Gilderoy Lockhart:
— Aquí termina — anunció Kingsley. Dumbledore se puso en pie.
— Creo que ya va siendo hora de comer, ¿no os parece? — dijo, sonriente. — Hagamos un descanso.
Muchos suspiraron de alivio.
Todos se pusieron en pie y, como ya era costumbre, el director hizo una floritura con la varita para devolver las cuatro mesas de las casas a sus lugares originales. Los cojines y sofás desaparecieron y los alumnos que no necesitaban salir del comedor se apresuraron a tomar asiento para comer.
Harry se sentó en la mesa de Gryffindor junto a Sirius. Podía sentir las miradas de muchos estudiantes y profesores.
— Espero que haya pollo asado – dijo Sirius con una gran sonrisa. – Hace muchísimo tiempo que no lo pruebo.
— Hey, Sirius – dijo Ron. — Has estado genial con Snape. Vaya cara se le ha quedado.
— ¿Verdad? Le podría haber dicho muchas cosas más.
— ¿Por qué no lo has hecho? — preguntó Harry. Ante la mirada severa de Hermione, añadió: — No es que quiera que te pelees con Snape, pero no es propio de ti callarte después de lo que te ha dicho.
— Claro que no es propio de mí. Si por mí fuera, le habría retado a un duelo y habría barrido el suelo con él.
— ¿Por qué no lo has hecho? — preguntó Ron.
— ¿Es obvio, no? – dijo Lupin, quien había estado escuchando la conversación desde el otro lado de Sirius. — Ahora tiene que controlar sus acciones.
— Hasta ahora no te ha importado lo que pensaran de ti — le recordó Harry.
— Hasta ahora no tenía la opción de ser un hombre libre y poder llevarte conmigo —respondió Sirius. Viendo la expresión de sorpresa de Harry, explicó sus palabras: - Cuando acabemos de leer, lo más seguro es que tendré que pasar por un juicio y ganarlo antes de que me liberen. Con lo que leamos en el tercer libro no creo que me sea muy difícil ganar… Y lo primero que haré al ser libre será pedir tu custodia.
— Si quiere que le den tu custodia, tiene que portarse bien — dijo Lupin, guiñándole un ojo a Harry. — Y eso implica que debe evitar pelearse…
Harry agradeció que la comida apareciera en aquel momento, porque estaba tan emocionado que no encontraba las palabras adecuadas.
— Intenta no pelearte — dijo finalmente. Sirius le sonrió, despeinándole el pelo.
Fuera del comedor, muchos alumnos iban y venían por los pasillos, utilizando los baños, yendo a sus dormitorios a por objetos olvidados o simplemente buscando unos minutos de paz y tranquilidad antes de comer.
Ginny se encontraba en ese último grupo. En cuanto el director había anunciado que realizarían una pausa, se había puesto en pie y había salido del comedor. Necesitaba un poco de aire. A pesar del frío que hacía, estaba asomada a una ventana abierta del segundo piso. El aire helado le despejaba la mente.
Durante mucho tiempo, había evitado a toda costa pasar por el segundo piso. Por suerte para ella, no había tenido ni una sola clase en esa planta durante su segundo año en Hogwarts, así que había podido pasar varios meses sin poner un solo pie allí.
No había sido hasta Navidad de su segundo año cuando, cansada de huir, se había retado a sí misma a pasar por el segundo piso. Solo había durado unos minutos, pero había conseguido dar un paseo por allí antes de volver a sentir la necesidad de huir. Durante los meses posteriores, había regresado periódicamente, retándose a quedarse un par de minutos más. Un par de veces tuvo que echar a correr porque sentía que su corazón iba a explotar si se quedaba un minuto más allí. ¿Cuántas veces se había escondido en los baños de la tercera planta, sin aire, forzándose a sí misma a no llorar?
Pero, al final, lo había conseguido. Ahora era capaz de caminar por el segundo piso como si los peores momentos de su vida no se hubieran originado allí. Como si no la hubieran poseído, utilizado, engañado y casi asesinado por culpa de un estúpido diario. Solo había un lugar al que no había sido capaz de regresar: el baño donde se encontraba la entrada a la cámara de los secretos.
Y estando allí de pie, mirando por la ventana cómo caían los primeros copos de nieve, pensó que quizá nunca lo haría, e inmediatamente la parte más fuerte de sí misma le gritó que de eso nada. Volvería a entrar a ese baño y lo haría ahora mismo.
Iba a darse la vuelta y dirigirse directamente allí cuando una voz que ella reconoció inmediatamente habló a sus espaldas.
— Al fin te encuentro.
— Hola, Michael — lo saludó, girándose para mirarlo a la cara. En parte, se sentía aliviada de que la hubieran interrumpido, aunque jamás lo admitiría. — ¿Cómo me has encontrado?
— Dando vueltas hasta que he tenido suerte — bufó el chico. — ¿Qué haces aquí arriba?
— Pensar — respondió ella.
— Escucha… Quiero hablar contigo — dijo él, en un tono que a ella no le gustó nada.
— ¿Pasa algo?
— No sé… ¿pasa algo?
Con el ceño fruncido, ella resopló:
— ¿Algo como qué? Habla claro.
— Algo entre tú y Potter — dijo Michael. Parecía enfadado, y algo nervioso.
— ¿Qué? No, claro que no — afirmó Ginny molesta. — Te recuerdo que lo que estamos leyendo sucedió hace años.
— Ya lo sé, pero parece que estabas muy… obsesionada con Potter.
— Era una cría. Y no estaba obsesionada, solo me gustaba.
— Lo que sea – resopló Michael. — ¿Te sigue gustando?
— No me puedo creer que me estés preguntando eso — respondió, incrédula. — ¿Acaso no estamos saliendo? ¿Dudas de mí?
No estaba de humor para aguantar escenitas de celos. Miró a Corner con fiereza, retándole a contestar.
— No es eso… — dijo él, incómodo. — Es solo que… No sé, estáis sentados juntos. A veces os oigo murmurar y reíros. Y todo eso que hemos leído…
— Todo lo que hemos leído pasó cuando yo tenía once años — dijo ella con frialdad.
— Lo sé, pero… ¡metiste el codo a la mantequilla por él!
— ¿Y qué? – inquirió Ginny ruborizándose.
— Nunca has hecho nada así por mí.
— Ya no tengo once años, puedo controlar mis impulsos. Además — añadió —si estás celoso no es culpa mía.
— Entonces no te molestará que me siente con vosotros después de comer, ¿no? Si no tienes nada que ocultar…
El primer impulso de Ginny fue mandar a Michael a freír espárragos, pero se contuvo. Pasaron por su mente todas las formas en las que podría cortar con Michael en ese mismo momento, pero se obligó a pensar en que, hasta la fecha, él no le había fallado. Respiró hondo antes de hablar.
— No, Michael. No tengo nada que ocultar. Ni tampoco tengo nada que demostrarte. Puedes sentarte donde quieras, nada te impide que te sientes conmigo.
— Pues lo haré — afirmó él. Se inclinó para darle un beso a Ginny, pero ella se apartó.
— Si vuelves a acusarme de algo, habremos terminado — declaró ella, antes de echar a andar hacia las escaleras.
Corner tragó saliva. Había enfadado a la Weasley más peligrosa.
Mientras tanto, fuera del castillo, alguien abría la verja para dejar entrar a una figura encapuchada.
— ¿Qué tal ha ido?
La persona que acababa de entrar suspiró. Ambos comenzaron a andar hacia el castillo.
— Ha sido agotador. Parece que Fudge no hace nada, pero se pasa el día yendo de un lado para otro.
— ¿Pero hace algo útil?
— Solo los días de reunión. El resto del tiempo se lo pasa saludando a la gente y comiendo rollitos de canela. Su secretaria hoy me ha traído quince cajas que tenía encargadas. ¡Quince!
La primera figura se echó a reír.
— Mira el lado bueno, al menos no tienes que trabajar mucho.
— Más bien, no tengo que trabajar nada — afirmó. — Por cierto, me vas a tener que dar más poción.
— Sin problema. Tenemos muchísima preparada.
— ¿Y vosotros qué tal? ¿Ha pasado algo interesante durante la lectura?
— Pues sí. Sirius ha perdido los nervios y…
El impostor de Fudge paró en seco, mirando con alarma a su acompañante.
— ¿Qué ha pasado? ¿¡Lo han descubierto?!
— Sí. Pero no te asustes — añadió rápidamente. — Dumbledore y Harry lo han controlado todo. Le han dicho a la gente que Sirius es inocente y que la verdad se sabrá en el tercer libro.
— ¿Y Fudge? ¿Y Umbridge?
— No se lo han tomado muy bien, pero no tienen más remedio que aguantarse. Sirius lleva prácticamente toda la mañana con ellos y creo que empiezan a acostumbrarse a ello.
— No me lo puedo creer….
— ¿Verdad? No sé en qué pensaba Sirius. Perder la cabeza de esa forma…
— ¡Y me lo he perdido!
— Espera, ¿eso es lo que te molesta? ¡Sirius ha sido descubierto!
