuvo que aclararse la garganta antes de seguir hablando. Parecía que la escena anterior le había afectado más de lo que aparentaba. — Las consecuencias de verte a ti mismo durante un viaje en el tiempo pueden ser inmensas. Potter solo se vio durante un momento y de lejos, pero fue suficiente como para plantar una idea disparatada en su cabeza y afectar a sus decisiones y acciones.
Todos escuchaban con atención. Y entonces Seamus jadeó.
— Profesora — dijo rápidamente. — ¿Cree que la gente que ha traído los libros del futuro no muestra sus caras por ese motivo? Porque si es así, significaría que, quienes sean, están aquí ahora mismo.
El comedor se llenó de murmullos emocionados. McGonagall frunció el ceño y miró a Dumbledore, quien respondió:
— El caso de los libros y las personas que los han traído es mucho más complejo que el del giratiempo.
— ¿Entonces no han usado un giratiempo para venir? — preguntó una chica de primero. Dumbledore le sonrió amablemente.
— Me temo que no.
Eso desató una oleada de comentarios que tardaron varios minutos en acallarse. Finalmente, Marietta pudo seguir leyendo, si bien parecía algo molesta.
—No puedo creerlo... ¡Hiciste aparecer un patronus capaz de ahuyentar a todos los dementores! ¡Eso es magia avanzadísima!
—Sabía que lo podía hacer —dijo Harry—, porque ya lo había hecho... ¿No es absurdo?
— Es un poco raro — dijo Fred.
—No lo sé... ¡Harry, mira a Snape!
Observaron la otra orilla desde ambos lados del arbusto. Snape había recuperado el conocimiento. Estaba haciendo aparecer por arte de magia unas camillas y subía a ellas los cuerpos inconscientes de Harry, Hermione y Black. Una cuarta camilla, que sin duda llevaba a Ron, flotaba ya a su lado. Luego, apuntándolos con la varita, los llevó hacia el castillo.
— Me sorprende que no aprovechara la oportunidad para pegarle un par de golpes a Sirius — murmuró Ron.
— Será que tenía muchas ganas de llegar al castillo y entregarlo a los dementores — replicó Harry en un susurro.
—Bueno, ya es casi el momento —dijo Hermione, nerviosa, mirando el reloj—. Disponemos de unos 45 minutos antes de que Dumbledore cierre con llave la puerta de la enfermería. Tenemos que rescatar a Sirius y volver a la enfermería antes de que nadie note nuestra ausencia.
— No parece difícil — dijo Seamus.
— Pues lo fue — replicó Hermione estremeciéndose. Recordando lo poco que le había gustado volar sobre Buckbeak, Harry no pudo evitar sonreír.
Aguardaron. Veían reflejarse en el lago el movimiento de las nubes. La brisa susurraba entre las hojas del arbusto que tenían al lado. Aburrido, Buckbeak había vuelto a buscar lombrices en la tierra.
—¿Crees que ya estará allí arriba? —preguntó Harry, consultando la hora. Levantó la mirada hacia el castillo y empezó a contar las ventanas de la derecha de la torre oeste.
—¡Mira! —susurró Hermione—. ¿Quién es? ¡Alguien vuelve a salir del castillo!
Harry miró en la oscuridad. El hombre se apresuraba por los terrenos del colegio hacia una de las entradas. Algo brillaba en su cinturón.
—¡Macnair! —dijo Harry—. ¡El verdugo! ¡Va a buscar a los dementores!
— ¡Eso es que ya es el momento! — exclamó Colin.
Como él, varias personas parecían emocionadas .
Hermione puso las manos en el lomo de Buckbeak y Harry la ayudó a montar.
— Eres todo un caballero, Harry — dijo Romilda Vane con una risita tonta.
Harry la ignoró totalmente.
Luego apoyó el pie en una rama baja del arbusto y montó delante de ella. Pasó la cuerda por el cuello de Buckbeak y la ató también al otro lado, como unas riendas.
—¿Preparada? —susurró a Hermione—. Será mejor que te sujetes a mí.
Se volvieron a escuchar silbidos y alguna que otra risita. Ron soltó un gruñido.
Espoleó a Buckbeak con los talones.
Buckbeak emprendió el vuelo hacia el oscuro cielo. Harry le presionó los costados con las rodillas y notó que levantaba las alas. Hermione se sujetaba con fuerza a la cintura de Harry, que la oía murmurar:
—Ay, ay, qué poco me gusta esto, ay, ay, qué poco me gusta.
— Pobrecita — dijo Ginny, aunque parecía divertida.
