miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la cámara secreta, capítulo 10

 La bludger loca:


— Hemos acabado por hoy. Pero, antes de que os marchéis, debo recordaros un par de reglas.

Algunos alumnos, que ya habían empezado a levantarse, volvieron a tomar asiento.

— En primer lugar, está prohibido salir del castillo, como bien sabéis — dijo. — En segundo lugar, toda correspondencia será controlada y examinada de forma exhaustiva a partir de mañana.

Se alzaron las protestas. Todos los alumnos llevaban días sin poder escribir ni una sola carta a sus casas, donde muchos padres ya debían estar preocupados.

— Si no tenéis intención de contar nada de lo que está sucediendo aquí — intervino McGonagall — no habrá ningún problema con que la correspondencia sea revisada.

— Eso es todo — anunció Dumbledore. — Podéis marcharos.

El comedor se llenó de ruido al levantarse decenas de alumnos al mismo tiempo.

— No os levantéis — dijo Hermione al ver que Ron y Harry hacían amago de levantarse. — No vamos a poder salir todos a la vez.

Efectivamente, los alumnos se agolpaban a las puertas del comedor. Muchos saludaban a Harry al pasar a su lado, como si lo conocieran de toda la vida, como si hacía una semana no lo hubieran considerado un loco.

Harry se vio obligado a tragarse su mal humor cuando escuchó la voz de Bill Weasley.

— Hay reunión familiar en la habitación de mamá y papá.

— ¿Es obligatorio? — se quejó Fred. Bill asintió, aunque claramente se divertía.

— Se aceptan apuestas, ¿cuántos meses de castigo te van a caer después de todo lo que hemos leído? — dijo sonriendo.

Fred gimió.

— No es justo que me castiguen por lo de la araña. ¡Ya lo hicieron!

— Te mereces mil castigos más — gruñó Ron.

Entre quejas y acusaciones, los Weasley se pusieron en pie y caminaron hacia la puerta, donde el profesor Lupin y Sirius (a quien los alumnos todavía miraban con recelo y evitaban acercarse más de lo estrictamente necesario) los esperaban.

— Los Weasley tienen reunión — le dijo Harry a Lupin y a Sirius, quien pasó un brazo alrededor de sus hombros. — Aún falta para que sea de noche, ¿queréis hacer algo?

— ¿De qué hablas? — le interrumpió Ron. — Tú también tienes que venir a la reunión.

— No te vas a librar — dijo George, pasando el brazo sobre los hombros de Harry y casi arrancándolo del agarre de Sirius. — Si nosotros somos condenados, tú también.

— Harry, cielo — habló la señora Weasley, quien hasta ese momento había estado hablando en voz baja con su marido. — Hemos dicho reunión familiar. Eso te incluye. Y a vosotros también — añadió, mirando a Hermione, Lupin y Sirius.

— Oh — dijo Harry elocuentemente.

Algo ruborizado, y más que un poco nervioso, Harry siguió a la familia de pelirrojos hasta las habitaciones en las que se estaban quedando a dormir los Weasley. En el camino, se cruzaron con varios estudiantes que los miraban como si fueran celebridades, mientras que otros más bien parecían no sentir mucho agrado por los Weasley.

De mal humor otra vez, Harry se sintió aliviado al llegar a su destino. Los Weasley se estaban quedando en unas de las habitaciones para huéspedes más agradables de todo Hogwarts. Al entrar a una pequeña sala de estar, Harry vio que de ella salían muchas puertas que conducían a diferentes habitaciones. Una era del señor y la señora Weasley; otra, de Bill, y otra de Charlie. Percy no dormía allí.

Harry tomó asiento en uno de los mullidos sofás que decoraban la salita. Le agradó ver que todo era de colores rojos, dorados y marrones, tan Gryffindor que estaba seguro de que Malfoy jamás aceptaría dormir en aquella habitación.

En cuanto todos se hubieron acomodado en los sofás y sillones disponibles, una bandeja con tazas de té y galletas apareció frente a ellos.

— ¿De qwé twenemos que habwlar? — preguntó Fred con la boca llena. Su madre lo miró con severidad.

— Para empezar, cuando acabemos de leer todos los libros tanto tú como George vais a estar castigados, ¡hasta que acabéis el colegio!

— Bueno, no falta mucho — sonrió George. Harry los vio chocar los cinco por debajo de la mesa.

— ¡Pues hasta Navidad del año que viene!

Eso pareció preocupar más a los gemelos, que inmediatamente dejaron de sonreír y trataron de parecer seres inocentes.

— El motivo principal del que tenemos que hablar — empezó a decir el señor Weasley. A Harry le sorprendió ver lo cansado que parecía. — es que lo que se va a leer mañana es muy… delicado.

La sala al completo se tensó, pero nadie más que Ginny. Tenía los ojos fijos en sus padres.

— Eso ya lo sabíamos — dijo ella. — ¿Seguís pensando que me voy a echar a llorar en cuanto se lea el ataque de Colin?

— No sé cómo reaccionarás tú — admitió el señor Weasley. — Honestamente, me preocupa más cómo vais a reaccionar vosotros — añadió, dirigiendo la mirada hacia Ron, Charlie y los gemelos.

Eso pareció calmar a Ginny.

— ¿Nosotros? ¿Por qué? — preguntó Charlie, molesto. — La que lo vivió fue ella.

— Precisamente por eso — habló el señor Weasley. Harry nunca lo había visto tan serio. — Ginny sabe qué esperar. Supongo que solo Ginny, Ron y Harry saben qué esperar.

— Más ellos que yo — gruñó Ron. — No pude llegar hasta el final de la cámara.

— Yo sigo sin saber qué narices es esa cámara — intervino Sirius. — ¿Y qué tiene que ver Ginny?

— A mí se me informó cuando vine a dar clase el año siguiente — confesó Lupin. — Pero, la verdad, no tengo mucha información al respecto.

— Básicamente, Tom me poseyó y me hizo petrificar a la gente — dijo Ginny rápidamente. — Y Harry y Ron vinieron a rescatarme cuando me llevó a la cámara para matarme.

A Lupin se le ensombreció el rostro, así como a todos los Weasley, pero Sirius parecía impresionado.

— ¿Llamas Tom a Voldemort? ¡Genial!

— Por eso — habló la señora Weasley, muy seria. — Mañana va a ser un día difícil. Y quiero que todos os mantengáis unidos, ¿me oís? Nada de pelear, ni entre vosotros ni con nadie. Y eso incluye a Percy.

— ¿Cómo vamos a pelearnos con Percy si no nos habla? — preguntó George.

— Yo solo os lo advierto. Mañana, quiero que os centréis en proteger a Ginny, ¿me habéis oído?

— No necesito que me protejan — bufó Ginny indignada. — Sé mejor que nadie lo que se va a leer mañana. Creo que vosotros vais a necesitar más apoyo que yo.

— Estoy de acuerdo — intervino Harry, aunque se arrepintió al segundo de hacerlo al ver las e expresiones de sorpresa de los Weasley. — Eh… en la cámara pasaron muchas cosas. Es lo que habéis dicho antes: Ginny y yo sabemos qué esperar, pero todos vosotros no.

— ¿Cosas? ¿Cómo qué? — preguntó Charlie, aunque parecía no querer saber la respuesta. Estaba bastante pálido y las pecas le resaltaban mucho contra la piel.

— Cosas como que casi me muero — replicó Ginny. — Y Harry también. Le mordió el basilisco.

— ¿QUÉ? — exclamó Sirius, poniéndose en pie. Miraba a Harry como si no lo hubiera visto nunca. — ¡No puede ser! ¿Cómo sobreviviste?

Durante un segundo, Harry estuvo tentado de no decirle nada para mantenerlo con la intriga todo el día siguiente. Después pensó que quizá Sirius estaría más tranquilo (y llamaría menos la atención en el comedor) si se lo contaba.

— Las lágrimas de fénix lo curan todo — respondió.

Todos los presentes se quedaron en silencio, asimilando sus palabras.

— Mañana… — dijo la señora Weasley muy despacio. — Tenéis que estar más unidos que nunca. Solo os pido que protejáis a Ginny y a Harry, y que no peleéis con Percy.

— No lo haremos — prometió Bill.

— Percy se arrepiente de todo — dijo Ron. Los gemelos se giraron a mirarlo con tal rapidez que a Fred le dio un tirón en el cuello.

— ¿Qué quieres decir? — preguntó Arthur. Había una dureza en sus ojos a la que Harry no estaba nada acostumbrado.

— Hablé con él el otro día — confesó Ron. Fred bufó.

— Así que confraternizando con el enemigo, Ronnie… es broma, es broma, mamá.

— Percy no es vuestro enemigo. Es vuestro hermano — insistió ella, dolida. A Harry no le gustaba nada verla así.

— No se está portando como nuestro hermano — reiteró George. — Si tanto se arrepiente, ¿por qué no nos ha dicho nada? Estamos pasando más de la mitad del día encerrados en el mismo sitio. No tiene excusa.

— Eso le dije — se quejó Ron. — Le avisé de que se disculpara cuanto antes, pero creo que le da miedo.

— Me alegro — bufó Fred. Mientras su madre lo regañaba, Hermione dijo:

— Me sorprende que hablarais de eso. Ya no se te ve tan enfadado con él.

Ron se ruborizó.

— Hablamos de muchas cosas. Creo que de verdad se arrepiente, pero no se atreve a decir nada.

— Pues tendrá que echarle valor — replicó Ginny. — ¿No es un Gryffindor? Que lo demuestre.

Ante eso, nadie pudo decir nada.