— Y yo no he visto la cara del idiota de Fudge — dijo, desinflado. — Espero que alguien me enseñe ese momento en el pensadero.
Entraron al vestíbulo, justo a tiempo para ver otra figura encapuchada bajando las escaleras.
— Hey, han decidido hacer un descanso para comer — les informó. — Seguiremos leyendo dentro de…
Paró en seco, mirando con el ceño fruncido a las personas que tenía delante.
— ¿Cómo has hecho eso? — preguntó, con la mirada fija en el impostor de Fudge.
— ¿Eh?
— ¿Cómo has bajado tan rápido? Quiero decir, eres… — Miró a la otra figura antes de añadir: — No es Fudge de verdad, ¿no?
— Claro que no.
— No entiendo nada — declaró el tercer encapuchado. — Acabo de hablar contigo en el cuarto piso, ¿cómo has llegado aquí tan rápido?
— No he subido al cuarto piso. Acabo de llegar.
— Pero… te acabo de ver. He hablado contigo ahí arriba.
Los tres intercambiaron miradas, su nivel de alarma aumentando por segundos.
Con las experiencias de una guerra a sus espaldas, echaron a correr hacia la cuarta planta sin perder un solo minuto, esquivando alumnos que se sorprendían y los señalaban al pasar. Cuando llegaron allí, no había nadie en los pasillos.
— No entiendo nada — repitió el tercer encapuchado, nervioso.
— A ver — digo el primero tratando de mantener la calma. — ¿Qué es exactamente lo que has visto? ¿Cómo era la persona con la que has hablado?
— Eras tú — respondió, mirando a la segunda figura.
— Entonces sería Fudge.
— ¡No! Eras tú, sin poción multijugos.
— Es imposible. ¡Acabo de llegar!
— ¿Le viste la cara?
— ¡Sí! ¡Y eras tú!
Nerviosos y alerta, intercambiaron miradas antes de dirigirse hacia la sala desde la que monitoreaban la lectura.
— ¿Qué ohs pasha? — preguntó alguien con la boca llena. Mientras uno de ellos contaba cuántas personas había allí, otro les ordenaba que se pusieran en pie alrededor de la mesa.
— Quitaos las capuchas — ordenó la primera persona, quitándose también su capa. Confundidos, todos la siguieron.
— Estamos todos — declaró el segundo desconocido. — En teoría.
— ¿Cómo que en teoría? — preguntó otra voz. — ¿Qué ha pasado?
— Alguien se está haciendo pasar por nosotros utilizando poción multijugos.
Se hizo un silencio sepulcral.
— Es imposible — afirmó alguien. — No tienen los ingredientes necesarios.
— No pueden haber conseguido nada mío.
— Pues lo han hecho — le espetó la tercera persona. — He hablado con alguien que tenía tu cara cuando tú ni siquiera estabas en el castillo. ¿Qué otra explicación puede haber?
— Sea quien sea, no puede haber cogido un pelo de mi yo de 15 años, ¿verdad? — preguntó. — No tendría mi cara de ahora, sino la de cuando era un crío.
— Tienen que haber usado algo tuyo — dijo alguien. — ¿Pero, cómo? Ni siquiera nos han visto las caras…
— Hemos tenido muchísimo cuidado. ¿Cómo ha podido pasar esto? ¿Y quién podría hacer poción multijugos y usarla para imitarnos?
— Solo puede ser una persona. ¡Snape! — afirmó alguien. — Es el único que puede tener reservas de la poción.
— No me extrañaría que Moody también tuviera algo de poción multijugos encima.
Una de las figuras caminaba de un lado a otro, pensativa.
— No creo que haya sido ninguno de ellos. Solo se me ocurre una cosa… pero es muy improbable.
— ¿Qué se te ocurre?
Todos lo miraron.
— El que se ha hecho pasar por uno de nosotros debe ser la misma persona que echó a Nott de la lechucería.
— Tendría sentido — respondió alguien. — Pero, ¿cómo ha conseguido algo que meter en la poción?
— Solo hay una opción — siguió explicando. — Sea quien sea, debe ser alguien del futuro.
Se hizo un silencio.
— Espera — bufó alguien. — ¿Dudas de nosotros?
— No — dijo rotundamente. — Creo que hay alguien más. Alguien nos ha seguido.
Harry era muy feliz sin saber nada de lo que estaba sucediendo. Rodeado de sus amigos, de los Weasley (Ginny había llegado un poco tarde a comer y parecía de mal humor, ¿le habría pasado algo?) y de Sirius, el profesor Lupin y Tonks, se sentía más feliz de lo que recordaba haberse sentido en mucho tiempo.
Seguía odiando la idea de leer los libros, pero empezaba a ver los frutos de tener que hacerlo. Sirius estaba allí a su lado, leerían lo que pasó y sería liberado. Todavía le costaba asimilarlo. Hacía solo unos días, esa posibilidad había sido tan remota que ni en sus más grandes sueños se había atrevido a pensar en ello.
Los ánimos de todos estaban bastante altos. La gente hablaba, reía y hasta los profesores parecían más animados. Harry supuso que se debía a que los últimos capítulos que habían leído eran bastante agradables. Ron y él robando el coche y volando a Hogwarts, librándose del castigo, pasando el rato en la Madriguera unos días antes… Lo de los Dursley habría preferido no leerlo, pero el resto había sido divertido, en cierta forma.
Con una punzada de nervios, pensó en lo que estaba por venir. ¿Cuántos capítulos faltarían para que se abriera la cámara? ¿Sería en el siguiente? Por si acaso, dejó su segunda porción de tarta de melaza en el plato. Prefería no tener el estómago muy lleno si iban a leer eso justo después de comer. Hermione lo miró con curiosidad, pero él simplemente dijo que estaba lleno y esperó a que todos acabaran.
Veinte minutos después, tras una pausa para que todos los que lo necesitaran fueran al baño, el director volvió a pedir que todos se pusieran en pie. Las mesas volvieron a transformarse en sofás, sillones y almohadas. Harry notó que ahora había muchas más almohadas que antes. Durante un segundo, pensó que quizá a Dumbledore le estaba gustando ver a los alumnos pelearse con almohadas en vez de con los puños, pero ese pensamiento se fue tan rápido como vino.
— Ahora que estamos todos sentados y cómodos — empezó Dumbledore con una sonrisa. — ¿Quién quiere leer el siguiente capítulo?
Varias manos se levantaron. Parecía que el descanso había venido muy bien para renovar las fuerzas de todos.
Para la gran sorpresa de Harry, Percy Weasley tenía la mano levantada. Dumbledore, con una sonrisa, lo señaló a él para que leyera.
Tragando saliva, Percy se levantó, se acercó al atril y tomó el libro. Harry notó que el resto de la familia Weasley parecía tan sorprendida como él, excepto Fred y George, cuyas caras denotaban bastante mal humor.
— Este capítulo se titula — comenzó Percy con tono pomposo. —Gilderoy Lockhart.
Inmediatamente, muchos bufaron, recordando a su antiguo profesor. Percy hizo una mueca antes de decir:
— Si llego a saberlo no me ofrezco para leer.
Algunos rieron. Esta vez, Fred y George sí que parecieron sorprenderse. La señora Weasley tenía una gran sonrisa.
Al día siguiente, sin embargo, Harry apenas sonrió ni una vez.
Después de todo lo que había dicho Percy de él, a Harry se le hizo raro escucharle llamándolo por su nombre de pila.
Las cosas fueron de mal en peor desde el desayuno en el Gran Salón.
— ¿Qué pasó esta vez? — preguntó Corner en voz baja, rodando los ojos. Había cumplido su promesa y se había sentado junto a Ginny.
— Si callas y escuchas lo sabrás — gruñó ella. Michael la miró con la boca abierta, indignado, pero ella fingió no verlo.
Estaba muy enfadada con él. Sentía que no se había sentado con ella para hacerle compañía o porque la quisiera, sino para asegurarse de que no hablaba de nada personal con Harry. Si no confiaba en ella, ¿qué hacían juntos? La parte de ella más Gryffindor, la que podía mantener a raya a los gemelos, le gritaba que tendría que haber cortado con él en el momento en el que se atrevió a insinuar que ella le estaba engañando. Otra parte, la que era consciente de que todos cometemos errores, consideraba que ese había sido solo un momento malo entre muchos momentos buenos y que Michael recobraría el sentido cuando viera que entre ella y Harry no había nada.
Bajo el techo encantado, que aquel día estaba de un triste color gris, las cuatro grandes mesas correspondientes a las cuatro casas estaban repletas de soperas con gachas de avena, fuentes de arenques ahumados, montones de tostadas y platos con huevos y beicon.
A Harry se le revolvió un poco el estómago. Leer sobre comida después de comer no era muy buena idea.
Harry y Ron se sentaron en la mesa de Gryffindor junto a Hermione, que tenía su ejemplar de Viajes con los vampiros abierto y apoyado contra una taza de leche. La frialdad con que ella dijo «buenos días», hizo pensar a Harry que todavía les reprochaba la manera en que habían llegado al colegio.
