El patronus:
— Vale, te perdono — dijo Ron con rapidez. Harry supuso que, como él, no deseaba ver a Hermione llorando.
— Eh… el capítulo acaba ahí — dijo Goldstein, haciendo que todos volvieran a mirarlo a él en vez de a Ron y Hermione.
Dumbledore se puso en pie y tomó el libro que el chico le tendía.
— Bien, bien. Solo nos queda un capítulo por hoy. Se titula: El patronus. ¿Quién quiere leerlo?
Pocas manos se alzaron en el aire. El director echó un vistazo al comedor antes de señalar a Dean Thomas, que subió a la tarima rápidamente.
— El patronus — repitió. Y comenzó a leer sin más demora.
Harry sabía que la intención de Hermione había sido buena, pero eso no le impidió enfadarse con ella.
— Normal — dijo Oliver. No parecía nada contento con Hermione.
Había sido propietario de la mejor escoba del mundo durante unas horas y, por culpa de Hermione, ya no sabía si la volvería a ver.
— ¿Y si hubiera estado hechizada? — se defendió Hermione. — Hice lo que debía hacer.
Parecía más segura de sí misma ahora que sabía que Harry la había perdonado.
Estaba seguro de que no le ocurría nada a la Saeta de Fuego, pero ¿en qué estado se encontraría después de pasar todas las pruebas antihechizos?
— Se encontraría en perfecto estado porque los profesores encargados de llevar a cabo las pruebas son profesionales — dijo McGonagall, exasperada.
Harry evitó cruzar miradas con ella.
Ron también estaba enfadado con Hermione. En su opinión, desmontar una Saeta de Fuego completamente nueva era un crimen.
Wood asentía con ganas.
Hermione, que seguía convencida de que había hecho lo que debía, comenzó a evitar la sala común. Harry y Ron supusieron que se había refugiado en la biblioteca y no intentaron persuadirla de que saliera de allí.
Hermione pareció dolida al escuchar eso. Harry y Ron intercambiaron miradas, sin saber qué hacer.
Se alegraron de que el resto del colegio regresara poco después de Año Nuevo y la torre de Gryffindor volviera a estar abarrotada de gente y de bullicio.
Wood buscó a Harry la noche anterior al comienzo de las clases.
—¿Qué tal las Navidades? —preguntó. Y luego, sin esperar respuesta, se sentó, bajó la voz y dijo—: He estado meditando durante las vacaciones, Harry. Después del último partido, ¿sabes? Si los dementores acuden al siguiente... no nos podemos permitir que tú... bueno...
Se oyó más de un bufido.
— Qué considerado — ironizó Katie Bell.
— Estaba siendo considerado — se defendió Wood. — ¿O acaso vosotros queríais volver a ver a Harry cayendo desde veinte metros de altura?
— ¡Claro que no! — exclamó Angelina.
Wood se quedó callado, con cara de sentirse incómodo.
—Estoy trabajando en ello —dijo Harry rápidamente—. El profesor Lupin me dijo que me daría unas clases para ahuyentar a los dementores. Comenzaremos esta semana. Dijo que después de Navidades estaría menos atareado.
Moody soltó un resoplido que parecía ocultar una risa.
— ¿Me estás diciendo que aprendiste un hechizo de magia avanzada solo para poder seguir jugando al quidditch?
— También fue útil para otras cosas — se defendió Harry. A Moody debió parecerle una respuesta graciosa, porque dejó escapar una carcajada que sonó muy extraña en el silencio del comedor. Más de un alumno lo miraba con cautela.
—Ya —dijo Wood. Su rostro se animó—. Bueno, en ese caso... Realmente no quería perderte como buscador, Harry.
— ¿Lo habrías echado del equipo? — se interrumpió Dean a sí mismo. Tenía los ojos muy abiertos por la sorpresa.
— Mientras los dementores estuvieran en Hogwarts, sí — respondió Wood con solemnidad. — Prefiero tener que entrenar a un buscador desde cero antes que ver a Harry romperse la cabeza contra el suelo.
Algunos hicieron muecas al escuchar eso. Parvati miraba a Wood con cara de espanto.
— Te lo agradezco — dijo Harry con sinceridad. Wood le sonrió.
¿Has comprado ya otra escoba?
—No —contestó Harry.
—¿Cómo? Pues será mejor que te des prisa. No puedes montar en esa Estrella Fugaz en el partido contra Ravenclaw.
Se oyeron algunos murmullos en la zona de Ravenclaw. Harry los miró con curiosidad, hasta que un chico gruñó:
— Ojalá Potter hubiera jugado en la Estrella Fugaz. Aquel partido fue un desastre.
Casi de forma inmediata, Harry oyó un fuerte sollozo. Giró la cabeza y vio que Marietta abrazaba a Cho Chang, quien escondía la cara contra su hombro. En vez de mirar al otro Ravenclaw, Marietta miró mal a Harry, como si él tuviera la culpa de que Cho estuviera llorando.
Harry tragó saliva. Después del torrente de emociones que había sentido durante todo el día, no se sentía preparado para consolar a Cho. De hecho, después de la conversación que habían tenido días atrás, cuando se habían besado, no sabía si sería capaz de consolarla aunque tuviera una mayor estabilidad emocional.
—Le regalaron una Saeta de Fuego en Navidad —dijo Ron.
—¿Una Saeta de Fuego? ¡No! ¿En serio? ¿Una Saeta de Fuego de verdad?
Dean leyó eso con el tono de voz de un niño que acaba de recibir el mejor regalo de su vida. Varias personas se echaron a reír, incluido el propio Wood.
—No te emociones, Oliver —dijo Harry con tristeza—. Ya no la tengo. Me la confiscaron. —Y explicó que estaban revisando la Saeta de Fuego en aquellos instantes.
—¿Hechizada? ¿Por qué podría estar hechizada?
—Sirius Black —explicó Harry sin entusiasmo—. Parece que va detrás de mí. Así que McGonagall piensa que él me la podría haber enviado.
— ¿Sin entusiasmo? — repitió Seamus. — ¿Estabas tan acostumbrado a que te persigan asesinos que ya ni te causaba emoción?
— No puedes estar preocupado las veinticuatro horas del día — replicó Harry.
Desechando la idea de que un famoso asesino estuviera interesado por la vida de su buscador; Wood dijo:
—¡Pero Black no podría haber comprado una Saeta de Fuego! Es un fugitivo. Todo el país lo está buscando. ¿Cómo podría entrar en la tienda de Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch y comprar una escoba?
— También tienen compra por catálogo — explicó Sirius. La simplicidad de esa respuesta dejó a más de uno sin palabras.
—Ya lo sé. Pero aun así, McGonagall quiere desmontarla.
Wood se puso pálido.
—Iré a hablar con ella, Harry —le prometió—. La haré entrar en razón... Una Saeta de Fuego... ¡una auténtica Saeta de Fuego en nuestro equipo! Ella tiene tantos deseos como nosotros de que gane Gryffindor... La haré entrar en razón... ¡Una Saeta de Fuego...!
Dean volvió a leer con tono de niño emocionado y hasta dio un par de saltitos en el sitio, burlándose de Wood y provocando que mucha gente se echara a reír de nuevo. Por suerte, Wood no se lo tomó mal.
Las clases comenzaron al día siguiente. Lo último que deseaba nadie una mañana de enero era pasar dos horas en una fila en el patio, pero Hagrid había encendido una hoguera de salamandras, para su propio disfrute, y pasaron una clase inusualmente agradable recogiendo leña seca y hojarasca para mantener vivo el fuego, mientras las salamandras, a las que les gustaban las llamas, correteaban de un lado para otro de los troncos incandescentes que se iban desmoronando.
— Eso suena muy bien — dijo Dumbledore con una sonrisa.
Hagrid pareció muy orgulloso de sí mismo. Umbridge, por otro lado, lo miraba con desdén.