La reunión familiar acabó enseguida. Harry, Ron y los demás volvieron a la torre de Gryffindor, donde se escondieron del resto del mundo a base de crear un fuerte hecho con sillones y almohadas. Dentro de su pequeña burbuja, jugaron al ajedrez y al snap explosivo con Neville, Dean y Seamus, quien todavía parecía algo inseguro alrededor de Harry, como si dudara de que el chico lo hubiera perdonado.

Y mientras ellos acababan su noche disfrutando de un rato de tranquilidad, varios pisos más abajo una persona estaba al borde de un ataque de nervios.

— ¿Dónde diantres está? — resopló, con la mirada fija en el trozo de papel que tenía entre sus manos. Se trataba del mapa del merodeador de Harry, que finalmente habían decidido coger de su baúl a pesar de que no querían hacerlo.

Los minutos pasaban y el punto que debía aparecer en algún lugar del mapa no lo hacía.

El plan era muy simple. Cada uno de ellos controlaría la entrada de uno de los pasadizos secretos que conectaban Hogwarts con el exterior. También controlarían la Sala de los Menesteres. Y él era el encargado de utilizar el mapa para vigilar que todo el mundo estuviera donde tenía que estar y poder ver el nombre del desconocido que se hacía pasar por uno de ellos.

Hasta el momento, el plan había estado funcionando perfectamente. Todos los alumnos estaban en sus respectivas salas comunes, ya que el toque de queda ya había comenzado. Los profesores, o se encontraban en sus despachos o en sus habitaciones. Todos los invitados estaban ya acostados. Los únicos puntos que caminaban por los pasillos eran Filch, la señora Norris, y ellos mismos.

¿Dónde estaba el infiltrado? ¿Se habría escondido en alguna de las salas comunes? Su nombre sería imposible de diferenciar entre tantos alumnos.

Vio un punto moverse hacia la lechucería y supo que la segunda parte del plan ya estaba en marcha.

Ese era el único lugar donde sabían con seguridad que el infiltrado había accedido sin problema. ¿Les había venido bien que lo hiciera? Sí, pero eso no justificaba el permitir que un desconocido que claramente sabía quiénes eran ellos merodeara por el colegio. ¿Y si era un enemigo? Era improbable, pero hasta que no supieran su identidad, no podían correr riesgos.

Llevaban todo el día preparándose para ello. Así que, ¿por qué no había aparecido aún? No le quedaban sitios para esconderse.

El punto llegó hasta la lechucería, donde él ya podía ver que no había nadie. Tras unos minutos, el punto pareció cansarse de esperar y salió de allí.

— Señor…

La voz a sus espaldas le hizo saltar. Se giró, el cuerpo de Fudge protestando ante el movimiento repentino.

Dobby estaba detrás de él, con aspecto de arrepentido.

— Dobby lo siente mucho, señor. Dobby no pretendía asustarle, señor.

— Eh… no pasa nada — dijo, nervioso. Miró de refilón el mapa antes de preguntar: — ¿Qué haces aquí, Dobby?

— Dobby quiere ayudar, señor. Dobby sabe a quién buscan.

Fue como si le dieran con un mazo en la cabeza. ¡Pues claro! Los elfos domésticos podían moverse por todo el castillo con más facilidad que nadie. ¿Por qué no lo habían pensado antes?

— ¿Lo sabes? Dímelo, Dobby.

— Dobby no puede decirlo, señor. Dobby prometió… ¡pero Dobby tiene un mensaje!

Atónito, el impostor de Fudge miró a Dobby como si le hubieran salido dos cabezas más.

— ¿Un mensaje? ¿Del enemigo?

— No es un enemigo, señor — se apresuró a responder. — ¡Es un amigo!

— Vale… — Aunque no sabía si fiarse mucho, sabía que Dobby siempre protegería los intereses de Harry, si bien alguna vez lo había hecho de formas poco ortodoxas. — ¿Qué me puedes decir de esa persona?

— Le puedo decir su mensaje, señor. Él le ha dicho a Dobby que le diga lo siguiente, señor. — Dobby tomó aire antes de recitar: — "Dejad de buscarme y centraos en controlar la seguridad, ¡imbéciles!". Dobby lo siente mucho por usar esa palabra, señor…

Perdiendo la paciencia, el impostor de Fudge replicó:

— Dime quién es, Dobby. Centrarnos en la seguridad del colegio implica saber quién es esa persona y cómo ha llegado hasta aquí. No descansaremos hasta que no lo sepamos.

— Dobby prometió…

— Me da igual lo que prometieras, Dobby. ¿Dónde se esconde? Dime dónde está.

— Dobby no puede decirlo…

El impostor de Fudge bufó.

— ¿De parte de quién estás?

— ¡De la vuestra! — exclamó el elfo. El impostor se sintió mal al ver que tenía pequeñas lágrimas en los ojos. — ¡Siempre de la parte de los amigos de Harry Potter!

— ¿Él también es amigo de Harry?

— ¡Sí! Sí, señor. Es una buena persona.

El encapuchado se agachó para estar al nivel de Dobby.

— Si es nuestro amigo, no hay ningún problema en que sepamos quién es, ¿verdad?

Dobby se mordió el labio.

— Dobby… ¡Dobby debe consultarlo!

Y desapareció con un chasquido.

Soltando una palabrota, el impostor de Fudge volvió a mirar el mapa. Nunca había pensado que los elfos domésticos no aparecían en él. Todos sus compañeros seguían en sus posiciones, esperando a que sucediera algo.

El plan había sido sencillo. Bloquear y vigilar todas las entradas y salidas del colegio, ir al mismo tiempo a todos los lugares donde podía esconderse alguien sin salir en el mapa, y vigilar utilizando el mapa para asegurarse de que nadie se movía de un sitio a otro, huyendo de la vigilancia.

Nadie había contado con Dobby. Pero, si Dobby creía que el infiltrado era bueno, debía serlo, ¿no?

Pasó media hora. Dobby no regresaba y nadie se movía de sus puestos de vigilancia. En el mapa no había novedades.

El infiltrado de Fudge estaba perdiendo la paciencia.

Y, entonces, un chasquido a sus espaldas le indicó que el elfo había regresado.

— Ha tomado una decisión, señor — le informó Dobby. — Va a dejarse ver.

— ¿Quién es? ¿Dónde está? — inquirió el encapuchado. Sentía el corazón latiéndole con fuerza.

— Se está dirigiendo ahora mismo al aula donde vigilan, señor.

Con las manos temblorosas de la emoción, el encapuchado giró el mapa y buscó frenéticamente un punto que se moviera por los pasillos.

Y entonces lo vio. Un punto se encontraba caminando directamente hacia el aula desde donde veían y controlaban el comedor y el resto del colegio. A juzgar por la dirección desde la que venía, había salido directamente de la sala común de Gryffindor.

— Tiene que ser una broma — bufó el encapuchado, leyendo el nombre una y otra vez. — Lo mato… Lo voy a matar.

— Dobby avisará al resto — dijo el elfo antes de volver a desaparecer.

HPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHPHP

A la mañana siguiente, el ánimo de los alumnos había mejorado tras una noche de sueño y muchas horas de silencio. Incluso aquellos que disfrutaban de las multitudes se habían visto algo agobiados tras estar en el comedor tantas horas.

Harry y Ron le dijeron a Dean, Seamus y Neville que bajaran a desayunar sin ellos y esperaron pacientemente sentados en sus camas. Tras cinco minutos, en los que hablaron de quidditch (¡a saber cuándo podrían volver a jugar! Aunque quizá para entonces Umbridge ya no estuviera en el colegio y a Harry le quitaran la prohibición de por vida de jugar en el equipo del colegio), Hermione entró por la puerta.

— ¿No hay nadie? — preguntó, mirando alrededor. Los dos chicos asintieron. Hermione tomó asiento en la cama de Ron.

— Vale, tenemos que hablar sobre esto.

— Sigo sin saber para qué quieres hablar de ello — dijo Ron. — No sabemos lo que va a pasar.

— ¡Claro que lo sabemos! — exclamó ella. — En cuanto se lea lo de la poción multijugos, el profesor Snape va a hacer todo lo que pueda para que nos expulsen. ¡Y tendrá razón!

— Pero verán que nuestras intenciones eran buenas — objetó Ron. — No deberían expulsarnos por querer desenmascarar al heredero de Slytherin, ¿no?

— Eso les dará igual — dijo Harry. También le ponía nervioso pensar en lo de la poción. — Nos saltamos demasiadas normas del colegio.

— Fue por una buena causa — dijo Hermione mordiéndose el labio. — Pero aun así…

— No nos pueden expulsar, al menos no hasta que terminemos de leer todos los libros — respondió Ron, quien se había dejado caer sobre su almohada. — Y con un poco de suerte, para entonces estarán tan centrados en derrotar a Quien-Vosotros-Sabéis que se olvidarán de nosotros.

— Ojalá — dijo Harry.

Hermione no parecía muy convencida. Con una mano, retorcía una de las borlas que adornaban los bordes de la manta de Ron.

— En teoría, nosotros tendremos un papel importante en la derrota de Quien-Vosotros-Sabéis — dijo lentamente. Ambos chicos la miraron, inquietos. — No sé qué pasará. No sé si tendremos que hacer algo para derrotarlo, o si el profesor Dumbledore lo hará por sí mismo, o qué. Pero si nos expulsan…

— Espero que no lo hagan.

Aunque no quería admitirlo, a Harry le ponía nervioso pensar en las consecuencias de lo que iban a leer ese día. Todas las normas que habían quebrantado, todo lo vivido en la cámara, todos los petrificados…

— ¡Hermione! — bufó Harry. — ¿Tú no deberías estar nerviosa por lo de… ¿

— ¿Por qué?

— Porque vamos a leer cómo te petrificaron — resopló Ron.

— Ah, eso. Me preocupa más que nos expulsen, la verdad.

Maravillados, Harry y Ron terminaron de ponerse las corbatas y los zapatos y, junto con Hermione, bajaron a desayunar.