Planeaban silenciosamente hacia los pisos más altos del castillo. Harry tiró de la rienda de la izquierda y Buckbeak viró. Harry trataba de contar las ventanas que pasaban como relámpagos.
—¡Sooo! —dijo, tirando de las riendas todo lo que pudo.
— Eso es lo que se le dice a los caballos — dijo Dean.
— Pues con los hipogrifos también funciona — replicó Harry.
Buckbeak redujo la velocidad y se detuvieron. Pasando por alto el hecho de que subían y bajaban casi un metro cada vez que Buckbeak batía las alas, podía decirse que estaban inmóviles.
— ¿Un metro? — repitió Percy. — Qué mareo…
Hermione asintió con ganas.
—¡Ahí está! —dijo Harry, localizando a Sirius mientras ascendían junto a la ventana. Sacó la mano y en el momento en que Buckbeak bajaba las alas, golpeó en el cristal.
Black levantó la mirada. Harry vio que se quedaba boquiabierto. Saltó de la silla, fue aprisa hacia la ventana y trató de abrirla, pero estaba cerrada con llave.
— Claro que me quedé boquiabierto — dijo Sirius. — Fue rarísimo.
— Pero funcionó — sonrió Harry.
—¡Échate hacia atrás! —le gritó Hermione, y sacó su varita, sin dejar de sujetarse con la mano izquierda a la túnica de Harry.
—¡Alohomora!
La ventana se abrió de golpe.
—¿Cómo... cómo... ? —preguntó Black casi sin voz, mirando al hipogrifo.
— No me extraña que se quedara sin voz — dijo Ron. — Yo tampoco habría sabido qué decir si hubierais aparecido en la ventana de la enfermería volando en hipogrifo.
—Monta, no hay mucho tiempo —dijo Harry, abrazándose al cuello liso y brillante de Buckbeak, para impedir que se moviera—. Tienes que huir, los dementores están a punto de llegar. Macnair ha ido a buscarlos.
Black se sujetó al marco de la ventana y asomó la cabeza y los hombros. Fue una suerte que estuviera tan delgado. En unos segundos pasó una pierna por el lomo de Buckbeak y montó detrás de Hermione.
— ¿Cuánto peso pueden aguantar los hipogrifos? — preguntó un chico de cuarto.
— Mucho más que el de dos adolescentes y un hombre desnutrido — respondió Hagrid con una sonrisa.
—¡Arriba, Buckbeak! —dijo Harry, sacudiendo las riendas—. Arriba, a la torre. ¡Vamos!
El hipogrifo batió las alas y volvió a emprender el vuelo. Navegaron a la altura del techo de la torre oeste. Buckbeak aterrizó tras las almenas con mucho alboroto, y Harry y Hermione se bajaron inmediatamente.
— No haría tanto alboroto cuando nadie se enteró — dijo una chica de sexto.
—Será mejor que escapes rápido, Sirius —dijo Harry jadeando—. No tardarán en llegar al despacho de Flitwick. Descubrirán tu huida.
Buckbeak dio una coz en el suelo, sacudiendo la afilada cabeza.
—¿Qué le ocurrió al otro chico? A Ron —preguntó Sirius.
—Se pondrá bien. Está todavía inconsciente, pero la señora Pomfrey dice que se curará. ¡Rápido, vete!
Ron pareció sorprendido, pero también complacido, al escuchar a Sirius preguntar por él.
Pero Black seguía mirando a Harry.
—¿Cómo te lo puedo agradecer?
—¡VETE! —gritaron a un tiempo Harry y Hermione.
Se oyeron algunos bufidos exasperados.
— ¿Qué parte de "vete" no entendías? — dijo Lupin, incrédulo. Sirius rodó los ojos y no respondió.
Black dio la vuelta a Buckbeak, orientándolo hacia el cielo abierto.
—¡Nos volveremos a ver! —dijo—. ¡Verdaderamente, Harry, te pareces a tu padre!
Harry sonrió con ganas.
Presionó los flancos de Buckbeak con los talones. Harry y Hermione se echaron atrás cuando las enormes alas volvieron a batir. El hipogrifo emprendió el vuelo...
Animal y jinete empequeñecieron conforme Harry los miraba... Luego, una nube pasó ante la luna... y se perdieron de vista.
A Harry le agradó ver que mucha gente parecía aliviada. Eso significaba que todas esas personas se habían posicionado de parte de Sirius, cosa que todavía le estaba costando asimilar, porque era demasiado buena para ser verdad.
— Ya está — dijo Marietta, marcando la página.
— Excelente — respondió Dumbledore. — Si no recuerdo mal, tan solo nos queda un capítulo para terminar este libro. ¿Quién quiere leer el final?
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL:Luxerii
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