La primera clase de Adivinación del nuevo trimestre fue mucho menos divertida. La profesora Trelawney les enseñaba ahora quiromancia y se apresuró a informar a Harry de que tenía la línea de la vida más corta que había visto nunca.
— Sybill — bufó McGonagall. — ¿Tienes que aterrorizar a los alumnos?
— No es mi culpa que todas las señales indiquen que Potter tiene un destino difícil — replicó Trelawney con tono ofendido.
Harry no pudo evitar recordar lo que había dicho el encapuchado con el que había hablado el primer día:
"Tuviste un rol importantísimo a la hora de derrotar a Voldemort."
¿Y si había muerto en el intento? Si Trelawney decía la verdad sobre su oscuro destino, era muy probable que fuera así.
Frenó ese pensamiento en seco. Trelawney no decía más que tonterías. Él no iba a morir.
A la que Harry tenía más ganas de acudir era a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Remus sonrió al escuchar eso.
Después de la conversación con Wood, quería comenzar las clases contra los dementores tan pronto como fuera posible.
—Ah, sí —dijo Lupin, cuando Harry le recordó su promesa al final de la clase—. Veamos... ¿qué te parece el jueves a las ocho de la tarde? El aula de Historia de la Magia será bastante grande... Tendré que pensar detenidamente en esto... No podemos traer a un dementor de verdad al castillo para practicar...
— Por supuesto que no — dijo Umbridge con sequedad. Harry notó que se había puesto algo pálida.
—Aún parece enfermo, ¿verdad? —dijo Ron por el pasillo, camino del Gran Comedor—. ¿Qué crees que le pasa?
Oyeron un «chist» de impaciencia detrás de ellos. Era Hermione, que había estado sentada a los pies de una armadura, ordenando la mochila, tan llena de libros que no se cerraba.
Harry y Ron intercambiaron miradas.
—¿Por qué nos chistas? —le preguntó Ron irritado.
—Por nada —dijo Hermione con altivez, echándose la mochila al hombro.
—Por algo será —dijo Ron—. Dije que no sabía qué le ocurría a Lupin y tú...
—Bueno, ¿no es evidente? —dijo Hermione con una mirada de superioridad exasperante.
— Nos lo podías haber explicado directamente — bufó Ron.
Hermione rodó los ojos.
— ¿Y desvelar el secreto del profesor? De eso nada.
— Nosotros somos de fiar — se quejó Ron.
—Si no nos lo quieres decir, no lo hagas —dijo Ron con brusquedad. —Vale —respondió Hermione, y se marchó altivamente.
—No lo sabe —dijo Ron, siguiéndola con los ojos y resentido—. Sólo quiere que le volvamos a hablar.
Hermione le lanzó a Ron una mirada que claramente decía "Sí lo sabía y ahora lo sabes".
A las ocho de la tarde del jueves, Harry salió de la torre de Gryffindor para acudir al aula de Historia de la Magia. Cuando llegó estaba a oscuras y vacía, pero encendió las luces con la varita mágica y al cabo de cinco minutos apareció el profesor Lupin, llevando una gran caja de embalar que puso encima de la mesa del profesor Binns.
Muchos se inclinaron en sus asientos, queriendo escuchar cada detalle de aquella lección. Harry notó que todos los miembros del ED prestaban mucha atención. Les había prometido que pronto practicarían el encantamiento patronus.
—¿Qué es? —preguntó Harry.
—Otro boggart —dijo Lupin, quitándose la capa—. He estado buscando por el castillo desde el martes y he tenido la suerte de encontrar éste escondido dentro del archivador del señor Filch. Es lo más parecido que podemos encontrar a un auténtico dementor. El boggart se convertirá en dementor cuando te vea, de forma que podrás practicar con él. Puedo guardarlo en mi despacho cuando no lo utilicemos, bajo mi mesa hay un armario que le gustará.
— ¿Qué más da si al boggart le gusta o no el armario? — bufó McLaggen. Lupin lo miró con una ceja arqueada.
— Si no le gusta, se irá y no podremos seguir practicando con él.
Harry se alegró al ver que McLaggen se ruborizaba, abochornado ante la respuesta tan obvia y directa del profesor.
—De acuerdo —dijo Harry, haciendo como que no era aprensivo y satisfecho de que Lupin hubiera encontrado un sustituto de un dementor de verdad.
Aunque no hubieran practicado con un dementor real, los efectos que Harry había sentido le habían parecido muy reales. Con una punzada, recordó las cosas horribles que había tenido que escuchar en aquella clase particular. Deseaba con muchas fuerzas que pudieran saltarse toda esa parte.
—Así pues... —el profesor Lupin sacó su varita mágica e indicó a Harry que hiciera lo mismo—. El hechizo que trataré de enseñarte es magia muy avanzada... Bueno, muy por encima del Nivel Corriente de Embrujo. Se llama «encantamiento patronus».
Algunos alumnos asintieron como si se encontraran en clase.
—¿Cómo es? —preguntó Harry, nervioso.
—Bueno, cuando sale bien invoca a un patronus para que se aparezca —explicó Lupin— y que es una especie de antidementor, un guardián que hace de escudo entre el dementor y tú.
Harry se imaginó de pronto agachado tras alguien del tamaño de Hagrid que empuñaba una porra gigantesca.
Eso hizo reír a más de uno, incluido Hagrid. Dean siguió leyendo con una sonrisa:
El profesor Lupin continuó:
—El patronus es una especie de fuerza positiva, una proyección de las mismas cosas de las que el dementor se alimenta: esperanza, alegría, deseo de vivir... y no puede sentir desesperación como los seres humanos, de forma que los dementores no lo pueden herir.
— Pero profesor... — empezó a decir una chica de segundo de Hufflepuff. Frenó en seco cuando se dio cuenta de que no estaba en clase y que Lupin ni siquiera había llegado a ser su profesor.
— Adelante, pregunta lo que quieras — la invitó Lupin amablemente. La chica, muy roja, dijo:
— Si los dementores se alimentan de todas las cosas que nos hacen felices, ¿cómo podemos realizar un patronus enfrente de ellos? Quiero decir… Si están tomando nuestra felicidad, no podremos usarla para crear el patronus.
— Ese es uno de los motivos por los que el encantamiento patronus es tan complicado — respondió Lupin con el tono que solía usar en clase para explicarles las cosas. — Se trata de conseguir utilizar nuestros recuerdos más felices antes de que el dementor pueda arrebatárnoslos. Es un hechizo que requiere mucha fuerza mental.
La chica de Hufflepuff asintió y le dio las gracias a Lupin, aunque parecía algo preocupada.
Pero tengo que advertirte, Harry, de que el hechizo podría resultarte excesivamente avanzado. Muchos magos cualificados tienen dificultades con él.
— Hay personas que jamás consiguen hacer un patronus — dijo Tonks en voz alta. — Es un encantamiento que requiere un tipo de fuerza mental que no todo el mundo posee.
— Además — añadió Kingsley. — Las personas que no tienen suficientes recuerdos felices también tienen problemas a la hora de realizar el encantamiento.
Muchos alumnos intercambiaron miradas aprensivas. Resultaba muy alarmante que la mejor defensa contra dementores ni siquiera estuviera disponible para todo el mundo.
—¿Qué aspecto tiene un patronus? —dijo Harry con curiosidad.
—Es según el mago que lo invoca.
—¿Y cómo se invoca?
—Con un encantamiento que sólo funcionará si te concentras con todas tus fuerzas en un solo recuerdo de mucha alegría.
Harry intentó recordar algo alegre. Desde luego, nada de lo que le había ocurrido en casa de los Dursley le serviría.
Harry hizo una mueca. Sintió decenas de miradas caer sobre él e, inmediatamente, centró su vista en Dean, pidiéndole con la mirada que siguiera leyendo lo más rápido posible.