— Llegáis tarde — les dijo Sirius en cuanto se sentaron. — Apenas queda bacon.

Justo en ese momento, la bandeja de bacon se rellenó por sí sola.

— ¿Decías? — respondió Ron, burlón. Sirius le sacó la lengua.

Harry se fijó en que, en la mesa de Gryffindor, casi nadie le prestaba atención a Sirius. Algunos de vez en cuando lo miraban, pero no parecían atreverse a mantener la vista fija durante mucho rato.

Más animado, Harry se sirvió gachas de avena y desayunó con sus amigos. Se fijó en que Ginny parecía de mal humor, pero, teniendo en cuenta lo que iban a leer, no era nada sorprendente.

Veinte minutos después, la hora de desayunar llegó a su fin. Todos se pusieron en pie y Dumbledore hizo el ya tan acostumbrado gesto con la varita que hacía desaparecer las mesas y las sustituía por sofás, sillones y multitud de almohadas. Harry notó vagamente que hoy había variado ligeramente los colores. El día anterior, los muebles habían sido en su mayoría marrones. Hoy, todas las almohadas eran de tonos violetas, azules y grises.

— Me pido esta — dijo Ginny, cogiendo una almohada azul claro.

— ¿A quién le apetece leer? — preguntó el director mientras todo el mundo tomaba asiento.

Se alzaron muy pocas manos. De entre los voluntarios, Dumbledore escogió a un chico de segundo de Ravenclaw al que Harry no conocía de nada.

Emocionado, el chico casi corrió hasta la tarima, haciendo que algunos rieran.

— Este capítulo se titula: La bludger loca —anunció. Tenía la voz bastante aguda.

Después del desastroso episodio de los duendecillos de Cornualles, el profesor Lockhart no había vuelto a llevar a clase seres vivos. Por el contrario, se dedicaba a leer a los alumnos pasajes de sus libros, y en ocasiones representaba alguno de los momentos más emocionantes de su biografía.

Muchos de los alumnos que jamás habían tenido a Lockhart como profesor y todavía lo admiraban parecían muy decepcionados.

Habitualmente sacaba a Harry para que lo ayudara en aquellas reconstrucciones; hasta el momento, Harry había tenido que representar los papeles de un ingenuo pueblerino transilvano al que Lockhart había curado de una maldición que le hacía tartamudear, un yeti con resfriado y un vampiro que, cuando Lockhart acabó con él, no pudo volver a comer otra cosa que lechuga.

Harry gimió y escondió la cara contra una almohada, escuchando cómo medio comedor se echaba a reír, incluido Sirius, quien reía a carcajada limpia.

— Lo hacías muy bien — dijo Dean con una risita. Harry tuvo que contener las ganas de pegarle.

En la siguiente clase de Defensa Contra las Artes Oscuras sacó de nuevo a Harry, esta vez para representar a un hombre lobo. Si no hubiera tenido una razón muy importante para no enfadar a Lockhart, se habría negado.

— Nunca te negaste — dijo Hermione con una sonrisita.

— Creo que en el fondo le gustaba — corroboró Ron. — El papel de hombre lobo lo hacía especialmente bien.

— Callaos — gruñó Harry mientras ellos reían.

— Qué pena no haberlo visto — rió Ginny. Harry volvió a gemir.

Al Ravenclaw le costaba leer a causa de la risa.

Aúlla fuerte, Harry (eso es…), y en aquel momento, creedme, yo salté (así) tirándolo contra el suelo (así) con una mano, y logré inmovilizarle. Con la otra, le puse la varita en la garganta y, reuniendo las fuerzas que me quedaban, llevé a cabo el dificilísimo hechizo Homorphus; él emitió un gemido lastimero (venga, Harry…, más fuerte…, bien)

Más de la mitad de los presentes reía sin parar. Incluso los profesores parecían divertirse. Hagrid tenía lágrimas en los ojos.

— Ja, ja, ja — ironizó Harry. — Muy gracioso. Ojalá os hubieran hecho salir a vosotros — les dijo a sus amigos. Dean se agarraba los costados de tanto reír y a Seamus le faltaba el aire.

— Oh, venga — se quejó Malfoy. Harry se fijó en que se había sentado en un gran sillón de color violeta. — No es tan gracioso. Más bien es patético.

— No dirías lo mismo si lo hubieras visto — replicó Seamus. — Aunque en lo de patético tienes razón — añadió. La cara de indignación de Harry los hizo reír aún más.

Con dificultad, el Ravenclaw de segundo siguió leyendo.

y la piel desapareció…, los colmillos encogieron y… se convirtió en hombre. Sencillo y efectivo. Otro pueblo que me recordará siempre como el héroe que les libró de la terrorífica amenaza mensual de los hombres lobo.

— En sus sueños — bufó Ron en voz baja.

Sonó el timbre y Lockhart se puso en pie.

Deberes: componer un poema sobre mi victoria contra el hombre lobo Wagga Wagga. ¡El autor del mejor poema será premiado con un ejemplar firmado de El encantador!

— ¿Y para qué querríamos un ejemplar firmado? — resopló Justin Finch-Fletchley. — Ya habíamos tenido que comprar uno para clase.

Los alumnos empezaron a salir. Harry volvió al fondo de la clase, donde lo esperaban Ron y Hermione.

¿Listos? —preguntó Harry.

Espera que se hayan ido todos —dijo Hermione, asustada—. Vale, ahora.

Todos recordaban cómo había acabado el capítulo anterior. Emocionados, algunos se inclinaban en los asientos, queriendo saber si el trío había logrado conseguir el permiso. Snape mantenía un semblante neutral, pero Harry estaba seguro de que estaba preparado para saltarles a la yugular en cuanto sus sospechas se confirmaran.

Se acercó a la mesa de Lockhart con un trozo de papel en la mano. Harry y Ron iban detrás de ella.

Esto… ¿Profesor Lockhart? —tartamudeó Hermione—. Yo querría… sacar este libro de la biblioteca. Sólo para una lectura preparatoria. —Le entregó el trozo de papel con mano ligeramente temblorosa—. Pero el problema es que está en la Sección Prohibida, así que necesito el permiso por escrito de un profesor. Estoy convencida de que este libro me ayudaría a comprender lo que explica usted en Una vuelta con los espíritus malignos sobre los venenos de efecto retardado.

Algunos profesores parecían haber perdido la fe en la humanidad.

— No me puedo creer lo bien que mientes — dijo Lavender. Miraba a Hermione con renovada admiración.

Como ella, muchos se cuestionaban todo lo que sabían sobre la "sabelotodo" de Gryffindor.

¡Ah, Una vuelta con los espíritus malignos! —dijo Lockhart, cogiendo la nota de Hermione y sonriéndole francamente—. Creo que es mi favorito. ¿Te gustó?

¡Sí! —dijo Hermione emocionada—. ¡Qué gran idea la suya de atrapar al último con el colador del té…!

— Y ahora le haces la pelota — dijo Sirius. — Eso es muy inteligente. Creo que te había juzgado mal…

— No, no — se apresuró a decir Hermione. — Me habías juzgado bien. No me gusta meterme en lios.

— Pues para no gustarte, no hemos leído ni un curso y medio y no has parado de hacer cosas contra las normas — comentó Parvati. Parecía que estaba disfrutando del evidente apuro de Hermione.

— ¡No es mi culpa! Siempre pasan cosas…

— ¿Ves? Eso mismo digo yo — bufó Harry.

Bueno, estoy seguro que a nadie le parecerá mal que ayude un poco a la mejor estudiante del curso —dijo Lockhart afectuosamente, sacando una pluma de pavo real —. Sí, es bonita, ¿verdad? —dijo, interpretando al revés la expresión de desagrado de Ron—. Normalmente la reservo para firmar libros.

— Era horrible — dijo Ron con cara de asco.

Garabateó una floreteada firma sobre el papel y se lo devolvió a Hermione.

Así que, Harry —dijo Lockhart, mientras Hermione plegaba la nota con dedos torpes y se la metía en la bolsa—,

— ¿Dedos torpes? ¿Tanto te gustaba? — dijo Fred con una ceja arqueada. Hermione hizo una mueca.

— Por desgracia…

mañana se juega el primer partido de quidditch de la temporada, ¿verdad? Gryffindor contra Slytherin, ¿no? He oído que eres un jugador fundamental. Yo también fui buscador. Me pidieron que entrara en la selección nacional, pero preferí dedicar mi vida a la erradicación de las Fuerzas Oscuras.

Se escucharon varios bufidos a lo largo del comedor.

— Eso no se lo cree ni él — gruñó Wood.

De todas maneras, si necesitaras unas cuantas clases particulares de entrenamiento, no dudes en decírmelo. Siempre me satisface dejar algo de mi experiencia a jugadores menos dotados…

Hubo unos segundos de silencio mientras todos procesaban las palabras de Lockhart.

— ¿Acaba de decir que el buscador más joven en un siglo es peor jugador que él? — preguntó Angelina en voz alta, incrédula.

— Que alguien le baje el ego a ese hombre — bufó la profesora Sprout. Tras un segundo, pareció darse cuenta de que era una profesora y por lo tanto no debería criticar así a un antiguo colega de profesión. Tras otro segundo, pareció darle totalmente igual.

Harry hizo un ruido indefinido con la garganta y luego salió del aula a toda prisa, detrás de Ron y Hermione.

— ¿Ni siquiera le respondiste? — dijo Sirius, sorprendido.

— ¿Es que cómo se contesta a algo así?

— Hiciste bien, Harry — le aseguró el profesor Lupin.

Es increíble —dijo ella, mientras examinaban los tres la firma en el papel—. Ni siquiera ha mirado de qué libro se trataba.

Porque es un completo imbécil —dijo Ron—. Pero ¿a quién le importa? Ya tenemos lo que necesitábamos.