— ¿Tú crees? — dijo Hermione con sarcasmo. Harry hizo una mueca, mientras Sirius, que se había sentado en un sofá cercano, reía con ganas.
— Qué poco sabéis de mujeres — dijo. Harry y Ron se ruborizaron.
Neville Longbottom, por el contrario, les saludó alegremente. Neville era un muchacho de cara redonda, propenso a los accidentes, y era la persona con peor memoria de entre todas las que Harry había conocido nunca.
— Lo siento — se disculpó Harry entre las risas de todos. Neville, algo rojo, le sonrió.
— No te preocupes. Es verdad.
—El correo llegará en cualquier momento —comentó Neville—; supongo que mi abuela me enviará las cosas que me he olvidado.
Hasta Neville rió al escuchar la confirmación de lo que había dicho Harry.
Efectivamente, Harry acababa de empezar sus gachas de avena cuando un centenar de lechuzas penetraron con gran estrépito en la sala, volando sobre sus cabezas, dando vueltas por la estancia y dejando caer cartas y paquetes sobre la alborotada multitud. Un gran paquete de forma irregular rebotó en la cabeza de Neville, y un segundo después, una cosa gris cayó sobre la taza de Hermione, salpicándolos a todos de leche y plumas.
— Qué desastre — dijo Parvati con una mueca de desagrado.
—¡Errol! —dijo Ron, sacando por las patas a la empapada lechuza. Errol se desplomó, sin sentido, sobre la mesa, con las patas hacia arriba y un sobre rojo y mojado en el pico.
»¡No…! —exclamó Ron.
Lo mismo gemía ahora, con la cara entre las manos.
— ¡Percy, no leas esto! — exclamó, levantando la mirada hacia su hermano, a quien pilló por sorpresa. Durante un segundo, Percy se planteó qué hacer. Miró de reojo a Dumbledore, quien sonreía discretamente, y pensó: ¿Qué harían los gemelos en esta situación?
Con una sonrisa pícara, Percy siguió leyendo.
—No te preocupes, no está muerto —dijo Hermione, tocando a Errol con la punta del dedo.
—No es por eso… sino por esto.
Ron señalaba el sobre rojo.
Ron volvió a gemir. Harry le dio un par de palmaditas en la espalda en señal de apoyo. Todos los que recordaban el howler se acomodaron en sus asientos, sonrientes y ansiosos por revivir ese momento.
A Harry no le parecía que tuviera nada de particular, pero Ron y Neville lo miraban como si pudiera estallar en cualquier momento.
— Es que podía estallar — bufó Ron.
— Ahora ya lo sé — replicó Harry. Con una punzada, recordó el howler que había recibido tia Petunia la noche de los dementores. ¿Quién se lo habría enviado?
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
—Me han enviado un howler —dijo Ron con un hilo de voz.
—Será mejor que lo abras, Ron —dijo Neville, en un tímido susurro—. Si no lo hicieras, sería peor. Mi abuela una vez me envió uno, pero no lo abrí y… —tragó saliva— fue horrible.
— ¡Hey, Longbottom! — dijo Zacharias Smith desde uno de los sofás de la esquina. — ¿Qué hiciste para que tu abuela te enviara un howler?
— No me acuerdo — confesó Neville, haciendo reír a muchos.
Harry contempló los rostros aterrorizados y luego el sobre rojo.
—¿Qué es un howler? —dijo.
— Oh, pobre e inocente criatura — rió Tonks. — Yo he recibido unos veinte.
Pero Ron fijaba toda su atención en la carta, que había empezado a humear por las esquinas.
—Ábrela —urgió Neville—. Será cuestión de unos minutos.
— ¿Acaso no es mejor dejar que exploten? — preguntó Harry. — Quiero decir… si la abres, se escucha el mensaje completo. Pero si la dejas cerrada solo escuchas un par de palabras, ¿no?
— No funciona así — respondió Hermione. — Escuchas el mensaje completo aunque no abras la carta, solo que se prende fuego si no lo haces.
Entonces, ¿aquel mensaje que recibió tía Petunia estaba completo? "Recuerda mi última, Petunia". ¿Qué diantres significaba eso?
Ron alargó una mano temblorosa, le quitó a Errol el sobre del pico con mucho cuidado y lo abrió. Neville se tapó los oídos con los dedos. Harry no comprendió por qué lo había hecho hasta una fracción de segundo después. Por un momento, creyó que el sobre había estallado; en el salón se oyó un bramido tan potente que desprendió polvo del techo.
Los alumnos de primeros años que jamás habían oído hablar de los howler escuchaban con la boca abierta.
Percy leyó, imitando casi a la perfección a la señora Weasley.
—… ROBAR EL COCHE, NO ME HABRÍA EXTRAÑADO QUE TE EXPULSARAN; ESPERA A QUE TE COJA, SUPONGO QUE NO TE HAS PARADO A PENSAR LO QUE SUFRIMOS TU PADRE Y YO CUANDO VIMOS QUE EL COCHE NO ESTABA…
Harry no pudo evitar reír al ver a Percy hacer los mismos aspavientos con las manos que hacía la señora Weasley cuando se enfadaba. De hecho, todos los Weasley parecían estar luchando contra las ganas de sonreír, excepto Molly. Roja como un tomate, sonreía con ganas.
Los gritos de la señora Weasley, cien veces más fuertes de lo normal, hacían tintinear los platos y las cucharas en la mesa y reverberaban en los muros de piedra de manera ensordecedora. En el salón, la gente se volvía hacia todos los lados para ver quién era el que había recibido el howler, y Ron se encogió tanto en el asiento que sólo se le podía ver la frente colorada.
Muchos reían.
— Ojalá hubiera estado allí — se quejó un alumno de segundo. Ron lo miró mal.
—… ESTA NOCHE LA CARTA DE DUMBLEDORE, CREÍ QUE TU PADRE SE MORÍA DE LA VERGUENZA, NO TE HEMOS CRIADO PARA QUE TE COMPORTES ASÍ, HARRY Y TÚ PODRÍAIS HABEROS MATADO…
Esta vez, ni Ron ni Ginny pudieron evitar soltar una carcajada. La imitación de Percy era absolutamente perfecta. Fred y George parecían en shock, pero Harry vio cómo Fred se ponía la mano sobre la boca, escondiendo una sonrisa.
Harry se había estado preguntando cuándo aparecería su nombre. Trataba de hacer como que no oía la voz que le estaba perforando los tímpanos.
Las frases leídas en tono normal intercaladas con los gritos de la señora Weasley hacían que todo fuera incluso más cómico.
—… COMPLETAMENTE DISGUSTADO, EN EL TRABAJO DE TU PADRE ESTÁN HACIENDO INDAGACIONES, TODO POR CULPA TUYA, Y SI VUELVES A HACER OTRA, POR PEQUEÑA QUE SEA, TE SACAREMOS DEL COLEGIO.
Percy acabó su discurso poniendo las manos sobre sus caderas, en una pose que Harry recordaba ver en la señora Weasley cada vez que regañaba a sus hijos. Bill se tapaba la cara con las manos, riendo silenciosamente y tratando de que no se notara. Charlie estaba tan rojo de aguantarse la risa que Harry pensó que iba a explotar. Fred y George, irónicamente, eran los más serios, pero incluso ellos luchaban contra las ganas de sonreír y fallaban en el intento. La expresión de concentración de George hacía parecer que estaba estreñido. Ron y Ginny reían con ganas, mientras Arthur y Molly sonreían, la última muy, muy roja.
Se hizo un silencio en el que resonaban aún las palabras de la carta. El sobre rojo, que había caído al suelo, ardió y se convirtió en cenizas. Harry y Ron se quedaron aturdidos, como si un maremoto les hubiera pasado por encima. Algunos se rieron y, poco a poco, el habitual alboroto retornó al salón.
En el presente, sucedía lo mismo. Las risas fueron apagándose y Percy pudo seguir leyendo normalmente.
Hermione cerró el libro Viajes con los vampiros y miró a Ron, que seguía encogido.
—Bueno, no sé lo que esperabas, Ron, pero tú…
—No me digas que me lo merezco —atajó Ron.
— Pero sabes que te lo merecías — dijo Ginny. Ron bufó y fingió pegarle. Ella agarró una almohada y le pegó de verdad.
Harry apartó su plato de gachas. El sentimiento de culpabilidad le revolvía las tripas. El señor Weasley tendría que afrontar una investigación en su trabajo. Después de todo lo que los padres de Ron habían hecho por él durante el verano…
Pero en el presente, el señor y la señora Weasley le sonreían, sin rencor.
Pero Harry no tuvo demasiado tiempo para pensar en aquello, porque la profesora McGonagall recorría la mesa de Gryffindor entregando los horarios. Harry cogió el suyo y vio que tenían en primer lugar dos horas de Herbología con los de la casa de Hufflepuff.
Se escucharon murmullos desde la zona donde la mayoría de Hufflepuffs se habían sentado. Emocionados, se preguntaban quiénes de ellos saldrían en la lectura.