Al final recordó el instante en que por primera vez montó en una escoba.
— No sé si eso va a ser lo suficientemente fuerte — dijo Bill con preocupación.
—Ya —dijo, intentando recordar lo más exactamente posible la maravillosa sensación de vértigo que había notado en el estómago.
—El encantamiento es así —Lupin se aclaró la garganta—: ¡Expecto patronum!
—¡Expecto patronum! —repitió Harry entre dientes—. ¡Expecto patronum!
— ¡Expecto patronum! — se oyó repetir a al menos una decena de alumnos. La exclamación fue seguida de algunas risas.
Harry notó que el comedor parecía estar dividiéndose de nuevo. Por un lado, estaban los que querían aprovechar esa clase extra para aprender algo de verdad, especialmente algo tan útil e impresionante como el encantamiento patronus. Por otro lado, también había un sector del alumnado que parecía considerar una tontería intentar aprender escuchando un libro.
—¿Te estás concentrando con fuerza en el recuerdo feliz?
—Sí... —contestó Harry, obligando a su mente a que retrocediese hasta aquel primer viaje en escoba—. Expecto patrono, no, patronum... perdón...
Se oyeron risitas. Harry rodó los ojos.
¡Expecto patronum! ¡Expecto patronum!
De repente, como un chorro, surgió algo del extremo de su varita. Era como un gas plateado.
—¿Lo ha visto? —preguntó Harry entusiasmado—. ¡Algo ha ocurrido!
— Vaya, ¿tan rápido? — dijo Angelina, impresionada.
— ¡Expecto patronum! — exclamó Lee Jordan. Harry vio que había sacado la varita, pero no sucedió absolutamente nada.
Como si hubieran estado esperando ese momento, decenas de alumnos sacaron también sus varitas y repitieron el encantamiento. Nadie parecía estar teniendo mucho éxito.
— Recordad que tenéis que pensar en un recuerdo muy feliz — dijo Lupin en voz alta. Tenía una gran sonrisa.
Harry escuchó exclamaciones de júbilo y giró la cabeza justo a tiempo para ver a una chica de séptimo de Ravenclaw produciendo el mismo tipo de neblina plateada que Dean acababa de describir.
— Muy bien — exclamó Lupin. Acto seguido, otro alumno, esta vez un chico de sexto de Slytherin, consiguió crear esa neblina. — Buen trabajo.
— ¿Podemos continuar con la lectura? — dijo la profesora Umbridge de mala gana.
Algunos la miraron mal, pero dejaron de blandir sus varitas y Dean pudo volver a leer.
—Muy bien —dijo Lupin sonriendo—. Bien, entonces... ¿estás preparado para probarlo en un dementor?
—Sí —dijo Harry, empuñando la varita con fuerza y yendo hasta el centro del aula vacía. Intentó mantener su pensamiento en el vuelo con la escoba, pero en su mente había otra cosa que trataba de introducirse... Tal vez en cualquier instante volviera a oír a su madre... Pero no debía pensar en ello o volvería a oírla realmente, y no quería... ¿o sí quería?
Harry gimió. Estaba harto de las miradas de pena.
— ¿Querías? — dijo Parvati, apenada. — ¿Por qué querrías oír algo tan horrible?
— Porque era la única forma de escuchar la voz de su madre — respondió Katie Bell en tono suave.
Lupin cogió la tapa de la caja de embalaje y tiró de ella. Un dementor se elevó despacio de la caja, volviendo hacia Harry su rostro encapuchado. Una mano viscosa y llena de pústulas sujetaba la capa.
A Harry le dio un escalofrío.
Las luces que había en el aula parpadearon hasta apagarse. El dementor salió de la caja y se dirigió silenciosamente hacia Harry, exhalando un aliento profundo y vibrante. Una ola de intenso frío se extendió sobre él.
— ¿Un boggart puede hacer eso? — preguntó Neville con un hilo de voz. Harry asintió.
—¡Expecto patronum! —gritó Harry—. ¡Expecto patronum! ¡Expecto...!
Pero el aula y el dementor desaparecían. Harry cayó de nuevo a través de una niebla blanca y espesa, y la voz de su madre resonó en su cabeza, más fuerte que nunca...
Dean paró y hojeó el resto de la página.
— ¿Tenemos que leer esto? — preguntó, girándose directamente hacia Dumbledore.
El director asintió, con el semblante serio y los ojos apagados. Dean miró a Harry y luego otra vez a Dumbledore.
— ¿Seguro?
— Ya le han dicho que sí, señor Thomas — replicó la profesora Umbridge. — Siga leyendo inmediatamente.
Pero Dean volvió a mirar a Harry.
— Si tú no quieres que lo lea, no lo haré — dijo finalmente.
Harry no habría podido expresar la gratitud que sintió en ese momento hacia Dean. Sin embargo, sabía que era muy improbable que le permitieran saltarse esa parte.
— No quiero leerlo — admitió Harry tras unos segundos de silencio. Todo el comedor lo miraba. — Pero no me vais a dar otra opción, ¿verdad?
Dirigió su mirada a Dumbledore, que tenía la vista fija en el suelo. Aunque Harry ahora sabía por qué el director se negaba a mirarlo directamente, no podía evitar seguir sintiéndose un poco ignorado.
— Si por mí fuera, nos saltaríamos estas páginas — dijo Dumbledore tristemente. — Pero debemos leerlo todo. Lo único que puedo hacer es permitirte salir del comedor hasta que todo haya pasado.
Harry se lo planteó durante unos momentos. No tenía ningunas ganas de quedarse allí y recibir las miradas de pena de todo el comedor. Sin embargo, la idea de irse y no saber exactamente qué habían leído le ponía muy nervioso. Además, las miraditas de pena vendrían en cuanto regresara al comedor, así que no tenía escapatoria hiciera lo que hiciera.
Suspiró y le hizo un gesto a Dean para que siguiera leyendo. El chico le lanzó una mirada de disculpa antes de leer:
—¡A Harry no! ¡A Harry no! Por favor... haré cualquier cosa...
—A un lado... hazte a un lado, muchacha...
Harry agachó la cabeza, incapaz de seguir mirando a Dean como si no estuviera leyendo una de las cosas más dolorosas que había tenido que escuchar en su vida.
— ¿Ese era…? — empezó a preguntar Romilda Vane, pero se calló al ver la mirada asesina que le lanzó Hermione.
Sirius, que estaba muy pálido, le puso la mano sobre la rodilla en señal de apoyo.
—¡Harry!
Harry volvió de pronto a la realidad. Estaba boca arriba, tendido en el suelo. Las luces del aula habían vuelto a encenderse. No necesitó preguntar qué era lo que había ocurrido.
—Lo siento —musitó, incorporándose y notando un sudor frío que le corría por detrás de las gafas.
— No tienes por qué disculparte — dijo Molly con voz queda. Parecía muy afectada.
Al mismo tiempo, muchos alumnos se giraron para mirarle, algunos pensando que le darían ánimos y otros queriendo ver sus reacciones con claridad. Harry deseó que todos ellos se metieran en sus propios asuntos de una vez.
No quiso mirar más a sus compañeros, porque lo último que quería ver eran sus miradas de pena. Centró su vista en la mesa de profesores y vio, para su asombro, que Snape estaba blanco como la cera. Había algo en su rostro que parecía… ¿dolor? Tenía los labios apretados y la mandíbula tensa, pero lo más curioso eran sus ojos. Harry no estaba acostumbrado a que los ojos negros como cuevas de Snape brillaran.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Lupin.
—Sí...
Para levantarse, Harry se apoyó primero en un pupitre y luego en Lupin.
—Toma. —Lupin le ofreció una rana de chocolate—. Cómetela antes de que volvamos a intentarlo. No esperaba que lo consiguieras la primera vez. Me habría impresionado mucho que lo hubieras hecho.