Muchos asintieron, totalmente de acuerdo con el Ron del libro.

Él no es un completo imbécil —chilló Hermione, mientras iban hacia la biblioteca a paso ligero.

— Lo retiro — gimió Hermione mientras muchos reían.

Ya, porque ha dicho que eres la mejor estudiante del curso…

Algunos le dieron la razón a Ron, quien sonreía de oreja a oreja. Hermione claramente quería que la tierra la tragara.

Bajaron la voz al entrar en la envolvente quietud de la biblioteca.

La señora Pince, la bibliotecaria, era una mujer delgada e irascible que parecía un buitre mal alimentado.

Muchos rieron por lo bajo, pero la bibliotecaria los escuchó de todas formas. Harry pensó en que la forma en la que la señora Pince fulminaba con la mirada a todo el que se reía le recordaba a Filch. ¿Serían amigos esos dos?

¿Moste Potente Potions?—repitió recelosa, tratando de coger la nota de Hermione. Pero Hermione no la soltaba.

Desearía poder guardarla —dijo la chica, aguantando la respiración.

Venga —dijo Ron, arrancándole la nota y entregándola a la señora Pince—. Te conseguiremos otro autógrafo. Lockhart firmará cualquier cosa que se esté quieta el tiempo suficiente.

Medio comedor se echó a reír, ahora que todos podían ver el gran ego que tenía Lockhart. Hermione estaba muy roja.

La señora Pince levantó el papel a la luz, como dispuesta a detectar una posible falsificación, pero la nota pasó la prueba. Caminó orgullosamente por entre las elevadas estanterías y regresó unos minutos después llevando con ella un libro grande de aspecto mohoso. Hermione se lo metió en la bolsa con mucho cuidado, e intentó no caminar demasiado rápido ni parecer demasiado culpable.

— Tenías permiso, no estabas haciendo nada malo — dijo Ron en voz alta. Tenía la vista fija en la mesa de profesores, donde McGonagall estaba extremadamente seria y Snape seguía manteniendo esa peligrosa cara de póker que a Harry tanto le incomodaba.

— Lo sé — respondió ella valientemente. — No conseguí el libro rompiendo ninguna norma.

Cinco minutos después, se encontraban de nuevo refugiados en los aseos fuera de servicio de Myrtle la Llorona. Hermione había rechazado las objeciones de Ron argumentando que aquél sería el último lugar en el que entraría nadie en su sano juicio, así que allí tenían garantizada la intimidad. Myrtle la Llorona lloraba estruendosamente en su retrete, pero ellos no le prestaban atención, y ella a ellos tampoco.

— Creo que habéis elegido un buen escondite — les felicitó Tonks. — Un lugar nada llamativo, a la vista de cualquiera, pero al que nadie le presta atención. Es genial.

Eso pareció animar a Hermione.

Hermione abrió con cuidado el Moste Potente Potions, y los tres se encorvaron sobre las páginas llenas de manchas de humedad. De un vistazo quedó patente por qué pertenecía a la Sección Prohibida. Algunas de las pociones tenían efectos demasiado horribles incluso para imaginarlos, y había ilustraciones monstruosas, como la de un hombre que parecía vuelto de dentro hacia fuera y una bruja con varios pares de brazos que le salían de la cabeza.

Algunos alumnos, especialmente los más jóvenes, parecían horrorizados. Otros, se inclinaban en sus asientos con evidente interés.

¡Aquí está! —dijo Hermione emocionada, al dar con la página que llevaba por título La poción multijugos. Estaba decorada con dibujos de personas que iban transformándose en otras distintas. Harry imploró que la apariencia de dolor intenso que había en los rostros de aquellas personas fuera fruto de la imaginación del artista.

El trío intercambió miradas, sabiendo que eso no había sido así.

Esas miradas no pasaron desapercibidas para Snape. Si hubieran estado mirándolo, habrían visto la forma en la que se había tensado.

»Ésta es la poción más complicada que he visto nunca —dijo Hermione, al mirar la receta—. Crisopos, sanguijuelas, Descurainia sophia y centinodia —murmuró, pasando el dedo por la lista de los ingredientes—. Bueno, no son difíciles de encontrar, están en el armario de los estudiantes, podemos conseguirlos. ¡Vaya, mirad, polvo de cuerno de bicornio! No sé dónde vamos a encontrarlo…, piel en tiras de serpiente arbórea africana…, eso también será peliagudo… y por supuesto, algo de aquel en quien queramos convertirnos.

Perdona —dijo Ron bruscamente—. ¿Qué quieres decir con «algo de aquel en quien queramos convertirnos»? Yo no me voy a beber nada que contenga las uñas de los pies de Crabbe.

Muchos se echaron a reír, pero fueron más aun los que pusieron caras de asco. Crabbe fulminó a Ron con la mirada.

Hermione continuó como si no lo hubiera oído.

De momento, todavía no tenemos que preocuparnos porque esos ingredientes los echaremos al final.

Sin saber qué decir, Ron se volvió a Harry, que tenía otra preocupación.

¿No te das cuenta de cuántas cosas vamos a tener que robar, Hermione? Piel de serpiente arbórea africana en tiras, desde luego eso no está en el armario de los estudiantes, ¿qué vamos a hacer? ¿Forzar los armarios privados de Snape? No sé si es buena idea…

Snape se había inclinado tanto en el asiento que estaba sentado en el borde. Le lanzó una mirada a Dumbledore que claramente quería decir "Tenía razón", pero el director hizo un gesto con la mano para que se calmara y no dijera nada.

Harry tragó saliva. Quizá había subestimado las posibles consecuencias de leer todo esto.

Hermione cerró el libro con un ruido seco.

Bueno, si vais a acobardaros los dos, pues vale —dijo. Tenía las mejillas coloradas y los ojos más brillantes de lo normal—. Yo no quiero saltarme las normas, ya lo sabéis, pero pienso que aterrorizar a los magos de familia muggle es mucho peor que elaborar un poco de poción. Pero si no tenéis interés en averiguar si el heredero es Malfoy, iré derecha a la señora Pince y le devolveré el libro inmediatamente.

— Te lo estás inventando — acusó Ernie Macmillan al chico de Ravenclaw que leía. — Es imposible que Hermione Granger haya dicho eso.

— Es lo que pone, lo juro — le aseguró el chico, nervioso.

Incrédula, la profesora McGonagall se puso en pie y tomó el libro de las manos del Ravenclaw. Tras unos instantes en los que sus ojos casi volaban sobre el papel, levantó la mirada y, sin decir nada, volvió a sentarse.

— Siga leyendo, señor Miles.

Hermione agachó la cabeza, consciente de que había dejado a McGonagall tan en shock que la mujer no sabía ni cómo regañarla.

No creí que fuera a verte nunca intentando persuadirnos de que incumplamos las normas —dijo Ron—. Está bien, lo haremos, pero nada de uñas de los pies, ¿vale?

Algunos rieron. La mayoría no creía que pudieran hacer la poción de verdad. Los que sí que los veían capaces parecían preocupados.

Pero ¿cuánto nos llevará hacerlo? —preguntó Harry, cuando Hermione, satisfecha, volvió a abrir el libro.

Bueno, como hay que coger la Descurainia sophia con luna llena, y los crisopos han de cocerse durante veintiún días…, yo diría que podríamos tenerla preparada en un mes, si podemos conseguir todos los ingredientes.

¿Un mes? —dijo Ron—. ¡En ese tiempo, Malfoy puede atacar a la mitad de los hijos de muggles! —Hermione volvió a entornar los ojos amenazadoramente, y él añadió sin vacilar—: Pero es el mejor plan que tenemos, así que adelante a toda máquina.

Eso hizo reír a casi todo el mundo.

— Te tiene domesticado — dijo Fred, negando con la cabeza. — Me decepcionas, Ronald.

— Cierra la boca — replicó Ron, aunque sin ganas. Estaba más ocupado mirando a Hermione reírse.

Sin embargo, mientras Hermione comprobaba que no había nadie a la vista para poder salir del aseo, Ron susurró a Harry:

Sería mucho más sencillo que mañana tiraras a Malfoy de la escoba.

— ¡Hey! — se quejó Malfoy, pero nadie lo escuchó entre el sonido de las carcajadas de los alumnos.

Harry, quien también estaba riéndose con ganas, pensó en lo diferente que estaba siendo ese capítulo del último del día anterior. ¡Qué bien sentaba leer después de haber dormido y desayunado bien!

Harry se despertó pronto el sábado por la mañana y se quedó un rato en la cama pensando en el partido de quidditch. Se ponía nervioso, sobre todo al imaginar lo que diría Wood si Gryffindor perdía, pero también al pensar que tendrían que enfrentarse a un equipo que iría montado en las escobas de carreras más veloces que había en el mercado. Nunca había tenido tantas ganas de vencer a Slytherin.

Malfoy, cuyo ego estaba dolido después de todo lo leído, sonrió con suficiencia. Harry hizo todo lo posible por ignorarlo.

Después de estar tumbado media hora con las tripas revueltas, se levantó, se vistió y bajó temprano a desayunar. Allí encontró al resto del equipo de Gryffindor, apiñado en torno a la gran mesa vacía. Todos estaban nerviosos y apenas hablaban.

— ¿No se supone que Gryffindor es la casa de los valientes? — preguntó Pansy Parkinson con voz de inocente. — Qué curioso verlos así…

Muchos Gryffindor la fulminaron con la mirada.

Cuando faltaba poco para las once, el colegio en pleno empezó a dirigirse hacia el estadio de quidditch. Hacía un día bochornoso que amenazaba tormenta. Cuando Harry iba hacia los vestuarios, Ron y Hermione se acercaron corriendo a desearle buena suerte. Los jugadores se vistieron sus túnicas rojas de Gryffindor y luego se sentaron a recibir la habitual inyección de ánimo que Wood les daba antes de cada partido.