Harry, Ron y Hermione abandonaron juntos el castillo, cruzaron la huerta por el camino y se dirigieron a los invernaderos donde crecían las plantas mágicas. El howler había tenido al menos un efecto positivo: parecía que Hermione consideraba que ellos ya habían tenido suficiente castigo y volvía a mostrarse amable.
— Al menos algo bueno salió de eso — resopló Ron. Hermione le sonrió.
Al dirigirse a los invernaderos, vieron al resto de la clase congregada en la puerta, esperando a la profesora Sprout. Harry, Ron y Hermione acababan de llegar cuando la vieron acercarse con paso decidido a través de la explanada, acompañada por Gilderoy Lockhart. La profesora Sprout llevaba un montón de vendas en los brazos, y sintiendo otra punzada de remordimiento, Harry vio a lo lejos que el sauce boxeador tenía varias de sus ramas en cabestrillo.
Harry y Ron se miraron durante una fracción de segundo antes de decir en voz alta:
— Perdón.
— Lo sentimos.
La profesora Sprout, gratamente sorprendida, les sonrió e hizo un gesto que quería decir "No pasa nada".
La profesora Sprout era una bruja pequeña y rechoncha que llevaba un sombrero remendado sobre la cabellera suelta. Generalmente, sus ropas siempre estaban manchadas de tierra, y si tía Petunia hubiera visto cómo llevaba las uñas, se habría desmayado.
Muchos rieron, incluida la profesora.
Gilderoy Lockhart, sin embargo, iba inmaculado con su túnica amplia color turquesa y su pelo dorado que brillaba bajo un sombrero igualmente turquesa con ribetes de oro, perfectamente colocado.
Harry notó las expresiones embelesadas de algunas alumnas de cursos inferiores y tuvo que contener las ganas de decirles exactamente cómo era Lockhart.
—¡Hola, qué hay! —saludó Lockhart, sonriendo al grupo de estudiantes—. Estaba explicando a la profesora Sprout la manera en que hay que curar a un sauce boxeador. ¡Pero no quiero que penséis que sé más que ella de botánica! Lo que pasa es que en mis viajes me he encontrado varias de estas especies exóticas y…
— Y una mierda — resopló Lee Jordan. McGonagall lo regañó por la palabrota, pero no dijo nada para defender a Lockhart.
—¡Hoy iremos al Invernadero 3, muchachos! —dijo la profesora Sprout, que parecía claramente disgustada, lo cual no concordaba en absoluto con el buen humor habitual en ella.
La profesora Sprout bufó.
— Como para estar de buen humor, con ese pedazo de im…
Se dio cuenta en el último segundo de que estaba hablando frente a todo el gran comedor, así que, ruborizada, cerró la boca.
Se oyeron murmullos de interés. Hasta entonces, sólo habían trabajado en el Invernadero 1. En el Invernadero 3 había plantas mucho más interesantes y peligrosas.
Los alumnos de primero escuchaban con emoción.
La profesora Sprout cogió una llave grande que llevaba en el cinto y abrió con ella la puerta. A Harry le llegó el olor de la tierra húmeda y el abono mezclados con el perfume intenso de unas flores gigantes, del tamaño de un paraguas, que colgaban del techo. Se disponía a entrar detrás de Ron y Hermione cuando Lockhart lo detuvo sacando la mano rapidísimamente.
—¡Harry! Quería hablar contigo… Profesora Sprout, no le importa si retengo a Harry un par de minutos, ¿verdad?
A juzgar por la cara que puso la profesora Sprout, sí le importaba, pero Lockhart añadió:
—Sólo un momento —y le cerró la puerta del invernadero en las narices.
Algunos tenían la boca abierta de la sorpresa.
— No puede ser — dijo una chica de tercero. — He leído muchas de sus entrevistas. Siempre es tan educado…
— Era — la corrigió un chico de cuarto. — Ahora ha perdido la cabeza, ¿no?
— Eso dicen — afirmó alguien de segundo.
— Solo era educado cuando le convenía — les informó un chico de séptimo. A Harry le sonaba de algún partido de Quidditch. — El resto del tiempo solo era un inútil con un ego muy grande.
Muchos asintieron dándole la razón. Todos los que aún eran fans de Lockhart parecían enfadados y disgustados. Percy siguió leyendo para evitar que se formaran peleas.
—Harry —dijo Lockhart. Sus grandes dientes blancos brillaban al sol cuando movía la cabeza—. Harry, Harry, Harry.
— Harry, Harry, Harry, Harry — dijo Fred.
— Harry, Harry, Harry, Harry, Harry — siguió George.
— Harry, Harry, Harry…
— Parad ya — se quejó Harry. Su nombre empezaba a sonarle muy raro.
Harry no dijo nada. Estaba completamente perplejo. No tenía ni idea de qué se trataba. Estaba a punto de decírselo, cuando Lockhart prosiguió:
—Nunca nada me había impresionado tanto como esto, ¡llegar a Hogwarts volando en un coche! Claro que enseguida supe por qué lo habías hecho. Se veía a la legua. Harry, Harry, Harry.
— Harry, Harry, Harry…
Ron, quien ya se había llevado un golpe por parte de Ginny, ahora se llevó otro por parte de Harry.
Era increíble cómo se las arreglaba para enseñar todos los dientes incluso cuando no estaba hablando.
— Podría hacer anuncios de dentífricos — dijo Hermione en voz baja. Harry bufó.
— Díselo a tus padres, ¿necesitan un modelo para la consulta?
— Si lo necesitaran, le daría el trabajo a cualquiera menos a Lockhart — resopló ella.
— Tu yo de doce años estaría devastada al oírte — dijo Ron. Su gran sonrisa indicaba que le encantaba la nueva opinión de Hermione. Ella rodó los ojos.
—Te metí el gusanillo de la publicidad, ¿eh? —dijo Lockhart—. Le has encontrado el gusto. Te viste compartiendo conmigo la primera página del periódico y no pudiste resistir salir de nuevo.
—No, profesor, verá…
—Harry, Harry, Harry —dijo Lockhart,
— Harry, Harry, Harry, Harry — dijo esta vez Ginny. Harry la miró, indignado y traicionado, y su expresión hizo que Ginny se echara a reír.
— Harry, Harry, Harry, Harry, Harry — se unió Luna. — Parece un trabalenguas.
De pronto, medio comedor decía su nombre sin parar, intentando ver quién podía decirlo más veces seguidas sin que se le trabara la lengua. Sirius y Remus parecían haberse picado mucho y repetían el nombre una y otra vez, aunque Sirius no era capaz de decirlo más de siete veces sin atragantarse.
— No es tan difícil — bufó Hermione. — Harry, Harry, Harry, Harry, Harry….
Por suerte para Harry y su salud mental, Percy se apiadó de él y siguió leyendo, si bien tuvo que levantar la voz para hacerse oír.
cogiéndole por el hombro—. Lo comprendo. Es natural querer probar un poco más una vez que uno le ha cogido el gusto. Y me avergüenzo de mí mismo por habértelo hecho probar, porque es lógico que se te subiera a la cabeza.
Eso hizo que todos volvieran a centrar su atención en la lectura.
Pero mira, muchacho, no puedes ir volando en coche para convertirte en noticia. Tienes que tomártelo con calma, ¿de acuerdo? Ya tendrás tiempo para estas cosas cuando seas mayor. Sí, sí, ya sé lo que estás pensando: «¡Es muy fácil para él, siendo ya un mago de fama internacional!» Pero cuando yo tenía doce años, era tan poco importante como tú ahora.
Los fans de Lockhart escuchaban incrédulos.
— ¡Pero si Harry ya era famoso! — exclamó Romilda Vane. Parecía que se le acababa de caer un mito.
¡De hecho, creo que era menos importante! Quiero decir que hay gente que ha oído hablar de ti, ¿no?, por todo ese asunto con El-que-no-debe-ser-nombrado. —Contempló la cicatriz en forma de rayo que Harry tenía en la frente—. Lo sé, lo sé, no es tanto como ganar cinco veces seguidas el Premio a la Sonrisa más Encantadora, concedido por la revista Corazón de bruja, como he hecho yo, pero por algo hay que empezar.
Se hizo un silencio mientras la gente trataba de procesar las palabras de Lockhart.
— Así que… — empezó Tonks. — ¿Ganar el premio a la Sonrisa más Encantadora cinco veces tiene más mérito que conseguir que el peor mago oscuro de todos los tiempos desaparezca?
— Ese tío es imbécil — declaró Moody. Como no era un alumno, nadie podía regañarlo por su vocabulario.
Le guiñó un ojo a Harry y se alejó con paso seguro. Harry se quedó atónito durante unos instantes, y luego, recordando que tenía que estar ya en el invernadero, abrió la puerta y entró.
— Te pasan cosas muy raras — rió Luna. Harry asintió con ganas. La chica no se hacía una idea de lo rara que podía llegar a ser su vida.