— Es prácticamente imposible que un niño de trece años consiga hacer ese encantamiento a la primera — dijo Moody. — Aunque tratándose de Potter, creo que no me sorprendería.
Si no hubiera estado tan afectado por lo que estaban leyendo, Harry se habría sentido halagado.
—Cada vez es peor —musitó Harry, mordiendo la cabeza de la rana—. Esta vez la he oído más alto aún. Y a él... a Voldemort...
Lupin estaba más pálido de lo habitual.
— Normal — dijo Tonks en voz baja. Lupin hizo una mueca.
Harry no sabía si debería disculparse con el profesor o no. Sin saberlo, le había hecho recordar momentos muy duros, pero no había sido a propósito.
—Harry, si no quieres continuar, lo comprenderé perfectamente...
—¡Sí quiero! —dijo Harry con energía, metiéndose en la boca el resto de la rana —. ¡Tengo que hacerlo! ¿Y si los dementores vuelven a presentarse en el partido contra Ravenclaw? No puedo caer de nuevo. ¡Si perdemos este partido, habremos perdido la copa de quidditch!
— Hay cosas más importantes que la copa de quidditch — dijo Wood con dificultad.
Harry jadeó y no fue el único. Angelina dio tal salto hacia un lado que casi se sentó sobre el regazo de Katie. Ambas miraban a Wood como si le hubiera salido una cabeza extra, al igual que Alicia, Fred y George, quienes parecían horrorizados.
— ¿Quién eres? — dijo Fred, sacando la varita. — ¿Dónde está el verdadero Oliver Wood?
— Muy gracioso — bufó Wood. — Lo digo en serio. Si hubiera sabido que Harry tendría que escuchar cosas tan horribles para poder defenderse en el partido, le habría prohibido jugar.
— Tenía que aprender ese encantamiento de todas formas — dijo Harry rápidamente. — No lo hice solo por el quidditch. Además, me acabó salvando la vida.
Wood pareció relajarse un poco al escuchar eso, aunque aún se lo veía algo preocupado.
—De acuerdo, entonces... —dijo Lupin—. Tal vez quieras seleccionar otro recuerdo feliz. Quiero decir, para concentrarte. Ése no parece haber sido bastante poderoso...
Harry pensó intensamente y recordó que se había sentido muy contento cuando, el año anterior, Gryffindor había ganado la Copa de las Casas. Empuñó otra vez la varita mágica y volvió a su puesto en mitad del aula.
— Tus recuerdos felices no es que sean muy… potentes — dijo Ron con una mueca.
Harry se encogió de hombros.
—¿Preparado? —preguntó Lupin, cogiendo la tapa de la caja.
—Preparado —dijo Harry, haciendo un gran esfuerzo por llenarse la cabeza de pensamientos alegres sobre la victoria de Gryffindor, y no con pensamientos oscuros sobre lo que iba a ocurrir cuando la caja se abriera.
Muchos se tensaron. A Harry le sorprendió lo mucho que estaba afectando esto a algunos alumnos. Una niña de primero de Gryffindor parecía a punto de llorar.
—¡Ya! —dijo Lupin, levantando la tapa.
El aula volvió a enfriarse y a quedarse a oscuras. El dementor avanzó con su violenta respiración, abriendo una mano putrefacta en dirección a Harry.
—¡Expecto patronum! —gritó Harry—. ¡Expecto patronum! ¡Expecto pat...!
— Vamos, Harry — murmuró Sirius, apretando la mano que aún tenía sobre su rodilla.
Una niebla blanca le oscureció el sentido. En tomo a él se movieron unas formas grandes y borrosas... Luego oyó una voz nueva, de hombre, que gritaba aterrorizado:
—¡Lily, coge a Harry y vete! ¡Es él! ¡Vete! ¡Corre! Yo lo detendré.
Sirius jadeó. La mano sobre la rodilla de Harry se cerró en un puño. Por su parte, el profesor Lupin agachó la cabeza para ocultar lo que a Harry le pareció una expresión de dolor.
Todo el comedor estaba en silencio, por lo que fue mucho más fácil para Harry darse cuenta de que más de una persona estaba llorando. No era algo obvio: no se oían sollozos como sí había pasado en otras ocasiones. Pero Harry pudo ver a la profesora McGonagall enjugarse las lágrimas con un pañuelo, al tiempo que la profesora Sprout le daba palmaditas en el hombro. Pudo escuchar a la señora Weasley murmurar algo y llevarse la mano a la boca, horrorizada, con los ojos brillantes llenos de lágrimas. Escuchó a Hermione suspirar y notó cómo Ron dudaba un segundo, pasando la vista entre ella y Harry, antes de pasar los brazos alrededor de sus hombros, apretando a ambos contra sí.
Harry no se quejó. Había perdido la cuenta de cuántas veces Ron había hecho ese mismo gesto con él durante el día, aunque era la primera vez que incluía a Hermione en el semi-abrazo.
Dean siguió leyendo con tono solemne.
El ruido de alguien dentro de una habitación, una puerta que se abría de golpe, una carcajada estridente.
Le dio un escalofrío y Ron le apretó el hombro con fuerza. Sirius tenía la vista fija en el suelo y parecía estar sufriendo un dolor inimaginable. A su lado, Lupin estaba pálido, pero mucho más tranquilo que él. Después de todo, él ya sabía lo que Harry había escuchado aquel día.
—¡Harry! Harry, despierta...
Lupin le abofeteaba las mejillas. Esta vez le costó un minuto comprender por qué estaba tendido en el suelo polvoriento del aula.
— ¿Le abofeteaba? — repitió Demelza Robins.
— Con suavidad, obviamente — replicó Lupin.
—He oído a mi padre —balbuceó Harry—. Es la primera vez que lo oigo. Quería enfrentarse a Voldemort para que a mi madre le diera tiempo de escapar.
Harry notó que en su rostro había lágrimas mezcladas con el sudor. Bajó la cabeza todo lo que pudo para limpiarse las lágrimas con la túnica, haciendo como que se ataba el cordón del zapato, para que Lupin no se diera cuenta de que había llorado.
— No tenías por qué esconderlo — dijo Lupin con voz queda. — Lo raro habría sido que no te hubiera afectado escuchar eso.
Harry asintió y mantuvo la mirada fija en el suelo. No quería hacer contacto visual ni con Lupin ni con nadie.
—¿Has oído a James? —preguntó Lupin con voz extraña.
Harry hizo una mueca.
— Perdón. Si hubiera sabido…
— No te preocupes — dijo Lupin rápidamente. — Tú no hiciste nada malo. No tienes por qué disculparte.
Pero Harry se sentía culpable. No podía ni imaginarse el dolor que Lupin debía haber sentido al escuchar los detalles de la muerte de uno de sus mejores amigos.
—Sí... —Con la cara ya seca, volvió a levantar la vista—. ¿Por qué? Usted no conocía a mi padre, ¿o sí?
—Lo... lo conocí, sí —contestó Lupin—. Fuimos amigos en Hogwarts.
Hubo murmullos de interés. Varios alumnos le lanzaron miradas especulativas a Lupin.
Escucha, Harry. Tal vez deberíamos dejarlo por hoy. Este encantamiento es demasiado avanzado... No debería haberte puesto en este trance...
—No —repuso Harry. Se volvió a levantar—. ¡Lo volveré a intentar! No pienso en cosas bastante alegres, por eso... ¡espere!
— Hay que admitir que el chico tiene valor — dijo Moody.
— Por supuesto que lo tiene. Es un Gryffindor — replicó McGonagall. Había un deje de orgullo en su voz que no pasó desapercibido para Harry.
Hizo un gran esfuerzo para pensar. Un recuerdo muy feliz..., un recuerdo que pudiera transformarse en un patronus bueno y fuerte...