Los de Slytherin tienen mejores escobas que nosotros —comenzó—,

— Eso no anima mucho — dijo Hannah Abbott con una mueca.

eso no se puede negar. Pero nosotros tenemos mejores jugadores sobre las escobas. Hemos entrenado más que ellos y hemos volado bajo todas las circunstancias climatológicas («¡y tanto! —murmuró George Weasley—, no me he secado del todo desde agosto»),

Algunos rieron.

y vamos a hacer que se arrepientan del día en que dejaron que ese pequeño canalla, Malfoy, les comprara un puesto en el equipo.

— Merezco mi puesto en el equipo — se defendió Malfoy. — Y si además puedo ayudar al equipo con mi dinero, ¿qué problema hay?

Algunos Slytherin le dieron la razón.

— Dime, Malfoy — dijo Angelina. — ¿Alguna vez has cogido la snitch? ¿Sin que haya habido interferencias que hayan impedido al otro buscador hacerlo?

Malfoy se ruborizó. Orgullosa, Angelina le dio la espalda.

Con la respiración agitada por la emoción, Wood se volvió a Harry.

Es misión tuya, Harry, demostrarles que un buscador tiene que tener algo más que un padre rico. Tienes que coger la snitch antes que Malfoy, o perecer en el intento, porque hoy tenemos que ganar.

— No lo decía literalmente — exclamó Wood, recordando lo que pasó. — De verdad que no.

— Lo sé — le aseguró Harry. Los que no recordaban ese partido o no lo habían vivido se quedaron muy confundidos tras ese intercambio.

Así que no te sientas presionado, Harry —le dijo Fred, guiñándole un ojo. Cuando salieron al campo, fueron recibidos con gran estruendo; eran sobre todo aclamaciones de Hufflepuff y de Ravenclaw, cuyos miembros y seguidores estaban deseosos de ver derrotado al equipo de Slytherin, aunque la afición de Slytherin también hizo oír sus abucheos y silbidos.

En el comedor, el ambiente empezaba a caldearse. Todo el mundo quería que Gryffindor ganara, excepto, obviamente, los Slytherin.

La señora Hooch, que era la profesora de quidditch, hizo que Flint y Wood se dieran la mano, y los dos contrincantes aprovecharon para dirigirse miradas desafiantes y apretar bastante más de lo necesario.

— Eso es totalmente innecesario — bufó la señora Hooch. Wood fingió arrepentirse.

Cuando toque el silbato —dijo la señora Hooch—: tres…, dos…, uno…

Animados por el bramido de la multitud que les apoyaba, los catorce jugadores se elevaron hacia el cielo plomizo. Harry ascendió más que ningún otro, aguzando la vista en busca de la snitch.

¿Todo bien por ahí, cabeza rajada? —le gritó Malfoy, saliendo disparado por debajo de él para demostrarle la velocidad de su escoba.

— Te mereces que te de una bludger en la cara — dijo Angelina. Ante la reprimenda de McGonagall, imitó a Wood y fingió arrepentirse.

Harry no tuvo tiempo de replicar. En aquel preciso instante iba hacia él una bludger negra y pesada; faltó tan poco para que le golpeara, que al pasar le despeinó.

Recordando lo que vino después, Harry gimió. Esa solo había sido la primera.

¡Por qué poco, Harry! —le dijo George, pasando por su lado como un relámpago, con el bate en la mano, listo para devolver la bludger contra Slytherin. Harry vio que George daba un fuerte golpe a la bludger dirigiéndola hacia Adrian Pucey, pero la bludger cambió de dirección en medio del aire y se fue directa, otra vez, contra Harry.

— Eso no es normal — exclamó un chico de primero de Gryffindor, preocupado.

Harry descendió rápidamente para evitarla, y George logró golpearla fuerte contra Malfoy. Una vez más, la bludger viró bruscamente como si fuera un bumerán y se encaminó como una bala hacia la cabeza de Harry.

Entre los alumnos más jóvenes había un ambiente de total confusión. Los mayores tampoco entendían lo que había pasado, pero al menos no les pillaba por sorpresa.

Harry aumentó la velocidad y salió zumbando hacia el otro extremo del campo. Oía a la bludger silbar a su lado. ¿Qué ocurría? Las bludger nunca se enconaban de aquella manera contra un único jugador, su misión era derribar a todo el que pudieran…

— Debe estar hechizada — escuchó decir a un alumno de tercero. — ¡Seguro que ha sido alguien de Slytherin!

— Nosotros no hicimos nada — protestó Blaise Zabini. — Es Potter, que es gafe.

Fred Weasley aguardaba en el otro extremo. Harry se agachó para que Fred golpeara la bludger con todas sus fuerzas.

¡Ya está! —gritó Fred contento, pero se equivocaba: como si fuera atraída magnéticamente por Harry, la bludger volvió a perseguirlo y Harry se vio obligado a alejarse a toda velocidad.

— Va a ser verdad que eres gafe, Harry — le dijo Dean. Harry hizo una mueca.

Había empezado a llover. Harry notaba las gruesas gotas en la cara, que chocaban contra los cristales de las gafas. No tuvo ni idea de lo que pasaba con los otros jugadores hasta que oyó la voz de Lee Jordan, que era el comentarista, diciendo: «Slytherin en cabeza por seis a cero.»

Malfoy miró con suficiencia a los Gryffindor, deteniéndose especialmente en Harry y en Angelina.

— Eso no demuestra nada — dijo ella. — Tú no has hecho nada.

— Pero mi equipo va ganando.

— Pero no gracias a ti.

Ambos se fulminaron con la mirada.

Estaba claro que la superioridad de las escobas de Slytherin daba sus resultados, y mientras tanto, la bludger loca hacía todo lo que podía para derribar a Harry. Fred y George se acercaban tanto a él, uno a cada lado, que Harry no podía ver otra cosa que sus brazos, que se agitaban sin cesar, y le resultaba imposible buscar la snitch, y no digamos atraparla.

Alguien… está… manipulando… esta… bludger… —gruñó Fred, golpeándola con todas sus fuerzas para rechazar un nuevo ataque contra Harry.

— ¿Tú crees? — ironizó Alicia Spinnet.

Hay que detener el juego —dijo George, intentando hacerle señas a Wood y al mismo tiempo evitar que la bludger le partiera la nariz a Harry.

Wood captó el mensaje. La señora Hooch hizo sonar el silbato y Harry, Fred y George bajaron al césped, todavía tratando de evitar la bludger loca.

— De ahí el título del capítulo — dijo Luna en voz baja. Harry la miró, perplejo, durante un momento, antes de volver a centrar su atención en la lectura.

¿Qué ocurre? —preguntó Wood, cuando el equipo de Gryffindor se reunió, mientras la afición de Slytherin los abucheaba—. Nos están haciendo papilla. Fred, George, ¿dónde estabais cuando la bludger le impidió marcar a Angelina?

Estábamos ocho metros por encima de ella, Oliver, para evitar que la otra bludger matara a Harry —dijo George enfadado—. Alguien la ha manipulado…, no dejará en paz a Harry, no ha ido detrás de nadie más en todo el tiempo. Los de Slytherin deben de haberle hecho algo.

— Dejad de echarnos la culpa por todo.

Esta vez, fue un chico de séptimo el que se quejó. Muchos le dieron la razón.

— ¿Qué otra explicación hay para lo de la bludger? — dijo Terry Boot. — Si no ha sido alguien de Slytherin, ¿quién ha sido? ¿Quién más querría hacer perder a Gryffindor?

— Alguien de Ravenclaw o de Hufflepuff — propuso Millicent Bulstrode. — Quizá preferían ganar ellos.

— No, nos conformábamos con veros perder a vosotros — replicó Marietta Edgecombe.

— Siga leyendo, por favor — le pidió Dumbledore al chico de Ravenclaw. Obviamente quería evitar una pelea.

Pero las bludger han permanecido guardadas en el despacho de la señora Hooch desde nuestro último entrenamiento, y aquel día no les pasaba nada… —dijo Wood, perplejo.

La señora Hooch iba hacia ellos. Detrás de ella, Harry veía al equipo de Slytherin que lo señalaban y se burlaban.

En el presente, los Gryffindor y Slytherin se lanzaban miradas de desafío.

Escuchad —les dijo Harry mientras ella se acercaba—, con vosotros dos volando todo el rato a mi lado, la única posibilidad que tengo de atrapar la snitch es que se me meta por la manga. Volved a proteger al resto del equipo y dejadme que me las arregle solo con esa bludger loca.

— Estás loco — dijo Ginny. — Aunque me parece bien.

Eso hizo reír a Harry.

No seas tonto —dijo Fred—, te partirá en dos.

Wood tan pronto miraba a Harry como a los Weasley.

Oliver, esto es una locura —dijo Alicia Spinnet enfadada—, no puedes dejar que Harry se las apañe solo con la bludger. Esto hay que investigarlo.

— Al fin alguien dice algo sensato — bufó McGonagall.

¡Si paramos ahora, perderemos el partido! —argumentó Harry—. ¡Y no vamos a perder frente a Slytherin sólo por una bludger loca! ¡Venga, Oliver, diles que dejen que me las apañe yo solo!

Esto es culpa tuya —dijo George a Wood, enfadado—. «¡Atrapa la snitch o muere en el intento!» ¡Qué idiotez decir eso!

— No lo decía en serio.

— Pero aun así dejaste jugar a Harry — le recriminó Katie Bell. Wood hizo oídos sordos.

Llegó la señora Hooch.

¿Listos para seguir? —preguntó a Wood.

Wood contempló la expresión absolutamente segura del rostro de Harry.