La profesora Sprout estaba en el centro del invernadero, detrás de una mesa montada sobre caballetes. Sobre la mesa había unas veinte orejeras. Cuando Harry ocupó su sitio entre Ron y Hermione, la profesora dijo:
—Hoy nos vamos a dedicar a replantar mandrágoras. Veamos, ¿quién me puede decir qué propiedades tiene la mandrágora?
— Es una suerte que ese año viéramos justo esa lección — susurró Ron. Harry asintió. Al otro lado de Ron, Ginny se estremeció al pensar en lo que podría haber sucedido si no hubieran tenido mandrágoras.
— ¿Tienes frío? — le preguntó Michael. Ella negó con la cabeza.
Sin que nadie se sorprendiera, Hermione fue la primera en alzar la mano.
—La mandrágora, o mandrágula, es un reconstituyente muy eficaz —dijo Hermione en un tono que daba la impresión, como de costumbre, de que se había tragado el libro de texto—. Se utiliza para volver a su estado original a la gente que ha sido transformada o encantada.
Hermione parecía indignada.
— No me "trago" los libros, ¡los estudio!
—Excelente, diez puntos para Gryffindor —dijo la profesora Sprout—. La mandrágora es un ingrediente esencial en muchos antídotos. Pero, sin embargo, también es peligrosa. ¿Quién me puede decir por qué?
Al levantar de nuevo velozmente la mano, Hermione casi se lleva por delante las gafas de Harry.
Algunos rieron. Hermione se disculpó con Harry.
—El llanto de la mandrágora es fatal para quien lo oye —dijo Hermione instantáneamente.
— ¿Se estudian plantas mortales en segundo? — dijo una niña de primero, nerviosa.
— ¿De qué te sorprendes? — respondió alguien de cuarto. — Si en este colegio se guardan perros de tres cabezas en los armarios…
— A solo un alohomora de distancia — añadió Fred.
— Creo que debemos reforzar las medidas de seguridad — dijo Umbridge. Fudge asintió, con una expresión que prometía que analizaría en profundidad cada uno de los fallos de Hogwarts.
—Exacto. Otros diez puntos —dijo la profesora Sprout—. Bueno, las mandrágoras que tenemos aquí son todavía muy jóvenes.
Mientras hablaba, señalaba una fila de bandejas hondas, y todos se echaron hacia delante para ver mejor. Un centenar de pequeñas plantas con sus hojas de color verde violáceo crecían en fila. A Harry, que no tenía ni idea de lo que Hermione había querido decir con lo de «el llanto de la mandrágora», le parecían completamente vulgares.
— Lo retiro — dijo Harry, haciendo reír a Ron y Hermione.
—Poneos unas orejeras cada uno —dijo la profesora Sprout.
Hubo un forcejeo porque todos querían coger las únicas que no eran ni de peluche ni de color rosa.
— ¿Por qué no? — dijo la profesora, consternada. — Las rosas son las mejores.
— Nadie quiere tener bolas de pelo rosa en la cabeza — le informó la profesora Sinistra.
— Pues son las que mejor funcionan — bufó Sprout.
— Porque nadie las usa y no están desgastadas — replicó McGonagall. Antes de que la profesora Sprout pudiera seguir defendiendo sus queridas orejeras rosas, Percy siguió leyendo.
—Cuando os diga que os las pongáis, aseguraos de que vuestros oídos quedan completamente tapados —dijo la profesora Sprout—. Cuando os las podáis quitar, levantaré el pulgar. De acuerdo, poneos las orejeras.
Harry se las puso rápidamente. Insonorizaban completamente los oídos. La profesora Sprout se puso unas de color rosa, se remangó, cogió firmemente una de las plantas y tiró de ella con fuerza.
Harry dejó escapar un grito de sorpresa que nadie pudo oír.
— ¿Te asustaron las mandrágoras? — dijo Draco Malfoy con sorna.
— La sorpresa no es lo mismo que el miedo, Malfoy — le defendió Cho Chang. Malfoy alzó una ceja, pero se contentó con soltar un bufido burlón.
En lugar de raíces, surgió de la tierra un niño recién nacido, pequeño, lleno de barro y extremadamente feo. Las hojas le salían directamente de la cabeza. Tenía la piel de un color verde claro con manchas, y se veía que estaba llorando con toda la fuerza de sus pulmones.
Los que nunca habían visto una mandrágora escuchaban la descripción con horror.
La profesora Sprout cogió una maceta grande de debajo de la mesa, metió dentro la mandrágora y la cubrió con una tierra abonada, negra y húmeda, hasta que sólo quedaron visibles las hojas. La profesora Sprout se sacudió las manos, levantó el pulgar y se quitó ella también las orejeras.
— Pero… ¿pero están vivas? — preguntó la misma niña de primero que antes, horrorizada. — ¿Estáis enterrando bebés?
— ¡Claro que no! — respondió la profesora Sprout. — Las mandrágoras no pueden sobrevivir fuera de la tierra durante mucho tiempo. ¡Es su hábitat natural! Y para cuidarlas, hay que cambiar la tierra frecuentemente para que tenga todos los nutrientes que necesitan.
La niña pareció mucho más tranquila tras la explicación.
—Como nuestras mandrágoras son sólo plantones pequeños, sus llantos todavía no son mortales —dijo ella con toda tranquilidad, como si lo que acababa de hacer no fuera más impresionante que regar una begonia—. Sin embargo, os dejarían inconscientes durante varias horas, y como estoy segura de que ninguno de vosotros quiere perderse su primer día de clase,
— A mí no me habría importado — dijo Dean.
aseguraos de que os ponéis bien las orejeras para hacer el trabajo. Ya os avisaré cuando sea hora de recoger. Cuatro por bandeja. Hay suficientes macetas aquí. La tierra abonada está en aquellos sacos. Y tened mucho cuidado con las Tentacula Venenosa, porque les están saliendo los dientes.
Mientras hablaba, dio un fuerte manotazo a una planta roja con espinas, haciéndole que retirara los largos tentáculos que se habían acercado a su hombro muy disimulada y lentamente.
Los alumnos de primero parecieron aún más horrorizados, si bien algunos tenían caras de emoción.
Harry, Ron y Hermione compartieron su bandeja con un muchacho de Hufflepuff que Harry conocía de vista, pero con quien no había hablado nunca.
—Justin Finch-Fletchley —dijo alegremente, dándole la mano a Harry—.
Ambos chicos se sonrieron, y a Harry le pareció muy curioso que justo le hubiera tocado con Justin aquel día teniendo en cuenta todo lo que había pasado después.
Claro que sé quién eres, el famoso Harry Potter. Y tú eres Hermione Granger, siempre la primera en todo. —Hermione sonrió al estrecharle la mano—. Y Ron Weasley. ¿No era tuyo el coche volador?
Ron no sonrió. Obviamente, todavía se acordaba del howler.
Muchos se echaron a reír y Justin parecía estar dividido entre reírse o sentirse mal por Ron.
—Ese Lockhart es famoso, ¿verdad? —dijo contento Justin, cuando empezaban a llenar sus macetas con estiércol de dragón—. ¡Qué tío más valiente! ¿Habéis leído sus libros? Yo me habría muerto de miedo si un hombre lobo me hubiera acorralado en una cabina de teléfonos, pero él se mantuvo sereno y ¡zas! Formidable.
— LO RETIRO TODO — dijo Justin gritando para que todo el comedor lo escuchara. — ¡Absolutamente todo!
— ¿Por qué? — preguntó una chica de tercero, confusa.
— Porque además de tener un ego enorme, era un inútil — afirmó Justin. — No sé si lo que cuentan sus libros es cierto o no, pero, si lo es, es imposible que Lockhart fuera quien hizo todas esas cosas. ¡Ni siquiera sabía controlar unos duendecillos!
Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas. Si bien todos los estudiantes que habían conocido a Lockhart sabían que era un inútil, ninguno de ellos conocía la historia sobre cómo había borrado las memorias de la gente y cómo había tratado de hacer lo mismo con Harry y Ron. Se iban a llevar una desagradable sorpresa.
»Me habían reservado plaza en Eton, pero estoy muy contento de haber venido aquí. Naturalmente, mi madre estaba algo disgustada, pero desde que le hice leer los libros de Lockhart, empezó a comprender lo útil que puede resultar tener en la familia a un mago bien instruido…
Justin dejó caer la cabeza en el hombro de Hannah Abbott, escondiéndose de la gente. Muchos rieron, pero nadie más que Ernie Macmillan y Susan Bones, quienes se burlaban de él diciendo que no volverían a dirigirle la palabra por ser un "fanático" de Lockhart.
Después ya no tuvieron muchas posibilidades de charlar. Se habían vuelto a poner las orejeras y tenían que concentrarse en las mandrágoras. Para la profesora Sprout había resultado muy fácil, pero en realidad no lo era. A las mandrágoras no les gustaba salir de la tierra, pero tampoco parecía que quisieran volver a ella.
— Es como darse un baño, entonces — dijo Lavender. — Da pereza entrar, pero una vez que lo haces, no quieres salir nunca.