¡El momento en que se enteró de que era un mago y de que tenía que dejar la casa de los Dursley para ir a Hogwarts! Si eso no era un recuerdo feliz, entonces no sabía qué podía serlo. Concentrado en los sentimientos que lo habían embargado al enterarse de que se iría de Privet Drive, Harry se levantó y se puso de nuevo frente a la caja de embalaje.
Harry no se esperaba el suspiro que dejó escapar la señora Weasley. Tampoco se esperaba la multitud de caras entristecidas que siguieron a ese comentario. Incluso Sirius había apretado los dientes y parecía muy apenado por algo.
Sirius debió notar la mirada curiosa de Harry, porque sonrió a duras penas y dijo:
— Dejar la casa de tus familiares no debería ser el recuerdo más feliz de tu vida.
— Pero irme significó venir a Hogwarts — replicó Harry. — ¿Acaso no se alegra todo el mundo cuando tiene que venir a Hogwarts?
— Recibir la carta es un momento muy feliz — dijo Hermione con voz suave. Ron todavía tenía el brazo alrededor de sus hombros, manteniéndola tan cerca como a Harry. — Pero el momento de tener que despedirte de tu familia es… agridulce. Es muy emocionante, pero a la vez es triste tener que decirles adiós.
Harry entendió entonces por qué habían regresado las miradas de pena. Todos estaban pensando en lo mal que lo debían tratar los Dursley como para que dejar su casa fuera uno de los recuerdos más felices de su vida.
—¿Preparado? —dijo Lupin, como si fuera a obrar en contra de su criterio—. ¿Te estás concentrando bien? De acuerdo. ¡Ya!
— Es que estaba obrando en contra de mi criterio — dijo Lupin. — Si por mí fuera, no habría permitido que volvieras a intentarlo esa noche. Ya habías tenido demasiado.
— Pero fue buena idea que siguiera intentándolo — le recordó Harry.
Levantó la tapa de la caja por tercera vez y el dementor volvió a salir de ella. El aula volvió a enfriarse y a oscurecerse.
—¡EXPECTO PATRONUM! —gritó Harry—. ¡EXPECTO PATRONUM! ¡EXPECTO PATRONUM!
Varias personas se inclinaron en sus asientos, expectantes.
De nuevo comenzaron los gritos en la mente de Harry, salvo que esta vez sonaban como si procedieran de una radio mal sintonizada. El sonido bajó, subió y volvió a bajar... Todavía seguía viendo al dementor. Se había detenido...
Dean paró un momento, sonrió y leyó:
Y luego, una enorme sombra plateada salió con fuerza del extremo de la varita de Harry y se mantuvo entre él y el dementor, y aunque Harry sentía sus piernas como de mantequilla, seguía de pie, sin saber cuánto tiempo podría aguantar.
—¡Riddíkulo! —gritó Lupin, saltando hacia delante.
Se oyó un fuerte crujido y el nebuloso patronus se desvaneció junto con el dementor.
— ¡Genial! — exclamó Colin Creevey.
— Es impresionante — dijo Flitwick, admirado. — Es muy difícil hacer bien un encantamiento tan complicado en condiciones tan desfavorables. ¡Bien hecho!
Harry sintió sus mejillas arder. Sirius le sonrió con orgullo, aunque todavía parecía algo pálido.
Harry se derrumbó en una silla, con las piernas temblando, tan cansado como si acabara de correr varios kilómetros. Por el rabillo del ojo vio al profesor Lupin obligando con la varita al boggart a volver a la caja de embalaje. Se había vuelto a convertir en una esfera plateada.
— ¿Vamos a saber por qué el profesor Lupin le tiene miedo a las bolas de cristal? — preguntó un chico de tercero.
— No es una bola de cristal, es la luna — replicó Ernie Macmillan. — ¿Acaso se os han olvidado a todos los rumores que hubo al acabar aquel año?
Muchos alumnos intercambiaron miradas, algunos más confusos que otros.
— ¿La luna? — dijo una chica de primero. — ¿Por qué le tendría miedo a la luna?
— Corría el rumor de que es un hombre lobo — dijo Roger Davies. — Por eso tuvo que marcharse, ¿no?
Se oyeron jadeos por parte de aquellos alumnos que no habían estado en Hogwarts en aquel momento o que jamás habían llegado a escuchar esos rumores.
— ¿Es cierto? — preguntó un chico de segundo, mirando a Lupin con miedo. A Harry le dieron ganas de responderle algo hiriente, pero se contuvo.
— Creo que de eso también se hablará en el libro — dijo Dumbledore antes de que Lupin pudiera contestar. — Así que no os preocupéis, tendréis las respuestas que queréis.
Eso no pareció tranquilizar mucho a los alumnos. Por su parte, Dean siguió leyendo como si nada.
—¡Estupendo! —dijo Lupin, yendo hacia donde estaba Harry sentado—. ¡Estupendo, Harry! Ha sido un buen principio.
—¿Podemos volver a probar? Sólo una vez más.
— Estás loco — bufó Fred.
— Ya te habías desmayado varias veces — añadió George. A Harry le sorprendió ver que ambos parecían preocupados.
—Ahora no —dijo Lupin con firmeza—. Ya has tenido bastante por una noche. Ten...
Ofreció a Harry una tableta del mejor chocolate de Honeydukes.
—Cómetelo todo o la señora Pomfrey me matará. ¿El jueves que viene a la misma hora?
La señora Pomfrey le sonrió a Lupin con algo parecido al orgullo.
—Vale —dijo Harry. Dio un mordisco al chocolate y vio que Lupin apagaba las luces que se habían encendido con la desaparición del dementor. Se le acababa de ocurrir algo—: ¿Profesor Lupin? —preguntó—. Si conoció a mi padre, también conocería a Sirius Black.
— Vaya — dijo Sirius. — No se te escapa una, ¿eh?
Harry miró a Lupin con aún más culpabilidad que antes.
— Perdón otra vez.
El profesor Lupin le sonrió.
— Deja de disculparte, Harry.
Lupin se volvió con rapidez:
—¿Qué te hace pensar eso? —dijo severamente.
—Nada. Quiero decir... me he enterado de que eran amigos en Hogwarts.
El rostro de Lupin se calmó.
—Sí, lo conocí —dijo lacónicamente—. O creía que lo conocía. Será mejor que te vayas, Harry. Se hace tarde.
— Esa es su forma de decir: "Mejor no hablemos de ese tema" — dijo Tonks con una sonrisita. Lupin rodó los ojos.
Por otro lado, Sirius hizo una mueca un poco extraña.
— Creías que me conocías, ¿eh? — dijo. — Bueno, según el libro soy el mayor villano de la historia. Y tengo un rostro hermoso. ¿Encaja eso con lo que conoces de mí?
— Para nada — replicó Lupin. — Lo del rostro hermoso no lo termino de ver.
Sirius fingió ofenderse, haciendo sonreír a Harry.
Harry salió del aula, atravesó el corredor, dobló una esquina, dio un rodeo por detrás de una armadura y se sentó en la peana para terminar el chocolate, lamentando haber mencionado a Black, dado que a Lupin, obviamente, no le había hecho gracia. Luego volvió a pensar en sus padres.
— Me pilló por sorpresa, eso es todo — dijo Lupin en tono suave. — Debería haberlo disimulado mejor.
— ¿Tú crees? — rió Tonks.
Se sentía extrañamente vacío, a pesar de haber comido tanto chocolate. Aunque era terrible oír dentro de su cabeza los últimos instantes de vida de sus padres, eran las únicas ocasiones en que había oído sus voces, desde que era muy pequeño. Nunca sería capaz de crear un patronus de verdad si en parte deseaba volver a oír la voz de sus padres...
El comedor se quedó en silencio. Harry, sintiendo la cara arder, mantuvo la mirada fija en el suelo. Si veía a una sola persona mirándolo con pena, estallaría.