Bien —dijo—. Fred y George, ya lo habéis oído…, dejad que se enfrente él solo a la bludger.

El resto del comedor escuchaba con atención. Muchos parecían nerviosos. A Harry le dieron ganas de rodar los ojos por centésima vez desde que habían empezado a leer. ¿Es que no se daban cuenta de que habían pasado años y de que él estaba allí, perfectamente vivo?

La lluvia volvió a arreciar. Al toque de silbato de la señora Hooch, Harry dio una patada en el suelo que lo propulsó por los aires, y enseguida oyó tras él el zumbido de la bludger. Harry ascendió más y más. Giraba, daba vueltas, se trasladaba en espiral, en zigzag, describiendo tirabuzones. Ligeramente mareado, mantenía sin embargo los ojos completamente abiertos. La lluvia le empañaba los cristales de las gafas y se le metió en los agujeros de la nariz cuando se puso boca abajo para evitar otra violenta acometida de la bludger.

Muchos escuchaban con admiración.

Podía oír las risas de la multitud; sabía que debía de parecer idiota, pero la bludger loca pesaba mucho y no podía cambiar de dirección tan rápido como él. Inició un vuelo a lo montaña rusa por los bordes del campo, intentando vislumbrar a través de la plateada cortina de lluvia los postes de Gryffindor, donde Adrian Pucey intentaba pasar a Wood…

— Ahora me siento mal por reírme aquel día — Harry escuchó hablar a dos chicas de sexto.

— Yo también — respondió la otra. — Podía haberse matado.

Un silbido en el oído indicó a Harry que la bludger había vuelto a pasarle rozando. Dio media vuelta y voló en la dirección opuesta.

¿Haciendo prácticas de ballet, Potter? —le gritó Malfoy, cuando Harry se vio obligado a hacer una ridícula floritura en el aire para evitar la bludger.

— Nada es ridículo si te salva la vida — dijo Moody en voz alta. Muchos lo miraron con cautela.

Harry escapó, pero la bludger lo seguía a un metro de distancia. Y en el momento en que dirigió a Malfoy una mirada de odio, vio la dorada snitch. Volaba a tan sólo unos centímetros por encima de la oreja izquierda de Malfoy… pero Malfoy, que estaba muy ocupado riéndose de Harry, no la había visto.

Muchos Slytherin, los que no habían vivido aquel partido, miraban a Malfoy como si se les estuviera cayendo un mito.

Por su parte, Draco se había puesto de un brillante tono rosado.

— Ni aun teniendo la snitch a centímetros eres capaz de cogerla — dijo Fred. Malfoy lo fulminó con la mirada.

Durante un angustioso instante, Harry permaneció suspendido en el aire, sin atreverse a dirigirse hacia Malfoy a toda velocidad, para que éste no mirase hacia arriba y descubriera la snitch.

¡PLAM!

Algunos se sobresaltaron.

Se había quedado quieto un segundo de más. La bludger lo alcanzó por fin, le golpeó en el codo, y Harry sintió que le había roto el brazo.

— Oh, no — escuchó gemir a la señora Weasley.

Débil, aturdido por el punzante dolor del brazo, desmontó a medias de la escoba empapada por la lluvia, manteniendo una rodilla todavía doblada sobre ella y su brazo derecho colgando inerte. La bludger volvió para atacarle de nuevo, y esta vez se dirigía directa a su cara. Harry cambió bruscamente de dirección, con una idea fija en su mente aturdida: coger a Malfoy.

— ¡Tenías un brazo roto! — exclamó la señora Pomfrey. — Debiste haber bajado de la escoba en ese momento, Potter.

— Pero no lo hizo, y por eso es el mejor buscador que Gryffindor podría haber tenido — dijo Wood en voz bien alta. Algunos no parecían estar de acuerdo, pero nadie se atrevió a contradecirle.

Ofuscado por la lluvia y el dolor, se dirigió hacia aquella cara de expresión desdeñosa, y vio que Malfoy abría los ojos aterrorizado: pensaba que Harry lo estaba atacando.

— Cobarde — bufó Sirius por lo bajo.

¿Qué…? —exclamó en un grito ahogado, apartándose del rumbo de Harry.

Malfoy gimió. Para Harry era obvio que el Slytherin estaba haciendo un esfuerzo descomunal para no esconder la cara bajo una almohada.

Harry se soltó finalmente de la escoba e hizo un esfuerzo para coger algo; sintió que sus dedos se cerraban en torno a la fría snitch, pero sólo se sujetaba a la escoba con las piernas, y la multitud, abajo, profirió gritos cuando Harry empezó a caer, intentando no perder el conocimiento. Con un golpe seco chocó contra el barro y salió rodando, ya sin la escoba. El brazo le colgaba en un ángulo muy extraño.

Harry se tocó el brazo inconscientemente.

Sintiéndose morir de dolor, oyó, como si le llegaran de muy lejos, muchos silbidos y gritos. Miró la snitch que tenía en su mano buena.

Ajá —dijo sin fuerzas—, hemos ganado.

Y se desmayó.

La gente escuchaba con la boca abierta.

— Increíble — dijo Tonks, impresionada.

— Eso es muy peligroso — dijo Fleur Delacour quien, al contrario que la mayoría del comedor, estaba más preocupada que asombrada.

Cuando volvió en sí, todavía estaba tendido en el campo de juego, con la lluvia cayéndole en la cara. Alguien se inclinaba sobre él. Vio brillar unos dientes.

¡Oh, no, usted no! —gimió.

— ¡Es Lockhart! — exclamó alguien.

No sabe lo que dice —explicó Lockhart en voz alta a la expectante multitud de Gryffindor que se agolpaba alrededor—. Que nadie se preocupe: voy a inmovilizarle el brazo.

¡No! —dijo Harry—, me gusta como está, gracias.

Algunos rieron.

Intentó sentarse, pero el dolor era terrible. Oyó cerca un «¡clic!» que le resultó familiar.

No quiero que hagas fotos, Colin —dijo alzando la voz.

— Perdón — se disculpó el chico en el presente, mientras algunas personas reían y sus amigos se burlaban de él.

Vuelve a tenderte, Harry —dijo Lockhart, tranquilizador—. No es más que un sencillo hechizo que he empleado incontables veces.

¿Por qué no me envían a la enfermería? —masculló Harry.

— Eso es exactamente lo que deberían haber hecho — farfulló la señora Pomfrey. — Pero no, en lugar de seguir el protocolo, un profesor decide empeorar las cosas y luego mandarme el problema a mí.

Los que no sabían lo que le había pasado al brazo de Harry se morían de la curiosidad.

Así debería hacerse, profesor —dijo Wood, lleno de barro y sin poder evitar sonreír aunque su buscador estuviera herido—. Fabulosa jugada, Harry, realmente espectacular, la mejor que hayas hecho nunca, yo diría.

— Sigo pensando que fue una jugada magistral — reiteró Wood. — Una pena lo del brazo, pero aun así…

Algunos lo miraban con incredulidad. Definitivamente, muchos alumnos se alegraban de no haber estado en el equipo de quidditch de Gryffindor a la vez que Wood.

Por entre la selva de piernas que le rodeaba, Harry vio a Fred y George Weasley forcejeando para meter la bludger loca en una caja. Todavía se resistía.

Apartaos —dijo Lockhart, arremangándose su túnica verde jade.

No… ¡no! —dijo Harry débilmente, pero Lockhart estaba revoleando su varita, y un instante después la apuntó hacia el brazo de Harry.

Con una mueca, Harry se preparó mentalmente para lo que iban a leer.

Harry notó una sensación extraña y desagradable que se le extendía desde el hombro hasta las yemas de los dedos. Sentía como si el brazo se le desinflara, pero no se atrevía a mirar qué sucedía. Había cerrado los ojos y vuelto la cara hacia el otro lado, pero vio confirmarse sus más oscuros temores cuando la gente que había alrededor ahogó un grito y Colin Creevey empezó a sacar fotos como loco. El brazo ya no le dolía… pero tampoco le daba la sensación de que fuera un brazo.

— ¿Qué pasó? — oyó preguntar a una chica de primero.

— Ahora verás — le respondió un Hufflepuff de sexto que claramente recordaba ese día.

¡Ah! —dijo Lockhart—. Sí, bueno, algunas veces ocurre esto. Pero el caso es que los huesos ya no están rotos. Eso es lo que importa. Así que, Harry, ahora debes ir a la enfermería. Ah, señor Weasley, señorita Granger, ¿pueden ayudarle? La señora Pomfrey podrá…, esto…, arreglarlo un poco.

— ¿Arreglarlo? ¿Qué ha hecho? — preguntó Romilda Vane, confusa.

Al ponerse en pie, Harry se sintió extrañamente asimétrico. Armándose de valor, miró hacia su lado derecho. Lo que vio casi le hace volver a desmayarse.

Eso hizo jadear a algunos.

Por el extremo de la manga de la túnica asomaba lo que parecía un grueso guante de goma de color carne. Intentó mover los dedos. No le respondieron.

Lockhart no le había recompuesto los huesos: se los había quitado.

Se oyeron grititos ahogados y jadeos.

— Tiene que ser una broma — decía un alumno de tercero.

— Menudo inútil.

— ¡Ahora entiendo por qué se meten tanto con Lockhart!

— ¿En serio se puede hacer eso? ¿Existen hechizos para quitar los huesos?

Los comentarios se alzaban unos sobre otros, sin que a Harry le diera tiempo a escucharlos todos. McGonagall tuvo que ponerse seria para que todos volvieran a callarse.

A la señora Pomfrey aquello no le hizo gracia.

¡Tendríais que haber venido enseguida aquí! —dijo hecha una furia y levantando el triste y mustio despojo de lo que, media hora antes, había sido un brazo en perfecto estado—. Puedo recomponer los huesos en un segundo…, pero hacerlos crecer de nuevo…

Pero podrá, ¿no? —dijo Harry, desesperado.