Se retorcían, pataleaban, sacudían sus pequeños puños y rechinaban los dientes. Harry se pasó diez minutos largos intentando meter una algo más grande en la maceta.
— Harry, Harry, Harry — dijo Fred. — El truco está en agarrarlas por los pies y hacer presión.
Harry rodó los ojos.
Al final de la clase, Harry, al igual que los demás, estaba empapado en sudor, le dolían varias partes del cuerpo y estaba lleno de tierra. Volvieron al castillo para lavarse un poco, y los de Gryffindor marcharon corriendo a la clase de Transformaciones.
— Menos mal que dejan un rato para cambiarnos de ropa — dijo Parvati. — Imagina tener que entrar a clase así.
Lavender se estremeció.
Las clases de la profesora McGonagall eran siempre muy duras, pero aquel primer día resultó especialmente difícil. Todo lo que Harry había aprendido el año anterior parecía habérsele ido de la cabeza durante el verano. Tenía que convertir un escarabajo en un botón, pero lo único que conseguía era cansar al escarabajo, porque cada vez que éste esquivaba la varita mágica, se le caía del pupitre.
Algunos rieron.
A Ron aún le iba peor. Había recompuesto su varita con un poco de celo que le habían dado, pero parecía que la reparación no había sido suficiente. Crujía y echaba chispas en los momentos más raros, y cada vez que Ron intentaba transformar su escarabajo, quedaba envuelto en un espeso humo gris que olía a huevos podridos. Incapaz de ver lo que hacía, aplastó el escarabajo con el codo sin querer y tuvo que pedir otro. A la profesora McGonagall no le hizo mucha gracia.
— ¿A quién se le ocurre arreglar una varita con celo? — dijo Cormac McLaggen, burlón.
— Era celo mágico — dijo Ron. — Y no tenía otra opción.
— Podías habernos pedido otra — dijo la señora Weasley. — Te la habríamos comprado.
Sin embargo, todos sabían que eso habría supuesto un enorme sacrificio económico para la familia.
— Sigo pensando que el colegio debería tomar medidas en ese tipo de situaciones — dijo Hermione en voz alta. El director asintió.
— Definitivamente, tendré que echar un vistazo a las normas de regulación del presupuesto e incluir este tipo de situaciones para que no vuelva a suceder algo similar.
Harry se sintió aliviado al oír la campana de la comida. Sentía el cerebro como una esponja escurrida. Todos salieron ordenadamente de la clase salvo él y Ron, que todavía estaba dando golpes furiosos en el pupitre con la varita.
—¡Chisme inútil, que no sirves para nada!
—Pídeles otra a tus padres —sugirió Harry cuando la varita produjo una descarga de disparos, como si fuera una traca.
—Ya, y recibiré como respuesta otro howler —dijo Ron, metiendo en la bolsa la varita, que en aquel momento estaba silbando— que diga: «Es culpa tuya que se te haya partido la varita.»
— Fue culpa tuya que se te partiera la varita — le recriminó su madre. — Pero te habríamos comprado una nueva.
— No pasa nada — dijo Ron. — Me alegro de que estuviera rota.
Como solo los Weasley, Harry y Ron sabían lo que había sucedido con Lockhart, el resto del comedor estaba muy confuso.
Bajaron a comer, pero el humor de Ron no mejoró cuando Hermione le enseñó el puñado de botones que había conseguido en la clase de Transformaciones.
Ella hizo una mueca.
—¿Qué hay esta tarde? —dijo Harry, cambiando de tema rápidamente.
—Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo Hermione en el acto.
—¿Por qué —preguntó Ron, cogiéndole el horario— has rodeado todas las clases de Lockhart con corazoncitos?
Hermione le quitó el horario. Se había puesto roja.
Esta vez, fue el turno de Hermione de gemir y esconder la cara entre las manos. Muchos reían y algunas personas confesaron haber hecho lo mismo.
Terminaron de comer y salieron al patio. Estaba nublado. Hermione se sentó en un peldaño de piedra y volvió a hundir las narices en Viajes con los vampiros. Harry y Ron se pusieron a hablar de quidditch, y pasaron varios minutos antes de que Harry se diera cuenta de que alguien lo vigilaba estrechamente.
— ¿Y ahora qué? — dijo Seamus. — ¿Es que no vais a tener ni un rato de tranquilidad?
Al levantar la vista, vio al muchacho pequeño de pelo castaño que la noche anterior se había puesto el sombrero seleccionador. Lo miraba como paralizado. Tenía en las manos lo que parecía una cámara de fotos muggle normal y corriente, y cuando Harry miró hacia él, se ruborizó en extremo.
En el comedor, Colin volvió a ruborizarse.
—¿Me dejas, Harry? Soy… soy Colin Creevey —dijo entrecortadamente, dando un indeciso paso hacia delante—. Estoy en Gryffindor también. ¿Podría…, me dejas… que te haga una foto? —dijo, levantando la cámara esperanzado.
La mitad del comedor estalló en carcajadas y Colin hundió la cabeza en una almohada.
Apiadándose de él, Harry intentó controlar sus facciones para que nadie lo viera reírse. Si bien en aquel momento había sido muy embarazoso, recordarlo ahora le resultaba hasta divertido.
—¿Una foto? —repitió Harry sin comprender.
—Con ella podré demostrar que te he visto —dijo Colin Creevey con impaciencia, acercándose un poco más, como si no se atreviera—. Lo sé todo sobre ti.
— Por favor, no — gimió Colin. Las risas aumentaron y algunos chicos de su edad le daban palmaditas de ánimo, intercaladas con risas. Dennis parecía dividido entre reírse de su hermano o defenderlo.
Todos me lo han contado: cómo sobreviviste cuando Quien-tú-sabes intentó matarte y cómo desapareció él, y toda esa historia, y que conservas en la frente la cicatriz en forma de rayo (con los ojos recorrió la línea del pelo de Harry). Y me ha dicho un compañero del dormitorio que si revelo el negativo en la poción adecuada, la foto saldrá con movimiento.
— Y me llamabais a mí fanático de Lockhart — dijo Justin. — Creevey sí que es un fanático de Potter.
— Malfoy, tienes competencia — exclamó George. El Slytherin miró a George, luego a Colin y luego a Harry antes de ponerse en pie, agarrar la almohada más pequeña y dura que encontró y lanzarla (con una fuerza y puntería que sorprendió a Harry) contra la cabeza de George. Sin embargo, él la agarró en el último momento, le dio las gracias a Draco por el regalo y volvió a sentarse.
—Colin exhaló un soplido de emoción y continuó—: Esto es estupendo, ¿verdad? Yo no tenía ni idea de que las cosas raras que hacía eran magia, hasta que recibí la carta de Hogwarts. Mi padre es lechero y tampoco podía creérselo. Así que me dedico a tomar montones de fotos para enviárselas a casa. Y sería estupendo hacerte una. —Miró a Harry casi rogándole—. Tal vez tu amigo querría sacárnosla para que pudiera salir yo a tu lado. ¿Y me la podrías firmar luego?
La cara de asco de Snape era tal que algunos alumnos paraban de reír con solo mirarlo a él. Sin embargo, la mayoría no estaba pendiente del profesor de pociones, así que reían sin ningún problema. Colin quería que la tierra se lo tragase.
—¿Firmar fotos? ¿Te dedicas a firmar fotos, Potter?
En todo el patio resonó la voz potente y cáustica de Draco Malfoy. Se había puesto detrás de Colin, flanqueado, como siempre en Hogwarts, por Crabbe y Goyle, sus amigotes.
— ¡Sí! — gritó Fred. — ¡Se van a pelear por Harry!
— ¿Quién ganará su amor? Lo escucharemos en unos instantes — dijo George fingiendo ser un presentador de radio.
Harry no sabía si lanzarles algo duro, gritarles o esconderse bajo el sofá.
—¡Todo el mundo a la cola! —gritó Malfoy a la multitud—. ¡Harry Potter firma fotos!
— Y te encantaría tener una, ¿verdad, Malfoy? — dijo Angelina. Draco la fulminó con la mirada.
—No es verdad —dijo Harry de mal humor, apretando los puños—. ¡Cállate, Malfoy!
—Lo que pasa es que le tienes envidia —dijo Colin, cuyo cuerpo entero no era más grueso que el cuello de Crabbe.
— Eso es una exag…. — empezó a decir Hermione, hasta que, tras mirar a Crabbe y a Colin, decidió callarse.
—¿Envidia? —dijo Malfoy, que ya no necesitaba seguir gritando, porque la mitad del patio lo escuchaba—. ¿De qué? ¿De tener una asquerosa cicatriz en la frente? No, gracias. ¿Desde cuándo uno es más importante por tener la cabeza rajada por una cicatriz?
— Bueno, yo diría que derrotar al mago más malvado de todos los tiempos te hace importante — replicó Colin. Muchos soltaron risitas y Harry deseó que el chico se callara.
— Ya hemos visto lo mucho que te gusta Potter — dijo Malfoy, arrastrando las palabras.
— Y lo mucho que te gusta a ti — le recordó Zabini. Malfoy lo miró con cara de sentirse traicionado.