—Están muertos —se dijo con firmeza—. Están muertos y volver a oír el eco de su voz no los traerá a la vida. Será mejor que me controle si quiero la copa de quidditch.
Sirius le puso la mano sobre la cabeza, aplastándole el pelo.
— No seas tan duro contigo mismo — le dijo.
Harry no le respondió. Si no hubiera sido duro consigo mismo, jamás habría sido capaz de crear un patronus.
Se puso en pie, se metió en la boca el último pedazo de chocolate y volvió hacia la torre de Gryffindor.
Ravenclaw jugó contra Slytherin una semana después del comienzo del trimestre. Slytherin ganó, aunque por muy poco. Según Wood, eran buenas noticias para Gryffindor, que se colocaría en segundo puesto si ganaba también a Ravenclaw. Por lo tanto, aumentó los entrenamientos a cinco por semana.
— ¿Cinco? — exclamó Roger Davies. — No me extraña que mejorarais tanto.
Wood pareció muy orgulloso de sí mismo.
Esto significaba que, junto con las clases antidementores de Lupin, que resultaban más agotadoras que seis sesiones de entrenamiento de quidditch, a Harry le quedaba tan sólo una noche a la semana para hacer todos los deberes.
— ¿Eran como seis sesiones de quidditch? — dijo Neville con una mueca. Harry supuso que estaba pensando en lo difícil que sería aprender a hacer un patronus cuando llegaran a eso en el ED.
Aun así, no parecía tan agobiado como Hermione, a la que le afectaba la inmensa cantidad de trabajo. Cada noche, sin excepción, veían a Hermione en un rincón de la sala común, con varias mesas llenas de libros, tablas de Aritmancia, diccionarios de runas, dibujos de muggles levantando objetos pesados y carpetas amontonadas con apuntes extensísimos. Apenas hablaba con nadie y respondía de malos modos cuando alguien la interrumpía.
— Estaba muy estresada — admitió Hermione. — Nunca debí coger tantas asignaturas.
A Harry le sorprendió oírla admitir eso, pero no tanto como a Ron, que la miró como si hubiera comenzado a hablar en un idioma distinto.
—¿Cómo lo hará? —le preguntó Ron a Harry una tarde, mientras el segundo terminaba un insoportable trabajo para Snape sobre Venenos indetectables. Harry alzó la vista. A Hermione casi no se la veía detrás de la torre de libros.
—¿Cómo hará qué?
—Ir a todas las clases —dijo Ron—. Esta mañana la oí hablar con la profesora Vector, la bruja que da Aritmancia. Hablaban de la clase de ayer. Pero Hermione no pudo ir, porque estaba con nosotros en Cuidado de Criaturas Mágicas. Y Ernie McMillan me dijo que no ha faltado nunca a una clase de Estudios Muggles. Pero la mitad de esas clases coinciden con Adivinación y tampoco ha faltado nunca a éstas.
— ¿Así que hablabas de mí a mis espaldas? — dijo Hermoine. Ron bufó.
— Si te refieres a que le comenté a Harry que tenías un horario muy raro, sí, lo hice.
— Me refiero a lo de Ernie.
Harry notó que a Ron se le estaban poniendo rojas las orejas. Eligió ese momento para soltar a Harry y Hermione, ya que aún tenía los brazos sobre sus hombros.
— Simplemente salió el tema. No le pregunté a propósito — dijo Ron con rapidez. De hecho, lo dijo demasiado rápido y Hermione arqueó una ceja.
— Ernie, ¿tú que dices? — preguntó Hannah Abbott. Parecía divertirse. — ¿Ron te preguntó por Hermione o simplemente salió el tema?
— Eh… — el Hufflepuff intercambió miradas con Ron un momento antes de decir: — No me acuerdo, la verdad. No fue una conversación tan importante como para que aún recuerde los detalles.
Algunas personas parecieron desilusionadas al escuchar eso, aunque Harry no entendía por qué. Dean siguió leyendo.
Harry no tenía tiempo en aquel momento para indagar el misterio del horario imposible de Hermione. Tenía que seguir con el trabajo para Snape. Dos segundos más tarde volvió a ser interrumpido, esta vez por Wood.
—Malas noticias, Harry. Acabo de ver a la profesora McGonagall por lo de la Saeta de Fuego. Ella... se ha puesto algo antipática conmigo. Me ha dicho que mis prioridades están mal. Piensa que me preocupa más ganar la copa que tu vida. Sólo porque le dije que no me importaba que la escoba te tirase al suelo, siempre que cogieras la snitch. —Wood sacudió la cabeza con incredulidad—.
— No me lo puedo creer — bufó Angelina.
— Esa vez te pasaste — añadió Alicia Spinnet. — ¿En qué estabas pensando?
— No sería la primera vez que Harry se cae de la escoba y aun así consigue coger la snitch — se defendió Wood. La cantidad de miradas incrédulas y enfadadas que cayeron sobre él hicieron que cerrara la boca de inmediato.
Realmente, por su forma de gritarme... cualquiera habría pensado que le había dicho algo terrible.
— Es que habías dicho algo terrible — le recriminó Katie Bell. Wood no le hizo ni caso.
Luego le pregunté cuánto tiempo la tendría todavía. —Hizo una mueca e imitó la voz de la profesora McGonagall—: «El tiempo que haga falta, Wood.»
La profesora McGonagall lo miró con severidad y Wood tragó saliva, nervioso.
Me parece que tendrás que pedir otra escoba, Harry. Hay un cupón de pedido en la última página de El mundo de la escoba. Podrías comprar una Nimbus 2.001 como la que tiene Malfoy.
—No voy a comprar nada que le guste a Malfoy —dijo taxativamente.
— Qué inmaduro — dijo Pansy Parkinson, rodando los ojos.
Harry no se dignó a contestarle. Malfoy, por su parte, tampoco pareció especialmente ofendido.
Enero dio paso a febrero sin que se notara, persistiendo en el mismo frío glaciar. El partido contra Ravenclaw se aproximaba, pero Harry seguía sin solicitar otra escoba. Al final de cada clase de Transformaciones, le preguntaba a la profesora McGonagall por la Saeta de Fuego, Ron expectante junto a él, Hermione pasando a toda velocidad por su lado, con la cara vuelta.
Hermione hizo una mueca al oír eso.
—No, Potter, todavía no te la podemos devolver —le dijo la profesora McGonagall el duodécimo día de interrogatorio, antes de que el muchacho hubiera abierto la boca—. Hemos comprobado la mayoría de los hechizos más habituales, pero el profesor Flitwick cree que la escoba podría tener un maleficio para derribar al que la monta. En cuanto hayamos terminado las comprobaciones, te lo diré. Ahora te ruego que dejes de darme la lata.
Harry abrió la boca para disculparse con la profesora, pero decidió no hacerlo. Después de todo, había estado en su derecho de preguntar por su Saeta (su perfecta y completamente segura Saeta de Fuego) hasta que se la devolvieran.
Para empeorar aún más las cosas, las clases antidementores de Harry no iban tan bien como esperaba, ni mucho menos. Después de varias sesiones, era capaz de crear una sombra poco precisa cada vez que el dementor se le acercaba, pero su patronus era demasiado débil para ahuyentar al dementor. Lo único que hacía era mantenerse en el aire como una nube semitransparente, vaciando de energía a Harry mientras éste se esforzaba por mantenerlo.
— Es increíble que hayas conseguido eso — dijo el señor Weasley. — Con trece años, luchando contra un dementor a pesar de lo especialmente difícil que eso resulta para ti, que consiguieras mantenerlo a raya es impresionante.
— Hay magos adultos que ni siquiera consiguen formar esa neblina — le informó la profesora McGonagall. — Tu progreso fue más que adecuado.
Harry se ruborizó.
Harry estaba enfadado consigo mismo. Se sentía culpable por su secreto deseo de volver a oír las voces de sus padres.