Algunos miraron a Harry, como queriendo comprobar que tenía dos brazos. El chico rodó los ojos.

Desde luego que podré, pero será doloroso —dijo en tono grave la señora Pomfrey, dando un pijama a Harry—. Tendrás que pasar aquí la noche.

Hermione aguardó al otro lado de la cortina que rodeaba la cama de Harry mientras Ron lo ayudaba a vestirse. Les llevó un buen rato embutir en la manga el brazo sin huesos, que parecía de goma.

— Era rarísimo — le aseguró Ron. — Y muy desagradable, como si fuera goma blanda…

— No necesitamos saberlo — dijo Hermione rápidamente.

¿Te atreves ahora a defender a Lockhart, Hermione? —le dijo Ron a través de la cortina mientras hacía pasar los dedos inanimados de Harry por el puño de la manga—. Si Harry hubiera querido que lo deshuesaran, lo habría pedido.

Cualquiera puede cometer un error —dijo Hermione—. Y ya no duele, ¿verdad, Harry?

— ¿Aún lo defendías? — dijo Ginny, incrédula.

— Podía haber sido solo un error — se defendió Hermione. — Hasta los más grandes magos se equivocan.

No —respondió Harry—, ni duele ni sirve para nada. —Al echarse en la cama, el brazo se balanceó sin gobierno.

Algunos rieron. Otros estaban demasiado asqueados para hacerlo.

Hermione y la señora Pomfrey cruzaron la cortina. La señora Pomfrey llevaba una botella grande en cuya etiqueta ponía «Crecehuesos».

Vas a pasar una mala noche —dijo ella, vertiendo un líquido humeante en un vaso y entregándoselo—. Hacer que los huesos vuelvan a crecer es bastante desagradable.

Lo desagradable fue tomar el crecehuesos.

Harry asintió fervientemente.

Al pasar, le abrasaba la boca y la garganta, haciéndole toser y resoplar. Sin dejar de criticar los deportes peligrosos y a los profesores ineptos, la señora Pomfrey se retiró, dejando que Ron y Hermione ayudaran a Harry a beber un poco de agua.

¡Pero hemos ganado! —le dijo Ron, sonriendo tímidamente—. Todo gracias a tu jugada. ¡Y la cara que ha puesto Malfoy… Parecía que te quería matar!

Malfoy lo fulminó con la mirada.

Me gustaría saber cómo trucó la bludger —dijo Hermione intrigada.

Podemos añadir ésta a la lista de preguntas que le haremos después de tomar la poción multijugos —dijo Harry acomodándose en las almohadas—. Espero que sepa mejor que esta bazofia…

El trío volvió a intercambiar miradas, sabiendo que no era así en absoluto.

¿Con cosas de gente de Slytherin dentro? Estás de broma —observó Ron.

Varios Slytherin se quejaron o miraron mal a Ron, quien los ignoró totalmente.

En aquel momento, se abrió de golpe la puerta de la enfermería. Sucios y empapados, entraron para ver a Harry los demás jugadores del equipo de Gryffindor.

Un vuelo increíble, Harry —le dijo George—. Acabo de ver a Marcus Flint gritando a Malfoy algo parecido a que tenía la snitch encima de la cabeza y no se daba cuenta. Malfoy no parecía muy contento.

— ¿Tú lo estarías? — le preguntó Lee Jordan a George con una sonrisa. — Fue un partido bastante patético para Slytherin.

— Íbamos ganando — les recordó Malfoy. El tono rosado todavía no había dejado sus mejillas. — No vi la snitch, ¿y qué? Vosotros mismos estabais diciendo hace un momento que todo el mundo comete errores.

— ¿Estás admitiendo que cometiste un error? — dijo Harry, totalmente sorprendido.

— Supongo — replicó Malfoy con una mueca. — Cierra la boca, Potter. Te van a entrar moscas.

Harry cerró la boca rápidamente. No era el único que miraba a Draco como si hubiera comenzado a echar espuma por la boca.

— ¡Dejad de mirarme así! — chilló Malfoy, más ruborizado que antes. — ¡Sigue leyendo! — le ordenó al Ravenclaw, que no dudó un segundo en hacerle caso.

Habían llevado pasteles, dulces y botellas de zumo de calabaza; se situaron alrededor de la cama de Harry, y ya estaban preparando lo que prometía ser una fiesta estupenda, cuando se acercó la señora Pomfrey gritando:

¡Este chico necesita descansar, tiene que recomponer treinta y tres huesos! ¡Fuera! ¡FUERA!

Y dejaron solo a Harry, sin nadie que lo distrajera de los horribles dolores de su brazo inerte.

— Pobrecito — dijo Parvati.

No fue la única.

Horas después, Harry despertó sobresaltado en una total oscuridad, dando un breve grito de dolor: sentía como si tuviera el brazo lleno de grandes astillas.

Muchos hicieron muecas de dolor con tan solo escuchar esa descripción.

Por un instante pensó que era aquello lo que le había despertado. Pero luego se dio cuenta, con horror, de que alguien, en la oscuridad, le estaba poniendo una esponja en la frente.

Algunos parecieron horrorizados.

¡Fuera! —gritó, y luego, al reconocer al intruso, exclamó—: ¡Dobby!

Los ojos del tamaño de pelotas de tenis del elfo doméstico miraban desorbitados a Harry a través de la oscuridad. Una sola lágrima le bajaba por la nariz larga y afilada.

Harry Potter ha vuelto al colegio —susurró triste—. Dobby avisó y avisó a Harry Potter. ¡Ah, señor!, ¿por qué no hizo caso a Dobby? ¿Por qué no volvió a casa Harry Potter cuando perdió el tren?

Hubo silencio mientras la gente asimilaba esas palabras.

— ¿Sabe lo del tren? — dijo Susan Bones con el ceño fruncido.

Harry se incorporó con gran esfuerzo y tiró al suelo la esponja de Dobby.

¿Qué hace aquí? —dijo—. ¿Y cómo sabe que perdí el tren? —A Dobby le tembló un labio, y a Harry lo acometió una repentina sospecha—. ¡Fue usted! —dijo despacio—. ¡Usted impidió que la barrera nos dejara pasar!

Se oyeron jadeos.

Sí, señor, claro —dijo Dobby, moviendo vigorosamente la cabeza de arriba abajo y agitando las orejas—. Dobby se ocultó y vigiló a Harry y selló la verja, y Dobby tuvo que quemarse después las manos con la plancha. —Enseñó a Harry diez largos dedos vendados—. Pero a Dobby no le importó, señor, porque pensaba que Harry Potter estaba a salvo, ¡pero no se le ocurrió que Harry Potter pudiera llegar al colegio por otro medio!

— Ese elfo está loco — declaró Michael Corner.

En ese momento, Harry notó que Michael no se había sentado con Ginny, como el día anterior, sino con sus amigos de Ravenclaw. ¿Acaso no sabía lo que iban a leer hoy? ¿O es que se habían peleado?

Se balanceaba hacia delante y hacia atrás, agitando su fea cabeza.

¡Dobby se llevó semejante disgusto cuando se enteró de que Harry Potter estaba en Hogwarts, que se le quemó la cena de su señor! Dobby nunca había recibido tales azotes, señor…

— Oh, no — gimió Hermione. Varias personas parecían preocupadas y apenadas por Dobby.

Harry se desplomó de nuevo sobre las almohadas.

Casi consigue que nos expulsen a Ron y a mí —dijo Harry con dureza—. Lo mejor es que se vaya antes de que mis huesos vuelvan a crecer, Dobby, o podría estrangularle.

— ¡Harry! — lo regañó Hermione. — ¿Cómo puedes decirle eso?

— Consiguió romperme un brazo — bufó Harry. En ese momento, se escuchó un "pop" y apareció delante de Harry una gran galleta de chocolate. Venía con una nota en la que ponía "Dobby lo siente".

Repentinamente enternecido, Harry suspiró y partió la galleta en varios pedazos para compartirla con Ron, Hermione, Ginny y Luna.

Dobby sonrió levemente.

Dobby está acostumbrado a las amenazas, señor. Dobby las recibe en casa cinco veces al día.

Se sonó la nariz con una esquina del sucio almohadón que llevaba puesto; su aspecto era tan patético que Harry sintió que se le pasaba el enojo, aunque no quería.

— Qué pena — dijo Lavender. — ¿De quién es ese elfo? ¿Por qué lo tratan tan mal?

Los que sabían las respuestas no quisieron contestarle. Harry miró fijamente a Malfoy, quien fingió no darse cuenta.

¿Por qué lleva puesto eso, Dobby? —le preguntó con curiosidad.

¿Esto, señor? —preguntó Dobby, pellizcándose el almohadón—. Es un símbolo de la esclavitud del elfo doméstico, señor. A Dobby sólo podrán liberarlo sus dueños un día si le dan alguna prenda. La familia tiene mucho cuidado de no pasarle a Dobby ni siquiera un calcetín, porque entonces podría dejar la casa para siempre.

— ¿Entonces los elfos domésticos no pueden hacer la colada? — preguntó una chica de tercero que debía ser hija de muggles. — Que mal.

Dobby se secó los ojos saltones y dijo de repente—: ¡Harry Potter debe volver a casa! Dobby creía que su bludger bastaría para hacerle…

¿Su bludger? —dijo Harry, volviendo a enfurecerse—. ¿Qué quiere decir con «su bludger»? ¿Usted es el culpable de que esa bola intentara matarme?

— ¿Veis? ¡No fue un Slytherin! — exclamó Zabini. Algunos parecieron arrepentidos por todo lo que habían dicho.