— ¡No digas tonterías!
— Oye, Harry — dijo Sirius. Muchos callaron al escuchar su voz. — No es por nada, pero, ¿cuándo vas a tener un pretendiente decente? Malfoy es un idiota, y éste… — se estiró para coger el brazo de Colin y levantarlo, examinándolo. — A éste le falta algo de fuerza, no podría protegerte de los peligros de la vida.
— ¡Hey! — dijo Colin indignado, recuperando su brazo.
— La única decente es Ginny — declaró Sirius. — Fuerte, guapa y pelirroja, ¿qué más quieres?
Harry cogió la almohada dura que Malfoy les había lanzado y se la estampó a Sirius en toda la cara. Ginny no sabía si reír o llorar. Por un lado, prefería que hicieran bromas como esa en vez de burlarse de ella. Por otro, las bromas no estaban ayudando mucho a que su novio se relajara, si el gruñido que acababa de soltar era indicación suficiente. Sin embargo, ¿acaso tenía ella la culpa de que Corner estuviera celoso? Si no era capaz de diferenciar los sentimientos de una niña de once años de los actuales, necesitaba madurar urgentemente. Decidió que no iba a contenerse ni evitar interactuar con Harry. Y si Michael no lo aguantaba, podía irse a paseo.
Percy siguió leyendo antes de que Harry pudiera lanzarle más cosas a Sirius.
Crabbe y Goyle se estaban riendo con una risita idiota.
—Échate al retrete y tira de la cadena, Malfoy —dijo Ron con cara de malas pulgas.
Muchos se echaron a reír. A Harry le agradó ver que también algunos Slytherin reían con ganas.
Crabbe dejó de reír y empezó a restregarse de manera amenazadora los nudillos, que eran del tamaño de castañas.
—Weasley, ten cuidado —dijo Malfoy con un aire despectivo—. No te metas en problemas o vendrá tu mamá y te sacará del colegio. —Luego imitó un tono de voz chillón y amenazante—. «Si vuelves a hacer otra…»
Varios alumnos de quinto curso de la casa de Slytherin que había por allí cerca rieron la gracia a carcajadas.
— No tenéis personalidad — bufó Tonks.
—A Weasley le gustaría que le firmaras una foto, Potter —sonrió Malfoy—. Pronto valdrá más que la casa entera de su familia.
Ron sacó su varita reparada con celo, pero Hermione cerró Viajes con los vampiros de un golpe y susurró:
—¡Cuidado!
— Menos mal que no intenté nada — susurró Ron. — Habría acabado vomitando babosas otra vez.
—¿Qué pasa aquí? ¿Qué es lo que pasa aquí? —Gilderoy Lockhart caminaba hacia ellos a grandes zancadas, y la túnica color turquesa se le arremolinaba por detrás—. ¿Quién firma fotos?
Muchos gimieron, otros rieron. Harry quería esconderse bajo el sofá y no salir nunca.
Harry quería hablar, pero Lockhart lo interrumpió pasándole un brazo por los hombros y diciéndole en voz alta y tono jovial:
—¡No sé por qué lo he preguntado! ¡Volvemos a las andadas, Harry!
Sujeto por Lockhart y muerto de vergüenza, Harry vio que Malfoy se mezclaba sonriente con la multitud.
— Pobrecito — rieron algunas personas que comprendían lo avergonzado que debía estar Harry.
—Vamos, señor Creevey —dijo Lockhart, sonriendo a Colin—. Una foto de los dos será mucho mejor. Y te la firmaremos los dos.
Colin buscó la cámara a tientas y sacó la foto al mismo tiempo que la campana señalaba el inicio de las clases de la tarde.
— ¿Aún tienes la foto? — preguntó, burlón, un compañero de clase de Colin. Él le pegó una patada bajo la mesa.
—¡Adentro todos, venga, por ahí! —gritó Lockhart a los alumnos, y se dirigió al castillo llevando de los hombros a Harry, que hubiera deseado disponer de un buen conjuro para desaparecer.
Colin miró a Harry con ojos que claramente decían "Lo siento". Harry le hizo un gesto respondiéndole "No pasa nada".
»Quisiera darte un consejo, Harry —le dijo Lockhart paternalmente al entrar en el edificio por una puerta lateral—. Te he ayudado a pasar desapercibido con el joven Creevey, porque si me fotografiaba también a mí, tus compañeros no pensarían que te querías dar tanta importancia.
— Mentira — bufó Hermione. — Lo ha hecho porque le encanta salir en las fotos.
— Menudo cambio has dado — dijo Parvati con los ojos muy abiertos. — ¿Qué pasó con la Hermione que dibujaba corazones alrededor del nombre del profesor Lockhart?
— Que abrió los ojos — replicó Hermione.
Sin hacer caso a las protestas de Harry, Lockhart lo llevó por un pasillo lleno de estudiantes que los miraban, y luego subieron por una escalera.
—Déjame que te diga que repartir fotos firmadas en este estadio de tu carrera puede que no sea muy sensato. Para serte franco, Harry, parece un poco engreído. Bien puede llegar el día en que necesites llevar un montón de fotos a mano adondequiera que vayas, como me ocurre a mí, pero —rió— no creo que hayas llegado ya a ese punto.
— Venga ya — se quejó Charlie Weasley. — Si Harry es más famoso que Lockhart.
Habían alcanzado el aula de Lockhart y éste dejó libre por fin a Harry, que se arregló la túnica y buscó un asiento al final del aula, donde se parapetó detrás de los siete libros de Lockhart, de forma que se evitaba la contemplación del Lockhart de carne y hueso.
— No quería verle la cara — bufó Harry.
El resto de la clase entró en el aula ruidosamente, y Ron y Hermione se sentaron a ambos lados de Harry.
—Se podía freír un huevo en tu cara —dijo Ron—. Más te vale que Creevey y Ginny no se conozcan, porque fundarían el club de fans de Harry Potter.
Muchos rieron. Colin y Ginny se miraron.
— ¿Por qué nunca se nos ocurrió? — dijo Ginny fingiendo sorpresa y causando más risas.
— Ni idea — respondió Colin. Se giró para mirar hacia donde estaban los Slytherin. — Hey, Malfoy, ¿te interesa unirte?
— Ni en sueños — bufó Draco. Pansy fulminaba a Harry con la mirada.
Cuando todos hubieron dejado de reír, Percy siguió leyendo.
—Cállate —le interrumpió Harry. Lo único que le faltaba es que a oídos de Lockhart llegaran las palabras «club de fans de Harry Potter».
— Lo mismo se habría inspirado para crear el "Club de fans de Gilderoy Lockhart" — dijo Dean.
— Seguramente — respondió Seamus.
Cuando todos estuvieron sentados, Lockhart se aclaró sonoramente la garganta y se hizo el silencio. Se acercó a Neville Longbottom, cogió el ejemplar de Recorridos con los trols y lo levantó para enseñar la portada, con su propia fotografía que guiñaba un ojo.
—Yo —dijo, señalando la foto y guiñando el ojo él también— soy Gilderoy Lockhart, Caballero de la Orden de Merlín, de tercera clase, Miembro Honorario de la Liga para la Defensa Contra las Fuerzas Oscuras, y ganador en cinco ocasiones del Premio a la Sonrisa más Encantadora, otorgado por la revista Corazón de bruja, pero no quiero hablar de eso. ¡No fue con mi sonrisa con lo que me libré de la banshee que presagiaba la muerte!
— Ni con su sonrisa ni con nada suyo — gruñó Ron por lo bajo. A Harry también le molestaba leer todo eso.
Lo bueno era que, gracias a ver las reacciones de las personas que habían convivido con Lockhart, los nuevos alumnos no parecían muy impresionados. Más bien, solo sentían curiosidad por saber cómo era realmente el famoso profesor.
Esperó que se rieran todos, pero sólo hubo alguna sonrisa.
—Veo que todos habéis comprado mis obras completas; bien hecho.
— "Gracias por darme más dinero al comprar libros inútiles" — dijo Lee Jordan imitando a Lockhart.
He pensado que podíamos comenzar hoy con un pequeño cuestionario. No os preocupéis, sólo es para comprobar si los habéis leído bien, cuánto habéis asimilado…
Cuando terminó de repartir los folios con el cuestionario, volvió a la cabecera de la clase y dijo:
—Disponéis de treinta minutos. Podéis comenzar… ¡ya!
— ¿Examen el primer día? — dijo un chico de primero. — ¡Qué mal!
— Espera a ver las preguntas — dijo Katie Bell. — Como fueran como las que puso en mi año…
Harry miró el papel y leyó:
1. ¿Cuál es el color favorito de Gilderoy Lockhart?
2. ¿Cuál es la ambición secreta de Gilderoy Lockhart?
3. ¿Cuál es, en tu opinión, el mayor logro hasta la fecha de Gilderoy Lockhart?
Así seguía y seguía, a lo largo de tres páginas, hasta:
54. ¿Qué día es el cumpleaños de Gilderoy Lockhart, y cuál sería su regalo ideal?