— Y además, tenías esa dificultad añadida — dijo Lupin con voz queda. — Teniéndolo todo en cuenta, tu progreso fue más que decente.
—Esperas demasiado de ti mismo —le dijo severamente el profesor Lupin en la cuarta semana de prácticas—. Para un brujo de trece años, incluso un patronus como éste es una hazaña enorme. Ya no te desmayas, ¿a que no?
—Creí que el patronus embestiría contra los dementores —dijo Harry desalentado—, que los haría desaparecer...
— ¿El patronus puede hacer eso? — preguntó un chico de segundo.
Lupin asintió, al igual que otros profesores.
—El verdadero patronus los hace desaparecer —contestó Lupin—. Pero tú has logrado mucho en poco tiempo. Si los dementores hacen aparición en tu próximo partido de quidditch, serás capaz de tenerlos a raya el tiempo necesario para volver al juego.
—Usted dijo que es más dificil cuando hay muchos —repuso Harry.
—Tengo total confianza en ti —aseguró Lupin sonriendo—.
Harry sonrió al recordar eso.
Toma, te has ganado una bebida. Esto es de Las Tres Escobas y supongo que no lo habrás probado antes...
Sacó dos botellas de su maletín.
—¡Cerveza de mantequilla! —exclamó Harry irreflexivamente—. Sí, me encanta. —Lupin alzó una ceja—. Bueno... Ron y Hermione me trajeron algunas cosas de Hogsmeade —mintió Harry a toda prisa.
Se oyeron algunas risitas.
— Me sigue pareciendo increíble que haya un pasadizo hasta Honeydukes — dijo Terry Boot.
— Supongo que van a cerrar todos los pasadizos en cuanto terminemos de leer — dijo Justin Finch-Fletchley. — Pero, ¿no podéis dejar ese? Puede ser muy útil.
— Si desea ir a Honeydukes a por golosinas, utilice la puerta principal, señor Finch-Fletchley — replicó la profesora McGonagall. Justin hizo una mueca pero no respondió nada, reconociendo una batalla perdida al verla.
—Ya veo —dijo Lupin, aunque parecía algo suspicaz—. Bien, bebamos por la victoria de Gryffindor contra Ravenclaw. Aunque en teoría, como profesor no debo tomar partido —añadió inmediatamente.
Se oyó alguna risita pero no pareció que ningún Ravenclaw se ofendiera.
Bebieron en silencio la cerveza de mantequilla, hasta que Harry mencionó algo en lo que llevaba algún tiempo meditando.
—¿Qué hay debajo de la capucha de un dementor?
— Yo no quiero saberlo — dijo Susan Bones con una mueca.
El profesor Lupin, pensativo, dejó la botella.
—Mmm..., bueno, los únicos que lo saben no pueden decimos nada. El dementor sólo se baja la capucha para utilizar su última arma.
—¿Cuál es?
—Lo llaman «Beso del dementor» —dijo Lupin con una amarga sonrisa—. Es lo que hacen los dementores a aquellos a los que quieren destruir completamente. Supongo que tendrán algo parecido a una boca, porque pegan las mandíbulas a la boca de la víctima y... le sorben el alma.
Se oyeron jadeos. Todos los adultos tenían expresiones muy serias.
— Es horrible — gimió Lisa Turpin.
Harry escupió, sin querer, un poco de cerveza de mantequilla.
—¿Las matan?
—No —dijo Lupin—. Mucho peor que eso. Se puede vivir sin alma, mientras sigan funcionando el cerebro y el corazón. Pero no se puede tener conciencia de uno mismo, ni memoria, ni nada. No hay ninguna posibilidad de recuperarse. Uno se limita a existir. Como una concha vacía. Sin alma, perdido para siempre.
Los alumnos escuchaban con aire solemne. A Harry le pareció que, si quedaba algún alumno que no temía a los dementores, ahora ya no.
—Lupin bebió otro trago de cerveza de mantequilla y siguió diciendo—: Es el destino que le espera a Sirius Black. Lo decía El Profeta esta mañana. El Ministerio ha dado permiso a los dementores para besarlo cuando lo encuentren.
A Sirius le dio un escalofrío. Como aún estaba muy cerca de Harry, con la mano apoyada en su cabeza, Harry lo notó también.
— Ahora ya no podrán hacerte nada — dijo en voz baja. — Y el ministerio tendrá que pedirte disculpas en público.
Sirius le sonrió, aunque fue más una mueca que una sonrisa.
Harry se quedó abstraído unos instantes, pensando en la posibilidad de sorber el alma por la boca de una persona. Pero luego pensó en Black.
—Se lo merece —dijo de pronto.
Harry se estremeció al oír eso. Esta vez, Sirius le sonrió de verdad.
— Tranquilo, sé que ya no piensas así.
Harry tragó saliva. Era muy desagradable leer esos pensamientos tan oscuros.
—¿Eso piensas? —dijo, como sin darle importancia—. ¿De verdad crees que alguien se merece eso?
—Sí —dijo Harry con altivez—. Por varios motivos.
Encima se lo había dicho a Lupin, uno de los mejores amigos de Sirius. A Harry le estaban dando ganas de viajar al pasado solo para taparle la boca a su yo de trece años.
Le habría gustado hablar con Lupin sobre la conversación que había oído en Las Tres Escobas, sobre Black traicionando a sus padres, aunque aquello habría supuesto revelar que había ido a Hogsmeade sin permiso. Y sabía que a Lupin no le haría gracia. De forma que terminó su cerveza de mantequilla, dio a Lupin las gracias y salió del aula de Historia de la Magia.
— Esto es inaudito — dijo la profesora Sprout. — ¿A Potter le habría gustado hablar sobre temas delicados? ¿Sin que nadie le obligara? Remus, conseguiste lo imposible.
Harry se ruborizó y Lupin le sonrió indulgentemente a Sprout antes de guiñarle un ojo a Harry.
Harry casi se arrepentía de haberle preguntado qué había debajo de la capucha de un dementor. La respuesta había sido tan horrible y lo había sumido hasta tal punto en horribles pensamientos sobre almas sorbidas que se dio de bruces con la profesora McGonagall mientras subía por las escaleras.
—Mira por dónde vas, Potter.
—Lo siento, profesora.
— Probablemente habría sido menos brusca contigo si hubiera sabido lo que estabas pensando — admitió la profesora McGonagall.
—Fui a buscarte a la sala común de Gryffindor. Bueno, aquí la tienes. Hemos hecho todas las comprobaciones y parece que está bien. En algún lugar tienes un buen amigo, Potter.
Harry se quedó con la boca abierta. La profesora McGonagall sostenía su Saeta de Fuego, que tenía un aspecto tan magnífico como siempre.
Harry sonrió con ganas al recordar ese momento. Había sido todo un alivio recibir de vuelta su escoba.
—¿Puedo quedármela? —dijo Harry con voz desmayada—. ¿De verdad?
—De verdad —dijo sonriendo la profesora McGonagall—. Tendrás que familiarizarte con ella antes del partido del sábado, ¿no? Haz todo lo posible por ganar, porque si no quedaremos eliminados por octavo año consecutivo, como me acaba de recordar muy amablemente el profesor Snape.
Se oyó más de un bufido y alguna que otra risita. Snape todavía parecía muy serio y Harry pensó que, por extraño que pareciera, leer las últimas palabras de Lily y James Potter le había afectado bastante. Sabía que Snape había conocido a su madre, pero no se esperaba que le importaran tanto sus últimos momentos.
Harry subió por las escaleras hacia la torre de Gryffindor, sin habla, llevando la Saeta de Fuego. Al doblar una esquina, vio a Ron, que se precipitaba hacia él con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Te la ha dado? ¡Estupendo! ¿Me dejarás que monte en ella? ¿Mañana?
—Sí, por supuesto —respondió Harry con un entusiasmo que no había experimentado desde hacía un mes—.