¡No, matarle no, señor, nunca! —dijo Dobby, asustado—. ¡Dobby quiere salvarle la vida a Harry Potter! ¡Mejor ser enviado de vuelta a casa, gravemente herido, que permanecer aquí, señor! ¡Dobby sólo quería ocasionar a Harry Potter el daño suficiente para que lo enviaran a casa!

— Ese elfo está majareta — declaró Seamus. Muchos asintieron.

Ah, ¿eso es todo? —dijo Harry irritado—. Me imagino que no querrá decirme por qué quería enviarme de vuelta a casa hecho pedazos.

¡Ah, si Harry Potter supiera…! —gimió Dobby, mientras le caían más lágrimas en el viejo almohadón—. ¡Si supiera lo que significa para nosotros, los parias, los esclavizados, la escoria del mundo mágico…! Dobby recuerda cómo era todo cuando El-que-no-debe-nombrarse estaba en la cima del poder, señor. ¡A nosotros los elfos domésticos se nos trataba como a alimañas, señor! Desde luego, así es como aún tratan a Dobby, señor —admitió, secándose el rostro en el almohadón—.

— Si aún lo tratan así, ¿por qué te admira tanto? — preguntó Charlie Weasley con curiosidad. Harry señaló el libro, recordando que Dobby lo había explicado.

Pero, señor, en lo principal la vida ha mejorado para los de mi especie desde que usted derrotó al Que-no-debe-ser-nombrado. Harry Potter sobrevivió, y cayó el poder del Señor Tenebroso, surgiendo un nuevo amanecer, señor, y Harry Potter brilló como un faro de esperanza para los que creíamos que nunca terminarían los días oscuros, señor… Y ahora, en Hogwarts, van a ocurrir cosas terribles, tal vez están ocurriendo ya, y Dobby no puede consentir que Harry Potter permanezca aquí ahora que la historia va a repetirse, ahora que la Cámara de los Secretos ha vuelto a abrirse…

Se oyeron jadeos. Muchos alumnos escuchaban aterrorizados las palabras de Dobby. Los que habían vivido aquel año sentían escalofríos con solo recordarlo.

Dobby se quedó inmóvil, aterrorizado, y luego cogió la jarra de agua de la mesilla de Harry y se dio con ella en la cabeza, cayendo al suelo. Un segundo después reapareció trepando por la cama, bizqueando y murmurando:

Dobby malo, Dobby muy malo…

Algunas personas se lamentaron por Dobby. A la mayoría parecía provocarle cierta ternura.

¿Así que es cierto que hay una Cámara de los Secretos? —murmuró Harry—. Y… ¿dice que se había abierto en anteriores ocasiones? ¡Hable, Dobby! —Sujetó la huesuda muñeca del elfo a tiempo de impedir que volviera a coger la jarra del agua —. Además, yo no soy de familia muggle. ¿Por qué va a suponer la cámara un peligro para mí?

— Por ser quien eres — murmuró Ginny en voz baja a la vez que le daba un escalofrío.

Ah, señor, no me haga más preguntas, no pregunte más al pobre Dobby — tartamudeó el elfo. Los ojos le brillaban en la oscuridad—. Se están planeando acontecimientos terribles en este lugar, pero Harry Potter no debe encontrarse aquí cuando se lleven a cabo. Váyase a casa, Harry Potter. Váyase, porque no debe verse involucrado, es demasiado peligroso…

— Y a los demás que nos den, ¿no? — se quejó Zacharias Smith.

¿Quién es, Dobby? —le preguntó Harry, manteniéndolo firmemente sujeto por la muñeca para impedirle que volviera a golpearse con la jarra del agua—. ¿Quién la ha abierto? ¿Quién la abrió la última vez?

¡Dobby no puede hablar, señor, no puede, Dobby no debe hablar! —chilló el elfo—. ¡Váyase a casa, Harry Potter, váyase a casa!

¡No me voy a ir a ningún lado! —dijo Harry con dureza—. ¡Mi mejor amiga es de familia muggle, y su vida está en peligro si es verdad que la cámara ha sido abierta!

Hermione jadeó antes de darle un abrazo. Algo incómodo, el chico le dio unas palmaditas en la espalda antes de separarse de ella.

¡Harry Potter arriesga su propia vida por sus amigos! —gimió Dobby, en una especie de éxtasis de tristeza—. ¡Es tan noble, tan valiente…! Pero tiene que salvarse, tiene que hacerlo, Harry Potter no puede…

— Eh, Colin. Creo que te llevarías bien con ese elfo — bromeó uno de los amigos de Colin. El chico cogió la almohada más grande que encontró y se la estampó en la cara a su amigo, que no podía parar de reír.

Dobby se quedó inmóvil de repente, y temblaron sus orejas de murciélago. Harry también lo oyó: eran pasos que se acercaban por el corredor.

¡Dobby tiene que irse! —musitó el elfo, aterrorizado.

Se oyó un fuerte ruido, y el puño de Harry se cerró en el aire. Se echó de nuevo en la cama, con los ojos fijos en la puerta de la enfermería, mientras los pasos se acercaban.

A Harry le dio un escalofrío. Recordaba bien lo que había pasado justo después.

Miró a Colin, quien tenía la vista fija en el libro. Sus amigos aún reían, pero él parecía haberse dado cuenta de lo que iban a leer.

Dumbledore entró en el dormitorio, vestido con un camisón largo de lana y un gorro de dormir. Acarreaba un extremo de lo que parecía una estatua.

Ginny hizo una mueca.

La profesora McGonagall apareció un segundo después, sosteniendo los pies. Entre uno y otra, dejaron la estatua sobre una cama.

Traiga a la señora Pomfrey —susurró Dumbledore, y la profesora McGonagall desapareció a toda prisa pasando junto a los pies de la cama de Harry. Harry estaba inmóvil, haciéndose el dormido. Oyó voces apremiantes, y la profesora McGonagall volvió a aparecer, seguida por la señora Pomfrey, que se estaba poniendo un jersey sobre el camisón de dormir. Harry la oyó tomar aire bruscamente.

Todos escuchaban con atención, confusos y nerviosos.

¿Qué ha ocurrido? —preguntó la señora Pomfrey a Dumbledore en un susurro, inclinándose sobre la estatua.

Otra agresión —explicó Dumbledore—. Minerva lo ha encontrado en las escaleras.

Se escucharon jadeos y gritos ahogados. Harry vio cómo los amigos de Colin empalidecían.

Tenía a su lado un racimo de uvas —dijo la profesora McGonagall—. Suponemos que intentaba llegar hasta aquí para visitar a Potter.

A Harry le dio un vuelco el corazón. Lentamente y con cuidado, se alzó unos centímetros para poder ver la estatua que había sobre la cama. Un rayo de luna le caía sobre el rostro.

Era Colin Creevey. Tenía los ojos muy abiertos y sus manos sujetaban la cámara de fotos encima del pecho.

Durante un momento, Harry y Colin cruzaron miradas. El chico le sonrió. Dennis Creevey estaba tan pálido que Harry pensó que quizá se desmayaría.

¿Petrificado? —susurró la señora Pomfrey.

Sí —dijo la profesora McGonagall—. Pero me estremezco al pensar… Si Albus no hubiera bajado por chocolate caliente, quién sabe lo que podría haber…

Dennis jadeó. Su respiración sonaba tan fuerte en el silencio abrumador del comedor que Harry comenzaba a preocuparse por él.

Los tres miraban a Colin. Dumbledore se inclinó y desprendió la cámara de fotos de las manos rígidas de Colin.

¿Cree que pudo sacar una foto a su atacante? —le preguntó la profesora McGonagall con expectación.

Dumbledore no respondió. Abrió la cámara.

¡Por favor! —exclamó la señora Pomfrey.

Un chorro de vapor salió de la cámara. A Harry, que se encontraba tres camas más allá, le llegó el olor agrio del plástico quemado.

Nadie dijo nada, a pesar de que todos estaban totalmente confundidos. Dennis seguía respirando muy fuerte y, según le pareció a Harry, con cierta dificultad. Vio a los que debían ser sus amigos susurrarle cosas, a las que Dennis asintió. Colin también se inclinó para hablar con su hermano en rápidos susurros.

Harry notó que uno de los amigos de Colin, otro Gryffindor de cuarto, lo tenía cogido del borde de la túnica y no parecía tener ninguna intención de soltarlo.

Se centró entonces en Ginny, quien estaba muy pálida, pero serena. Ella también había intercambiado miradas con Colin, justo antes que Harry, y sabía que el chico no le guardaba ningún rencor. Muy poca gente sabía que Ginny había sido la causante de todo y Colin era una de esas personas.

Derretido —dijo asombrada la señora Pomfrey—. Todo derretido…

¿Qué significa esto, Albus? —preguntó apremiante la profesora McGonagall.

Significa —contestó Dumbledore— que es verdad que han abierto de nuevo la Cámara de los Secretos.

El silencio era total. Solo se oía la respiración todavía agitada de Dennis, aunque parecía estar calmándose poco a poco. Uno de sus amigos lo había instado a poner la cabeza entre las rodillas y tomar aire lentamente, aunque eso último le estaba costando mucho.

La señora Pomfrey se llevó una mano a la boca. La profesora McGonagall miró a Dumbledore fijamente.

Pero, Albus…, ¿quién…?

La cuestión no es quién —dijo Dumbledore, mirando a Colin—; la cuestión es cómo.

Y a juzgar por lo que Harry pudo vislumbrar de la expresión sombría de la profesora McGonagall, ella no lo comprendía mejor que él.

Ahora sí que lo hacía.

— Ahí acaba — dijo el chico de Ravenclaw. Dejó el libro en la tarima y se apresuró a sentarse.

— Sigamos, entonces. Tenemos mucho que leer hoy — dijo Dumbledore poniéndose en pie. — El siguiente capítulo se titula: El club de duelo.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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