Los profesores parecían muy enfadados, mientras los alumnos, resignados, susurraban las respuestas a las preguntas.
— Jamás se me olvidará que su color favorito es el lila — dijo Neville, abatido.
Media hora después, Lockhart recogió los folios y los hojeó delante de la clase.
—Vaya, vaya. Muy pocos recordáis que mi color favorito es el lila. Lo digo en Un año con el Yeti. Y algunos tenéis que volver a leer con mayor detenimiento Paseos con los hombres lobo. En el capítulo doce afirmo con claridad que mi regalo de cumpleaños ideal sería la armonía entre las comunidades mágica y no mágica. ¡Aunque tampoco le haría ascos a una botella mágnum de whisky envejecido de Ogden!
Volvió a guiñarles un ojo pícaramente.
Los que no reían descaradamente, tenían caras de incredulidad e incluso de asco.
— Ya entiendo lo que decíais del ego — dijo una alumna de tercero de Ravenclaw.
Ron miraba a Lockhart con una expresión de incredulidad en el rostro; Seamus Finnigan y Dean Thomas, que se sentaban delante, se convulsionaban en una risa silenciosa.
Ambos chocaron los cinco.
Hermione, por el contrario, escuchaba a Lockhart con embelesada atención y dio un respingo cuando éste mencionó su nombre.
Hermione murmuró algo y escondió la cara entre las manos. Ron, con una gran sonrisa, le dio un par de palmaditas en la espalda.
—… pero la señorita Hermione Granger sí conoce mi ambición secreta, que es librar al mundo del mal y comercializar mi propia gama de productos para el cuidado del cabello, ¡buena chica! De hecho —dio la vuelta al papel—, ¡está perfecto! ¿Dónde está la señorita Hermione Granger?
Hermione alzó una mano temblorosa.
—¡Excelente! —dijo Lockhart con una sonrisa—, ¡excelente! ¡Diez puntos para Gryffindor! Y en cuanto a…
Hermione levantó la cabeza para decir:
— Al menos gané puntos.
De debajo de la mesa sacó una jaula grande, cubierta por una funda, y la puso encima de la mesa, para que todos la vieran.
—Ahora, ¡cuidado! Es mi misión dotaros de defensas contra las más horrendas criaturas del mundo mágico. Puede que en esta misma aula os tengáis que encarar a las cosas que más teméis. Pero sabed que no os ocurrirá nada malo mientras yo esté aquí. Todo lo que os pido es que conservéis la calma.
Algunos alumnos de los años inferiores se tensaron.
En contra de lo que se había propuesto, Harry asomó la cabeza por detrás del montón de libros para ver mejor la jaula.
— Sabe cómo llamar la atención del alumnado, eso está claro — dijo Lupin.
Lockhart puso una mano sobre la funda. Dean y Seamus habían dejado de reír. Neville se encogía en su asiento de la primera fila.
—Tengo que pediros que no gritéis —dijo Lockhart en voz baja—. Podrían enfurecerse.
Cuando toda la clase estaba con el corazón en un puño, Lockhart levantó la funda.
En el comedor, también muchos alumnos estaban nerviosos y emocionados. Todos los que no sabían lo que había pasado aquel día.
—Sí —dijo con entonación teatral—, duendecillos de Cornualles recién cogidos.
— ¿En serio? — se escuchó decir a alguien de segundo.
Seamus Finnigan no pudo controlarse y soltó una carcajada que ni siquiera Lockhart pudo interpretar como un grito de terror.
Algunos le sonrieron a Seamus.
—¿Sí? —Lockhart sonrió a Seamus.
—Bueno, es que no son… muy peligrosos, ¿verdad? —se explicó Seamus con dificultad.
—¡No estés tan seguro! —dijo Lockhart, apuntando a Seamus con un dedo acusador—. ¡Pueden ser unos seres endemoniadamente engañosos!
— Admito que son difíciles de manejar — dijo Seamus en voz alta. — Pero no sé si los llamaría peligrosos…
— Yo sí — dijo Neville. — Son aterradores.
Los duendecillos eran de color azul eléctrico y medían unos veinte centímetros de altura, con rostros afilados y voces tan agudas y estridentes que era como oír a un montón de periquitos discutiendo. En el instante en que había levantado la funda, se habían puesto a parlotear y a moverse como locos, golpeando los barrotes para meter ruido y haciendo muecas a los que tenían más cerca.
—Está bien —dijo Lockhart en voz alta—. ¡Veamos qué hacéis con ellos! —Y abrió la jaula.
— ¡Está loco! — bufó la profesora McGonagall.
Snape tenía cara de resignación. Durante un momento, Harry se preguntó cuántos años tendría el profesor Snape. ¿Habrían coincidido Lockhart y él en el colegio? Y si era así, ¿cómo se habían llevado? Si Lockhart de adolescente tenía el ego tan grande como el Lockhart adulto, no era de sorprender que Snape lo despreciara tanto.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que se había puesto de parte de Snape en algo, aunque fuera solo mentalmente.
Se armó un pandemónium. Los duendecillos salieron disparados como cohetes en todas direcciones. Dos cogieron a Neville por las orejas y lo alzaron en el aire.
— ¿Veis? — dijo Neville. — Pueden ser aterradores.
Algunos salieron volando y atravesaron las ventanas, llenando de cristales rotos a los de la fila de atrás. El resto se dedicó a destruir la clase más rápidamente que un rinoceronte en estampida. Cogían los tinteros y rociaban de tinta la clase, hacían trizas los libros y los folios, rasgaban los carteles de las paredes, le daban vuelta a la papelera y cogían bolsas y libros y los arrojaban por las ventanas rotas. Al cabo de unos minutos, la mitad de la clase se había refugiado debajo de los pupitres y Neville se balanceaba colgando de la lámpara del techo.
— Todo te pasa a ti — comentó Luna. Neville, resignado, se encogió de hombros.
—Vamos ya, rodeadlos, rodeadlos, sólo son duendecillos… —gritaba Lockhart. Se remangó, blandió su varita mágica y gritó:
—¡Peskipiski Pestenomi!
— Eso ni siquiera es un hechizo real — dijo McGonagall, enfadada.
No sirvió absolutamente de nada; uno de los duendecillos le arrebató la varita y la tiró por la ventana. Lockhart tragó saliva y se escondió debajo de su mesa, a tiempo de evitar ser aplastado por Neville, que cayó al suelo un segundo más tarde, al ceder la lámpara.
Algunos hicieron muecas de dolor. Harry escuchó a Malfoy soltar una carcajada.
Sonó la campana y todos corrieron hacia la salida. En la calma relativa que siguió, Lockhart se irguió, vio a Harry, Ron y Hermione y les dijo:
—Bueno, vosotros tres meteréis en la jaula los que quedan. —Salió y cerró la puerta.
— Increíble — dijo una chica de segundo. — Voy a quitar todos los posters de Lockhart que tengo en mi habitación.
—¿Habéis visto? —bramó Ron, cuando uno de los duendecillos que quedaban le mordió en la oreja haciéndole daño.
— Tienen los dientes muy afilados — se quejó Ron.
—Sólo quiere que adquiramos experiencia práctica —dijo Hermione, inmovilizando a dos duendecillos a la vez con un útil hechizo congelador y metiéndolos en la jaula.
—¿Experiencia práctica? —dijo Harry, intentando atrapar a uno que bailaba fuera de su alcance sacando la lengua—. Hermione, él no tenía ni idea de lo que hacía.
—Mentira —dijo Hermione—. Ya has leído sus libros, fíjate en todas las cosas asombrosas que ha hecho…
—Que él dice que ha hecho —añadió Ron.
Tanto Harry como Hermione y Ginny miraron a Ron.
— ¿Sabes? A veces pienso que tienes el ojo interior del que tanto habla la profesora Trelawney — le dijo Ginny. Ante la expresión de confusión de Ron (y la de asco de Hermione), añadió: — Piénsalo. Ya has calado a Lockhart totalmente y es solo el primer día de clases.
— No es que fuera muy difícil — replicó Ron.
— Ya, pero también sueles adivinar lo que va a hacer mamá para cenar. Y cuando papá va a pedirnos que le ayudemos a ordenar el gallinero, tú siempre te adelantas.
— Porque son cosas obvias — bufó Ron. — Si el gallinero está sucio, nos pedirá que lo limpiemos. ¿Qué tiene de raro?
Ginny rodó los ojos y dejó el tema.
— Aquí termina — anunció Percy. Aliviado por dejar de ser el centro de atención de tantas miradas, dejó el libro y volvió a sentarse junto al ministro.
— Muy bien, muy bien — dijo Dumbledore felizmente. — ¿Quién quiere leer el siguiente? Y para que no haya decepciones — miró de reojo a Percy, quien se sonrojó — os advierto de que el siguiente capítulo se titula…
Miró al libro y su expresión se oscureció. Con una punzada de nervios, Harry se inclinó en el asiento.
— El siguiente capítulo se titula: Los sangre sucia y una voz misteriosa — anunció Dumbledore con gesto sombrío.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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