— Así que mi regalo fue lo mejor que te pasó en todo el mes — dijo Sirius con orgullo. — ¿Oís eso? Soy el mejor padrino del mundo.
Harry rodó los ojos, exasperado. Lupin parecía compartir el sentimiento, aunque sonreía.
Tendríamos que hacer las paces con Hermione. Sólo quería ayudar...
—Sí, de acuerdo. Está en la sala común, trabajando, para variar.
Hermione pareció sorprendida al escuchar eso.
— ¿Ibais a hacer las paces conmigo?
— Sí, bueno… — empezó Ron. — Luego pasó… eso.
Hermione hizo una mueca. Sabía perfectamente a qué se refería Ron.
Llegaron al corredor que llevaba a la torre de Gryffindor, y vieron a Neville Longbottom que suplicaba a sir Cadogan que lo dejara entrar.
—Las escribí, pero se me deben de haber caído en alguna parte.
—¡Id a otro con ese cuento! —vociferaba sir Cadogan. Luego, viendo a Ron y Harry—: ¡Voto a bríos, mis valientes y jóvenes vasallos! ¡Venid a atar a este demente que trata de forzar la entrada!
—Cierra la boca —dijo Ron al llegar junto a Neville.
— Qué borde — se quejó Padma Patil.
— Eso lo dices porque no tuviste que aguantarlo todos los días — dijo Seamus. — De verdad, era insoportable.
—He perdido las contraseñas —les confesó Neville abatido—. Le pedí que me dijera las contraseñas de esta semana, porque las está cambiando continuamente, y ahora no sé dónde las tengo.
Harry miró de reojo a Sirius, quien fingía no saber nada sobre las contraseñas de Neville.
—«Rompetechos» —dijo Harry a sir Cadogan, que parecía muy decepcionado y reacio a dejarlos pasar. Hubo murmullos repentinos y emocionados cuando todos se dieron la vuelta y rodearon a Harry para admirar su Saeta de Fuego.
—¿Cómo la has conseguido, Harry?
—¿Me dejarás dar una vuelta?
—¿Ya la has probado, Harry?
— Estoy seguro de que eso lo dije yo — se interrumpió Dean a sí mismo, sonriente, haciendo que algunos sonrieran y que otros rodaran los ojos.
—Ravenclaw no tiene nada que hacer. Todos van montados en Barredoras 7.
— Pero teníamos jugadores muy buenos — se defendió Roger Davies.
—¿Puedo cogerla, Harry?
Después de unos diez minutos en que la Saeta de Fuego fue pasando de mano en mano y admirada desde cada ángulo, la multitud se dispersó y Harry y Ron pudieron ver a Hermione, la única que no había corrido hacia ellos y había seguido estudiando. Harry y Ron se acercaron a su mesa y la muchacha levantó la vista.
— ¿Por qué no te acercaste a ellos? — preguntó Ginny. — ¿Por trabajo o por el enfado?
— Ambas cosas, pero sobre todo por el trabajo — admitió Hermione.
—Me la han devuelto —le dijo Harry sonriendo y levantando la Saeta de Fuego. —¿Lo ves, Hermione? ¡No había nada malo en ella!
—Bueno... Podía haberlo —repuso Hermione—. Por lo menos ahora sabes que es segura.
Harry sonrió. Después de todo, Hermione solo había querido asegurarse de que la escoba no lo mataría.
—Sí, supongo que sí —dijo Harry—. Será mejor que la deje arriba.
—¡Yo la llevaré! —se ofreció Ron con entusiasmo—. Tengo que darle a Scabbers el tónico para ratas.
Cogió la Saeta de Fuego y, sujetándola como si fuera de cristal, la subió hasta el dormitorio de los chicos.
Eso provocó las risas de muchos. Ron se ruborizó intensamente.
—¿Me puedo sentar? —preguntó Harry a Hermione.
—Supongo que sí —contestó Hermione, retirando un montón de pergaminos que había sobre la silla.
Harry echó un vistazo a la mesa abarrotada, al largo trabajo de Aritmancia, cuya tinta todavía estaba fresca, al todavía más largo trabajo para la asignatura de Estudios Muggles («Explicad por qué los muggles necesitan la electricidad»), y a la traducción rúnica en que Hermione se hallaba enfrascada.
— Sigo sin entender cómo puede tener tantas asignaturas — dijo Daphne Greengrass. — Además, lo de coger Estudios Muggle siendo hija de muggles me parece raro.
— Como dije, me parece fascinante ver el punto de vista de los magos al estudiar el mundo muggle — explicó Hermione. No dijo nada sobre cómo podía tener todas esas asignaturas a la vez.
—¿Qué tal lo llevas? —preguntó Harry
—Bien. Ya sabes, trabajando duro —respondió Hermione. Harry vio que de cerca parecía casi tan agotada como Lupin.
Lupin alzó una ceja, pero no pareció ofenderse. Tampoco Hermione.
—¿Por qué no dejas un par de asignaturas? —preguntó Harry, viéndola revolver entre libros en busca del diccionario de runas.
—¡No podría! —respondió Hermione escandalizada.
—La Aritmancia parece horrible —observó Harry, cogiendo una tabla de números particularmente abstrusa.
—No, es maravillosa —dijo Hermione con sinceridad—. Es mi asignatura favorita. Es...
— ¿En serio? — dijo George con incredulidad. — Si parece aburridísima.
— No lo es — le aseguró Hermione. — Es de las mejores asignaturas que he estudiado nunca.
Pero Harry no llegó a enterarse de qué tenía de maravilloso la Aritmancia. En aquel preciso instante resonó un grito ahogado en la escalera de los chicos. Todos los de la sala común se quedaron en silencio, petrificados, mirando hacia la entrada. Se acercaban unos pasos apresurados que se oían cada vez más fuerte. Y entonces apareció Ron arrastrando una sábana.
Ron gimió. A su lado, Hermione se tensó visiblemente.
—¡MIRA! —gritó, acercándose a zancadas a la mesa de Hermione—. ¡MIRA! — repitió, sacudiendo la sábana delante de su cara.
—¿Qué pasa, Ron?
—¡SCABBERS! ¡MIRA! ¡SCABBERS! ¡NO ESTÁ!
En el comedor, la gente se debatía entre mirar a Dean mientras leía o a Ron y Hermione, quienes se habían quedado muy tiesos.
Hermione se apartó de Ron, echándose hacia atrás, muy asombrada. Harry observó la sábana que sostenía Ron. Había algo rojo en ella. Algo que se parecía mucho a...
—¡SANGRE! —exclamó Ron en medio del silencio—.¿Y SABES LO QUE HABÍA EN EL SUELO?
—No, no —dijo Hermione con voz temblorosa.
Ron tiró algo encima de la traducción rúnica de Hermione. Ella y Harry se inclinaron hacia delante. Sobre las inscripciones extrañas y espigadas había unos pelos de gato, largos y de color canela.
Durante unos segundos nadie dijo nada. Y entonces alguien exclamó:
— ¡Ese maldito gato se ha comido a Scabbers!
Media docena de voces respondieron al mismo tiempo defendiendo a Crookshanks y a Hermione. Los gritos aumentaron tanto que Dean tuvo que gritar que el capítulo ya había terminado, pero ni siquiera eso hizo que la gente dejara de discutir. Había dos bandos claramente diferenciados: los que defendían a Hermione y a Crookshanks y los que estaban de parte de Ron y Scabbers, a quien algunos parecían haberle cogido cariño. A Harry le sorprendió ver un par de cojines volar como proyectiles.
Finalmente, el profesor Dumbledore tuvo que ponerse en pie y provocar un estallido con su varita.
— Ya es suficiente — dijo cuando todos se hubieron callado, aunque algunas personas seguían de pie. — Hemos terminado de leer por hoy. Podéis descansar hasta mañana.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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